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Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO

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Mensaje por Invitado Sáb 01 Dic 2012, 1:33 pm

holaa!! Nueva y fiel lectora me llamo keity espero ue ppuedas seguirla prontk beyyyy siguela esta muiiio buena
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Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 4 Empty Re: Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO

Mensaje por ThatBitch. Mar 04 Dic 2012, 4:36 pm

Carla Smile escribió:Me encantaron los capítulos!!!

Ahora no tengo mucho más tiempo para extenderme comentando pero quería decirte que espero que puedas continuarla pronto!!!

Muchos besos y abrazos psicológicos!! Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 4 1606340316


GRACIAS CARLII!!

kitita_henderson escribió:holaa!! Nueva y fiel lectora me llamo keity espero ue ppuedas seguirla prontk beyyyy siguela esta muiiio buena


HOLA KEITY!! BIENVENIDA, ME ALEGRO QUE TE GUSTE LA NOVELA.

_______________________________________________________________________________

HOY TERMINO ESTA ADAPTACION. ASI ES. A CONTINUACION LOS ULTIMOS CINCO CAPITULOS...
ThatBitch.
ThatBitch.


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Mensaje por ThatBitch. Mar 04 Dic 2012, 4:37 pm



Capítulo 27

La alta figura de James, envuelta en sombras, merodeaba delante del apartamento de Hanna. No había ningún coche aparcado por allí; él no necesitaba de tan primitiva forma de transporte, en lugar de eso prefería tomar la forma de viento invisible. Los Kynn habían aprendido a comunicarse con la naturaleza y manipulaban los elementos con facilidad. Podían viajar como pájaros y moverse por las corrientes de aire como cometas.

Desde que Hanna lo dejó, se había sumido en un permanente estado de intranquilidad. Se estremeció y volvieron a él las siniestras preocupaciones que lo habían atormentado desde que se sinceró con ella: temía que ella lo rechazase, a él y a su especie. Había puesto tanta fe en que ella lo aceptaría que la sorpresa y el enfado de Hanna lo pillaron totalmente por sorpresa.

Se maldijo a sí mismo en silencio. «Tendría que haber ido más despacio, haberle dado más tiempo y habérselo explicado con más claridad.»

En lugar de hacer eso, la había introducido en el colectivo a toda prisa y, al hacerlo, la había perdido.

Le picaban los ojos de no haber dormido. Frunció el ceño y echó otra mirada hacia las ventanas cerradas de Hanna; había bajado las persianas para aislarse del mundo exterior.

Estaba encerrada en casa. Tras su marcha, James había vivido algunas de las horas más negras de su vida desde que los Amhais le arrebataron a Mikaela.

«Y ahora he perdido a Hanna.»

Su mente estaba envuelta por una niebla invisible. No había satisfacción ni alegría en su corazón, no se sentía vivo; se había convertido en un ser que vagaba perdido por los siglos, al igual que muchos humanos pasaban sus días sin rumbo. Sin una auténtica pareja, la existencia se le antojaba demasiado larga, apenas valía la pena vivir. Ante él se extendía un infinito vacío y sin amor.

Lo peor era que la había perdido sin haber llegado a poseerla de verdad. Él creía que ella se enamoraría de él, pero por lo visto eso no había sucedido. Miró en el interior del alma de Hanna y pensó que ella estaba destinada a ser su pareja de sangre, pero al parecer había cometido un terrible error.

Hanna no quería tener nada que ver con él.

La desesperación se apoderó de James. Incluso en aquel momento, el hecho de que Hanna estuviera tan cerca y él no pudiera tocarla lo frustraba hasta límites insospechados. Se había planteado eliminar los recuerdos que Hanna tenía de todo lo que había sucedido, borrarlos de su mente del mismo modo que lo había hecho la primera noche que la poseyó por completo.

Pero quería que ella lo recordase, quería que pensase en lo que había sucedido entre ellos. Tal vez, con el tiempo, llegaría a ver todo el asunto de otra manera. De lo contrario, él tendría que aceptar que se le había escapado de entre los dedos por culpa de lo torpe que había sido.

Miró hacia las ventanas de Hanna. Seguían cerradas. Ni siquiera había dejado salir al gato.

—No aceptaré perderte, Hanna —murmuró—. Si algún día me quieres, estaré aquí; me da igual que tardes un día o un siglo.

Incluso en aquel momento sabía que el alma de Hanna se había metido dentro de la suya para siempre, y sentía los apetitos interiores que ella nunca llegó a comprender. Ella estaba enfadada y frustrada por el giro que había dado su vida. Había intentado conformarse. Intentaba fingir que sentía lo mismo que cualquier alma infeliz del mundo.

Pero estaba equivocada. Lo que ella estaba buscando iba mucho más allá de las batallas del día a día, más allá de la mismísima humanidad. El apetito de Hanna no se podía saciar con lo que la vida cotidiana ofrecía a los humanos (él mismo había vivido esa misma existencia antes de su propia conversión).

James inspiró con fuerza, pero no se sintió mejor ni más fuerte. Se sintió tentado de cruzar la calle, llamar a su puerta y suplicarle que le diera otra oportunidad. Una vocecita en el interior de su cabeza lo avisó de que eso sería lo peor que podría hacer. Ya había arriesgado demasiado al revelarle el mundo al que pertenecía, y muchísimo más al haberla dejado marchar con todos los recuerdos intactos.

Un rayo cayó en medio de la penumbra y James dirigió su llorosa mirada hacia el cielo.

Al este, el alba se abría paso en el horizonte. Dentro de una media hora el sol regaría la tierra con su luz y los de su especie tendrían que volver a refugiarse en las sombras; ése era su lugar mientras era de día.

James no se podía exponer a la luz durante mucho tiempo. La exposición prolongada podía resultar mortal. Si se quedaba bajo los rayos del sol, su sangre empezaría a arder. A medida que la luz invadiera cada uno de sus poros, el fuego crecería por debajo de su piel y lo quemaría como si fuera un viejo trozo de papel.

James negó con la cabeza, abatido. Inevitablemente, la noche debía llegar a su fin y sabía que eso significaba que su secreta vigilia debía terminar. Sin embargo, aquélla no sería la última noche que iría a la puerta de su casa. Si era necesario, iría noche tras noche. Esperaría, vigilaría. Finalmente, Hanna se entregaría a él. De momento, ella había levantado una barrera emocional entre ellos. Hasta que esa barrera no desapareciese, él no podría abrirse paso hasta su corazón.

James suspiró.

—Si desaparece algún día...

No sabía por qué se sentía así respecto a Hanna. Sólo sabía que ésos eran sus sentimientos. Lo que experimentó al hacerle el amor fue completamente distinto a lo que había sentido con otras mujeres.

Los besos de Hanna, la manera que ella tenía de tocarlo, los lugares en los que lo tocaba... Todo parecía formar parte de los pasos de un baile que sus cuerpos conocían a la perfección.

Inspiró con fuerza.

—No puedo hacer que me ames, Hanna —farfulló con el corazón encogido a causa del dolor que sentía por haberla perdido—, pero no me olvidarás jamás.

Tras pronunciar aquellas palabras, se desvaneció en los últimos retazos de la oscuridad de la noche.

ThatBitch.
ThatBitch.


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Mensaje por ThatBitch. Mar 04 Dic 2012, 4:39 pm



Capítulo 28

Hanna estuvo llamando al trabajo para decir que estaba enferma durante una semana hasta que reunió el valor suficiente para dejarlo. Aunque se sintió tentada de hacerlo por teléfono, se dio cuenta de que huir como un cachorro asustado no le haría ningún bien a su autoestima. Tenía que ir en persona.

Lo que tenía claro era que quería evitar a toda costa ver a James, así que fue al club a una hora en la que, normalmente, él nunca estaba.

Mientras conducía en dirección al club se dio cuenta de que ése sería el último día que vería aquel lugar y se sintió triste. Realmente disfrutaba de su trabajo y le gustaba la gente con la que trabajaba. Era una pena que todo tuviera que acabar por culpa de su relación con James. Debería haber sido fiel a su norma. No tirarse al jefe. Especialmente si está loco.

Aparcó y salió del coche.

—He aprendido la lección de la manera más dolo-rosa.

Se dirigió al despacho de Rosalie Dayton. En unos minutos habría dejado el trabajo mejor pagado que había tenido en su vida. Estuvo considerando intentar quedarse en el Mystique y continuar como si no hubiera pasado nada entre ella y James.

Pero eso no sólo resultaría incómodo, sino que sería imposible.

En aquel momento, lo único que quería era olvidarse de todo aquel maldito asunto. La culpa no era sólo de James. Ella se había metido de pleno en la trampa. Con los ojos bien abiertos. Él era atractivo, rico y, desde luego, un amante excelente. Pero ella dudaba de que pudiera sobrellevar su peculiar estilo de vida durante mucho tiempo. Tarde o temprano, él se pasaría de la raya y alguien moriría. Un juego como aquél era peligroso.

Durante algunos días, Hanna estuvo pensando en llamar a la policía. Pero no tuvo el valor suficiente. ¿Qué les iba a contar exactamente? ¿De qué podía acusar a James? Ella era una mujer adulta y nadie la había obligado a nada. Aunque estaba un poco avergonzada, debía ser honesta y admitir que había disfrutado de la experiencia.

Incluso se había sentido tentada por la proposición de unirse al mundo de James.

Pero debía ser sensata y mantener la cordura. Y eso era justamente lo que estaba intentando hacer. Suponía que le sería mucho más sencillo si los recuerdos y el deseo de volver a estar con él no se le clavasen al corazón como un enjambre de abejorros.

—Ya era hora de que volvieses —dijo Rosalie cuando la vio aparecer por la puerta—. Espero que te encuentres mejor.

Hanna sonrió con tristeza.

—Estoy mejor, gracias —mintió—. Pero no he venido a trabajar. —Le dio a Rosalie la carta de dimisión que había escrito.

La mujer se quedó perpleja.

—¿Qué es esto?

Hanna se aclaró la garganta.

—Oh, es mi dimisión. Dejo el Mystique.

—¿Cuándo? —preguntó Rosalie, que se había puesto pálida de repente.

Hanna tragó con fuerza.

—Inmediatamente.

Rosalie se quitó las gafas y jugueteó con ellas.

—¿Te importaría decirme por qué? —quiso saber la mujer.

Hanna negó con la cabeza.

—No puedo. —¿Cómo podía explicar tranquilamente que no sólo se había acostado con el jefe, sino que también se había acostado con su camarilla de groupies y que todos y cada uno de ellos habían bebido sangre de su cuerpo?

Al considerarlo a plena luz del día, la idea de que los vampiros existiesen (o Kynn, como los había llamado James) era totalmente imposible de aceptar. Si no tuviera el cuerpo lleno de cicatrices para demostrarlo, no se lo creería ni ella. En realidad, no estaba segura de creérselo del todo. La teoría del jueguito fetichista era una explicación que parecía mucho más plausible, especialmente en una sociedad en la que la extravagancia estaba a la orden del día.

Sin embargo...

¿Cómo podía explicar que no tuvo el recuerdo de haber practicado sexo con James hasta que él le «permitió» recordarlo? ¿Y qué pasaba con la pequeña cicatriz que tenía en el cuello? El había bebido de su sangre la noche anterior. Ella nunca había tenido una cicatriz ahí. Lo hubiera recordado. Normalmente, uno no se cortaba en el cuello y luego lo olvidaba. ¿Cómo se había curado tan rápido? Los cortes que le habían hecho los otros no habían cicatrizado tan rápido. Si fuera tan lejos como para creerse sus palabras...

No, no; de eso nada. No estaba preparada para aceptar que entre los humanos vivían seres sobrenaturales, y mucho menos que ella tenía algún tipo de señal sagrada en el muslo que la predestinaba a ser la mujer de James. En las novelas fantásticas tenían cabida ese tipo de criaturas, pero esto era la vida real. Las cosas ya eran lo suficientemente complicadas como para que también la acosasen personas que fingían ser vampiros.

«Y si existen, que el cielo nos ayude. La humanidad no tiene ninguna posibilidad.»

Rosalie se encogió de hombros. La expresión que se dibujaba en su rostro daba a entender que no estaba sorprendida.

—Bueno, en realidad éste no es mi lugar —dijo finalmente Hanna.

—Debo admitir que es una lástima que te vayas después de tan pocos días. Creo que tienes cualidades para el puesto.

Hanna se apresuró a explicarse; se sentía bastante culpable por dejar a Rosalie en la estacada. James se sentaba en su despacho y observaba complacido, pero Rosalie Dayton era quien hacía el trabajo sucio.

—No tiene nada que ver con el trabajo. Tengo un problema personal. Desgraciadamente, creo que afectaría a mi capacidad de trabajo.

Rosalie jugueteó con sus gafas.

—Vaya, Hanna, siento mucho escuchar eso. Pero no soy ciega, ¿sabes? Sea lo que sea lo que ha pasado entre tú y James no es de mi incumbencia, pero lamentó que vuestra aventura haya acabado costándote el trabajo. Si crees que debes irte, lo entiendo.

Hanna se sintió aliviada.

—Gracias.

Rosalie arqueó una ceja y le lanzó una significativa mirada.

—Yo no he sido siempre vieja, ¿sabes? Sé perfectamente que ciertas... atracciones pueden poner toda tu vida patas arriba y hacerte infeliz durante el proceso. Deduzco por tu mirada que no eres feliz. No hay motivo alguno por el que debas conservar este trabajo si es así.

—No soy feliz —dijo Hanna con gratitud—. Soy más infeliz de lo que crees.

—Te sorprenderías de las cosas que sé —comentó la mujer secamente.

¿Le habría comentado algo James?

¿O ya sabía Rosalie lo de sus otros pasatiempos?

—No creo que debas darme pistas —dijo Hanna lentamente—. Sólo quiero volver a empezar.

Rosalie asintió.

—Claro.

Hanna tenía una última petición.

—Si pudieras escribirme una carta de recomendación, sería estupendo. —Luego se apresuró a decir—: Aunque no espero que lo hagas, teniendo en cuenta que me voy de esta manera.

No creía que pudiera esperar que James le diera buenas referencias. «Oh, me voy porque me chupaste la sangre. ¿Me podrías escribir una carta de recomendación?»

Al pensar en preguntárselo se moría de ganas de reírse como una loca.

Hanna se mantuvo seria y luchó contra las extrañas imágenes que le venían a la cabeza. ¿Cómo se las iba a explicar a su nuevo jefe? ¿Mostrándole las cicatrices? Sí, claro.

Rosalie asintió.

—La escribiré encantada. ¿La quieres ahora o te la envió por correo electrónico?

—Envíamela por correo electrónico, por favor —contestó Hanna—. Mándame también mí último sueldo si no te importa. No espero que sea mucho dado que he trabajado tan poco.

Rosalie hizo algunos cálculos rápidos.

—Será... adecuado.

Hanna no pudo evitar suspirar. «Adecuado... Tengo que buscar otro trabajo. Pronto.»

—Gracias —dijo—. Te lo agradezco mucho.

—No hay problema.

Al día siguiente le llegó un gran sobre de manila.

Hanna lo abrió y sacó la carta que había dentro. Leyó rápidamente el contenido de la página. A pesar del poco tiempo que había trabajado en el club, la carta de recomendación estaba llena de elogios.

«Bueno, es un principio. Ahora ya no tengo que escribir al principio de mi currículo que soy una fracasada ex propietaria de una librería.»

Había otro sobre dentro. Hanna lo abrió: era su necesitadísimo salario.

Al ver la cifra le empezaron a temblar las manos. Apenas podía creer lo que veía.

Parpadeó. ¿Lo había leído correctamente? No podía ser tanto.

Pronunció los números de nuevo y contó los ceros.

—Ciento cincuenta mil dólares. —Más del doble del salario anual. La nota que había dentro estaba escrita por James. Sueldo final más bonificaciones.

Vaya. Muchas bonificaciones.

Hanna se sentó con el talón en la mano. Sabía perfectamente lo que era aquello en realidad. Un soborno. James la estaba sobornando para que mantuviera la boca cerrada, para que no explicase lo que había pasado. En aquel momento se le ocurrió que podría haber contratado un abogado y haberle demandado por daños y perjuicios y cualquier otra cosa más que el picapleitos hubiera querido añadir. Si se hubiera hecho bien, podría haber sido un caso millonario.

Señaló el talón.

—Esto lo haces para salvarte el culo, señor Carnavorn —meditó—. Poco importa quién seas; si tienes debilidad por lo perverso, te toca pagar.

Ciento cincuenta mil dólares. ¿Era suficiente dinero para que mantuviera la boca cerrada?

Hanna miró el talón otra vez. Si gestionaba bien ese dinero podría liquidar sus deudas y vivir cómodamente durante un par de años sin tenerse que preocupar por trabajar.

Mmm. Suficiente.

Estupendo. Así que, además de una mujer fácil, era barata.

Todo el mundo tiene un precio, especialmente cuando se tenía el talón en la mano. Tampoco ganaría la carísima demanda de todos modos.

Se consoló a sí misma pensando que aquello era mejor que nada. Coge el dinero y corre. Con semejante cojín en su cuenta bancaria se podría tomar el tiempo necesario para encontrar un trabajo que le gustara. Tal vez incluso podía volver a la universidad. No era una mala idea.

Un nuevo comienzo.

Era justo lo que necesitaba.

Se sentía como si hubiera ganado la lotería. Estaba muy aliviada ahora que sus problemas financieros estaban resueltos. Miró el reloj. Eran más de las tres. Demasiado tarde para ingresar sus inesperadas ganancias. No importaba. Lo primero que haría la mañana siguiente sería cobrar ese talón e ingresar la mitad en su cuenta de ahorros y la otra mitad en la cuenta corriente. No dudaba en absoluto de su autenticidad.

James Carnavorn jamás le daría un cheque sin fondos.

Lo escondió cuidadosamente bajo el tapete de la mesita y acabó de revisar el correo del día. Facturas, por supuesto. Algunos descuentos para la pizzería local. Más correo basura. Luego empezó a leer el periódico del día. Ahora no tenía la necesidad de ir directamente a la sección de empleo. En realidad, se iba a permitir el lujo de empezar por la portada.

Leyó por encima los titulares. El ayuntamiento había emitido alguna ordenanza sobre los impuestos. Aburrido. Segunda historia. Una mujer tiroteada en un robo. Normalmente, también hubiera pasado aquella noticia por alto, pero un nombre le llamó la atención. Se trataba de la tienda Shop-N-Sack de la Quinta Avenida. De repente, las palabras parecieron saltar hacia ella como piezas de un puzzle gigante.

Ginny Smithers, treinta y dos años, tiroteada en un robo... El sospechoso sigue suelto... La víctima se encuentra en estado crítico en el hospital Saint Peter.

Eso fue todo cuanto pudo leer. Las lágrimas le nublaron la vista y empezaron a resbalar por sus mejillas. Las manos se le enfriaron y se le aceleró la respiración.

El periódico resbaló de sus débiles dedos y las páginas cayeron a sus pies.

—¡Oh, Dios mío! —Farfulló a través de sus entumecidos labios—. Ginny no. ¡Oh, Dios, no!

Sin pensarlo ni un minuto más, cogió el bolso y las llaves. Ni siquiera se preocupó de cerrar la puerta cuando salió a la calle.

—¡Oh, Dios!, sabía que era demasiado peligroso que Ginny trabajara en un lugar como ése.

Hanna condujo hasta el hospital saltándose varios semáforos en rojo y deslizándose por el tráfico de la tarde como una loca. Tardó veinte minutos en llegar al hospital y otros diez en encontrar un sitio para aparcar porque el aparcamiento estaba lleno hasta los topes. No pudo encontrar una plaza cerca de la puerta y acabó dejando el coche encima de un bordillo.

Maldiciendo, fue a buscar el maldito tique.

Hanna corrió hasta la entrada principal; el ruido de sus tacones resonaba contra el asfalto. Fue rápidamente hasta la ventanilla de información y aporreó el mostrador con las manos para llamar la atención de la mujer que estaba sentada tras el cristal.

—¿Dónde está la UVI? ¡Por favor, tengo que ir ahora!

Al ver su mirada de pánico, la mujer respondió:

—Coja el ascensor hasta la cuarta planta y luego gire a la izquierda.

Sin esperar más instrucciones, Hanna corrió hacia el ascensor y apartó bruscamente a la gente para poder presionar el botón.

—¡Venga, deprisa! —maldijo en voz baja, ignorando las curiosas miradas de la gente.

Obviamente, muchos de ellos comprendieron su situación y la dejaron entrar primera y elegir el piso al que quería ir.

—Perdón —dijo Hanna apretando el botón de la cuarta planta—. Tengo que llegar muy rápido.

«Cuarta planta y a la izquierda», se repitió mentalmente.

Cuando salió del ascensor, prácticamente atropello al personal mientras intentaba llegar a la zona de enfermeras.

—Ginny Smithers —dijo a las enfermeras que había allí—. ¿Dónde está?

Una de las enfermeras la cogió del brazo.

—Cálmese, por favor.

Hanna sacudió el brazo para que le quitase la mano de encima.

—He venido a ver a Ginny Smithers. Por favor. ¿Dónde está?

Una segunda enfermera, en cuya placa identificativa se leía «Terry», consultó los archivos.

—Lo siento, pero sólo la familia directa puede ver a la señora Smithers.

Hanna mintió sin dudar un momento.

—Soy su prima. —Conocía lo suficientemente a Ginny como para fingir ser familia suya. Podría responder a cualquier pregunta que le hicieran. Sabía cuáles eran los medicamentos que tomaba y lo que comía para controlar su diabetes—. Por favor, necesito verla. ¿Dónde está?

Satisfecha con su respuesta, el rostro de Terry se suavizó.

—Lo siento, pero está muy grave.

—¿Puedo verla?

Terry apretó suavemente los labios y vaciló.

—Tal vez no debería. No podemos ser muy optimistas.

Hanna suspiró con fuerza.

—No me importa. Por favor, quiero estar con ella. No la puedo dejar sola.

La primera enfermera asintió.

—Adelante.

Hanna siguió a Terry hasta una habitación cercana. Sintió el olor a hospital. Antisépticos, sábanas sucias y, lo peor de todo, el intenso olor a cuerpos enfermos. A enfermedad. A muerte.

Ginny estaba en la habitación número seis, tras una gruesa pared de cristal. Las cortinas estaban descorridas para que las enfermeras la pudieran controlar a cada segundo.

Hanna se acercó al cristal y miró la habitación.

Ginny estaba acostada sobre una cama de hospital y tenía la cabeza vendada. Llevaba un camisón de hospital y tenía todo tipo de monitores conectados al cuerpo, que ahora parecía aún más pequeño y marchito. Hanna recordó vagamente lo que leyó en el periódico: la habían golpeado y luego le habían disparado en la cabeza.

¿Y todo por qué? Por los cincuenta dólares asquerosos que quedaban en la caja cuando cerraban. ¿Qué clase de persona era tan sádica como para atacar a una mujer? Seguro que Ginny no opuso resistencia. No era su forma de ser. Les habría dejado que se llevasen el dinero. Era reemplazable. Pero una vida humana no.

Hanna se tragó la amarga bilis que trepaba por su garganta.

—¿Puedo entrar?

Terry asintió.

—Espere aquí. —Un minuto después volvió con una bata de hospital y una máscara—. Póngase esto. —Ayudó a Hanna a ponérselas. Cuando estuvo vestida, la enfermera abrió la puerta de la habitación.

—Puede quedarse veinte minutos.

—Gracias.

Cuando estuvo junto a la cama, Hanna miró a su amiga.

—Oh, Ginny —susurró—. Lo siento. Debería haber llegado antes.

Hanna, enjugándose las lágrimas, cogió la pequeña y fría mano de Ginny. Estaba inconsciente y seguía viva sólo gracias a las máquinas que la ayudaban a respirar y mantenían el latido de su corazón. En la habitación sólo se escuchaba el suave siseo de las máquinas. Todos aquellos monitores y luces rojas que rodeaban la cama parecían buitres. Esperando. Contando los segundos que quedaban para que el pobre cuerpo de Ginny dejara que su fantasma y su alma la abandonasen.

Hanna no necesitaba ser médico para saber que no había esperanza. Una bala alojada en la cabeza de una persona no solía ir acompañada de un diagnóstico esperanzador. Y aunque Ginny sobreviviese, lo cual parecía muy improbable, quedaría inválida, viviría como un vegetal.

Apretó su mano.

«Ella no querría vivir como un vegetal. Yo tampoco querría vivir así. Yo desearía que alguien tuviera el valor suficiente para desenchufar esa máquina.»

Allí de pie junto a su amiga, Hanna se encontró cara a cara con el espectro con el que aún no se había tenido que enfrentar de cerca en su corta vida.

La muerte.

A su edad, la muerte era algo que las personas sólo consideraban de una manera fugaz. A fin de cuentas, ella era joven y estaba sana. Cosas como accidentes de coche, romperse una pierna, enfermedades, crímenes... se suponía que les pasaban a otros, a desconocidos.

Frente a frente con la guadaña de la muerte por primera vez, adoptó una actitud egoísta y se puso a analizar su propia mortalidad.

¿Qué es la vida?

De pie junto al cuerpo inconsciente de Ginny, la hostilidad se adueñó de su corazón. El cinismo que había en su interior reapareció y recorrió su conciencia como un toro enfadado. Naces y te tocan unos padres que no puedes elegir. ¿Luego qué? Pasas toda la infancia siendo ignorado y después, cuando cumples los dieciocho, te lanzan a un mundo asqueroso.

Si no tienes un montón de dinero, la necesidad de trabajar viene inevitablemente después. Así era para ella y para millones de personas. Trabajo, trabajo y más trabajo. Estaban obligados a trabajar un montón de horas al día para poder llegar a fin de mes. ¿Matrimonio? ¿Amor? ¿Realmente existían? Normalmente, era algo que se echaba a perder por culpa del inconstante corazón humano. ¿Sexo? La atracción física disminuía a medida que tu joven y firme cuerpo se marchitaba.

La vida. Era todo o nada, un ataque sin fin. Física, mental, espiritual y emocionalmente, te acaba destrozando. Y al final no te quedaba nada; todo se escapaba como la arena entre los dedos. Personas desesperadas con sus pequeñas e insignificantes vidas; todos terminarán en un agujero, en una caja de madera que alberga un cuerpo que se convertiría en comida para gusanos.

Con ese pensamiento amargo y deprimente, Hanna era incapaz de escapar del sombrío destino que algún día le tocaría vivir.

Hanna estiró el brazo y acarició la barbilla de Ginny. Como tenía toda la cabeza vendada, era la única parte del rostro que se le veía.

—Desearía poder hacer algo por ti.

De repente sonó una alarma y Hanna olvidó sus pensamientos. Antes de que fuera capaz de entender lo que había sucedido, un aluvión de enfermeras y doctores la echaron de la habitación.

Hanna los vio trabajar a través del cristal. Aporreó frenéticamente el frío cristal pronunciado palabras incoherentes. Los médicos se gritaban los unos a los otros mientras pasaban las manos por encima del pobre y frágil cuerpo de Ginny. Aunque estuvieron con ella durante varios minutos, dio la sensación de que sólo habían pasado unos pocos segundos. Y luego todo acabó. En los monitores sólo se veían ahora líneas rectas y ceros.

Se acabó.

Ginny había muerto.

Hanna se dio cuenta porque toda la actividad que había en la habitación se detuvo de repente; los médicos negaban con la cabeza y fruncían el ceño. Un minuto viva, al siguiente, muerta. No hubo música, no sonaron campanas y silbatos, no se pronunció ningún comunicado... Sólo era un alma que había abandonado su caparazón físico.

Ginny Smithers se fue en paz y tan discretamente como había llegado al mundo...

Hanna detuvo al primer médico que salió de la habitación.

—¿Qué ha pasado?

Él sacudió la cabeza.

—Paro cardíaco —dijo simplemente—. Su corazón ha dejado de latir. Lo siento. No hemos podido hacer nada. —Apretó el hombro de Hanna suavemente y se fue. Ya había hecho su trabajo. No tenía por qué quedarse allí.

Ella se quedó mirando fijamente la estela blanca que dejó el médico al marcharse. Dejó caer los brazos, abatida.

Una de las enfermeras se acercó a ella rápidamente.

—¿Es usted familia de la señora Smithers?

Hanna asintió paralizada.

La enfermera le puso un formulario entre las manos.

—Firme aquí, por favor. ¿Se ocupará usted de los últimos preparativos?

Ella asintió de nuevo.

—Sí —murmuró—. Me ocuparé de todo.

Hanna firmó los papeles sin tan siquiera ser consciente de que tenía el bolígrafo entre las manos.

Por Dios santo, ¿no le iban a dar ni unos minutos para llorar su muerte? ¿Necesitaban la cama con tanta urgencia que se deshacían del cuerpo antes de que estuviera frío? En aquel momento dos celadores pasaron a toda prisa con una camilla y se llevaron el cuerpo de Ginny cubierto por una sábana a la morgue del hospital.

—Lamento su pérdida. —La enfermera le dio una palmadita en el brazo—. En realidad, sólo estábamos manteniéndola con vida. Estaba cerebralmente muerta cuando llegó.

—Nunca tuvo una oportunidad, ¿verdad?

—Me temo que no. Pero hicimos todo lo que pudimos para que estuviera cómoda.

—Estoy segura de que han hecho todo lo que han podido —dijo Hanna débilmente. ¿Qué narices iba a decir? Cuando se escribía la última palabra en la página de la vida de una persona, el final era el mismo para todos: morían.

Cómo y cuándo no importaba. Nadie se iba de este mundo con vida.

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Mensaje por ThatBitch. Mar 04 Dic 2012, 4:40 pm



Capítulo 29

Tres horas más tarde, Hanna salía del hospital. Totalmente desfallecida fue en busca de su coche. Como era de esperar, había un papelito rosa en el parabrisas: una multa por haber aparcado donde no debía.

Arrugó el papel mientras maldecía en voz baja. «Ahí van otros ciento cincuenta dólares.» Bueno, por lo menos no se lo había llevado la grúa.

Se encerró en el interior del vehículo y apoyó la cabeza en el volante. Se había pasado las dos últimas horas hablando con el supervisor de la casa de acogida en la que vivía Regina, la hermana de Ginny.

Regina no sólo no se podía hacer cargo de un funeral, sino que tampoco podía reclamar las pertenencias de Ginny. Acordaron que Hanna se encargaría de recoger el apartamento de Ginny, que vendería lo que pudiera y se quedaría con el resto.

Hanna recordaba vagamente que Ginny había mencionado que tenía un seguro de vida. Si era así, supondría una carga menos para la única hermana que le quedaba con vida.

A menos que Ginny tuviera un testamento en el que especificase otras instrucciones, Hanna ya había decidido que la incineraría y le daría un servicio religioso. No sólo porque era más barato, sino porque era mucho más sencillo. Ginny nunca había creído en largos y elaborados funerales.

—Las flores son para los vivos —decía a menudo—. Es una estupidez cortarlas para ponerlas en una tumba. La gente debería regalártelas cuando aún estás viva y puedes disfrutar de ellas.

Hanna estaba de acuerdo.

Suspiró y levantó la cabeza para mirar al cielo. Estaba empezando a anochecer; la tierra se comenzaba a cubrir de un suave tono añil. La oscuridad parecía tan tranquila, tan apacible...

Nadie debería envejecer y morir.

El corazón de Hanna se tornó amargo, oscuro y duro. Sin embargo, vivimos en esta jungla urbana plagada de crimen, fealdad y odio, donde hay personas capaces de matar a una mujer.

—¡Cómo odio vivir aquí! —murmuró—. Si hubiera alguna forma de escapar, lo haría sin pensarlo dos veces.

Ojalá.

Rebuscó en el bolso hasta que encontró las llaves y arrancó el coche. Mientras se dirigía a la salida del aparcamiento, pensó en ir al apartamento de Ginny y empezar a poner sus cosas en orden.

Justo cuando estaba a punto de tomar la salida que la hubiera llevado a la ciudad, cambió de idea. Hizo un giro no permitido en medio del tráfico y tomó una dirección distinta.

Sabía a quién tenía que ir a ver.

Y sabía perfectamente por qué.

Cuando llegó al Mystique, Hanna inspiró con fuerza. ¿Estaba realmente tan loca como para tomar en consideración lo que le había ofrecido James? ¿Tan desesperada estaba que creía que lo que le había ofrecido era real?

Si era así, tendría que aceptar que lo que él le había dicho era verdad: que los vampiros existían. «Estás hecha para mí, para ser mi pareja de sangre —le había dicho James señalando la extraña marca de su muslo izquierdo—. Es la elección del destino.»

«La elección del destino es mi inocencia perdida», pensó ella.

Emitió una risilla tonta.

—¿Por qué estoy pensando en esto? —se preguntó a sí misma—. Es una estupidez.

Hanna estaba pensando en todo aquello porque tenía miedo. Tenía miedo de que la muerte llamase a su puerta algún día, miedo de morir sola y sin amor, de acabar como una vieja arrugada pudriéndose en alguna casa de acogida o, peor aún, víctima de la ira de algún maníaco.

«Yo te puedo ofrecer la eternidad —le había dicho—. Lo único que tienes que hacer es aceptar y creer.»

¿Podría hacerlo?

Hanna arrugó la frente y recordó cómo James había mirado dentro de su alma y había visto su infelicidad. ¿Sería porque él también había sentido lo mismo en algún momento de su vida? ¿Se habría sentido alguna vez como un intruso, siempre demasiado alejado de los otros como para sentir que formaba parte de algo? La soledad y la sensación de no haber pertenecido nunca a ningún sitio hicieron que sintiera un nudo en la garganta; era un dolor tan profundo que amenazaba con romper su frágil corazón en mil pedazos.

«El tiene razón —pensó—. Nunca he formado parte de este mundo, nunca he sido como los demás.»

Por primera vez se dio cuenta de que amaba a alguien. A James. Desde el primer momento en que lo vio supo que había algo diferente en él, algo que la atraía de un modo que jamás había sentido con ningún otro hombre. Y, al igual que ella, él estaba en la periferia de la raza humana, porque tampoco era como ellos.

Hanna salió del coche y corrió hasta la entrada del club. Se abrió paso entre la gente para poder entrar. La noche del miércoles no era la más ajetreada de la semana y, sin embargo, había un buen número de personas.

Pasó por la barra principal y cortó camino por la pista de baile. Cuando vio a una de las camareras dirigirse hacia ella, la saludó con la mano.

—¿Dónde está James? —preguntó sin aliento.

Tammy se encogió de hombros.

—No lo he visto. —Cuando advirtió la cara de preocupación de Hanna, le preguntó rápidamente— ¿Sucede algo?

Hanna suspiró con fuerza, las palabras prácticamente escapaban de entre sus labios.

—¿Sabes si ha pasado por aquí hoy?

Tammy negó con la cabeza.

—Como ya te he dicho, no lo he visto, pero le puedes preguntar a Rosalie.

Hanna negó con la cabeza.

—No. Es privado. Tengo que hablar con él de algo importante.

—¿Has ido a su casa?

—No, pero lo haré. Gracias.

Hanna suspiró, le dio una palmadita en el hombro a la chica y se fue.

Parecía que la eternidad se le estaba escapando de entre los dedos.

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Mensaje por ThatBitch. Mar 04 Dic 2012, 4:41 pm



Capítulo 30

Exhausta, aparcó el coche en el solitario camino sin salida en el que ella y James hicieron el amor por primera vez.

Cuando salió del club, estuvo conduciendo durante horas preguntándose si debía o no ir a buscarlo a su casa. Al final decidió no hacerlo. Tenía los ojos borrosos y enrojecidos de lo mucho que había llorado aquel día. No se sentía con fuerzas para irse a casa y tampoco para ir al apartamento de Ginny.

De algún modo, volver a aquel parque parecía ser la mejor opción.

Apagó las luces y el motor y salió del coche. A su alrededor el aire era fresco y acogedor. Una ligera brisa mecía los árboles, le acariciaba suavemente las mejillas y movía su ropa. Se oían los grillos y los pájaros nocturnos entonaban sus misteriosos cánticos.

Echó la cabeza hacia atrás y se sintió sobrecogida por la vastedad del cielo, parecía infinito. «Si pudiera volar, ¿cuánto tiempo necesitaría para llegar al final del universo?», se preguntó.

Cruzó los brazos.

—A mí también me gustaría ser libre.

Hanna se estremeció.

Sintió cómo unas manos se posaban suavemente sobre sus hombros y la atraían hacia un cuerpo duro. Una conocida voz le susurró al oído:

—Yo te puedo dar esa libertad.

—¿James? —Hanna no había oído ningún coche, no había oído pasos acercándose por detrás y, sin embargo, sentía la solidez de su cuerpo detrás de ella. Se sentía tan bien, era una sensación tan familiar... No quería que su abrazo terminase. Jamás—. ¿Cómo me has encontrado?

El le acarició la nuca y se rió suavemente.

—Te dije que te encontraría, amor. Sólo estaba esperando a que me llamases.

Ella temblaba; estaba convencida de que si no fuera porque James la estaba rodeando con sus fuertes brazos se caería al suelo.

—¿Sabías que te estaba buscando?

—Sí. —Su acento sonaba suave y sexy—. Sentía que me necesitabas con cada una de las fibras de mí ser, percibía tu búsqueda... Estás a punto de encontrarlo Hanna, de conseguir lo que siempre se te ha escapado. Yo te puedo dar eso y mucho más. Lo único que tienes que hacer es creer.

Ella se soltó de entre sus brazos y se dio la vuelta para mirarlo a la cara. Su rostro era sombrío, serio.

—Yo quiero creer... —Hanna sentía que el nudo que se le había hecho en la garganta la estaba ahogando—. Quiero escapar de este horrible y espantoso lugar.

James sonrió y le apartó los oscuros mechones de pelo que le caían sobre los ojos.

—No quiero vivir sin ti, Hanna. —Le cogió las manos entre las suyas—. Tú eres mi alma, mi otra mitad. Si cruzas, no te arrepentirás. No volveremos a separarnos nunca más.

ThatBitch.
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Mensaje por ThatBitch. Mar 04 Dic 2012, 4:42 pm



Capítulo 31

La habitación privada de James estaba cubierta de mármol y ónice en tonos blancos y negros. Era un refugio envuelto en sombras; la única luz que había era la del fuego que ardía en la chimenea. Era un lugar muy acogedor, donde sólo tenían cabida aquellos que caminaban en la noche. Estaba protegido del exterior por tupidas tollinas que no dejaban pasar la luz y silenciaban los sonidos del exterior. Una gruesa neblina de incienso dolaba en el aire; era una mezcla de sándalo y almizcle especialmente diseñada para relajar y aumentar las sensaciones eróticas.

Hanna tembló. Estudió con la mirada hasta el último rincón, atraída por la luz de la multitud de velas y del fuego que ardía en la chimenea.

—Es muy bonito —susurró—. Pero espeluznante.

James la tomó entre sus brazos y ella dejó de temblar.

—¿Te asusta?

Hanna asintió y hundió la cabeza en su pecho.

—Sí.

Él le beso la cabeza.

—No tienes nada que temer.

—¿Cómo sé que eso es cierto?

James sonrió. Su corazón se aceleró.

—Debes tener fe. Creer en mí. —Lo inundó una ola de calidez. No se podía creer que hubiera llegado el momento en el que por fin Hanna se convertiría en algo más que en su amante. Sería su pareja, su alma gemela.

Ella tragó con fuerza y se separó de él. Cruzó la habitación en dirección a la ventana, apartó las cortinas y observó la oscuridad del exterior.

—Nunca más volveré a poder exponerme a la luz del sol, ¿verdad? —Su voz sonaba curiosamente distante. Todos los músculos de su cuerpo estaban en tensión. Apenas se tenía en pie.

Él se dirigió hacia ella y le puso las manos sobre los hombros. Hanna tembló. James esperaba poder aliviar aquel temblor.

—No. Aunque podemos desplazarnos de un sitio a otro durante el día, la exposición directa al sol puede resultar mortal para nuestra especie.

Ella suspiró y dejó caer la cortina.

—Supongo que no lo echaré mucho de menos. Tampoco he sido nunca una amante incondicional del sol.

James suspiró. Debía ser honesto con ella.

—Tenemos nuestras debilidades —explicó—. Pero también tenemos muchos puntos fuertes. Mientras los humanos envejezcan y mueran a tu alrededor, tú vivirás sin inmutarte y tu juventud permanecerá intacta. Y no volverás a ser un espíritu vulgar nunca más. Podemos dominar los elementos y utilizar el viento para desplazarnos por todo el planeta. Descendemos de quienes, hace mucho tiempo, viajaban libremente por los cielos.

Las lágrimas asomaron a los ojos azules de Hanna. Apenas podía creerlo. Aún no.

—Parece increíble.

James abrió más las manos. Le empezó a palpitar la cabeza. Se estaba mareando y le dolía el estómago. Si Hanna cambiase de idea, no la presionaría. Tenía que tomar la decisión por sí misma. No quería que se arrepintiera más tarde.

—No puedo obligarte a creerlo. Debes aceptarlo sólo a través de la fe.

Ella lo miró fijamente a los ojos; no creía mucho en la fe.

—¿Tú creíste?

—Yo estaba preparado para aceptarlo cuando Mikaela entró en mi vida. Para mí el mundo se había convertido en un lugar pesado y aburrido, y el cielo no me ofrecía garantías.

—Mikaela. —Hanna se alejó, pero apenas había dado algunos pasos cuando se volvió para mirarlo de nuevo a los ojos—. Tu señora. Ya me hablaste de ella.

—Sí.

Hanna sentía curiosidad.

—¿Y realmente sucedió hace tanto tiempo?

—Sí. No te miento cuando te digo que tengo casi ciento cincuenta años.

—¿Dónde está ella ahora?

James se puso tenso. La ira se apoderó de él.

—Está muerta. —Antes de que Hanna pudiera formular otra pregunta, él le explicó el resto de la historia—. Aprenderás que hay algunas personas que conocen nuestra existencia y que no aceptan nuestro derecho a vivir en la Tierra. Su sagrada misión es destruirnos. Ellos me arrebataron a Mikaela. Fue destruida por esos asesinos como un animal rabioso. No estuvimos juntos durante mucho tiempo...

Se hizo el silencio.

Mikaela había muerto hacía mucho tiempo, pero la herida que dejó en su corazón le dolía como si sólo hubiera pasado un día. Había creído que nada podría aliviar aquel dolor. Pero ahora tenía la esperanza de que eso no fuera así.

Ahora la mujer que había estado buscando tan obcecadamente durante tantos años estaba de pie frente a él. En carne, huesos y sangre.

Y estaba deseando ser suya.

—Lo siento. No debería haber preguntado. —Hanna tembló y cruzó los brazos—. Si no me hubieras encontrado esta noche, no sé lo que habría sido capaz de hacer. No puedo soportarlo más. Ya he tenido más que suficiente de esta existencia. —Empezó a sollozar.

James le acarició la mejilla.

—Tu antigua vida está a punto de acabar. Empezarás una nueva.

Ella lo miró a través de las lágrimas.

—¿Me lo prometes?

James miró fijamente sus ojos azules. Su iris estaba fragmentado por rayas plateadas que recordaban al océano iluminado por la luz de la luna; cada vez que la miraba se perdía en sus profundidades. Sintió el dolor que había en el interior de Hanna, sabía que lloraba por un mundo que no podía entender porque, en realidad, no formaba parte de él.

—Lo prometo.

Para tranquilizarla, le echó la cabeza hacia atrás y le dio un suave y dulce beso. Ella emitió un sofocado jadeo de sorpresa y placer cuando él deslizó los labios por su cuello y le lamió la pequeña cicatriz que tenía en el cuello. James percibió los frenéticos latidos del corazón de Hanna y su respiración discordante. Aunque sentía deseo, ella tenía miedo de él y de la decisión que había tomado.

James le desabrochó la blusa y deslizó las manos por debajo para acariciarle los pechos.

Hanna presionó su cuerpo contra las manos de James ofreciéndose en sacrificio. El casi se derritió cuando ella lo miró; la pasión que veía en su rostro le provocó una conocida sensación de calor en la ingle.

«Aún no», se recordó a sí mismo. Primero debía hacerla cruzar y luego la poseería. Tenía que centrar sus energías en la conversión de Hanna.

Si se desconcentraba, podía perderla.

Le quitó la blusa, le bajó la cremallera de la falda y la ayudó a quitársela. Luego siguió haciendo lo mismo con el resto de la ropa hasta que quedó totalmente desnuda y vulnerable ante él.

Le recorrió el cuerpo con la mirada.

—Eres tan hermosa...

Ella se tocó una de las cicatrices que tenía en el vientre y se sonrojó.

—¿Incluso con todas estas señales en el cuerpo?

Él la cogió por las caderas.

—Eres más hermosa por haberlas soportado tan bien.

James la cogió en brazos, la llevó hasta la cama y la dejó suavemente en el centro del colchón. Cuando ella estuvo cómoda, él cogió una suave correa de piel que estaba atada a uno de los postes del cabecero. Le ató la muñeca izquierda con ella y apretó la hebilla con fuerza.

Hanna miró la correa.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó nerviosa. No intentó resistirse mientras él le ataba la muñeca derecha. La rigidez en la mandíbula de Hanna y el modo en que apretaba los labios denotaban preocupación.

James se echó junto a ella apoyándose sobre el codo y le acarició la mejilla. Ella tembló ligeramente.

—Esto es para que no te hagas daño cuando cruces.

Hanna emitió un doloroso suspiro.

—¿Qué es lo que va a pasar?

Por su tono de voz él sabía que estaba asustada, pero que trataba de controlar su miedo.

James tuvo que mentir.

—Será muy placentero para ti.

Hanna se relajó un poco. Esbozó una triste sonrisa.

—Eso no suena del todo mal. Puedo soportar el placer.

Él dirigió su mano hacia la suave curva de su pecho y le acarició el pezón hasta que se endureció.

—Primero tengo que llevarte hasta el orgasmo. Cuando tus energías alcancen el punto más alto, beberé de ti e introduciré tus esencias en el interior de mi cuerpo.

Hanna tragó con fuerza.

—¿Y luego yo beberé de ti?

James, luchando por mantener un tono de voz calmado, inspiró con fuerza. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que introdujo a un miembro en el colectivo. Algunos Kynn no conseguían realizar el proceso correctamente. Si cometía un solo error, el alma se desvanecería como el humo.

—Sí. Cuando hayas tomado mi aliento y mi sangre, tu conversión será completa.

Hanna se permitió esbozar una pequeña sonrisa.

—Eso no suena tan terrible.

James casi tuvo que morderse la lengua para no ponerse a gritar que la estaba engañando y que, aunque valía la pena, la conversión sería dolorosa. No se atrevió a decirle que tenía que quitarle la vida, matarla para poder resucitarla.

—¿Crees que lo que he dicho es cierto?

Ella parpadeó excitada y asustada; estaba intrigada, pero también tenía muchas dudas sobre lo que estaba por venir.

—Sí.

—Bien.

Para relajarla, le acarició el pecho.

Hanna jadeó.

—Siempre me tocas justo donde debes.

—El placer es todo mío.

James posó los labios sobre uno de sus pezones. Chupando, lamiendo, provocando, cogió el pezón entre sus dientes y luego lo succionó con los labios.

Hanna emitió un quejido.

—Cómo me gusta...

Él le mordisqueó el cuello y luego se dirigió hacia el lóbulo de su oreja.

—Para eso lo hago. —Le pasó la lengua por detrás de la oreja iniciando un delicioso juego erótico.

Hanna gimió y arqueó la cadera.

—Tócame, por favor. —El destello de anticipación en sus ojos era inconfundible.

—Paciencia.

James besó y mordisqueó su abdomen. Hanna inspiró con fuerza. Él descendió, sintiendo cómo temblaba. Le besó suavemente el vientre y, poco a poco, fue bajando hasta las suaves curvas que cubrían su húmedo sexo.

Hanna gimió y separó las piernas. Intentó presionar su cuerpo contra el de James, pero las correas la tenían firmemente sujeta a la cama.

Como recompensa, él le besó la cara interior de los muslos. Hanna se estremeció. Cuando él deslizó los dedos por entre sus piernas abiertas, se le aceleró la respiración. Su clítoris tembló bajo las yemas de sus dedos.

—¿Te gusta?

—¡Oh, sí!

James introdujo un dedo entre los suaves pétalos de su vagina. Más calidez húmeda. Le abrió el sexo utilizando el pulgar y el índice. Puso la boca sobre su clítoris.

Ella abrió los ojos de golpe.

—¡Oh, Dios!

Mientras el placer se deslizaba deliciosamente por su cuerpo, Hanna se retorcía y abría y cerraba las manos atrapadas por las correas. Como no se podía soltar, emitía quejidos y se retorcía intentando presionar sus caderas contra la cara de James. Él la lamió con más intensidad y consiguió que el pequeño botón se hinchase y palpitase anhelante.

Hanna levantó las caderas de la cama tratando de encontrar su boca. Llegó a los límites de su autocontrol. Su cuerpo se puso rígido cuando el orgasmo la recorrió y sus desnudos pechos se elevaban cada vez que jadeaba intentando respirar.

—Te quiero dentro de mí. Por favor... —le suplicó.

James se lamió los labios y se alejó.

—Aún no.

Se puso de rodillas. Una de sus rodillas presionaba el sexo de Hanna proporcionándole una superficie firme sobre la que poderse frotar. Sus fluidos dejaron una mancha húmeda en los pantalones de James; la esencia de los almizclados fluidos de Hanna se mezclaba con el olor del incienso.

James metió la mano bajo la almohada y sacó la cuchilla.

Ella abrió los ojos desmesuradamente cuando la vio y emitió un ligero silbido.

James la cogió por el cuello y le empujó la barbilla hacia arriba.

—Lo siento.

Hanna no tuvo tiempo de chillar.

Con un rápido movimiento, James le hizo un corte en el cuello. La cálida sangre se deslizó por la pálida piel de Hanna. Él presionó sus labios sobre el corte y bebió.

La vida carmesí llenó su boca de calor.

Cuando hubo bebido la sangre suficiente, levantó la cabeza. La sangre de Hanna le teñía la boca.

No había tiempo para vacilar.

Posó su boca sobre la de Hanna y dejó que ella probase su propia sangre mezclada con sus fluidos femeninos.

Hanna aceptó el beso con gula; le chupó la lengua e intentó beberse hasta la última gota.

El cielo sólo estaba a un paso.

El infierno tenía un precio.

James se separó. Volvió a coger la cuchilla y se hizo un corte en la palma de la mano.

—Ahora debes cruzar.

Con el brazo tembloroso, James colocó la mano sobre la boca de Hanna y su sangre goteó sobre sus labios.

Ella bebió.

James cerró la mano y cortó el flujo de sangre. Cuando la volvió a abrir, no había ninguna cicatriz en ella.

Hanna apenas había tragado, pero su cuerpo se convulsionó y el cuello se le puso rígido.

—¡Oh, Dios mío! —Sintió miedo y también se sintió traicionada; tenía los brazos doloridos por haber intentado liberarse de las ataduras. Había estirado mucho de las correas y tenía gotas de sudor en la piel.

James se sentía mal. No había nada que pudiera hacer mientras ella moría. La miró con atención; conocía muy bien su agonía. El también la experimentó una vez.

Un grito brotó de los labios de Hanna, largo y fuerte, el llanto agónico de un alma maldita.

—¡Qué me está pasando! Tengo frío... Oh, Dios, mucho frío... ¡Me está comiendo por dentro!

James le acarició la frente intentando calmarla.

—Lo siento. —Al darle de beber su sangre, lo que había hecho era introducir un virus mortal en su organismo. Era como un ácido que recorrería las venas de Hanna; su sangre se la comería por dentro, mataría sus células y las reemplazaría por una mutación alienígena, inhumana.

Los minutos pasaron con agónica lentitud.

James vio cómo su carne palidecía, cómo su pecho caía mientras su corazón dejaba de latir. Aquélla era la parte más dura de la conversión: la asfixia del propio cuerpo matándose a sí mismo. Al ser privada de aire, la química de la sangre cambiaba temporalmente. Cuando el cerebro era privado de oxígeno, la víctima experimentaba una sensación de euforia y mareo y se desinhibía.

Hanna se retorció sólo unos pocos minutos más. Luego se quedó inmóvil, muerta. Su última expresión fue de confusión, como si se hubiera quedado perpleja ante el engaño de James.

Él suspiró.

—Siempre he odiado esta parte.

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Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 4 Empty Re: Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO

Mensaje por ThatBitch. Mar 04 Dic 2012, 4:44 pm



Capítulo 32

James le desató las muñecas, cogió su débil cuerpo en sus brazos y la sentó como pudo. Le limpió la humedad de la frente y puso su boca sobre la de Hanna para compartir su aliento, para obligarla a volver a respirar.

Como Hanna no respondió inmediatamente, él temió que no hubiera cruzado intacta.

James le dio una pequeña bofetada en la mejilla para conseguir penetrar en su estupor.

—Venga, maldita sea. No te me vayas.

Las pestañas de Hanna se movieron. Su cuerpo empezó a responder y tomaba bocanada tras bocanada de precioso aire. Emitió un pequeño gemido. Sus labios comenzaron a moverse y se le escapó un susurro:

—¿James?

El se sintió aliviado.

—Has cruzado, amor. Ya está. —Se desabrochó la camisa. Cuando su pecho quedó al descubierto, se hizo un corte justo por encima del pezón derecho y guió los labios de Hanna hasta él. Sintió cómo ella se ponía tensa e intentaba soltarse, pero estaba demasiado débil para resistirse.

—No... Duele demasiado.

James presionó de nuevo los labios de Hanna sobre el corte y la obligó a beber.

—Ahora no te dolerá. Necesitas recuperar las fuerzas.

Hanna vaciló, pero luego se dejó llevar por la necesidad y lamió su sangre. El sentía cómo la lengua suave y cálida de Hanna se deslizaba sobre su piel.

Mientras ella bebía, él le acarició la nuca y cerró los ojos dejándose llevar por una suprema sensación de paz.

Cuando Hanna se separó de él, su piel había vuelto a adquirir su bello tono rosáceo. Le brillaban los ojos y veía el mundo a su alrededor con nueva claridad.

James le cogió la cara con las manos y le preguntó:

—¿Cómo te encuentras?

Sin decir una palabra, ella se tocó los labios con los dedos. Cuando apartó la mano, observó la sangre que le manchaba las yemas. Luego dirigió la mano hacia el corte que él se había hecho en la piel. La sangre estaba dejando de brotar y el corte se estaba curando. La mirada de Hanna descendió. Un pequeño grito de sorpresa escapó de sus labios y una ligera sonrisa le curvó los labios.

—Tienes una marca como la mía —murmuró.

—Sí. La tengo desde el día en que nací.

Hanna la acarició mientras la examinaba.

—Es igual que la mía, pero ligeramente distinta.

James levantó la mano y le enseñó el anillo de sello que llevaba.

—Al unir tu marca con la mía aparece esta señal. Es un símbolo de equilibrio, de conclusión.

El asombro coloreó los rasgos de Hanna.

—¿Por qué no me habías explicado esto antes?

—No quería que te sintieses manipulada —dijo James suavemente—. Pero tal vez, si te lo hubiera dicho antes, lo hubieras entendido mejor. No todos los Kynn llevan la marca, sólo aquellos elegidos para un propósito especial.

—¿Cómo? —Empezó a decir Hanna—. ¿Qué propósito?

James negó con la cabeza.

—¿Cómo puede uno cuestionar las estrellas del cielo o el nacimiento del sol que nos regala un nuevo día? Algunos dirían que es la mismísima mano de Dios, pero no te lo puedo asegurar. Yo sólo sé que a veces encontramos a nuestra verdadera pareja de sangre.

Un ligero rubor trepó por las mejillas de Hanna enrojeciendo y calentando su piel.

—¿Yo soy eso para ti?

—Sí, amor. Y mucho más.

James se levantó de la cama y se desnudó. Su ropa se reunió con la de Hanna en el suelo.

Hanna lo recibió con los brazos abiertos y se acurrucó contra su pecho.

—Bienvenido de nuevo.

James deslizó la mano por las curvas de sus pechos y finalmente la posó en su vientre. Su polla tenía vida propia; se endurecía y anhelaba ser rodeada por los exquisitos labios de Hanna.

Ella le sonrió y le tocó la cara. Sus ojos brillaban dilatados por la excitación. La nerviosa energía de su último encuentro había desaparecido y compartían una agradable sensación de confianza. Ahora que ya estaban unidos ya podían hacer el amor sin necesidad de que uno tuviera que debilitar al otro.

Muy pronto la tendría que compartir con otros y enseñarle cómo sustentar su nueva vida introduciendo en su cuerpo las energías de los mortales.

No le cabía ninguna duda de que sería una alumna aventajada.

Pero de momento Hanna era suya. Sólo suya.

Deslizó las manos por su flexible cuerpo desnudo. Sus pezones sobresalían. Posó sus labios sobre el más cercano.

Hanna se retorció de placer.

—Siempre tienes que empezar tú.

James lamió el tierno pezón con la lengua y deslizó la mano hacia la entrepierna de Hanna.

—¿Acaso el derecho de un marido no consiste en poder disfrutar del cuerpo de su mujer de la manera que quiera?

Ella abrió mucho los ojos. Incrédula, se lo quedó mirando fijamente.

—¿Marido?

James se rió encantado.

—¿Cuál es el problema? ¿No soy lo suficientemente bueno para ti?

Ella cerró los ojos un segundo. Tragó con fuerza y luchó contra las muchísimas emociones que se agolpaban en su interior. Demasiadas cosas demasiado pronto.

—Esto es increíble.

James alargó el brazo y le acarició suavemente la barbilla y la curva del cuello.

—Teniendo en cuenta que acabas de entrar en un nivel de existencia nuevo, creo que una propuesta de matrimonio es la parte más sencilla de comprender. Quiero casarme contigo. —Hizo una pausa—. Obviamente, si tú me aceptas. —La miró y esperó.

Esperanzado.

Los ojos azules de Hanna, brillaban con intensidad. Le regaló una sonrisa; estaba tan contenta...

—¡Oh, sí! ¡Me casaré contigo!

Él la acercó hacia su erección. Su polla palpitaba y cada vez estaba más dura.

—Espero que no te importe que celebremos primero la luna de miel. No creo que pueda aguantar ni un minuto más.

—¿Y a qué esperamos entonces? —dijo ella sonriendo.

Claro.

Cegado por la pasión, James la besó. Su boca rodeó la de Hanna y se deleitó en su sabor. Ella metía y sacaba la lengua de su boca provocándole un agradable hormigueo que le recorría el cuerpo. Se dieron un festín el uno en los labios del otro. El deseo que sentían aumentó debido a aquel largo y profundo beso.

James la agarró del pelo y luchó por controlar el violento impulso que sentía de penetrarla de una sola y profunda embestida. Introdujo suavemente su erección dentro de Hanna, deleitándose en el modo en que su estrecho sexo le permitía la entrada.

Ella se arqueó debajo de él.

—¡Joder, qué largo eres! —Su sonrisa se acentuó—. Puedo sentir cada uno de tus centímetros.

—Eres tan hermosa... —Una lasciva ferocidad hizo temblar su voz—. Te he deseado desde el primer momento en que te vi. —Empujó las caderas con más fuerza.

Hanna arañó su espalda y su culo con sus largas uñas. Justo como él imaginaba que sucedería.

—Soy tuya para siempre.

James sacudió la cadera.

—¿Crees que podrás aguantarme durante un siglo o dos?

Ella abrió mucho los ojos.

—¿De verdad viviré tanto que veré pasar siglos?

El bajó la cabeza hasta que sus labios estuvieron a sólo unos centímetros de los de Hanna, cuya mirada destilaba emoción.

—Eso y mucho más.

En el rostro de Hanna se dibujaron cientos de expresiones simultáneas. Tenía los ojos nublados por el placer y le sonrió.

—Siempre que estemos juntos. —Sus músculos interiores se contrajeron y absorbieron el miembro erecto de James.

A él le temblaban los muslos y sacudió la cadera.

—Juntos para siempre. —Un escalofrío le recorrió la espalda y aumentó el ritmo.

Hanna respondió a sus sacudidas con un movimiento instintivo. Su cabeza volvió a descansar sobre la almohada. Sus labios colisionaron con los de James, mientras aceptaba cada uno de los centímetros que él podía ofrecerle y pedía más. Sus uñas dibujaron rojas marcas sobre la piel de su amante.

James sonrió entre dientes, cogió las manos de Hanna y se las pasó por encima de la cabeza.

—Ya sabía que mi gatita tenía uñas. —Tratando de darle todo lo que tenía la agarró por las muñecas con fuerza.

Ella, con las mejillas enrojecidas, se retorció bajo su peso.

James, sin compasión, empujó con más fuerza introduciéndose en ella tan profundamente como le era posible. Su cadera rozaba la de Hanna; el sudor provocado por el deseo se pegaba en su piel. La tensión en su interior aumentó. Sus testículos se contrajeron y supo que no podría aguantar mucho más.

Sin previo aviso, un giro dimensional pareció tomar el control. Una sensación de unión y compromiso los fusionó. Sus mentes se unieron en un nivel de existencia intangible; viajaron más allá del plano físico y entraron en el astral. Se los tragó un cielo infinito, un vasto espacio. Lejos, en la distancia, una gran bola brillante irradiaba energía.

El núcleo de la creación.

Una dolorosa sensación de reconocimiento recorrió los sentidos de James. Él no tenía miedo.

Cerró los ojos, pero podía ver a Hanna a través de los brillantes colores que envolvían su cuerpo. Su imagen era suave y transparente y brillaba con fuerza. La energía que la rodeaba parecía flotar, palpitar y vibrar, y penetraba los sentidos de James del mismo modo que la suave brisa de verano acaricia la piel.

El brillo del núcleo invadió sus sentidos.

Intensos. Alerta.

La excitación de ambos creció y se expandió. La energía que los rodeaba ardió.

Sus cuerpos se separaron y luego volvieron a unirse fundiéndose en una sola unidad. Tocándose. Demandando. Respondiendo. La cama tembló bajo sus cuerpos. Luego una chispa carmesí cubrió el brillante núcleo de un forro dorado.

Hanna se puso tensa de golpe. Estremecida por el clímax, dejó escapar un grito de puro placer primitivo. La energía corría por sus venas y provocó una oleada de calor que se desplazó por su cuerpo como si de fuego puro se tratara. En aquel mismo segundo James experimentó, a través de Hanna, una explosión de conciencia adquirida cuando el alma entró en el colectivo Kynn. El aumento de la conciencia de reino incorpóreo era abrumador y estremecedor al mismo tiempo.

James, entrando y saliendo del cuerpo de Hanna una vez más, se abandonó a su propia necesidad. El orgasmo lo deslumbró: una explosión de luz y color. Su polla dejó salir un chorro de energía líquida. Totalmente receptivo, el útero de Hanna se convirtió en su templo, y su carne en la rica tierra que nutriría su semilla.

Cuando todo acabó, se quedaron juntos. Sólo respiraban. Sólo existían. James había cambiado de postura y estaban uno al lado del otro con los brazos entrelazados.

El saboreó cada curva, cada femenino ángulo de su cuerpo, desde sus generosos pechos hasta sus largas y torneadas piernas. El vacío que tenía en el corazón por fin había desaparecido. Se volvió a excitar.

No podía dejar de tocarla. Deslizó los dedos por sus mejillas y recorrió sus labios.

—¿Cómo estás?

Hanna se removió bajo su caricia.

—No estoy muy segura. —Se le hizo un nudo en la garganta. Un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo antes de que se le escapase una lágrima y rodase por su mejilla. Una extraña mirada le nubló los ojos. Volvió rápidamente la cabeza intentando esconder la cara.

James, preocupado, le quitó el pelo de la cara, tratando de desenredárselo suavemente. La conversión siempre era dura. A veces la fusión en cuerpo, alma y espíritu resultaba complicada. Todo había cambiado en su vida. Era normal apenarse por la mortalidad perdida.

—¿Estás bien, amor?

Suavemente contestó. Las lágrimas inundaban sus ojos azules.

—No puedo creer que esto esté sucediendo. —Se mordió el labio inferior—. No parece real. Tú no pareces real. Tengo la sensación de que me voy a despertar y todo habrá desaparecido.

A James se le encogió el corazón y la tomó por la mejilla.

—Esto no acabará jamás. Cuando un Kynn toma a una pareja, es para siempre.

Ella le regaló una tímida sonrisa y James sintió el deseo de entregarse a sus exquisitos labios.

—Para siempre —dijo Hanna—. Y un día. Eso es cuanto quiero que dure. Para siempre y un día.

James agachó la cabeza y paseó los labios por su cuello. Sus sentidos estaban a punto de estallar y su corazón también.

—Y así es como será, amor.

Hanna deslizó la mano y se acarició el vientre; suave. Una tímida sonrisa le curvó los labios como si fuera una niña con un deseo secreto.

—Cuando has llegado al clímax, he sentido que algo ocurría en mi interior, algo que no había sentido nunca.

El sonrió y arqueó una ceja.

—Un orgasmo, espero.

Ella suspiró como cogiendo fuerzas.

—No, después de eso, he sentido algo más. Como una nueva energía, una nueva vida que entraba en mi interior.

—En esencia, así ha sido.

Hanna negó con la cabeza; sus ojos azules lo miraban muy serios.

—No, James. Fue algo más, otra cosa. Algo que sólo puede sentir una mujer. —Se ruborizó un poco más—. Dicen que una mujer sabe cuándo sucede.

Las palabras de Hanna seducían. La curiosidad se apoderó de James.

—¿Cuándo sucede?

Hanna, con la mirada clavada en él, asintió.

—El momento en que concibe —dijo muy seria.

James negó con la cabeza.

—Los Kynn no se pueden reproducir. —Pero la incredulidad desapareció cuando vio el brillo en los ojos de Hanna. Estaba radiante por la posibilidad. Las esperanzas y los sueños de una mujer.

Hanna recorrió la marca que James tenía en el pecho con los dedos y luego se tocó la que ella tenía en el muslo.

—Lo dijiste tú mismo. Los dos tenemos una marca que completa al otro.

James no sabía qué decir. Todo parecía estar encajando con asombrosa precisión. Como sí el destino lo hubiera elegido. Inspiró con fuerza y dijo lentamente:

—Nuestra especie está al borde de la extinción. La habilidad para reproducirse brindaría una nueva prosperidad a los Kynn como raza.

La voz de Hanna era ronca y baja.

—No puedo explicar lo que ha sucedido, sólo te puedo decir que ha sido increíble. —Lo miró y sonrió—. Pero yo sé lo que he sentido. Electricidad, como si me hubiera agarrado a un cable de alto voltaje. Una explosión ha recorrido mi útero.

James no dudaba de lo que ella decía. En cuestión de segundos notó un gran nudo en la garganta provocado por el amor que sentía por aquella mujer. Todo parecía ser tan perfecto entre ellos... La fusión de dos almas concebidas para estar juntas. Para siempre. No quería que aquel momento acabase nunca.

La recorrió con la mirada, explorando minuciosamente sus pechos, deteniéndose en el monte de Venus; un paseo sexy y seductor.

El cuerpo de James se tensó automáticamente. ¿Qué aspecto tendría Hanna con una gran barriga? Si aquello era cierto, ambos podrían vencer la enfermedad que pesaba sobre los Kynn desde su creación.

No sabía la respuesta a ninguna de aquellas preguntas, pero quería averiguarlo.

James la atrajo hacia sí, la acarició y le murmuró al oído:

—Espero que tengas razón. —Deleitándose en el contacto con su piel, le cogió un pecho. Pesado, suave y femenino. Su pezón se puso erecto cuando lo acarició con los dedos. «Hecho para amamantar a un niño», pensó.

La anticipación dio a su cuerpo renovadas fuerzas. Querían explotar de deseo. La sangre de su cabeza se desplazó hasta su miembro. La firme convicción de Hanna provocaba en él la necesidad de insistir en la posibilidad.

Hanna esbozó unos sensuales pucheros y buscó entre los muslos de James con la mano.

—Algo ha ocurrido en mi interior. —Rodeó su longitud con la mano. Su caricia quemaba la piel de James—. Y volverá a suceder.

Sus miradas se encontraron, entre ellos se estableció una silenciosa comunicación y sus mentes se unieron de nuevo.

—Deberíamos volver a probar. —Ella lo besó con ternura.

Una sacudida de necesidad volvió a incendiar el cuerpo de James.

—No tenemos nada que perder...

James se tumbó sobre su espalda y puso a Hanna sobre él. Así podría disfrutar de la vista mientras recibía placer.

—Qué ganas tenía de hacer esto...

Hanna sonrió mientras abría las piernas y se colocaba de rodillas sobre la cadera de James.

—Eres insaciable —se rió casi sin aliento mientras con sus manos guiaba la polla hasta su húmeda abertura—. Tampoco es que tenga ninguna queja...

James gimió cuando ella se sentó sobre su miembro erecto. La conexión entre las distintas partes de sus cuerpos se produjo sin problemas.

—Si las tienes, amor, tendrás que hablar con los altos mandos.

Con la polla totalmente enterrada en el interior de Hanna, sintió cómo sus húmedas y dulces profundidades lo rodeaban como un guante de terciopelo. Sus caderas se movían rítmicamente sobre él, provocándole oleadas de placer que recorrían su cuerpo. Una líquida fricción mantenía su movimiento en sincronía. Las sensaciones se multiplicaban. Más intensas. Más excitantes.

En pocos minutos, el placer dejó de hervir para empezar a arder.

Hanna se inclinó hacia delante. Le regaló una encantadora sonrisa y deslizó las manos por sus hombros y su pecho. Con sus cálidas manos jugueteó y retorció los pequeños pezones. Luego retomó el hilo de lo que estaban hablando y dijo:

—¿Crees que lo estamos haciendo bien?

James sonrió disfrutando del placer que les proporcionaba la unión de sus cuerpos. Nunca se había sentido tan increíblemente feliz. Ni tan... —¿se atrevía a pensarlo?— completo. Su corazón rebosaba de una felicidad que jamás pensó que podía conseguir un hombre. La idea de convertirse en padre lo asustaba y lo emocionaba al mismo tiempo.

Embriagado por la emoción, buscó el vientre de Hanna con la mano y la posó sobre él. Al tocarla notó algo parecido a una corriente eléctrica. Una magia tan antigua como el mismísimo universo tomó el control. Definitivamente, alguna cosa estaba ocurriendo. El clímax reapareció.

—No lo sé —dijo él emitiendo un esforzado gemido—. Pero lo que está clarísimo es que lo vamos a intentar.

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Mensaje por ThatBitch. Mar 04 Dic 2012, 4:50 pm

EN GENERAL, ES UNA HISTORIA BUENA Y DIFERENTE AL RESTO DE TIPICAS NOVELILLAS CURSIS. PERO EL FINAL NO HA DEJADO DE PARECERME PREDECIBLE... EN FIN, OJALA HUBIERA UNA SEGUNDA PARTE, EL TEMA DE LOS KYNN TIENE MUCHO PARA EXPLOTAR, NO CREEIS?

AHORA VOY A RETOMAR MIS DEBERES EN LA OTRA NOVE, AGGHHHH ESTOY OBSESIONADA CON JAMES MASLOW!! GRACIAS A TODAS LAS QUE LEYERON ☻
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Mensaje por ArleneDeMaslow Mar 04 Dic 2012, 5:36 pm

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Mensaje por ArleneDeMaslow Mar 04 Dic 2012, 6:00 pm

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Mensaje por Invitado Mar 04 Dic 2012, 6:13 pm

me a encantadooo !!!! muchas gracias por regalarnos una novela como esta :D

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Mensaje por ArleneDeMaslow Mar 04 Dic 2012, 6:55 pm

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Mensaje por {CJ} Miér 05 Dic 2012, 5:32 pm

Me encantó!!!

Y la verdad es que tienes razón, el tema de los Kynn se podría ampliar y hacer una secuela...

Gracias por deleitarnos con ésta maravillosa novela!!

Muchos besos!!

PD; mi apoyo está contigo en todos tus proyectos!
{CJ}
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