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Mensaje por ThatBitch. Lun 19 Nov 2012, 6:32 am

Carla Smile escribió:Como nos dejas así!!!!

Eres cruel mujer! :evil:

Qué cosas harán esos dos en el piso de arriba?? :twisted:

Espero que la uni te de tiempo para poder saber que cosas perversas va hacer James y Hanna!!

Saludos!!


Si claro ☻!!

Aqui te dejo CINCO nuevos capitulos Carlita. Ahora mismo te escribo en privado...
ThatBitch.
ThatBitch.


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Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 3 Empty Re: Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO

Mensaje por ThatBitch. Lun 19 Nov 2012, 6:34 am



Capítulo 16

James cogió a Hanna en brazos y la subió por las escaleras; no pesaba más que un niño dormido. Cuando llegó al final del pasillo, abrió la puerta del dormitorio con el pie. Para la sorpresa de Hanna, evitó el dormitorio y se dirigió al baño. Parecía estar familiarizado con la habitación; conocía cada rincón.

Hanna tenía la cabeza oculta en su cuello y rezaba para que James no se cayera y se mataran los dos.

—¿Qué estás haciendo?

Sin vacilar, James la dejó de pie en el suelo.

—Te voy a dar los mimos que te mereces.

—¿Me vas a mimar? —Hanna buscó a tientas el interruptor de la luz. Parpadeó cuando se encendió—. No como a un bebé, espero...

Él negó con la cabeza. Se inclinó sobre la bañera y abrió el grifo. Reguló la temperatura y dijo:

—Tiene usted una curiosa concepción del sexo si está esperando que le ponga pañales, señorita Fawks. Lo que yo tenía en mente implica un buen baño seguido de un largo y relajante masaje.

Hanna se abrazó a sí misma.

—¿Un buen baño y un masaje? ¡Dios mío! Creo que acabo de morir y estoy en el cielo.

El la miró y le dedicó una sonrisa que le paró el corazón.

—A pesar de mi dudosa reputación, no aparezco y empiezo a follar.

Ella lo estudió durante un momento. Aquélla era una imagen que jamás hubiera esperado ver: James sentado en el filo de su bañera, dispuesto a bañarla. No pudo evitar acordarse del deseo que su amiga Frannie pidió para ella: un moreno alto y guapo que la hiciera caer de culo.

Parece que por fin había funcionado uno de sus hechizos.

El único problema era que aquel moreno alto y guapo tenía algunos inconvenientes.

—He oído decir que tienes una buena reputación entre las chicas.

—Sé honesta. Probablemente has oído decir que me follo a muchas mujeres.

Hanna cruzó los brazos para taparse los pechos desnudos y lo miró.

—¿Es cierto?

El la miró a su vez y contestó con sinceridad:

—No veo que haya ningún motivo por el que deba mentirte, Hanna. Es verdad. Pero no hay nada emocional en todo ello; son relaciones puramente sexuales.

La sonrisa de Hanna se tornó más delgada y cínica.

—¿Y yo también seré una relación puramente sexual, no?

Como era de esperar, James se puso tenso.

—No, tú eres más que eso —contestó con suavidad—. Mucho más. Sólo te pido que me des una oportunidad para demostrártelo.

—¿Por qué yo? —preguntó ella.

James la miró de reojo con sigilo.

—¿Por qué no?

Hanna negó con la cabeza despacio.

—Porque yo no quiero ser otro polvo fácil. Una mujer más de las de usar y tirar.

Cuando la bañera estuvo llena, James cerró el grifo. Se puso de pie y se acercó a ella. Estaba muy excitado y la necesidad le sonrojaba el rostro.

—Tú eres mucho más que un polvo fácil, Hanna. Dame una oportunidad y te lo demostraré.

—Convénceme.

—¿Así, por ejemplo? —James alargó la mano y le descruzó los brazos con suavidad. Deslizó un dedo por su pecho izquierdo; primero le rodeó la areola y luego le pellizcó el erecto pezón.

La respiración de Hanna se aceleró. La recorrió un placentero escalofrío.

—Dios, sí —dijo jadeando—. Resulta muy convincente.

—Me alegro. —James deslizó las manos hasta su culo y la atrajo hacia su polla erecta. Bajó la cabeza y la besó mientras le quitaba los pantalones y las bragas con habilidad. Cayeron al suelo.

Hanna, un poco incómoda por estar totalmente desnuda, sacó los pies de la ropa que había caído. James no se había quitado absolutamente nada.

—Estás preciosa —dijo sonriendo. A ella se le escapó una sonrisa de incredulidad.

—¿Yo?

James la guió hasta el espejo del baño.

—Míralo tú misma.

Hanna se tapó los ojos con las manos.

—Oh, no. Estoy hecha un desastre.

Él, desde atrás, la obligó a bajar las manos con suavidad.

—Yo veo a una mujer preciosa.

Hanna se miró. A primera vista veía dos generosos pechos, un vientre plano y unas caderas que sobresalían ligeramente sobre unas piernas bien torneadas. Tenía los ojos dilatados e iluminados por la expectación, y sus labios estaban algo hinchados a causa de los hambrientos besos de James. A pesar de que tenía los ojos enrojecidos y el pelo hecho un desastre, por primera vez ella pensó que tenía un aspecto... Bueno, en realidad, se veía resplandeciente.

De pie detrás de ella, la mirada de James se encontró con la suya en el espejo.

—Ahora tú ves lo mismo que veo yo. —Sus grandes manos se posaron posesivamente sobre sus hombros—. Ahora ves lo que yo quiero.

Hanna se puso colorada y bajó la mirada.

—Todo a su tiempo —la tranquilizó.

Hanna pasó una pierna y luego la otra por encima del borde de la bañera y se metió en el agua. La temperatura era perfecta: estaba lo bastante caliente para relajar sus tensos músculos. James había elegido un largo baño caliente: el remedio perfecto para aliviar su confusión emocional. Definitivamente, aquel hombre sí sabía cómo cuidar a una mujer.

Hanna se echó hacia atrás y se apoyó en la bañera, hundiéndose hasta que el agua le llegó al pelo.

—Mmmm..., qué bien. —Ella miró a James de reojo—. ¿Estás seguro de que no quieres quitarte la ropa y venir aquí conmigo?

El, buscando una esponja y unas cuantas toallas esponjosas, negó con la cabeza.

—Me encantaría, pero esta noche es sólo para ti. —Apiló las toallas en el suelo, se arrodilló y se arremangó—. Alcánzame el jabón, por favor.

Hanna le dio el frasco de plástico; era su favorito, un exuberante mejunje tropical. James le quitó el tapón y percibió su olor.

—¡Ah!, ahí está ese olor. Todo este tiempo me había estado imaginando que era algún perfume exótico. Ella sonrió, contenta de que lo hubiera notado. —Agua y jabón. Y un arsenal de aerosoles corporales... Me encantan las esencias afrutadas.

—Van muy bien contigo. —James metió la esponja en la bañera y luego le echó un chorro de jabón—. Siéntate y empezaré por tu espalda. Ella se inclinó hacia delante.

—Hace mucho tiempo que nadie me frota la espalda.

James comenzó por la base de su cuello y luego fue dibujando pequeños círculos por toda la espalda.

—Entonces deberías encontrar a alguien que lo hiciera. —La suave presión que se extendía por su espalda le tiraba ligeramente de la base del cuello. Aquella caricia era deliciosamente pecaminosa.

—El trabajo es tuyo, si quieres. Mmmm..., es maravilloso.

El se rió entre dientes mientras metía la esponja en el agua para enjuagarla.

—Gracias. El brazo, por favor.

Ella le ofreció el brazo.

—Relájate, tú no tienes por qué estar tan rígida como yo...

—¿Cómo quieres que me relaje mientras me tocas? —le preguntó volviéndose para mirarlo.

Él reflexionó.

—Piensa en otra cosa. —Hizo una pausa—. Nunca acabamos la conversación que empezamos la otra noche. ¿Por qué no me hablas sobre tu infancia?

Las sensaciones eróticas desaparecieron. Pensar en su infancia no le provocaba precisamente pensamientos pasionales. Más bien irritantes. Amargos. Y tristes.

—Ya lo hice. La odio. ¿No te acuerdas? —contestó ella frunciendo el entrecejo.

Cogiéndole el otro brazo, James intentó seguir otra técnica.

—Tenemos que ir conociéndonos —le explicó con paciencia.

Un hosco puchero.

—No hay nada que saber —dijo ella sin disimular su tono hostil.

El mordisqueó las puntas de los húmedos dedos de Hanna.

—Hagamos un trato. Por cada cosa que me expliques tú, yo te contaré otra sobre mí, ¿de acuerdo?

James pasó la esponja por cada uno de sus dedos.

—Bien, ¿dónde te criaste?

Hanna suspiró.

—En el orfanato estatal. No tenía parientes que me adoptasen, así que me crié sola. ¿Y tú?

El se trasladó hasta el otro extremo de la bañera, metió la mano en el agua y sacó uno de los pies de Hanna.

—En una enorme y lúgubre mansión en Inglaterra, y luego en escuelas aún más frías e internados aún más lúgubres.

—¿De verdad? —preguntó ella echándose a reír. Frotó los dedos de sus pies y sus tobillos hasta que salió espuma.

—De verdad.

Cambió de pie y repitió sus esponjosas caricias.

—Bien, ¿tu cumpleaños es...?

—El diecisiete de marzo. El día de San Patricio.

James sonrió.

—Una chica irlandesa. —Metió la mano bajo el agua e introdujo la esponja entre las piernas de Hanna parándose justo cuando llegó al punto de unión entre sus muslos.

Ella abrió las piernas; una súplica silenciosa para que siguiera en esa dirección.

—Y probablemente no haya ni una gota de sangre irlandesa en mí. ¿Y el tuyo?

Él resistió la tentación y pasó a la zona del vientre. Dibujó espumosos círculos alrededor del ombligo. El agua hacía desaparecer las burbujas tan rápido como se formaban.

—El veintitrés de Agosto. —Ascendió hasta sus pechos.

Hanna quedó hipnotizada por el resbaladizo recorrido que él dibujo alrededor de sus pechos y su respiración se aceleró ligeramente. Estaba excitada. Su cuerpo respondía a aquella húmeda e inocente caricia. Y no es que la manera en que él la tocaba se pudiera considerar inocente. Cada una de las suaves caricias de sus dedos hacía florecer la energía erótica de Hanna.

—¿Cuántos años tienes?

James le pellizcó un pezón con sus resbaladizos dedos.

—Tengo dos edades: la edad física y la edad Kynn. Según la edad humana, tengo veinticuatro años. Si tenemos en cuenta la edad Kynn, tengo ciento cuarenta y seis años.

Hanna no le creyó ni por un segundo, pero le gustaba el modo en que él mantenía la fantasía. Demostraba tener sentido del humor y gusto por lo extravagante. Y también imaginación. Esperaba que fuera tan creativo entre las sábanas como lo era con sus elaboradas historias.

No pudo resistir tomarle un poco el pelo.

—Entonces, eres un poco viejo para mí, ¿no crees?

Él arqueó una ceja con aire lascivo.

—Cuanto más viejo es el violín, mejor suena, querida.

En el estómago de Hanna se agolpaban todo tipo de sensaciones. Sentía un hormigueo sobre la piel, caliente y colorada.

—Algún día me gustaría poder escuchar cómo suenas.

La sonrisa de James se levantó y se colocó en el extremo de la bañera—. Ahora echa la cabeza para atrás y coloca el cuello sobre el borde, por favor.

Hanna obedeció.

—¿Qué vas a hacer?

James le quitó el pelo de la cara y de la frente y cogió el gel exfoliante de albaricoque del estante que había en la bañera.

—He prometido mimarte de pies a cabeza.

—¡Caramba! Así que cumples lo que prometes... —dijo ella sonriendo.

James se puso un poco de gel en la mano y sonrió a Hanna.

—Te quiero complacer.

Ella cerró los ojos mientras él extendía el abrasivo producto alrededor de sus ojos, luego por encima de su nariz y finalmente rodeando su boca.

—Es increíble lo fea que se tiene que poner una mujer para conseguir una imagen atractiva.

Utilizando sólo las yemas de los dedos, le masajeó la cara dibujando suaves movimientos mientras extendía por su cutis aquellos granitos que parecían de arena.

—Tú estarías fantástica sin la necesidad de todo esto.

Ella se rió.

—Dices eso porque me tienes desnuda y a tu disposición.

—Querida, ¿me estás acusando de tener intenciones impuras? —preguntó él mientras deslizaba los dedos por la barbilla y la mandíbula. Hanna abrió un ojo.

—Espero que sí. —Se le escapó otro suspiro cuando el relajante masaje facial llegó a un lugar especialmente receptivo—. Tú nunca me has hablado de tu infancia, James. No es justo que no me hables un poco de ella.

El suspiró.

—Privilegiada, pero reprimida. Aburrida y formal. En mis tiempos se veía a los niños, pero nadie los escuchaba.

—¿Y? —pinchó ella.

—Esperé hasta que murió mi tío —explicó frunciendo el entrecejo—. Aquel viejo tacaño me asignaba una paga muy pobre. Lo odiaba. Decidí hacer mi propia fortuna.

—¿Y entonces creaste el Mystique? James negó con la cabeza.

—En realidad, no. Se podría decir que el Mystique fue inspirado por una mujer. Mikaela. Ella me introdujo en el erotismo y el misterio de los Kynn. Yo quería ser Kynn, pertenecer a la comunidad. Ella me guió y me ayudó a introducirme en ella.

Hanna, dentro del agua caliente, se estremeció. Abrió total e intencionadamente los ojos y miró a James.

—Hablas como si fuera real.

El la miró fijamente.

—Es real. Nunca lo dudes, Hanna.

A ella le picó la curiosidad. Debido a los años que había pasado trabajando al lado de una pitonisa, había desarrollado algo más que un ligero interés por el mundo de lo oculto. El concepto del vampirismo sexual la intrigó.

—Algún día me tendrás que enseñar tu mundo.

James recuperó la esponja y le quitó el gel exfoliante de la cara.

—Eso pretendo. —Hizo una pequeña pausa—. ¿Te sientes mejor?

Hanna se frotó la cara con las manos. Había eliminado la piel muerta de su rostro y ahora tenía las mejillas tan suaves como el culo de un bebé. Un hormigueo le recorría toda la piel, se sentía fresca y limpia.

—Sí. Esto es mucho mejor que lloriquear a oscuras.

James se puso de pie y buscó una toalla. No cogió una de las toallas delgadas y deshilachadas que Hanna usaba habitualmente. Cogió una de las que tenía reservadas para las visitas, suave y esponjosa. La desdobló y la invitó a salir del agua.

—Tú no estabas lloriqueando. Sólo necesitabas desconectar un poco.

—A veces me gustaría tener más tiempo para estar desconectada antes de tener que enfrentarme de nuevo a la realidad.

Él le lanzó una mirada inquisitiva.

—Espero no haber estropeado ningún buen momento de desconexión —dijo suavemente.

—Esta noche tú eres una red de seguridad —contestó ella sonriendo—. Algo que no he tenido nunca.

Hanna quitó el tapón de la bañera. Le parecía increíble que un poco de agua y jabón pudieran llegar a revitalizar tanto los sentidos. Aunque no era tan raro si un hombre de ensueño te daba un erótico masaje por todo el cuerpo. Nunca había estado tan limpia.

Se envolvió en aquel capullo de suavidad. Seguía húmeda y goteaba; estaba envuelta por el abrazo del hombre con el que había estado fantaseando: eso sí que era un sueño hecho realidad. Nunca había creído en los cuentos de hadas ni en los finales felices. Seguramente, él le rompería el corazón. Tenía que pasar así.

La ley de Murphy. Era cuestión de suerte. Tal vez de mal karma.

«Tal vez se acabe pronto —pensó ella—. Pero estoy completamente segura de que lo disfrutaré mientras dure.»

—Un hombre que sólo hace tres días que conozco me ha desnudado y me ha bañado —pensó en voz alta—. ¿Eso me convierte en una mujer facilona?

El recorrió el cuerpo de Hanna con la mirada mientas consideraba la respuesta.

—Predispuesta —la corrigió—. En una mujer predispuesta.

Se puso roja.

—No demasiado predispuesta, espero.

James arqueó una ceja mientras recorría su húmeda piel con la toalla.

—Predispuesta a estar conmigo, sí. Predispuesta a estar con otros hombres, no. —Le secó cada centímetro de su piel. Primero por delante y luego por detrás—. Te quiero toda para mí solo. —Le daba un beso juguetón en cada lugar que secaba. No se le escapó ni un solo centímetro.

¡Honestamente! Es el clásico pensamiento masculino. Primitiva posesión masculina. Él podía tener diez docenas de mujeres metidas en la cama y no significaba nada. Si una mujer tenía un amante, tal vez dos, era una puta.

Sin embargo, a Hanna le gustaba la idea de que la quisiese para él solo. Eso implicaba compromiso.

Algo que ella no se atrevía ni a desear.

Y no era porque no pensara en ello muy a menudo. Una oleada de necesidad golpeó su vientre con fuerza cuando James pasó las manos por sus caderas. Se estremecía cada vez que sentía esas manos por encima de su piel.

—En este momento creo que has cubierto cada uno de los centímetros de mí piel. —Hanna habló con el mismo tono de voz que adoptó aquella mañana que desayunaron juntos; una voz profunda y sensual.

James, con las palmas de las manos en su cintura, se inclinó hacia delante para mordisquearle el húmedo cuello.

—Soñaba con poder hacerlo.

El deseo galopó por las venas de Hanna. La palpitación en su entrepierna aumentó cuando él pasó las manos por debajo de sus brazos, le cogió los pechos, los apretó y retorció los pezones.

Hanna se arqueó contra él y se quedó sin aliento. La polla de James se endureció contra su culo. Podía sentir toda su longitud. Cada largo, grueso y palpitante centímetro.

—Dámelo todo —susurró ella. James frotó lentamente su cadera contra su trasero y le mordisqueó la oreja. Si se desabrochase los pantalones podría...

Se esforzó por olvidar su propia necesidad y se apartó de ella.

—Creo que es mejor que vayamos a la habitación. —Sus músculos se flexionaron cuando la volvió a coger en brazos.

Hanna, desnuda y deseosa, no tenía duda alguna de cuál sería su próximo destino.

Ahora sus nervios estaban a flor de piel; deseaba que él tomara el control de su cuerpo.

ThatBitch.
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Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 3 Empty Re: Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO

Mensaje por ThatBitch. Lun 19 Nov 2012, 6:35 am



Capítulo 17

James la acostó en la cama y recorrió todo su cuerpo con una mirada descarada, recreándose en sus pechos y luego en su sexo. Una sonrisa le curvó los labios.

—Hanna —murmuró— eres exquisita.

Ella le sonrió; sabía que su cuerpo estaba muy alejado de ese concepto, pero se alegró de que él hubiera utilizado esa palabra de todos modos. Sin maquillaje y con el pelo hecho un desastre distaba mucho de parecer una mujer hermosa. Pero el modo en que él la miraba la hacía sentir sexy, deseada, hembra.

Estaba acostada y totalmente desnuda. Ver a James vestido delante de ella no la ayudaba a mantener sus pensamientos puros. Todas las imágenes que le venían a la cabeza lo recreaban desnudo y muy sudado.

—Apuesto a que les dices lo mismo a todas las chicas.

El negó con la cabeza.

—En este momento no existe ninguna otra mujer en el mundo.

Para su sorpresa, James no se desvistió rápidamente para atacarla. Se sentó a un lado de la cama y empezó a deslizar la mano sobre su vientre. Le dio un tierno beso.

—Te he prometido un masaje.

Hanna buscó con la mano la prominente erección de James y gimió.

—Prefiero practicar sexo contigo. —Como pudo, le acarició el pene de arriba abajo por encima de la ropa. Irradiaba calor y cada vez crecía más. Definitivamente, allí había longitud más que suficiente para complacerla.

El placer y el deseo se dibujaron con toda facilidad en la cara de James, que emitió un profundo gemido. Sus ojos grises irradiaban fuego.

—Es jodidamente tentador.

—Entonces, ¿a qué estás esperando?

Un escalofrío recorrió el cuerpo de James antes de que el deseo desapareciese de su mirada y adoptase una actitud más seria. Tragó con fuerza y la miró a los ojos.

—Quiero tomármelo con calma contigo, Hanna. Quiero que estés cómoda con lo que estamos haciendo. —Con suavidad, le apartó la mano de su entrepierna.

Ella se moría de ganas de recorrer su espalda con las manos mientras él le acariciaba las piernas; miró hacia el techo y dijo:

—Oh, créeme, James, estoy muy cómoda. Hace un año que no practico sexo. Si me haces esperar mucho más, voy a explotar.

Él se aclaró la garganta.

—La paciencia es una virtud —le recordó. Hanna apretó los dientes con frustración.

—Un polvo salvaje también tiene sus recompensas.

—¿Por qué ha pasado tanto tiempo entre un amante y otro? —Con suavidad le acarició un pezón con los dedos y luego lo pellizcó ligeramente.

La respiración de Hanna se aceleró y se le humedeció la entrepierna. Inspiró hondo e intentó pensar.

—Estaba esperando al príncipe azul, supongo.

El sonrió burlón.

—¿Servirá el séptimo conde de Hammerston? —la pellizcó con más fuerza.

Ella agarró con fuerza el edredón.

—Perfectamente.

James se inclinó hacia delante y acarició los labios de Hanna con los suyos.

—Pues date la vuelta y te demostraré lo perfecto que soy.

—¿Es una orden, señor? —preguntó ella adoptando un falso acento inglés. Después le mordió el labio inferior a James.

Él le devolvió el jugueteo con los labios.

—Es una petición, mi señora —contestó con un tono de voz suave.

—Entonces no me puedo resistir...

Hanna se acostó sobre su estómago y cruzó los brazos bajo su barbilla, preguntándose con qué la sorprendería James. El deslizó los dedos por entre los dedos de los pies de Hanna y los masajeó uno a uno. Cuando acabó con los dedos, pasó a la almohadilla de la planta del pie y masajeó la suave y vulnerable carne con sus pulgares antes de seguir hacia el tobillo y luego subir por las pantorrillas. La sugestiva calidez de su caricia recorría el cuerpo de Hanna: le hervía la sangre y no pudo evitar dejar escapar un pequeño suspiro de placer al tiempo que flexionaba los dedos de los pies.

—¿Te gusta? —la voz de James era tan dulce como la nata, y la presión de sus dedos era firme y segura.

Hanna suspiró de nuevo y cerró los ojos; se deleitó en la sensación que le provocaba sentir aquellas manos sobre la parte posterior de sus muslos. James le masajeó la parte interior de los muslos; se acercaba poco a poco al punto en el que se unían sus piernas, pero no lo tocó. Cuando por fin rozó su sexo con los dedos, Hanna sintió que la electricidad recorría todo su cuerpo provocándole una agradable sensación de conciencia sexual. Su clítoris empezó a palpitar; se moría por ser acariciado, chupado...

Ella intentó cerrar las piernas y capturar la mano de James entre ellas, pero él la sacó rápidamente; posponía el momento, la torturaba.

—Aún no.

—¿Cuándo? —gimió ella.

—Pronto.

James subió las manos por su cuerpo y le acarició lánguidamente los glúteos antes de centrarse en la base de su espalda. Recorrió la zona con las manos presionando en la espina dorsal, las costillas, los hombros; la sentía a través de sus enormes manos como lo haría un hombre ciego.

Hanna sintió cómo deslizaba los dedos por su nuca y luego recorría el mismo camino con los labios. La mordisqueó con suavidad y luego besó y lamió su suave piel.

—Date la vuelta —le susurró al oído. La expectación se adueñó de Hanna y se dio la vuelta.

—Encantada.

James continuó con el masaje. Empezó por los hombros y siguió por la clavícula hasta que los rígidos músculos de Hanna empezaron a relajarse. Entonces comenzó a bajar las manos hasta llegar a los pechos.

La acarició con los dedos, pero no le tocó los pezones. Luego pasó las manos sobre su vientre liso y firme. Su caricia la hizo estremecer.

—Maldito seas —murmuró ella mientras gemía—. La espera me está volviendo loca.

James finalizó su sensual masaje acariciándole las piernas y volviendo a la punta de sus pies; acabó justo donde había empezado.

—La espera está a punto de acabar. Cuando acabó, se acostó junto a ella y se apoyó sobre el codo. Posó sus ojos sobre el excitado pulso que latía en la base de la garganta de Hanna. Ella tenía una extraña y rígida expresión en el rostro; era una expresión entre alegre y cautelosa.

—¿Qué? —preguntó ella sonriendo.

—Estaba pensando en lo guapa que estás —susurró. Hanna tragó saliva, abrumada por el cumplido. Le llegó al corazón de un modo que él no podía ni sospechar.

Ella estiró los brazos y lo cogió por la nuca. Percibió el espléndido aroma de su loción para el afeitado cuando él se inclinó hacia ella buscando sus labios con la boca. Ella los separó esperando la mordaz invasión de su lengua. El la beso minuciosamente; guiaba los labios de Hanna con los suyos y con su lengua prometía otra clase de invasión. Ella se arqueó cuando él le cogió un pecho con la mano.

James rompió el beso y se deslizó hacia abajo para meterse uno de los pezones en la boca y succionarlo larga y perezosamente. Hanna gritó y arqueó la espalda para sentirlo más cerca. Dios, estaba loca de ganas de sentirlo dentro de ella; anhelaba fundirse con su cuerpo hasta alcanzar el éxtasis.

Mientras movía la lengua sobre el sensible pezón, James utilizó la mano que tenía libre para conseguir, sin mediar palabra, que Hanna abriera las piernas para él. Deslizó los dedos sobre los hinchados labios que rodeaban su clítoris. La conciencia de sus propios fluidos y la presión que imprimía James sobre su sexo casi le hacen perder el control por completo.

Un primitivo gemido escapó de los labios de Hanna mientras merodeaba en las puertas del clímax, tratando de no saltar al vacío sola.

—Por favor... —susurró levantando las caderas.

—Relájate —la avisó él—. Tenemos toda la noche —dijo, y aumentó el ritmo de su caricia, penetrando en su sexo mientras le chupaba el pezón.

Hanna sollozó su nombre cuando apoyó los pies en el colchón para poder levantar el cuerpo. James la provocaba con un dedo, pero enseguida introdujo un segundo dedo, y mientras lo hacía, acariciaba el clítoris con el pulgar.

Hanna sintió una violenta sacudida cuando el orgasmo explotó en su interior; su cuerpo se sacudía como si un demente titiritero estuviera moviendo los hilos. Cuando acabó, se desplomó sobre la cama, jadeando, intentando recuperar el ritmo normal de su respiración. Un hormigueo recorría su cuerpo empujado por las réplicas del orgasmo. Pero no era suficiente. Quería su polla.

De repente, James se levantó de la cama. Dejó vacío el espacio junto a ella y se cambió de sitio para situarse entre las piernas abiertas de Hanna. Se puso de rodillas y recorrió su desnudez con la mirada.

Hanna, preparándose para rendirse a un buen polvo a pesar de que James no se había quitado ni una sola prenda de ropa, pasó las manos por encima de la cabeza y se agarró a la cabecera de la cama.

—Te quiero dentro de mí. —El lascivo dolor que la atormentaba creció y amenazaba con desbordar sus sentidos.

James esbozó una sexy sonrisa mientras se deslizaba hacia abajo.

—Poco a poco, amor. Quiero esperar hasta que llegue el momento perfecto para que nos unamos. No será esta noche..., pero será pronto.

Dibujó círculos con la lengua sobre uno de sus rosados pezones, provocando oleadas de delicioso tormento por todo el cuerpo de Hanna. Le mordisqueó los dos pezones por igual y luego empezó a bajar moviendo las manos posesivamente sobre sus caderas.

Besó la cálida superficie de su caja torácica, su tripa, la piel que cubría su dolorido monte de Venus y luego la parte interior de sus muslos.

Hanna cerró los ojos y suspiró de puro placer. No sabía si quería que parase o que continuase. Sólo sabía que estaba en el cielo.

—Cómo me gusta...

Los labios de James quemaban la superficie de su abdomen como el fuego recorriendo una pradera.

—Intento complacerte todo lo que puedo. —Deslizó los dedos por el suave vello que cubría su sexo y le separó los labios vaginales para dejar al descubierto su sedoso clítoris. Entonces trazó un ardiente itinerario, pasando su lengua varias veces por la palpitante carne. El deseo arponeó cada centímetro del cuerpo de Hanna. Un desesperado gemido precedió al grito:

—No pares... —Chispas carmesí centelleaban ante sus ojos cerrados y la sangre corría furiosa por sus venas. Tembló mientras sus temerarios apetitos deseaban complacer a James tanto como él la estaba complaciendo a ella.

Él tenía el control total y no daba señal alguna de querer renunciar a él. Le separaba los muslos con las manos para hacerla más vulnerable a sus lametazos y tener libertad para chupar y mordisquear el palpitante clítoris. A medida que aumentaba la fricción, las reacciones de Hanna eran cada vez más y más acaloradas.

Se volvía y se retorcía; agarraba con fuerza el edredón y su cabeza se movía de un lado a otro presa del éxtasis. Su cadera seguía el ritmo que él marcaba con los dedos, aceptando cada embestida. Egoístamente, se perdió en las dulces glorias de un creciente orgasmo.

Su respiración era entrecortada, arqueaba la espalda, se sacudía y se estremecía. Gritaba descarada y ferozmente de placer. Guiada por James, su necesidad animal interior se precipitó hasta un abrasador clímax. A medida que el placer aumentaba, su cuerpo se arqueaba con más violencia. Sus sensaciones resplandecían temblorosas al ritmo de la sangre en sus venas, del latir de su corazón en sus orejas. Sus sentidos explotaron en una armonía de espectaculares y cegadores colores: brillantes, luego oscuros, luego brillantes otra vez... Un estallido de éxtasis sin fin.

Hanna, sin fuerzas, se dejó llevar por las corrientes del clímax perfecto. Se había olvidado del tiempo, pero no le importaba. Una luz la inundó por completo; una brillante telaraña de delicados hilos ondeaba a su alrededor y la recorría.

—¡Oh, sí!

ThatBitch.
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Mensaje por ThatBitch. Lun 19 Nov 2012, 6:39 am



Capítulo 18

Hanna bostezó y se estiró. Se dio la vuelta en la cama y se puso boca arriba. Las cortinas del sueño seguían cerrándose en su mente.

Volvió a cerrar los ojos, se puso las sábanas sobre la cabeza y se deleitó en el pequeño mundo que había creado. Calentito. Seguro. ¿Quién quería levantarse de la cama?

Especialmente después de aquella noche.

Los recuerdos se agolpaban en su cabeza; en su mente se proyectaban lánguidas y eróticas escenas.

Esbozó una soñolienta sonrisa. Se recorrió la piel con sus curiosos dedos. Encontró sus pezones y se los acarició. Sacó un poco la lengua y la paseó por los labios. Se estiró suavemente de los pezones deseando que la boca de James estuviera jugueteando con ellos. «¡Oh, ayer por la noche...! Mmmm... ¡Cómo me tocó...!»

«Joder, estoy tan caliente...»

Sin pensar, separó las piernas; aún estaban pegajosas debido al calor de la pasión. Deslizó las manos por encima de su estómago y se acarició el monte de Venus. Su sexo seguía húmedo. Se pasó los dedos suavemente por encima de los labios vaginales y luego los separó para acariciarse el clítoris y se volvió a excitar.

«Joder...»

Se metió un dedo dentro y disfrutó de las sensuales sensaciones que la recorrían. Se imaginó a James encima de ella abriéndole las piernas con las suyas, jugueteando con su abertura con la punta de su polla erecta.

Quería tocarle lo necesitaba desesperadamente; se dio la vuelta hacia el lado de la cama en el que estaba James. Vacío.

«Se ha ido.»

Miró la almohada vacía. En ella no había ni la más mínima huella de su cabeza. No le sorprendía en absoluto.

James Carnavorn sólo se había quitado el abrigo aquella noche. Tampoco se la había follado de la manera tradicional. Se contuvo y no practicó sexo con ella. Le provocó orgasmo tras orgasmo, pero no satisfizo sus propias necesidades.

Recordaba con claridad cada detalle. Cómo se había sentido él y cómo se había sentido ella entre sus brazos. ¿Qué se sentiría despertando junto a él, sintiendo su musculoso cuerpo? Se imaginó cómo lo despertaría, tocándole la polla, sintiendo cómo se endurecía entre sus manos... Le acariciaría suavemente y luego se deslizaría bajo las sábanas para acabar de despertarlo del todo.

Pero estaba sola.

«Típico de los hombres. Ni siquiera se ha esperado a darme un beso de despedida.»

Ansiosa por levantarse, echó la ropa de la cama a un lado. Anhelaba ver a su nuevo amante más que nada en el mundo; quería persuadirlo para que se quitase la maldita ropa y se metiese en la cama con ella. Lo que él había hecho la pasada noche fue maravilloso, pero no era suficiente.

Quería más.

No le importaba ser otra fulanita descartable. Era adulta, soltera, podía tomar sus propias decisiones y elegir con quién se quería acostar. Probablemente, James se la tiraría y la abandonaría. ¿Tan malo sería eso? ¿Quién dijo que una mujer se tenía que involucrar emocionalmente con el sexo? ¿Por qué no podía buscar el placer como ella quisiese? Resultaba muy halagador que un hombre como él la hubiera puesto en el primer lugar de su lista de preferencias.

Se dirigió descalza al baño. «Disfruta de la experiencia», se dijo.

Se dio una ducha rápida, se vistió y bajó las escaleras. En la cocina se preparó unas tostadas y se tomó un vaso de leche desnatada; luego dejó salir a Sleek.

Desayunó sobre una bandeja mientras veía las noticias en la televisión. Como de costumbre, en el mundo pasaban más cosas malas que buenas. La economía apestaba, la guerra en Iraq continuaba sin tregua y no había ningún alivio para el planeta. Parecía imposible vivir en un mundo cuerdo y en paz. En lugar de nadar, había que luchar para no hundirse.

Justo cuando Hanna se tomaba su último bocado, llamaron a la puerta. ¿Quién diablos podía ser? Se limpió las migas de pan de los dedos.

Cuando abrió la puerta, se encontró delante del mayor ramo de rosas que había visto en su vida. Era tan bonito que quitaba la respiración.

—¿Señorita Fawks? —preguntó el mensajero.

Ella asintió estupefacta.

—Son para usted —le dio las flores—. Firme aquí, por favor.

Dejó el enorme ramo sobre la mesa y escribió su nombre rápidamente.

—Gracias. —Cogió algunas monedas y algún dólar del cuenco que tenía sobre la mesa—. Lo siento, no tengo más.

El chico sonrió, se tocó la gorra y se metió la propina en el bolsillo.

—Buenos días, señorita.

Hanna cerró la puerta cuando el chico se fue. Miró las flores. Una tarjetita colgaba del fragante ramo. Abrió el diminuto sobre y la sacó.

Ponía: «No dejo de pensar en lo de anoche. Quiero más.» No estaba firmada.

—James. —Se inclinó sobre las rosas para percibir su delicado olor y una sonrisa se dibujó en sus labios. Sí, la pasada noche fue increíble. Ella también quería más.

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Mensaje por ThatBitch. Lun 19 Nov 2012, 6:46 am



Capítulo 19

Una hora más tarde Hanna dejaba su coche en la sección de empleados del aparcamiento del Mystique. Comprobó su maquillaje en el espejo retrovisor una vez más, cogió el bolso, salió del coche y se dirigió a la puerta por la que entraba el personal. Algunos ayudantes y camareras holgazaneaban en la puerta trasera mientras se fumaban un cigarrillo y dejaron de hablar cuando ella se acercó.

Uno de los chicos alargó el brazo y le abrió la puerta.

—Buenos días, señorita Fawks —la saludó sonriente.

Los ojos de Hanna, protegidos tras unas oscuras gafas de sol, buscaron su placa identificativa. Por alguna razón que desconocía aquel día estaba más sensible de lo normal a luz del sol. El soleado día le estaba provocando dolor de cabeza; suponía que sería un síntoma de la pasa de gripe que había en la ciudad.

Ella sonrió.

—Hola, Rusty —contestó despreocupada. ¡Dios, qué bien le sentaba estar trabajando...!, sobre todo ahora que ocupaba una importante posición. Mantener a las camareras a raya y en orden la ayudaría también a mantenerse alerta.

—Hoy estás muy guapa —respondió Rusty tímidamente.

Hanna sonrió. Estaba mucho más que guapa, y ella lo sabía.

Como ya no se tenía que poner el uniforme de camarera, se había vestido para matar. Se había dejado aconsejar por Gina, quien según Hanna, se vestía demasiado extravagante para aquel puesto, y había elegido un traje gris marengo. La falda tenía un corte en uno de los lados y era lo suficientemente corta como para ser provocativa sin resultar ordinaria. Se había dejado un par de botones de la camisa sin abrochar, lo que permitía entrever un poco su escote y el encaje del sujetador.

Hanna se paró sólo para coger una taza de café y recorrió el laberinto de pasillos saludando con la cabeza y dedicando algunas palabras a los empleados con los que se iba encontrando. Se dirigió al despacho de Rosalie Dayton.

La mujer abandonó su lectura y levantó la cabeza.

—Me alegro de que ya estés aquí —la saludó mientras tecleaba en su calculadora—. Gina dejó los turnos hechos un desastre y el pago de las nóminas de las camareras sin hacer.

Hanna le dio un sorbo a su café; le había puesto leche y azúcar, pero tenía un sabor fuerte.

—¿Dónde se ha ido?

Rosalie se encogió de hombros.

—No lo sé. Tiene el teléfono desconectado, así que es imposible contactar con ella. En realidad, no me interesa en absoluto saber dónde demonios se puede haber metido. Aún tengo trabajo por hacer.

Hanna dejó su taza a un lado.

—Explícame lo que tengo que hacer y me pondré a trabajar.

Rosalie le dedicó una agradecida mirada.

—Estupendo. Primero tenemos que pagar las nóminas. La gente se enfada cuando no tiene la nómina preparada. —Le dio los turnos de las dos últimas semanas—. Suma las horas y yo calcularé el sueldo.

Hanna echó un vistazo a la tabla de turnos. Era muy fácil calcular los totales.

—Ya hago yo también el cálculo de los sueldos, si quieres.

—Si eres capaz de hacerlo, adelante. No vas a herir mis sentimientos. —Rosalie le señaló el pequeño escritorio que había delante de ella—. Esa será tu mesa. Tendrás que compartir este espacio conmigo. Pronto tendremos un despacho más grande; espero. Está en proyecto. Hasta entonces, nos las tendremos que arreglar aquí.

Hanna asintió, cogió la taza de café y se sentó en su nuevo puesto de mando.

—No parece que Gina trabajara mucho. —No quiso hacer un comentario malicioso, simplemente pretendía describir un hecho objetivo.

—Para nada —contestó Rosalie sarcástica—. Lo único que hacía era pasearse por ahí perdida en su pequeño mundo. Drogas, creo. Lo que desconozco es por qué James la dejó seguir por ese camino durante tanto tiempo. Ese hombre es un trozo de pan. Siempre le quiere dar una oportunidad a todo el mundo. Hanna sonrió y en sus mejillas aparecieron hoyuelos.

—Tal vez se estaba acostando con ella...

Rosalie frunció los labios; estaba disgustada y al mismo tiempo sentía envidia.

—Se supone que James no se puede acostar con el personal. Aunque seguro que, si no ignora la norma por completo, se la ha saltado algunas veces.

Hanna sintió remordimientos de conciencia. «Glups, la norma se ha roto», pensó.

—Dime, Rosalie, si tuvieras la oportunidad, ¿te acostarías con él?

Sobresaltada por la pregunta, la mujer tosió tapándose la boca con la mano.

—¿Acostarme con James Carnavorn? Mmm... Es una pregunta difícil. Sabiendo, como sé, que se acuesta con cualquier cosa que lleve falda y que se follaría una serpiente si alguien le sujetara la cabeza, ¿querría ser la siguiente mujer de su lista? —La pregunta parecía hipnotizarla y rescatar recuerdos demasiado dulces para poderlos saborear.

Hanna se aclaró la garganta.

—¿Y bien?

—Si tuviera algunos años menos, supongo que sí.

La joven arqueó las cejas. No era la respuesta que esperaba que diera aquella impasible mujer.

—¿Incluso aunque supieras que probablemente luego se olvidaría de ti?

Rosalie arqueó una ceja con aire desenfadado.

—Sólo se vive una vez, querida. Cuando la juventud se va, se va para siempre. Disfrútala mientras la tienes. No volverá nunca.

Hanna asintió con la cabeza a mil por hora.

—Sí, supongo que es cierto.

Rosalie tenía razón. A Hanna le quedaban sólo siete años para llegar a los treinta. Tras los treinta llegaban los cuarenta y cinco y luego los cincuenta. Sesenta. Setenta.

«Quiero disfrutar ahora.»

Rosalie puso los ojos en blanco.

—Es obvio que estás enamorada. Tú y él habéis estado flirteando a escondidas desde el primer minuto.

Hanna suspiró; apoyó los codos en el escritorio y la barbilla en sus manos.

—¿Parezco muy colgada?

Rosalie se rió a carcajadas. No se anduvo con rodeos.

—Más que colgada.

Hanna sonrió.

—Mierda.

La mujer se quitó las gafas y las limpió con un pañuelo de encaje que sacó de su pechera.

—Si te vas a acostar con James, adelante; pero sé discreta.

—Buen consejo.

Rosalie se volvió a poner las gafas, se centró de nuevo en el teclado de su ordenador y animó a Hanna para que se pusiera también a trabajar. Aún tenía que ganarse la vida.

Cogió una calculadora que encontró en un cajón y empezó a calcular las nóminas de las camareras. Conocía bien los impuestos estatales y federales a los que debía ceñirse, así que le fue fácil hacerlo. Mientras sumaba y restaba, paraba de vez en cuando y golpeaba la libreta con el lápiz.

«Sé discreta.»

Era más fácil decirlo que hacerlo.

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Mensaje por ThatBitch. Lun 19 Nov 2012, 6:51 am



Capítulo 20

James estaba apoyado en el marco de la puerta del despacho de Rosalie. Normalmente se iba inmediatamente después de que el club cerrase las puertas; prefería que sus encargados se ocupasen de las tareas del cierre. Esa noche se estaba recreando. Mirando a Hanna.

Se sentó junto a Rosalie y la ayudó a contar el dinero para el depósito nocturno. Las dos mujeres, junto con otro de los encargados, Fred Jenkinson, guardaban el dinero en maletines. Todos trabajaban con eficiencia; eran conscientes de la presencia de James, pero no le prestaban atención.

El tragó con fuerza. Cuando miraba a Hanna, se encendían mil fuegos en su interior. Se le nublaba la vista y se le aceleraba el pulso. Su único deseo era hacerle el amor sin ninguna restricción. No pensaba en otra cosa.

Inspiró con fuerza y emitió un silencioso gemido. «Despacio —se recordó a sí mismo—. Pronto llegará el momento en que podrás poseerla.» Todo había cambiado desde que la conoció.

Rosalie advirtió que aún seguía allí y le lanzó una fría mirada. Obviamente, no aprobaba su presencia.

—¿Necesitas algo, James?

El se avergonzó, pero se mantuvo en su sitio. Necesitaba muchas cosas, pero no podía poner las manos sobre ellas en ese preciso momento. Estar tan cerca de Hanna y no poder tocarla le parecía un infierno. Estaba a punto de explotar.

—Sólo pasaba por aquí antes de irme a casa. —Fingió desinterés—. He venido para asegurarme de que todo está bajo control antes de irme.

La mujer resopló. Lo atravesó con la mirada como si fuera un trozo de celofán.

—Por supuesto, James. Pero ¿por qué no iba a estar todo controlado?

Hanna levantó los ojos y le dedicó una mirada de complicidad.

—Creo que podemos arreglárnoslas —dijo, y siguió contando dinero. Informal y desdeñosa al mismo tiempo.

La respiración de James se aceleró. Apretó los dientes con fuerza intentando frenar las imágenes que se proyectaban en su mente... Veía a Hanna desnuda y excitada mientras él la complacía. El trabajo se interponía en el camino de su creciente tensión sexual. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no cruzar la habitación, dar la vuelta a la silla de Hanna y morder sus rojos labios.

Por supuesto, no podía hacer eso. Por un momento se planteó tirar por la ventana los modales y las convenciones y dejar que sus empleados viesen como se olvidaba de su faceta de persona reservada y proclamaba públicamente que aquélla era la mujer que deseaba. Pero no hubo esa suerte.

Fred le hizo una señal a Hanna para que le alcanzase el maletín.

—Ya he acabado y todo cuadra. Ya nos podemos ir.

Ella le dio el maletín.

—Ha sido bastante fácil.

—Sí, no hace falta haber estudiado ingeniería de caminos para hacer esto. —Fred metió el dinero en el maletín y lo cerró—. Me voy al banco.

James lo detuvo.

—¿Ya le has explicado a Hanna cómo se hacen los depósitos nocturnos?

Rosalie negó con la cabeza mientras lo miraba incisivamente.

—No. Ésta es su primera noche como encargada...

James tomó una decisión directiva.

—Necesita saberlo. Yo lo enseñaré.

Todos lo miraron como si le hubiera crecido una segunda cabeza. Normalmente, él no se preocupaba por esa clase de menesteres.

Rosalie lo miró fríamente mientras arqueaba las cejas por encima de la montura de sus gafas.

—¿Eh? —aquella expresión hablaba por sí misma. Obviamente, desaprobaba que James se metiese en sus dominios y cambiase las normas.

Él le devolvió la mirada inquisidora. Le mandó una silenciosa señal. «No pienso ceder —le estaba diciendo—. ¡Deja de meterte en mis asuntos!»

Rosalie finalmente se dio por vencida.

—¡Oh, por Dios bendito, llévatela!

Fred le dio el pesado maletín.

—Aquí tienes el dinero, chico rico.

James cogió el maletín.

—Y cada vez más rico —se dirigió a Hanna—. ¿No te importa venir conmigo, verdad?

Ella se irguió, echó los hombros hacia atrás y levantó la barbilla. Lo miró con remilgo por debajo de sus largas y sedosas pestañas y contestó muy seria:

—Claro que no.

El no dejó que su sonrisa asomase a sus labios. El lenguaje corporal de Hanna la delataba: estaba encantada de que él se las hubiera arreglado para que se quedasen a solas. La cubría una evidente capa de nerviosismo; su piel parecía temblar como un gato al que han despertado de la siesta de repente.

—Estupendo, pues vámonos.

Cuando salieron del club, James le pasó una mano por encima del hombro y la llevó hasta su coche. Ella no protestó ante aquel gesto, pero tampoco hizo señal alguna de que la complaciese. Andaba tan pegada a él que James podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo.

—Es éste.

James se las arregló para que ella tuviera que rozar su cuerpo al alcanzar la puerta del pasajero. Hanna pasó con elegancia por delante de James sólo para que él cerrase la puerta cuando ella ya se había sentado en el coche. Luego lo siguió con la mirada mientras él rodeaba el coche por delante; la sombra cubría la mitad de su rostro y éste era totalmente indescifrable. James se sentó tras el volante y le dio el maletín a Hanna.

Ella acarició el asiento de piel; estaba impresionada por el coche: un Porsche nuevo. Era el último juguete de James. Un vehículo ágil, estable y hecho para correr.

—Vaya. Qué bonito. Este coche está a millones de kilómetros de mi viejo cacharro. —Su voz no destilaba ni un ápice de envidia; era una simple apreciación.

James sabía que Hanna había tenido problemas económicos desde que cerró la librería, pero ahora ganaba un buen sueldo. Él no era la clase de hombre que acosaría a una mujer amenazándola con dejarla sin trabajo si no accedía a sus deseos. Hacía muchos años que había aprendido a no acostarse con una mujer que trabajara para él.

Hanna era la única excepción. Pretendía sacarla de la oficina y meterla en su cama en cuanto le fuera posible. Estando junto a él, nunca se tendría que preocupar por trivialidades como la falta de dinero.

Metió la llave en el contacto y encendió el motor, que rugió con fuerza al ponerse en marcha y luego se suavizó lentamente.

—Me alegro de que te guste. —Dio marcha atrás y pasó por delante de los demás coches que aún había en el aparcamiento.

—Sí que me gusta. —Mientras se dirigían al banco, Hanna dejó de mirarlo y se dedicó a observar por la ventana la parte más moderna de la ciudad.

Cuando él sacó la caja de seguridad del banco, ella no se quedó quieta esperando. Cogió la llave, abrió la caja y metió el maletín dentro. Luego la cerró y volvió al coche.

—Ha sido muy fácil. —Tenía los labios algo separados y jadeaba, aún había en ellos un brillo muy sexy. Sus pechos se elevaban y volvían a caer por debajo de su camisa. Sus pezones se marcaban por debajo de la tela.

James quería alargar la mano, arrancarle la camisa, cogerle los pechos y chuparle los rosados pezones.

—Eso es todo lo que hay que hacer —dijo intentando mantener el desgarro del deseo alejado de su voz—. Si haces algún otro depósito en el futuro, siempre irás con otra persona. De ese modo tendrás un testigo o alguien que te ayude por si intentan robarte o acosarte.

Ella se puso roja y lo miró; una sonrisa de complicidad se dibujó en sus labios.

—¿Acosarme?

El espacio que había entre ellos en el coche parecía encogerse a medida que aumentaba la conciencia que James tenía de la presencia de Hanna. Ella había adoptado una actitud remilgada y tenía las manos sobre el regazo; eran pequeñas y delicadas, y lucían una cuidada buena manicura. Aunque su vestimenta era muy profesional, él sabía que el cuerpo que había bajo aquella ropa era perfecto en todos los sentidos.

Ansioso, recordó cómo lo había explorado la noche anterior. Bajo sus caricias ella era muy suave y se había mostrado muy dispuesta e impaciente. ¿Cómo reaccionaría sí la tocara en ese momento?

Inspiró profundamente. El olor del sutil perfume de Hanna aún se aferraba a su pálida piel: suave, afrutado y fresco. El se imaginó acostado junto a ella, piel contra piel.

—Acosada, como cuando alguien pretende hacer el amor contigo —dijo sonriendo.

Hanna fingió inocencia y abrió mucho los ojos como si estuviera escandalizada.

—¿Por qué? ¿Quién querría hacer algo así con una pobre chica como yo? —respondió juguetona con un tono infantil.

—Yo. —James pasó los dedos por la suave mejilla de Hanna, bajó hasta su barbilla y luego los deslizó muy lentamente por su cuello. Sintió el suave pulso de la sangre en sus venas. Aguda conciencia sexual deslizándose por cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo; notó una instantánea carga sexual tan intensa que hasta resultaba dolorosa.

Hanna, hipnotizada por su caricia, cerró los ojos y se recostó en el asiento. Tenía un aire frágil y delicado, su piel era tan pálida que parecía de porcelana.

—Pues entonces no pares...

—En cuanto a la otra noche... —empezó a decir él.

Un suave escalofrío recorrió el cuerpo de Hanna.

—Lo sé —murmuró—. Quieres tomártelo con calma.

El se puso tenso.

—¿No quieres que lo haga? —Le dolió preguntar eso.

Hanna suspiró y se le hizo un pequeño nudo en la garganta. El deseaba ferozmente poder presionar sus labios sobre su cuello, probarla.

—Quiero más —admitió ella despacio—. Pero no quiero que me dejes abandonada cuando hayas acabado de follarme.

James le dedicó una cruda mirada.

—¿Crees que yo haría eso? ¿Irme y dejarte abandonada?

Hanna entrelazó las manos sobre su regazo.

—Sé cómo eres con las mujeres, James. Rosalie me lo dejó muy claro cuando me dijo que te follarías una serpiente si alguien le sujetara la cabeza.

El rodeó el cuello de Hanna con las manos y se inclinó hacia ella.

—Será diferente contigo —le susurró al oído—. Te deseo como no he deseado jamás a ninguna otra mujer. —James se asustó del instantáneo placer que sintió tras haber dicho esas palabras. Le gustaba cómo se había sentido al pronunciarlas.

Hanna, testaruda, apretó los pies contra el suelo del coche.

—Los hombres dirían cualquier cosa para meterse debajo de las bragas de una mujer. James tuvo que reírse.

—Yo te quité las bragas anoche, ¿te acuerdas? Y no me fui a casa con ellas puestas.

Ella se enfadó y puso los ojos en blanco.

—Ya sabes lo que quiero decir. —La expresión de Hanna se tornó más seria—. Te deseo, James —dudó—, pero no quiero que me duela cuando te vayas.

El la cogió por la barbilla y deslizó el pulgar por su labio inferior; era cálido y suave... Tocarla era como completar la otra mitad de su alma.

—¿Quién dice que me voy a ir? —Antes de que Hanna pudiera contestar, James la besó con fuerza. Su sabor y su olor inundaron su conciencia mientras metía la lengua entre aquellos labios suaves.

Hanna gimió y unió su creciente pasión a la de James. Él le pasó la lengua por los labios y luego se la volvió a meter en la boca. Después le mordisqueó el labio inferior y le chupó la boca hasta que los labios de Hanna estuvieron húmedos e hinchados. Entonces metió la mano por debajo de su blusa; necesitaba tocarle la piel.

Hanna se echó hacia atrás.

—¿Aquí? —sonrió sorprendida—. ¿En el aparcamiento de un banco, besuqueándonos como adolescentes?

James vaciló con el corazón acelerado. Nervioso, se aclaró la garganta.

—¿Quieres que te vuelva a llevar al club?

—No. —Ella le cogió la mano y entrelazó sus dedos con los de él—. Ya se han dado cuenta de lo que andabas buscando... Y yo también.

James la miró a los ojos; quedó atrapado por su ardiente mirada. A él le latía tan fuerte el corazón que le pareció imposible que ella no lo oyese. La sangre palpitaba en sus oídos y lo ensordecía mientras intentaba ignorar el dolor que sentía en la polla atrapada dentro del pantalón.

—Entonces, ¿qué quieres que hagamos?

—Simplemente conduce —dijo ella.

—¿A cualquier parte? —Giró la llave y arrancó el motor.

—A cualquier sitio que quieras. —Ella alargó la mano y le acarició el muslo acercando la mano peligrosamente a su palpitante miembro.

James se sobresaltó a causa de la inesperada caricia y casi perdió el control del coche. Trazó un rápido giro y a punto estuvo de chocar contra un poste de hormigón mientras conducía hacia la salida del aparcamiento. Más le valía tranquilizarse o acabaría destrozando el coche.

—Ten cuidado —le avisó ella sonriendo—. ¿No querrás estropear la pintura del coche?

«Me importa una mierda la pintura del coche», pensó él.

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Mensaje por ThatBitch. Lun 19 Nov 2012, 6:56 am



Capítulo 21

James cruzó toda la ciudad y se dirigió a la autopista en dirección al valle. En treinta minutos habían llegado a su destino. La ciudad de Warren poseía uno de los mejores parques que se podía encontrar en varios kilómetros a la redonda. Una inmaculada y cuidadísima arboleda rodeaba unas verdes colinas que encerraban un cristalino lago. A lo largo de todo el parque había pequeñas zonas de descanso, además de barbacoas y mesas de picnic, para que las familias pudieran disfrutar del parque.

James pasó de largo y se dirigió hacia las zonas más privadas del parque densamente rodeadas por árboles. Era el sitio perfecto para aparcar de noche y... juguetear. La noche era clara y cálida, y el cielo no estaba cubierto por la clásica niebla que siempre flota sobre las grandes ciudades. Las estrellas que brillaban en el cielo se veían tan grandes que parecía que se pudieran tocar con los dedos. James paró el coche sobre la hierba y apagó las luces y el motor.

Hanna dejó caer la cabeza sobre el reposacabezas del asiento.

—Mmm... ¡Qué bonito! —Cerró los ojos y bostezó—. Creo que podría incluso dormir aquí.

—No te duermas ahora. —James salió del auto y lo rodeó. Abrió la puerta del pasajero, alargó la mano y la sacó del coche tirando de ella hasta que estuvo entre sus brazos.

—Sexo ahora —dijo él besándola con fuerza—. Dormir después.

La quería poseer allí, en medio de la nada, sin que nadie, salvo las criaturas de la noche, los pudiera interrumpir. Quería acariciar cada tormentoso centímetro de su cuerpo, follársela hasta que estuviera tan cansada que no pudiera moverse.

La besó una y otra vez, y con las manos rodeó su esbelta cintura para cogerle el culo y apretar su firme carne mientras presionaba su cuerpo contra el de ella. Le palpitaba la polla; luchaba por liberarse de los pantalones. Le dolía de necesidad.

Intentó desabrochar los botones de la blusa de Hanna con torpeza. Normalmente, no era ni tan torpe ni tan ansioso, pero había algo en ella que lo incitaba a correr para poder tocarle la piel cuanto antes. Cuando vio que no podía desabrochar los botones todo lo rápido que él quería, cogió la blusa con las dos manos y la abrió de un tirón haciéndolos saltar.

Hanna emitió un grito sofocado.

—¡Oh, Dios mío!

La respiración de James era discordante.

—No quiero esperar más. —Dio un paso atrás para observar el hipnótico movimiento que dibujaban los pechos de Hanna al subir y bajar. Cubiertas por un sujetador con encajes, aquellas preciosas curvas ansiaban ser acariciadas.

Hanna sacó un poco la lengua y posó la punta sobre su labio superior; un gesto muy sexy y completamente atractivo.

—Entonces no esperes más.

James la cogió por los hombros y la atrajo hacia él para besarla. Ella aceptó el beso y no opuso resistencia cuando él abandonó su boca para deslizar la lengua por su barbilla y luego por su cuello. Le mordió la yugular con suavidad y con cuidado y chupó aquella vulnerable zona, deleitándose en su sabor. Si quisiese podría dominarla fácilmente; podría hacerle un corte en la carne y beber su sangre para luego poseer su ansioso sexo.

James se contuvo. Él quería que ella se entregase a él de forma voluntaria; que tomara la decisión de unirse al colectivo Kynn libremente. Cuando llegase el momento adecuado, le explicaría la verdad sobre la marca que tenía en el muslo..., aquella estrella de cinco puntas, aquel símbolo mágico que demostraba que ella le pertenecía.

—No voy a ser suave contigo. —La rodeó con los brazos, cogió la parte de atrás de la blusa desgarrada y la sacó de la falda para poder deslizar las manos debajo de la tela y acariciarle la piel.

Hanna gimió y presionó su cuerpo contra el de James.

—No lo seas. —Ella había metido las manos dentro de sus pantalones y sujetaba la rígida polla. La acarició de arriba abajo con la experiencia de una mujer que sabe cómo debe tocar a un hombre—. Tócame —susurró.

El sonrió.

—Te estoy tocando.

—Por todo el cuerpo.

James la empujó contra el coche, le desabrochó el sujetador y se lo quitó; también le quitó la blusa, dejándola completamente desnuda de cintura para arriba. Se inclinó hacia delante y rodeó uno de sus pezones con los labios.

Hanna se puso rígida y lo agarró por los hombros como si fuera a empujarlo hacia atrás. Pero en lugar de eso, le cogió la cabeza para guiarlo. Un momento después él cambió de lado para proporcionar a ambos pechos la misma atención. Ella emitió un suave sonido: estaba entre la risa y el jadeo. Lo único que le importaba a James en ese momento era darle placer.

—¡Oh, James...! —Gimió ella, ruborizándose por el calor—. ¡Qué ganas tenía de que llegase este momento!

—Quiero darte placer. —La expectación se amotinó en las venas de James; la sangre palpitaba con un extraño ritmo en sus sienes y en su miembro erecto. Una llamarada de deseo explotó en sus testículos, que se contrajeron. Sus manos encontraron y juguetearon con los pezones de Hanna, que parecían cerezas sobre montañas de vainilla; estaban para comérselos... Cuando ella lo miró, sus ojos rebosaban pasión. Un escalofrío de deseo cruzó el rostro de Hanna.

James sonrió. Había conseguido que ella se rindiera tan fácilmente como un gato ante un platito de leche. Su polla palpitaba con furia anticipándose al contacto de los carnosos labios de Hanna.

—Quiero ser tuya —dijo ella entre jadeos—. Sólo tuya.

—No te haré daño, Hanna —murmuró mientras le acariciaba los tiernos pezones y dibujaba círculos alrededor de sus areolas—. Si me pides que pare, lo haré. —Le costó muchísimo pronunciar aquellas palabras, pero formaba parte de la seducción.

Ella jadeó.

—No pares, por favor.

James sonrió y la cogió por la cintura. Volvió a tomar uno de sus duros pezones con la boca. Se lo besó y lamió, y luego hizo lo mismo con el otro.

Hanna apretó los ojos con fuerza. La respiración de James se entrecortaba debido al sensual movimiento de su boca. Con los dedos y la lengua dibujaba lánguidos círculos en sus pechos; evitaba a propósito tocarle los sensibles pezones. La vulnerable expresión en los ojos de Hanna pronto dio paso a una mirada de lascivo deseo.

El acarició uno de sus pechos con la mano hasta que ella emitió un suave gemido. James se moría de ganas de abrirle las piernas y encontrar aquel lugar que anhelaba tan desesperadamente sus caricias.

Los ojos de Hanna descendieron hasta el duro bulto que había en sus pantalones. James siguió su mirada y le cogió la mano para guiarla de nuevo hasta su erección.

—Acaríciame —le dijo él con la voz teñida de necesidad—. Desliza tu mano arriba y abajo.

Hanna asintió y obedeció mientras lo miraba.

—Haré todo lo que me pidas.

James se desabrochó los pantalones y liberó su verga. Dura, sensible y erecta. Se dejó el botón de arriba abrochado; no quería que se le bajaran los pantalones hasta los tobillos. Era muy humillante. No dejaba de pensar en la posible vergüenza que podía estar sintiendo Hanna por estar medio desnuda.

Ella rodeó la polla con la mano imprimiendo la presión justa.

—Está..., mmmm..., muy dura. —Deslizó la mano por toda la polla—. Eso tiene que doler.

James apretó los dientes. ¿Sabría Hanna cómo lo estaba excitando?

—Más fuerte. —Colocó su mano encima de la de ella—. Cuanto más fuerte mejor —dijo, y entonces empezó a guiarla para que se pusiera de rodillas.

La espalda de Hanna se puso rígida sólo un momento, pero luego se agachó hasta quedarse frente a su entrepierna.

—Ninguna mujer se sentiría decepcionada con lo que hay aquí abajo.

James, a punto de perder el control por completo, dijo:

—Métetela en la boca, Hanna. Chúpame la polla.

Puso las manos en la cabeza de Hanna, tal como había fantaseado, y le guió la boca hacia su erecto pene. Ella había cerrado la boca; introducirse entre sus labios fue como meterla en el cuerpo de una virgen.

Hanna, juguetona, se resistía.

El presionó con más fuerza.

Finalmente, ella cedió.

El metió la punta de la polla en su boca. Ella jugueteó con los dientes sobre su parte más íntima, añadiendo al placer un poco de dolor para alimentar los deseos más carnales de James.

El dejó caer la cabeza hacia atrás y movió con suavidad las caderas hacia delante para follar su boca. Ya no necesitaba guiarla.

Ella le chupó como una puta experimentada: movía la lengua por encima de la punta y luego se la metía en la boca hasta que él notaba el final de su garganta. Hanna había rodeado su polla firmemente con la mano y utilizaba su propia saliva para hacerla resbalar mejor.

Le había cogido el escroto con la otra mano y apretaba, pellizcaba y manoseaba sus testículos.

A James se le escapó un gemido.

—Joder, ¡qué bien lo haces!

Ella rompió el contacto un momento para responder.

—Gracias. —Luego sonrió—. Tengo mucho material con el que recrearme.

James había llegado casi al límite de su autocontrol. Si no se controlaba, en pocos segundos llegaría al éxtasis y vertería un chorro de caliente y cremoso semen dentro de la boca de Hanna.

Apretó los dientes. ¡Agonía, oh, agonía...!

—Me alegro de que estés contenta. —Se sentía como si se le fuera a derretir la polla; un maravilloso desfallecimiento se arrastraba por su cuerpo, aliviando su cerebro, pero agudizando sus otros sentidos. Lo único en lo que podía pensar era en tener el predispuesto cuerpo de Hanna debajo del suyo.

James se alejó de sus hambrientos labios y la puso de pie.

—Se acabó la espera —jadeó con la voz discordante. Su boca buscó la de ella y se unieron en un largo y hambriento duelo de lenguas mientras él le cogía los pechos con las manos.

—James —gimió ella.

El la cogió por las caderas, la puso sobre el capó del coche e intentó abrirle las piernas. Le subió la falda y maldijo los pantis que llevaba.

—Dios, ¿por qué llevas esto?

Hanna levantó la cabeza y lo miró fijamente.

—Para comprobar lo decidido que eres.

James encontró la goma de los pantis en su cintura y se los bajó. Tuvo que parar un momento para quitarle los zapatos que salieron volando por los aires.

—Por fin.

Deslizó la mano por encima de sus caderas y le dio un suave beso en el vientre. Quería chupar, lamer y probar cada centímetro de su piel mientras ella planeaba en un estado de excitación sexual absoluta. La rodeaba un aire pegajoso y perfumado provocado por el centelleante calor del crudo deseo.

James deslizó las manos por la cara interior de sus muslos. Se adentró en los gruesos rizos de su monte de Venus y deslizó los dedos por el clítoris para acariciarlo.

—Me alegro de que por fin lo hayas conseguido—bromeó ella.

—Justo a tiempo.

James metió un dedo dentro del sexo de Hanna y lo hizo girar. Notó la calidez líquida que brotaba de él. Le separó los labios vaginales con gran habilidad, utilizando el pulgar y el dedo índice, y encontró el tierno botón. Movió entonces su dedo índice por encima de él iniciando un placentero jugueteo sexual.

Hanna echó la cabeza hacia atrás y gimió de placer.

—Te vas acercando.

—Estoy entrando. —James deslizó un dedo dentro. Los músculos vaginales lo absorbieron y se contrajeron. Estaban lubricados, calientes y preparados...

Hanna cada vez acogía las embestidas con mayor fervor; sus salvajes necesidades aumentaban espoloneadas por aquellos movimientos en el interior de su vagina. Su clítoris palpitaba contra la piel de James y sus jugos le humedecían la mano.

El se agachó y empezó a lamer aquellos pétalos rosas, despertando en ella una fiera pasión. Su polla se arqueó más, endureciéndose y emanando calor. El se acarició el pene con la otra mano, dándose placer mientras se la follaba ferozmente con el dedo. Cuando en lugar de dos dedos introdujo tres, el sexo de Hanna se abrió más.

Ella, temblando de deseo contenido, apretó las piernas y capturó su mano con fuerza. Tembló violentamente y luego llegó al orgasmo; su vagina palpitaba con avidez alrededor de los dedos de James.

Hanna arqueó el cuerpo cuando la recorrió el primer orgasmo; sus pechos subían y bajaban al jadear. Arañó el capó del coche y notó el frío metal en su piel.

—Te odio por haber conseguido que yo me corra primero.

El se rió entre dientes.

—No te preocupes —murmuró—. Conseguiré que te corras una y otra vez. —Hundió aún más los dedos.

Ella estaba tumbada sobre el capó con la falda por encima de las caderas.

—No puedo esperar más. —Una ferocidad lasciva le hizo temblar la voz.

La necesidad de James era salvaje, el ritmo aumentaba a medida que la sangre palpitaba en sus venas y lo ensordecía. Su excitación amenazaba con estallar como un volcán escupiendo lava.

Tenía que poseerla, probarla, establecer la conexión antes de tomarla y experimentar su propio clímax. Ya había ido más lejos de lo que pretendía, pero no había podido resistirse.

Se metió la mano en el bolsillo y sacó una pequeña cuchilla; era una cuchilla que salía y se escondía de la boca de un lagarto. Le cabía en la mano, era pequeña, silenciosa y estaba mortalmente afilada. Para sacar la cuchilla sólo debía apretar un botón.

Deslizó la mano por el esternón de Hanna y la cogió por la nuca. En los ojos de la joven apareció reflejado el miedo al ver aquella cuchilla en su mano.

—¡James!, ¿qué...?

El la sujetó con más fuerza. Ella empezó a forcejear, pero él era más fuerte. El miedo de Hanna era palpable. James sintió cómo su sangre palpitaba por debajo de su piel, cómo el salvaje latir de su corazón conducía su miedo y cómo se le aceleraba la respiración.

—No te resistas, Hanna —intentó tranquilizarla con un tono suave.

—Por favor —jadeó ella—. ¡No me hagas daño!

—No te haré daño. —Él aflojó la mano que tenía en su cuello—. Confía en mí para que podamos unirnos.

Ella asintió despacio con los ojos muy abiertos y los labios separados; sus pechos se elevaban y caían. Él se dio cuenta de que el peligro la excitaba.

—Necesito probarte, beber de ti para saciar mi apetito —susurró él. Silencio.

Lentamente, Hanna asintió.

—Vale.

James sacó la cuchilla y le hizo un corte rápido y pequeño. Un líquido carmesí brotó de la herida, resbalando por su pálida piel.

Un pequeño quejido escapó de los labios de Hanna, pero no opuso ninguna resistencia cuando él pasó las manos por debajo de su espalda y la guió hasta que estuvo sentada.

Él recorrió su carne con su lengua y chupó su sangre. Presionó sus labios sobre la suave y palpitante herida y bebió de ella, introduciendo la vida del cuerpo de Hanna en el suyo. El líquido que le llenaba la boca era dulce y cálido.

Los minutos pasaban lentamente; sólo el sonido de las criaturas de la noche rompía el suave susurrar del viento.

James, reacio, se retiró; debía tener cuidado de no excederse. Sintió la calidez de la sangre de Hanna en sus labios.

La miró a la cara asombrado por su belleza. Entre las sombras, podía ver el rubor en sus pómulos. Y su boca. Cada vez que la miraba sentía la necesidad de besarla una y otra vez. Se imaginaba aquellos labios posándose sobre su carne y succionando su sangre; se imaginaba llenando de vida el cuerpo de Hanna.

«Cuando eso ocurra, seremos uno y ella me pertenecerá por completo», pensó.

El dirigió la boca hacia la de Hanna.

—Quiero que te pruebes a ti misma.

James la besó, profundamente. Cuando su beso acabó, colocó dos dedos sobre el corte que le había hecho en el cuello y murmuró unas palabras sanadoras. Cuando los apartó, el corte se había curado y sólo quedaba una pequeña cicatriz.

Hanna se estremeció mientras se lamía los labios.

—Eso ha sido muy intenso.

—Mmm... ¿Te ha gustado? —El apetito de James sólo estaba medio saciado. Necesitaba algo más de ella.

Ella inspiró profundamente.

—Sí, mucho.

Él inclinó la barbilla de Hanna hacia atrás.

—Hay más. Muchas más cosas que quiero compartir contigo.

Ella se rió deslizando las manos entre su cuerpo y el de James. Cerró una mano alrededor de la polla y la acarició de arriba abajo.

—Eso espero.

James, que estaba entre las piernas de Hanna, deslizó las manos por su cuerpo. La cogió por las caderas y la penetró de una única sacudida.

Hanna apartó la camiseta de James y pasó sus frías manos por encima de sus hombros.

—Sabía que encajaríamos.

James sacó la verga de su cuerpo hasta ver asomar ligeramente la punta y volvió a embestir.

—A la perfección.

Echó la cadera hacia atrás y embistió de nuevo. Los sedosos músculos de Hanna lo envolvían con fuerza.

—Muy agradable.

Hanna era por dentro tal como había imaginado que sería; su interior encerraba su polla como una boquita voraz.

Ella le rodeaba la cintura con las piernas.

—La palabra agradable no define ni de lejos lo que está ocurriendo aquí. —Le golpeó el culo con los pies—. Y no hemos llegado ni a la mitad.

«Cierto», pensó él.

James adoptó un ritmo medio y empujaba su cadera contra la de Hanna con deliberada lentitud.

Ella dejó caer la cabeza hacia atrás mientras un nuevo orgasmo se empezaba a extender por su cuerpo.

—No podré aguantar mucho más —le dijo a James.

—Pues no lo hagas —contestó él e inclinó la cabeza hacia delante para, hábilmente, lamerle un pezón. La reacción fue instantánea. El gemido de placer de Hanna alimentó su propio deseo hasta el punto que no hubiera sido capaz de decir dónde acababa su cuerpo y empezaba el de ella. Era incapaz de respirar, incapaz de pensar, sólo podía sentir las centelleantes contracciones del hambriento coño que se movía maravillosamente alrededor de su polla.

James la embistió por última vez mientras notaba que se le contraían los testículos como si alguien los apretase. El orgasmo lo inundó, un violento remolino de increíble fuerza y velocidad. Sintió cómo explotaba con salvaje furia y su cálido semen entraba en Hanna. Se quedaron con los cuerpos pegados por la cadera y ninguno de los dos se movía. Parecía que, si uno de los dos se apartaba, se rompería el hechizo mágico de aquella increíble experiencia.

Finalmente, y aunque le dolió en el alma, James se retiró y se puso bien la ropa. La noche a su alrededor era oscura, silenciosa y tranquila.

—¿Hanna?

Ella se estiró lánguidamente, se sentó y se acurrucó contra su pecho, apoyando la cabeza sobre su hombro como una niña.

—¿Mmm?

—¿Estás despierta?

—No —Bostezó soñolienta—. Quiero quedarme para siempre entre tus brazos.

La garganta de James se encogió. Mierda. El también quería. Para siempre.

ThatBitch.
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Mensaje por ThatBitch. Lun 19 Nov 2012, 7:01 am

Hmmmm... ojala se haya entendido lo del rollo del vampirismo... Hanna todavia no sabe lo que es James, es decir, no es solo un vampiro!! en los proximos capitulos se entendera bien,, que es el colectivo Kynn ☻
ThatBitch.
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Mensaje por {CJ} Mar 20 Nov 2012, 9:28 am

OH MY GOD!!!

Gracias por los 5 caps!!!

No tengo palabras para describir lo mucho que me gustaron!!

La verdad tengo mucha curiosidad por saber más sobre lo Kynn!!!

Espero puedas seguirla pronto!!

Kisses, BYE!!
{CJ}
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https://twitter.com/Carla1DSpain

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Mensaje por ThatBitch. Vie 30 Nov 2012, 6:16 am

Carla Smile escribió:OH MY GOD!!!

Gracias por los 5 caps!!!

No tengo palabras para describir lo mucho que me gustaron!!

La verdad tengo mucha curiosidad por saber más sobre lo Kynn!!!

Espero puedas seguirla pronto!!

Kisses, BYE!!


Gracias Carli! ahora mismo actualizo, espero puedas entender mas sobre los Kynn... en los siguientes cinco capitulos se podra leer algo importante sobre ellos, y tambien te enteraras de algo escandaloso... que es lo que hace James con tanta gente en su mansion? Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 3 167695056
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Mensaje por ThatBitch. Vie 30 Nov 2012, 6:19 am



Capítulo 22

Hanna no estaba preparada para afrontar las sensaciones que la sorprendieron cuando se sentó en la cama. La cabeza le daba vueltas y tenía la vista nublada y el estómago revuelto. Se sentía débil, agotada, como si alguna criatura le hubiera hundido los colmillos en la carne y le hubiera absorbido la energía.

Se presionó la frente con las manos y volvió a tumbarse sobre el colchón. Tenía la piel enrojecida, caliente, febril. Jadeaba y sentía cómo se le revolvía el estómago y se le retorcían las tripas. Si se movía, vomitaría. «Oh, mierda, ahora no —pensó—. Espero no estar cogiendo una gripe o algo así.»

Volvió la cabeza sobre la almohada y paseó la mirada por la oscura habitación. Afortunadamente, las persianas estaban bajadas y no dejaban entrar la luz del sol. La luz que entraba por las esquinas le hería los ojos. Incluso hasta el más pequeño de los rayos de luz le parecía demasiado deslumbrante.

Cerró los ojos y se puso las manos sobre la cara. Las náuseas empezaron a desaparecer poco a poco y su cuerpo se estabilizó hasta conseguir un estado cercano a la normalidad. Le dolía la cabeza; se sentía como si alguien le hubiera golpeado en ella con una barra de metal y le hubiera borrado todos los recuerdos.

Se frotó la sien izquierda con una mano temblorosa. No tenía ningún cardenal ni ningún chichón, sin embargo, sentía como si se le fuera a partir el cráneo por la mitad. El corazón le golpeaba el pecho con fuerza y la sangre recorría sus venas como una manada de búfalos salvajes. Tenía la cabeza hecha un lío y los recuerdos de la pasada noche estaban envueltos por una turbia neblina.

«¿Qué demonios hice ayer por la noche?» Sabía que había ido a trabajar. Eso estaba claro. Su ropa estaba tirada en el suelo; era la manera habitual que tenía de desvestirse después de una noche de trabajo duro. Sin embargo, después de eso no recordaba nada. No se acordaba de haberse desnudado y haberse metido en la cama y mucho menos cómo había llegado a casa. Frustrada, arrugó la frente intentando recordar algo de la noche anterior.

Algunas imágenes empezaron a abrirse paso desde lo más profundo de su mente. James. Sí, ahora se acordaba. Le había enseñado dónde tenía que hacer los depósitos bancarios nocturnos. Bien. Iba por buen camino.

Los recuerdos empezaban a ser mucho más claros. Después de ingresar el dinero se habían ido a algún lugar con el coche. Árboles. Hierva. Un despejado cielo nocturno. James besándola con fuerza, con urgencia; rompiéndole la blusa y deslizando las manos por su cuerpo. Al recordar aquel abrazo, notó que la temperatura de su cuerpo aumentaba.

Hanna cambió de postura. Estaba totalmente desnuda bajo las sábanas. Ella no solía dormir desnuda. Cuando estaba sola, siempre se ponía bragas y un camisón; sólo si pasaba la noche con alguien, dormía desnuda. Le encantaba sentir el roce de la piel de su amante contra la suya.

«¿Hicimos el amor ayer por la noche?» Rebuscó por todos los rincones de su cerebro, pero sólo recordaba que se habían metido mano a lo bestia. Según sus recuerdos no habían llegado hasta el final.

«Bueno, eso es asquerosamente malo.» Tal vez no hubieran llegado más lejos porque ella se había sentido enferma. James debió de llevarla a casa y la habría metido en la cama. Al pensar que él le habría quitado la ropa y la habría visto desnuda, un cálido rubor empezó a trepar por su rostro.

Fantástico, había estado desnuda con un hombre muy atractivo y demasiado enferma como para hacer nada con él. «¡Qué suerte tengo! Qué gran momento para pillar la gripe...»

Se le volvieron a retorcer las tripas, pero esta vez para producirle una sensación más agradable. Hambre. Tal vez podría asentar su estómago con algunas tostadas de pan de trigo y un té caliente. Sintió una familiar presión en la vejiga, se sentó en el borde de la cama y luego se levantó. Le temblaban las piernas, pero pudieron aguantar su peso. Podía perder todo el día en la cama poniéndose enferma o podía seguir adelante con su vida. Era hora de levantarse y ponerse en marcha. No había nada que pudiera hacer para remediar la gripe, excepto atiborrarse de medicamentos. Tendría que llamar al trabajo para decir que se encontraba mal. No podía ir a trabajar en aquel estado.

Comió algo y consiguió asentar un poco el estómago. Cuando dio el segundo mordisco, ya se sentía mejor. Estaba recuperando la fuerza y empezaban a desaparecer aquellos extraños temblores, que, por lo general, precedían a una enfermedad. Rápidamente, la segunda tostada dio paso a una tercera y luego a una cuarta. Les puso un montón de mantequilla y mermelada de albaricoque; también se tomó un vaso de leche y dos tazas de café muy cargado con leche y azúcar. «He comido demasiado para estar enferma.» Lavó los platos y las tazas que había utilizado para desayunar y los guardó. Cogió el café y subió a darse una ducha. Justo cuando se estaba quitando el albornoz, llamaron a la puerta.

—Pero ¿quién diablos puede ser? —maldijo en voz baja; se puso una bata y bajó. Tal vez era James que venía a ver cómo estaba. Si era él, estaba preparada para decirle que se encontraba perfectamente bien y lo invitaría a meterse en la ducha con ella. Pero para su decepción, no era él. Era Ginny. Su antigua amiga llevaba entre las manos una bandeja de galletas de canela caseras.

—Como no has venido a verme, he venido yo —dijo alegremente con una gran sonrisa en los labios.

Hanna suspiró disimuladamente y pasó los dedos por el pelo despeinado.

—Hola, Ginny. —Era la última persona que hubiera querido ver en aquel momento, pero hubiera sido grosero pedirle que se fuera.

Le ofreció una triste sonrisa y se hizo a un lado.

—Pasa.

La chica cogió la bandeja con una sola mano y alargó el otro brazo para rodear con él a Hanna que aceptó el abrazo casi de mala gana y se apartó de ella rápidamente. Un escalofrío le recorrió la espalda. Dios, a veces simplemente no le gustaba nada que la tocara. Era como si percibiese que las vibraciones que emitía el cuerpo de la otra persona le ensuciaban la piel. Tal vez la enfermedad la hacía estar demasiado sensible.

Llevó las galletas de canela a la cocina.

—¿Cómo estás?

Ginny la siguió frunciendo un poco el ceño; parecía que hubiera notado la actitud distante de Hanna.

—Estoy bien, querida. Cuando cerró la librería, empecé a trabajar en la tienda que hay en mi misma calle.

Hanna sirvió una taza de café y se la ofreció a Ginny.

—¿No te resulta muy pesado estar detrás de un mostrador todo el día?

La chica cogió la taza.

—Sí, pero ya sabes que me gusta conocer gente nueva. Me gustaría que la librería siguiera abierta.

Hanna se sirvió más café. Se tomaría otra taza. No podía pasar el día sin su dosis de cafeína. Por la manera en que Ginny estaba actuando, no parecía que tuviera mucha prisa en irse.

Se sentó a la mesa de la cocina y señaló una silla vacía.

—A mí también me gustaría, pero...

Ginny se sentó.

—¿No vas a probar una de mis galletas? —preguntó cogiendo la leche y sirviéndose un poco.

Hanna negó con la cabeza mientras se tomaba el café.

—Me encantaría, pero ahora no tengo hambre. Las guardaré para luego. ¿Tú quieres una?

—Oh, no, cariño, son para ti.

—Gracias por habérmelas traído. Estoy segura de que me encantarán, a mí y a mis caderas. Ginny la recorrió con la mirada. —Te veo un poco delgada, cielo. ¿Comes bien? Estás tan pálida...

Hanna jugueteó con la cuchara mientras miraba el café y observaba el humo que salía de la taza.

—Es porque tengo un poco de gripe, eso es todo. Además, como ahora trabajo por la noche, no me da mucho el sol.

Un interrogante se dibujó en el rostro de la mujer.

—¿Por la noche?

—En el Mystique.

—¿El club nocturno?

—Sí. Soy la supervisora de las camareras y las azafatas. Me contrataron hace unos días. El sueldo es muy bueno. Intentaré cancelar las deudas de la librería en un par de años. Creo que lo podré conseguir si invierto hasta el último céntimo en pagar facturas.

—He oído decir que es un sitio poco... recomendable, Hanna.

La expresión «poco recomendable» no se acercaba ni de lejos a la realidad.

—Tiene sus inconvenientes, pero me gusta. Se produjo un incómodo silencio. De repente Hanna se dio cuenta de que ahora que ella y Ginny ya no trabajaban juntas ya no tenían nada en común. Sus vidas habían tomado nuevas direcciones. Ella ya no tenía que preocuparse por cómo mantener la librería abierta y cómo lograr pagar las facturas.

Para variar, su suerte parecía estar cambiando.

Ginny, por otro lado, peleaba por llegar a fin de mes; era una mujer de treinta años que no tenía una familia a la que cuidar o de la que depender.

Hanna sintió lástima por ella. Estaba en una situación en la que ella jamás querría verse: sola y buscando compañía.

La voz de la mujer interrumpió sus pensamientos.

—¿Has tenido noticias de Dan?

Hanna negó con la cabeza.

—¿Te refieres a si ese capullo se ha molestado en devolverme el portátil? No —pronunció las palabras con enfado—. Me jodió bien.

Hanna le lanzó una estrecha mirada a su amiga.

—No era una buena persona —le recordó—. Lo único que hizo fue utilizarme y robarme. Ginny le dio un sorbo a su café.

—Es una lástima.

Hanna, enfadada, agarró tan fuerte la taza de café que se le pusieron los nudillos blancos.

—Sí, es una lástima. —Dan pertenecía ahora al pasado.

Ginny la miró un momento y luego negó lentamente con la cabeza.

—Es que no quiero que acabes sola —le empezó a temblar el labio inferior y vaciló un momento antes de acabar la frase—, como yo.

Cuando vio aquella imagen de abandono en la cara de la mujer, el enfado de Hanna desapareció. ¿Cómo se podía enojar con alguien que estaba tan sola que buscaba la compañía de una antigua amiga?

Ella y Ginny nunca habían sido amigas íntimas. Dios, si ni tan siquiera había estado en casa de aquella mujer. Todo cuanto sabía de ella era por las conversaciones que habían mantenido los días que había habido poco trabajo en la librería.

Hanna se frotó la cara con las manos; se había dado cuenta de que estaba tan absorta en sus propios problemas que había ignorado totalmente los del ser humano que tenía al lado. ¿Podía haber sido más superficial? Enfrente tenía la realidad de la soledad de una pobre mujer que se hundía lentamente en su propio futuro.

Empezó a pensar en muchas cosas, pero nada parecía tener demasiado sentido. El dolor que sentía en el pecho aumentaba con cada segundo que pasaba. Cómo deseaba poder hacer un gesto con la mano y lograr que los problemas del mundo desapareciesen por arte de magia.

—Tú no estás sola, Ginny. Ya sabes que siempre me tendrás a mí —se escuchó decir a sí misma—. Te prometo que tan pronto...

El timbre de la puerta la interrumpió por segunda vez aquel día.

Hanna se disculpó ante Ginny.

—¿Se puede saber cuándo me he convertido en la señorita Popularidad?

En la puerta había un mensajero. Esta vez no eran flores. Era un pequeño paquete muy bien envuelto y atado con un lazo.

De James.

Hanna, olvidando por completo la presencia de Ginny, rompió el elaborado envoltorio. Era una caja que contenía una joya.

Casi se le para el corazón. Le temblaban las manos y le costaba mucho respirar; abrió la caja. Dentro, un collar. Lo sacó de la caja. Era una delicada cadena de oro con un colgante. Reconoció aquel extraño diseño; era el mismo que había en el anillo de sello que llevaba James. Rápidamente abrió la pequeña tarjeta. «Mi otra mitad —decía misteriosamente—, pronto seremos uno...»

Leyó la tarjeta otra vez.

—Vaya, creo que esto me gusta.

—¡Qué bonito! —dijo Ginny por detrás—. ¿Te lo ha regalado el nuevo hombre que hay en tu vida?

Ella sonrió.

—Sí.

—¿Quién es?

Hanna admiró su nuevo tesoro.

—James Carnavorn.

Ginny arrugó la frente.

—¿No es el dueño del Mystique?

—Sí.

La mujer hizo una mueca con la boca.

—¿Qué?

—Nada.

Hanna frunció el ceño.

—Dime.

Ginny parecía incómoda.

—Bueno, sólo son rumores, pero he oído decir que es bastante popular entre las chicas... Ya sabes a lo que me refiero.

Hanna lo sabía perfectamente.

—¿Quieres decir que se acuesta con muchas mujeres?

—Eso y otras cosas que he escuchado. Dicen que organiza orgías en su casa, esa que tiene en las afueras de la ciudad, y que practica extraños rituales, magia negra.

Hanna entornó los ojos y miró hacia el techo.

—Oh, bueno, supongo que no te creerás eso...

El timbre de la puerta sonó por tercera vez interrumpiendo la conversación.

Cuatro paquetes. Grandes, rectangulares y también muy bien envueltos.

Hanna se abalanzó sobre ellos como un niño en Navidad. Le quitó el envoltorio al más grande y abrió las capas de papel de seda blanco que había en el interior. Un vestido. No era un vestido cualquiera, era un vestido de uno de los mejores diseñadores. Provenía de la tienda de ropa más cara de la ciudad, un lugar por el que ella no se podía permitir ni pasar y mucho menos entrar.

Lo sacó de la caja y se lo puso por encima del cuerpo. El vestido era impresionante. El atrevido diseño realzaba los pechos y los muslos. Era rojo, casi escarlata, y estaba hecho de seda pura.

Abrió la tarjeta que venía con el vestido. Era más grande que la anterior y más directa: «Tienes la noche libre. Un coche te recogerá a las ocho. Deberás estar preparada.»

En el segundo paquete había un par de zapatos a juego. Justo de su número. En el tercero había lencería: un sujetador, un tanga, un liguero y unas medias.

«Ponte esto», decía la nota que había dentro.

El cuarto paquete era el más sorprendente. Dentro había una capa. Era toda de piel gris. Debía de haber costado una pequeña fortuna.

Aunque no era muy amiga de llevar pieles de animales salvajes, Hanna se sentía halagada por el hecho de que James hubiera invertido su tiempo en elegir lo mejor para ella.

Flores, un collar, un vestido y una capa. Todo era abrumador. Se preguntó si sería así como James trataba a todas sus mujeres. Intuyó que no. Ya le había dejado claro que ella era mucho más que un ligue de una noche.

Ginny miró todos aquellos regalos con una agria mirada en el rostro.

—Parece que tu joven pretendiente va en serio contigo.

Hanna intentó dar poca importancia a todos los regalos que había esparcidos por el salón. Imposible. Estaba demasiado emocionada.

—Realmente espero que sí.

—Creo que no deberías aceptarlos.

Hanna lanzó a su amiga una incisiva mirada.

—¿Por qué no?

—Parece que esté intentando dominarte —dijo Ginny, señalando los regalos—. Que te vistas del modo que él quiere.

Hanna se burló.

—Eso es una tontería. —Volvió a envolver la carísima capa y la metió en su caja—. Sólo está siendo generoso.

Ginny no estaba de acuerdo.

—Te está comprando, Hanna. Está intentando convertirte en algo que no eres.

Ella se enfadó y olvidó sus modales.

—Tal vez es algo que sí quiero ser.

En cuanto pronunció aquellas palabras, se arrepintió de haberlas dicho. La cara de Ginny daba a entender que aquel comentario le había sentado como una bofetada.

—Gracias por el café, querida —dijo mientras abría la puerta principal.

Hanna, sintiéndose muy mal, corrió para hacer las paces con ella.

—Lo siento, Ginny. No te vayas.

La mujer le regaló una triste sonrisa.

—Me tengo que ir. Pronto empiezo a trabajar.

—Iré a verte —gritó Hanna.

Demasiado tarde.

Ginny ya se había ido y había cerrado la puerta al salir.

Hanna corrió hasta la ventana y subió las persianas justo a tiempo de ver a Ginny doblando la esquina.

Suspiró y miró el reloj. ¿Ya eran las cinco? Sería mejor que se diera prisa si quería estar lista para cuando el coche fuera a recogerla.

Un pequeño escalofrío le recorrió la espalda.

¿Qué más habría preparado James para aquella noche?

ThatBitch.
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Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 3 Empty Re: Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO

Mensaje por ThatBitch. Vie 30 Nov 2012, 6:21 am



Capítulo 23

El coche apareció a las ocho en punto. No era un coche cualquiera, era un Rolls Royce plateado. Era magnífico; parecía que acababa de salir de la tienda.

Un chófer elegantemente uniformado salió del coche y la guió desde la puerta hasta el coche.

—Acompáñeme, por favor, señorita Fawks.

—Gracias.

Hanna, que se sentía como si perteneciera a la realeza, se agarró su capa como si la piel fuera a cobrar vida y a salir corriendo. Definitivamente, James le estaba enseñando todo lo que tenía. Gusto. Encanto. Dinero. Si estaba intentando impresionarla, desde luego lo había conseguido.

El conductor abrió la puerta de atrás y la ayudó a entrar en el coche. En el asiento trasero, que estaba separado del conductor por un panel ahumado que le daba privacidad, había espacio para seis personas.

Hanna no pudo evitar deslizar la mano por la superficie del asiento. Era de piel y tan suave y flexible como el culito de un bebé. Muy bonito. El vehículo tenía todos los complementos que podía necesitar un ocupado ejecutivo para mantenerse en contacto con el mundo exterior y para entretenerse dentro del coche: teléfono, televisión, reproductor música y un pequeño minibar, bien surtido, en el que no faltaban las botellas en miniatura de los vinos y whiskies más populares.

Sobre el asiento la esperaba otro regalo. Una docena de rosas de color rosa pálido.

Casi se pellizca para asegurarse de que estaba despierta y no perdida en las profundidades de algún sueño derrochador.

—Joder, creo que me he muerto y estoy en el cielo. El chófer se dirigió a ella.

—¿Necesita algo, señorita? Hanna negó con la cabeza rápidamente.

—No. Todo está perfecto. Gracias.

—No hay de qué.

Hanna se reclinó en el asiento para disfrutar del trayecto y cogió una única rosa. Era preciosa. No tenía ni una imperfección. Se acercó la flor a la nariz e inhaló su embriagador aroma. ¡Dios!, se sentía como una princesa de camino al palacio de su príncipe. Cuánto lujo.

«Podría acostumbrarme a que me trataran así», pensó; luego frunció el ceño. ¿Cuánto durará? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que James ponga sus ojos en una mujer más guapa y se vaya tras su nuevo premio? ¿Algunas semanas? ¿Un mes? ¿Seis? ¿Sería lo suficientemente afortunada como para poder disfrutar de él un año entero? Hanna no lo sabía.

Pero había una cosa que tenía clara. Pensaba disfrutar de aquel viaje e ir hasta dondequiera que la llevase. Una oportunidad como aquélla sólo se presentaba una vez en la vida. Carpe diem. ¡Aprovecha el momento!

ThatBitch.
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Mensaje por ThatBitch. Vie 30 Nov 2012, 6:23 am



Capítulo 24

El corazón de Hanna latía con fuerza por la emoción justo cuando el Rolls se paró ante una enorme verja de hierro que había en un muro de piedra de dos metros de altura.

El conductor bajó la ventanilla y presionó el botón del interfono. Unos segundos después sonó un timbre. Las puertas de la verja se abrieron de par en par como el mar Rojo para dejar entrar al coche y a su única pasajera.

Mientras el vehículo se dirigía a la casa principal de la finca, Hanna, ansiosa por ver la mansión en la que vivía James, se inclinó hacia delante. Dos años atrás Carnavorn había hecho construir aquel lugar desde la primera piedra y no permitía la entrada de cámaras dentro de los muros que encerraban su residencia privada.

Se rumoreaba que construir aquel lugar había costado nueve millones de dólares y que se llamaba Hammerston por el estado que se suponía que él poseía en Inglaterra.

Hanna no sabía si se trataba de un título familiar o si lo había comprado con su fortuna. Ella pensaba que la llevaría a un buen restaurante o al club. No pensó que la llevaría a su residencia privada. Allí no se permitía la entrada de extraños. Si no entrabas con invitación, simplemente no entrabas.

Su mirada se paseó por los cuidadísimos jardines de frondosos árboles, arbustos y todo tipo de plantas que aquel año habían florecido antes de lo habitual. Era una noche para susurrarse, para besarse..., para dejar que floreciese el amor. Cerca de allí había un templete de madera. Estaba envuelto en sombras, silenciosas centinelas que jamás revelan los secretos entre amantes.

La casa, si es que se podía llamar casa a un edificio tan imponente como aquél, estaba en medio de la vasta extensión de césped verde. Era de piedra marrón y las numerosas torretas abovedadas que había en el tejado le daban un aire medieval que otorgaba una apariencia feroz a los tres pisos del edificio. Parecía que en cualquier momento iba a aparecer un caballero con su armadura montando un valiente corcel.

El Rolls se detuvo frente a la entrada principal. El conductor salió del coche y lo rodeó rápidamente para abrirle la puerta a Hanna. Le ofreció la mano y la ayudó a salir.

Ella subió por la ancha escalinata de piedra que conducía a la entrada cogida del brazo del conductor.

Por la fuerza que hacía el hombre al cogerla del brazo, parecía que estuviera intentando retenerla, vigilando que no saliese corriendo. Aquella silenciosa intensidad la hacía sentir incómoda. Además, tenía el estómago lleno de mariposas. A pesar de que aparentemente estaba tranquila, por dentro era un manojo de nervios.

Cuando subió el último escalón, se dio cuenta de que el escudo de armas de la familia Carnavorn estaba forjado en hierro sobre la puerta.

No hizo falta llamar para entrar.

Un mayordomo perfectamente ataviado abrió la puerta. Cuando vio a Hanna, le dedicó un ceremonioso saludo.

—Bienvenida, señorita Fawks —dijo con un ligero acento inglés—. Lord Carnavorn la está esperando.

Antes de que ella entrase, el anónimo conductor prácticamente la empujó hasta el umbral. Se sentía como una mosca que acababa de ser atrapada por la tela de una araña.

Hanna le regaló una ligera sonrisa e inclinó la cabeza.

—Gracias. Estoy encantada de estar aquí.

El mayordomo no esbozó ni la más mínima sonrisa.

—Por favor, sígame —dijo.

Hanna se presionó el estómago con la mano para intentar calmar sus nervios.

—Claro.

Siguió al hombre hasta el vestíbulo principal. Resultaba intimidante: estaba cubierto de paneles de madera y carísima cerámica. Al internarse en sus voluminosas profundidades, Hanna echó un vistazo a las pinturas que colgaban de las paredes.

Carnavorn era un coleccionista apasionado y había llenado la mansión de una impresionante selección de arte: había algunos retratos familiares, pero también poblaban las paredes algunas obras de auténticos maestros como Poussin, Bourdon y Vouet. No había duda de que los muebles eran de la más alta calidad, una prueba inequívoca de su más alta posición social y financiera en el mundo de la jet set.

Sus altísimos tacones de aguja hacían mucho ruido mientras andaba; intentaba que no se notase la prisa que tenía por encontrarse con James. Se pasó los dedos por su indomable pelo negro.

El mayordomo se paró ante unas puertas cerradas y las abrió. Se quedó fuera y se apartó para dejar que Hanna entrase sola en la habitación.

Se irguió y se deslizó en el interior del salón principal. Paseó la mirada por la habitación. La sala era espaciosa y cómoda, y tenía unos enormes ventanales desde los que se podía disfrutar estupendamente del paisaje. El suelo estaba cubierto por alfombras de enorme belleza. Cada una de ellas se había elegido minuciosamente.

Su presión sanguínea aumentó cuando advirtió que toda la decoración giraba en torno a un mismo tema: personas haciendo el amor en distintas posturas. Era un Kama Sutra virtual de estatuas, pinturas y otros objetos de arte; todos recreaban el mundo del sexo.

La habitación estaba llena de gente.

Y no estaban precisamente hablando y tomándose una copa; se encontraban en distintos niveles de desnudez. Se tocaban los unos a los otros y algunos hacían el amor mientras los demás, a su alrededor, miraban.

Haces de luz psicodélica se paseaban por las paredes, por el suelo y por el techo otorgando a la habitación una atmósfera ultramundana; parecía que estuvieran flotando por el espacio en una nave alienígena. El incienso cubría el ambiente de una ligera bruma.

Hanna era incapaz de contar el número de cuerpos que había allí.

«¡Dios santo! ¿Dónde me he metido?»

Inspiró con fuerza y se esforzó por no parecer totalmente conmocionada, pero no podía dejar de mirarlo todo. Hombres con mujeres, mujeres con mujeres y hombres con hombres... James no la había invitado a una velada íntima. La había invitado a una orgía.

De repente, aquellas personas dejaron lo que estaban haciendo y empezaron a mirarla y a susurrar.

A Hanna casi la supera el impulso de irse inmediatamente. Empezó a abrir la boca para protestar, pero algo en su interior la acalló. En lugar de sentir rechazo, la imagen que había ante sus ojos la fascinaba. Percibió la energía sexual que había en la habitación, la probó, la olió, se empapó de toda aquella atmósfera decadente.

Su piel estaba caliente y rígida, y sus sensibles pezones se habían endurecido contra el sujetador de seda que llevaba. En su estómago se desató lo que parecía una pequeña danza como muestra de apreciación de los preciosos cuerpos que estaban estirados por la habitación. No importaba que fueran hombres o mujeres, todos ellos eran personas con una apariencia espectacular. Exquisita.

Su curiosa mirada se dirigió al centro de la habitación.

James, como si de un raja entre sus concubinas se tratara, estaba acostado en un sofá, con dos mujeres medio desnudas a sus pies, que sujetaban sendas copas de vino y se acariciaban la una a la otra mientras se daban largos besos.

James arqueó sus oscuras cejas cuando la vio. Una sonrisa curvó la esquina de sus labios. Chasqueó los dedos y aquellas mujeres se apartaron para permitir que él se pusiera en pie. Caminó por entre aquel mar de cuerpos.

James la miró; estaba contento de que se hubiera vestido como él quería.

—Estás soberbia. Justo como yo creía que estarías. —La cogió de la mano, la atrajo hacia él y añadió alzando una ceja endiablada—: Estás para comerte.

—Gracias —contestó ella, que advirtió que él sólo llevaba unos pantalones y una especie de chaqueta de terciopelo; no llevaba camisa.

James deslizó las manos por las curvas de su cuerpo y las pasó por debajo de la capa de piel para acariciarle la espalda y apretarle el culo por encima de la seda del vestido.

—Tenía ganas de volver a verte.

Hanna, totalmente descontrolada, se puso nerviosa. Se pasó la lengua por los labios.

—¿Quiénes son todas estas personas? —Ni en sus más salvajes fantasías hubiera imaginado que los rumores sobre las fiestas privadas de James eran reales. ¿No eran ilegales las orgías en California? Tal vez eso explicaba los altos muros de piedra que rodeaban la mansión. Así era más difícil que los ojos curiosos pudieran ver lo que ocurría al otro lado.

James la atravesó con la mirada. Sus ojos tenían un tono más metálico que gris.

—Son miembros del colectivo y sus parejas. Por desgracia, nuestro número de integrantes ha disminuido. Ya solo quedan algunos cientos de Kynn. Los Amhais...

Más confusión.

—¿Los qué?

Él le quitó la capa de los hombros y se la tiró al mayordomo.

—Olvida lo que he dicho. Esta noche quiero que mires y disfrutes.

Las puertas se cerraron detrás de ella.

Hanna tragó saliva. El rubor le enrojecía las mejillas.

«Ya no hay vuelta atrás», pensó.

ThatBitch.
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Mensaje por ThatBitch. Vie 30 Nov 2012, 6:33 am



Capítulo 26

Hanna, medio dormida y aturdida, luchaba por despertarse. Abrió los ojos en una tenue y desconocida habitación. Se dio la vuelta sobre la almohada y siguió luchando contra aquella extraña desorientación.

«¿Dónde estoy?»

Miró a su alrededor. «No estoy en casa», pensó.

La habitación en la que estaba era muy bonita y había sido minuciosamente decorada; era el dominio de una mujer. La cama estaba cubierta por un dosel carmesí con detalles en oro y marfil; combinaba con las gruesas cortinas corridas ante las ventanas, que protegían la habitación de la luz exterior. Había jarrones con flores frescas colocados estratégicamente sobre varias mesas y su suave fragancia flotaba en el ambiente.

Después de entrar en el coche que James mandó a su casa, había perdido la conciencia del tiempo. Resultaba bastante terrorífico levantarse sin saber exactamente lo que había hecho la noche anterior.

Por debajo de las sábanas y el suave edredón, un hormigueo le recorría el cuerpo.

Se sentó y retiró las sábanas revelando su desnudez. Llevó las piernas hacia un lado de la cama y se puso de pie. La cabeza le latía con tanta fuerza que apenas podía ver. Se la cogió con las manos intentando frenar aquella agonía.

—¿Cuánto vino bebí ayer?

Tenía la sensación de que alguien le golpeaba la cabeza con un martillo: pum, pum, pum. Estaba agotada, tan vacía como una de las muchas copas de vino que se había tomado la noche anterior.

La noche anterior.

James. La orgía. Imágenes de sí misma, desnuda, desinhibida, bailando un sensual ballet con otros cuerpos. No quedó nada para la imaginación.

La noche anterior había practicado todas las posturas sexuales posibles. Le dolían los músculos de las piernas de haberlas tenido tan abiertas; se sentía como si su cuerpo hubiera sido amasado por las manos de docenas de cocineros.

Deslizó las manos por él y se observó: a su cabeza volvió el recuerdo de cómo la habían succionado y lamido. Su pálida piel estaba cubierta de pequeños cortes, rojos e hinchados; los tenía por todas partes: por los pechos, por el abdomen y por los muslos.

Dejó resbalar las manos por su vientre para investigar con las yemas de los dedos los cortes que tenía en la piel. En realidad, no le dolían nada. La habían bañado a conciencia y le habían masajeado con un aceite ligeramente perfumado.

¡Oh, no! Presionó sus fríos y húmedos dedos sobre las doloridas sienes; quería que el dolor se marchase, deseaba que todo aquello no fuera más que una pesadilla. Se sentó de nuevo en el borde de la cama e intentó reunir las piezas de lo ocurrido la noche anterior para conseguir que adquiriesen un poco de sentido.

«¡Oh, Dios!, ¿de verdad hice todo eso?»

Hizo un gran esfuerzo por mantener la calma a pesar de que las imágenes de lo que le había pasado la noche anterior la estaban poniendo enferma. ¿Cómo había dejado que James la mezclase en semejante libertinaje? El resentimiento y la furia inundaron su mente. ¿Tan fácil era para él manipularla? ¿Qué le estaba haciendo ese hombre? ¿Estaba intentando hacerle daño? ¿Humillarla? Se llevó una mano a la boca.

Se puso tensa.

—Está intentando hacerme las dos cosas, quiere hacerme daño y humillarme.

Luchó contra el pánico y se obligó a levantarse para buscar su ropa. Estaba cuidadosamente colocada a los pies de la cama.

Se puso las bragas y el sujetador. En aquel momento odiaba todos aquellos adornos; deseaba haberse puesto un chándal y no aquel maldito vestido que le había regalado James.

«¿Cómo iba yo a saber lo que iba a pasar?» Se puso el vestido y se colocó bien los finos tirantes por encima de los hombros, luego intentó subirse la cremallera, pero no pudo.

Estaba tan enfadada que no oyó cómo se abría lentamente la puerta detrás de ella, ni las suaves pisadas de James entrando en la habitación. Sólo se dio cuenta de que él estaba allí cuando la abrazó.

—Hanna —le murmuró delicadamente al oído, no quería que te despertaras sola.

Ella lo apartó.

—¡No me toques! Lo que me hiciste anoche es imperdonable.

Siguió vistiéndose. Se puso el sexy liguero, las medias y los zapatos; maldijo aquellos tacones de aguja cuando dio algunos pasos y se torció un tobillo.

—¡Mierda! —Las lágrimas brotaron de sus ojos y se deslizaron por sus mejillas. Cerró los ojos con fuerza y trató de convencerse a sí misma de que tenía la fortaleza suficiente para irse de allí. Pero era débil, muy débil... Lo único que quería hacer era enroscarse en aquella cama y morir.

James se acercó a ella por detrás y le puso las manos sobre los hombros.

—No hice nada que tú no quisieses hacer, querida.

Hanna se alejó de sus manos con repulsión.

—Bebí demasiado vino. No sabía lo que estaba haciendo, y tú y esos pervertidos os aprovechasteis de mí. —Sus palabras sonaron poco convincentes. Sabía perfectamente que estaba mintiendo, que no se había resistido a participar en la orgía. Había estado más que dispuesta a unirse a ellos, incluso se había sentido ansiosa por hacerlo. Le había resultado muy excitante sentirse tan libre sexualmente, tan desinhibida.

Los ojos de James se oscurecieron; Hanna nunca los había visto así. Era un tono peligroso.

—Yo no me aproveché de ti —contestó defendiéndose. Su incisiva mirada exploró las curvas del esbelto cuerpo de Hanna—. Te podías haber ido en cualquier momento.

—Pero no pude —contestó ella—. Yo estaba... perdida... —Se puso rígida—. Me siento violada.

James la cogió por la barbilla y le levantó la cabeza para poder mirarla a los ojos. Su presión era tan vigorosa, tan segura que ella le dejó hacer sin protestar.

—No se puede violar a alguien que lo desea, mi amor. Y tú lo deseabas tu cuerpo pedía a gritos el placer sexual. —Una pequeña sonrisa curvó sus labios—. Yo quería que entrases en mi mundo, Hanna, pero no existe una manera suave de hacerlo.

Ella le lanzó una furiosa mirada. No quería sus caricias.

—¿Entrar en tu mundo? —repitió secamente—. ¿En rituales de libertinaje y degradación? —Quería gritarle que era un ladrón, una sanguijuela que acosaba a las personas y se aprovechaba de sus debilidades sexuales—. Has cogido algo de mí que jamás podré recuperar, James. Te has llevado mi confianza.

Él liberó su enfado.

—Anoche me pareció que participabas muy activamente de lo que ahora parece repugnarte tanto. ¿Te sentiste obligada a hacer algo que no quisieras hacer?

Ella dudó un momento.

Se armó de valor. Tenía que ser fuerte. Resistir. Mantener el coraje. Su corazón latía con mucha fuerza y notaba un nudo en el estómago.

Se bajó la parte delantera del vestido y le enseñó el pequeño corte que tenía entre la clavícula y el pecho.

—¿Cómo explicas esto? —preguntó ella—. Por el amor de Dios, ¡me cortaron la piel y se bebieron mi sangre!

James le puso la mano en el cuello y ella pensó que la iba a estrangular. Pero él sólo deslizó los dedos por debajo de su mandíbula y luego por encima de su yugular.

—Yo también he bebido de ti, he probado tus esencias —contestó él—. ¿Recuerdas cómo hicimos el amor, cómo bebí de ti, cómo te tomé? —Su voz no era más que un susurro que la atormentaba; se llevó por delante las telarañas de los rincones más oscuros de su mente y evocó unos recuerdos casi demasiado intensos para saborearlos.

Multitud de recuerdos inundaron la mente de Hanna, un torrente de pasión, deseo y, finalmente, consumación. Se vio de nuevo en aquel parque. Ahora lo recordaba con más claridad; habían aparcado en un camino sin salida y se habían amado entre las frías sombras de la noche.

Hanna, temblando, se tocó el cuello. No necesitaba ver la pequeña cicatriz de su garganta para saber que estaba allí, que James había tomado su sangre al mismo tiempo que tomaba su cuerpo.

Sacó la lengua y se la pasó por los labios. Recordó los deliciosos besos que él le había dado y cómo ella había probado su propia sangre de los labios de James después de que él hubiera bebido de la fuente de su vida. Al hacerlo se excitó; había probado el néctar prohibido y deseó más. De repente sintió frío y se dio cuenta de que había formado parte de un ritual.

James la cogió entre sus brazos; la tenía cautiva en su fuerte y musculoso cuerpo.

—Pude sentir perfectamente lo mucho que deseabas que nuestros cuerpos se uniesen. —Con ternura, deslizó sus largos dedos por sus hombros hasta llegar a la curva de sus pechos. Los tomó en sus manos y la provocó frotándolos por encima de la suave y reveladora tela del vestido.

Ella dejó caer la cabeza hacia atrás. Sus pezones se pusieron erectos.

—¡Oh, Dios! Deja de hacer eso... No... para. —Quería alejarse, pero sabía que no podría.

Hanna cerró los ojos y se escuchó jadear mientras él deslizaba la lengua por su cuerpo provocándole una adormecedora sensación de languidez.

La boca de James buscó la suya con calculada lentitud y acabó con sus débiles protestas. Ella abrió ciegamente los labios y enroscó los brazos alrededor de su cuello. La besó hasta que le temblaron las rodillas. Hanna se dejó llevar por aquellas sensaciones; en aquel estado cualquier pensamiento racional era imposible.

Cuando James cogió el tirante de su vestido y lo bajó, ella no puso ninguna objeción. Deslizó sus provocativos y sensuales dedos por debajo del sujetador e hizo rodar la punta de su pezón entre los dedos índice y pulgar. Su caricia provocó sacudidas eléctricas que recorrieron cada centímetro de su cuerpo.

Antes de que se diera cuenta de lo que él estaba haciendo, le había quitado el vestido, que estaba a medio abrochar, y había dejado caer al suelo el sujetador. La sedosa tela del vestido se desmayó alrededor de sus pies.

—No puedes luchar contra tu propia naturaleza —susurró él adoptando un tono de voz deliberadamente provocativo y mirándola con necesidad y lujuria.

Con sorprendente facilidad, la cogió en brazos y la llevó hasta la cama. Ella se quitó los zapatos y sintió cómo se contraían los músculos de James cuando la dejó sobre las sábanas; luego se acostó a su lado.

James paseó su mirada por el cuerpo de Hanna con deliberada lentitud, recreándose en sus pechos y luego en la uve sombreada que había entre sus muslos y que estaba cubierta sólo por el sedoso y fino encaje. Las profundidades de los ojos de James ardían de deseo. El bajó la cabeza y empezó a chuparle la sensible punta de los pezones.

Hanna se mareó. «Madre mía, no me puedo creer que le esté dejando hacerme esto otra vez», pensó.

James deslizó la mano entre sus piernas y le separó los muslos. La estaba tocando donde ella deseaba que lo hiciera. El encontró y estimuló terminaciones nerviosas de su clítoris que ella no sabía ni que existían. Hanna se humedeció, se excitó, se moría de ganas de sentir su polla dentro de ella.

—Te deseo, James —se escuchó decir a sí misma. Su cuerpo también lo deseaba y se arqueaba contra él. La prueba de la necesidad de James presionaba su cadera.

—Todo a su tiempo, amor —murmuró él sobre la palpitante vena del cuello.

—Por favor —suplicó Hanna—, hazme el amor. —No se podía creer que aquellas palabras estuvieran saliendo de sus labios, pero no podía evitarlo.

Él le acarició la mejilla con los dedos.

—Para tomarte, debo beber de ti. —Su tono era más grave y profundo. Había adquirido un matiz hipnótico.

Hanna abrió los ojos y buscó los de James. Su mirada parecía más oscura, estaba llena de extrañas sombras que no le permitían ver lo que estaba pensando.

—¿Mi sangre? —susurró ella. Le temblaba un poco la voz—. ¿Por qué?

Él inspiró con fuerza.

—Te quiero llevar a mi mundo, Hanna. ¿Te rendirías a mí? ¿Confiarías en mí?

Había algo en su voz que la advertía de que no estaba bromeando, que estaba hablando completamente en serio sobre la intención de volver a beberse su sangre. La idea le produjo un escalofrío.

Ella se sentó de repente y apartó las manos de James de su cuerpo.

—Estoy intentando entenderte, James, pero ¿no crees que esta tontería de la sangre está llegando demasiado lejos?

Él le tocó la mejilla.

—No es ningún juego, Hanna. Beber sangre es la manera que tenemos de conectar con nuestros amantes. —Inspiró con fuerza y, adoptando un tono más serio, continuó— ¿Recuerdas que te hablé de mi especie, los Kynn? —La observó con atención esperando su reacción.

Hanna lo escuchaba, pero no acababa de entenderlo. Sacudió la cabeza incrédula.

—Pensaba que bromeabas, que esa historia formaba parte de tu juego de seducción. Por Dios, nunca pensé que hablases en serio...

Con miedo, se alejó de él. Ahora sus caricias la molestaban. ¿Cómo podía haber disfrutado al sentir los labios de James sobre los suyos o con las caricias de sus manos? ¡No era un hombre! Era un psicópata que acosaba a las mujeres y utilizaba el deseo sexual para saciar sus apetitos antinaturales.

Hanna pensó que se iba a desmayar hasta que consiguió no sentir otra cosa que ira. La ira la mantenía consciente, fuerte, alerta.

—Si se trata de una broma, James, es de muy mal gusto y está llegando demasiado lejos.

La reacción de Hanna cogió a James desprevenido.

Se puso tenso. Buscó la mano de Hanna y se la cogió, apretándola con fuerza.

—Hablo completamente en serio cuando te digo que soy un Kynn. Tú tienes que elegir si aceptas o no los regalos que te puedo ofrecer. No te voy a obligar a cruzar al otro lado. Se supone que debes venir por tu propia voluntad; creer en lo que somos y desear unirte a nosotros.

Hanna se estremeció al escuchar el rugido que había en la voz de James.

—¿Unirme a vosotros? —Repitió incrédula—. ¿De dónde sacas la idea de que yo quiero ser una mujer vampiro?

La respuesta de James la dejó atónita.

—Tú naciste para ser uno de los nuestros.

Ella lo miró con recelo.

—¿Cómo lo sabes?

—Tienes la marca, la marca que creía que era imposible que tuviera otra persona en el mundo. —Le acarició la pierna con la mano.

Hanna siguió su mano con la mirada. Se había posado sobre la extraña marca de nacimiento que tenía en el muslo.

—¿Esto? Esto no es una señal divina. Sólo es una marca de nacimiento.

A James se le dibujó una pequeña sonrisa en los labios.

—Piensa lo que quieras. Para mí es una señal. Tú naciste para ser mía, para convertirte en mi alma gemela, en mi pareja de sangre. Creo que es el destino. —Le acarició el muslo.

Ella tembló y apartó la pierna.

—Estás loco —en cuanto dijo aquellas palabras se arrepintió de haberlo hecho. ¿En qué estaba pensando al insultar a aquel psicópata? Se sentó tensa junto a él; sabía que si él se lo proponía la podía dejar sin sentido cuando quisiese. Estaba segura de que nadie iría a socorrerla si chillase pidiendo ayuda.

El negó con la cabeza.

—En el fondo de mi corazón, sé que es cierto. Puedo sentir tus apetitos y la angustia que has pasado porque siempre has sentido que no pertenecías al mundo de la gente común. Siempre has tenido la sensación de que mirabas algo que no podías tener, ¿verdad? Envidiabas aquello que otros tenían y tú no. Yo te puedo dar el hogar que nunca has tenido. Puedo hacer que por fin sientas que perteneces a un lugar.

La voz de James retumbaba en sus oídos. «Que nunca has tenido...»

—No —tragó saliva. Tenía la boca inexplicablemente seca. De algún extraño e inquietante modo, las palabras de James parecían tener sentido. Pero aquello era imposible. Eso que él aseguraba que era, un vampiro, simplemente no existía. Iba contra toda lógica y contra la mismísima naturaleza.

James se aflojó los botones del cuello de la camisa para mostrarle la cicatriz de su cuello. Cogió la mano de Hanna y la obligó a deslizar los dedos por encima de ella.

—Siempre es difícil aceptar la verdad sobre nuestra especie, pero nunca te he mentido. Te he explicado hasta donde he creído que podías entender.

Hanna intentó retirar la mano, pero él no la soltó.

—No me lo explicaste todo. —Su tono era gélido y se le escapó una risa seca—. Pero tampoco me importa. —Estiró el brazo con más fuerza y lo obligó a soltarle la mano—. Me pueden joder una vez, pero dos no.

Él se aclaró la garganta e intentó explicarse.

—Hace mucho tiempo yo era como tú. Mortal. Estaba atrapado en las debilidades de la carne. Pero te puedes escapar de esa prisión, liberarte de sus limitaciones. Yo te puedo ofrecer la verdadera eternidad. Todo lo que tienes que hacer es creer en mis palabras y aceptar lo que eres.

Hanna resbaló lentamente de la cama y quedó fuera del alcance de James. Aunque era un poco tarde, la sensatez y una firme determinación volvieron a ella. No le gustaba que la engañasen, no importaba la intención que se escondiera tras el engaño.

—El problema es que no creo en ellas. —Esbozó una pequeña sonrisa. Las lágrimas resbalaron por su rostro—. Lo siento. No puedo jugar más a este perverso juego.

James se apoyó en un codo.

—Hanna —suplicó alargando la mano hacia ella—, por favor, ten en cuenta que yo jamás te haría daño...

Ella se rió. Sintió que le iba a explotar el pecho por el amargo dolor que atenazaba su corazón.

—Si no quieres hacerme daño, olvídate de mí. Mantente alejado de mí. No puedo vivir en tu perverso mundo fantástico.

James se levantó bruscamente. Las palabras de Hanna lo enfurecieron. Con cierto aire despectivo, volvió la cabeza y se rió. El sonido de su risa clavó astillas bajo la piel de Hanna. Su mirada de acero se endureció y sus ojos se achinaron siniestros.

—Me perteneces, Hanna —dijo arrastrando las palabras—. Eres sólo mía. Puedes huir ahora, pero no podrás escaparte de mí para siempre. Un día no muy lejano iré a buscarte. Y cuando lo haga, te unirás a mí voluntariamente.

Ella sacudió la cabeza como si quisiese salir de un trance.

—¡No! ¡Tú eres prisionero de tu maldito pequeño mundo, pero yo no! ¡Jamás me uniré a ti! ¡Jamás!

Sus afirmaciones eran tan afiladas como la hoja de un cuchillo. Tenía la amarga intención de herirlo, de marcarlo del mismo modo que él la había marcado a ella. En realidad, si Hanna hubiera tenido un cuchillo en la mano, lo habría hundido en aquel duro cuerpo que la tentaba con tanta facilidad.

Durante el tenso silencio que prosiguió a su histérica reacción, parecía que todo se había quedado suspendido, incluso los latidos de su corazón.

La estudiada pausa de James parecía diseñada para desequilibrarla. Entre ellos se abrió un profundo abismo y ella se dio cuenta de que él la podía abrumar fácilmente, podía inundar sus sentidos si lo deseaba.

—¿Tanto te asusto? —preguntó él con perspicacia y con una fría y cruel sonrisa en los labios. En realidad, no era una sonrisa, más bien era una mueca burlona.

¡Valor!

Hanna, decidida a romper el extraño pacto que habían sellado, no dejaba de pensar en las cosas horribles y degradantes a las que él la había expuesto.

Sus mejillas enrojecieron; le ardía el rostro. La misteriosa e impenetrable mirada de James parecía disfrutar de su lucha interna. El tinte de acero en su tono de voz la podría haber matado si hubiera sido un objeto tangible. El corazón de Hanna latía con una fuerza salvaje. ¿Podía él darse cuenta de lo aterrorizada que estaba? Si se acercara a ella, estaba segura de que se desmayaría y moriría. Estaba segura de que no podría soportar sus caricias una tercera vez.

«Lucha contra él», se dijo. Si no luchaba contra él, James la vencería, la tomaría y haría con ella lo que quisiera. «Eso es lo que está intentando hacer. Controlarme. Poseerme.»

—No quiero oír ni una palabra más. Sólo quiero salir de este maldito lugar. —Aquella crispada y agresiva voz apenas parecía la suya.

Cogió el vestido del suelo y se lo puso rápidamente; sabía que debía irse o caería presa de los deseos de James. Tenía que escapar; lo maldecía por el demonio en el que la quería convertir. Le quería quitar la voluntad y el alma.

Hanna, medio desnuda, huyó de la habitación. Corrió ciegamente por el vestíbulo y luego descendió por un largo y curvado tramo de escaleras. No tenía ni idea de dónde iba o de lo que iba a suceder a partir de aquel momento.





ThatBitch.
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Mensaje por {CJ} Vie 30 Nov 2012, 8:42 am

Me encantaron los capítulos!!!

Ahora no tengo mucho más tiempo para extenderme comentando pero quería decirte que espero que puedas continuarla pronto!!!

Muchos besos y abrazos psicológicos!! Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 3 1606340316
{CJ}
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