Amores De Medianoche (Jonas&____)

nah me hiciste llorar xq los dioses fueron tan injusto
nooooooooo xq tuvo q morir nah q mal
pero me gusto mucho esta historia
gracias x compartirla :)

Hola chicas, aquí les traigo una nueva historia, espero que la disfruten... Bienvenidas las nuevas lectoras y lamento haberlas hecho llorar, sobretodo a Melany que ahora me odia de sobremanera :scratch: Bueno, no digo más y aquí esta la sipnosis:

Séptimo hijo - Gorelia
Tener un título, ganar plata haciendo lo que te gusta, tener todos los bienes necesitas y un poco más… Son los planes que cualquier joven anhelaría para su futuro. ______ no era la excepción. Su vida era complicada por el sólo hecho de haber nacido, sin una madre que la guíe y bajo la crianza de sus seis hermanas mayores. Sin embargo, no se resignaría a ser la típica chica sumisa y trabajadora. Ascender socialmente era su objetivo, y estaba dispuesta a explotar todos los medios posibles para alcanzarlo. Incluso algo de magia…

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Bueno, que les parece si esta vez, le damos el protagonico a nuestro querido Kev?

¿Qué te pasa bebé? ¿Justo hoy no tenés sueño? Debés dormirte temprano, mamá se tiene que preparar. ¿No te gusta que te cante? No, creo que no te gusta. Lo entiendo, no es una bonita canción. ¿Querés que te cuente un cuento? La única historia en la que puedo pensar ahora, es una historia de amor y magia. Sé que sos muy chiquito para entender de qué te estoy hablando, pero tarde o temprano tenés que saber la verdad.

Hace como tres años que me vine de la capital, vivía con tu tía Patricia, pero tuvimos algunas diferencias y la relación era insostenible. Viví muchos años con ella, desde que era un poquito más grande que vos.
Mi mamá, tu abuela, murió cuando nací. Siempre quise creer que no fue por mi culpa, ella ya era grande y había tenido muchos embarazos, supongo que su cuerpo no resistió otro parto. Claro que mis hermanas muchas veces me han echado en cara el haber matado a su madre. No pueden acusar a un bebé de ser asesino al nacer. Siempre se los dejé en claro y muchas veces se me fue la mano. Quería defender mi inocencia, pero ¿cómo se puede dar un argumento coherente ante una acusación tan ridícula? Siempre terminaba diciendo que la culpa fue de ella, por ser vieja, por vivir pariendo, por andar embarazándose. No siempre la mejor defensa es el ataque, sólo logré hacer de mis hermanas mis enemigas. Todo en mí les molestaba, mi sola existencia les resultaba un fastidio. Aunque hubiese sido buena, aunque me hubiera quedado callada ante las injurias, siempre fui y seré para ellas sólo una maldición.
Al principio me crió tu tía Lucía, ella tenía un bebé y crecimos juntos. Pero cuando tenía tres años, dos niños le resultaban demasiado, era como criar mellizos y además quedó embarazada. Obviamente no se iba a deshacer de su propio niño, así que me mandó a vivir con tu tía Marta. No duré mucho con ella, que se cansó de mí a los pocos meses y me mandó con Patricia. A pesar de lo histérica que era, cumplió con la tarea de criarme y darme un hogar. Siempre remarcaba que su casa era también mi casa y que por ello debía ayudarla en los quehaceres y pagar las cuentas. Me exigía buenas notas en la escuela y a la vez me mandaba a trabajar. Ella no aceptaba el hecho de que apuntaba mis esfuerzos a una carrera universitaria y no entendía por qué no explotaba mis dones y hacía de ello mi medio de vida. 
No podía hacerle entender que aspiraba a algo mucho más alto, quería escalar socialmente, no enterrarme en el oficio de curandera. Nunca nos pusimos de acuerdo. Y tampoco me importaba, ya había tomado mis propias decisiones. 
Una vez cuando tenía catorce años me escapé y me fui a vivir con Sofía, la cual sólo quería explotarme como a un animal de feria. Ni siquiera me dejaba ir a la escuela. Mejor no recordar el infierno que fue vivir con tu tía Sofía, basta con decir que fue lo suficientemente malo como para tener que volver a la casa de Patricia con “la cola entre las patas”. 
Pero su sacrificio no sería eterno, cuando empecé la facultad y vi la avalancha de cosas que tenía para estudiar, me negué a seguir trabajando. No podía llegar a ser alguien sin carrera, ni podía tener mi título si no le dedicaba el cien por ciento de mi tiempo al estudio, pero ella no lo entendió nunca y finalmente armó mi bolso y me envió lejos.
Llegué de la ciudad indignada. Quería progresar y me mandaban a vivir al medio del campo. 
“Ahora vas a saber lo que es realmente trabajar” me dijo Patricia antes de subirme al tren. 
Ella quería darme una lección, enseñarme a ser una humilde chica de clase trabajadora. Pero esa no era la vida que quería. Desgastarme trabajando hasta el fin de mis días, definitivamente no estaba en mis planes. 
Tu tía Claudia me consiguió trabajo en la estancia donde ella trabajaba. Odio las tareas domésticas, más en una casa donde viven tantos varones. 
Al principio hacía todo de mala gana y lo único que lograba era que me mandaran a hacerlo de vuelta. Cuando empecé a hacerlo mal la segunda vez, además de tener que hacerlo una tercera, me ganaba dos retos, uno por parte de mi hermana quien me trataba de irresponsable e infantil, y el otro por parte de la ama de llaves, que me acusaba de malgastar artículos de limpieza y abusar del tiempo que me tomaba para limpiar, sin tener en cuenta el hecho de estar despilfarrando dinero ajeno, ya que los patrones pagaban tanto por los artículos de limpieza como por mis horas de trabajo. Así que finalmente terminó amenazado con descontarme del sueldo los enseres de limpieza y pagarme por trabajo finalizado, en vez de hacerlo por jornada. Eso fue suficiente para amedrentarme. 
Me sentí tan impotente, tan frustrada. Vendida por mis hermanas y usada como un trapo de limpiar. Con el paso de los días mi depresión aumentó y mis ánimos de rebeldía cayeron. Claudia y Haydeé, el ama de llaves, atribuyeron mi docilidad a sus retos y amenazas, pavoneándose por ahí muy contentas de haber adiestrado mi carácter. ¡Qué equivocadas que estaban! Sólo estaba guardando energías, esperando el momento de actuar. Si no podía lograr que me echaran y no me dejaban renunciar, entonces saldría de ahí por la puerta grande. 
Hacía más de un mes de ese calvario, cuando los últimos días del mes de diciembre, ya pasada la navidad, llegó Doña Catalina Alborada de Morales, la patrona, con su séquito de empleados que iban a todos lados con ella: Roberto, su chofer y Jessica, una chica casi de mi edad que trabajaba de asistente personal —para ella, y sus odiosos caniches—, y contrataron también a una cocinera, un ayudante para el capataz, un cuidador de caballos y un profesor de equitación, del que se rumoreaba que a la patrona le daba algo más que sólo clases de equitación. 
Dicen que la ley de la jungla es matar o morir. Para mí, ésa era una cuestión de supervivencia, de vida o muerte, sin importar quien más cayera o cómo llegara a lograrlo, me propuse una meta: sacarle el puesto a Jessica. Quería dejar de ser sirvienta, quería ser la asistente de la patrona. Prefería mil veces peinar a esas ratas con rulos que tenía de mascota, a seguir lavando baños. 
Debido al plan, empecé a realizar mis tareas de forma diligente esperando que la patrona lo notara. Me agazapaba para escuchar sus conversaciones y adelantarme a sus necesidades. Saber dónde estaría y a qué hora, para asegurarme de que justo en ese momento me tocara hacer algo por allí. Cuando escuché que al día siguiente haría un recuento de la cristalería para saber si las copas alcanzaban para la fiesta de año nuevo que estaba preparando, creí que tenía el punto que buscaba. Me tomó toda la noche y parte de la madrugada limpiar a conciencia cada copa de cristal. No abandoné hasta que brillaron como diamantes y mis manos se agrietaron por usar tanto alcohol. 
Al día siguiente me mantuve de pie muy erguida junto al cristalero, esperando a que terminara su revisión y comentara algo sobre el estado de las copas. Como el comentario nunca llegaba empezaba a desesperarme. Terminó de dar instrucciones a Jessica y cerró el cristalero, sin pensarlo dos veces me lancé a hablar. 
—¿Qué le ha parecido el estado del cristal? Las he limpiado yo misma. Espero que sea de su satisfacción. 
La mujer me vió como a un bicho raro, creo que nunca se había percatado de mi presencia hasta ese momento. Me miró de arriba hacia abajo con el ceño fruncido, finalmente pareció considerar mis palabras, que fueron las más formales que se me cruzaron por la cabeza. 
—Excelente —contestó con amabilidad— de hecho, están tan perfectas, que te encargaré que seas tú misma la que limpie la partida nueva que Jessica comprará, y además deberías repasarlas la noche de la fiesta para asegurarnos que destellen ante los ojos de los invitados. — Con esas palabras se dio la vuelta y salió de la habitación con Jessica y su libreta pisándole los talones. 
Corrí a mi cuarto y me encerré. Grité y arrojé contra las paredes todo lo que encontré en mi camino, rasgué mi almohada con los dientes y finalmente la rabia cedió dando paso a un llanto desconsolado. Lo había hecho todo mal. Había gastado esfuerzos en llamar su atención como sirvienta y lo había logrado, pero lo único que tenía a cambio era más trabajo. Maldita mosquita muerta de Jessica, ¿cómo carajo había hecho para tener ese puesto? Tenía que ser mío. Tenía que escalar, necesitaba levantarme del pantano en el que me encontraba, antes de que me ahogara en mi depresión. No me rendiría, por supuesto que no.