Its too cold outside. [Ed Sheeran]

El abrir los ojos y efectivamente encontrarlo allí, a su lado, le sorprendió de tal manera que creyó que realmente había terminado perdiendo la cabeza. La confusión la invadió mientras veía como él le miraba con sorpresa, con alarma y alegría al mismo tiempo. ¿Qué habría ocurrido que sería tan malo como para…?
Entonces se dio un momento de analizar su alrededor. No era su departamento de Londres, donde se escondía día a día, bajo cálidas mantas con una taza de té en manos viendo los autos pasar a las seis en punto. Aquello era algo completamente diferente; Pisos, paredes y mueblería blancos. Sábanas en todos azules y verdosos, una cama con un duro acolchonado y el sonido de Ed gritando por una enfermera sólo aclaraba mucho más las cosas.
“¿Dónde está Michael? ¿Está Michael aquí?” Fue lo único que pudo salir de sus labios, lo único que pudo expulsarse de entre el mar de ideas que nadaban en su mente en aquél momento preciso. Él la miro más confuso aún. Aunque reconoció el nombre.

Hubo un tiempo atrás, cuando repetía ese nombre constantemente. Debía ser alguien muy cercano a ella porque, según escuchaban mientras susurraba, hablaba mucho con él. Las últimas semanas no lo había mencionado siquiera, mejor dicho, no había dicho palabra alguna. Los doctores decían que no habría esperanzas ya para ella. Pero el, seguía allí, cantando cada canción que había escrito a lo largo del tiempo. Siempre dijo que se las cantaría algún día, pero nunca pensó que sería mientras estuviese inconsciente. O él creía que lo estaba. Pero ella escuchaba, contra toda posibilidad, ella escuchaba. Tan sólo, aparecían más cosas a partir de cada una de esas canciones que él había comenzado a cantarle en la fría habitación con el vano sentimiento de que las escucharía.

“No hay ningún Michael, Amy. Nunca lo hubo.” Palabras de una voz que reconocía, no sabía de dónde o por qué, pero la reconocía. No provenían de Ed, eso estaba más que seguro. Levantó su vista hasta la puerta, al igual del mismo color blanco que cubría el resto del lugar y vio entrar allí a un hombre, con una bata blanca del mismo cínico color de las paredes, mientras se acercaba rápidamente a ella, y ponía una pequeña lámpara en sus ojos.
Se alejó de golpe. ¿Dónde estaba? ¿Por qué estaba allí? ¿…Quiénes eran? Y ante esta última, el que otra persona más entrara a la habitación no le ayudo en absoluto. Otro chico más. Al menos no llevaba ni una pisca de ese obsceno color blanco que cubría todo sobre él.
–Amy.
Fueron las únicas palabras que el pronunció desde la puerta, en casi menos que un susurro. Una punzada en su cabeza. Cerró los ojos con fuerza. Imágenes en su mente. Bajo la vista un poco, y efectivamente allí estaba, tras las piernas del chico. Una pequeña niña, con una coleta amarrando su largo cabello castaño, y con la vista pérdida en algún lugar que sólo ella conocía, completamente distante a lo que ocurría. Aunque no es como si ella entendiera mucho de eso. Una punzada de nuevo, cerrar los ojos. Ver la mirada preocupada de ambos chicos, y el doctor diciendo que era completamente normal. Que estaba recordando. Ella quería saber qué recordar. Hasta entonces no había dicho una sola palabra, un solo gesto, además del de apartarse de aquél hombre con la bata.
–Lindsey… Lindsey… ¡Lindsey!
Algo se apoderó de ella, algo que no podía controlar. Ella era lo único en esa habitación en aquél momento. Amy gritaba su nombre, y la pequeña no parecía siquiera dar señales de notar su presencia en aquél lugar. Pero no podía bajarse de la camilla blanca, no podía. Algo la sostenía. Los brazos de Ed le detuvieron, impidiéndole el paso. Quién sabía cuán débil debía estar, que no pudo soportar demasiado el forcejeo para liberarse y decidió, o mejor dicho, se canso, y regreso a su mirada de antes. Confusa.
–Josh. Lindsey. Ed. Lindsey. Ed. Josh. Lindsey…
Lo único que escuchaba en aquél momento mientras repetía los mismos tres nombres, una y otra vez, era cómo el hombre en bata blanca le indicaba a ambos chicos que el tan solo hecho de que estuviese despierta era suficiente. Que tenían que irse de allí. Y sin ningún aviso tiempo después, volvió a dormir. Pero esta vez era una oscuridad plena y pura. Escuchaba todo, sentía todo, pero no veía nada. Sentía las frías barras del bordillo de la camilla en la que yacía, y las sábanas que no le protegían lo suficiente del viento que sobrepasaba las cortinas que cubrían las ventanas abiertas.
Pasaron uno, dos, tres, quince días. Todos los días eran lo mismo. Despertaba, buscaba con todas sus ansias algo conocido, o bien, algo que creía conocer. Preguntaba constantemente por Ashley, por Michael. Y siempre había una persona, hombre o mujer, a todo momento del día encargado de decirle que ellos nunca existieron, nunca nada pasó en realidad y comenzara a olvidar. Ella creía que se volvería loca. Pero ya lo estaba.

Amy Gallagher ingresó al Instituto de Salud Mental de Santa Mónica cinco días después de que su madre muriera. Habían pasado hasta la fecha, cinco meses en total desde el día en que llego a su hogar y comenzó a llorar como nunca lo había hecho en su vida. Cuando comenzó a imaginar verdades alternas. Cuando cayó en demencia.
Amy Gallagher fue tratada como una esquizofrénica por el ISMSM, al ser hija directa de una esquizofrénica y llevar a cabo los síntomas que le presentan. Fue puesta en un estado de coma por la propia salud mental de la misma.
Estudios que se hicieron en ella, dijeron que todo el tiempo estuvo consciente, que tan sólo en su propia realidad. Lo que sólo afirmó el estado de su enfermedad.

Sin embargo el perduraba allí. Viéndola durante horas. Queriendo creer que en alguna parte de su mente él aún existía, estaba presente, con ella. Porque se había guardado demasiado tiempo, demasiados años lo que siempre quiso decir, lo que ocultaba mientras lo escribía en papel. Y ahora… Ahora quizás jamás podría volver a escuchar una palabra salir de su boca, o en todo caso, una palabra coherente.

Pero el conocimiento de que él estuvo siempre con ella, de que le amó, de que lo quiso más que a nadie, y que… Lo abandono, era algo que no poseía. El que, por esos cinco meses, Amy era una chica en el instituto, con talentos aleganes y que ella efectivamente, escuchaba sus canciones. Pero en su mente, eran canciones reconocidas mundialmente. Mientras en realidad, no habían pasado a más que en un pedazo de papel escondido al fondo de un cajón en su hogar.

Uno, dos, tres meses pasaron y no la vio ni un solo día. Según entendió, nadie le había visto. Para ella, era como una prisión. Una prisión en donde cada vez las cosas se volvían más claras, en donde, a pesar de que volvía a tener consciencia de quién era ella en realidad cada vez que esas punzadas aparecían en su cabeza, se deprimía ante ello al recordar eso que… Ella creyó vivir. Fueron los mejores tiempos de su vida, los mejores tres años de su vida. Para despertar, y enterarse de que habían pasado tan sólo cinco meses.
El mundo que ella creía conocer se vino abajo, porque nunca existió en realidad. Nadie nunca existió. Nunca tuvo un cantante favorito del que se enamoró, nunca tuvo grandes amigos, nunca fue feliz, nunca cometió errores de adolescente, porque en el escenario en el que vivía en la realidad, no podía hacerlo, demasiado dependía de ella como para equivocarse en algo.

Era una persona diferente, una persona completamente distinta a lo que solía ser antes de entrar a ese lugar. Ahora era una persona que podía tener dos realidades en su mente, y debía tomar medicación para saber cuál era la real. Era una persona que cuestionaba todo. Era alguien que no confiaba ni en sí misma. Era alguien que podía mantenerse viendo un punto fijo durante una hora y no emitir sonido alguno. Era básicamente, algo, dejando de ser alguien.
No sabía tampoco si el que en su otra realidad, hubiese estado enamorada de él por la forma en que cantaba, por la forma en que su voz le calmaba significaba lo mismo en ese lugar, en la realidad. Al principio dudo demasiado en ello, pero al sentir la calidez de unos labios contra los suyos no pudo si no tener un golpe de recuerdos dentro de su mente. No importaba demasiado si había olvidado todo eso que le había dado felicidad, porque nunca pasó. Lo único que estuvo allí, y estaba allí, era él. Que seguía siendo el mismo de las canciones que ahora en lugar de resultarle hermosas, le resultaban cursis, pero no lo mencionaría. No, ya no mencionaba nada. No perdería lo poco que le quedaba de su otra realidad.

Ella se dedicaba a preguntar de sobremanera los primeros meses, y a él no le importaba responder. Con tan sólo saber que estaba allí, era ella, y le hablaba, le era suficiente. Le diría todos los compuestos químicos en una soda si ella lo quería así, y si eso haría que ella continuara hablando. Tanto tiempo sin su voz, que escucharía hasta el más mínimo detalle.
–Así que, ¿Tú estuviste cantándome todo ese tiempo? ¿Esa parte era cierta?
–Supongo que sí, si es que me escuchaste.
Si es que sustituimos al chico cantando en un hospital pulcro hasta el techo, por uno en un escenario de ciudad en ciudad.
–¿Y yo respondía?
–Normalmente te quedabas más callada de lo usual, dejabas de murmurar.
Y sustituimos a la chica inconsciente en cama, por una que veía a su novio cantar en un parque mientras las flores caían.
–¿Alguna vez pensaste que moriría?
–Esperaba que no.
Pero puede que terminara pasando, ya me había resignado a perder.
–¿Me amas?
–Demasiado.
Sustituimos un no quiero volver a perderte, por amor.
–Al igual que yo.
Sustituimos un amor, por una necesidad de permanecer una realidad lejana presente, una realidad que no se le permite poseer.

Amy Gallagher volvió a caer en un ataque esquizofrénico semanas después de haber salido del sistema de cuidado y haber saciado toda su necesidad de respuesta. Luego de haber logrado mantener una realidad no real presente mediante un falso amor que poseía realmente en la realidad alterna almacenada en su mente.

Y entonces despertó.