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Mensaje por aranzhitha Dom 03 Feb 2013, 8:56 pm

ok, esperamos el capi
aranzhitha
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"Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO] - Página 11 Empty Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]

Mensaje por JB&1D2 Dom 03 Feb 2013, 8:58 pm

No tardes mucho. Estoy ansiosa
JB&1D2
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"Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO] - Página 11 Empty Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]

Mensaje por aranzhitha Dom 03 Feb 2013, 10:07 pm

esperando!!
aranzhitha
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"Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO] - Página 11 Empty Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]

Mensaje por MileyCyruZ Dom 03 Feb 2013, 10:39 pm

aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhh were are youuu!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! te necesitamossssss D:
:lloro:
MileyCyruZ
MileyCyruZ


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Mensaje por Karely Jonatika Lun 04 Feb 2013, 2:45 am

Capítulo 16


Tengo demasiado calor. Es el calor que desprende Joseph. Tiene la cabeza sobre mi hombro y respira suavemente contra mi cuello mientras duerme. Sus piernas están enredadas con las mías y con el brazo me rodea la cintura. Permanezco un rato en el límite de la consciencia, sabiendo que si me despierto del todo también le despertaré a él, y Joseph no duerme lo suficiente.

Mi mente repasa perezosamente todo lo que pasó ayer por la noche. Bebí demasiado… mucho más que demasiado. Estoy asombrada de que Joseph me dejara beber tanto. Sonrío al recordar cómo me preparó para meterme en la cama. Fue algo dulce, muy dulce, e inesperado. Hago un rápido inventario mental de cómo me siento. ¿Estómago? Bien. ¿Cabeza? Sorprendentemente bien, pero un poco atontada. Todavía tengo la palma de la mano roja por la bofetada de anoche. Vaya... Distraídamente, pienso en las palmas de Joseph las veces que me ha azotado. Me remuevo y él se despierta.

—¿Qué ocurre? —Sus adormilados ojos ambarinos examinan los míos.
—Nada. Buenos días. —Le paso los dedos de mi mano sana por el pelo.
—Señora Jonas, está usted preciosa esta mañana —me dice y me da un beso en la mejilla. Una luz se enciende en mi interior.
—Gracias por ocuparte de mí anoche.
—Me gusta ocuparme de ti. Eso es lo que quiero hacer siempre —susurra con aparente tranquilidad, pero sus ojos le traicionan cuando una chispa de triunfo se enciende en sus profundidades ambarinas. Es como si hubiera ganado algún campeonato mundial.

Oh, mi Cincuenta…

—Me hiciste sentir muy querida.
—Eso es porque es lo que siento por ti —murmura y el corazón se me encoge un poco.

Me coge la mano y yo hago una mueca de dolor. Me la suelta inmediatamente, alarmado.

—¿El puñetazo? —me pregunta. Sus ojos se convierten en hielo mientras me observa y su voz está llena de una furia repentina.
—Le di una bofetada, no un puñetazo.
—¡Ese hijo de puta! —Creía que ya habíamos superado eso anoche—. No puedo soportar que te haya tocado.
—No me hizo daño, solo se comportó de forma inapropiada. Joseph, estoy bien. Tengo la mano un poco roja, eso es todo. Pero seguro que sabes cómo es eso… —Le sonrío pícara y su expresión cambia a una de sorpresa divertida.
—Oh, señora Jonas, esa sensación me resulta muy familiar. —Curva los labios en una sonrisa—. Y puedo volver a experimentar esa sensación ahora mismo, si usted quiere.
—No, gracias, guarde esa mano tan larga, señor Jonas.

Le acaricio la cara con la mano enrojecida y paso lentamente los dedos sobre una de sus patillas. Le tiro de los pelillos. Eso le distrae y me coge la mano para darme un suave beso en la palma. Milagrosamente el dolor desaparece.

—¿Por qué no me dijiste anoche que te dolía la mano?
—Mmm… Anoche apenas me di cuenta. Y ahora está bien.

Sus ojos se suavizan y eleva la comisura de la boca.

—¿Cómo te encuentras?
—Mejor de lo que merezco.
—Tiene usted una buena derecha, señora Jonas.
—Será mejor que no se le olvide, señor Jonas.
—¿Ah, sí? —De repente rueda para quedar completamente encima de mí, apretándome contra el colchón y sujetándome las muñecas sobre la cabeza mientras me mira—. Podemos tener una pelea cuando usted quiera, señora Jonas. De hecho, traerte por la fuerza a la cama es una fantasía que tengo. —Me da un beso en la garganta.

¿Qué?

—Creo que eso ya lo has hecho alguna vez. —Doy un respingo cuando me muerde el lóbulo de la oreja.
—Mmm… Pero sería mejor si opusieras más resistencia —susurra mientras me acaricia la mandíbula con la nariz.

¿Resistencia? Me quedo quieta. Él para, me suelta las manos y se apoya en los codos.

—¿Quieres que me resista? ¿Aquí? —le susurro intentando ocultar la sorpresa. Bueno… el shock. Asiente con los ojos entrecerrados pero cautos mientras intenta evaluar mi reacción—. ¿Ahora?

Él se encoge de hombros y veo que la idea pasa fugazmente por su cabeza. Me dedica su sonrisa tímida y asiente otra vez, muy despacio.

Oh, Dios mío… Está tenso, tumbado encima de mí, y su creciente erección se está clavando tentadoramente en mi carne suave y necesitada, distrayéndome. ¿De qué va esto? ¿Peleas? ¿Fantasías? ¿Me va a hacer daño? La diosa que llevo dentro niega con la cabeza… No lo haría. Nunca.

—¿Era eso lo que querías decir con lo de hacerte pagar el enfado en la cama?

Asiente otra vez; su mirada sigue siendo precavida.

Mmm… Mi Cincuenta quiere pelea.

—No te muerdas el labio —me ordena.

Obedientemente mis dientes sueltan el labio.

—Creo que me tiene en situación de desventaja, señor Jonas.

Agito las pestañas y me retuerzo provocativamente bajo su cuerpo. Esto puede ser divertido.

—¿En desventaja?
—Ya me tienes donde querías tenerme.

Sonríe burlón y aprieta su entrepierna contra la mía otra vez.

—Cierto, señora Jonas —susurra y me da un beso en los labios.

De repente se mueve, arrastrándome con él, y rueda hasta que quedo a horcajadas sobre su cuerpo. Le agarro las manos, sujetándoselas a ambos lados de la cabeza, e ignoro el dolor de mi mano. Mi pelo cae formando un velo castaño a nuestro alrededor y yo muevo la cabeza para que las puntas le hagan cosquillas en la cara. Aparta la cara pero no intenta detenerme.

—Así que quieres jugar duro, ¿eh? —le pregunto rozando mi entrepierna contra la suya.

Abre la boca e inhala bruscamente.

—Sí —dice entre dientes y yo le suelto.
—Espera. —Extiendo la mano para coger el vaso de agua que hay junto a la cama. Joseph debe de haberlo puesto allí. El agua aún está fresca y burbujeante, demasiado para llevar mucho tiempo ahí… Me pregunto cuándo habrá venido Joseph a la cama.

Mientras le doy un largo trago, Joseph va trazando pequeños círculos con el dedo por mis muslos, dejándome un hormigueo en la piel a su paso, antes de rodearme con las manos y apretarme el trasero desnudo. Mmm…Utilizando un truco de su impresionante repertorio, me inclino y le beso a la vez que vierto el agua fresca en su boca.

Él bebe.

—Muy rico, señora Jonas —murmura y esboza una sonrisa juvenil y juguetona.

Vuelvo a poner el vaso en la mesita y le quito las manos de mi trasero para agarrárselas de nuevo junto a la cabeza.

—¿Así que se supone que yo no quiero? —le digo con una sonrisa.
—Sí.
—No soy muy buena actriz.

Él sonríe.

—Inténtalo.

Me inclino y le doy un beso casto.

—Bien, entraré en el juego —le susurro mordisquiándole la mandíbula y sintiendo su incipiente barba bajo mis dientes y mi lengua.

Joseph emite un sonido grave y sexy desde el fondo de su garganta y se revuelve, tirándome sobre la cama a su lado. Grito por la sorpresa. Ahora está encima de mí y yo empiezo a resistirme mientras él trata de cogerme las manos. Le planto las manos con brusquedad en el pecho y le empujo con todas mis fuerzas, intentando moverle, mientras él se esfuerza por separarme las piernas con su rodilla.

Sigo empujándole el pecho —Dios, ¡cómo pesa!—, pero él ni se inmuta ni se queda petrificado como le pasaba antes. ¡Está disfrutando con esto! Sigue intentando cogerme las muñecas y por fin consigue atraparme una, a pesar de mis feroces esfuerzos por liberarla. Es la mano que me duele, así que no forcejeo, pero con la otra le cojo del pelo y tiro con fuerza.

—¡Ah! —Mueve la cabeza bruscamente para liberarse y me lanza una mirada feroz y carnal—. Salvaje… —me susurra. Su voz tiene un tono de placer lujurioso.

Mi libido explota como reacción a esa palabra susurrada y dejo de fingir. Vuelvo a luchar en vano para que me suelte la mano y a la vez intento entrelazar los tobillos y tirarlo para que ya no esté encima de mí. Pero pesa demasiado. ¡Arg! Es frustrante. Y excitante.

Con un gruñido, Joseph me atrapa la otra mano. Me agarra las dos muñecas con su mano izquierda mientras la derecha desciende por mi cuerpo, lenta, casi insolentemente, acariciando y sintiendo según baja, dándole un pellizco a uno de mis pezones a su paso.

Chillo en respuesta y relámpagos de placer breves, agudos y calientes viajan desde mi pezón a mi entrepierna. Hago más intentos infructuosos de quitármelo de encima, pero él se mantiene demasiado firme sobre mí.

Cuando trata de besarme, giro la cabeza a un lado para que no pueda hacerlo. Su mano insolente pasa del dobladillo de mi camiseta a mi barbilla para sujetarme la cabeza mientras me mordisquea la mandíbula como yo he hecho antes con él.

—Oh, nena, sigue resistiéndote —murmura.

Me retuerzo y me revuelvo, intentando liberarme de su sujeción despiadada, pero no sirve de nada. Es mucho más fuerte que yo. Ahora me está mordiendo suavemente el labio inferior mientras su lengua trata de invadir mi boca. Y me doy cuenta de que no quiero resistirme. Le deseo… Ahora igual que siempre. Dejo de forcejear y le devuelvo el beso apasionadamente. No me importa no haberme lavado los dientes. Ni que se suponga que estamos jugando a algo. El deseo, caliente y duro, llena mi torrente sanguíneo y ya estoy perdida. Separo los tobillos y le rodeo la cadera con las piernas. Uso los talones para bajarle el pijama por el trasero.

—______… —jadea y me besa por todas partes.

Y ya dejamos de pelear para ser todo manos y lenguas, sabor y contacto rápido, urgente.

—Piel —susurra con voz ronca y la respiración trabajosa.

Me levanta y tira de mi camiseta para quitármela en un solo movimiento rápido.

—Tú —le digo yo mientras estoy erguida.

Eso es todo lo que soy capaz de articular. Le cojo la parte delantera del pantalón del pijama y se la bajo de un tirón para liberar su erección. Se la agarro y se la aprieto. Está muy duro. Suelta el aire entre los dientes e inhala bruscamente y yo disfruto al ver su respuesta.

—Joder —susurra.
Se echa hacia atrás, alzándome los muslos e inclinándome un poco hacia la cama mientras yo tiro y le aprieto con fuerza, subiendo y bajando la mano. Noto una gotita de humedad en la punta y la esparzo con el pulgar. Cuando me baja hasta el colchón me meto el pulgar en la boca para saborearle mientras su mano asciende por mi cuerpo acariciándome las caderas, el estómago y los pechos.

—¿Sabe bien? —me pregunta cuando se cierne sobre mí con los ojos en llamas.
—Sí, mira.

Le meto el pulgar en la boca y él lo chupa y me muerde la yema. Gimo, le cojo la cabeza y tiro de él hacia mí para poder besarle. Le envuelvo con las piernas y le bajo el pijama por las suyas empujando con los pies. Después vuelvo a rodearle la cintura con ellas. Sus labios pasan de mi mandíbula a mi barbilla y ahí me da un mordisco suave.

—Eres tan preciosa… —Baja la cabeza hasta la base de mi garganta—. Tienes una piel tan bonita…

Su respiración es suave y sus labios se deslizan hasta mis pechos.

¿Qué? Jadeo, confundida. Estoy necesitada, pero ahora me hace esperar. Creía que iba a ser rápido.

—Joseph… —Oigo la suave súplica de mi voz y bajo las manos para enterrárselas entre el pelo.
—Silencio… —me susurra y me rodea un pezón con la lengua antes de metérselo en la boca y tirar con fuerza.
—¡Ah! —gimo y me retuerzo, inclinando un poco la pelvis para tentarle. Sonríe contra mi piel y pasa a centrarse en el otro pecho.
—¿Impaciente, señora Jonas? —Vuelve a chuparme el pezón con fuerza. Yo le tiro del pelo. Él gruñe y levanta la vista—. Te voy a atar —me amenaza.
—Tómame —le suplico.
—Todo a su tiempo —dice contra mi piel.

Su mano baja a una velocidad insultantemente lenta hasta mis caderas mientras sigue ocupándose del pezón con la boca. Gimo con fuerza, mi respiración es rápida y poco profunda e intento volver a animarle a entrar en mí moviendo la cadera y apretándome contra él. Él está duro, muy cerca y pesa, pero se está tomando su tiempo conmigo.

¡Que le den! Me pongo otra vez a pelear y me retuerzo, decidida a quitármelo de encima.

—Pero ¿qué…?

Joseph me coge las manos y me las aprieta contra la cama con los brazos totalmente abiertos y apoya todo el peso de su cuerpo sobre mí, dominándome completamente. Estoy sin aliento y como loca.

—Querías resistencia —le digo jadeando.

Él se levanta sobre mí y me mira, con las manos todavía agarrándome las muñecas. Le coloco los talones en el trasero y empujo. No se mueve. ¡Arg!

—¿No quieres que juguemos con calma? —me pregunta asombrado, con los ojos encendidos por la excitación.
—Solo quiero que me hagas el amor, Joseph.

¿Cómo puede ser tan obtuso? Primero peleamos y luchamos y después todo es ternura y dulzura. Es confuso. Estoy en la cama con el señor Temperamental.

—Por favor… —Vuelvo a ponerle los talones en el trasero y a empujarle un poco.

Sus ojos ambarinos ardientes examinan los míos. Oh, pero ¿en qué está pensando? Parece perplejo y confuso momentáneamente. Me suelta las manos y se sienta en los talones. Tira de mí para subirme a su regazo.

—Está bien, señora Jonas, lo haremos a su manera. —Me levanta y me baja lentamente sobre su erección de forma que quedo a horcajadas sobre él.
—¡Ah!

Eso es. Eso es lo que quiero, lo que necesito. Le rodeo el cuello con los brazos y enredo los dedos en su pelo, saboreando la sensación de sentirle dentro de mí. Empiezo a moverme. Tomo las riendas, le llevo a mi ritmo, a mi paso. Él gime, sus labios encuentran los míos y los dos nos perdemos.


Paso los dedos por el vello del pecho de Joseph. Está tumbado boca arriba, quieto y en silencio a mi lado mientras los dos recuperamos el aliento. Su mano me acaricia rítmicamente la espalda.

—Estás muy callado —le susurro y le doy un beso en el hombro. Se gira y me mira, pero su expresión no revela nada—. Ha sido divertido.

Mierda, ¿pasa algo malo?

—Me confundes, ______.
—¿Que te confundo?

Se mueve para que quedemos cara a cara.

—Sí. Me confundes. Tomando las riendas. Es… diferente.
—¿Diferente para bien o diferente para mal?

Le paso los dedos por los labios. Él arruga la frente como si no comprendiera la pregunta. Me da un beso en el dedo distraídamente.

—Diferente para bien —dice, pero no suena muy convencido.
—¿Nunca antes habías puesto en práctica esta fantasía?

Me sonrojo al decirlo. ¿De verdad quiero saber más cosas sobre la colorida y… eh… caleidoscópica vida sexual que mi marido ha tenido antes de mí? Mi subconsciente me mira precavida por encima de las gafas de concha de media luna como diciendo: «¿En serio quieres pisar ese terreno?».

—No, ______. Tú puedes tocarme. —Es una explicación muy simple pero que dice muchísimo. Claro, las quince anteriores no podían…
—La señora Robinson también podía tocarte —digo en voz baja antes de que mi cerebro registre lo que he dicho. Mierda. ¿Por qué la he mencionado?

Se queda muy quieto. Abre mucho los ojos y pone esa expresión que dice: «Oh, no, ¿adónde querrá llegar con esto?».

—Eso era diferente —susurra.

De repente quiero saberlo.

—¿Diferente para bien o diferente para mal?

Me mira fijamente. La duda y algo que se acerca al dolor cruzan por su cara de manera fugaz; por un instante parece alguien que se está ahogando.

—Para mal, creo. —Apenas se oyen sus palabras.

¡Oh, madre mía!

—Creí que te gustaba.
—Y me gustaba. Entonces.
—¿Y ahora no?

Me mira con los ojos como platos y lentamente niega con la cabeza.

Oh, Dios mío…

—Oh, Joseph…

Estoy abrumada por los sentimientos que me inundan. Mi niño perdido. Me lanzo sobre él y le beso la cara, la garganta, el pecho y las pequeñas cicatrices redondas. Joseph gruñe, me atrae hacia él y me besa con pasión. Y muy lenta y tiernamente, a su ritmo, vuelve a hacerme el amor.


—¡Aquí viene ______ Tyson, tras la pelea con un peso superior!

Ethan me aplaude cuando entro en la cocina a desayunar. Está sentado con Mia y con Kate en la barra del desayuno mientras la señora Bentley cocina unos gofres. A Joseph no se le ve por ninguna parte.

—Buenos días, señora Jonas —me dice sonriendo la señora Bentley—. ¿Qué le apetece desayunar?
—Buenos días. Lo que esté haciendo estará bien, gracias. ¿Dónde está Joseph?
—Fuera. —Kate señala con la cabeza al patio.

Me acerco a la ventana que da al patio y a las montañas que hay más allá. Es un día de verano claro de un azul muy pálido y mi guapísimo marido está a unos seis metros, enfrascado en una discusión con un hombre.

—El hombre con el que está hablando es el señor Bentley —me dice Mia desde la barra del desayuno. Me giro para mirarla, atraída por su tono de mal humor. Mira venenosamente a Ethan. Oh, vaya… Me pregunto una vez más qué es lo que hay entre ellos. Frunzo el ceño y devuelvo mi atención a mi marido y el señor Bentley.

El marido de la señora Bentley tiene el pelo claro, los ojos oscuros, es delgado y fibroso y va vestido con pantalones de trabajo y una camiseta del Departamento de Bomberos de Aspen. Joseph lleva vaqueros negros y una camiseta. Cuando los dos hombres empiezan a caminar por el césped hacia la casa, sumidos en su conversación, Joseph se agacha para recoger lo que parece una caña de bambú que ha sido arrastrada allí por el viento o desechada de algún parterre. Se para y distraídamente examina la caña como si estuviera sopesando algo y después corta el aire con ella, solo una vez.

Oh…

Parece que el señor Bentley no ve nada raro en ese comportamiento. Siguen con su discusión, esta vez más cerca de la casa, después se paran otra vez y Joseph repite el gesto. La punta de la caña golpea el suelo. Joseph levanta la vista y me ve en la ventana. De repente me siento como si le estuviera espiando. Se queda quiero y yo le saludo un poco avergonzada y me giro para volver a la barra.

—¿Qué estabas haciendo? —me pregunta Kate.
—Solo miraba a Joseph.
—Te ha dado fuerte… —dice riendo entre dientes.
—¿Y a ti no, futura cuñada? —le respondo sonriendo e intentando apartar la imagen perturbadora de Joseph blandiendo la caña.

Me quedo perpleja cuando Kate se levanta de un salto y me abraza.

—¡Cuñada! —exclama, y es difícil no dejarse arrastrar por su alegría.


—Oye, dormilona. —Joseph me despierta—. Estamos a punto de aterrizar. Abróchate el cinturón.

Cojo el cinturón de seguridad medio dormida e intento abrochármelo torpemente, pero Joseph tiene que hacerlo por mí. Me da un beso en la frente antes de volver a acomodarse en su asiento. Yo apoyo la cabeza de nuevo en su hombro y cierro los ojos.

Una excursión imposiblemente larga y un picnic en la cima de una montaña espectacular me han dejado exhausta. El resto del grupo también está en silencio. Incluso Mia. Parece algo abatida y lleva así todo el día. Me pregunto cómo estará yendo su campaña con Ethan. Ni siquiera sé dónde durmieron anoche. Mis ojos se encuentran con los suyos y le dedico una sonrisa que dice: «¿Estás bien?». Ella me responde con una breve sonrisa triste y vuelve a su libro. Miro a Joseph con los ojos entrecerrados. Está trabajando en un contrato o algo parecido, leyéndolo y haciendo anotaciones en los márgenes. Pero se le ve relajado. Elliot está roncando suavemente al lado de Kate.

Todavía tengo que arrinconar a Elliot y preguntarle por lo de Gia, pero hasta ahora ha sido imposible pillarle sin Kate. A Joseph no le interesa el asunto tanto como para preguntar, lo que me parece irritante, pero no le he presionado; nos lo estábamos pasando demasiado bien. Elliot tiene la mano descansando posesivamente sobre la rodilla de Kate. Ella está radiante y cuesta creer que ayer mismo por la tarde estuviera tan insegura con respecto a él. ¿Cómo le llamó Joseph? Lelliot. ¿Tal vez un apodo familiar? Es dulce, mucho mejor que «gigoló». Elliot de repente abre los ojos y me mira. Me sonrojo porque me ha pillado observándole.

Él sonríe.

—Me encanta cuando te sonrojas, ______ —bromea mientras se estira.

Kate me dedica una sonrisa satisfecha, como la del gato que se comió el canario.

La primera oficial Beighley anuncia que nos estamos aproximando al aeropuerto de Seattle y Joseph me coge la mano.


—¿Qué tal el fin de semana, señora Jonas? —me pregunta Joseph cuando ya estamos en el Audi de camino al Escala. Taylor y Ryan van en la parte delantera.
—Bien, gracias. —Le sonrío y de repente me siento tímida.
—Podemos volver cuando quieras. Y llevar a quien te apetezca.
—Deberíamos llevar a Ray. Le gusta pescar.
—Es una buena idea.
—¿Y qué tal lo has pasado tú? —le pregunto.
—Bien —me dice un momento después, sorprendido por mi pregunta, creo—. Muy bien.
—Parecías relajado.

Se encoge de hombros.

—Sabía que estabas segura.

Frunzo el ceño.

—Joseph, estoy segura la mayor parte del tiempo. Ya te lo he dicho, acabarás muriendo antes de los cuarenta si mantienes ese nivel de ansiedad. Y quiero hacerme vieja contigo.

Le cojo la mano. Me mira como si no comprendiera lo que estoy diciendo. Después me da un beso suave en los nudillos y cambia de tema.

—¿Qué tal tu mano?
—Mejor, gracias.

Sonríe.

—Muy bien, señora Jonas. ¿Está lista para volver a ver a Gia?

Oh, no… Se me había olvidado que tenemos que verla esta tarde para revisar los planos finales. Pongo los ojos en blanco.

—Será mejor que te mantengas fuera de su alcance para que tú también estés seguro —le digo sonriendo burlona.
—¿Me estás protegiendo? —Joseph se está riendo de mí.
—Como siempre, señor Jonas. De todas las depredadoras sexuales —le susurro.



Joseph se está lavando los dientes cuando yo me meto en la cama. Mañana volvemos a la realidad: al trabajo, a los paparazzi y a Jack en la cárcel, pero con la posibilidad de que tuviera un cómplice. Mmm… Joseph ha sido muy vago sobre ese tema. ¿Sabrá algo? Y si lo sabe, ¿me lo dirá? Suspiro. Sacarle información a Joseph es peor que sacarle una muela, y hemos pasado un fin de semana tan bueno… ¿Quiero arruinar este momento de bienestar total intentando arrancarle algo de información?

Ha sido una revelación verle fuera de su ambiente normal, fuera del ático, relajado y feliz con su familia. Me pregunto vagamente si se deberá a que estamos en este piso, con todos esos recuerdos y asociaciones que le vienen a la cabeza. Tal vez deberíamos mudarnos.

Me río entre dientes. Ya nos vamos a mudar. Estamos reformando una casa enorme en la costa. Los planos de Gia ya están terminados y aprobados y el equipo de Elliot empieza la reforma la semana que viene. Ahogo una risita al recordar la expresión sorprendida de Gia cuando le he dicho que la vi en Aspen. Por lo que parece no fue más que una coincidencia. Ella se fue a su casa de vacaciones para poder trabajar tranquilamente en nuestros planos. Durante un horrible momento creí que había ayudado a Elliot a escoger el anillo, pero aparentemente no. Aunque yo no me fío de Gia. Quiero que Elliot me cuente su versión. Al menos esta vez ha mantenido las distancias con Joseph.

Miro el cielo nocturno. Voy a echar de menos esta vista, esta panorámica: Seattle a nuestros pies, tan lleno de posibilidades y a la vez tan lejano. Tal vez ese sea al problema de Joseph: ha estado demasiado aislado de la vida real durante demasiado tiempo por culpa de su exilio autoimpuesto. Con su familia alrededor es menos controlador, sufre menos ansiedad… en definitiva es más libre y más feliz. Me pregunto qué pensará Flynn de eso. ¡Madre mía! Tal vez esa sea la respuesta. Tal vez lo que necesita es su propia familia. Niego con la cabeza: somos demasiado jóvenes, todo esto es demasiado nuevo. Joseph entra en la habitación con su habitual apariencia impecable, pero está pensativo.

—¿Todo bien? —le pregunto.

Asiente distraído y viene a la cama.

—No tengo muchas ganas de volver a la realidad —murmuro.
—¿Ah, no?

Niego con la cabeza y le acaricio su delicado rostro.

—Ha sido un fin de semana maravilloso. Gracias.

Sonríe un poco.

—Tú eres mi realidad, ______ —me susurra y me da un beso.
—¿Lo echas de menos?
—¿El qué? —me pregunta perplejo.
—Azotar con látigos y esas cosas, ya sabes —le digo en un susurro, avergonzada.

Se me queda mirando con ojos inescrutables. Entonces una duda cruza su cara y aparece su expresión de: «¿Adónde quiere llegar con esto?».

—No, ______, no lo echo de menos. —Su voz es firme y tranquila. Me acaricia la mejilla—. El doctor Flynn me dijo una cosa cuando te fuiste, algo que ha permanecido conmigo. Me dijo que yo no podía seguir siendo así si tú no estabas de acuerdo con mis inclinaciones. Y eso fue una revelación. —Se detiene y frunce el ceño—. Yo no conocía otra cosa, ______. Pero ahora sí. Y ha sido muy educativo.
—¿Que ha sido educativo para ti? —me burlo.

Sus ojos se suavizan.

—¿Tú lo echas de menos? —me pregunta.

Oh…

—No quiero que me hagas daño, pero me gusta jugar, Joseph. Ya lo sabes. Si tú quisieras hacer algo… —Me encojo de hombros y le miro fijamente.
—¿Algo?
—Ya sabes, algo con un látigo y una fusta… —Me interrumpo y me sonrojo.

Joseph levanta las cejas sorprendido.

—Bueno… ya veremos. Por ahora me apetece un poco del clásico sexo vainilla de toda la vida.

Me acaricia el labio inferior con el pulgar y me da otro beso.


___________________
De: ______ Jonas
Fecha: 29 de agosto de 2011 09: 14
Para: Joseph Jonas
Asunto: Buenos días

Señor Jonas:
Solo quería decirle que lo amo. Eso es todo.
Siempre suya_ x


______ Jonas
Editora de SIP


___________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 29 de agosto de 2011 09: 18
Para: ______ Jonas
Asunto: Adiós a la depresión del lunes por la mañana

Señora Jonas:
Qué palabras más gratificantes en boca de la mujer de uno (descarriada o no) un lunes por la mañana.
Puede estar segura de que yo siento exactamente lo mismo. Lamento lo de la cena de esta noche. Espero que no sea muy aburrida para usted. x


Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.



Oh, es verdad. La cena de la Asociación Americana de Astilleros… Pongo los ojos en blanco. Más camisas almidonadas. Joseph me lleva a unos eventos de lo más fascinantes.

___________________
De: ______ Jonas
Fecha: 29 de agosto de 2011 09: 26
Para: Joseph Jonas
Asunto: Barcos que pasan en la noche

Querido señor Jonas:
Estoy segura de que se le ocurrirá alguna forma de condimentar la cena…
Suya anticipadamente. La señora J. x


______ (nada descarriada) Jonas
Editora de SIP


___________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 29 de agosto de 2011 09: 35
Para: ______ Jonas
Asunto: La variedad es la sal de la vida

Señora Jonas:
Se me ocurren unas cuantas cosas… x


Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc. y ahora impaciente por que llegue la cena de la AAA, Inc.


Se me tensan todos los músculos del vientre. Mmm… Me pregunto qué estará planeando. Hannah llama a la puerta e interrumpe mis ensoñaciones.

—¿Podemos repasar la agenda de esta semana, ______?
—Claro, siéntate.

Le sonrío, recupero la compostura y minimizo mi programa de correo.

—He tenido que mover un par de citas. El señor Fox a la semana que viene y la doctora…

El timbre del teléfono nos interrumpe. Es Roach que me pide que vaya a su despacho.

—¿Podemos retomar esto dentro de veinte minutos?
—Claro.


___________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 30 de agosto de 2011 09: 24
Para: ______ Jonas
Asunto: Anoche…

Fue… divertido.
¿Quién habría pensado que la cena anual de la AAA podía ser tan estimulante?
Como siempre, nunca me decepciona, señora Jonas.
Te amo. x


Joseph Jonas
Asombrado presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.


___________________
De: ______ Jonas
Fecha: 30 de agosto de 2011 09: 33
Para: Joseph Jonas
Asunto: Siempre me ha gustado jugar con bolas…

Querido señor Jonas:
Echo de menos las bolas plateadas.
Tú nunca me decepcionas.
Eso es todo. Señora J x


______ Jonas
Editora de SIP



Hannah llama a la puerta e interrumpe mis recuerdos eróticos de lo de anoche. Las manos de Joseph… Su boca…

—Adelante.
—______, acaba de llamar la ayudante del señor Roach. Quiere que vayas a una reunión esta mañana. Eso significa que vamos a tener que volver a cambiar algunas citas. ¿Te parece bien?

Su lengua…

—Claro, lo que haga falta —murmuro intentando frenar mis rebeldes pensamientos.

Ella sonríe y sale de mi despacho, dejándome con los deliciosos recuerdos de anoche.


___________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 1 de septiembre de 2011 15: 24
Para: ______ Jonas
Asunto: Hyde

______:
Para tu información, a Hyde le han denegado la fianza y permanecerá en la cárcel.
Le han acusado de intento de secuestro y de incendio provocado.
Todavía no se ha puesto fecha para el juicio.


Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.


___________________
De: ______ Jonas
Fecha: 1 de septiembre de 2011 15: 53
Para: Joseph Jonas
Asunto: Hyde

Bien, buenas noticias.
¿Significa eso que vamos a reducir la seguridad?
Es que Prescott no me cae muy bien.
______ x


______ Jonas
Editora de SIP


___________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 1 de septiembre de 2011 15: 59
Para: ______ Jonas
Asunto: Hyde

No.
La seguridad va a seguir como hasta ahora.
Eso no es discutible.
¿Qué le pasa a Prescott?
Si no te cae bien, podemos sustituirla.


Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.



Frunzo el ceño al leer ese correo tan prepotente. Prescott no está tan mal.

___________________
De: ______ Jonas
Fecha: 1 de septiembre de 2011 16: 03
Para: Joseph Jonas
Asunto: Que no se te pongan los pelos de punta todavía

Solo preguntaba (ojos en blanco).
Ya pensaré lo de Prescott.
¡Y guárdate esa mano tan larga!______ x


______ Jonas
Editora de SIP


___________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 1 de septiembre de 2011 16: 11
Para: ______ Jonas
Asunto: No me tiente

Señora Jonas, puedo asegurarle que mi pelo está perfectamente en su sitio, cosa que ha podido comprobar usted misma en multitud de ocasiones.
Pero sí que siento ganas de utilizar mi mano larga.
Puede que se me ocurra algo que hacer con ella esta noche. x


Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc. que aún no se ha quedado calvo


___________________
De: ______ Jonas
Fecha: 1 de septiembre de 2011 16: 20
Para: Joseph Jonas
Asunto: Me retuerzo

Promesas, promesas…
Y deja ya de distraerme, que estoy intentando trabajar.
Tengo una reunión improvisada con un autor y no puedo distraerme pensando en ti. x


______ Jonas
Editora de SIP




___________________
De: ______ Jonas
Fecha: 5 de septiembre de 2011 09: 18
Para: Joseph Jonas
Asunto: Navegar & volar & azotar

Esposo:
Tú sí que sabes hacérselo pasar bien a una chica.
Por supuesto, ahora espero que te ocupes de que todos los fines de semana sean así.
Me estás mimando demasiado.
Y me encanta.
Tu esposa. xox


______ Jonas
Editora de SIP


___________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 5 de septiembre de 2011 09: 25
Para: ______ Jonas
Asunto: Mi misión en la vida…

… es mimarla, señora Jonas. Y mantenerte segura porque te quiero.

Joseph Jonas
Entusiasmado presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc.



Oh, Dios mío. ¿Podría ser más romántico?

___________________
De: ______ Jonas
Fecha: 5 de septiembre de 2011 09: 33
Para: Joseph Jonas
Asunto: Mi misión en la vida…

… es permitir que lo hagas porque yo también te amo.
Y ahora deja de ser tan dulce.
Me vas a hacer llorar.


______ Jonas
Igualmente entusiasmada editora de SIP




Al día siguiente miro el calendario de mi mesa. Solo quedan cinco días para el 10 de septiembre, mi cumpleaños. Sé que vamos a ir a la casa nueva para ver cómo evolucionan los trabajos de Elliot. Mmm… Me pregunto si Joseph tendrá otros planes… Sonrío solo de pensarlo. Hannah llama a la puerta.

—Adelante.

Prescott está esperando fuera. Qué raro…

—Hola, ______ —saluda Hannah—. Hay aquí una mujer llamada Leila Williams que quiere verte. Dice que es personal.
—¿Leila Williams? No conozco a… —Se me seca la boca de repente y Hannah abre mucho los ojos al ver mi expresión.

¿Leila? Joder. ¿Qué querrá?


Karely Jonatika
Karely Jonatika


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Mensaje por aranzhitha Lun 04 Feb 2013, 10:14 am

ahhhh que diablos quiere Leila??!
Porque no los deja en paz!!!
Demonios me cae tan mal que arruinen su felicidad!!
Si ellos estan tan felices!!
Siguela!!!!!! Quiero mas!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por chelis Lun 04 Feb 2013, 5:17 pm

AAAAAAAAAAHHHH!!!
JOSEPH ES TAN.... TANNNN... TAAAAAANNNNNN LINDOOOOO!!!!!
PERO ... POR QUE LA INTERRUMPEN CUANDO HANNA HABLA SOBRE SUS CITAS!!!!!????
OOOOOOOHHH!!!!!
LA CITA CON LA DOCTORA DE ____!!!!!
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH!!!1 Y AHORA LEILAAAA!!!
QUE QUERRRAAAAAA??????
chelis
chelis


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Mensaje por aranzhitha Lun 04 Feb 2013, 7:08 pm

siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Lun 04 Feb 2013, 8:09 pm

OOOTROOOOO
chelis
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Mensaje por lifeisashortrip Lun 04 Feb 2013, 9:48 pm

Mierrrrrrrrrrrrda djslkglkjdñgkhfdsljgkdñsl ¿que quiere la loca de leila?

siguela pleaseeeeeeeeeeeeeee<3 maratón :c
lifeisashortrip
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Mensaje por aranzhitha Mar 05 Feb 2013, 5:18 am

siguela!!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Mar 05 Feb 2013, 2:58 pm

OOOOOTROOOOOOO
chelis
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Mensaje por aranzhitha Mar 05 Feb 2013, 3:45 pm

siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Mar 05 Feb 2013, 4:21 pm

Porfis
chelis
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Mensaje por Karely Jonatika Mar 05 Feb 2013, 11:01 pm

Capítulo 16


—Quieres que le diga que se vaya? —me pregunta Hannah, alarmada por la cara que he puesto.
—Eh, no. ¿Dónde está?
—En recepción. Y no ha venido sola. La acompaña otra mujer joven.

¡Oh!

—Y la señorita Prescott quiere hablar contigo —añade Hannah.
—Dile que pase.

Hannah se aparta y Prescott entra en el despacho. Se nota que viene con una misión, porque destila eficiencia profesional.

—Dame un momento, Hannah. Prescott, siéntate por favor.

Hannah cierra la puerta y nos deja solas a Prescott y a mí.

—Señora Jonas, Leila Williams está en la lista de visitas potencialmente peligrosas.
—¿Qué? —¿Tengo una lista de visitas potencialmente peligrosas?
—Es una lista de vigilancia, señora. Taylor y Welch fueron muy categóricos sobre que ella no debe tener ningún contacto con usted.

Frunzo el ceño sin comprender.

—¿Es peligrosa?
—No sabría decirle, señora.
—¿Y cómo sabes que está aquí?

Prescott traga saliva y durante un momento se la ve incómoda.

—Estaba haciendo una pausa para ir al baño cuando ella entró y habló directamente con Claire, luego Claire llamó a Hannah.
—Oh, ya veo. —Me doy cuenta de que incluso Prescott necesita ir a hacer pis y me río un poco—. Qué mala pata.
—Sí, señora. —Prescott me dedica una sonrisa avergonzada y es la primera vez que la veo bajar un poco la guardia. Tiene una sonrisa muy bonita—. Tengo que volver a hablar con Claire sobre el protocolo —dice con tono cansado.
—Claro. ¿Taylor sabe que ella está aquí? —Cruzo los dedos inconscientemente, deseando que no se lo haya dicho a Joseph.
—Le he dejado un mensaje de voz.

Oh.

—Entonces tengo poco tiempo. Me gustaría saber qué quiere.

Prescott se me queda mirando un momento.

—Debo recomendarle que lo no haga, señora.
—Habrá venido hasta aquí a verme por algo.
—Se supone que debo evitarlo, señora —dice en voz baja pero resignada.
—Quiero saber lo que sea que tenga que decirme.

Mi tono es más contundente de lo que pretendía. Prescott contiene un suspiro.

—Entonces tendré que registrarlas a las dos antes de que usted se encuentre con ellas.
—Está bien. ¿Y puedes hacerlo?
—Estoy aquí para protegerla, señora Jonas, de modo que sí, puedo. También creo que sería aconsejable que me quedara con usted mientras hablan.
—Bien. —Le permito esa concesión. Además, la última vez que vi a Leila iba armada—. Vamos.

Prescott se levanta.

—Hannah —llamo.

Hannah abre la puerta demasiado deprisa. Debía de estar esperando fuera justo al lado.

—¿Puedes ir a ver si la sala de reuniones está libre, por favor?
—Ya lo he comprobado y sí que lo está. Puedes utilizarla.
—Prescott, ¿puedes registrarlas ahí? ¿Tiene la privacidad suficiente?
—Sí, señora.
—Yo iré dentro de cinco minutos. Hannah, lleva a Leila Williams y a la persona que está con ella a la sala de reuniones.
—Ahora mismo. —Hannah mira ansiosa a Prescott y después a mí—. ¿Quieres que cancele tu siguiente reunión? Es a las cuatro, pero es en la otra punta de la ciudad.
—Sí —murmuro distraída. Hannah asiente y se va.

¿Qué demonios puede querer Leila? No creo que haya venido aquí para hacerme daño. No lo hizo en el pasado cuando tuvo la oportunidad. Joseph se va a poner hecho una furia. Mi subconsciente frunce los labios, cruza remilgadamente las piernas y asiente. Tengo que decirle lo que voy a hacer. Le escribo un correo rápido, me quedo parada y miro la hora. Siento una punzada de dolor momentánea. Iba todo tan bien desde que estuvimos en Aspen… Pulso «Enviar».

____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 6 de septiembre de 2011 15: 27
Para: Joseph Jonas
Asunto: Visitas

Joseph:
Leila está aquí. Ha venido a visitarme. Voy a verla acompañada por Prescott.
Si es necesario utilizaré mis recién adquiridas habilidades para dar bofetadas con la mano que ya tengo curada.
Intenta (pero hazlo de verdad) no preocuparte.
Ya soy una niña grande.
Te llamo después de la conversación. _ x


______ Jonas
Editora de SIP



Rápidamente escondo la BlackBerry en el cajón de mi escritorio. Me pongo de pie, me estiro la falda lápiz gris, me doy un pellizco en las mejillas para darles un poco de color y me desabrocho otro botón de la blusa de seda gris. Vale, estoy preparada. Inspiro hondo y salgo de la oficina para ver a la tristemente famosa Leila, ignorando la música de «Your Love is King» y el zumbido amortiguado que sale del cajón de mi mesa.

A Leila se la ve mucho mejor. Algo más que mejor… Está muy atractiva. Tiene un rubor rosa en las mejillas, sus ojos marrones brillan y lleva el pelo limpio y brillante. Va vestida con una blusa rosa pálido y pantalones blancos. Se pone de pie en cuanto entro en la sala de reuniones y su amiga también, una mujer joven con el pelo oscuro y ojos marrones del color del brandy. Prescott permanece en un rincón sin apartar los ojos de Leila.

—Señora Jonas, muchas gracias por acceder a verme. —Leila habla en voz baja pero clara.
—Mmm… Disculpen las medidas de seguridad —murmuro mientras señalo distraídamente a Prescott porque no se me ocurre nada más que decir.
—Esta es mi amiga Susi.
—Hola —saludo con la cabeza a Susi. Se parece a Leila. Y a mí. Oh, no. Otra más.
—Sí —dice Leila, como si acabara de leerme el pensamiento—. Susi también conoce al señor Jonas.

¿Y qué demonios se supone que puedo decir ante eso? Le sonrío educadamente.

—Siéntense, por favor —les pido.

Llaman a la puerta. Es Hannah. Le hago una seña para que entre porque sé perfectamente por qué viene a molestarnos.

—Perdón por la interrupción, ______. Es que tengo al señor Jonas al teléfono.
—Dile que estoy ocupada.
—Ha insistido mucho, ______ —me dice un poco asustada.
—No lo dudo. Pídele disculpas de mi parte y dile que le llamo en cuanto pueda.

Hannah duda.

—Hannah, por favor.

Asiente y sale apresuradamente de la sala. Me vuelvo hacia las dos mujeres que tengo sentadas delante de mí. Las dos me miran asombradas. Es incómodo.

—¿Qué puedo hacer por ustedes? —les pregunto.

Susi es la que habla.

—Sé que esto es muy raro, pero yo quería conocerte también. La mujer que ha atrapado a Jos…

Levanto la mano, haciendo que deje la frase a medias. No quiero oír eso.

—Mmm… Ya veo lo que quieres decir —digo entre dientes.
—Nosotras nos llamamos el «club de las sumisas». —Me sonríe y sus ojos brillan divertidos.

Oh, Dios mío.

Leila da un respingo y mira a Susi, perpleja y divertida a la vez. Susi hace una mueca de dolor. Sospecho que Leila le ha dado una patada por debajo de la mesa.

¿Y qué se supone que debo decirles ante eso? Miro nerviosamente a Prescott, que sigue impasible. Sus ojos no se apartan de Leila.

De repente Susi parece recordar por qué está allí. Se ruboriza, asiente y se levanta.

—Esperaré en recepción. Esto es solo cosa de Lulu. —Es evidente que está avergonzada.

¿Lulu?

—¿Estarás bien? —le pregunta a Leila, que le responde con una sonrisa.

Susi me dedica una sonrisa amplia, abierta y genuina y sale de la habitación.

Susi y Joseph… No es algo en lo que quiera pensar. Prescott se saca el teléfono del bolsillo y contesta. No lo he oído sonar.

—¿Sí, señor Jonas? —dice. Leila y yo nos volvemos para mirarla. Prescott cierra los ojos mortificada—. Sí, señor —responde. Se acerca y me pasa el teléfono.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Sí, Joseph? —respondo tranquilamente intentando contener mi exasperación. Me levanto y salgo apresuradamente de la sala.
—¿A qué demonios estás jugando? —me grita a punto de explotar.
—No me grites.
—¿Cómo que no te grite? —Me grita aún más alto—. Te he dado instrucciones específicas que tú acabas de ignorar… otra vez. Joder, ______, estoy muy furioso.
—Pues cuando te calmes, hablaremos de esto.
—Ni se te ocurra colgarme —me amenaza entre dientes.
—Adiós, Joseph. —Le cuelgo y apago el teléfono de Prescott.

Maldita sea… Sé que no dispongo de mucho tiempo con Leila. Inspiro hondo y regreso a la sala de reuniones. Leila y Prescott me miran expectantes y yo le devuelvo a Prescott el teléfono.

—¿Dónde estábamos? —le pregunto a Leila mientras me siento frente a ella. Sus ojos se abren un poco, extrañados.

Sí, aparentemente sé manejar a Joseph. Pero no creo que ella quiera oír eso.

Leila juguetea nerviosamente con las puntas de su pelo.

—Primero, quiero disculparme —me dice en voz baja.

Oh…

Levanta la vista para mirarme y ve mi sorpresa.

—Sí —prosigue apresuradamente—. Y agradecerle que no haya presentado cargos. Ya sabe… por lo del coche y el apartamento.
—Sabía que no estabas… Mmm… Bien en ese momento —respondo un poco a trompicones. No me esperaba una disculpa.
—No, no estaba bien.
—¿Estás mejor ahora? —le pregunto amablemente.
—Mucho mejor. Gracias.
—¿Sabe tu médico que estás aquí?

Niega con la cabeza.

Oh.

Parece adecuadamente culpable.

—Sé que tendré que enfrentarme a las consecuencias de esto más tarde. Pero necesitaba algunas cosas y también quería ver a Susi, a usted y… al señor Jonas.
—¿Quieres ver a Joseph? —Noto que mi estómago se precipita al vacío en caída libre. Por eso está aquí.
—Sí. Y quería preguntarle si le parece bien.

Oh, Dios mío… Me la quedo mirando con la boca abierta. Tengo ganas de decirle que no me parece bien, que no la quiero cerca de mi marido. Pero ¿por qué ha venido? ¿Para evaluar a la competencia? ¿Para alterarme? ¿O es que necesita algún tipo de cierre?

—Leila —digo con dificultad, irritada—. Eso no es asunto mío, sino de Joseph. Tendrás que preguntárselo a él. Él no necesita mi permiso. Es un hombre adulto… la mayor parte del tiempo.

Me mira durante un segundo como si estuviera sorprendida por mi reacción y después se ríe bajito, todavía jugando nerviosamente con las puntas de su pelo.

—Él se ha negado repetidamente a verme todas las veces que se lo he pedido —me dice casi en un susurro.

Oh, mierda. Tengo más problemas de los que creía.

—¿Y por qué es tan importante para ti verle? —le pregunto con suavidad.
—Para darle las gracias. Me estaría pudriendo en esa inmunda institución psiquiátrica que no era más que una prisión si no fuera por él. —Se queda mirando uno de sus dedos, que está pasando por el borde de la mesa—. Tuve un episodio psicótico grave, y sin el señor Jonas y sin John… el doctor Flynn, quiero decir… —Se encoge de hombros y me mira de nuevo con una expresión llena de gratitud.

Estoy otra vez sin habla. ¿Qué espera que diga? Tendría que estar diciéndole estas cosas a Joseph, no a mí.

—Y por el curso de arte. Nunca podré agradecerle suficiente eso.

¡Lo sabía! Joseph está pagando sus clases. Mi rostro sigue sin revelar nada mientras analizo vacilante mis sentimientos por esa mujer que acaba de confirmar mis sospechas sobre la generosidad de Joseph. Para mi sorpresa, no le guardo ningún rencor a ella. Es una revelación y me alegro de que esté mejor. Con suerte, así podrá seguir adelante con su vida y nosotros con la nuestra.

—¿No estás perdiendo clases por venir aquí? —le pregunto con genuino interés.
—Solo voy a perder dos. Mañana vuelvo a casa.

Ah, bien.

—¿Y cuáles son tus planes?
—Quiero recoger mis cosas de casa de Susi, volver a Hamden y seguir pintando y aprendiendo. El señor Jonas ya ha adquirido un par de mis cuadros.

¡Maldita sea! El estómago se me vuelve a caer a los pies. ¿No estarán colgados en mi salón? Se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo.

—¿Qué tipo de pintura practicas?
—Sobre todo abstracta.
—Ya veo.

Reviso mentalmente los cuadros del salón, que ahora ya conozco bien. Dos de ellos pueden haber sido pintados por una de las ex sumisas de mi marido… Sí, es posible.

—¿Puedo hablarle con franqueza? —me pregunta totalmente ajena a mis emociones encontradas.
—Por supuesto —le respondo mirando a Prescott, que parece haberse relajado un poco.

Leila se inclina un poco hacia delante como si fuera a revelarme un secreto que lleva guardando mucho tiempo.

—Amaba a Geoff, mi novio que murió hace unos meses. —Su voz va bajando hasta convertirse en un susurro triste.

Oh, madre mía. Esto se está poniendo personal.

—Lo siento mucho —le digo automáticamente, pero ella continúa como si no me hubiera oído.
—También amaba a mi marido… y solo he amado a otro —murmura.
—A mi marido. —Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas.
—Sí —dice en un murmullo apenas audible.

Eso no es nuevo para mí. Cuando levanta la vista para mirarme, sus ojos marrones están llenos de emociones contradictorias, pero la que destaca sobre todas es la aprensión. ¿Por mi reacción tal vez? Pero mi abrumadora respuesta ante esta pobre mujer es la compasión. Repaso toda la literatura clásica que se me ocurre en busca de formas de tratar con el amor no correspondido. Trago saliva con dificultad y me agarro a la superioridad moral.

—Lo sé. Es fácil quererle —susurro.

Abre todavía más los ojos por la sorpresa y sonríe.

—Sí, lo es… Lo era —se corrige rápidamente y se sonroja.

Después suelta una risita tan dulce que no puedo evitarlo y río también. Sí, Joseph Jonas tiene ese efecto en nosotras. Mi subconsciente me pone los ojos en blanco porque la saco de quicio y vuelve a la lectura del desgastado ejemplar de Jane Eyre. Miro el reloj. En el fondo sé que Joseph no tardará en llegar.

—Creo que vas a tener la oportunidad de ver a Joseph.
—Eso creía. Sé lo protector que puede llegar a ser. —Me sonríe.

Así que tenía todo esto planeado. Qué astuta. O manipuladora, me susurra mi subconsciente.

—¿Por eso has venido a verme?
—Sí.
—Ya veo.

Y Joseph está haciendo justo lo que ella esperaba. A regañadientes admito que le conoce bien.

—Parecía muy feliz. Con usted —me dice.

¿Qué?

—¿Cómo lo sabes?
—Lo vi cuando estuve en el ático —explica con cautela.

Oh, ¿cómo he podido olvidar eso?

—¿Ibas allí con frecuencia?
—No. Pero él era muy diferente con usted.

¿Quiero oír esto? Un escalofrío me recorre la espalda. Se me eriza el vello al recordar el miedo que sentí cuando ella apareció en nuestro apartamento en forma de sombra que no llegué a ver del todo.

—Sabes que va contra la ley. Allanar una casa.

Ella asiente y mira fijamente la mesa, recorriendo el borde con una uña.

—Solo lo hice unas pocas veces y tuve suerte de que no me cogieran. También tengo que darle las gracias al señor Jonas por eso. Podría haberme mandado a la cárcel.
—No creo que quisiera hacer eso —le respondo.

De repente se oye una repentina actividad fuera de la sala de reuniones y sé instintivamente que Joseph está en el edificio. Un momento después entra como una tromba por la puerta y la cierra tras de sí. Antes de que se cierre del todo mi mirada se cruza con la de Taylor, que está fuera, esperando pacientemente; su boca es una fina línea y no me devuelve la sonrisa tensa que le dedico. Oh, maldita sea, él también está enfadado conmigo.

La mirada ámbar y furibunda de Joseph me atraviesa primero a mí y después a Leila y nos deja a las dos petrificadas en las sillas. Tiene una expresión de determinación silenciosa, pero yo sé que no se siente así, y creo que Leila también lo sabe. El frío amenazador de sus ojos es el que revela la verdad: emana rabia, aunque sabe esconderla bien. Lleva un traje gris con una corbata oscura aflojada y el botón superior de la camisa desabrochado. Parece muy profesional y al mismo tiempo informal… y sexy. Tiene el pelo alborotado, seguro que porque se ha estado pasando las manos por él, exasperado.

Leila vuelve a bajar la vista nerviosamente al borde de la mesa mientras lo recorre con el dedo índice. Joseph me mira a mí, después a ella y por fin a Prescott.

—Tú —dice dirigiéndose a Prescott sin alterarse—. Estás despedida. Sal de aquí ahora mismo.

Palidezco. Oh, no… Eso no es justo.

—Joseph… —Intento ponerme de pie.

Levanta el dedo índice en forma de advertencia en mi dirección.

—No —me dice en voz tan alarmantemente baja que me callo al instante y me quedo clavada en la silla. Prescott agacha la cabeza y sale caminando enérgicamente de la sala para reunirse con Taylor. Joseph cierra la puerta tras ella y se acerca hasta el borde de la mesa. ¡No, no, no! Ha sido culpa mía. Joseph se queda de pie delante de Leila. Coloca las dos manos sobre la superficie de madera y se inclina hacia delante—. ¿Qué mierda estás haciendo tú aquí? —le pregunta en un gruñido.
—¡Joseph! —le reprendo, pero él me ignora.
—¿Y bien? —insiste.

Leila le mira con los ojos muy abiertos y la cara cenicienta; su anterior rubor ha desaparecido totalmente.

—Quería verte y no me lo permitías —susurra.
—¿Así que has venido hasta aquí para acosar a mi mujer?

Sigue hablando muy bajo. Demasiado bajo. Leila vuelve a mirar la mesa. Él se yergue pero continúa con la vista fija en ella.

—Leila, si vuelves a acercarte a mi mujer te quitaré todo mi apoyo económico. Ni médicos, ni escuela de arte, ni seguro médico… Todo, te lo quitaré todo. ¿Me comprendes?
—Joseph… —vuelvo a intentarlo, pero me silencia con una mirada gélida. ¿Por qué está siendo tan poco razonable? Mi compasión por esa mujer crece.
—Sí —responde con una voz apenas audible.
—¿Qué está haciendo Susannah en recepción?
—Ha venido conmigo.

Se pasa una mano por el pelo sin dejar de mirarla.

—Joseph, por favor —le suplico—. Leila solo quería darte las gracias. Eso es todo.

Él me ignora y centra toda su ira en Leila.

—¿Te quedaste en casa de Susannah cuando estuviste enferma?
—Sí.
—¿Sabía ella lo que estabas haciendo mientras estabas en su casa?
—No. Estaba fuera, de vacaciones.

Joseph se acaricia el labio inferior con el dedo índice.

—¿Por qué necesitabas verme? Ya sabes que debes enviarme cualquier petición a través de Flynn. ¿Necesitas algo? —Su tono se ha suavizado un poco.

Leila vuelve a pasar el dedo por el borde de la mesa.

¡Deja de intimidarla, Joseph!

—Tenía que saberlo. —Y entonces le mira directamente por primera vez.
—¿Tenías que saber qué? —le pregunta.
—Que estabas bien.

Él la mira con la boca abierta.

—¿Que yo estoy bien? —La observa con el ceño fruncido, incrédulo.
—Sí.
—Estoy bien. Ya está, pregunta contestada. Ahora te van a llevar al aeropuerto para que vuelvas a la costa Este. Si das un paso más allá del Mississippi te lo quitaré todo, ¿entendido?

¡Por el amor de Dios, Joseph! Me quedo pasmada. Pero ¿qué demonios le está pasando? No puede obligarla a quedarse a un lado del país.

—Sí. Lo entiendo —dice Leila en voz baja.
—Bien. —El tono de Joseph ahora es más conciliador.
—Puede que a Leila no le venga bien irse ahora. Tenía planes —protesto, furiosa por ella.

Joseph me mira fijamente.

—______… —me advierte con la voz gélida—, esto no es asunto tuyo.

Le miro con el ceño fruncido. Claro que es asunto mío, está en mi oficina después de todo. Tiene que haber algo más que yo no sé. No está siendo racional.

Cincuenta Sombras…, me susurra mi subconsciente.

—Leila ha venido a verme a mí, no a ti —le respondo en un susurro altanero.

Leila se gira hacia mí con los ojos abiertos hasta un punto imposible.

—Tenía instrucciones, señora Jonas. Y las he desobedecido. —Mira nerviosamente a mi marido y después a mí—. Este es el Joseph Jonas que yo conozco —dice en un tono triste y nostálgico. Joseph la observa con el ceño fruncido y yo me quedo sin aire en los pulmones. No puedo respirar. ¿Joseph era así con ella todo el tiempo? ¿Era así conmigo al principio? Me cuesta recordarlo. Con una sonrisa triste, Leila se levanta—. Me gustaría quedarme hasta mañana. Tengo el vuelo de vuelta a mediodía —le dice en voz baja a Joseph.
—Haré que alguien vaya a recogerte a las diez para llevarte al aeropuerto.
—Gracias.
—¿Te quedas en casa de Susannah?
—Sí.
—Bien.

Miro fijamente a Joseph. No puede organizarle la vida así… ¿Y cómo sabe dónde vive Susannah?

—Adiós, señora Jonas. Gracias por atenderme.

Me levanto y le tiendo la mano. Ella me la estrecha agradecida.

—Mmm… Adiós. Y buena suerte —murmuro, porque no estoy segura de cuál es el protocolo para despedirme de una antigua sumisa de mi marido.

Asiente y se gira hacia él.

—Adiós, Joseph.

Los ojos de Joseph se suavizan un poco.

—Adiós, Leila. —Su voz es muy baja—. Todo a través del doctor Flynn, no lo olvides.
—Sí, señor.

Joseph abre la puerta para que salga, pero ella se queda parada delante de él y le mira. Él se queda quieto y la observa con cautela.

—Me alegro de que seas feliz. Te lo mereces —le dice, y se va antes de que él pueda responder.

Él frunce el ceño mientras la ve marcharse y le hace un gesto con la cabeza a Taylor, que sigue a Leila hacia la zona de recepción. Cierra la puerta y me mira inseguro.

—Ni se te ocurra enfadarte conmigo —le digo entre dientes—. Llama a Claude Bastille y grítale a él o vete a ver al doctor Flynn.

Se queda con la boca abierta; está sorprendido por mi reacción. Arruga la frente otra vez.

—Me prometiste que no ibas a hacer esto. —Ahora su tono es acusatorio.
—¿Hacer qué?
—Desafiarme.
—No prometí eso. Te dije que tendría más en cuenta tu necesidad de protección. Te he avisado de que Leila estaba aquí. Hice que Prescott la registrara a ella y a tu otra amiguita. Prescott estuvo aquí todo el tiempo. Ahora has despedido a esa pobre mujer, que solo estaba haciendo lo que yo le dije. Te pedí que no te preocuparas y mira dónde y cómo estás. No recuerdo haber recibido ninguna bula papal de tu parte que decretara que no podía ver a Leila. Ni siquiera sabía que tenía una lista de visitas potencialmente peligrosas.

Mi voz va subiendo por la indignación mientras defiendo mi causa. Joseph me observa con una expresión impenetrable. Un momento después sus labios se curvan.

—¿Bula papal? —dice divertido y se relaja visiblemente.

No tenía intención de hacer una broma para quitarle hierro a la conversación, pero ahí está, sonriendo, y eso solo me pone más furiosa. El intercambio entre él y su ex ha sido algo desagradable de presenciar. ¿Cómo ha podido ser tan frío con ella?

—¿Qué? —me pregunta, irritado porque mi cara sigue estando decididamente seria.
—Tú. ¿Por qué has sido tan cruel con ella?

Suspira y se revuelve un poco, apoyándose en la mesa y acercándose a mí.

—______ —me dice como si fuera una niña pequeña—, no lo entiendes. Leila, Susannah… Todas ellas… Fueron un pasatiempo agradable y divertido. Pero eso es todo. Tú eres el centro de mi universo. Y la última vez que las dos estuvieron en la misma habitación, ella te apuntaba con una pistola. No la quiero cerca de ti.
—Pero, Joseph, entonces estaba enferma.
—Lo sé, y sé que está mejor ahora, pero no voy a volver a darle el beneficio de la duda. Lo que hizo es imperdonable.
—Pero tú has entrado en su juego y has hecho exactamente lo que ella quería. Deseaba volver a verte y sabía que si venía a verme, tú acudirías corriendo.

Joseph se encoge de hombros como si no le importara.

—No quiero que tengas nada que ver con mi vida anterior.

¿Qué?

—Joseph… Eres quien eres por tu vida anterior, por tu nueva vida, por todo. Lo que tiene que ver contigo, tiene que ver conmigo. Acepté eso cuando me casé contigo porque te amo.

Se queda petrificado. Sé que le cuesta oír estas cosas.

—No me ha hecho daño. Y ella también te ama.
—Me importa una mierda.

Le miro con la boca abierta, asombrada. Y me sorprende que todavía tenga la capacidad de asombrarme. «Este es el Joseph Jonas que yo conozco.» Las palabras de Leila resuenan en mi cabeza. Su reacción ante ella ha sido tan fría… Es algo que no tiene nada que ver con el hombre que he llegado a conocer y que amo. Frunzo el ceño al recordar el remordimiento que sintió cuando ella tuvo la crisis, cuando creyó que él podía ser el responsable de su dolor. Trago saliva al recordar también que incluso la bañó. El estómago se me retuerce dolorosamente y me sube la bilis hasta la garganta. ¿Cómo puede decir ahora que le importa una mierda? Entonces sí le importaba. ¿Qué ha cambiado? Hay veces, como ahora mismo, en que no le entiendo. Él funciona a un nivel que está muy lejos del mío.

—¿Y por qué de repente te has convertido en una defensora de su causa? —me pregunta, perplejo e irritado.
—Mira, Joseph, no creo que Leila y yo nos pongamos a intercambiar recetas y patrones de costura. Pero tampoco creo que haga falta mostrar tan poco corazón con ella.

Sus ojos se congelan.

—Ya te lo dije una vez: yo no tengo corazón —susurra.

Pongo los ojos en blanco. Oh, ahora se está comportando como un adolescente.

—Eso no es cierto, Joseph. No seas ridículo. Sí que te importa. No le estarías pagando las clases de arte y todo lo demás si te diera igual.

De repente hacer que se dé cuenta de eso se convierte en el objetivo de mi vida. Es obvio que le importa. ¿Por qué lo niega? Es lo mismo que con sus sentimientos por su madre biológica. Oh, mierda… claro. Sus sentimientos por Leila y por las otras sumisas están mezclados con los sentimientos por su madre. «Me gusta azotar a morenitas como tú porque todas se parecen a la puta adicta al crack.» Que alguien llame al doctor Flynn, por favor. ¿Cómo puede no verlo él?

De repente el corazón se me llena de compasión por él. Mi niño perdido… ¿Por qué es tan difícil para él volver a ponerse en contacto con la humanidad, con la compasión que mostró por Leila cuando tuvo la crisis?

Se me queda mirando fijamente con los ojos brillando por la ira.

—Se acabó la discusión. Vámonos a casa.

Echo un vistazo al reloj. Solo son las cuatro y veintitrés. Tengo trabajo que hacer.

—Es pronto —le digo.
—A casa —insiste.
—Joseph —le digo con voz cansada—, estoy harta de tener siempre la misma discusión contigo.

Frunce el ceño como si no comprendiera.

—Ya sabes —le recuerdo—: yo hago algo que no te gusta y tú piensas en una forma de castigarme por ello, que normalmente incluye un polvo pervertido que puede ser alucinante o cruel. —Me encojo de hombros, resignada. Esto es agotador y muy confuso.
—¿Alucinante? —me pregunta.

¿Qué?

—Normalmente sí.
—¿Qué ha sido alucinante? —me pregunta, y ahora sus ojos brillan con una curiosidad divertida y sensual. Veo que está intentando distraerme.

Oh, Dios mío… No quiero hablar de eso en la sala de reuniones de SIP. Mi subconsciente se examina con indiferencia las uñas perfectamente arregladas: Entonces no deberías haber sacado el tema…

—Ya lo sabes. —Me ruborizo, irritada con él y conmigo misma.
—Puedo adivinarlo —susurra.

Madre mía. Estoy intentando reprenderle y él me está confundiendo.

—Joseph, yo…
—Me gusta complacerte. —Sigue la línea de mi labio inferior delicadamente con el pulgar.
—Y lo haces —reconozco en un susurro.
—Lo sé —me dice suavemente. Después se agacha y me susurra al oído—: Es lo único que sé con seguridad.

Oh, qué bien huele. Se aparta y me mira con una sonrisa arrogante que dice: «Por eso eres mía».

Frunzo los labios y me esfuerzo por que parezca que no me ha afectado su contacto. Se le da muy bien lo de distraerme de algo doloroso o que no quiere tratar. Y tú se lo permites, dice mi subconsciente mirando por encima del libro de Jane Eyre. Su comentario no me ayuda.

—¿Qué fue alucinante, ______? —vuelve a preguntar con un brillo malicioso en los ojos.
—¿Quieres una lista? —pregunto a mi vez.
—¿Hay una lista? —Está encantado.

Oh, qué agotador es este hombre.

—Bueno, las esposas —murmuro, y mi mente viaja hasta la luna de miel.

Él arruga la frente y me coge la mano, rozándome allí donde normalmente se toma el pulso en la muñeca con su pulgar.

—No quiero dejarte marcas.

Oh…

Curva los labios en una lenta sonrisa carnal.

—Vamos a casa. —Ahora su tono es seductor.
—Tengo trabajo que hacer.
—A casa —vuelve a insistir.

Nos miramos, el ámbar líquido se enfrenta al azul perplejo, poniéndonos a prueba, desafiando nuestros límites y nuestras voluntades. Le observo intentando comprenderle, intentando entender cómo ese hombre puede pasar de ser un obseso del control rabioso a un amante seductor en un abrir y cerrar de ojos. Sus ojos se agrandan y se oscurecen, dejando claras cuáles son sus intenciones. Me acaricia suavemente la mejilla.

—Podemos quedarnos aquí —dice en voz baja y ronca.

Oh, no. No. No. No. En la oficina no.

—Joseph, no quiero tener sexo aquí. Tu amante acaba de estar en esta habitación.
—Ella nunca fue mi amante —gruñe, y su boca se convierte en una fina línea.
—Es una forma de hablar, Joseph.

Frunce el ceño, confundido. El amante seductor ha desaparecido.

—No le des demasiadas vueltas a eso, ______. Ella ya es historia —dice sin darle importancia.

Suspiro. Tal vez tenga razón. Solo quiero que admita ante sí mismo que ella le importa. De repente se me hiela el corazón. Oh, no… Por eso es tan importante para mí. ¿Y si yo hiciera algo imperdonable? Por ejemplo si no me conformo. ¿Yo también pasaría a ser historia? Si puede comportarse así ahora, después de lo preocupado que estuvo por Leila cuando ella enfermó, ¿podría en algún momento volverse contra mí? Doy un respingo al recordar fragmentos de un sueño: espejos dorados y el sonido de sus pisadas sobre el suelo de mármol mientras se aleja, dejándome sola rodeada de un esplendor opulento.

—No… —La palabra sale de mi boca en un susurro horrorizado antes de que pueda detenerla.
—Sí —dice él, y me sujeta la barbilla para después inclinarse y darme un beso tierno en los labios.
—Oh, Joseph, a veces me das miedo. —Le cojo la cabeza con las manos, enredo los dedos en su pelo y acerco sus labios a los míos. Se queda tenso un momento mientras me abraza.
—¿Por qué?
—Le has dado la espalda con una facilidad asombrosa…

Frunce el ceño.

—¿Y crees que podría hacer lo mismo contigo, ______? ¿Y por qué demonios piensas eso? ¿Qué te ha hecho llegar a esta conclusión?
—Nada. Bésame. Llévame a casa —le suplico.

Sus labios tocan los míos y estoy perdida.



—Oh, por favor —suplico cuando Joseph me sopla con suavidad en el sexo.
—Todo a su tiempo —murmura.

Tiro de las esposas y gruño alto en protesta por este ataque carnal. Estoy atada con unas suaves esposas de cuero, cada codo sujeto a una rodilla, y la cabeza de Joseph se mueve entre mis piernas y su lengua experta me excita sin tregua. Abro los ojos y miro el techo del dormitorio, que está bañado por la suave luz de última hora de la tarde, sin verlo realmente. Su lengua gira una y otra vez, haciendo espirales y rodeando el centro de mi universo. Quiero estirar las piernas. Lucho en vano por intentar controlar el placer. Pero no puedo. Cierro los dedos en su pelo y tiro con fuerza para que detenga esta tortura sublime.

—No te corras —me advierte con el aliento suave sobre mi carne cálida y húmeda mientras ignora mis dedos—. Te voy a azotar si te corres.

Gimo.

—Control, ______. Es todo cuestión de control. —Su lengua retoma la incursión erótica.

Oh, sabe muy bien lo que está haciendo… Estoy indefensa, no puedo resistirme ni detener mi reacción ciega. Lo intento, lo intento con todas mis fuerzas, pero mi cuerpo explota bajo sus incesantes atenciones. Aun así su lengua no para hasta arrancar hasta el último gramo de placer que hay en mí.

—Oh, ______ —me regaña—, te has corrido. —Su voz es suave al echarme esa reprimenda triunfante. Me gira para que quede boca abajo y yo me apoyo en los antebrazos, aún temblorosa. Me da un azote fuerte en el trasero.
—¡Ah! —grito.
—Control —repite. Y me coge las caderas para hundirse en mi interior.

Vuelvo a gritar; mi carne todavía se convulsiona por las consecuencias del orgasmo. Se queda muy quieto dentro de mí y se inclina para soltarme primero una esposa y después la otra. Me rodea con el brazo y tira de mí hasta sentarme en su regazo. Tiene el torso pegado a mi espalda y la mano apoyada bajo mi barbilla y sobre la garganta. Me siento llena y eso me encanta.

—Muévete —me ordena.

Gimo y subo y bajo sobre su regazo.

—Más rápido —me susurra.

Y me muevo más rápido y después más. Él gime y me echa atrás la cabeza con la mano para mordisquearme el cuello. Su otra mano va bajando por mi cuerpo lentamente, desde la cadera hasta el sexo y después se desliza hasta mi clítoris, que todavía está muy sensible por sus generosas atenciones de antes. Suelto un gemido largo cuando sus dedos se cierran sobre él y empieza a excitarlo de nuevo.

—Sí, ______ —me dice en voz baja al oído—. Eres mía. Solo tú.
—Sí —jadeo cuando mi cuerpo empieza a tensarse de nuevo, apretándole y abrazándole de la forma más íntima.
—Córrete para mí —me pide.

Yo me dejo llevar y mi cuerpo obedece su petición. Me agarra mientras el orgasmo me recorre el cuerpo a la vez que grito su nombre.

—Oh, ______, te amo.

Joseph gime y sigue el camino que yo acabo de abrir. Se hunde en mí y llega también a la liberación.


Me da un beso en el hombro y me aparta el pelo de la cara.

—¿Esto también va a formar parte de esa lista, señora Jonas? —me susurra. Yo estoy tumbada boca abajo sobre la cama, apenas consciente. Joseph me acaricia el trasero suavemente. Está tumbado de lado junto a mí, apoyado en un codo.
—Mmm.
—¿Eso es un sí?
—Mmm. —Le sonrío.

Él sonríe y me da otro beso. Yo de mala gana me giro para poder mirarle.

—¿Y bien? —insiste.
—Sí. Esto se incluye en la lista. Pero es una lista larga.

Su cara casi queda partida en dos por su enorme sonrisa y se inclina para darme un beso suave.

—Perfecto. ¿Y si cenamos algo? —Le brillan los ojos por el amor y la diversión.

Asiento. Estoy famélica. Estiro la mano para tirarle cariñosamente del vello del pecho.

—Quiero decirte algo —le susurro.
—¿Qué?
—No te enfades.
—¿Qué pasa, ______?
—Te importa.

Abre mucho los ojos y desaparece el destello de buen humor.

—Quiero que admitas que te importa. Porque al Joseph que yo conozco y al que amo le importaría.

Se pone tenso y sus ojos no abandonan los míos. Yo puedo ver la lucha interna que se está produciendo, como si estuviera a punto de emitir el juicio de Salomón. Él abre la boca para decir algo y después la vuelve a cerrar. Una emoción fugaz cruza su cara… Dolor quizá.

Dilo, le animo mentalmente.

—Sí. Sí me importa. ¿Contenta? —dice y su voz es apenas un susurro.

Oh, menos mal. Es un alivio.

—Sí. Mucho.

Frunce el ceño.

—No me puedo creer que esté hablando contigo de esto ahora, aquí, en nuestra cama…

Le pongo el dedo sobre los labios.

—No estamos hablando de eso. Vamos a comer. Tengo hambre.

Suspira y niega con la cabeza.

—Me cautiva y me desconcierta a la vez, señora Jonas.
—Eso está bien. —Me incorporo y le doy un beso.


____________________
De: ______ Jonas
Fecha: 9 de septiembre de 2011 09: 33
Para: Joseph Jonas
Asunto: La lista

Lo de ayer tiene que encabezar la lista definitivamente. : D
______ x


______ Jonas
Editora de SIP


____________________
De: Joseph Jonas
Fecha: 9 de septiembre de 2011 09: 42
Para: ______ Jonas
Asunto: Dime algo que no sepa

Llevas diciéndome eso los tres últimos días. A ver si te decides. O… podemos probar algo más. ;)

Joseph Jonas
Presidente de Jonas Enterprises Holdings, Inc. , disfrutando del juego.



Sonrío al ver lo que hay escrito en la pantalla. Las últimas noches han sido… entretenidas. Hemos vuelto a relajarnos y la interrupción provocada por la aparición de Leila ya ha quedado olvidada. Todavía no he reunido el coraje para preguntarle si alguno de los cuadros del salón es suyo… Y la verdad es que no me importa. Mi BlackBerry vibra y respondo pensando que debe de ser Joseph.

—¿______?
—Sí.
—______, cariño. Soy José padre.
—¡Señor Rodríguez! ¡Hola! —Se me eriza el vello. ¿Qué querrá de mí el padre de José?
—Perdona que te llame al trabajo. Es por Ray. —Le tiembla la voz.
—¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? —El corazón se me queda atravesado en la garganta.
—Ray ha tenido un accidente.

Oh, no, papá… Dejo de respirar.

—Está en el hospital. Será mejor que vengas rápido.



Karely Jonatika
Karely Jonatika


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