Christmas' cookies

La Navidad solía despertar la caridad –o un espejismo de ésta- en la mayoría de las personas, sobre todo las pudientes. Por eso las fiestas eran una “buena época” para los mendigos. Como aquél que se encontraba sentado a la salida del supermercado.

Estaba cerca de las puertas corredizas, arrebujado en una manta para aguantar el frío y con la mano extendida, esperando una colaboración. Así fue como una mujer de brillante tapado rojo lo miró con pena y depósito un par de billetes en su mugrienta mano.

El mendigo sorprendido por aquella suma de dinero que de pronto poseía se puso en pie y corrió hacia la panadería más cercana. Al menos festejaría esa Navidad con un buen trozo de pan, tal vez incluso con alguna masa fina.

Aún respiraba el exquisito aroma del local, cuando cruzó la puerta con una bolsa de papel madera llena de galletas navideñas. Comenzó a caminar sin rumbo, aguardando el momento perfecto para abrir su preciado tesoro y saborear aquella masa dulce con forma de Santa Claus.

Cruzaba entonces la plaza, rebosante de gente intercambiando regalos junto al inmenso pino de navidad lleno de luces y cintas de colores. La escena le molestó en lo más profundo, pues veía en ella la verdadera esencia de aquella fiesta: Recibir regalos por nada.

Aquellas personas intercambiando cajas envueltas en papeles brillantes sólo esperaban recibir algo a cambio y aguardaban aquella época con el único objetivo de conseguir cosas que en realidad no necesitaba.

Rodeó a la multitud con la cabeza gacha, escondiendo lo único que ahora le pertenecía, sus galletas. Pero se detuvo ante la vista de una niña mendiga con su pequeño hermano, sentados a orillas del espectáculo con los ojos grandes ante aquella cantidad de objetos que ellos nunca tendrían.

Se quedó allí un par de minutos, cuestionando la crueldad de las personas que más poseían, dándose obsequios entre ellos mientras aquellos pequeños no tenían si quiera qué comer.

Pero entonces, del gentío se apartó una muchacha, con largo cabello castaño y una bufanda celeste en su cuello. Se acercó al par de niños y les extendió una manta y dos pequeñas cajitas envueltas con papel dorado. Les sonrió brevemente y se alejó con paso ligero.

El mendigo, testigo del pequeño momento, no entendía qué era lo que había sucedido. La joven nunca recibiría nada a cambio de esos niños y aún así les había hecho un obsequio, obsequio que podría haber dado a otras personas. ¿Qué podría motivar a aquella muchacha a hacerlo?

Y entonces lo vio claramente. Sonrió como si todo tuviera sentido y se acercó a los pequeños que disfrutaban de sus nuevos juguetes. Sin dudarlo ni un segundo dejó junto a ellos la bolsa de galletas y se alejó sin mediar una palabra. Su corazón palpitaba emocionado.