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"Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
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Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Capítulo 19
Las lágrimas surcan mi rostro de nuevo. Ha vuelto. Mi padre ha vuelto.
—No llores, ______. —Ray tiene la voz ronca—. ¿Qué ocurre?
Cojo su mano entre las mías y la acerco a mi cara.
—Has tenido un accidente. Estás en el hospital de Portland.
Ray frunce el ceño y no sé si es porque está incómodo con esta demostración de afecto poco propia de mí o porque no se acuerda del accidente.
—¿Quieres un poco de agua? —le pregunto aunque no sé si puedo dársela. Asiente, desconcertado. El corazón se me llena de alegría. Me levanto y me inclino para darle un beso en la frente—. Te quiero, papá. Bienvenido de vuelta.
Agita un poco la mano, avergonzado.
—Yo también, ______. Agua.
Salgo corriendo para cubrir la corta distancia que hay hasta el puesto de enfermeras.
—¡Mi padre! ¡Está despierto! —le sonrío a la enfermera Kellie, que me devuelve la sonrisa.
—Envíale un mensaje a la doctora Sluder —le dice a una compañera y sale apresuradamente de detrás del mostrador.
—Quiere agua.
—Le llevaré un vaso.
Regreso junto a la cama de mi padre. Estoy muy contenta. Veo que tiene los ojos cerrados y me preocupa que haya vuelto al coma.
—¿Papá?
—Estoy aquí —murmura, y abre los ojos justo cuando aparece la enfermera Kellie con una jarra con trocitos de hielo y un vaso.
—Hola, señor Steele. Soy Kellie, su enfermera. Su hija me ha dicho que tiene sed.
En la sala de espera, Joseph está mirando fijamente su portátil, muy concentrado. Alza la vista cuando me oye cerrar la puerta.
—Se ha despertado —anuncio. Él sonríe y la tensión que tenía en los ojos desaparece. Oh… no me había dado cuenta. ¿Ha estado tenso todo el tiempo? Deja a un lado su portátil, se levanta y me da un abrazo.
—¿Cómo está? —me pregunta cuando le rodeo con los brazos.
—Habla, tiene sed y está un poco desconcertado. No se acuerda del accidente.
—Es comprensible. Ahora que está despierto, quiero que lo trasladen a Seattle. Así podremos ir a casa y mi madre podrá tenerle vigilado.
¿Ya?
—No sé si estará lo bastante bien como para trasladarle.
—Hablaré con la doctora Sluder para que me dé su opinión.
—¿Echas de menos nuestra casa?
—Sí.
—Está bien.
—No has dejado de sonreír —me dice Joseph cuando aparco delante del Heathman.
—Estoy muy aliviada. Y feliz.
Joseph sonríe.
—Bien.
La luz está desapareciendo y me estremezco cuando salgo a la fresca noche. Le doy mi llave al aparcacoches, que está mirando mi coche con admiración. No le culpo… Joseph me rodea con el brazo.
—¿Quieres que lo celebremos? —me pregunta cuando entramos en el vestíbulo.
—¿Celebrar qué?
—Lo de tu padre.
Suelto una risita.
—Oh, eso.
—Echaba de menos ese sonido. —Joseph me da un beso en el pelo.
—¿No podemos mejor comer en la habitación? Ya sabes, una noche tranquila sin salir.
—Claro, vamos. —Me coge la mano y me lleva a los ascensores.
—Estaba deliciosa —digo satisfecha mientras aparto mi plato, llena por primera vez en mucho tiempo—. Aquí hacen una tarta tatin buenísima.
Me acabo de bañar y solo llevo la camiseta de Joseph y las bragas. De fondo suena la música del iPod de Joseph, que está puesto en modo aleatorio; Dido está cantando algo sobre banderas blancas.
Joseph me mira con curiosidad. Tiene el pelo todavía húmedo por el baño y lleva una camiseta negra y los vaqueros.
—Es la vez que más te he visto comer en todo el tiempo que llevamos aquí —me dice.
—Tenía hambre.
Se arrellana en la silla con una sonrisa de satisfacción y le da un sorbo al vino blanco.
—¿Qué quieres hacer ahora? —pregunta con voz suave.
—¿Qué quieres hacer tú?
Arquea una ceja, divertido.
—Lo que quiero hacer siempre.
—¿Y eso es…?
—Señora Jonas, deje las evasivas.
Le cojo la mano por encima de la mesa, la giro y le acaricio la palma con el dedo índice.
—Quiero que me toques con este —digo subiendo el dedo por su índice.
Él se remueve en la silla.
—¿Solo con ese? —Su mirada se oscurece y se vuelve más ardiente a la vez.
—Quizá con este también —digo acariciándole el dedo corazón y volviendo a la palma—. Y con este. —Recorro con la uña su dedo anular—. Y definitivamente con esto —digo deteniéndome en su alianza—. Esto es muy sexy.
—¿Lo es?
—Claro. Porque dice: «Este hombre es mío». —Le rozo el pequeño callo que ya se le ha formado en la palma junto al anillo. Él se inclina hacia mí y me coge la barbilla con la otra mano.
—Señora Jonas, ¿está intentando seducirme?
—Eso espero.
—______, ya he caído —me dice en voz baja—. Ven aquí. —Tira de mi mano para atraerme a su regazo—. Me gusta tener acceso ilimitado a ti. —Sube la mano por el muslo hasta mi trasero. Me agarra la nuca con la otra mano y me besa, agarrándome con fuerza.
Sabe a vino blanco, a tarta de manzana y a Joseph. Le paso los dedos por el pelo, sujetándole contra mí, mientras nuestras leguas exploran y se enroscan la una contra la otra. La sangre se me calienta en las venas. Estoy sin aliento cuando Joseph se aparta.
—Vamos a la cama —murmura contra mis labios.
—¿A la cama?
Se separa un poco y me tira del pelo para que levante la vista para mirarle.
—¿Dónde prefiere usted, señora Jonas?
Me encojo de hombros, fingiendo indiferencia.
—Sorpréndeme.
—Te veo guerrera esta noche —dice acariciándome la nariz con la suya.
—Tal vez necesito que me aten.
—Tal vez sí. Te estás volviendo mandona con la edad. —Entorna los ojos pero no puede esconder el humor latente en su voz.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? —le desafío.
Le brillan los ojos.
—Sé lo que me gustaría hacer, pero depende de lo que tú puedas soportar.
—Oh, señor Jonas, ha sido usted muy dulce conmigo estos dos últimos días. Y no estoy hecha de cristal, ¿lo sabía?
—¿No te gusta que sea dulce?
—Claro que sí. Pero ya sabes… la variedad es la sal de la vida —le digo aleteando las pestañas.
—¿Quieres algo menos dulce?
—Algo que me recuerde que estoy viva.
Arquea ambas cejas por la sorpresa.
—Que me recuerde que estoy viva… —repite, asombrado y con un tono de humor en su voz.
Asiento. Él me mira durante un momento.
—No te muerdas el labio —me susurra y de repente se pone de pie conmigo en sus brazos. Doy un respigo y me agarro a sus bíceps porque temo caerme. Él camina hasta el más pequeño de los tres sofás y me deposita ahí—. Espera aquí. Y no te muevas. —Me lanza una mirada breve, excitante e intensa y se vuelve para dirigirse hacia el dormitorio. Oh… Joseph descalzo… ¿Por qué sus pies son tan sexis? Aparece unos minutos después detrás de mí, inclinándose y cogiéndome por sorpresa—. Creo que esto no nos va a hacer falta. —Agarra mi camiseta y me la quita, dejándome completamente desnuda excepto por las bragas. Tira de mi coleta hacia atrás y me da un beso—. Levántate —me ordena junto a mis labios, y después me suelta. Yo obedezco inmediatamente. Él extiende una toalla sobre el sofá.
¿Una toalla?
—Quítate las bragas.
Trago saliva pero hago lo que me pide y dejo las bragas junto al sofá.
—Siéntate. —Vuelve a cogerme la coleta y a echarme atrás la cabeza—. Dime que pare si es demasiado, ¿de acuerdo?
Asiento.
—Responde —me ordena con voz dura.
—Sí —digo.
Él sonríe burlón.
—Bien. Así que, señora Jonas… como me ha pedido, la voy a atar. —Su voz baja hasta convertirse en un susurro jadeante. El deseo recorre mi cuerpo como un relámpago solo con oír esas palabras. Oh, mi dulce Cincuenta… ¿en el sofá?—. Sube las rodillas —me pide—, y reclínate en el respaldo.
Apoyo los pies en el borde del sofá y pongo las rodillas delante de mí. Él me coge la pierna izquierda y me ata el cinturón de uno de los albornoces por encima de la rodilla.
—¿El cinturón del albornoz?
—Estoy improvisando. —Vuelve a sonreír, aprieta el nudo corredizo sobre mi rodilla y ata el otro extremo del cinturón al remate decorativo que hay en una de las esquinas del sofá; una forma muy eficaz de mantenerme las piernas abiertas—. No te muevas —me advierte, y repite el proceso con la pierna derecha, atando el otro cinturón al otro remate.
Oh, Dios mío… Estoy despatarrada en el sofá.
—¿Bien? —me pregunta Joseph con voz suave, mirándome desde detrás del sofá.
Asiento, esperando que me ate las manos también. Pero no lo hace. Se inclina y me da un beso.
—No tienes ni idea de cómo me pones ahora mismo —murmura y frota su nariz contra la mía—. Creo que voy a cambiar la música. —Se levanta y se acerca despreocupadamente al iPod.
¿Cómo lo hace? Aquí estoy, abierta de piernas y muy excitada, y él tan fresco y tan tranquilo. Joseph está dentro de mi campo de visión y veo cómo se mueven los músculos de su espalda bajo la camiseta mientras cambia la canción. Inmediatamente una voz dulce y casi infantil empieza a cantar algo sobre que la observen.
Oh, me gusta esta canción.
Joseph se gira y sus ojos se clavan en los míos mientras rodea el sofá y se pone de rodillas delante de mí. De repente me siento muy expuesta.
—¿Expuesta? ¿Vulnerable? —me pregunta con su asombrosa capacidad para verbalizar las palabras que no he llegado a decir. Tiene las manos apoyadas sobre sus rodillas. Asiento.
¿Por qué no me toca?
—Bien —susurra—. Levanta las manos. —No puedo apartar la vista de sus ojos hipnóticos. Hago lo que me dice. Joseph me echa un líquido aceitoso en cada palma de un pequeño botecito de color claro. El líquido desprende un olor intenso, almizclado y sensual que no soy capaz de identificar—. Frótatelas. —Me revuelvo por el efecto de su mirada penetrante y ardiente—. No te muevas —me ordena.
Oh, Dios mío…
—Ahora, ______, quiero que te toques.
Madre mía.
—Empieza por la garganta y ve bajando.
Dudo.
—No seas tímida, ______. Vamos. Hazlo. —Son evidentes el humor y el desafío de su expresión, además del deseo.
La voz infantil canta que no hay nada dulce en ella. Pongo las manos sobre mi garganta y dejo que vayan bajando hasta la parte superior de mis pechos. El aceite hace que se deslicen fácilmente por mi piel. Tengo las manos calientes.
—Más abajo —susurra Joseph a la vez que se oscurecen sus ojos. No me está tocando.
Me cubro los pechos con las manos.
—Tócate.
Oh, Dios mío. Tiro con suavidad de mis pezones.
—Más fuerte —me ordena Joseph. Está sentado inmóvil entre mis muslos, solo mirándome—. Como lo haría yo —añade, y sus ojos muestran un brillo oscuro.
Los músculos del fondo de mi vientre se tensan. Gimo en respuesta y tiro con más fuerza de mis pezones sintiendo cómo se endurecen y se alargan bajo mis dedos.
—Sí. Así. Otra vez.
Cierro los ojos y tiro fuerte, los hago rodar y los pellizco con los dedos. Gimo de nuevo.
—Abre los ojos.
Parpadeo para mirarle.
—Otra vez. Quiero verte. Ver que disfrutas tocándote.
Oh, joder. Repito el proceso. Esto es tan… erótico.
—Las manos. Más abajo.
Me retuerzo.
—Quieta, ______. Absorbe el placer. Más abajo. —Su voz es baja y ronca, tentadora y seductora.
—Hazlo tú —le susurro.
—Oh, lo haré… pronto. Pero ahora tú. Más abajo. —Joseph se pasa la lengua por los dientes, un gesto que irradia sensualidad. Madre mía… Me retuerzo y tiro de los cinturones que me atan.
Él niega con la cabeza lentamente.
—Quieta. —Apoya las manos en mis rodillas para que no me mueva—. Vamos, ______… Más abajo.
Mis manos se deslizan por mi vientre.
—Más abajo —repite, y es la sensualidad personificada.
—Joseph, por favor.
Sus manos descienden desde mis rodillas, acariciándome los muslos y acercándose a mi sexo.
—Vamos, ______. Tócate.
Mi mano izquierda pasa por encima de mi sexo y hago un círculo lento mientras formo una O con los labios y jadeo.
—Otra vez —susurra.
Gimo más alto y repito el movimiento, echando atrás la cabeza y jadeando.
—Otra vez.
Vuelvo a gemir con fuerza y Joseph inhala bruscamente. Me coge las manos, se inclina y acaricia con la nariz y después con la lengua todo el vértice entre mis muslos.
—¡Ah!
Quiero tocarle, pero cuando intento mover las manos, él aprieta los dedos alrededor de mis muñecas.
—Te voy a atar estas también. Quieta.
Gimo. Me suelta e introduce dos dedos en mi interior a la vez que apoya la mano contra mi clítoris.
—Voy a hacer que te corras rápido, ______. ¿Lista?
—Sí —jadeo.
Empieza a mover los dedos y la mano arriba y abajo rápidamente, estimulando ese punto tan dulce en mi interior y el clítoris al mismo tiempo. ¡Ah! La sensación es intensa, realmente intensa. El placer aumenta y atraviesa la mitad inferior de mi cuerpo. Quiero estirar las piernas, pero no puedo. Agarro con fuerza la toalla que hay debajo de mí.
—Ríndete —me susurra Joseph.
Exploto alrededor de sus dedos, gritando algo incoherente. Aprieta la mano contra mi clítoris mientras los estremecimientos me recorren el cuerpo, prolongando así esa deliciosa agonía. Me doy cuenta vagamente de que me está desatando las piernas.
—Es mi turno —susurra, y me gira para que quede boca abajo sobre el sofá con las rodillas en el suelo. Me abre las piernas y me da un azote fuerte en el trasero.
—¡Ah! —chillo a la vez que noto que entra con fuerza en mi interior.
—Oh, ______ —dice con los dientes apretados cuando empieza a moverse.
Me agarra las caderas fuertemente con los dedos mientras se hunde en mí una y otra vez. El placer empieza a aumentar de nuevo. No… Ah…
—¡Vamos, ______! —grita Joseph y yo vuelvo a romperme en mil pedazos otra vez, latiendo a su alrededor y gritando cuando alcanzo el orgasmo de nuevo.
—¿Te sientes lo bastante viva? —me pregunta Joseph dándome un beso en el pelo.
—Oh, sí —murmuro mirando al techo. Estoy tumbada sobre mi marido, con la espalda sobre su pecho, ambos en el suelo junto al sofá. Él todavía está vestido—. Creo que deberíamos repetirlo. Pero esta vez tú sin ropa.
—Por Dios, ______. Dame un respiro.
Suelto una risita y él ríe entre dientes.
—Me alegro de que Ray haya recuperado la consciencia. Parece que todos tus apetitos han regresado después de eso —dice y oigo la sonrisa en su voz.
Me giro y le miro con el ceño fruncido.
—¿Se te olvida lo de anoche y lo de esta mañana? —le pregunto con un mohín.
—No podría olvidarlo —dice sonriendo. Con esa sonrisa parece joven, despreocupado y feliz. Me coge el trasero con las manos—. Tiene un trasero fantástico, señora Jonas.
—Y tú también. Pero el tuyo sigue tapado —le digo arqueando una ceja.
—¿Y qué va a hacer al respecto, señora Jonas?
—Bueno, creo que le voy a desnudar, señor Jonas. Enterito.
Él sonríe.
—Y yo creo que hay muchas cosas dulces en ti —susurra refiriéndose a la canción que sigue sonando, repetida una vez tras otra. Su sonrisa desaparece.
Oh, no.
—Tú sí que eres dulce —le susurro, me inclino hacia él y le beso la comisura de la boca. Cierra los ojos y me abraza más fuerte—. Joseph, lo eres. Has hecho que este fin de semana sea especial a pesar de lo que le ha pasado a Ray. Gracias.
Él abre sus grandes y serios ojos ambarinos y su expresión me conmueve.
—Porque te amo —susurra.
—Lo sé. Y yo también te amo. —Le acaricio la cara—. Y eres algo precioso para mí. Lo sabes, ¿verdad?
Se queda muy quieto y parece perdido.
Oh, Joseph… Mi dulce Cincuenta.
—Créeme —le susurro.
—No es fácil —dice con voz casi inaudible.
—Inténtalo. Inténtalo con todas tus fuerzas, porque es cierto. —Le acaricio la cara una vez más y mis dedos le rozan las patillas. Sus ojos son unos océanos llenos de pérdida, heridas y dolor. Quiero subirme encima de él y abrazarle. Cualquier cosa que haga que desaparezca esa mirada. ¿Cuándo se va a dar cuenta de que él es mi mundo? ¿De que es más que merecedor de mi amor, del amor de sus padres, de sus hermanos? Se lo he dicho una y otra vez, pero aquí estamos de nuevo, con Joseph mirándome con expresión de pérdida y abandono. Tiempo. Solo es cuestión de tiempo.
—Te vas a enfriar. Vamos. —Se pone de pie con agilidad y tira de mí para levantarme. Le rodeo la cintura con el brazo mientras cruzamos el dormitorio. No quiero presionarle, pero desde el accidente de Ray se ha vuelto más importante para mí que sepa cuánto lo amo.
Cuando entramos en el dormitorio frunzo el ceño, desesperada por recuperar el humor alegre de hace unos momentos.
—¿Vemos un poco la tele? —le pido.
Joseph ríe entre dientes.
—Creía que querías un segundo asalto. —Ahí está de nuevo mi temperamental Cincuenta… Arqueo una ceja y me paro junto a la cama.
—Bueno, en ese caso… Esta vez yo llevaré las riendas.
Él me mira con la boca abierta y yo le empujo sobre la cama, me pongo rápidamente a horcajadas sobre su cuerpo y le agarro las manos a ambos lados de la cabeza.
Me sonríe.
—Bien, señora Jonas, ahora que ya me tiene, ¿qué piensa hacer conmigo?
Me inclino y le susurro al oído:
—Te voy a follar con la boca.
Cierra los ojos e inhala bruscamente mientras yo le rozo la mandíbula con los dientes.
Joseph está trabajando en el ordenador. La mañana es clara a esta hora tan temprana. Creo que está escribiendo un correo electrónico.
—Buenos días —murmuro tímidamente desde el umbral. Se gira y me sonríe.
—Señora Jonas, se ha levantado pronto —dice tendiéndome los brazos.
Yo cruzo la suite y me acurruco en su regazo.
—Igual que tú.
—Estaba trabajando. —Se mueve un poco y me da un beso en el pelo.
—¿Qué pasa? —le pregunto, porque noto que algo no va bien.
Suspira.
—He recibido un correo del detective Clark. Quiere hablar contigo del cabrón de Hyde.
—¿Ah, sí? —Me aparto un poco y miro a Joseph.
—Sí. Le he explicado que estás en Portland por ahora y que tendría que esperar, pero ha dicho que vendrá aquí a hablar contigo.
—¿Va a venir?
—Eso parece. —Joseph se muestra perplejo.
Frunzo el ceño.
—¿Y qué es tan importante que no puede esperar?
—Eso digo yo…
—¿Cuándo va a venir?
—Hoy. Tengo que contestarle.
—No tengo nada que esconder, pero me pregunto qué querrá saber…
—Lo descubriremos cuando llegue. Yo también estoy intrigado. —Joseph vuelve a moverse—. Subirán el desayuno pronto. Vamos a comer algo y después a ver a tu padre.
Asiento.
—Puedes quedarte aquí si quieres. Veo que estás ocupado.
Él frunce el ceño.
—No, quiero ir contigo.
—Bien. —Le sonrío, le rodeo el cuello con los brazos y le doy un beso.
Ray está de mal humor. Y eso es una alegría. Le pica, no hace más que rascarse y está impaciente e incómodo.
—Papá, has tenido un accidente de coche grave. Necesitas tiempo para curarte. Y Joseph y yo queremos que te lleven a Seattle.
—No sé por qué se están molestando tanto por mí. Yo estaré bien aquí solo.
—No digas tonterías —digo apretándole la mano cariñosamente. Él tiene el detalle de sonreírme—. ¿Necesitas algo?
—Mataría por un donut, ______.
Le sonrío indulgentemente.
—Te traeré un donut o dos. Iremos a Voodoo.
—¡Genial!
—¿Quieres un café decente también?
—¡Demonios, sí!
—De acuerdo, te traeré uno también.
Joseph está otra vez en la sala de espera, hablando por teléfono. Debería establecer su oficina aquí. Extrañamente está solo, a pesar de que las otras camas de la UCI están ocupadas. Me pregunto si Joseph habrá espantado a las demás visitas. Cuelga.
—Clark estará aquí a las cuatro de la tarde.
Frunzo el ceño. ¿Qué será tan urgente?
—Bien. Ray quiere café y donuts.
Joseph ríe.
—Creo que yo también querría eso si hubiera tenido un accidente. Le diré a Taylor que vaya a buscarlo.
—No, iré yo.
—Llévate a Taylor contigo —me dice con voz dura.
—De acuerdo. —Pongo los ojos en blanco y él me mira fijamente. Después sonríe y ladea la cabeza.
—No hay nadie aquí. —Su voz es deliciosamente baja y sé que me está amenazando con azotarme. Estoy a punto de decirle que se atreva, pero una pareja joven entra en la sala. Ella llora quedamente.
Me encojo de hombros a modo de disculpa mirando a Joseph y él asiente. Coge el portátil, me da la mano y salimos de la sala.
—Ellos necesitan la privacidad más que nosotros —me dice Joseph—. Nos divertiremos luego.
Fuera está Taylor, esperando pacientemente.
—Vamos todos a por café y donuts.
A las cuatro en punto llaman a la puerta de la suite. Taylor hace pasar al detective Clark, que parece de peor humor de lo que suele estar; siempre parece de mal humor. Tal vez sea algo en la expresión de su cara.
—Señor Jonas, señora Jonas, gracias por acceder a verme.
—Detective Clark. —Joseph le saluda, le estrecha la mano y le señala un asiento. Yo me siento en el sofá en el que me lo pasé tan bien anoche. Solo de pensarlo me sonrojo.
—Es a la señora Jonas a quien quería ver —apunta Clark aludiendo a Joseph y a Taylor, que se ha colocado junto a la puerta. Joseph mira a Taylor y asiente casi imperceptiblemente y él se gira y se va, cerrando la puerta al salir.
—Cualquier cosa que tenga que decirle a mi esposa, puede decírsela conmigo delante. —La voz de Joseph es fría y profesional.
El detective Clark se vuelve hacia mí.
—¿Está segura de que desea que su marido esté presente?
Frunzo el ceño.
—Claro. No tengo nada que ocultarle. ¿Solo quiere hablar conmigo?
—Sí, señora.
—Bien. Quiero que mi marido se quede.
Joseph se sienta a mi lado. Irradia tensión.
—Muy bien —dice Clark, resignado. Carraspea—. Señora Jonas, el señor Hyde mantiene que usted le acosó sexualmente y le hizo ciertas insinuaciones inapropiadas.
¡Oh! Estoy a punto de soltar una carcajada, pero le pongo la mano a Joseph en el muslo para frenarle cuando veo que se inclina hacia delante en el asiento.
—¡Eso es ridículo! —exclama Joseph.
Yo le aprieto el muslo para que se calle.
—Eso no es cierto —afirmo yo con calma—. De hecho, fue exactamente lo contrario. Él me hizo proposiciones deshonestas de una forma muy agresiva y por eso le despidieron.
La boca del detective Clark forma brevemente una fina línea antes de continuar.
—Hyde alega que usted se inventó la historia del acoso sexual para que le despidieran. Dice que lo hizo porque él rechazó sus proposiciones y porque quería su puesto.
Frunzo el ceño. Madre mía… Jack está peor de lo que yo creía.
—Eso no es cierto —digo negando con la cabeza.
—Detective, no me diga que ha conducido hasta aquí para acosar a mi mujer con esas acusaciones ridículas.
El detective Clark vuelve su mirada azul acero hacia Joseph.
—Necesito oír la respuesta de la señora Jonas ante esas acusaciones, señor —dice conteniéndose. Yo vuelvo a apretarle la pierna a Joseph, suplicándole sin palabras que se mantenga tranquilo.
—No tienes por que oír esta mierda, ______.
—Creo que es mejor que el detective Clark sepa lo que pasó.
Joseph me mira inescrutable durante un momento y después agita la mano en un gesto de resignación.
—Lo que dice Hyde no es cierto. —Mi voz suena tranquila, aunque me siento cualquier cosa menos eso. Estoy perpleja por esas acusaciones y nerviosa porque Joseph puede explotar en cualquier momento. ¿A qué está jugando Jack? —. El señor Hyde me abordó en la cocina de la oficina una noche. Me dijo que me habían contratado gracias a él y que esperaba ciertos favores sexuales a cambio. Intentó chantajearme utilizando unos correos que yo le había enviado a Joseph, que entonces todavía no era mi marido. Yo no sabía que Hyde había estado espiando mis correos. Es un paranoico: incluso me acusó de ser una espía enviada por Joseph, presumiblemente para ayudarle a hacerse con la empresa. Pero no sabía que Joseph ya había comprado Seattle Independent Publishing. —Niego con la cabeza cuando recuerdo mi tenso y estresante encuentro con Hyde—. Al final yo… yo le derribé.
Clark arquea las cejas sorprendido.
—¿Le derribó?
—Mi padre fue soldado. Hyde… Mmm… me tocó y yo sé cómo defenderme.
Joseph me dedica una fugaz mirada de orgullo.
—Entiendo. —Clark se acomoda en el sofá y suspira profundamente.
—¿Han hablado con alguna de las anteriores ayudantes de Hyde? —le pregunta Joseph casi con cordialidad.
—Sí, lo hemos hecho. Pero lo cierto es que ninguna de ellas nos dice nada. Todas afirman que era un jefe ejemplar, aunque ninguna duró en el puesto más de tres meses.
—Nosotros también hemos tenido ese problema —murmura Joseph.
¿Ah, sí? Miro a Joseph con la boca abierta, igual que el detective Clark.
—Mi jefe de seguridad entrevistó a las cinco últimas ayudantes de Hyde.
—¿Y eso por qué?
Joseph le dedica una mirada gélida.
—Porque mi mujer trabajó con él y yo hago comprobaciones de seguridad sobre todas las personas que trabajan con mi mujer.
El detective Clark se sonroja. Yo le miro encogiéndome de hombros a modo de disculpa y con una sonrisa que dice: «Bienvenido a mi mundo».
—Ya veo —dice Clark—. Creo que hay algo más en ese asunto de lo que parece a simple vista, señor Jonas. Vamos a llevar a cabo un registro más a fondo del apartamento de Hyde mañana, tal vez encontremos la clave entonces. Por lo visto, hace tiempo que no vive allí.
—¿Lo han registrado antes?
—Sí, pero vamos a hacerlo de nuevo. Esta vez será una búsqueda más exhaustiva.
—¿Todavía no le han acusado del intento de asesinato de Ros Bailey y mío? —pregunta Joseph en voz baja.
¿Qué?
—Esperamos encontrar más pruebas del sabotaje de su helicóptero, señor Jonas. Necesitamos algo más que una huella parcial. Mientras está en la cárcel podemos ir reforzando el caso.
—¿Y ha venido solo para eso?
Clark parece irritado.
—Sí, señor Jonas, solo para eso, a no ser que se le haya ocurrido algo sobre la nota…
¿Nota? ¿Qué nota?
—No. Ya se lo dije. No significa nada para mí. —Joseph no puede ocultar su irritación—. No entiendo por qué no podíamos haber hecho esto por teléfono.
—Creo que ya le he dicho que prefiero hacer las cosas en persona. Y así aprovecho para visitar a mi tía abuela, que vive en Portland. Dos pájaros de un tiro… —El rostro de Clark permanece impasible e imperturbable ante el mal humor de mi marido.
—Bueno, si hemos terminado, tengo trabajo que hacer. —Joseph se levanta y el detective Clark hace lo mismo.
—Gracias por su tiempo, señora Jonas —me dice educadamente. Yo asiento. —Señor Jonas —se despide. Joseph abre la puerta y Clark se va.
Me dejo caer en el sofá.
—¿Te puedes creer lo que ha dicho ese imbécil? —explota Joseph.
—¿Clark?
—No, el idiota de Hyde.
—No, no puedo.
—¿A qué coño está jugando? —pregunta Joseph con los dientes apretados.
—No lo sé. ¿Crees que Clark me ha creído?
—Claro. Sabe que Hyde es un cabrón pirado.
—Estás siendo muy «insultino».
—¿Insultino? —Joseph sonríe burlón—. ¿Existe esa palabra?
—Ahora sí.
De repente sonríe, se sienta a mi lado y me atrae hacia sus brazos.
—No pienses en ese imbécil. Vamos a ver a tu padre e intentar convencerle para trasladarle mañana.
—No ha querido ni oír hablar de ello. Quiere quedarse en Portland y no ser una molestia.
—Yo hablaré con él.
—Quiero viajar con él.
Joseph se me queda mirando y durante un momento creo que va a decir que no.
—Está bien. Yo iré también. Sawyer y Taylor pueden llevar los coches. Dejaré que Sawyer se lleve tu R8 esta noche.
Al día siguiente, Ray examina su nuevo entorno: una habitación amplia y luminosa en el centro de rehabilitación del Hospital Northwest de Seattle. Es mediodía y parece adormilado. El viaje, que ha hecho nada menos que en helicóptero, le ha agotado.
—Dile a Joseph que le agradezco todo esto —dice en voz baja.
—Se lo puedes decir tú mismo. Va a venir esta noche.
—¿No vas a trabajar?
—Seguramente vaya ahora. Pero quería asegurarme de que estás bien aquí.
—Vete. No hace falta que te preocupes por mí.
—Me gusta preocuparme por ti.
Mi BlackBerry vibra. Miro el número; no lo reconozco.
—¿No vas a contestar? —me pregunta Ray.
—No. No sé quién es. Que deje el mensaje en el contestador. Te he traído algo para leer —le digo señalando una pila de revistas de deportes que hay en la mesilla.
—Gracias ______.
—Estás cansado, ¿verdad?
Asiente.
—Me voy para que puedas dormir. —Le doy un beso en la frente—. Hasta luego, papi. —susurro.
—Hasta luego, cariño. Y gracias. —Ray me coge la mano y me aprieta con suavidad—. Me gusta que me llames «papi». Me trae recuerdos…
Oh, papi… Yo también le aprieto la mano.
Cuando salgo por la puerta principal en dirección al todoterreno donde me espera Sawyer, oigo que alguien me llama.
—¡Señora Jonas! ¡Señora Jonas!
Me vuelvo y veo a la doctora Greene que viene corriendo hacia mí con su habitual apariencia inmaculada, aunque un poco agitada.
—Señora Jonas, ¿cómo está? ¿Ha recibido mi mensaje? La he llamado antes.
—No. —Se me eriza el vello.
—Bueno, me preguntaba por qué ha cancelado ya cuatro citas.
¿Cuatro citas? Me quedo mirándola con la boca abierta. ¿Ya me he saltado cuatro citas? ¿Cómo?
—Tal vez sería mejor que habláramos de esto en mi despacho. Salía a comer… ¿Tiene tiempo ahora?
Asiento mansamente.
—Claro. Yo… —Me quedo sin palabras. ¿He perdido cuatro citas? Llego tarde para mi próxima inyección. Mierda.
Un poco aturdida, la sigo por el hospital hasta su despacho. ¿Cómo he podido perder cuatro citas? Recuerdo vagamente que hubo que cambiar una, Hannah me lo dijo, pero ¿cuatro? ¿Cómo he podido perder cuatro?
El despacho de la doctora Greene es espacioso, minimalista y está muy bien decorado.
—Me alegro de que me haya encontrado antes de que me fuera —murmuro, todavía un poco impresionada—. Mi padre ha tenido un accidente de coche y acabamos de traerle desde Portland.
—Oh, lo siento mucho. ¿Qué tal está?
—Está bien, gracias. Mejorando.
—Eso es bueno. Y explica por qué canceló la cita del viernes.
La doctora Greene desplaza el ratón sobre su escritorio y su ordenador vuelve a la vida.
—Sí… Ya han pasado más de trece semanas. Está muy cerca del límite. Será mejor que le haga una prueba antes de darle la siguiente inyección.
—¿Una prueba? —susurro mientras toda la sangre abandona mi cabeza.
—Una prueba de embarazo.
Oh, no.
Rebusca en el cajón de su mesa.
—Creo que ya sabe qué hacer con esto. —Me da un recipiente pequeño—. El baño está justo al salir del despacho.
Me levanto como en un trance. Todo mi cuerpo funciona como si llevara puesto el piloto automático mientras salgo hacia el baño.
Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda. Cómo he podido dejar que pase esto… ¿otra vez? De repente siento náuseas y suplico en silencio: no, por favor. No, por favor. Es demasiado pronto. Es demasiado pronto.
Cuando vuelvo a entrar en el despacho de la doctora Greene, ella me dedica una sonrisa tensa y me señala un asiento al otro lado de la mesa. Me siento y le paso la muestra sin decir nada. Ella introduce un palito blanco en la muestra y lo examina. Levanta las cejas cuando se pone azul.
—¿Qué significa el azul? —La tensión me está atenazando la garganta.
Me mira con ojos serios.
—Bueno, señora Jonas, eso significa que está embarazada.
¿Qué? No. No. No. Joder.
—No llores, ______. —Ray tiene la voz ronca—. ¿Qué ocurre?
Cojo su mano entre las mías y la acerco a mi cara.
—Has tenido un accidente. Estás en el hospital de Portland.
Ray frunce el ceño y no sé si es porque está incómodo con esta demostración de afecto poco propia de mí o porque no se acuerda del accidente.
—¿Quieres un poco de agua? —le pregunto aunque no sé si puedo dársela. Asiente, desconcertado. El corazón se me llena de alegría. Me levanto y me inclino para darle un beso en la frente—. Te quiero, papá. Bienvenido de vuelta.
Agita un poco la mano, avergonzado.
—Yo también, ______. Agua.
Salgo corriendo para cubrir la corta distancia que hay hasta el puesto de enfermeras.
—¡Mi padre! ¡Está despierto! —le sonrío a la enfermera Kellie, que me devuelve la sonrisa.
—Envíale un mensaje a la doctora Sluder —le dice a una compañera y sale apresuradamente de detrás del mostrador.
—Quiere agua.
—Le llevaré un vaso.
Regreso junto a la cama de mi padre. Estoy muy contenta. Veo que tiene los ojos cerrados y me preocupa que haya vuelto al coma.
—¿Papá?
—Estoy aquí —murmura, y abre los ojos justo cuando aparece la enfermera Kellie con una jarra con trocitos de hielo y un vaso.
—Hola, señor Steele. Soy Kellie, su enfermera. Su hija me ha dicho que tiene sed.
En la sala de espera, Joseph está mirando fijamente su portátil, muy concentrado. Alza la vista cuando me oye cerrar la puerta.
—Se ha despertado —anuncio. Él sonríe y la tensión que tenía en los ojos desaparece. Oh… no me había dado cuenta. ¿Ha estado tenso todo el tiempo? Deja a un lado su portátil, se levanta y me da un abrazo.
—¿Cómo está? —me pregunta cuando le rodeo con los brazos.
—Habla, tiene sed y está un poco desconcertado. No se acuerda del accidente.
—Es comprensible. Ahora que está despierto, quiero que lo trasladen a Seattle. Así podremos ir a casa y mi madre podrá tenerle vigilado.
¿Ya?
—No sé si estará lo bastante bien como para trasladarle.
—Hablaré con la doctora Sluder para que me dé su opinión.
—¿Echas de menos nuestra casa?
—Sí.
—Está bien.
—No has dejado de sonreír —me dice Joseph cuando aparco delante del Heathman.
—Estoy muy aliviada. Y feliz.
Joseph sonríe.
—Bien.
La luz está desapareciendo y me estremezco cuando salgo a la fresca noche. Le doy mi llave al aparcacoches, que está mirando mi coche con admiración. No le culpo… Joseph me rodea con el brazo.
—¿Quieres que lo celebremos? —me pregunta cuando entramos en el vestíbulo.
—¿Celebrar qué?
—Lo de tu padre.
Suelto una risita.
—Oh, eso.
—Echaba de menos ese sonido. —Joseph me da un beso en el pelo.
—¿No podemos mejor comer en la habitación? Ya sabes, una noche tranquila sin salir.
—Claro, vamos. —Me coge la mano y me lleva a los ascensores.
—Estaba deliciosa —digo satisfecha mientras aparto mi plato, llena por primera vez en mucho tiempo—. Aquí hacen una tarta tatin buenísima.
Me acabo de bañar y solo llevo la camiseta de Joseph y las bragas. De fondo suena la música del iPod de Joseph, que está puesto en modo aleatorio; Dido está cantando algo sobre banderas blancas.
Joseph me mira con curiosidad. Tiene el pelo todavía húmedo por el baño y lleva una camiseta negra y los vaqueros.
—Es la vez que más te he visto comer en todo el tiempo que llevamos aquí —me dice.
—Tenía hambre.
Se arrellana en la silla con una sonrisa de satisfacción y le da un sorbo al vino blanco.
—¿Qué quieres hacer ahora? —pregunta con voz suave.
—¿Qué quieres hacer tú?
Arquea una ceja, divertido.
—Lo que quiero hacer siempre.
—¿Y eso es…?
—Señora Jonas, deje las evasivas.
Le cojo la mano por encima de la mesa, la giro y le acaricio la palma con el dedo índice.
—Quiero que me toques con este —digo subiendo el dedo por su índice.
Él se remueve en la silla.
—¿Solo con ese? —Su mirada se oscurece y se vuelve más ardiente a la vez.
—Quizá con este también —digo acariciándole el dedo corazón y volviendo a la palma—. Y con este. —Recorro con la uña su dedo anular—. Y definitivamente con esto —digo deteniéndome en su alianza—. Esto es muy sexy.
—¿Lo es?
—Claro. Porque dice: «Este hombre es mío». —Le rozo el pequeño callo que ya se le ha formado en la palma junto al anillo. Él se inclina hacia mí y me coge la barbilla con la otra mano.
—Señora Jonas, ¿está intentando seducirme?
—Eso espero.
—______, ya he caído —me dice en voz baja—. Ven aquí. —Tira de mi mano para atraerme a su regazo—. Me gusta tener acceso ilimitado a ti. —Sube la mano por el muslo hasta mi trasero. Me agarra la nuca con la otra mano y me besa, agarrándome con fuerza.
Sabe a vino blanco, a tarta de manzana y a Joseph. Le paso los dedos por el pelo, sujetándole contra mí, mientras nuestras leguas exploran y se enroscan la una contra la otra. La sangre se me calienta en las venas. Estoy sin aliento cuando Joseph se aparta.
—Vamos a la cama —murmura contra mis labios.
—¿A la cama?
Se separa un poco y me tira del pelo para que levante la vista para mirarle.
—¿Dónde prefiere usted, señora Jonas?
Me encojo de hombros, fingiendo indiferencia.
—Sorpréndeme.
—Te veo guerrera esta noche —dice acariciándome la nariz con la suya.
—Tal vez necesito que me aten.
—Tal vez sí. Te estás volviendo mandona con la edad. —Entorna los ojos pero no puede esconder el humor latente en su voz.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? —le desafío.
Le brillan los ojos.
—Sé lo que me gustaría hacer, pero depende de lo que tú puedas soportar.
—Oh, señor Jonas, ha sido usted muy dulce conmigo estos dos últimos días. Y no estoy hecha de cristal, ¿lo sabía?
—¿No te gusta que sea dulce?
—Claro que sí. Pero ya sabes… la variedad es la sal de la vida —le digo aleteando las pestañas.
—¿Quieres algo menos dulce?
—Algo que me recuerde que estoy viva.
Arquea ambas cejas por la sorpresa.
—Que me recuerde que estoy viva… —repite, asombrado y con un tono de humor en su voz.
Asiento. Él me mira durante un momento.
—No te muerdas el labio —me susurra y de repente se pone de pie conmigo en sus brazos. Doy un respigo y me agarro a sus bíceps porque temo caerme. Él camina hasta el más pequeño de los tres sofás y me deposita ahí—. Espera aquí. Y no te muevas. —Me lanza una mirada breve, excitante e intensa y se vuelve para dirigirse hacia el dormitorio. Oh… Joseph descalzo… ¿Por qué sus pies son tan sexis? Aparece unos minutos después detrás de mí, inclinándose y cogiéndome por sorpresa—. Creo que esto no nos va a hacer falta. —Agarra mi camiseta y me la quita, dejándome completamente desnuda excepto por las bragas. Tira de mi coleta hacia atrás y me da un beso—. Levántate —me ordena junto a mis labios, y después me suelta. Yo obedezco inmediatamente. Él extiende una toalla sobre el sofá.
¿Una toalla?
—Quítate las bragas.
Trago saliva pero hago lo que me pide y dejo las bragas junto al sofá.
—Siéntate. —Vuelve a cogerme la coleta y a echarme atrás la cabeza—. Dime que pare si es demasiado, ¿de acuerdo?
Asiento.
—Responde —me ordena con voz dura.
—Sí —digo.
Él sonríe burlón.
—Bien. Así que, señora Jonas… como me ha pedido, la voy a atar. —Su voz baja hasta convertirse en un susurro jadeante. El deseo recorre mi cuerpo como un relámpago solo con oír esas palabras. Oh, mi dulce Cincuenta… ¿en el sofá?—. Sube las rodillas —me pide—, y reclínate en el respaldo.
Apoyo los pies en el borde del sofá y pongo las rodillas delante de mí. Él me coge la pierna izquierda y me ata el cinturón de uno de los albornoces por encima de la rodilla.
—¿El cinturón del albornoz?
—Estoy improvisando. —Vuelve a sonreír, aprieta el nudo corredizo sobre mi rodilla y ata el otro extremo del cinturón al remate decorativo que hay en una de las esquinas del sofá; una forma muy eficaz de mantenerme las piernas abiertas—. No te muevas —me advierte, y repite el proceso con la pierna derecha, atando el otro cinturón al otro remate.
Oh, Dios mío… Estoy despatarrada en el sofá.
—¿Bien? —me pregunta Joseph con voz suave, mirándome desde detrás del sofá.
Asiento, esperando que me ate las manos también. Pero no lo hace. Se inclina y me da un beso.
—No tienes ni idea de cómo me pones ahora mismo —murmura y frota su nariz contra la mía—. Creo que voy a cambiar la música. —Se levanta y se acerca despreocupadamente al iPod.
¿Cómo lo hace? Aquí estoy, abierta de piernas y muy excitada, y él tan fresco y tan tranquilo. Joseph está dentro de mi campo de visión y veo cómo se mueven los músculos de su espalda bajo la camiseta mientras cambia la canción. Inmediatamente una voz dulce y casi infantil empieza a cantar algo sobre que la observen.
Oh, me gusta esta canción.
Joseph se gira y sus ojos se clavan en los míos mientras rodea el sofá y se pone de rodillas delante de mí. De repente me siento muy expuesta.
—¿Expuesta? ¿Vulnerable? —me pregunta con su asombrosa capacidad para verbalizar las palabras que no he llegado a decir. Tiene las manos apoyadas sobre sus rodillas. Asiento.
¿Por qué no me toca?
—Bien —susurra—. Levanta las manos. —No puedo apartar la vista de sus ojos hipnóticos. Hago lo que me dice. Joseph me echa un líquido aceitoso en cada palma de un pequeño botecito de color claro. El líquido desprende un olor intenso, almizclado y sensual que no soy capaz de identificar—. Frótatelas. —Me revuelvo por el efecto de su mirada penetrante y ardiente—. No te muevas —me ordena.
Oh, Dios mío…
—Ahora, ______, quiero que te toques.
Madre mía.
—Empieza por la garganta y ve bajando.
Dudo.
—No seas tímida, ______. Vamos. Hazlo. —Son evidentes el humor y el desafío de su expresión, además del deseo.
La voz infantil canta que no hay nada dulce en ella. Pongo las manos sobre mi garganta y dejo que vayan bajando hasta la parte superior de mis pechos. El aceite hace que se deslicen fácilmente por mi piel. Tengo las manos calientes.
—Más abajo —susurra Joseph a la vez que se oscurecen sus ojos. No me está tocando.
Me cubro los pechos con las manos.
—Tócate.
Oh, Dios mío. Tiro con suavidad de mis pezones.
—Más fuerte —me ordena Joseph. Está sentado inmóvil entre mis muslos, solo mirándome—. Como lo haría yo —añade, y sus ojos muestran un brillo oscuro.
Los músculos del fondo de mi vientre se tensan. Gimo en respuesta y tiro con más fuerza de mis pezones sintiendo cómo se endurecen y se alargan bajo mis dedos.
—Sí. Así. Otra vez.
Cierro los ojos y tiro fuerte, los hago rodar y los pellizco con los dedos. Gimo de nuevo.
—Abre los ojos.
Parpadeo para mirarle.
—Otra vez. Quiero verte. Ver que disfrutas tocándote.
Oh, joder. Repito el proceso. Esto es tan… erótico.
—Las manos. Más abajo.
Me retuerzo.
—Quieta, ______. Absorbe el placer. Más abajo. —Su voz es baja y ronca, tentadora y seductora.
—Hazlo tú —le susurro.
—Oh, lo haré… pronto. Pero ahora tú. Más abajo. —Joseph se pasa la lengua por los dientes, un gesto que irradia sensualidad. Madre mía… Me retuerzo y tiro de los cinturones que me atan.
Él niega con la cabeza lentamente.
—Quieta. —Apoya las manos en mis rodillas para que no me mueva—. Vamos, ______… Más abajo.
Mis manos se deslizan por mi vientre.
—Más abajo —repite, y es la sensualidad personificada.
—Joseph, por favor.
Sus manos descienden desde mis rodillas, acariciándome los muslos y acercándose a mi sexo.
—Vamos, ______. Tócate.
Mi mano izquierda pasa por encima de mi sexo y hago un círculo lento mientras formo una O con los labios y jadeo.
—Otra vez —susurra.
Gimo más alto y repito el movimiento, echando atrás la cabeza y jadeando.
—Otra vez.
Vuelvo a gemir con fuerza y Joseph inhala bruscamente. Me coge las manos, se inclina y acaricia con la nariz y después con la lengua todo el vértice entre mis muslos.
—¡Ah!
Quiero tocarle, pero cuando intento mover las manos, él aprieta los dedos alrededor de mis muñecas.
—Te voy a atar estas también. Quieta.
Gimo. Me suelta e introduce dos dedos en mi interior a la vez que apoya la mano contra mi clítoris.
—Voy a hacer que te corras rápido, ______. ¿Lista?
—Sí —jadeo.
Empieza a mover los dedos y la mano arriba y abajo rápidamente, estimulando ese punto tan dulce en mi interior y el clítoris al mismo tiempo. ¡Ah! La sensación es intensa, realmente intensa. El placer aumenta y atraviesa la mitad inferior de mi cuerpo. Quiero estirar las piernas, pero no puedo. Agarro con fuerza la toalla que hay debajo de mí.
—Ríndete —me susurra Joseph.
Exploto alrededor de sus dedos, gritando algo incoherente. Aprieta la mano contra mi clítoris mientras los estremecimientos me recorren el cuerpo, prolongando así esa deliciosa agonía. Me doy cuenta vagamente de que me está desatando las piernas.
—Es mi turno —susurra, y me gira para que quede boca abajo sobre el sofá con las rodillas en el suelo. Me abre las piernas y me da un azote fuerte en el trasero.
—¡Ah! —chillo a la vez que noto que entra con fuerza en mi interior.
—Oh, ______ —dice con los dientes apretados cuando empieza a moverse.
Me agarra las caderas fuertemente con los dedos mientras se hunde en mí una y otra vez. El placer empieza a aumentar de nuevo. No… Ah…
—¡Vamos, ______! —grita Joseph y yo vuelvo a romperme en mil pedazos otra vez, latiendo a su alrededor y gritando cuando alcanzo el orgasmo de nuevo.
—¿Te sientes lo bastante viva? —me pregunta Joseph dándome un beso en el pelo.
—Oh, sí —murmuro mirando al techo. Estoy tumbada sobre mi marido, con la espalda sobre su pecho, ambos en el suelo junto al sofá. Él todavía está vestido—. Creo que deberíamos repetirlo. Pero esta vez tú sin ropa.
—Por Dios, ______. Dame un respiro.
Suelto una risita y él ríe entre dientes.
—Me alegro de que Ray haya recuperado la consciencia. Parece que todos tus apetitos han regresado después de eso —dice y oigo la sonrisa en su voz.
Me giro y le miro con el ceño fruncido.
—¿Se te olvida lo de anoche y lo de esta mañana? —le pregunto con un mohín.
—No podría olvidarlo —dice sonriendo. Con esa sonrisa parece joven, despreocupado y feliz. Me coge el trasero con las manos—. Tiene un trasero fantástico, señora Jonas.
—Y tú también. Pero el tuyo sigue tapado —le digo arqueando una ceja.
—¿Y qué va a hacer al respecto, señora Jonas?
—Bueno, creo que le voy a desnudar, señor Jonas. Enterito.
Él sonríe.
—Y yo creo que hay muchas cosas dulces en ti —susurra refiriéndose a la canción que sigue sonando, repetida una vez tras otra. Su sonrisa desaparece.
Oh, no.
—Tú sí que eres dulce —le susurro, me inclino hacia él y le beso la comisura de la boca. Cierra los ojos y me abraza más fuerte—. Joseph, lo eres. Has hecho que este fin de semana sea especial a pesar de lo que le ha pasado a Ray. Gracias.
Él abre sus grandes y serios ojos ambarinos y su expresión me conmueve.
—Porque te amo —susurra.
—Lo sé. Y yo también te amo. —Le acaricio la cara—. Y eres algo precioso para mí. Lo sabes, ¿verdad?
Se queda muy quieto y parece perdido.
Oh, Joseph… Mi dulce Cincuenta.
—Créeme —le susurro.
—No es fácil —dice con voz casi inaudible.
—Inténtalo. Inténtalo con todas tus fuerzas, porque es cierto. —Le acaricio la cara una vez más y mis dedos le rozan las patillas. Sus ojos son unos océanos llenos de pérdida, heridas y dolor. Quiero subirme encima de él y abrazarle. Cualquier cosa que haga que desaparezca esa mirada. ¿Cuándo se va a dar cuenta de que él es mi mundo? ¿De que es más que merecedor de mi amor, del amor de sus padres, de sus hermanos? Se lo he dicho una y otra vez, pero aquí estamos de nuevo, con Joseph mirándome con expresión de pérdida y abandono. Tiempo. Solo es cuestión de tiempo.
—Te vas a enfriar. Vamos. —Se pone de pie con agilidad y tira de mí para levantarme. Le rodeo la cintura con el brazo mientras cruzamos el dormitorio. No quiero presionarle, pero desde el accidente de Ray se ha vuelto más importante para mí que sepa cuánto lo amo.
Cuando entramos en el dormitorio frunzo el ceño, desesperada por recuperar el humor alegre de hace unos momentos.
—¿Vemos un poco la tele? —le pido.
Joseph ríe entre dientes.
—Creía que querías un segundo asalto. —Ahí está de nuevo mi temperamental Cincuenta… Arqueo una ceja y me paro junto a la cama.
—Bueno, en ese caso… Esta vez yo llevaré las riendas.
Él me mira con la boca abierta y yo le empujo sobre la cama, me pongo rápidamente a horcajadas sobre su cuerpo y le agarro las manos a ambos lados de la cabeza.
Me sonríe.
—Bien, señora Jonas, ahora que ya me tiene, ¿qué piensa hacer conmigo?
Me inclino y le susurro al oído:
—Te voy a follar con la boca.
Cierra los ojos e inhala bruscamente mientras yo le rozo la mandíbula con los dientes.
Joseph está trabajando en el ordenador. La mañana es clara a esta hora tan temprana. Creo que está escribiendo un correo electrónico.
—Buenos días —murmuro tímidamente desde el umbral. Se gira y me sonríe.
—Señora Jonas, se ha levantado pronto —dice tendiéndome los brazos.
Yo cruzo la suite y me acurruco en su regazo.
—Igual que tú.
—Estaba trabajando. —Se mueve un poco y me da un beso en el pelo.
—¿Qué pasa? —le pregunto, porque noto que algo no va bien.
Suspira.
—He recibido un correo del detective Clark. Quiere hablar contigo del cabrón de Hyde.
—¿Ah, sí? —Me aparto un poco y miro a Joseph.
—Sí. Le he explicado que estás en Portland por ahora y que tendría que esperar, pero ha dicho que vendrá aquí a hablar contigo.
—¿Va a venir?
—Eso parece. —Joseph se muestra perplejo.
Frunzo el ceño.
—¿Y qué es tan importante que no puede esperar?
—Eso digo yo…
—¿Cuándo va a venir?
—Hoy. Tengo que contestarle.
—No tengo nada que esconder, pero me pregunto qué querrá saber…
—Lo descubriremos cuando llegue. Yo también estoy intrigado. —Joseph vuelve a moverse—. Subirán el desayuno pronto. Vamos a comer algo y después a ver a tu padre.
Asiento.
—Puedes quedarte aquí si quieres. Veo que estás ocupado.
Él frunce el ceño.
—No, quiero ir contigo.
—Bien. —Le sonrío, le rodeo el cuello con los brazos y le doy un beso.
Ray está de mal humor. Y eso es una alegría. Le pica, no hace más que rascarse y está impaciente e incómodo.
—Papá, has tenido un accidente de coche grave. Necesitas tiempo para curarte. Y Joseph y yo queremos que te lleven a Seattle.
—No sé por qué se están molestando tanto por mí. Yo estaré bien aquí solo.
—No digas tonterías —digo apretándole la mano cariñosamente. Él tiene el detalle de sonreírme—. ¿Necesitas algo?
—Mataría por un donut, ______.
Le sonrío indulgentemente.
—Te traeré un donut o dos. Iremos a Voodoo.
—¡Genial!
—¿Quieres un café decente también?
—¡Demonios, sí!
—De acuerdo, te traeré uno también.
Joseph está otra vez en la sala de espera, hablando por teléfono. Debería establecer su oficina aquí. Extrañamente está solo, a pesar de que las otras camas de la UCI están ocupadas. Me pregunto si Joseph habrá espantado a las demás visitas. Cuelga.
—Clark estará aquí a las cuatro de la tarde.
Frunzo el ceño. ¿Qué será tan urgente?
—Bien. Ray quiere café y donuts.
Joseph ríe.
—Creo que yo también querría eso si hubiera tenido un accidente. Le diré a Taylor que vaya a buscarlo.
—No, iré yo.
—Llévate a Taylor contigo —me dice con voz dura.
—De acuerdo. —Pongo los ojos en blanco y él me mira fijamente. Después sonríe y ladea la cabeza.
—No hay nadie aquí. —Su voz es deliciosamente baja y sé que me está amenazando con azotarme. Estoy a punto de decirle que se atreva, pero una pareja joven entra en la sala. Ella llora quedamente.
Me encojo de hombros a modo de disculpa mirando a Joseph y él asiente. Coge el portátil, me da la mano y salimos de la sala.
—Ellos necesitan la privacidad más que nosotros —me dice Joseph—. Nos divertiremos luego.
Fuera está Taylor, esperando pacientemente.
—Vamos todos a por café y donuts.
A las cuatro en punto llaman a la puerta de la suite. Taylor hace pasar al detective Clark, que parece de peor humor de lo que suele estar; siempre parece de mal humor. Tal vez sea algo en la expresión de su cara.
—Señor Jonas, señora Jonas, gracias por acceder a verme.
—Detective Clark. —Joseph le saluda, le estrecha la mano y le señala un asiento. Yo me siento en el sofá en el que me lo pasé tan bien anoche. Solo de pensarlo me sonrojo.
—Es a la señora Jonas a quien quería ver —apunta Clark aludiendo a Joseph y a Taylor, que se ha colocado junto a la puerta. Joseph mira a Taylor y asiente casi imperceptiblemente y él se gira y se va, cerrando la puerta al salir.
—Cualquier cosa que tenga que decirle a mi esposa, puede decírsela conmigo delante. —La voz de Joseph es fría y profesional.
El detective Clark se vuelve hacia mí.
—¿Está segura de que desea que su marido esté presente?
Frunzo el ceño.
—Claro. No tengo nada que ocultarle. ¿Solo quiere hablar conmigo?
—Sí, señora.
—Bien. Quiero que mi marido se quede.
Joseph se sienta a mi lado. Irradia tensión.
—Muy bien —dice Clark, resignado. Carraspea—. Señora Jonas, el señor Hyde mantiene que usted le acosó sexualmente y le hizo ciertas insinuaciones inapropiadas.
¡Oh! Estoy a punto de soltar una carcajada, pero le pongo la mano a Joseph en el muslo para frenarle cuando veo que se inclina hacia delante en el asiento.
—¡Eso es ridículo! —exclama Joseph.
Yo le aprieto el muslo para que se calle.
—Eso no es cierto —afirmo yo con calma—. De hecho, fue exactamente lo contrario. Él me hizo proposiciones deshonestas de una forma muy agresiva y por eso le despidieron.
La boca del detective Clark forma brevemente una fina línea antes de continuar.
—Hyde alega que usted se inventó la historia del acoso sexual para que le despidieran. Dice que lo hizo porque él rechazó sus proposiciones y porque quería su puesto.
Frunzo el ceño. Madre mía… Jack está peor de lo que yo creía.
—Eso no es cierto —digo negando con la cabeza.
—Detective, no me diga que ha conducido hasta aquí para acosar a mi mujer con esas acusaciones ridículas.
El detective Clark vuelve su mirada azul acero hacia Joseph.
—Necesito oír la respuesta de la señora Jonas ante esas acusaciones, señor —dice conteniéndose. Yo vuelvo a apretarle la pierna a Joseph, suplicándole sin palabras que se mantenga tranquilo.
—No tienes por que oír esta mierda, ______.
—Creo que es mejor que el detective Clark sepa lo que pasó.
Joseph me mira inescrutable durante un momento y después agita la mano en un gesto de resignación.
—Lo que dice Hyde no es cierto. —Mi voz suena tranquila, aunque me siento cualquier cosa menos eso. Estoy perpleja por esas acusaciones y nerviosa porque Joseph puede explotar en cualquier momento. ¿A qué está jugando Jack? —. El señor Hyde me abordó en la cocina de la oficina una noche. Me dijo que me habían contratado gracias a él y que esperaba ciertos favores sexuales a cambio. Intentó chantajearme utilizando unos correos que yo le había enviado a Joseph, que entonces todavía no era mi marido. Yo no sabía que Hyde había estado espiando mis correos. Es un paranoico: incluso me acusó de ser una espía enviada por Joseph, presumiblemente para ayudarle a hacerse con la empresa. Pero no sabía que Joseph ya había comprado Seattle Independent Publishing. —Niego con la cabeza cuando recuerdo mi tenso y estresante encuentro con Hyde—. Al final yo… yo le derribé.
Clark arquea las cejas sorprendido.
—¿Le derribó?
—Mi padre fue soldado. Hyde… Mmm… me tocó y yo sé cómo defenderme.
Joseph me dedica una fugaz mirada de orgullo.
—Entiendo. —Clark se acomoda en el sofá y suspira profundamente.
—¿Han hablado con alguna de las anteriores ayudantes de Hyde? —le pregunta Joseph casi con cordialidad.
—Sí, lo hemos hecho. Pero lo cierto es que ninguna de ellas nos dice nada. Todas afirman que era un jefe ejemplar, aunque ninguna duró en el puesto más de tres meses.
—Nosotros también hemos tenido ese problema —murmura Joseph.
¿Ah, sí? Miro a Joseph con la boca abierta, igual que el detective Clark.
—Mi jefe de seguridad entrevistó a las cinco últimas ayudantes de Hyde.
—¿Y eso por qué?
Joseph le dedica una mirada gélida.
—Porque mi mujer trabajó con él y yo hago comprobaciones de seguridad sobre todas las personas que trabajan con mi mujer.
El detective Clark se sonroja. Yo le miro encogiéndome de hombros a modo de disculpa y con una sonrisa que dice: «Bienvenido a mi mundo».
—Ya veo —dice Clark—. Creo que hay algo más en ese asunto de lo que parece a simple vista, señor Jonas. Vamos a llevar a cabo un registro más a fondo del apartamento de Hyde mañana, tal vez encontremos la clave entonces. Por lo visto, hace tiempo que no vive allí.
—¿Lo han registrado antes?
—Sí, pero vamos a hacerlo de nuevo. Esta vez será una búsqueda más exhaustiva.
—¿Todavía no le han acusado del intento de asesinato de Ros Bailey y mío? —pregunta Joseph en voz baja.
¿Qué?
—Esperamos encontrar más pruebas del sabotaje de su helicóptero, señor Jonas. Necesitamos algo más que una huella parcial. Mientras está en la cárcel podemos ir reforzando el caso.
—¿Y ha venido solo para eso?
Clark parece irritado.
—Sí, señor Jonas, solo para eso, a no ser que se le haya ocurrido algo sobre la nota…
¿Nota? ¿Qué nota?
—No. Ya se lo dije. No significa nada para mí. —Joseph no puede ocultar su irritación—. No entiendo por qué no podíamos haber hecho esto por teléfono.
—Creo que ya le he dicho que prefiero hacer las cosas en persona. Y así aprovecho para visitar a mi tía abuela, que vive en Portland. Dos pájaros de un tiro… —El rostro de Clark permanece impasible e imperturbable ante el mal humor de mi marido.
—Bueno, si hemos terminado, tengo trabajo que hacer. —Joseph se levanta y el detective Clark hace lo mismo.
—Gracias por su tiempo, señora Jonas —me dice educadamente. Yo asiento. —Señor Jonas —se despide. Joseph abre la puerta y Clark se va.
Me dejo caer en el sofá.
—¿Te puedes creer lo que ha dicho ese imbécil? —explota Joseph.
—¿Clark?
—No, el idiota de Hyde.
—No, no puedo.
—¿A qué coño está jugando? —pregunta Joseph con los dientes apretados.
—No lo sé. ¿Crees que Clark me ha creído?
—Claro. Sabe que Hyde es un cabrón pirado.
—Estás siendo muy «insultino».
—¿Insultino? —Joseph sonríe burlón—. ¿Existe esa palabra?
—Ahora sí.
De repente sonríe, se sienta a mi lado y me atrae hacia sus brazos.
—No pienses en ese imbécil. Vamos a ver a tu padre e intentar convencerle para trasladarle mañana.
—No ha querido ni oír hablar de ello. Quiere quedarse en Portland y no ser una molestia.
—Yo hablaré con él.
—Quiero viajar con él.
Joseph se me queda mirando y durante un momento creo que va a decir que no.
—Está bien. Yo iré también. Sawyer y Taylor pueden llevar los coches. Dejaré que Sawyer se lleve tu R8 esta noche.
Al día siguiente, Ray examina su nuevo entorno: una habitación amplia y luminosa en el centro de rehabilitación del Hospital Northwest de Seattle. Es mediodía y parece adormilado. El viaje, que ha hecho nada menos que en helicóptero, le ha agotado.
—Dile a Joseph que le agradezco todo esto —dice en voz baja.
—Se lo puedes decir tú mismo. Va a venir esta noche.
—¿No vas a trabajar?
—Seguramente vaya ahora. Pero quería asegurarme de que estás bien aquí.
—Vete. No hace falta que te preocupes por mí.
—Me gusta preocuparme por ti.
Mi BlackBerry vibra. Miro el número; no lo reconozco.
—¿No vas a contestar? —me pregunta Ray.
—No. No sé quién es. Que deje el mensaje en el contestador. Te he traído algo para leer —le digo señalando una pila de revistas de deportes que hay en la mesilla.
—Gracias ______.
—Estás cansado, ¿verdad?
Asiente.
—Me voy para que puedas dormir. —Le doy un beso en la frente—. Hasta luego, papi. —susurro.
—Hasta luego, cariño. Y gracias. —Ray me coge la mano y me aprieta con suavidad—. Me gusta que me llames «papi». Me trae recuerdos…
Oh, papi… Yo también le aprieto la mano.
Cuando salgo por la puerta principal en dirección al todoterreno donde me espera Sawyer, oigo que alguien me llama.
—¡Señora Jonas! ¡Señora Jonas!
Me vuelvo y veo a la doctora Greene que viene corriendo hacia mí con su habitual apariencia inmaculada, aunque un poco agitada.
—Señora Jonas, ¿cómo está? ¿Ha recibido mi mensaje? La he llamado antes.
—No. —Se me eriza el vello.
—Bueno, me preguntaba por qué ha cancelado ya cuatro citas.
¿Cuatro citas? Me quedo mirándola con la boca abierta. ¿Ya me he saltado cuatro citas? ¿Cómo?
—Tal vez sería mejor que habláramos de esto en mi despacho. Salía a comer… ¿Tiene tiempo ahora?
Asiento mansamente.
—Claro. Yo… —Me quedo sin palabras. ¿He perdido cuatro citas? Llego tarde para mi próxima inyección. Mierda.
Un poco aturdida, la sigo por el hospital hasta su despacho. ¿Cómo he podido perder cuatro citas? Recuerdo vagamente que hubo que cambiar una, Hannah me lo dijo, pero ¿cuatro? ¿Cómo he podido perder cuatro?
El despacho de la doctora Greene es espacioso, minimalista y está muy bien decorado.
—Me alegro de que me haya encontrado antes de que me fuera —murmuro, todavía un poco impresionada—. Mi padre ha tenido un accidente de coche y acabamos de traerle desde Portland.
—Oh, lo siento mucho. ¿Qué tal está?
—Está bien, gracias. Mejorando.
—Eso es bueno. Y explica por qué canceló la cita del viernes.
La doctora Greene desplaza el ratón sobre su escritorio y su ordenador vuelve a la vida.
—Sí… Ya han pasado más de trece semanas. Está muy cerca del límite. Será mejor que le haga una prueba antes de darle la siguiente inyección.
—¿Una prueba? —susurro mientras toda la sangre abandona mi cabeza.
—Una prueba de embarazo.
Oh, no.
Rebusca en el cajón de su mesa.
—Creo que ya sabe qué hacer con esto. —Me da un recipiente pequeño—. El baño está justo al salir del despacho.
Me levanto como en un trance. Todo mi cuerpo funciona como si llevara puesto el piloto automático mientras salgo hacia el baño.
Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda. Cómo he podido dejar que pase esto… ¿otra vez? De repente siento náuseas y suplico en silencio: no, por favor. No, por favor. Es demasiado pronto. Es demasiado pronto.
Cuando vuelvo a entrar en el despacho de la doctora Greene, ella me dedica una sonrisa tensa y me señala un asiento al otro lado de la mesa. Me siento y le paso la muestra sin decir nada. Ella introduce un palito blanco en la muestra y lo examina. Levanta las cejas cuando se pone azul.
—¿Qué significa el azul? —La tensión me está atenazando la garganta.
Me mira con ojos serios.
—Bueno, señora Jonas, eso significa que está embarazada.
¿Qué? No. No. No. Joder.
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
OOOHHH my fucking Goddd estoyyyy embarazadaaaa!!!!!!! tengo un mal presentimiento de estooo por quee aoraa que lo pasamos tan biieen Joe y yo U_U jajajajaja tienes que seguirlaa porfavorrrrrr mueroooo si no lo hacesss :imdead:
que buena esta la novelaaa es como tele en tu cabezaa palomitas vengan a miiii :ñomñom: jajajajjajaaj amo ese monitoooo
que buena esta la novelaaa es como tele en tu cabezaa palomitas vengan a miiii :ñomñom: jajajajjajaaj amo ese monitoooo
MileyCyruZ
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
oh Dios esta embarazada!!!!
Que va a decir Joseph???!
Se va a enojar??!!
Siguela!!!
Que va a decir Joseph???!
Se va a enojar??!!
Siguela!!!
aranzhitha
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
QUEEEEEEEEEEEEEEEEE!!!!!!!!!!!!!! :muack: :muack: :wut:
Y :gasp: JOE COMO REACCIONARAAA???????
:misery: QUE NO SE ENOJE MUCHO PORFIIISSS!!!!
:ilusion: PERO SE IMAGINAN A UN JOESITOOO COOORREIENDOO POR LA CASA O UNA ____!!!!!... JUGANDO CON SUS MUÑECAS???
Y :gasp: JOE COMO REACCIONARAAA???????
:misery: QUE NO SE ENOJE MUCHO PORFIIISSS!!!!
:ilusion: PERO SE IMAGINAN A UN JOESITOOO COOORREIENDOO POR LA CASA O UNA ____!!!!!... JUGANDO CON SUS MUÑECAS???
chelis
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
HKJASHAKSDHJAKSHDJKA IASEEF AMAMEEEE! ADJALKJDAS AMO ESA PARTE....YA QUIERO EL SIGUIENTE, ESTOY LLORANDOOO AJDLAKJDA :imdead:
Aria de Jonas
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Oh por dios!!! la rayis embarazada! Lo supuse... Bueno, no creo que Joseph se enoje creo que va tener miedo pero seria super tierno ver a Joe jugar con un bebe :3
SolBrat
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Simplemente estoy muriendo por leer el proximo capitulo, esta novela me fascina :lloro: por fa sube pronto el otro
Chicas ya subi el segundo capitulo ojala puedan leerlo https://onlywn.activoforo.com/t34851-living-the-dream#1876063 y les guste, no olviden dejar su comentario
Chicas ya subi el segundo capitulo ojala puedan leerlo https://onlywn.activoforo.com/t34851-living-the-dream#1876063 y les guste, no olviden dejar su comentario
Aleeislas
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Capítulo 20
Me quedo mirando a la doctora Greene con la boca abierta mientras se hunde la tierra bajo mis pies. Un bebé. Un bebé. No quiero un bebé… Todavía no. Joder. Joseph se va a poner furioso.
—Señora Jonas, está muy pálida. ¿Quiere un vaso de agua?
—Por favor. —Apenas se oye mi voz. Mi mente va a mil por hora. ¿Embarazada? ¿Cuándo?
—Veo que le ha sorprendido.
Asiento sin palabras a la amable doctora, que me pasa un vaso de agua de un surtidor convenientemente situado allí al lado. Le doy un sorbo agradecida.
—Estoy en shock —le susurro.
—Podemos hacer una ecografía para saber de cuánto está. A juzgar por su reacción, sospecho que solo habrán pasado un par de semanas desde la concepción y que estará embarazada de cuatro o cinco semanas. Por lo que veo no ha tenido ningún síntoma.
Niego con la cabeza sin palabras. ¿Síntomas? Creo que no.
—Pensaba… Pensaba que era un tipo de anticonceptivo muy seguro.
La doctora Greene levanta una ceja.
—Normalmente lo es, cuando la paciente se acuerda de ponerse las inyecciones —dice un poco fría.
—Debo de haber perdido la noción del tiempo…
Joseph se va a poner hecho una furia, lo sé.
—¿Ha tenido pérdidas?
Frunzo el ceño.
—No.
—Es normal con la inyección. Vamos a hacer la ecografía, ¿de acuerdo? Tengo tiempo.
Asiento perpleja y la doctora Greene me señala una camilla de piel negra que hay detrás de un biombo.
—Quítese la falda y la ropa interior y tápese con la manta que hay en la camilla —me dice eficiente.
¿La ropa interior? Esperaba que me hiciera una ecografía por encima del vientre. ¿Por qué tengo que quitarme las bragas? Me encojo de hombros consternada, hago lo que me ha dicho y me tapo con la suave manta blanca.
—Bien. —La doctora Greene aparece en el otro extremo de la camilla tirando del ecógrafo para acercarlo. Se trata de un equipo de ordenadores de alta tecnología. Se sienta y coloca la pantalla de forma que las dos podamos verla y después mueve la bola que hay en el teclado. La pantalla cobra vida con un pitido—. Levante las piernas, doble las rodillas y después abra las piernas —me pide.
Frunzo el ceño, extrañada.
—Es una ecografía transvaginal. Si está embarazada de pocas semanas, deberíamos poder encontrar el bebé con esto —dice mostrándome un instrumento alargado y blanco.
Oh, tiene que estar de broma.
—Bien —susurro un poco avergonzada y hago lo que me pide. La doctora le pone un preservativo a la sonda y lo lubrica con un gel transparente.
—Señora Jonas, relájese.
¿Relajarme? ¡Maldita sea, estoy embarazada! ¿Cómo espera que me relaje? Me ruborizo e intento pensar en un lugar relajante, que acaba de reubicarse cerca de la isla perdida de la Atlántida.
Lentamente la doctora va introduciendo la sonda.
Madre mía.
Todo lo que soy capaz de ver en la pantalla es una imagen borrosa, aunque de un color más bien sepia. Muy despacio, la doctora Greene mueve un poco el instrumento. Es muy desconcertante.
—Ahí está —murmura mientras pulsa un botón para congelar la imagen de la pantalla. Me señala una pequeña cosa en esa tormenta sepia.
Solo es una cosita. Una cosita en mi vientre. Diminuta. Guau. Olvido mi incomodidad y me quedo mirándola.
—Es demasiado pronto para ver el latido del corazón, pero sí, definitivamente está embarazada. De cuatro o cinco semanas, diría yo. —Frunce el ceño—. Parece que el efecto de la inyección se pasó pronto. Bueno, a veces ocurre…
Estoy demasiado asombrada para decir nada. El pequeño bip es un bebé. Un bebé de verdad. El bebé de Joseph. Mi bebé. Madre mía. ¡Un bebé!
—¿Quiere que le imprima la imagen para que se la pueda llevar?
Asiento, todavía incapaz de hablar, y la doctora Greene pulsa otro botón. Después retira con cuidado la sonda y me da una toallita de papel para limpiarme.
—Felicidades, señora Jonas —me dice cuando me incorporo—. Tendremos que concertar otra cita, le sugiero que dentro de otras cuatro semanas. Así podremos asegurarnos del tiempo exacto que tiene el bebé y establecer la fecha en que saldrá de cuentas. Ya puede vestirse.
—Bien.
Me visto deprisa. Mi mente es un torbellino. Tengo un bip, un pequeño bip. Cuando salgo de detrás del biombo, la doctora Greene ya ha vuelto a su mesa.
—Mientras, quiero que empiece con un ciclo de ácido fólico y vitaminas prenatales. Aquí tiene un folleto de las cosas que puede hacer y las que no.
Me da una caja de pastillas y un folleto y sigue hablándome, pero no la estoy escuchando. Estoy consternada. Abrumada. Creo que debería estar feliz. Aunque también creo que debería tener treinta… por lo menos. Es muy pronto… demasiado pronto. Intento sofocar la sensación de pánico creciente.
Me despido educadamente de la doctora Greene y vuelvo a la salida. Cruzo las puertas y me encuentro con la fresca tarde de otoño. De repente siento un frío que me cala hasta los huesos y un mal presentimiento que nace de lo más hondo de mi ser. Joseph se va a poner como una fiera, lo sé, pero soy incapaz de predecir hasta qué punto. Sus palabras se repiten en mi cabeza: «No estoy preparado para compartirte todavía». Me cierro aún más la chaqueta intentando quitarme ese frío.
Sawyer salta del todoterreno y me abre la puerta. Frunce el ceño al ver mi cara, pero ignoro su expresión preocupada.
—¿Adónde vamos, señora Jonas? —me pregunta.
—A Seattle Independent Publishing. —Me acomodo en el asiento de atrás del coche, cierro los ojos y apoyo la cabeza en el reposacabezas. Debería estar feliz. Sé que debería estar feliz. Pero no lo estoy. Es demasiado pronto. Mucho más que demasiado pronto. ¿Qué va a pasar con mi trabajo? ¿Qué voy a hacer con Seattle Independent Publishing? ¿Y qué va a ser de Joseph y de mí? No. No. No. Vamos a estar bien. Él va a estar bien. Le encantaba Mia cuando era un bebé, recuerdo que Carrick me lo dijo, y también la adora ahora. Tal vez debería avisar a Flynn… Quizá no debería decírselo a Joseph. Quizá… quizá debería ponerle fin. Freno mis pensamientos, alarmada por la dirección que están tomando. Instintivamente bajo las manos para colocarlas protectoramente sobre mi vientre. No. Mi pequeño Bip. Se me llenan los ojos de lágrimas. ¿Qué voy a hacer?
Una imagen de un niño pequeño con pelo castaño y brillantes ojos ámbar corriendo por el prado en la casa nueva aparece en mi mente, tentándome y llenándome la cabeza de posibilidades. Ríe y chilla encantado mientras Joseph y yo le perseguimos. Joseph le coge en brazos y le levanta para hacerle girar y después le lleva apoyado en la cadera mientras los dos vamos caminando de la mano hasta la casa.
La imagen se deforma en Joseph apartándose de mí con expresión de disgusto. Estoy gorda y tengo el cuerpo raro, con el embarazo muy avanzado. Camina por la larga sala de los espejos, alejándose de mí, y oigo el eco de sus pasos resonando contra los espejos plateados, las paredes y el suelo. Joseph…
Abro los ojos sobresaltada. No. Va a montar en cólera.
Cuando Sawyer para delante de Seattle Independent Publishing, salto del coche y me dirijo al edificio.
—______, qué alegría verte. ¿Cómo está tu padre? —me pregunta Hannah en cuanto entro en la oficina. La miro fríamente.
—Está mejor, gracias. ¿Puedo hablar contigo en mi despacho?
—Claro. —Parece sorprendida cuando me sigue al interior—. ¿Va todo bien?
—Necesito saber si has cambiado o cancelado citas con la doctora Greene.
—¿La doctora Greene? Sí. Dos o tres creo. Sobre todo porque estabas en otras reuniones o te habías retrasado. ¿Por qué?
¡Porque ahora estoy embarazada, joder!, grito dentro de mi cabeza. Inspiro hondo para tranquilizarme.
—Si me cambias alguna cita, ¿puedes asegurarte de que yo lo sepa? No siempre reviso la agenda.
—Claro —dice Hannah en voz baja—. Lo siento. ¿He hecho algo mal?
Niego con la cabeza y suspiro.
—¿Puedes prepararme un té? Luego hablaremos de lo que ha pasado mientras he estado fuera.
—Claro. Ahora mismo. —Más animada, sale de la oficina.
Miro a mi ayudante mientras se va.
—¿Ves a esa mujer? —le digo en voz baja al bip—. Es probable que ella sea la razón de que estés aquí. —Me doy unas palmaditas en el vientre y entonces me siento como una completa idiota por estar hablando con el bip. Mi diminuto Bip. Niego con la cabeza enfadada conmigo misma y con Hannah… aunque en el fondo sé que no puedo culpar a Hannah. Desanimada, enciendo el ordenador. Tengo un correo de Joseph.
____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 13 de septiembre de 2011 13:58
Para: ______ Jonas
Asunto: La echo de menos
Señora Jonas:
Solo llevo en la oficina tres horas y ya la echo de menos.
Espero que Ray esté cómodo en su nueva habitación. Mamá va a ir a verla esta tarde para comprobar qué tal está. Te recogeré a las seis esta tarde; podemos ir a verle antes de volver a casa.
¿Qué te parece?
Tu amante esposo
Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Escribo una respuesta rápida.
____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 13 de septiembre de 2011 14:10
Para: Joseph Jonas
Asunto: La echo de menos
Muy bien. x
______ Jonas
Editora de SIP
____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 13 de septiembre de 2011 14:14
Para: ______ Jonas
Asunto: La echo de menos
¿Estás bien?
Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
No, Joseph, no estoy bien. Me estoy volviendo loca porque sé que tú te vas a subir por las paredes. No sé qué hacer. Pero no te lo voy a decir por correo electrónico.
____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 13 de septiembre de 2011 14:17
Para: Joseph Jonas
Asunto: La echo de menos
Sí, estoy bien. Ocupada nada más. Te veo a las seis. x
______ Jonas
Editora de SIP
¿Cuándo se lo voy a contar? ¿Esta noche? ¿Tal vez después del sexo? Tal vez durante el sexo. No, eso puede ser peligroso para los dos. ¿Cuando esté dormido? Apoyo la cabeza en las manos. ¿Qué demonios voy a hacer?
—Hola —dice Joseph con cautela cuando subo al todoterreno.
—Hola —le susurro.
—¿Qué pasa? —Me mira con el ceño fruncido. Niego con la cabeza cuando Taylor arranca y se dirige al hospital.
—Nada. —¿Tal vez ahora? Podría decírselo ahora que estamos en un espacio reducido y con Taylor.
—¿El trabajo va bien? —sigue intentándolo Joseph.
—Sí, bien, gracias.
—______, ¿qué ocurre? —Ahora su tono es más duro y yo me acobardo.
—Solo que te he echado de menos, eso es todo. Y he estado preocupada por Ray.
Joseph se relaja visiblemente.
—Ray está bien. He hablado con mi madre esta tarde y está impresionada por su evolución. —Joseph me coge la mano—. Vaya, qué fría tienes la mano. ¿Has comido?
Me ruborizo.
—______… —me regaña Joseph preocupado.
Bueno, no he comido porque sé cómo te vas a poner cuando te diga que estoy embarazada…
—Comeré esta noche. No he tenido tiempo.
Niega con la cabeza por la frustración.
—¿Quieres que añada a la lista de tareas del equipo de seguridad la de cerciorarse de que mi mujer coma?
—Lo siento. Ya comeré. Es que ha sido un día raro. Por el traslado de papá y todo eso…
Aprieta los labios hasta formar una dura línea, pero no dice nada. Yo miro por la ventanilla. ¡Cuéntaselo!, me susurra entre dientes mi subconsciente. No. Soy una cobarde.
Joseph interrumpe mis pensamientos.
—Puede que tenga que ir a Taiwan.
—Oh, ¿cuándo?
—A final de semana o quizá la semana que viene.
—Bien.
—Quiero que vengas conmigo.
Trago saliva.
—Joseph, por favor. Tengo un trabajo. No volvamos a resucitar otra vez esa discusión.
Suspira y hace un mohín. Parece un adolescente enfurruñado.
—Tenía que intentarlo —murmura.
—¿Cuánto tiempo estarás fuera?
—Un par de días a lo sumo. Me gustaría que me dijeras lo que te preocupa.
¿Cómo puede saberlo?
—Bueno, ahora mi amado esposo se aleja de mí…
Joseph me da un beso en los nudillos.
—No estaré fuera mucho tiempo.
—Bien —le digo con una sonrisa débil.
Ray está más animado y menos gruñón esta vez. Me conmueve su gratitud silenciosa hacia Joseph y durante un momento, mientras estoy sentada oyéndoles hablar de pesca y de los Mariners, olvido las noticias que tengo que darle a mi marido. Pero Ray se cansa muy rápido.
—Papá, nos vamos para que puedas dormir.
—Gracias, ______, cariño. Me alegro de que hayas venido. He visto a tu madre hoy también, Joseph. Me ha tranquilizado mucho. Y también es una fan de los Mariners.
—Pero no le gusta mucho la pesca —dice Joseph mientras se levanta.
—No conozco a muchas mujeres a las que les guste, ¿sabes? —dice Ray sonriendo.
—Te veo mañana, ¿de acuerdo? —Le doy un beso. Mi subconsciente frunce los labios: Eso si Joseph no te encierra en casa… o algo peor. Se me cae el alma a los pies.
—Vamos. —Joseph me tiende la mano y me mira con el ceño fruncido. Yo le doy la mano y salimos del hospital.
Picoteo la comida. Es el delicioso estofado de pollo de la señora Jones, pero no tengo hambre. Noto el estómago hecho un nudo y convertido en una bola de nervios.
—¡Maldita sea, ______! ¿Vas a decirme lo que te pasa? —Joseph aparta su plato vacío, irritado. Yo solo le miro—. Por favor. Me está volviendo loco verte así.
Trago saliva intentando reprimir el pánico que me atenaza la garganta. Inspiro hondo para calmarme. Es ahora o nunca.
—Estoy embarazada.
Él se queda petrificado y lentamente el color va abandonando su cara.
—¿Qué? —susurra con la cara cenicienta.
—Estoy embarazada.
Arruga la frente por la incomprensión.
—¿Cómo?
¿Cómo que cómo? ¿Qué pregunta ridícula es esa? Me sonrojo y le dedico una mirada extrañada que dice: «¿Y tú cómo crees?».
La expresión de su cara cambia inmediatamente y sus ojos se convierten en pedernal.
—¿Y la inyección? —gruñe.
Oh, mierda.
—¿Te has olvidado de ponerte la inyección?
Me quedo mirándole, incapaz de hablar. Joder, está furioso… muy furioso.
—¡Dios, ______! —Golpea la mesa con el puño, lo que me sobresalta. Después se levanta de repente y está a punto de tirar la silla—. Solo tenías que recordar una cosa, ¡una cosa! ¡Mierda! No me lo puedo creer, joder. ¿Cómo puedes ser tan estúpida?
¿Estúpida? Doy un respingo. Mierda. Quiero decirle que la inyección no ha funcionado, pero no encuentro las palabras. Bajo la mirada a mi dedos.
—Lo siento —le susurro.
—¿Que lo sientes? ¡Joder!
—Sé que no es el mejor momento…
—¡El mejor momento! —grita—. Nos conocemos desde hace algo así como cinco putos minutos. Quería enseñarte el mundo entero y ahora… ¡Joder! ¡Pañales, vómitos y mierda! —Cierra los ojos. Creo que está intentando controlar su ira, pero obviamente pierde la batalla—. ¿Se te olvidó? Dímelo. ¿O lo has hecho a propósito? —Sus ojos echan chispas y la furia emana de él como un campo de fuerza.
—No —susurro. No le puedo decir lo de Hannah porque la despediría.
—¡Pensaba que teníamos un acuerdo sobre eso! —grita.
—Lo sé. Lo teníamos. Lo siento.
Me ignora.
—Es precisamente por eso. Por esto me gusta el control. Para que la mierda no se cruce en mi camino y lo joda todo.
No… mi pequeño Bip.
—Joseph, por favor, no me grites. —Las lágrimas comienzan a caer por mi cara.
—No empieces con lágrimas ahora —me dice—. Joder. —Se pasa una mano por el pelo y se tira de él—. ¿Crees que estoy preparado para ser padre? —Se le quiebra la voz en una mezcla de rabia y pánico.
Y todo queda claro y entiendo el miedo y el arrebato de odio que veo en sus ojos abiertos como platos: es la rabia de un adolescente impotente. Oh, Cincuenta, lo siento mucho. También ha sido un shock para mí…
—Ya sé que ninguno de los dos está preparado para esto, pero creo que vas a ser un padre maravilloso —digo con la voz ahogada—. Ya nos las arreglaremos.
—¿Cómo mierda lo sabes? —me grita, esta vez más alto—. ¡Dime! ¿Cómo? —Sus ojos arden y un sinfín de emociones le cruzan la cara rápidamente, aunque el miedo es la más destacada de ellas—. ¡Oh, a la mierda! —grita Joseph desdeñosamente y levanta las manos en un gesto de derrota. Me da la espalda y se encamina al vestíbulo, cogiendo su chaqueta cuando sale del salón. Oigo el eco de sus pasos por el suelo de madera y le veo desaparecer por las puertas dobles que llevan al vestíbulo. El portazo que da al salir me sobresalta de nuevo.
Estoy sola con el silencio, el silencio quieto y vacío del salón. Me estremezco involuntariamente mientras miro sin expresión hacia las puertas cerradas. Se ha ido y me ha dejado aquí. ¡Mierda! Su reacción ha sido mucho peor de lo que había imaginado. Aparto mi plato y cruzo los brazos sobre la mesa para apoyar la cabeza en ellos mientras sollozo.
—______, querida… —La señora Jones está a mi lado.
Me incorporo rápidamente y me limpio las lágrimas de la cara.
—Lo he oído. Lo siento —me dice con cariño—. ¿Quieres una infusión o algo?
—Preferiría una copa de vino blanco.
La señora Jones se queda petrificada un segundo y entonces me acuerdo del bip. Ahora no puedo beber alcohol. ¿O sí? Tengo que leer el folleto que me ha dado la doctora Greene.
—Te traeré una copa.
—La verdad es que prefiero una taza de té, por favor. —Me limpio la nariz y ella sonríe con amabilidad.
—Marchando esa taza de té. —Recoge los platos y se encamina a la cocina. La sigo y me encaramo a un taburete. La observo mientras prepara el té.
Al poco pone una taza humeante delante de mí.
—¿Hay algo más que pueda prepararte, ______?
—No, estoy bien, gracias.
—¿Seguro? No has comido mucho.
La miro.
—No tengo mucha hambre.
—______, necesitas comer. Ahora tienes que preocuparte por alguien más que por ti. Deja que te prepare algo. ¿Qué te apetece? —Me mira esperanzada, pero la verdad es que no podría comer nada.
Mi marido acaba de largarse porque estoy embarazada, mi padre ha tenido un accidente de coche grave y el zumbado de Jack Hyde me intenta hacer creer que fui yo la que le acosó sexualmente. De repente siento una necesidad incontrolable de reír. ¡Mira lo que me has hecho, pequeño Bip! Me acaricio el vientre.
La señora Jones me sonríe con indulgencia.
—¿Sabes de cuánto estás? —me pregunta.
—De muy poco. De cuatro o cinco semanas, la doctora no está segura.
—Si no quieres comer, al menos descansa un poco.
Asiento y me llevo el té a la biblioteca. Es mi refugio. Saco la BlackBerry del bolso y pienso en llamar a Joseph. Sé que ha sido un shock para él, pero creo que su reacción ha sido exagerada. ¿Y cuándo su reacción no es exagerada?, pregunta mi subconsciente arqueando una ceja. Suspiro. Cincuenta Sombras más…
—Sí, ese es tu padre, pequeño Bip. Con suerte se calmará y volverá… pronto.
Saco el folleto que me ha dado la doctora y me siento a leer.
No puedo concentrarme. Joseph nunca se ha ido así, dejándome sola. Ha sido amable y detallista los últimos días y tan cariñoso… y ahora esto. ¿Y si no vuelve? ¡Mierda! Tal vez debería llamar a Flynn. No sé qué hacer. Estoy perdida. Es tan frágil en tantos sentidos y sabía que no iba a reaccionar bien ante estas noticias. Ha sido tan dulce este fin de semana… Todas esas circunstancias estaban fuera de su control, pero ha conseguido llevarlas bien. Pero esto ha sido demasiado.
Desde que le conocí, mi vida se ha complicado. ¿Es por él? ¿O somos los dos juntos? ¿Y si no puede superar esto? ¿Y si quiere el divorcio? La bilis me sube hasta la garganta. No. No debo pensar esas cosas. Volverá. Lo hará. Sé que lo hará. Sé que a pesar de los gritos y las palabras tan duras me quiere… sí. Y también te querrá a ti, pequeño Bip.
Me acomodo en la silla y me dejo llevar por el sueño.
Me despierto fría y desorientada. Temblando, miro el reloj: las once de la noche. Oh, sí… Tú. Me doy una palmadita en el vientre. ¿Dónde está Joseph? ¿Ha vuelto ya? Me levanto del sillón con dificultad y voy en busca de mi marido.
Cinco minutos después me doy cuenta de que no está en casa. Espero que no le haya pasado nada. Los recuerdos de la larga espera cuando desapareció Charlie Tango vuelven a mí.
No, no, no. Deja de pensar eso. Seguro que ha ido… ¿adónde? ¿A quién podría ir a ver? ¿A Elliot? Tal vez está con Flynn. Eso espero. Vuelvo a la biblioteca a buscar la BlackBerry y le mando un mensaje.
Después me encamino al baño y lleno la bañera. Tengo mucho frío.
Cuando salgo de la bañera todavía no ha vuelto. Me pongo uno de mis camisones de seda estilo años 30 y la bata y salgo al salón. En el camino me paro un momento en el dormitorio de invitados. Tal vez esta podría ser la habitación del pequeño Bip. Me asombro al darme cuenta de lo que estoy pensando y me quedo de pie en el umbral, meditando sobre eso. ¿La pintaríamos de azul o de rosa? Ese pensamiento tan dulce queda empañado por el hecho de que mi descarriado esposo está furioso solo de pensarlo. Cojo la colcha de la cama del cuarto de invitados y me encamino al salón para esperarle.
Algo me despierta. Un ruido.
—¡Mierda!
Es Joseph en el vestíbulo. Oigo que la mesa araña el suelo otra vez.
—¡Mierda! —repite, esta vez en voz más baja.
Me levanto y justo en ese momento le veo cruzar las puertas dobles tambaleándose. Está borracho. Se me eriza el vello. Oh, ¿Joseph borracho? Sé cuánto odia a los borrachos. Salto del sofá y corro hacia él.
—Joseph, ¿estás bien?
Se apoya contra el marco de las puertas del vestíbulo.
—Señora Jonas… —pronuncia con dificultad.
Vaya, está muy borracho. No sé qué hacer.
—Oh… qué guapa estás, ______.
—¿Dónde has estado?
Se pone el dedo sobre los labios y me mira con una sonrisa torcida.
—¡Shh!
—Será mejor que vengas a la cama.
—Contigo… —dice con una risita.
¡Una risita! Frunzo el ceño y le rodeo la cintura con el brazo porque apenas se mantiene en pie. No creo que pueda andar. ¿Dónde habrá estado? ¿Cómo ha podido volver a casa?
—Deja que te lleve a la cama. Apóyate en mí.
—Eres preciosa, ______. —Se apoya en mí y me huele el pelo. Casi nos caemos al suelo los dos.
—Joseph, camina. Voy a llevarte a la cama.
—Está bien —dice, e intenta concentrarse.
Avanzamos a trompicones por el pasillo y por fin logramos llegar al dormitorio.
—La cama… —dice sonriendo.
—Sí, la cama. —Consigo llevarle justo hasta el borde, pero él no me suelta.
—Ven conmigo a la cama —me dice.
—Joseph, creo que necesitas dormir.
—Y así empieza todo. Ya he oído hablar de esto.
Frunzo el ceño.
—¿Hablar de qué?
—Los bebés significan que se acabó el sexo.
—Estoy segura de que eso no es verdad. Si no, todos seríamos hijos únicos.
Él me mira.
—Qué graciosa.
—Y tú qué borracho.
—Sí. —Sonríe, pero su sonrisa cambia cuando lo piensa y una expresión angustiada le cruza la cara, algo que hace que se me hiele la sangre.
—Vamos, Joseph —le digo con suavidad. Odio esa expresión. Habla de recuerdos horribles y desagradables, algo que ningún niño debería haber tenido que presenciar—. A la cama. —Le empujo con cuidado y él se deploma sobre el colchón, despatarrado y sonriéndome. La expresión de angustia ha desaparecido.
—Ven conmigo —dice arrastrando las palabras.
—Vamos a desnudarte primero.
Esboza una amplia sonrisa, una sonrisa de borracho.
—Ahora estamos hablando el mismo idioma.
Madre mía. El Joseph borracho es divertido y juguetón. Y lo prefiero mil veces al Joseph furioso.
—Siéntate. Deja que te quite la chaqueta.
—La habitación gira…
Mierda… ¿Va a vomitar?
—Joseph, ¡siéntate!
Me sonríe divertido.
—Señora Jonas, es usted una mandona…
—Sí. Haz lo que te he dicho y siéntate. —Me pongo las manos en las caderas. Él vuelve a sonreír, se incorpora sobre los codos con dificultad y después se sienta torpemente, algo muy poco propio de Joseph. Antes de que se caiga hacia atrás otra vez, le agarro de la corbata y le quito con esfuerzo la chaqueta, primero un brazo y luego el otro.
—Qué bien hueles.
—Tú hueles a licor fuerte.
—Sí… Bour-bon. —Pronuncia las sílabas tan exageradamente que tengo que reprimir una risita.
Tiro su chaqueta al suelo a mi lado y empiezo con la corbata. Él me apoya las manos en las caderas.
—Me gusta la sensación de esta tela sobre tu cuerpo, ______ —me dice arrastrando las palabras de nuevo—. Siempre deberías llevar satén o seda. —Sube y baja las manos por mis caderas, luego tira de mí hacia él y pone la boca sobre mi vientre—. Y ahora tenemos un intruso aquí.
Dejo de respirar. Madre mía… Le está hablando al pequeño Bip.
—Tú me vas a mantener despierto, ¿verdad? —le dice a mi vientre.
Oh, Dios mío. Joseph me mira a través de sus largas pestañas oscuras. Sus ojos ambarinos están turbios y brumosos. Se me encoge el corazón.
—Le preferirás a él que a mí —dice tristemente.
—Joseph, no sabes lo que dices. No seas ridículo. No estoy eligiendo a nadie. Y puede que sea «ella».
Frunce el ceño.
—Ella… Oh, Dios. —Vuelve a tirarse sobre la cama y se tapa los ojos con el brazo. Por fin consigo aflojarle la corbata. Le suelto un cordón y le quito el zapato y el calcetín y después el otro. Cuando me pongo de pie me doy cuenta de por qué no oponía ninguna resistencia; Joseph está completamente dormido y roncando suavemente.
Me quedo mirándole. Está guapísimo, incluso borracho y roncando. Tiene los labios cincelados separados, un brazo encima de la cabeza alborotándole el pelo ya despeinado y la cara relajada. Parece tan joven… Pero claro, es que lo es: mi joven, estresado, borracho e infeliz marido. Siento un peso en el corazón ante ese pensamiento.
Bueno, al menos ya está en casa. Me pregunto adónde habrá ido. No estoy segura de tener la energía o la fuerza suficientes para moverle o quitarle más ropa. Además, está encima de la colcha. Vuelvo al salón, recojo la colcha de la cama de invitados que estaba usando yo y la llevo al dormitorio.
Sigue dormido, pero todavía lleva la corbata y el cinturón. Me subo a la cama a su lado, le quito la corbata y le desabrocho el botón superior de la camisa. Él murmura algo incomprensible, pero no se despierta. Después le suelto el cinturón con cuidado y lo saco por las trabillas con cierta dificultad, pero por fin se lo quito. La camisa se le ha salido de los pantalones y por la abertura se ve un poco del vello que tiene por debajo del ombligo. No puedo resistirme. Me agacho y le doy un beso ahí. Él se mueve y flexiona la cadera hacia delante, pero sigue dormido.
Me siento y vuelvo a mirarle. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… ¿Qué voy a hacer contigo? Le paso los dedos por el pelo, tan suave, y le doy un beso en la sien.
—Te amo, Joseph. Incluso cuando estás borracho y has estado por ahí, Dios sabe dónde, te sigo queriendo. Siempre te amaré.
—Mmm… —murmura. Yo vuelvo a besarle en la sien una vez más y me bajo de la cama para taparle con la colcha. Puedo dormir a su lado, cruzada sobre la cama… Sí, eso voy a hacer.
Pero primero ordenaré un poco su ropa. Niego con la cabeza y recojo los calcetines y la corbata. Después me cuelgo en el brazo la chaqueta doblada. Cuando lo hago, su BlackBerry se cae al suelo. La recojo y sin darme cuenta la desbloqueo. Se abre por la pantalla de mensajes. Veo mi mensaje y otro por encima.
Se me eriza el vello. Joder.
Es de ella. De la señora Elena, alias la Bruja Robinson.
Mierda. Ahí es adonde ha ido: ¡a verla a ella!
—Señora Jonas, está muy pálida. ¿Quiere un vaso de agua?
—Por favor. —Apenas se oye mi voz. Mi mente va a mil por hora. ¿Embarazada? ¿Cuándo?
—Veo que le ha sorprendido.
Asiento sin palabras a la amable doctora, que me pasa un vaso de agua de un surtidor convenientemente situado allí al lado. Le doy un sorbo agradecida.
—Estoy en shock —le susurro.
—Podemos hacer una ecografía para saber de cuánto está. A juzgar por su reacción, sospecho que solo habrán pasado un par de semanas desde la concepción y que estará embarazada de cuatro o cinco semanas. Por lo que veo no ha tenido ningún síntoma.
Niego con la cabeza sin palabras. ¿Síntomas? Creo que no.
—Pensaba… Pensaba que era un tipo de anticonceptivo muy seguro.
La doctora Greene levanta una ceja.
—Normalmente lo es, cuando la paciente se acuerda de ponerse las inyecciones —dice un poco fría.
—Debo de haber perdido la noción del tiempo…
Joseph se va a poner hecho una furia, lo sé.
—¿Ha tenido pérdidas?
Frunzo el ceño.
—No.
—Es normal con la inyección. Vamos a hacer la ecografía, ¿de acuerdo? Tengo tiempo.
Asiento perpleja y la doctora Greene me señala una camilla de piel negra que hay detrás de un biombo.
—Quítese la falda y la ropa interior y tápese con la manta que hay en la camilla —me dice eficiente.
¿La ropa interior? Esperaba que me hiciera una ecografía por encima del vientre. ¿Por qué tengo que quitarme las bragas? Me encojo de hombros consternada, hago lo que me ha dicho y me tapo con la suave manta blanca.
—Bien. —La doctora Greene aparece en el otro extremo de la camilla tirando del ecógrafo para acercarlo. Se trata de un equipo de ordenadores de alta tecnología. Se sienta y coloca la pantalla de forma que las dos podamos verla y después mueve la bola que hay en el teclado. La pantalla cobra vida con un pitido—. Levante las piernas, doble las rodillas y después abra las piernas —me pide.
Frunzo el ceño, extrañada.
—Es una ecografía transvaginal. Si está embarazada de pocas semanas, deberíamos poder encontrar el bebé con esto —dice mostrándome un instrumento alargado y blanco.
Oh, tiene que estar de broma.
—Bien —susurro un poco avergonzada y hago lo que me pide. La doctora le pone un preservativo a la sonda y lo lubrica con un gel transparente.
—Señora Jonas, relájese.
¿Relajarme? ¡Maldita sea, estoy embarazada! ¿Cómo espera que me relaje? Me ruborizo e intento pensar en un lugar relajante, que acaba de reubicarse cerca de la isla perdida de la Atlántida.
Lentamente la doctora va introduciendo la sonda.
Madre mía.
Todo lo que soy capaz de ver en la pantalla es una imagen borrosa, aunque de un color más bien sepia. Muy despacio, la doctora Greene mueve un poco el instrumento. Es muy desconcertante.
—Ahí está —murmura mientras pulsa un botón para congelar la imagen de la pantalla. Me señala una pequeña cosa en esa tormenta sepia.
Solo es una cosita. Una cosita en mi vientre. Diminuta. Guau. Olvido mi incomodidad y me quedo mirándola.
—Es demasiado pronto para ver el latido del corazón, pero sí, definitivamente está embarazada. De cuatro o cinco semanas, diría yo. —Frunce el ceño—. Parece que el efecto de la inyección se pasó pronto. Bueno, a veces ocurre…
Estoy demasiado asombrada para decir nada. El pequeño bip es un bebé. Un bebé de verdad. El bebé de Joseph. Mi bebé. Madre mía. ¡Un bebé!
—¿Quiere que le imprima la imagen para que se la pueda llevar?
Asiento, todavía incapaz de hablar, y la doctora Greene pulsa otro botón. Después retira con cuidado la sonda y me da una toallita de papel para limpiarme.
—Felicidades, señora Jonas —me dice cuando me incorporo—. Tendremos que concertar otra cita, le sugiero que dentro de otras cuatro semanas. Así podremos asegurarnos del tiempo exacto que tiene el bebé y establecer la fecha en que saldrá de cuentas. Ya puede vestirse.
—Bien.
Me visto deprisa. Mi mente es un torbellino. Tengo un bip, un pequeño bip. Cuando salgo de detrás del biombo, la doctora Greene ya ha vuelto a su mesa.
—Mientras, quiero que empiece con un ciclo de ácido fólico y vitaminas prenatales. Aquí tiene un folleto de las cosas que puede hacer y las que no.
Me da una caja de pastillas y un folleto y sigue hablándome, pero no la estoy escuchando. Estoy consternada. Abrumada. Creo que debería estar feliz. Aunque también creo que debería tener treinta… por lo menos. Es muy pronto… demasiado pronto. Intento sofocar la sensación de pánico creciente.
Me despido educadamente de la doctora Greene y vuelvo a la salida. Cruzo las puertas y me encuentro con la fresca tarde de otoño. De repente siento un frío que me cala hasta los huesos y un mal presentimiento que nace de lo más hondo de mi ser. Joseph se va a poner como una fiera, lo sé, pero soy incapaz de predecir hasta qué punto. Sus palabras se repiten en mi cabeza: «No estoy preparado para compartirte todavía». Me cierro aún más la chaqueta intentando quitarme ese frío.
Sawyer salta del todoterreno y me abre la puerta. Frunce el ceño al ver mi cara, pero ignoro su expresión preocupada.
—¿Adónde vamos, señora Jonas? —me pregunta.
—A Seattle Independent Publishing. —Me acomodo en el asiento de atrás del coche, cierro los ojos y apoyo la cabeza en el reposacabezas. Debería estar feliz. Sé que debería estar feliz. Pero no lo estoy. Es demasiado pronto. Mucho más que demasiado pronto. ¿Qué va a pasar con mi trabajo? ¿Qué voy a hacer con Seattle Independent Publishing? ¿Y qué va a ser de Joseph y de mí? No. No. No. Vamos a estar bien. Él va a estar bien. Le encantaba Mia cuando era un bebé, recuerdo que Carrick me lo dijo, y también la adora ahora. Tal vez debería avisar a Flynn… Quizá no debería decírselo a Joseph. Quizá… quizá debería ponerle fin. Freno mis pensamientos, alarmada por la dirección que están tomando. Instintivamente bajo las manos para colocarlas protectoramente sobre mi vientre. No. Mi pequeño Bip. Se me llenan los ojos de lágrimas. ¿Qué voy a hacer?
Una imagen de un niño pequeño con pelo castaño y brillantes ojos ámbar corriendo por el prado en la casa nueva aparece en mi mente, tentándome y llenándome la cabeza de posibilidades. Ríe y chilla encantado mientras Joseph y yo le perseguimos. Joseph le coge en brazos y le levanta para hacerle girar y después le lleva apoyado en la cadera mientras los dos vamos caminando de la mano hasta la casa.
La imagen se deforma en Joseph apartándose de mí con expresión de disgusto. Estoy gorda y tengo el cuerpo raro, con el embarazo muy avanzado. Camina por la larga sala de los espejos, alejándose de mí, y oigo el eco de sus pasos resonando contra los espejos plateados, las paredes y el suelo. Joseph…
Abro los ojos sobresaltada. No. Va a montar en cólera.
Cuando Sawyer para delante de Seattle Independent Publishing, salto del coche y me dirijo al edificio.
—______, qué alegría verte. ¿Cómo está tu padre? —me pregunta Hannah en cuanto entro en la oficina. La miro fríamente.
—Está mejor, gracias. ¿Puedo hablar contigo en mi despacho?
—Claro. —Parece sorprendida cuando me sigue al interior—. ¿Va todo bien?
—Necesito saber si has cambiado o cancelado citas con la doctora Greene.
—¿La doctora Greene? Sí. Dos o tres creo. Sobre todo porque estabas en otras reuniones o te habías retrasado. ¿Por qué?
¡Porque ahora estoy embarazada, joder!, grito dentro de mi cabeza. Inspiro hondo para tranquilizarme.
—Si me cambias alguna cita, ¿puedes asegurarte de que yo lo sepa? No siempre reviso la agenda.
—Claro —dice Hannah en voz baja—. Lo siento. ¿He hecho algo mal?
Niego con la cabeza y suspiro.
—¿Puedes prepararme un té? Luego hablaremos de lo que ha pasado mientras he estado fuera.
—Claro. Ahora mismo. —Más animada, sale de la oficina.
Miro a mi ayudante mientras se va.
—¿Ves a esa mujer? —le digo en voz baja al bip—. Es probable que ella sea la razón de que estés aquí. —Me doy unas palmaditas en el vientre y entonces me siento como una completa idiota por estar hablando con el bip. Mi diminuto Bip. Niego con la cabeza enfadada conmigo misma y con Hannah… aunque en el fondo sé que no puedo culpar a Hannah. Desanimada, enciendo el ordenador. Tengo un correo de Joseph.
____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 13 de septiembre de 2011 13:58
Para: ______ Jonas
Asunto: La echo de menos
Señora Jonas:
Solo llevo en la oficina tres horas y ya la echo de menos.
Espero que Ray esté cómodo en su nueva habitación. Mamá va a ir a verla esta tarde para comprobar qué tal está. Te recogeré a las seis esta tarde; podemos ir a verle antes de volver a casa.
¿Qué te parece?
Tu amante esposo
Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
Escribo una respuesta rápida.
____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 13 de septiembre de 2011 14:10
Para: Joseph Jonas
Asunto: La echo de menos
Muy bien. x
______ Jonas
Editora de SIP
____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 13 de septiembre de 2011 14:14
Para: ______ Jonas
Asunto: La echo de menos
¿Estás bien?
Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.
No, Joseph, no estoy bien. Me estoy volviendo loca porque sé que tú te vas a subir por las paredes. No sé qué hacer. Pero no te lo voy a decir por correo electrónico.
____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 13 de septiembre de 2011 14:17
Para: Joseph Jonas
Asunto: La echo de menos
Sí, estoy bien. Ocupada nada más. Te veo a las seis. x
______ Jonas
Editora de SIP
¿Cuándo se lo voy a contar? ¿Esta noche? ¿Tal vez después del sexo? Tal vez durante el sexo. No, eso puede ser peligroso para los dos. ¿Cuando esté dormido? Apoyo la cabeza en las manos. ¿Qué demonios voy a hacer?
—Hola —dice Joseph con cautela cuando subo al todoterreno.
—Hola —le susurro.
—¿Qué pasa? —Me mira con el ceño fruncido. Niego con la cabeza cuando Taylor arranca y se dirige al hospital.
—Nada. —¿Tal vez ahora? Podría decírselo ahora que estamos en un espacio reducido y con Taylor.
—¿El trabajo va bien? —sigue intentándolo Joseph.
—Sí, bien, gracias.
—______, ¿qué ocurre? —Ahora su tono es más duro y yo me acobardo.
—Solo que te he echado de menos, eso es todo. Y he estado preocupada por Ray.
Joseph se relaja visiblemente.
—Ray está bien. He hablado con mi madre esta tarde y está impresionada por su evolución. —Joseph me coge la mano—. Vaya, qué fría tienes la mano. ¿Has comido?
Me ruborizo.
—______… —me regaña Joseph preocupado.
Bueno, no he comido porque sé cómo te vas a poner cuando te diga que estoy embarazada…
—Comeré esta noche. No he tenido tiempo.
Niega con la cabeza por la frustración.
—¿Quieres que añada a la lista de tareas del equipo de seguridad la de cerciorarse de que mi mujer coma?
—Lo siento. Ya comeré. Es que ha sido un día raro. Por el traslado de papá y todo eso…
Aprieta los labios hasta formar una dura línea, pero no dice nada. Yo miro por la ventanilla. ¡Cuéntaselo!, me susurra entre dientes mi subconsciente. No. Soy una cobarde.
Joseph interrumpe mis pensamientos.
—Puede que tenga que ir a Taiwan.
—Oh, ¿cuándo?
—A final de semana o quizá la semana que viene.
—Bien.
—Quiero que vengas conmigo.
Trago saliva.
—Joseph, por favor. Tengo un trabajo. No volvamos a resucitar otra vez esa discusión.
Suspira y hace un mohín. Parece un adolescente enfurruñado.
—Tenía que intentarlo —murmura.
—¿Cuánto tiempo estarás fuera?
—Un par de días a lo sumo. Me gustaría que me dijeras lo que te preocupa.
¿Cómo puede saberlo?
—Bueno, ahora mi amado esposo se aleja de mí…
Joseph me da un beso en los nudillos.
—No estaré fuera mucho tiempo.
—Bien —le digo con una sonrisa débil.
Ray está más animado y menos gruñón esta vez. Me conmueve su gratitud silenciosa hacia Joseph y durante un momento, mientras estoy sentada oyéndoles hablar de pesca y de los Mariners, olvido las noticias que tengo que darle a mi marido. Pero Ray se cansa muy rápido.
—Papá, nos vamos para que puedas dormir.
—Gracias, ______, cariño. Me alegro de que hayas venido. He visto a tu madre hoy también, Joseph. Me ha tranquilizado mucho. Y también es una fan de los Mariners.
—Pero no le gusta mucho la pesca —dice Joseph mientras se levanta.
—No conozco a muchas mujeres a las que les guste, ¿sabes? —dice Ray sonriendo.
—Te veo mañana, ¿de acuerdo? —Le doy un beso. Mi subconsciente frunce los labios: Eso si Joseph no te encierra en casa… o algo peor. Se me cae el alma a los pies.
—Vamos. —Joseph me tiende la mano y me mira con el ceño fruncido. Yo le doy la mano y salimos del hospital.
Picoteo la comida. Es el delicioso estofado de pollo de la señora Jones, pero no tengo hambre. Noto el estómago hecho un nudo y convertido en una bola de nervios.
—¡Maldita sea, ______! ¿Vas a decirme lo que te pasa? —Joseph aparta su plato vacío, irritado. Yo solo le miro—. Por favor. Me está volviendo loco verte así.
Trago saliva intentando reprimir el pánico que me atenaza la garganta. Inspiro hondo para calmarme. Es ahora o nunca.
—Estoy embarazada.
Él se queda petrificado y lentamente el color va abandonando su cara.
—¿Qué? —susurra con la cara cenicienta.
—Estoy embarazada.
Arruga la frente por la incomprensión.
—¿Cómo?
¿Cómo que cómo? ¿Qué pregunta ridícula es esa? Me sonrojo y le dedico una mirada extrañada que dice: «¿Y tú cómo crees?».
La expresión de su cara cambia inmediatamente y sus ojos se convierten en pedernal.
—¿Y la inyección? —gruñe.
Oh, mierda.
—¿Te has olvidado de ponerte la inyección?
Me quedo mirándole, incapaz de hablar. Joder, está furioso… muy furioso.
—¡Dios, ______! —Golpea la mesa con el puño, lo que me sobresalta. Después se levanta de repente y está a punto de tirar la silla—. Solo tenías que recordar una cosa, ¡una cosa! ¡Mierda! No me lo puedo creer, joder. ¿Cómo puedes ser tan estúpida?
¿Estúpida? Doy un respingo. Mierda. Quiero decirle que la inyección no ha funcionado, pero no encuentro las palabras. Bajo la mirada a mi dedos.
—Lo siento —le susurro.
—¿Que lo sientes? ¡Joder!
—Sé que no es el mejor momento…
—¡El mejor momento! —grita—. Nos conocemos desde hace algo así como cinco putos minutos. Quería enseñarte el mundo entero y ahora… ¡Joder! ¡Pañales, vómitos y mierda! —Cierra los ojos. Creo que está intentando controlar su ira, pero obviamente pierde la batalla—. ¿Se te olvidó? Dímelo. ¿O lo has hecho a propósito? —Sus ojos echan chispas y la furia emana de él como un campo de fuerza.
—No —susurro. No le puedo decir lo de Hannah porque la despediría.
—¡Pensaba que teníamos un acuerdo sobre eso! —grita.
—Lo sé. Lo teníamos. Lo siento.
Me ignora.
—Es precisamente por eso. Por esto me gusta el control. Para que la mierda no se cruce en mi camino y lo joda todo.
No… mi pequeño Bip.
—Joseph, por favor, no me grites. —Las lágrimas comienzan a caer por mi cara.
—No empieces con lágrimas ahora —me dice—. Joder. —Se pasa una mano por el pelo y se tira de él—. ¿Crees que estoy preparado para ser padre? —Se le quiebra la voz en una mezcla de rabia y pánico.
Y todo queda claro y entiendo el miedo y el arrebato de odio que veo en sus ojos abiertos como platos: es la rabia de un adolescente impotente. Oh, Cincuenta, lo siento mucho. También ha sido un shock para mí…
—Ya sé que ninguno de los dos está preparado para esto, pero creo que vas a ser un padre maravilloso —digo con la voz ahogada—. Ya nos las arreglaremos.
—¿Cómo mierda lo sabes? —me grita, esta vez más alto—. ¡Dime! ¿Cómo? —Sus ojos arden y un sinfín de emociones le cruzan la cara rápidamente, aunque el miedo es la más destacada de ellas—. ¡Oh, a la mierda! —grita Joseph desdeñosamente y levanta las manos en un gesto de derrota. Me da la espalda y se encamina al vestíbulo, cogiendo su chaqueta cuando sale del salón. Oigo el eco de sus pasos por el suelo de madera y le veo desaparecer por las puertas dobles que llevan al vestíbulo. El portazo que da al salir me sobresalta de nuevo.
Estoy sola con el silencio, el silencio quieto y vacío del salón. Me estremezco involuntariamente mientras miro sin expresión hacia las puertas cerradas. Se ha ido y me ha dejado aquí. ¡Mierda! Su reacción ha sido mucho peor de lo que había imaginado. Aparto mi plato y cruzo los brazos sobre la mesa para apoyar la cabeza en ellos mientras sollozo.
—______, querida… —La señora Jones está a mi lado.
Me incorporo rápidamente y me limpio las lágrimas de la cara.
—Lo he oído. Lo siento —me dice con cariño—. ¿Quieres una infusión o algo?
—Preferiría una copa de vino blanco.
La señora Jones se queda petrificada un segundo y entonces me acuerdo del bip. Ahora no puedo beber alcohol. ¿O sí? Tengo que leer el folleto que me ha dado la doctora Greene.
—Te traeré una copa.
—La verdad es que prefiero una taza de té, por favor. —Me limpio la nariz y ella sonríe con amabilidad.
—Marchando esa taza de té. —Recoge los platos y se encamina a la cocina. La sigo y me encaramo a un taburete. La observo mientras prepara el té.
Al poco pone una taza humeante delante de mí.
—¿Hay algo más que pueda prepararte, ______?
—No, estoy bien, gracias.
—¿Seguro? No has comido mucho.
La miro.
—No tengo mucha hambre.
—______, necesitas comer. Ahora tienes que preocuparte por alguien más que por ti. Deja que te prepare algo. ¿Qué te apetece? —Me mira esperanzada, pero la verdad es que no podría comer nada.
Mi marido acaba de largarse porque estoy embarazada, mi padre ha tenido un accidente de coche grave y el zumbado de Jack Hyde me intenta hacer creer que fui yo la que le acosó sexualmente. De repente siento una necesidad incontrolable de reír. ¡Mira lo que me has hecho, pequeño Bip! Me acaricio el vientre.
La señora Jones me sonríe con indulgencia.
—¿Sabes de cuánto estás? —me pregunta.
—De muy poco. De cuatro o cinco semanas, la doctora no está segura.
—Si no quieres comer, al menos descansa un poco.
Asiento y me llevo el té a la biblioteca. Es mi refugio. Saco la BlackBerry del bolso y pienso en llamar a Joseph. Sé que ha sido un shock para él, pero creo que su reacción ha sido exagerada. ¿Y cuándo su reacción no es exagerada?, pregunta mi subconsciente arqueando una ceja. Suspiro. Cincuenta Sombras más…
—Sí, ese es tu padre, pequeño Bip. Con suerte se calmará y volverá… pronto.
Saco el folleto que me ha dado la doctora y me siento a leer.
No puedo concentrarme. Joseph nunca se ha ido así, dejándome sola. Ha sido amable y detallista los últimos días y tan cariñoso… y ahora esto. ¿Y si no vuelve? ¡Mierda! Tal vez debería llamar a Flynn. No sé qué hacer. Estoy perdida. Es tan frágil en tantos sentidos y sabía que no iba a reaccionar bien ante estas noticias. Ha sido tan dulce este fin de semana… Todas esas circunstancias estaban fuera de su control, pero ha conseguido llevarlas bien. Pero esto ha sido demasiado.
Desde que le conocí, mi vida se ha complicado. ¿Es por él? ¿O somos los dos juntos? ¿Y si no puede superar esto? ¿Y si quiere el divorcio? La bilis me sube hasta la garganta. No. No debo pensar esas cosas. Volverá. Lo hará. Sé que lo hará. Sé que a pesar de los gritos y las palabras tan duras me quiere… sí. Y también te querrá a ti, pequeño Bip.
Me acomodo en la silla y me dejo llevar por el sueño.
Me despierto fría y desorientada. Temblando, miro el reloj: las once de la noche. Oh, sí… Tú. Me doy una palmadita en el vientre. ¿Dónde está Joseph? ¿Ha vuelto ya? Me levanto del sillón con dificultad y voy en busca de mi marido.
Cinco minutos después me doy cuenta de que no está en casa. Espero que no le haya pasado nada. Los recuerdos de la larga espera cuando desapareció Charlie Tango vuelven a mí.
No, no, no. Deja de pensar eso. Seguro que ha ido… ¿adónde? ¿A quién podría ir a ver? ¿A Elliot? Tal vez está con Flynn. Eso espero. Vuelvo a la biblioteca a buscar la BlackBerry y le mando un mensaje.
*¿Dónde estás?*
Después me encamino al baño y lleno la bañera. Tengo mucho frío.
Cuando salgo de la bañera todavía no ha vuelto. Me pongo uno de mis camisones de seda estilo años 30 y la bata y salgo al salón. En el camino me paro un momento en el dormitorio de invitados. Tal vez esta podría ser la habitación del pequeño Bip. Me asombro al darme cuenta de lo que estoy pensando y me quedo de pie en el umbral, meditando sobre eso. ¿La pintaríamos de azul o de rosa? Ese pensamiento tan dulce queda empañado por el hecho de que mi descarriado esposo está furioso solo de pensarlo. Cojo la colcha de la cama del cuarto de invitados y me encamino al salón para esperarle.
Algo me despierta. Un ruido.
—¡Mierda!
Es Joseph en el vestíbulo. Oigo que la mesa araña el suelo otra vez.
—¡Mierda! —repite, esta vez en voz más baja.
Me levanto y justo en ese momento le veo cruzar las puertas dobles tambaleándose. Está borracho. Se me eriza el vello. Oh, ¿Joseph borracho? Sé cuánto odia a los borrachos. Salto del sofá y corro hacia él.
—Joseph, ¿estás bien?
Se apoya contra el marco de las puertas del vestíbulo.
—Señora Jonas… —pronuncia con dificultad.
Vaya, está muy borracho. No sé qué hacer.
—Oh… qué guapa estás, ______.
—¿Dónde has estado?
Se pone el dedo sobre los labios y me mira con una sonrisa torcida.
—¡Shh!
—Será mejor que vengas a la cama.
—Contigo… —dice con una risita.
¡Una risita! Frunzo el ceño y le rodeo la cintura con el brazo porque apenas se mantiene en pie. No creo que pueda andar. ¿Dónde habrá estado? ¿Cómo ha podido volver a casa?
—Deja que te lleve a la cama. Apóyate en mí.
—Eres preciosa, ______. —Se apoya en mí y me huele el pelo. Casi nos caemos al suelo los dos.
—Joseph, camina. Voy a llevarte a la cama.
—Está bien —dice, e intenta concentrarse.
Avanzamos a trompicones por el pasillo y por fin logramos llegar al dormitorio.
—La cama… —dice sonriendo.
—Sí, la cama. —Consigo llevarle justo hasta el borde, pero él no me suelta.
—Ven conmigo a la cama —me dice.
—Joseph, creo que necesitas dormir.
—Y así empieza todo. Ya he oído hablar de esto.
Frunzo el ceño.
—¿Hablar de qué?
—Los bebés significan que se acabó el sexo.
—Estoy segura de que eso no es verdad. Si no, todos seríamos hijos únicos.
Él me mira.
—Qué graciosa.
—Y tú qué borracho.
—Sí. —Sonríe, pero su sonrisa cambia cuando lo piensa y una expresión angustiada le cruza la cara, algo que hace que se me hiele la sangre.
—Vamos, Joseph —le digo con suavidad. Odio esa expresión. Habla de recuerdos horribles y desagradables, algo que ningún niño debería haber tenido que presenciar—. A la cama. —Le empujo con cuidado y él se deploma sobre el colchón, despatarrado y sonriéndome. La expresión de angustia ha desaparecido.
—Ven conmigo —dice arrastrando las palabras.
—Vamos a desnudarte primero.
Esboza una amplia sonrisa, una sonrisa de borracho.
—Ahora estamos hablando el mismo idioma.
Madre mía. El Joseph borracho es divertido y juguetón. Y lo prefiero mil veces al Joseph furioso.
—Siéntate. Deja que te quite la chaqueta.
—La habitación gira…
Mierda… ¿Va a vomitar?
—Joseph, ¡siéntate!
Me sonríe divertido.
—Señora Jonas, es usted una mandona…
—Sí. Haz lo que te he dicho y siéntate. —Me pongo las manos en las caderas. Él vuelve a sonreír, se incorpora sobre los codos con dificultad y después se sienta torpemente, algo muy poco propio de Joseph. Antes de que se caiga hacia atrás otra vez, le agarro de la corbata y le quito con esfuerzo la chaqueta, primero un brazo y luego el otro.
—Qué bien hueles.
—Tú hueles a licor fuerte.
—Sí… Bour-bon. —Pronuncia las sílabas tan exageradamente que tengo que reprimir una risita.
Tiro su chaqueta al suelo a mi lado y empiezo con la corbata. Él me apoya las manos en las caderas.
—Me gusta la sensación de esta tela sobre tu cuerpo, ______ —me dice arrastrando las palabras de nuevo—. Siempre deberías llevar satén o seda. —Sube y baja las manos por mis caderas, luego tira de mí hacia él y pone la boca sobre mi vientre—. Y ahora tenemos un intruso aquí.
Dejo de respirar. Madre mía… Le está hablando al pequeño Bip.
—Tú me vas a mantener despierto, ¿verdad? —le dice a mi vientre.
Oh, Dios mío. Joseph me mira a través de sus largas pestañas oscuras. Sus ojos ambarinos están turbios y brumosos. Se me encoge el corazón.
—Le preferirás a él que a mí —dice tristemente.
—Joseph, no sabes lo que dices. No seas ridículo. No estoy eligiendo a nadie. Y puede que sea «ella».
Frunce el ceño.
—Ella… Oh, Dios. —Vuelve a tirarse sobre la cama y se tapa los ojos con el brazo. Por fin consigo aflojarle la corbata. Le suelto un cordón y le quito el zapato y el calcetín y después el otro. Cuando me pongo de pie me doy cuenta de por qué no oponía ninguna resistencia; Joseph está completamente dormido y roncando suavemente.
Me quedo mirándole. Está guapísimo, incluso borracho y roncando. Tiene los labios cincelados separados, un brazo encima de la cabeza alborotándole el pelo ya despeinado y la cara relajada. Parece tan joven… Pero claro, es que lo es: mi joven, estresado, borracho e infeliz marido. Siento un peso en el corazón ante ese pensamiento.
Bueno, al menos ya está en casa. Me pregunto adónde habrá ido. No estoy segura de tener la energía o la fuerza suficientes para moverle o quitarle más ropa. Además, está encima de la colcha. Vuelvo al salón, recojo la colcha de la cama de invitados que estaba usando yo y la llevo al dormitorio.
Sigue dormido, pero todavía lleva la corbata y el cinturón. Me subo a la cama a su lado, le quito la corbata y le desabrocho el botón superior de la camisa. Él murmura algo incomprensible, pero no se despierta. Después le suelto el cinturón con cuidado y lo saco por las trabillas con cierta dificultad, pero por fin se lo quito. La camisa se le ha salido de los pantalones y por la abertura se ve un poco del vello que tiene por debajo del ombligo. No puedo resistirme. Me agacho y le doy un beso ahí. Él se mueve y flexiona la cadera hacia delante, pero sigue dormido.
Me siento y vuelvo a mirarle. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… ¿Qué voy a hacer contigo? Le paso los dedos por el pelo, tan suave, y le doy un beso en la sien.
—Te amo, Joseph. Incluso cuando estás borracho y has estado por ahí, Dios sabe dónde, te sigo queriendo. Siempre te amaré.
—Mmm… —murmura. Yo vuelvo a besarle en la sien una vez más y me bajo de la cama para taparle con la colcha. Puedo dormir a su lado, cruzada sobre la cama… Sí, eso voy a hacer.
Pero primero ordenaré un poco su ropa. Niego con la cabeza y recojo los calcetines y la corbata. Después me cuelgo en el brazo la chaqueta doblada. Cuando lo hago, su BlackBerry se cae al suelo. La recojo y sin darme cuenta la desbloqueo. Se abre por la pantalla de mensajes. Veo mi mensaje y otro por encima.
Se me eriza el vello. Joder.
*Me ha encantado verte. Ahora lo entiendo. No te preocupes. Serás un padre fantástico.*
Es de ella. De la señora Elena, alias la Bruja Robinson.
Mierda. Ahí es adonde ha ido: ¡a verla a ella!
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
No puede ser :lloro: fue a verla a ella porfavor sube otro me dejaste lo que le sigue de picada :wut:
necesito saber que sigue
necesito saber que sigue
Aleeislas
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
pero que demonios le pasa a Joseph??!
Como la pudo tratar asi!?? :misery:
Esta bien que tenga miedo pero eso no le da derecho a hacer eso :muere:
Y fue con esa bruja??! Pero se ha vuelto loco
Awww su pequeño bip :amor: :aah: :ilusion: hermoso!!!
Siguela!!
Como la pudo tratar asi!?? :misery:
Esta bien que tenga miedo pero eso no le da derecho a hacer eso :muere:
Y fue con esa bruja??! Pero se ha vuelto loco
Awww su pequeño bip :amor: :aah: :ilusion: hermoso!!!
Siguela!!
aranzhitha
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
te invito a leer mi novela es sobre nickhttps://onlywn.activoforo.com/t34851-living-the-dream#1876063 … ojala te guste necesitas registrarte para leerla Saludos :lloro: porfavor pasen
Aleeislas
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Queeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!!!!! :wut: estuvo con esa pedobear!!!! :x que mierda le sucedeee tee matoo joseee te matoo dile adios :bye: a tu/mi querida "ANA" por ke te lo cortareee que fue a hacer con esa tipaaa ashhhh es ke laa odioooo :muere: ¬¬
siguela prontooo me encantaaa ya kiero hacersela de pdo a joee jajajaja
siguela prontooo me encantaaa ya kiero hacersela de pdo a joee jajajaja
MileyCyruZ
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