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Un príncipe a su servicio.[Nick y Tu]
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Un príncipe a su servicio.[Nick y Tu]
Nombre:
Un príncipe a su servicio.
Autor:
Linda Turner.
Adaptación:
Sí. Adaptación de la novela homónima, serie Los romances de la Corona. Propiedad de Harlequín Ibérica.
Género:
Romance, drama, etc.
Advertencias:
Lemon.
Otras páginas:
No lo sé.
Argumento:
La búsqueda del príncipe heredero había comenzado.
La periodista ___________ _______________(TAp) nunca había soñado con llamar la atención de un rey, pero cuando descubrió que el príncipe desaparecido estaba vivo, se sintió obligada a ayudar a la familia real a encontrarlo… incluso si eso significaba aunar esfuerzos con Nicholas Jonas, un duque increíblemente atractivo. Nicholas era el siguiente en la sucesión al trono… y el último hombre de quien ___________ debería enamorarse. Pero eso fue lo que hizo y ahora, embarcada junto a él en la búsqueda del príncipe, no hacía más que soñar con que algún día se convertiría en su novia.
Un príncipe a su servicio.
Autor:
Linda Turner.
Adaptación:
Sí. Adaptación de la novela homónima, serie Los romances de la Corona. Propiedad de Harlequín Ibérica.
Género:
Romance, drama, etc.
Advertencias:
Lemon.
Otras páginas:
No lo sé.
Argumento:
La búsqueda del príncipe heredero había comenzado.
La periodista ___________ _______________(TAp) nunca había soñado con llamar la atención de un rey, pero cuando descubrió que el príncipe desaparecido estaba vivo, se sintió obligada a ayudar a la familia real a encontrarlo… incluso si eso significaba aunar esfuerzos con Nicholas Jonas, un duque increíblemente atractivo. Nicholas era el siguiente en la sucesión al trono… y el último hombre de quien ___________ debería enamorarse. Pero eso fue lo que hizo y ahora, embarcada junto a él en la búsqueda del príncipe, no hacía más que soñar con que algún día se convertiría en su novia.
Última edición por MissMarshmallow el Lun 22 Oct 2012, 3:16 pm, editado 1 vez
MissMarshmallow
Re: Un príncipe a su servicio.[Nick y Tu]
Capítulo 1
—¿___________? Willy ha telefoneado tres veces en tu ausencia. Quiere que lo llames, ha dicho que era importante —siempre de punta en blanco con trajes de diseño, Selena Gómez era una asidua de las fiestas de los famosos. Disfrutó pasándole el recado a ___________ en cuanto ésta volvió del almuerzo.
«Bruja», pensó ___________ al ver la mueca burlona de Selena. Si no fuera hija del dueño del Denver Sentinel, el periódico por el que ___________ sudaba sangre, le habría dicho que se pegara un tiro. Pero ___________ no tenía un pelo de tonta y no pensaba entrar al trapo. Había tardado nueve años en ascender de copista a reportera y, por fin, a columnista, y pensaba defender su logro con uñas y dientes. Desde que, hacía un mes, Selena se había incorporado a la plantilla como la nueva reportera de las páginas de sociedad, le había dejado claro a ___________ que no sólo quería quitarle el puesto sino buscar un motivo para llorarle a su papá y conseguir que éste la despidiera. ___________ no pensaba darle ese motivo.
Pero, ¡maldición, no era fácil! No era una de esas mujeres dóciles de modales suaves que se dejaban pisotear. Sabía defenderse sola y se enorgullecía de ello. Así que morderse la lengua y forzar una sonrisa le exigía cierto esfuerzo.
—Gracias —le dijo al tiempo que tomaba el post-it rosa que Selena le tendía—. Luego lo llamo.
—Sí, porque si no lo haces tú… —repuso la joven con la mueca burlona más pronunciada que nunca—. Ese tipo cree que Elvis sigue vivo. ¿Por qué pierdes el tiempo con él? Es un pirado.
___________ no podía replicar. No había duda de que a Willy Cranshaw le faltaban unos cuantos tornillos. Vivía como un ermitaño en las montañas del norte de Boulder, y no hacía más que llamar a la policía con sus chifladuras. Carecía de credibilidad entre las autoridades, y ___________ no sabía por qué seguía aceptando sus llamadas. A lo largo de los años, le había dado algunas pistas buenas, pero no compensaban el esfuerzo de tratar con él. Aun así, se compadecía de él. Estaba muy solo, y ___________ comprendía esa sensación. Hacía dos meses que había roto con Robert y nunca en la vida se había sentido tan sola.
—Necesita a alguien con quien hablar de vez en cuando, nada más —repuso ___________, y no la sorprendió que Selena chasqueara la lengua con desdén. La fortuna y la posición social de su padre le garantizaban un lugar en el mundo y una persona con quien hablar, aunque sólo fuera un terapeuta; ella jamás comprendería cómo era la vida para un hombre como Willy.
—Si es a eso a lo que quieres dedicar tus horas de trabajo, adelante —dijo la joven, y se echó la melena hacia atrás—. Yo preferiría hablar con alguien que pudiera darme un reportaje de verdad.
Cuando se dio la vuelta y se alejó con sonrisa de superioridad, elevando su nariz perfecta de cirugía, ___________ se sintió tentada de arrojarle el reloj. Afortunadamente, el timbre del teléfono la distrajo. Lanzando a la espalda de Selena una última mirada furibunda, descolgó.
—___________ _______________(TAp) al habla.
—¡___________! ¡Menos mal! Llevo toda la mañana intentando hablar contigo. ¿No te han pasado mis mensajes?
—Hola, Willy —dijo con una mueca irónica. Hablando del rey de Roma…—. Acaban de pasarme tu recado. Selena me ha dicho que tenías algo importante que contarme.
—No me gusta esa chica —comentó, distrayéndose al instante—. Me trata como si fuera subnormal.
___________ no pudo evitar reír.
—Sí, te comprendo. A mí me hace lo mismo. Pero no me has llamado por eso, Willy —le recordó—. ¿Qué pasa?
En un abrir y cerrar de ojos, retomó el hilo de la conversación.
—¡Es el príncipe! ¡Está vivo! —exclamó con entusiasmo.
A ___________ no le hacía falta preguntar a qué príncipe se refería. Sólo había uno desaparecido, y era el príncipe Lucas Jonas, el primogénito del rey Marcus y de la princesa Gwendolyn de Montebello, heredero del trono de una isla independiente del Mediterráneo Oriental.
Atlético y apuesto, tenía una vena alocada que, sin duda, había hecho encanecer a su padre antes de tiempo y lo había convertido en el principal protagonista de la columna de difusión nacional en la que ___________ hablaba de las vidas y los amores de las familias reales. Y a ella le encantaba precisamente por eso. Tenía una personalidad extraordinaria y era muy querido en todo el mundo. Cuando, el invierno pasado, su avión se estrelló en las Rocosas de Colorado y lo dieron por desaparecido, ___________ lloró la pérdida como cualquier otra persona… y siguió todas las pistas. Pero no había surgido ninguna novedad en los más de seis meses transcurridos desde el cierre de la investigación, y ella, como todo el mundo, había acabado dándolo por muerto.
—Hace un año de eso, Willy —dijo con suavidad—. Es imposible que esté vivo después de tanto tiempo.
—Pues tiene que estarlo. Tengo la prueba.
—¿En serio? ¿Qué prueba es ésa?
—Algo que encontré en los bosques —dijo con astucia—. Si quieres el resto del reportaje, tendrás que venir a verme.
___________ sabía que la estaba chantajeando y que sería una estúpida si picaba. Había tratado con Willy en demasiadas ocasiones en el pasado como para creerse todas sus historias. Era el mismo hombre que había afirmado ver a Elvis, al Papa y a un extraterrestre o dos en las remotas montañas en las que vivía. Antes de subirse a un coche y viajar a Boulder, ___________ debía asegurarse de que no se trataba de una broma pesada.
Se recostó deliberadamente en la silla y dijo:
—A ver si lo entiendo. Has encontrado algo en los bosques que demuestra que el príncipe está vivo, y me has llamado a mí en lugar de a la policía. ¿No es un poco sospechoso?
No lo negó.
—No podía llamar a la poli —se limitó a decir—. Amenazaron con meterme en la cárcel por hostigamiento si volvía a hacerlo.
___________ no lo ponía en duda. Sabía, por propia experiencia, lo insistente que era Willy cuando tenía una primicia: la telefoneaba hasta ocho o nueve veces al día. Aun así, era un tontorrón inofensivo. Sólo quería llamar un poco la atención, sentirse importante, como todo el mundo.
Por eso mismo, debería haberlo tranquilizado y haber colgado, pero no podía hacerlo si existía la más remota posibilidad de que estuviera diciendo la verdad.
—Será mejor que no me mientas, Willy —le advirtió—. Sí voy a Boulder y esto resulta ser otro avistamiento de Elvis, no volveré a aceptar ninguna de tus llamadas.
—Yo no te haría eso. Sabes lo que pienso de la realeza, no me lo inventaría.
Selena la habría llamado estúpida por creerlo pero, si Willy decía la verdad y el príncipe seguía vivo, sería el reportaje más importante de toda su carrera.
—Iré lo antes posible —le prometió—. ¿De acuerdo?
Lo oyó suspirar de alivio.
—Te estaré esperando.
Aunque ___________ había estado varias veces en el refugio de Willy, se sorprendía cada vez que lo encontraba. Situada en lo alto de un cañón desierto muy alejado del camino, la construcción de troncos de madera se perdía en la arboleda coronada de nieve que la circundaba. Quien no conociera su existencia, pasaría de largo sin verla.
Detuvo el jeep rojo delante del refugio, pero no llamó a la puerta principal. No sabía qué le había ocurrido a Willy en Vietnam, porque enmudecía a la mera mención de la guerra, pero hacía treinta años que vivía recluido. Sólo se relacionaba con un puñado de personas, y siempre según ciertas reglas. Nunca abría la puerta principal a nadie.
Sentía su mirada, y no la sorprendía que la estuviera observando. Aunque se hubiera aislado del mundo, seguía al tanto de todo lo que ocurría a su alrededor. Sabía cuándo invadían su espacio.
Dobló la esquina de la casa, se acercó a la puerta de atrás, llamó dos veces, esperó un momento y volvió a llamar. Sabía por experiencia que, aunque la estaba esperando y sabía que había llegado, no abriría la puerta si no llamaba correctamente… porque podía ser una impostora enviada por el gobierno para detenerlo.
Y aquél era el hombre que iba a darle el reportaje de su vida.
Regocijada, observó cómo la puerta se abría despacio y no se inquietó cuando Willy miró detrás de ella, hacia los árboles, para asegurarse de que no la había seguido nadie.
—No hay moros en la costa —le aseguró—. Sólo estamos tú, yo y las ardillas.
Sin aceptar su palabra, siguió escudriñando la espesura hasta que se quedó satisfecho. Abrió la puerta un poco más y se hizo a un lado.
—Pensé que no ibas a llegar. Mira esto —y antes de que ella pudiera darle las gracias por dejarla pasar, Willy le plantó algo suave en las manos.
Sorprendida, ___________ frunció el ceño al ver lo que parecía un trapo sucio. Después, se fijó en el emblema bordado que llevaba cosido. Una azucena con dos espadas cruzadas: la insignia de la familia Jonas. Estaba mugrienta y desgastada, pero la habría reconocido en cualquier parte.
Con el corazón golpeándole con fuerza las costillas, miró a Willy con intensidad.
—¿Dónde has encontrado esto?
—En el bosque, a unos ocho kilómetros de los restos del avión. Es del príncipe, ¿verdad?
Sin decir palabra, ___________ extendió la tela y vio que era una bufanda. Una bufanda de cachemira de color celeste que le había visto lucir en el cuello en una fotografía que habían tomado de él pocos días antes del accidente. Según los informes publicados, su madre, la reina Gwendolyn, la había encargado especialmente para él y no había otra igual en el mundo.
Fue entonces cuando cayó en la cuenta. Willy no había mentido. Era imposible que una bufanda del príncipe hubiera aparecido a ocho kilómetros de los restos del avión si él no la hubiese llevado al cuello. Santo Dios, ¡seguía vivo!
Mareada de emoción, se debatía entre la risa y el llanto. El príncipe Lucas estaba vivo. Y, gracias a Willy, el reportaje era suyo, pensó, atónita. ¿Quién lo habría dicho?
Quería darle un abrazo, pero sabía que a Willy le daría un síncope si lo hacía, así que le sonrió y dijo:
—Desde luego, lo parece. Vamos a sentarnos, Willy. Quiero que me lo cuentes todo desde el principio. ¿Cuándo has encontrado la bufanda? ¿Has visto alguna otra pertenencia del príncipe? ¿Quién más lo sabe?
—¡Detén las rotativas! ¡El príncipe Lucas está vivo!
Cuando entró en el despacho de Simón Maxwell, a ___________ no la sorprendió que su jefe reaccionara a la noticia con un resoplido de incredulidad. Brusco y cínico, cáustico como el ácido, Simón no creía nada hasta que no lo veía por escrito.
—Sí, claro. Y yo soy la reina de Inglaterra. Pensaba que estabas trabajando en un reportaje de verdad, Pelirroja. No te pago para que escribas cuentos de hadas.
En otro momento, ___________ habría replicado al oír su insufrible apodo, pero aquel día, no. No cuando estaba flotando y se sentía tan satisfecha consigo misma y con su trabajo. Gracias a Willy, su puesto en el periódico nunca había sido más sólido. Tenía una primicia y no veía a Miss Nepotismo por ninguna parte. La vida no podía ser mejor.
Con una sonrisa de triunfo, metió la mano en el bolso, sacó la bufanda y la dejó caer sobre el escritorio.
—Que yo sepa, Boliche, no hay nada como un final feliz. Échale un vistazo a esto si no me crees.
Simón detestaba su apodo tanto como ella el suyo, pero apenas se dio cuenta. Tenía los ojos clavados en la bufanda y en su insignia dorada, que conocía tan bien como ella. Le indicó que se sentara y gruñó:
—Parece que tienes algo que contarme.
___________ no necesitó más estímulo. Se dejó caer en la silla y le contó la historia de cabo a rabo. Por desgracia, no tenía el final feliz… todavía.
—Sé que está vivo, Simón. ¡Tiene que estarlo! Esto demuestra que se alejó de los restos del avión.
—No necesariamente —protestó su jefe, haciendo de abogado del diablo—. Podría haberlo arrastrado un animal.
—¿Y haber encendido una hoguera? —le espetó—. Willy ha dicho que encontró la bufanda cerca de una hoguera apagada, a ocho kilómetros del lugar del accidente.
Dicho así, Simón no podía replicar.
—¿Quién más lo sabe?
Sin sorprenderse de la pregunta que ella misma había formulado horas antes, sonrió de oreja a oreja.
—Tú, yo y Willy. Los reyes todavía no lo saben. Willy tenía miedo de contárselo a las autoridades.
No hacía falta que le explicara por qué. La reputación de Willy entre la policía era archiconocida por todos los periodistas de Denver. Simón se inclinó hacia delante para asegurarse de que había oído bien.
—¿Quieres decir que los reyes todavía no saben que su hijo podría estar vivo?
Con ojos azules centelleantes, ___________ asintió.
—Eso es, Boliche.
—Entonces, tienes que ir a Montebello a decírselo.
A ___________ le sorprendió aquella orden.
—¿Qué? ¿No deberíamos llamar a la policía?
—¿Para que filtren la exclusiva a todos los de la prensa del corazón? ¡Ni hablar! Vete a casa y haz las maletas. Yo te reservaré el billete de avión y te daré dinero para gastos. Tienes que darte prisa. Quiero un recuento detallado de todo lo que pasa. ¡De todo! —enfatizó—. A los reyes les dará un infarto cuando se enteren de que el príncipe está vivo…
Lanzándole instrucciones como dardos, no vio a Selena Gómez en el umbral hasta que ésta preguntó:
—¿Qué príncipe? ¿De quién habláis? Cielos, ¿del príncipe Lucas? ¿Lo habéis encontrado?
Tomados por sorpresa, los dos levantaron la vista y maldijeron. A juzgar por la expresión de Selena, había oído más de lo deseable. Lanzándole una mirada severa, Simón gruñó:
—Estás irrumpiendo en una conversación privada. Que tu papá sea el dueño de este periódico no te da derecho a entrar sin llamar.
Podría haberse ahorrado el esfuerzo. Haciendo caso omiso del sermón de etiqueta, Selena replicó:
—Si tenéis pruebas de que el príncipe Lucas está vivo, debería ser yo quien fuera a Montebello. He viajado por todo el mundo con mi padre. Tengo contactos que me permitirán entrar en palacio por la puerta grande y conseguir una audiencia con los reyes. Ella, en cambio, no.
Aunque estaba furiosa con la joven porque intentaba robarle la exclusiva, a ___________ se le cayó el alma a los pies. No podía esgrimir ni un solo argumento en defensa propia. Selena tenía razón: ella nunca había viajado a Europa y no sabía cómo conseguir una audiencia con los reyes. Su única carta de presentación era su ingenio y la bufanda del príncipe, y quizá no la llevara a ninguna parte. Además, lo importante era que los padres del príncipe recibieran la noticia de que su hijo podía estar vivo. Si Selena estaba en condiciones de hacerlo y se quedaba con el reportaje, ___________ no podía culpar a Simón. Su jefe estaba entre la espada y la pared. No sólo tenía que publicar un buen periódico, sino hacer feliz al dueño, y eso suponía hacer feliz a Selena.
Pero, ¡maldición, aquél era su reportaje! Y no quería desistir… en especial, ante aquella rubia estúpida que se aprovechaba del dinero y de la influencia de su padre para conseguir lo que quería. Lanzó una mirada a Simón y se preparó para la decepción.
—Tú decides. ¿Quién va?
Ni siquiera pestañeó.
—Tú. La noticia es tuya.
___________ creyó haber oído mal. Pero Selena empezó a balbucir protestas, y comprendió que había ganado. Entusiasmada, se puso en pie y se arrojó en los brazos de Simón.
—¡Gracias, gracias, gracias! No lo lamentarás. Ya verás cuando veas el reportaje. ¡Será genial!
Dándole una palmadita en el hombro, Simón no pudo reprimir una media sonrisa.
—No te pongas sentimental —la regañó con voz ronca—. Venga, en marcha. Tienes un avión que tomar.
—¡Pero quiero ir yo! —exclamó Selena—. ¡No es justo!
—Tengo un encargo más importante para ti —le dijo Simón mientras ___________ corría hacia la puerta—. Necesito a alguien que vaya a Hollywood para entrevistar a Brad Pitt. Eres la chica ideal para el trabajo.
Hacía tiempo que la sala del trono del palacio real de Montebello apenas se usaba para actos oficiales. Allí se había celebrado la coronación del rey Marcus y de la reina Gwendolyn, pero casi todos los invitados del rey que visitaban la sala se interesaban por los mosaicos de las paredes, que representaban la historia del país. Aquel día, no. El rey Marcus había reunido a su familia, a Joe y a Kevin Miller, dos aliados norteamericanos que defendían sus intereses, y a la familia que gobernaba el país vecino, Tamir. Las dos familias reales llevaban mucho tiempo esperando la decisión del rey Marcus, en especial, desde que los dos países largo tiempo rivales habían estrechado lazos con el matrimonio de la hija mayor del rey Marcus, la princesa Julia, y el hijo del jeque Ahmed Kamal, Rashid, el príncipe heredero de Tamir. Hacía poco que Julia y Rashid habían dado al rey Marcus y al jeque Ahmed su primer nieto y, por consiguiente, la familia real de Tamir estaba preocupada por quién ocuparía el trono montebellano y por cómo afectaría ello a las relaciones futuras entre los dos países.
Mientras pululaban por la sala, hablando en voz queda, los invitados levantaban los ojos de vez en cuando al reloj de la pared. Y con motivo. El rey Marcus llegaba con retraso a la reunión que él mismo había convocado. Las especulaciones recorrían la sala como ondas de calor en un día de verano. ¿Dónde estaría el rey? ¿Habría decidido no pronunciarse aquel día? ¿Qué estaba sucediendo?
—Deberías ir a ver lo que pasa —le dijo el príncipe Rashid a su esposa, Julia—. No es una decisión fácil para tu padre. No quiere reconocer que Lucas ha muerto.
Y Julia lo comprendía. Su hermano siempre había rebosado vida. No lo imaginaba muerto a los treinta y seis años, pero hacía uno que había desaparecido, y tanto ella como el resto de la familia debían aceptar su muerte. Si hubiera sobrevivido al accidente y a las ventiscas que habían azotado las Rocosas los días siguientes, ya habría encontrado la manera de volver con ellos.
La incertidumbre era lo que atormentaba a sus padres. Los había visto debatirse entre la esperanza, la desesperación y, finalmente, la resignación, y se compadecía de ellos. Desde que había dado a luz a su hijo, Ornar, no quería ni pensar en lo que sentiría al perderlo. ¿Cómo superaba un padre la muerte de su hijo?
—Papá necesita un poco de tiempo, nada más —dijo con voz ronca, reprimiendo las lágrimas—. Vendrá enseguida.
No muy lejos, el padre de Rashid, el jeque Ahmed, y su otro hijo, Hassan, contemplaban a los presentes junto al consejero del jeque, Butrus Dabir. En un pasado no muy lejano, los Kamal jamás se habrían acercado a los Jonas ni a Montebello. Un compromiso matrimonial roto en el siglo XIX había provocado una lucha centenaria que habría continuado indefinidamente si la princesa Julia y el príncipe Rashid no se hubieran enamorado. Por fortuna, con la boda y el nacimiento del bebé, todo había cambiado, pero nadie había olvidado el pasado.
—Esperaba que el rey nombrara herederos a la princesa Julia y a Rashid, pero corre el rumor de que el duque Nicholas Jonas es el principal candidato —dijo Butrus en voz baja.
—Es comprensible —repuso el jeque Ahmed—. Los Jonas llevan gobernando Montebello desde 1880. El rey Marcus quiere proteger ese legado dejando la monarquía en manos de un Jonas. Julia es una Kamal… como su hijo —añadió con orgullo. No hacía falta decir que Ornar era su ojito derecho.
—Nicholas es el sobrino del rey Marcus y su principal ayudante —añadió Hassan—. Además de ser un héroe militar, es muy respetado por los montebellanos. Es la elección lógica para suceder al rey ahora que el príncipe Lucas ha muerto. Nicholas es un buen hombre, seguirá los pasos de Marcus y mantendrá nuestros lazos con Montebello.
—Cierto —dijo Butrus—. Pero, como heredero de la corona, Nicholas tendrá que abandonar su cargo de jefe del servicio de inteligencia. No le resultará fácil.
Al otro lado de la sala, los pensamientos de Nicholas seguían el mismo camino. Quería a su tío y, por el bien de su país, haría lo que éste le pidiera. Pero, en el fondo de su corazón, deseaba que Marcus no lo escogiera. No le apetecía ser rey.
En cambio, Desmond, su hermanastro ilegítimo, tenía una visión muy distinta de la situación. Mientras esperaba a que Marcus hiciera acto de presencia, se frotaba las manos con expectación.
—Hoy serás nombrado rey —le dijo a Nicholas con orgullo—. Nadie lo merece más que tú.
Nicholas no pudo evitar reír.
—¿No te precipitas un poco? El rey decide por sí mismo. No sabemos a quién va a elegir.
—Por supuesto que sí —respondió su hermano con rotundidad—. Eres perfecto para el puesto, y el rey lo sabe. Créeme, hoy será el día más importante de tu vida.
A Nicholas no lo sorprendía el apoyo absoluto de Desmond. Siempre había contado con él. Desde que había entrado en su vida, cuando Nicholas tenía trece años, había estado a su lado mientras su hermano mayor, Max, no lo había hecho. Sí, Nicholas sabía que Max lo quería, pero Max se había alistado en el ejército montebellano a los dieciocho años y, después, se había ido a vivir a Estados Unidos. Desde entonces, sólo viajaba a Montebello en momentos señalados. Desmond, por el contrario, siempre estaba a su lado, aunque tenían madres distintas y no los habían educado juntos desde pequeños.
—No sé —repuso Nicholas con ironía—, pero si el rey me eligiera, espero que seas uno de mis consejeros. No soy un gran diplomático. Necesitaré toda la ayuda que pueda reunir.
—Por supuesto que te ayudaré —repuso Desmond con fluidez, encantado con las palabras de su hermanastro. Sin embargo, escondía cautelosamente su júbilo tras su fácil sonrisa—. ¿No he estado ayudando al rey Marcus todos estos meses, desde que desapareció el pobre Lucas? Haré lo mismo por ti. Más, incluso. Eres mi hermano. No me imagino no estando a tu lado.
Hablaba con una sinceridad bien ensayada, y no lo sorprendió que Nicholas lo creyera. Su hermano no era estúpido, pero Desmond había entrado en su vida cuando aún era joven y vulnerable y no le había costado mucho esfuerzo ganarse su confianza. Había tenido que utilizar a Nicholas para acercarse al rey, y había sido una maniobra genial. Porque, en aquellos momentos, sería hermano del heredero. Como su leal consejero y miembro más próximo de la familia, Desmond pensaba aprovechar al máximo su nueva posición. A fin de cuentas, Desmond era hijo de un duque, como Nicholas. Ilegítimo, pero hijo de todas formas. Ya era hora de que cumpliera sus obligaciones como miembro de la familia real.
Lástima que el príncipe Lucas se hubiera estrellado en las montañas, pensó Desmond con sarcasmo. Quizá, algún día, haría el esfuerzo de derramar una lágrima por él… en cuanto celebrara su nueva fortuna.
Pero antes, el rey debía designar a Nicholas sucesor… y hacía diez minutos que debería haberlo hecho. Turbado por el retraso, lanzó una mirada ceñuda a la puerta por la que el rey debía hacer acto de presencia.
—No comprendo la tardanza del rey. ¿Por qué no vas a ver si le ha ocurrido algo? —sugirió.
Sabiendo cómo su tío lloraba la muerte de su hijo, a Nicholas no lo sorprendía que Marcus no fuera fiel a su acostumbrada puntualidad. Designando al nuevo heredero al trono, estaba reconociendo públicamente que su hijo había muerto, y eso no le resultaba fácil a ningún padre.
—Seguramente, sólo necesita un poco más de tiempo para aceptar lo ocurrido —dijo Nicholas en voz baja—. Iré a ver cómo está.
Cuando ___________ tomó un taxi en el aeropuerto de Montebello para ir al palacio, se sorprendió al ver un gentío de periodistas agolpados en las verjas, intentando entrar. Perpleja, le preguntó al taxista:
—¿Qué pasa? No le habrá ocurrido nada al rey, ¿verdad?
—No, señorita —la tranquilizó el hombre mientras aceptaba el importe y la propina—. Se encuentra bien. O tan bien como puede estar un padre cuando anuncia que su hijo ha muerto.
—¿Qué?
—Es cierto —dijo el hombre con tristeza—. Hace un año que se estrelló el avión del príncipe. Nadie quiere creer, que ha muerto, pero hace tiempo que se perdieron las esperanzas. Por eso el rey ha decidido nombrar un sucesor. Le guste o no, los vivos deben seguir viviendo.
Horrorizada, ___________ recogió rápidamente el portátil y abrió la puerta.
—¡Dios mío! ¡Debo detenerlo! ¡No puede hacerlo!
Perplejo por la reacción, el taxista rió.
—Claro que puede, señorita. Puede hacer lo que le plazca. ¡Es el rey!
Forcejeando con su equipaje mientras corría hacia el gentío de las verjas, ___________ no lo oyó. ¡Aquello no podía estar pasando! Debería haber intentado ponerse en contacto con los monarcas en cuanto Willy le había mostrado la bufanda. Pero sabía que no le darían permiso para hablar con ellos, y la noticia que traía no era de las que se daban por teléfono. Además, ¿quién la creería sin ver la prueba?
Debería haber llamado de todas formas, pensó mientras se abría paso entre la masa de periodistas. Podría haber persuadido a alguien, y el rey se habría ahorrado la agonía de escoger a un sucesor. En aquellos momentos, debía convencer a los guardias de las verjas que necesitaba una audiencia inmediata con el rey y que lo que debía decirle era más importante que los cientos de periodistas que querían lo mismo.
—Eh, ¡cuidado!
—¿Adónde crees que vas? ¡Ponte a la cola! Nosotros estábamos aquí primero.
—Lástima —les espetó—. Tengo prisa y os estáis interponiendo en mi camino. Dejadme pasar, ¿queréis? Necesito hablar con el rey.
Nada más pronunciar las palabras, deseó poder retirarlas. A su alrededor, sus compañeros de profesión la imitaron.
—«Dejadme pasar… Tengo que hablar con el rey».
—Será mejor que espere como los demás, mademoiselle —le dijo un francés escuálido, mirándola con desprecio—. Y olvídese de hablar con el rey. Será su secretario de prensa quien se dirija a nosotros.
___________ sabía que el hombre tenía razón, pero su actitud la irritaba. Lo adelantó rápidamente y le dijo al guardia de la verja:
—Oiga, debo ver al rey enseguida. Tengo una información muy importante…
Rodeada como estaba por periodistas de la competencia, no se atrevió a añadir nada más, pero el guardia no le hizo caso.
—Buen intento —dijo—, pero cumplo órdenes. No está permitida la entrada a ningún periodista. Tendrá que esperar, como los demás.
Frustrada, ___________ maldijo en voz baja. Le gustaba trabajar sin saltarse las normas pero, a veces, no compensaba. Era el momento de dejarse llevar por su intuición y hacer lo que debería haber hecho nada más ver el tropel de periodistas en las verjas: buscar otra entrada.
—Vaya —replicó, y fingió hacer pucheros mientras dejaba que la empujaran hacia atrás—. Al menos, lo he intentado.
La puerta principal del palacio se abrió en aquel momento, distrayendo al grupo de la verja, y ___________ aprovechó la oportunidad para escabullirse. Mientras el secretario de prensa informaba a los presentes que no tardaría en leerles el comunicado del rey, ___________ se alejó por el muro del palacio, confiando en encontrar algún punto por el que poder trepar. La suerte quiso que el camión de repartos entrara por la verja de servicio del otro extremo y, antes de que se cerrara automáticamente detrás del vehículo, consiguió franquearla.
Tras superar la conmoción inicial de hallarse a escasos metros del palacio real, dobló la esquina del edificio de piedra y mármol, buscando una entrada. Pero todas las puertas que encontraba a su paso estaban cerradas con llave.
—¡No puedo creerlo! —masculló, y siguió rodeando el edificio. El palacio contaba con una numerosa plantilla. ¿Acaso nadie había olvidado cerrar ninguna puerta?
Frustrada, estaba a punto de desistir cuando dobló otra esquina y se encontró en la parte posterior del palacio, de cara al mar. Y allí, ante ella, se extendían los jardines reales… y una veranda con puertas de cristal que parecían hechas expresamente para ella.
—¡Sí! —susurró, triunfante. Si estuvieran abiertas…
Con el corazón desbocado, se abalanzó hacia la veranda y giró el picaporte, medio esperando que saltara una alarma. Pero la puerta se abrió sin esfuerzo y, de pronto, se encontró en el salón de baile del palacio real de Montebello.
«¡Toma notas!», le ordenó una vocecita en su cabeza. Pero no tenía tiempo. El salón estaba desierto, y se aprovechó de ello para dejar el maletín del ordenador y la bolsa de viaje detrás de las cortinas. Con suerte, todavía estarían allí cuando volviera. Si volvía, se corrigió en silencio. Acababa de allanar la morada de un rey. En algunos países, eso se castigaba con la cárcel.
—Pues no dejes que te pillen —se dijo—. Compórtate como si tuvieras todo el derecho del mundo a estar aquí y nadie se fijará.
Era un plan sencillo y efectivo que le había dado buenos resultados en otras ocasiones. Así que se retocó el pelo, se echó el bolso al hombro y salió del salón de baile como si fuera la dueña del palacio.
Y funcionó. Salió a un amplio pasillo adornado con cuadros de los que se veían en los museos y se cruzó con varios miembros del servicio, que ni siquiera pestañearon al verla. Por desgracia, no sabía adonde iba. No conocía el plano del palacio ni en qué estancia pensaba proclamar el rey a su sucesor. La lógica dictaba que lo hiciera en uno de los salones destinados a actos públicos.
Con el ceño fruncido, llegó a un cruce de pasillos y vaciló, sin saber hacia dónde girar. Fue así como cometió su primer error. De pronto, se abrió una puerta a su izquierda y, antes de que pudiera adoptar la expresión de aplomo que la había llevado tan lejos, la sorprendieron.
—¿Quién diablos es usted?
Maldiciendo entre dientes, se ordenó seguir adelante con el farol. Pero cuando se dio la vuelta y vio a su captor, lo que pensaba decir se le fue de la cabeza. Era Su Excelencia el duque Nicholas Jonas, el hombre que, según se especulaba, algún día sería nombrado rey.
No los habían presentado, por supuesto, pero lo habría reconocido en cualquier parte. A lo largo de los años, había escrito incontables columnas sobre él, primero como héroe militar recompensado por el rey con un ducado y, después, como jefe del servicio de inteligencia de Montebello… y había disfrutado escribiendo todas ellas. Tenía algo que siempre la había cautivado. Era duro de pelar, inteligente y leal, y las fotografías no le hacían justicia. Delgado y musculoso, de pelo castaño enrulado y ojos miel oscurecidos por una mezcla de emociones que ___________ no acertaba a comprender, era fácil ver por qué él, como el resto de los hombres Jonas, era uno de los más apuestos de Europa.
—¡Su Excelencia! ¡Gracias a Dios! Necesito darle un mensaje al rey…
—Es usted norteamericana —la interrumpió, con el ceño fruncido por la perplejidad—. ¿Cómo ha entrado? Hoy no hay visitas guiadas.
—No, señor, lo sé. No soy turista. Me llamo ___________ _______________(TAp). Trabajo para el Denver Sentinel…
No pudo seguir.
—Una periodista —declaró con una mueca de desagrado—. Debí imaginarlo. El palacio está infestado de ellos. Vamos, fuera —y antes de que ___________ pudiera adivinar sus intenciones, la sujetó por el brazo y empezó a arrastrarla hacia la salida más próxima.
—¡Espere! No lo entiende. Tengo información sobre el príncipe Lucas.
Nicholas Jonas contrajo la mandíbula sin ni siquiera mirarla.
—Sí, claro. A ver si lo adivino. Lo ha encontrado sirviendo mesas en Los Ángeles y, a cambio de una cantidad razonable, le dirá al rey Marcus dónde está. No malgaste saliva, encanto. Ya lo he oído antes. El rey recibe cientos de cartas de personas como usted todas las semanas. No sé cómo pueden mirarse al espejo. ¿No tienen conciencia?
—Por supuesto que sí —replicó, dolida, aunque se preguntó si el duque no tendría parte de razón. Los reyes habían perdido un hijo y, aunque había ido a darles la noticia que ansiaban escuchar, también quería la exclusiva.
Incómoda, se recordó que no intentaba sacarle dinero al rey ni ocultarle el paradero de su hijo. Quería la exclusiva, por supuesto, pero ya la tenía. En aquellos momentos, sólo estaba haciendo lo debido dándole la noticia sobre su hijo.
—Mire, sé lo que está pensando, pero hablo en serio. Tengo una información vital…
—Y yo soy el Ratoncito Pérez —replicó—. Póngalo en su periódico y fúmeselo. Seguramente, será bazofia sensacionalista.
Se equivocó al hablar así. Deteniéndose en seco, ___________ se desasió y estiró su metro setenta y cinco de estatura para lanzarle una mirada entornada que debería haberlo reducido al tamaño de una hormiga.
—Para su información, yo no escribo bazofias, así que le agradecería que no me insultara.
Lo tomó por sorpresa y, momentáneamente, tuvo la decencia de mostrarse avergonzado. Pero, al instante siguiente, se dio cuenta de que era una periodista, ni más ni menos, quien le estaba llamando la atención.
—Es verdad —dijo con ironía—. Por un momento había olvidado que ha entrado aquí por la fuerza.
—No he entrado por la fuerza. La puerta estaba abierta…
—Así que no se le ocurrió otra cosa más que entrar —concluyó en su lugar—. No sé qué sentiría si yo hiciera lo mismo en su casa.
—¡Maldita sea, necesito hablar con el rey!
—Jamás —gruñó, y volvió a sujetarla por el brazo. Indignada, ___________ intentó desasirse por segunda vez, pero el duque era más fuerte y no pudo. Aun así, debía intentarlo. Forcejeando, sin preocuparse de que al día siguiente le salieran moratones, gimió.
—Es usted exasperante. No sé cómo ha podido parecerme encantador alguna vez.
Antes de que pudiera añadir palabra, apareció un criado.
—¿Tiene algún problema, Su Excelencia?
—Ya que lo dices, sí —respondió con rotundidad—. Acompaña a esta señorita a la puerta, ¿quieres Rudolpho? Es una periodista. Y asegúrate de que no vuelva a entrar.
—Por supuesto —dijo el anciano, y agarró a ___________ del brazo con sorprendente firmeza.
—¡No, espere! ¡Al menos, hable con el rey en mi nombre! —le gritó al duque, pero era demasiado tarde. Sin dedicarle una sola mirada, Nicholas Jonas se dio la vuelta y se alejó.[/spoiler]
—¿___________? Willy ha telefoneado tres veces en tu ausencia. Quiere que lo llames, ha dicho que era importante —siempre de punta en blanco con trajes de diseño, Selena Gómez era una asidua de las fiestas de los famosos. Disfrutó pasándole el recado a ___________ en cuanto ésta volvió del almuerzo.
«Bruja», pensó ___________ al ver la mueca burlona de Selena. Si no fuera hija del dueño del Denver Sentinel, el periódico por el que ___________ sudaba sangre, le habría dicho que se pegara un tiro. Pero ___________ no tenía un pelo de tonta y no pensaba entrar al trapo. Había tardado nueve años en ascender de copista a reportera y, por fin, a columnista, y pensaba defender su logro con uñas y dientes. Desde que, hacía un mes, Selena se había incorporado a la plantilla como la nueva reportera de las páginas de sociedad, le había dejado claro a ___________ que no sólo quería quitarle el puesto sino buscar un motivo para llorarle a su papá y conseguir que éste la despidiera. ___________ no pensaba darle ese motivo.
Pero, ¡maldición, no era fácil! No era una de esas mujeres dóciles de modales suaves que se dejaban pisotear. Sabía defenderse sola y se enorgullecía de ello. Así que morderse la lengua y forzar una sonrisa le exigía cierto esfuerzo.
—Gracias —le dijo al tiempo que tomaba el post-it rosa que Selena le tendía—. Luego lo llamo.
—Sí, porque si no lo haces tú… —repuso la joven con la mueca burlona más pronunciada que nunca—. Ese tipo cree que Elvis sigue vivo. ¿Por qué pierdes el tiempo con él? Es un pirado.
___________ no podía replicar. No había duda de que a Willy Cranshaw le faltaban unos cuantos tornillos. Vivía como un ermitaño en las montañas del norte de Boulder, y no hacía más que llamar a la policía con sus chifladuras. Carecía de credibilidad entre las autoridades, y ___________ no sabía por qué seguía aceptando sus llamadas. A lo largo de los años, le había dado algunas pistas buenas, pero no compensaban el esfuerzo de tratar con él. Aun así, se compadecía de él. Estaba muy solo, y ___________ comprendía esa sensación. Hacía dos meses que había roto con Robert y nunca en la vida se había sentido tan sola.
—Necesita a alguien con quien hablar de vez en cuando, nada más —repuso ___________, y no la sorprendió que Selena chasqueara la lengua con desdén. La fortuna y la posición social de su padre le garantizaban un lugar en el mundo y una persona con quien hablar, aunque sólo fuera un terapeuta; ella jamás comprendería cómo era la vida para un hombre como Willy.
—Si es a eso a lo que quieres dedicar tus horas de trabajo, adelante —dijo la joven, y se echó la melena hacia atrás—. Yo preferiría hablar con alguien que pudiera darme un reportaje de verdad.
Cuando se dio la vuelta y se alejó con sonrisa de superioridad, elevando su nariz perfecta de cirugía, ___________ se sintió tentada de arrojarle el reloj. Afortunadamente, el timbre del teléfono la distrajo. Lanzando a la espalda de Selena una última mirada furibunda, descolgó.
—___________ _______________(TAp) al habla.
—¡___________! ¡Menos mal! Llevo toda la mañana intentando hablar contigo. ¿No te han pasado mis mensajes?
—Hola, Willy —dijo con una mueca irónica. Hablando del rey de Roma…—. Acaban de pasarme tu recado. Selena me ha dicho que tenías algo importante que contarme.
—No me gusta esa chica —comentó, distrayéndose al instante—. Me trata como si fuera subnormal.
___________ no pudo evitar reír.
—Sí, te comprendo. A mí me hace lo mismo. Pero no me has llamado por eso, Willy —le recordó—. ¿Qué pasa?
En un abrir y cerrar de ojos, retomó el hilo de la conversación.
—¡Es el príncipe! ¡Está vivo! —exclamó con entusiasmo.
A ___________ no le hacía falta preguntar a qué príncipe se refería. Sólo había uno desaparecido, y era el príncipe Lucas Jonas, el primogénito del rey Marcus y de la princesa Gwendolyn de Montebello, heredero del trono de una isla independiente del Mediterráneo Oriental.
Atlético y apuesto, tenía una vena alocada que, sin duda, había hecho encanecer a su padre antes de tiempo y lo había convertido en el principal protagonista de la columna de difusión nacional en la que ___________ hablaba de las vidas y los amores de las familias reales. Y a ella le encantaba precisamente por eso. Tenía una personalidad extraordinaria y era muy querido en todo el mundo. Cuando, el invierno pasado, su avión se estrelló en las Rocosas de Colorado y lo dieron por desaparecido, ___________ lloró la pérdida como cualquier otra persona… y siguió todas las pistas. Pero no había surgido ninguna novedad en los más de seis meses transcurridos desde el cierre de la investigación, y ella, como todo el mundo, había acabado dándolo por muerto.
—Hace un año de eso, Willy —dijo con suavidad—. Es imposible que esté vivo después de tanto tiempo.
—Pues tiene que estarlo. Tengo la prueba.
—¿En serio? ¿Qué prueba es ésa?
—Algo que encontré en los bosques —dijo con astucia—. Si quieres el resto del reportaje, tendrás que venir a verme.
___________ sabía que la estaba chantajeando y que sería una estúpida si picaba. Había tratado con Willy en demasiadas ocasiones en el pasado como para creerse todas sus historias. Era el mismo hombre que había afirmado ver a Elvis, al Papa y a un extraterrestre o dos en las remotas montañas en las que vivía. Antes de subirse a un coche y viajar a Boulder, ___________ debía asegurarse de que no se trataba de una broma pesada.
Se recostó deliberadamente en la silla y dijo:
—A ver si lo entiendo. Has encontrado algo en los bosques que demuestra que el príncipe está vivo, y me has llamado a mí en lugar de a la policía. ¿No es un poco sospechoso?
No lo negó.
—No podía llamar a la poli —se limitó a decir—. Amenazaron con meterme en la cárcel por hostigamiento si volvía a hacerlo.
___________ no lo ponía en duda. Sabía, por propia experiencia, lo insistente que era Willy cuando tenía una primicia: la telefoneaba hasta ocho o nueve veces al día. Aun así, era un tontorrón inofensivo. Sólo quería llamar un poco la atención, sentirse importante, como todo el mundo.
Por eso mismo, debería haberlo tranquilizado y haber colgado, pero no podía hacerlo si existía la más remota posibilidad de que estuviera diciendo la verdad.
—Será mejor que no me mientas, Willy —le advirtió—. Sí voy a Boulder y esto resulta ser otro avistamiento de Elvis, no volveré a aceptar ninguna de tus llamadas.
—Yo no te haría eso. Sabes lo que pienso de la realeza, no me lo inventaría.
Selena la habría llamado estúpida por creerlo pero, si Willy decía la verdad y el príncipe seguía vivo, sería el reportaje más importante de toda su carrera.
—Iré lo antes posible —le prometió—. ¿De acuerdo?
Lo oyó suspirar de alivio.
—Te estaré esperando.
Aunque ___________ había estado varias veces en el refugio de Willy, se sorprendía cada vez que lo encontraba. Situada en lo alto de un cañón desierto muy alejado del camino, la construcción de troncos de madera se perdía en la arboleda coronada de nieve que la circundaba. Quien no conociera su existencia, pasaría de largo sin verla.
Detuvo el jeep rojo delante del refugio, pero no llamó a la puerta principal. No sabía qué le había ocurrido a Willy en Vietnam, porque enmudecía a la mera mención de la guerra, pero hacía treinta años que vivía recluido. Sólo se relacionaba con un puñado de personas, y siempre según ciertas reglas. Nunca abría la puerta principal a nadie.
Sentía su mirada, y no la sorprendía que la estuviera observando. Aunque se hubiera aislado del mundo, seguía al tanto de todo lo que ocurría a su alrededor. Sabía cuándo invadían su espacio.
Dobló la esquina de la casa, se acercó a la puerta de atrás, llamó dos veces, esperó un momento y volvió a llamar. Sabía por experiencia que, aunque la estaba esperando y sabía que había llegado, no abriría la puerta si no llamaba correctamente… porque podía ser una impostora enviada por el gobierno para detenerlo.
Y aquél era el hombre que iba a darle el reportaje de su vida.
Regocijada, observó cómo la puerta se abría despacio y no se inquietó cuando Willy miró detrás de ella, hacia los árboles, para asegurarse de que no la había seguido nadie.
—No hay moros en la costa —le aseguró—. Sólo estamos tú, yo y las ardillas.
Sin aceptar su palabra, siguió escudriñando la espesura hasta que se quedó satisfecho. Abrió la puerta un poco más y se hizo a un lado.
—Pensé que no ibas a llegar. Mira esto —y antes de que ella pudiera darle las gracias por dejarla pasar, Willy le plantó algo suave en las manos.
Sorprendida, ___________ frunció el ceño al ver lo que parecía un trapo sucio. Después, se fijó en el emblema bordado que llevaba cosido. Una azucena con dos espadas cruzadas: la insignia de la familia Jonas. Estaba mugrienta y desgastada, pero la habría reconocido en cualquier parte.
Con el corazón golpeándole con fuerza las costillas, miró a Willy con intensidad.
—¿Dónde has encontrado esto?
—En el bosque, a unos ocho kilómetros de los restos del avión. Es del príncipe, ¿verdad?
Sin decir palabra, ___________ extendió la tela y vio que era una bufanda. Una bufanda de cachemira de color celeste que le había visto lucir en el cuello en una fotografía que habían tomado de él pocos días antes del accidente. Según los informes publicados, su madre, la reina Gwendolyn, la había encargado especialmente para él y no había otra igual en el mundo.
Fue entonces cuando cayó en la cuenta. Willy no había mentido. Era imposible que una bufanda del príncipe hubiera aparecido a ocho kilómetros de los restos del avión si él no la hubiese llevado al cuello. Santo Dios, ¡seguía vivo!
Mareada de emoción, se debatía entre la risa y el llanto. El príncipe Lucas estaba vivo. Y, gracias a Willy, el reportaje era suyo, pensó, atónita. ¿Quién lo habría dicho?
Quería darle un abrazo, pero sabía que a Willy le daría un síncope si lo hacía, así que le sonrió y dijo:
—Desde luego, lo parece. Vamos a sentarnos, Willy. Quiero que me lo cuentes todo desde el principio. ¿Cuándo has encontrado la bufanda? ¿Has visto alguna otra pertenencia del príncipe? ¿Quién más lo sabe?
—¡Detén las rotativas! ¡El príncipe Lucas está vivo!
Cuando entró en el despacho de Simón Maxwell, a ___________ no la sorprendió que su jefe reaccionara a la noticia con un resoplido de incredulidad. Brusco y cínico, cáustico como el ácido, Simón no creía nada hasta que no lo veía por escrito.
—Sí, claro. Y yo soy la reina de Inglaterra. Pensaba que estabas trabajando en un reportaje de verdad, Pelirroja. No te pago para que escribas cuentos de hadas.
En otro momento, ___________ habría replicado al oír su insufrible apodo, pero aquel día, no. No cuando estaba flotando y se sentía tan satisfecha consigo misma y con su trabajo. Gracias a Willy, su puesto en el periódico nunca había sido más sólido. Tenía una primicia y no veía a Miss Nepotismo por ninguna parte. La vida no podía ser mejor.
Con una sonrisa de triunfo, metió la mano en el bolso, sacó la bufanda y la dejó caer sobre el escritorio.
—Que yo sepa, Boliche, no hay nada como un final feliz. Échale un vistazo a esto si no me crees.
Simón detestaba su apodo tanto como ella el suyo, pero apenas se dio cuenta. Tenía los ojos clavados en la bufanda y en su insignia dorada, que conocía tan bien como ella. Le indicó que se sentara y gruñó:
—Parece que tienes algo que contarme.
___________ no necesitó más estímulo. Se dejó caer en la silla y le contó la historia de cabo a rabo. Por desgracia, no tenía el final feliz… todavía.
—Sé que está vivo, Simón. ¡Tiene que estarlo! Esto demuestra que se alejó de los restos del avión.
—No necesariamente —protestó su jefe, haciendo de abogado del diablo—. Podría haberlo arrastrado un animal.
—¿Y haber encendido una hoguera? —le espetó—. Willy ha dicho que encontró la bufanda cerca de una hoguera apagada, a ocho kilómetros del lugar del accidente.
Dicho así, Simón no podía replicar.
—¿Quién más lo sabe?
Sin sorprenderse de la pregunta que ella misma había formulado horas antes, sonrió de oreja a oreja.
—Tú, yo y Willy. Los reyes todavía no lo saben. Willy tenía miedo de contárselo a las autoridades.
No hacía falta que le explicara por qué. La reputación de Willy entre la policía era archiconocida por todos los periodistas de Denver. Simón se inclinó hacia delante para asegurarse de que había oído bien.
—¿Quieres decir que los reyes todavía no saben que su hijo podría estar vivo?
Con ojos azules centelleantes, ___________ asintió.
—Eso es, Boliche.
—Entonces, tienes que ir a Montebello a decírselo.
A ___________ le sorprendió aquella orden.
—¿Qué? ¿No deberíamos llamar a la policía?
—¿Para que filtren la exclusiva a todos los de la prensa del corazón? ¡Ni hablar! Vete a casa y haz las maletas. Yo te reservaré el billete de avión y te daré dinero para gastos. Tienes que darte prisa. Quiero un recuento detallado de todo lo que pasa. ¡De todo! —enfatizó—. A los reyes les dará un infarto cuando se enteren de que el príncipe está vivo…
Lanzándole instrucciones como dardos, no vio a Selena Gómez en el umbral hasta que ésta preguntó:
—¿Qué príncipe? ¿De quién habláis? Cielos, ¿del príncipe Lucas? ¿Lo habéis encontrado?
Tomados por sorpresa, los dos levantaron la vista y maldijeron. A juzgar por la expresión de Selena, había oído más de lo deseable. Lanzándole una mirada severa, Simón gruñó:
—Estás irrumpiendo en una conversación privada. Que tu papá sea el dueño de este periódico no te da derecho a entrar sin llamar.
Podría haberse ahorrado el esfuerzo. Haciendo caso omiso del sermón de etiqueta, Selena replicó:
—Si tenéis pruebas de que el príncipe Lucas está vivo, debería ser yo quien fuera a Montebello. He viajado por todo el mundo con mi padre. Tengo contactos que me permitirán entrar en palacio por la puerta grande y conseguir una audiencia con los reyes. Ella, en cambio, no.
Aunque estaba furiosa con la joven porque intentaba robarle la exclusiva, a ___________ se le cayó el alma a los pies. No podía esgrimir ni un solo argumento en defensa propia. Selena tenía razón: ella nunca había viajado a Europa y no sabía cómo conseguir una audiencia con los reyes. Su única carta de presentación era su ingenio y la bufanda del príncipe, y quizá no la llevara a ninguna parte. Además, lo importante era que los padres del príncipe recibieran la noticia de que su hijo podía estar vivo. Si Selena estaba en condiciones de hacerlo y se quedaba con el reportaje, ___________ no podía culpar a Simón. Su jefe estaba entre la espada y la pared. No sólo tenía que publicar un buen periódico, sino hacer feliz al dueño, y eso suponía hacer feliz a Selena.
Pero, ¡maldición, aquél era su reportaje! Y no quería desistir… en especial, ante aquella rubia estúpida que se aprovechaba del dinero y de la influencia de su padre para conseguir lo que quería. Lanzó una mirada a Simón y se preparó para la decepción.
—Tú decides. ¿Quién va?
Ni siquiera pestañeó.
—Tú. La noticia es tuya.
___________ creyó haber oído mal. Pero Selena empezó a balbucir protestas, y comprendió que había ganado. Entusiasmada, se puso en pie y se arrojó en los brazos de Simón.
—¡Gracias, gracias, gracias! No lo lamentarás. Ya verás cuando veas el reportaje. ¡Será genial!
Dándole una palmadita en el hombro, Simón no pudo reprimir una media sonrisa.
—No te pongas sentimental —la regañó con voz ronca—. Venga, en marcha. Tienes un avión que tomar.
—¡Pero quiero ir yo! —exclamó Selena—. ¡No es justo!
—Tengo un encargo más importante para ti —le dijo Simón mientras ___________ corría hacia la puerta—. Necesito a alguien que vaya a Hollywood para entrevistar a Brad Pitt. Eres la chica ideal para el trabajo.
Hacía tiempo que la sala del trono del palacio real de Montebello apenas se usaba para actos oficiales. Allí se había celebrado la coronación del rey Marcus y de la reina Gwendolyn, pero casi todos los invitados del rey que visitaban la sala se interesaban por los mosaicos de las paredes, que representaban la historia del país. Aquel día, no. El rey Marcus había reunido a su familia, a Joe y a Kevin Miller, dos aliados norteamericanos que defendían sus intereses, y a la familia que gobernaba el país vecino, Tamir. Las dos familias reales llevaban mucho tiempo esperando la decisión del rey Marcus, en especial, desde que los dos países largo tiempo rivales habían estrechado lazos con el matrimonio de la hija mayor del rey Marcus, la princesa Julia, y el hijo del jeque Ahmed Kamal, Rashid, el príncipe heredero de Tamir. Hacía poco que Julia y Rashid habían dado al rey Marcus y al jeque Ahmed su primer nieto y, por consiguiente, la familia real de Tamir estaba preocupada por quién ocuparía el trono montebellano y por cómo afectaría ello a las relaciones futuras entre los dos países.
Mientras pululaban por la sala, hablando en voz queda, los invitados levantaban los ojos de vez en cuando al reloj de la pared. Y con motivo. El rey Marcus llegaba con retraso a la reunión que él mismo había convocado. Las especulaciones recorrían la sala como ondas de calor en un día de verano. ¿Dónde estaría el rey? ¿Habría decidido no pronunciarse aquel día? ¿Qué estaba sucediendo?
—Deberías ir a ver lo que pasa —le dijo el príncipe Rashid a su esposa, Julia—. No es una decisión fácil para tu padre. No quiere reconocer que Lucas ha muerto.
Y Julia lo comprendía. Su hermano siempre había rebosado vida. No lo imaginaba muerto a los treinta y seis años, pero hacía uno que había desaparecido, y tanto ella como el resto de la familia debían aceptar su muerte. Si hubiera sobrevivido al accidente y a las ventiscas que habían azotado las Rocosas los días siguientes, ya habría encontrado la manera de volver con ellos.
La incertidumbre era lo que atormentaba a sus padres. Los había visto debatirse entre la esperanza, la desesperación y, finalmente, la resignación, y se compadecía de ellos. Desde que había dado a luz a su hijo, Ornar, no quería ni pensar en lo que sentiría al perderlo. ¿Cómo superaba un padre la muerte de su hijo?
—Papá necesita un poco de tiempo, nada más —dijo con voz ronca, reprimiendo las lágrimas—. Vendrá enseguida.
No muy lejos, el padre de Rashid, el jeque Ahmed, y su otro hijo, Hassan, contemplaban a los presentes junto al consejero del jeque, Butrus Dabir. En un pasado no muy lejano, los Kamal jamás se habrían acercado a los Jonas ni a Montebello. Un compromiso matrimonial roto en el siglo XIX había provocado una lucha centenaria que habría continuado indefinidamente si la princesa Julia y el príncipe Rashid no se hubieran enamorado. Por fortuna, con la boda y el nacimiento del bebé, todo había cambiado, pero nadie había olvidado el pasado.
—Esperaba que el rey nombrara herederos a la princesa Julia y a Rashid, pero corre el rumor de que el duque Nicholas Jonas es el principal candidato —dijo Butrus en voz baja.
—Es comprensible —repuso el jeque Ahmed—. Los Jonas llevan gobernando Montebello desde 1880. El rey Marcus quiere proteger ese legado dejando la monarquía en manos de un Jonas. Julia es una Kamal… como su hijo —añadió con orgullo. No hacía falta decir que Ornar era su ojito derecho.
—Nicholas es el sobrino del rey Marcus y su principal ayudante —añadió Hassan—. Además de ser un héroe militar, es muy respetado por los montebellanos. Es la elección lógica para suceder al rey ahora que el príncipe Lucas ha muerto. Nicholas es un buen hombre, seguirá los pasos de Marcus y mantendrá nuestros lazos con Montebello.
—Cierto —dijo Butrus—. Pero, como heredero de la corona, Nicholas tendrá que abandonar su cargo de jefe del servicio de inteligencia. No le resultará fácil.
Al otro lado de la sala, los pensamientos de Nicholas seguían el mismo camino. Quería a su tío y, por el bien de su país, haría lo que éste le pidiera. Pero, en el fondo de su corazón, deseaba que Marcus no lo escogiera. No le apetecía ser rey.
En cambio, Desmond, su hermanastro ilegítimo, tenía una visión muy distinta de la situación. Mientras esperaba a que Marcus hiciera acto de presencia, se frotaba las manos con expectación.
—Hoy serás nombrado rey —le dijo a Nicholas con orgullo—. Nadie lo merece más que tú.
Nicholas no pudo evitar reír.
—¿No te precipitas un poco? El rey decide por sí mismo. No sabemos a quién va a elegir.
—Por supuesto que sí —respondió su hermano con rotundidad—. Eres perfecto para el puesto, y el rey lo sabe. Créeme, hoy será el día más importante de tu vida.
A Nicholas no lo sorprendía el apoyo absoluto de Desmond. Siempre había contado con él. Desde que había entrado en su vida, cuando Nicholas tenía trece años, había estado a su lado mientras su hermano mayor, Max, no lo había hecho. Sí, Nicholas sabía que Max lo quería, pero Max se había alistado en el ejército montebellano a los dieciocho años y, después, se había ido a vivir a Estados Unidos. Desde entonces, sólo viajaba a Montebello en momentos señalados. Desmond, por el contrario, siempre estaba a su lado, aunque tenían madres distintas y no los habían educado juntos desde pequeños.
—No sé —repuso Nicholas con ironía—, pero si el rey me eligiera, espero que seas uno de mis consejeros. No soy un gran diplomático. Necesitaré toda la ayuda que pueda reunir.
—Por supuesto que te ayudaré —repuso Desmond con fluidez, encantado con las palabras de su hermanastro. Sin embargo, escondía cautelosamente su júbilo tras su fácil sonrisa—. ¿No he estado ayudando al rey Marcus todos estos meses, desde que desapareció el pobre Lucas? Haré lo mismo por ti. Más, incluso. Eres mi hermano. No me imagino no estando a tu lado.
Hablaba con una sinceridad bien ensayada, y no lo sorprendió que Nicholas lo creyera. Su hermano no era estúpido, pero Desmond había entrado en su vida cuando aún era joven y vulnerable y no le había costado mucho esfuerzo ganarse su confianza. Había tenido que utilizar a Nicholas para acercarse al rey, y había sido una maniobra genial. Porque, en aquellos momentos, sería hermano del heredero. Como su leal consejero y miembro más próximo de la familia, Desmond pensaba aprovechar al máximo su nueva posición. A fin de cuentas, Desmond era hijo de un duque, como Nicholas. Ilegítimo, pero hijo de todas formas. Ya era hora de que cumpliera sus obligaciones como miembro de la familia real.
Lástima que el príncipe Lucas se hubiera estrellado en las montañas, pensó Desmond con sarcasmo. Quizá, algún día, haría el esfuerzo de derramar una lágrima por él… en cuanto celebrara su nueva fortuna.
Pero antes, el rey debía designar a Nicholas sucesor… y hacía diez minutos que debería haberlo hecho. Turbado por el retraso, lanzó una mirada ceñuda a la puerta por la que el rey debía hacer acto de presencia.
—No comprendo la tardanza del rey. ¿Por qué no vas a ver si le ha ocurrido algo? —sugirió.
Sabiendo cómo su tío lloraba la muerte de su hijo, a Nicholas no lo sorprendía que Marcus no fuera fiel a su acostumbrada puntualidad. Designando al nuevo heredero al trono, estaba reconociendo públicamente que su hijo había muerto, y eso no le resultaba fácil a ningún padre.
—Seguramente, sólo necesita un poco más de tiempo para aceptar lo ocurrido —dijo Nicholas en voz baja—. Iré a ver cómo está.
Cuando ___________ tomó un taxi en el aeropuerto de Montebello para ir al palacio, se sorprendió al ver un gentío de periodistas agolpados en las verjas, intentando entrar. Perpleja, le preguntó al taxista:
—¿Qué pasa? No le habrá ocurrido nada al rey, ¿verdad?
—No, señorita —la tranquilizó el hombre mientras aceptaba el importe y la propina—. Se encuentra bien. O tan bien como puede estar un padre cuando anuncia que su hijo ha muerto.
—¿Qué?
—Es cierto —dijo el hombre con tristeza—. Hace un año que se estrelló el avión del príncipe. Nadie quiere creer, que ha muerto, pero hace tiempo que se perdieron las esperanzas. Por eso el rey ha decidido nombrar un sucesor. Le guste o no, los vivos deben seguir viviendo.
Horrorizada, ___________ recogió rápidamente el portátil y abrió la puerta.
—¡Dios mío! ¡Debo detenerlo! ¡No puede hacerlo!
Perplejo por la reacción, el taxista rió.
—Claro que puede, señorita. Puede hacer lo que le plazca. ¡Es el rey!
Forcejeando con su equipaje mientras corría hacia el gentío de las verjas, ___________ no lo oyó. ¡Aquello no podía estar pasando! Debería haber intentado ponerse en contacto con los monarcas en cuanto Willy le había mostrado la bufanda. Pero sabía que no le darían permiso para hablar con ellos, y la noticia que traía no era de las que se daban por teléfono. Además, ¿quién la creería sin ver la prueba?
Debería haber llamado de todas formas, pensó mientras se abría paso entre la masa de periodistas. Podría haber persuadido a alguien, y el rey se habría ahorrado la agonía de escoger a un sucesor. En aquellos momentos, debía convencer a los guardias de las verjas que necesitaba una audiencia inmediata con el rey y que lo que debía decirle era más importante que los cientos de periodistas que querían lo mismo.
—Eh, ¡cuidado!
—¿Adónde crees que vas? ¡Ponte a la cola! Nosotros estábamos aquí primero.
—Lástima —les espetó—. Tengo prisa y os estáis interponiendo en mi camino. Dejadme pasar, ¿queréis? Necesito hablar con el rey.
Nada más pronunciar las palabras, deseó poder retirarlas. A su alrededor, sus compañeros de profesión la imitaron.
—«Dejadme pasar… Tengo que hablar con el rey».
—Será mejor que espere como los demás, mademoiselle —le dijo un francés escuálido, mirándola con desprecio—. Y olvídese de hablar con el rey. Será su secretario de prensa quien se dirija a nosotros.
___________ sabía que el hombre tenía razón, pero su actitud la irritaba. Lo adelantó rápidamente y le dijo al guardia de la verja:
—Oiga, debo ver al rey enseguida. Tengo una información muy importante…
Rodeada como estaba por periodistas de la competencia, no se atrevió a añadir nada más, pero el guardia no le hizo caso.
—Buen intento —dijo—, pero cumplo órdenes. No está permitida la entrada a ningún periodista. Tendrá que esperar, como los demás.
Frustrada, ___________ maldijo en voz baja. Le gustaba trabajar sin saltarse las normas pero, a veces, no compensaba. Era el momento de dejarse llevar por su intuición y hacer lo que debería haber hecho nada más ver el tropel de periodistas en las verjas: buscar otra entrada.
—Vaya —replicó, y fingió hacer pucheros mientras dejaba que la empujaran hacia atrás—. Al menos, lo he intentado.
La puerta principal del palacio se abrió en aquel momento, distrayendo al grupo de la verja, y ___________ aprovechó la oportunidad para escabullirse. Mientras el secretario de prensa informaba a los presentes que no tardaría en leerles el comunicado del rey, ___________ se alejó por el muro del palacio, confiando en encontrar algún punto por el que poder trepar. La suerte quiso que el camión de repartos entrara por la verja de servicio del otro extremo y, antes de que se cerrara automáticamente detrás del vehículo, consiguió franquearla.
Tras superar la conmoción inicial de hallarse a escasos metros del palacio real, dobló la esquina del edificio de piedra y mármol, buscando una entrada. Pero todas las puertas que encontraba a su paso estaban cerradas con llave.
—¡No puedo creerlo! —masculló, y siguió rodeando el edificio. El palacio contaba con una numerosa plantilla. ¿Acaso nadie había olvidado cerrar ninguna puerta?
Frustrada, estaba a punto de desistir cuando dobló otra esquina y se encontró en la parte posterior del palacio, de cara al mar. Y allí, ante ella, se extendían los jardines reales… y una veranda con puertas de cristal que parecían hechas expresamente para ella.
—¡Sí! —susurró, triunfante. Si estuvieran abiertas…
Con el corazón desbocado, se abalanzó hacia la veranda y giró el picaporte, medio esperando que saltara una alarma. Pero la puerta se abrió sin esfuerzo y, de pronto, se encontró en el salón de baile del palacio real de Montebello.
«¡Toma notas!», le ordenó una vocecita en su cabeza. Pero no tenía tiempo. El salón estaba desierto, y se aprovechó de ello para dejar el maletín del ordenador y la bolsa de viaje detrás de las cortinas. Con suerte, todavía estarían allí cuando volviera. Si volvía, se corrigió en silencio. Acababa de allanar la morada de un rey. En algunos países, eso se castigaba con la cárcel.
—Pues no dejes que te pillen —se dijo—. Compórtate como si tuvieras todo el derecho del mundo a estar aquí y nadie se fijará.
Era un plan sencillo y efectivo que le había dado buenos resultados en otras ocasiones. Así que se retocó el pelo, se echó el bolso al hombro y salió del salón de baile como si fuera la dueña del palacio.
Y funcionó. Salió a un amplio pasillo adornado con cuadros de los que se veían en los museos y se cruzó con varios miembros del servicio, que ni siquiera pestañearon al verla. Por desgracia, no sabía adonde iba. No conocía el plano del palacio ni en qué estancia pensaba proclamar el rey a su sucesor. La lógica dictaba que lo hiciera en uno de los salones destinados a actos públicos.
Con el ceño fruncido, llegó a un cruce de pasillos y vaciló, sin saber hacia dónde girar. Fue así como cometió su primer error. De pronto, se abrió una puerta a su izquierda y, antes de que pudiera adoptar la expresión de aplomo que la había llevado tan lejos, la sorprendieron.
—¿Quién diablos es usted?
Maldiciendo entre dientes, se ordenó seguir adelante con el farol. Pero cuando se dio la vuelta y vio a su captor, lo que pensaba decir se le fue de la cabeza. Era Su Excelencia el duque Nicholas Jonas, el hombre que, según se especulaba, algún día sería nombrado rey.
No los habían presentado, por supuesto, pero lo habría reconocido en cualquier parte. A lo largo de los años, había escrito incontables columnas sobre él, primero como héroe militar recompensado por el rey con un ducado y, después, como jefe del servicio de inteligencia de Montebello… y había disfrutado escribiendo todas ellas. Tenía algo que siempre la había cautivado. Era duro de pelar, inteligente y leal, y las fotografías no le hacían justicia. Delgado y musculoso, de pelo castaño enrulado y ojos miel oscurecidos por una mezcla de emociones que ___________ no acertaba a comprender, era fácil ver por qué él, como el resto de los hombres Jonas, era uno de los más apuestos de Europa.
—¡Su Excelencia! ¡Gracias a Dios! Necesito darle un mensaje al rey…
—Es usted norteamericana —la interrumpió, con el ceño fruncido por la perplejidad—. ¿Cómo ha entrado? Hoy no hay visitas guiadas.
—No, señor, lo sé. No soy turista. Me llamo ___________ _______________(TAp). Trabajo para el Denver Sentinel…
No pudo seguir.
—Una periodista —declaró con una mueca de desagrado—. Debí imaginarlo. El palacio está infestado de ellos. Vamos, fuera —y antes de que ___________ pudiera adivinar sus intenciones, la sujetó por el brazo y empezó a arrastrarla hacia la salida más próxima.
—¡Espere! No lo entiende. Tengo información sobre el príncipe Lucas.
Nicholas Jonas contrajo la mandíbula sin ni siquiera mirarla.
—Sí, claro. A ver si lo adivino. Lo ha encontrado sirviendo mesas en Los Ángeles y, a cambio de una cantidad razonable, le dirá al rey Marcus dónde está. No malgaste saliva, encanto. Ya lo he oído antes. El rey recibe cientos de cartas de personas como usted todas las semanas. No sé cómo pueden mirarse al espejo. ¿No tienen conciencia?
—Por supuesto que sí —replicó, dolida, aunque se preguntó si el duque no tendría parte de razón. Los reyes habían perdido un hijo y, aunque había ido a darles la noticia que ansiaban escuchar, también quería la exclusiva.
Incómoda, se recordó que no intentaba sacarle dinero al rey ni ocultarle el paradero de su hijo. Quería la exclusiva, por supuesto, pero ya la tenía. En aquellos momentos, sólo estaba haciendo lo debido dándole la noticia sobre su hijo.
—Mire, sé lo que está pensando, pero hablo en serio. Tengo una información vital…
—Y yo soy el Ratoncito Pérez —replicó—. Póngalo en su periódico y fúmeselo. Seguramente, será bazofia sensacionalista.
Se equivocó al hablar así. Deteniéndose en seco, ___________ se desasió y estiró su metro setenta y cinco de estatura para lanzarle una mirada entornada que debería haberlo reducido al tamaño de una hormiga.
—Para su información, yo no escribo bazofias, así que le agradecería que no me insultara.
Lo tomó por sorpresa y, momentáneamente, tuvo la decencia de mostrarse avergonzado. Pero, al instante siguiente, se dio cuenta de que era una periodista, ni más ni menos, quien le estaba llamando la atención.
—Es verdad —dijo con ironía—. Por un momento había olvidado que ha entrado aquí por la fuerza.
—No he entrado por la fuerza. La puerta estaba abierta…
—Así que no se le ocurrió otra cosa más que entrar —concluyó en su lugar—. No sé qué sentiría si yo hiciera lo mismo en su casa.
—¡Maldita sea, necesito hablar con el rey!
—Jamás —gruñó, y volvió a sujetarla por el brazo. Indignada, ___________ intentó desasirse por segunda vez, pero el duque era más fuerte y no pudo. Aun así, debía intentarlo. Forcejeando, sin preocuparse de que al día siguiente le salieran moratones, gimió.
—Es usted exasperante. No sé cómo ha podido parecerme encantador alguna vez.
Antes de que pudiera añadir palabra, apareció un criado.
—¿Tiene algún problema, Su Excelencia?
—Ya que lo dices, sí —respondió con rotundidad—. Acompaña a esta señorita a la puerta, ¿quieres Rudolpho? Es una periodista. Y asegúrate de que no vuelva a entrar.
—Por supuesto —dijo el anciano, y agarró a ___________ del brazo con sorprendente firmeza.
—¡No, espere! ¡Al menos, hable con el rey en mi nombre! —le gritó al duque, pero era demasiado tarde. Sin dedicarle una sola mirada, Nicholas Jonas se dio la vuelta y se alejó.[/spoiler]
MissMarshmallow
Re: Un príncipe a su servicio.[Nick y Tu]
Wow soy primera y fiel lectora ame todo .seguilaa quiero saber es como adictiva jajja y bueno eso jaj bye
SmileJonas
Re: Un príncipe a su servicio.[Nick y Tu]
Capítulo 2
—Por favor, no me cause problemas, señorita —dijo el criado en voz baja—. No querría llamar a un guardia.Acorralada, ___________ sopesó las alternativas. Lo bastante mayor para ser su abuelo, Rudolpho parecía un alma candida, pero sabía que no debía tacharlo de blando. El duque no la habría puesto en sus manos si no confiara en él. Así que sólo tenía una salida: hablar deprisa.
—Sé que sólo cumple con su deber, señor Rudolpho…
—Sabina —intervino con una media sonrisa mientras ella apretaba el paso para no quedarse atrás—. Me llamo Rudolpho Sabina. Soy el criado personal del rey.
—Y apuesto a que no se deja engatusar —repuso ___________ con solemnidad. Vio que reprimía una sonrisa, pero se limitó a decir:
—No, señorita.
Aquello agravaba la situación. Recurriendo a la verdad y rezando para que no le fallara, dijo con fervor:
—Entonces, espero que me crea si le digo que no he venido en avión desde Norteamérica para conseguir la primicia sobre la proclama del rey. Ni siquiera sabía que pensaba nombrar hoy a un heredero; si no, habría intentado llamar para convencerlo de que no hacía falta. Debe creerme, señor Sabina, por eso estoy aquí. Tengo noticias sobre el príncipe.
Por un momento, pensó que iba a hacerle caso. Lo vio vacilar, pero justo cuando ___________ empezaba a creer que la ayudaría, Rudolpho siguió avanzando con paso firme hacia la salida más próxima.
—Parece una mujer inteligente —dijo en voz baja—. Seguro que comprenderá que el rey ha sido acosado por centenares de oportunistas que afirmaban haber encontrado al príncipe. Ninguno de ellos podía traerlo aquí. ¿Puede usted?
Y esa sencilla pregunta bastó para acorralarla.
—No —suspiró, derrotada—. Pero estoy segura de que podré hacerlo, con tiempo.
—El mundo está lleno de personas que podrían hacer eso, señorita _______________(TAP). No es razón suficiente para ver al rey.
Habían llegado a una puerta, pero antes de que pudieran franquearla, se acercó una mujer con el ceño fruncido.
—¡Rudy, gracias a Dios! Te he estado buscando por todas partes. ¿Dónde te habías metido? El rey está a punto de dirigirse a sus invitados…
—Por favor, debe detenerlo —la interrumpió ___________—. No hace falta que designe a un heredero. ¡El príncipe Lucas está vivo! ¡Puedo demostrarlo!
—No es más que una periodista, Josie —dijo Rudy al oír la exclamación de su esposa—. Se ha colado en palacio…
—Porque el guardia de la verja no me dejaba pasar. Estaba desesperada.
Josie Sabina no la despachó inmediatamente.
—Bueno, supongo que yo haría lo mismo si estuviera desesperada —dijo con una leve sonrisa. Se quedó mirándola, pensativa, y después le tendió la mano y se presentó—. Soy la esposa de Rudy, Josie. ¿Y tú eres…?
—___________ _______________(TAP) —intuyendo que se trataba de un alma comprensiva, le estrechó la mano con un suspiro de alivio—. Es muy importante que hable con el rey, señora Sabina. Su hijo no murió en el accidente de avión. Vivo en Colorado. No habría recorrido medio mundo por una mentira. Tengo pruebas.
Cuando Josie miró a su marido en busca de guía, a ___________ se le cayó el alma a los pies. Era su última oportunidad. Si Josie no la ayudaba, la pondrían de patitas en la calle y ya podía despedirse de darle el mensaje al rey. El duque Nicholas correría la voz de que era una periodista norteamericana chiflada y no la tomarían en serio.
—El duque Nicholas ha dado órdenes de acompañarla a la salida —le dijo Rudy a su esposa—. Yo me limito a obedecer.
Era una indicación para que ella hiciera lo mismo pero, en el último momento, la mujer vaciló.
—Si existe la más remota posibilidad de que el príncipe siga vivo, sabes que debo decírselo a la reina, Rudy —le dijo finalmente a su marido—. Ella querría saberlo.
—Pero ¿y si no es más que una treta?
—Tendré que correr el riesgo —se limitó a decir—. Si el príncipe fuera hijo mío y existiera la posibilidad de que siguiera con vida, querría saberlo.
Dicho así, Rudy reconoció su derrota.
—Está bien —suspiró—. Te esperaremos aquí.
Encantada, ___________ sentía deseos de abrazarlos a los dos. ¡Por fin alguien la escuchaba! Y si lo hacía la reina… Rezando en silencio mientras Josie se alejaba para hablar con su señora, esperó junto a Rudy e intentó no preocuparse cuando un minuto se transformó en dos, tres… y en diez. No era fácil. ¿Por qué tardaba tanto Josie?
Por fin, la vio acercarse a paso rápido por el pasillo. Con el corazón en la garganta, fue a su encuentro.
—¿Y bien? ¿Me recibirá?
—Tienes diez minutos —anunció con solemnidad, y rió cuando ___________ la abrazó. Le dio unas palmaditas y sonrió—. Vamos, no hay tiempo que perder.
* * *
Con Josie como acompañante, se abrieron camino por un laberinto de pasillos antes de llegar al pequeño solárium de la parte posterior del palacio. Deteniéndose ante las elegantes puertas de cuarterones, Josie le dio una rápida lección de etiqueta palaciega.
—Espera a que la reina te hable, y haz una reverencia cuando seas presentada. La reina no se preocupa mucho por las formalidades, pero es lo más cortés y lo agradecerá —con el regocijo centelleando en sus ojos oscuros, prosiguió—. Péinate, querida. Eso es. ¿Preparada?
«¡No!», quería gritar ___________. Iba a conocer a la reina de Montebello, ¡por supuesto que no estaba preparada! En cambio, inspiró hondo y asintió.
—Adelante.
Sin decir palabra, Josie dio un golpe de nudillos a la puerta y la abrió. Un segundo después, la condujo a una hermosa habitación de paredes de color verde pálido, suelos de mosaico y las plantas y flores más exuberantes que ___________ había visto nunca. Y allí, esperándola, no sólo estaba la reina Gwendolyn, sino también el rey Marcus.
Con el corazón latiéndole con frenesí en el pecho, ___________ se tranquilizó pensando que no tenía motivos para estar nerviosa. No eran ogros. De hecho, se decía de los monarcas que eran personas muy amables y sencillas, aunque vivieran en un palacio. Y ___________ había escrito tanto sobre ellos, sus hijos y su familia, que casi creía conocerlos.
A pesar de sus intentos por tranquilizarse, hizo una torpe reverencia antes de que Josie tuviera ocasión de anunciarla.
—Lo siento —se disculpó ___________ al momento, sonrojándose—. Debía esperar a que me presentaran… y a que ustedes hablaran primero.
La reina Gwendolyn sonrió comprensivamente. Resultaba fácil ver por qué seguían considerándola una de las mujeres más bellas de Europa. Con poco más de sesenta años, tenía una piel de porcelana desprovista casi por completo de arrugas, le brillaban los ojos, tenía la figura esbelta de una chiquilla y llevaba un traje azul de seda que hacía juego con sus ojos.
Tendiéndole la mano, la reina Gwendolyn dijo:
—No solemos observar muchas ceremonias en nuestra casa, señorita _______________(TAP). Por favor… ¿puedo llamarte ___________?
—Por supuesto, Majestad.
Sintiendo una simpatía inmediata por la reina, ___________ le estrechó la mano pensando que podría haberse sentado y charlado con ella como si fueran viejas amigas. Sin embargo, el rey se erguía en actitud protectora junto a su esposa, con semblante regio. El último año no había sido fácil para él. Majestuoso y aristocrático, tenía el pelo blanco y arrugas en los rabillos de sus ojos oscuros. La saludó en voz baja y fue al grano.
—Josie nos ha dicho que tiene noticias sobre nuestro hijo.
—Sí, señor. Creo que está vivo.
—Dice Josie que puedes demostrarlo —intervino la reina Gwendolyn, con ojos oscuros suplicantes—. No pareces una mujer cruel, ___________. Si no ha sido más que un truco para que te recibiéramos, reconócelo ahora y no te guardaremos rencor.
Al tomar la mano de su marido y erguirse junto a él, su dolor se hizo visible. Reyes o no, eran padres y querían a su hijo.
—Sé que este año ha sido muy difícil para Sus Majestades, y que muchas personas han afirmado haber encontrado al príncipe —dijo tensa—. Les seré sincera. Yo tampoco lo he encontrado y, ahora mismo, ignoro dónde puede estar. Pero creo que está vivo. Por esto —metió la mano en el bolso, sacó la bufanda que Willy había encontrado y se la enseñó a la reina—. Es del príncipe Lucas, ¿verdad?
Con la mirada clavada en la bufanda sucia y deshilachada, la reina Gwendolyn profirió una pequeña exclamación. Se le llenaron los ojos de lágrimas y alargó la mano hacia la prenda con dedos trémulos, como si temiera tocarla.
—¡Marcus, mira!
El rey no dijo nada. Con una expresión tan dura como el granito, lanzó a ___________ una mirada que habría hecho temblar a cualquier otra mujer.
—Le regalamos esto a nuestro hijo el año pasado, por Navidad. ¿De dónde la ha sacado?
—Me la ha dado un hombre llamado Willy Cranshaw —contestó—. La encontró en los bosques de Colorado… cerca de una hoguera apagada a unos ocho kilómetros del lugar del accidente.
—¿Crees que Lucas la perdió allí? —preguntó la reina, retirando las lágrimas que fluían de sus ojos—. ¿Qué ha sobrevivido al accidente? ¿Crees que lleva todos estos meses vagando por las montañas? ¿Es eso lo que estás insinuando?
___________ habría apostado todo lo que poseía a que eso era lo que había ocurrido, pero no podía demostrarlo. Por eso, no quería dar falsas esperanzas a la reina.
—No lo sé, Majestad. Lo único que sé es que la bufanda no pudo alejarse sola de los restos del avión.
Intentaba ser prudente, pero podría haberse ahorrado el esfuerzo. El rey y la reina se miraron a los ojos y, de pronto, se abrazaron, riendo, llorando y bailando de alegría.
—¡Tiene que estar vivo, Gwen! —exclamó el rey, pletórico—. ¿No es increíble? Después de tanto tiempo, ¡sigue con vida! —la besó con fuerza, sin preocuparse de quién pudiera verlo—. Tengo que contárselo a Nicholas —anunció—, para que reabra la investigación. ¡Y las niñas! ¡Van a llevarse una alegría! ¿Rudy? —gritó al tiempo que buscaba con la mirada a su criado personal—. Te necesito, ¿dónde te has metido?
—Aquí, Majestad —dijo el anciano, y entró en la habitación. Sorprendiéndolo, el rey lo abrazó como si fuera un hermano.
—¡Lucas está vivo, Rudy!
Rudy confesó conocer la noticia.
—Me lo había dicho la señorita _______________(TAP), pero pensé que era otra oportunista. Perdóneme, señorita —dijo con solemnidad—, pero no podía arriesgarme.
—No importa —repuso ___________ con una sonrisa fácil—. Sé que sólo cumplía con su deber.
Complacido tanto por la sinceridad de su viejo amigo como por la reacción de ___________, el rey le dio una palmadita a Rudy en el hombro.
—Ve a buscar a Nicholas. Debe saberlo para que podamos reabrir la investigación.
A la mención del duque, ___________ se puso rígida. «¡No!», quería gritar. «¡No se lo contéis!». Pero al tiempo que apretaba los labios, comprendió que tendría que tratar con el duque tanto si le gustaba como si no. A fin de cuentas, era el jefe del servicio de inteligencia de Montebello y había estado dirigiendo la búsqueda del príncipe desde el accidente de avión. Era lógico que el rey quisiera comunicarle el hallazgo de la bufanda.
—Por favor, siéntate, ___________, y cuéntanoslo todo —dijo la reina, y le señaló un bonito sofá de color crema con sillones de oreja a juego. Flanqueaban la chimenea de mármol, que presidía la habitación—. Has dicho que el señor Cranshaw encontró la bufanda de Lucas cerca de los restos de una hoguera, en las montañas, pero ¿puedes darnos más detalles?
—¿Encontró algo más? —preguntó el rey mientras se sentaba en el sofá y ___________ se dejaba caer en uno de los sillones de oreja—. ¿Había algún indicio de que Lucas estuviera herido? ¿Dónde ha estado todo este tiempo? ¿Por qué no ha llamado? ¿No sabe lo preocupados que estamos por él?
___________ no tenía todas las respuestas. Que ella supiera, el hecho de que el príncipe Lucas no se hubiera puesto en contacto con su familia decía mucho de su estado mental, pero no era más que una opinión, así que eludió la pregunta y centró la conversación en lo que sabía.
—Willy encontró la bufanda junto a una hoguera abandonada en una zona remota de las montañas. No supo decir cuánto tiempo había estado allí el príncipe, si una noche o más, pero lo bastante para encender un fuego. En cuanto a la bufanda, no sabemos si al príncipe se le cayó o la olvidó, pero no estaba muy lejos de la hoguera.
—¿Confías en ese tal Cranshaw? —preguntó el rey con el ceño fruncido—. ¿Qué sabes de él? ¿Podría haber encontrado la bufanda y haber inventado esta historia para que pensáramos que Lucas sigue vivo? Hay gente retorcida que disfruta con esas cosas, ¿sabes?
—Willy tiene sus rarezas —dijo ___________ con sinceridad—. Pero confío en él. No miente sobre el lugar en que encontró la bufanda. Él no haría eso.
Habría seguido hablando, pero el duque Nicholas apareció en aquel preciso momento, y nada más verla sentada con los reyes, se puso rígido y clavó en ella sus penetrantes ojos verdes. Haciendo caso omiso de sus tíos, gruñó:
—No sé qué diablos cree que hace, pero no se saldrá con la suya —se acercó al sillón en el que estaba sentada y la sujetó por el brazo—. Vamos, a la calle. Y esta vez me aseguraré de que no se vuelva a colar.
Atónita, la reina Gwendolyn gimió:
—¡Nicholas! ¿Se puede saber qué haces? ___________ nos ha traído noticias de Lucas. ¡Detente! —dijo cuando su sobrino obligó a ___________ a ponerse en pie—. ¿Te has vuelto loco? Sabes que no debes tratar así a un invitado.
—No es más que una periodista que busca una exclusiva —replicó con el ceño fruncido—. No creas nada de lo que te diga. La encontré vagando por los pasillos y le pedí a Rudy que la acompañara a la salida, pero ha debido de colarse por otra entrada.
—No se ha colado —dijo su tío, con el ceño fruncido—. La hemos invitado. Tiene noticias de Lucas. Está vivo. ¡Mira! —tendiéndole la bufanda, no hizo ademán de contener las lágrimas—. La encontraron a ocho kilómetros del lugar del accidente, Nicholas. Junto a los restos de una hoguera —añadió con voz ronca—. ¿Puedes creerlo? ¡Lucas debe de estar vivo!
Al ver la esperanza brillando en las miradas de sus tíos, Nicholas deseó poder creer que su primo había sobrevivido al accidente de avión. Pero, ¿cómo? Había pasado un año. Si Lucas se había alejado del avión, ¿qué había estado haciendo todos aquellos meses? ¿Dónde se había metido? Y aunque, nada más verla, supo que la bufanda que Marcus sostenía era de Lucas, ¿cómo podía fiarse de una periodista norteamericana que vivía de ultrajantes titulares?
—Creo que es demasiado pronto para sacar esa conclusión —le dijo a Marcus con rigidez—. Esta mujer es periodista. Sólo busca un reportaje sensacionalista.
—¡Mentira!
—Escribe una columna sobre la familia real —continuó, haciendo caso omiso de la indignación de ___________—. Su nombre me resultó familiar cuando me la encontré en el pasillo, así que investigué un poco. Trabaja para el Denver Sentinel, y se enorgullece de sus primicias. Nada la detiene cuando quiere conseguir material para su columna.
—¡Yo no miento!
—¿No? Entonces, ¿va a decirme que el conde Baldwin tuvo un hijo con su institutriz? —la desafió, refiriéndose a un conde inglés de veinticinco años que tenía fama de ser tan beato como un monje—. Es lo más ridículo que he oído jamás. La mujer era quince años mayor que él.
—Y una prueba de paternidad demostró que el hijo era suyo —replicó ___________—. Si no me cree, tengo una copia de los resultados de la prueba en mi despacho de Denver. Se la enviaré cuando vuelva a casa.
Echando chispas por sus ojos azules, lo desafió a que la contradijese y, con ese pequeño acto de rebeldía, consiguió exasperarlo. Y Nicholas no entendió por qué. Le gustaban las mujeres y disfrutaba de su compañía. No le faltaban acompañantes y no era hostil con ellas, y menos con una mujer a la que ni siquiera conocía. Sin embargo, aquella pelirroja tenía algo que lo sacaba de sus casillas.
—La cuestión es que se trataba de un asunto privado que no tenía por qué airear —masculló—. No tiene decencia, ni usted ni el periódico para el que escribe.
—¿Ah, no? —le espetó ___________—. Si tan monstruo soy como dice, ¿por qué me he molestado en viajar hasta aquí? No necesitaba permiso de nadie para escribir el reportaje. Tenía la bufanda y sabía de dónde había salido. Podría haber llenado la portada del periódico con fotografías de la prenda. ¿No habría sido una bonita manera de hacer saber a los reyes que su hijo estaba vivo? Podrían haberlo leído en los periódicos.
Lejos de quedarse impresionado, el duque profirió una carcajada.
—Sí, claro. Lo que dice suena bien, pero no me lo trago. Ha visto la noticia del siglo y ha venido a buscarla.
Esperando que lo negara, lo tomó por sorpresa que reconociera la verdad sin pestañear.
—¡Por supuesto que busco la noticia del siglo! Al contrario que usted, Su Excelencia, no tengo un fondo fiduciario ni un rey en la familia. Trabajo para ganarme la vida y no me disculpo por ello. Eso no me convierte en una mala persona… en una persona sin principios. Si hubiera perdido un hijo, no querría descubrir que está vivo por los periódicos. Por eso he venido.
Se hizo un pesado silencio, y su sinceridad pareció reverberar en la habitación. Comprendiendo que se había dejado llevar por su enojo, Nicholas se sintió como un canalla.
—Si la he juzgado mal, lo siento —se disculpó con rigidez—. Pero sigo sin fiarme de usted.
—Tranquilízate, Nicholas —dijo su tía con una sonrisa—. No es más que el mensajero, y nos ha traído noticias increíbles. ¿Por qué vamos a negarle un reportaje? Lo importante es que Lucas está vivo. Llevamos un año esperando este día. Ahora lo que falta es encontrarlo.
—Eso es —dijo el rey Marcus—. Voy a reabrir la investigación.
Aliviada, ___________ sintió la tentación de sacarle la lengua al duque: se lo merecía. De haber sabido lo arrogante que era, no lo habría halagado tanto en sus columnas a lo largo de los años.
—A ___________ le dio la bufanda un hombre llamado Willy Cranshaw —prosiguió el rey—, quien a su vez la encontró en las montañas de Colorado. Quiero que regreses a Norteamérica con ella y hables con ese hombre. Podría decirte algo más que nos conduzca a Lucas.
___________ estaba atónita. Con todas las cosas terribles que Nicholas le había dicho, ¿esperaba el rey que regresara a Colorado con él?
—¿Qué? Oh, no. Él no.
—Debe hacerlo, querida —repuso la reina—. No puede dirigir la investigación desde aquí. Y has dicho que querías ayudarnos a encontrar a Lucas —le recordó—. Ésta es tu oportunidad.
—Pero no lo entiende —protestó ___________—. Willy no hablará con él.
—Está al mando de la investigación —dijo el rey con el ceño fruncido—. Debe hablar con él.
Si no hubiera estado en presencia de la realeza, ___________ se habría reído. ¿Cómo explicar cómo era Willy a personas que sólo tenían que chasquear los dedos para conseguir lo que querían? Vivían en un palacio, ¿cómo iban a entender a un hombre que eludía a otras personas como si fueran la peste y que vivía en una casa de troncos que parecía estar a punto de venirse abajo?
—Willy es diferente —dijo—. Luchó en Vietnam y le han quedado secuelas psicológicas. Es un poco asustadizo.
—¿Quieres decir que está loco? —inquirió la reina Gwendolyn enarcando una delicada ceja.
—No, en realidad, está muy cuerdo —respondió ___________—. Más bien es excéntrico. No se fía mucho de la gente. Ve intrusos por todas partes, y ha telefoneado tantas veces a la policía que dejan su llamada en espera cuando le reconocen la voz. Por eso me llamó a mí cuando encontró la bufanda del príncipe Lucas. Soy la única que le presta atención.
—Nicholas también lo hará.
—Estoy segura. El problema es que Willy no querrá hablar con él. Sólo quiere hablar conmigo.
—¡Lo sabía! —resopló Nicholas con desdén—. Sólo es un ardid —se volvió hacia sus tíos—. ¿No veis que os está tomando el pelo? ¿Cómo sabemos que ese tal Willy es real? Podría habérselo inventado todo, haber comprado la bufanda por Internet y haberla pisoteado en el barro para que pareciera que ha estado a la intemperie.
Indignada, ___________ le espetó:
—¿Y por qué haría una cosa así? ¿Para conseguir un reportaje? Según usted, es una invención, y se descubriría enseguida si intentara endosársela a mis lectores. Perdería mi trabajo, y jamás correría ese riesgo.
—Entonces, háblanos un poco más del señor Cranshaw —dijo la reina—. Si de verdad existe, Nicholas necesita hablar con él. Quizá se le haya pasado por alto alguna pista sobre el paradero de Lucas.
Tenía razón, pensó ___________. Pero estaban hablando de Willy, por el amor de Dios. ¿Cómo podría convencerlo para que colaborara? Si se le metía en la cabeza que el duque sospechaba de él, podría guarecerse en las montañas por temor a ser detenido, y sería imposible predecir cuánto tiempo permanecería escondido.
—Willy es un ermitaño, Majestad. No puedo predecir cómo reaccionará con el duque… o conmigo, si se lo presento. Pero lo intentaré —prometió—. He venido aquí porque creo sinceramente que el príncipe Lucas sigue vivo. Haré todo lo que pueda para encontrarlo.
—Por un precio —intervino Nicholas con ironía—. Quiere el reportaje.
—Ya lo tengo —le recordó—. Aunque me encantaría la exclusiva. Pero tanto si el rey me la concede como si no, ayudaré en lo que pueda para que encuentren al príncipe Lucas. Él es la verdadera noticia.
—Estoy de acuerdo —dijo el rey Marcus en un tono que indicaba que no quería seguir oyéndolos discutir—. Lo importante es encontrar a Lucas. Y, ahora mismo, podría estar vagando por las montañas de Colorado, perdido y confuso y gravemente herido. Así que, Nicholas, reabro la investigación y te envío a Colorado con ___________.
—¿Qué?
—Majestad, el duque Nicholas no me necesita para viajar a Colorado.
—Cierto —contestó, reprimiendo la risa—. Pero te necesita para ver a Willy. Y has dicho que ayudarías en lo que pudieras. Hablabas en serio, ¿verdad?
Acorralada, ___________ no podía alegar que la ayuda no incluía hacerle favores al duque. Tendría que morderse la lengua y tolerar su compañía, le gustara o no.
—Por supuesto que hablaba en serio —dijo en voz baja—. Llamaré a Willy en cuanto lleguemos a Denver y quedaré con él.
Complacido, el rey Marcus sonrió.
—Entonces, arreglado. Nicholas y tú trabajaréis juntos. Con tu pericia investigadora y su experiencia al mando del servicio de inteligencia, no hay duda de que encontraréis a Lucas.
Nicholas no estaba tan seguro de eso. El príncipe llevaba desaparecido un año y podía estar en cualquier parte. Pero, de momento, el rey tenía otro problema urgente que solucionar. Al final del pasillo, su familia y nuevos aliados esperaban a que anunciara el nombre de su sucesor. Si existía la posibilidad de que Lucas siguiera vivo, esa revelación tendría que esperar.
—De momento, tío, convendría mantener esta información en secreto —dijo Nicholas en voz baja—. Sólo como precaución.
—Estoy de acuerdo —respondió el rey con solemnidad—. Hay que hacer lo posible para proteger a Lucas —se volvió hacia ___________ y la miró con dureza—. Debes darme tu palabra de que no revelarás el paradero de mi hijo hasta que esté a salvo, ___________. Si no puede hacerlo para escribir el reportaje, necesito saberlo.
___________ no fingió malinterpretar lo que el rey estaba diciendo. Si no podía prometer escribir la historia como él quería, no habría exclusiva.
—Me considero una periodista responsable, Majestad. No me gusta ocultar información a mis lectores pero, en este caso, coincido en que debemos proteger al príncipe. Lo que me gustaría hacer es escribir un reportaje completo sobre él: su vida y, con suerte, el rescate. Pero no lo publicaré hasta que el príncipe Lucas no esté de vuelta en casa, sano y salvo.
—¿Y su redactor jefe accederá?
A Simón le daría un infarto, pero no pensaba decírselo a la familia real.
—No le hará gracia —respondió con sinceridad—. Preferiría cubrir la búsqueda paso a paso, pero aceptará mi compromiso —debía hacerlo; el reportaje era de ella, y no podía obligarla a divulgar nada que no quisiera—. Le doy mi palabra de que no escribiré nada que ponga en peligro al príncipe.
—Entonces, de acuerdo —dijo el rey—. ___________, tienes la exclusiva. Nicholas, encuéntrame a mi hijo.
—Haré lo que pueda, Majestad.
—Lo sé —dijo con voz ronca—. Ahora que ya está todo decidido, tengo algo que anunciar. Y ya he hecho esperar bastante a mis invitados.
Sólo él y la reina sabían con certeza a quién habían elegido como sucesor, y era una información que preferían no divulgar. Al verlos salir, ___________ no pudo evitar envidiar a Nicholas cuando los siguió. Teniendo la oportunidad, habría ideado la manera de asistir a aquel acto público, pero antes de poder pensar en moverse, Rudy bloqueó el umbral, interponiéndose en su camino.
—El duque Nicholas se reunirá con usted en el aeropuerto para su vuelo de regreso a Estados Unidos. No necesita reservar billete, porque viajará en uno de los aviones privados de la familia real —le informó—. El rey ya ha dispuesto que un chófer la lleve al aeropuerto.
Cuando le hizo una seña para que lo precediera hacia otra puerta de la habitación, ___________ no se molestó. ¿Qué le importaba perderse la declaración del rey? La verdadera historia era suya. El príncipe estaba vivo, y había conseguido la exclusiva. La vida no podía ser mejor.
Ante la prolongada tardanza del rey, con cada tictac del reloj crecía el volumen de las conversaciones en la sala del trono. De pie a un lado del podio que habían instalado para el monarca, Kyle Ramsey entendía la preocupación que alimentaba los susurros de los invitados. El rey, por norma, era puntual. Al contrario que otros hombres poderosos, respetaba el tiempo de los demás tanto como el suyo. La demora sólo podía deberse a un imprevisto.
—¿Qué estará pasando? —le preguntó su hermano, Tyler, que con el hombro apoyado en una columna observaba a los presentes con mirada atenta.
—No lo sé —murmuró Kyle—. Pero no me gusta.
Tenía motivos para estar preocupado. El año anterior, como piloto de élite y miembro reciente de Los Notables, un equipo encubierto de pacifistas que viajaba por el mundo protegiendo a mujeres y niños, había ayudado a restaurar las relaciones entre Montebello y su país vecino, Tamir. La paz en la zona era de vital importancia, y durante las últimas semanas había estado formando a su hermano para que lo ayudara a patrullar los cielos del Mediterráneo Oriental. Cuando habían recibido la invitación de asistir a la proclamación del nuevo heredero, Kyle había dado por hecho que se trataba de mera cortesía. De pronto, no estaba tan seguro.
Se produjo un revuelo en la puerta y, en aquel momento, entraron los reyes seguidos de su sobrino, el duque Nicholas. Teniendo en cuenta que, al nombrar un heredero, el rey estaba reconociendo la muerte de su hijo, Kyle se sorprendió de que estuviera sonriente. Había imaginado una reunión tensa y llorosa. En cambio, el rey Marcus sonreía de oreja a oreja de camino al podio.
Se hizo el silencio en los elegantes confines de la sala del trono.
—Me disculpo por el retraso —dijo el rey, saludando a sus invitados con una sonrisa fluida—. Primero, quiero agradeceros vuestra presencia hoy aquí. Como sabéis, os había invitado para designar un heredero al trono.
Los invitados intercambiaron miradas elocuentes y, de pronto, se produjo una tensión antes inexistente. ¿Quién sería rey? La pregunta parecía flotar por la habitación, pero el monarca no dio muestras de percibirlo. Todavía sonriendo, le tendió la mano a la reina, y con un amor que iluminó todo su rostro, ésta se colocó a su lado. Juntos, se volvieron hacia sus familiares, amigos y aliados.
—Como sabéis, este año no ha sido fácil para nosotros —prosiguió el rey Marcus—. Tanto la reina Gwendolyn como yo creíamos de corazón que el príncipe Lucas había sobrevivido al accidente pero, con cada día que pasaba nos costaba más aferramos a esa esperanza. Al final, nos vimos obligados a afrontar que la vida debía seguir. Yo necesitaba un heredero. No me hacía ilusión nombrar a alguien que no fuera mi hijo. Ahora, afortunadamente, ya no tengo por qué hacerlo.
Al oír la exclamación colectiva de sus invitados, sonrió.
—No, no es lo que pensáis. No hemos encontrado al príncipe Lucas… todavía. Pero han aparecido indicios, y aunque no estoy en condiciones de revelar cuáles son, la reina y yo queríamos comunicaros que esperamos que nuestro hijo no tarde en reunirse con nosotros. Gracias por venir. No sabéis cuánto han significado para nosotros vuestras oraciones y vuestro apoyo.
MissMarshmallow
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