♡ HOLE ♡ (Arianne Shrader y Liam Payne)

Arianne era una intrépida chica que poseía una vida normal, común y corriente. Sin mencionar que era bailarina de ballet. Hasta que recibe la noticia de que su padre ha perdido la vida y eso la deja más que desgarrada.

Su madre no busca como ayudarla, ya que ella misma se encuentra derribada por los problemas.

Un día como cualquiera, Arianne no soportaba las voces de su cabeza, ¿desde cuándo escuchaba tan detallado? ¿Por qué su sentido del oído se había desarrollado de tremenda manera? Su desesperación le gana y decide acabar con su vida. Sin embargo, Liam Payne lo impide.

Arianne es llevada al psicólogo y éste recomienda un psiquiatra. Su psiquiatra deduce que la chica tiene bipolaridad, y tendrán que hacerle una lavada de cerebro para que se saque las ideas suicidas de la mente.

La “lavada de cerebro” implica extraer sus recuerdos más recientes, cómo que su padre murió. No importaría mentirle si era por su salud. Pero también tendría que olvidar que hace apenas unos meses conoció a Liam.

Los doctores se percataron de que Arianne nunca tuvo bipolaridad demasiado tarde, ella tiene otro problema…

Y lo toman en cuenta, días después de la lavada, cuando Arinne ya se ha olvidado del chico de la mirada de Bambi y los rizos de miel, Liam Payne.

Arinne nunca logró confesarle su amor, y sería más costoso para Liam ahora, hacerla recordar.

♡ Introducción ♡

Arianne amaba el ballet tanto como a su propia vida. Porque hasta entonces todo era perfecto, bailaba cada vez que ella se lo proponía, sus padres tenían una buena relación, contaba con buenos promedios en el instituto, era verdaderamente feliz.

Hasta que aquella tarde inesperadamente su madre llegó con esa terrible noticia que marcaría para siempre su futuro: Ahora eran dos miembros en la familia, su padre había muerto en un accidente automovilístico.

Arianne se pregunto miles de veces cómo pudo ocurrir esa tragedia, cuando las cosas marchaban tan bien.

Regresó al estudio de ballet escapando de la realidad, desató su furia en unas cuantas coreografías y decidió dar piruetas para desaparecer de la faz de la tierra. Deseo morir, nunca haber existido. Su padre era su mejor amigo y ya no estaría ni para un recital más de la chica.

Arianne cayó cuando sus pies no controlan una de esas vueltas.

Al día siguiente, despierta en su habitación con el pie vendado. Se había desguinzado el tobillo al hacer el último giro. Tuvo que dejar la danza por un tiempo “determinado”.

Arianne escuchaba el latir del corazón de su madre, su respiración cortada, cuando ella se esconde en la cocina a llorar por la usencia de su padre, y en realidad admiraba como Cynthia se hacía fuerte ante su única hija.

Sin embargo, los sonidos se vuelven constantes. Percibe más de lo que quisiera: Cuando los pájaros están a punto de emprender un vuelo, el crujir de las hojas de otoño, las partículas en el aire extendiéndose. Escucha todo. Sus ojos comienzan a moverse con demasiada rapidez, pierde el control de sí misma.

Y se da por vencida en su vida.

Una tarde cualquiera, como en la que murió su querido padre… le da un beso a su madre en la frente mientras ésta duerme. La observa descansar, se siente triste por dejarla sola en semejante dolor. Y sale a merced de sus pensamientos suicidas.

Cuando está a escasos centímetros de la alberca de su fraccionamiento, se saca las sandalias, cierra los ojos y desciende lentamente a la parte más honda de la piscina. Se espanta un poco al sentir el frío del agua, toma la nota mental de que no hubiese nadie viéndola, nadie que pudiera ayudarla de sí misma, de sus sentidos desplegados (más el del oído)…. Salvarla.

El chico de rulos dorados miraba a Arianne, pensó que fue extraño que se metiera con paso decidido al agua, sin darse un chapuzón, o un bocado al aire para aguantar dentro la respiración, tampoco llevaba traje de baño. Así que no le tomo mucha importancia y siguió leyendo el capítulo final de su libro. Iba a la alberca a leer usualmente, imaginaba estar en una playa con las olas relajantes.

Fue cuando la respiración de Arianne se extinguía y Liam se dio cuenta de que la chica nunca sacaría la cabeza. Fue cuando Arianne se cuestiono qué demonios había ocurrido la noche que se lastimó el tobillo en el estudio y porqué el mundo daba vueltas en su cabeza y, Liam se vio en el dilema de sacar a la chica.

“¿Saldrá?” le martillaba la cabeza a Liam. Comprendió que no.

Liam se zambulló sin pensarlo mucho.

Arianne se frustró cuando volvió a sentir el aire en sus pulmones, tosió y vio por primera vez a Liam. Sus rulos se habían mojado, sus pestañas también… aunque seguían perfectas.

Pero a pesar de que Arianne trato de alejar a Liam, él nunca hizo caso. La saco de ese escalofriante lugar que iba a ser el sepulcro de Arianne y dejo a merced de la buena vibra que le inspiraba la chica, que regresará a su hogar. Así fue seguidamente, Liam le leía, recitaba y escribía siempre que no se encontraba en asuntos escolares. Liam quedó encantado con la personalidad fuera del lugar que poseía Arianne, él no lo llamaba “trastorno mental” como lo clasifico el psicólogo de la chica, él lo llamaba “don”.

Porque para Liam, Arianne poseía diferentes dones. Como bailar, incluso se propuso motivarla a bailar de nuevo, y prometió, qué si Arianne tocaba de nuevo las zapatillas de ballet, él le pediría que su relación fuera más que amistad.

Arianne seguía perdida. Liam ayudaba bastante, mas no lo suficiente. El psicólogo recomendó un psiquiatra. Cynthia, la madre de Arianne, siguió las recomendaciones.

El doctor Clemen (su psiquiatra) dedujo el trastorno de la chica como bipolaridad.

Cynthia sabía en lo que la “lavada de cerebro” consistía. Olvidaría que su padre murió, le dirían que él las abandono cuando Arianne siquiera había nacido, también olvidaría que bailo desde los seis años y, que era el mejor bien para su hija.

Cynthia no se dejo atosigar por tal conflicto. Hizo que Liam también cargara con el problema que era solo suyo. Liam al instante se derrumbo, quería que Arianne mejorará, dejará de sentir tanto dolor, se tranquilizará, despertará feliz todas las mañanas…

Arianne ya no sentiría con naturalidad. Sus emociones, sus reacciones, la harían otra persona, ya no sería ella misma.

Porque olvidar el dolor, también implicaba olvidar que se enamoro del chico con la mirada de Bambi y rulos de miel. Liam Payne.

♡ Capítulo 1 ♡

Sentí como mis pulmones se llenaban con aire de nuevo, y volvía a ver los escasos rayos del sol que quedaban del atardecer.

Un chico me había sacado del agua, me limité a no mirarlo y jadeé a todo momento. Se suponía que iba a dejar de respirar, para que cuando me encontraran ya fuese demasiado tarde, sin vida, ya no existiría nada de mí. Pero éste chico estuvo dispuesto a arruinar mis planes. Él no entendería como me sentía, ni por qué lo había hecho, sin embargo, me sacó de golpe. Tal vez lo hizo por impulso. Es decir, ¿qué chica en sus cinco sentidos se tira al agua con ropa casual y no sale nunca más?

Trataba de quitarme la vida porque desde la muerte de papá al fin agarré un poco de valentía, y si la tenía solo para eso, entonces estaba bien.

— ¿Te encuentras bien? — preguntó de pronto. Su voz se arrastraba entrecortadamente y atropellaba sus palabras. Él tampoco entendía por qué su interés de sacarme.

— Lo hubiese estado si no fueses tan chismoso y metiche — bramé. Finalmente me volví a verlo, su cabello probablemente eran rizos, sus pestañas eran largas y su camisa azul estaba más que empapada. Observé a mi alrededor, en la alberca no se encontraba nadie más. Seguramente porque era lunes y la gente normal debería estar haciendo labores como la escuela.

— ¿Perdón?

— Como escuchaste, ahora vete. No te necesito — seguí en mi recuperación de estabilidad. Esperé unos cuantos segundos para que se fuera y tratara hacerlo de nuevo. Tenía miedo de que pasara alguien conocido, como la señora dulce de la casa de enfrente que me regala galletas de chocolate cada víspera de navidad. Y continúo parado—. ¿Qué pasa? ¿querías un gracias? Pues, gracias.

Negó con la cabeza. Mi comportamiento no andaba del todo relajado últimamente. No me importaba, ni a mí, ni a mamá, ni a nadie así que no tenía nada porque preocuparme si moría.

— ¿Estabas a punto de…?— colgó su frase en el aire. Es que decirlo como era en verdad, sonaba tan espeluznante y aterrador.

— Basta, vete — musité fastidiada. Ahora menos necesitaba a alguien, menos a él.

— Mira podemos hablar, puedes contar conmigo…

— Olvídalo chico, me largo con mamá — ese no era el único día que podía hacerlo. Mejor me di por vencida, dispuesta a ignorarlo.

Salí del agua con el semblante bajo y decepcionada. Estuve tan cerca de lograrlo, necesitaba esperar a otra descarga de adrenalina para hacerlo de nuevo. Temblé al percibir el aire frío que pegaba a mi piel ya estando al exterior, visualicé un libro tirado y deduje de donde salió el castaño. Leía antes de meterse donde no lo llamaban.

— ¿En qué casa vives? — habló de nuevo. Se quitó la camisa, blanqueé los ojos. Tenía un corpulento cuerpo y la piel viva. Todo lo contrarío a mí—. Me llamo Liam.

— No te incumbe en nada Liam, ¿Ok? Gracias por todo, si quieres dime donde vives y pronto te llevo una canasta con mis más sinceros agradecimientos — jacté con sarcasmo.

— De acuerdo, sólo necesito tu nombre. Mamá odia que extraños toquen la puerta… ¡Y una caja de galletitas por favor! — exclamó eufórico. Era tonto, o no captó mi tono de voz. Tal vez estuviese más enfermo que yo, y me creía la demente.

— Arianne.

— Ok, Arianne. Recuerda el número 56 y no te perderás— dicho esto se esfumo de mi camino.

Sonreí porque todavía tenía la oportunidad de regresar a dar un último chapuzón, Liam se entrometió e interrumpió lo que sería mi lecho de muerte. Y nada más seguí caminando, abrazando mis brazos y deseando un poco de calefacción.

En el umbral de mi puerta tomé la llave del tapete que rezaba “Bienvenidos” y abrí a mala gana.

— ¿Qué? ¿Qué pasa contigo Ann? ¿Qué es toda esa agua? — alardeo mamá bostezando, levantándose de su siesta. Me preguntaba cuando regresaría a su rutina laboral. Imaginé que cuando yo retomará mis clases.

— Es que este calor, má. ¡No sabes! ¡Estaba ardiendo en mi habitación! — articulé sacudiéndome como un gato odioso al agua.

— Solo sécate hija, cenaremos pizza.

— Que novedad… — susurré subiendo las escaleras.

(…)

— ¿Tengo que hacerlo? ¿De verdad? ¡No ayuda en nada mamá! — me quejaba por quinta vez en la mañana. Mamá pensaba que un psicólogo sería necesario y saludable para mi salud mental y física al mismo tiempo.

— Ya hemos hablado esto, solo es una hora— decía mientras acariciaba mi cabeza tratando de calmarme, cuando ya tenía los pelos de punta—. No deberías de protestar, esto es bueno.

— ¡Ya llevo un mes viniendo! ¡Mejor llévame al colegio de nuevo! Prefiero lidiar con profesores de matemáticas, que con mi cerebro— recordé la vez que llamaron a mamá por mi profesora de historia, había estado durmiendo en clase a causa de los entrenamientos duros de ballet, así que no se alarmo mucho.

Ya hacía un par de meses que no iba al colegio, tendría que repetir el quinto semestre. Suspiré desalentada.

En la sala de espera no parecía un espectáculo lo que estaba haciendo, con frecuencia se hacía un drama así o peor.

Como la vez de ese chico de rizos y su rara actitud.

Era la segunda vez que venía a mi cita, me asustaba estar en una habitación tan poblada, pero me alegre de solo ver a dos personas, el chico de rizos y una señora que suponía ser su madre. Él estaba inquieto, se mordía las uñas con desesperación y enrollaba sus dedos en su cabello. Me parecía chistoso verlo así, tan ansioso y descontrolado. Susurraba para sí mismo cosas como “tranquilo”, “necesito un gato” y con frecuencia le preguntaba a su madre “¿Porqué no me compras un gato?”, ella se limitaba a contestar “porque tú no eres responsable”.

Su cita se había extendido a una media hora más, mientras pasaban los minutos sus nervios se alteraban más, y buscaba respuesta a su nerviosismo en las paredes. Entonces me levanté de mi lugar y camine hasta el suyo, no lo tomó a gran magnitud y se giro a hablarme.

— ¿Crees que no me dejen pasar? — dijo con los ojos desorbitados— ¿Y si se olvidó de mi? ¿Qué pasa si Richard se olvidó de mí? — Richard era el psicólogo que atendía a los adolescentes de nuestra edad, y el encargado de mi demencia.

— No se ha olvidado de ti, solo se ha tardado un poco con otro paciente. Ten calma — me dediqué a contemplar su extraña cabellera e imaginarlo si tuviese el cabello lacio, ¿qué sería de él? Quise jugar un poco—. Oye, ¿podría planchar tu cabello algún día? Lacio se vería bien.

— ¡¿Estás loca?! Boo Bear me mataría, no sabes lo que dices— vocifero como si le hubiese propuesto matrimonio en ese instante—. ¡Anne! ¡Quítame a ésta loca! ¡Quiere que deje de ser amigo de mi Boo bear.

— Harry, no hagas un escándalo la secretaria nos querrá sacar… Gemma te hubiese acompañado, a veces solo ella sabe tranquilizarte— espeto la señora— Disculpa a Harry, suele atolondrarse. Richard dice que es normal para él, no sabe distinguir… entre el bien y el mal.

“Retrasado” pensé.

— Da igual. Solo quería probar un nuevo look contigo.

— Pues no lo probarás jamás. Lo dices porque no tienes amigos, a Louis le gustan mis rizos o algo así. Me mataría si los corto, o los hago desaparecer… No sabes cómo se pondría— hablo superiormente.
— ¿Quién te dijo que no tengo amigos? Yo tengo amigos— mentí. Nadie se me vino a la mente, porque solo contaba con mamá.

— Mencióname uno— retó.

— Joseph. El es mi mejor amigo, ¿ves? ¡Te dije! — mentí.

— Quiero ver a ese tal Joseph. Anne, ¿puede ir ésta chica a la casa algún día? — cuestionó el castaño, Anne asintió y continúo su vista al frente nadando en su mar de pensamientos.

— Arianne. Soy Arianne, rizos asfixiados. Dime qué día y allí estaré— acepte su desafío, total, no podía perder nada. Buscaría a cualquier chico de la calle y le pagaría unos cuantos billetes por fingir ser “Joseph”.

— No me digas así, me llamo Harold. Puedes decirme Harry— se presentó—. Louis podría estar ahí, te llevarías bien con él…

— Como sea, te diré Hazza. ¿Louis? Hace rato hablabas de un oso— nuestra platica perdía coherencia y comencé a sentir un nudo en la garganta, ¿de qué forma nos vería la gente? En mi punto de vista ir al psicólogo a que te resuelvan problemas era solo de locos, Harry era un loco, ¿eso me convertía en una loca?

— Rayos, lo olvidaba— se pegó la frente, como si fuese tan obvio— Louis es Boo Bear de cariño.

— ¡Styles! — anunció la secretaria. Anne se levantó del asiento tomando la mano de Harry y dirigiéndolo al consultorio. Él corrió hacia donde estaba sentada de regreso y susurro en mis oídos:

— Si te portas como idiota allá dentro, Richard puede regalarte una paleta. ¡Y es gratis!

Y lo tomé como su despedida.

Harry consultaba antes que yo, a veces venía y él ya se había marchado. O si no permanecía sentado hasta que llamasen su nombre. Lo nuestro quedó pendiente hasta que lo volviese a ver, —casi lo dejaba sin terminar a no ser de Liam— me esperancé en que fuera hoy. Porque cuando llegué Richard seguía ocupado.

— Ya va tu turno Ann, solo di lo que sientes— especulo mamá, sabía que se aburría leyendo siempre las mismas revistas y esperando. Ella lo ocultaba, diciendo que le daba gusto llevarme allá, que iría un día—. No estés inquieta, sabes que Richard está dispuesto a escucharte.

— ¡Styles! — Harry salía chupando una enorme paleta naranja, y con una sudadera morada cubriendo su nuca, que lo hacía ver ridículamente gracioso.

— ¡Arianne!, ¡Pestañas! —remató a los cuatro vientos. “Pestañas”, el apodo más raro que escuché en mi corta vida sin sentido, ¿y qué más daba? Ese era Harry. Se vino a mí en un gran abrazo, lo acepte sin ningún prejuicio—. ¡Anne dijo que podrías venir a casa mañana! ¡Hará pastel de chocolate! Y Boo Bear quiere conocerte.

Tragué saliva, no busqué a “Joseph” esa semana. Ocupaba mi tiempo en pensar diferentes maneras de salir del mundo vivo.


— ¡Genial! — solté una gran sonrisa falsa. Harry no sabía que el único amigo que tenía era justamente… él. Le quité la paleta y pasé mi lengua por la zona más dulce.

— Anne, dame ese papel— pidió. Anne se acercó a nosotros, plasmó ante mis manos la dirección de los “Style”. Harry me quitó la paleta y chilló en la salida—: ¡Nos vemos mañana!

Tuve que entrar contra mi propia voluntad al consultorio, hice una actuación más usando la excusa de mi tobillo desguinzado. Richard dijo que si no entraba, me programaría dos citas a la semana e inconscientemente me levante del suelo acatando sus órdenes.

Le conté de mi cabeza, los dolores que me venían últimamente y mi casi suicidio. También del idiota de Liam y cuanto extrañaba a papá y mamá animada.

Richard parecía hablar más que yo, mencionó algo como un “psiquiatra”, no lo escuchaba solo murmuraba esos “uhhmmm”, que él interpretaba como “sí”. También recomendó unos cuantos medicamentos, me percaté de arrugar la receta y meterla en mis pantalones para llegar a casa y tirarla a la basura.

Para cuando mi tortura acabo, tenía en marcha una nueva misión en la cual tragaría todo mi orgullo.

Era eso o perder ante Styles.

(…)

Abrí la puerta del carro al momento que mamá seguía manejando. Ella freno de golpe y agradeció para sus adentros estar dentro del fraccionamiento, ¿Y si hubiese sido mi atrevimiento en media carretera?

— Necesito bajar.

— Ann, no vuelvas hacer eso. ¿A dónde vas?

— Al parque, necesito unas mariposas para mi colección— le supliqué con los ojos. Obviamente no tenía una colección de mariposas, pero ella siquiera sabía mi cereal favorito, ¿por qué tendría que saber de “mis mariposas”?

— Antes de cenar te quiero ver en la casa— escuché de su permiso y empecé a correr lejos del auto— ¡Limpia y seca! — ordenó.

Corría tapándome los oídos, aunque esto no auyentará del todo al sonido, me colé a la segunda calle. Solo me detuve a tranquilizar un poco la respiración y a batallar con mi cabeza a punto de explotar. Tenía que llegar como si mi vida dependiera de ello, algo por el estilo.

Sitúe el numero con rapidez y toqué el timbre.

— Sabes, no tengo galletas ni una canasta… ¿Cuentan unos billetes? — metí la mano a los bolsillos sacando mi mesada.

— ¿Arianne?

— Liam. Necesito que me ayudes en algo, es mañana… prometo unas galletas y de chocolate si quieres.

— ¿Chocolate? ¡Odio el chocolate!

— ¿Qué? ¡Eres un desquiciado! ¡¿cómo es eso posible?! — Liam se limito a reír. Su par de ojos se postraban en mi desalineado cabello.

— De coco estaría perfecto.

— Serán de coco, extraterrestre. ¿Entonces aceptas?

— Estoy dentro, ¿qué necesitas? — me alegre de que Liam accediera, porque si no Harry se reiría mucho de mi soledad.

— ¿Podrías llamarte Joseph por un día?