The Lucky One

Las Vegas; "la cuidad que nunca duerme", hoy se vistió más alucinante. Los edificios multicolores dan una hermosa vista para todos aquellos que pasan por ahí, hasta lo pueden disfrutar aquellos que viven lejos, sus destellos llegan a iluminar varios kilómetros. Un arbolito en cada comercio, bajo de ellos, incontables regalos.
Pero lo más sobresaliente es "El Árbol mayor". Cada año lo ven en el mismo lugar, con los mismos adornos y luces con hermosos villancicos sonando toda la noche.
Los visitantes locales y extranjeros, aprovechan a tomarse fotos. Todo es felicidad...excepto para alguien...
Gwen, la chica que desde hace ya hace varios años, llega cada 24 de diciembre a tratar de llenar de amor a todos aquellos que ella cree que les hace falta. ¿Cómo? Simple, dándoles tarjetas donde les desea lo mejor, junto a su familia, amigos y en el ámbito personal.
Gwen le entregó una de esas preciadas tarjetas a una señora un poco pasada de peso.
—¿Qué es esto?—le echó un rápido vistazo al papel que sus manos sujetaban.
—Un regalo de mí, para usted.
—Gracias—le sonrió no muy convencida y enseguida tomó de nuevo su camino.
Y así siguió entregando, siempre con una sonrisa en su rostro. Hasta que sin querer se le acabaron. Para ella, todo esto le hace un bien...pero también un mal...
Se adentro por una de las calles donde viven los millonarios. Aprovecho a mirar a una casa, la mesa llena de bocadillos y como era de esperarse, un enorme pavo invadiendo en medio.
—A esas personas solo les importa la comida y los regalos. No piensan en lo más importante—sacudió la cabeza en forma de negación. Frotó sus manos a causa del frío.
Lo que en realidad le pasa a Gwen, es que no tiene familia. Su madre murió a causa del cáncer y su padre la abandono. Tiene la esperanza de que en cada Navidad sus deseos más profundos se vuelvan realidad. Uno de ellos; el encontrar un hogar. Gwen es buena persona, a pesar de todos sus problemas, le desea lo mejor a quienes ni siquiera conoce. Y lo único malo, es que nadie la ayuda.
Se tropezó con un pedazo de cartón de una piñata. Vio a los niños felices tomando un puño de dulces del suelo. No es una tradición de U.S.A, pero es bueno que copien cosas buenas de sus países vecinos.
Se recargó en un árbol y miró con estusiasmo como todos se abrazaban y se deseaban lo mejor. Miró su reloj, después dirigió su mirada al cielo, cerró los ojos y con todo el corazón pidió: "Deseo el otro año tener más suerte, bendice a todos"
Se secó las lágrimas con la manga de su viejo suéter y sin mirar atrás siguió su camino.