Encuentros Peligrosos {Zayn Malik}.

Ella salió tarde del trabajo.
—Venga, Simmons, llegaré tarde a la cena. Debo volver a casa… darme una ducha, cambiarme… por favor —lo miró suplicante. Él miró su reloj. Había pasado, exactamente, media hora de que debería haber salido de la oficina.
—Vale. Pero termina con aquellas cosas —le dio a colación.
—¡Sí! —exclamó contenta. —Muchas gracias.
Valerie se sentó en su escritorio y separó los papeles que allí yacían por orden alfabético. Como siempre hacía.
Era muy buena en su trabajo y Simmons adoraba su eficacia. Era la mejor en todo lo que hacía. Se esforzaba, e intentaba alcanzar el ascenso. Cosa que recibía pronto si seguía trabajando de esa manera.
Valerie alzó la cabeza y observó su saco rojo colgando del perchero. Ansió poder ponérselo y salir de allí. Cogió su cartera y arrojó sus cosas dentro.
Sus tacones resonaron a lo largo de la oficina. Tomó su saco y se envolvió en él.
—Adiós Simmons —sonrió y salió de allí.
—Nos vemos mañana, Valerie —le devolvió la sonrisa mientras la observaba irse.

Él salió temprano de su apartamento.
Aseguró su mochila en su espalda y salió del apartamento. Cerrando la puerta, pero dejándola sin seguro. De todas maneras nadie podría abrirla desde afuera. Se sonrió a sí mismo y se montó en el ascensor presionando el botón que rezaba planta baja en letras doradas.
Marcó el ritmo de la canción que había estado dándole vueltas todo el día. Tamborileo los dedos sobre su pierna izquierda. Se sentía nervioso sin razón alguna.
Caminó a lo largo del lobby y salió de allí sin mirar atrás.
Dando pasos seguros llegó a la estación de tren.
—Cálmate, Zayn —susurró.

Ella tomó el último tren.
Corrió escaleras abajo, necesitaba llegar a la taquilla y comprar el boleto.
Llegó y se quedó de pie delante de la cartelera. El último tren salía en media hora. Dejó escapar un quejido.
Golpeó el suelo con el talón.
—Joder —masculló. —Ahora sí que voy a llegar tarde. —Miró el suelo y luego hurgó en el bolsillo de su saco, cogió el celular y le marcó a su novio. —¿Hola? —preguntó. —Nick, llegaré tarde… lo siento.
—No te preocupes —le dijo. —Te espero.
—¿Seguro?
—Seguro, Val —supo que sonreía. —Te quiero. Vuelve pronto.
Se acercó al taquillero y le pidió un boleto. Se sentó en uno de los bancos, esperando que la hora pasara rápido.

Él tomó un cuchillo de su cocina.
Cuando llegó a las escaleras de la estación del tren se detuvo. ¿Por qué carajos había cogido ese cuchillo? ¿Con qué objetivo? Se miró las manos y en aquel momento se sintió incapaz de matar a nadie. Pero pocos segundos luego había cambiado de opinión.
Corrió escaleras abajo, observando el panorama. Sintiendo como el vacio agobiaba sus sentidos. Las manos le sudaban.
Oyó una voz y dejó de caminar.
—¿Hola? Nick, llegaré tarde… lo siento… ¿Seguro?
Luego la sintió caminar. Sus tacones resonaron por toda la estación.
No quiso dejarse ver. Se quedó de pie detrás de una de las tantas columnas.

Ella escogió el primer vagón.
La media hora paso rápido, por suerte.
Valerie se encontró deseosa por subir a ese bendito tren. Quería llegar y refugiarse entre los brazos de Nicholas. En verdad lo necesitaba. Le pediría que se quedaran en la cama, no estaba de ánimos para salir. La espera le había quitado las ganas de todo.
—A casa —sonrió al ver el tren acercándose. Contó los vagones. Se decidió por el primero. Nunca nadie viajaba en ellos y en aquel momento quería tranquilidad.
Caminó a lo largo del vagón y se quedó de pie, sosteniéndose de uno de los aros de plástico que colgaban del techo.
Cogió su móvil y divago entre el menú y las opciones de configuración. Un habito, simplemente. Miró la hora y apagó la pantalla del aparato, dejándolo caer dentro de su bolsillo. Se pasó una mano por el pelo, cerró los ojos y apoyó la cabeza en el caño que estaba frente a ella.

Él escogió a la chica de rojo.
La siguió, encaminándose al mismo vagón que ella… pero manteniendo las distancias. Se sentó unos cuantos asientos lejos. Se quitó la mochila y tomó el cuchillo. Lo escondió en el bolsillo de su buzo, teniendo cuidado de no rasgarlo.
Contó hasta diez y caminó hasta ella. Cogiéndola por el brazo y enterrando la cuchilla en la espalda de la muchacha que había llamado su atención.
La castaña soltó un grito ahogado, de dolor, de angustia. Sus piernas flaquearon y cayó de rodillas delante de él. En aquel momento el moreno sintió la necesidad de correr. Se había arrepentido.
¿Por qué lo había hecho? Él no era ningún asesino.
¿Un impulso? ¿Rabia contenida?
Lo único que puede decir con certeza es que arrastró el cuerpo sin vida de su víctima hasta las vías, sacándola del vagón. Corrió hacia las escaleras, y la observó por última vez antes de perderse en la noche.