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"Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Página 12 de 27. • 1 ... 7 ... 11, 12, 13 ... 19 ... 27
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
N0o0o0o0o como la dejas ahiii nos kieres matar?? tienes ke subir capituloo tenngo ke averiguar ke kiere leilaa!!!! como se atreva abuscar a mi hombree veraa espero ke venga en buen plan a disculparse o algo asiii ..........SUBE PRONTOOOO!!!!!
MileyCyruZ
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH!!
JOEEE SE PORTO MUUYYY FRIO CON LEILAAA!!!!!!....
BUENO LAS RECONCILIACIONES!!!!!1... SON EXCELENTES!!!
JAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJJA
PERO Y AHORA QUE PASARA CON EL PAPI DE ____!!!
ESPEREMOS QU NO SEA NADA GRABVE!!!!
JOEEE SE PORTO MUUYYY FRIO CON LEILAAA!!!!!!....
BUENO LAS RECONCILIACIONES!!!!!1... SON EXCELENTES!!!
JAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJJA
PERO Y AHORA QUE PASARA CON EL PAPI DE ____!!!
ESPEREMOS QU NO SEA NADA GRABVE!!!!
chelis
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
ahh que pasa con el papi de la rayiz!!
Pobre de la rayiz no la dejan estar en paz!
Siguela!!
Pobre de la rayiz no la dejan estar en paz!
Siguela!!
aranzhitha
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Como que ray tuvo un accidente?
Siguelaaa
Siguelaaa
JB&1D2
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Capítulo 17
—Señor Rodríguez, ¿qué ha pasado? —Tengo la voz ronca y un poco pastosa por las lágrimas no derramadas. Ray, mi querido Ray. Mi padre.
—Ha tenido un accidente de coche.
—Bien, voy… Voy para allá ahora mismo. —La adrenalina me corre por todo el cuerpo y me llena de pánico a su paso. Me cuesta respirar.
—Le han trasladado a Portland.
¿A Portland? ¿Por qué demonios le han llevado a Portland?
—Le han llevado en helicóptero, ______. Yo ya estoy de camino. Hospital OHSU. Oh, ______, no he visto el coche. Es que no lo vi… —Se le quiebra la voz.
El señor Rodríguez… ¡no!
—Te veré allí —dice el señor Rodríguez con voz ahogada y cuelga.
Un pánico oscuro me atenaza la garganta y me abruma. Ray… No. No. Inspiro hondo para calmarme, cojo el teléfono y llamo a Roach. Responde al segundo tono.
—¿Sí, ______?
—Jerry, tengo un problema con mi padre.
—¿Qué ha ocurrido, ______?
Se lo explico apresuradamente, sin apenas detenerme para respirar.
—Vete. Debes irte. Espero que tu padre se ponga bien.
—Gracias. Te mantendré informado. —Cuelgo de golpe sin darme cuenta, pero ahora mismo eso es lo que menos me importa—. ¡Hannah! —grito, consciente de la ansiedad que hay en mi voz. Un segundo después ella asoma la cabeza por la puerta mientras voy metiendo las cosas en mi bolso y guardando papeles en mi maletín.
—¿Sí, ______? —pregunta frunciendo el ceño.
—Mi padre ha sufrido un accidente. Tengo que irme.
—Oh, Dios mío…
—Cancela todas mis citas para hoy. Y para el lunes. Tendrás que acabar tú de preparar la presentación del libro electrónico. Las notas están en el archivo compartido. Dile a Courtney que te ayude si te hace falta.
—Muy bien —susurra Hannah—. Espero que tu padre esté bien. No te preocupes por los asuntos de la oficina. Nos las arreglaremos.
—Llevo la BlackBerry, por si acaso.
La preocupación que veo en su cara pálida me emociona.
Papá…
Cojo la chaqueta, el bolso y el maletín.
—Te llamaré si necesito algo.
—Claro. Buena suerte, ______. Espero que esté bien.
Le dedico una breve sonrisa tensa, esforzándome por mantener la compostura y salgo de la oficina. Hago todo lo que puedo por no ir corriendo hasta la recepción. Sawyer se levanta de un salto al verme llegar.
—¿Señora Jonas? —pregunta, confundido por mi repentina aparición.
—Nos vamos a Portland. Ahora.
—Sí, señora —dice frunciendo el ceño, pero abre la puerta.
Nos estamos moviendo, eso es bueno.
—Señora Jonas —me dice Sawyer mientras nos apresuramos hacia del aparcamiento—, ¿puedo preguntarle por qué estamos haciendo este viaje imprevisto?
—Es por mi padre. Ha tenido un accidente.
—Entiendo. ¿Y lo sabe el señor Jonas?
—Le llamaré desde el coche.
Sawyer asiente y me abre la puerta de atrás del Audi todoterreno para que suba. Con los dedos temblorosos cojo la BlackBerry y marco el número de Joseph.
—¿Sí, señora Jonas? —La voz de Andrea es eficiente y profesional.
—¿Está Joseph? —le pregunto.
—Mmm… Está en alguna parte del edificio, señora. Ha dejado la BlackBerry aquí cargando a mi cuidado.
Gruño para mis adentros por la frustración.
—¿Puedes decirle que le he llamado y que necesito hablar con él? Es urgente.
—Puedo tratar de localizarle. Tiene la costumbre de desaparecer por aquí a veces.
—Solo procura que me llame, por favor —le suplico intentando contener las lágrimas.
—Claro, señora Jonas. —Duda un momento—. ¿Va todo bien?
—No —susurro porque no me fío de mi voz—. Por favor, que me llame.
—Sí, señora.
Cuelgo. Ya no puedo reprimir más mi angustia. Aprieto las rodillas contra el pecho y me hago un ovillo en el asiento de atrás. Las lágrimas aparecen inoportunamente y corren por mis mejillas.
—¿Adónde en Portland exactamente, señora Jonas? —me pregunta Sawyer.
—Al OHSU —digo con voz ahogada—. Al hospital grande.
Sawyer sale a la calle y se dirige a la interestatal 5. Yo me quedo sentada en el asiento de atrás repitiendo en mi mente una única plegaria: por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
Suena mi teléfono. «Your Love Is King» me sobresalta e interrumpe mi mantra.
—Joseph —respondo con voz ahogada.
—Dios, ______. ¿Qué ocurre?
—Es Ray… Ha tenido un accidente.
—¡Mierda!
—Sí, lo sé. Voy de camino a Portland.
—¿Portland? Por favor dime que Sawyer está contigo.
—Sí, va conduciendo.
—¿Dónde está Ray?
—En el OHSU.
Oigo una voz amortiguada por detrás.
—Sí, Ros. ¡Lo sé! —grita Joseph enfadado—. Perdona, nena… Estaré allí dentro de unas tres horas. Tengo aquí algo entre manos que necesito terminar. Iré en el helicóptero.
Oh, mierda. Charlie Tango vuelve a estar en funcionamiento y la última vez que Joseph lo cogió…
—Tengo una reunión con unos chicos de Taiwan. No puedo dejar de asistir. Es un trato que llevamos meses preparando.
¿Y por qué yo no sabía nada de eso?
—Iré en cuanto pueda.
—De acuerdo —le susurro. Y quiero decir que no pasa nada, que se quede en Seattle y se ocupe de sus negocios, pero la verdad es que quiero que esté conmigo.
—Lo siento, nena —me susurra.
—Estaré bien, Joseph. Tómate todo el tiempo que necesites. No tengas prisa. No quiero tener que preocuparme por ti también. Ten cuidado en el vuelo.
—Lo tendré.
—Te amo.
—Yo también te amo, nena. Estaré ahí en cuanto pueda. Mantente cerca de Luke.
—Sí, no te preocupes.
—Luego te veo.
—Adiós.
Tras colgar vuelvo a abrazarme las rodillas. No sé nada de los negocios de Joseph. ¿Qué demonios estará haciendo con unos taiwaneses? Miro por la ventanilla cuando pasamos junto al aeropuerto internacional King County/Boeing Field. Joseph debe tener cuidado cuando vuele. Se me vuelve a hacer un nudo el estómago y siento náuseas. Ray y Joseph. No creo que mi corazón pudiera soportar eso. Me acomodo en el asiento y empiezo de nuevo con mi mantra: por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
—Señora Jonas —la voz de Sawyer me sobresalta—, ya hemos llegado al hospital. Estoy buscando la zona de urgencias.
—Yo sé dónde está. —Mi mente vuelve a mi última visita al hospital OHSU, cuando, en mi segundo día de trabajo en Clayton’s, me caí de una escalera y me torcí el tobillo. Recuerdo a Paul Clayton cerniéndose sobre mí y me estremezco ante ese imagen.
Sawyer se detiene en el espacio reservado al estacionamiento y salta del coche para abrirme la puerta.
—Voy a aparcar, señora, y luego vendré a buscarla. Deje aquí su maletín, yo se lo llevaré.
—Gracias, Luke.
Asiente y yo camino decidida hacia la recepción de urgencias, que está llena de gente. La recepcionista me dedica una sonrisa educada y en unos minutos localiza a Ray y me manda a la zona de quirófanos de la tercera planta.
¿Quirófanos? ¡Joder!
—Gracias —murmuro intentando centrar mi atención en sus indicaciones para encontrar los ascensores. Mi estómago se retuerce otra vez y casi echo a correr hacia ellos.
Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
El ascensor es agónicamente lento porque para en todas las plantas. ¡Vamos, vamos! Deseo que vaya más rápido y miro con el ceño fruncido a la gente que entra y sale y que está evitando que llegue al lado de mi padre.
Por fin las puertas se abren en el tercer piso y salgo disparada para encontrarme otro mostrador de recepción, este lleno de enfermeras con uniformes azul marino.
—¿Puedo ayudarla? —me pregunta una enfermera con mirada miope.
—Estoy buscando a mi padre, Raymond Steele. Acaban de ingresarle. Creo que está en el quirófano 4. —Incluso mientras digo las palabras desearía que no fueran ciertas.
—Deje que lo compruebe, señorita Steele.
Asiento sin molestarme en corregirla mientras ella comprueba con eficiencia en la pantalla del ordenador.
—Sí. Lleva un par de horas en el quirófano. Si quiere esperar, les diré que está usted aquí. La sala de espera está ahí. —Señala una gran puerta blanca identificada claramente con un letrero de gruesas letras azules que pone: SALA DE ESPERA.
—¿Está bien? —le pregunto intentando controlar mi voz.
—Tendrá que esperar a que uno de los médicos que le atiende salga a decirle algo, señora.
—Gracias —digo en voz baja, pero en mi interior estoy gritando: «¡Quiero saberlo ahora!».
Abro la puerta y aparece una sala de espera funcional y austera en la que están sentados el señor Rodríguez y José.
—¡______! —exclama el señor Rodríguez. Tiene el brazo escayolado y una mejilla con un cardenal en un lado. Está en una silla de ruedas y veo que también tiene una escayola en la pierna. Le abrazo con cuidado.
—Oh, señor Rodríguez… —sollozo.
—______, cariño… —dice dándome palmaditas en la espalda con la mano sana—. Lo siento mucho —farfulla y se le quiebra la voz ya de por sí ronca.
Oh, no…
—No, papá —le dice José en voz baja, regañándole mientras se acerca a mí. Cuando me giro, él me atrae hacia él y me abraza.
—José… —digo. Ya estoy perdida: empiezan a caerme lágrimas por la cara cuando toda la tensión y la preocupación de las últimas tres horas salen a la superficie.
—Vamos, ______, no llores. —José me acaricia el pelo suavemente. Yo le rodeo el cuello con los brazos y sollozo. Nos quedamos así durante un buen rato. Estoy tan agradecida de que mi amigo esté aquí… Nos separamos cuando Sawyer llega para unirse a nosotros en la sala de espera. El señor Rodríguez me pasa un pañuelo de papel de una caja muy convenientemente colocada allí cerca y yo me seco las lágrimas.
—Este es el señor Sawyer, miembro del equipo de seguridad —le presento.
Sawyer saluda con la cabeza a José y al señor Rodríguez y después se retira para tomar asiento en un rincón.
—Siéntate, ______. —José me señala una de los sillones tapizados en vinilo.
—¿Qué ha pasado? ¿Saben cómo está? ¿Qué le están haciendo?
José levanta las manos para detener mi avalancha de preguntas y se sienta a mi lado.
—No sabemos nada. Ray, papá y yo íbamos a pescar a Astoria. Nos arrolló un jodido imbécil borracho…
El señor Rodríguez intenta interrumpir para volver a disculparse.
—¡Cálmate, papá! —le dice José—. Yo no tengo nada, solo un par de costillas magulladas y un golpe en la cabeza. Papá… bueno, se ha roto la muñeca y el tobillo. Pero el coche impactó contra el lado del acompañante, donde estaba Ray.
Oh, no. No… El pánico me inunda el sistema límbico. No, no, no… Me estremezco al pensar lo que estará pasando en el quirófano.
—Lo están operando. A nosotros nos llevaron al hospital comunitario de Astoria, pero a Ray lo trajeron en helicóptero hasta aquí. No sabemos lo que le están haciendo. Estamos esperando que nos digan algo.
Empiezo a temblar.
—______, ¿tienes frío?
Asiento. Llevo una camisa blanca sin mangas y una chaqueta negra de verano, y ninguna de las dos prendas abriga demasiado. Con mucho cuidado, José se quita la chaqueta de cuero y me envuelve los hombros con ella.
—¿Quiere que le traiga un té, señora? —Sawyer aparece a mi lado. Asiento agradecida y él sale de la habitación.
—¿Por qué ibais a pescar a Astoria? —les pregunto.
José se encoge de hombros.
—Se supone que allí hay buena pesca. Íbamos a pasar un fin de semana de tíos. Quería disfrutar un poco de tiempo con mi viejo padre antes de volver a la academia para cursar el último año. —Los ojos de José están muy abiertos y llenos de miedo y arrepentimiento.
—Tú también podrías haber salido herido. Y el señor Rodríguez… podría haber sido peor. —Trago saliva ante esa idea. Mi temperatura corporal baja todavía más y vuelvo a estremecerme. José me coge la mano.
—Dios, ______, estás helada.
El señor Rodríguez se inclina hacia delante y con su mano sana me coge la otra.
—______, lo siento mucho.
—Señor Rodríguez, por favor… Ha sido un accidente —Mi voz se convierte en un susurro.
—Llámame José —me dice. Le miro con una sonrisa débil, porque es todo lo que puedo conseguir. Vuelvo a estremecerme.
—La policía se ha llevado a ese imbécil a la cárcel. Las siete de la mañana y el tipo ya estaba totalmente borracho —dice José entre dientes con repugnancia.
Sawyer vuelve a entrar con una taza de papel con agua caliente y una bolsita de té. ¡Sabe cómo tomo el té! Me sorprendo y me alegra la distracción. El señor Rodríguez y José me sueltan las manos y yo cojo la taza agradecida de manos de Sawyer.
—¿Alguno de ustedes quiere algo? —les pregunta Sawyer al señor Rodríguez y a José. Ambos niegan con la cabeza y Sawyer vuelve a sentarse en el rincón. Sumerjo la bolsita de té en el agua y después la saco, todavía temblorosa, para tirarla en una pequeña papelera.
—¿Por qué tardan tanto? —digo para nadie en particular y doy un sorbo.
Papá… Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
—Sabremos algo pronto, ______ —me dice José para tranquilizarme.
Asiento y doy otro sorbo. Vuelvo a sentarme a su lado. Esperamos… y esperamos. El señor Rodríguez tiene los ojos cerrados porque está rezando, creo, y José me coge de la mano y le da un apretón de vez en cuando. Voy bebiendo mi té poco a poco. No es Twinings, sino una marca barata y mala, y está asqueroso.
Recuerdo la última vez que me senté a esperar noticias. La última vez que pensé que todo estaba perdido, cuando Charlie Tango desapareció. Cierro los ojos y rezo una oración internamente para que mi marido tenga un viaje seguro. Miro el reloj: las 2:15 de la tarde. Debería llegar pronto. El té está frío, ¡puaj!
Me levanto y paseo un poco. Después me siento otra vez. ¿Por qué no han venido los médicos a verme? Le cojo la mano a José y él vuelve a apretármela tranquilizador. Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
El tiempo pasa muy despacio.
De repente se abre la puerta y todos miramos expectantes. A mí se me hace un nudo en el estómago otra vez. ¿Ya está?
Joseph entra en la sala. Su cara se oscurece momentáneamente cuando ve que José me está cogiendo la mano.
—¡Joseph! —exclamo y me levanto de un salto a la vez que le doy gracias a Dios por que haya llegado sano y salvo. Le rodeo con los brazos, entierro la nariz en su pelo e inhalo su olor, su calidez, su amor. Una pequeña parte de mí se siente más tranquila, más fuerte, más capaz de resistir porque él está aquí. Oh, su presencia me ayuda a recuperar la paz mental.
—¿Alguna noticia?
Niego con la cabeza. No puedo hablar.
—José —le saluda con la cabeza.
—Joseph, este es mi padre, José.
—Señor Rodríguez… Nos conocimos en la boda. Por lo que veo usted también estaba ahí cuando ocurrió el accidente.
José vuelve a resumir la historia.
—¿Y se encuentran lo bastante bien para estar aquí? —pregunta Joseph.
—No queremos estar en ninguna otra parte —dice el señor Rodríguez con la voz baja y llena de dolor. Joseph asiente. Me coge la mano, me obliga a sentarme y se sienta a mi lado.
—¿Has comido? —me pregunta.
Niego con la cabeza.
—¿Tienes hambre?
Niego otra vez.
—Pero tienes frío —dice al verme con la chaqueta de José.
Asiento. Se revuelve en la silla pero no dice nada.
La puerta se abre de nuevo y un médico joven con un uniforme azul claro entra en la sala. Parece cansado. Me pongo de pie. Toda la sangre ha abandonado mi cara.
—¿Ray Steele? —susurro. Joseph se pone de pie a mi lado y me rodea la cintura con el brazo.
—¿Son parientes? —pregunta el médico. Sus ojos azules son casi del mismo color que su uniforme y en otras circunstancias incluso me parecería atractivo.
—Soy su hija, ______.
—Señorita Steele…
—Señora Jonas —le corrige Joseph.
—Disculpe —balbucea el doctor, y durante un segundo tengo ganas de darle una patada a Joseph—. Soy el doctor Crowe. Su padre está estable, pero en estado crítico.
¿Qué significa eso? Me fallan las rodillas y el brazo de Joseph, que me está sujetando, es lo único que evita que me caiga redonda al suelo.
—Ha sufrido lesiones internas graves —me dice el doctor Crowe—, sobre todo en el diafragma, pero hemos podido repararlas y también hemos logrado salvarle el bazo. Por desgracia, sufrió una parada cardiaca durante la operación por la pérdida de sangre. Hemos conseguido que su corazón vuelva a funcionar, pero todavía hay que controlarlo. Sin embargo, lo que más nos preocupa es que ha sufrido graves contusiones en la cabeza, y la resonancia muestra que hay inflamación en el cerebro. Le hemos inducido un coma para que permanezca inmóvil y tranquilo mientras mantenemos en observación esa inflamación cerebral.
¿Daño cerebral? No…
—Es el procedimiento estándar en estos casos. Por ahora solo podemos esperar y ver la evolución.
—¿Y cuál es el pronóstico? —pregunta Joseph fríamente.
—Señor Jonas, por ahora es difícil establecer un pronóstico. Es posible que se recupere completamente, pero eso ahora mismo solo está en manos de Dios.
—¿Cuánto tiempo van a mantener el coma?
—Depende de la respuesta cerebral. Lo normal es que esté así entre setenta y dos y noventa y seis horas.
¡Oh, tanto…!
—¿Puedo verle? —pregunto en un susurro.
—Sí, podrá verle dentro de una media hora. Le han llevado a la UCI de la sexta planta.
—Gracias, doctor.
El doctor Crowe asiente, se gira y se va.
—Bueno, al menos está vivo —le digo a Joseph, y las lágrimas empiezan a rodar de nuevo por mis mejillas.
—Siéntate —me dice Joseph.
—Papá, creo que deberíamos irnos. Necesitas descansar y no va a haber noticias hasta dentro de unas horas —le dice José al señor Rodríguez, que mira a su hijo con ojos vacíos—. Podemos volver esta noche, cuando hayas descansado. Si no te importa, ______, claro —dice José volviéndose hacia mí con tono de súplica.
—Claro que no.
—¿Se están quedando en Portland? —pregunta Joseph.
José asiente.
—¿Necesitan que alguien los lleve a casa?
José frunce el ceño.
—Iba a pedir un taxi.
—Luke puede llevarlos.
Sawyer se levanta y José parece confuso.
—Luke Sawyer —explico.
—Oh, claro. Sí, eso es muy amable por tu parte. Gracias, Joseph.
Me pongo de pie y les doy un abrazo al señor Rodríguez y a José en rápida sucesión.
—Sé fuerte, ______ —me susurra José al oído—. Es un hombre sano y en buena forma. Las probabilidades están a su favor.
—Eso espero. —Le abrazo con fuerza, después le suelto y me quito su chaqueta para devolvérsela.
—Quédatela si tienes frío.
—No, ya estoy bien. Gracias. —Miro nerviosamente a Joseph de reojo y veo que nos observa con cara impasible, pero me coge la mano.
—Si hay algún cambio, se los lo diré inmediatamente —le digo a José mientras empuja la silla de su padre hacia la puerta que Sawyer mantiene abierta.
El señor Rodríguez levanta la mano para despedirse y los dos se paran en el umbral.
—Lo tendré presente en mis oraciones, ______ —dice el señor Rodríguez con voz temblorosa—. Me ha alegrado mucho recuperar la conexión con él después de todos estos años y ahora se ha convertido en un buen amigo.
—Lo sé.
Y tras decir eso se van. Joseph y yo nos quedamos solos. Me acaricia la mejilla.
—Estás pálida. Ven aquí.
Se sienta en una silla y me atrae hacia su regazo, donde me rodea con los brazos. Yo le dejo hacer. Me acurruco contra su cuerpo sintiendo una opresión por la mala suerte de mi padre, pero agradecida de que mi marido esté aquí para consolarme. Me acaricia el pelo y me coge la mano.
—¿Qué tal Charlie Tango? —le pregunto.
Sonríe.
—Oh, muy brioso —dice con cierto orgullo en su voz.
Eso me hace sonreír de verdad por primera vez en varias horas y le miro perpleja.
—¿Brioso?
—Es de un diálogo de Historias de Filadelfia. Es la película favorita de Grace.
—No me suena.
—Creo que la tengo en casa en Blu-Ray. Un día podemos verla y meternos mano en el sofá. —Me da un beso en el pelo y yo sonrío de nuevo—. ¿Puedo convencerte de que comas algo? —me pregunta.
Mi sonrisa desaparece.
—Ahora no. Quiero ver a Ray primero.
Él deja caer los hombros, pero no me presiona.
—¿Qué tal con los taiwaneses?
—Productivo —dice.
—¿Productivo en qué sentido?
—Me han dejado comprar su astillero por un precio menor del que yo estaba dispuesto a pagar.
¿Acaba de comprar un astillero?
—¿Y eso es bueno?
—Sí, es bueno.
—Pero creía que ya tenías un astillero aquí.
—Así es. Vamos a usar este para hacer el equipamiento exterior, pero construiremos los cascos en Extremo Oriente. Es más barato.
Oh.
—¿Y los empleados del astillero de aquí?
—Los vamos a reubicar. Tenemos que limitar las duplicidades al mínimo. —Me da un beso en el pelo—. ¿Vamos a ver a Ray? —me pregunta con voz suave.
La UCI de la sexta planta es una sala sencilla, estéril y funcional, con voces en susurros y máquinas que pitan. Hay cuatro pacientes, cada uno encerrado en una zona de alta tecnología independiente. Ray está en un extremo.
Papá…
Se le ve tan pequeño en esa cama tan grande, rodeado de todas esas máquinas… Me quedo impresionada. Mi padre nunca ha estado tan consumido. Tiene un tubo en la boca y varias vías pasan por goteros hasta las agujas, una en cada brazo. Le han puesto una pinza en el dedo y me pregunto vagamente para qué servirá. Una de sus piernas descansa encima de las sábanas; lleva una escayola azul. Un monitor muestra el ritmo cardiaco: bip, bip, bip. El latido es fuerte y constante. Al menos eso lo sé. Me acerco lentamente a él. Tiene el pecho cubierto por un gran vendaje inmaculado que desaparece bajo la fina sábana que le cubre de la cintura para abajo.
Me doy cuenta de que el tubo que le sale de la boca va a un respirador. El sonido que emite se entremezcla con el pitido del monitor del corazón, creando una percusión rítmica. Extraer, bombear, extraer, bombear, extraer, bombear… siguiendo el compás de los pitidos. Las cuatro líneas de la pantalla del monitor del corazón se van moviendo de forma continua, lo que demuestra claramente que Ray sigue con nosotros.
Oh, papá…
Aunque tiene la boca torcida por el respirador, parece en paz ahí tumbado y casi dormido.
Una enfermera menuda está de pie en un lado de la sala, comprobando los monitores.
—¿Puedo tocarle? —le pregunto acercando la mano.
—Sí. —Me sonríe amablemente. En su placa de identificación pone KELLIE RN y debe de tener unos veintipocos. Es rubia con los ojos muy, muy oscuros.
Joseph se queda a los pies de la cama, observando mientras cojo la mano de Ray. Está sorprendentemente caliente y eso es demasiado para mí. Me dejo caer en la silla que hay junto a la cama, coloco la cabeza sobre el brazo de Ray y empiezo a llorar.
—Oh, papá. Recupérate, por favor —le susurro—. Por favor.
Joseph me pone la mano en el hombro y me da un suave apretón.
—Las constantes vitales del señor Steele están bien —me dice en voz baja la enfermera Kellie.
—Gracias —le dice Joseph. Levanto la vista justo en el momento en que ella se queda con la boca abierta. Acaba de ver bien por primera vez a mi marido. No me importa. Puede mirar a Joseph con la boca abierta todo el tiempo que quiera si hace que mi padre vuelva a ponerse bien.
—¿Puede oírme? —le pregunto.
—Está en un estado de sueño profundo, pero ¿quién sabe?
—¿Puedo quedarme aquí sentada un rato?
—Claro. —Me sonríe con las mejillas sonrosadas por culpa de un rubor revelador. Incomprensiblemente me encuentro pensando que el rubio no es su color natural de pelo.
Joseph me mira ignorándola.
—Tengo que hacer una llamada. Estaré fuera. Te dejo unos minutos a solas con tu padre.
Asiento. Me da un beso en el pelo y sale de la habitación. Yo sigo cogiendo la mano de Ray, sorprendida de la ironía de que ahora, cuando está inconsciente, es cuando más ganas tengo de decirle cuánto le quiero. Ese hombre ha sido la única constante en mi vida. Mi roca. Y no me había dado cuenta de ello hasta ahora. No es carne de mi carne, pero es mi padre y le quiero mucho. Las lágrimas vuelven a rodar por mis mejillas. Por favor, por favor, ponte bien.
En voz muy baja, como para no molestar a nadie, le cuento cómo fue nuestro fin de semana en Aspen y el fin de semana pasado volando y navegando a bordo del Grace. Le cuento cosas sobre la nueva casa, los planos, nuestra esperanza de poder hacerla ecológicamente sostenible. Prometo llevarle a Aspen para que pueda ir a pescar con Joseph y le digo que el señor Rodríguez y José también serán bienvenidos allí. Por favor, sigue en este mundo para poder hacer eso, papá, por favor.
Ray permanece inmóvil; su única respuesta es el ruido del respirador bombeando y el monótono pero tranquilizador pi, pi, pi de la máquina que vigila su corazón.
Cuando levanto la vista encuentro a Joseph sentado a los pies de la cama. No sé cuánto tiempo lleva ahí.
—Hola —me dice. Sus ojos brillan de compasión y preocupación.
—Hola.
—¿Así que voy a ir de pesca con tu padre, el señor Rodríguez y José? —me pregunta.
Asiento.
—De acuerdo. Vamos a comer algo y le dejamos dormir.
Frunzo el ceño. No quiero dejarle.
—______, está en coma. Les he dado los números de nuestros móviles a las enfermeras. Si hay algún cambio, nos llamarán. Vamos a comer, después nos registramos en un hotel, descansamos y volvemos esta noche.
La suite del Heathman está exactamente igual que como yo la recuerdo. Cuántas veces he pensado en aquella primera noche y la mañana siguiente que pasé con Joseph Jonas… Me quedo de pie en la entrada de la suite, paralizada. Madre mía, todo empezó aquí.
—Un hogar fuera de nuestro hogar —dice Joseph con voz suave dejando su maletín junto a uno de los mullidos sofás—. ¿Quieres darte una ducha? ¿Un baño? ¿Qué necesitas, ______? —Joseph me mira y sé que no sabe qué hacer. Mi niño perdido teniendo que lidiar con cosas que están fuera de su control… Lleva retraído y contemplativo toda la tarde. Se encuentra ante una situación que no puede manipular ni predecir. Esto es la vida real sin paliativos, y ha pasado tanto tiempo manteniéndose al margen de esas cosas que ahora se encuentra expuesto e indefenso. Mi dulce y demasiado protegido Cincuenta Sombras…
—Un baño. Me apetece un baño —murmuro sabiendo que mantenerle ocupado le hará sentir mejor, útil incluso. Oh, Joseph… Estoy entumecida, helada y asustada, pero me alegro tanto de que estés aquí conmigo…
—Un baño. Bien. Sí. —Entra en el dormitorio y desaparece de mi vista al entrar en el enorme baño. Unos momentos después el ruido del agua al salir por los grifos para llenar la bañera resuena en la habitación.
Por fin consigo obligarme a seguirle al interior del dormitorio. Miro alucinada varias bolsas del centro comercial Nordstrom que hay sobre la cama. Joseph sale del baño con las mangas de la camisa remangadas y sin chaqueta ni corbata.
—He enviado a Taylor a por unas cuantas cosas. Ropa de dormir y todo eso —me dice mirándome con cautela.
Claro. Asiento para hacerle sentir mejor. ¿Dónde está Taylor?
—Oh, ______ —susurra Joseph—. Nunca te he visto así. Normalmente eres tan fuerte y tan valiente…
No sé qué decir. Solo puedo mirarle con los ojos muy abiertos. Ahora mismo no tengo nada que ofrecer. Creo que estoy en estado de shock. Me abrazo intentando mantener a raya al frío, aunque sé que es un esfuerzo inútil porque el frío sale de dentro. Joseph me atrae hacia él y me abraza.
—Nena, está vivo. Sus constantes vitales son buenas. Solo tenemos que ser pacientes —me dice en un susurro—. Ven. —Me coge la mano y me lleva al baño. Con mucha delicadeza me quita la chaqueta y la coloca en la silla del baño. Después empieza a desabrocharme los botones de la blusa.
El agua está deliciosamente caliente y huele muy bien; el aroma de la flor de loto llena el aire húmedo y caldeado del baño. Estoy tumbada entre las piernas de Joseph, con la espalda apoyada en su pecho y los pies descansando sobre los suyos. Los dos estamos callados e introspectivos y por fin entro en calor. Joseph me va besando el pelo intermitentemente mientras yo jugueteo con las pompas de jabón. Me rodea los hombros con un brazo.
—No te metiste en la bañera con Leila, ¿verdad? La vez que la bañaste, quiero decir… —le pregunto.
Se queda muy quieto, ríe entre dientes y me da un suave apretón con la mano que descansa sobre mi hombro.
—Mmm… no. —Suena atónito.
—Eso me parecía. Bien.
Me tira un poco del pelo, que tengo recogido en un moño improvisado, haciéndome girar la cabeza para que pueda verme la cara.
—¿Por qué lo preguntas?
Me encojo de hombros.
—Curiosidad insana. No sé… Porque la hemos visto esta semana.
Su expresión se endurece.
—Ya veo. Pues preferiría que fueras menos curiosa. —Su tono es de reproche.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir apoyándola?
—Hasta que pueda valerse por sí misma de nuevo. No lo sé. —Se encoge de hombros—. ¿Por qué?
—¿Hay otras?
—¿Otras?
—Otras ex a las que hayas ayudado.
—Hubo una. Pero ya no.
—¿Oh?
—Estudiaba para ser médico. Ahora ya está graduada y además tiene a alguien en su vida.
—¿Otro dominante?
—Sí.
—Leila me dijo que adquiriste dos de sus cuadros.
—Es cierto, aunque no me gustaban mucho. Estaban técnicamente bien, pero tenían demasiado color para mí. Creo que se los quedó Elliot. Como los dos sabemos bien, Elliot carece de buen gusto.
Suelto una risita y Joseph me rodea con el otro brazo, lo que hace que se derrame agua por un lado de la bañera.
—Eso está mejor —me susurra y me da un beso en la sien.
—Se va a casar con mi mejor amiga.
—Entonces será mejor que cierre la boca —dice.
Me siento más relajada después del baño. Envuelta en el suave albornoz del Heathman me fijo en las bolsas que hay sobre la cama. Vaya, aquí debe de haber algo más que ropa para dormir… Le echo un vistazo a una. Unos vaqueros y una sudadera con capucha azul claro de mi talla. Madre mía… Taylor ha comprado ropa para todo el fin de semana. ¡Y además sabe la que me gusta! Sonrío y recuerdo que no es la primera vez que compra ropa para mí cuando hemos estado en el Heathman.
—Aparte del día que viniste a acosarme a Clayton’s, ¿has ido alguna vez a una tienda a comprarte tus cosas?
—¿Acosarte?
—Sí, acosarme.
—Tú te pusiste nerviosa, si no recuerdo mal. Y ese chico no te dejaba en paz. ¿Cómo se llamaba?
—Paul.
—Uno de tus muchos admiradores.
Pongo los ojos en blanco y él me dedica una sonrisa aliviada y genuina y me da un beso.
—Esa es mi chica —me susurra—. Vístete. No quiero que vuelvas a coger frío.
—Lista —digo. Joseph está trabajando en el Mac en la zona de estudio de la suite. Lleva vaqueros negros y un jersey de ochos gris y yo me he puesto los vaqueros, una camiseta blanca y la sudadera con capucha.
—Pareces muy joven —me dice Joseph cuando levanta la vista de la pantalla con los ojos brillantes—. Y pensar que mañana vas a ser un año más mayor… —Su voz es nostálgica. Le dedico una sonrisa triste.
—No me siento con muchas ganas de celebrarlo. ¿Podemos ir ya a ver a Ray?
—Claro. Me gustaría que hubieras comido algo. Apenas has tocado la comida.
—Joseph, por favor. No tengo hambre. Tal vez después de ver a Ray. Quiero darle las buenas noches.
Cuando llegamos a la UCI nos encontramos con José que se va. Está solo.
—Hola, ______. Hola, Joseph.
—¿Dónde está tu padre?
—Se encontraba demasiado cansado para volver. Ha tenido un accidente de coche esta mañana. —José sonríe preocupado—. Y los analgésicos le han dejado KO. No podía levantarse. He tenido que pelearme con las enfermeras para poder ver a Ray porque no soy pariente.
—¿Y? —le pregunto ansiosa.
—Está bien, ______. Igual… pero todo bien.
El alivio inunda mi sistema. Que no haya noticias significa buenas noticias.
—¿Te veo mañana, cumpleañera?
—Claro. Estaremos aquí.
José le lanza una mirada a Joseph y después me da un abrazo breve.
—Mañana.
—Buenas noches, José.
—Adiós, José —dice Joseph. José se despide con un gesto de la cabeza y se va por el pasillo—. Sigue loco por ti —me dice Joseph en voz baja.
—No, claro que no. Y aunque lo estuviera… —Me encojo de hombros porque ahora mismo no me importa.
Joseph me dedica una sonrisa tensa y se me derrite el corazón.
—Bien hecho —le digo.
Frunce el ceño.
—Por no echar espuma por la boca.
Me mira con la boca abierta, herido pero también divertido.
—Yo no echo espuma por la boca… Vamos a ver a tu padre. Tengo una sorpresa para ti.
—¿Una sorpresa? —Abro mucho los ojos, alarmada.
—Ven. —Joseph me coge la mano y empujamos para abrir las puertas de la UCI.
De pie junto a la cama de Ray está Grace, enfrascada en una conversación con Crowe y otra doctora, una mujer que no había visto antes. Al vernos Grace sonríe.
Oh, gracias a Dios.
—Joseph —le saluda y le da un beso en la mejilla. Después se vuelve hacia mí y me da un abrazo cariñoso—. ______, ¿cómo lo llevas?
—Yo estoy bien. Es mi padre el que me preocupa.
—Está en buenas manos. La doctora Sluder es una experta en su campo. Nos formamos juntas en Yale.
Oh…
—Señora Jonas —me saluda formalmente la doctora Sluder. Tiene el pelo corto y es menuda y delicada, con una sonrisa tímida y un suave acento sureño—. Como médico principal de su padre me alegra decirle que todo va sobre ruedas. Sus constantes vitales son estables y fuertes. Tenemos fe en que pueda conseguir una recuperación total. La inflamación cerebral se ha detenido y muestra signos de disminución. Es algo muy alentador teniendo en cuenta que ha pasado tan poco tiempo.
—Eso son buenas noticias —murmuro.
Ella me sonríe con calidez.
—Lo son, señora Jonas. Le estamos cuidando mucho. Y me alegro de verte de nuevo, Grace.
Grace le sonríe.
—Igualmente, Lorraina.
—Doctor Crowe, dejemos a estas personas para que pasen un tiempo con el señor Steele. —Crowe sigue a la doctora Sluder hacia la salida.
Miro a Ray y, por primera vez desde el accidente, me siento esperanzada. Las palabras de la doctora Sluder y de Grace han avivado esa esperanza.
Grace me coge la mano y me da un suave apretón.
—______, cariño, siéntate con él. Háblale. Todo está bien. Yo me quedaré con Joseph en la sala de espera.
Asiento. Joseph me sonríe para darme seguridad y él y su madre se van, dejándome con mi querido padre dormido plácidamente con el ruido del respirador y del monitor del corazón como nana.
Me pongo la camiseta blanca de Joseph y me meto en la cama.
—Pareces más contenta —me dice Joseph cautelosamente mientras se pone el pijama.
—Sí. Creo que hablar con tu madre y con la doctora Sluder ha cambiado las cosas. ¿Le has pedido tú a Grace que venga?
Joseph se mete en la cama, me atrae hacia sus brazos y me gira para que quede de espaldas a él.
—No. Ella quiso venir a ver cómo estaba tu padre.
—¿Cómo lo ha sabido?
—La he llamado yo esta mañana.
Oh.
—Nena, estás agotada. Deberías dormir.
—Mmm… —murmuro totalmente de acuerdo. Tiene razón. Estoy muerta de cansancio. Ha sido un día lleno de emociones. Giro la cabeza y le miro un segundo. ¿No vamos a hacer el amor? Me siento aliviada. De hecho lleva todo el día tratándome con cierta distancia. Me pregunto si debería sentirme alarmada por esa circunstancia, pero como la diosa que llevo dentro ha abandonado el edificio y se ha llevado mi libido con ella, creo que mejor lo pienso por la mañana. Me vuelvo a girar y me acurruco contra Joseph, entrelazando una pierna con las suyas.
—Prométeme algo —me dice en voz baja.
—¿Mmm? —Estoy demasiado cansada para articular una pregunta.
—Prométeme que vas a comer algo mañana. Puedo tolerar con dificultad que te pongas la chaqueta de otro hombre sin echar espuma por la boca, pero ______… tienes que comer. Por favor.
—Mmm —concedo. Me da un beso en el pelo—. Gracias por estar aquí —murmuro y le beso el pecho adormilada.
—¿Y dónde iba a estar si no? Quiero estar donde tú estés, ______, sea donde sea. Estar aquí me hace pensar en lo lejos que hemos llegado. Y en la primera noche que pasé contigo. Menuda noche… Me quedé mirándote durante horas. Estabas… perfecta —dice sin aliento. Sonrío contra su pecho—. Duerme —murmura, y ahora es una orden. Cierro los ojos y me dejo llevar por el sueño.
—Ha tenido un accidente de coche.
—Bien, voy… Voy para allá ahora mismo. —La adrenalina me corre por todo el cuerpo y me llena de pánico a su paso. Me cuesta respirar.
—Le han trasladado a Portland.
¿A Portland? ¿Por qué demonios le han llevado a Portland?
—Le han llevado en helicóptero, ______. Yo ya estoy de camino. Hospital OHSU. Oh, ______, no he visto el coche. Es que no lo vi… —Se le quiebra la voz.
El señor Rodríguez… ¡no!
—Te veré allí —dice el señor Rodríguez con voz ahogada y cuelga.
Un pánico oscuro me atenaza la garganta y me abruma. Ray… No. No. Inspiro hondo para calmarme, cojo el teléfono y llamo a Roach. Responde al segundo tono.
—¿Sí, ______?
—Jerry, tengo un problema con mi padre.
—¿Qué ha ocurrido, ______?
Se lo explico apresuradamente, sin apenas detenerme para respirar.
—Vete. Debes irte. Espero que tu padre se ponga bien.
—Gracias. Te mantendré informado. —Cuelgo de golpe sin darme cuenta, pero ahora mismo eso es lo que menos me importa—. ¡Hannah! —grito, consciente de la ansiedad que hay en mi voz. Un segundo después ella asoma la cabeza por la puerta mientras voy metiendo las cosas en mi bolso y guardando papeles en mi maletín.
—¿Sí, ______? —pregunta frunciendo el ceño.
—Mi padre ha sufrido un accidente. Tengo que irme.
—Oh, Dios mío…
—Cancela todas mis citas para hoy. Y para el lunes. Tendrás que acabar tú de preparar la presentación del libro electrónico. Las notas están en el archivo compartido. Dile a Courtney que te ayude si te hace falta.
—Muy bien —susurra Hannah—. Espero que tu padre esté bien. No te preocupes por los asuntos de la oficina. Nos las arreglaremos.
—Llevo la BlackBerry, por si acaso.
La preocupación que veo en su cara pálida me emociona.
Papá…
Cojo la chaqueta, el bolso y el maletín.
—Te llamaré si necesito algo.
—Claro. Buena suerte, ______. Espero que esté bien.
Le dedico una breve sonrisa tensa, esforzándome por mantener la compostura y salgo de la oficina. Hago todo lo que puedo por no ir corriendo hasta la recepción. Sawyer se levanta de un salto al verme llegar.
—¿Señora Jonas? —pregunta, confundido por mi repentina aparición.
—Nos vamos a Portland. Ahora.
—Sí, señora —dice frunciendo el ceño, pero abre la puerta.
Nos estamos moviendo, eso es bueno.
—Señora Jonas —me dice Sawyer mientras nos apresuramos hacia del aparcamiento—, ¿puedo preguntarle por qué estamos haciendo este viaje imprevisto?
—Es por mi padre. Ha tenido un accidente.
—Entiendo. ¿Y lo sabe el señor Jonas?
—Le llamaré desde el coche.
Sawyer asiente y me abre la puerta de atrás del Audi todoterreno para que suba. Con los dedos temblorosos cojo la BlackBerry y marco el número de Joseph.
—¿Sí, señora Jonas? —La voz de Andrea es eficiente y profesional.
—¿Está Joseph? —le pregunto.
—Mmm… Está en alguna parte del edificio, señora. Ha dejado la BlackBerry aquí cargando a mi cuidado.
Gruño para mis adentros por la frustración.
—¿Puedes decirle que le he llamado y que necesito hablar con él? Es urgente.
—Puedo tratar de localizarle. Tiene la costumbre de desaparecer por aquí a veces.
—Solo procura que me llame, por favor —le suplico intentando contener las lágrimas.
—Claro, señora Jonas. —Duda un momento—. ¿Va todo bien?
—No —susurro porque no me fío de mi voz—. Por favor, que me llame.
—Sí, señora.
Cuelgo. Ya no puedo reprimir más mi angustia. Aprieto las rodillas contra el pecho y me hago un ovillo en el asiento de atrás. Las lágrimas aparecen inoportunamente y corren por mis mejillas.
—¿Adónde en Portland exactamente, señora Jonas? —me pregunta Sawyer.
—Al OHSU —digo con voz ahogada—. Al hospital grande.
Sawyer sale a la calle y se dirige a la interestatal 5. Yo me quedo sentada en el asiento de atrás repitiendo en mi mente una única plegaria: por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
Suena mi teléfono. «Your Love Is King» me sobresalta e interrumpe mi mantra.
—Joseph —respondo con voz ahogada.
—Dios, ______. ¿Qué ocurre?
—Es Ray… Ha tenido un accidente.
—¡Mierda!
—Sí, lo sé. Voy de camino a Portland.
—¿Portland? Por favor dime que Sawyer está contigo.
—Sí, va conduciendo.
—¿Dónde está Ray?
—En el OHSU.
Oigo una voz amortiguada por detrás.
—Sí, Ros. ¡Lo sé! —grita Joseph enfadado—. Perdona, nena… Estaré allí dentro de unas tres horas. Tengo aquí algo entre manos que necesito terminar. Iré en el helicóptero.
Oh, mierda. Charlie Tango vuelve a estar en funcionamiento y la última vez que Joseph lo cogió…
—Tengo una reunión con unos chicos de Taiwan. No puedo dejar de asistir. Es un trato que llevamos meses preparando.
¿Y por qué yo no sabía nada de eso?
—Iré en cuanto pueda.
—De acuerdo —le susurro. Y quiero decir que no pasa nada, que se quede en Seattle y se ocupe de sus negocios, pero la verdad es que quiero que esté conmigo.
—Lo siento, nena —me susurra.
—Estaré bien, Joseph. Tómate todo el tiempo que necesites. No tengas prisa. No quiero tener que preocuparme por ti también. Ten cuidado en el vuelo.
—Lo tendré.
—Te amo.
—Yo también te amo, nena. Estaré ahí en cuanto pueda. Mantente cerca de Luke.
—Sí, no te preocupes.
—Luego te veo.
—Adiós.
Tras colgar vuelvo a abrazarme las rodillas. No sé nada de los negocios de Joseph. ¿Qué demonios estará haciendo con unos taiwaneses? Miro por la ventanilla cuando pasamos junto al aeropuerto internacional King County/Boeing Field. Joseph debe tener cuidado cuando vuele. Se me vuelve a hacer un nudo el estómago y siento náuseas. Ray y Joseph. No creo que mi corazón pudiera soportar eso. Me acomodo en el asiento y empiezo de nuevo con mi mantra: por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
—Señora Jonas —la voz de Sawyer me sobresalta—, ya hemos llegado al hospital. Estoy buscando la zona de urgencias.
—Yo sé dónde está. —Mi mente vuelve a mi última visita al hospital OHSU, cuando, en mi segundo día de trabajo en Clayton’s, me caí de una escalera y me torcí el tobillo. Recuerdo a Paul Clayton cerniéndose sobre mí y me estremezco ante ese imagen.
Sawyer se detiene en el espacio reservado al estacionamiento y salta del coche para abrirme la puerta.
—Voy a aparcar, señora, y luego vendré a buscarla. Deje aquí su maletín, yo se lo llevaré.
—Gracias, Luke.
Asiente y yo camino decidida hacia la recepción de urgencias, que está llena de gente. La recepcionista me dedica una sonrisa educada y en unos minutos localiza a Ray y me manda a la zona de quirófanos de la tercera planta.
¿Quirófanos? ¡Joder!
—Gracias —murmuro intentando centrar mi atención en sus indicaciones para encontrar los ascensores. Mi estómago se retuerce otra vez y casi echo a correr hacia ellos.
Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
El ascensor es agónicamente lento porque para en todas las plantas. ¡Vamos, vamos! Deseo que vaya más rápido y miro con el ceño fruncido a la gente que entra y sale y que está evitando que llegue al lado de mi padre.
Por fin las puertas se abren en el tercer piso y salgo disparada para encontrarme otro mostrador de recepción, este lleno de enfermeras con uniformes azul marino.
—¿Puedo ayudarla? —me pregunta una enfermera con mirada miope.
—Estoy buscando a mi padre, Raymond Steele. Acaban de ingresarle. Creo que está en el quirófano 4. —Incluso mientras digo las palabras desearía que no fueran ciertas.
—Deje que lo compruebe, señorita Steele.
Asiento sin molestarme en corregirla mientras ella comprueba con eficiencia en la pantalla del ordenador.
—Sí. Lleva un par de horas en el quirófano. Si quiere esperar, les diré que está usted aquí. La sala de espera está ahí. —Señala una gran puerta blanca identificada claramente con un letrero de gruesas letras azules que pone: SALA DE ESPERA.
—¿Está bien? —le pregunto intentando controlar mi voz.
—Tendrá que esperar a que uno de los médicos que le atiende salga a decirle algo, señora.
—Gracias —digo en voz baja, pero en mi interior estoy gritando: «¡Quiero saberlo ahora!».
Abro la puerta y aparece una sala de espera funcional y austera en la que están sentados el señor Rodríguez y José.
—¡______! —exclama el señor Rodríguez. Tiene el brazo escayolado y una mejilla con un cardenal en un lado. Está en una silla de ruedas y veo que también tiene una escayola en la pierna. Le abrazo con cuidado.
—Oh, señor Rodríguez… —sollozo.
—______, cariño… —dice dándome palmaditas en la espalda con la mano sana—. Lo siento mucho —farfulla y se le quiebra la voz ya de por sí ronca.
Oh, no…
—No, papá —le dice José en voz baja, regañándole mientras se acerca a mí. Cuando me giro, él me atrae hacia él y me abraza.
—José… —digo. Ya estoy perdida: empiezan a caerme lágrimas por la cara cuando toda la tensión y la preocupación de las últimas tres horas salen a la superficie.
—Vamos, ______, no llores. —José me acaricia el pelo suavemente. Yo le rodeo el cuello con los brazos y sollozo. Nos quedamos así durante un buen rato. Estoy tan agradecida de que mi amigo esté aquí… Nos separamos cuando Sawyer llega para unirse a nosotros en la sala de espera. El señor Rodríguez me pasa un pañuelo de papel de una caja muy convenientemente colocada allí cerca y yo me seco las lágrimas.
—Este es el señor Sawyer, miembro del equipo de seguridad —le presento.
Sawyer saluda con la cabeza a José y al señor Rodríguez y después se retira para tomar asiento en un rincón.
—Siéntate, ______. —José me señala una de los sillones tapizados en vinilo.
—¿Qué ha pasado? ¿Saben cómo está? ¿Qué le están haciendo?
José levanta las manos para detener mi avalancha de preguntas y se sienta a mi lado.
—No sabemos nada. Ray, papá y yo íbamos a pescar a Astoria. Nos arrolló un jodido imbécil borracho…
El señor Rodríguez intenta interrumpir para volver a disculparse.
—¡Cálmate, papá! —le dice José—. Yo no tengo nada, solo un par de costillas magulladas y un golpe en la cabeza. Papá… bueno, se ha roto la muñeca y el tobillo. Pero el coche impactó contra el lado del acompañante, donde estaba Ray.
Oh, no. No… El pánico me inunda el sistema límbico. No, no, no… Me estremezco al pensar lo que estará pasando en el quirófano.
—Lo están operando. A nosotros nos llevaron al hospital comunitario de Astoria, pero a Ray lo trajeron en helicóptero hasta aquí. No sabemos lo que le están haciendo. Estamos esperando que nos digan algo.
Empiezo a temblar.
—______, ¿tienes frío?
Asiento. Llevo una camisa blanca sin mangas y una chaqueta negra de verano, y ninguna de las dos prendas abriga demasiado. Con mucho cuidado, José se quita la chaqueta de cuero y me envuelve los hombros con ella.
—¿Quiere que le traiga un té, señora? —Sawyer aparece a mi lado. Asiento agradecida y él sale de la habitación.
—¿Por qué ibais a pescar a Astoria? —les pregunto.
José se encoge de hombros.
—Se supone que allí hay buena pesca. Íbamos a pasar un fin de semana de tíos. Quería disfrutar un poco de tiempo con mi viejo padre antes de volver a la academia para cursar el último año. —Los ojos de José están muy abiertos y llenos de miedo y arrepentimiento.
—Tú también podrías haber salido herido. Y el señor Rodríguez… podría haber sido peor. —Trago saliva ante esa idea. Mi temperatura corporal baja todavía más y vuelvo a estremecerme. José me coge la mano.
—Dios, ______, estás helada.
El señor Rodríguez se inclina hacia delante y con su mano sana me coge la otra.
—______, lo siento mucho.
—Señor Rodríguez, por favor… Ha sido un accidente —Mi voz se convierte en un susurro.
—Llámame José —me dice. Le miro con una sonrisa débil, porque es todo lo que puedo conseguir. Vuelvo a estremecerme.
—La policía se ha llevado a ese imbécil a la cárcel. Las siete de la mañana y el tipo ya estaba totalmente borracho —dice José entre dientes con repugnancia.
Sawyer vuelve a entrar con una taza de papel con agua caliente y una bolsita de té. ¡Sabe cómo tomo el té! Me sorprendo y me alegra la distracción. El señor Rodríguez y José me sueltan las manos y yo cojo la taza agradecida de manos de Sawyer.
—¿Alguno de ustedes quiere algo? —les pregunta Sawyer al señor Rodríguez y a José. Ambos niegan con la cabeza y Sawyer vuelve a sentarse en el rincón. Sumerjo la bolsita de té en el agua y después la saco, todavía temblorosa, para tirarla en una pequeña papelera.
—¿Por qué tardan tanto? —digo para nadie en particular y doy un sorbo.
Papá… Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
—Sabremos algo pronto, ______ —me dice José para tranquilizarme.
Asiento y doy otro sorbo. Vuelvo a sentarme a su lado. Esperamos… y esperamos. El señor Rodríguez tiene los ojos cerrados porque está rezando, creo, y José me coge de la mano y le da un apretón de vez en cuando. Voy bebiendo mi té poco a poco. No es Twinings, sino una marca barata y mala, y está asqueroso.
Recuerdo la última vez que me senté a esperar noticias. La última vez que pensé que todo estaba perdido, cuando Charlie Tango desapareció. Cierro los ojos y rezo una oración internamente para que mi marido tenga un viaje seguro. Miro el reloj: las 2:15 de la tarde. Debería llegar pronto. El té está frío, ¡puaj!
Me levanto y paseo un poco. Después me siento otra vez. ¿Por qué no han venido los médicos a verme? Le cojo la mano a José y él vuelve a apretármela tranquilizador. Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…
El tiempo pasa muy despacio.
De repente se abre la puerta y todos miramos expectantes. A mí se me hace un nudo en el estómago otra vez. ¿Ya está?
Joseph entra en la sala. Su cara se oscurece momentáneamente cuando ve que José me está cogiendo la mano.
—¡Joseph! —exclamo y me levanto de un salto a la vez que le doy gracias a Dios por que haya llegado sano y salvo. Le rodeo con los brazos, entierro la nariz en su pelo e inhalo su olor, su calidez, su amor. Una pequeña parte de mí se siente más tranquila, más fuerte, más capaz de resistir porque él está aquí. Oh, su presencia me ayuda a recuperar la paz mental.
—¿Alguna noticia?
Niego con la cabeza. No puedo hablar.
—José —le saluda con la cabeza.
—Joseph, este es mi padre, José.
—Señor Rodríguez… Nos conocimos en la boda. Por lo que veo usted también estaba ahí cuando ocurrió el accidente.
José vuelve a resumir la historia.
—¿Y se encuentran lo bastante bien para estar aquí? —pregunta Joseph.
—No queremos estar en ninguna otra parte —dice el señor Rodríguez con la voz baja y llena de dolor. Joseph asiente. Me coge la mano, me obliga a sentarme y se sienta a mi lado.
—¿Has comido? —me pregunta.
Niego con la cabeza.
—¿Tienes hambre?
Niego otra vez.
—Pero tienes frío —dice al verme con la chaqueta de José.
Asiento. Se revuelve en la silla pero no dice nada.
La puerta se abre de nuevo y un médico joven con un uniforme azul claro entra en la sala. Parece cansado. Me pongo de pie. Toda la sangre ha abandonado mi cara.
—¿Ray Steele? —susurro. Joseph se pone de pie a mi lado y me rodea la cintura con el brazo.
—¿Son parientes? —pregunta el médico. Sus ojos azules son casi del mismo color que su uniforme y en otras circunstancias incluso me parecería atractivo.
—Soy su hija, ______.
—Señorita Steele…
—Señora Jonas —le corrige Joseph.
—Disculpe —balbucea el doctor, y durante un segundo tengo ganas de darle una patada a Joseph—. Soy el doctor Crowe. Su padre está estable, pero en estado crítico.
¿Qué significa eso? Me fallan las rodillas y el brazo de Joseph, que me está sujetando, es lo único que evita que me caiga redonda al suelo.
—Ha sufrido lesiones internas graves —me dice el doctor Crowe—, sobre todo en el diafragma, pero hemos podido repararlas y también hemos logrado salvarle el bazo. Por desgracia, sufrió una parada cardiaca durante la operación por la pérdida de sangre. Hemos conseguido que su corazón vuelva a funcionar, pero todavía hay que controlarlo. Sin embargo, lo que más nos preocupa es que ha sufrido graves contusiones en la cabeza, y la resonancia muestra que hay inflamación en el cerebro. Le hemos inducido un coma para que permanezca inmóvil y tranquilo mientras mantenemos en observación esa inflamación cerebral.
¿Daño cerebral? No…
—Es el procedimiento estándar en estos casos. Por ahora solo podemos esperar y ver la evolución.
—¿Y cuál es el pronóstico? —pregunta Joseph fríamente.
—Señor Jonas, por ahora es difícil establecer un pronóstico. Es posible que se recupere completamente, pero eso ahora mismo solo está en manos de Dios.
—¿Cuánto tiempo van a mantener el coma?
—Depende de la respuesta cerebral. Lo normal es que esté así entre setenta y dos y noventa y seis horas.
¡Oh, tanto…!
—¿Puedo verle? —pregunto en un susurro.
—Sí, podrá verle dentro de una media hora. Le han llevado a la UCI de la sexta planta.
—Gracias, doctor.
El doctor Crowe asiente, se gira y se va.
—Bueno, al menos está vivo —le digo a Joseph, y las lágrimas empiezan a rodar de nuevo por mis mejillas.
—Siéntate —me dice Joseph.
—Papá, creo que deberíamos irnos. Necesitas descansar y no va a haber noticias hasta dentro de unas horas —le dice José al señor Rodríguez, que mira a su hijo con ojos vacíos—. Podemos volver esta noche, cuando hayas descansado. Si no te importa, ______, claro —dice José volviéndose hacia mí con tono de súplica.
—Claro que no.
—¿Se están quedando en Portland? —pregunta Joseph.
José asiente.
—¿Necesitan que alguien los lleve a casa?
José frunce el ceño.
—Iba a pedir un taxi.
—Luke puede llevarlos.
Sawyer se levanta y José parece confuso.
—Luke Sawyer —explico.
—Oh, claro. Sí, eso es muy amable por tu parte. Gracias, Joseph.
Me pongo de pie y les doy un abrazo al señor Rodríguez y a José en rápida sucesión.
—Sé fuerte, ______ —me susurra José al oído—. Es un hombre sano y en buena forma. Las probabilidades están a su favor.
—Eso espero. —Le abrazo con fuerza, después le suelto y me quito su chaqueta para devolvérsela.
—Quédatela si tienes frío.
—No, ya estoy bien. Gracias. —Miro nerviosamente a Joseph de reojo y veo que nos observa con cara impasible, pero me coge la mano.
—Si hay algún cambio, se los lo diré inmediatamente —le digo a José mientras empuja la silla de su padre hacia la puerta que Sawyer mantiene abierta.
El señor Rodríguez levanta la mano para despedirse y los dos se paran en el umbral.
—Lo tendré presente en mis oraciones, ______ —dice el señor Rodríguez con voz temblorosa—. Me ha alegrado mucho recuperar la conexión con él después de todos estos años y ahora se ha convertido en un buen amigo.
—Lo sé.
Y tras decir eso se van. Joseph y yo nos quedamos solos. Me acaricia la mejilla.
—Estás pálida. Ven aquí.
Se sienta en una silla y me atrae hacia su regazo, donde me rodea con los brazos. Yo le dejo hacer. Me acurruco contra su cuerpo sintiendo una opresión por la mala suerte de mi padre, pero agradecida de que mi marido esté aquí para consolarme. Me acaricia el pelo y me coge la mano.
—¿Qué tal Charlie Tango? —le pregunto.
Sonríe.
—Oh, muy brioso —dice con cierto orgullo en su voz.
Eso me hace sonreír de verdad por primera vez en varias horas y le miro perpleja.
—¿Brioso?
—Es de un diálogo de Historias de Filadelfia. Es la película favorita de Grace.
—No me suena.
—Creo que la tengo en casa en Blu-Ray. Un día podemos verla y meternos mano en el sofá. —Me da un beso en el pelo y yo sonrío de nuevo—. ¿Puedo convencerte de que comas algo? —me pregunta.
Mi sonrisa desaparece.
—Ahora no. Quiero ver a Ray primero.
Él deja caer los hombros, pero no me presiona.
—¿Qué tal con los taiwaneses?
—Productivo —dice.
—¿Productivo en qué sentido?
—Me han dejado comprar su astillero por un precio menor del que yo estaba dispuesto a pagar.
¿Acaba de comprar un astillero?
—¿Y eso es bueno?
—Sí, es bueno.
—Pero creía que ya tenías un astillero aquí.
—Así es. Vamos a usar este para hacer el equipamiento exterior, pero construiremos los cascos en Extremo Oriente. Es más barato.
Oh.
—¿Y los empleados del astillero de aquí?
—Los vamos a reubicar. Tenemos que limitar las duplicidades al mínimo. —Me da un beso en el pelo—. ¿Vamos a ver a Ray? —me pregunta con voz suave.
La UCI de la sexta planta es una sala sencilla, estéril y funcional, con voces en susurros y máquinas que pitan. Hay cuatro pacientes, cada uno encerrado en una zona de alta tecnología independiente. Ray está en un extremo.
Papá…
Se le ve tan pequeño en esa cama tan grande, rodeado de todas esas máquinas… Me quedo impresionada. Mi padre nunca ha estado tan consumido. Tiene un tubo en la boca y varias vías pasan por goteros hasta las agujas, una en cada brazo. Le han puesto una pinza en el dedo y me pregunto vagamente para qué servirá. Una de sus piernas descansa encima de las sábanas; lleva una escayola azul. Un monitor muestra el ritmo cardiaco: bip, bip, bip. El latido es fuerte y constante. Al menos eso lo sé. Me acerco lentamente a él. Tiene el pecho cubierto por un gran vendaje inmaculado que desaparece bajo la fina sábana que le cubre de la cintura para abajo.
Me doy cuenta de que el tubo que le sale de la boca va a un respirador. El sonido que emite se entremezcla con el pitido del monitor del corazón, creando una percusión rítmica. Extraer, bombear, extraer, bombear, extraer, bombear… siguiendo el compás de los pitidos. Las cuatro líneas de la pantalla del monitor del corazón se van moviendo de forma continua, lo que demuestra claramente que Ray sigue con nosotros.
Oh, papá…
Aunque tiene la boca torcida por el respirador, parece en paz ahí tumbado y casi dormido.
Una enfermera menuda está de pie en un lado de la sala, comprobando los monitores.
—¿Puedo tocarle? —le pregunto acercando la mano.
—Sí. —Me sonríe amablemente. En su placa de identificación pone KELLIE RN y debe de tener unos veintipocos. Es rubia con los ojos muy, muy oscuros.
Joseph se queda a los pies de la cama, observando mientras cojo la mano de Ray. Está sorprendentemente caliente y eso es demasiado para mí. Me dejo caer en la silla que hay junto a la cama, coloco la cabeza sobre el brazo de Ray y empiezo a llorar.
—Oh, papá. Recupérate, por favor —le susurro—. Por favor.
Joseph me pone la mano en el hombro y me da un suave apretón.
—Las constantes vitales del señor Steele están bien —me dice en voz baja la enfermera Kellie.
—Gracias —le dice Joseph. Levanto la vista justo en el momento en que ella se queda con la boca abierta. Acaba de ver bien por primera vez a mi marido. No me importa. Puede mirar a Joseph con la boca abierta todo el tiempo que quiera si hace que mi padre vuelva a ponerse bien.
—¿Puede oírme? —le pregunto.
—Está en un estado de sueño profundo, pero ¿quién sabe?
—¿Puedo quedarme aquí sentada un rato?
—Claro. —Me sonríe con las mejillas sonrosadas por culpa de un rubor revelador. Incomprensiblemente me encuentro pensando que el rubio no es su color natural de pelo.
Joseph me mira ignorándola.
—Tengo que hacer una llamada. Estaré fuera. Te dejo unos minutos a solas con tu padre.
Asiento. Me da un beso en el pelo y sale de la habitación. Yo sigo cogiendo la mano de Ray, sorprendida de la ironía de que ahora, cuando está inconsciente, es cuando más ganas tengo de decirle cuánto le quiero. Ese hombre ha sido la única constante en mi vida. Mi roca. Y no me había dado cuenta de ello hasta ahora. No es carne de mi carne, pero es mi padre y le quiero mucho. Las lágrimas vuelven a rodar por mis mejillas. Por favor, por favor, ponte bien.
En voz muy baja, como para no molestar a nadie, le cuento cómo fue nuestro fin de semana en Aspen y el fin de semana pasado volando y navegando a bordo del Grace. Le cuento cosas sobre la nueva casa, los planos, nuestra esperanza de poder hacerla ecológicamente sostenible. Prometo llevarle a Aspen para que pueda ir a pescar con Joseph y le digo que el señor Rodríguez y José también serán bienvenidos allí. Por favor, sigue en este mundo para poder hacer eso, papá, por favor.
Ray permanece inmóvil; su única respuesta es el ruido del respirador bombeando y el monótono pero tranquilizador pi, pi, pi de la máquina que vigila su corazón.
Cuando levanto la vista encuentro a Joseph sentado a los pies de la cama. No sé cuánto tiempo lleva ahí.
—Hola —me dice. Sus ojos brillan de compasión y preocupación.
—Hola.
—¿Así que voy a ir de pesca con tu padre, el señor Rodríguez y José? —me pregunta.
Asiento.
—De acuerdo. Vamos a comer algo y le dejamos dormir.
Frunzo el ceño. No quiero dejarle.
—______, está en coma. Les he dado los números de nuestros móviles a las enfermeras. Si hay algún cambio, nos llamarán. Vamos a comer, después nos registramos en un hotel, descansamos y volvemos esta noche.
La suite del Heathman está exactamente igual que como yo la recuerdo. Cuántas veces he pensado en aquella primera noche y la mañana siguiente que pasé con Joseph Jonas… Me quedo de pie en la entrada de la suite, paralizada. Madre mía, todo empezó aquí.
—Un hogar fuera de nuestro hogar —dice Joseph con voz suave dejando su maletín junto a uno de los mullidos sofás—. ¿Quieres darte una ducha? ¿Un baño? ¿Qué necesitas, ______? —Joseph me mira y sé que no sabe qué hacer. Mi niño perdido teniendo que lidiar con cosas que están fuera de su control… Lleva retraído y contemplativo toda la tarde. Se encuentra ante una situación que no puede manipular ni predecir. Esto es la vida real sin paliativos, y ha pasado tanto tiempo manteniéndose al margen de esas cosas que ahora se encuentra expuesto e indefenso. Mi dulce y demasiado protegido Cincuenta Sombras…
—Un baño. Me apetece un baño —murmuro sabiendo que mantenerle ocupado le hará sentir mejor, útil incluso. Oh, Joseph… Estoy entumecida, helada y asustada, pero me alegro tanto de que estés aquí conmigo…
—Un baño. Bien. Sí. —Entra en el dormitorio y desaparece de mi vista al entrar en el enorme baño. Unos momentos después el ruido del agua al salir por los grifos para llenar la bañera resuena en la habitación.
Por fin consigo obligarme a seguirle al interior del dormitorio. Miro alucinada varias bolsas del centro comercial Nordstrom que hay sobre la cama. Joseph sale del baño con las mangas de la camisa remangadas y sin chaqueta ni corbata.
—He enviado a Taylor a por unas cuantas cosas. Ropa de dormir y todo eso —me dice mirándome con cautela.
Claro. Asiento para hacerle sentir mejor. ¿Dónde está Taylor?
—Oh, ______ —susurra Joseph—. Nunca te he visto así. Normalmente eres tan fuerte y tan valiente…
No sé qué decir. Solo puedo mirarle con los ojos muy abiertos. Ahora mismo no tengo nada que ofrecer. Creo que estoy en estado de shock. Me abrazo intentando mantener a raya al frío, aunque sé que es un esfuerzo inútil porque el frío sale de dentro. Joseph me atrae hacia él y me abraza.
—Nena, está vivo. Sus constantes vitales son buenas. Solo tenemos que ser pacientes —me dice en un susurro—. Ven. —Me coge la mano y me lleva al baño. Con mucha delicadeza me quita la chaqueta y la coloca en la silla del baño. Después empieza a desabrocharme los botones de la blusa.
El agua está deliciosamente caliente y huele muy bien; el aroma de la flor de loto llena el aire húmedo y caldeado del baño. Estoy tumbada entre las piernas de Joseph, con la espalda apoyada en su pecho y los pies descansando sobre los suyos. Los dos estamos callados e introspectivos y por fin entro en calor. Joseph me va besando el pelo intermitentemente mientras yo jugueteo con las pompas de jabón. Me rodea los hombros con un brazo.
—No te metiste en la bañera con Leila, ¿verdad? La vez que la bañaste, quiero decir… —le pregunto.
Se queda muy quieto, ríe entre dientes y me da un suave apretón con la mano que descansa sobre mi hombro.
—Mmm… no. —Suena atónito.
—Eso me parecía. Bien.
Me tira un poco del pelo, que tengo recogido en un moño improvisado, haciéndome girar la cabeza para que pueda verme la cara.
—¿Por qué lo preguntas?
Me encojo de hombros.
—Curiosidad insana. No sé… Porque la hemos visto esta semana.
Su expresión se endurece.
—Ya veo. Pues preferiría que fueras menos curiosa. —Su tono es de reproche.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir apoyándola?
—Hasta que pueda valerse por sí misma de nuevo. No lo sé. —Se encoge de hombros—. ¿Por qué?
—¿Hay otras?
—¿Otras?
—Otras ex a las que hayas ayudado.
—Hubo una. Pero ya no.
—¿Oh?
—Estudiaba para ser médico. Ahora ya está graduada y además tiene a alguien en su vida.
—¿Otro dominante?
—Sí.
—Leila me dijo que adquiriste dos de sus cuadros.
—Es cierto, aunque no me gustaban mucho. Estaban técnicamente bien, pero tenían demasiado color para mí. Creo que se los quedó Elliot. Como los dos sabemos bien, Elliot carece de buen gusto.
Suelto una risita y Joseph me rodea con el otro brazo, lo que hace que se derrame agua por un lado de la bañera.
—Eso está mejor —me susurra y me da un beso en la sien.
—Se va a casar con mi mejor amiga.
—Entonces será mejor que cierre la boca —dice.
Me siento más relajada después del baño. Envuelta en el suave albornoz del Heathman me fijo en las bolsas que hay sobre la cama. Vaya, aquí debe de haber algo más que ropa para dormir… Le echo un vistazo a una. Unos vaqueros y una sudadera con capucha azul claro de mi talla. Madre mía… Taylor ha comprado ropa para todo el fin de semana. ¡Y además sabe la que me gusta! Sonrío y recuerdo que no es la primera vez que compra ropa para mí cuando hemos estado en el Heathman.
—Aparte del día que viniste a acosarme a Clayton’s, ¿has ido alguna vez a una tienda a comprarte tus cosas?
—¿Acosarte?
—Sí, acosarme.
—Tú te pusiste nerviosa, si no recuerdo mal. Y ese chico no te dejaba en paz. ¿Cómo se llamaba?
—Paul.
—Uno de tus muchos admiradores.
Pongo los ojos en blanco y él me dedica una sonrisa aliviada y genuina y me da un beso.
—Esa es mi chica —me susurra—. Vístete. No quiero que vuelvas a coger frío.
—Lista —digo. Joseph está trabajando en el Mac en la zona de estudio de la suite. Lleva vaqueros negros y un jersey de ochos gris y yo me he puesto los vaqueros, una camiseta blanca y la sudadera con capucha.
—Pareces muy joven —me dice Joseph cuando levanta la vista de la pantalla con los ojos brillantes—. Y pensar que mañana vas a ser un año más mayor… —Su voz es nostálgica. Le dedico una sonrisa triste.
—No me siento con muchas ganas de celebrarlo. ¿Podemos ir ya a ver a Ray?
—Claro. Me gustaría que hubieras comido algo. Apenas has tocado la comida.
—Joseph, por favor. No tengo hambre. Tal vez después de ver a Ray. Quiero darle las buenas noches.
Cuando llegamos a la UCI nos encontramos con José que se va. Está solo.
—Hola, ______. Hola, Joseph.
—¿Dónde está tu padre?
—Se encontraba demasiado cansado para volver. Ha tenido un accidente de coche esta mañana. —José sonríe preocupado—. Y los analgésicos le han dejado KO. No podía levantarse. He tenido que pelearme con las enfermeras para poder ver a Ray porque no soy pariente.
—¿Y? —le pregunto ansiosa.
—Está bien, ______. Igual… pero todo bien.
El alivio inunda mi sistema. Que no haya noticias significa buenas noticias.
—¿Te veo mañana, cumpleañera?
—Claro. Estaremos aquí.
José le lanza una mirada a Joseph y después me da un abrazo breve.
—Mañana.
—Buenas noches, José.
—Adiós, José —dice Joseph. José se despide con un gesto de la cabeza y se va por el pasillo—. Sigue loco por ti —me dice Joseph en voz baja.
—No, claro que no. Y aunque lo estuviera… —Me encojo de hombros porque ahora mismo no me importa.
Joseph me dedica una sonrisa tensa y se me derrite el corazón.
—Bien hecho —le digo.
Frunce el ceño.
—Por no echar espuma por la boca.
Me mira con la boca abierta, herido pero también divertido.
—Yo no echo espuma por la boca… Vamos a ver a tu padre. Tengo una sorpresa para ti.
—¿Una sorpresa? —Abro mucho los ojos, alarmada.
—Ven. —Joseph me coge la mano y empujamos para abrir las puertas de la UCI.
De pie junto a la cama de Ray está Grace, enfrascada en una conversación con Crowe y otra doctora, una mujer que no había visto antes. Al vernos Grace sonríe.
Oh, gracias a Dios.
—Joseph —le saluda y le da un beso en la mejilla. Después se vuelve hacia mí y me da un abrazo cariñoso—. ______, ¿cómo lo llevas?
—Yo estoy bien. Es mi padre el que me preocupa.
—Está en buenas manos. La doctora Sluder es una experta en su campo. Nos formamos juntas en Yale.
Oh…
—Señora Jonas —me saluda formalmente la doctora Sluder. Tiene el pelo corto y es menuda y delicada, con una sonrisa tímida y un suave acento sureño—. Como médico principal de su padre me alegra decirle que todo va sobre ruedas. Sus constantes vitales son estables y fuertes. Tenemos fe en que pueda conseguir una recuperación total. La inflamación cerebral se ha detenido y muestra signos de disminución. Es algo muy alentador teniendo en cuenta que ha pasado tan poco tiempo.
—Eso son buenas noticias —murmuro.
Ella me sonríe con calidez.
—Lo son, señora Jonas. Le estamos cuidando mucho. Y me alegro de verte de nuevo, Grace.
Grace le sonríe.
—Igualmente, Lorraina.
—Doctor Crowe, dejemos a estas personas para que pasen un tiempo con el señor Steele. —Crowe sigue a la doctora Sluder hacia la salida.
Miro a Ray y, por primera vez desde el accidente, me siento esperanzada. Las palabras de la doctora Sluder y de Grace han avivado esa esperanza.
Grace me coge la mano y me da un suave apretón.
—______, cariño, siéntate con él. Háblale. Todo está bien. Yo me quedaré con Joseph en la sala de espera.
Asiento. Joseph me sonríe para darme seguridad y él y su madre se van, dejándome con mi querido padre dormido plácidamente con el ruido del respirador y del monitor del corazón como nana.
Me pongo la camiseta blanca de Joseph y me meto en la cama.
—Pareces más contenta —me dice Joseph cautelosamente mientras se pone el pijama.
—Sí. Creo que hablar con tu madre y con la doctora Sluder ha cambiado las cosas. ¿Le has pedido tú a Grace que venga?
Joseph se mete en la cama, me atrae hacia sus brazos y me gira para que quede de espaldas a él.
—No. Ella quiso venir a ver cómo estaba tu padre.
—¿Cómo lo ha sabido?
—La he llamado yo esta mañana.
Oh.
—Nena, estás agotada. Deberías dormir.
—Mmm… —murmuro totalmente de acuerdo. Tiene razón. Estoy muerta de cansancio. Ha sido un día lleno de emociones. Giro la cabeza y le miro un segundo. ¿No vamos a hacer el amor? Me siento aliviada. De hecho lleva todo el día tratándome con cierta distancia. Me pregunto si debería sentirme alarmada por esa circunstancia, pero como la diosa que llevo dentro ha abandonado el edificio y se ha llevado mi libido con ella, creo que mejor lo pienso por la mañana. Me vuelvo a girar y me acurruco contra Joseph, entrelazando una pierna con las suyas.
—Prométeme algo —me dice en voz baja.
—¿Mmm? —Estoy demasiado cansada para articular una pregunta.
—Prométeme que vas a comer algo mañana. Puedo tolerar con dificultad que te pongas la chaqueta de otro hombre sin echar espuma por la boca, pero ______… tienes que comer. Por favor.
—Mmm —concedo. Me da un beso en el pelo—. Gracias por estar aquí —murmuro y le beso el pecho adormilada.
—¿Y dónde iba a estar si no? Quiero estar donde tú estés, ______, sea donde sea. Estar aquí me hace pensar en lo lejos que hemos llegado. Y en la primera noche que pasé contigo. Menuda noche… Me quedé mirándote durante horas. Estabas… perfecta —dice sin aliento. Sonrío contra su pecho—. Duerme —murmura, y ahora es una orden. Cierro los ojos y me dejo llevar por el sueño.
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Capítulo 18
Me revuelvo y abro los ojos a una clara mañana de septiembre. Calentita y cómoda, arropada entre sábanas limpias y almidonadas, necesito un momento para ubicarme y me siento abrumada por una sensación de déjà vu. Claro, estoy en el Heathman.
—¡Mierda! Papá… —exclamo en voz alta recordando por qué estoy en Portland. Se me retuerce el estómago por la aprensión y noto una opresión en el corazón, que además me late con fuerza.
—Tranquila. —Joseph está sentado en el borde de la cama. Me acaricia la mejilla con los nudillos y eso me calma instantáneamente—. He llamado a la UCI esta mañana. Ray ha pasado buena noche. Todo está bien —me dice para tranquilizarme.
—Oh, bien. Gracias —murmuro a la vez que me siento.
Se inclina y me da un beso en la frente.
—Buenos días, ______ —me susurra y me besa en la sien.
—Hola —murmuro. Joseph está levantado y ya vestido con una camiseta negra y vaqueros.
—Hola —me responde con los ojos tiernos y cálidos—. Quiero desearte un feliz cumpleaños, ¿te parece bien?
Le dedico una sonrisa dudosa y le acaricio la mejilla.
—Sí, claro. Gracias. Por todo.
Arruga la frente.
—¿Todo?
—Todo.
Por un momento parece confundido, pero es algo fugaz. Tiene los ojos muy abiertos por la anticipación.
—Toma —me dice dándome una cajita exquisitamente envuelta con una tarjeta.
A pesar de la preocupación que siento por mi padre, noto la ansiedad y el entusiasmo de Joseph, y me contagia. Leo la tarjeta:
Oh, Dios mío, ¡qué dulce!
—Yo también te amo —le digo sonriéndole.
Él también sonríe.
—Ábrelo.
Desenvuelvo el papel con cuidado para que no se rasgue y dentro encuentro una bonita caja de piel roja. Cartier. Ya me es familiar gracias a los pendientes de la segunda oportunidad y al reloj. Abro la caja poco a poco y descubro una delicada pulsera con colgantes de plata, platino u oro blanco, no sabría decir, pero es absolutamente preciosa. Tiene varios colgantes: la torre Eiffel, un taxi negro londinense, un helicóptero, el Charlie Tango, un planeador, el vuelo sin motor, un catamarán, el Grace, una cama y ¿un cono de helado? Le miro sorprendida.
—¿De vainilla? —dice encogiéndose de hombros como disculpándose y no puedo evitar reírme. Por supuesto.
—Joseph, es preciosa. Gracias. Es perfecta.
Sonríe.
Mi favorito es uno con forma de corazón. Además es un relicario.
—Puedes poner una foto o lo que quieras dentro.
—Una foto tuya. —Le miro con los ojos entornados—. Siempre en mi corazón.
Me dedica esa preciosa sonrisa tímida tan suya que me parte el corazón.
Examino los dos últimos colgantes: Una J… Claro, yo soy la primera que le llama por su nombre. Sonrío al pensarlo. Y por último una llave.
—La llave de mi corazón y de mi alma —susurra.
Se me llenan los ojos de lágrimas. Me lanzo hacia donde está él, le rodeo el cuello con los brazos y me siento en su regazo.
—Qué regalo más bien pensado. Me encanta. Gracias —le susurro al oído. Oh, huele tan bien… A limpio, a ropa recién planchada, a gel de baño y a Joseph. Como el hogar, mi hogar. Las lágrimas que ya amenazaban empiezan a caer.
Él gruñe bajito y me abraza.
—No sé qué haría sin ti. —Se me quiebra la voz cuando intento contener el abrumador cúmulo de emociones que siento.
Él traga saliva con dificultad y me abraza más fuerte.
—No llores, por favor.
Sorbo por la nariz en un gesto muy poco femenino.
—Lo siento. Es que estoy feliz, triste y nerviosa al mismo tiempo. Es un poco agridulce.
—Tranquila —dice con una voz tan suave como una pluma. Me echa la cabeza hacia atrás y me da un beso tierno en los labios—, lo comprendo.
—Lo sé —susurro y él me recompensa de nuevo con su sonrisa tímida.
—Ojala estuviéramos en casa y las circunstancias fueran más felices. Pero tenemos que estar aquí. —Vuelve a encogerse de hombros como disculpándose—. Vamos, levántate. Después de desayunar iremos a ver a Ray.
Me visto con los vaqueros nuevos y una camiseta. Mi apetito vuelve brevemente durante el desayuno en la suite. Sé que Joseph está encantado de verme comer los cereales con el yogur griego.
—Gracias por pedirme mi desayuno favorito.
—Es tu cumpleaños —dice Joseph—. Y tienes que dejar de darme las gracias. —Pone los ojos en blanco un poco irritado pero con cariño, creo.
—Solo quiero que sepas que te estoy agradecida.
—______, esas son las cosas que yo hago. —Su expresión es seria. Claro, Joseph siempre al mando y ejerciendo el control. ¿Cómo he podido olvidarlo? ¿Le querría de otra forma?
Sonrío.
—Claro.
Me mira confuso y después niega con la cabeza.
—¿Nos vamos?
—Voy a lavarme los dientes.
Sonríe burlón.
—Bien.
¿Por qué sonríe así? Esa sonrisa me persigue mientras me dirijo al baño. Un recuerdo aparece sin avisar en mi mente. Usé su cepillo de dientes cuando pasé aquí la primera noche con él. Ahora soy yo la que sonríe burlona y cojo su cepillo en recuerdo de aquella vez. Me miro en el espejo mientras me lavo los dientes. Estoy pálida, demasiado. Pero siempre estoy pálida. La última vez que estuve aquí estaba soltera y ahora ya estoy casada, ¡a los veintidós! Me estoy haciendo vieja. Me enjuago la boca.
Levanto la muñeca y la agito un poco; los colgantes de la pulsera producen un alegre tintineo. ¿Cómo sabe mi Cincuenta cuál es siempre el regalo perfecto? Inspiro hondo intentando contener todas las emociones que todavía siento pululando por mi sistema y admiro de nuevo la pulsera. Estoy segura de que le ha costado una fortuna. Oh, bueno… Se lo puede permitir.
Cuando vamos de camino a los ascensores, Joseph me coge la mano, me da un beso en los nudillos y acaricia con el pulgar el colgante de Charlie Tango de mi pulsera.
—¿Te gusta?
—Más que eso. La adoro. Muchísimo. Como a ti.
Sonríe y vuelve a besarme los nudillos. Me siento algo mejor que ayer. Tal vez es porque ahora es por la mañana y el mundo parece un lugar que encierra un poco más de esperanza de la que se veía en medio de la noche. O tal vez es por el despertar tan dulce que me ha dedicado mi marido. O porque sé que Ray no está peor.
Cuando entramos en el ascensor vacío, miro a Joseph. Él me mira también y vuelve a sonreír burlonamente.
—No —me susurra cuando se cierran las puertas.
—¿Que no qué?
—No me mires así.
—«¡A la mierda el papeleo!» —murmuro recordando y sonrío.
Él suelta una carcajada; es un sonido tan infantil y despreocupado… Me atrae hacia sus brazos y me echa atrás la cabeza.
—Algún día voy a alquilar este ascensor durante toda una tarde.
—¿Solo una tarde? —pregunto levantando una ceja.
—Señora Jonas, es usted insaciable.
—Cuando se trata de ti, sí.
—Me alegro mucho de oírlo —dice y me da un beso suave.
Y no sé si es porque estamos en este ascensor, porque no me ha tocado en más de veinticuatro horas o simplemente porque se trata de mi atractivo marido, pero el deseo se despierta y se estira perezosamente en mi vientre. Le paso los dedos por el pelo y hago el beso más profundo, apretándole contra la pared y pegando mi cuerpo caliente contra el suyo.
Él gime dentro de mi boca y me coge la cabeza, acariciándome mientras nos besamos. Y nos besamos de verdad, con nuestras lenguas explorando el territorio tan familiar y a la vez tan nuevo de la boca del otro. La diosa que llevo dentro se derrite y saca a mi libido de su reclusión. Yo le acaricio esa cara que tanto quiero con las manos.
—______ —jadea.
—Te amo, Joseph Jonas. No lo olvides —le susurro mirándole a los ojos ambarinos que se están oscureciendo.
El ascensor se para con suavidad y las puertas se abren.
—Vámonos a ver a tu padre antes de que decida alquilar este ascensor hoy mismo. —Me da otro beso rápido, me coge la mano y me lleva hasta el vestíbulo.
Cuando pasamos ante el conserje, Joseph le hace una discreta señal al hombre amable de mediana edad que hay detrás del mostrador. Él asiente y coge su teléfono. Miro inquisitivamente a Joseph y él me dedica esa sonrisa suya que me indica que guarda un secreto. Frunzo el ceño y durante un momento parece nervioso.
—¿Dónde está Taylor? —le pregunto.
—Ahora lo verás.
Claro, seguro que ha ido a por el coche.
—¿Y Sawyer?
—Haciendo recados.
¿Qué recados? Joseph evita la puerta giratoria y sé que es porque no quiere soltarme la mano. Eso me alarma. Fuera nos encontramos con una mañana suave de finales de verano, pero se nota ya en la brisa el aroma del otoño cercano. Miro a mi alrededor buscando el Audi todoterreno y a Taylor. Pero no hay señal de ellos. Joseph me aprieta la mano y yo me giro hacia él. Parece nervioso.
—¿Qué pasa?
Él se encoge de hombros. El ronroneo del motor de un coche que se acerca me distrae. Es un sonido ronco… Me resulta familiar. Cuando me vuelvo para buscar la fuente del ruido, este cesa de repente. Taylor está bajando de un brillante coche deportivo blanco que ha aparcado delante de nosotros.
¡Oh, Dios mío! ¡Es un R8! Giro la cabeza bruscamente hacia Joseph, que me mira expectante. «Puedes regalarme uno para mi cumpleaños. Uno blanco, creo. »
—¡Feliz cumpleaños! —me dice y sé que está intentando evaluar mi reacción. Le miro con la boca abierta porque eso es todo lo que soy capaz de hacer ahora mismo. Me da la llave.
—Te has vuelvo completamente loco —le susurro.
¡Me ha comprado un Audi R8! Madre mía. Justo como yo le pedí… Una enorme sonrisa inunda mi cara y doy saltitos en el sitio donde estoy en un momento de entusiasmo absoluto y desenfrenado. La expresión de Joseph es igual que la mía y voy bailando hacia los brazos que me tiende abiertos. Él me hace girar.
—¡Tienes más dinero que sentido común! —chillo—. ¡Y eso me encanta! Gracias. —Deja de hacerme girar y me inclina de repente, sorprendiéndome tanto que tengo que agarrarme a sus brazos.
—Cualquier cosa para usted, señora Jonas. —Me sonríe. Oh, Dios mío. Vaya expresión de afecto tan pública. Se inclina y me besa—. Vamos, tenemos que ir a ver a tu padre.
—Sí. ¿Puedo conducir yo?
Me sonríe.
—Claro. Es tuyo.
Me levanta y me suelta y yo voy correteando hasta la puerta del conductor. Taylor me la abre sonriendo de oreja a oreja.
—Feliz cumpleaños, señora Jonas.
—Gracias, Taylor. —Le dejo asombrado al darle un breve abrazo, que él me devuelve algo incómodo. Cuando subo al coche veo que se ha sonrojado. Cuando ya estoy sentada, cierra la puerta rápidamente.
—Conduzca con cuidado, señora Jonas —me dice un poco brusco. Le sonrío porque no puedo contener mi entusiasmo.
—Lo haré —le prometo metiendo la llave en el contacto mientras Joseph se acomoda a mi lado.
—Tómatelo con calma. Hoy no nos persigue nadie —me dice. Cuando giro la llave en el contacto, el motor cobra vida con el sonido del trueno. Miro por el espejo retrovisor interior y por los laterales y aprovechando uno de esos extraños momentos en los que hay un hueco en el tráfico, hago un cambio de sentido perfecto y salimos disparados en dirección al hospital OSHU—. ¡Guau! —exclama Joseph alarmado.
—¿Qué?
—No quiero que acabes en la UCI al lado de tu padre. Frena un poco —gruñe en un tono que no admite discusión. Suelto ligeramente el acelerador y le sonrío.
—¿Mejor?
—Mucho mejor —murmura intentando parecer serio, pero fracasando estrepitosamente.
Ray sigue en el mismo estado. Al verle se me cae el alma a los pies a pesar del emocionante viaje hasta aquí en el coche. Debo conducir con más cuidado. Nunca se sabe cuándo puedes toparte con un conductor borracho. Tengo que preguntarle a Joseph qué ha pasado con el imbécil que embistió a Ray; seguro que él lo sabe. A pesar de los tubos, mi padre parece cómodo y creo que tiene un poco más de color en las mejillas. Le cuento los acontecimientos de la mañana mientras Joseph pasea por la sala de espera haciendo llamadas.
La enfermera Kellie está comprobando los tubos de Ray y escribiendo algo en sus gráficas.
—Todas sus constantes están bien, señora Jonas —me dice y me sonríe amablemente.
—Eso es alentador, gracias.
Un poco más tarde aparece el doctor Crowe con dos ayudantes.
—Señora Jonas, tengo que llevarme a su padre a radiología —me dice afectuosamente—. Le vamos a hacer un TAC para ver qué tal va su cerebro.
—¿Tardarán mucho?
—Más o menos una hora.
—Esperaré. Quiero saber cómo está.
—Claro, señora Jonas.
Salgo a la sala de espera vacía donde está Joseph hablando por teléfono y paseándose arriba y abajo. Mientras habla mira por la ventana a la vista panorámica de Portland. Cuando cierro la puerta se gira hacia mí; parece enfadado.
—¿Cuánto por encima del límite? … Ya veo… Todos los cargos, todo. El padre de ______ está en la UCI; quiero que caiga todo el peso de la ley sobre él, papá… Bien. Mantenme informado. —Cuelga.
—¿El otro conductor?
Asiente.
—Un mierda del sudeste de Portland que conducía un tráiler —dice torciendo la boca. A mí me dejan anonadada las palabras que ha utilizado y su tono de desprecio. Camina hasta donde estoy yo y suaviza el tono—. ¿Has acabado con Ray ¿Quieres que nos vayamos?
—Eh… no. —Le miro todavía pensando en esa demostración de desdén.
—¿Qué pasa?
—Nada. A Ray se lo han llevado a radiología para hacerle un TAC y comprobar la inflamación del cerebro. Quiero esperar para conocer los resultados.
—Bien, esperaremos. —Se sienta y me tiende los brazos. Como estamos solos, yo me acerco de buen grado y me acurruco en su regazo—. Así no es como había planeado pasar el día —murmura Joseph junto a mi pelo.
—Yo tampoco, pero ahora me siento más positiva. Tu madre me ha tranquilizado mucho. Fue muy amable viniendo anoche.
Joseph me acaricia la espalda y apoya la barbilla en mi cabeza.
—Mi madre es una mujer increíble.
—Lo es. Tienes mucha suerte de tenerla.
Joseph asiente.
—Debería llamar a la mía y decirle lo de Ray —murmuro y Joseph se pone tenso—. Me sorprende que no me haya llamado ella a mí. —Frunzo el ceño al darme cuenta de algo: es mi cumpleaños y ella estaba allí cuando nací. Me siento un poco dolida. ¿Por qué no me ha llamado?
—Tal vez sí que lo ha hecho —dice Joseph.
Saco mi BlackBerry del bolsillo. No tengo llamadas perdidas, pero sí unos cuantos mensajes: felicitaciones de Kate, José, Mia y Ethan. Nada de mi madre. Niego con la cabeza, triste.
—Llámala —me dice en voz baja. Lo hago, pero no contesta; sale el contestador. No dejo ningún mensaje. ¿Cómo se ha podido olvidar mi madre de mi cumpleaños?
—No está. La llamaré luego, cuando tengamos los resultados del TAC.
Joseph aprieta su abrazo, acariciándome el pelo con la nariz una vez más y decide con acierto no hacer ningún comentario sobre el comportamiento poco maternal de mi madre. Siento más que oigo la vibración de su BlackBerry. La saca con dificultad de su bolsillo pero no me deja levantarme.
—Andrea —contesta muy profesional de nuevo. Hago otro intento de levantarme, pero no me lo permite. Frunce el ceño y me coge con fuerza por la cintura. Yo vuelvo a apoyarme contra su pecho y escucho solo una parte de la conversación—. Bien… ¿Cuál es la hora estimada de llegada? … ¿Y los otros, mmm… paquetes? —Joseph mira el reloj—. ¿Tienen todos los detalles en el Heathman? … Bien… Sí. Eso puede esperar hasta el lunes por la mañana, pero envíamelo en un correo por si acaso: lo imprimiré, lo firmaré y te lo mandaré de vuelta escaneado… Pueden esperar. Vete a casa, Andrea… No, estamos bien, gracias. —Cuelga.
—¿Todo bien?
—Sí.
—¿Es por lo de Taiwan?
—Sí. —Se mueve un poco debajo de mí.
—¿Peso mucho?
Ríe entre dientes.
—No, nena.
—¿Estás preocupado por el negocio con los taiwaneses?
—No.
—Creía que era importante.
—Lo es. El astillero de aquí depende de ello. Hay muchos puestos de trabajo en juego.
¡Oh!
—Solo nos queda vendérselo a los sindicatos. Eso es trabajo de Sam y Ros. Pero teniendo en cuenta cómo va la economía, ninguno de nosotros tenemos elección.
Bostezo.
—¿La aburro, señora Jonas? —Vuelve a acariciarme el pelo otra vez, divertido.
—¡No! Nunca… Es que estoy muy cómoda en tu regazo. Me gusta oírte hablar de tus negocios.
—¿Ah, sí? —pregunta sorprendido.
—Claro. —Me echo un poco atrás para mirarle—. Me encanta oír cualquier información que te dignes compartir conmigo. —Le sonrío burlonamente y él me mira divertido y niega con la cabeza.
—Siempre ansiosa por recibir información, señora Jonas.
—Dímelo —le digo mientras me acomodo contra su pecho.
—¿Que te diga qué?
—Por qué lo haces.
—¿El qué?
—Por qué trabajas así.
—Un hombre tiene que ganarse la vida —dice divertido.
—Joseph, ganas más dinero que para ganarte la vida. —Mi voz está llena de ironía. Frunce el ceño y se queda callado un momento. Me parece que no va a contarme ningún secreto, pero me sorprende.
—No quiero ser pobre —me dice en voz baja—. Ya he vivido así. No quiero volver a eso. Además… es un juego —explica—. Todo va sobre ganar. Y es un juego que siempre me ha parecido fácil.
—A diferencia de la vida —digo para mí. Entonces me doy cuenta de que lo he dicho en voz alta.
—Sí, supongo. —Frunce el ceño—. Pero es más fácil contigo.
¿Más fácil conmigo? Le abrazo con fuerza.
—No puede ser todo un juego. Eres muy filantrópico.
Se encoge de hombros y sé que cada vez está más incómodo.
—Tal vez en cuanto a algunas cosas —concede en voz baja.
—Me encanta el Joseph filantrópico —murmuro.
—¿Solo ese?
—Oh, también el Joseph megalómano, y el Joseph obseso del control, y el Joseph experto en el sexo, y el Joseph pervertido, y el Joseph romántico y el Joseph tímido… La lista es infinita.
—Eso son muchos Joseph.
—Yo diría que unos cincuenta.
Ríe.
—Cincuenta Sombras —dice contra mi pelo.
—Mi Cincuenta Sombras.
Se mueve, me echa la cabeza hacia atrás y me da un beso.
—Bien, señora Cincuenta Sombras, vamos a ver qué tal va lo de su padre.
—Bien.
—¿Podemos dar una vuelta en el coche?
Joseph y yo estamos otra vez en el R8 y me siento vertiginosamente optimista. El cerebro de Ray ha vuelto a la normalidad; la inflamación ha desaparecido. La doctora Sluder ha decidido que mañana le despertará del coma. Dice que está muy satisfecha con sus progresos.
—Claro —me dice Joseph sonriendo—. Es tu cumpleaños. Podemos hacer lo que tú quieras.
¡Oh! Su tono me hace girarme para mirarle. Sus ojos se han oscurecido.
—¿Lo que yo quiera?
—Lo que tú quieras.
¿Cuántas promesas se pueden encerrar en solo cuatro palabras?
—Bueno, quiero conducir.
—Entonces conduce, nena. —Me sonríe y yo también le respondo con una sonrisa.
Mi coche es tan fácil de manejar que parece que estoy en un sueño. Cuando llegamos a la interestatal 5 piso el acelerador, lo que hace que salgamos disparados hacia atrás en los asientos.
—Tranquila, nena —me advierte Joseph.
Mientras conducimos de vuelta a Portland se me ocurre una idea.
—¿Tienes algún plan para comer? —le pregunto a Joseph.
—No. ¿Tienes hambre? —Parece esperanzado.
—Sí.
—¿Adónde quieres ir? Es tu día, ______.
—Ya lo sé…
Me dirijo a las cercanías de la galería donde José exhibe sus obras y aparco justo en la entrada del restaurante Le Picotin, adonde fuimos después de la exposición de José.
Joseph sonríe.
—Por un momento he creído que me ibas a llevar a aquel bar horrible desde el que me llamaste borracha aquella vez…
—¿Y por qué iba a hacer eso?
—Para comprobar si las azaleas todavía están vivas —dice con ironía arqueando una ceja.
Me sonrojo.
—¡No me lo recuerdes! De todas formas, después me llevaste a tu habitación del hotel… —le digo sonriendo.
—La mejor decisión que he tomado —dice con una mirada tierna y cálida.
—Sí, cierto. —Me acerco y le doy un beso.
—¿Crees que ese imbécil soberbio seguirá sirviendo las mesas? —me pregunta Joseph.
—¿Soberbio? A mí no me pareció mal.
—Estaba intentando impresionarte.
—Bueno, pues lo consiguió.
Joseph tuerce la boca con una mueca de fingido disgusto.
—¿Vamos a comprobarlo? —le sugiero.
—Usted primero, señora Jonas.
Después de comer y de un pequeño rodeo hasta el Heathman para recoger el portátil de Joseph, volvemos al hospital. Paso la tarde con Ray, leyéndole en voz alta los manuscritos que he recibido. Lo único que me acompaña es el sonido de las máquinas que le mantienen con vida, conmigo. Ahora que sé que está mejorando ya puedo respirar con más facilidad y relajarme.
Tengo esperanza. Solo necesita tiempo para ponerse bien. Me pregunto si debería volver a intentar llamar a mi madre, pero decido que mejor más tarde. Le cojo la mano con delicadeza a Ray mientras le leo y se la aprieto de vez en cuando como para desearle que se mejore. Sus dedos son suaves y cálidos. Todavía tiene la marca donde llevaba la alianza, después de todo este tiempo…
Una hora o dos más tarde, he perdido la noción del tiempo, levanto la vista y veo a Joseph con el portátil en la mano a los pies de la cama de Ray junto a la enfermera Kellie.
—Es hora de irse, ______.
Oh. Le aprieto fuerte la mano a Ray. No quiero dejarle.
—Quiero que comas algo. Vamos. Es tarde. —El tono de Joseph es contundente.
—Y yo voy a asear al señor Steele —dice la enfermera Kellie.
—Bien —claudico—. Volveré mañana por la mañana.
Le doy un beso a Ray en la mejilla y siento bajo los labios un principio de barba poco habitual en él. No me gusta. Sigue mejorando, papá. Te quiero.
—He pensado que podemos cenar abajo. En una sala privada —dice Joseph con un brillo en los ojos cuando abre la puerta de la suite.
—¿De verdad? ¿Para acabar lo que empezaste hace unos cuantos meses?
Sonríe.
—Si tiene mucha suerte sí, señora Jonas.
Río.
—Joseph, no tengo nada elegante que ponerme.
Con una sonrisa me tiende la mano para llevarme hasta el dormitorio. Abre el armario y dentro hay una gran funda blanca de las que se usan para proteger los vestidos.
—¿Taylor? —le pregunto.
—Joseph —responde, enérgico y herido al mismo tiempo. Su tono me hace reír. Abro la cremallera de la funda y encuentro un vestido azul marino de seda. Lo saco. Es precioso: ajustado y con tirantes finos. Parece pequeño.
—Es maravilloso. Gracias. Espero que me quede.
—Sí, seguro —dice confiadamente—. Y toma —prosigue cogiendo una caja de zapatos—, zapatos a juego. —Me dedica una sonrisa torcida.
—Piensas en todo. Gracias. —Me acerco y le doy un beso.
—Claro que sí —me dice pasándome otra bolsa.
Le miro inquisitivamente. Dentro hay un body negro y sin tirantes con la parte central de encaje. Me acaricia la cara, me levanta la barbilla y me da un beso.
—Estoy deseando quitarte esto después.
Renovada tras un baño, limpia, depilada y sintiéndome muy consentida, me siento en el borde de la cama y empiezo a secarme el pelo. Joseph entra en el dormitorio. Creo que ha estado trabajando.
—Déjame a mí —me dice y me señala una silla delante del tocador.
—¿Quieres secarme el pelo?
Asiente y yo le miro perpleja.
—Vamos —dice clavándome la mirada. Conozco esa expresión y no se me ocurriría desobedecer. Lenta y metódicamente me va secando el pelo, mechón tras mechón, con su habilidad habitual.
—Has hecho esto antes —le susurro. Su sonrisa se refleja en el espejo, pero no dice nada y sigue cepillándome el pelo. Mmm… es muy relajante.
Entramos en el ascensor para bajar a cenar; esta vez no estamos solos. Joseph está guapísimo con su camisa blanca de firma, vaqueros negros y chaqueta, pero sin corbata. Las dos mujeres que entran también en el ascensor le lanzan miradas de admiración a él y de algo menos generoso a mí. Yo oculto mi sonrisa. Sí, señoras, es mío. Joseph me coge la mano y me acerca a él mientras bajamos en silencio hasta la planta donde se halla el restaurante.
Está lleno de gente vestida de noche, todos sentados charlando y bebiendo como inicio de la noche del sábado. Me alegro de encajar ahí. El vestido me queda muy ajustado, abrazándome las curvas y manteniendo todo en su lugar. Tengo que decir que me siento… atractiva llevándolo. Sé que Joseph lo aprueba.
Al principio creo que vamos hacia el comedor privado donde discutimos por primera vez el contrato, pero Joseph me conduce hasta el extremo del pasillo, donde abre una puerta que da a otra sala forrada de madera.
—¡Sorpresa!
Oh, Dios mío. Kate y Elliot, Mia y Ethan, Carrick y Grace, el señor Rodríguez y José y mi madre y Bob, todos levantando sus copas. Me quedo de pie mirándoles con la boca abierta y sin habla. ¿Cómo? ¿Cuándo? Me giro hacia Joseph asombrada y él me aprieta la mano. Mi madre se acerca y me abraza. ¡Oh, mamá!
—Cielo, estás preciosa. Feliz cumpleaños.
—¡Mamá! —lloriqueo abrazándola. Oh, mamá… Las lágrimas ruedan por mis mejillas a pesar de que estoy en público y entierro mi cara en su cuello.
—Cielo, no llores. Ray se pondrá bien. Es un hombre fuerte. No llores. No el día de tu cumpleaños. —Se le quiebra la voz, pero mantiene la compostura. Me coge la cara con las manos y me enjuga las lágrimas con los pulgares.
—Creía que se te había olvidado.
—¡Oh, ______! ¿Cómo se me iba a olvidar? Diecisiete horas de parto es algo que no se olvida fácilmente.
Suelto una risita entre las lágrimas y ella sonríe.
—Sécate los ojos, cariño. Hay mucha gente aquí para compartir contigo tu día especial.
Sorbo por la nariz y no quiero mirar a los demás, avergonzada y encantada de que todo el mundo haya hecho el esfuerzo de venir aquí a verme.
—¿Cómo has venido? ¿Cuándo has llegado?
—Tu marido me mandó su avión, cielo —dice sonriendo, impresionada.
Yo me río.
—Gracias por venir, mamá. —Me limpia la nariz con un pañuelo de papel como solo una madre podría hacer—. ¡Mamá! —la riño e intento recuperar la compostura.
—Eso está mejor. Feliz cumpleaños, hija. —Se aparta a un lado y todos los demás hacen una cola para abrazarme y desearme feliz cumpleaños.
—Está mejorando, ______. La doctora Sluder es una de las mejores del país. Feliz cumpleaños, ángel —me dice Grace y me abraza.
—Puedes llorar todo lo que quieras, ______. Es tu fiesta. —José también me abraza.
—Feliz cumpleaños, niña querida. —Carrick me sonríe y me coge la cara.
—¿Qué pasa, chica? Tu padre se va a recuperar. —Elliot me rodea con sus brazos—. Feliz cumpleaños.
—Ya basta. —Joseph me coge la mano y me aparta del abrazo de Elliot—. Ya basta de toquetear a mi mujer. Toquetea a tu prometida.
Elliot le sonríe maliciosamente y le guiña un ojo a Kate.
Un camarero que no he visto antes nos ofrece a Joseph y a mí unas copas con champán rosa. Joseph carraspea para aclararse la garganta.
—Este sería un día perfecto si Ray se hallara aquí con nosotros, pero no está lejos. Se está recuperando bien y estoy seguro de que querría que disfrutaras de tu día, ______. Gracias a todos ustedes por venir a compartir el cumpleaños de mi preciosa mujer, el primero de los muchos que vendrán. Feliz cumpleaños, mi amor. —Joseph levanta la copa en mi dirección entre un coro de «feliz cumpleaños» y tengo que esforzarme por mantener a raya las lágrimas.
Observo mientras oigo las animadas conversaciones que se están produciendo alrededor de la mesa de la cena. Es raro verme aquí, arropada por el núcleo de mi familia, sabiendo que el hombre que considero mi padre se encuentra con una máquina de ventilación asistida en el frío ambiente clínico de la UCI. No sé cómo lo han hecho, pero me alegro de que estén todos aquí. Contemplo el intercambio de insultos entre Elliot y Joseph, el humor cálido y siempre a la que salta de José, el entusiasmo de Mia por la fiesta y por la comida mientras Ethan la mira con picardía. Creo que ella le gusta… pero es difícil decirlo.
El señor Rodríguez está sentado disfrutando de las conversaciones. Tiene mejor aspecto. Ha descansado. José está muy pendiente de él, cortándole la comida y manteniéndole la copa llena. Que el único progenitor que le queda haya estado tan cerca de la muerte ha hecho que José aprecie más al señor Rodríguez, estoy convencida.
Miro a mi madre. Está en su elemento, encantadora, divertida y cariñosa. La quiero mucho. Tengo que acordarme de decírselo. La vida es tan preciosa… ahora me doy cuenta.
—¿Estás bien? —me pregunta Kate con una voz suave muy poco propia de ella.
Asiento y le cojo la mano.
—Sí. Gracias por venir.
—¿Crees que tu marido el millonario iba a evitar que yo estuviera aquí contigo en tu cumpleaños? ¡Hemos venido en el helicóptero! —Sonríe.
—¿De verdad?
—Sí. Todos. Y pensar que Joseph sabe pilotarlo… Es sexy.
—Sí, a mí también me lo parece.
Sonreímos.
—¿Te quedas aquí esta noche? —le pregunto.
—Sí. Todos. ¿No sabías nada de esto?
Niego con la cabeza.
—Qué astuto, ¿eh?
Asiento.
—¿Qué te ha regalado por tu cumpleaños?
—Esto —digo mostrándole la pulsera.
—¡Oh, qué bonita!
—Sí.
—Londres, París… ¿Helado?
—No lo quieras saber.
—Me lo puedo imaginar.
Nos reímos y me sonrojo recordando la marca de helado: Ben&Jerry. Ahora será Ben&Jerry&______…
—Oh, y un Audi R8.
Kate escupe el vino, que le cae de una forma muy poco atractiva por la barbilla, lo que nos hacer reír más a las dos.
—Se ha superado el cabrón, ¿no? —ríe.
Cuando llega el momento del postre me traen una suntuosa tarta de chocolate con veintidós velas plateadas y un coro desafinado que me dedica el «Cumpleaños feliz». Grace observa a Joseph, que canta con los demás amigos y familia, y sus ojos brillan de amor. Su mirada se cruza con la mía y me lanza un beso.
—Pide un deseo —me susurra Joseph. Y con un solo soplido apago todas las velas, deseando con todas mis fuerzas que mi padre se ponga bien: papá ponte bien, por favor, ponte bien. Te quiero mucho.
A medianoche, el señor Rodríguez y José se van.
—Muchas gracias por venir. —Le doy un fuerte abrazo a José.
—No me lo habría perdido por nada del mundo. Me alegro de que Ray esté mejorando.
—Sí. Tú, el señor Rodríguez y Ray tienen que venir a Aspen a pescar con Joseph.
—¿Sí? Suena bien. —José sonríe antes de ir en busca del abrigo de su padre y yo me agacho para despedirme del señor Rodríguez.
—¿Sabes, ______? Hubo un tiempo en que creí que… bueno, que tú y José… —Deja la frase sin terminar y me observa con su mirada oscura intensa pero llena de cariño.
Oh, no…
—Le tengo mucho cariño a su hijo, señor Rodríguez, pero es como un hermano para mí.
—Habrías sido una nuera estupenda. O más bien lo eres: para los Jonas. —Sonríe nostálgico y yo me sonrojo.
—Espero que se conforme con ser un amigo.
—Claro. Tu marido es un buen hombre. Has elegido bien, ______.
—Eso creo —le susurro—. Le quiero mucho. —Le doy un abrazo al señor Rodríguez.
—Trátale bien, ______.
—Lo haré —le prometo.
Joseph cierra la puerta de nuestra suite.
—Al fin solos —dice apoyándose contra la puerta mientras me observa.
Doy un paso hacia él y deslizo los dedos por las solapas de su chaqueta.
—Gracias por un cumpleaños maravilloso. Eres el marido más detallista, considerado y generoso que existe.
—Ha sido un placer para mí.
—Sí… Un placer para ti… Vamos a ver si encontramos algo que te dé placer… —le susurro. Cierro los dedos en sus solapas y tiro de él para acercar sus labios a los míos.
Tras un desayuno con la familia y amigos, abro los regalos, y después me despido cariñosamente de todos los Jonas y los Kavanagh que van a volver a Seattle en el Charlie Tango. Mi madre, Joseph y yo vamos al hospital con Taylor al volante, ya que los tres no cabemos en el R8. Bob no ha querido acompañarnos, y yo me alegro secretamente. Sería muy raro, y seguro que a Ray no le gustaría que Bob le viera en esas condiciones.
Ray tiene el mismo aspecto, solo que con más barba. Mi madre se queda impresionada al verle y las dos lloramos un poco más.
—Oh, Ray.
Le aprieta la mano y le acaricia la cara y a mí me conmueve ver el amor que siente todavía por su ex marido. Me alegro de llevar pañuelos en el bolso. Nos sentamos a su lado y le cojo la mano a mi madre mientras ella coge la de Ray.
—______, hubo un tiempo en que este hombre era el centro de mi mundo. El sol salía y se ponía con él. Siempre le querré. Te cuidó siempre tan bien…
—Mamá… —Las palabras se me quedan atravesadas y ella me acaricia la cara y me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Ya sabes que siempre querré a Ray. Pero nos distanciamos. —Suspira—. Y simplemente no podía vivir con él. —Se mira los dedos y me pregunto si estará pensando en Steve, el marido número tres, del que no hablamos.
—Sé que quieres a Ray —le susurro, secándome los ojos—. Hoy le van a sacar del coma.
—Es una buena noticia. Seguro que estará bien. Es un cabezota. Creo que tú aprendiste de él.
Sonrío.
—¿Has estado hablando con Joseph?
—¿Opina que eres una cabezota?
—Eso creo.
—Le diré que es un rasgo de familia. Se les ve muy bien juntos, ______. Muy felices.
—Lo somos, creo. O lo estamos consiguiendo. Le quiero. Él es el centro de mi mundo. El sol sale y se pone con él para mí también.
—Y es obvio que él te adora, cariño.
—Y yo le adoro a él.
—Pues díselo. Los hombres necesitan oír esas cosas, igual que nosotras.
Insisto en ir al aeropuerto con mamá y Bob para despedirme. Taylor nos sigue en el R8 y Joseph conduce el todoterreno. Siento que no puedan quedarse más, pero tienen que volver a Savannah. Es un adiós lleno de lágrimas.
—Cuida bien de ella, Bob —le susurro cuando me abraza.
—Claro, ______. Y tú cuídate también.
—Lo haré. —Me vuelvo hacia mi madre—. Adiós, mamá. Gracias por venir —le digo con la voz un poco quebrada—. Te quiero mucho.
—Oh, mi niña querida, yo también te quiero. Y Ray se pondrá bien. No está preparado para dejar atrás su ser mortal todavía. Seguro que hay algún partido de los Mariners que no puede perderse.
Suelto una risita. Tiene razón. Decido que le voy a leer la página de deportes del periódico del domingo a Ray esta tarde. Veo como ella y Bob suben por la escalerilla del jet de Jonas Enterprises Holdings, Inc. Al llegar arriba se despide con la mano todavía llorando y desaparece. Joseph me rodea los hombros con los brazos.
—Volvamos, nena —me dice.
—¿Conduces tú?
—Claro.
Cuando volvemos al hospital esa tarde, Ray está diferente. Necesito un momento para darme cuenta de que el sonido de bombeo del respirador ha desaparecido. Ray respira por sí mismo. Me inunda una sensación de alivio. Le acaricio la cara barbuda y saco un pañuelo de papel para limpiarle con cuidado la saliva de la boca.
Joseph sale en busca de la doctora Sluder y el doctor Crowe para que le den el último parte, mientras yo me siento como es habitual al lado de la cama para hacerle compañía.
Desdoblo la sección de deportes del periódico Oregonian del domingo y empiezo a leer la noticia del partido de fútbol que enfrentó al Sounders y el Real Salt Lake. Por lo que dicen fue un partido emocionante, pero el Sounders cayó derrotado por un gol en propia puerta de Kasey Keller. Le aprieto la mano a Ray y sigo leyendo.
—El marcador final fue de Sounders uno, Real Salt Lake dos.
—¿Hemos perdido, ______? ¡No! —dice Ray con voz áspera y me aprieta la mano.
¡Papá!
—¡Mierda! Papá… —exclamo en voz alta recordando por qué estoy en Portland. Se me retuerce el estómago por la aprensión y noto una opresión en el corazón, que además me late con fuerza.
—Tranquila. —Joseph está sentado en el borde de la cama. Me acaricia la mejilla con los nudillos y eso me calma instantáneamente—. He llamado a la UCI esta mañana. Ray ha pasado buena noche. Todo está bien —me dice para tranquilizarme.
—Oh, bien. Gracias —murmuro a la vez que me siento.
Se inclina y me da un beso en la frente.
—Buenos días, ______ —me susurra y me besa en la sien.
—Hola —murmuro. Joseph está levantado y ya vestido con una camiseta negra y vaqueros.
—Hola —me responde con los ojos tiernos y cálidos—. Quiero desearte un feliz cumpleaños, ¿te parece bien?
Le dedico una sonrisa dudosa y le acaricio la mejilla.
—Sí, claro. Gracias. Por todo.
Arruga la frente.
—¿Todo?
—Todo.
Por un momento parece confundido, pero es algo fugaz. Tiene los ojos muy abiertos por la anticipación.
—Toma —me dice dándome una cajita exquisitamente envuelta con una tarjeta.
A pesar de la preocupación que siento por mi padre, noto la ansiedad y el entusiasmo de Joseph, y me contagia. Leo la tarjeta:
Por todas nuestras primeras veces, felicidades por tu primer cumpleaños como mi amada esposa.
Te amo.
J. x
Te amo.
J. x
Oh, Dios mío, ¡qué dulce!
—Yo también te amo —le digo sonriéndole.
Él también sonríe.
—Ábrelo.
Desenvuelvo el papel con cuidado para que no se rasgue y dentro encuentro una bonita caja de piel roja. Cartier. Ya me es familiar gracias a los pendientes de la segunda oportunidad y al reloj. Abro la caja poco a poco y descubro una delicada pulsera con colgantes de plata, platino u oro blanco, no sabría decir, pero es absolutamente preciosa. Tiene varios colgantes: la torre Eiffel, un taxi negro londinense, un helicóptero, el Charlie Tango, un planeador, el vuelo sin motor, un catamarán, el Grace, una cama y ¿un cono de helado? Le miro sorprendida.
—¿De vainilla? —dice encogiéndose de hombros como disculpándose y no puedo evitar reírme. Por supuesto.
—Joseph, es preciosa. Gracias. Es perfecta.
Sonríe.
Mi favorito es uno con forma de corazón. Además es un relicario.
—Puedes poner una foto o lo que quieras dentro.
—Una foto tuya. —Le miro con los ojos entornados—. Siempre en mi corazón.
Me dedica esa preciosa sonrisa tímida tan suya que me parte el corazón.
Examino los dos últimos colgantes: Una J… Claro, yo soy la primera que le llama por su nombre. Sonrío al pensarlo. Y por último una llave.
—La llave de mi corazón y de mi alma —susurra.
Se me llenan los ojos de lágrimas. Me lanzo hacia donde está él, le rodeo el cuello con los brazos y me siento en su regazo.
—Qué regalo más bien pensado. Me encanta. Gracias —le susurro al oído. Oh, huele tan bien… A limpio, a ropa recién planchada, a gel de baño y a Joseph. Como el hogar, mi hogar. Las lágrimas que ya amenazaban empiezan a caer.
Él gruñe bajito y me abraza.
—No sé qué haría sin ti. —Se me quiebra la voz cuando intento contener el abrumador cúmulo de emociones que siento.
Él traga saliva con dificultad y me abraza más fuerte.
—No llores, por favor.
Sorbo por la nariz en un gesto muy poco femenino.
—Lo siento. Es que estoy feliz, triste y nerviosa al mismo tiempo. Es un poco agridulce.
—Tranquila —dice con una voz tan suave como una pluma. Me echa la cabeza hacia atrás y me da un beso tierno en los labios—, lo comprendo.
—Lo sé —susurro y él me recompensa de nuevo con su sonrisa tímida.
—Ojala estuviéramos en casa y las circunstancias fueran más felices. Pero tenemos que estar aquí. —Vuelve a encogerse de hombros como disculpándose—. Vamos, levántate. Después de desayunar iremos a ver a Ray.
Me visto con los vaqueros nuevos y una camiseta. Mi apetito vuelve brevemente durante el desayuno en la suite. Sé que Joseph está encantado de verme comer los cereales con el yogur griego.
—Gracias por pedirme mi desayuno favorito.
—Es tu cumpleaños —dice Joseph—. Y tienes que dejar de darme las gracias. —Pone los ojos en blanco un poco irritado pero con cariño, creo.
—Solo quiero que sepas que te estoy agradecida.
—______, esas son las cosas que yo hago. —Su expresión es seria. Claro, Joseph siempre al mando y ejerciendo el control. ¿Cómo he podido olvidarlo? ¿Le querría de otra forma?
Sonrío.
—Claro.
Me mira confuso y después niega con la cabeza.
—¿Nos vamos?
—Voy a lavarme los dientes.
Sonríe burlón.
—Bien.
¿Por qué sonríe así? Esa sonrisa me persigue mientras me dirijo al baño. Un recuerdo aparece sin avisar en mi mente. Usé su cepillo de dientes cuando pasé aquí la primera noche con él. Ahora soy yo la que sonríe burlona y cojo su cepillo en recuerdo de aquella vez. Me miro en el espejo mientras me lavo los dientes. Estoy pálida, demasiado. Pero siempre estoy pálida. La última vez que estuve aquí estaba soltera y ahora ya estoy casada, ¡a los veintidós! Me estoy haciendo vieja. Me enjuago la boca.
Levanto la muñeca y la agito un poco; los colgantes de la pulsera producen un alegre tintineo. ¿Cómo sabe mi Cincuenta cuál es siempre el regalo perfecto? Inspiro hondo intentando contener todas las emociones que todavía siento pululando por mi sistema y admiro de nuevo la pulsera. Estoy segura de que le ha costado una fortuna. Oh, bueno… Se lo puede permitir.
Cuando vamos de camino a los ascensores, Joseph me coge la mano, me da un beso en los nudillos y acaricia con el pulgar el colgante de Charlie Tango de mi pulsera.
—¿Te gusta?
—Más que eso. La adoro. Muchísimo. Como a ti.
Sonríe y vuelve a besarme los nudillos. Me siento algo mejor que ayer. Tal vez es porque ahora es por la mañana y el mundo parece un lugar que encierra un poco más de esperanza de la que se veía en medio de la noche. O tal vez es por el despertar tan dulce que me ha dedicado mi marido. O porque sé que Ray no está peor.
Cuando entramos en el ascensor vacío, miro a Joseph. Él me mira también y vuelve a sonreír burlonamente.
—No —me susurra cuando se cierran las puertas.
—¿Que no qué?
—No me mires así.
—«¡A la mierda el papeleo!» —murmuro recordando y sonrío.
Él suelta una carcajada; es un sonido tan infantil y despreocupado… Me atrae hacia sus brazos y me echa atrás la cabeza.
—Algún día voy a alquilar este ascensor durante toda una tarde.
—¿Solo una tarde? —pregunto levantando una ceja.
—Señora Jonas, es usted insaciable.
—Cuando se trata de ti, sí.
—Me alegro mucho de oírlo —dice y me da un beso suave.
Y no sé si es porque estamos en este ascensor, porque no me ha tocado en más de veinticuatro horas o simplemente porque se trata de mi atractivo marido, pero el deseo se despierta y se estira perezosamente en mi vientre. Le paso los dedos por el pelo y hago el beso más profundo, apretándole contra la pared y pegando mi cuerpo caliente contra el suyo.
Él gime dentro de mi boca y me coge la cabeza, acariciándome mientras nos besamos. Y nos besamos de verdad, con nuestras lenguas explorando el territorio tan familiar y a la vez tan nuevo de la boca del otro. La diosa que llevo dentro se derrite y saca a mi libido de su reclusión. Yo le acaricio esa cara que tanto quiero con las manos.
—______ —jadea.
—Te amo, Joseph Jonas. No lo olvides —le susurro mirándole a los ojos ambarinos que se están oscureciendo.
El ascensor se para con suavidad y las puertas se abren.
—Vámonos a ver a tu padre antes de que decida alquilar este ascensor hoy mismo. —Me da otro beso rápido, me coge la mano y me lleva hasta el vestíbulo.
Cuando pasamos ante el conserje, Joseph le hace una discreta señal al hombre amable de mediana edad que hay detrás del mostrador. Él asiente y coge su teléfono. Miro inquisitivamente a Joseph y él me dedica esa sonrisa suya que me indica que guarda un secreto. Frunzo el ceño y durante un momento parece nervioso.
—¿Dónde está Taylor? —le pregunto.
—Ahora lo verás.
Claro, seguro que ha ido a por el coche.
—¿Y Sawyer?
—Haciendo recados.
¿Qué recados? Joseph evita la puerta giratoria y sé que es porque no quiere soltarme la mano. Eso me alarma. Fuera nos encontramos con una mañana suave de finales de verano, pero se nota ya en la brisa el aroma del otoño cercano. Miro a mi alrededor buscando el Audi todoterreno y a Taylor. Pero no hay señal de ellos. Joseph me aprieta la mano y yo me giro hacia él. Parece nervioso.
—¿Qué pasa?
Él se encoge de hombros. El ronroneo del motor de un coche que se acerca me distrae. Es un sonido ronco… Me resulta familiar. Cuando me vuelvo para buscar la fuente del ruido, este cesa de repente. Taylor está bajando de un brillante coche deportivo blanco que ha aparcado delante de nosotros.
¡Oh, Dios mío! ¡Es un R8! Giro la cabeza bruscamente hacia Joseph, que me mira expectante. «Puedes regalarme uno para mi cumpleaños. Uno blanco, creo. »
—¡Feliz cumpleaños! —me dice y sé que está intentando evaluar mi reacción. Le miro con la boca abierta porque eso es todo lo que soy capaz de hacer ahora mismo. Me da la llave.
—Te has vuelvo completamente loco —le susurro.
¡Me ha comprado un Audi R8! Madre mía. Justo como yo le pedí… Una enorme sonrisa inunda mi cara y doy saltitos en el sitio donde estoy en un momento de entusiasmo absoluto y desenfrenado. La expresión de Joseph es igual que la mía y voy bailando hacia los brazos que me tiende abiertos. Él me hace girar.
—¡Tienes más dinero que sentido común! —chillo—. ¡Y eso me encanta! Gracias. —Deja de hacerme girar y me inclina de repente, sorprendiéndome tanto que tengo que agarrarme a sus brazos.
—Cualquier cosa para usted, señora Jonas. —Me sonríe. Oh, Dios mío. Vaya expresión de afecto tan pública. Se inclina y me besa—. Vamos, tenemos que ir a ver a tu padre.
—Sí. ¿Puedo conducir yo?
Me sonríe.
—Claro. Es tuyo.
Me levanta y me suelta y yo voy correteando hasta la puerta del conductor. Taylor me la abre sonriendo de oreja a oreja.
—Feliz cumpleaños, señora Jonas.
—Gracias, Taylor. —Le dejo asombrado al darle un breve abrazo, que él me devuelve algo incómodo. Cuando subo al coche veo que se ha sonrojado. Cuando ya estoy sentada, cierra la puerta rápidamente.
—Conduzca con cuidado, señora Jonas —me dice un poco brusco. Le sonrío porque no puedo contener mi entusiasmo.
—Lo haré —le prometo metiendo la llave en el contacto mientras Joseph se acomoda a mi lado.
—Tómatelo con calma. Hoy no nos persigue nadie —me dice. Cuando giro la llave en el contacto, el motor cobra vida con el sonido del trueno. Miro por el espejo retrovisor interior y por los laterales y aprovechando uno de esos extraños momentos en los que hay un hueco en el tráfico, hago un cambio de sentido perfecto y salimos disparados en dirección al hospital OSHU—. ¡Guau! —exclama Joseph alarmado.
—¿Qué?
—No quiero que acabes en la UCI al lado de tu padre. Frena un poco —gruñe en un tono que no admite discusión. Suelto ligeramente el acelerador y le sonrío.
—¿Mejor?
—Mucho mejor —murmura intentando parecer serio, pero fracasando estrepitosamente.
Ray sigue en el mismo estado. Al verle se me cae el alma a los pies a pesar del emocionante viaje hasta aquí en el coche. Debo conducir con más cuidado. Nunca se sabe cuándo puedes toparte con un conductor borracho. Tengo que preguntarle a Joseph qué ha pasado con el imbécil que embistió a Ray; seguro que él lo sabe. A pesar de los tubos, mi padre parece cómodo y creo que tiene un poco más de color en las mejillas. Le cuento los acontecimientos de la mañana mientras Joseph pasea por la sala de espera haciendo llamadas.
La enfermera Kellie está comprobando los tubos de Ray y escribiendo algo en sus gráficas.
—Todas sus constantes están bien, señora Jonas —me dice y me sonríe amablemente.
—Eso es alentador, gracias.
Un poco más tarde aparece el doctor Crowe con dos ayudantes.
—Señora Jonas, tengo que llevarme a su padre a radiología —me dice afectuosamente—. Le vamos a hacer un TAC para ver qué tal va su cerebro.
—¿Tardarán mucho?
—Más o menos una hora.
—Esperaré. Quiero saber cómo está.
—Claro, señora Jonas.
Salgo a la sala de espera vacía donde está Joseph hablando por teléfono y paseándose arriba y abajo. Mientras habla mira por la ventana a la vista panorámica de Portland. Cuando cierro la puerta se gira hacia mí; parece enfadado.
—¿Cuánto por encima del límite? … Ya veo… Todos los cargos, todo. El padre de ______ está en la UCI; quiero que caiga todo el peso de la ley sobre él, papá… Bien. Mantenme informado. —Cuelga.
—¿El otro conductor?
Asiente.
—Un mierda del sudeste de Portland que conducía un tráiler —dice torciendo la boca. A mí me dejan anonadada las palabras que ha utilizado y su tono de desprecio. Camina hasta donde estoy yo y suaviza el tono—. ¿Has acabado con Ray ¿Quieres que nos vayamos?
—Eh… no. —Le miro todavía pensando en esa demostración de desdén.
—¿Qué pasa?
—Nada. A Ray se lo han llevado a radiología para hacerle un TAC y comprobar la inflamación del cerebro. Quiero esperar para conocer los resultados.
—Bien, esperaremos. —Se sienta y me tiende los brazos. Como estamos solos, yo me acerco de buen grado y me acurruco en su regazo—. Así no es como había planeado pasar el día —murmura Joseph junto a mi pelo.
—Yo tampoco, pero ahora me siento más positiva. Tu madre me ha tranquilizado mucho. Fue muy amable viniendo anoche.
Joseph me acaricia la espalda y apoya la barbilla en mi cabeza.
—Mi madre es una mujer increíble.
—Lo es. Tienes mucha suerte de tenerla.
Joseph asiente.
—Debería llamar a la mía y decirle lo de Ray —murmuro y Joseph se pone tenso—. Me sorprende que no me haya llamado ella a mí. —Frunzo el ceño al darme cuenta de algo: es mi cumpleaños y ella estaba allí cuando nací. Me siento un poco dolida. ¿Por qué no me ha llamado?
—Tal vez sí que lo ha hecho —dice Joseph.
Saco mi BlackBerry del bolsillo. No tengo llamadas perdidas, pero sí unos cuantos mensajes: felicitaciones de Kate, José, Mia y Ethan. Nada de mi madre. Niego con la cabeza, triste.
—Llámala —me dice en voz baja. Lo hago, pero no contesta; sale el contestador. No dejo ningún mensaje. ¿Cómo se ha podido olvidar mi madre de mi cumpleaños?
—No está. La llamaré luego, cuando tengamos los resultados del TAC.
Joseph aprieta su abrazo, acariciándome el pelo con la nariz una vez más y decide con acierto no hacer ningún comentario sobre el comportamiento poco maternal de mi madre. Siento más que oigo la vibración de su BlackBerry. La saca con dificultad de su bolsillo pero no me deja levantarme.
—Andrea —contesta muy profesional de nuevo. Hago otro intento de levantarme, pero no me lo permite. Frunce el ceño y me coge con fuerza por la cintura. Yo vuelvo a apoyarme contra su pecho y escucho solo una parte de la conversación—. Bien… ¿Cuál es la hora estimada de llegada? … ¿Y los otros, mmm… paquetes? —Joseph mira el reloj—. ¿Tienen todos los detalles en el Heathman? … Bien… Sí. Eso puede esperar hasta el lunes por la mañana, pero envíamelo en un correo por si acaso: lo imprimiré, lo firmaré y te lo mandaré de vuelta escaneado… Pueden esperar. Vete a casa, Andrea… No, estamos bien, gracias. —Cuelga.
—¿Todo bien?
—Sí.
—¿Es por lo de Taiwan?
—Sí. —Se mueve un poco debajo de mí.
—¿Peso mucho?
Ríe entre dientes.
—No, nena.
—¿Estás preocupado por el negocio con los taiwaneses?
—No.
—Creía que era importante.
—Lo es. El astillero de aquí depende de ello. Hay muchos puestos de trabajo en juego.
¡Oh!
—Solo nos queda vendérselo a los sindicatos. Eso es trabajo de Sam y Ros. Pero teniendo en cuenta cómo va la economía, ninguno de nosotros tenemos elección.
Bostezo.
—¿La aburro, señora Jonas? —Vuelve a acariciarme el pelo otra vez, divertido.
—¡No! Nunca… Es que estoy muy cómoda en tu regazo. Me gusta oírte hablar de tus negocios.
—¿Ah, sí? —pregunta sorprendido.
—Claro. —Me echo un poco atrás para mirarle—. Me encanta oír cualquier información que te dignes compartir conmigo. —Le sonrío burlonamente y él me mira divertido y niega con la cabeza.
—Siempre ansiosa por recibir información, señora Jonas.
—Dímelo —le digo mientras me acomodo contra su pecho.
—¿Que te diga qué?
—Por qué lo haces.
—¿El qué?
—Por qué trabajas así.
—Un hombre tiene que ganarse la vida —dice divertido.
—Joseph, ganas más dinero que para ganarte la vida. —Mi voz está llena de ironía. Frunce el ceño y se queda callado un momento. Me parece que no va a contarme ningún secreto, pero me sorprende.
—No quiero ser pobre —me dice en voz baja—. Ya he vivido así. No quiero volver a eso. Además… es un juego —explica—. Todo va sobre ganar. Y es un juego que siempre me ha parecido fácil.
—A diferencia de la vida —digo para mí. Entonces me doy cuenta de que lo he dicho en voz alta.
—Sí, supongo. —Frunce el ceño—. Pero es más fácil contigo.
¿Más fácil conmigo? Le abrazo con fuerza.
—No puede ser todo un juego. Eres muy filantrópico.
Se encoge de hombros y sé que cada vez está más incómodo.
—Tal vez en cuanto a algunas cosas —concede en voz baja.
—Me encanta el Joseph filantrópico —murmuro.
—¿Solo ese?
—Oh, también el Joseph megalómano, y el Joseph obseso del control, y el Joseph experto en el sexo, y el Joseph pervertido, y el Joseph romántico y el Joseph tímido… La lista es infinita.
—Eso son muchos Joseph.
—Yo diría que unos cincuenta.
Ríe.
—Cincuenta Sombras —dice contra mi pelo.
—Mi Cincuenta Sombras.
Se mueve, me echa la cabeza hacia atrás y me da un beso.
—Bien, señora Cincuenta Sombras, vamos a ver qué tal va lo de su padre.
—Bien.
—¿Podemos dar una vuelta en el coche?
Joseph y yo estamos otra vez en el R8 y me siento vertiginosamente optimista. El cerebro de Ray ha vuelto a la normalidad; la inflamación ha desaparecido. La doctora Sluder ha decidido que mañana le despertará del coma. Dice que está muy satisfecha con sus progresos.
—Claro —me dice Joseph sonriendo—. Es tu cumpleaños. Podemos hacer lo que tú quieras.
¡Oh! Su tono me hace girarme para mirarle. Sus ojos se han oscurecido.
—¿Lo que yo quiera?
—Lo que tú quieras.
¿Cuántas promesas se pueden encerrar en solo cuatro palabras?
—Bueno, quiero conducir.
—Entonces conduce, nena. —Me sonríe y yo también le respondo con una sonrisa.
Mi coche es tan fácil de manejar que parece que estoy en un sueño. Cuando llegamos a la interestatal 5 piso el acelerador, lo que hace que salgamos disparados hacia atrás en los asientos.
—Tranquila, nena —me advierte Joseph.
Mientras conducimos de vuelta a Portland se me ocurre una idea.
—¿Tienes algún plan para comer? —le pregunto a Joseph.
—No. ¿Tienes hambre? —Parece esperanzado.
—Sí.
—¿Adónde quieres ir? Es tu día, ______.
—Ya lo sé…
Me dirijo a las cercanías de la galería donde José exhibe sus obras y aparco justo en la entrada del restaurante Le Picotin, adonde fuimos después de la exposición de José.
Joseph sonríe.
—Por un momento he creído que me ibas a llevar a aquel bar horrible desde el que me llamaste borracha aquella vez…
—¿Y por qué iba a hacer eso?
—Para comprobar si las azaleas todavía están vivas —dice con ironía arqueando una ceja.
Me sonrojo.
—¡No me lo recuerdes! De todas formas, después me llevaste a tu habitación del hotel… —le digo sonriendo.
—La mejor decisión que he tomado —dice con una mirada tierna y cálida.
—Sí, cierto. —Me acerco y le doy un beso.
—¿Crees que ese imbécil soberbio seguirá sirviendo las mesas? —me pregunta Joseph.
—¿Soberbio? A mí no me pareció mal.
—Estaba intentando impresionarte.
—Bueno, pues lo consiguió.
Joseph tuerce la boca con una mueca de fingido disgusto.
—¿Vamos a comprobarlo? —le sugiero.
—Usted primero, señora Jonas.
Después de comer y de un pequeño rodeo hasta el Heathman para recoger el portátil de Joseph, volvemos al hospital. Paso la tarde con Ray, leyéndole en voz alta los manuscritos que he recibido. Lo único que me acompaña es el sonido de las máquinas que le mantienen con vida, conmigo. Ahora que sé que está mejorando ya puedo respirar con más facilidad y relajarme.
Tengo esperanza. Solo necesita tiempo para ponerse bien. Me pregunto si debería volver a intentar llamar a mi madre, pero decido que mejor más tarde. Le cojo la mano con delicadeza a Ray mientras le leo y se la aprieto de vez en cuando como para desearle que se mejore. Sus dedos son suaves y cálidos. Todavía tiene la marca donde llevaba la alianza, después de todo este tiempo…
Una hora o dos más tarde, he perdido la noción del tiempo, levanto la vista y veo a Joseph con el portátil en la mano a los pies de la cama de Ray junto a la enfermera Kellie.
—Es hora de irse, ______.
Oh. Le aprieto fuerte la mano a Ray. No quiero dejarle.
—Quiero que comas algo. Vamos. Es tarde. —El tono de Joseph es contundente.
—Y yo voy a asear al señor Steele —dice la enfermera Kellie.
—Bien —claudico—. Volveré mañana por la mañana.
Le doy un beso a Ray en la mejilla y siento bajo los labios un principio de barba poco habitual en él. No me gusta. Sigue mejorando, papá. Te quiero.
—He pensado que podemos cenar abajo. En una sala privada —dice Joseph con un brillo en los ojos cuando abre la puerta de la suite.
—¿De verdad? ¿Para acabar lo que empezaste hace unos cuantos meses?
Sonríe.
—Si tiene mucha suerte sí, señora Jonas.
Río.
—Joseph, no tengo nada elegante que ponerme.
Con una sonrisa me tiende la mano para llevarme hasta el dormitorio. Abre el armario y dentro hay una gran funda blanca de las que se usan para proteger los vestidos.
—¿Taylor? —le pregunto.
—Joseph —responde, enérgico y herido al mismo tiempo. Su tono me hace reír. Abro la cremallera de la funda y encuentro un vestido azul marino de seda. Lo saco. Es precioso: ajustado y con tirantes finos. Parece pequeño.
—Es maravilloso. Gracias. Espero que me quede.
—Sí, seguro —dice confiadamente—. Y toma —prosigue cogiendo una caja de zapatos—, zapatos a juego. —Me dedica una sonrisa torcida.
—Piensas en todo. Gracias. —Me acerco y le doy un beso.
—Claro que sí —me dice pasándome otra bolsa.
Le miro inquisitivamente. Dentro hay un body negro y sin tirantes con la parte central de encaje. Me acaricia la cara, me levanta la barbilla y me da un beso.
—Estoy deseando quitarte esto después.
Renovada tras un baño, limpia, depilada y sintiéndome muy consentida, me siento en el borde de la cama y empiezo a secarme el pelo. Joseph entra en el dormitorio. Creo que ha estado trabajando.
—Déjame a mí —me dice y me señala una silla delante del tocador.
—¿Quieres secarme el pelo?
Asiente y yo le miro perpleja.
—Vamos —dice clavándome la mirada. Conozco esa expresión y no se me ocurriría desobedecer. Lenta y metódicamente me va secando el pelo, mechón tras mechón, con su habilidad habitual.
—Has hecho esto antes —le susurro. Su sonrisa se refleja en el espejo, pero no dice nada y sigue cepillándome el pelo. Mmm… es muy relajante.
Entramos en el ascensor para bajar a cenar; esta vez no estamos solos. Joseph está guapísimo con su camisa blanca de firma, vaqueros negros y chaqueta, pero sin corbata. Las dos mujeres que entran también en el ascensor le lanzan miradas de admiración a él y de algo menos generoso a mí. Yo oculto mi sonrisa. Sí, señoras, es mío. Joseph me coge la mano y me acerca a él mientras bajamos en silencio hasta la planta donde se halla el restaurante.
Está lleno de gente vestida de noche, todos sentados charlando y bebiendo como inicio de la noche del sábado. Me alegro de encajar ahí. El vestido me queda muy ajustado, abrazándome las curvas y manteniendo todo en su lugar. Tengo que decir que me siento… atractiva llevándolo. Sé que Joseph lo aprueba.
Al principio creo que vamos hacia el comedor privado donde discutimos por primera vez el contrato, pero Joseph me conduce hasta el extremo del pasillo, donde abre una puerta que da a otra sala forrada de madera.
—¡Sorpresa!
Oh, Dios mío. Kate y Elliot, Mia y Ethan, Carrick y Grace, el señor Rodríguez y José y mi madre y Bob, todos levantando sus copas. Me quedo de pie mirándoles con la boca abierta y sin habla. ¿Cómo? ¿Cuándo? Me giro hacia Joseph asombrada y él me aprieta la mano. Mi madre se acerca y me abraza. ¡Oh, mamá!
—Cielo, estás preciosa. Feliz cumpleaños.
—¡Mamá! —lloriqueo abrazándola. Oh, mamá… Las lágrimas ruedan por mis mejillas a pesar de que estoy en público y entierro mi cara en su cuello.
—Cielo, no llores. Ray se pondrá bien. Es un hombre fuerte. No llores. No el día de tu cumpleaños. —Se le quiebra la voz, pero mantiene la compostura. Me coge la cara con las manos y me enjuga las lágrimas con los pulgares.
—Creía que se te había olvidado.
—¡Oh, ______! ¿Cómo se me iba a olvidar? Diecisiete horas de parto es algo que no se olvida fácilmente.
Suelto una risita entre las lágrimas y ella sonríe.
—Sécate los ojos, cariño. Hay mucha gente aquí para compartir contigo tu día especial.
Sorbo por la nariz y no quiero mirar a los demás, avergonzada y encantada de que todo el mundo haya hecho el esfuerzo de venir aquí a verme.
—¿Cómo has venido? ¿Cuándo has llegado?
—Tu marido me mandó su avión, cielo —dice sonriendo, impresionada.
Yo me río.
—Gracias por venir, mamá. —Me limpia la nariz con un pañuelo de papel como solo una madre podría hacer—. ¡Mamá! —la riño e intento recuperar la compostura.
—Eso está mejor. Feliz cumpleaños, hija. —Se aparta a un lado y todos los demás hacen una cola para abrazarme y desearme feliz cumpleaños.
—Está mejorando, ______. La doctora Sluder es una de las mejores del país. Feliz cumpleaños, ángel —me dice Grace y me abraza.
—Puedes llorar todo lo que quieras, ______. Es tu fiesta. —José también me abraza.
—Feliz cumpleaños, niña querida. —Carrick me sonríe y me coge la cara.
—¿Qué pasa, chica? Tu padre se va a recuperar. —Elliot me rodea con sus brazos—. Feliz cumpleaños.
—Ya basta. —Joseph me coge la mano y me aparta del abrazo de Elliot—. Ya basta de toquetear a mi mujer. Toquetea a tu prometida.
Elliot le sonríe maliciosamente y le guiña un ojo a Kate.
Un camarero que no he visto antes nos ofrece a Joseph y a mí unas copas con champán rosa. Joseph carraspea para aclararse la garganta.
—Este sería un día perfecto si Ray se hallara aquí con nosotros, pero no está lejos. Se está recuperando bien y estoy seguro de que querría que disfrutaras de tu día, ______. Gracias a todos ustedes por venir a compartir el cumpleaños de mi preciosa mujer, el primero de los muchos que vendrán. Feliz cumpleaños, mi amor. —Joseph levanta la copa en mi dirección entre un coro de «feliz cumpleaños» y tengo que esforzarme por mantener a raya las lágrimas.
Observo mientras oigo las animadas conversaciones que se están produciendo alrededor de la mesa de la cena. Es raro verme aquí, arropada por el núcleo de mi familia, sabiendo que el hombre que considero mi padre se encuentra con una máquina de ventilación asistida en el frío ambiente clínico de la UCI. No sé cómo lo han hecho, pero me alegro de que estén todos aquí. Contemplo el intercambio de insultos entre Elliot y Joseph, el humor cálido y siempre a la que salta de José, el entusiasmo de Mia por la fiesta y por la comida mientras Ethan la mira con picardía. Creo que ella le gusta… pero es difícil decirlo.
El señor Rodríguez está sentado disfrutando de las conversaciones. Tiene mejor aspecto. Ha descansado. José está muy pendiente de él, cortándole la comida y manteniéndole la copa llena. Que el único progenitor que le queda haya estado tan cerca de la muerte ha hecho que José aprecie más al señor Rodríguez, estoy convencida.
Miro a mi madre. Está en su elemento, encantadora, divertida y cariñosa. La quiero mucho. Tengo que acordarme de decírselo. La vida es tan preciosa… ahora me doy cuenta.
—¿Estás bien? —me pregunta Kate con una voz suave muy poco propia de ella.
Asiento y le cojo la mano.
—Sí. Gracias por venir.
—¿Crees que tu marido el millonario iba a evitar que yo estuviera aquí contigo en tu cumpleaños? ¡Hemos venido en el helicóptero! —Sonríe.
—¿De verdad?
—Sí. Todos. Y pensar que Joseph sabe pilotarlo… Es sexy.
—Sí, a mí también me lo parece.
Sonreímos.
—¿Te quedas aquí esta noche? —le pregunto.
—Sí. Todos. ¿No sabías nada de esto?
Niego con la cabeza.
—Qué astuto, ¿eh?
Asiento.
—¿Qué te ha regalado por tu cumpleaños?
—Esto —digo mostrándole la pulsera.
—¡Oh, qué bonita!
—Sí.
—Londres, París… ¿Helado?
—No lo quieras saber.
—Me lo puedo imaginar.
Nos reímos y me sonrojo recordando la marca de helado: Ben&Jerry. Ahora será Ben&Jerry&______…
—Oh, y un Audi R8.
Kate escupe el vino, que le cae de una forma muy poco atractiva por la barbilla, lo que nos hacer reír más a las dos.
—Se ha superado el cabrón, ¿no? —ríe.
Cuando llega el momento del postre me traen una suntuosa tarta de chocolate con veintidós velas plateadas y un coro desafinado que me dedica el «Cumpleaños feliz». Grace observa a Joseph, que canta con los demás amigos y familia, y sus ojos brillan de amor. Su mirada se cruza con la mía y me lanza un beso.
—Pide un deseo —me susurra Joseph. Y con un solo soplido apago todas las velas, deseando con todas mis fuerzas que mi padre se ponga bien: papá ponte bien, por favor, ponte bien. Te quiero mucho.
A medianoche, el señor Rodríguez y José se van.
—Muchas gracias por venir. —Le doy un fuerte abrazo a José.
—No me lo habría perdido por nada del mundo. Me alegro de que Ray esté mejorando.
—Sí. Tú, el señor Rodríguez y Ray tienen que venir a Aspen a pescar con Joseph.
—¿Sí? Suena bien. —José sonríe antes de ir en busca del abrigo de su padre y yo me agacho para despedirme del señor Rodríguez.
—¿Sabes, ______? Hubo un tiempo en que creí que… bueno, que tú y José… —Deja la frase sin terminar y me observa con su mirada oscura intensa pero llena de cariño.
Oh, no…
—Le tengo mucho cariño a su hijo, señor Rodríguez, pero es como un hermano para mí.
—Habrías sido una nuera estupenda. O más bien lo eres: para los Jonas. —Sonríe nostálgico y yo me sonrojo.
—Espero que se conforme con ser un amigo.
—Claro. Tu marido es un buen hombre. Has elegido bien, ______.
—Eso creo —le susurro—. Le quiero mucho. —Le doy un abrazo al señor Rodríguez.
—Trátale bien, ______.
—Lo haré —le prometo.
Joseph cierra la puerta de nuestra suite.
—Al fin solos —dice apoyándose contra la puerta mientras me observa.
Doy un paso hacia él y deslizo los dedos por las solapas de su chaqueta.
—Gracias por un cumpleaños maravilloso. Eres el marido más detallista, considerado y generoso que existe.
—Ha sido un placer para mí.
—Sí… Un placer para ti… Vamos a ver si encontramos algo que te dé placer… —le susurro. Cierro los dedos en sus solapas y tiro de él para acercar sus labios a los míos.
Tras un desayuno con la familia y amigos, abro los regalos, y después me despido cariñosamente de todos los Jonas y los Kavanagh que van a volver a Seattle en el Charlie Tango. Mi madre, Joseph y yo vamos al hospital con Taylor al volante, ya que los tres no cabemos en el R8. Bob no ha querido acompañarnos, y yo me alegro secretamente. Sería muy raro, y seguro que a Ray no le gustaría que Bob le viera en esas condiciones.
Ray tiene el mismo aspecto, solo que con más barba. Mi madre se queda impresionada al verle y las dos lloramos un poco más.
—Oh, Ray.
Le aprieta la mano y le acaricia la cara y a mí me conmueve ver el amor que siente todavía por su ex marido. Me alegro de llevar pañuelos en el bolso. Nos sentamos a su lado y le cojo la mano a mi madre mientras ella coge la de Ray.
—______, hubo un tiempo en que este hombre era el centro de mi mundo. El sol salía y se ponía con él. Siempre le querré. Te cuidó siempre tan bien…
—Mamá… —Las palabras se me quedan atravesadas y ella me acaricia la cara y me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Ya sabes que siempre querré a Ray. Pero nos distanciamos. —Suspira—. Y simplemente no podía vivir con él. —Se mira los dedos y me pregunto si estará pensando en Steve, el marido número tres, del que no hablamos.
—Sé que quieres a Ray —le susurro, secándome los ojos—. Hoy le van a sacar del coma.
—Es una buena noticia. Seguro que estará bien. Es un cabezota. Creo que tú aprendiste de él.
Sonrío.
—¿Has estado hablando con Joseph?
—¿Opina que eres una cabezota?
—Eso creo.
—Le diré que es un rasgo de familia. Se les ve muy bien juntos, ______. Muy felices.
—Lo somos, creo. O lo estamos consiguiendo. Le quiero. Él es el centro de mi mundo. El sol sale y se pone con él para mí también.
—Y es obvio que él te adora, cariño.
—Y yo le adoro a él.
—Pues díselo. Los hombres necesitan oír esas cosas, igual que nosotras.
Insisto en ir al aeropuerto con mamá y Bob para despedirme. Taylor nos sigue en el R8 y Joseph conduce el todoterreno. Siento que no puedan quedarse más, pero tienen que volver a Savannah. Es un adiós lleno de lágrimas.
—Cuida bien de ella, Bob —le susurro cuando me abraza.
—Claro, ______. Y tú cuídate también.
—Lo haré. —Me vuelvo hacia mi madre—. Adiós, mamá. Gracias por venir —le digo con la voz un poco quebrada—. Te quiero mucho.
—Oh, mi niña querida, yo también te quiero. Y Ray se pondrá bien. No está preparado para dejar atrás su ser mortal todavía. Seguro que hay algún partido de los Mariners que no puede perderse.
Suelto una risita. Tiene razón. Decido que le voy a leer la página de deportes del periódico del domingo a Ray esta tarde. Veo como ella y Bob suben por la escalerilla del jet de Jonas Enterprises Holdings, Inc. Al llegar arriba se despide con la mano todavía llorando y desaparece. Joseph me rodea los hombros con los brazos.
—Volvamos, nena —me dice.
—¿Conduces tú?
—Claro.
Cuando volvemos al hospital esa tarde, Ray está diferente. Necesito un momento para darme cuenta de que el sonido de bombeo del respirador ha desaparecido. Ray respira por sí mismo. Me inunda una sensación de alivio. Le acaricio la cara barbuda y saco un pañuelo de papel para limpiarle con cuidado la saliva de la boca.
Joseph sale en busca de la doctora Sluder y el doctor Crowe para que le den el último parte, mientras yo me siento como es habitual al lado de la cama para hacerle compañía.
Desdoblo la sección de deportes del periódico Oregonian del domingo y empiezo a leer la noticia del partido de fútbol que enfrentó al Sounders y el Real Salt Lake. Por lo que dicen fue un partido emocionante, pero el Sounders cayó derrotado por un gol en propia puerta de Kasey Keller. Le aprieto la mano a Ray y sigo leyendo.
—El marcador final fue de Sounders uno, Real Salt Lake dos.
—¿Hemos perdido, ______? ¡No! —dice Ray con voz áspera y me aprieta la mano.
¡Papá!
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
oh!!! :amor: ya desperto!!!!
Amo a mi cincuenta sombras! :ilusion:
Es tan lindo, tierno, el mejor :enamorado:
Todo lo que hizo por la rayiz!! :canto:
Y ahora Ray ya desperto!! Y va a estar bien :amor:
Siguela!! :bye:
Amo a mi cincuenta sombras! :ilusion:
Es tan lindo, tierno, el mejor :enamorado:
Todo lo que hizo por la rayiz!! :canto:
Y ahora Ray ya desperto!! Y va a estar bien :amor:
Siguela!! :bye:
aranzhitha
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
Oh despertó yaaaayyy!!!
Amo a mi 50 sombras esta hermoso
Lo amo
Siguela
Amo a mi 50 sombras esta hermoso
Lo amo
Siguela
JB&1D2
Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]
AKSJDKLSAJAHASHDHASDAS ESE MI PAPI ♥ JAJAJA
Aria de Jonas
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