¿Te atreves? [HS]

¿Te atreves?

—¿Qué haces? — se escuchaba del otro lado de la línea.

Me encontraba recostado en mi cama, hablando con Lucille. La conocí hace algunos meses cuando por equivocación mandé un e-mail que iba dirigido a mi mejor amigo, Louis. A los pocos minutos de haberlo enviado, ella me respondió amablemente aclarándome mi equivocación, y que no había leído más allá del primer párrafo. Comenzamos a platicar y nuestra amistad se fue fortaleciendo. Intercambiamos números y no estoy muy seguro de cómo pasó, pero poco a poco me fui enamorando de ella.

—Nada —respondí riendo —juego con una pelota... Te extraño.

—Yo también, quiero verte —se escuchaba un tono de nostalgia en su voz — ¿Qué tan lejos está París de Londres?

—No lo sé —dije dudoso. Al instante se me vino a la mente algo que ni yo veía posible —. Tengo una idea, pero dirás que estoy loco.

—¿Qué idea?

—No cuelgues —ordené —voy a cambiarme y a empacar algo de ropa.

—¡¿Qué?! —respondió Lucille un poco exaltada —¿Ropa para qué? ¿De qué hablas?

—Te necesito, Lucy; necesito verte. –de verdad me hacía falta.

—Harry, ¡estás demente! No eres capaz —decía retándome.

—¿Bromeas? —este juego lo podemos jugar los dos —Lo haré, pero tienes que hablarme todo el camino.

Saqué mi maleta del armario y comencé a echar unas cuantas camisas y pantalones. Uno que otro bóxer y mi cepillo de dientes. Estaba todo listo. Bajé las escaleras, salí de mi casa y cerré con seguro la puerta principal. Estaba decidido. Iba a verla. Subí a mi auto y emprendí camino hacia la estación Internacional de St. Pancras.

—Esto es una locura, aún no te creo capaz –decía Lucy incrédula.

—Estoy decidido; ¡si no te veo me volveré loco, lo sé! —y no había nada que me hiciera cambiar de parecer.

Cuando menos lo imaginé, un auto cortó en mi camino y mi reacción fue sonar el claxon y maldecir a los cuatro vientos.

—¡Sal de mi camino, idiota! ¡Voy a ver al amor de mi vida!

—¿Qué pasó? ¿Estás bien? —se escuchaba a una Lucy preocupada.

—Sí, sólo un imbécil daltónico que no sabe la función de un semáforo —respondí para calmarla, a pesar del susto que me había llevado.

—Te amo —soltó después de haber reído. Mis intenciones de calmarla habían funcionado. Amaba esa risa, me tranquilizaba a mí también.

—Yo también te amo —respondí después de haberme percatado que llevaba varios segundos en silencio, perdido en sus palabras.

Llegué a la terminal, estacioné el auto y me aseguré de haber activado la alarma. Corrí hacia las taquillas y gracias al cielo no había fila. Me dirigí a la encargada de los boletos.

—Señorita, ¿a qué hora sale el primer tren a París?

—¡¿Es en serio?! —podría jurar que la joven alcanzó a escuchar el grito de Lucy, pues al menos mis oídos estaban ya perforados. Una pequeña risa de su parte me lo confirmó.

—Solamente queda un boleto y sale en media hora aproximadamente —era mi oportunidad.

—Perfecto, quiero ese boleto —contesté sin dudarlo ni un segundo.

—¡Harry, respóndeme! ¡Estás demente! —decía Lucy desde el otro lado.

—Shhh. También quieres verme, ¿o no?

—Aquí está, disfrute el viaje —la señorita me entregaba mi boleto.

—Gracias —dije mientras guardaba mi cartera.

—¡Qué nervios! ¿Cómo me haces esto? Estás loco, Harry.

—Así de loco me quieres —respondí con una sonrisa triunfante y un poco orgullosa.

—¡No! En serio, ¿estás seguro de lo que estás haciendo? ¿Dónde te vas a quedar?

Touché.

—Rayos, no lo había pensado —pero en realidad nada podía preocuparme ahora —¿Estás en tu computadora?

—No, pero está cerca, ¿por qué?

—Consigue el número de un hotel cercano y me lo pasas, por favor —pedí.

—Está bien, pero ¿cómo llamarás sin colgar? Dijiste que hablaríamos todo el camino —me parecía tan dulce.

—Existe más de un teléfono en el mundo, mi cielo —mi sonrisa había pasado de orgullo a ternura.

—Tonto. ¿Tienes para anotar? —mi chica sí que era eficaz.

—Sí, dime —dije tomando un papel y una pluma que cargaba conmigo.

—046 754 8931. Es el teléfono del hotel de la calle Rue des Chaligny.



—Gracias amor, ya reservo.

En lo que buscaba un teléfono una mujer de mediana edad tuvo el amable gesto de prestarme su teléfono celular. Realicé una reservación en una habitación sencilla por cuatro días y quedó todo listo. No lo podía creer.

—No lo puedo creer aún, de verdad —dijo Lucy como si hubiera leído mis pensamientos.

—Calma cariño, no es nada comparado con todo lo que pudiera llegar a hacer por ti.

—Cállate, eres un tonto —aunque no la viera, podía notar como se ruborizaba, lo que me hacía sonreír.

—Te amo.

—Yo también te amo.

—Estoy aburrido —dije cambiando el tema —diviérteme mientras espero al maldito tren.

—¡No maldigas! Maldita sea —dijo contradiciéndose. Provocó mi risa y al mismo tiempo la suya. ¿Les he dicho cuánto me encanta? —Estás demsiado demente.

—¿No tienes otra cosa que decirme? Ya me has dejado muy claro que estoy demente —la amo.

—Veamos Styles, ¿cómo se supone que te divierta?

—No lo sé; creo que ya subiré al tren —dije echando un vistazo a mi reloj. Faltaban cinco minutos.

—¿Te dejan ir con el teléfono?

—Eso espero, te dije que hablaríamos todo el camino, ¿no es así? —dije mientras subía al tren. Por suerte no me habían dicho nada al respecto.

Pude escuchar su risa pintada de un tono de ironía.

—¿De qué te ríes, linda?

—De nosotros, ¡esto es increíble! —seguía con esa sonrisa en sus labios.

—Si no quieres no lo hago —sabía su respuesta, pero necesitaba escucharla.

—Estás en el tren —dijo mientras soltaba una pequeña risa —ya no hay vuelta atrás; además, si quiero y lo sabes.

—Es verdad —dije riendo yo también —igual no pensaba dar marcha atrás.

—¿Y qué se supone que le diré a mamá? Sabes que la señora LaFontaine pide explicaciones de todo.

Mierda.

—No sé, tampoco lo había pensado.

—¿A quién engañas? Tú no piensas, amor.

—Gracias —dije fingiendo estar ofendido —yo también te quiero, corazón.

—Sabes que sí —contestó Lucy con una sonrisa de autosuficiencia.

—Si no fuera así, no estaría en esta locura —me traía de cabeza.

Nos quedamos en silencio unos segundos, hasta que mi chica decidió romperlo.

—Dime qué ves —¿qué clase de pregunta era esa? De igual manera la respondí.

—Mucha gente, muchos asientos... —decidí mirar por la ventana — Árboles, más gente, casas...

—Quiero estar ahí contigo —me interrumpió.

—Aquí estaras cuando te secuestre y nos escapemos, cariño.

—¡Sí, claro! —respondió escéptica.

—Esto se está moviendo ya —dije mientras el tren se ponía en marcha.

—Qué locura, ¡no puedo creerlo!

—Es real, nos veremos en unas horas —en verdad estaba pasando.

—¿Qué llevarás puesto? ¿Cómo te reconozco? ¿Dónde nos veremos?

—¡Tranquila! Una pregunta a la vez —reí. En verdad me volvía loco en más de una manera.

—¡Responde, no es chiste! —dijo con más firmeza.

—Camisa blanca de botones, arremangada, jeans negros, una beanie verde olivo... —dije describiendo mi actual vestimenta —¿Podemos vernos en el parque del que me hablaste?

—¿El que está aquí cerca de donde vivo?

—Exactamente.

—¿Y cómo sabrás cómo llegar aquí? —Lucy aún tenía sus dudas.

—Preguntando, supongo, después me las arreglo, es lo de menos.

—Harry, ¿es en serio todo esto?

—Amor, estoy montado en un tren; escuchaste mientras compraba el boleto; casi hasta me reservaste la habitación del hotel; ¿te queda alguna duda?

—Es que es tan surrealista; esto no pasa; no a mí.

—Noticias para Lucille LaFontaine: está pasando. Ahora dime, ¿cómo te reconoceré?

—Cielos, no había pensado en ello —se escuchaba un tono de preocupación en su voz —¡Ni siquiera sé qué ponerme!

—Mujeres —susurré en un suspiro.

—¡Calla! Te escuché... —dijo amenazante.

—Perdón, perdón —reí —ya dime.

—¡No lo sé! —se escuchaban ruidos del otro lado, parecía como si aventara todas las cosas de un lado de la habitación al otro —¡No tengo nada para ponerme!

—Qué exagerada, algo ha de haber —repito: mujeres —si no, así mismo, como estés. Te aseguro que te verás hermosa.

—¡¿Qué?! ¡Por supuesto que no! Estoy en pijamas Harold.

—Lucy, no me importa lo que lleves puesto, me importa que seas tú. ¡Quiero verte ya!

—Ya, después veré; mientras busco, dime qué más ves.

—El cielo... —respondí.

—¿Cómo está? Descríbelo para mí.

—Azul, con pocas nubes... —pero no era un cielo cualquiera, se veía hermoso —Tienes que verlo, le tomaré una foto.

—Tómate una foto a ti también —dijo coqueta.

Hice caso y tomé una foto al cielo y otra a mí mismo, haciendo una mueca, con ojos cerrados fuertemente y mostrando todos los dientes.

—Ya está, salí feo, ya no me vas a querer.

—¡Anda, quiero verla!

—Quiero una foto juntos. No, ¡quiero muchas fotos juntos! —dije haciendo énfasis en la última frase.

—Qué vergüenza que me vean contigo —dijo bromeando —mejor no.

—Está bien, ¡me quiero bajar del tren, el amor de mi vida ya no me quiere ver!

—Calla, Styles. ¡Estás loco, qué idiota eres!

—Tú te lo buscaste —dije riendo.

—¿Cuánto falta? —ya se estaba desesperando y a decir verdad, yo también.

—No lo sé, no mucho, supongo...

Seguimos platicando de temas aleatorios hasta que sentí como el tren reducía su velocidad hasta que se detuvo por completo. Me bajé, recogí mi equipaje y buscaba la salida de la estación. Un letrero con la inscripción Gare Du Nord me indicaba que por fin estaba en París.

—Linda, ¿dónde puedo alquilar un auto? —buscaba por toda la estación.

—¿Un auto? —preguntó confundida.

—No te sacaré a pasear en bus, por supuesto.

—En la misma estación tienen un stand —me dijo al mismo tiempo que localicé el puesto. Alquilé el auto y emprendí mi camino hacia su casa. Cada vez estaba más cerca de Lucy.

—¿Dónde era? —no estaba seguro de recordar las indicaciones completamente.

—La dirección es 15, rue de la Mare aux Carats. ¿Dónde estás?

—No tengo la más mínima idea —en realidad estaba perdido —Espera, ya sé —dije mientras paraba a un taxi —¡Soy un genio! —dije de vuelta en el teléfono —Le di la dirección a un taxista y pedí que me condujera hacia allá.

—¡Y yo aún no sé qué ponerme! —dijo preocupada de nuevo.

—Estoy cerca.

—¿Qué? ¡¿Tan rápido?!

—Sí, pero antes tengo que comprar una cosa, tienes tiempo —la mujer más hermosa del mundo no tenía idea lo que le esperaba.

—¿Qué cosa? —preguntó intrigada.

—¿Qué importa? No quiero decirte, quiero que sea sorpresa.

—¡Anda, dime!

—Nada, nada —respondí desviando su pregunta —ya voy para allá.

—Está bien —se había resignado a mi negación.

Encontramos una floristería donde había gran variedad. Ninguna de estas flores sería lo suficientemente bella para Lucy, pero de igual manera compré la más bella: una gerbera de un color naranja con toques rojizos. Un color único, igual que ella.

—¿Qué es eso que se oye? ¿En dónde estás? —seguía con curiosidad.

—Nada —respondí rápidamente —ya voy en camino.

—¡Nunca me dices nada! —hizo un puchero.

—Ya tendrás oportunidad de golpearme por eso, linda.

—Tienes razón, será lo primero que haga.

—Necesito tu ayuda, estoy en el hotel que me dijiste. ¿De aquí hacia dónde?

—¿No venías siguiendo al taxista, Styles?

—Cierto, tienes razón.

El taxista me dirigió hasta la entrada del fraccionamiento, donde salió un vigilante.

—Buenas tardes —le dije —Vengo a ver a Lucille LaFontaine, casa número 10.

Se me quedó viendo por unos segundos, luego revisó algunos datos en su bloc de notas, para voltearme a ver nuevamente.

—Está bien, adelante, pase, que tenga un buen día —dijo, otorgándome acceso al fraccionamiento.

—¡Muchas gracias! —respondí, y me hice camino hacia la casa número 10.

—¡No puede ser posible! —decía ella nerviosa.

—Cariño, para Harry Styles todo es posible. De hecho, ya estoy afuera, pero no encuentro el número 10, así que iré al parque.

—De acuerdo, espérame ahí.

—Estoy nervioso —ahora los nervios me atacaban a mí y se reflejaban en forma de risa —¡ya no quiero!

—Está bien, vete, pues.

—¡¿Cómo?! ¿Después de todo lo que recorrí? Estás loca.

—Ya estoy lista, voy al parque. ¿Ya puedo colgar? —insistía un poco desesperada.

—No, quiero verte llegar hablando por teléfono.

—¿Por qué?

—¿Y qué haré mientras llegas? Hablar contigo me quita un poco los nervios.

Estaba sentado en una de las bancas del parque, impaciente por verla y escondiendo la flor detrás de mí. No podía contener mi risa nerviosa y no dejaba de voltear a ver a las casas a cada segundo, a ver si de alguna de ellas salía la mujer de mis sueños. De pronto vi como alguien se acercaba; una chica de cabello largo y castaño. Sonreía y sostenía en su oído derecho un teléfono. Me miró y bajó la cabeza riendo nerviosamente. Ambos nos sonrojamos, pero alguno tenía que tener la iniciativa. Me levanté y fui hacia donde se encontraba ella.

—¿Hola? —seguía nerviosa —Qué locura, en serio.

—Wow... —bien, Styles. ¿Eso fue todo lo que pudo salir de tu boca?

—¿Qué? Calla, estoy demasiado nerviosa.

—¿En verdad eres tú?

—Duh, tonto.

—Eres demasiado hermosa.

—¡Dije que te callaras! —al parecer, si yo estaba nervioso, ella diez veces más.

—Tengo algo para ti —dije sacando la flor. Se la entregué mirando fijamente sus ojos color miel mientras ella intentaba agarrarla, pues de los nervios le temblaban las manos.

—Gracias, es... Hermosa.

—No podía llegar con las manos vacías —sonreí.

—¿Nos sentamos? Creo que tenemos demasiado de qué hablar... —y vaya que era demasiado.

—Claro, vamos —regresaban los nervios a mí.

Caminamos de regreso hasta la banca donde estaba sentado hace unos momentos y comenzamos a platicar. Ninguno de los dos podía creer que estuviéramos así, tan cerca uno del otro.

—Ven, vamos a los columpios —dije mientras la tomaba de la mano. Corrimos hacia ellos como niños y nos sentamos para seguir platicando.

—Dime, Harry —dijo después de un largo silencio. Podía notar que la pregunta sería un poco incómoda —¿soy como imaginabas que sería?

—No... —contesté sinceramente —Eres aún más perfecta. A ti puedo tomarte de la mano y ver cómo te sonrojas cuando ríes.

—Calla —dijo soltando mi mano y cubriéndose la cara con ambas.

Solté una risa tierna al ver que se había ruborizado. Tomé una de sus manos y comencé a jugar con sus dedos. Me volteó a ver y acerqué la mano que tenía libre a su cabello, para acomodar un mechón que traía suelto y colocarlo detrás de su oreja. Al hacer esto rocé suavemente su mejilla y ella tomó mi mano. Pasó cerca de un minuto donde ambos nos mirábamos a los ojos, no podíamos creerlo.

—Quiero ver la foto que le tomaste al cielo y la tuya —dijo ella, rompiendo el silencio.

—De acuerdo, pero no puedes burlarte de mí.

—Trataré, pero sé que saliste muy feo —dijo retándome.

Saqué la cámara y le enseñé mis fotos. Ella se quedó viendo la mía con una expresion en su rostro de... ¿ternura? Una sonrisa se formó en su cara, y sentí que me ruborizaba.

—Listo, ya las viste. Ahora devuélveme la cámara.

—No —dijo alejándola de mí —¡sonríe, Styles! —apuntó la cámara hacia mí y lo siguiente que ví fue un flash cegador.

—¡Hey! Tenemos que salir los dos, si no no vale —dije arrebatándole la cámara.

Me incliné detrás de ella, poniéndome a un lado y enfocando la cámara hacia los dos. Sin darnos cuenta, nuestras mejillas se rozaron y me alejé un poco para voltear a verla. Ella hizo lo mismo y nos quedamos viendo a los ojos unos segundos. ¡Dios, era tan difícil tenerla así de cerca! Me acerqué aún más y cerré los ojos. Rocé mis labios con los suyos y comencé a besarla. Probando el sabor que tenía tanto tiempo imaginándome cómo sería. Ella respondió sin dudarlo. Fue el beso más anhelado, el beso más hermoso, el momento más fascinante en la vida de ambos. Al darnos cuenta lo que estaba pasando, me separé un poco y ella me abrazó. No queríamos que ese momento terminara.

—¿Y la foto? —dijo finalmente Lucy, tartamudeando y casi sin poder hablar de los nervios.

—Claro, la foto... —reí.

Ambos sonreímos mientras tomaba la foto. Me quedé admirándola unos segundos y, sin quitarle los ojos de encima a aquella cámara, tomé la mano de Lucy y la apreté suavemente.

En ese momento desperté con lágrimas en los ojos —Una vez más —dije decepcionado para mis adentros. Golpeé con coraje mi almohada y cambié de posición para volverme a dormir.