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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
Capitulo 22 - Nicholas se supera a sí mismo.
A pesar de que apenas eran las seis de la tarde, ya había caído la noche y las estrellas temblaban en la oscura bóveda del cielo. Nicholas respiró hondo y se colocó bien los guantes de lana. Hacía mucho frío.
—¿Por qué tarda tanto en llegar nuestro taxi? —preguntó, anclado en la acera frente a la casa de __________.
Ella terminó de atarse los cordones de las zapatillas antes de mirarle consternada.
—Nicholas, cielo, no vamos a ir en taxi —le explicó—. Estamos esperando a… la limusina o, tal como lo llamamos el resto de los mortales, el autobús.
Nicholas le dedicó una mueca de asco y dio un paso atrás hasta apoyar la espalda contra la valla de los vecinos.
—¡No pienso montar en otra de esas cosas salidas del infierno! —chilló, mientras negaba con la cabeza para darle más énfasis a sus palabras—. Y no vuelvas a llamarme «cielo».
—Oh, lo he dicho sin pensar. ¡Lo siento, Alteza!
—Pues piensa, ________, piensa —concluyó él, tocándole la cabeza con la punta de uno de sus largos dedos.
Ella tragó saliva despacio, nerviosa, y se preguntó por qué demonios le había dicho a Nicholas aquella palabra. «Cielo»… Nicholas podía llegar a ser muchas cosas, pero desde luego no un pedacito de cielo. La palabra «cielo» connotaba un significado angelical o adjetivos como bondad, ternura o humildad. Y todos esos adjetivos eran antónimos de la verdadera personalidad de Nicholas.
Pasados unos confusos instantes, __________ empezó a sentirse idiota, ¿qué narices hacía meditando sobre posibles motes cariñosos que utilizar con Nicholas? Se dijo que aquello era demasiado y se prometió mentalmente no pensar en más tonterías del estilo.
—¿Llamamos a ese taxi hoy o esperamos a que amanezca?
El tono irónico de Nicholas la devolvió al cruel mundo real. Se cruzó de brazos a la defensiva mientras el inglés la miraba atentamente, esperando que ella tomase las riendas de la situación.
—¿No te he dicho ya que vamos a coger el autobús?
—Sí. —Sonrió falsamente—. ¿Y yo no te he dicho ya que no pienso poner un pie en otra de esas limusinas cutres?
—Nicholas, en serio, ¿por qué no te propones cerrar esa maravillosa bocaza que tienes y divertirte un rato?
—Ya sé que es maravillosa —contestó—. Y sí, pienso divertirme, pero antes dame el número de un taxi, yo mismo llamaré si hace falta.
—Oh, increíble, ¡piensas marcar un número de teléfono con tus propios dedos! Felicidades —comentó ___________, malhumorada y buscando su propio móvil para darle el número del taxi.
Como era de esperar, Nicholas llamó y exigió que les recogiesen allí mismo. Fue una suerte que el coche no tardara demasiado en aparecer, pues empezaban a helarse de frío en medio de la calle, y el silencio que les acompañaba era un tanto incómodo para los dos.
Una vez se encontraron dentro del confortable taxi, ___________ le indicó al simpático conductor adónde querían ir y se pusieron en marcha. Ella ladeó la cabeza y observó de reojo el rostro de Nicholas. Era adorable, especialmente cuando mantenía la boca bien cerrada. Tenía los labios bonitos… _____________ dio un respingo en su asiento ante la gélida mirada que Nicholas le dirigió de pronto, descubriendo que ella le observaba.
—¿Qué miras?
_________ se preguntó si en una relación normal entre dos personas el novio haría esa misma pregunta cuando pillase a su enamorada contemplándole bajo el silencio de la noche. Seguramente no. Lo más probable era que el chico se girase y le dirigiese una tímida sonrisa avergonzada antes de que sus mejillas comenzasen a tornarse ligeramente rojizos. Pero no era el caso: Nicholas parecía más bien enfadado.
—No te estaba mirando —mintió __________ finalmente.
—¿Me tomas por tonto o qué?
—Bueno, ¿tanto importa si te miraba o no?
El conductor del taxi les sonrió al tiempo que observaba la discusión a través del espejo.
—Chico, deja que te mire —le sugirió a Nicholas.
—¿Por qué no se dedica usted a mirar la carretera, ya que para eso le pagamos? —le reprochó el rubio.
—¡Nicholas! —________ le regaló el tercer manotazo del día.
El inglés suspiró hondo antes de girarse y apoyar la frente sobre la ventanilla del taxi. Se sentía terriblemente nervioso, como nunca lo había estado. Le temblaban las piernas, y se preguntó si realmente conseguiría caminar cuando el taxi les dejase en la feria. Salir con __________, a solas, después de haberla besado y dormir con ella, era todo un reto. No estaba seguro de estar a la altura. Por primera vez, tenía miedo de no ser el mejor en algo.
Así que, cuando llegaron al recinto ferial, dejó que ____________ bajase en primer lugar y él se quedó algo rezagado mientras pagaba al taxista. Luego salió, y el coche se alejó y se perdió en la oscuridad de la noche. Ambos se miraron en silencio anclados frente a la puerta principal.
—¿Entramos? —sugirió ________, alzando una ceja.
—Sí. —Nicholas tragó saliva despacio—. O no, más bien no.
Ella cerró los ojos con fuerza. Después, tras tomarse unos segundos para ordenar sus ideas, volvió a mirarle.
—¿Qué te ocurre ahora?
Nicholas balbució algo incomprensible por lo bajo y se acercó hasta ella, torpemente. ___________ sonrió por su nueva faceta patosa y rodeó con los brazos su espalda.
Le estaba abrazando. A Nicholas le costó un buen rato asimilarlo. Cuando finalmente lo hizo, descubrió que se estaba muy bien ahí, con el rostro camuflado entre su alborotada mata de pelo y el cuerpo pegado al suyo, infundiéndole calor. Se acercó poco a poco hasta su oído, rozando su piel.
—No sé si estoy preparado…
—Nicholas, por favor, solo es una feria, ¿nunca has ido a una simple feria?
—No.
____________ respiró hondo.
—Pero he visto ferias en las películas —añadió él rápidamente, como si aquello explicase lo normal que era su vida.
La chica acunó el rostro de Nicholas entre sus manos y le miró fijamente. Los ojos de él, grises y brillantes, siempre le habían parecido extrañamente fríos, pero en aquel momento advirtió en ellos atisbos de temor.
—No te pasará nada —le aseguró—. De verdad, no es un lugar peligroso.
—Pero hay gente —recalcó él con la vista fija en el interior del recinto—. Mucha gente…
—La finalidad de la feria es que la gente la visite. Por eso están aquí.
Nicholas ahogó un quejido. De haber sabido los planes de _________ con un poco más de antelación, seguramente habría hecho algún chanchullo para alquilar el recinto ferial durante un día entero. Y así habrían podido estar solos allí.
—Además, si en algún momento crees que estás a punto de sufrir un infarto, puedes decírmelo, en serio —le animó ________.
—Ah, vale. Eso lo cambia todo —dijo intentando sonreír.
___________ le cogió de la mano y, sin más preámbulos, le arrastró hacia la puerta y se internaron en el lugar. Todo estaba repleto de luces de colores que parpadeaban aquí y allá, confundiendo a Nicholas, que nunca había visto algo parecido. Mirase donde mirase encontraba grupos de gente, colas infinitas, puestos de comida… ¡en plena calle!, y desde luego su apariencia no era nada higiénica. Los chiquillos chillaban a su antojo y corrían a lo loco, así que él tenía que intentar esquivarlos como si aquello fuese una dura prueba que superar.
—Te dije que no era para tanto —le comentó _________.
Nicholas prefirió no añadir nada al respecto, pues no estaba seguro de poder decir algo positivo. Alzó la vista y descubrió la enorme noria que parecía elevarse hasta el cielo al son de una rítmica melodía navideña.
—¿Te apetece subir? —le propuso ________, señalando la noria.
—¿Qué?, ¿te has vuelto loca? —La miró con los ojos desorbitados—. __________, ahí arriba la gente muere.
—Nicholas, nadie muere en la noria. Es totalmente segura.
—Creo que estás un poco desinformada —le aseguró—. Yo he ojeado numerosas estadísticas al respecto y te aseguro que en ese cartel donde pone «Ven a la noria y disfruta», debería poner más bien «Ven a la noria a suicidarte».
_______________ se quedó un poco atontada tras la respuesta de Nicholas y le costó procesarla. Teniendo en cuenta que la noria era una de las atracciones más calmadas, se preguntó en cuál podrían subir. Seguramente en ninguna. Dedujo que pasarían el rato criticando las atracciones y, como punto extra, más tarde elaborarían en casa algún informe que tratase sobre la inseguridad de los recintos feriales. Ese sería el plan perfecto para su acompañante.
—Pero, bueno, pensándolo bien… —Nicholas se pasó una mano por la frente y se apartó los mechones de cabello rubio hacia atrás—, de algo tenemos que morir, ¿no? Así que, en fin, supongo que puedo montar en la noria del suicidio.
___________ sonrió ampliamente y echó a andar directa hacia la rueda que giraba en medio de la noche. Nicholas la siguió satisfecho. En realidad había oído muchas veces aquella frase salir de los labios de Marcus; especialmente cuando se liaba las «hierbas medicinales» acostumbraba añadir: «De algo hay que morir, ¿no?». Nicholas decidió que plagiaría alguna más de sus creaciones.
Dejó que ella comprara dos tickets para la atracción, y mientras esperaban a que el turno anterior terminase, ojeó con desconfianza al tipo que vendía las entradas dentro de un pequeño puesto de cristal. Finalmente, decidió acercarse.
—Hola —le saludó.
—¿Cuántos tickets quieres? —preguntó el otro con tono monótono.
—No, ya hemos comprado.
—Ah, pues no hacemos devoluciones, lo siento.
—En realidad lo que quería era saber si usted podría enseñarme el contrato del seguro de la atracción —dijo al fin.
__________, a su lado, deseó que la tierra se la tragase.
—¿El contrato de qué…?
—El contrato del seguro —repitió Nicholas.
—Digamos que no lo tenemos aquí ahora mismo —contestó el hombre rascándose el mentón—. Pero confíe en mí: la atracción está en orden.
—Me gustaría comprobar ese orden por escrito.
—Ya le he dicho que no tenemos los papeles aquí —dijo, y, por el tono de su voz, Nicholas dedujo que empezaba a enfadarse.
___________ advirtió que el turno anterior había terminado y, cogiendo a Nicholas de la chaqueta, lo arrastró hasta la noria. Le costó que subiese, ya que sus pies parecían haberse pegado al suelo.
—Vamos, Nicholas, ya hemos pagado los tickets.
Con un brusco empujón logró meterlo en la especie de carruaje donde debían acomodarse. Antes de que la noria se pusiera en movimiento, Nicholas estudió los tornillos y los engranajes que encontraba a su alrededor, como si fuese un inspector de seguridad; __________, cansada, le permitió que hiciese lo que le viniera en gana y se dedicó a contemplar a la gente que iba y venía por el recinto.
—¿Todo en orden, inspector? —le preguntó, cuando él volvió a sentarse.
—No estoy seguro. —Suspiró apesadumbrado—. Uno de los tornillos está un poco oxidado.
________ rió con ganas.
—A mí no me hace gracia.
—¡Pero de algo hay que morir, Nicholas! —exclamó ella, repitiendo sus mismas palabras y riendo todavía más.
Él frunció el ceño con desagrado y se cruzó de brazos, ante lo cual _________ contestó inclinándose y dándole un pequeño beso. El carruaje se balanceó por el movimiento y Nicholas tembló.
—Ven aquí —le pidió ella—, siéntate a mi lado, yo te protegeré —añadió, tras proferir una sonora carcajada.
—¿Crees que soy un cobarde, verdad? —inquirió él, entrecerrando los ojos y mirándola con odio.
—No, claro que no —le aseguró—. Lo que ocurre es que es normal que tengas miedo, teniendo en cuenta que el máximo riesgo que has corrido en tu vida ha sido coger una rosa que podía pincharte.
—Ni eso. —Sonrió con aire de suficiencia—. Tenemos varios jardineros.
¡Era tan… repelente! __________ suspiró y se levantó para sentarse a su lado. Le rodeó con un brazo con ademán protector y lo atrajo hacia sí, pegando su cuerpo al suyo. Cuando sonó una especie de bocina que indicaba que la atracción iba a empezar, Nicholas estuvo a punto de levantarse y marcharse, pero__________ lo retuvo entre los brazos mientras reía divertida.
Su carruaje comenzó a ascender lentamente. El viento frío provocaba que su cabina se balancease un poco, dándole una sensación de inestabilidad. Nicholas cerró los ojos y agradeció que __________ le abrazara de lado. Probablemente, aquella era la mayor locura que había cometido en toda su vida.
—Abre los ojos —le pidió _________, al cabo de un minuto largo.
—Ni de coña.
—Vamos, Nicholas, las vistas son muy bonitas desde aquí.
—Descríbemelas, que yo te escucho y me lo puedo imaginar.
Ella jugueteó un poco con su pelo rubio, enrollando algunos mechones suaves entre sus dedos.
—Mira, si abres los ojos, te prometo que ordenaré mi armario —le dijo al fin.
Y entonces él los abrió y sonrió. Clavó la vista en el suelo.
—¿En serio?
—Claro que sí.
—Está bien. —Respiró hondo antes de alzar la cabeza y perderse en la vista de la enorme ciudad que se dibujaba a grandes trazos ante sus ojos. Era realmente asombroso y le gustó la lejanía de las luces del centro, tintineando en el horizonte.
—¿No te parece bonito? —pregunto ________, emocionada.
—Lo justo y necesario.
Realmente sí, sí le parecía bonito, pero reconocerlo ante ella podría haberse considerado un delito contra la ley, así que se contuvo. Echó la cabeza hacia atrás, mientras ____________ enrollaba mechones de su pelo en sus pequeños dedos, y sonrió, notando la calma que se apoderaba nuevamente de él. Todavía se preguntaba de dónde demonios había sacado el valor suficiente para besarla, en la discoteca Buterffly. Es más, seguía preguntándose cómo era posible que se encontrase allí con __________, en la feria, dejando que ella le acariciara el pelo. No tenía intención de apartarla, y eso, en parte, le asustó.
Cuando la atracción finalizó y bajaron de la noria, _________ corrió directa hacia los coches de choque, y a Nicholas le faltó tiempo para seguirla a toda prisa. La joven señaló animadamente los coches.
—¡Qué ganas tenía de montar en esta! —exclamó emocionada.
Nicholas frunció el ceño.
—¿El juego consiste en chocar contra los demás?
—Exacto, ¿a que es divertido?
—Oh, claro, ¿por qué visitar museos o bibliotecas si podemos chocar los unos contra los otros?
—Nicholas, no empieces —le regañó ella.
—En serio, golpearse voluntariamente es una práctica poco productiva. —Miró alrededor, asustado—. Retrocedemos en el tiempo y nos convertimos en neandertales; de verdad, ya ni me sorprendería que los americanos vistiesen con taparrabos de piel y llevasen palos de madera ardiendo en las manos…
—Como no te calles, el que acabará ardiendo a causa de los golpes que pienso darte serás tú —le amenazó—. Y ahora junta esos bonitos labios que tienes y concéntrate en mantenerlos bien cerrados. Yo iré a comprar las entradas.
A pesar de que apenas eran las seis de la tarde, ya había caído la noche y las estrellas temblaban en la oscura bóveda del cielo. Nicholas respiró hondo y se colocó bien los guantes de lana. Hacía mucho frío.
—¿Por qué tarda tanto en llegar nuestro taxi? —preguntó, anclado en la acera frente a la casa de __________.
Ella terminó de atarse los cordones de las zapatillas antes de mirarle consternada.
—Nicholas, cielo, no vamos a ir en taxi —le explicó—. Estamos esperando a… la limusina o, tal como lo llamamos el resto de los mortales, el autobús.
Nicholas le dedicó una mueca de asco y dio un paso atrás hasta apoyar la espalda contra la valla de los vecinos.
—¡No pienso montar en otra de esas cosas salidas del infierno! —chilló, mientras negaba con la cabeza para darle más énfasis a sus palabras—. Y no vuelvas a llamarme «cielo».
—Oh, lo he dicho sin pensar. ¡Lo siento, Alteza!
—Pues piensa, ________, piensa —concluyó él, tocándole la cabeza con la punta de uno de sus largos dedos.
Ella tragó saliva despacio, nerviosa, y se preguntó por qué demonios le había dicho a Nicholas aquella palabra. «Cielo»… Nicholas podía llegar a ser muchas cosas, pero desde luego no un pedacito de cielo. La palabra «cielo» connotaba un significado angelical o adjetivos como bondad, ternura o humildad. Y todos esos adjetivos eran antónimos de la verdadera personalidad de Nicholas.
Pasados unos confusos instantes, __________ empezó a sentirse idiota, ¿qué narices hacía meditando sobre posibles motes cariñosos que utilizar con Nicholas? Se dijo que aquello era demasiado y se prometió mentalmente no pensar en más tonterías del estilo.
—¿Llamamos a ese taxi hoy o esperamos a que amanezca?
El tono irónico de Nicholas la devolvió al cruel mundo real. Se cruzó de brazos a la defensiva mientras el inglés la miraba atentamente, esperando que ella tomase las riendas de la situación.
—¿No te he dicho ya que vamos a coger el autobús?
—Sí. —Sonrió falsamente—. ¿Y yo no te he dicho ya que no pienso poner un pie en otra de esas limusinas cutres?
—Nicholas, en serio, ¿por qué no te propones cerrar esa maravillosa bocaza que tienes y divertirte un rato?
—Ya sé que es maravillosa —contestó—. Y sí, pienso divertirme, pero antes dame el número de un taxi, yo mismo llamaré si hace falta.
—Oh, increíble, ¡piensas marcar un número de teléfono con tus propios dedos! Felicidades —comentó ___________, malhumorada y buscando su propio móvil para darle el número del taxi.
Como era de esperar, Nicholas llamó y exigió que les recogiesen allí mismo. Fue una suerte que el coche no tardara demasiado en aparecer, pues empezaban a helarse de frío en medio de la calle, y el silencio que les acompañaba era un tanto incómodo para los dos.
Una vez se encontraron dentro del confortable taxi, ___________ le indicó al simpático conductor adónde querían ir y se pusieron en marcha. Ella ladeó la cabeza y observó de reojo el rostro de Nicholas. Era adorable, especialmente cuando mantenía la boca bien cerrada. Tenía los labios bonitos… _____________ dio un respingo en su asiento ante la gélida mirada que Nicholas le dirigió de pronto, descubriendo que ella le observaba.
—¿Qué miras?
_________ se preguntó si en una relación normal entre dos personas el novio haría esa misma pregunta cuando pillase a su enamorada contemplándole bajo el silencio de la noche. Seguramente no. Lo más probable era que el chico se girase y le dirigiese una tímida sonrisa avergonzada antes de que sus mejillas comenzasen a tornarse ligeramente rojizos. Pero no era el caso: Nicholas parecía más bien enfadado.
—No te estaba mirando —mintió __________ finalmente.
—¿Me tomas por tonto o qué?
—Bueno, ¿tanto importa si te miraba o no?
El conductor del taxi les sonrió al tiempo que observaba la discusión a través del espejo.
—Chico, deja que te mire —le sugirió a Nicholas.
—¿Por qué no se dedica usted a mirar la carretera, ya que para eso le pagamos? —le reprochó el rubio.
—¡Nicholas! —________ le regaló el tercer manotazo del día.
El inglés suspiró hondo antes de girarse y apoyar la frente sobre la ventanilla del taxi. Se sentía terriblemente nervioso, como nunca lo había estado. Le temblaban las piernas, y se preguntó si realmente conseguiría caminar cuando el taxi les dejase en la feria. Salir con __________, a solas, después de haberla besado y dormir con ella, era todo un reto. No estaba seguro de estar a la altura. Por primera vez, tenía miedo de no ser el mejor en algo.
Así que, cuando llegaron al recinto ferial, dejó que ____________ bajase en primer lugar y él se quedó algo rezagado mientras pagaba al taxista. Luego salió, y el coche se alejó y se perdió en la oscuridad de la noche. Ambos se miraron en silencio anclados frente a la puerta principal.
—¿Entramos? —sugirió ________, alzando una ceja.
—Sí. —Nicholas tragó saliva despacio—. O no, más bien no.
Ella cerró los ojos con fuerza. Después, tras tomarse unos segundos para ordenar sus ideas, volvió a mirarle.
—¿Qué te ocurre ahora?
Nicholas balbució algo incomprensible por lo bajo y se acercó hasta ella, torpemente. ___________ sonrió por su nueva faceta patosa y rodeó con los brazos su espalda.
Le estaba abrazando. A Nicholas le costó un buen rato asimilarlo. Cuando finalmente lo hizo, descubrió que se estaba muy bien ahí, con el rostro camuflado entre su alborotada mata de pelo y el cuerpo pegado al suyo, infundiéndole calor. Se acercó poco a poco hasta su oído, rozando su piel.
—No sé si estoy preparado…
—Nicholas, por favor, solo es una feria, ¿nunca has ido a una simple feria?
—No.
____________ respiró hondo.
—Pero he visto ferias en las películas —añadió él rápidamente, como si aquello explicase lo normal que era su vida.
La chica acunó el rostro de Nicholas entre sus manos y le miró fijamente. Los ojos de él, grises y brillantes, siempre le habían parecido extrañamente fríos, pero en aquel momento advirtió en ellos atisbos de temor.
—No te pasará nada —le aseguró—. De verdad, no es un lugar peligroso.
—Pero hay gente —recalcó él con la vista fija en el interior del recinto—. Mucha gente…
—La finalidad de la feria es que la gente la visite. Por eso están aquí.
Nicholas ahogó un quejido. De haber sabido los planes de _________ con un poco más de antelación, seguramente habría hecho algún chanchullo para alquilar el recinto ferial durante un día entero. Y así habrían podido estar solos allí.
—Además, si en algún momento crees que estás a punto de sufrir un infarto, puedes decírmelo, en serio —le animó ________.
—Ah, vale. Eso lo cambia todo —dijo intentando sonreír.
___________ le cogió de la mano y, sin más preámbulos, le arrastró hacia la puerta y se internaron en el lugar. Todo estaba repleto de luces de colores que parpadeaban aquí y allá, confundiendo a Nicholas, que nunca había visto algo parecido. Mirase donde mirase encontraba grupos de gente, colas infinitas, puestos de comida… ¡en plena calle!, y desde luego su apariencia no era nada higiénica. Los chiquillos chillaban a su antojo y corrían a lo loco, así que él tenía que intentar esquivarlos como si aquello fuese una dura prueba que superar.
—Te dije que no era para tanto —le comentó _________.
Nicholas prefirió no añadir nada al respecto, pues no estaba seguro de poder decir algo positivo. Alzó la vista y descubrió la enorme noria que parecía elevarse hasta el cielo al son de una rítmica melodía navideña.
—¿Te apetece subir? —le propuso ________, señalando la noria.
—¿Qué?, ¿te has vuelto loca? —La miró con los ojos desorbitados—. __________, ahí arriba la gente muere.
—Nicholas, nadie muere en la noria. Es totalmente segura.
—Creo que estás un poco desinformada —le aseguró—. Yo he ojeado numerosas estadísticas al respecto y te aseguro que en ese cartel donde pone «Ven a la noria y disfruta», debería poner más bien «Ven a la noria a suicidarte».
_______________ se quedó un poco atontada tras la respuesta de Nicholas y le costó procesarla. Teniendo en cuenta que la noria era una de las atracciones más calmadas, se preguntó en cuál podrían subir. Seguramente en ninguna. Dedujo que pasarían el rato criticando las atracciones y, como punto extra, más tarde elaborarían en casa algún informe que tratase sobre la inseguridad de los recintos feriales. Ese sería el plan perfecto para su acompañante.
—Pero, bueno, pensándolo bien… —Nicholas se pasó una mano por la frente y se apartó los mechones de cabello rubio hacia atrás—, de algo tenemos que morir, ¿no? Así que, en fin, supongo que puedo montar en la noria del suicidio.
___________ sonrió ampliamente y echó a andar directa hacia la rueda que giraba en medio de la noche. Nicholas la siguió satisfecho. En realidad había oído muchas veces aquella frase salir de los labios de Marcus; especialmente cuando se liaba las «hierbas medicinales» acostumbraba añadir: «De algo hay que morir, ¿no?». Nicholas decidió que plagiaría alguna más de sus creaciones.
Dejó que ella comprara dos tickets para la atracción, y mientras esperaban a que el turno anterior terminase, ojeó con desconfianza al tipo que vendía las entradas dentro de un pequeño puesto de cristal. Finalmente, decidió acercarse.
—Hola —le saludó.
—¿Cuántos tickets quieres? —preguntó el otro con tono monótono.
—No, ya hemos comprado.
—Ah, pues no hacemos devoluciones, lo siento.
—En realidad lo que quería era saber si usted podría enseñarme el contrato del seguro de la atracción —dijo al fin.
__________, a su lado, deseó que la tierra se la tragase.
—¿El contrato de qué…?
—El contrato del seguro —repitió Nicholas.
—Digamos que no lo tenemos aquí ahora mismo —contestó el hombre rascándose el mentón—. Pero confíe en mí: la atracción está en orden.
—Me gustaría comprobar ese orden por escrito.
—Ya le he dicho que no tenemos los papeles aquí —dijo, y, por el tono de su voz, Nicholas dedujo que empezaba a enfadarse.
___________ advirtió que el turno anterior había terminado y, cogiendo a Nicholas de la chaqueta, lo arrastró hasta la noria. Le costó que subiese, ya que sus pies parecían haberse pegado al suelo.
—Vamos, Nicholas, ya hemos pagado los tickets.
Con un brusco empujón logró meterlo en la especie de carruaje donde debían acomodarse. Antes de que la noria se pusiera en movimiento, Nicholas estudió los tornillos y los engranajes que encontraba a su alrededor, como si fuese un inspector de seguridad; __________, cansada, le permitió que hiciese lo que le viniera en gana y se dedicó a contemplar a la gente que iba y venía por el recinto.
—¿Todo en orden, inspector? —le preguntó, cuando él volvió a sentarse.
—No estoy seguro. —Suspiró apesadumbrado—. Uno de los tornillos está un poco oxidado.
________ rió con ganas.
—A mí no me hace gracia.
—¡Pero de algo hay que morir, Nicholas! —exclamó ella, repitiendo sus mismas palabras y riendo todavía más.
Él frunció el ceño con desagrado y se cruzó de brazos, ante lo cual _________ contestó inclinándose y dándole un pequeño beso. El carruaje se balanceó por el movimiento y Nicholas tembló.
—Ven aquí —le pidió ella—, siéntate a mi lado, yo te protegeré —añadió, tras proferir una sonora carcajada.
—¿Crees que soy un cobarde, verdad? —inquirió él, entrecerrando los ojos y mirándola con odio.
—No, claro que no —le aseguró—. Lo que ocurre es que es normal que tengas miedo, teniendo en cuenta que el máximo riesgo que has corrido en tu vida ha sido coger una rosa que podía pincharte.
—Ni eso. —Sonrió con aire de suficiencia—. Tenemos varios jardineros.
¡Era tan… repelente! __________ suspiró y se levantó para sentarse a su lado. Le rodeó con un brazo con ademán protector y lo atrajo hacia sí, pegando su cuerpo al suyo. Cuando sonó una especie de bocina que indicaba que la atracción iba a empezar, Nicholas estuvo a punto de levantarse y marcharse, pero__________ lo retuvo entre los brazos mientras reía divertida.
Su carruaje comenzó a ascender lentamente. El viento frío provocaba que su cabina se balancease un poco, dándole una sensación de inestabilidad. Nicholas cerró los ojos y agradeció que __________ le abrazara de lado. Probablemente, aquella era la mayor locura que había cometido en toda su vida.
—Abre los ojos —le pidió _________, al cabo de un minuto largo.
—Ni de coña.
—Vamos, Nicholas, las vistas son muy bonitas desde aquí.
—Descríbemelas, que yo te escucho y me lo puedo imaginar.
Ella jugueteó un poco con su pelo rubio, enrollando algunos mechones suaves entre sus dedos.
—Mira, si abres los ojos, te prometo que ordenaré mi armario —le dijo al fin.
Y entonces él los abrió y sonrió. Clavó la vista en el suelo.
—¿En serio?
—Claro que sí.
—Está bien. —Respiró hondo antes de alzar la cabeza y perderse en la vista de la enorme ciudad que se dibujaba a grandes trazos ante sus ojos. Era realmente asombroso y le gustó la lejanía de las luces del centro, tintineando en el horizonte.
—¿No te parece bonito? —pregunto ________, emocionada.
—Lo justo y necesario.
Realmente sí, sí le parecía bonito, pero reconocerlo ante ella podría haberse considerado un delito contra la ley, así que se contuvo. Echó la cabeza hacia atrás, mientras ____________ enrollaba mechones de su pelo en sus pequeños dedos, y sonrió, notando la calma que se apoderaba nuevamente de él. Todavía se preguntaba de dónde demonios había sacado el valor suficiente para besarla, en la discoteca Buterffly. Es más, seguía preguntándose cómo era posible que se encontrase allí con __________, en la feria, dejando que ella le acariciara el pelo. No tenía intención de apartarla, y eso, en parte, le asustó.
Cuando la atracción finalizó y bajaron de la noria, _________ corrió directa hacia los coches de choque, y a Nicholas le faltó tiempo para seguirla a toda prisa. La joven señaló animadamente los coches.
—¡Qué ganas tenía de montar en esta! —exclamó emocionada.
Nicholas frunció el ceño.
—¿El juego consiste en chocar contra los demás?
—Exacto, ¿a que es divertido?
—Oh, claro, ¿por qué visitar museos o bibliotecas si podemos chocar los unos contra los otros?
—Nicholas, no empieces —le regañó ella.
—En serio, golpearse voluntariamente es una práctica poco productiva. —Miró alrededor, asustado—. Retrocedemos en el tiempo y nos convertimos en neandertales; de verdad, ya ni me sorprendería que los americanos vistiesen con taparrabos de piel y llevasen palos de madera ardiendo en las manos…
—Como no te calles, el que acabará ardiendo a causa de los golpes que pienso darte serás tú —le amenazó—. Y ahora junta esos bonitos labios que tienes y concéntrate en mantenerlos bien cerrados. Yo iré a comprar las entradas.
FranJones.
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
JAJAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJAJA!!!!
POBRE DE NIICCKK LO SUBIRAN A LOS COCHEESS CHOCONEEESSS!!!!
ES EL JUEGO EN EL QUE SE DESATA LA ADRENALIINAAAA!!!!
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJJAJAJA
POBRE DE NIICCKK LO SUBIRAN A LOS COCHEESS CHOCONEEESSS!!!!
ES EL JUEGO EN EL QUE SE DESATA LA ADRENALIINAAAA!!!!
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJJAJAJA
chelis
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
hahahah Nick y sus rareras
pero es adorable aun asi
nos leemos pronto
xoxo
pero es adorable aun asi
nos leemos pronto
xoxo
Belencita
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
Capitulo 23 - Todo el mundo tiene un pasado
Nicholas se empeñó en montar en el mismo coche que __________. No quería estar solo cuando la guerra empezara. Se sentó —como buenamente pudo, dado el escaso espacio— en el asiento del copiloto mientras ella asía con fuerza el volante del cochecito. Nicholas respiró hondo y ojeó a sus contrincantes, que se encontraban en el perímetro de la pista. En realidad la mayoría eran críos, aunque algunos iban acompañados por sus fornidos padres.
—No sé si podremos superarlo —dijo.
—Nicholas, no hay nada que superar —aseguró ___________—. Lo único que pasará es que te darán unos cuantos golpecitos.
Él se cruzó de brazos y la miró cabreado.
—¿Te parece poco?, ¿estamos locos o qué? —siguió, alzando el tono de voz—. ¡He pagado para que me peguen!
—¡Chist!, ya empieza.
Sonó un pitido que se extendió por la pista e inundó sus oídos. El coche empezó a moverse. Nicholas se cogió del brazo de ________ y del otro extremo de la supuesta puerta. Se miró el torso y advirtió un pequeño detalle que se le había pasado por alto.
—¡Madre mía, pero si no hay cinturones! —exclamó, consternado.
—No son necesarios —concluyó ___________, y cuando Nicholas alzó la vista descubrió que estaban a punto de chocar contra un coche que llevaba un niño de unos seis años.
El impacto fue brutal, o al menos eso le pareció a él. Nicholas meditó sobre si aquel juego afectaría en exceso a su delicada columna vertebral. Sin embargo, cuando vio el rostro enfurruñado del niño, se alegró de haberle dado ese golpe.
—¡Cómete esa! —le gritó y después miró a la chica—. Muy bien, __________, veo que vas aprendiendo…
—Pero si tú no tienes ni idea, ¿por qué me dices eso? —Dio un volantazo y Nicholas arqueó el cuerpo hacia el lado contrario con la intención de no caer. No es que la velocidad fuese demasiado elevada, pero siempre era mejor prevenir que curar.
—¡Venga, va, déjate de historias y machaca a la niña de allá! —le ordenó, señalando un coche azul.
__________ entornó los ojos, pero sonrió y se dirigió hacia la niña. Hasta en los coches de choque Nicholas necesitaba dar órdenes y sugerencias. Esta vez, a sabiendas de lo que le esperaba, él se cogió bien antes del impacto y rió malévolo ante la decepcionada expresión que surcó el rostro de la cría.
Sin embargo, su risa se apagó cuando otro coche les dio a ellos por detrás. Era el vehículo de un niño pelirrojo acompañado de su padre, un fortachón entrado en la cuarentena. Nicholas se giró cabreado y alzó un puño amenazador al que el señor respondió con una suave carcajada. A Nicholas no le gustaba perder, ni siquiera en los coches de choque.
—___________, vamos, ese viejo es nuestro próximo objetivo. Tenemos que ganar.
—Cariño, cuando te emocionas así, me recuerdas a Voldemort.
Nicholas arrugó la nariz, molesto. ¿Por qué le llamaba «cariño»?, eso sonaba demasiado… formal. ¿Tenían una relación formal? No estaba seguro. Lo curioso era que por alguna extraña razón las palabras cariñosas que _______ le dedicaba sonaban bien. Quizá porque no las pensaba antes y se le escapaban solas, naturales, sin formar parte de frases forzadas. De todos modos, Nicholas continuó en sus trece.
—Deja de llamarme cariño, cielo o Voldemort. Gracias.
Como toda respuesta _________ estampó el coche contra una esquina, adrede, lo que le pilló de improviso. Él respiró hondo, mientras ella daba la vuelta.
—¿Quieres romperme el cuello o qué? —se quejó, frotándose el hombro derecho.
—No sé, deja que me lo piense —contestó ella, decidida—. Aún tengo dudas.
Chocaron contra algunos coches más antes de que la bocina sonase y se acabase su turno. Salieron de la atracción, Nicholas algo mareado, y ella con la adrenalina recorriendo todo su cuerpo. Señaló un puesto de maquinitas repleto de ositos de peluche.
—¡Qué monada! ¡Yo quiero uno de esos!
Nicholas la siguió hasta la máquina. En el extremo superior había una especie de pinza que al parecer servía para agarrar los pulgosos osos. Pagando, claro.
—¿Y para qué quieres más peluches? Tienes toda la cama llena —le recordó, como si ella no lo supiese perfectamente—. Además, está demostrado que estos artilugios son dañinos para la salud.
___________ rió.
—¿Los peluches son malos para la salud?
—Claro. El polvo se acumula en ellos.
—Nicholas, me da igual. —Le hizo a un lado sin miramientos—. Aparta, quiero conseguir uno de esos.
—Pareces una cría —concluyó él. Era verdad, aunque también era cierto que todavía no sabía si esa característica suya le gustaba o no. Tenía serias dudas al respecto—. Bueno, déjame a mí.
Se hizo un hueco, y, tras echar una moneda en la ranura correspondiente, cogió con fuerza los mandos de la máquina. Parecía fácil, pero no lo era. La pinza apenas tenía fuerza, y, aunque conseguía coger el maldito peluche del oso que le miraba sonriente, después este caía inerte y volvía a mezclarse con el montón que reposaba al fondo.
—¡Es un timo, _____________!
—Da igual. Quiero el oso —dijo enfurruñada, y metió otra moneda.
Nicholas nunca se iba sin terminar de hacer lo que se había propuesto. Así que, casi veinte minutos después, le tendió a __________ el oso que había conseguido, y comenzaron a caminar por el recinto de la feria con dieciocho dólares menos en los bolsillos. Él se planteó que, por ese precio, habría podido comprarle tres o cuatro peluches en una tienda normal, pero prefirió no comentárselo.
—Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó, mirándola de reojo con cierta inseguridad.
________ abrazó el peluche con una mano y deslizó la otra hacia él, entrelazando sus dedos con los de Nicholas. Él tenía la piel fría, pero muy suave. Siguieron andando en silencio.
A Nicholas le molestaba un poco caminar al lado de ________, cogidos de la mano, porque ella se paraba cada dos por tres a ver cosas poco interesantes y le arrastraba allá donde iba. Sin embargo, la calidez de su mano le reconfortaba y hacía soportable la situación. Torció el gesto cuando ella le soltó para acariciar a un perro que pasaba por allí. El animal se restregó felizmente por sus piernas y le azotó el pantalón con la cola, que se movía frenética de un lado a otro.
Él bostezó. Afortunadamente, a su derecha, descubrió un puesto donde hacían algodones de azúcar. Le encantaba el algodón de azúcar. Supuso que no sería tan delicioso como el que su cocinero solía elaborar, pero aun así quiso comprar uno. Contempló detalladamente cómo lo hacía, asegurándose de que la chica del puesto no lo tocase con las manos o echase algo raro en su preciado algodón. Al parecer todo estaba en orden. Pagó y regresó al lado de _____________.
Aquel algodón de azúcar estaba bastante bueno. Lo degustó y dejó que
se deshiciera en su boca lentamente. Algo —o alguien; mejor dicho, alguien— interrumpió su aperitivo. ___________ alzó sin miramientos una mano y le quitó un trozo de algodón.
—¿Se puede saber qué narices haces? —Nicholas la miró, sorprendido.
—Coger un poco, ¿acaso es solo para ti? —Ella rió, tras metérselo en la boca.
¡Qué pregunta más tonta! Lo cierto era que sí. Era solo para él.
—Claro. —Suspiró—. ¿Por qué no te compras tú otro?
—Este es muy grande, podemos compartirlo.
—¿Compartir? —Ladeó la cabeza—. Acabas de acariciar a un sucio perro.
—Ya, ¿y…?
—No te ofendas, pero no quiero que metas tus manos en mi comida.
_________ permaneció callada, observándole fijamente. Al parecer hablaba en serio. Al principio pensó que se trataba de una de sus tantas bromas. Pero no era así.
—Ah, vale, lo siento. —Le dedicó una mueca desagradable—. ¡Cómetelo tú todo! ¡Ojalá te atragantes!
Nicholas negó con la cabeza y le tendió el algodón de azúcar. __________ lo cogió con la mano, cada vez más confundida.
—¿Lo compartes? —le preguntó.
—No. —Nicholas apretó los labios con asco—. Lo has tocado, así que ya no puedo comérmelo. Gracias por estropearme la merienda.
Y comenzó a caminar de nuevo calle abajo, esquivando a los niños que correteaban descontrolados por el interior del recinto. __________ siguió sus pasos, tras darle otro bocado al algodón de azúcar, que ahora le pertenecía. Sonrió tontamente. Qué delicado era Nicholas.
—¿Quieres que compremos otro? —le preguntó, con ternura.
—No. —Él contempló el enorme algodón rosa—. Yo quería ese —añadió, señalándolo.
—Todos son iguales.
—Te equivocas, este era más redondeado que el resto. Lo he notado incluso antes de que la chica terminara de hacerlo.
—¿Importa realmente que sea más o menos redondeado? —_________ rió.
—Por supuesto. —Él se cruzó de brazos—. A mayor redondez, mayor perfección. No sé cómo no conoces esa regla.
___________ arqueó las cejas.
—¿Porque no existe, quizá…?
Nicholas respiró hondo. Tenía ganas de besarla. No quería seguir discutiendo ni tampoco deseaba explicarle el funcionamiento de «la regla de la redondez y la perfección», porque dudaba que fuese a entenderla. Y a él no le gustaba perder su valioso tiempo en vano. Contempló los labios de __________; ¿tenía permiso permanente para besarla cuando le viniese en gana? Se sentía inseguro al respecto. Después el algodón volvió a captar su atención, al ver que ella se lo seguía comiendo.
—Vale, terminemos con este asunto —le dijo—. Tira el algodón a la basura. Si no lo puedo tener yo, tú tampoco.
—¿Qué? Pero ¿cómo puedes ser tan egoísta? —protestó ella.
—No es egoísmo, es justicia.
—¿Tanto te molesta que me lo coma yo?
—Claro que sí.
Ella bufó y siguió su camino, dándole otro mordisco a la enorme nube rosa; no estaba dispuesta a tirar la comida por una rabieta de Nicholas. Él insistió.
—He dicho que te deshagas de él.
—No.
—Lo haré yo, entonces.
Nicholas intentó arrebatarle el maldito algodón de azúcar y _________ se preguntó qué pensaría la gente de la feria que les miraba. Dos jóvenes discutiendo por su merienda. _____________ no se iba a quedar atrás. Le mordió la mano, y él soltó el palo de madera, gritando dolorido, pero luego no tuvo miramientos cuando le clavó las uñas en el brazo.
—¡SUÉLTALO! —le exigió—. Además, lo he pagado yo, es mío.
—¡Me lo has regalado! Así que ahora me pertenece —contestó ella, en medio del forcejeo.
Una pareja de ancianos, acompañados por sus nietos, les miraban entretenidos por el espectáculo gratuito.
Nicholas logró arrebatarle el algodón rosa, y ___________, sin rendirse y llena de rabia, le hizo cosquillas. Él se retorció como loco. Había encontrado uno de sus puntos débiles. Desgraciadamente, a causa de las cosquillas Nicholas dejó caer el algodón al suelo, marcando su final definitivo.
—¡Para, para, _________, te lo ruego! —Nicholas giró sobre sí mismo, intentando deshacerse de ella.
—¡Te lo mereces!
Él logró cogerla del brazo y, con un rápido movimiento, la estampó contra la parte trasera de una caseta de metal donde hacían perritos calientes. ________ abrió mucho la boca, sorprendida. Se miraron agitados, respirando entrecortadamente tras la pelea. Los abuelos, al otro lado, les seguían mirando sonrientes, como si de algún modo pudiesen entender su extraña relación, el enigmático modo en que se decían «Me gustas» sin palabras. Nicholas sonrió un poco, cuando recuperó el aliento.
—¿Me das un beso?
Alzó la cabeza. La voz de __________ le hizo estremecer. Dio un paso al frente y ella le rodeó con los brazos, como si intentase abarcar todo su cuerpo con sus pequeñas manos. Nicholas se inclinó y la besó despacio. Ella cerró los ojos y se pegó a él todo lo que pudo, intentando que nada se interpusiera entre los dos. Él sonrió. Le dio otro beso, y otro más… y se preguntó si era posible vivir solo a base de besos. A él le hubiese gustado que existiese esa posibilidad. ___________ rió cuando los labios de él ascendieron lentamente por su rostro y rozaron su nariz delicadamente, luego sus párpados y las mejillas. Infinitos escalofríos se adueñaron de sus sentidos. Y después un beso fugaz, en los labios, antes de que él apoyase su frente contra la de ella y se quedase ahí, quieto, respirando nervioso y mirándola fijamente. La frialdad de sus ojos plateados se esfumó unos instantes.
—Si quieres te compro otro algodón de azúcar —le propuso él, hablándole en susurros.
____________ se estremeció al sentir su aliento cálido tan cerca de ella.
—Olvídalo.
Y mientras la observaba casi sin pestañear, Nicholas reflexionó sobre cómo habían llegado a esa situación. Apenas dos semanas atrás, ambos se odiaban. Ahora se besaban. Un cambio algo brusco. Habían pasado demasiadas horas juntos, quizá. Respiró hondo al tiempo que le retiraba algunos mechones de cabello que enmarcaban su aniñado rostro.
—¿Sabes una cosa? —Curvó los labios con ternura—. En el fondo, a veces, incluso pareces una chica dulce. Actúas muy bien.
—Y tú. A ratos llego a pensar que eres humano. —Rió tímidamente—. ¿De qué planeta te caíste, Nicholas?
Él también rió y le dio un último beso antes de separarse un poco de ella y rodear su cintura con el brazo. Suspiró y miró alrededor, perdiéndose en las luces intermitentes que se agitaban por todos lados.
—¿Volvemos a casa? —preguntó __________.
—Mejor aún, si quieres nos acercamos al centro y cenamos —propuso él.
_____________ asintió. Anduvieron en silencio, sin soltarse, hasta la salida del recinto. Cada vez hacía más frío. Nicholas decidió llamar a un taxi —para variar—, dado que sus piernas, contrariamente a las del resto de los mortales, al parecer no habían sido creadas para caminar. Una vez dejaron atrás los gritos histéricos de la multitud y los villancicos navideños, se acomodaron en un banco de madera, esperando el taxi.
Ella tiritó y agradeció que las mangas de la sudadera le fuesen grandes, así podía cobijar las manos en su interior. Miró a Nicholas, sentado rígido, con la espalda recta sobre el banco, y se inclinó un poco, para luego comenzar a escalar por sus rodillas.
—¿Qué haces? —Él estudió sus movimientos con desconcierto.
Ah, vale, ahora lo entendía. __________ acababa de sentarse sobre sus piernas, de lado. Luego se dejó caer y apoyó la cabeza sobre su pecho. Bostezó. Nicholas sonrió sin siquiera darse cuenta y la abrazó. Le frotó la espalda, calentándola.
El silencio no era incómodo, era tranquilizador.
—¿Sabes algo de Matt? —le preguntó Nicholas, pasado un rato, al recordar el espectáculo que había montado delante de él en la discoteca durante el cumpleaños de Marcus.
__________ negó con la cabeza, frotándose de lado a lado en su cuello. Entonces, dejando atrás la calma que se había apoderado de ella, abrió los ojos de golpe. Recordó la conversación de algunos días atrás respecto a las experiencias que habían tenido en sus relaciones. Hacía tiempo que deseaba retomar el tema, pues pensaba demasiado en ello, como una cría. Cogió mucho aire de golpe, antes de hablar.
—Nicholas, ¿con quién fue tu primera vez?, ¿estuviste mucho tiempo saliendo con ella?
Él la miró extrañado y algo molesto. ¿Por qué __________ siempre tenía que romper todos los buenos momentos que compartían?, ¿por qué las mujeres tenían que ser tan complicadas y retorcidas?, ¿no le bastaba tenerlo ahí, para ella, ya sin ningún tipo de duda?
—¿Por qué me preguntas eso?
—Quiero saberlo. —_________- se incorporó levemente hasta que sus rostros quedaron el uno frente al otro—. Va, dímelo.
Nicholas resopló antes de contestar.
—No estuvimos saliendo mucho tiempo, porque me dejó. —Evitó su mirada y se entretuvo observando el movimiento de las hojas de un árbol que se encontraba a su derecha—. Se llamaba Aline. Era una amiga, íbamos al mismo instituto.
—¿Y por qué te dejó?
La pregunta maldita. A Nicholas le costó unos segundos volver a mirar a _____________ y perderse en el mar de sus ojos. Y luego las palabras se escaparon solas de sus labios, sin que pudiese hacer nada por detenerlas.
—Yo… —balbució, confundido—. _________, la engañé. Me acosté con otra.
El momento tierno se quebró bruscamente, como una elegante copa repleta de champán que se derrama por el suelo tras el tintineo que produce el cristal cuando se rompe. __________ le miró, cuestionándose si el chico rubio de mirada gris que se encontraba a escasos centímetros de ella era Nicholas, su Nicholas. Intentó sumergirse en sus palabras y encontrar entre ellas al joven siempre correcto e inocente al que creía haber conocido.
Pero allí, en el fondo de su mirada, no había nada. Solo un vacío infinito que se extendía hasta su propio corazón.
La curiosidad la empujó a hacerse una pregunta: ¿hasta qué punto conocía ella al verdadero Nicholas?
Apenas sabía nada de su pasado y todavía no entendía el entorno en el que había crecido… pero sí sabía una cosa de Nicholas: era humano. Porque, al fin y al cabo, solo un humano puede ser tan cabrón como para engañar a su pareja.
__________ se levantó de las piernas de Nicholas y comenzó a caminar calle abajo, dejando atrás el lugar donde el taxi debía recogerles; con las manos en la boca, soplándoselas en el vano intento de entrar en calor. Sabía que Nicholas seguía sus pasos, pero poco le importaba. Se encontraba absorta en sus pensamientos. Imaginaba a Nicholas engañando y traicionando… Ese no era el niño grande que a ella tanto le gustaba.
Nicholas la alcanzó y, cogiéndola de la barbilla, la obligó a mirarle. Las pupilas claras de él parecían temblar en medio de la oscuridad.
—_______…
Ella oyó su voz lejana, perdida en la noche, pero no quiso dejar de mirarle.
—¿Quién demonios eres, Nicholas?
Él se acobardó ante su pregunta. ¿Quién era?, ni siquiera sabía responderse a sí mismo. Quizá era un poco de todo. Acababa de decepcionarla. Nicholas había deseado mentirle y asegurarle que aquella primera novia le dejó injustamente, pero no había sido capaz de engañarla. No a ella, al menos. _________, siempre tan natural, clara y transparente, siempre tan… ella. Así que optó por decir la verdad. Y ahora empezaba a dudar de si realmente había hecho lo correcto.
—Tal vez soy más normal de lo que piensas.
____________ sintió unas ganas terribles de llorar.
—¿Normal?, ¿de verdad crees que por hacer lo que hiciste eres más normal?
—No, no es eso.
Nicholas se mordió el labio inferior, indeciso. Se sentía acorralado, se sentía extraño. Toda su seguridad deslizándose lentamente hasta terminar en el suelo de una calle cualquiera, todo su orgullo escondido en algún lugar remoto que no lograba encontrar.
_________ ya no estaba mirándole. Ahora lo hacía una niña; la niña que ____________ había sido y que probablemente muy en el fondo seguía siendo. Un alma limpia a la que acaban de confesarle que no existe Papá Noel ni el Ratoncito Pérez, una espectadora ilusionada que contempla cómo su ídolo cae lentamente del pedestal que ella misma había alzado. Y, por alguna extraña razón, Nicholas tenía unas ganas increíbles de decirle: «¿Ahora te das cuenta de que Peter Pan no existe?, ¿ahora descubres que los príncipes solo viven cobijados en los cuentos? Te sorprende mi pasado, te asustas de la realidad, de algo que está a la orden del día, ¿y era yo quién vivía en un mundo aparte?».
Pero no dijo nada, porque la inocencia dibujada en su rostro le aturdió de golpe y sus ideas se volvieron densas, como hilos enmarañados que se le enredaban en los labios, impidiéndole hablar.
Un taxi aparcó en el otro extremo de la calle, al lado del banco donde minutos atrás lo habían estado esperando. Nicholas permaneció quieto como una escultura griega mientras contemplaba cómo _________ se marchaba, caminando con paso decidido. La vio entrar en el taxi y cerrar la puerta con brusquedad. Instantes después las luces del coche se tornaron más pequeñas y difusas hasta terminar desapareciendo cuando giró por una esquina.
«Tu primera cita con ___________; esta vez te has lucido, idiota», se dijo Nicholas a sí mismo. Regresó al banco de madera y se sentó allí. Echó en falta el cuerpo de ___________ sentado sobre el suyo. Contempló durante un buen rato el vaho que emanaban sus labios y pensó que quizá se trataba de su propia alma, que se escapaba de su cuerpo y se unía con sigilo a la noche.
Nicholas aún recordaba la tarde que le confesó a Aline lo que había ocurrido. Ella lloró, tras intentar abofetearle, y él se marchó del parque donde se encontraban sin siquiera decirle adiós. A día de hoy, todavía seguía preguntándose por qué la había engañado. Quizá fuese porque le gustaba más la otra —una chica a la que conoció en la fiesta del cumpleaños de Adam y cuyo nombre ni siquiera recordaba—, quizá también porque no estaba realmente enamorado de Aline, o porque cuando la miraba no sentía lo mismo que cuando miraba a… _________.
Suspiró. Sacó el teléfono del bolsillo de su chaqueta y buscó el número
que le habían dado apenas un día antes, cuando se tomaban una cerveza sentados en los taburetes de la discoteca y mientras ___________ bailaba. Finalmente, tras pensárselo un momento, hizo algo que jamás habría imaginado: presionó el botón de color verde.
—¿Diga? —respondió una voz tranquila al otro lado de la línea.
Nicholas tosió antes de hablar.
—Gorth, soy Nicholas —dijo—. ¿Estás ocupado?
—¡Ah, hola! No, la verdad es que no —contestó—. ¿Te ocurre algo…?
Nicholas se empeñó en montar en el mismo coche que __________. No quería estar solo cuando la guerra empezara. Se sentó —como buenamente pudo, dado el escaso espacio— en el asiento del copiloto mientras ella asía con fuerza el volante del cochecito. Nicholas respiró hondo y ojeó a sus contrincantes, que se encontraban en el perímetro de la pista. En realidad la mayoría eran críos, aunque algunos iban acompañados por sus fornidos padres.
—No sé si podremos superarlo —dijo.
—Nicholas, no hay nada que superar —aseguró ___________—. Lo único que pasará es que te darán unos cuantos golpecitos.
Él se cruzó de brazos y la miró cabreado.
—¿Te parece poco?, ¿estamos locos o qué? —siguió, alzando el tono de voz—. ¡He pagado para que me peguen!
—¡Chist!, ya empieza.
Sonó un pitido que se extendió por la pista e inundó sus oídos. El coche empezó a moverse. Nicholas se cogió del brazo de ________ y del otro extremo de la supuesta puerta. Se miró el torso y advirtió un pequeño detalle que se le había pasado por alto.
—¡Madre mía, pero si no hay cinturones! —exclamó, consternado.
—No son necesarios —concluyó ___________, y cuando Nicholas alzó la vista descubrió que estaban a punto de chocar contra un coche que llevaba un niño de unos seis años.
El impacto fue brutal, o al menos eso le pareció a él. Nicholas meditó sobre si aquel juego afectaría en exceso a su delicada columna vertebral. Sin embargo, cuando vio el rostro enfurruñado del niño, se alegró de haberle dado ese golpe.
—¡Cómete esa! —le gritó y después miró a la chica—. Muy bien, __________, veo que vas aprendiendo…
—Pero si tú no tienes ni idea, ¿por qué me dices eso? —Dio un volantazo y Nicholas arqueó el cuerpo hacia el lado contrario con la intención de no caer. No es que la velocidad fuese demasiado elevada, pero siempre era mejor prevenir que curar.
—¡Venga, va, déjate de historias y machaca a la niña de allá! —le ordenó, señalando un coche azul.
__________ entornó los ojos, pero sonrió y se dirigió hacia la niña. Hasta en los coches de choque Nicholas necesitaba dar órdenes y sugerencias. Esta vez, a sabiendas de lo que le esperaba, él se cogió bien antes del impacto y rió malévolo ante la decepcionada expresión que surcó el rostro de la cría.
Sin embargo, su risa se apagó cuando otro coche les dio a ellos por detrás. Era el vehículo de un niño pelirrojo acompañado de su padre, un fortachón entrado en la cuarentena. Nicholas se giró cabreado y alzó un puño amenazador al que el señor respondió con una suave carcajada. A Nicholas no le gustaba perder, ni siquiera en los coches de choque.
—___________, vamos, ese viejo es nuestro próximo objetivo. Tenemos que ganar.
—Cariño, cuando te emocionas así, me recuerdas a Voldemort.
Nicholas arrugó la nariz, molesto. ¿Por qué le llamaba «cariño»?, eso sonaba demasiado… formal. ¿Tenían una relación formal? No estaba seguro. Lo curioso era que por alguna extraña razón las palabras cariñosas que _______ le dedicaba sonaban bien. Quizá porque no las pensaba antes y se le escapaban solas, naturales, sin formar parte de frases forzadas. De todos modos, Nicholas continuó en sus trece.
—Deja de llamarme cariño, cielo o Voldemort. Gracias.
Como toda respuesta _________ estampó el coche contra una esquina, adrede, lo que le pilló de improviso. Él respiró hondo, mientras ella daba la vuelta.
—¿Quieres romperme el cuello o qué? —se quejó, frotándose el hombro derecho.
—No sé, deja que me lo piense —contestó ella, decidida—. Aún tengo dudas.
Chocaron contra algunos coches más antes de que la bocina sonase y se acabase su turno. Salieron de la atracción, Nicholas algo mareado, y ella con la adrenalina recorriendo todo su cuerpo. Señaló un puesto de maquinitas repleto de ositos de peluche.
—¡Qué monada! ¡Yo quiero uno de esos!
Nicholas la siguió hasta la máquina. En el extremo superior había una especie de pinza que al parecer servía para agarrar los pulgosos osos. Pagando, claro.
—¿Y para qué quieres más peluches? Tienes toda la cama llena —le recordó, como si ella no lo supiese perfectamente—. Además, está demostrado que estos artilugios son dañinos para la salud.
___________ rió.
—¿Los peluches son malos para la salud?
—Claro. El polvo se acumula en ellos.
—Nicholas, me da igual. —Le hizo a un lado sin miramientos—. Aparta, quiero conseguir uno de esos.
—Pareces una cría —concluyó él. Era verdad, aunque también era cierto que todavía no sabía si esa característica suya le gustaba o no. Tenía serias dudas al respecto—. Bueno, déjame a mí.
Se hizo un hueco, y, tras echar una moneda en la ranura correspondiente, cogió con fuerza los mandos de la máquina. Parecía fácil, pero no lo era. La pinza apenas tenía fuerza, y, aunque conseguía coger el maldito peluche del oso que le miraba sonriente, después este caía inerte y volvía a mezclarse con el montón que reposaba al fondo.
—¡Es un timo, _____________!
—Da igual. Quiero el oso —dijo enfurruñada, y metió otra moneda.
Nicholas nunca se iba sin terminar de hacer lo que se había propuesto. Así que, casi veinte minutos después, le tendió a __________ el oso que había conseguido, y comenzaron a caminar por el recinto de la feria con dieciocho dólares menos en los bolsillos. Él se planteó que, por ese precio, habría podido comprarle tres o cuatro peluches en una tienda normal, pero prefirió no comentárselo.
—Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó, mirándola de reojo con cierta inseguridad.
________ abrazó el peluche con una mano y deslizó la otra hacia él, entrelazando sus dedos con los de Nicholas. Él tenía la piel fría, pero muy suave. Siguieron andando en silencio.
A Nicholas le molestaba un poco caminar al lado de ________, cogidos de la mano, porque ella se paraba cada dos por tres a ver cosas poco interesantes y le arrastraba allá donde iba. Sin embargo, la calidez de su mano le reconfortaba y hacía soportable la situación. Torció el gesto cuando ella le soltó para acariciar a un perro que pasaba por allí. El animal se restregó felizmente por sus piernas y le azotó el pantalón con la cola, que se movía frenética de un lado a otro.
Él bostezó. Afortunadamente, a su derecha, descubrió un puesto donde hacían algodones de azúcar. Le encantaba el algodón de azúcar. Supuso que no sería tan delicioso como el que su cocinero solía elaborar, pero aun así quiso comprar uno. Contempló detalladamente cómo lo hacía, asegurándose de que la chica del puesto no lo tocase con las manos o echase algo raro en su preciado algodón. Al parecer todo estaba en orden. Pagó y regresó al lado de _____________.
Aquel algodón de azúcar estaba bastante bueno. Lo degustó y dejó que
se deshiciera en su boca lentamente. Algo —o alguien; mejor dicho, alguien— interrumpió su aperitivo. ___________ alzó sin miramientos una mano y le quitó un trozo de algodón.
—¿Se puede saber qué narices haces? —Nicholas la miró, sorprendido.
—Coger un poco, ¿acaso es solo para ti? —Ella rió, tras metérselo en la boca.
¡Qué pregunta más tonta! Lo cierto era que sí. Era solo para él.
—Claro. —Suspiró—. ¿Por qué no te compras tú otro?
—Este es muy grande, podemos compartirlo.
—¿Compartir? —Ladeó la cabeza—. Acabas de acariciar a un sucio perro.
—Ya, ¿y…?
—No te ofendas, pero no quiero que metas tus manos en mi comida.
_________ permaneció callada, observándole fijamente. Al parecer hablaba en serio. Al principio pensó que se trataba de una de sus tantas bromas. Pero no era así.
—Ah, vale, lo siento. —Le dedicó una mueca desagradable—. ¡Cómetelo tú todo! ¡Ojalá te atragantes!
Nicholas negó con la cabeza y le tendió el algodón de azúcar. __________ lo cogió con la mano, cada vez más confundida.
—¿Lo compartes? —le preguntó.
—No. —Nicholas apretó los labios con asco—. Lo has tocado, así que ya no puedo comérmelo. Gracias por estropearme la merienda.
Y comenzó a caminar de nuevo calle abajo, esquivando a los niños que correteaban descontrolados por el interior del recinto. __________ siguió sus pasos, tras darle otro bocado al algodón de azúcar, que ahora le pertenecía. Sonrió tontamente. Qué delicado era Nicholas.
—¿Quieres que compremos otro? —le preguntó, con ternura.
—No. —Él contempló el enorme algodón rosa—. Yo quería ese —añadió, señalándolo.
—Todos son iguales.
—Te equivocas, este era más redondeado que el resto. Lo he notado incluso antes de que la chica terminara de hacerlo.
—¿Importa realmente que sea más o menos redondeado? —_________ rió.
—Por supuesto. —Él se cruzó de brazos—. A mayor redondez, mayor perfección. No sé cómo no conoces esa regla.
___________ arqueó las cejas.
—¿Porque no existe, quizá…?
Nicholas respiró hondo. Tenía ganas de besarla. No quería seguir discutiendo ni tampoco deseaba explicarle el funcionamiento de «la regla de la redondez y la perfección», porque dudaba que fuese a entenderla. Y a él no le gustaba perder su valioso tiempo en vano. Contempló los labios de __________; ¿tenía permiso permanente para besarla cuando le viniese en gana? Se sentía inseguro al respecto. Después el algodón volvió a captar su atención, al ver que ella se lo seguía comiendo.
—Vale, terminemos con este asunto —le dijo—. Tira el algodón a la basura. Si no lo puedo tener yo, tú tampoco.
—¿Qué? Pero ¿cómo puedes ser tan egoísta? —protestó ella.
—No es egoísmo, es justicia.
—¿Tanto te molesta que me lo coma yo?
—Claro que sí.
Ella bufó y siguió su camino, dándole otro mordisco a la enorme nube rosa; no estaba dispuesta a tirar la comida por una rabieta de Nicholas. Él insistió.
—He dicho que te deshagas de él.
—No.
—Lo haré yo, entonces.
Nicholas intentó arrebatarle el maldito algodón de azúcar y _________ se preguntó qué pensaría la gente de la feria que les miraba. Dos jóvenes discutiendo por su merienda. _____________ no se iba a quedar atrás. Le mordió la mano, y él soltó el palo de madera, gritando dolorido, pero luego no tuvo miramientos cuando le clavó las uñas en el brazo.
—¡SUÉLTALO! —le exigió—. Además, lo he pagado yo, es mío.
—¡Me lo has regalado! Así que ahora me pertenece —contestó ella, en medio del forcejeo.
Una pareja de ancianos, acompañados por sus nietos, les miraban entretenidos por el espectáculo gratuito.
Nicholas logró arrebatarle el algodón rosa, y ___________, sin rendirse y llena de rabia, le hizo cosquillas. Él se retorció como loco. Había encontrado uno de sus puntos débiles. Desgraciadamente, a causa de las cosquillas Nicholas dejó caer el algodón al suelo, marcando su final definitivo.
—¡Para, para, _________, te lo ruego! —Nicholas giró sobre sí mismo, intentando deshacerse de ella.
—¡Te lo mereces!
Él logró cogerla del brazo y, con un rápido movimiento, la estampó contra la parte trasera de una caseta de metal donde hacían perritos calientes. ________ abrió mucho la boca, sorprendida. Se miraron agitados, respirando entrecortadamente tras la pelea. Los abuelos, al otro lado, les seguían mirando sonrientes, como si de algún modo pudiesen entender su extraña relación, el enigmático modo en que se decían «Me gustas» sin palabras. Nicholas sonrió un poco, cuando recuperó el aliento.
—¿Me das un beso?
Alzó la cabeza. La voz de __________ le hizo estremecer. Dio un paso al frente y ella le rodeó con los brazos, como si intentase abarcar todo su cuerpo con sus pequeñas manos. Nicholas se inclinó y la besó despacio. Ella cerró los ojos y se pegó a él todo lo que pudo, intentando que nada se interpusiera entre los dos. Él sonrió. Le dio otro beso, y otro más… y se preguntó si era posible vivir solo a base de besos. A él le hubiese gustado que existiese esa posibilidad. ___________ rió cuando los labios de él ascendieron lentamente por su rostro y rozaron su nariz delicadamente, luego sus párpados y las mejillas. Infinitos escalofríos se adueñaron de sus sentidos. Y después un beso fugaz, en los labios, antes de que él apoyase su frente contra la de ella y se quedase ahí, quieto, respirando nervioso y mirándola fijamente. La frialdad de sus ojos plateados se esfumó unos instantes.
—Si quieres te compro otro algodón de azúcar —le propuso él, hablándole en susurros.
____________ se estremeció al sentir su aliento cálido tan cerca de ella.
—Olvídalo.
Y mientras la observaba casi sin pestañear, Nicholas reflexionó sobre cómo habían llegado a esa situación. Apenas dos semanas atrás, ambos se odiaban. Ahora se besaban. Un cambio algo brusco. Habían pasado demasiadas horas juntos, quizá. Respiró hondo al tiempo que le retiraba algunos mechones de cabello que enmarcaban su aniñado rostro.
—¿Sabes una cosa? —Curvó los labios con ternura—. En el fondo, a veces, incluso pareces una chica dulce. Actúas muy bien.
—Y tú. A ratos llego a pensar que eres humano. —Rió tímidamente—. ¿De qué planeta te caíste, Nicholas?
Él también rió y le dio un último beso antes de separarse un poco de ella y rodear su cintura con el brazo. Suspiró y miró alrededor, perdiéndose en las luces intermitentes que se agitaban por todos lados.
—¿Volvemos a casa? —preguntó __________.
—Mejor aún, si quieres nos acercamos al centro y cenamos —propuso él.
_____________ asintió. Anduvieron en silencio, sin soltarse, hasta la salida del recinto. Cada vez hacía más frío. Nicholas decidió llamar a un taxi —para variar—, dado que sus piernas, contrariamente a las del resto de los mortales, al parecer no habían sido creadas para caminar. Una vez dejaron atrás los gritos histéricos de la multitud y los villancicos navideños, se acomodaron en un banco de madera, esperando el taxi.
Ella tiritó y agradeció que las mangas de la sudadera le fuesen grandes, así podía cobijar las manos en su interior. Miró a Nicholas, sentado rígido, con la espalda recta sobre el banco, y se inclinó un poco, para luego comenzar a escalar por sus rodillas.
—¿Qué haces? —Él estudió sus movimientos con desconcierto.
Ah, vale, ahora lo entendía. __________ acababa de sentarse sobre sus piernas, de lado. Luego se dejó caer y apoyó la cabeza sobre su pecho. Bostezó. Nicholas sonrió sin siquiera darse cuenta y la abrazó. Le frotó la espalda, calentándola.
El silencio no era incómodo, era tranquilizador.
—¿Sabes algo de Matt? —le preguntó Nicholas, pasado un rato, al recordar el espectáculo que había montado delante de él en la discoteca durante el cumpleaños de Marcus.
__________ negó con la cabeza, frotándose de lado a lado en su cuello. Entonces, dejando atrás la calma que se había apoderado de ella, abrió los ojos de golpe. Recordó la conversación de algunos días atrás respecto a las experiencias que habían tenido en sus relaciones. Hacía tiempo que deseaba retomar el tema, pues pensaba demasiado en ello, como una cría. Cogió mucho aire de golpe, antes de hablar.
—Nicholas, ¿con quién fue tu primera vez?, ¿estuviste mucho tiempo saliendo con ella?
Él la miró extrañado y algo molesto. ¿Por qué __________ siempre tenía que romper todos los buenos momentos que compartían?, ¿por qué las mujeres tenían que ser tan complicadas y retorcidas?, ¿no le bastaba tenerlo ahí, para ella, ya sin ningún tipo de duda?
—¿Por qué me preguntas eso?
—Quiero saberlo. —_________- se incorporó levemente hasta que sus rostros quedaron el uno frente al otro—. Va, dímelo.
Nicholas resopló antes de contestar.
—No estuvimos saliendo mucho tiempo, porque me dejó. —Evitó su mirada y se entretuvo observando el movimiento de las hojas de un árbol que se encontraba a su derecha—. Se llamaba Aline. Era una amiga, íbamos al mismo instituto.
—¿Y por qué te dejó?
La pregunta maldita. A Nicholas le costó unos segundos volver a mirar a _____________ y perderse en el mar de sus ojos. Y luego las palabras se escaparon solas de sus labios, sin que pudiese hacer nada por detenerlas.
—Yo… —balbució, confundido—. _________, la engañé. Me acosté con otra.
El momento tierno se quebró bruscamente, como una elegante copa repleta de champán que se derrama por el suelo tras el tintineo que produce el cristal cuando se rompe. __________ le miró, cuestionándose si el chico rubio de mirada gris que se encontraba a escasos centímetros de ella era Nicholas, su Nicholas. Intentó sumergirse en sus palabras y encontrar entre ellas al joven siempre correcto e inocente al que creía haber conocido.
Pero allí, en el fondo de su mirada, no había nada. Solo un vacío infinito que se extendía hasta su propio corazón.
La curiosidad la empujó a hacerse una pregunta: ¿hasta qué punto conocía ella al verdadero Nicholas?
Apenas sabía nada de su pasado y todavía no entendía el entorno en el que había crecido… pero sí sabía una cosa de Nicholas: era humano. Porque, al fin y al cabo, solo un humano puede ser tan cabrón como para engañar a su pareja.
__________ se levantó de las piernas de Nicholas y comenzó a caminar calle abajo, dejando atrás el lugar donde el taxi debía recogerles; con las manos en la boca, soplándoselas en el vano intento de entrar en calor. Sabía que Nicholas seguía sus pasos, pero poco le importaba. Se encontraba absorta en sus pensamientos. Imaginaba a Nicholas engañando y traicionando… Ese no era el niño grande que a ella tanto le gustaba.
Nicholas la alcanzó y, cogiéndola de la barbilla, la obligó a mirarle. Las pupilas claras de él parecían temblar en medio de la oscuridad.
—_______…
Ella oyó su voz lejana, perdida en la noche, pero no quiso dejar de mirarle.
—¿Quién demonios eres, Nicholas?
Él se acobardó ante su pregunta. ¿Quién era?, ni siquiera sabía responderse a sí mismo. Quizá era un poco de todo. Acababa de decepcionarla. Nicholas había deseado mentirle y asegurarle que aquella primera novia le dejó injustamente, pero no había sido capaz de engañarla. No a ella, al menos. _________, siempre tan natural, clara y transparente, siempre tan… ella. Así que optó por decir la verdad. Y ahora empezaba a dudar de si realmente había hecho lo correcto.
—Tal vez soy más normal de lo que piensas.
____________ sintió unas ganas terribles de llorar.
—¿Normal?, ¿de verdad crees que por hacer lo que hiciste eres más normal?
—No, no es eso.
Nicholas se mordió el labio inferior, indeciso. Se sentía acorralado, se sentía extraño. Toda su seguridad deslizándose lentamente hasta terminar en el suelo de una calle cualquiera, todo su orgullo escondido en algún lugar remoto que no lograba encontrar.
_________ ya no estaba mirándole. Ahora lo hacía una niña; la niña que ____________ había sido y que probablemente muy en el fondo seguía siendo. Un alma limpia a la que acaban de confesarle que no existe Papá Noel ni el Ratoncito Pérez, una espectadora ilusionada que contempla cómo su ídolo cae lentamente del pedestal que ella misma había alzado. Y, por alguna extraña razón, Nicholas tenía unas ganas increíbles de decirle: «¿Ahora te das cuenta de que Peter Pan no existe?, ¿ahora descubres que los príncipes solo viven cobijados en los cuentos? Te sorprende mi pasado, te asustas de la realidad, de algo que está a la orden del día, ¿y era yo quién vivía en un mundo aparte?».
Pero no dijo nada, porque la inocencia dibujada en su rostro le aturdió de golpe y sus ideas se volvieron densas, como hilos enmarañados que se le enredaban en los labios, impidiéndole hablar.
Un taxi aparcó en el otro extremo de la calle, al lado del banco donde minutos atrás lo habían estado esperando. Nicholas permaneció quieto como una escultura griega mientras contemplaba cómo _________ se marchaba, caminando con paso decidido. La vio entrar en el taxi y cerrar la puerta con brusquedad. Instantes después las luces del coche se tornaron más pequeñas y difusas hasta terminar desapareciendo cuando giró por una esquina.
«Tu primera cita con ___________; esta vez te has lucido, idiota», se dijo Nicholas a sí mismo. Regresó al banco de madera y se sentó allí. Echó en falta el cuerpo de ___________ sentado sobre el suyo. Contempló durante un buen rato el vaho que emanaban sus labios y pensó que quizá se trataba de su propia alma, que se escapaba de su cuerpo y se unía con sigilo a la noche.
Nicholas aún recordaba la tarde que le confesó a Aline lo que había ocurrido. Ella lloró, tras intentar abofetearle, y él se marchó del parque donde se encontraban sin siquiera decirle adiós. A día de hoy, todavía seguía preguntándose por qué la había engañado. Quizá fuese porque le gustaba más la otra —una chica a la que conoció en la fiesta del cumpleaños de Adam y cuyo nombre ni siquiera recordaba—, quizá también porque no estaba realmente enamorado de Aline, o porque cuando la miraba no sentía lo mismo que cuando miraba a… _________.
Suspiró. Sacó el teléfono del bolsillo de su chaqueta y buscó el número
que le habían dado apenas un día antes, cuando se tomaban una cerveza sentados en los taburetes de la discoteca y mientras ___________ bailaba. Finalmente, tras pensárselo un momento, hizo algo que jamás habría imaginado: presionó el botón de color verde.
—¿Diga? —respondió una voz tranquila al otro lado de la línea.
Nicholas tosió antes de hablar.
—Gorth, soy Nicholas —dijo—. ¿Estás ocupado?
—¡Ah, hola! No, la verdad es que no —contestó—. ¿Te ocurre algo…?
FranJones.
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
oh dios nicholas nuestro nicholas engaño a su novia noooo looo puuuedo creer, pero es que aahahaha.... lo de la feria fue increible son tan wow amo la nove sigue pronto cuidate
haydeejOnaz
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
AAAIIII!!!
PEROO QUE LINDOOS NIIIÑOOOSSSS!!!
JJAJAJAJAJAJAJAJ ESE NIICCKK ES MUYYY MAAALOOOO!!!!!
JAJAJAJAJAJAJAJA ME ENCANTOO HASTA LA PARTE DONDE NICK LE DICE LA VERDAD!!!!
EELLLAAA TIENE QUE SABER QUE ESO FUEEE EN EL PASADOOOO!!!!...
AAAII Y AHORA COMO LE IRA CON GORTH????
LE DARA UN BUEN CONSEJOOO????
PEROO QUE LINDOOS NIIIÑOOOSSSS!!!
JJAJAJAJAJAJAJAJ ESE NIICCKK ES MUYYY MAAALOOOO!!!!!
JAJAJAJAJAJAJAJA ME ENCANTOO HASTA LA PARTE DONDE NICK LE DICE LA VERDAD!!!!
EELLLAAA TIENE QUE SABER QUE ESO FUEEE EN EL PASADOOOO!!!!...
AAAII Y AHORA COMO LE IRA CON GORTH????
LE DARA UN BUEN CONSEJOOO????
chelis
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
Hola!! lo siento por no subir antes :c gracias por comentar :)
PD: recuerden que la rayis no sabe mucho de Nicholas por lo que tampoco sabe su apellido ;)
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Capitulo 24 - Las piedras del camino.
Tras la llamada, casi media hora después, un coche negro apareció frente a su banco y subió en el asiento del copiloto sin mediar palabra. Se colocó bien el cinturón de seguridad y, una vez hubo revisado dos veces el enganche, se dignó mirar al conductor.
—¿Qué es exactamente lo que ha pasado? —preguntó Gorth, mientras conducía calle abajo y terminaba dirigiéndose hacia la avenida principal.
Nicholas resopló molesto. Ahora no sabía si había sido una buena idea llamarle. Pero la noche del cumpleaños de Marcus advirtió que ___________ le tenía bastante cariño al Chico Arma, ya que no dejaba de defenderle. Y teniendo en cuenta que era, al parecer, la única persona mínimamente inteligente de todas cuantas había conocido durante aquellos días… acudir a él había sido su única opción.
Pese a sentirse ligeramente culpable, le había molestado la reacción de _________. ¿Por qué había salido corriendo? ¡A ella no la había engañado, así que no le parecía justo que se comportase así! Después del descarado abandono, no se sentía con fuerzas para regresar y presentarse en la casa de los Graham. Todavía le quedaba algo de orgullo.
—Hemos hablado de mi pasado —le confesó, hablando en voz baja—. Solo le he contado que engañé con otra a mi primera novia. Y se ha enfadado.
—¿Ha gritado mucho? —Gorth le miró de reojo, sin dejar de conducir.
—No, nada —suspiró—. Lo único que me ha dicho ha sido: «¿Quién demonios eres, Nicholas?» —repitió con retintín, intentando imitar la voz de ________.
—Entiendo. Eso significa que el cabreo es grande.
—Ah —exclamó sorprendido—. ¿__________ tiene un lenguaje especial respecto a sus enfados? Me ayudaría mucho aprendérmelo de memoria, la verdad.
Gorth rió ante sus palabras.
—No exactamente. —Chasqueó los dedos—. Pero esas cosas se saben con el paso del tiempo, cuando conoces a una persona.
Gorth aparcó el coche frente a una acogedora cafetería y poco después ambos entraron en ella. Se acomodaron en la mesa que Nicholas eligió —tras evaluar detenidamente la suciedad camuflada en su superficie— y pidió un zumo de naranja natural, contrariamente a Gorth, que optó por un buen tazón de café con leche.
—Vale, a ver si consigo aclararme. —El Chico Arma se llevó las manos a la frente, apartándose algunos mechones de pelo—. Todo iba perfecto, hasta que le has confesado que tiempo atrás engañaste a una chica, ¿cierto?
Nicholas asintió con la cabeza.
—Deberías haber supuesto que ________, en realidad, es bastante… inocente. No sé si sabes a qué me refiero.
—Sí.
Ladeó la cabeza y observó la ropa de su compañero. No le gustaba la calavera que colgaba de su cuello ni tampoco aquella gabardina negra y larga que le recordaba a la capa de La Muerte. Continuaba pintándose los ojos, y Nicholas se preguntaba si las profundas ojeras eran naturales o también fruto de un estrafalario maquillaje.
—¿Tú quieres estar con ella?
La cuestión le pilló desprevenido. Alzó la cabeza y miró fijamente a Gorth, algo confuso. Habría sido más fácil charlar sobre lo ocurrido en la feria que enfrentarse a esa peligrosa pregunta. Porque él no quería pensar en ello. Claro, se sentía bien a su lado. Demasiado bien, incluso. Pero ¿qué ocurriría cuando tuviese que regresar a Londres?, ¿qué pasaría con ellos? Quizá ya era tarde para reflexionar sobre todo aquello. Nicholas no había advertido exactamente en qué momento sus sentimientos hacia __________ cambiaron. Probablemente porque se trató de un proceso lento y progresivo, casi imperceptible hasta para él mismo.
—Sí.
—Vale —Gorth sonrió—, esa era la respuesta que estaba esperando.
—Y ahora, ¿qué? —insistió—, ¿qué se supone que debo hacer?
Gorth se encogió de hombros, sin dejar de sonreír.
—Tú sabrás. No es asunto mío.
Nicholas parpadeó en exceso, molesto.
—¿Para qué demonios me molesto en llamarte si ni siquiera me ayudas?
—Quizá a veces sea bueno tener un poco de compañía —contestó Gorth, ahora más serio.
—No necesito compañía, no necesito a nadie, ¿entiendes? —Le señaló con un dedo acusador, cabreado sin saber muy bien por qué—. Puedo valerme por mí mismo, siempre lo he hecho.
—Entonces, ¿por qué has acudido a mí?
Nicholas frunció los labios, y un tenso silencio se instaló entre ellos. Gorth le miró con cariño, tras darle tranquilamente un sorbo a su café con leche.
—¿Necesitas un lugar donde pasar la noche? Puedes quedarte en mi casa, si quieres —le ofreció.
Nicholas respiró hondo, recobrando la compostura y calmándose de nuevo. En realidad no tenía ninguna razón para enfadarse con Gorth. Bastante había hecho el Chico Arma acudiendo a su encuentro aun cuando apenas le conocía.
—No, pero te agradecería que me llevaras a casa de __________.
—Eso está hecho.
Terminaron de tomarse sus bebidas mientras charlaban sobre temas que nada tenían que ver con la joven que se apoderaba de la mente de Nicholas. Hablaron sobre el cambio climático, sobre asuntos de política, y luego Gorth contó dos chistes que, sorprendentemente, le hicieron reír. Más tarde, y cuando Nicholas se hubo sentido algo más seguro, él le llevó a casa y paró el coche frente al hogar de los Graham. El inglés se quitó el cinturón de seguridad.
—Espero que todo vaya bien —le dijo Gorth.
—Yo también. —Le sonrió tímidamente—. Y… gracias.
Salió rápidamente del vehículo y cerró la puerta con brusquedad internándose en el caminito que conducía a la entrada. Tomó aire cuando el coche de Gorth desapareció de su vista. ¿Qué le estaba pasando? Aquello era muy fuerte. Él nunca decía esa palabra… maldita. La palabra «Gracias» había sido desterrada de su vocabulario y, si alguna vez hacía uso de ella, ocurría sin que se diese cuenta, por pura costumbre. Pero en esa ocasión había sido consciente de ello mientras la pronunciaba, mientras la palpaba entre sus labios… Oh, sí, definitivamente se estaba volviendo loco. Sintió unas ganas tremendas de golpearse la cabeza contra los ladrillos de la pared de la casa, pero no lo hizo; estaba ocupado llamando al timbre a la espera de que alguien le abriera. Si es que pensaban hacerlo, claro.
____________ se sonó los mocos y dejó el papel doblado sobre la mesita junto al sofá. Después, tambaleándose, se dirigió hacia la puerta. Llevaba horas esperándole. Había estado muy preocupada y se había sentido idiota e infantil por dejarle tirado en medio de una calle que Nicholas desconocía completamente. Respiró hondo y abrió la puerta.
Allí estaba él. Tenía las manos metidas en los bolsillos del pantalón y la cabeza ligeramente agachada, con la vista fija en el suelo. Pasaron unos instantes eternos, hasta que él tuvo el valor de buscar su mirada. __________ tembló, pero presionó la mandíbula intentando no demostrar su nerviosismo.
—¿Dónde has estado? —le preguntó.
—Por ahí. —Él se encogió de hombros—. ¿Puedo pasar?
___________ se hizo a un lado y él entró. Le vio subir las escaleras y poco después oyó el brusco sonido de la puerta de su habitación al cerrarse. Genial, así que ni siquiera pensaba pedirle disculpas o hablar sobre el tema. La relación le recordaba a la de un matrimonio de dos cuarentones en crisis.
Volvió al comedor y se tumbó sobre el sofá, secándose con el pañuelo usado una nueva tanda de lágrimas. ¿Por qué tenía que ser tan… melancólica? Se ahogaba en un palmo de agua. Cualquier desgracia se le antojaba inmensa y le costaba horrores escapar de la oscuridad en la que se sumergía.
No solo se había enfadado con Nicholas, sino también con su madre. Abigail le había preguntado por el inglés cuando la vio llegar sofocada a casa. Y cuando ella le confesó que lo había dejado tirado porque, textualmente, «era un cerdo egoísta», la señora Graham, sin entender la situación, pilló un enfado de mil demonios. Le ordenó que fuese a buscarlo con su padre antes de irse a la cama, pero ____________ no lo hizo —aunque bien poco le había faltado— y prefirió esperarle.
Afortunadamente, por una vez, Nicholas había usado la cabeza y su «magnífico» sentido común le había instado a regresar. ____________ volvió a sonarse los mocos y se tapó bien con la manta, acurrucada entre los cojines.
Fijó la vista en el televisor. Emitían una película llamada Breve encuentro. ____________ sollozó todavía más. La había visto muchas veces, desde pequeña, y se sabía el guión de memoria. Se incorporó sobre el sofá y alzó una mano, sujetando el pañuelo arrugado, mientras interpretaba el diálogo al ritmo de los propios personajes.
—«¿Cuántas veces tomaste la resolución de no volver a verme?» —gimoteó, imitando a Alec—. «Varias veces al día» —añadió, cambiando el tono de voz para interpretar a Laura—. «Yo también». «¡Oh, Alec!» —Dramatizando en exceso, se llevó una mano al corazón—. «Te quiero. Me encantan tus ojos sorprendidos, la forma en que sonríes, tu timidez, el modo en que ríes mis bromas…»
Una pausa incómoda y después Laura mirando suplicante al caballeroso Alec. ___________ se enjugó las lágrimas, antes de proseguir.
—«¡Por favor, no, Alec!» —exclamó, y luego se metió en la piel del admirable chico—. «¡Te quiero!, ¡te quiero! Y tú me quieres, es inútil pretender que no ha pasado nada, porque sí ha pasado.»
—Sí, la verdad es que es inútil pretender que no ha pasado nada, él tiene razón —musitó Nicholas, apoyado sobre el marco de la puerta de entrada al comedor y señalando el televisor.
__________ agachó la cabeza, avergonzada. Lloró más y se secó las lágrimas de nuevo. Ese pañuelo ya estaba muy gastado, así que sacó otro del envoltorio.
Fantástico, ahora él la había descubierto como a una vieja solterona que termina interpretando los guiones de los falsos amores de Hollywood.
—No quiero hablar contigo —le dijo.
Nicholas, con el batín puesto, le dirigió una mirada suplicante, pero ella le ignoró y siguió viendo la película.
—¿Puedo sentarme a tu lado?
____________ no contestó; Nicholas quiso suponer que su respuesta en realidad era un rotundo sí. Se sentó junto a ella sin más miramientos, manteniendo una distancia prudencial. La película era terriblemente aburrida y se alegró cuando llegaron los anuncios e hicieron una pausa especial para dar las noticias más importantes del día. Escuchó con atención al presentador del telediario de medianoche.
—Noticia de última hora. El juicio contra la empresa Jonas, la mayor multinacional de la venta de sistemas operativos informáticos, se adelanta a causa de las declaraciones del jefe de la base Jonas. —El presentador desapareció de la pantalla para dar paso a un hombre arreglado y elegante, de unos cuarenta años de edad, bien conocido por ser el dueño de todas las empresas Jonas. Este empezó a hablar—. Desde aquí queremos tranquilizar a los usuarios y asegurarles que ya se han arreglado los errores del último sistema operativo que salió a la venta; por ello hemos decidido acelerar los trámites de las denuncias recibidas para zanjar cuanto antes este desafortunado asunto.
El presentador del telediario volvió a cobrar protagonismo y siguió comentando la noticia de un oso panda que había nacido en China.
—¡Menudo farsante! —gritó ___________, refiriéndose al dueño de las acaudaladas empresas Jonas.
Nicholas bostezó. Luego la miró algo molesto y frunció el ceño.
—Oye, deja de opinar sobre asuntos que desconoces.
—Ah, claro, usted perdone, mi rey. —Se cruzó de brazos—. Supongo que como tú conoces tan bien a todos los Jonas, a diferencia de mí, que solo soy una pobre ignorante, sí puedes despotricar a tu antojo —recalcó con ironía.
Nicholas volvió a bostezar por segunda vez consecutiva.
—Pues claro que sí, tonta —farfulló—. Jonas es mi padre.
PD: recuerden que la rayis no sabe mucho de Nicholas por lo que tampoco sabe su apellido ;)
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Capitulo 24 - Las piedras del camino.
Tras la llamada, casi media hora después, un coche negro apareció frente a su banco y subió en el asiento del copiloto sin mediar palabra. Se colocó bien el cinturón de seguridad y, una vez hubo revisado dos veces el enganche, se dignó mirar al conductor.
—¿Qué es exactamente lo que ha pasado? —preguntó Gorth, mientras conducía calle abajo y terminaba dirigiéndose hacia la avenida principal.
Nicholas resopló molesto. Ahora no sabía si había sido una buena idea llamarle. Pero la noche del cumpleaños de Marcus advirtió que ___________ le tenía bastante cariño al Chico Arma, ya que no dejaba de defenderle. Y teniendo en cuenta que era, al parecer, la única persona mínimamente inteligente de todas cuantas había conocido durante aquellos días… acudir a él había sido su única opción.
Pese a sentirse ligeramente culpable, le había molestado la reacción de _________. ¿Por qué había salido corriendo? ¡A ella no la había engañado, así que no le parecía justo que se comportase así! Después del descarado abandono, no se sentía con fuerzas para regresar y presentarse en la casa de los Graham. Todavía le quedaba algo de orgullo.
—Hemos hablado de mi pasado —le confesó, hablando en voz baja—. Solo le he contado que engañé con otra a mi primera novia. Y se ha enfadado.
—¿Ha gritado mucho? —Gorth le miró de reojo, sin dejar de conducir.
—No, nada —suspiró—. Lo único que me ha dicho ha sido: «¿Quién demonios eres, Nicholas?» —repitió con retintín, intentando imitar la voz de ________.
—Entiendo. Eso significa que el cabreo es grande.
—Ah —exclamó sorprendido—. ¿__________ tiene un lenguaje especial respecto a sus enfados? Me ayudaría mucho aprendérmelo de memoria, la verdad.
Gorth rió ante sus palabras.
—No exactamente. —Chasqueó los dedos—. Pero esas cosas se saben con el paso del tiempo, cuando conoces a una persona.
Gorth aparcó el coche frente a una acogedora cafetería y poco después ambos entraron en ella. Se acomodaron en la mesa que Nicholas eligió —tras evaluar detenidamente la suciedad camuflada en su superficie— y pidió un zumo de naranja natural, contrariamente a Gorth, que optó por un buen tazón de café con leche.
—Vale, a ver si consigo aclararme. —El Chico Arma se llevó las manos a la frente, apartándose algunos mechones de pelo—. Todo iba perfecto, hasta que le has confesado que tiempo atrás engañaste a una chica, ¿cierto?
Nicholas asintió con la cabeza.
—Deberías haber supuesto que ________, en realidad, es bastante… inocente. No sé si sabes a qué me refiero.
—Sí.
Ladeó la cabeza y observó la ropa de su compañero. No le gustaba la calavera que colgaba de su cuello ni tampoco aquella gabardina negra y larga que le recordaba a la capa de La Muerte. Continuaba pintándose los ojos, y Nicholas se preguntaba si las profundas ojeras eran naturales o también fruto de un estrafalario maquillaje.
—¿Tú quieres estar con ella?
La cuestión le pilló desprevenido. Alzó la cabeza y miró fijamente a Gorth, algo confuso. Habría sido más fácil charlar sobre lo ocurrido en la feria que enfrentarse a esa peligrosa pregunta. Porque él no quería pensar en ello. Claro, se sentía bien a su lado. Demasiado bien, incluso. Pero ¿qué ocurriría cuando tuviese que regresar a Londres?, ¿qué pasaría con ellos? Quizá ya era tarde para reflexionar sobre todo aquello. Nicholas no había advertido exactamente en qué momento sus sentimientos hacia __________ cambiaron. Probablemente porque se trató de un proceso lento y progresivo, casi imperceptible hasta para él mismo.
—Sí.
—Vale —Gorth sonrió—, esa era la respuesta que estaba esperando.
—Y ahora, ¿qué? —insistió—, ¿qué se supone que debo hacer?
Gorth se encogió de hombros, sin dejar de sonreír.
—Tú sabrás. No es asunto mío.
Nicholas parpadeó en exceso, molesto.
—¿Para qué demonios me molesto en llamarte si ni siquiera me ayudas?
—Quizá a veces sea bueno tener un poco de compañía —contestó Gorth, ahora más serio.
—No necesito compañía, no necesito a nadie, ¿entiendes? —Le señaló con un dedo acusador, cabreado sin saber muy bien por qué—. Puedo valerme por mí mismo, siempre lo he hecho.
—Entonces, ¿por qué has acudido a mí?
Nicholas frunció los labios, y un tenso silencio se instaló entre ellos. Gorth le miró con cariño, tras darle tranquilamente un sorbo a su café con leche.
—¿Necesitas un lugar donde pasar la noche? Puedes quedarte en mi casa, si quieres —le ofreció.
Nicholas respiró hondo, recobrando la compostura y calmándose de nuevo. En realidad no tenía ninguna razón para enfadarse con Gorth. Bastante había hecho el Chico Arma acudiendo a su encuentro aun cuando apenas le conocía.
—No, pero te agradecería que me llevaras a casa de __________.
—Eso está hecho.
Terminaron de tomarse sus bebidas mientras charlaban sobre temas que nada tenían que ver con la joven que se apoderaba de la mente de Nicholas. Hablaron sobre el cambio climático, sobre asuntos de política, y luego Gorth contó dos chistes que, sorprendentemente, le hicieron reír. Más tarde, y cuando Nicholas se hubo sentido algo más seguro, él le llevó a casa y paró el coche frente al hogar de los Graham. El inglés se quitó el cinturón de seguridad.
—Espero que todo vaya bien —le dijo Gorth.
—Yo también. —Le sonrió tímidamente—. Y… gracias.
Salió rápidamente del vehículo y cerró la puerta con brusquedad internándose en el caminito que conducía a la entrada. Tomó aire cuando el coche de Gorth desapareció de su vista. ¿Qué le estaba pasando? Aquello era muy fuerte. Él nunca decía esa palabra… maldita. La palabra «Gracias» había sido desterrada de su vocabulario y, si alguna vez hacía uso de ella, ocurría sin que se diese cuenta, por pura costumbre. Pero en esa ocasión había sido consciente de ello mientras la pronunciaba, mientras la palpaba entre sus labios… Oh, sí, definitivamente se estaba volviendo loco. Sintió unas ganas tremendas de golpearse la cabeza contra los ladrillos de la pared de la casa, pero no lo hizo; estaba ocupado llamando al timbre a la espera de que alguien le abriera. Si es que pensaban hacerlo, claro.
____________ se sonó los mocos y dejó el papel doblado sobre la mesita junto al sofá. Después, tambaleándose, se dirigió hacia la puerta. Llevaba horas esperándole. Había estado muy preocupada y se había sentido idiota e infantil por dejarle tirado en medio de una calle que Nicholas desconocía completamente. Respiró hondo y abrió la puerta.
Allí estaba él. Tenía las manos metidas en los bolsillos del pantalón y la cabeza ligeramente agachada, con la vista fija en el suelo. Pasaron unos instantes eternos, hasta que él tuvo el valor de buscar su mirada. __________ tembló, pero presionó la mandíbula intentando no demostrar su nerviosismo.
—¿Dónde has estado? —le preguntó.
—Por ahí. —Él se encogió de hombros—. ¿Puedo pasar?
___________ se hizo a un lado y él entró. Le vio subir las escaleras y poco después oyó el brusco sonido de la puerta de su habitación al cerrarse. Genial, así que ni siquiera pensaba pedirle disculpas o hablar sobre el tema. La relación le recordaba a la de un matrimonio de dos cuarentones en crisis.
Volvió al comedor y se tumbó sobre el sofá, secándose con el pañuelo usado una nueva tanda de lágrimas. ¿Por qué tenía que ser tan… melancólica? Se ahogaba en un palmo de agua. Cualquier desgracia se le antojaba inmensa y le costaba horrores escapar de la oscuridad en la que se sumergía.
No solo se había enfadado con Nicholas, sino también con su madre. Abigail le había preguntado por el inglés cuando la vio llegar sofocada a casa. Y cuando ella le confesó que lo había dejado tirado porque, textualmente, «era un cerdo egoísta», la señora Graham, sin entender la situación, pilló un enfado de mil demonios. Le ordenó que fuese a buscarlo con su padre antes de irse a la cama, pero ____________ no lo hizo —aunque bien poco le había faltado— y prefirió esperarle.
Afortunadamente, por una vez, Nicholas había usado la cabeza y su «magnífico» sentido común le había instado a regresar. ____________ volvió a sonarse los mocos y se tapó bien con la manta, acurrucada entre los cojines.
Fijó la vista en el televisor. Emitían una película llamada Breve encuentro. ____________ sollozó todavía más. La había visto muchas veces, desde pequeña, y se sabía el guión de memoria. Se incorporó sobre el sofá y alzó una mano, sujetando el pañuelo arrugado, mientras interpretaba el diálogo al ritmo de los propios personajes.
—«¿Cuántas veces tomaste la resolución de no volver a verme?» —gimoteó, imitando a Alec—. «Varias veces al día» —añadió, cambiando el tono de voz para interpretar a Laura—. «Yo también». «¡Oh, Alec!» —Dramatizando en exceso, se llevó una mano al corazón—. «Te quiero. Me encantan tus ojos sorprendidos, la forma en que sonríes, tu timidez, el modo en que ríes mis bromas…»
Una pausa incómoda y después Laura mirando suplicante al caballeroso Alec. ___________ se enjugó las lágrimas, antes de proseguir.
—«¡Por favor, no, Alec!» —exclamó, y luego se metió en la piel del admirable chico—. «¡Te quiero!, ¡te quiero! Y tú me quieres, es inútil pretender que no ha pasado nada, porque sí ha pasado.»
—Sí, la verdad es que es inútil pretender que no ha pasado nada, él tiene razón —musitó Nicholas, apoyado sobre el marco de la puerta de entrada al comedor y señalando el televisor.
__________ agachó la cabeza, avergonzada. Lloró más y se secó las lágrimas de nuevo. Ese pañuelo ya estaba muy gastado, así que sacó otro del envoltorio.
Fantástico, ahora él la había descubierto como a una vieja solterona que termina interpretando los guiones de los falsos amores de Hollywood.
—No quiero hablar contigo —le dijo.
Nicholas, con el batín puesto, le dirigió una mirada suplicante, pero ella le ignoró y siguió viendo la película.
—¿Puedo sentarme a tu lado?
____________ no contestó; Nicholas quiso suponer que su respuesta en realidad era un rotundo sí. Se sentó junto a ella sin más miramientos, manteniendo una distancia prudencial. La película era terriblemente aburrida y se alegró cuando llegaron los anuncios e hicieron una pausa especial para dar las noticias más importantes del día. Escuchó con atención al presentador del telediario de medianoche.
—Noticia de última hora. El juicio contra la empresa Jonas, la mayor multinacional de la venta de sistemas operativos informáticos, se adelanta a causa de las declaraciones del jefe de la base Jonas. —El presentador desapareció de la pantalla para dar paso a un hombre arreglado y elegante, de unos cuarenta años de edad, bien conocido por ser el dueño de todas las empresas Jonas. Este empezó a hablar—. Desde aquí queremos tranquilizar a los usuarios y asegurarles que ya se han arreglado los errores del último sistema operativo que salió a la venta; por ello hemos decidido acelerar los trámites de las denuncias recibidas para zanjar cuanto antes este desafortunado asunto.
El presentador del telediario volvió a cobrar protagonismo y siguió comentando la noticia de un oso panda que había nacido en China.
—¡Menudo farsante! —gritó ___________, refiriéndose al dueño de las acaudaladas empresas Jonas.
Nicholas bostezó. Luego la miró algo molesto y frunció el ceño.
—Oye, deja de opinar sobre asuntos que desconoces.
—Ah, claro, usted perdone, mi rey. —Se cruzó de brazos—. Supongo que como tú conoces tan bien a todos los Jonas, a diferencia de mí, que solo soy una pobre ignorante, sí puedes despotricar a tu antojo —recalcó con ironía.
Nicholas volvió a bostezar por segunda vez consecutiva.
—Pues claro que sí, tonta —farfulló—. Jonas es mi padre.
FranJones.
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
:wut: EEEESSSS!!! SUU PAAAAPÁAAAAAAAAAAA!!!!!!!????
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHH!!!!!!
Y GUAAAUU ESTA CAMBIANDO PARA BIEENN ESE NIICCKKKK!!!!
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHH!!!!!!
Y GUAAAUU ESTA CAMBIANDO PARA BIEENN ESE NIICCKKKK!!!!
chelis
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
dios que cosas el es hijo de Jonas no puede ser jaa sigue pronto cuidate
haydeejOnaz
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
Capitulo 25 - ¡Feliz Navidad!
«¿Me he vuelto loca ya?», se preguntó ___________ mientras se miraba en el espejo grande el baño. En realidad las profundas ojeras, la piel arrugada del contorno de los ojos tras el patético lloriqueo de la noche anterior y el cabello despeinado y enredado… no ayudaban mucho a encontrar una respuesta coherente que despejase sus dudas.
«Vale. Ahora, aparte de loca, también soy fea. Dos puntos extra.» Se sentó sobre el borde de la bañera mientras esta se llenaba de agua. Necesitaba con urgencia darse un baño relajante.
Los acontecimientos de la noche anterior la habían dejado aturdida. En primer lugar, todavía no lograba imaginarse a su aniñado Nicholas acostándose con aquella chica de la fiesta de no sé quién cuando tenía novia. En segundo lugar, debería haberle preguntado antes cuál era su apellido. En realidad lo indicaba en los papeles correspondientes del intercambio, pero no le había prestado atención y, aunque lo hubiese hecho, no lo habría creído.
Un Jonas… El mimado, rico e imbécil hijo del famoso matrimonio Jonas. El padre, dueño de una de las mayores empresas del mundo. La madre, una de las abogadas más prestigiosas de toda Europa. __________ se abofeteó a sí misma, intentando despertar así de aquel confuso sueño. Pero no pasó nada. Siguió allí, absorta, escuchando el sonido del agua caer conforme la bañera se iba llenando.
Por otra parte, empezaba a entender cómo y dónde había crecido Nicholas. Ahora todo tenía sentido, porque, claro, no era solo Nicholas, sino Nicholas Jonas. Esa última palabra lo cambiaba todo de un modo radical.
Se desvistió, cerró el grifo y se sumergió en el agua. Respiró hondo, relajándose. Inclinó la cabeza hacia atrás, hundiéndola hasta mojarse todo el pelo. Innumerables pensamientos volvieron a invadir su mente.
De todos modos a ella le daba igual quién era Nicholas. Le importaba lo que había vivido con él, ni más ni menos. Y, si él había terminado engañando a su novia, que era una amiga e iba a su misma clase, ¿cómo podrían mantener ellos una relación a distancia? Se iría con otra a la primera de cambio, seguro. __________ no quería pasarlo mal, no deseaba hundirse por las noches en el sofá del comedor, al lado de su simpático amigo helado de chocolate, mientras recitaba una vez tras otra los diálogos de Romeo y Julieta y se preguntaba, angustiada, qué estaría haciendo Nicholas. Porque su paranoica mente se lo indicaría enseguida: estaría… con otra.
Exhaló aire por la nariz con la cabeza sumergida en el agua, un montón de burbujas pequeñas subieron a la superficie. Después volvió a sacar la cabeza y encontró fuerzas para echarse un poco de champú y frotarse el cabello sin demasiadas ganas. Llamaron a la puerta del baño.
—¡__________!
Era el traidor. Fingió que acababa de quedarse sorda.
—________, sé que estás ahí —prosiguió él—. ¿Puedo pasar?
—¡NO!
Esta vez sí contestó, porque no recordaba si había puesto el pestillo y temía que él entrara sin demasiados miramientos. Por si acaso, corrió la cortina de la bañera.
—¿Por qué no?, ¿qué estás haciendo?
—Duchándome.
—Ah, vale. —Nicholas bajó el tono de voz—. Pues te espero en la puerta hasta que termines.
___________ resopló. La estaba acorralando. Claro que ella le había evitado en numerosas ocasiones. La noche anterior, tras descubrir que el empresario Jonas era su padre, había corrido despavorida hasta su habitación y se había encerrado allí a cal y canto, tal como había hecho también esa misma mañana. Solo salió —a toda prisa— cuando escuchó la voz de Nicholas y advirtió que este se encontraba en la planta baja de la casa. Ahora él no pensaba dejarla escapar otra vez, y comportándose como un hippie en la acción de manifestarse, había decidido hacer una sentada frente a la puerta del baño; solo le faltaba una pancarta reivindicativa que dijese: «_________, ¡deja de huir! El pueblo te necesita». Total, viviendo ambos entre las mismas cuatro paredes, poco podría haber hecho por evitarle. Mucho menos teniendo en cuenta que aquel día era Navidad y celebraban la comida con toda la familia.
Y lo que era aún peor, esa misma noche se darían los regalos. ___________ no quería darle su regalo a Nicholas, lo que realmente deseaba era estampárselo en la cara y que el golpe le dejase una buena cicatriz. Rió tontamente, sola, rememorando algunos días atrás, cuando incluso llegó a suponer que Nicholas sería virgen. ¡Ja! Qué tonta e ingenua era.
Poco después salió de la bañera y se vistió lentamente. Intentó tardar todo lo posible para desesperar a Nicholas. En efecto, cuando finalmente abrió la puerta del baño, él la miró con cara de pocos amigos y los brazos cruzados con ademán protector.
—¿Pensabas celebrar el día de Navidad en el baño o qué? —Ojeó su reloj de pulsera—. Has tardado más de una hora.
—Puede que sea impuntual, pero no traidora… como otros.
Nicholas notó que un pequeño escalofrío le recorría el cuerpo. Se le puso la piel de gallina y dio algunos pasos al frente intentando calmar la desagradable sensación. Eso había sido un golpe bajo por parte de ___________.
—¿No podemos hablar sobre el tema? —le preguntó.
—Es Navidad, Nicholas —dijo ella—. Ya hablaremos más tarde, esta noche, quizá, ahora no es el momento.
Nicholas la miró confuso.
—Entonces… ¿seguimos juntos?
Ella resopló, con el cuerpo ligeramente vuelto en dirección a su habitación. Se giró una última vez antes de marcharse definitivamente.
—Déjame en paz.
Y desapareció, tras cerrar de golpe la puerta de su habitación. Nicholas se quedó ahí de pie, extremadamente quieto, como si todo lo que se encontraba a su alrededor quemase de algún modo misterioso. Después chasqueó los dedos y una sonrisa maliciosa se apoderó de sus rojizos labios. Bien, vale, pues si ____________ no quería ni siquiera escucharle durante unos míseros minutos, él no pensaba rebajarse más. Además, si supuestamente ya no estaban juntos, ¿importaba mucho cómo se comportase? Él creía que no. ¿Y qué mejor día para demostrárselo que durante la comida familiar de Navidad?
Pasadas unas horas, todos se encontraban sentados a la enorme mesa de madera del comedor. La señora Graham obligó a Marcus a vestirse de un modo adecuado (o sea: unos vaqueros que no estaban rotos y una camiseta que no reflejaba su innato amor por la marihuana y que todavía no se había desteñido por el paso de los siglos). Habían acudido algunos familiares, ante los que Nicholas se había presentado con elegancia y sofisticación (ya les demostraría más adelante quién era en realidad). Por una parte estaban los padres de la señora Graham, un matrimonio de ancianos que parecían odiarse mutuamente: el señor Rolan y su esposa, Margerot, que era una especie de saco de arrugas con dos ojos y una enorme nariz aguileña que a Nicholas le daba mala espina.
También había acudido la hermana del señor Graham, que se llamaba Amber, junto a sus dos extraños hijos gemelos, que tendrían unos catorce años. Una vez llegaron todos, se acomodaron para comer. ____________ evitó descaradamente la fría mirada que Nicholas le dirigió. Afortunadamente, la señora Graham había recordado que Nicholas era vegetariano; le había preparado una ensalada, evitando que comiese pavo como hacían todos los demás. A Nicholas le gustaba ser la excepción.
—¡Disfrutemos de la comida navideña! —exclamó Abigail, tras servir a cada uno su plato.
«Eso, mi querida _________, ¡ya verás cuánto vamos a disfrutar!», pensó Nicholas, y sus ojos grises brillaron traviesos. Pasados unos segundos de silencio, la abuela de _________ le sonrió y le señaló con uno de sus arrugados dedos.
—Un chico tan guapo como tú tiene que tener novia —comentó.
Era su oportunidad. Nicholas dejó el tenedor y el cuchillo sobre la servilleta y cruzó elegantemente las manos sobre la mesa.
—No sé qué decirle, señora —contestó, y le dirigió a ___________ una mirada significativa—. ¿Tú qué opinas, __________?, ¿tengo novia?
Ella apretó el cuchillo con las manos, conteniéndose de no lanzárselo a Nicholas a modo de diana, hasta que los nudillos se le tornaron de un color blanquecino. Nicholas sonrió con más ganas. Marcus, confundido, les miró.
—Creo que me he perdido algo.
—Sí, te has perdido ciertos detalles del pasado de Nicholas que no tienen desperdicio —le indicó su hermana con fingida amabilidad.
—Pero ¿el jovencito tiene novia o está buscando? —insistió la abuela—. Porque yo tengo una amiga, Berta, que ahora es viuda, pero está de buen ver y prepara unos pastelitos de arándanos deliciosos.
El esposo de Margerot, el señor Rolan, suspiró con desgana.
—¡Marge, por Dios!, que tu amiga tiene setenta años y pesa ciento cincuenta kilos.
Nicholas tragó saliva despacio y creyó sentir un hormigueo extraño ascendiendo por todo su cuerpo. Los padres de _________ reían tranquilamente.
—Piénsatelo, Nicholasito; oportunidades así no surgen todos los días.
—Desde luego, señora —contestó apesadumbrado—. Y me llamo Nicholas.
—Ah, pues eso, Nicholas.
_____________ fingió que se limpiaba la boca con la servilleta para que nadie advirtiese la vengativa sonrisilla que cruzaba su rostro de lado a lado.
—No hagas caso a mi mujer, está chiflada —le aconsejó el señor Rolan—. Quise divorciarme de ella el mismo día en que me casé.
—¡Papá! —se quejó la señora Graham, abochornada.
—Déjale, hija, no tiene arreglo —replicó Margerot—. Siento que tuvieses que crecer con un padre así, debí haber elegido mejor.
—Y yo siento que vivieses una infancia al lado del demonio —añadió él, señalando a su mujer con el tenedor.
El señor Graham se removió incómodo en su silla.
—Está bien, ¡ya basta! Os recuerdo que estamos celebrando la Navidad.
El silencio reinó en la mesa durante los siguientes cinco minutos. Nicholas siguió comiéndose su insípida ensalada mientras miraba a __________ de reojo. Se preguntaba si, de continuar juntos, terminarían comportándose como sus abuelos. Casi podía ver reflejado en ellos cómo sería su futuro cincuenta años después.
La señora Graham parecía seriamente disgustada por los comentarios que sus padres se dedicaban el uno al otro; prefirió permanecer en silencio.
Nicholas aplastó un trozo de tomate con el tenedor y el jugo salpicó el brazo de Marcus, que se encogió de hombros y ni siquiera se dignó limpiarse. El inglés observó asqueado su alrededor; la comida navideña era muy aburrida y se preguntaba cómo podría hacer que fuese algo más animada. Sonrió poco después, dirigiéndose al señor Rolan.
—Entonces, ¿por qué se casó con su mujer?
—Porque la dejé preñada… ¡y en qué mala hora!
La anciana le dio un fuerte pisotón, bajo la mesa, y él gimió dolorido. El señor Graham suspiró apesadumbrado. Los gemelos seguían comiendo en silencio, y la tía de __________ apenas pestañeaba. Todos los habitantes de la casa parecían haber muerto en vida.
Nicholas ojeó a ________ mientras ella cortaba distraída un trozo de carne. Tenía el contorno de los ojos ligeramente arrugado a causa de las numerosas lágrimas que, seguramente, había derramado la noche anterior. Aun así, pensó que estaba guapa y casi se asustó cuando advirtió las ganas que tenía de acariciar sus rosadas mejillas.
—Nicholas, cielo, ¿te has quedado con hambre? —le preguntó Abigail mostrándole una de sus encantadoras sonrisas.
Él negó con la cabeza. No tenía apetito. Mirar a ____________ le quitaba las ganas de comer; quizá porque a veces pensaba que podría llegar a alimentarse de la inocencia que emanaba su rostro… Suspiró, melancólico, y sacudió la cabeza sintiéndose torpe y confuso.
—Yo shi tengo mash hambre, mami —dijo Marcus, con la boca todavía llena. Algunas migajas de pan revolotearon hasta posarse sobre el mantel rojo.
Nicholas le dedicó una mueca de asco e hizo una complicada reflexión sobre qué demonios vería Nixie en aquel orangután.
—Ahora sacaré unas galletas de jengibre —respondió Abigail.
Se levantó y empezó a recoger los platos; Nicholas la ayudó en la tarea. Juntos se dirigieron a la cocina; la señora Graham le tendió una bandeja y le pidió que colocara en ella las galletas de jengibre. Ella se dedicó a fregar; al cabo de unos minutos, le miró de reojo de forma significativa.
—¿Os habéis peleado? —preguntó con cierta timidez—. Ayer __________ estaba muy disgustada.
—Yo no le he hecho nada… a ella —repuso, encogiéndose de hombros.
—No te preocupes, cielo, se le pasará. —La señora Graham le palmeó la espalda con afecto, tras secarse las manos en el delantal—. __________ es demasiado quisquillosa, seguro que se ha enfadado por cualquier tontería.
En ese mismo instante, __________ entró en la cocina y puso los ojos en blanco. Se cruzó de brazos, y Marcus, que caminaba a su espalda, chocó contra ella.
—¡Eh!, ¿qué haces ahí parada? Aparta —musitó.
—¿Por qué estáis hablando de mí? —gritó, consternada—. En serio, mamá, quiero que se marche de esta casa. No lo aguanto más.
—¡__________! ¡No seas maleducada!
Marcus abrió mucho la boca, sorprendido.
—¿Quieres dejarme sin cuñado? ¡Tú no tienes corazón! —Apuntó a su hermana con un dedo acusador, luego se acercó a Nicholas, que permanecía quieto y serio como un buen soldado romano, y le rodeó los hombros con el brazo—. ¡Traidora de sangre!
—Pero ¿qué demonios dices? —__________ frunció el ceño—. ¡Mamá, haz algo!
La señora Graham balbució algunas palabras incomprensibles y agradeció la llegada de su marido. Dio un paso al frente, desorientada, hasta situarse a su lado.
—Cariño, diles que no discutan, por favor.
—No discutáis, chicos —murmuró él con voz monótona—. ¿Qué es lo que os pasa?
__________ le dio una patada a la nevera, cabreada, y todos retrocedieron para alejarse de la furiosa chica. Ella miró fijamente a Nicholas. Tenía ganas de llorar.
—¡Te odio! Eres desquiciante e insoportable —le acusó sin piedad—. ¡Y si mi hermano te apoya es porque no tiene ni idea de todo lo que dices sobre él a sus espaldas!
Marcus observó de reojo a su compañero, asombrado, y preguntándose si su hermana decía la verdad. A lo lejos se oyó la voz gritona y aguda de la abuela de _________, que, al parecer, cantaba un villancico.
—«Canta, ríe, bebe, que hoy es Nochebuena, que en estos momentos no hay que tener pena…»
Nicholas tragó saliva despacio; los cantares de Margerot no ayudaban en absoluto. La situación era caótica. Logró enfrentarse a la mirada de Marcus, pero no fue capaz de negar las palabras de ___________. Ella tenía razón, lo más bonito que le había dedicado hasta el momento eran algunos apelativos sueltos como «neandertal» o «mendigo». Y ahora se sentía mal, porque extrañamente había empezado a cogerle cierto cariño a… ese misterioso ser.
—¿Hablas mal de mí, tío? —Marcus le miró apenado, parecía a punto de llorar—. Joder, colega, con todo lo que yo te defiendo…
—«Dale a la zambomba, dale al violín, dale a la cabeza y canta feliz… Al chico de mi portera, tera…»
Nicholas cerró los ojos con fuerza. Quería escapar de allí como fuera. Toda la familia Graham le miraba en silencio, esperando a que dijese algo. Pero se había quedado mudo. Marcus se apartó de su lado y salió de la cocina caminando a trompicones. ____________ siguió a su hermano. Se oyeron algunas puertas cerrarse de golpe. La señora Graham se tapó los oídos, procurando no escuchar el animado canto de su madre, y poco después desapareció también con la bandeja de galletas de jengibre en las manos. Nicholas se quedó a solas con el señor Graham, que le miró con indiferencia y se encogió de hombros.
—Esta familia es una mierda —suspiró y apoyó su mano en el hombro de Nicholas. Parecía no tener fuerzas para seguir viviendo—. En fin, chaval, ¡feliz Navidad!
«¿Me he vuelto loca ya?», se preguntó ___________ mientras se miraba en el espejo grande el baño. En realidad las profundas ojeras, la piel arrugada del contorno de los ojos tras el patético lloriqueo de la noche anterior y el cabello despeinado y enredado… no ayudaban mucho a encontrar una respuesta coherente que despejase sus dudas.
«Vale. Ahora, aparte de loca, también soy fea. Dos puntos extra.» Se sentó sobre el borde de la bañera mientras esta se llenaba de agua. Necesitaba con urgencia darse un baño relajante.
Los acontecimientos de la noche anterior la habían dejado aturdida. En primer lugar, todavía no lograba imaginarse a su aniñado Nicholas acostándose con aquella chica de la fiesta de no sé quién cuando tenía novia. En segundo lugar, debería haberle preguntado antes cuál era su apellido. En realidad lo indicaba en los papeles correspondientes del intercambio, pero no le había prestado atención y, aunque lo hubiese hecho, no lo habría creído.
Un Jonas… El mimado, rico e imbécil hijo del famoso matrimonio Jonas. El padre, dueño de una de las mayores empresas del mundo. La madre, una de las abogadas más prestigiosas de toda Europa. __________ se abofeteó a sí misma, intentando despertar así de aquel confuso sueño. Pero no pasó nada. Siguió allí, absorta, escuchando el sonido del agua caer conforme la bañera se iba llenando.
Por otra parte, empezaba a entender cómo y dónde había crecido Nicholas. Ahora todo tenía sentido, porque, claro, no era solo Nicholas, sino Nicholas Jonas. Esa última palabra lo cambiaba todo de un modo radical.
Se desvistió, cerró el grifo y se sumergió en el agua. Respiró hondo, relajándose. Inclinó la cabeza hacia atrás, hundiéndola hasta mojarse todo el pelo. Innumerables pensamientos volvieron a invadir su mente.
De todos modos a ella le daba igual quién era Nicholas. Le importaba lo que había vivido con él, ni más ni menos. Y, si él había terminado engañando a su novia, que era una amiga e iba a su misma clase, ¿cómo podrían mantener ellos una relación a distancia? Se iría con otra a la primera de cambio, seguro. __________ no quería pasarlo mal, no deseaba hundirse por las noches en el sofá del comedor, al lado de su simpático amigo helado de chocolate, mientras recitaba una vez tras otra los diálogos de Romeo y Julieta y se preguntaba, angustiada, qué estaría haciendo Nicholas. Porque su paranoica mente se lo indicaría enseguida: estaría… con otra.
Exhaló aire por la nariz con la cabeza sumergida en el agua, un montón de burbujas pequeñas subieron a la superficie. Después volvió a sacar la cabeza y encontró fuerzas para echarse un poco de champú y frotarse el cabello sin demasiadas ganas. Llamaron a la puerta del baño.
—¡__________!
Era el traidor. Fingió que acababa de quedarse sorda.
—________, sé que estás ahí —prosiguió él—. ¿Puedo pasar?
—¡NO!
Esta vez sí contestó, porque no recordaba si había puesto el pestillo y temía que él entrara sin demasiados miramientos. Por si acaso, corrió la cortina de la bañera.
—¿Por qué no?, ¿qué estás haciendo?
—Duchándome.
—Ah, vale. —Nicholas bajó el tono de voz—. Pues te espero en la puerta hasta que termines.
___________ resopló. La estaba acorralando. Claro que ella le había evitado en numerosas ocasiones. La noche anterior, tras descubrir que el empresario Jonas era su padre, había corrido despavorida hasta su habitación y se había encerrado allí a cal y canto, tal como había hecho también esa misma mañana. Solo salió —a toda prisa— cuando escuchó la voz de Nicholas y advirtió que este se encontraba en la planta baja de la casa. Ahora él no pensaba dejarla escapar otra vez, y comportándose como un hippie en la acción de manifestarse, había decidido hacer una sentada frente a la puerta del baño; solo le faltaba una pancarta reivindicativa que dijese: «_________, ¡deja de huir! El pueblo te necesita». Total, viviendo ambos entre las mismas cuatro paredes, poco podría haber hecho por evitarle. Mucho menos teniendo en cuenta que aquel día era Navidad y celebraban la comida con toda la familia.
Y lo que era aún peor, esa misma noche se darían los regalos. ___________ no quería darle su regalo a Nicholas, lo que realmente deseaba era estampárselo en la cara y que el golpe le dejase una buena cicatriz. Rió tontamente, sola, rememorando algunos días atrás, cuando incluso llegó a suponer que Nicholas sería virgen. ¡Ja! Qué tonta e ingenua era.
Poco después salió de la bañera y se vistió lentamente. Intentó tardar todo lo posible para desesperar a Nicholas. En efecto, cuando finalmente abrió la puerta del baño, él la miró con cara de pocos amigos y los brazos cruzados con ademán protector.
—¿Pensabas celebrar el día de Navidad en el baño o qué? —Ojeó su reloj de pulsera—. Has tardado más de una hora.
—Puede que sea impuntual, pero no traidora… como otros.
Nicholas notó que un pequeño escalofrío le recorría el cuerpo. Se le puso la piel de gallina y dio algunos pasos al frente intentando calmar la desagradable sensación. Eso había sido un golpe bajo por parte de ___________.
—¿No podemos hablar sobre el tema? —le preguntó.
—Es Navidad, Nicholas —dijo ella—. Ya hablaremos más tarde, esta noche, quizá, ahora no es el momento.
Nicholas la miró confuso.
—Entonces… ¿seguimos juntos?
Ella resopló, con el cuerpo ligeramente vuelto en dirección a su habitación. Se giró una última vez antes de marcharse definitivamente.
—Déjame en paz.
Y desapareció, tras cerrar de golpe la puerta de su habitación. Nicholas se quedó ahí de pie, extremadamente quieto, como si todo lo que se encontraba a su alrededor quemase de algún modo misterioso. Después chasqueó los dedos y una sonrisa maliciosa se apoderó de sus rojizos labios. Bien, vale, pues si ____________ no quería ni siquiera escucharle durante unos míseros minutos, él no pensaba rebajarse más. Además, si supuestamente ya no estaban juntos, ¿importaba mucho cómo se comportase? Él creía que no. ¿Y qué mejor día para demostrárselo que durante la comida familiar de Navidad?
Pasadas unas horas, todos se encontraban sentados a la enorme mesa de madera del comedor. La señora Graham obligó a Marcus a vestirse de un modo adecuado (o sea: unos vaqueros que no estaban rotos y una camiseta que no reflejaba su innato amor por la marihuana y que todavía no se había desteñido por el paso de los siglos). Habían acudido algunos familiares, ante los que Nicholas se había presentado con elegancia y sofisticación (ya les demostraría más adelante quién era en realidad). Por una parte estaban los padres de la señora Graham, un matrimonio de ancianos que parecían odiarse mutuamente: el señor Rolan y su esposa, Margerot, que era una especie de saco de arrugas con dos ojos y una enorme nariz aguileña que a Nicholas le daba mala espina.
También había acudido la hermana del señor Graham, que se llamaba Amber, junto a sus dos extraños hijos gemelos, que tendrían unos catorce años. Una vez llegaron todos, se acomodaron para comer. ____________ evitó descaradamente la fría mirada que Nicholas le dirigió. Afortunadamente, la señora Graham había recordado que Nicholas era vegetariano; le había preparado una ensalada, evitando que comiese pavo como hacían todos los demás. A Nicholas le gustaba ser la excepción.
—¡Disfrutemos de la comida navideña! —exclamó Abigail, tras servir a cada uno su plato.
«Eso, mi querida _________, ¡ya verás cuánto vamos a disfrutar!», pensó Nicholas, y sus ojos grises brillaron traviesos. Pasados unos segundos de silencio, la abuela de _________ le sonrió y le señaló con uno de sus arrugados dedos.
—Un chico tan guapo como tú tiene que tener novia —comentó.
Era su oportunidad. Nicholas dejó el tenedor y el cuchillo sobre la servilleta y cruzó elegantemente las manos sobre la mesa.
—No sé qué decirle, señora —contestó, y le dirigió a ___________ una mirada significativa—. ¿Tú qué opinas, __________?, ¿tengo novia?
Ella apretó el cuchillo con las manos, conteniéndose de no lanzárselo a Nicholas a modo de diana, hasta que los nudillos se le tornaron de un color blanquecino. Nicholas sonrió con más ganas. Marcus, confundido, les miró.
—Creo que me he perdido algo.
—Sí, te has perdido ciertos detalles del pasado de Nicholas que no tienen desperdicio —le indicó su hermana con fingida amabilidad.
—Pero ¿el jovencito tiene novia o está buscando? —insistió la abuela—. Porque yo tengo una amiga, Berta, que ahora es viuda, pero está de buen ver y prepara unos pastelitos de arándanos deliciosos.
El esposo de Margerot, el señor Rolan, suspiró con desgana.
—¡Marge, por Dios!, que tu amiga tiene setenta años y pesa ciento cincuenta kilos.
Nicholas tragó saliva despacio y creyó sentir un hormigueo extraño ascendiendo por todo su cuerpo. Los padres de _________ reían tranquilamente.
—Piénsatelo, Nicholasito; oportunidades así no surgen todos los días.
—Desde luego, señora —contestó apesadumbrado—. Y me llamo Nicholas.
—Ah, pues eso, Nicholas.
_____________ fingió que se limpiaba la boca con la servilleta para que nadie advirtiese la vengativa sonrisilla que cruzaba su rostro de lado a lado.
—No hagas caso a mi mujer, está chiflada —le aconsejó el señor Rolan—. Quise divorciarme de ella el mismo día en que me casé.
—¡Papá! —se quejó la señora Graham, abochornada.
—Déjale, hija, no tiene arreglo —replicó Margerot—. Siento que tuvieses que crecer con un padre así, debí haber elegido mejor.
—Y yo siento que vivieses una infancia al lado del demonio —añadió él, señalando a su mujer con el tenedor.
El señor Graham se removió incómodo en su silla.
—Está bien, ¡ya basta! Os recuerdo que estamos celebrando la Navidad.
El silencio reinó en la mesa durante los siguientes cinco minutos. Nicholas siguió comiéndose su insípida ensalada mientras miraba a __________ de reojo. Se preguntaba si, de continuar juntos, terminarían comportándose como sus abuelos. Casi podía ver reflejado en ellos cómo sería su futuro cincuenta años después.
La señora Graham parecía seriamente disgustada por los comentarios que sus padres se dedicaban el uno al otro; prefirió permanecer en silencio.
Nicholas aplastó un trozo de tomate con el tenedor y el jugo salpicó el brazo de Marcus, que se encogió de hombros y ni siquiera se dignó limpiarse. El inglés observó asqueado su alrededor; la comida navideña era muy aburrida y se preguntaba cómo podría hacer que fuese algo más animada. Sonrió poco después, dirigiéndose al señor Rolan.
—Entonces, ¿por qué se casó con su mujer?
—Porque la dejé preñada… ¡y en qué mala hora!
La anciana le dio un fuerte pisotón, bajo la mesa, y él gimió dolorido. El señor Graham suspiró apesadumbrado. Los gemelos seguían comiendo en silencio, y la tía de __________ apenas pestañeaba. Todos los habitantes de la casa parecían haber muerto en vida.
Nicholas ojeó a ________ mientras ella cortaba distraída un trozo de carne. Tenía el contorno de los ojos ligeramente arrugado a causa de las numerosas lágrimas que, seguramente, había derramado la noche anterior. Aun así, pensó que estaba guapa y casi se asustó cuando advirtió las ganas que tenía de acariciar sus rosadas mejillas.
—Nicholas, cielo, ¿te has quedado con hambre? —le preguntó Abigail mostrándole una de sus encantadoras sonrisas.
Él negó con la cabeza. No tenía apetito. Mirar a ____________ le quitaba las ganas de comer; quizá porque a veces pensaba que podría llegar a alimentarse de la inocencia que emanaba su rostro… Suspiró, melancólico, y sacudió la cabeza sintiéndose torpe y confuso.
—Yo shi tengo mash hambre, mami —dijo Marcus, con la boca todavía llena. Algunas migajas de pan revolotearon hasta posarse sobre el mantel rojo.
Nicholas le dedicó una mueca de asco e hizo una complicada reflexión sobre qué demonios vería Nixie en aquel orangután.
—Ahora sacaré unas galletas de jengibre —respondió Abigail.
Se levantó y empezó a recoger los platos; Nicholas la ayudó en la tarea. Juntos se dirigieron a la cocina; la señora Graham le tendió una bandeja y le pidió que colocara en ella las galletas de jengibre. Ella se dedicó a fregar; al cabo de unos minutos, le miró de reojo de forma significativa.
—¿Os habéis peleado? —preguntó con cierta timidez—. Ayer __________ estaba muy disgustada.
—Yo no le he hecho nada… a ella —repuso, encogiéndose de hombros.
—No te preocupes, cielo, se le pasará. —La señora Graham le palmeó la espalda con afecto, tras secarse las manos en el delantal—. __________ es demasiado quisquillosa, seguro que se ha enfadado por cualquier tontería.
En ese mismo instante, __________ entró en la cocina y puso los ojos en blanco. Se cruzó de brazos, y Marcus, que caminaba a su espalda, chocó contra ella.
—¡Eh!, ¿qué haces ahí parada? Aparta —musitó.
—¿Por qué estáis hablando de mí? —gritó, consternada—. En serio, mamá, quiero que se marche de esta casa. No lo aguanto más.
—¡__________! ¡No seas maleducada!
Marcus abrió mucho la boca, sorprendido.
—¿Quieres dejarme sin cuñado? ¡Tú no tienes corazón! —Apuntó a su hermana con un dedo acusador, luego se acercó a Nicholas, que permanecía quieto y serio como un buen soldado romano, y le rodeó los hombros con el brazo—. ¡Traidora de sangre!
—Pero ¿qué demonios dices? —__________ frunció el ceño—. ¡Mamá, haz algo!
La señora Graham balbució algunas palabras incomprensibles y agradeció la llegada de su marido. Dio un paso al frente, desorientada, hasta situarse a su lado.
—Cariño, diles que no discutan, por favor.
—No discutáis, chicos —murmuró él con voz monótona—. ¿Qué es lo que os pasa?
__________ le dio una patada a la nevera, cabreada, y todos retrocedieron para alejarse de la furiosa chica. Ella miró fijamente a Nicholas. Tenía ganas de llorar.
—¡Te odio! Eres desquiciante e insoportable —le acusó sin piedad—. ¡Y si mi hermano te apoya es porque no tiene ni idea de todo lo que dices sobre él a sus espaldas!
Marcus observó de reojo a su compañero, asombrado, y preguntándose si su hermana decía la verdad. A lo lejos se oyó la voz gritona y aguda de la abuela de _________, que, al parecer, cantaba un villancico.
—«Canta, ríe, bebe, que hoy es Nochebuena, que en estos momentos no hay que tener pena…»
Nicholas tragó saliva despacio; los cantares de Margerot no ayudaban en absoluto. La situación era caótica. Logró enfrentarse a la mirada de Marcus, pero no fue capaz de negar las palabras de ___________. Ella tenía razón, lo más bonito que le había dedicado hasta el momento eran algunos apelativos sueltos como «neandertal» o «mendigo». Y ahora se sentía mal, porque extrañamente había empezado a cogerle cierto cariño a… ese misterioso ser.
—¿Hablas mal de mí, tío? —Marcus le miró apenado, parecía a punto de llorar—. Joder, colega, con todo lo que yo te defiendo…
—«Dale a la zambomba, dale al violín, dale a la cabeza y canta feliz… Al chico de mi portera, tera…»
Nicholas cerró los ojos con fuerza. Quería escapar de allí como fuera. Toda la familia Graham le miraba en silencio, esperando a que dijese algo. Pero se había quedado mudo. Marcus se apartó de su lado y salió de la cocina caminando a trompicones. ____________ siguió a su hermano. Se oyeron algunas puertas cerrarse de golpe. La señora Graham se tapó los oídos, procurando no escuchar el animado canto de su madre, y poco después desapareció también con la bandeja de galletas de jengibre en las manos. Nicholas se quedó a solas con el señor Graham, que le miró con indiferencia y se encogió de hombros.
—Esta familia es una mierda —suspiró y apoyó su mano en el hombro de Nicholas. Parecía no tener fuerzas para seguir viviendo—. En fin, chaval, ¡feliz Navidad!
Última edición por FranJones. el Sáb 20 Oct 2012, 12:21 pm, editado 1 vez
FranJones.
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