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"Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
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Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Capítulo 24
—Por mucho que me apetezca estar besándote todo el día, el desayuno se te está enfriando —murmura Joseph contra mis labios. Me mira, ahora divertido, pero en sus ojos hay algo más oscuro, sensual. Madre mía, ha vuelto a cambiar. Mi marido temperamental…—. Come —me ordena con voz suave.
Trago saliva como reacción a su mirada ardiente y vuelvo a mi posición anterior en la cama, intentando no enredarme con la vía. Él vuelve a poner la bandeja delante de mí. La avena se ha enfriado, pero las tortitas, que estaban tapadas, están bien, de hecho, mejor que bien: están deliciosas.
—¿Sabes? —murmuro entre bocados—. Bip podría ser una niña.
Joseph se pasa una mano por el pelo.
—Dos mujeres, ¿eh? —La alarma cruza su cara y la mirada oscura desaparece.
Oh, vaya.
—¿Tienes alguna preferencia?
—¿Preferencia?
—Niño o niña.
Frunce el ceño.
—Con que esté sano es suficiente —me dice en voz baja, claramente desconcertado por la pregunta—. Come —repite y veo que está intentando evitar el tema.
—Estoy comiendo, estoy comiendo… No te pongas así, Jonas.
Le observo atentamente. Tiene las comisuras de los ojos arrugadas por la preocupación. Ha dicho que lo intentará, pero sé que está aterrorizado con lo del bebé. Oh, Joseph, yo también. Se sienta en el sillón a mi lado y coge el Seattle Times.
—Ha vuelto a salir en los periódicos, señora Jonas —dice con amargura.
—¿Otra vez?
—Estos periodistas han montado todo un espectáculo a partir de la historia, pero por lo menos los hechos son bastante precisos. ¿Quieres leerlo?
Niego con la cabeza.
—Léemelo tú. Estoy comiendo.
Sonríe burlón y me lee el artículo en voz alta. Es una crónica sobre Jack y Elizabeth, que los describe como si fueran los modernos Bonnie y Clyde. Habla brevemente del rapto de Mia, de mi implicación en su rescate y del hecho de que Jack y yo estamos en el mismo hospital. ¿Cómo consigue la prensa toda esa información? Tengo que preguntárselo a Kate.
Cuando Joseph acaba, le digo:
—Léeme algo más, por favor. Me gusta escucharte.
Él obedece y me lee un artículo sobre el boom del negocio de los bagel y otro sobre que Boeing ha tenido que cancelar el lanzamiento de un modelo de avión. Joseph frunce el ceño mientras lee, pero al escuchar su relajante voz mientras como, sabiendo que estoy bien, que Mia está segura y que mi pequeño Bip también, siento una enorme paz a pesar de todo lo que ha pasado en los últimos días.
Entiendo que Joseph esté asustado por lo del bebé, pero no puedo comprender la profundidad de su miedo. Decido que tengo que hablar más de esto con él. Intentaré tranquilizar su mente. Lo que más me sorprende es que no le han faltado modelos positivos de comportamiento en lo que a padres se refiere. Tanto Grace como Carrick son padres ejemplares, o eso parecen. Tal vez la interferencia de la bruja le haya hecho demasiado daño. Pero lo cierto es que creo que todo tiene que ver con su madre biológica, aunque estoy segura de que lo de la señora Robinson no ayuda. Mis pensamientos se detienen porque casi recuerdo una conversación susurrada. ¡Maldita sea! Está en el borde de mi memoria; se produjo cuando estaba inconsciente. Joseph hablaba con Grace. Pero las palabras se funden entre las sombras de mi mente. Oh, es frustrante.
Me pregunto si Joseph me dirá alguna vez por su propia voluntad la razón por la que fue a verla o tendré que presionarle. Estoy a punto de preguntarle cuando oigo que llaman a la puerta.
El detective Clark entra en la habitación casi disculpándose. Se me cae el alma a los pies al verle, así que hace bien en disculparse de antemano.
—Señor Jonas. Señora Jonas. ¿Interrumpo?
—Sí —responde Joseph.
Clark le ignora.
—Me alegro de que esté despierta, señora Jonas. Necesito hacerle unas preguntas sobre el jueves por la tarde. Solo rutina. ¿Es este un buen momento?
—Claro —murmuro, aunque no quiero revivir los acontecimientos del jueves.
—Mi esposa debería descansar —dice Joseph molesto.
—Seré breve, señor Jonas. Y además, esto significa que estaré fuera de sus vidas más bien antes que después.
Joseph se levanta y le ofrece el asiento a Clark. Luego viene a sentarse a la cama conmigo, me da la mano y me la aprieta un poco para tranquilizarme.
Media hora después, Clark ha acabado. No me ha dicho nada nuevo y yo simplemente le he contado los acontecimientos del jueves con una voz vacilante pero tranquila. Joseph se ha puesto pálido y ha hecho muecas en algunas partes de mi relato.
—Ojala hubieras apuntado más arriba —murmura Joseph.
—Le habría hecho un favor al sexo femenino, señora Jonas —le apoya Clark.
¿Qué?
—Gracias, señora Jonas. Es todo por ahora.
—No van a dejarle salir otra vez, ¿verdad?
—No creo que consiga la fianza esta vez, señora.
—¿Podemos saber quién pagó la fianza? —pregunta Joseph.
—No, señor. Es confidencial.
Joseph frunce el ceño, pero creo que tiene sus sospechas. Clark se levanta para irse justo cuando la doctora Singh y dos residentes entran en la habitación.
Después de un exhaustivo examen, la doctora Singh declara que estoy lo bastante bien para irme a casa. Joseph suspira de alivio.
—Señora Jonas, tendrá que estar atenta a cualquier empeoramiento de los dolores de cabeza o la aparición de visión borrosa. Si ocurriera eso, debe volver al hospital inmediatamente.
Asiento intentando contener mi entusiasmo por volver a casa.
Cuando la doctora Singh se va, Joseph le pregunta si tiene un momento para una breve consulta en el pasillo. Deja la puerta entreabierta mientras le hace la pregunta. Ella sonríe.
—Sí, señor Jonas, no hay problema.
Él sonríe y vuelve a la habitación más feliz.
—¿De qué iba eso?
—De sexo —me dice dedicándome una sonrisa maliciosa.
Oh. Me ruborizo.
—¿Y?
—Estás en perfectas condiciones para eso. —Vuelve a sonreír.
¡Oh, Joseph!
—Tengo dolor de cabeza —le digo respondiéndole con otra sonrisa.
—Lo sé. Nos mantendremos al margen por un tiempo, pero quería estar seguro.
¿Al margen? Frunzo el ceño ante la punzada momentánea de decepción que siento. No estoy segura de querer que estemos al margen.
La enfermera Nora viene para quitarme el gotero. Atraviesa a Joseph con la mirada. Creo que, de todas las mujeres que he conocido, ella es una de las pocas que es inmune a sus encantos. Le doy las gracias cuando se va con el gotero.
—¿Quieres que te lleva a casa? —me pregunta Joseph.
—Quiero ver a Ray primero.
—Claro.
—¿Sabe lo del bebé?
—Creí que querrías contárselo tú. Tampoco se lo he contado a tu madre.
—Gracias. —Le sonrío, agradecida de que no me haya estropeado el momento de la revelación.
—Mi madre sí lo sabe —añade—. Vio tu historial. Se lo he dicho a mi padre, pero a nadie más. Mi madre dice que las parejas suelen esperar doce semanas más o menos… para estar seguros. —Se encoge de hombros.
—No sé si estoy lista para decírselo a Ray.
—Tengo que avisarte: está enfadadísimo. Me dijo que debía darte unos azotes.
¿Qué? Joseph ríe ante mi expresión asombrada.
—Le dije que estaría encantado de hacerlo.
—¡No! —digo con horror, aunque un eco de esa conversación en susurros vuelve lejanamente a mi memoria. Sí, Ray estuvo aquí mientras yo estaba inconsciente…
Me guiña un ojo.
—Taylor te ha traído ropa limpia. Te ayudaré a vestirte.
Como me ha dicho Joseph, Ray está furioso. Creo que no le he visto nunca así de enfadado. Joseph ha decidido, sabiamente, dejarnos solos. Aunque normalmente es un hombre taciturno, hoy Ray llena la habitación del hospital con su discurso, regañándome por mi conducta irresponsable. Vuelvo a tener doce años.
Oh, papá, por favor, cálmate. Tu tensión no está para estas cosas…
—Y he tenido que vérmelas con tu madre —gruñe agitando ambas manos, irritado.
—Papá, lo siento.
—¡Y el pobre Joseph! Nunca le había visto así. Ha envejecido. Los dos hemos envejecido unos cuantos años en los últimos dos días.
—Ray, lo siento.
—Tu madre está esperando que la llames —dice en un tono más moderado.
Le doy un beso en la mejilla y por fin abandona su diatriba.
—La llamaré. De verdad que lo siento. Pero gracias por enseñarme a disparar.
Durante un momento me mira con un orgullo paterno que no puede ocultar.
—Me alegro de que sepas disparar al blanco —dice con voz áspera—. Vete a casa y descansa.
—Te veo bien, papá. —Intento cambiar de tema.
—Tú estás pálida. —De repente su miedo es evidente. Su mirada es igual que la de Joseph anoche. Le cojo la mano.
—Estoy bien. Y prometo no volver a hacer nada parecido nunca más.
Me aprieta la mano y me atrae hacia él para darme un abrazo.
—Si te pasara algo… —susurra con la voz baja y ronca. Se le llenan los ojos de lágrimas. No estoy acostumbrada a las demostraciones de emoción por parte de mi padre.
—Papá, estoy bien. Nada que no pueda curar una ducha caliente.
Salimos por la puerta de atrás del hospital para evitar a los paparazzi que están en la entrada. Taylor nos lleva hasta el todoterreno que nos espera.
Joseph está muy callado mientras Sawyer nos lleva a casa. Yo evito la mirada de Sawyer por el retrovisor, avergonzada porque la última vez que lo vi fue cuando le di esquinazo en el banco. Llamo a mi madre, que llora y llora. Necesito casi todo el viaje hasta casa para calmarla, pero al fin lo consigo prometiéndole que iré a verla pronto. Durante toda la conversación con ella Joseph me coge de la mano y me acaricia los nudillos con el pulgar. Está nervioso… Ha sucedido algo.
—¿Qué ocurre? —le pregunto cuando consigo librarme de mi madre.
—Welch quiere verme.
—¿Welch? ¿Por qué?
—Ha encontrado algo sobre ese cabrón de Hyde. —Los labios de Joseph se crispan y un destello de miedo cruza su cara—. No ha querido decírmelo por teléfono.
—Oh.
—Va a venir esta tarde desde Detroit.
—¿Crees que ha encontrado una conexión?
Joseph asiente.
—¿Qué crees que es?
—No tengo ni idea. —Arruga la frente, perplejo.
Taylor entra en el garaje del Escala y se detiene junto al ascensor para que salgamos antes de ir a aparcar. En el garaje podemos evitar la atención de los fotógrafos que hay afuera. Joseph me ayuda a salir del coche y, manteniéndome un brazo alrededor de la cintura, me lleva hasta el ascensor que espera.
—¿Contenta de volver a casa? —me pregunta.
—Sí —susurro. Pero cuando me veo de pie en el ambiente familiar del ascensor, la enormidad de todo por lo que he pasado cae con todo su peso sobre mí y empiezo a temblar.
—Vamos… —Joseph me envuelve con sus brazos y me atrae hacia él—. Estás en casa. Estás a salvo —me dice dándome un beso en el pelo.
—Oh, Joseph. —Un dique que ni siquiera sabía que estaba ahí estalla y empiezo a sollozar.
—Tranquila —me susurra Joseph, acunando mi cabeza contra su pecho.
Pero ya es demasiado tarde. Sollozo contra su camiseta, abrumada, recordando el malvado ataque de Jack, «¡Esto es por lo de Seattle Independent Publishing, zorra!», el momento en que me vi obligada a decirle a Joseph que le dejaba, «¿Vas a dejarme? », y el miedo, el terror que me atenazaba las entrañas por Mia, por mí y por mi pequeño Bip.
Cuando las puertas del ascensor se abren, Joseph me coge en brazos como a una niña y me lleva hasta el vestíbulo. Le rodeo el cuello con los brazos y me pego a él gimiendo muy bajo. Me lleva hasta nuestro baño y me deja con cuidado en la silla.
—¿Un baño? —me pregunta.
Niego con la cabeza. No… No… No como Leila.
—¿Y una ducha? —Tiene la voz ahogada por la preocupación.
Asiento entre lágrimas. Quiero quitarme todo lo malo de los últimos días, que se vayan con el agua los recuerdos del ataque de Jack. «Zorra cazafortunas. » Sollozo cubriéndome la cara con las manos mientras el sonido del agua que sale de la ducha resuena contra las paredes.
—Vamos… —me arrulla Joseph con voz suave. Se arrodilla delante de mí, me aparta las manos de las mejillas llenas de lágrimas y me rodea la cara con las suyas. Le miro y parpadeo para apartar las lágrimas—. Estás a salvo. Los dos están a salvo —susurra.
Bip y yo. Los ojos se me llenan de lágrimas otra vez.
—Basta ya. No puedo soportar verte llorar. —Tiene la voz ronca. Me limpia las mejillas con los pulgares, pero las lágrimas siguen cayendo.
—Lo siento, Joseph. Lo siento mucho por todo. Por preocuparte, por arriesgarlo todo… Por las cosas que dije.
—Calla, nena, por favor. —Me da un beso en la frente—. Yo soy quien lo siente. Hacen falta dos para discutir, ______. —Me dedica una media sonrisa—. Bueno, eso es lo que siempre dice mi madre. Dije e hice cosas de las que no estoy orgulloso. —Sus ojos ambarinos se ven sombríos pero arrepentidos—. Vamos a quitarte la ropa —dice con voz suave. Me limpio la nariz con el dorso de la mano y él me da otro beso en la frente.
Me desnuda con eficiencia, teniendo especial cuidado al quitarme la camiseta por la cabeza. Aunque la cabeza no me duele mucho. Me ayuda a entrar en la ducha y se quita la ropa en un tiempo récord antes de meterse bajo la agradable agua caliente conmigo. Me atrae hacia sus brazos y me abraza durante mucho rato mientras el agua cae sobre nosotros, relajándonos.
Deja que llore contra su pecho. De vez en cuando me besa el pelo, pero no me suelta y me acuna suavemente bajo el agua caliente. Siento su piel contra la mía, el vello de su pecho contra mi mejilla… Es el hombre que tanto amo, el hombre guapísimo que duda de sí mismo y que he estado a punto de perder por mi imprudencia. Siento dolor y vacío al pensarlo, pero estoy agradecida de que siga aquí, todavía aquí a pesar de todo lo que ha pasado.
Todavía tiene que darme algunas explicaciones, pero ahora quiero disfrutar de esos brazos reconfortantes y protectores con los que me rodea. Y en ese momento tomo conciencia de una cosa: cualquier explicación tiene que salir de él. No puedo presionarle; tiene que querer decírmelo. No quiero ser la esposa pesada que está siempre intentando sacarle información a su marido. Es agotador. Sé que me ama. Sé que me ama más de lo que ha amado nunca a nadie, y por ahora eso es suficiente. Saberlo es liberador. Dejo de llorar y me aparto un poco.
—¿Mejor? —me pregunta.
Asiento.
—Bien. Déjame verte —me dice, y durante un instante no sé a qué se refiere, pero veo que me coge la mano y me examina el brazo sobre el que caí cuando Jack me golpeó. Tengo hematomas en el hombro y arañazos en el codo y la muñeca. Me da un beso en todos ellos. Coge una esponja y el gel de la estantería y de repente el dulce olor familiar del jazmín me llena la nariz—. Vuélvete.
Muy lentamente me va lavando el brazo herido, después el cuello, los hombros, la espalda y el otro brazo. Me gira hacia un lado y me recorre con sus dedos largos el costado. Hago una mueca de dolor cuando pasan sobre el gran hematoma que tengo en la cadera. Los ojos de Joseph se endurecen y frunce los labios. Su ira es palpable y suelta el aire con los dientes apretados.
—No me duele —digo para tranquilizarle.
Sus ardientes ojos ambarinos se encuentran con los míos.
—Quiero matarle. Y casi lo hago —susurra críptico. Frunzo el ceño y me estremezco ante su expresión lúgubre. Echa más gel en la esponja y con una suavidad tierna y casi dolorosa me va lavando el costado, el trasero y después se arrodilla para bajar por las piernas. Se detiene para examinarme la rodilla y me roza el hematoma con los labios antes de seguir lavándome las piernas y los pies. Extiendo la mano y le acaricio la cabeza, pasándole los dedos entre el pelo húmedo. Se pone de pie y recorre con los dedos el borde del hematoma de las costillas, donde Hyde me dio la patada—. Oh, nena —gruñe con la voz llena de angustia y los ojos oscuros por la furia.
—Estoy bien. —Acerco su cara a la mía y le beso en los labios. Duda a la hora de responderme, pero cuando mi lengua se encuentra con la suya, su cuerpo se revuelve contra el mío.
—No —susurra contra mis labios y se aparta—. Voy a lavarte para que quedes limpia.
Su expresión es seria. Maldita sea… Lo dice en serio. Hago un mohín y el ambiente entre nosotros se relaja un instante. Me sonríe y me da un beso breve.
—Limpia —repite—. No sucia.
—Me gusta más sucia.
—A mí también, señora Jonas. Pero ahora no, aquí no. —Coge el champú y antes de que pueda persuadirle de otra cosa, empieza a lavarme el pelo.
También me gusta estar limpia, la verdad. Me siento fresca y revitalizada y no sé si es por la ducha, por el llanto o por la decisión de dejar de agobiar a Joseph. Él me envuelve en una toalla grande y se rodea la cadera con otra mientras yo me seco el pelo con cuidado. Me duele la cabeza, pero es un dolor sordo y persistente que se puede soportar. La doctora Singh me ha dado más analgésicos, pero me ha dicho que no me los tome a no ser que sea absolutamente necesario.
Mientras me seco el pelo, pienso en Elizabeth.
—Sigo sin entender por qué Elizabeth estaba involucrada con Jack.
—Yo sí —murmura Joseph con mal humor.
Eso es nuevo para mí. Le miro con el ceño fruncido, pero me distrae. Se está secando el pelo con una toalla y tiene el pecho y los hombros todavía húmedos con gotas de agua que brillan bajo los halógenos. Para un momento y me sonríe.
—¿Disfrutando de la vista?
—¿Cómo lo sabes? —le pregunto intentando ignorar que me ha pillado mirándole fijamente.
—¿Que te gusta la vista? —bromea.
—No —digo con el ceño fruncido—. Lo de Elizabeth.
—El detective Clark lo dejó caer.
Le miro con una expresión que dice «cuéntamelo». Vuelve a la superficie otro molesto recuerdo de cuando estaba inconsciente. Clark estuvo en mi habitación. Ojalá me acordara de lo que dijo.
—Hyde tenía vídeos. Vídeos de todas, en varias memorias USB.
¿Qué? Frunzo tanto el ceño que empieza a tirarme la piel de la frente.
—Vídeos de él follando con ella y con todas sus ayudantes.
¡Oh!
—Exacto. Las chantajeaba con ese material. Y le gusta el sexo duro. —Joseph frunce el ceño y veo que por su cara cruza la confusión y después el asco. Palidece cuando ese asco se convierte en odio por sí mismo. Claro… A Joseph también le gusta el sexo duro.
—No. —La palabra sale de mi boca antes de que pueda detenerla.
Su ceño se hace más profundo.
—¿No qué? —Se queda parado y me mira con aprensión.
—Tú no te pareces en nada a él.
Los ojos de Joseph se endurecen pero no dice nada, lo que me confirma que eso era exactamente lo que estaba pensando.
—No eres como él —digo con voz firme.
—Estamos cortados por el mismo patrón.
—No, no es cierto —respondo, aunque entiendo por qué lo piensa.
Recuerdo la información que Joseph nos contó cuando íbamos a Aspen en el avión: «Su padre murió en una pelea en un bar. Su madre se ahogó en alcohol para olvidar. De pequeño no hizo más que entrar y salir de casas de acogida… Y meterse en problemas. Sobre todo robos de coches. Pasó un tiempo en un centro de menores».
—Los dos tienen un pasado problemático y los dos nacieron en Detroit, eso es todo, Joseph. —Cierro las manos para convertirlas en puños y las apoyo en las caderas.
—______, tu fe en mí es conmovedora teniendo en cuenta lo que ha pasado en los últimos días. Sabremos más cuando venga Welch —dice para zanjar el tema.
—Joseph…
Me detiene con un beso.
—Basta —me dice, y yo recuerdo que acabo de prometerme a mí misma que no le iba a presionar para que me dé información—. Y no me hagas un mohín —añade—. Vamos. Deja que te seque el pelo.
Y sé que con eso el tema está zanjado.
Después de vestirme con pantalones de chándal y una camiseta, me siento entre las piernas de Joseph mientras me seca el pelo.
—¿Te dijo Clark algo más mientras yo estaba inconsciente?
—No que yo recuerde.
—Oí alguna de tus conversaciones.
Deja de cepillarme el pelo.
—¿Ah, sí? —me pregunta en un tono despreocupado.
—Sí, con mi padre, con tu padre, con el detective Clark… Y con tu madre.
—¿Y con Kate?
—¿Kate estuvo allí?
—Sí, brevemente. Está furiosa contigo.
Me giro en su regazo.
—Deja ya ese rollo de «todo el mundo está enfadado contigo, ______», ¿de acuerdo?
—Solo te digo la verdad —responde Joseph, divertido por mi arrebato.
—Sí, fue algo imprudente, pero ya lo sabes, tu hermana estaba en peligro.
Su expresión se vuelve seria.
—Sí, cierto. —Apaga el secador y lo deja en la cama a su lado. Me coge la barbilla—. Gracias —me dice sorprendiéndome—. Pero ni una sola imprudencia más. La próxima vez te azotaré hasta que ya no lo puedas soportar más.
Doy un respingo.
—¡No te atreverás!
—Sí me atreveré. —Está serio. Madre mía. Muy serio—. Y tengo el permiso de tu padrastro. —Sonríe burlón. Está bromeando. ¿O no? Me lanzo contra él y él se gira, así que ambos caemos sobre la cama, yo entre sus brazos. Cuando aterrizamos siento el dolor de las costillas y hago una mueca.
Joseph se queda pálido.
—¡Haz el favor de comportarte! —me reprende y veo que por un momento está enfadado.
—Lo siento —murmuro acariciándole la mejilla.
Me acaricia la mano con la nariz y le da un beso suave.
—______, es que nunca te preocupas por tu propia seguridad. —Me levanta un poco el dobladillo de la camiseta y coloca los dedos sobre mi vientre. Yo dejo de respirar—. Y ahora ya no se trata solo de ti —susurra, y recorre con las yemas de los dedos la cintura de los pantalones del chándal, acariciándome la piel. El deseo explota en mi sangre, inesperado, caliente y fuerte. Doy un respingo y Joseph se pone tenso, detiene el movimiento de sus dedos y me mira. Sube la mano y me coloca un mechón de pelo tras la oreja—. No —susurra.
¿Qué?
—No me mires así. He visto los hematomas. Y la respuesta es no. —Su voz es firme y me da un beso en la frente.
Me retuerzo.
—Joseph —gimoteo.
—No. A la cama —me ordena y se sienta.
—¿A la cama?
—Necesitas descansar.
—Te necesito a ti.
Cierra los ojos y niega con la cabeza, como si le estuviera costando un gran esfuerzo. Cuando vuelve a abrirlos, los ojos le brillan por la resolución.
—Haz lo que te he dicho, ______.
Estoy tentada de quitarme la ropa, pero recuerdo los hematomas y sé que así no conseguiré convencerle.
Asiento a regañadientes.
—Está bien —concedo, pero hago un mohín deliberadamente exagerado.
Él sonríe divertido.
—Te traeré algo de comer.
—¿Vas a cocinar tú? —No me lo puedo creer.
Se ríe.
—Voy a calentar algo. La señora Jones ha estado ocupada.
—Joseph, yo lo haré. Estoy bien. Si tengo ganas de sexo, seguro que puedo cocinar… —Me siento con dificultad, intentando ocultar el dolor que me provocan las costillas.
—¡A la cama! —Los ojos de Joseph centellean y señala la almohada.
—Ven conmigo —susurro deseando llevar algo más seductor que pantalones de chándal y una camiseta.
—______, métete en la cama. Ahora.
Le miro con el ceño fruncido, me levanto y dejo caer al suelo los pantalones de una forma muy poco ceremoniosa, sin dejar de mirarle todo el tiempo. Sus labios se curvan divertidos mientras aparta la colcha.
—Ya has oído a la doctora Singh. Ha dicho que descanses. —Su voz es más suave. Me meto en la cama y cruzo los brazos, frustrada—. Quédate ahí —dice. Está disfrutando de esto, es evidente.
Yo frunzo el ceño aún más.
El estofado de pollo de la señora Jones es, sin duda, uno de mis platos favoritos. Joseph come conmigo, sentado con las piernas cruzadas en medio de la cama.
—Lo has calentado muy bien —le digo con una sonrisa burlona y él me la devuelve. Estoy llena y me está entrando sueño. ¿Sería ese su plan?
—Pareces cansada. —Me recoge la bandeja.
—Lo estoy.
—Bien. Duerme. —Me da un beso—. Tengo que hacer unas cosas de trabajo. Las haré aquí, si no te importa.
Asiento mientras libro una batalla perdida contra mis párpados. No tenía ni idea de que el estofado de pollo podía ser tan agotador.
Está oscureciendo cuando me despierto. Una luz rosa pálido inunda la habitación. Joseph está sentado en el sillón mirándome, con los ojos ambarinos iluminados por la luz. Tiene unos papeles en la mano y la cara cenicienta.
¡Oh, Dios mío!
—¿Qué ocurre? —le pregunto sentándome bruscamente e ignorando la protesta de mis costillas.
—Welch acaba de irse.
Oh, mierda…
—¿Y?
—Yo viví con ese cabrón —susurra.
—¿Que viviste? ¿Con Jack?
Asiente con los ojos como platos.
—¿Están emparentados?
—No, Dios mío, no.
Me giro, aparto la colcha y le invito a venir a la cama a mi lado. Para mi sorpresa, no lo duda un segundo. Se quita los zapatos y se mete en la cama junto a mí. Rodeándome con un brazo se acurruca y apoya la cabeza en mi regazo. Estoy asombrada. ¿Qué es esto?
—No lo entiendo —murmuro acariciándole el pelo y mirándole. Joseph cierra los ojos y arruga la frente, como si se esforzara por recordar.
—Después de que me encontraran con la puta adicta al crack y antes de irme a vivir con Carrick y Grace, estuve un tiempo bajo la custodia del estado de Michigan. Viví en una casa de acogida. Pero no recuerdo nada de entonces.
La mente me va a mil por hora. ¿Una casa de acogida? Eso es nuevo para los dos.
—¿Cuánto tiempo? —le susurro.
—Dos meses o así. Yo no recuerdo nada.
—¿Has hablado con tu madre y con tu padre de ello?
—No.
—Tal vez deberías. Quizá ellos podrían ayudarte con esas lagunas.
Me abraza con fuerza.
—Mira. —Me pasa los papeles que tiene en la mano, que resultan ser dos fotografías. Estiro el brazo y enciendo la lamparilla para poder examinarlas con detalle. La primera es de una casa bastante antigua con una puerta principal amarilla y una gran ventana con un tejado a dos aguas. Tiene un porche y un pequeño patio delantero. Es una casa sin nada especial.
La segunda foto es de una familia, a primera vista una familia normal de clase media: un hombre con su esposa, diría yo, y sus hijos. Los dos adultos llevan unas vulgares camisetas azules que han soportado mucho lavados. Deben de tener unos cuarenta y tantos. La mujer tiene el pelo rubio recogido y el hombre lleva el pelo cortado a cepillo muy corto. Los dos sonríen cálidamente a la cámara. El hombre rodea con el brazo los hombros de una niña adolescente con expresión hosca. Observo a los niños: dos chicos, gemelos idénticos, de unos doce años, ambos con el pelo rubio y sonriendo ampliamente a la cámara. Hay otro niño más joven con el pelo rubio rojizo, que frunce el ceño. Y detrás de él, un niño pequeño con el pelo castaño y los ojos ambarinos muy abiertos, asustado, vestido con ropa desigual y agarrando una mantita de niño sucia.
Joder.
—Eres tú —susurro y noto el corazón en la garganta. Sé que Joseph tenía cuatro años cuando murió su madre. Pero ese niño parece más pequeño. Debió de sufrir una malnutrición grave. Reprimo un sollozo y noto que se me llenan los ojos de lágrimas. Oh, mi dulce Cincuenta…
Joseph asiente.
—Sí, soy yo.
—¿Welch te ha traído estas fotos?
—Sí. Yo no me acuerdo de nada de eso. —Su voz suena átona y sin vida.
—¿Que no recuerdas haber estado con unos padres de acogida? ¿Y por qué ibas a recordarlo? Joseph, fue hace mucho tiempo. ¿Eso es lo que te preocupa?
—Recuerdo otras cosas, de antes y de después. Cuando conocí a mi madre y a mi padre. Pero eso… Es como si hubiera un gran vacío.
Se me encoge el corazón cuando lo comprendo. Mi querido obseso del control necesita que todo esté en su lugar y ahora acaba de darse cuenta de que le falta una pieza del puzle.
—¿Jack está en esta foto?
—Sí, es el niño mayor.
Joseph tiene los ojos cerrados con fuerza y se agarra a mí como si fuera un salvavidas. Le paso los dedos por el pelo mientras estudio al niño más grande, que mira a la cámara desafiante y arrogante. Sí, es Jack, le reconozco. Pero solo es un niño, un niño triste de ocho o nueve años que intenta ocultar su miedo detrás de esa hostilidad. Algo vuelve a mi mente.
—Cuando Jack me llamó para decirme que tenía a Mia, me dijo que si las cosas hubieran sido diferentes podría haber sido él.
Joseph cierra otra vez los ojos y se estremece.
—¡Ese cabrón!
—¿Crees que ha hecho todo esto porque los Jonas te adoptaron a ti en vez de a él?
—¿Quién sabe? —El tono de Joseph es amargo—. Ese hombre me importa una mierda.
—Tal vez sabía que tú y yo salíamos cuando fui a hacer la entrevista de trabajo. Quizá planeó seducirme desde el principio.
Noto que la bilis se me sube a la garganta.
—No lo creo —susurra Joseph ya con los ojos abiertos—. Las búsquedas que hizo sobre mi familia no empezaron hasta más o menos una semana después de que empezaras a trabajar en Seattle Independent Publishing. Barney sabe las fechas exactas. Y, ______, se tiró a todas sus ayudantes. Y lo grabó. —Joseph cierra los ojos y me abraza más fuerte otra vez.
Reprimiendo el escalofrío que me recorre, intento recordar las conversaciones que tuve con Hyde cuando empecé en Seattle Independent Publishing. Desde el principio supe que ese hombre no era trigo limpio, pero ignoré mis instintos. Joseph tiene razón; no tengo ninguna consideración por mi propia seguridad. Recuerdo la pelea que tuvimos cuando le dije que me iba a Nueva York con Jack. Madre mía… Podría haber acabado en alguna sórdida cinta de contenido sexual. Solo pensarlo me dan náuseas. Y en ese momento recuerdo las fotos que Joseph guardaba de sus sumisas.
Oh, mierda. «Estamos cortados por el mismo patrón. » No, Joseph, tú no, no te pareces en nada a él. Sigue enroscado a mi lado como un niño.
—Joseph, creo que deberías hablar con tu madre y con tu padre. —No quiero moverle, así que me muevo yo y me voy metiendo más en la cama hasta que mis ojos quedan a la altura de los suyos.
Una mirada ámbar perpleja se encuentra con la mía y me recuerda al niño de la foto.
—Deja que les llame —susurro. Él niega con la cabeza—. Por favor —le suplico.
Joseph me mira con los ojos llenos de dolor y de dudas mientras reflexiona sobre lo que le digo. ¡Oh, Joseph, por favor!
—Yo les llamaré —dice al fin.
—Bien. Podemos ir a verles juntos o puedes ir tú solo, como prefieras.
—No, que vengan aquí.
—¿Por qué?
—No quiero que tú vayas a ninguna parte.
—Joseph, creo que podré soportar un viaje en coche.
—No. —Su voz es firme, pero me dedica una sonrisa irónica—. De todas formas es sábado por la noche; seguro que están en alguna función.
—Llámales. Estas noticias te han alterado. Tal vez ellos puedan arrojar algo de luz sobre el tema. —Miro el reloj despertador. Son casi las siete de la tarde. Me observa impasible durante un momento.
—Está bien —dice como si acabara de proponerle un desafío. Se sienta y coge el teléfono que hay en la mesita.
Le rodeo con un brazo y apoyo la cabeza en su pecho mientras hace la llamada.
—¿Papá? —Noto su sorpresa cuando Carrick coge el teléfono—. ______ está bien. Estamos en casa. Welch acaba de irse. Ha encontrado la conexión… Es la casa de acogida en Detroit… Yo no me acuerdo de nada de eso. —La voz de Joseph es apenas audible cuando dice esa última frase. Se me vuelve a encoger el corazón. Le abrazo y él me aprieta un poco el hombro—. Sí… ¿Lo haríais? … Genial. —Cuelga—. Vienen para acá. —Suena sorprendido y me doy cuenta de que probablemente nunca antes ha pedido ayuda.
—Bien. Debería vestirme.
El brazo de Joseph se aprieta a mi alrededor.
—No te vayas.
—Está bien.
Me acurruco a su lado otra vez, sorprendida por el hecho de que acaba de contarme muchas cosas sobre él… Y de una forma completamente voluntaria.
Estamos de pie en el umbral del salón. Grace me abraza con cuidado.
—______, ______, querida ______ —susurra—. Has salvado a dos de mis hijos. ¿Cómo voy a poder darte las gracias?
Me ruborizo, conmovida y avergonzada por igual por sus palabras. Carrick me abraza también y me da un beso en la frente.
Después me abraza Mia, aplastándome las costillas. Hago un gesto de dolor y doy un respingo, pero ella no se da cuenta.
—Gracias por salvarme de esos dos desgraciados.
Joseph la mira frunciendo el ceño.
—¡Mia! ¡Cuidado! Le duele…
—¡Oh! Lo siento.
—Estoy bien —murmuro, aliviada de que me haya soltado.
Parece estar bien. Va impecablemente vestida con unos vaqueros negros ajustados y una blusa de volantes rosa pálido. Me alegro de llevar un cómodo vestido atado a la cintura y unos zapatos planos. Al menos estoy razonablemente presentable.
Corre hasta Joseph y le rodea la cintura con los brazos.
Sin decir nada, Joseph le pasa la foto a Grace. Ella da un respingo y se lleva la mano a la boca para contener la emoción porque reconoce instantáneamente a Joseph. Carrick le rodea los hombros con el brazo mientras él también mira la foto.
—Oh, cariño… —Grace le acaricia la mejilla a Joseph.
Aparece Taylor.
—¿Señor Jonas? Su hermano, la señorita Kavanagh y el hermano de la señorita Kavanagh están subiendo, señor.
Joseph frunce el ceño.
—Gracias, Taylor —murmura desconcertado.
—Yo llamé a Elliot y le dije que veníamos. —Mia sonríe—. Es una fiesta de bienvenida.
Miro compasiva a mi pobre marido mientras Grace y Carrick le lanzan una mirada a Mia, irritados.
—Será mejor que preparemos algo de comer —declaro—. Mia, ¿me ayudas?
—Oh, claro, encantada.
La llevo hacia la zona de la cocina y Joseph se lleva a sus padres al estudio.
A Kate está a punto de darle una apoplejía por culpa de su justa indignación. Su furia está dirigida en parte a mí y a Joseph, pero sobre todo a Jack y Elizabeth.
—Pero ¿en qué estabas pensando, ______? —me grita cuando se enfrenta a mí en la cocina, lo que provoca que todos los ojos se giren hacia nosotras y se nos queden mirando.
—Kate, por favor. ¡Ya me ha echado todo el mundo el mismo sermón! —replico. Ella me mira fijamente y por un momento creo que me va a someter a la charla de cómo no sucumbir a las demandas de los secuestradores de Katherine Kavanagh, pero solo se cruza de brazos.
—Dios mío… A veces no utilizas ese cerebro con el que naciste, Steele —me susurra. Me da un beso en la mejilla y veo que tiene los ojos llenos de lágrimas. ¡Oh, Kate!—. He estado tan preocupada por ti.
—No llores o empezaré yo también.
Ella se aparta y se enjuga las lágrimas, avergonzada. Después respira hondo y recupera la compostura.
—Hablando de algo más positivo, ya hemos decidido una fecha para nuestra boda. Hemos pensado en el próximo mayo. Y claro, quiero que seas mi dama de honor.
—Oh… Kate… Guau. ¡Felicidades!
Vaya… Pequeño Bip… ¡Junior!
—¿Qué pasa? —pregunta malinterpretando mi gesto de alarma.
—Mmm… Es solo que me alegro tanto por ti… Buenas noticias para variar. —La rodeo con los brazos y la atraigo hacia mí para abrazarla. Mierda, mierda, mierda. ¿Cuándo llegará Bip? Calculo mentalmente cuándo debería salir de cuentas. La doctora Greene me ha dicho que en cuatro o cinco semanas, así que… ¿algún día de mayo? Mierda.
Elliot me pasa una copa de champán.
Oh, mierda.
Joseph sale del estudio con la cara cenicienta y sigue a sus padres hasta el salón. Abre mucho los ojos cuando ve la copa en mi mano.
—Kate —la saluda fríamente.
—Joseph. —Ella es igual de fría. Suspiro.
—Señora Jonas, está tomando medicamentos —dice mirando la copa que tengo en la mano.
Entorno los ojos. Maldita sea. Quiero una copa. Grace sonríe y viene a la cocina conmigo, cogiendo una copa de manos de Elliot al pasar.
—Un sorbito no le va a hacer daño —susurra guiñándome el ojo con complicidad y levantando la copa para brindar conmigo. Joseph nos mira a las dos con el ceño fruncido hasta que Elliot le distrae con las últimas noticias sobre el partido entre los Mariners y los Rangers.
Carrick se une a nosotras y nos rodea con el brazo a ambas. Grace le da un beso en la mejilla antes de ir a sentarse con Mia en el sofá.
—¿Qué tal está? —le pregunto a Carrick en un susurro cuando él y yo nos quedamos solos de pie en la cocina, observando a la familia acomodarse en los sofás. Advierto con sorpresa que Mia y Ethan están cogidos de la mano.
—Impresionado —contesta Carrick, arrugando la frente y con cara seria—. Recuerda tantas cosas de su vida con su madre biológica… Ojalá no recordara tantas. Pero eso… —Se detiene—. Espero que hayamos podido ayudarle. Me alegro de que nos llamara. Ha dicho que ha sido sugerencia tuya. —La mirada de Carrick se suaviza. Me encojo de hombros y tomo un breve sorbo de champán—. Eres muy buena para él. Normalmente no escucha a nadie.
Frunzo el ceño. No creo que eso sea cierto. El espectro de la bruja aparece inoportunamente y su sombra es alargada en mi mente. Y sé que Joseph habla con Grace, también. Le he oído. Vuelvo a sentir frustración al intentar recordar su conversación en el hospital, que sigue escapándose entre mis dedos cuando intento agarrarla.
—Vamos a sentarnos, ______. Pareces cansada. Estoy seguro de que no esperabas que apareciéramos todos aquí esta noche.
—Me alegro de veros a todos. —Sonrío. Es cierto, me alegro. Soy una hija única que se ha casado con una familia grande y gregaria, y eso me encanta. Me acurruco al lado de Joseph.
—Un sorbo —me dice entre dientes, y me quita la copa de la mano.
—Sí, señor. —Aleteo las pestañas y eso le desarma completamente. Me rodea los hombros con el brazo y vuelve a su conversación sobre béisbol con Elliot y Ethan.
—Mis padres creen que eres milagrosa —me dice Joseph mientras se quita la camiseta.
Estoy hecha un ovillo en la cama, disfrutando del espectáculo.
—Por lo menos tú sabes que no es verdad. —Río entre dientes.
—Oh, yo no sé nada. —Se quita los vaqueros.
—¿Han podido ayudarte a rellenar las lagunas?
—Algunas. Viví con los Collier durante dos meses mientras mi madre y mi padre esperaban el papeleo. Ya les habían aprobado para la adopción gracias a Elliot, pero la ley obliga a esperar para asegurarse de que no hay ningún pariente vivo que quiera reclamar la custodia.
—¿Y cómo te hace sentir eso? —le susurro.
Frunce el ceño.
—¿No tener parientes vivos? Me importa una mierda. Si se parecían a la puta adicta al crack… —Niega con la cabeza con asco.
¡Oh, Joseph! Eras un niño y querías a tu madre.
Se pone el pantalón del pijama, se mete en la cama y me atrae hacia sus brazos.
—Empiezo a recordar. Recuerdo la comida. La señora Collier cocinaba bien. Y al menos ahora sabemos por qué ese cabrón estaba tan obsesionado con mi familia. —Se pasa la mano libre por el pelo—. ¡Joder! —exclama y se gira de repente para mirarme.
—¿Qué?
—¡Ahora tiene sentido! —Tiene la mirada llena de comprensión.
—¿Qué?
—Pajarillo. La señora Collier solía llamarme «pajarillo».
Frunzo el ceño.
—¿Y eso tiene sentido?
—La nota —me dice mirándome—. La nota de rescate que tenía ese cabrón de Hyde. Decía algo así como: «¿Sabes quién soy? Porque yo sé quién eres, pajarillo».
Para mí no tiene ningún sentido.
—Es de un libro infantil. Dios mío. Los Collier lo tenían. Se llamaba… ¿Eres tú mi mamá? Mierda. —Abre mucho los ojos—. Me encantaba ese libro.
Oh. Conozco ese libro. Se me encoje el corazón. ¡Cincuenta!
—La señora Collier me lo leía.
No sé qué decir.
—Dios mío. Lo sabía… Ese cabrón lo sabía.
—¿Se lo vas a decir a la policía?
—Sí, se lo diré. Aunque solo Dios sabe lo que va a hacer Clark con esa información. —Joseph sacude la cabeza como si intentara aclarar sus pensamientos—. De todas formas, gracias por lo de esta noche.
Guau, cambio de marcha.
—¿Por qué?
—Por reunir a mi familia en un abrir y cerrar de ojos.
—No me des las gracias a mí, dáselas a Mia. Y a la señora Jones, por tener siempre llena la despensa.
Niega con la cabeza como si estuviera irritado. ¿Conmigo? ¿Por qué?
—¿Qué tal se siente, señora Jonas?
—Bien. ¿Y tú?
—Estoy bien. —Frunce el ceño porque no comprende mi preocupación.
Oh, en ese caso… Le rozo el estómago con los dedos y sigo por el vello que baja desde su ombligo.
Ríe y me agarra la mano.
—Oh, no. Ni se te ocurra.
Hago un mohín y él suspira.
—______, ______, ______, ¿qué voy a hacer contigo? —Me da un beso en el pelo.
—A mí se me ocurren unas cuantas cosas.
Me retuerzo a su lado y hago una mueca cuando el dolor de mis costillas se expande por todo mi torso.
—Nena, has pasado por muchas cosas. Además, te voy a contar un cuento para dormir.
¿Ah, sí?
—Querías saberlo… —Deja la frase sin terminar, cierra los ojos y traga saliva.
Se me pone de punta todo el vello del cuerpo. Mierda.
Empieza a contar con voz suave.
—Imagínate esto. Un chico adolescente que quiere ganarse un dinerillo para poder continuar con una afición secreta: la bebida. —Se gira hacia un lado para que quedemos el uno frente al otro y me mira a los ojos—. Estaba en el patio de los Lincoln, limpiando los escombros y la basura tras la ampliación que el señor Lincoln acababa de hacerle a su casa…
Oh, madre mía… Me lo va a contar.
Trago saliva como reacción a su mirada ardiente y vuelvo a mi posición anterior en la cama, intentando no enredarme con la vía. Él vuelve a poner la bandeja delante de mí. La avena se ha enfriado, pero las tortitas, que estaban tapadas, están bien, de hecho, mejor que bien: están deliciosas.
—¿Sabes? —murmuro entre bocados—. Bip podría ser una niña.
Joseph se pasa una mano por el pelo.
—Dos mujeres, ¿eh? —La alarma cruza su cara y la mirada oscura desaparece.
Oh, vaya.
—¿Tienes alguna preferencia?
—¿Preferencia?
—Niño o niña.
Frunce el ceño.
—Con que esté sano es suficiente —me dice en voz baja, claramente desconcertado por la pregunta—. Come —repite y veo que está intentando evitar el tema.
—Estoy comiendo, estoy comiendo… No te pongas así, Jonas.
Le observo atentamente. Tiene las comisuras de los ojos arrugadas por la preocupación. Ha dicho que lo intentará, pero sé que está aterrorizado con lo del bebé. Oh, Joseph, yo también. Se sienta en el sillón a mi lado y coge el Seattle Times.
—Ha vuelto a salir en los periódicos, señora Jonas —dice con amargura.
—¿Otra vez?
—Estos periodistas han montado todo un espectáculo a partir de la historia, pero por lo menos los hechos son bastante precisos. ¿Quieres leerlo?
Niego con la cabeza.
—Léemelo tú. Estoy comiendo.
Sonríe burlón y me lee el artículo en voz alta. Es una crónica sobre Jack y Elizabeth, que los describe como si fueran los modernos Bonnie y Clyde. Habla brevemente del rapto de Mia, de mi implicación en su rescate y del hecho de que Jack y yo estamos en el mismo hospital. ¿Cómo consigue la prensa toda esa información? Tengo que preguntárselo a Kate.
Cuando Joseph acaba, le digo:
—Léeme algo más, por favor. Me gusta escucharte.
Él obedece y me lee un artículo sobre el boom del negocio de los bagel y otro sobre que Boeing ha tenido que cancelar el lanzamiento de un modelo de avión. Joseph frunce el ceño mientras lee, pero al escuchar su relajante voz mientras como, sabiendo que estoy bien, que Mia está segura y que mi pequeño Bip también, siento una enorme paz a pesar de todo lo que ha pasado en los últimos días.
Entiendo que Joseph esté asustado por lo del bebé, pero no puedo comprender la profundidad de su miedo. Decido que tengo que hablar más de esto con él. Intentaré tranquilizar su mente. Lo que más me sorprende es que no le han faltado modelos positivos de comportamiento en lo que a padres se refiere. Tanto Grace como Carrick son padres ejemplares, o eso parecen. Tal vez la interferencia de la bruja le haya hecho demasiado daño. Pero lo cierto es que creo que todo tiene que ver con su madre biológica, aunque estoy segura de que lo de la señora Robinson no ayuda. Mis pensamientos se detienen porque casi recuerdo una conversación susurrada. ¡Maldita sea! Está en el borde de mi memoria; se produjo cuando estaba inconsciente. Joseph hablaba con Grace. Pero las palabras se funden entre las sombras de mi mente. Oh, es frustrante.
Me pregunto si Joseph me dirá alguna vez por su propia voluntad la razón por la que fue a verla o tendré que presionarle. Estoy a punto de preguntarle cuando oigo que llaman a la puerta.
El detective Clark entra en la habitación casi disculpándose. Se me cae el alma a los pies al verle, así que hace bien en disculparse de antemano.
—Señor Jonas. Señora Jonas. ¿Interrumpo?
—Sí —responde Joseph.
Clark le ignora.
—Me alegro de que esté despierta, señora Jonas. Necesito hacerle unas preguntas sobre el jueves por la tarde. Solo rutina. ¿Es este un buen momento?
—Claro —murmuro, aunque no quiero revivir los acontecimientos del jueves.
—Mi esposa debería descansar —dice Joseph molesto.
—Seré breve, señor Jonas. Y además, esto significa que estaré fuera de sus vidas más bien antes que después.
Joseph se levanta y le ofrece el asiento a Clark. Luego viene a sentarse a la cama conmigo, me da la mano y me la aprieta un poco para tranquilizarme.
Media hora después, Clark ha acabado. No me ha dicho nada nuevo y yo simplemente le he contado los acontecimientos del jueves con una voz vacilante pero tranquila. Joseph se ha puesto pálido y ha hecho muecas en algunas partes de mi relato.
—Ojala hubieras apuntado más arriba —murmura Joseph.
—Le habría hecho un favor al sexo femenino, señora Jonas —le apoya Clark.
¿Qué?
—Gracias, señora Jonas. Es todo por ahora.
—No van a dejarle salir otra vez, ¿verdad?
—No creo que consiga la fianza esta vez, señora.
—¿Podemos saber quién pagó la fianza? —pregunta Joseph.
—No, señor. Es confidencial.
Joseph frunce el ceño, pero creo que tiene sus sospechas. Clark se levanta para irse justo cuando la doctora Singh y dos residentes entran en la habitación.
Después de un exhaustivo examen, la doctora Singh declara que estoy lo bastante bien para irme a casa. Joseph suspira de alivio.
—Señora Jonas, tendrá que estar atenta a cualquier empeoramiento de los dolores de cabeza o la aparición de visión borrosa. Si ocurriera eso, debe volver al hospital inmediatamente.
Asiento intentando contener mi entusiasmo por volver a casa.
Cuando la doctora Singh se va, Joseph le pregunta si tiene un momento para una breve consulta en el pasillo. Deja la puerta entreabierta mientras le hace la pregunta. Ella sonríe.
—Sí, señor Jonas, no hay problema.
Él sonríe y vuelve a la habitación más feliz.
—¿De qué iba eso?
—De sexo —me dice dedicándome una sonrisa maliciosa.
Oh. Me ruborizo.
—¿Y?
—Estás en perfectas condiciones para eso. —Vuelve a sonreír.
¡Oh, Joseph!
—Tengo dolor de cabeza —le digo respondiéndole con otra sonrisa.
—Lo sé. Nos mantendremos al margen por un tiempo, pero quería estar seguro.
¿Al margen? Frunzo el ceño ante la punzada momentánea de decepción que siento. No estoy segura de querer que estemos al margen.
La enfermera Nora viene para quitarme el gotero. Atraviesa a Joseph con la mirada. Creo que, de todas las mujeres que he conocido, ella es una de las pocas que es inmune a sus encantos. Le doy las gracias cuando se va con el gotero.
—¿Quieres que te lleva a casa? —me pregunta Joseph.
—Quiero ver a Ray primero.
—Claro.
—¿Sabe lo del bebé?
—Creí que querrías contárselo tú. Tampoco se lo he contado a tu madre.
—Gracias. —Le sonrío, agradecida de que no me haya estropeado el momento de la revelación.
—Mi madre sí lo sabe —añade—. Vio tu historial. Se lo he dicho a mi padre, pero a nadie más. Mi madre dice que las parejas suelen esperar doce semanas más o menos… para estar seguros. —Se encoge de hombros.
—No sé si estoy lista para decírselo a Ray.
—Tengo que avisarte: está enfadadísimo. Me dijo que debía darte unos azotes.
¿Qué? Joseph ríe ante mi expresión asombrada.
—Le dije que estaría encantado de hacerlo.
—¡No! —digo con horror, aunque un eco de esa conversación en susurros vuelve lejanamente a mi memoria. Sí, Ray estuvo aquí mientras yo estaba inconsciente…
Me guiña un ojo.
—Taylor te ha traído ropa limpia. Te ayudaré a vestirte.
Como me ha dicho Joseph, Ray está furioso. Creo que no le he visto nunca así de enfadado. Joseph ha decidido, sabiamente, dejarnos solos. Aunque normalmente es un hombre taciturno, hoy Ray llena la habitación del hospital con su discurso, regañándome por mi conducta irresponsable. Vuelvo a tener doce años.
Oh, papá, por favor, cálmate. Tu tensión no está para estas cosas…
—Y he tenido que vérmelas con tu madre —gruñe agitando ambas manos, irritado.
—Papá, lo siento.
—¡Y el pobre Joseph! Nunca le había visto así. Ha envejecido. Los dos hemos envejecido unos cuantos años en los últimos dos días.
—Ray, lo siento.
—Tu madre está esperando que la llames —dice en un tono más moderado.
Le doy un beso en la mejilla y por fin abandona su diatriba.
—La llamaré. De verdad que lo siento. Pero gracias por enseñarme a disparar.
Durante un momento me mira con un orgullo paterno que no puede ocultar.
—Me alegro de que sepas disparar al blanco —dice con voz áspera—. Vete a casa y descansa.
—Te veo bien, papá. —Intento cambiar de tema.
—Tú estás pálida. —De repente su miedo es evidente. Su mirada es igual que la de Joseph anoche. Le cojo la mano.
—Estoy bien. Y prometo no volver a hacer nada parecido nunca más.
Me aprieta la mano y me atrae hacia él para darme un abrazo.
—Si te pasara algo… —susurra con la voz baja y ronca. Se le llenan los ojos de lágrimas. No estoy acostumbrada a las demostraciones de emoción por parte de mi padre.
—Papá, estoy bien. Nada que no pueda curar una ducha caliente.
Salimos por la puerta de atrás del hospital para evitar a los paparazzi que están en la entrada. Taylor nos lleva hasta el todoterreno que nos espera.
Joseph está muy callado mientras Sawyer nos lleva a casa. Yo evito la mirada de Sawyer por el retrovisor, avergonzada porque la última vez que lo vi fue cuando le di esquinazo en el banco. Llamo a mi madre, que llora y llora. Necesito casi todo el viaje hasta casa para calmarla, pero al fin lo consigo prometiéndole que iré a verla pronto. Durante toda la conversación con ella Joseph me coge de la mano y me acaricia los nudillos con el pulgar. Está nervioso… Ha sucedido algo.
—¿Qué ocurre? —le pregunto cuando consigo librarme de mi madre.
—Welch quiere verme.
—¿Welch? ¿Por qué?
—Ha encontrado algo sobre ese cabrón de Hyde. —Los labios de Joseph se crispan y un destello de miedo cruza su cara—. No ha querido decírmelo por teléfono.
—Oh.
—Va a venir esta tarde desde Detroit.
—¿Crees que ha encontrado una conexión?
Joseph asiente.
—¿Qué crees que es?
—No tengo ni idea. —Arruga la frente, perplejo.
Taylor entra en el garaje del Escala y se detiene junto al ascensor para que salgamos antes de ir a aparcar. En el garaje podemos evitar la atención de los fotógrafos que hay afuera. Joseph me ayuda a salir del coche y, manteniéndome un brazo alrededor de la cintura, me lleva hasta el ascensor que espera.
—¿Contenta de volver a casa? —me pregunta.
—Sí —susurro. Pero cuando me veo de pie en el ambiente familiar del ascensor, la enormidad de todo por lo que he pasado cae con todo su peso sobre mí y empiezo a temblar.
—Vamos… —Joseph me envuelve con sus brazos y me atrae hacia él—. Estás en casa. Estás a salvo —me dice dándome un beso en el pelo.
—Oh, Joseph. —Un dique que ni siquiera sabía que estaba ahí estalla y empiezo a sollozar.
—Tranquila —me susurra Joseph, acunando mi cabeza contra su pecho.
Pero ya es demasiado tarde. Sollozo contra su camiseta, abrumada, recordando el malvado ataque de Jack, «¡Esto es por lo de Seattle Independent Publishing, zorra!», el momento en que me vi obligada a decirle a Joseph que le dejaba, «¿Vas a dejarme? », y el miedo, el terror que me atenazaba las entrañas por Mia, por mí y por mi pequeño Bip.
Cuando las puertas del ascensor se abren, Joseph me coge en brazos como a una niña y me lleva hasta el vestíbulo. Le rodeo el cuello con los brazos y me pego a él gimiendo muy bajo. Me lleva hasta nuestro baño y me deja con cuidado en la silla.
—¿Un baño? —me pregunta.
Niego con la cabeza. No… No… No como Leila.
—¿Y una ducha? —Tiene la voz ahogada por la preocupación.
Asiento entre lágrimas. Quiero quitarme todo lo malo de los últimos días, que se vayan con el agua los recuerdos del ataque de Jack. «Zorra cazafortunas. » Sollozo cubriéndome la cara con las manos mientras el sonido del agua que sale de la ducha resuena contra las paredes.
—Vamos… —me arrulla Joseph con voz suave. Se arrodilla delante de mí, me aparta las manos de las mejillas llenas de lágrimas y me rodea la cara con las suyas. Le miro y parpadeo para apartar las lágrimas—. Estás a salvo. Los dos están a salvo —susurra.
Bip y yo. Los ojos se me llenan de lágrimas otra vez.
—Basta ya. No puedo soportar verte llorar. —Tiene la voz ronca. Me limpia las mejillas con los pulgares, pero las lágrimas siguen cayendo.
—Lo siento, Joseph. Lo siento mucho por todo. Por preocuparte, por arriesgarlo todo… Por las cosas que dije.
—Calla, nena, por favor. —Me da un beso en la frente—. Yo soy quien lo siente. Hacen falta dos para discutir, ______. —Me dedica una media sonrisa—. Bueno, eso es lo que siempre dice mi madre. Dije e hice cosas de las que no estoy orgulloso. —Sus ojos ambarinos se ven sombríos pero arrepentidos—. Vamos a quitarte la ropa —dice con voz suave. Me limpio la nariz con el dorso de la mano y él me da otro beso en la frente.
Me desnuda con eficiencia, teniendo especial cuidado al quitarme la camiseta por la cabeza. Aunque la cabeza no me duele mucho. Me ayuda a entrar en la ducha y se quita la ropa en un tiempo récord antes de meterse bajo la agradable agua caliente conmigo. Me atrae hacia sus brazos y me abraza durante mucho rato mientras el agua cae sobre nosotros, relajándonos.
Deja que llore contra su pecho. De vez en cuando me besa el pelo, pero no me suelta y me acuna suavemente bajo el agua caliente. Siento su piel contra la mía, el vello de su pecho contra mi mejilla… Es el hombre que tanto amo, el hombre guapísimo que duda de sí mismo y que he estado a punto de perder por mi imprudencia. Siento dolor y vacío al pensarlo, pero estoy agradecida de que siga aquí, todavía aquí a pesar de todo lo que ha pasado.
Todavía tiene que darme algunas explicaciones, pero ahora quiero disfrutar de esos brazos reconfortantes y protectores con los que me rodea. Y en ese momento tomo conciencia de una cosa: cualquier explicación tiene que salir de él. No puedo presionarle; tiene que querer decírmelo. No quiero ser la esposa pesada que está siempre intentando sacarle información a su marido. Es agotador. Sé que me ama. Sé que me ama más de lo que ha amado nunca a nadie, y por ahora eso es suficiente. Saberlo es liberador. Dejo de llorar y me aparto un poco.
—¿Mejor? —me pregunta.
Asiento.
—Bien. Déjame verte —me dice, y durante un instante no sé a qué se refiere, pero veo que me coge la mano y me examina el brazo sobre el que caí cuando Jack me golpeó. Tengo hematomas en el hombro y arañazos en el codo y la muñeca. Me da un beso en todos ellos. Coge una esponja y el gel de la estantería y de repente el dulce olor familiar del jazmín me llena la nariz—. Vuélvete.
Muy lentamente me va lavando el brazo herido, después el cuello, los hombros, la espalda y el otro brazo. Me gira hacia un lado y me recorre con sus dedos largos el costado. Hago una mueca de dolor cuando pasan sobre el gran hematoma que tengo en la cadera. Los ojos de Joseph se endurecen y frunce los labios. Su ira es palpable y suelta el aire con los dientes apretados.
—No me duele —digo para tranquilizarle.
Sus ardientes ojos ambarinos se encuentran con los míos.
—Quiero matarle. Y casi lo hago —susurra críptico. Frunzo el ceño y me estremezco ante su expresión lúgubre. Echa más gel en la esponja y con una suavidad tierna y casi dolorosa me va lavando el costado, el trasero y después se arrodilla para bajar por las piernas. Se detiene para examinarme la rodilla y me roza el hematoma con los labios antes de seguir lavándome las piernas y los pies. Extiendo la mano y le acaricio la cabeza, pasándole los dedos entre el pelo húmedo. Se pone de pie y recorre con los dedos el borde del hematoma de las costillas, donde Hyde me dio la patada—. Oh, nena —gruñe con la voz llena de angustia y los ojos oscuros por la furia.
—Estoy bien. —Acerco su cara a la mía y le beso en los labios. Duda a la hora de responderme, pero cuando mi lengua se encuentra con la suya, su cuerpo se revuelve contra el mío.
—No —susurra contra mis labios y se aparta—. Voy a lavarte para que quedes limpia.
Su expresión es seria. Maldita sea… Lo dice en serio. Hago un mohín y el ambiente entre nosotros se relaja un instante. Me sonríe y me da un beso breve.
—Limpia —repite—. No sucia.
—Me gusta más sucia.
—A mí también, señora Jonas. Pero ahora no, aquí no. —Coge el champú y antes de que pueda persuadirle de otra cosa, empieza a lavarme el pelo.
También me gusta estar limpia, la verdad. Me siento fresca y revitalizada y no sé si es por la ducha, por el llanto o por la decisión de dejar de agobiar a Joseph. Él me envuelve en una toalla grande y se rodea la cadera con otra mientras yo me seco el pelo con cuidado. Me duele la cabeza, pero es un dolor sordo y persistente que se puede soportar. La doctora Singh me ha dado más analgésicos, pero me ha dicho que no me los tome a no ser que sea absolutamente necesario.
Mientras me seco el pelo, pienso en Elizabeth.
—Sigo sin entender por qué Elizabeth estaba involucrada con Jack.
—Yo sí —murmura Joseph con mal humor.
Eso es nuevo para mí. Le miro con el ceño fruncido, pero me distrae. Se está secando el pelo con una toalla y tiene el pecho y los hombros todavía húmedos con gotas de agua que brillan bajo los halógenos. Para un momento y me sonríe.
—¿Disfrutando de la vista?
—¿Cómo lo sabes? —le pregunto intentando ignorar que me ha pillado mirándole fijamente.
—¿Que te gusta la vista? —bromea.
—No —digo con el ceño fruncido—. Lo de Elizabeth.
—El detective Clark lo dejó caer.
Le miro con una expresión que dice «cuéntamelo». Vuelve a la superficie otro molesto recuerdo de cuando estaba inconsciente. Clark estuvo en mi habitación. Ojalá me acordara de lo que dijo.
—Hyde tenía vídeos. Vídeos de todas, en varias memorias USB.
¿Qué? Frunzo tanto el ceño que empieza a tirarme la piel de la frente.
—Vídeos de él follando con ella y con todas sus ayudantes.
¡Oh!
—Exacto. Las chantajeaba con ese material. Y le gusta el sexo duro. —Joseph frunce el ceño y veo que por su cara cruza la confusión y después el asco. Palidece cuando ese asco se convierte en odio por sí mismo. Claro… A Joseph también le gusta el sexo duro.
—No. —La palabra sale de mi boca antes de que pueda detenerla.
Su ceño se hace más profundo.
—¿No qué? —Se queda parado y me mira con aprensión.
—Tú no te pareces en nada a él.
Los ojos de Joseph se endurecen pero no dice nada, lo que me confirma que eso era exactamente lo que estaba pensando.
—No eres como él —digo con voz firme.
—Estamos cortados por el mismo patrón.
—No, no es cierto —respondo, aunque entiendo por qué lo piensa.
Recuerdo la información que Joseph nos contó cuando íbamos a Aspen en el avión: «Su padre murió en una pelea en un bar. Su madre se ahogó en alcohol para olvidar. De pequeño no hizo más que entrar y salir de casas de acogida… Y meterse en problemas. Sobre todo robos de coches. Pasó un tiempo en un centro de menores».
—Los dos tienen un pasado problemático y los dos nacieron en Detroit, eso es todo, Joseph. —Cierro las manos para convertirlas en puños y las apoyo en las caderas.
—______, tu fe en mí es conmovedora teniendo en cuenta lo que ha pasado en los últimos días. Sabremos más cuando venga Welch —dice para zanjar el tema.
—Joseph…
Me detiene con un beso.
—Basta —me dice, y yo recuerdo que acabo de prometerme a mí misma que no le iba a presionar para que me dé información—. Y no me hagas un mohín —añade—. Vamos. Deja que te seque el pelo.
Y sé que con eso el tema está zanjado.
Después de vestirme con pantalones de chándal y una camiseta, me siento entre las piernas de Joseph mientras me seca el pelo.
—¿Te dijo Clark algo más mientras yo estaba inconsciente?
—No que yo recuerde.
—Oí alguna de tus conversaciones.
Deja de cepillarme el pelo.
—¿Ah, sí? —me pregunta en un tono despreocupado.
—Sí, con mi padre, con tu padre, con el detective Clark… Y con tu madre.
—¿Y con Kate?
—¿Kate estuvo allí?
—Sí, brevemente. Está furiosa contigo.
Me giro en su regazo.
—Deja ya ese rollo de «todo el mundo está enfadado contigo, ______», ¿de acuerdo?
—Solo te digo la verdad —responde Joseph, divertido por mi arrebato.
—Sí, fue algo imprudente, pero ya lo sabes, tu hermana estaba en peligro.
Su expresión se vuelve seria.
—Sí, cierto. —Apaga el secador y lo deja en la cama a su lado. Me coge la barbilla—. Gracias —me dice sorprendiéndome—. Pero ni una sola imprudencia más. La próxima vez te azotaré hasta que ya no lo puedas soportar más.
Doy un respingo.
—¡No te atreverás!
—Sí me atreveré. —Está serio. Madre mía. Muy serio—. Y tengo el permiso de tu padrastro. —Sonríe burlón. Está bromeando. ¿O no? Me lanzo contra él y él se gira, así que ambos caemos sobre la cama, yo entre sus brazos. Cuando aterrizamos siento el dolor de las costillas y hago una mueca.
Joseph se queda pálido.
—¡Haz el favor de comportarte! —me reprende y veo que por un momento está enfadado.
—Lo siento —murmuro acariciándole la mejilla.
Me acaricia la mano con la nariz y le da un beso suave.
—______, es que nunca te preocupas por tu propia seguridad. —Me levanta un poco el dobladillo de la camiseta y coloca los dedos sobre mi vientre. Yo dejo de respirar—. Y ahora ya no se trata solo de ti —susurra, y recorre con las yemas de los dedos la cintura de los pantalones del chándal, acariciándome la piel. El deseo explota en mi sangre, inesperado, caliente y fuerte. Doy un respingo y Joseph se pone tenso, detiene el movimiento de sus dedos y me mira. Sube la mano y me coloca un mechón de pelo tras la oreja—. No —susurra.
¿Qué?
—No me mires así. He visto los hematomas. Y la respuesta es no. —Su voz es firme y me da un beso en la frente.
Me retuerzo.
—Joseph —gimoteo.
—No. A la cama —me ordena y se sienta.
—¿A la cama?
—Necesitas descansar.
—Te necesito a ti.
Cierra los ojos y niega con la cabeza, como si le estuviera costando un gran esfuerzo. Cuando vuelve a abrirlos, los ojos le brillan por la resolución.
—Haz lo que te he dicho, ______.
Estoy tentada de quitarme la ropa, pero recuerdo los hematomas y sé que así no conseguiré convencerle.
Asiento a regañadientes.
—Está bien —concedo, pero hago un mohín deliberadamente exagerado.
Él sonríe divertido.
—Te traeré algo de comer.
—¿Vas a cocinar tú? —No me lo puedo creer.
Se ríe.
—Voy a calentar algo. La señora Jones ha estado ocupada.
—Joseph, yo lo haré. Estoy bien. Si tengo ganas de sexo, seguro que puedo cocinar… —Me siento con dificultad, intentando ocultar el dolor que me provocan las costillas.
—¡A la cama! —Los ojos de Joseph centellean y señala la almohada.
—Ven conmigo —susurro deseando llevar algo más seductor que pantalones de chándal y una camiseta.
—______, métete en la cama. Ahora.
Le miro con el ceño fruncido, me levanto y dejo caer al suelo los pantalones de una forma muy poco ceremoniosa, sin dejar de mirarle todo el tiempo. Sus labios se curvan divertidos mientras aparta la colcha.
—Ya has oído a la doctora Singh. Ha dicho que descanses. —Su voz es más suave. Me meto en la cama y cruzo los brazos, frustrada—. Quédate ahí —dice. Está disfrutando de esto, es evidente.
Yo frunzo el ceño aún más.
El estofado de pollo de la señora Jones es, sin duda, uno de mis platos favoritos. Joseph come conmigo, sentado con las piernas cruzadas en medio de la cama.
—Lo has calentado muy bien —le digo con una sonrisa burlona y él me la devuelve. Estoy llena y me está entrando sueño. ¿Sería ese su plan?
—Pareces cansada. —Me recoge la bandeja.
—Lo estoy.
—Bien. Duerme. —Me da un beso—. Tengo que hacer unas cosas de trabajo. Las haré aquí, si no te importa.
Asiento mientras libro una batalla perdida contra mis párpados. No tenía ni idea de que el estofado de pollo podía ser tan agotador.
Está oscureciendo cuando me despierto. Una luz rosa pálido inunda la habitación. Joseph está sentado en el sillón mirándome, con los ojos ambarinos iluminados por la luz. Tiene unos papeles en la mano y la cara cenicienta.
¡Oh, Dios mío!
—¿Qué ocurre? —le pregunto sentándome bruscamente e ignorando la protesta de mis costillas.
—Welch acaba de irse.
Oh, mierda…
—¿Y?
—Yo viví con ese cabrón —susurra.
—¿Que viviste? ¿Con Jack?
Asiente con los ojos como platos.
—¿Están emparentados?
—No, Dios mío, no.
Me giro, aparto la colcha y le invito a venir a la cama a mi lado. Para mi sorpresa, no lo duda un segundo. Se quita los zapatos y se mete en la cama junto a mí. Rodeándome con un brazo se acurruca y apoya la cabeza en mi regazo. Estoy asombrada. ¿Qué es esto?
—No lo entiendo —murmuro acariciándole el pelo y mirándole. Joseph cierra los ojos y arruga la frente, como si se esforzara por recordar.
—Después de que me encontraran con la puta adicta al crack y antes de irme a vivir con Carrick y Grace, estuve un tiempo bajo la custodia del estado de Michigan. Viví en una casa de acogida. Pero no recuerdo nada de entonces.
La mente me va a mil por hora. ¿Una casa de acogida? Eso es nuevo para los dos.
—¿Cuánto tiempo? —le susurro.
—Dos meses o así. Yo no recuerdo nada.
—¿Has hablado con tu madre y con tu padre de ello?
—No.
—Tal vez deberías. Quizá ellos podrían ayudarte con esas lagunas.
Me abraza con fuerza.
—Mira. —Me pasa los papeles que tiene en la mano, que resultan ser dos fotografías. Estiro el brazo y enciendo la lamparilla para poder examinarlas con detalle. La primera es de una casa bastante antigua con una puerta principal amarilla y una gran ventana con un tejado a dos aguas. Tiene un porche y un pequeño patio delantero. Es una casa sin nada especial.
La segunda foto es de una familia, a primera vista una familia normal de clase media: un hombre con su esposa, diría yo, y sus hijos. Los dos adultos llevan unas vulgares camisetas azules que han soportado mucho lavados. Deben de tener unos cuarenta y tantos. La mujer tiene el pelo rubio recogido y el hombre lleva el pelo cortado a cepillo muy corto. Los dos sonríen cálidamente a la cámara. El hombre rodea con el brazo los hombros de una niña adolescente con expresión hosca. Observo a los niños: dos chicos, gemelos idénticos, de unos doce años, ambos con el pelo rubio y sonriendo ampliamente a la cámara. Hay otro niño más joven con el pelo rubio rojizo, que frunce el ceño. Y detrás de él, un niño pequeño con el pelo castaño y los ojos ambarinos muy abiertos, asustado, vestido con ropa desigual y agarrando una mantita de niño sucia.
Joder.
—Eres tú —susurro y noto el corazón en la garganta. Sé que Joseph tenía cuatro años cuando murió su madre. Pero ese niño parece más pequeño. Debió de sufrir una malnutrición grave. Reprimo un sollozo y noto que se me llenan los ojos de lágrimas. Oh, mi dulce Cincuenta…
Joseph asiente.
—Sí, soy yo.
—¿Welch te ha traído estas fotos?
—Sí. Yo no me acuerdo de nada de eso. —Su voz suena átona y sin vida.
—¿Que no recuerdas haber estado con unos padres de acogida? ¿Y por qué ibas a recordarlo? Joseph, fue hace mucho tiempo. ¿Eso es lo que te preocupa?
—Recuerdo otras cosas, de antes y de después. Cuando conocí a mi madre y a mi padre. Pero eso… Es como si hubiera un gran vacío.
Se me encoge el corazón cuando lo comprendo. Mi querido obseso del control necesita que todo esté en su lugar y ahora acaba de darse cuenta de que le falta una pieza del puzle.
—¿Jack está en esta foto?
—Sí, es el niño mayor.
Joseph tiene los ojos cerrados con fuerza y se agarra a mí como si fuera un salvavidas. Le paso los dedos por el pelo mientras estudio al niño más grande, que mira a la cámara desafiante y arrogante. Sí, es Jack, le reconozco. Pero solo es un niño, un niño triste de ocho o nueve años que intenta ocultar su miedo detrás de esa hostilidad. Algo vuelve a mi mente.
—Cuando Jack me llamó para decirme que tenía a Mia, me dijo que si las cosas hubieran sido diferentes podría haber sido él.
Joseph cierra otra vez los ojos y se estremece.
—¡Ese cabrón!
—¿Crees que ha hecho todo esto porque los Jonas te adoptaron a ti en vez de a él?
—¿Quién sabe? —El tono de Joseph es amargo—. Ese hombre me importa una mierda.
—Tal vez sabía que tú y yo salíamos cuando fui a hacer la entrevista de trabajo. Quizá planeó seducirme desde el principio.
Noto que la bilis se me sube a la garganta.
—No lo creo —susurra Joseph ya con los ojos abiertos—. Las búsquedas que hizo sobre mi familia no empezaron hasta más o menos una semana después de que empezaras a trabajar en Seattle Independent Publishing. Barney sabe las fechas exactas. Y, ______, se tiró a todas sus ayudantes. Y lo grabó. —Joseph cierra los ojos y me abraza más fuerte otra vez.
Reprimiendo el escalofrío que me recorre, intento recordar las conversaciones que tuve con Hyde cuando empecé en Seattle Independent Publishing. Desde el principio supe que ese hombre no era trigo limpio, pero ignoré mis instintos. Joseph tiene razón; no tengo ninguna consideración por mi propia seguridad. Recuerdo la pelea que tuvimos cuando le dije que me iba a Nueva York con Jack. Madre mía… Podría haber acabado en alguna sórdida cinta de contenido sexual. Solo pensarlo me dan náuseas. Y en ese momento recuerdo las fotos que Joseph guardaba de sus sumisas.
Oh, mierda. «Estamos cortados por el mismo patrón. » No, Joseph, tú no, no te pareces en nada a él. Sigue enroscado a mi lado como un niño.
—Joseph, creo que deberías hablar con tu madre y con tu padre. —No quiero moverle, así que me muevo yo y me voy metiendo más en la cama hasta que mis ojos quedan a la altura de los suyos.
Una mirada ámbar perpleja se encuentra con la mía y me recuerda al niño de la foto.
—Deja que les llame —susurro. Él niega con la cabeza—. Por favor —le suplico.
Joseph me mira con los ojos llenos de dolor y de dudas mientras reflexiona sobre lo que le digo. ¡Oh, Joseph, por favor!
—Yo les llamaré —dice al fin.
—Bien. Podemos ir a verles juntos o puedes ir tú solo, como prefieras.
—No, que vengan aquí.
—¿Por qué?
—No quiero que tú vayas a ninguna parte.
—Joseph, creo que podré soportar un viaje en coche.
—No. —Su voz es firme, pero me dedica una sonrisa irónica—. De todas formas es sábado por la noche; seguro que están en alguna función.
—Llámales. Estas noticias te han alterado. Tal vez ellos puedan arrojar algo de luz sobre el tema. —Miro el reloj despertador. Son casi las siete de la tarde. Me observa impasible durante un momento.
—Está bien —dice como si acabara de proponerle un desafío. Se sienta y coge el teléfono que hay en la mesita.
Le rodeo con un brazo y apoyo la cabeza en su pecho mientras hace la llamada.
—¿Papá? —Noto su sorpresa cuando Carrick coge el teléfono—. ______ está bien. Estamos en casa. Welch acaba de irse. Ha encontrado la conexión… Es la casa de acogida en Detroit… Yo no me acuerdo de nada de eso. —La voz de Joseph es apenas audible cuando dice esa última frase. Se me vuelve a encoger el corazón. Le abrazo y él me aprieta un poco el hombro—. Sí… ¿Lo haríais? … Genial. —Cuelga—. Vienen para acá. —Suena sorprendido y me doy cuenta de que probablemente nunca antes ha pedido ayuda.
—Bien. Debería vestirme.
El brazo de Joseph se aprieta a mi alrededor.
—No te vayas.
—Está bien.
Me acurruco a su lado otra vez, sorprendida por el hecho de que acaba de contarme muchas cosas sobre él… Y de una forma completamente voluntaria.
Estamos de pie en el umbral del salón. Grace me abraza con cuidado.
—______, ______, querida ______ —susurra—. Has salvado a dos de mis hijos. ¿Cómo voy a poder darte las gracias?
Me ruborizo, conmovida y avergonzada por igual por sus palabras. Carrick me abraza también y me da un beso en la frente.
Después me abraza Mia, aplastándome las costillas. Hago un gesto de dolor y doy un respingo, pero ella no se da cuenta.
—Gracias por salvarme de esos dos desgraciados.
Joseph la mira frunciendo el ceño.
—¡Mia! ¡Cuidado! Le duele…
—¡Oh! Lo siento.
—Estoy bien —murmuro, aliviada de que me haya soltado.
Parece estar bien. Va impecablemente vestida con unos vaqueros negros ajustados y una blusa de volantes rosa pálido. Me alegro de llevar un cómodo vestido atado a la cintura y unos zapatos planos. Al menos estoy razonablemente presentable.
Corre hasta Joseph y le rodea la cintura con los brazos.
Sin decir nada, Joseph le pasa la foto a Grace. Ella da un respingo y se lleva la mano a la boca para contener la emoción porque reconoce instantáneamente a Joseph. Carrick le rodea los hombros con el brazo mientras él también mira la foto.
—Oh, cariño… —Grace le acaricia la mejilla a Joseph.
Aparece Taylor.
—¿Señor Jonas? Su hermano, la señorita Kavanagh y el hermano de la señorita Kavanagh están subiendo, señor.
Joseph frunce el ceño.
—Gracias, Taylor —murmura desconcertado.
—Yo llamé a Elliot y le dije que veníamos. —Mia sonríe—. Es una fiesta de bienvenida.
Miro compasiva a mi pobre marido mientras Grace y Carrick le lanzan una mirada a Mia, irritados.
—Será mejor que preparemos algo de comer —declaro—. Mia, ¿me ayudas?
—Oh, claro, encantada.
La llevo hacia la zona de la cocina y Joseph se lleva a sus padres al estudio.
A Kate está a punto de darle una apoplejía por culpa de su justa indignación. Su furia está dirigida en parte a mí y a Joseph, pero sobre todo a Jack y Elizabeth.
—Pero ¿en qué estabas pensando, ______? —me grita cuando se enfrenta a mí en la cocina, lo que provoca que todos los ojos se giren hacia nosotras y se nos queden mirando.
—Kate, por favor. ¡Ya me ha echado todo el mundo el mismo sermón! —replico. Ella me mira fijamente y por un momento creo que me va a someter a la charla de cómo no sucumbir a las demandas de los secuestradores de Katherine Kavanagh, pero solo se cruza de brazos.
—Dios mío… A veces no utilizas ese cerebro con el que naciste, Steele —me susurra. Me da un beso en la mejilla y veo que tiene los ojos llenos de lágrimas. ¡Oh, Kate!—. He estado tan preocupada por ti.
—No llores o empezaré yo también.
Ella se aparta y se enjuga las lágrimas, avergonzada. Después respira hondo y recupera la compostura.
—Hablando de algo más positivo, ya hemos decidido una fecha para nuestra boda. Hemos pensado en el próximo mayo. Y claro, quiero que seas mi dama de honor.
—Oh… Kate… Guau. ¡Felicidades!
Vaya… Pequeño Bip… ¡Junior!
—¿Qué pasa? —pregunta malinterpretando mi gesto de alarma.
—Mmm… Es solo que me alegro tanto por ti… Buenas noticias para variar. —La rodeo con los brazos y la atraigo hacia mí para abrazarla. Mierda, mierda, mierda. ¿Cuándo llegará Bip? Calculo mentalmente cuándo debería salir de cuentas. La doctora Greene me ha dicho que en cuatro o cinco semanas, así que… ¿algún día de mayo? Mierda.
Elliot me pasa una copa de champán.
Oh, mierda.
Joseph sale del estudio con la cara cenicienta y sigue a sus padres hasta el salón. Abre mucho los ojos cuando ve la copa en mi mano.
—Kate —la saluda fríamente.
—Joseph. —Ella es igual de fría. Suspiro.
—Señora Jonas, está tomando medicamentos —dice mirando la copa que tengo en la mano.
Entorno los ojos. Maldita sea. Quiero una copa. Grace sonríe y viene a la cocina conmigo, cogiendo una copa de manos de Elliot al pasar.
—Un sorbito no le va a hacer daño —susurra guiñándome el ojo con complicidad y levantando la copa para brindar conmigo. Joseph nos mira a las dos con el ceño fruncido hasta que Elliot le distrae con las últimas noticias sobre el partido entre los Mariners y los Rangers.
Carrick se une a nosotras y nos rodea con el brazo a ambas. Grace le da un beso en la mejilla antes de ir a sentarse con Mia en el sofá.
—¿Qué tal está? —le pregunto a Carrick en un susurro cuando él y yo nos quedamos solos de pie en la cocina, observando a la familia acomodarse en los sofás. Advierto con sorpresa que Mia y Ethan están cogidos de la mano.
—Impresionado —contesta Carrick, arrugando la frente y con cara seria—. Recuerda tantas cosas de su vida con su madre biológica… Ojalá no recordara tantas. Pero eso… —Se detiene—. Espero que hayamos podido ayudarle. Me alegro de que nos llamara. Ha dicho que ha sido sugerencia tuya. —La mirada de Carrick se suaviza. Me encojo de hombros y tomo un breve sorbo de champán—. Eres muy buena para él. Normalmente no escucha a nadie.
Frunzo el ceño. No creo que eso sea cierto. El espectro de la bruja aparece inoportunamente y su sombra es alargada en mi mente. Y sé que Joseph habla con Grace, también. Le he oído. Vuelvo a sentir frustración al intentar recordar su conversación en el hospital, que sigue escapándose entre mis dedos cuando intento agarrarla.
—Vamos a sentarnos, ______. Pareces cansada. Estoy seguro de que no esperabas que apareciéramos todos aquí esta noche.
—Me alegro de veros a todos. —Sonrío. Es cierto, me alegro. Soy una hija única que se ha casado con una familia grande y gregaria, y eso me encanta. Me acurruco al lado de Joseph.
—Un sorbo —me dice entre dientes, y me quita la copa de la mano.
—Sí, señor. —Aleteo las pestañas y eso le desarma completamente. Me rodea los hombros con el brazo y vuelve a su conversación sobre béisbol con Elliot y Ethan.
—Mis padres creen que eres milagrosa —me dice Joseph mientras se quita la camiseta.
Estoy hecha un ovillo en la cama, disfrutando del espectáculo.
—Por lo menos tú sabes que no es verdad. —Río entre dientes.
—Oh, yo no sé nada. —Se quita los vaqueros.
—¿Han podido ayudarte a rellenar las lagunas?
—Algunas. Viví con los Collier durante dos meses mientras mi madre y mi padre esperaban el papeleo. Ya les habían aprobado para la adopción gracias a Elliot, pero la ley obliga a esperar para asegurarse de que no hay ningún pariente vivo que quiera reclamar la custodia.
—¿Y cómo te hace sentir eso? —le susurro.
Frunce el ceño.
—¿No tener parientes vivos? Me importa una mierda. Si se parecían a la puta adicta al crack… —Niega con la cabeza con asco.
¡Oh, Joseph! Eras un niño y querías a tu madre.
Se pone el pantalón del pijama, se mete en la cama y me atrae hacia sus brazos.
—Empiezo a recordar. Recuerdo la comida. La señora Collier cocinaba bien. Y al menos ahora sabemos por qué ese cabrón estaba tan obsesionado con mi familia. —Se pasa la mano libre por el pelo—. ¡Joder! —exclama y se gira de repente para mirarme.
—¿Qué?
—¡Ahora tiene sentido! —Tiene la mirada llena de comprensión.
—¿Qué?
—Pajarillo. La señora Collier solía llamarme «pajarillo».
Frunzo el ceño.
—¿Y eso tiene sentido?
—La nota —me dice mirándome—. La nota de rescate que tenía ese cabrón de Hyde. Decía algo así como: «¿Sabes quién soy? Porque yo sé quién eres, pajarillo».
Para mí no tiene ningún sentido.
—Es de un libro infantil. Dios mío. Los Collier lo tenían. Se llamaba… ¿Eres tú mi mamá? Mierda. —Abre mucho los ojos—. Me encantaba ese libro.
Oh. Conozco ese libro. Se me encoje el corazón. ¡Cincuenta!
—La señora Collier me lo leía.
No sé qué decir.
—Dios mío. Lo sabía… Ese cabrón lo sabía.
—¿Se lo vas a decir a la policía?
—Sí, se lo diré. Aunque solo Dios sabe lo que va a hacer Clark con esa información. —Joseph sacude la cabeza como si intentara aclarar sus pensamientos—. De todas formas, gracias por lo de esta noche.
Guau, cambio de marcha.
—¿Por qué?
—Por reunir a mi familia en un abrir y cerrar de ojos.
—No me des las gracias a mí, dáselas a Mia. Y a la señora Jones, por tener siempre llena la despensa.
Niega con la cabeza como si estuviera irritado. ¿Conmigo? ¿Por qué?
—¿Qué tal se siente, señora Jonas?
—Bien. ¿Y tú?
—Estoy bien. —Frunce el ceño porque no comprende mi preocupación.
Oh, en ese caso… Le rozo el estómago con los dedos y sigo por el vello que baja desde su ombligo.
Ríe y me agarra la mano.
—Oh, no. Ni se te ocurra.
Hago un mohín y él suspira.
—______, ______, ______, ¿qué voy a hacer contigo? —Me da un beso en el pelo.
—A mí se me ocurren unas cuantas cosas.
Me retuerzo a su lado y hago una mueca cuando el dolor de mis costillas se expande por todo mi torso.
—Nena, has pasado por muchas cosas. Además, te voy a contar un cuento para dormir.
¿Ah, sí?
—Querías saberlo… —Deja la frase sin terminar, cierra los ojos y traga saliva.
Se me pone de punta todo el vello del cuerpo. Mierda.
Empieza a contar con voz suave.
—Imagínate esto. Un chico adolescente que quiere ganarse un dinerillo para poder continuar con una afición secreta: la bebida. —Se gira hacia un lado para que quedemos el uno frente al otro y me mira a los ojos—. Estaba en el patio de los Lincoln, limpiando los escombros y la basura tras la ampliación que el señor Lincoln acababa de hacerle a su casa…
Oh, madre mía… Me lo va a contar.
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Aajgkalsj ¡¡SE LO CUETA S ELO CUENTA!! Seguila porfa!!
Lots Of Love ♥
Porfis porfis pásense por mi neva nove... El trailer abajo ↓↓ gracias desde ya. :3
Lots Of Love ♥
Porfis porfis pásense por mi neva nove... El trailer abajo ↓↓ gracias desde ya. :3
Shoffy_DiJoSmi
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
le va a contar!!!!!!??? Ahhh
Me encanto es tan lindo!!!
Toda una familia feliz!!!!
Ya casi se acaba!!! :lloro:
No se que voy a hacer sin la nove!!!
Siguela!!
Me encanto es tan lindo!!!
Toda una familia feliz!!!!
Ya casi se acaba!!! :lloro:
No se que voy a hacer sin la nove!!!
Siguela!!
aranzhitha
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Me acabo de dar cuenta de algo... La página 24 empezó con... ¡EL CAPÍTULO 24!
Si, lo se, soy una genia. Okno xD
Pero siiguela!! D: falta sólo 1 cap, el epílogo y 3 mini partes D: Nooo!!!! :
Lots Of Love ♥
Si, lo se, soy una genia. Okno xD
Pero siiguela!! D: falta sólo 1 cap, el epílogo y 3 mini partes D: Nooo!!!! :
Lots Of Love ♥
Shoffy_DiJoSmi
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
OOHH MADRE MIIAAA!!!
POR QUE LA DEJAS AHIIIII??????
SIGUELAA PORFIISS
POR QUE LA DEJAS AHIIIII??????
SIGUELAA PORFIISS
chelis
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
OMG!!!.....
SIGUELA!!!!!... NO PUEDO CREER QUE YA SE ACABE!!!!
LA VOY A EXTRAÑAR MUXO A SIDO LA MEJOR
NOVE/ ADAPTACION QUE HE LEEIDO EN MI VIDA!!!!!....
SIGUELA!!!!!... NO PUEDO CREER QUE YA SE ACABE!!!!
LA VOY A EXTRAÑAR MUXO A SIDO LA MEJOR
NOVE/ ADAPTACION QUE HE LEEIDO EN MI VIDA!!!!!....
Tatiana Mitchie
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
¡ASDFGHJKL! ME LO VA A CONTAR! SÍGUELAA!!
Aridia Jonas
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Oh sigula ya acabara no lo puedo creer ha sido lo mejor que he leido yo creo que en definitiva la volvere a leer toda es la mjor y ya no se vivir sin ella
:lloro:
:lloro:
Aleeislas
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
oh mierda
lo va contar
Pobre Joseph ha pasado por tanto
siguela aunque solo quede un cap
que triste
lo va contar
Pobre Joseph ha pasado por tanto
siguela aunque solo quede un cap
que triste
JB&1D2
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
OMGGGGGGG YA SOO QUEDA UN SOLOO CAPITULOOOO waaaaaaaaaaaaa que voy hacer :wut: porfis subee el ultimo cap quiero saber que pasaaaaaa lo necesitoooo *------------* cada vez se ponee mejor xD joseph me va a contar su historiaa u.u please please siguelaaaaaaaaaaaaaaaaa :3 :(L):
Katia De Jonas Lovato
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
:lloro: así estaré cuando lea el ultimo cap :imdead: :misery:
no quiero que acabe es la mejor novela
no quiero que acabe es la mejor novela
JB&1D2
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Capítulo 25
Apenas puedo respirar. ¿Quiero oírlo? Joseph cierra los ojos y vuelve a tragar. Cuando los abre de nuevo brillan, aunque con timidez, llenos de recuerdos perturbadores.
—Era un día caluroso de verano y yo estaba haciendo un trabajo duro. —Ríe entre dientes y niega con la cabeza, de repente divertido—. Era un trabajo agotador el de apartar todos esos escombros. Estaba solo y apareció Ele…, la señora Lincoln de la nada y me trajo un poco de limonada. Empezamos a charlar, hice un comentario atrevido… y ella me dio un bofetón. Un bofetón muy fuerte.
Inconscientemente se lleva la mano a la cara y se frota la mejilla. Los ojos se le oscurecen al recordar. ¡Maldita sea!
—Pero después me besó. Y cuando acabó de besarme, me dio otra bofetada. —Parpadea y sigue pareciendo confuso incluso después de pasado tanto tiempo—. Nunca antes me habían besado ni pegado así.
Oh. Se lanzó sobre él. Sobre un niño…
—¿Quieres oír esto? —me pregunta Joseph.
Sí… No…
—Solo si tú quieres contármelo. —Mi voz suena muy baja cuando le miento sin dejar de mirarle. Mi mente es un torbellino.
—Estoy intentando que tengas un poco de contexto.
Asiento de una forma alentadora, espero. Pero sospecho que parezco una estatua, petrificada y con los ojos muy abiertos por la impresión.
Él frunce el ceño y busca mis ojos con los suyos, intentando evaluar mi reacción. Después se tumba boca arriba y mira al techo.
—Bueno, naturalmente yo estaba confuso, enfadado y cachondo como un perro. Quiero decir, una mujer mayor y atractiva se lanza sobre ti así… —Niega con la cabeza como si no pudiera creérselo todavía.
¿Cachondo? Me siento un poco mareada.
—Ella volvió a la casa y me dejó en el patio. Actuó como si nada hubiera pasado. Yo estaba absolutamente desconcertado. Así que volví al trabajo, a cargar escombros hasta el contenedor. Cuando me fui esa tarde, ella me pidió que volviera al día siguiente. No dijo nada de lo que había pasado. Así que regresé al día siguiente. No podía esperar para volver a verla —susurra como si fuera una confesión oscura… tal vez porque lo es—. No me tocó cuando me besó —murmura y gira la cabeza para mirarme—. Tienes que entenderlo… Mi vida era el infierno en la tierra. Iba por ahí con quince años, alto para mi edad, empalmado constantemente y lleno de hormonas. Las chicas del instituto…
No sigue, pero me hago a la idea: un adolescente asustado, solitario y atractivo. Se me encoge el corazón.
—Estaba enfadado, muy enfadado con todo el mundo, conmigo, con los míos. No tenía amigos. El terapeuta que me trataba entonces era un imbécil integral. Mi familia me tenía atado en corto, no lo entendían.
Vuelve a mirar al techo y se pasa una mano por el pelo. Yo estoy deseando pasarle también la mano por el pelo, pero permanezco quieta.
—No podía soportar que nadie me tocara. No podía. No soportaba que nadie estuviera cerca de mí. Solía meterme en peleas… joder que sí. Me metí en riñas bastante duras. Me echaron de un par de colegios. Pero era una forma de desahogarme un poco. La única forma de tolerar algo de contacto físico. —Se detiene de nuevo—. Bueno, te puedes hacer una idea. Y cuando ella me besó, solo me cogió la cara. No me tocó. —Casi no le oigo la voz.
Ella debía saberlo. Tal vez Grace se lo dijo. Oh, mi pobre Cincuenta. Tengo que meter las manos bajo la almohada y apoyar la cabeza en ella para resistir la necesidad de abrazarle.
—Bueno, al día siguiente volví a la casa sin saber qué esperar. Y te voy a ahorrar los detalles escabrosos, pero fue más de lo mismo. Así empezó la relación.
Oh, joder, qué doloroso es escuchar esto…
Él vuelve a ponerse de costado para quedar frente a mí.
—¿Y sabes qué, ______? Mi mundo recuperó la perspectiva. Aguda y clara. Todo. Eso era exactamente lo que necesitaba. Ella fue como un soplo de aire fresco. Tomaba todas las decisiones, apartando de mí toda esa mierda y dejándome respirar.
Madre mía.
—E incluso cuando se acabó, mi mundo siguió centrado gracias a ella. Y siguió así hasta que te conocí.
¿Y qué demonios se supone que puedo decir ahora? Él me coloca un mechón suelto detrás de la oreja.
—Tú pusiste mi mundo patas arriba. —Cierra los ojos y cuando vuelve a abrirlos están llenos de dolor—. Mi mundo era ordenado, calmado y controlado, y de repente tú llegaste a mi vida con tus comentarios inteligentes, tu inocencia, tu belleza y tu tranquila temeridad y todo lo que había antes de ti empezó a parecer aburrido, vacío, mediocre… Ya no era nada.
Oh, Dios mío.
—Y me enamoré —susurra.
Dejo de respirar. Él me acaricia la mejilla.
—Y yo —murmuro con el poco aliento que me queda.
Sus ojos se suavizan.
—Lo sé —dice.
—¿Ah, sí?
—Sí.
¡Aleluya! Le sonrío tímidamente.
—¡Por fin! —susurro.
Él asiente.
—Y eso ha vuelto a situarlo todo en la perspectiva correcta. Cuando era más joven, Elena era el centro de mi mundo. No había nada que no hiciera por ella. Y ella hizo muchas cosas por mí. Hizo que dejara la bebida. Me obligó a esforzarme en el colegio… Ya sabes, me dio un mecanismo para sobrellevar las cosas que antes no tenía, me dejó experimentar cosas que nunca había pensado que podría.
—El contacto —susurro.
Asiente.
—En cierta forma.
Frunzo el ceño, preguntándome qué querrá decir. Él duda ante mi reacción.
¡Dímelo!, le animo mentalmente.
—Si creces con una imagen de ti mismo totalmente negativa, pensando que no eres más que un marginado, un salvaje que nadie puede querer, crees que mereces que te peguen.
Joseph… pero tú no eres ninguna de esas cosas.
Hace una pausa y se pasa la mano por el pelo.
—______, es más fácil sacar el dolor que llevarlo dentro…
Otra confesión.
Oh.
—Ella canalizó mi furia. —Sus labios forman una línea lúgubre—. Sobre todo hacia dentro… ahora lo veo. El doctor Flynn lleva insistiendo con esto bastante tiempo. Pero solo hace muy poco que conseguí ver esa relación como lo que realmente fue. Ya sabes… en mi cumpleaños.
Me estremezco ante el inoportuno recuerdo que me viene a la mente de Elena y Joseph descuartizándose verbalmente en la fiesta de cumpleaños de Joseph.
—Para ella esa parte de nuestra relación iba de sexo y control y de una mujer solitaria que encontraba consuelo en el chico que utilizaba como juguete.
—Pero a ti te gusta el control —susurro.
—Sí, me gusta. Siempre me va a gustar, ______. Soy así. Lo dejé en manos de otra persona por un tiempo. Dejé que alguien tomara todas mis decisiones por mí. No podía hacerlo yo porque no estaba bien. Pero a través de mi sumisión a ella me encontré a mí mismo y encontré la fuerza para hacerme cargo de mi vida… Para tomar el control y tomar mis propias decisiones.
—¿Convertirte en un dominante?
—Sí.
—¿Eso fue decisión tuya?
—Sí.
—¿Dejar Harvard?
—Eso también fue cosa mía, y es la mejor decisión que he tomado. Hasta que te conocí.
—¿A mí?
—Sí. —Curva los labios para formar una sonrisa—. La mejor decisión que he tomado en mi vida ha sido casarme contigo.
Oh, Dios mío.
—¿No ha sido fundar tu empresa?
Niega con la cabeza.
—¿Ni aprender a volar?
Vuelve a negar.
—Tú —dice y me acaricia la mejilla con los nudillos—. Y ella lo supo —susurra.
Frunzo el ceño.
—¿Ella supo qué?
—Que estaba perdidamente enamorado de ti. Me animó a ir a Georgia a verte, y me alegro de que lo hiciera. Creyó que se te cruzarían los cables y te irías. Que fue lo que hiciste.
Me pongo pálida. Prefiero no pensar en eso.
—Ella pensó que yo necesitaba todas las cosas que me proporcionaba el estilo de vida del que disfrutaba.
—¿El de dominante? —susurro.
Asiente.
—Eso me permitía mantener a todo el mundo a distancia, tener el control, mantenerme alejado… o eso creía. Seguro que has descubierto ya el porqué —añade en voz baja.
—¿Por tu madre biológica?
—No quería que volvieran a herirme. Y entonces me dejaste. —Sus palabras son apenas audibles—. Y yo me quedé hecho polvo.
Oh, no.
—Había evitado la intimidad tanto tiempo… No sabía cómo hacer esto.
—Por ahora lo estás haciendo bien —murmuro. Sigo el contorno de sus labios con el dedo índice. Él los frunce y me da un beso. Estás hablando conmigo, pienso—. ¿Lo echas de menos? —susurro.
—¿El qué?
—Ese estilo de vida.
—Sí.
¡Oh!
—Pero solo porque echo de menos el control que me proporcionaba. Y la verdad es que gracias a tu estúpida hazaña —se detiene—, que salvó a mi hermana —continúa en un susurro lleno de alivio, asombro e incredulidad—, ahora lo sé.
—¿Qué sabes?
—Sé que de verdad me amas.
Frunzo el ceño.
—¿Ah, sí?
—Sí, porque he visto que lo arriesgaste todo por mí y por mi familia.
Mi ceño se hace más profundo. Él extiende la mano y sigue con el dedo la línea del medio de mi frente, sobre la nariz.
—Te sale una V aquí cuando frunces el ceño —murmura—. Es un sitio muy suave para darte un beso. Puedo comportarme fatal… pero tú sigues aquí.
—¿Y por qué te sorprende tanto que siga aquí? Ya te he dicho que no te voy a dejar.
—Por la forma en que me comporté cuando me dijiste que estabas embarazada. —Me roza la mejilla con el dedo—. Tenías razón. Soy un adolescente.
Oh, mierda… sí que dije eso. Mi subconsciente me mira fijamente: ¡Su médico lo dijo!
—Joseph, he dicho algunas cosas horribles. —Me pone el dedo índice sobre los labios.
—Silencio. Merecía oírlas. Además, este es mi cuento para dormir. —Vuelve a ponerse boca arriba—. Cuando me dijiste que estabas embarazada… —Hace una pausa—. Yo pensaba que íbamos a ser solo tú y yo durante un tiempo. Había pensado en tener hijos, pero solo en abstracto. Tenía la vaga idea de que tendríamos un hijo en algún momento del futuro.
¿Solo uno? No… No, un hijo único no. No como yo. Pero tal vez este no sea el mejor momento para sacar ese tema.
—Todavía eres tan joven… Y sé que eres bastante ambiciosa.
¿Ambiciosa? ¿Yo?
—Bueno, fue como si se me hubiera abierto el suelo bajo los pies. Dios, fue totalmente inesperado. Cuando te pregunté qué te ocurría ni se me pasó por la cabeza que podías estar embarazada. —Suspira—. Estaba tan furioso… Furioso contigo. Conmigo. Con todo el mundo. Y volví a sentir que no tenía control sobre nada. Tenía que salir. Fui a ver a Flynn, pero estaba en una reunión con padres en un colegio.
Joseph se detiene y levanta una ceja.
—Irónico —susurro, y Joseph sonríe, de acuerdo conmigo.
—Así que me puse a andar y andar, y simplemente… me encontré en la puerta del salón. Elena ya se iba. Se sorprendió de verme. Y, para ser sincero, yo también estaba sorprendido de encontrarme allí. Ella vio que estaba furioso y me preguntó si quería tomar una copa.
Oh, mierda. Hemos llegado al quid de la cuestión. El corazón empieza a latirme el doble de rápido. ¿De verdad quiero saberlo? Mi subconsciente me mira con una ceja depilada arqueada en forma de advertencia.
—Fuimos a un bar tranquilo que conozco y pedimos una botella de vino. Ella se disculpó por cómo se había comportado la última vez que nos vimos. Le duele que mi madre no quiera saber nada más de ella, eso ha reducido mucho su círculo social, pero lo entiende. Hablamos del negocio, que va bien a pesar de la crisis… Y mencioné que tú querías tener hijos.
Frunzo el ceño.
—Pensaba que le habías dicho que estaba embarazada.
Me mira con total sinceridad.
—No, no se lo conté.
—¿Y por qué no me lo dijiste?
Se encoge de hombros.
—No tuve oportunidad.
—Sí que la tuviste.
—No te encontré a la mañana siguiente, ______. Y cuando apareciste, estabas tan furiosa conmigo…
Oh, sí…
—Cierto.
—De todas formas, en un momento de la noche, cuando ya íbamos por la mitad de la segunda botella, ella se acercó y me tocó. Y yo me quedé helado —susurra, tapándose los ojos con el brazo.
Se me eriza el vello. ¿Y eso?
—Ella vio que me apartaba. Fue un shock para ambos. —Su voz es baja, demasiado baja.
¡Joseph, mírame! Tiro de su brazo y él lo baja, girando la cabeza para enfrentar mi mirada. Mierda. Está pálido y tiene los ojos como platos.
—¿Qué? —pregunto sin aliento.
Frunce el ceño y traga saliva.
Oh, ¿qué es lo que no me está contando? ¿Quiero saberlo?
—Me propuso tener sexo. —Está horrorizado, lo veo.
Todo el aire abandona mi cuerpo. Estoy sin aliento y creo que se me ha parado el corazón. ¡Esa endemoniada bruja!
—Fue un momento que se quedó como suspendido en el tiempo. Ella vio mi expresión y se dio cuenta de que se había pasado de la raya, mucho. Le dije que no. No había pensado en ella así en todos estos años, y además —traga saliva—, te amo. Y se lo dije, le dije que amo a mi mujer.
Le miro fijamente. No sé qué decir.
—Se apartó de inmediato. Volvió a disculparse e intentó que pareciera una broma. Dijo que estaba feliz con Isaac y con el negocio y que no estaba resentida con nosotros. Continuó diciendo que echaba de menos mi amistad, pero que era consciente de que mi vida estaba contigo ahora, y que eso le parecía raro, dado lo que pasó la última vez que estuvimos todos juntos en la misma habitación. Yo no podía estar más de acuerdo con ella. Nos despedimos… por última vez. Le dije que no volvería a verla y ella se fue por su lado.
Trago saliva y noto que el miedo me atenaza el corazón.
—¿La besaste?
—¡No! —Ríe entre dientes—. ¡No podía soportar estar tan cerca de ella!
Oh, bien.
—Estaba triste. Quería venir a casa contigo. Pero sabía que no me había portado bien. Me quedé y acabé la botella y después continué con el bourbon. Mientras bebía me acordé de algo que me dijiste hace tiempo: «Si hubieras sido mi hijo…». Y empecé a pensar en Junior y en la forma en que empezamos Elena y yo. Y eso me hizo sentir… incómodo. Nunca antes lo había pensado así.
Un recuerdo florece en mi mente: una conversación susurrada de cuando estaba solo medio consciente. Es la voz de Joseph: «Pero verla consiguió que volviera a ponerlo todo en contexto y recuperara la perspectiva. Acerca de lo del bebé, ya sabes. Por primera vez sentí que… lo que hicimos… estuvo mal». Hablaba con Grace.
—¿Y eso es todo?
—Sí.
—Oh.
—¿Oh?
—¿Se acabó?
—Sí. Se acabó desde el mismo momento en que posé los ojos en ti por primera vez. Pero esa noche me di cuenta por fin y ella también.
—Lo siento —murmuro.
Él frunce el ceño.
—¿Por qué?
—Por estar tan enfadada al día siguiente.
Él ríe entre dientes.
—Nena, entiendo tu enfado. —Hace una pausa y suspira—. ______, es que te quiero para mí solo. No quiero compartirte. Nunca antes había tenido lo que tenemos ahora. Quiero ser el centro de tu universo, por un tiempo al menos.
Oh, Joseph…
—Lo eres. Y eso no va a cambiar.
Él me dedica una sonrisa indulgente, triste y resignada.
—______ —me susurra—, eso no puede ser verdad.
Los ojos se me llenan de lágrimas.
—¿Cómo puedes pensarlo? —murmura.
Oh, no.
—Mierda… No llores, ______. Por favor, no llores. —Me acaricia la cara.
—Lo siento. —Me tiembla el labio inferior. Él me lo acaricia con el pulgar y eso me calma.
—No, ______, no. No lo sientas. Vas a tener otra persona a la que amar. Y tienes razón. Así es cómo tiene que ser.
—Bip te querrá también. Serás el centro del mundo de Bip… de Junior —susurro—. Los niños quieren a sus padres incondicionalmente, Joseph. Vienen así al mundo. Programados para querer. Todos los bebés… incluso tú. Piensa en ese libro infantil que te gustaba cuando eras pequeño. Todavía necesitabas a tu madre. La amabas.
Arruga la frente y aparta la mano para colocarla convertida en un puño contra su barbilla.
—No —susurra.
—Sí, así es. —Las lágrimas empiezan a caerme libremente—. Claro que sí. No era una opción. Por eso estás tan herido.
Me mira fijamente con la expresión hosca.
—Por eso eres capaz de amarme a mí —murmuro—. Perdónala. Ella tenía su propio mundo de dolor con el que lidiar. Era una mala madre, pero tú la amabas.
Sigue mirándome sin decir nada, con los ojos llenos de recuerdos que yo solo empiezo a intuir.
Oh, por favor, no dejes de hablar.
Por fin dice:
—Solía cepillarle el pelo. Era guapa.
—Solo con mirarte a ti nadie lo dudaría.
—Pero era una mala madre —Su voz es apenas audible.
Asiento y él cierra los ojos.
—Me asusta que yo vaya a ser un mal padre.
Le acaricio esa cara que tanto quiero. Oh, mi Cincuenta, mi Cincuenta, mi Cincuenta…
—Joseph, ¿cómo puedes pensar ni por un momento que yo te dejaría ser un mal padre?
Abre los ojos y se me queda mirando durante lo que me parece una eternidad. Sonríe y el alivio empieza a iluminar su cara.
—No, no creo que me lo permitieras. —Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos, mirándome asombrado—. Dios, qué fuerte es usted, señora Jonas. Te amo tanto… —Me da un beso en la frente—. No sabía que podría amarte así.
—Oh, Joseph —susurro intentando contener la emoción.
—Bueno, ese es el final del cuento.
—Menudo cuento…
Sonríe nostálgico, pero creo que está aliviado.
—¿Qué tal tu cabeza?
—¿Mi cabeza?
La verdad es que la tengo a punto de explotar por todo lo que acabas de contarme…
—¿Te duele?
—No.
—Bien. Creo que deberías dormir.
¡Dormir! ¿Cómo voy a poder dormir después de todo esto?
—A dormir —dice categórico—. Lo necesitas.
Hago un mohín.
—Tengo una pregunta.
—Oh, ¿qué? —Me mira con ojos cautelosos.
—¿Por qué de repente te has vuelto tan… comunicativo, por decirlo de alguna forma?
Frunce el ceño.
—Ahora de repente me cuentas todo esto, cuando hasta ahora sacarte información era algo angustioso y que ponía a prueba la paciencia de cualquiera.
—¿Ah, sí?
—Ya sabes que sí.
—¿Que por qué ahora estoy siendo comunicativo? No lo sé. Tal vez porque te he visto casi muerta sobre un suelo de cemento. O porque voy a ser padre. No lo sé. Has dicho que querías saberlo y no quiero que Elena se interponga entre nosotros. No puede. Ella es el pasado; ya te lo he dicho muchas veces.
—Si no hubiera intentado acostarse contigo… ¿seguirían siendo amigos?
—Eso ya son dos preguntas…
—Perdona. No tienes por que decírmelo. —Me sonrojo—. Ya me has contado hoy más de lo que podía esperar.
Su mirada se suaviza.
—No, no lo creo. Me parecía que tenía algo pendiente con ella desde mi cumpleaños, pero ahora se ha pasado de la raya y para mí se acabó. Por favor, créeme. No voy a volver a verla. Has dicho que ella es un límite infranqueable para ti y ese es un término que entiendo —me dice con tranquila sinceridad.
Bien. Voy a cerrar este tema ya. Mi subconsciente se deja caer en su sillón: «¡Por fin!».
—Buenas noches, Joseph. Gracias por ese cuento tan revelador. —Me acerco para darle un beso y nuestros labios solo se rozan brevemente, porque él se aparta cuando intento hacer el beso más profundo.
—No —susurra—. Estoy loco por hacerte el amor.
—Hazlo entonces.
—No, necesitas descansar y es tarde. A dormir. —Apaga la lámpara de la mesilla y nos envuelve la oscuridad.
—Te amo incondicionalmente, Joseph —murmuro y me acurruco a su lado.
—Lo sé —susurra y noto su sonrisa tímida.
Me despierto sobresaltada. La luz inunda la habitación y Joseph no está en la cama. Miro el reloj y veo que son las siete y cincuenta y tres. Inspiro hondo y hago una mueca de dolor cuando mis costillas se quejan, aunque ya me duelen un poco menos que ayer. Creo que puedo ir a trabajar. Trabajar… sí. Quiero ir a trabajar.
Es lunes y ayer me pasé todo el día en la cama. Joseph solo me dejó ir a hacerle una breve visita a Ray. Sigue siendo un obseso del control. Sonrío cariñosamente. Mi obseso del control. Ha estado atento, cariñoso, hablador… y ha mantenido las manos lejos de mí desde que llegué a casa.
Frunzo el ceño. Voy a tener que hacer algo para cambiar eso. Ya no me duele la cabeza y el dolor de las costillas ha mejorado, aunque todavía tengo que tener cuidado a la hora de reírme, pero estoy frustrada. Si no me equivoco, esta es la temporada más larga que he pasado sin sexo desde… bueno, desde la primera vez.
Creo que los dos hemos recuperado nuestro equilibrio. Joseph está mucho más relajado; el cuento para dormir parece haber conseguido ahuyentar unos cuantos fantasmas, suyos y míos. Ya veremos.
Me ducho rápido, y una vez seca, busco entre mi ropa. Quiero algo sexy. Algo que anime a Joseph a la acción. ¿Quién habría pensado que un hombre tan insaciable podría tener tanto autocontrol? No quiero ni pensar en cómo habrá aprendido a mantener esa disciplina sobre su cuerpo. No hemos hablado de la bruja después de su confesión. Espero que no tengamos que volver a hacerlo. Para mí está muerta y enterrada.
Escojo una falda corta negra casi indecente y una blusa blanca de seda con un volante. Me pongo medias hasta el muslo con el extremo de encaje y los zapatos de tacón negros de Louboutin. Un poco de rimel y de brillo de labios y después de cepillarme el pelo con ferocidad, me lo dejo suelto. Sí. Esto debería servir.
Joseph está comiendo en la barra del desayuno. Cuando me ve, deja el tenedor con la tortilla en el aire a medio camino de su boca. Frunce el ceño.
—Buenos días, señora Jonas. ¿Va a alguna parte?
—A trabajar. —Sonrío dulcemente.
—No lo creo. —Joseph ríe entre dientes, burlón—. La doctora Singh dijo que una semana de reposo.
—Joseph, no me voy a pasar todo el día en la cama sola. Prefiero ir a trabajar. Buenos días, Gail.
—Hola, señora Jonas. —La señora Jones intenta ocultar una sonrisa—. ¿Quiere desayunar algo?
—Sí, por favor.
—¿Cereales?
—Prefiero huevos revueltos y una tostada de pan integral.
La señora Jones sonríe y Joseph muestra su sorpresa.
—Muy bien, señora Jonas —dice la señora Jones.
—______, no vas a ir a trabajar.
—Pero…
—No. Así de simple. No discutas. —Joseph es firme. Le miro fijamente y entonces me doy cuenta de que lleva el mismo pantalón del pijama y la camiseta de anoche.
—¿Tú vas a ir a trabajar? —le pregunto.
—No.
¿Me estoy volviendo loca?
—Es lunes, ¿verdad?
Sonríe.
—Por lo que yo sé, sí.
Entorno los ojos.
—¿Vas a faltar?
—No te voy a dejar sola para que te metas en más problemas. Y la doctora Singh dijo que tienes que descansar una semana antes de volver al trabajo, ¿recuerdas?
Me siento en el taburete a su lado y me subo un poco la falda. La señora Jones coloca una taza de té delante de mí.
—Te veo bien —dice Joseph. Cruzo las piernas—. Muy bien. Sobre todo por aquí. —Roza con un dedo la carne desnuda que se ve por encima de las medias. Se me acelera el pulso cuando su dedo roza mi piel—. Esa falda es muy corta —murmura con una vaga desaprobación en la voz mientras sus ojos siguen el camino de su dedo.
—¿Ah, sí? No me había dado cuenta.
Joseph me mira fijamente con la boca formando una sonrisa divertida e irritada a la vez.
—¿De verdad, señora Jonas?
Me ruborizo.
—No estoy seguro de que ese atuendo sea adecuado para ir al trabajo —murmura.
—Bueno, como no voy a ir a trabajar, eso es algo discutible.
—¿Discutible?
—Discutible —repito.
Joseph sonríe de nuevo y vuelve a su tortilla.
—Tengo una idea mejor.
—¿Ah, sí?
Me mira a través de sus largas pestañas y sus ojos ambarinos se oscurecen. Inhalo bruscamente. Oh, Dios mío… Ya era hora.
—Podemos ir a ver qué tal va Elliot con la casa.
¿Qué? ¡Oh! ¡Está jugando conmigo! Recuerdo vagamente que íbamos a hacer eso antes de que ocurriera el accidente de Ray.
—Me encantaría.
—Bien. —Sonríe.
—¿Tú no tienes que trabajar?
—No. Ros ha vuelto de Taiwan. Todo ha ido bien. Hoy todo está bien.
—Pensaba que ibas a ir tú a Taiwan.
Ríe entre dientes otra vez.
—______, estabas en el hospital.
—Oh.
—Sí, oh. Así que ahora voy a pasar algo de tiempo de calidad con mi mujer. —Se humedece los labios y le da un sorbo al café.
—¿Tiempo de calidad? —No puedo evitar la esperanza que se refleja en mi voz.
La señora Jones me sirve los huevos revueltos. Sigue sin poder ocultar la sonrisa. Joseph sonríe burlón.
—Tiempo de calidad —repite y asiente.
Tengo demasiada hambre para seguir flirteando con mi marido.
—Me alegro de verte comer —susurra. Se levanta, se inclina y me da un beso en el pelo—. Me voy a la ducha.
—Mmm… ¿Puedo ir y enjabonarte la espalda? —murmuro con la boca llena de huevo y tostada.
—No. Come.
Se levanta de la barra y, mientras se encamina al salón, se quita la camiseta por la cabeza, ofreciéndome la visión de sus hombros bien formados y su espalda desnuda. Me quedo parada a medio masticar. Lo ha hecho a propósito. ¿Por qué?
Joseph está relajado mientras conduce hacia el norte. Acabamos de dejar a Ray y al señor Rodríguez viendo el fútbol en la nueva televisión de pantalla plana que sospecho que ha comprado Joseph para la habitación del hospital de Ray.
Joseph ha estado tranquilo desde que tuvimos «la charla». Es como si se hubiera quitado un peso de encima; la sombra de la señora Robinson ya no se cierne sobre nosotros, tal vez porque yo he decidido dejarla ir… o quizá porque ha sido él quien la ha hecho desaparecer, no lo sé. Pero ahora me siento más cerca de él de lo que me he sentido nunca antes. Quizá porque por fin ha confiado en mí. Espero que siga haciéndolo. Y ahora también se muestra más abierto con el tema del bebé. No ha salido a comprar una cuna todavía, pero tengo grandes esperanzas.
Le miro mientras conduce y saboreo todo lo que puedo esa visión. Parece informal, sereno… y sexy con el pelo alborotado, las Ray-Ban, la chaqueta de raya diplomática, la camisa blanca y los vaqueros.
Me mira, me pone la mano en la rodilla y me la acaricia tiernamente.
—Me alegro de que no te hayas cambiado.
Me he puesto una chaqueta vaquera y zapatos planos, pero sigo llevando la minifalda. Deja la mano ahí, sobre mi rodilla, y yo se la cubro con la mía.
—¿Vas a seguir provocándome?
—Tal vez.
Joseph sonríe.
—¿Por qué?
—Porque puedo.
Sonríe infantil.
—A eso podemos jugar los dos… —susurro.
Sus dedos suben provocativamente por mi muslo.
—Inténtelo, señora Jonas. —Su sonrisa se hace más amplia.
Le cojo la mano y se la pongo sobre su rodilla.
—Guárdate tus manos para ti.
Sonríe burlón.
—Como quiera, señora Jonas.
Maldita sea. Es posible que con este juego me salga el tiro por la culata.
Joseph sube por la entrada de nuestra nueva casa. Se detiene ante el teclado e introduce un número. La ornamentada puerta blanca se abre. El motor ruge al cruzar el camino flanqueado por árboles todavía llenos de hojas, aunque estas ya muestran una mezcla de verde, amarillo y cobrizo brillante. La alta hierba del prado se está volviendo dorada, pero sigue habiendo unas pocas flores silvestres amarillas que destacan entre la hierba. Es un día precioso. El sol brilla y el olor salado del Sound se mezcla en el aire con el aroma del otoño que ya se acerca. Es un sitio muy tranquilo y muy bonito. Y pensar que vamos a tener nuestro hogar aquí…
Tras una curva del camino aparece nuestra casa. Varios camiones grandes con palabras CONSTRUCCIONES JONAS inscritas en sus laterales están aparcados delante. La casa está cubierta de andamios y hay varios trabajadores con casco trabajando en el tejado.
Joseph aparca frente al pórtico y apaga el motor. Puedo notar su entusiasmo.
—Vamos a buscar a Elliot.
—¿Está aquí?
—Eso espero. Para eso le pago.
Río entre dientes y Joseph sonríe mientras sale del coche.
—¡Hola, hermano! —grita Elliot desde alguna parte. Los dos miramos alrededor buscándole—. ¡Aquí arriba! —Está sobre el tejado, saludándonos y sonriendo de oreja a oreja—. Ya era hora de que vinieran por aquí. Quédense ahí. Enseguida bajo.
Miro a Joseph, que se encoge de hombros. Unos minutos después Elliot aparece en la puerta principal.
—Hola, hermano —saluda y le estrecha la mano a Joseph—. ¿Y qué tal estás tú, pequeña? —Me coge y me hace girar.
—Mejor, gracias.
Suelto una risita sin aliento porque mis costillas protestan. Joseph frunce el ceño, pero Elliot le ignora.
—Vamos a la oficina. Tienen que ponerse uno de estos —dice dándole un golpecito al casco.
Solo está en pie la estructura de la casa. Los suelos están cubiertos de un material duro y fibroso que parece arpillera. Algunas de las paredes originales han desaparecido y se están construyendo otras nuevas. Elliot nos lleva por todo el lugar, explicándonos lo que están haciendo, mientras los hombres, y unas cuantas mujeres siguen trabajando a nuestro alrededor. Me alivia ver que la escalera de piedra con su vistosa balaustrada de hierro sigue en su lugar y cubierta completamente con fundas blancas para evitar el polvo.
En la zona de estar principal han tirado la pared de atrás para levantar la pared de cristal de Gia y están empezando a trabajar en la terraza. A pesar de todo ese lío, la vista es impresionante. Los nuevos añadidos mantienen y respetan el encanto de lo antiguo que tenía la casa… Gia lo ha hecho muy bien. Elliot nos explica pacientemente los procesos y nos da un plazo aproximado para todo. Espera que pueda estar acabada para Navidad, aunque eso a Joseph le parece muy optimista.
Madre mía… La Navidad con vistas al Sound. No puedo esperar. Noto una burbuja de entusiasmo en mi interior. Veo imágenes de nosotros poniendo un enorme árbol mientras un niño con el pelo castañp nos mira asombrado.
Elliot termina la visita en la cocina.
—Los voy a dejar para que echén un vistazo por su cuenta. Tengan cuidado, que esto es una obra.
—Claro. Gracias, Elliot —susurra Joseph cogiéndome la mano—. ¿Contenta? —me pregunta cuando su hermano nos deja solos.
Yo estoy mirando el cascarón vacío que es esa habitación y preguntándome dónde voy a colgar los cuadros de los pimientos que compramos en Francia.
—Mucho. Me encanta. ¿Y a ti?
—Lo mismo digo. —Sonríe.
—Bien. Estoy pensando en los cuadros de los pimientos que vamos a poner aquí.
Joseph asiente.
—Quiero poner los retratos que te hizo José en esta casa. Tienes que pensar dónde vas a ponerlos también.
Me ruborizo.
—En algún sitio donde no tenga que verlos a menudo.
—No seas así. —Me mira frunciendo el ceño y me acaricia el labio inferior con el pulgar—. Son mis cuadros favoritos. Me encanta el que tengo en el despacho.
—Y yo no tengo ni idea de por qué —murmuro y le doy un beso en la yema del pulgar.
—Hay cosas peores que pasarme el día mirando tu preciosa cara sonriente. ¿Tienes hambre? —me pregunta.
—¿Hambre de qué? —susurro.
Sonríe y sus ojos se oscurecen. La esperanza y el deseo se desperezan en mis venas.
—De comida, señora Jonas. —Y me da un beso breve en los labios.
Hago un mohín fingido y suspiro.
—Sí. Últimamente siempre tengo hambre.
—Podemos hacer un picnic los tres.
—¿Los tres? ¿Alguien se va a unir a nosotros?
Joseph ladea la cabeza.
—Dentro de unos siete u ocho meses.
Oh… Bip. Le sonrío tontorronamente.
—He pensado que tal vez te apetecería comer fuera.
—¿En el prado? —le pregunto.
Asiente.
—Claro.
Sonrío.
—Este va a ser un lugar perfecto para criar una familia —murmura mientras me mira.
¡Familia! ¿Más de un hijo? ¿Será el momento de mencionar eso?
Me pone la mano sobre el vientre y extiende los dedos. Madre mía… Contengo la respiración y coloco mi mano sobre la suya.
—Me cuesta creerlo —susurra, y por primera vez oigo asombro en su voz.
—Lo sé. Oh, tengo una prueba. Una foto.
—¿Ah, sí? ¿La primera sonrisa del bebé?
Saco de la cartera la imagen de la ecografía de Bip.
—¿Lo ves?
Joseph mira fijamente la imagen durante varios segundos.
—Oh… Bip. Sí, lo veo. —Suena distraído, asombrado.
—Tu hijo —le susurro.
—Nuestro hijo —responde.
—El primero de muchos.
—¿Muchos? —Joseph abre los ojos como platos, alarmado.
—Al menos dos.
—¿Dos? —dice como haciéndose a la idea—. ¿Podemos ir de uno en uno, por favor?
Sonrío.
—Claro.
Salimos afuera a la cálida tarde de otoño.
—¿Cuándo se lo vamos a decir a tu familia? —pregunta Joseph.
—Pronto —le digo—. Pensaba decírselo a Ray esta mañana, pero el señor Rodríguez estaba allí. —Me encojo de hombros.
Joseph asiente y abre el maletero del R8. Dentro hay una cesta de picnic de mimbre y la manta de cuadros escoceses que compramos en Londres.
—Vamos —me dice cogiendo la cesta y la manta en una mano y tendiéndome la otra. Los dos vamos andando hasta el prado.
—Claro, Ros, hazlo. —Joseph cuelga. Es la tercera llamada que responde durante el picnic. Se ha quitado los zapatos y los calcetines y me mira con los brazos apoyados en sus rodillas dobladas. Su chaqueta está a un lado, encima de la mía, porque bajo el sol no tenemos frío. Me tumbo a su lado sobre la manta de picnic. Estamos rodeados por la hierba verde y dorada, lejos del ruido de la casa, y ocultos de los ojos indiscretos de los trabajadores de la construcción. Nuestro particular refugio bucólico. Me da otra fresa y yo la muerdo y chupo el zumo agradecida, mirando sus ojos que se oscurecen por momentos—. ¿Está rica? —susurra.
—Mucho.
—¿Quieres más?
—¿Fresas? No.
Sus ojos brillan peligrosamente y sonríe.
—La señora Jones hace unos picnics fantásticos —dice.
—Cierto —susurro.
De repente cambia de postura y se tumba con la cabeza apoyada en mi vientre. Cierra los ojos y parece satisfecho. Yo enredo los dedos en su pelo.
Él suspira profundamente, después frunce el ceño y mira el número que aparece en la pantalla de su BlackBerry, que está sonando. Pone los ojos en blanco y coge la llamada.
—Welch —exclama. Se pone tenso, escucha un par de segundos y después se levanta bruscamente—. Veinticuatro horas, siete días… Gracias —dice con los dientes apretados y cuelga. Su humor cambia instantáneamente. El provocativo marido con ganas de flirtear se convierte en el frío y calculador amo del universo. Entorna los ojos un momento y después esboza una sonrisa gélida. Un escalofrío me recorre la espalda. Coge otra vez la BlackBerry y escoge un número de marcación rápida—. ¿Ros, cuántas acciones tenemos de Maderas Lincoln? —Se arrodilla.
Se me eriza el vello. Oh, no, ¿de qué va esto?
—Consolida las acciones dentro de Jonas Enterprises Holdings, Inc. y después despide a toda la junta… Excepto al presidente… Me importa una mierda… Lo entiendo, pero hazlo… Gracias… Mantenme informado. —Cuelga y me mira impasible durante un instante.
¡Madre mía! Joseph está furioso.
—¿Qué ha pasado?
—Linc —murmura.
—¿Linc? ¿El ex de Elena?
—El mismo. Fue él quien pagó la fianza de Hyde.
Miro a Joseph con la boca abierta, horrorizada. Su boca forma una dura línea.
—Bueno… pues ahora va a parecer un imbécil —murmuro consternada—. Porque Hyde cometió otro delito mientras estaba bajo fianza.
Joseph entorna los ojos y sonríe.
—Cierto, señora Jonas.
—¿Qué acabas de hacer? —Me pongo de rodillas sin dejar de mirarle.
—Le acabo de joder.
¡Oh!
—Mmm… eso me parece un poco impulsivo —susurro.
—Soy un hombre de impulsos.
—Soy consciente de ello.
Cierra un poco los ojos y aprieta los labios.
—He tenido este plan guardado en la manga durante un tiempo —dice secamente.
Frunzo el ceño.
—¿Ah, sí?
Hace una pausa en la que parece estar sopesando algo en la mente y después inspira hondo.
—Hace varios años, cuando yo tenía veintiuno, Linc le dio una paliza a su mujer que la dejó hecha un desastre. Le rompió la mandíbula, el brazo izquierdo y cuatro costillas porque se estaba acostando conmigo. —Se le endurecen los ojos—. Y ahora me entero de que le ha pagado la fianza a un hombre que ha intentado matarme, que ha raptado a mi hermana y que le ha fracturado el cráneo a mi mujer. Es más que suficiente. Creo que ha llegado el momento de la venganza.
Me quedo pálida. Dios mío…
—Cierto, señor Jonas —susurro.
—______, esto es lo que voy a hacer. Normalmente no hago cosas por venganza, pero no puedo dejar que se salga con la suya con esto. Lo que le hizo a Elena… Ella debería haberle denunciado, pero no lo hizo. Eso era decisión suya. Pero acaba de pasarse de la raya con lo de Hyde. Linc ha convertido esto en algo personal al posicionarse claramente contra mi familia. Le voy a hacer pedazos; destrozaré su empresa delante de sus narices y después venderé los trozos al mejor postor. Voy a llevarle a la bancarrota.
Oh…
—Además —Joseph sonríe burlón—, ganaré mucho dinero con eso.
Miro sus ojos ambarinos llameantes y su mirada se suaviza de repente.
—No quería asustarte —susurra.
—No me has asustado —miento.
Arquea una ceja divertido.
—Solo me has pillado por sorpresa —susurro y después trago saliva. Joseph da bastante miedo a veces.
Me roza los labios con los suyos.
—Haré cualquier cosa para mantenerte a salvo. Para mantener a salvo a mi familia. Y a este pequeñín —murmura y me pone la mano sobre el vientre para acariciarme suavemente.
Oh… Dejo de respirar. Joseph me mira y sus ojos se oscurecen. Separa los labios e inhala. En un movimiento deliberado las puntas de sus dedos me rozan el sexo.
Oh, madre mía… El deseo explota como un artefacto incendiario que me enciende la sangre. Le cojo la cabeza, enredo los dedos en su pelo y tiro de él para que sus labios se encuentren con los míos. Él da un respingo, sorprendido por mi arrebato, y eso le abre paso a mi lengua. Gruñe y me devuelve el beso, sus labios y su lengua ávidos de los míos, y durante un momento ardemos juntos, perdidos entre lenguas, labios, alientos y la dulce sensación de redescubrirnos el uno al otro.
Oh, cómo deseo a este hombre. Ha pasado mucho tiempo. Le deseo aquí y ahora, al aire libre, en el prado.
—______ —jadea en trance, y sus manos bajan por mi trasero hasta el dobladillo de la falda. Yo intento torpemente desabrocharle la camisa—. Guau, ______… Para. —Se aparta con la mandíbula tensa y me coge las manos.
—No. —Atrapo con los dientes su labio inferior y tiro—. No —murmuro de nuevo mirándole. Le suelto—. Te deseo.
Él inhala bruscamente. Está desgarrado; veo claramente la indecisión en sus ojos ambarinos y brillantes.
—Por favor, te necesito. —Todos los poros de mi cuerpo le suplican. Esto es lo que hacemos nosotros…
Gruñe derrotado, su boca encuentra la mía y nuestros labios se unen. Con una mano me coge la cabeza y la otra baja por mi cuerpo hasta mi cintura. Me tumba boca arriba y se estira a mi lado, sin romper en ningún momento el contacto de nuestras bocas.
Se aparta, cerniéndose sobre mí y mirándome.
—Es usted tan preciosa, señora Jonas.
Yo le acaricio su delicado rostro.
—Y usted también, señor Jonas. Por dentro y por fuera.
Frunce el ceño y yo recorro ese ceño con los dedos.
—No frunzas el ceño. A mí me lo pareces, incluso cuando estás enfadado —le susurro.
Gruñe una vez más y su boca atrapa la mía, empujándome contra la suave hierba que hay bajo la manta.
—Te he echado de menos —susurra y me roza la mandíbula con los dientes. Noto que mi corazón vuela alto.
—Yo también te he echado de menos. Oh, Joseph… —Cierro una mano entre su pelo y le agarro el hombro con la otra.
Sus labios bajan a mi garganta, dejando tiernos besos en su estela. Sus dedos siguen el mismo camino, desabrochándome diestramente los botones de la blusa. Me abre la blusa y me da besos en los pechos. Gime apreciativamente desde el fondo de su garganta y el sonido reverbera por mi cuerpo hasta los lugares más oscuros y profundos.
—Tu cuerpo está cambiando —susurra. Me acaricia el pezón con el pulgar hasta que se pone duro y tira de la tela del sujetador—. Me gusta —añade. Sigue con la lengua la línea entre el sujetador y mi pecho, provocándome y atormentándome. Coge la copa del sujetador delicadamente entre los dientes y tira de ella, liberando mi pecho y acariciándome el pezón con la nariz en el proceso. Se me pone la piel de gallina por su contacto y por el frescor de la suave brisa de otoño. Cierra los labios sobre mi piel y succiona fuerte durante largo rato.
—¡Ah! —gimo, inhalo bruscamente y hago una mueca cuando el dolor irradia de mis costillas contusionadas.
—¡______! —exclama Joseph y se me queda mirando con la cara llena de preocupación—. A esto me refería —me reprende—. No tienes instinto de autoconservación. No quiero hacerte daño.
—No… no pares —gimoteo. Se me queda mirando con emociones encontradas luchando en su interior—. Por favor.
—Ven. —Se mueve bruscamente y tira de mí hasta que quedo sentada a horcajadas sobre él con la falda subida y enrollada en las caderas. Me acaricia con las manos los muslos, justo por encima de las medias—. Así está mejor. Y puedo disfrutar de la vista.
Levanta la mano y engancha el dedo índice en la otra copa del sujetador, liberándome también el otro pecho. Me cubre ambos con las manos y yo echo atrás la cabeza y los empujo contra sus manos expertas. Tira de mis pezones y los hace rodar entre sus dedos hasta que grito y entonces se incorpora y se sienta de forma que quedamos nariz contra nariz, sus ojos ambarinos ávidos fijos en los míos. Me besa sin dejar de excitarme con los dedos. Yo busco frenéticamente su camisa y le desabrocho los dos primeros botones. Es como una sobrecarga sensorial: quiero besarle por todas partes, desvestirle y hacer el amor con él, todo a la vez.
—Tranquila… —Me coge la cabeza y se aparta, con los ojos oscuros y llenos de una promesa sensual—. No hay prisa. Tómatelo con calma. Quiero saborearte.
—Joseph, ha pasado tanto tiempo… —Estoy jadeando.
—Despacio —susurra, y es una orden. Me da un beso en la comisura derecha de la boca—. Despacio. —Ahora me besa la izquierda—. Despacio, nena. —Tira de mi labio inferior con los dientes—. Vayamos despacio. —Enreda los dedos en mi pelo para mantenerme quieta mientras su lengua me invade la boca buscando, saboreando, tranquilizándome… y a la vez llenándome de fuego. Oh, mi marido sabe besar…
Le acaricio la cara y mis dedos bajan hasta su barbilla, después por su garganta y por fin vuelvo a dedicarme a los botones de su camisa, despacio esta vez, mientras él sigue besándome. Le abro lentamente la camisa y le recorro con los dedos las clavículas siguiendo su contorno a través de su piel cálida y sedosa. Le empujo suavemente hacia atrás para que quede tumbado debajo de mí. Me siento erguida y le miro, consciente de que me estoy revolviendo contra su creciente erección. Mmm… Le rozo los labios con los míos pero sigo hasta su mandíbula, y después desciendo por el cuello, sobre la nuez, hasta el pequeño hueco en la base de la garganta. Mi guapísimo marido. Me inclino y trazo con la punta de los dedos el mismo recorrido que antes ha hecho mi boca. Le rozo la mandíbula con los dientes y le beso la garganta. Él cierra los ojos.
—Ah —gime y echa la cabeza hacia atrás, dándome un mejor acceso a la base de la garganta. Su boca está relajada y abierta en silenciosa veneración. Joseph perdido y excitado… es tan estimulante. Y excitante para mí.
Bajo acariciándole el esternón con la lengua y enredándola en el vello de su pecho. Mmm… Sabe tan bien. Y huele tan bien. Es embriagador. Beso primero una de sus pequeñas cicatrices redondas y después otra. Noto que me agarra las caderas, y mis dedos se detienen sobre su pecho mientras le miro. Su respiración es trabajosa.
—¿Quieres esto? ¿Aquí? —jadea. Sus ojos están empañados por una enloquecedora combinación de amor y lujuria.
—Sí —susurro y le paso los labios y la lengua por el pecho hasta su tetilla. La rodeo con la lengua y tiro con los dientes.
—Oh, ______ —murmura.
Me agarra la cintura y me levanta, tirando a la vez de los botones de la bragueta hasta que su erección queda libre. Me baja de nuevo y yo empujo contra él, saboreando la sensación: Joseph duro y caliente debajo de mí. Sube las manos por mis muslos parándose justo donde terminan las medias y empieza la carne, y sus manos empiezan a trazar pequeños círculos incitantes en la parte superior de los muslos hasta que con los pulgares me toca… justo donde quería que me tocara. Doy un respingo.
—Espero que no le tengas cariño a tu ropa interior —murmura con los ojos salvajes y brillantes.
Sus dedos recorren el elástico a lo largo de mi vientre. Después se deslizan por dentro para seguir provocándome antes de agarrar las bragas con fuerza y atravesar con los pulgares la delicada tela. Las bragas se desintegran. Joseph extiende las manos sobre mis muslos y sus pulgares vuelven a mi sexo. Flexiona las caderas para que su erección se frote contra mí.
—Siento lo mojada que estás. —Su voz desprende un deseo carnal.
De repente se sienta con el brazo rodeándome la cintura y quedamos frente a frente. Me acaricia la nariz con la suya.
—Vamos a hacerlo muy lento, señora Jonas. Quiero sentirlo todo de usted. —Me levanta y con una facilidad exquisita, lenta y frustrante, me va bajando sobre él. Siento cada bendito centímetro de él llenándome.
—Ah… —gimo de forma incoherente a la vez que extiendo las manos para agarrarle los brazos. Intento levantarme un poco para conseguir algo de fricción, pero él me mantiene donde estoy.
—Todo de mí —susurra y mueve la pelvis, empujando para introducirse hasta el fondo. Echo atrás la cabeza y dejo escapar un grito estrangulado de puro placer—. Deja que te oiga —murmura—. No… no te muevas, solo siente.
Abro los ojos. Tengo la boca petrificada en un grito silencioso. Sus ojos ambarinos me miran lascivos y entornados, encadenados a mis ojos azules en éxtasis. Se mueve, haciendo un círculo con la cadera, pero a mí no me deja moverme.
Gimo. Noto sus labios en mi garganta, besándome.
—Este es mi lugar favorito: enterrado en ti —murmura contra mi piel.
—Muévete, por favor —le suplico.
—Despacio, señora Jonas. —Flexiona de nuevo la cadera y el placer me llena el cuerpo. Le rodeo la cara con las manos y le beso, consumiéndole.
—Hazme el amor. Por favor, Joseph.
Sus dientes me rozan la mandíbula hasta la oreja.
—Vamos —susurra y me levanta para después bajarme.
La diosa que llevo dentro está desatada y yo presiono contra el suelo y empiezo a moverme, saboreando la sensación de él dentro de mí… cabalgando sobre él… cabalgando con fuerza. Él se acompasa conmigo con las manos en mi cintura. He echado de menos esto… La sensación enloquecedora de él debajo de mí, dentro de mí… El sol en la espalda, el dulce olor del otoño en el aire, la suave brisa otoñal. Es una fusión de sentidos cautivadora: el tacto, el gusto, el olfato y la vista de mi querido esposo debajo de mí.
—Oh, ______ —gime con los ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta.
Ah… Me encanta esto. Y en mi interior empiezo a acercarme… acercarme… cada vez más. Las manos de Joseph descienden hasta mis muslos y delicadamente presiona con los pulgares el vértice entre ambos y yo estallo a su alrededor, una y otra vez, y otra y otra, y me dejo caer sobre su pecho al mismo tiempo que él grita también, dejándose llevar y pronunciando mi nombre lleno de amor y felicidad.
Me abraza contra su pecho y me acaricia la cabeza. Mmm… Cierro los ojos y saboreo la sensación de sus brazos a mi alrededor. Tengo la mano sobre su pecho y siento el latido constante del corazón que se va ralentizando y calmando. Le beso y le acaricio con la nariz y me digo maravillada que no hace mucho no me habría permitido hacer esto.
—¿Mejor? —me susurra.
Levanto la cabeza. Está sonriendo ampliamente.
—Mucho. ¿Y tú? —Mi sonrisa es un reflejo de la suya.
—La he echado de menos, señora Jonas. —Se pone serio un momento.
—Y yo.
—Nada de hazañas nunca más, ¿eh?
—No —prometo.
—Deberías contarme las cosas siempre —susurra.
—Lo mismo digo, Jonas.
Él sonríe burlón.
—Cierto. Lo intentaré. —Me da un beso en el pelo.
—Creo que vamos a ser felices aquí —susurro cerrando los ojos otra vez.
—Sí. Tú, yo y… Bip. ¿Cómo te sientes, por cierto?
—Bien. Relajada. Feliz.
—Bien.
—¿Y tú?
—También. Todas esas cosas —responde.
Le miro intentando evaluar su expresión.
—¿Qué? —me pregunta.
—¿Sabes que eres muy autoritario durante el sexo?
—¿Es una queja?
—No. Solo me preguntaba… Has dicho que lo echabas de menos.
Se queda muy quieto y me mira.
—A veces —murmura.
Oh.
—Tenemos que ver qué podemos hacer al respecto —le digo y le doy un beso suave en los labios. Me enrosco a su alrededor como una rama de vid. En mi mente veo imágenes de nosotros en el cuarto de juegos: Tallis, la mesa, la cruz, esposada a la cama… Me gustan esos polvos pervertidos, nuestros polvos pervertidos. Sí. Puedo hacer esas cosas. Puedo hacerlo por él, con él. Puedo hacerlo por mí. Me hormiguea la piel al pensar en la fusta—. A mí también me gusta jugar —murmuro y le miro. Me responde con su sonrisa tímida.
—¿Sabes? Me gustaría mucho poner a prueba tus límites —susurra.
—¿Mis límites en cuanto a qué?
—Al placer.
—Oh, creo que eso me va a gustar.
—Bueno, quizá cuando volvamos a casa —dice, dejando esa promesa en el aire entre los dos.
Le acaricio con la nariz otra vez. Le quiero tanto…
Han pasado dos días desde nuestro picnic. Dos días desde que hizo la promesa: «Bueno, quizá cuando volvamos a casa». Joseph sigue tratándome como si fuera de cristal. Todavía no me deja ir a trabajar, así que estoy trabajando desde casa. Aparto el montón de cartas que he estado leyendo y suspiro. Joseph y yo no hemos vuelto al cuarto de juegos desde la vez que dije la palabra de seguridad. Y ha dicho que lo echa de menos. Bueno, yo también… sobre todo ahora que quiere poner a prueba mis límites. Me sonrojo al pensar en qué puede implicar eso. Miro las mesas de billar… Sí, no puedo esperar para explorar las posibilidades.
Mis pensamientos quedan interrumpidos por una suave música lírica que llena el ático. Joseph está tocando el piano; y no sus piezas tristes habituales, sino una melodía dulce y esperanzadora. Una que reconozco, pero que nunca le había oído tocar.
Voy de puntillas hasta el arco que da acceso al salón y contemplo a Joseph al piano. Está atadeciendo. El cielo es de un rosa opulento y la luz se refleja en su brillante pelo cobrizo. Está tan guapo y tan impresionante como siempre, concentrado mientras toca, ajeno a mi presencia. Ha estado tan comunicativo los últimos días, tan atento… Me ha contado sus impresiones de cómo iba el día, sus pensamientos, sus planes. Es como si se hubiera roto una presa en su interior y las palabras hubieran empezado a salir.
Sé que vendrá a comprobar qué tal estoy dentro de unos pocos minutos y eso me da una idea. Excitada y esperando que siga sin haberse dado cuenta de mi presencia, me escabullo y corro a nuestro dormitorio. Me quito toda la ropa según voy hacia allí hasta que no llevo más que unas bragas de encaje azul pálido. Encuentro una camisola del mismo azul y me la pongo rápidamente. Eso ocultará el hematoma. Entro en el vestidor y saco del cajón los vaqueros gastados de Joseph: los vaqueros del cuarto de juegos, mis vaqueros favoritos. Cojo mi BlackBerry de la mesita, doblo los pantalones con cuidado y me arrodillo junto a la puerta del dormitorio. La puerta está entornada y oigo las notas de otra pieza, una que no conozco. Pero es otra melodía llena de esperanza; es preciosa. Le escribo un correo apresuradamente.
____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 21 de septiembre de 2011 20: 45
Para: Joseph Jonas
Asunto: El placer de mi marido
Amo: Estoy esperando sus instrucciones. Siempre suya.
Señora J x
Pulso «Enviar».
Unos segundos después la música se detiene bruscamente. Se me para el corazón un segundo y después empieza a latir más fuerte. Espero y espero y por fin vibra mi BlackBerry.
____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 21 de septiembre de 2011 20: 48
Para: ______ Jonas
Asunto: El placer de mi marido <----- Me encanta este título, nena
Señora J: Estoy intrigado. Voy a buscarla. Prepárese.
Joseph Jonas Presidente ansioso por la anticipación de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
«¡Prepárese!» Mi corazón vuelve a latir con fuerza y empiezo a contar. Treinta y siete segundos después se abre la puerta. Cuando se para en el umbral mantengo la mirada baja, dirigida a sus pies descalzos. Mmm… No dice nada. Se queda callado mucho tiempo. Oh, mierda. Resisto la necesidad de levantar la vista y sigo con la mirada fija en el suelo.
Por fin se agacha y recoge sus vaqueros. Sigue en silencio, pero va hasta el vestidor mientras yo continúo muy quieta. Oh, Dios mío… allá vamos. El sonido de mi corazón es atronador y me encanta el subidón de adrenalina que me recorre el cuerpo. Me retuerzo según va aumentando mi excitación. ¿Qué me va a hacer? Regresa al cabo de un momento; ahora lleva los vaqueros.
—Así que quieres jugar… —murmura.
—Sí.
No dice nada y me arriesgo a levantar la mirada… Subo por sus piernas, sus muslos cubiertos por los vaqueros, el leve bulto a la altura de la bragueta, el botón desabrochado de la cintura, el vello que sube, el ombligo, su abdomen cincelado, el vello de su pecho, sus ojos abarinos en llamas y la cabeza ladeada. Tiene una ceja arqueada. Oh, mierda.
—¿Sí qué? —susurra.
Oh.
—Sí, amo.
Sus ojos se suavizan.
—Buena chica —dice y me acaricia la cabeza—. Será mejor que subamos arriba —añade.
Se me licuan las entrañas y el vientre se me tensa de esa forma tan deliciosa.
Me coge la mano y yo le sigo por el piso y subo con él la escalera. Delante de la puerta del cuarto de juegos se detiene, se inclina y me da un beso suave antes de agarrarme el pelo con fuerza.
—Estás dominando desde abajo, ¿sabes? —murmura contra mis labios.
—¿Qué? —No sé de qué está hablando.
—No te preocupes. Viviré con ello —susurra divertido, me acaricia la mandíbula con la nariz y me muerde con suavidad la oreja—. Cuando estemos dentro, arrodíllate como te he enseñado.
—Sí… Amo.
Me mira con los ojos brillándole de amor, asombro e ideas perversas.
Por Dios… La vida nunca va a ser aburrida con Joseph y estoy comprometida con esto a largo plazo. Quiero a este hombre: mi marido, mi amante, el padre de mi hijo, a veces mi dominante… mi Cincuenta Sombras.
—Era un día caluroso de verano y yo estaba haciendo un trabajo duro. —Ríe entre dientes y niega con la cabeza, de repente divertido—. Era un trabajo agotador el de apartar todos esos escombros. Estaba solo y apareció Ele…, la señora Lincoln de la nada y me trajo un poco de limonada. Empezamos a charlar, hice un comentario atrevido… y ella me dio un bofetón. Un bofetón muy fuerte.
Inconscientemente se lleva la mano a la cara y se frota la mejilla. Los ojos se le oscurecen al recordar. ¡Maldita sea!
—Pero después me besó. Y cuando acabó de besarme, me dio otra bofetada. —Parpadea y sigue pareciendo confuso incluso después de pasado tanto tiempo—. Nunca antes me habían besado ni pegado así.
Oh. Se lanzó sobre él. Sobre un niño…
—¿Quieres oír esto? —me pregunta Joseph.
Sí… No…
—Solo si tú quieres contármelo. —Mi voz suena muy baja cuando le miento sin dejar de mirarle. Mi mente es un torbellino.
—Estoy intentando que tengas un poco de contexto.
Asiento de una forma alentadora, espero. Pero sospecho que parezco una estatua, petrificada y con los ojos muy abiertos por la impresión.
Él frunce el ceño y busca mis ojos con los suyos, intentando evaluar mi reacción. Después se tumba boca arriba y mira al techo.
—Bueno, naturalmente yo estaba confuso, enfadado y cachondo como un perro. Quiero decir, una mujer mayor y atractiva se lanza sobre ti así… —Niega con la cabeza como si no pudiera creérselo todavía.
¿Cachondo? Me siento un poco mareada.
—Ella volvió a la casa y me dejó en el patio. Actuó como si nada hubiera pasado. Yo estaba absolutamente desconcertado. Así que volví al trabajo, a cargar escombros hasta el contenedor. Cuando me fui esa tarde, ella me pidió que volviera al día siguiente. No dijo nada de lo que había pasado. Así que regresé al día siguiente. No podía esperar para volver a verla —susurra como si fuera una confesión oscura… tal vez porque lo es—. No me tocó cuando me besó —murmura y gira la cabeza para mirarme—. Tienes que entenderlo… Mi vida era el infierno en la tierra. Iba por ahí con quince años, alto para mi edad, empalmado constantemente y lleno de hormonas. Las chicas del instituto…
No sigue, pero me hago a la idea: un adolescente asustado, solitario y atractivo. Se me encoge el corazón.
—Estaba enfadado, muy enfadado con todo el mundo, conmigo, con los míos. No tenía amigos. El terapeuta que me trataba entonces era un imbécil integral. Mi familia me tenía atado en corto, no lo entendían.
Vuelve a mirar al techo y se pasa una mano por el pelo. Yo estoy deseando pasarle también la mano por el pelo, pero permanezco quieta.
—No podía soportar que nadie me tocara. No podía. No soportaba que nadie estuviera cerca de mí. Solía meterme en peleas… joder que sí. Me metí en riñas bastante duras. Me echaron de un par de colegios. Pero era una forma de desahogarme un poco. La única forma de tolerar algo de contacto físico. —Se detiene de nuevo—. Bueno, te puedes hacer una idea. Y cuando ella me besó, solo me cogió la cara. No me tocó. —Casi no le oigo la voz.
Ella debía saberlo. Tal vez Grace se lo dijo. Oh, mi pobre Cincuenta. Tengo que meter las manos bajo la almohada y apoyar la cabeza en ella para resistir la necesidad de abrazarle.
—Bueno, al día siguiente volví a la casa sin saber qué esperar. Y te voy a ahorrar los detalles escabrosos, pero fue más de lo mismo. Así empezó la relación.
Oh, joder, qué doloroso es escuchar esto…
Él vuelve a ponerse de costado para quedar frente a mí.
—¿Y sabes qué, ______? Mi mundo recuperó la perspectiva. Aguda y clara. Todo. Eso era exactamente lo que necesitaba. Ella fue como un soplo de aire fresco. Tomaba todas las decisiones, apartando de mí toda esa mierda y dejándome respirar.
Madre mía.
—E incluso cuando se acabó, mi mundo siguió centrado gracias a ella. Y siguió así hasta que te conocí.
¿Y qué demonios se supone que puedo decir ahora? Él me coloca un mechón suelto detrás de la oreja.
—Tú pusiste mi mundo patas arriba. —Cierra los ojos y cuando vuelve a abrirlos están llenos de dolor—. Mi mundo era ordenado, calmado y controlado, y de repente tú llegaste a mi vida con tus comentarios inteligentes, tu inocencia, tu belleza y tu tranquila temeridad y todo lo que había antes de ti empezó a parecer aburrido, vacío, mediocre… Ya no era nada.
Oh, Dios mío.
—Y me enamoré —susurra.
Dejo de respirar. Él me acaricia la mejilla.
—Y yo —murmuro con el poco aliento que me queda.
Sus ojos se suavizan.
—Lo sé —dice.
—¿Ah, sí?
—Sí.
¡Aleluya! Le sonrío tímidamente.
—¡Por fin! —susurro.
Él asiente.
—Y eso ha vuelto a situarlo todo en la perspectiva correcta. Cuando era más joven, Elena era el centro de mi mundo. No había nada que no hiciera por ella. Y ella hizo muchas cosas por mí. Hizo que dejara la bebida. Me obligó a esforzarme en el colegio… Ya sabes, me dio un mecanismo para sobrellevar las cosas que antes no tenía, me dejó experimentar cosas que nunca había pensado que podría.
—El contacto —susurro.
Asiente.
—En cierta forma.
Frunzo el ceño, preguntándome qué querrá decir. Él duda ante mi reacción.
¡Dímelo!, le animo mentalmente.
—Si creces con una imagen de ti mismo totalmente negativa, pensando que no eres más que un marginado, un salvaje que nadie puede querer, crees que mereces que te peguen.
Joseph… pero tú no eres ninguna de esas cosas.
Hace una pausa y se pasa la mano por el pelo.
—______, es más fácil sacar el dolor que llevarlo dentro…
Otra confesión.
Oh.
—Ella canalizó mi furia. —Sus labios forman una línea lúgubre—. Sobre todo hacia dentro… ahora lo veo. El doctor Flynn lleva insistiendo con esto bastante tiempo. Pero solo hace muy poco que conseguí ver esa relación como lo que realmente fue. Ya sabes… en mi cumpleaños.
Me estremezco ante el inoportuno recuerdo que me viene a la mente de Elena y Joseph descuartizándose verbalmente en la fiesta de cumpleaños de Joseph.
—Para ella esa parte de nuestra relación iba de sexo y control y de una mujer solitaria que encontraba consuelo en el chico que utilizaba como juguete.
—Pero a ti te gusta el control —susurro.
—Sí, me gusta. Siempre me va a gustar, ______. Soy así. Lo dejé en manos de otra persona por un tiempo. Dejé que alguien tomara todas mis decisiones por mí. No podía hacerlo yo porque no estaba bien. Pero a través de mi sumisión a ella me encontré a mí mismo y encontré la fuerza para hacerme cargo de mi vida… Para tomar el control y tomar mis propias decisiones.
—¿Convertirte en un dominante?
—Sí.
—¿Eso fue decisión tuya?
—Sí.
—¿Dejar Harvard?
—Eso también fue cosa mía, y es la mejor decisión que he tomado. Hasta que te conocí.
—¿A mí?
—Sí. —Curva los labios para formar una sonrisa—. La mejor decisión que he tomado en mi vida ha sido casarme contigo.
Oh, Dios mío.
—¿No ha sido fundar tu empresa?
Niega con la cabeza.
—¿Ni aprender a volar?
Vuelve a negar.
—Tú —dice y me acaricia la mejilla con los nudillos—. Y ella lo supo —susurra.
Frunzo el ceño.
—¿Ella supo qué?
—Que estaba perdidamente enamorado de ti. Me animó a ir a Georgia a verte, y me alegro de que lo hiciera. Creyó que se te cruzarían los cables y te irías. Que fue lo que hiciste.
Me pongo pálida. Prefiero no pensar en eso.
—Ella pensó que yo necesitaba todas las cosas que me proporcionaba el estilo de vida del que disfrutaba.
—¿El de dominante? —susurro.
Asiente.
—Eso me permitía mantener a todo el mundo a distancia, tener el control, mantenerme alejado… o eso creía. Seguro que has descubierto ya el porqué —añade en voz baja.
—¿Por tu madre biológica?
—No quería que volvieran a herirme. Y entonces me dejaste. —Sus palabras son apenas audibles—. Y yo me quedé hecho polvo.
Oh, no.
—Había evitado la intimidad tanto tiempo… No sabía cómo hacer esto.
—Por ahora lo estás haciendo bien —murmuro. Sigo el contorno de sus labios con el dedo índice. Él los frunce y me da un beso. Estás hablando conmigo, pienso—. ¿Lo echas de menos? —susurro.
—¿El qué?
—Ese estilo de vida.
—Sí.
¡Oh!
—Pero solo porque echo de menos el control que me proporcionaba. Y la verdad es que gracias a tu estúpida hazaña —se detiene—, que salvó a mi hermana —continúa en un susurro lleno de alivio, asombro e incredulidad—, ahora lo sé.
—¿Qué sabes?
—Sé que de verdad me amas.
Frunzo el ceño.
—¿Ah, sí?
—Sí, porque he visto que lo arriesgaste todo por mí y por mi familia.
Mi ceño se hace más profundo. Él extiende la mano y sigue con el dedo la línea del medio de mi frente, sobre la nariz.
—Te sale una V aquí cuando frunces el ceño —murmura—. Es un sitio muy suave para darte un beso. Puedo comportarme fatal… pero tú sigues aquí.
—¿Y por qué te sorprende tanto que siga aquí? Ya te he dicho que no te voy a dejar.
—Por la forma en que me comporté cuando me dijiste que estabas embarazada. —Me roza la mejilla con el dedo—. Tenías razón. Soy un adolescente.
Oh, mierda… sí que dije eso. Mi subconsciente me mira fijamente: ¡Su médico lo dijo!
—Joseph, he dicho algunas cosas horribles. —Me pone el dedo índice sobre los labios.
—Silencio. Merecía oírlas. Además, este es mi cuento para dormir. —Vuelve a ponerse boca arriba—. Cuando me dijiste que estabas embarazada… —Hace una pausa—. Yo pensaba que íbamos a ser solo tú y yo durante un tiempo. Había pensado en tener hijos, pero solo en abstracto. Tenía la vaga idea de que tendríamos un hijo en algún momento del futuro.
¿Solo uno? No… No, un hijo único no. No como yo. Pero tal vez este no sea el mejor momento para sacar ese tema.
—Todavía eres tan joven… Y sé que eres bastante ambiciosa.
¿Ambiciosa? ¿Yo?
—Bueno, fue como si se me hubiera abierto el suelo bajo los pies. Dios, fue totalmente inesperado. Cuando te pregunté qué te ocurría ni se me pasó por la cabeza que podías estar embarazada. —Suspira—. Estaba tan furioso… Furioso contigo. Conmigo. Con todo el mundo. Y volví a sentir que no tenía control sobre nada. Tenía que salir. Fui a ver a Flynn, pero estaba en una reunión con padres en un colegio.
Joseph se detiene y levanta una ceja.
—Irónico —susurro, y Joseph sonríe, de acuerdo conmigo.
—Así que me puse a andar y andar, y simplemente… me encontré en la puerta del salón. Elena ya se iba. Se sorprendió de verme. Y, para ser sincero, yo también estaba sorprendido de encontrarme allí. Ella vio que estaba furioso y me preguntó si quería tomar una copa.
Oh, mierda. Hemos llegado al quid de la cuestión. El corazón empieza a latirme el doble de rápido. ¿De verdad quiero saberlo? Mi subconsciente me mira con una ceja depilada arqueada en forma de advertencia.
—Fuimos a un bar tranquilo que conozco y pedimos una botella de vino. Ella se disculpó por cómo se había comportado la última vez que nos vimos. Le duele que mi madre no quiera saber nada más de ella, eso ha reducido mucho su círculo social, pero lo entiende. Hablamos del negocio, que va bien a pesar de la crisis… Y mencioné que tú querías tener hijos.
Frunzo el ceño.
—Pensaba que le habías dicho que estaba embarazada.
Me mira con total sinceridad.
—No, no se lo conté.
—¿Y por qué no me lo dijiste?
Se encoge de hombros.
—No tuve oportunidad.
—Sí que la tuviste.
—No te encontré a la mañana siguiente, ______. Y cuando apareciste, estabas tan furiosa conmigo…
Oh, sí…
—Cierto.
—De todas formas, en un momento de la noche, cuando ya íbamos por la mitad de la segunda botella, ella se acercó y me tocó. Y yo me quedé helado —susurra, tapándose los ojos con el brazo.
Se me eriza el vello. ¿Y eso?
—Ella vio que me apartaba. Fue un shock para ambos. —Su voz es baja, demasiado baja.
¡Joseph, mírame! Tiro de su brazo y él lo baja, girando la cabeza para enfrentar mi mirada. Mierda. Está pálido y tiene los ojos como platos.
—¿Qué? —pregunto sin aliento.
Frunce el ceño y traga saliva.
Oh, ¿qué es lo que no me está contando? ¿Quiero saberlo?
—Me propuso tener sexo. —Está horrorizado, lo veo.
Todo el aire abandona mi cuerpo. Estoy sin aliento y creo que se me ha parado el corazón. ¡Esa endemoniada bruja!
—Fue un momento que se quedó como suspendido en el tiempo. Ella vio mi expresión y se dio cuenta de que se había pasado de la raya, mucho. Le dije que no. No había pensado en ella así en todos estos años, y además —traga saliva—, te amo. Y se lo dije, le dije que amo a mi mujer.
Le miro fijamente. No sé qué decir.
—Se apartó de inmediato. Volvió a disculparse e intentó que pareciera una broma. Dijo que estaba feliz con Isaac y con el negocio y que no estaba resentida con nosotros. Continuó diciendo que echaba de menos mi amistad, pero que era consciente de que mi vida estaba contigo ahora, y que eso le parecía raro, dado lo que pasó la última vez que estuvimos todos juntos en la misma habitación. Yo no podía estar más de acuerdo con ella. Nos despedimos… por última vez. Le dije que no volvería a verla y ella se fue por su lado.
Trago saliva y noto que el miedo me atenaza el corazón.
—¿La besaste?
—¡No! —Ríe entre dientes—. ¡No podía soportar estar tan cerca de ella!
Oh, bien.
—Estaba triste. Quería venir a casa contigo. Pero sabía que no me había portado bien. Me quedé y acabé la botella y después continué con el bourbon. Mientras bebía me acordé de algo que me dijiste hace tiempo: «Si hubieras sido mi hijo…». Y empecé a pensar en Junior y en la forma en que empezamos Elena y yo. Y eso me hizo sentir… incómodo. Nunca antes lo había pensado así.
Un recuerdo florece en mi mente: una conversación susurrada de cuando estaba solo medio consciente. Es la voz de Joseph: «Pero verla consiguió que volviera a ponerlo todo en contexto y recuperara la perspectiva. Acerca de lo del bebé, ya sabes. Por primera vez sentí que… lo que hicimos… estuvo mal». Hablaba con Grace.
—¿Y eso es todo?
—Sí.
—Oh.
—¿Oh?
—¿Se acabó?
—Sí. Se acabó desde el mismo momento en que posé los ojos en ti por primera vez. Pero esa noche me di cuenta por fin y ella también.
—Lo siento —murmuro.
Él frunce el ceño.
—¿Por qué?
—Por estar tan enfadada al día siguiente.
Él ríe entre dientes.
—Nena, entiendo tu enfado. —Hace una pausa y suspira—. ______, es que te quiero para mí solo. No quiero compartirte. Nunca antes había tenido lo que tenemos ahora. Quiero ser el centro de tu universo, por un tiempo al menos.
Oh, Joseph…
—Lo eres. Y eso no va a cambiar.
Él me dedica una sonrisa indulgente, triste y resignada.
—______ —me susurra—, eso no puede ser verdad.
Los ojos se me llenan de lágrimas.
—¿Cómo puedes pensarlo? —murmura.
Oh, no.
—Mierda… No llores, ______. Por favor, no llores. —Me acaricia la cara.
—Lo siento. —Me tiembla el labio inferior. Él me lo acaricia con el pulgar y eso me calma.
—No, ______, no. No lo sientas. Vas a tener otra persona a la que amar. Y tienes razón. Así es cómo tiene que ser.
—Bip te querrá también. Serás el centro del mundo de Bip… de Junior —susurro—. Los niños quieren a sus padres incondicionalmente, Joseph. Vienen así al mundo. Programados para querer. Todos los bebés… incluso tú. Piensa en ese libro infantil que te gustaba cuando eras pequeño. Todavía necesitabas a tu madre. La amabas.
Arruga la frente y aparta la mano para colocarla convertida en un puño contra su barbilla.
—No —susurra.
—Sí, así es. —Las lágrimas empiezan a caerme libremente—. Claro que sí. No era una opción. Por eso estás tan herido.
Me mira fijamente con la expresión hosca.
—Por eso eres capaz de amarme a mí —murmuro—. Perdónala. Ella tenía su propio mundo de dolor con el que lidiar. Era una mala madre, pero tú la amabas.
Sigue mirándome sin decir nada, con los ojos llenos de recuerdos que yo solo empiezo a intuir.
Oh, por favor, no dejes de hablar.
Por fin dice:
—Solía cepillarle el pelo. Era guapa.
—Solo con mirarte a ti nadie lo dudaría.
—Pero era una mala madre —Su voz es apenas audible.
Asiento y él cierra los ojos.
—Me asusta que yo vaya a ser un mal padre.
Le acaricio esa cara que tanto quiero. Oh, mi Cincuenta, mi Cincuenta, mi Cincuenta…
—Joseph, ¿cómo puedes pensar ni por un momento que yo te dejaría ser un mal padre?
Abre los ojos y se me queda mirando durante lo que me parece una eternidad. Sonríe y el alivio empieza a iluminar su cara.
—No, no creo que me lo permitieras. —Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos, mirándome asombrado—. Dios, qué fuerte es usted, señora Jonas. Te amo tanto… —Me da un beso en la frente—. No sabía que podría amarte así.
—Oh, Joseph —susurro intentando contener la emoción.
—Bueno, ese es el final del cuento.
—Menudo cuento…
Sonríe nostálgico, pero creo que está aliviado.
—¿Qué tal tu cabeza?
—¿Mi cabeza?
La verdad es que la tengo a punto de explotar por todo lo que acabas de contarme…
—¿Te duele?
—No.
—Bien. Creo que deberías dormir.
¡Dormir! ¿Cómo voy a poder dormir después de todo esto?
—A dormir —dice categórico—. Lo necesitas.
Hago un mohín.
—Tengo una pregunta.
—Oh, ¿qué? —Me mira con ojos cautelosos.
—¿Por qué de repente te has vuelto tan… comunicativo, por decirlo de alguna forma?
Frunce el ceño.
—Ahora de repente me cuentas todo esto, cuando hasta ahora sacarte información era algo angustioso y que ponía a prueba la paciencia de cualquiera.
—¿Ah, sí?
—Ya sabes que sí.
—¿Que por qué ahora estoy siendo comunicativo? No lo sé. Tal vez porque te he visto casi muerta sobre un suelo de cemento. O porque voy a ser padre. No lo sé. Has dicho que querías saberlo y no quiero que Elena se interponga entre nosotros. No puede. Ella es el pasado; ya te lo he dicho muchas veces.
—Si no hubiera intentado acostarse contigo… ¿seguirían siendo amigos?
—Eso ya son dos preguntas…
—Perdona. No tienes por que decírmelo. —Me sonrojo—. Ya me has contado hoy más de lo que podía esperar.
Su mirada se suaviza.
—No, no lo creo. Me parecía que tenía algo pendiente con ella desde mi cumpleaños, pero ahora se ha pasado de la raya y para mí se acabó. Por favor, créeme. No voy a volver a verla. Has dicho que ella es un límite infranqueable para ti y ese es un término que entiendo —me dice con tranquila sinceridad.
Bien. Voy a cerrar este tema ya. Mi subconsciente se deja caer en su sillón: «¡Por fin!».
—Buenas noches, Joseph. Gracias por ese cuento tan revelador. —Me acerco para darle un beso y nuestros labios solo se rozan brevemente, porque él se aparta cuando intento hacer el beso más profundo.
—No —susurra—. Estoy loco por hacerte el amor.
—Hazlo entonces.
—No, necesitas descansar y es tarde. A dormir. —Apaga la lámpara de la mesilla y nos envuelve la oscuridad.
—Te amo incondicionalmente, Joseph —murmuro y me acurruco a su lado.
—Lo sé —susurra y noto su sonrisa tímida.
Me despierto sobresaltada. La luz inunda la habitación y Joseph no está en la cama. Miro el reloj y veo que son las siete y cincuenta y tres. Inspiro hondo y hago una mueca de dolor cuando mis costillas se quejan, aunque ya me duelen un poco menos que ayer. Creo que puedo ir a trabajar. Trabajar… sí. Quiero ir a trabajar.
Es lunes y ayer me pasé todo el día en la cama. Joseph solo me dejó ir a hacerle una breve visita a Ray. Sigue siendo un obseso del control. Sonrío cariñosamente. Mi obseso del control. Ha estado atento, cariñoso, hablador… y ha mantenido las manos lejos de mí desde que llegué a casa.
Frunzo el ceño. Voy a tener que hacer algo para cambiar eso. Ya no me duele la cabeza y el dolor de las costillas ha mejorado, aunque todavía tengo que tener cuidado a la hora de reírme, pero estoy frustrada. Si no me equivoco, esta es la temporada más larga que he pasado sin sexo desde… bueno, desde la primera vez.
Creo que los dos hemos recuperado nuestro equilibrio. Joseph está mucho más relajado; el cuento para dormir parece haber conseguido ahuyentar unos cuantos fantasmas, suyos y míos. Ya veremos.
Me ducho rápido, y una vez seca, busco entre mi ropa. Quiero algo sexy. Algo que anime a Joseph a la acción. ¿Quién habría pensado que un hombre tan insaciable podría tener tanto autocontrol? No quiero ni pensar en cómo habrá aprendido a mantener esa disciplina sobre su cuerpo. No hemos hablado de la bruja después de su confesión. Espero que no tengamos que volver a hacerlo. Para mí está muerta y enterrada.
Escojo una falda corta negra casi indecente y una blusa blanca de seda con un volante. Me pongo medias hasta el muslo con el extremo de encaje y los zapatos de tacón negros de Louboutin. Un poco de rimel y de brillo de labios y después de cepillarme el pelo con ferocidad, me lo dejo suelto. Sí. Esto debería servir.
Joseph está comiendo en la barra del desayuno. Cuando me ve, deja el tenedor con la tortilla en el aire a medio camino de su boca. Frunce el ceño.
—Buenos días, señora Jonas. ¿Va a alguna parte?
—A trabajar. —Sonrío dulcemente.
—No lo creo. —Joseph ríe entre dientes, burlón—. La doctora Singh dijo que una semana de reposo.
—Joseph, no me voy a pasar todo el día en la cama sola. Prefiero ir a trabajar. Buenos días, Gail.
—Hola, señora Jonas. —La señora Jones intenta ocultar una sonrisa—. ¿Quiere desayunar algo?
—Sí, por favor.
—¿Cereales?
—Prefiero huevos revueltos y una tostada de pan integral.
La señora Jones sonríe y Joseph muestra su sorpresa.
—Muy bien, señora Jonas —dice la señora Jones.
—______, no vas a ir a trabajar.
—Pero…
—No. Así de simple. No discutas. —Joseph es firme. Le miro fijamente y entonces me doy cuenta de que lleva el mismo pantalón del pijama y la camiseta de anoche.
—¿Tú vas a ir a trabajar? —le pregunto.
—No.
¿Me estoy volviendo loca?
—Es lunes, ¿verdad?
Sonríe.
—Por lo que yo sé, sí.
Entorno los ojos.
—¿Vas a faltar?
—No te voy a dejar sola para que te metas en más problemas. Y la doctora Singh dijo que tienes que descansar una semana antes de volver al trabajo, ¿recuerdas?
Me siento en el taburete a su lado y me subo un poco la falda. La señora Jones coloca una taza de té delante de mí.
—Te veo bien —dice Joseph. Cruzo las piernas—. Muy bien. Sobre todo por aquí. —Roza con un dedo la carne desnuda que se ve por encima de las medias. Se me acelera el pulso cuando su dedo roza mi piel—. Esa falda es muy corta —murmura con una vaga desaprobación en la voz mientras sus ojos siguen el camino de su dedo.
—¿Ah, sí? No me había dado cuenta.
Joseph me mira fijamente con la boca formando una sonrisa divertida e irritada a la vez.
—¿De verdad, señora Jonas?
Me ruborizo.
—No estoy seguro de que ese atuendo sea adecuado para ir al trabajo —murmura.
—Bueno, como no voy a ir a trabajar, eso es algo discutible.
—¿Discutible?
—Discutible —repito.
Joseph sonríe de nuevo y vuelve a su tortilla.
—Tengo una idea mejor.
—¿Ah, sí?
Me mira a través de sus largas pestañas y sus ojos ambarinos se oscurecen. Inhalo bruscamente. Oh, Dios mío… Ya era hora.
—Podemos ir a ver qué tal va Elliot con la casa.
¿Qué? ¡Oh! ¡Está jugando conmigo! Recuerdo vagamente que íbamos a hacer eso antes de que ocurriera el accidente de Ray.
—Me encantaría.
—Bien. —Sonríe.
—¿Tú no tienes que trabajar?
—No. Ros ha vuelto de Taiwan. Todo ha ido bien. Hoy todo está bien.
—Pensaba que ibas a ir tú a Taiwan.
Ríe entre dientes otra vez.
—______, estabas en el hospital.
—Oh.
—Sí, oh. Así que ahora voy a pasar algo de tiempo de calidad con mi mujer. —Se humedece los labios y le da un sorbo al café.
—¿Tiempo de calidad? —No puedo evitar la esperanza que se refleja en mi voz.
La señora Jones me sirve los huevos revueltos. Sigue sin poder ocultar la sonrisa. Joseph sonríe burlón.
—Tiempo de calidad —repite y asiente.
Tengo demasiada hambre para seguir flirteando con mi marido.
—Me alegro de verte comer —susurra. Se levanta, se inclina y me da un beso en el pelo—. Me voy a la ducha.
—Mmm… ¿Puedo ir y enjabonarte la espalda? —murmuro con la boca llena de huevo y tostada.
—No. Come.
Se levanta de la barra y, mientras se encamina al salón, se quita la camiseta por la cabeza, ofreciéndome la visión de sus hombros bien formados y su espalda desnuda. Me quedo parada a medio masticar. Lo ha hecho a propósito. ¿Por qué?
Joseph está relajado mientras conduce hacia el norte. Acabamos de dejar a Ray y al señor Rodríguez viendo el fútbol en la nueva televisión de pantalla plana que sospecho que ha comprado Joseph para la habitación del hospital de Ray.
Joseph ha estado tranquilo desde que tuvimos «la charla». Es como si se hubiera quitado un peso de encima; la sombra de la señora Robinson ya no se cierne sobre nosotros, tal vez porque yo he decidido dejarla ir… o quizá porque ha sido él quien la ha hecho desaparecer, no lo sé. Pero ahora me siento más cerca de él de lo que me he sentido nunca antes. Quizá porque por fin ha confiado en mí. Espero que siga haciéndolo. Y ahora también se muestra más abierto con el tema del bebé. No ha salido a comprar una cuna todavía, pero tengo grandes esperanzas.
Le miro mientras conduce y saboreo todo lo que puedo esa visión. Parece informal, sereno… y sexy con el pelo alborotado, las Ray-Ban, la chaqueta de raya diplomática, la camisa blanca y los vaqueros.
Me mira, me pone la mano en la rodilla y me la acaricia tiernamente.
—Me alegro de que no te hayas cambiado.
Me he puesto una chaqueta vaquera y zapatos planos, pero sigo llevando la minifalda. Deja la mano ahí, sobre mi rodilla, y yo se la cubro con la mía.
—¿Vas a seguir provocándome?
—Tal vez.
Joseph sonríe.
—¿Por qué?
—Porque puedo.
Sonríe infantil.
—A eso podemos jugar los dos… —susurro.
Sus dedos suben provocativamente por mi muslo.
—Inténtelo, señora Jonas. —Su sonrisa se hace más amplia.
Le cojo la mano y se la pongo sobre su rodilla.
—Guárdate tus manos para ti.
Sonríe burlón.
—Como quiera, señora Jonas.
Maldita sea. Es posible que con este juego me salga el tiro por la culata.
Joseph sube por la entrada de nuestra nueva casa. Se detiene ante el teclado e introduce un número. La ornamentada puerta blanca se abre. El motor ruge al cruzar el camino flanqueado por árboles todavía llenos de hojas, aunque estas ya muestran una mezcla de verde, amarillo y cobrizo brillante. La alta hierba del prado se está volviendo dorada, pero sigue habiendo unas pocas flores silvestres amarillas que destacan entre la hierba. Es un día precioso. El sol brilla y el olor salado del Sound se mezcla en el aire con el aroma del otoño que ya se acerca. Es un sitio muy tranquilo y muy bonito. Y pensar que vamos a tener nuestro hogar aquí…
Tras una curva del camino aparece nuestra casa. Varios camiones grandes con palabras CONSTRUCCIONES JONAS inscritas en sus laterales están aparcados delante. La casa está cubierta de andamios y hay varios trabajadores con casco trabajando en el tejado.
Joseph aparca frente al pórtico y apaga el motor. Puedo notar su entusiasmo.
—Vamos a buscar a Elliot.
—¿Está aquí?
—Eso espero. Para eso le pago.
Río entre dientes y Joseph sonríe mientras sale del coche.
—¡Hola, hermano! —grita Elliot desde alguna parte. Los dos miramos alrededor buscándole—. ¡Aquí arriba! —Está sobre el tejado, saludándonos y sonriendo de oreja a oreja—. Ya era hora de que vinieran por aquí. Quédense ahí. Enseguida bajo.
Miro a Joseph, que se encoge de hombros. Unos minutos después Elliot aparece en la puerta principal.
—Hola, hermano —saluda y le estrecha la mano a Joseph—. ¿Y qué tal estás tú, pequeña? —Me coge y me hace girar.
—Mejor, gracias.
Suelto una risita sin aliento porque mis costillas protestan. Joseph frunce el ceño, pero Elliot le ignora.
—Vamos a la oficina. Tienen que ponerse uno de estos —dice dándole un golpecito al casco.
Solo está en pie la estructura de la casa. Los suelos están cubiertos de un material duro y fibroso que parece arpillera. Algunas de las paredes originales han desaparecido y se están construyendo otras nuevas. Elliot nos lleva por todo el lugar, explicándonos lo que están haciendo, mientras los hombres, y unas cuantas mujeres siguen trabajando a nuestro alrededor. Me alivia ver que la escalera de piedra con su vistosa balaustrada de hierro sigue en su lugar y cubierta completamente con fundas blancas para evitar el polvo.
En la zona de estar principal han tirado la pared de atrás para levantar la pared de cristal de Gia y están empezando a trabajar en la terraza. A pesar de todo ese lío, la vista es impresionante. Los nuevos añadidos mantienen y respetan el encanto de lo antiguo que tenía la casa… Gia lo ha hecho muy bien. Elliot nos explica pacientemente los procesos y nos da un plazo aproximado para todo. Espera que pueda estar acabada para Navidad, aunque eso a Joseph le parece muy optimista.
Madre mía… La Navidad con vistas al Sound. No puedo esperar. Noto una burbuja de entusiasmo en mi interior. Veo imágenes de nosotros poniendo un enorme árbol mientras un niño con el pelo castañp nos mira asombrado.
Elliot termina la visita en la cocina.
—Los voy a dejar para que echén un vistazo por su cuenta. Tengan cuidado, que esto es una obra.
—Claro. Gracias, Elliot —susurra Joseph cogiéndome la mano—. ¿Contenta? —me pregunta cuando su hermano nos deja solos.
Yo estoy mirando el cascarón vacío que es esa habitación y preguntándome dónde voy a colgar los cuadros de los pimientos que compramos en Francia.
—Mucho. Me encanta. ¿Y a ti?
—Lo mismo digo. —Sonríe.
—Bien. Estoy pensando en los cuadros de los pimientos que vamos a poner aquí.
Joseph asiente.
—Quiero poner los retratos que te hizo José en esta casa. Tienes que pensar dónde vas a ponerlos también.
Me ruborizo.
—En algún sitio donde no tenga que verlos a menudo.
—No seas así. —Me mira frunciendo el ceño y me acaricia el labio inferior con el pulgar—. Son mis cuadros favoritos. Me encanta el que tengo en el despacho.
—Y yo no tengo ni idea de por qué —murmuro y le doy un beso en la yema del pulgar.
—Hay cosas peores que pasarme el día mirando tu preciosa cara sonriente. ¿Tienes hambre? —me pregunta.
—¿Hambre de qué? —susurro.
Sonríe y sus ojos se oscurecen. La esperanza y el deseo se desperezan en mis venas.
—De comida, señora Jonas. —Y me da un beso breve en los labios.
Hago un mohín fingido y suspiro.
—Sí. Últimamente siempre tengo hambre.
—Podemos hacer un picnic los tres.
—¿Los tres? ¿Alguien se va a unir a nosotros?
Joseph ladea la cabeza.
—Dentro de unos siete u ocho meses.
Oh… Bip. Le sonrío tontorronamente.
—He pensado que tal vez te apetecería comer fuera.
—¿En el prado? —le pregunto.
Asiente.
—Claro.
Sonrío.
—Este va a ser un lugar perfecto para criar una familia —murmura mientras me mira.
¡Familia! ¿Más de un hijo? ¿Será el momento de mencionar eso?
Me pone la mano sobre el vientre y extiende los dedos. Madre mía… Contengo la respiración y coloco mi mano sobre la suya.
—Me cuesta creerlo —susurra, y por primera vez oigo asombro en su voz.
—Lo sé. Oh, tengo una prueba. Una foto.
—¿Ah, sí? ¿La primera sonrisa del bebé?
Saco de la cartera la imagen de la ecografía de Bip.
—¿Lo ves?
Joseph mira fijamente la imagen durante varios segundos.
—Oh… Bip. Sí, lo veo. —Suena distraído, asombrado.
—Tu hijo —le susurro.
—Nuestro hijo —responde.
—El primero de muchos.
—¿Muchos? —Joseph abre los ojos como platos, alarmado.
—Al menos dos.
—¿Dos? —dice como haciéndose a la idea—. ¿Podemos ir de uno en uno, por favor?
Sonrío.
—Claro.
Salimos afuera a la cálida tarde de otoño.
—¿Cuándo se lo vamos a decir a tu familia? —pregunta Joseph.
—Pronto —le digo—. Pensaba decírselo a Ray esta mañana, pero el señor Rodríguez estaba allí. —Me encojo de hombros.
Joseph asiente y abre el maletero del R8. Dentro hay una cesta de picnic de mimbre y la manta de cuadros escoceses que compramos en Londres.
—Vamos —me dice cogiendo la cesta y la manta en una mano y tendiéndome la otra. Los dos vamos andando hasta el prado.
—Claro, Ros, hazlo. —Joseph cuelga. Es la tercera llamada que responde durante el picnic. Se ha quitado los zapatos y los calcetines y me mira con los brazos apoyados en sus rodillas dobladas. Su chaqueta está a un lado, encima de la mía, porque bajo el sol no tenemos frío. Me tumbo a su lado sobre la manta de picnic. Estamos rodeados por la hierba verde y dorada, lejos del ruido de la casa, y ocultos de los ojos indiscretos de los trabajadores de la construcción. Nuestro particular refugio bucólico. Me da otra fresa y yo la muerdo y chupo el zumo agradecida, mirando sus ojos que se oscurecen por momentos—. ¿Está rica? —susurra.
—Mucho.
—¿Quieres más?
—¿Fresas? No.
Sus ojos brillan peligrosamente y sonríe.
—La señora Jones hace unos picnics fantásticos —dice.
—Cierto —susurro.
De repente cambia de postura y se tumba con la cabeza apoyada en mi vientre. Cierra los ojos y parece satisfecho. Yo enredo los dedos en su pelo.
Él suspira profundamente, después frunce el ceño y mira el número que aparece en la pantalla de su BlackBerry, que está sonando. Pone los ojos en blanco y coge la llamada.
—Welch —exclama. Se pone tenso, escucha un par de segundos y después se levanta bruscamente—. Veinticuatro horas, siete días… Gracias —dice con los dientes apretados y cuelga. Su humor cambia instantáneamente. El provocativo marido con ganas de flirtear se convierte en el frío y calculador amo del universo. Entorna los ojos un momento y después esboza una sonrisa gélida. Un escalofrío me recorre la espalda. Coge otra vez la BlackBerry y escoge un número de marcación rápida—. ¿Ros, cuántas acciones tenemos de Maderas Lincoln? —Se arrodilla.
Se me eriza el vello. Oh, no, ¿de qué va esto?
—Consolida las acciones dentro de Jonas Enterprises Holdings, Inc. y después despide a toda la junta… Excepto al presidente… Me importa una mierda… Lo entiendo, pero hazlo… Gracias… Mantenme informado. —Cuelga y me mira impasible durante un instante.
¡Madre mía! Joseph está furioso.
—¿Qué ha pasado?
—Linc —murmura.
—¿Linc? ¿El ex de Elena?
—El mismo. Fue él quien pagó la fianza de Hyde.
Miro a Joseph con la boca abierta, horrorizada. Su boca forma una dura línea.
—Bueno… pues ahora va a parecer un imbécil —murmuro consternada—. Porque Hyde cometió otro delito mientras estaba bajo fianza.
Joseph entorna los ojos y sonríe.
—Cierto, señora Jonas.
—¿Qué acabas de hacer? —Me pongo de rodillas sin dejar de mirarle.
—Le acabo de joder.
¡Oh!
—Mmm… eso me parece un poco impulsivo —susurro.
—Soy un hombre de impulsos.
—Soy consciente de ello.
Cierra un poco los ojos y aprieta los labios.
—He tenido este plan guardado en la manga durante un tiempo —dice secamente.
Frunzo el ceño.
—¿Ah, sí?
Hace una pausa en la que parece estar sopesando algo en la mente y después inspira hondo.
—Hace varios años, cuando yo tenía veintiuno, Linc le dio una paliza a su mujer que la dejó hecha un desastre. Le rompió la mandíbula, el brazo izquierdo y cuatro costillas porque se estaba acostando conmigo. —Se le endurecen los ojos—. Y ahora me entero de que le ha pagado la fianza a un hombre que ha intentado matarme, que ha raptado a mi hermana y que le ha fracturado el cráneo a mi mujer. Es más que suficiente. Creo que ha llegado el momento de la venganza.
Me quedo pálida. Dios mío…
—Cierto, señor Jonas —susurro.
—______, esto es lo que voy a hacer. Normalmente no hago cosas por venganza, pero no puedo dejar que se salga con la suya con esto. Lo que le hizo a Elena… Ella debería haberle denunciado, pero no lo hizo. Eso era decisión suya. Pero acaba de pasarse de la raya con lo de Hyde. Linc ha convertido esto en algo personal al posicionarse claramente contra mi familia. Le voy a hacer pedazos; destrozaré su empresa delante de sus narices y después venderé los trozos al mejor postor. Voy a llevarle a la bancarrota.
Oh…
—Además —Joseph sonríe burlón—, ganaré mucho dinero con eso.
Miro sus ojos ambarinos llameantes y su mirada se suaviza de repente.
—No quería asustarte —susurra.
—No me has asustado —miento.
Arquea una ceja divertido.
—Solo me has pillado por sorpresa —susurro y después trago saliva. Joseph da bastante miedo a veces.
Me roza los labios con los suyos.
—Haré cualquier cosa para mantenerte a salvo. Para mantener a salvo a mi familia. Y a este pequeñín —murmura y me pone la mano sobre el vientre para acariciarme suavemente.
Oh… Dejo de respirar. Joseph me mira y sus ojos se oscurecen. Separa los labios e inhala. En un movimiento deliberado las puntas de sus dedos me rozan el sexo.
Oh, madre mía… El deseo explota como un artefacto incendiario que me enciende la sangre. Le cojo la cabeza, enredo los dedos en su pelo y tiro de él para que sus labios se encuentren con los míos. Él da un respingo, sorprendido por mi arrebato, y eso le abre paso a mi lengua. Gruñe y me devuelve el beso, sus labios y su lengua ávidos de los míos, y durante un momento ardemos juntos, perdidos entre lenguas, labios, alientos y la dulce sensación de redescubrirnos el uno al otro.
Oh, cómo deseo a este hombre. Ha pasado mucho tiempo. Le deseo aquí y ahora, al aire libre, en el prado.
—______ —jadea en trance, y sus manos bajan por mi trasero hasta el dobladillo de la falda. Yo intento torpemente desabrocharle la camisa—. Guau, ______… Para. —Se aparta con la mandíbula tensa y me coge las manos.
—No. —Atrapo con los dientes su labio inferior y tiro—. No —murmuro de nuevo mirándole. Le suelto—. Te deseo.
Él inhala bruscamente. Está desgarrado; veo claramente la indecisión en sus ojos ambarinos y brillantes.
—Por favor, te necesito. —Todos los poros de mi cuerpo le suplican. Esto es lo que hacemos nosotros…
Gruñe derrotado, su boca encuentra la mía y nuestros labios se unen. Con una mano me coge la cabeza y la otra baja por mi cuerpo hasta mi cintura. Me tumba boca arriba y se estira a mi lado, sin romper en ningún momento el contacto de nuestras bocas.
Se aparta, cerniéndose sobre mí y mirándome.
—Es usted tan preciosa, señora Jonas.
Yo le acaricio su delicado rostro.
—Y usted también, señor Jonas. Por dentro y por fuera.
Frunce el ceño y yo recorro ese ceño con los dedos.
—No frunzas el ceño. A mí me lo pareces, incluso cuando estás enfadado —le susurro.
Gruñe una vez más y su boca atrapa la mía, empujándome contra la suave hierba que hay bajo la manta.
—Te he echado de menos —susurra y me roza la mandíbula con los dientes. Noto que mi corazón vuela alto.
—Yo también te he echado de menos. Oh, Joseph… —Cierro una mano entre su pelo y le agarro el hombro con la otra.
Sus labios bajan a mi garganta, dejando tiernos besos en su estela. Sus dedos siguen el mismo camino, desabrochándome diestramente los botones de la blusa. Me abre la blusa y me da besos en los pechos. Gime apreciativamente desde el fondo de su garganta y el sonido reverbera por mi cuerpo hasta los lugares más oscuros y profundos.
—Tu cuerpo está cambiando —susurra. Me acaricia el pezón con el pulgar hasta que se pone duro y tira de la tela del sujetador—. Me gusta —añade. Sigue con la lengua la línea entre el sujetador y mi pecho, provocándome y atormentándome. Coge la copa del sujetador delicadamente entre los dientes y tira de ella, liberando mi pecho y acariciándome el pezón con la nariz en el proceso. Se me pone la piel de gallina por su contacto y por el frescor de la suave brisa de otoño. Cierra los labios sobre mi piel y succiona fuerte durante largo rato.
—¡Ah! —gimo, inhalo bruscamente y hago una mueca cuando el dolor irradia de mis costillas contusionadas.
—¡______! —exclama Joseph y se me queda mirando con la cara llena de preocupación—. A esto me refería —me reprende—. No tienes instinto de autoconservación. No quiero hacerte daño.
—No… no pares —gimoteo. Se me queda mirando con emociones encontradas luchando en su interior—. Por favor.
—Ven. —Se mueve bruscamente y tira de mí hasta que quedo sentada a horcajadas sobre él con la falda subida y enrollada en las caderas. Me acaricia con las manos los muslos, justo por encima de las medias—. Así está mejor. Y puedo disfrutar de la vista.
Levanta la mano y engancha el dedo índice en la otra copa del sujetador, liberándome también el otro pecho. Me cubre ambos con las manos y yo echo atrás la cabeza y los empujo contra sus manos expertas. Tira de mis pezones y los hace rodar entre sus dedos hasta que grito y entonces se incorpora y se sienta de forma que quedamos nariz contra nariz, sus ojos ambarinos ávidos fijos en los míos. Me besa sin dejar de excitarme con los dedos. Yo busco frenéticamente su camisa y le desabrocho los dos primeros botones. Es como una sobrecarga sensorial: quiero besarle por todas partes, desvestirle y hacer el amor con él, todo a la vez.
—Tranquila… —Me coge la cabeza y se aparta, con los ojos oscuros y llenos de una promesa sensual—. No hay prisa. Tómatelo con calma. Quiero saborearte.
—Joseph, ha pasado tanto tiempo… —Estoy jadeando.
—Despacio —susurra, y es una orden. Me da un beso en la comisura derecha de la boca—. Despacio. —Ahora me besa la izquierda—. Despacio, nena. —Tira de mi labio inferior con los dientes—. Vayamos despacio. —Enreda los dedos en mi pelo para mantenerme quieta mientras su lengua me invade la boca buscando, saboreando, tranquilizándome… y a la vez llenándome de fuego. Oh, mi marido sabe besar…
Le acaricio la cara y mis dedos bajan hasta su barbilla, después por su garganta y por fin vuelvo a dedicarme a los botones de su camisa, despacio esta vez, mientras él sigue besándome. Le abro lentamente la camisa y le recorro con los dedos las clavículas siguiendo su contorno a través de su piel cálida y sedosa. Le empujo suavemente hacia atrás para que quede tumbado debajo de mí. Me siento erguida y le miro, consciente de que me estoy revolviendo contra su creciente erección. Mmm… Le rozo los labios con los míos pero sigo hasta su mandíbula, y después desciendo por el cuello, sobre la nuez, hasta el pequeño hueco en la base de la garganta. Mi guapísimo marido. Me inclino y trazo con la punta de los dedos el mismo recorrido que antes ha hecho mi boca. Le rozo la mandíbula con los dientes y le beso la garganta. Él cierra los ojos.
—Ah —gime y echa la cabeza hacia atrás, dándome un mejor acceso a la base de la garganta. Su boca está relajada y abierta en silenciosa veneración. Joseph perdido y excitado… es tan estimulante. Y excitante para mí.
Bajo acariciándole el esternón con la lengua y enredándola en el vello de su pecho. Mmm… Sabe tan bien. Y huele tan bien. Es embriagador. Beso primero una de sus pequeñas cicatrices redondas y después otra. Noto que me agarra las caderas, y mis dedos se detienen sobre su pecho mientras le miro. Su respiración es trabajosa.
—¿Quieres esto? ¿Aquí? —jadea. Sus ojos están empañados por una enloquecedora combinación de amor y lujuria.
—Sí —susurro y le paso los labios y la lengua por el pecho hasta su tetilla. La rodeo con la lengua y tiro con los dientes.
—Oh, ______ —murmura.
Me agarra la cintura y me levanta, tirando a la vez de los botones de la bragueta hasta que su erección queda libre. Me baja de nuevo y yo empujo contra él, saboreando la sensación: Joseph duro y caliente debajo de mí. Sube las manos por mis muslos parándose justo donde terminan las medias y empieza la carne, y sus manos empiezan a trazar pequeños círculos incitantes en la parte superior de los muslos hasta que con los pulgares me toca… justo donde quería que me tocara. Doy un respingo.
—Espero que no le tengas cariño a tu ropa interior —murmura con los ojos salvajes y brillantes.
Sus dedos recorren el elástico a lo largo de mi vientre. Después se deslizan por dentro para seguir provocándome antes de agarrar las bragas con fuerza y atravesar con los pulgares la delicada tela. Las bragas se desintegran. Joseph extiende las manos sobre mis muslos y sus pulgares vuelven a mi sexo. Flexiona las caderas para que su erección se frote contra mí.
—Siento lo mojada que estás. —Su voz desprende un deseo carnal.
De repente se sienta con el brazo rodeándome la cintura y quedamos frente a frente. Me acaricia la nariz con la suya.
—Vamos a hacerlo muy lento, señora Jonas. Quiero sentirlo todo de usted. —Me levanta y con una facilidad exquisita, lenta y frustrante, me va bajando sobre él. Siento cada bendito centímetro de él llenándome.
—Ah… —gimo de forma incoherente a la vez que extiendo las manos para agarrarle los brazos. Intento levantarme un poco para conseguir algo de fricción, pero él me mantiene donde estoy.
—Todo de mí —susurra y mueve la pelvis, empujando para introducirse hasta el fondo. Echo atrás la cabeza y dejo escapar un grito estrangulado de puro placer—. Deja que te oiga —murmura—. No… no te muevas, solo siente.
Abro los ojos. Tengo la boca petrificada en un grito silencioso. Sus ojos ambarinos me miran lascivos y entornados, encadenados a mis ojos azules en éxtasis. Se mueve, haciendo un círculo con la cadera, pero a mí no me deja moverme.
Gimo. Noto sus labios en mi garganta, besándome.
—Este es mi lugar favorito: enterrado en ti —murmura contra mi piel.
—Muévete, por favor —le suplico.
—Despacio, señora Jonas. —Flexiona de nuevo la cadera y el placer me llena el cuerpo. Le rodeo la cara con las manos y le beso, consumiéndole.
—Hazme el amor. Por favor, Joseph.
Sus dientes me rozan la mandíbula hasta la oreja.
—Vamos —susurra y me levanta para después bajarme.
La diosa que llevo dentro está desatada y yo presiono contra el suelo y empiezo a moverme, saboreando la sensación de él dentro de mí… cabalgando sobre él… cabalgando con fuerza. Él se acompasa conmigo con las manos en mi cintura. He echado de menos esto… La sensación enloquecedora de él debajo de mí, dentro de mí… El sol en la espalda, el dulce olor del otoño en el aire, la suave brisa otoñal. Es una fusión de sentidos cautivadora: el tacto, el gusto, el olfato y la vista de mi querido esposo debajo de mí.
—Oh, ______ —gime con los ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta.
Ah… Me encanta esto. Y en mi interior empiezo a acercarme… acercarme… cada vez más. Las manos de Joseph descienden hasta mis muslos y delicadamente presiona con los pulgares el vértice entre ambos y yo estallo a su alrededor, una y otra vez, y otra y otra, y me dejo caer sobre su pecho al mismo tiempo que él grita también, dejándose llevar y pronunciando mi nombre lleno de amor y felicidad.
Me abraza contra su pecho y me acaricia la cabeza. Mmm… Cierro los ojos y saboreo la sensación de sus brazos a mi alrededor. Tengo la mano sobre su pecho y siento el latido constante del corazón que se va ralentizando y calmando. Le beso y le acaricio con la nariz y me digo maravillada que no hace mucho no me habría permitido hacer esto.
—¿Mejor? —me susurra.
Levanto la cabeza. Está sonriendo ampliamente.
—Mucho. ¿Y tú? —Mi sonrisa es un reflejo de la suya.
—La he echado de menos, señora Jonas. —Se pone serio un momento.
—Y yo.
—Nada de hazañas nunca más, ¿eh?
—No —prometo.
—Deberías contarme las cosas siempre —susurra.
—Lo mismo digo, Jonas.
Él sonríe burlón.
—Cierto. Lo intentaré. —Me da un beso en el pelo.
—Creo que vamos a ser felices aquí —susurro cerrando los ojos otra vez.
—Sí. Tú, yo y… Bip. ¿Cómo te sientes, por cierto?
—Bien. Relajada. Feliz.
—Bien.
—¿Y tú?
—También. Todas esas cosas —responde.
Le miro intentando evaluar su expresión.
—¿Qué? —me pregunta.
—¿Sabes que eres muy autoritario durante el sexo?
—¿Es una queja?
—No. Solo me preguntaba… Has dicho que lo echabas de menos.
Se queda muy quieto y me mira.
—A veces —murmura.
Oh.
—Tenemos que ver qué podemos hacer al respecto —le digo y le doy un beso suave en los labios. Me enrosco a su alrededor como una rama de vid. En mi mente veo imágenes de nosotros en el cuarto de juegos: Tallis, la mesa, la cruz, esposada a la cama… Me gustan esos polvos pervertidos, nuestros polvos pervertidos. Sí. Puedo hacer esas cosas. Puedo hacerlo por él, con él. Puedo hacerlo por mí. Me hormiguea la piel al pensar en la fusta—. A mí también me gusta jugar —murmuro y le miro. Me responde con su sonrisa tímida.
—¿Sabes? Me gustaría mucho poner a prueba tus límites —susurra.
—¿Mis límites en cuanto a qué?
—Al placer.
—Oh, creo que eso me va a gustar.
—Bueno, quizá cuando volvamos a casa —dice, dejando esa promesa en el aire entre los dos.
Le acaricio con la nariz otra vez. Le quiero tanto…
Han pasado dos días desde nuestro picnic. Dos días desde que hizo la promesa: «Bueno, quizá cuando volvamos a casa». Joseph sigue tratándome como si fuera de cristal. Todavía no me deja ir a trabajar, así que estoy trabajando desde casa. Aparto el montón de cartas que he estado leyendo y suspiro. Joseph y yo no hemos vuelto al cuarto de juegos desde la vez que dije la palabra de seguridad. Y ha dicho que lo echa de menos. Bueno, yo también… sobre todo ahora que quiere poner a prueba mis límites. Me sonrojo al pensar en qué puede implicar eso. Miro las mesas de billar… Sí, no puedo esperar para explorar las posibilidades.
Mis pensamientos quedan interrumpidos por una suave música lírica que llena el ático. Joseph está tocando el piano; y no sus piezas tristes habituales, sino una melodía dulce y esperanzadora. Una que reconozco, pero que nunca le había oído tocar.
Voy de puntillas hasta el arco que da acceso al salón y contemplo a Joseph al piano. Está atadeciendo. El cielo es de un rosa opulento y la luz se refleja en su brillante pelo cobrizo. Está tan guapo y tan impresionante como siempre, concentrado mientras toca, ajeno a mi presencia. Ha estado tan comunicativo los últimos días, tan atento… Me ha contado sus impresiones de cómo iba el día, sus pensamientos, sus planes. Es como si se hubiera roto una presa en su interior y las palabras hubieran empezado a salir.
Sé que vendrá a comprobar qué tal estoy dentro de unos pocos minutos y eso me da una idea. Excitada y esperando que siga sin haberse dado cuenta de mi presencia, me escabullo y corro a nuestro dormitorio. Me quito toda la ropa según voy hacia allí hasta que no llevo más que unas bragas de encaje azul pálido. Encuentro una camisola del mismo azul y me la pongo rápidamente. Eso ocultará el hematoma. Entro en el vestidor y saco del cajón los vaqueros gastados de Joseph: los vaqueros del cuarto de juegos, mis vaqueros favoritos. Cojo mi BlackBerry de la mesita, doblo los pantalones con cuidado y me arrodillo junto a la puerta del dormitorio. La puerta está entornada y oigo las notas de otra pieza, una que no conozco. Pero es otra melodía llena de esperanza; es preciosa. Le escribo un correo apresuradamente.
____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 21 de septiembre de 2011 20: 45
Para: Joseph Jonas
Asunto: El placer de mi marido
Amo: Estoy esperando sus instrucciones. Siempre suya.
Señora J x
Pulso «Enviar».
Unos segundos después la música se detiene bruscamente. Se me para el corazón un segundo y después empieza a latir más fuerte. Espero y espero y por fin vibra mi BlackBerry.
____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 21 de septiembre de 2011 20: 48
Para: ______ Jonas
Asunto: El placer de mi marido <----- Me encanta este título, nena
Señora J: Estoy intrigado. Voy a buscarla. Prepárese.
Joseph Jonas Presidente ansioso por la anticipación de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
«¡Prepárese!» Mi corazón vuelve a latir con fuerza y empiezo a contar. Treinta y siete segundos después se abre la puerta. Cuando se para en el umbral mantengo la mirada baja, dirigida a sus pies descalzos. Mmm… No dice nada. Se queda callado mucho tiempo. Oh, mierda. Resisto la necesidad de levantar la vista y sigo con la mirada fija en el suelo.
Por fin se agacha y recoge sus vaqueros. Sigue en silencio, pero va hasta el vestidor mientras yo continúo muy quieta. Oh, Dios mío… allá vamos. El sonido de mi corazón es atronador y me encanta el subidón de adrenalina que me recorre el cuerpo. Me retuerzo según va aumentando mi excitación. ¿Qué me va a hacer? Regresa al cabo de un momento; ahora lleva los vaqueros.
—Así que quieres jugar… —murmura.
—Sí.
No dice nada y me arriesgo a levantar la mirada… Subo por sus piernas, sus muslos cubiertos por los vaqueros, el leve bulto a la altura de la bragueta, el botón desabrochado de la cintura, el vello que sube, el ombligo, su abdomen cincelado, el vello de su pecho, sus ojos abarinos en llamas y la cabeza ladeada. Tiene una ceja arqueada. Oh, mierda.
—¿Sí qué? —susurra.
Oh.
—Sí, amo.
Sus ojos se suavizan.
—Buena chica —dice y me acaricia la cabeza—. Será mejor que subamos arriba —añade.
Se me licuan las entrañas y el vientre se me tensa de esa forma tan deliciosa.
Me coge la mano y yo le sigo por el piso y subo con él la escalera. Delante de la puerta del cuarto de juegos se detiene, se inclina y me da un beso suave antes de agarrarme el pelo con fuerza.
—Estás dominando desde abajo, ¿sabes? —murmura contra mis labios.
—¿Qué? —No sé de qué está hablando.
—No te preocupes. Viviré con ello —susurra divertido, me acaricia la mandíbula con la nariz y me muerde con suavidad la oreja—. Cuando estemos dentro, arrodíllate como te he enseñado.
—Sí… Amo.
Me mira con los ojos brillándole de amor, asombro e ideas perversas.
Por Dios… La vida nunca va a ser aburrida con Joseph y estoy comprometida con esto a largo plazo. Quiero a este hombre: mi marido, mi amante, el padre de mi hijo, a veces mi dominante… mi Cincuenta Sombras.
Falta el epílogo, chicas. Estense preparadas:D Un beso.
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Oh por Dios me mato me mato ya necesito leer lo que falta o mi cincuenta que sera de mi cuando acabe juro que la leere de nuevo me fascina esta novela es perfecta ya es parte de mi :lloro:
Aleeislas
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