Titans

Ficha de la serie

Parece que el cielo se va a partir en dos. Todo es como si el tiempo se hubiese parado y solamente el aire cobrase importancia, azotando con fuerza a cualquier resistencia que se encontrase en su camino, intentando mover montañas a pulso. Pero nada se mueve porque se ha parado el tiempo. Es la calma que llama a gritos a la tempestad, y en medio de esa calma están ellos. Los eternos amantes, los enemigos naturales. Se miran fijamente, sin mover ni un solo milímetro sus cuerpos que parecen estar tallados en mármol. No se oye nada, no se ve nada. Solo se siente el aire golpeando cada vez con más fuerza o la tensión entre las dos estatuas.

Y de pronto. ¡Bum! Estalla la tormenta. Una tormenta que llevaba milenios esperando explotar. Los cuerpos dejan atrás esa perfecta inmovilidad para empezar a danzar en círculos uno alrededor del otro, siempre con la vista fija en su adversario. Y sus sonrisas, sus sonrisas son la mejor muestra de esa tormenta. Esa expresión que disfruta de cada movimiento, de saber que en cuanto uno de los dos se abalance sobre el otro solamente habrá un resultado: la muerte del más lento.

Como si el clima se hubiese puesto de acuerdo con ellos de pronto el viento aterrador que azotaba la explanada desaparece y en su lugar llegan los nubarrones de tormenta, tronando, dejando caer la lluvia sobre ellos. Con el agua todo se vuelve más hipnotizante, las gotas que estallan al tocar el suelo o sus cuerpos, ayudando a crear una coreografía sobrenatural. Pero eso no es todo, el agua hace ver cosas que antes no estaban ahí, unas protuberancias a las espaldas de los dos individuos invisibles al ojo humano, pero perfiladas por el agua. Alas. Como las de los ángeles. Las de ella se abren y dan un aletazo que genera el viento que ha desaparecido, el pelo de él se echa hacia atrás mas no su cuerpo. Una carcajada resuena desde lo más profundo de la garganta del hombre.

— ¿Eso es todo lo que tienes, princesa? — su voz está completamente impregnada por la burla y sus ojos brillan igual que los de un felino. Expande su sonrisa y da un salto hacia atrás, esquivando una de las alas de la mujer.

— ¡Más quisieras! — exclama ella con furia, extendiendo la mano a una velocidad hipersónica y el movimiento genera otra onda que esta vez consigue arrastrar unos centímetros a su adversario —. Hoy será tu final.

Por primera vez los dos se enzarzan en un baile cósmico de giros, saltos y patadas. El agua ayuda a seguir su ritmo, sin embargo casi todo es tan rápido que nadie podría decir lo que sucede entre ellos hasta el choque titánico. Describir como suena eso es como intentar explicar el choque entre dos grandes montañas, las más grandes que se puedan imaginar, y su posterior derrumbamiento. Pero entre ellos no se derrumba nada, ni caen piedras, ni se tambalean. Solo otro momento de calma. De insoportable calma.

— No podrás protegerlos a todos siempre — alega él con su sonrisa felina.

— Tú no vivirás para siempre.

Otra vez. Esta vez saltan chispas, las chispas de los que no son humanos. Y mientras él empieza a rodearse de oscuridad a ella le acompaña el fuego, un fuego que no se apaga con el torrente de agua que no deja de caer. Esta vez no hay ruido que acompañe al choque, solo un resplandor absorbido por la más terrible oscuridad. Incluso parece que el sol empieza a querer ocultarse de ellos. Ya no hay fuego, ni luz... ni chica. Solo están él y su sonrisa felina. Ya no hay oscuridad, ni miedo... ni chico. Solo están ella y su determinación por salvarlos a todos.

Después no hay nada. Todo se vuelve un retroceso precipitado que no da tiempo a mirar alrededor. Y después...

Una chica rubia se levanta de la cama con el corazón acelerado y empapada en sudor. A cientos de kilómetros de ella un chico moreno y de sonrisa felina también se despierta sobresaltado. Mas en sus recuerdos no queda nada de su titánica batalla, solo la sensación de que pronto se volverán a enfrentar.