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Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
Capitulo 14. - Cosas que pasan en los centros comerciales I
Lucecillas de todos los colores posibles parpadeaban desde árboles, carteles y escaparates. Frondosos abetos navideños se extendían por las aceras. Los niños chillaban alegres, correteando por las calles. Los abuelos se sentaban en los bancos del paseo, agotados tras varias horas de caminata, y algunos jóvenes se picaban con las motos, derrapando por la calzada. Y allí, entre aquel armonioso paisaje navideño impregnado de felicidad, caminaban tres jóvenes tremendamente diferentes entre sí con la esperanza de encontrar los regalos para sus familias.
—¿Falta mucho? —preguntó Marcus, y se encendió el séptimo cigarro en un tiempo récord de apenas media hora.
—Ya casi estamos —contestó _________.
_________ se sentía agobiada aun antes de empezar. A la derecha caminaba su hermano; las rastas se alzaban arriba y abajo al compás de sus pasos. A la izquierda se encontraba Nicholas, que miraba alrededor con los ojos bien abiertos, a la espera de descubrir, seguramente, la tienda más cara de toda la ciudad. Supo de antemano que iba a ser un día largo, demasiado largo.
—Esto es un asco —se quejó el inglés.
Ya estaba tardando. _________ casi agradeció escuchar sus protestas, pues empezaba a pensar que algo raro le ocurría. Le ignoró, sintiéndose más tranquila.
—A mí tampoco me gusta ir de tiendas —añadió Marcus.
Nicholas arrugó la nariz.
—No lo decía por eso —aclaró—, es solo que todas estas tiendas parecen de segunda mano. —Se paró frente a un escaparate y señaló una bonita camisa a cuadros que costaba cincuenta y siete dólares—. ¿Ves?, ¿de qué mierda está hecha para que sea tan barata? Seguro que destroza e irrita la piel.
—¿Es que pretendes que la gente se gaste el sueldo del mes en una camisa?
___________ se cruzó de brazos. Marcus se quedó atrás, acariciando a un alegre perro que pasaba a su lado.
—Que ganen más, ¿a mí qué me cuentas? —replicó, frunciendo el
ceño—. Solo mis calzoncillos ya son más caros que esa prenda —añadió Nicholas.
____________ rió.
—¿Tus calzoncillos valen sesenta dólares?
—He dicho que más, sorda. Unos cien dólares.
—¿Es que tus partes íntimas son de oro o qué?
—Eh, no hables de esas cosas. —Nicholas sintió cómo comenzaba a sonrojarse levemente, avergonzado. _________ era demasiado descarada para su gusto.
—¡Oh, tienes la cara roja! —Le señaló, todavía riendo.
Nicholas la miró asqueado.
—¡Pues mira, sí, mis partes íntimas son tan valiosas para mí como para protegerlas con un buen material!
Marcus se despidió del perro y se acercó a ellos, sonriente tras el último comentario, pero sobre todo curioso.
—¿Con qué las proteges?
—Con calzoncillos, como todo el mundo, pero de seda. Son exclusivos y me los traen de Italia.
—Ah. —Marcus le miró sin saber qué decir—. Yo no uso ropa interior.
Los tres guardaron un incómodo silencio. Se miraron fijamente unos instantes. Intentando olvidar las palabras de Marcus, avanzaron despacio entre el gentío, más callados que antes y quizá más pensativos.
Nicholas procuraba esquivar la cantidad de obstáculos que se cruzaban a su paso. Niños en monopatín —sin casco ni rodilleras—; ancianos que apenas avanzaban tres centímetros por minuto; señoras locas por las compras, que parecían conocer aquel centro comercial mucho mejor que él… Se giró hacia ________.
—¿Qué piensas comprarles a tus padres? —le preguntó.
—No sé —Se encogió de hombros—, a mamá quizá unos pendientes, y creo que papá necesita alguna corbata para el trabajo.
Nicholas torció el gesto.
—¿Solo eso?
—¿Acaso pretendes que me hipoteque a los diecisiete para contentarlos? —Bufó, hastiada—. El amor se demuestra de otros modos.
—¿De veras?
—¡Claro! Pasando tiempo juntos, en familia, por ejemplo. —Sonrió,
sacudiendo felizmente las manos.
Nicholas apretó fuertemente los labios. ¿Pasando tiempo… juntos? Intentó recordar cuándo había sido la última vez que había pasado unos días con sus padres. Algunas imágenes difusas le vinieron a la memoria. Probablemente el día que nació todos estuvieran en la misma habitación y, además, cuando cumplía años siempre comían juntos en el mejor restaurante de Londres. Sonrió, algo más relajado y satisfecho.
—¿Y a mí me vas a comprar algo?
—Es una broma, ¿verdad? —_________ dejó de caminar y se cruzó de brazos.
Marcus rió tontamente.
—Hombre, tía, después de dormir juntitos algún detalle tendrás que tener con el chaval, ¿no?
__________ cerró los ojos y respiró hondo.
—Marcus, haz el favor de no llamarme «tía».
—¡Joder, vale, tía, vale! —Alzó las manos en son de paz.
—Entonces, ¿no pensabas comprarme nada? —gritó Nicholas, dolido—. ¡Pero cómo puedes ser tan rácana! ¡Yo incluso ya tenía pensado tu regalo…! ¡Estamos en Navidad, __________!
—Está bien, está bien. —Suspiró—. Si cierras la boca, prometo que te compraré alguna chorrada.
Se volvió decidida y reemprendió la marcha. Marcus, rezagado, se quedó embobado con los ojos fijos en el escaparate de una papelería. Nicholas rió por lo bajo.
—¿Piensas deleitar a tus padres con unos lapiceros? ¡Qué original! —farfulló, malicioso.
—¡Marcus! —__________ ignoró a Nicholas y llamó a su hermano—. ¡Vamos, qué haces ahí parado!
Marcus curvó los labios lentamente hacia arriba.
—He tenido una idea fantástica —explicó—. Vosotros id de compras, nos encontramos dentro de dos horas en el Café Shoquin.
—Pero ¿qué narices piensas hacer?
_____________ había procurado planificar bien aquel horrible día de compras, y justo antes de que empezara, sus planes ya comenzaban a trastocarse. Tenía un regalo más que comprar, y su hermano la abandonaba dejándola a solas con un obsesivo compulsivo.
—Es una sorpresa, luego veréis.
Y se internó en la papelería a paso lento y desganado, como de costumbre. Nicholas siguió caminando, satisfecho por haber perdido de vista al Mendigo. Miró a la joven, sonriente.
—¿Sabes a quién se parece tu hermano?
—Sorpréndeme, ¡oh, maravilloso ser divino omnipotente que todo lo sabe! —musitó, irónica.
—A Bob Marley. Es como su gemelo; incluso tienen aficiones comunes. —Esquivó a un crío que degustaba un enorme trozo de turrón—. Lo vimos en clase de Educación Cívica.
—¿Qué?
—Sí. Era el ejemplo exacto de lo que no debíamos llegar a ser —sonrió—, y también ojeamos la biografía de Sid Vicius; el loco de los Sex Pistols era otro de los que estaban en la lista negra.
Pero ¿a qué colegio iba aquel pobre desgraciado? Se llevó las manos a la cabeza, consternada. Ahora lo entendía. Seguramente ni siquiera era un colegio, sino una secta. Le observó cuando dejó de andar, absorto en el escaparate de una joyería. Visto así, de lejos y calladito, realmente no estaba nada mal. Es más, algunas de las chicas que pasaban por su lado le miraban pestañeando en exceso, coqueteando. Nicholas tenía un perfil algo afilado. Volvía a llevar el rubio cabello totalmente repeinado —como si se hubiese puesto brillantina—, pero ______________ le había visto en plena borrachera, desarreglado, y sabía que aquella primera imagen de chico formal podría mejorar si se mostrase más desgarbado. Bajó la vista por su rostro y encontró sus labios, que, de un suave color melocotón, contrastaban con la palidez de su piel. Resopló, abochornada por recordar otra vez el estúpido beso bajo el muérdago, y sacudió la cabeza.
—¿Qué haces ahí parado? —le chilló, cruzándose de brazos y adoptando su actitud habitual.
—¿No querías también tú comprarle unos pendientes a tu madre?
—Sí. Pero no en esta tienda, es demasiado cara.
—Ya veo los límites que le pones al amor maternal. —Negó lentamente con uno de sus largos dedos, moviéndolo de derecha a izquierda—. Entremos. La mía sí se lo merece.
_______________ siguió sus pasos, asqueada. Una vez dentro, la dependienta, de unos cuarenta años de edad, le dirigió a ella una mirada de reproche, y a él, la mejor de sus sonrisas; seguramente se había fijado en que la camisa que llevaba era de una de las marcas más prestigiosas del planeta.
—¿En qué puedo ayudarle?
—Buscaba un collar… —Nicholas ojeó el mostrador principal—, pero no se parece en nada a todo lo que veo aquí.
La mujer arrugó la frente, mirando los productos. Después sus ojillos se clavaron en los de Nicholas y descubrió que acababa de encontrar al cliente idiota de turno que con una sola compra amortizaría todas sus Navidades.
—¿Desea algo más… exclusivo?
—Exacto.
—Acompáñeme, por favor.
_____________ pestañeó, confundida. Los siguió hacia el interior de la joyería por un pasillo que no quedaba expuesto al público. Seguramente sería la primera y última vez que entraría allí. Tras abrir una compuerta, se encontraron en una habitación circular, repleta de estanterías con cajones cerrados con llave. La dependienta inspeccionó a __________ con desconfianza antes de abrir una de las cerraduras. El cajón se abrió y dejó a la vista collares de piedras tan brillantes que casi dañaban la vista. Nicholas se inclinó levemente para echarles un vistazo.
—Me gusta ese. —Señaló uno del que colgaba una pequeña piedra verde.
—Buena elección. Está hecho de oro blanco de gran calidad, y la piedra que ve es casi imposible de encontrar.
__________ también lo ojeó, y por poco se desmaya al descubrir el precio anotado en un pequeño papelito blanco, bajo el colgante.
—¡Pero si es un robo! —gritó, sin poder contenerse—. ¡Con lo que vale este collar se podría erradicar el hambre de media África!
Nicholass se acercó a ella, molesto, y le dio un codazo.
—Calla de una vez, Basurera, estás haciéndome quedar en ridículo. —Sonrió y se dirigió de nuevo a la dependienta—. Me lo quedo. Cóbrese —añadió, al tiempo que le tendía la tarjeta de crédito—. ¡Ah!, y no escatime a la hora de envolverlo. Ya sabe, una cajita bañada en oro o algo parecido…
—Por supuesto, señor, no se preocupe por eso.
Abandonaron la habitación circular y James suspiró con orgullo, como si se hubiese quitado un peso de encima. ____________, demasiado anonadada todavía para hablar, se mantuvo callada sin rechistar; casi se podía oír el rechinar de sus dientes, carcomida por la rabia. ¿Cómo podía gastarse semejante dineral en un simple regalo navideño? Y, lo más importante, ¿quién era realmente Nicholas, o de qué tipo de familia provenía?
___________ observó ensimismada cómo la dependienta le devolvía al inglés la tarjeta de crédito y este la guardaba de nuevo en su maravillosa cartera negra de Gucci. Resopló asqueada. Tanta tontería zumbando a su alrededor lograba ponerla de mal humor. Nicholas, por el contrario, se mostraba satisfecho con la adquisición. Salieron poco después de la joyería y continuaron caminando por la avenida del centro comercial.
—Pero ¿qué has hecho, animal? ¡Por algo así debería caerte cadena perpetua!
Nicholas enarcó las cejas, confundido.
—Pobre _________, las drogas la han dejado tonta…
—¡Es demasiado dinero! Ninguna madre puede llegar a sentirse orgullosa de que su hijo le regale algo así —prosiguió, cabreada—, ¿por qué no le das otro destino, como alguna asociación benéfica?
Nicholas soltó una brusca carcajada.
—¡Ya sé lo que te pasa! —La señaló con el dedo índice—. Te pica el bichito de la envidia… —Volvió a reír—. Además, mis padres ya donan mucho dinero a ese tipo de organizaciones.
—Eres asqueroso, Nicholass, eres… ¡insoportablemente cínico! No tienes remedio.
Nicholas se detuvo y la miró dolido. Agitó la bolsita donde llevaba el collar, y ___________ sintió deseos de matarle de una vez por todas.
—La cuestión es… —Suspiró, meditando— que, te guste o no, pequeña amante de los vertederos, todavía tendremos que vernos las caras por narices durante más de veinte días, así que no deberías faltarme al respeto. Y te aseguro que no eres la única que en estos momentos piensa en el suicidio: yo también me lo empiezo a plantear.
—Pero ¿cómo tienes la cara dura de hablar tú, precisamente tú, de la palabra respeto? ¡Si ni siquiera sabes lo que es!
—¡Pues claro que lo sé! También lo he dado en clase de Educación Cívica. Y ahora deja de sermonearme. Me aburres. Cómprate un loro y enséñale la Constitución hasta que la recite de memoria.
Y, con porte elegante, avanzó unos pasos acera abajo. ___________ suspiró. Durante la última semana, exactamente desde la llegada del inglés, había tenido tantos nervios en el estómago que, al final, se manifestaban en una terrible incomodidad e incluso náuseas. Procuró aguantarle y no contestar a sus palabras. Aquel era el segundo plan: si no puedes con tu enemigo, ignóralo.
Entraron en la zona de techo cubierto. Un árbol navideño, enorme y lleno de espumillones, se alzaba en el centro hasta casi el techo. En los laterales, numerosas tiendas mantenían sus puertas abiertas, de donde salían alegres notas musicales. Y, al fondo, sobre una tarima con dos elegantes doseles rojizos, un hombre disfrazado de Papá Noel contentaba a una gran cola de niños que se sentaban por turno en sus rodillas para pedirle sus regalos.
—Qué patético. —Nicholass señaló a Papá Noel—. Yo nunca creí en él, porque desde el primer día me advirtieron de que no era real.
__________ tosió, alarmada.
—Pero ¿qué clase de infancia has tenido tú, bicho raro?
—¿Bicho raro? Deja de describirte tan detalladamente, __________. —Sonrió—. Yo entiendo a mis padres, haré lo mismo que ellos… ¿Por qué engañar a tus hijos si se supone que los quieres? Es un poco ruin —meditó—. Bueno, basta de rollos, vamos a buscar esa corbata para tu padre que en el futuro terminará irritándole la piel.
—No irrita la piel.
—Ya, claro. Otra que prefiere vivir en la mentira; eres como esos niños de ahí.
Se movieron torpemente entre el gentío directos hacia una tienda de ropa. Y entonces un hombre que llevaba un extraño aparato en una de sus orejas y vestía de negro riguroso se interpuso en su camino. Apoyó las manos en los hombros de Nicholas, decidido. Este dio un pequeño saltó hacia atrás, temeroso de que fueran a atacarle.
—¡Tenemos una emergencia! —gritó el hombre—. Papá Noel acaba de decirme que se encuentra mal, problemas intestinales.
—¿Y a mí qué me cuenta? —farfulló Nicholass.
—Necesitamos a un sustituto.
__________ sonrió con aire malicioso, pues, de improviso, acababa de encontrar su esperada venganza. Se adelantó, interponiéndose entre los dos.
—Estará encantado de hacerlo. Adora a los niños.
—¿Qué? Pero ¿qué…?
—¡Vale, no tenemos tiempo que perder! ¡Rápido, acompáñeme a los lavabos privados! —gritó el hombre de negro, cogiendo a Nicholas de la chaqueta y arrastrándolo mientras este forcejeaba confuso.
—¡_____________! Pero ¿qué está pasando? ¡Haz algo!
Y lo hizo. Le siguió hasta los lavabos. Nicholas apenas tuvo tiempo de protestar de nuevo cuando llegó el Papá Noel que antes había estado con las rodillas atestadas de críos.
—¡Gracias a Dios! Me muero por ir al baño… —susurró, acongojado—. Eres un ángel caído del cielo, muchacho.
Lucecillas de todos los colores posibles parpadeaban desde árboles, carteles y escaparates. Frondosos abetos navideños se extendían por las aceras. Los niños chillaban alegres, correteando por las calles. Los abuelos se sentaban en los bancos del paseo, agotados tras varias horas de caminata, y algunos jóvenes se picaban con las motos, derrapando por la calzada. Y allí, entre aquel armonioso paisaje navideño impregnado de felicidad, caminaban tres jóvenes tremendamente diferentes entre sí con la esperanza de encontrar los regalos para sus familias.
—¿Falta mucho? —preguntó Marcus, y se encendió el séptimo cigarro en un tiempo récord de apenas media hora.
—Ya casi estamos —contestó _________.
_________ se sentía agobiada aun antes de empezar. A la derecha caminaba su hermano; las rastas se alzaban arriba y abajo al compás de sus pasos. A la izquierda se encontraba Nicholas, que miraba alrededor con los ojos bien abiertos, a la espera de descubrir, seguramente, la tienda más cara de toda la ciudad. Supo de antemano que iba a ser un día largo, demasiado largo.
—Esto es un asco —se quejó el inglés.
Ya estaba tardando. _________ casi agradeció escuchar sus protestas, pues empezaba a pensar que algo raro le ocurría. Le ignoró, sintiéndose más tranquila.
—A mí tampoco me gusta ir de tiendas —añadió Marcus.
Nicholas arrugó la nariz.
—No lo decía por eso —aclaró—, es solo que todas estas tiendas parecen de segunda mano. —Se paró frente a un escaparate y señaló una bonita camisa a cuadros que costaba cincuenta y siete dólares—. ¿Ves?, ¿de qué mierda está hecha para que sea tan barata? Seguro que destroza e irrita la piel.
—¿Es que pretendes que la gente se gaste el sueldo del mes en una camisa?
___________ se cruzó de brazos. Marcus se quedó atrás, acariciando a un alegre perro que pasaba a su lado.
—Que ganen más, ¿a mí qué me cuentas? —replicó, frunciendo el
ceño—. Solo mis calzoncillos ya son más caros que esa prenda —añadió Nicholas.
____________ rió.
—¿Tus calzoncillos valen sesenta dólares?
—He dicho que más, sorda. Unos cien dólares.
—¿Es que tus partes íntimas son de oro o qué?
—Eh, no hables de esas cosas. —Nicholas sintió cómo comenzaba a sonrojarse levemente, avergonzado. _________ era demasiado descarada para su gusto.
—¡Oh, tienes la cara roja! —Le señaló, todavía riendo.
Nicholas la miró asqueado.
—¡Pues mira, sí, mis partes íntimas son tan valiosas para mí como para protegerlas con un buen material!
Marcus se despidió del perro y se acercó a ellos, sonriente tras el último comentario, pero sobre todo curioso.
—¿Con qué las proteges?
—Con calzoncillos, como todo el mundo, pero de seda. Son exclusivos y me los traen de Italia.
—Ah. —Marcus le miró sin saber qué decir—. Yo no uso ropa interior.
Los tres guardaron un incómodo silencio. Se miraron fijamente unos instantes. Intentando olvidar las palabras de Marcus, avanzaron despacio entre el gentío, más callados que antes y quizá más pensativos.
Nicholas procuraba esquivar la cantidad de obstáculos que se cruzaban a su paso. Niños en monopatín —sin casco ni rodilleras—; ancianos que apenas avanzaban tres centímetros por minuto; señoras locas por las compras, que parecían conocer aquel centro comercial mucho mejor que él… Se giró hacia ________.
—¿Qué piensas comprarles a tus padres? —le preguntó.
—No sé —Se encogió de hombros—, a mamá quizá unos pendientes, y creo que papá necesita alguna corbata para el trabajo.
Nicholas torció el gesto.
—¿Solo eso?
—¿Acaso pretendes que me hipoteque a los diecisiete para contentarlos? —Bufó, hastiada—. El amor se demuestra de otros modos.
—¿De veras?
—¡Claro! Pasando tiempo juntos, en familia, por ejemplo. —Sonrió,
sacudiendo felizmente las manos.
Nicholas apretó fuertemente los labios. ¿Pasando tiempo… juntos? Intentó recordar cuándo había sido la última vez que había pasado unos días con sus padres. Algunas imágenes difusas le vinieron a la memoria. Probablemente el día que nació todos estuvieran en la misma habitación y, además, cuando cumplía años siempre comían juntos en el mejor restaurante de Londres. Sonrió, algo más relajado y satisfecho.
—¿Y a mí me vas a comprar algo?
—Es una broma, ¿verdad? —_________ dejó de caminar y se cruzó de brazos.
Marcus rió tontamente.
—Hombre, tía, después de dormir juntitos algún detalle tendrás que tener con el chaval, ¿no?
__________ cerró los ojos y respiró hondo.
—Marcus, haz el favor de no llamarme «tía».
—¡Joder, vale, tía, vale! —Alzó las manos en son de paz.
—Entonces, ¿no pensabas comprarme nada? —gritó Nicholas, dolido—. ¡Pero cómo puedes ser tan rácana! ¡Yo incluso ya tenía pensado tu regalo…! ¡Estamos en Navidad, __________!
—Está bien, está bien. —Suspiró—. Si cierras la boca, prometo que te compraré alguna chorrada.
Se volvió decidida y reemprendió la marcha. Marcus, rezagado, se quedó embobado con los ojos fijos en el escaparate de una papelería. Nicholas rió por lo bajo.
—¿Piensas deleitar a tus padres con unos lapiceros? ¡Qué original! —farfulló, malicioso.
—¡Marcus! —__________ ignoró a Nicholas y llamó a su hermano—. ¡Vamos, qué haces ahí parado!
Marcus curvó los labios lentamente hacia arriba.
—He tenido una idea fantástica —explicó—. Vosotros id de compras, nos encontramos dentro de dos horas en el Café Shoquin.
—Pero ¿qué narices piensas hacer?
_____________ había procurado planificar bien aquel horrible día de compras, y justo antes de que empezara, sus planes ya comenzaban a trastocarse. Tenía un regalo más que comprar, y su hermano la abandonaba dejándola a solas con un obsesivo compulsivo.
—Es una sorpresa, luego veréis.
Y se internó en la papelería a paso lento y desganado, como de costumbre. Nicholas siguió caminando, satisfecho por haber perdido de vista al Mendigo. Miró a la joven, sonriente.
—¿Sabes a quién se parece tu hermano?
—Sorpréndeme, ¡oh, maravilloso ser divino omnipotente que todo lo sabe! —musitó, irónica.
—A Bob Marley. Es como su gemelo; incluso tienen aficiones comunes. —Esquivó a un crío que degustaba un enorme trozo de turrón—. Lo vimos en clase de Educación Cívica.
—¿Qué?
—Sí. Era el ejemplo exacto de lo que no debíamos llegar a ser —sonrió—, y también ojeamos la biografía de Sid Vicius; el loco de los Sex Pistols era otro de los que estaban en la lista negra.
Pero ¿a qué colegio iba aquel pobre desgraciado? Se llevó las manos a la cabeza, consternada. Ahora lo entendía. Seguramente ni siquiera era un colegio, sino una secta. Le observó cuando dejó de andar, absorto en el escaparate de una joyería. Visto así, de lejos y calladito, realmente no estaba nada mal. Es más, algunas de las chicas que pasaban por su lado le miraban pestañeando en exceso, coqueteando. Nicholas tenía un perfil algo afilado. Volvía a llevar el rubio cabello totalmente repeinado —como si se hubiese puesto brillantina—, pero ______________ le había visto en plena borrachera, desarreglado, y sabía que aquella primera imagen de chico formal podría mejorar si se mostrase más desgarbado. Bajó la vista por su rostro y encontró sus labios, que, de un suave color melocotón, contrastaban con la palidez de su piel. Resopló, abochornada por recordar otra vez el estúpido beso bajo el muérdago, y sacudió la cabeza.
—¿Qué haces ahí parado? —le chilló, cruzándose de brazos y adoptando su actitud habitual.
—¿No querías también tú comprarle unos pendientes a tu madre?
—Sí. Pero no en esta tienda, es demasiado cara.
—Ya veo los límites que le pones al amor maternal. —Negó lentamente con uno de sus largos dedos, moviéndolo de derecha a izquierda—. Entremos. La mía sí se lo merece.
_______________ siguió sus pasos, asqueada. Una vez dentro, la dependienta, de unos cuarenta años de edad, le dirigió a ella una mirada de reproche, y a él, la mejor de sus sonrisas; seguramente se había fijado en que la camisa que llevaba era de una de las marcas más prestigiosas del planeta.
—¿En qué puedo ayudarle?
—Buscaba un collar… —Nicholas ojeó el mostrador principal—, pero no se parece en nada a todo lo que veo aquí.
La mujer arrugó la frente, mirando los productos. Después sus ojillos se clavaron en los de Nicholas y descubrió que acababa de encontrar al cliente idiota de turno que con una sola compra amortizaría todas sus Navidades.
—¿Desea algo más… exclusivo?
—Exacto.
—Acompáñeme, por favor.
_____________ pestañeó, confundida. Los siguió hacia el interior de la joyería por un pasillo que no quedaba expuesto al público. Seguramente sería la primera y última vez que entraría allí. Tras abrir una compuerta, se encontraron en una habitación circular, repleta de estanterías con cajones cerrados con llave. La dependienta inspeccionó a __________ con desconfianza antes de abrir una de las cerraduras. El cajón se abrió y dejó a la vista collares de piedras tan brillantes que casi dañaban la vista. Nicholas se inclinó levemente para echarles un vistazo.
—Me gusta ese. —Señaló uno del que colgaba una pequeña piedra verde.
—Buena elección. Está hecho de oro blanco de gran calidad, y la piedra que ve es casi imposible de encontrar.
__________ también lo ojeó, y por poco se desmaya al descubrir el precio anotado en un pequeño papelito blanco, bajo el colgante.
—¡Pero si es un robo! —gritó, sin poder contenerse—. ¡Con lo que vale este collar se podría erradicar el hambre de media África!
Nicholass se acercó a ella, molesto, y le dio un codazo.
—Calla de una vez, Basurera, estás haciéndome quedar en ridículo. —Sonrió y se dirigió de nuevo a la dependienta—. Me lo quedo. Cóbrese —añadió, al tiempo que le tendía la tarjeta de crédito—. ¡Ah!, y no escatime a la hora de envolverlo. Ya sabe, una cajita bañada en oro o algo parecido…
—Por supuesto, señor, no se preocupe por eso.
Abandonaron la habitación circular y James suspiró con orgullo, como si se hubiese quitado un peso de encima. ____________, demasiado anonadada todavía para hablar, se mantuvo callada sin rechistar; casi se podía oír el rechinar de sus dientes, carcomida por la rabia. ¿Cómo podía gastarse semejante dineral en un simple regalo navideño? Y, lo más importante, ¿quién era realmente Nicholas, o de qué tipo de familia provenía?
___________ observó ensimismada cómo la dependienta le devolvía al inglés la tarjeta de crédito y este la guardaba de nuevo en su maravillosa cartera negra de Gucci. Resopló asqueada. Tanta tontería zumbando a su alrededor lograba ponerla de mal humor. Nicholas, por el contrario, se mostraba satisfecho con la adquisición. Salieron poco después de la joyería y continuaron caminando por la avenida del centro comercial.
—Pero ¿qué has hecho, animal? ¡Por algo así debería caerte cadena perpetua!
Nicholas enarcó las cejas, confundido.
—Pobre _________, las drogas la han dejado tonta…
—¡Es demasiado dinero! Ninguna madre puede llegar a sentirse orgullosa de que su hijo le regale algo así —prosiguió, cabreada—, ¿por qué no le das otro destino, como alguna asociación benéfica?
Nicholas soltó una brusca carcajada.
—¡Ya sé lo que te pasa! —La señaló con el dedo índice—. Te pica el bichito de la envidia… —Volvió a reír—. Además, mis padres ya donan mucho dinero a ese tipo de organizaciones.
—Eres asqueroso, Nicholass, eres… ¡insoportablemente cínico! No tienes remedio.
Nicholas se detuvo y la miró dolido. Agitó la bolsita donde llevaba el collar, y ___________ sintió deseos de matarle de una vez por todas.
—La cuestión es… —Suspiró, meditando— que, te guste o no, pequeña amante de los vertederos, todavía tendremos que vernos las caras por narices durante más de veinte días, así que no deberías faltarme al respeto. Y te aseguro que no eres la única que en estos momentos piensa en el suicidio: yo también me lo empiezo a plantear.
—Pero ¿cómo tienes la cara dura de hablar tú, precisamente tú, de la palabra respeto? ¡Si ni siquiera sabes lo que es!
—¡Pues claro que lo sé! También lo he dado en clase de Educación Cívica. Y ahora deja de sermonearme. Me aburres. Cómprate un loro y enséñale la Constitución hasta que la recite de memoria.
Y, con porte elegante, avanzó unos pasos acera abajo. ___________ suspiró. Durante la última semana, exactamente desde la llegada del inglés, había tenido tantos nervios en el estómago que, al final, se manifestaban en una terrible incomodidad e incluso náuseas. Procuró aguantarle y no contestar a sus palabras. Aquel era el segundo plan: si no puedes con tu enemigo, ignóralo.
Entraron en la zona de techo cubierto. Un árbol navideño, enorme y lleno de espumillones, se alzaba en el centro hasta casi el techo. En los laterales, numerosas tiendas mantenían sus puertas abiertas, de donde salían alegres notas musicales. Y, al fondo, sobre una tarima con dos elegantes doseles rojizos, un hombre disfrazado de Papá Noel contentaba a una gran cola de niños que se sentaban por turno en sus rodillas para pedirle sus regalos.
—Qué patético. —Nicholass señaló a Papá Noel—. Yo nunca creí en él, porque desde el primer día me advirtieron de que no era real.
__________ tosió, alarmada.
—Pero ¿qué clase de infancia has tenido tú, bicho raro?
—¿Bicho raro? Deja de describirte tan detalladamente, __________. —Sonrió—. Yo entiendo a mis padres, haré lo mismo que ellos… ¿Por qué engañar a tus hijos si se supone que los quieres? Es un poco ruin —meditó—. Bueno, basta de rollos, vamos a buscar esa corbata para tu padre que en el futuro terminará irritándole la piel.
—No irrita la piel.
—Ya, claro. Otra que prefiere vivir en la mentira; eres como esos niños de ahí.
Se movieron torpemente entre el gentío directos hacia una tienda de ropa. Y entonces un hombre que llevaba un extraño aparato en una de sus orejas y vestía de negro riguroso se interpuso en su camino. Apoyó las manos en los hombros de Nicholas, decidido. Este dio un pequeño saltó hacia atrás, temeroso de que fueran a atacarle.
—¡Tenemos una emergencia! —gritó el hombre—. Papá Noel acaba de decirme que se encuentra mal, problemas intestinales.
—¿Y a mí qué me cuenta? —farfulló Nicholass.
—Necesitamos a un sustituto.
__________ sonrió con aire malicioso, pues, de improviso, acababa de encontrar su esperada venganza. Se adelantó, interponiéndose entre los dos.
—Estará encantado de hacerlo. Adora a los niños.
—¿Qué? Pero ¿qué…?
—¡Vale, no tenemos tiempo que perder! ¡Rápido, acompáñeme a los lavabos privados! —gritó el hombre de negro, cogiendo a Nicholas de la chaqueta y arrastrándolo mientras este forcejeaba confuso.
—¡_____________! Pero ¿qué está pasando? ¡Haz algo!
Y lo hizo. Le siguió hasta los lavabos. Nicholas apenas tuvo tiempo de protestar de nuevo cuando llegó el Papá Noel que antes había estado con las rodillas atestadas de críos.
—¡Gracias a Dios! Me muero por ir al baño… —susurró, acongojado—. Eres un ángel caído del cielo, muchacho.
FranJones.
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
hola! nueva y fiel lectora! tu nove esta increible... me encantan las personalidades de los protagonistas... SIGUELA!!
XILE!!
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
jajajajajjajajajajajaja adoro esta novela
de verdad esta super genial
toodas sus ocurrencias son estupendas :)
sigeula por favor quiero mas
de verdad esta super genial
toodas sus ocurrencias son estupendas :)
sigeula por favor quiero mas
ElitzJb
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!!!!
POBREE DE NIIIICCKK!!!!!
JAJAJAJAJAJAJA
POBREE DE NIIIICCKK!!!!!
JAJAJAJAJAJAJA
chelis
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
Lo siento por no subir ayer pero contodo lo de los Jonas kjsdbadkfa no tuve tiempo, se que entenderán *-* asi que les traigo una mini maratón! <3 Por cierto, los caps se ponen cada vez mejores *-*
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Capitulo 15 - Cosas que pasan en los centros comerciales II
—Es el fin…
—Pero ¿qué dices?
—No pienso salir ahí fuera.
—Hazlo o te piso.
—¿Y? Estos no son mis zapatos italianos, sino los del gordo ese.
__________ se cruzó de brazos y enarcó las cejas. Reprimió una sonora carcajada tras mirar nuevamente a Nicholas de arriba abajo. Una pesada cortina de color azul marino les separaba del público, que, anclado en aquel centro comercial, esperaba anhelante el espectáculo asiendo con fuerza las manos de sus hijos.
—No te burles del sobrepeso de Papá Noel —le reprochó ___________—, o al menos intenta no hacerlo delante de los nanos.
—¿Nanos? ¡Ni siquiera sabes hablar! Son niños. Niños cagados, niños meados, niños llenos de mocos verdes…
—Como no salgas al escenario de una vez por todas, comenzarán a pensar que no somos trigo limpio y llamarán a seguridad.
—Bien. —Nicholas paseó sus dedos por la larga barba blanca postiza que surcaba su rostro aniñado—. Pero antes prométeme que no te separarás de mí pase lo que pase.
—Tranquilo, pienso convertirme en tu sombra.
Nicholas suspiró y arqueó los hombros en un vano intento de relajarse.
—Creo que esta es la situación más escalofriante por la que he tenido que pasar. —Se llevó las manos a la cabeza y retorció entre sus dedos algunos de los rubios mechones que caían alborotados por su frente.
—Basta de cháchara. Mi paciencia tiene un límite, y da la casualidad de que acabo de toparme con él.
________ cogió aire y, sin pensárselo demasiado, descorrió la cortina azul. La sangre abandonó al instante el rostro de Nicholas, dándole un tono aún más pálido a su piel; sintió que le temblaban las piernas y reaccionó a tiempo dedicándole a ____________ una mirada asesina.
Frente a ellos se extendía una cola infinita de padres agitados
acompañados de sus inseparables vástagos. Nicholas hizo un último esfuerzo, procurando no desfallecer. Ella, satisfecha por el mal trago que estaba pasando el inglés, sonrió ampliamente antes de darle un empujoncito para sentarlo en el trono de Papá Noel.
—Mira, la silla te va como anillo al dedo —le susurró al oído, acariciando el recargado pasamanos de brillante color dorado y adornado con falsas gemas rojizas.
—Dime que todos esos pequeños diablos no se van a sentar sobre mis rodillas… ¿Es que quieres que me quede cojo?
—Calla, ahora tienes que fingir. ¡Vamos, sonríe!
Nicholas curvó los labios hacia arriba un centímetro en un amago de sonrisa. Tragó saliva despacio, sintiendo cómo un fuerte nudo le presionaba la garganta y le impedía respirar con normalidad. Al otro lado, el hombre que le había metido en aquel percal daba comienzo al espectáculo por el micrófono. Apenas tuvo tiempo de serenarse cuando, consternado, observó cómo un niño pelirrojo, de unos dos años, se acercaba decidido hacia él subiendo poco a poco los tres escalones de la tarima principal.
—Qué niño más lento —le susurró Nicholas a _________—. Papá Noel morirá de viejo antes de que llegue.
—Chissst… —Ella se volvió hacia el pequeño y lo cogió en brazos—. Hola, ¿cómo te llamas? Soy la ayudante de Papá Noel. Venga, dile qué es lo que quieres que te traiga por Navidad.
Y, sin demasiados miramientos, lo dejó caer sobre las temblorosas rodillas de James. Este pareció sufrir un pequeño espasmo antes de recuperar el control. Sus ojos grises se dirigieron ávidos hacia la nariz del niño, donde distinguieron mocos secos.
—Kelsey, busca un pañuelo.
—Pa… Papá Noel… —gimoteó el pequeño, que rebosaba de emoción.
—Sí, así me llaman.
—¿Y los renos?
—Pastando.
__________ había desaparecido en busca del pañuelo y ahora se encontraba solo en aquel infierno. Cientos de niños le miraban anhelantes desde abajo, acompañados de sus curiosos padres. Tomó una enorme bocanada de aire y posó una mano en el cuello de la camisa del niño pelirrojo, procurando no mantener ningún contacto directo con su piel, pero alerta por si el muy patoso terminaba cayendo al suelo.
—Bueno, pequeña zanahoria, ¿qué quieres que te traiga Papá Noel?
—Una moto.
—¿Eh…? ¡Y parecía tonto el mocoso!
Abrió los ojos de par en par y se asustó cuando alguien le dio un codazo. Era ______, que ahora le limpiaba los mocos al niño. Los ojos de ambos jóvenes se encontraron. La mirada de Nicholas destilaba sufrimiento y la de ella diversión.
—No puedo traerte una moto. —Agitó un dedo frente al niño—. La ley no te permite conducirlas hasta que no cumplas los catorce, ¡por lo menos!
—Pero y… yo quiero una m… moto —gimoteó.
—¿No te puedes conformar con un pulgoso peluche?
—¡MAMÁÁÁ!
Nicholas dio un respingo en su trono. El grito del niño le había dejado casi sordo; este había empezado a patalear (sobre y contra sus rodillas) mientras sacudía frenético las manos. A lo lejos, James distinguió cómo una preocupada madre daba algunos codazos intentando llegar hasta el niño. Kelsey se inclinó hacia ellos.
—Tranquilo, era una broma de Papá Noel, ¡claro que te traerá una moto! ¡La más chula que tenga!
El pelirrojo dejó de llorar al instante.
—Así que fingías, ¿eh? —Nicholas le apuntó con un dedo acusador.
—Bueno, es hora de que pase el siguiente o no terminaremos nunca —atajó ella, que devolvió el niño pelirrojo a su madre y dejó sobre las rodillas de Nicholas a una pequeña que agitaba feliz dos graciosas coletas rubias.
Nicholas le dirigió una fría mirada al realizador de aquel espectáculo, aquel hombre con coleta que hablaba sin cesar por un extraño teléfono ultramoderno en un rincón.
—¡Con más gracia, muchacho, más gracia! —le indicó en un rasposo susurro.
—Jou, jou, jou… —musitó Nicholas del modo más seco que pudo. La niña le ignoró descaradamente y se sentó en sus rodillas—. Hola, pequeña niña con coletas, ¿qué quieres que te traiga este año Papá Noel?
La niña sacudió la cabeza e inspeccionó detalladamente a Nicholas, como si este estuviese pasando un duro examen de aceptación.
—Tú no eres Papá Noel —aseguró finalmente la niña, mirándole tan fijamente que apenas pestañeaba.
—¿Eh? ¿Cómo qué no? ¡Claro que sí, faltaría más!
—Ya… entonces… ¿dónde están tus renos?
Nicholas apretó los puños inconscientemente. ¿Por qué todos los niños se preocupaban por sus renos? Ni siendo el mismísimo Papá Noel lograba captar unos minutos de absoluto protagonismo. Suspiró, dispuesto a repetir la misma respuesta.
—Están pastando.
—Los renos no pueden pastar en la ciudad.
Esta chiquilla parecía más avispada que el anterior. Se armó de paciencia, y de un modo involuntario se dio la vuelta, buscando la salida más próxima de aquel infernal centro comercial.
—Es que me he dejado a los renos en el Polo Norte.
—¿Y cómo has llegado hasta aquí sin ellos?
Encontró a __________ tras él; contenía la risa. Tenía las mejillas sonrojadas. En realidad, eran unas mejillas bonitas y bastante apetecibles, como dos suaves trozos de melocotón que… ¡Ya, ya estaba bien, aquello se le iría de las manos como siguiese observando a la estúpida de __________ de aquel modo! Volvió a centrar su atención en la niña preguntona.
—He venido cabalgando sobre mi duendecilla mágica.
—¿Quién?
—Sí, es mi esclava, mi ayudante… Mira, esta de aquí atrás, la chica con cara de tonta que es amiga del imbécil de la coleta que habla por teléfono.
—Papá Noel no puede decir palabrotas.
—Oye, niña, tengo quinientos años, soy una leyenda en todo el mundo, así que no vengas tú aquí a decirme qué puedo o no puedo hacer. Gracias por tu visita. ¿Siguiente…?
Y, sin pensárselo siquiera, ante la alarmada mirada de ____________, depositó bruscamente a la chiquilla en el suelo y observó al otro niño que se acercaba hacia él con la emoción dibujada en sus redondos ojos saltones.
—No puedes hacer eso, no debes hablarle así a una cría.
—Respeta las distancias, parece que quieras comerme la oreja.
___________ dio un paso atrás, abochornada.
—Cuando la gente habla en susurros, hay un acercamiento físico.
—Bien, nosotros romperemos esa norma social, si no te importa. —Suspiró, cansado—. Y ahora déjame trabajar. Al fin y al cabo, si estoy aquí es por tu culpa.
____________ comenzaba a arrepentirse de haberle jugado aquella mala pasada a Nicholas. Lo cierto es que, bajo su punto de vista, al cabo de un rato, el rubio se desenvolvió mejor en el asunto y le cogió el truco a eso de fingir ser Papá Noel. Seguía actuando de un modo cortante con los niños y los despachaba rápidamente, ignorándoles con un descaro abrumador. Pero los padres de los pequeños no parecían darse cuenta de ello, y la interminable fila fue disminuyendo progresivamente.
—¿No crees que vas un poco rápido? Al último niño ni siquiera le has dado tiempo de decirte qué quería de regalo.
—Mira, pequeña indigente, no me digas cómo tengo que hacer mi trabajo. Lo sé perfectamente. En realidad es facilísimo.
Y empujó a otro crío escaleras abajo. Sonrió con suficiencia. __________, abatida, se quedó rezagada en un segundo plano, arqueando la espalda contra la pared lateral y observando de lejos el extraño procedimiento que Nicholas seguía para contentar a los pequeños. Les hablaba con autoridad y, si alguno intentaba tirarle de la barba, les regalaba un fresco cachete en la mano.
—No poses tus sucias manos en mi blanca barba —les decía, mientras los dejaba sobre el suelo—. ¿Siguiente…?
El ritmo aumentaba conforme pasaban los minutos, así que en apenas una hora la enorme fila de renacuajos se esfumó como por arte de magia.
—¡Dios! Ha sido… agotador. —Se quitó el gorro rojo e intentó peinarse el cabello con las puntas de los dedos—. Creo que este es mi primer trabajo. Mi madre no se lo creerá cuando la llame para contárselo.
—No me extraña. Yo aún no me lo creo, y eso que lo he visto en persona. —Chasqueó los dedos—. De todos modos, tampoco es que te hayas lucido que digamos…
—Pero ¿qué dices? Esos niños me adoran.
—Preferiría no añadir nada al respecto —atajó—. La mitad de ellos se ha ido con la mano roja a casa.
—A Papá Noel no le gusta que le tiren de la barba.
Nicholas sonrió, orgulloso de los cachetes que había dado. __________ esperó en el centro comercial, ojeando algunas tiendas y comprando regalos para la familia, mientras él entraba en el baño para cambiarse de ropa. Cuando finalmente estuvo solo en el servicio, se dejó caer sobre los azulejos de la pared y resbaló hasta ponerse de cuclillas. Se llevó las manos a la cabeza. Estaba agotado.
Fingir que ser Papá Noel era fácil se le había dado de perlas. Pero la verdad era muy distinta. Quizá, solo quizá, Nicholas comenzaba a darse cuenta de que tenía un serio problema. Cada vez que uno de esos repulsivos niños había tocado sus piernas, un extraño cosquilleo de pánico se había instalado en su estómago. Y, aun así, había logrado calmar las ganas de huir, aunque solo fuese por ver el gesto de desilusión en el rostro de ___________.
_____________… Últimamente llevaba peor aquello de pasar las veinticuatro horas del día a su lado. Especialmente después de aquel furtivo beso en el baño de casa. Imágenes sueltas le atormentaban continuamente, recordándole el garrafal error que había cometido. Él jamás de los jamases llegaría a sentir atracción —ni nada que se le pareciese— por una chica tan despreocupada como ___________.
Se levantó, más calmado, y observó su reflejo en el espejo del baño. Sonrió satisfecho. A pesar de estar vestido con un horrible traje rojo y blanco y llevar una bola de espumillón en la barriga para darle volumen, seguía estando guapo.
«Eres el mejor, Nicholas», se dijo a sí mismo, tras guiñarse mentalmente un ojo.
Salió del baño mucho después, vestido otra vez con un elegante pantalón negro y una camisa azul oscuro que contrastaba con su rubio cabello. Encontró a _____________ frente a un escaparate, con algunas bolsas de más en las manos.
—¿Ya has comprado mi regalo? —preguntó emocionado.
—¿Se puede saber por qué has tardado tanto? Estoy cansada de esperarte. Ya he visto todo el centro comercial.
Nicholas ojeó las bolsas, ignorando sus palabras. Le encantaban los regalos, especialmente cuando eran para él. Se frotó las manos.
—¿Qué es? ¿No piensas decírmelo?
—No sé de qué demonios me hablas.
—¡De mi regalo! ¡Vamos, __________, vamos, dámelo YA!
La zarandeó de un lado a otro, mirándola fijamente.
—En serio, estás fatal. Eres un enfermo.
—Vale, pero este (atractivo) enfermo quiere saber qué le has comprado.
—¿Y tú? ¿Qué me has comprado a mí? —__________ y se encaró con él, alzando los hombros.
—Nada.
—¿Nada? ¡Serás desgraciado!
—¿Acaso tenía que hacerlo? —Se cruzó de brazos, confundido.
__________, enfurecida, le dio un puntapié a la papelera que tenía al lado.
—Mira, quizá esa papelera sería tu regalo perfecto… Piénsalo, podría sustituir a tu armario.
—¡Idiota, fue idea tuya que nos hiciéramos regalos!
—Ya. Pero no sabía que yo también tenía que comprarte uno a ti.
—¿Cómo puedes ser tan… tan… egoísta? ¡Me sacas de quicio!
Nicholas suspiró, abochornado. Casi comenzaba a sentir pena por la tonta de ____________. La observó largamente. Y entonces, como por arte de magia, el reflejo del cristal del escaparate se posicionó sobre la joven y la respuesta llegó a él de súbito.
—Está bien, te compraré algo. Tú espérame en la puerta, ahora mismo voy.
—Pe… pero Nicholas… ¡seguro que acabas perdiéndote! No quiero que la policía aparezca en mi casa con un inglés llorica en el asiento trasero…
Pero era demasiado tarde. Nicholas desapareció en el interior de la tienda. ___________ resopló, agotada. Había sido un día de compras demasiado largo. Ya ni siquiera le quedaban fuerzas para discutir o protestar. Caminó a paso lento hacia la puerta de salida y cruzó los dedos, deseosa de que Nicholas recordase cómo llegar hasta allí.
En realidad sí le había comprado un regalo a Nicholas e incluso se había gastado más de la cuenta en él. Pero tenía una excusa perfecta, puesto que lo había encontrado de pura casualidad. Estaba segura de que le iba a encantar.
Cerró los ojos con fuerza y se dio una palmada en la frente, castigándose a sí misma. ¡Pero bueno! ¿Qué más daba si le gustaba o no? Al fin y al cabo, se suponía que se odiaban. No tenía ninguna razón para complacer a un imbécil tan grande como Nicholas. Miró de reojo la bolsa en la que llevaba su regalo y sintió unas ganas terribles de lanzarla lejos, arrepintiéndose de ser tan estúpida.
—¡No me he perdido, __________!
Era él. Llevaba dos bolsas nuevas en la mano derecha. Visto así, de lejos, era el típico chico con el que le habría gustado coquetear un rato y…
—¡Qué asco! —Nicholas olfateó el aire, poniéndose de puntillas—. Esta ciudad huele fatal. Deberían colocar ambientadores por las calles.
Era el instante en el que abría la boca cuando __________ desechaba la idea de coquetear con él. Exhaló el aire y cerró los ojos con fuerza. La imagen del inglés despeinado, borracho y con la camisa por fuera acudió a su mente, atormentándola y recordándole el prohibido beso.
—Será mejor que acudamos a la cafetería donde hemos quedado con Marcus. Debe de estar esperándonos.
—No sé qué decir. Quizá sea demasiado tarde, quizá haya pasado frente al museo de la Edad de Piedra y haya decidido quedarse a vivir allí, en su hábitat natural, para siempre…
—Deja de decir idioteces y camina más rápido —___________ aceleró el paso con la vista fija en la acera—, ¿o acaso prefieres que cojamos el autobús?
—Oh, no, no. —Siguió decidido su paso—. ¿Sabes?, no me acabó de convencer aquella limusina grande. Prefiero la mía.
__________ decidió ignorarle durante el resto del trayecto. Nicholas pasó el rato protestando por todo aquello que sus ojos grises podían ver. Se quejó de la estrechez de la calzada y de las pocas zonas verdes de la ciudad. Se quejó del espacio que ocupaban los abuelos sentados en los bancos de la avenida y de lo mal que circulaban algunos coches. Se quejó del bajo precio de las tiendas de ropa y del frío aire invernal. Se quejó de lo sucio que estaba un perro que pasó a su derecha y de lo poco deslumbrante que era la luz de los semáforos…
—¿Por qué no te miras un poco al espejo y te quejas de lo que ves en él? —explotó __________, agotada de escuchar su voz.
Nicholas se encogió de hombros.
—Lo he intentado alguna que otra vez, pero nunca he encontrado nada por lo que quejarme.
—Eres un egocéntrico.
—Prefiero ser egocéntrico antes que modesto.
—No hace falta que lo jures. —__________ puso los ojos en blanco—. Y ahora cierra la boca de una vez. Hemos llegado.
Entraron en la cafetería en la que habían quedado con Marcus y lo encontraron tras un rápido vistazo. El hermano hippie de _____________ garabateaba como loco en unas hojas, con la nariz pegada a la mesa de madera. Las largas rastas se desparramaban sobre esta de forma desordenada, y pequeñas gotas de escarcha se escurrían por su cerveza, que había dejado a un lado.
—¿Marcus?
____________ pronunció su nombre temerosa, y Nicholas, alerta desde que había pisado el libertario suelo americano, dio rápidamente un paso atrás y se refugió tras ella.
—¿Qué estás haciendo? —insistió su hermana.
Marcus alzó la vista al fin. Sonrió. Y después le dio un trago a su cerveza, terminándosela de golpe. Volvió a sonreír.
—Es mi regalo para papá y mamá.
Nicholas se escurrió a un lado, abandonando su posición de retaguardia, y se inclinó sobre la mesa de Marcus. Después, sin poder evitarlo, soltó una carcajada estridente que resonó por toda la cafetería. ___________ fue algo más discreta y se llevó las manos a la boca, aguantándose la risa.
—¿Qué pasa, acaso no os gusta? —Observó de cerca su trabajo—. Hombre, se me ha caído un poco de ceniza encima y dos o tres gotas de cerveza, pero casi no se nota —añadió, y sopló sobre el regalo como si así
consiguiese arreglar cualquier tipo de desperfecto.
—Pero ¿eso qué es?
—Un dibujo.
—¿Piensas regalarles un dibujo?
—Lo que cuenta es la intención, ¿no?, eso nos han enseñado ellos siempre.
—Marcus…
Nicholas siguió riendo.
—Miradlo bien. No está tan mal —indicó, mientras _________ y Nicholas pegaban sus narices sobre la hoja de papel—. Este rectángulo es nuestra casa. Aquí estás tú con el perro, Wisky, papá, mamá y yo. Y este es Nicholas, lo he puesto un poco apartado porque solo va a formar parte de la familia durante un mes.
—Muy… original —logró decir el inglés—. Oye, ¿qué es eso que me has dibujado en la mano?
—Je, je —Marcus le guiñó un ojo—, tío, una litrona, tenías que haberte visto la otra noche… te caracteriza bastante bien.
—Ah, gracias por el detalle —contestó, irónico.
—Luego le he dado un toque animado con un poco de purpurina aquí y allá —aclaró, con lo que dio por finalizada la exposición de su obra.
____________ alzó la vista al cielo, buscando a ese Dios suyo que, al parecer, hacía días que se había perdido, dejándola a solas con aquellos dos energúmenos.
—Bien, chicos, creo que será mejor que volvamos a casa.
Ambos asintieron. Caminaron por donde habían ido y siguieron en línea recta por la avenida principal. __________, entre Nicholas y Marcus, aceleraba el paso todo lo que podía, pues deseaba llegar a casa para encerrarse en su habitación e intentar encontrar unos instantes de paz. El silencio les envolvía, tan solo interrumpido de vez en cuando por algunos eructos de Marcus, que, despreocupado, caminaba con su dibujo en la mano izquierda, sin ofrecerse a llevar ninguna de las bolsas que cargaban los demás.
—¿Podrías decirle a tu hermano que deje de eructar? —le preguntó Nicholas a___________ en susurros.
—¿Tanto te molesta?
—Lo cierto es que sí —afirmó—. La tierra tiembla en cuanto abre la boca. Y tras cada uno de sus eructos me siento como en medio de un terremoto. Como espero puedas comprender, no es especialmente agradable…
—Vale, está bien, ya basta; no hace falta que me cuentes tu vida, no me interesa. —Suspiró, volviéndose hacia su hermano—. Marcus, ¿te importaría no eructar más?
Marcus la miró confundido.
—¿Qué pasa? ¡Pero si es algo natural! No querrás que me los guarde…
—Por favor…
—No sabía que fueses tan pija, _____________. —Rió despreocupado—. ¡Menuda hermana tengo! Yo pensaba que molabas.
En realidad a __________ ya poco le importaba molar o no, estar dentro o fuera de onda. Lo único que tenía valor para ella era el silencio. Después de conocer a ______, había aprendido a apreciarlo más que nada en el mundo.
Afortunadamente, no tardaron demasiado en llegar a casa. Parecía que la suerte volvía a estar de su parte, pues ___________ pudo pasar el resto de la tarde a solas en su habitación, escuchando música tumbada sobre la cama y perdiéndose en un mundo perfecto e idílico donde no existía ningún Nicholas. Mientras tanto, el Nicholas real se entretuvo dándose un largo baño de espuma durante más de una hora y, después, pasó el rato envolviendo de un modo preciso y exacto los regalos que había comprado. Fue a la hora de la cena cuando, inevitablemente, volvieron a verse las caras.
____________ puso la mesa, mientras Nicholas la seguía de la cocina al comedor y vigilaba que todo estuviese en orden. Ella quiso protestar, pero, siendo las últimas horas del día, se mantuvo callada e intentó sobrellevar la situación lo mejor posible. Cuando acabó se desplomó en el sofá, y Nicholas se sentó a su lado con movimientos elegantes. Ella buscó el mando del televisor, lo encendió y se relajó viendo las noticias.
—Alrededor de las tres de la tarde se ha producido un atraco en una conocida joyería del estado de Tejas. Nadie ha resultado herido. Sin embargo, las pérdidas han sido elevadas.
—Esto es muy aburrido —se quejó Nicholas, cruzándose de brazos—. ¿Por qué no pones alguna película como la de El rey león?
—Se suponía que no te gustaban las películas de dibujos animados —dijo __________—. Y no, no pienso poner ninguna. Quiero saber qué está pasando en el mundo, si no te importa.
—La cuestión es que sí me importa.
—¡Cállate de una vez!
—Pasamos ahora a la noticia más importante del día —prosiguió la mujer del telediario—. Se ha desatado una fuerte gripe que ya ha sido denominada como «la gripe de la gallina». Al parecer proviene de Australia y, pese a que,
todavía no se sabe demasiado sobre ella, ya son más de cuatrocientas personas las afectadas en apenas veinticuatro horas. Los casos en nuestro país ascienden a veinte. Las autoridades sanitarias esperan encontrar una vacuna lo antes posible. Les mantendremos informados.
—Gg… gri… gripe de la ga… ga… gallina… —balbució, confundido.
___________ casi creyó ver cómo un tic sacudía los párpados de Nicholas. Su rostro se había tornado blanco como la nieve recién caída, e incluso sus labios parecían perder un poco de color. Temió que fuese a desmayarse.
—Majestad, ¿se encuentra bien? —bromeó, al tiempo que se inclinaba hacia él.
_____________ le posó una mano sobre la frente y él ni siquiera se apartó. Se encontraba sumido en un profundo estado de shock. Colocó las manos sobre sus hombros para empujarlo hacia atrás y acomodarle mejor en el sofá. Él se dejó llevar como un peso muerto.
—Empiezas a asustarme, Nicholas.
__________ se acercó hacia él y pasó repetidamente la mano derecha por delante de sus ojos. Nicholas tenía la mirada perdida, las grises pupilas fijas en un punto muerto. _____________ se balanceó torpemente, apoyándose en el brazo del sofá para no caer. Ya no le hacía tanta gracia la alarmante actitud de Nicholas frente a la gripe de la gallina. Carraspeó, intentando llamar su atención, y después le zarandeó con brusquedad. Pero el inglés continuaba ido. No sabía qué más podía hacer y, presa de la desesperación, le propinó un bofetón. Él sacudió la cabeza y se llevó una mano a la mejilla enrojecida.
—¿Por qué me pegas?
—Intentaba reanimarte.
—¡Santo Dios! Tengo que llamar a mi madre… ¡Un teléfono, _______, venga, muévete de una vez! —gritó como un loco.
—Eh, tranquilízate. No es para tanto. La gripe de la gallina solo es una gripe más y no deberías alarmarte por ello…
—¿DÓNDE ESTÁ EL MALDITO TELÉFONO?
—Bien, como quieras.
________ bufó asqueada, y le llevó el teléfono inalámbrico. Observó cómo Nicholas, agitado, marcaba el número de su madre, presionando las teclas del aparato a la velocidad de la luz.
—¿Mamá?
—¡Oh, Nicholas, hola! Tu madre está en una reunión, soy su secretaría, si quieres decirle algo yo se lo apunto y…
—¡SÍ, LO QUE QUIERO DECIRLE ES QUE SE PONGA AHORA MISMO AL TELÉFONO! ES UNA EMERGENCIA DE VIDA O MUERTE.
—Esto… ¿estás bien, cielo?
—¡NO! —explotó.
—Vale, ahora mismo le digo que se ponga. Espera un momento.
_________ observó anonadada las reacciones de Nicholas. Su rostro ya no estaba pálido, sino más bien rojizo. Se había levantado del sofá y caminaba de un lado a otro con el teléfono pegado a la oreja como si se tratase de un ejecutivo sumamente ocupado.
—¿Nicholas? — preguntó su madre al otro lado de la línea—. ¿Cómo estás? ¿Qué te pasa?
—Mamá… ¿es que no has visto las noticias? Acabo de enterarme: la gripe de la gallina anda suelta —gimoteó—. No quiero que me atrape, no… Lo que quiero es que vengas aquí a por mí, ahora mismo —añadió—. Dile a papá que mande un helicóptero o algo, ¡YA!
Nicholas escuchó cómo su madre suspiraba al otro lado del teléfono.
—¡Qué susto me has dado! He salido de una reunión importantísima…
—¡Lo sé, es para asustarse!
—Mira, hazme un favor, cariño, prométeme que durante los próximos días no verás la televisión, no leerás los periódicos ni escucharás la radio. Créeme, te irá bien ignorar el mundo exterior un tiempo. Pronto estarás de nuevo en casa. Yo sé que puedes valerte por ti mismo. Mientras tanto, sé bueno, mi pequeña coliflor. Te quiero.
Nicholas iba a protestar de nuevo, pero su madre colgó antes de que tuviese la oportunidad de hacerlo.
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Capitulo 15 - Cosas que pasan en los centros comerciales II
—Es el fin…
—Pero ¿qué dices?
—No pienso salir ahí fuera.
—Hazlo o te piso.
—¿Y? Estos no son mis zapatos italianos, sino los del gordo ese.
__________ se cruzó de brazos y enarcó las cejas. Reprimió una sonora carcajada tras mirar nuevamente a Nicholas de arriba abajo. Una pesada cortina de color azul marino les separaba del público, que, anclado en aquel centro comercial, esperaba anhelante el espectáculo asiendo con fuerza las manos de sus hijos.
—No te burles del sobrepeso de Papá Noel —le reprochó ___________—, o al menos intenta no hacerlo delante de los nanos.
—¿Nanos? ¡Ni siquiera sabes hablar! Son niños. Niños cagados, niños meados, niños llenos de mocos verdes…
—Como no salgas al escenario de una vez por todas, comenzarán a pensar que no somos trigo limpio y llamarán a seguridad.
—Bien. —Nicholas paseó sus dedos por la larga barba blanca postiza que surcaba su rostro aniñado—. Pero antes prométeme que no te separarás de mí pase lo que pase.
—Tranquilo, pienso convertirme en tu sombra.
Nicholas suspiró y arqueó los hombros en un vano intento de relajarse.
—Creo que esta es la situación más escalofriante por la que he tenido que pasar. —Se llevó las manos a la cabeza y retorció entre sus dedos algunos de los rubios mechones que caían alborotados por su frente.
—Basta de cháchara. Mi paciencia tiene un límite, y da la casualidad de que acabo de toparme con él.
________ cogió aire y, sin pensárselo demasiado, descorrió la cortina azul. La sangre abandonó al instante el rostro de Nicholas, dándole un tono aún más pálido a su piel; sintió que le temblaban las piernas y reaccionó a tiempo dedicándole a ____________ una mirada asesina.
Frente a ellos se extendía una cola infinita de padres agitados
acompañados de sus inseparables vástagos. Nicholas hizo un último esfuerzo, procurando no desfallecer. Ella, satisfecha por el mal trago que estaba pasando el inglés, sonrió ampliamente antes de darle un empujoncito para sentarlo en el trono de Papá Noel.
—Mira, la silla te va como anillo al dedo —le susurró al oído, acariciando el recargado pasamanos de brillante color dorado y adornado con falsas gemas rojizas.
—Dime que todos esos pequeños diablos no se van a sentar sobre mis rodillas… ¿Es que quieres que me quede cojo?
—Calla, ahora tienes que fingir. ¡Vamos, sonríe!
Nicholas curvó los labios hacia arriba un centímetro en un amago de sonrisa. Tragó saliva despacio, sintiendo cómo un fuerte nudo le presionaba la garganta y le impedía respirar con normalidad. Al otro lado, el hombre que le había metido en aquel percal daba comienzo al espectáculo por el micrófono. Apenas tuvo tiempo de serenarse cuando, consternado, observó cómo un niño pelirrojo, de unos dos años, se acercaba decidido hacia él subiendo poco a poco los tres escalones de la tarima principal.
—Qué niño más lento —le susurró Nicholas a _________—. Papá Noel morirá de viejo antes de que llegue.
—Chissst… —Ella se volvió hacia el pequeño y lo cogió en brazos—. Hola, ¿cómo te llamas? Soy la ayudante de Papá Noel. Venga, dile qué es lo que quieres que te traiga por Navidad.
Y, sin demasiados miramientos, lo dejó caer sobre las temblorosas rodillas de James. Este pareció sufrir un pequeño espasmo antes de recuperar el control. Sus ojos grises se dirigieron ávidos hacia la nariz del niño, donde distinguieron mocos secos.
—Kelsey, busca un pañuelo.
—Pa… Papá Noel… —gimoteó el pequeño, que rebosaba de emoción.
—Sí, así me llaman.
—¿Y los renos?
—Pastando.
__________ había desaparecido en busca del pañuelo y ahora se encontraba solo en aquel infierno. Cientos de niños le miraban anhelantes desde abajo, acompañados de sus curiosos padres. Tomó una enorme bocanada de aire y posó una mano en el cuello de la camisa del niño pelirrojo, procurando no mantener ningún contacto directo con su piel, pero alerta por si el muy patoso terminaba cayendo al suelo.
—Bueno, pequeña zanahoria, ¿qué quieres que te traiga Papá Noel?
—Una moto.
—¿Eh…? ¡Y parecía tonto el mocoso!
Abrió los ojos de par en par y se asustó cuando alguien le dio un codazo. Era ______, que ahora le limpiaba los mocos al niño. Los ojos de ambos jóvenes se encontraron. La mirada de Nicholas destilaba sufrimiento y la de ella diversión.
—No puedo traerte una moto. —Agitó un dedo frente al niño—. La ley no te permite conducirlas hasta que no cumplas los catorce, ¡por lo menos!
—Pero y… yo quiero una m… moto —gimoteó.
—¿No te puedes conformar con un pulgoso peluche?
—¡MAMÁÁÁ!
Nicholas dio un respingo en su trono. El grito del niño le había dejado casi sordo; este había empezado a patalear (sobre y contra sus rodillas) mientras sacudía frenético las manos. A lo lejos, James distinguió cómo una preocupada madre daba algunos codazos intentando llegar hasta el niño. Kelsey se inclinó hacia ellos.
—Tranquilo, era una broma de Papá Noel, ¡claro que te traerá una moto! ¡La más chula que tenga!
El pelirrojo dejó de llorar al instante.
—Así que fingías, ¿eh? —Nicholas le apuntó con un dedo acusador.
—Bueno, es hora de que pase el siguiente o no terminaremos nunca —atajó ella, que devolvió el niño pelirrojo a su madre y dejó sobre las rodillas de Nicholas a una pequeña que agitaba feliz dos graciosas coletas rubias.
Nicholas le dirigió una fría mirada al realizador de aquel espectáculo, aquel hombre con coleta que hablaba sin cesar por un extraño teléfono ultramoderno en un rincón.
—¡Con más gracia, muchacho, más gracia! —le indicó en un rasposo susurro.
—Jou, jou, jou… —musitó Nicholas del modo más seco que pudo. La niña le ignoró descaradamente y se sentó en sus rodillas—. Hola, pequeña niña con coletas, ¿qué quieres que te traiga este año Papá Noel?
La niña sacudió la cabeza e inspeccionó detalladamente a Nicholas, como si este estuviese pasando un duro examen de aceptación.
—Tú no eres Papá Noel —aseguró finalmente la niña, mirándole tan fijamente que apenas pestañeaba.
—¿Eh? ¿Cómo qué no? ¡Claro que sí, faltaría más!
—Ya… entonces… ¿dónde están tus renos?
Nicholas apretó los puños inconscientemente. ¿Por qué todos los niños se preocupaban por sus renos? Ni siendo el mismísimo Papá Noel lograba captar unos minutos de absoluto protagonismo. Suspiró, dispuesto a repetir la misma respuesta.
—Están pastando.
—Los renos no pueden pastar en la ciudad.
Esta chiquilla parecía más avispada que el anterior. Se armó de paciencia, y de un modo involuntario se dio la vuelta, buscando la salida más próxima de aquel infernal centro comercial.
—Es que me he dejado a los renos en el Polo Norte.
—¿Y cómo has llegado hasta aquí sin ellos?
Encontró a __________ tras él; contenía la risa. Tenía las mejillas sonrojadas. En realidad, eran unas mejillas bonitas y bastante apetecibles, como dos suaves trozos de melocotón que… ¡Ya, ya estaba bien, aquello se le iría de las manos como siguiese observando a la estúpida de __________ de aquel modo! Volvió a centrar su atención en la niña preguntona.
—He venido cabalgando sobre mi duendecilla mágica.
—¿Quién?
—Sí, es mi esclava, mi ayudante… Mira, esta de aquí atrás, la chica con cara de tonta que es amiga del imbécil de la coleta que habla por teléfono.
—Papá Noel no puede decir palabrotas.
—Oye, niña, tengo quinientos años, soy una leyenda en todo el mundo, así que no vengas tú aquí a decirme qué puedo o no puedo hacer. Gracias por tu visita. ¿Siguiente…?
Y, sin pensárselo siquiera, ante la alarmada mirada de ____________, depositó bruscamente a la chiquilla en el suelo y observó al otro niño que se acercaba hacia él con la emoción dibujada en sus redondos ojos saltones.
—No puedes hacer eso, no debes hablarle así a una cría.
—Respeta las distancias, parece que quieras comerme la oreja.
___________ dio un paso atrás, abochornada.
—Cuando la gente habla en susurros, hay un acercamiento físico.
—Bien, nosotros romperemos esa norma social, si no te importa. —Suspiró, cansado—. Y ahora déjame trabajar. Al fin y al cabo, si estoy aquí es por tu culpa.
____________ comenzaba a arrepentirse de haberle jugado aquella mala pasada a Nicholas. Lo cierto es que, bajo su punto de vista, al cabo de un rato, el rubio se desenvolvió mejor en el asunto y le cogió el truco a eso de fingir ser Papá Noel. Seguía actuando de un modo cortante con los niños y los despachaba rápidamente, ignorándoles con un descaro abrumador. Pero los padres de los pequeños no parecían darse cuenta de ello, y la interminable fila fue disminuyendo progresivamente.
—¿No crees que vas un poco rápido? Al último niño ni siquiera le has dado tiempo de decirte qué quería de regalo.
—Mira, pequeña indigente, no me digas cómo tengo que hacer mi trabajo. Lo sé perfectamente. En realidad es facilísimo.
Y empujó a otro crío escaleras abajo. Sonrió con suficiencia. __________, abatida, se quedó rezagada en un segundo plano, arqueando la espalda contra la pared lateral y observando de lejos el extraño procedimiento que Nicholas seguía para contentar a los pequeños. Les hablaba con autoridad y, si alguno intentaba tirarle de la barba, les regalaba un fresco cachete en la mano.
—No poses tus sucias manos en mi blanca barba —les decía, mientras los dejaba sobre el suelo—. ¿Siguiente…?
El ritmo aumentaba conforme pasaban los minutos, así que en apenas una hora la enorme fila de renacuajos se esfumó como por arte de magia.
—¡Dios! Ha sido… agotador. —Se quitó el gorro rojo e intentó peinarse el cabello con las puntas de los dedos—. Creo que este es mi primer trabajo. Mi madre no se lo creerá cuando la llame para contárselo.
—No me extraña. Yo aún no me lo creo, y eso que lo he visto en persona. —Chasqueó los dedos—. De todos modos, tampoco es que te hayas lucido que digamos…
—Pero ¿qué dices? Esos niños me adoran.
—Preferiría no añadir nada al respecto —atajó—. La mitad de ellos se ha ido con la mano roja a casa.
—A Papá Noel no le gusta que le tiren de la barba.
Nicholas sonrió, orgulloso de los cachetes que había dado. __________ esperó en el centro comercial, ojeando algunas tiendas y comprando regalos para la familia, mientras él entraba en el baño para cambiarse de ropa. Cuando finalmente estuvo solo en el servicio, se dejó caer sobre los azulejos de la pared y resbaló hasta ponerse de cuclillas. Se llevó las manos a la cabeza. Estaba agotado.
Fingir que ser Papá Noel era fácil se le había dado de perlas. Pero la verdad era muy distinta. Quizá, solo quizá, Nicholas comenzaba a darse cuenta de que tenía un serio problema. Cada vez que uno de esos repulsivos niños había tocado sus piernas, un extraño cosquilleo de pánico se había instalado en su estómago. Y, aun así, había logrado calmar las ganas de huir, aunque solo fuese por ver el gesto de desilusión en el rostro de ___________.
_____________… Últimamente llevaba peor aquello de pasar las veinticuatro horas del día a su lado. Especialmente después de aquel furtivo beso en el baño de casa. Imágenes sueltas le atormentaban continuamente, recordándole el garrafal error que había cometido. Él jamás de los jamases llegaría a sentir atracción —ni nada que se le pareciese— por una chica tan despreocupada como ___________.
Se levantó, más calmado, y observó su reflejo en el espejo del baño. Sonrió satisfecho. A pesar de estar vestido con un horrible traje rojo y blanco y llevar una bola de espumillón en la barriga para darle volumen, seguía estando guapo.
«Eres el mejor, Nicholas», se dijo a sí mismo, tras guiñarse mentalmente un ojo.
Salió del baño mucho después, vestido otra vez con un elegante pantalón negro y una camisa azul oscuro que contrastaba con su rubio cabello. Encontró a _____________ frente a un escaparate, con algunas bolsas de más en las manos.
—¿Ya has comprado mi regalo? —preguntó emocionado.
—¿Se puede saber por qué has tardado tanto? Estoy cansada de esperarte. Ya he visto todo el centro comercial.
Nicholas ojeó las bolsas, ignorando sus palabras. Le encantaban los regalos, especialmente cuando eran para él. Se frotó las manos.
—¿Qué es? ¿No piensas decírmelo?
—No sé de qué demonios me hablas.
—¡De mi regalo! ¡Vamos, __________, vamos, dámelo YA!
La zarandeó de un lado a otro, mirándola fijamente.
—En serio, estás fatal. Eres un enfermo.
—Vale, pero este (atractivo) enfermo quiere saber qué le has comprado.
—¿Y tú? ¿Qué me has comprado a mí? —__________ y se encaró con él, alzando los hombros.
—Nada.
—¿Nada? ¡Serás desgraciado!
—¿Acaso tenía que hacerlo? —Se cruzó de brazos, confundido.
__________, enfurecida, le dio un puntapié a la papelera que tenía al lado.
—Mira, quizá esa papelera sería tu regalo perfecto… Piénsalo, podría sustituir a tu armario.
—¡Idiota, fue idea tuya que nos hiciéramos regalos!
—Ya. Pero no sabía que yo también tenía que comprarte uno a ti.
—¿Cómo puedes ser tan… tan… egoísta? ¡Me sacas de quicio!
Nicholas suspiró, abochornado. Casi comenzaba a sentir pena por la tonta de ____________. La observó largamente. Y entonces, como por arte de magia, el reflejo del cristal del escaparate se posicionó sobre la joven y la respuesta llegó a él de súbito.
—Está bien, te compraré algo. Tú espérame en la puerta, ahora mismo voy.
—Pe… pero Nicholas… ¡seguro que acabas perdiéndote! No quiero que la policía aparezca en mi casa con un inglés llorica en el asiento trasero…
Pero era demasiado tarde. Nicholas desapareció en el interior de la tienda. ___________ resopló, agotada. Había sido un día de compras demasiado largo. Ya ni siquiera le quedaban fuerzas para discutir o protestar. Caminó a paso lento hacia la puerta de salida y cruzó los dedos, deseosa de que Nicholas recordase cómo llegar hasta allí.
En realidad sí le había comprado un regalo a Nicholas e incluso se había gastado más de la cuenta en él. Pero tenía una excusa perfecta, puesto que lo había encontrado de pura casualidad. Estaba segura de que le iba a encantar.
Cerró los ojos con fuerza y se dio una palmada en la frente, castigándose a sí misma. ¡Pero bueno! ¿Qué más daba si le gustaba o no? Al fin y al cabo, se suponía que se odiaban. No tenía ninguna razón para complacer a un imbécil tan grande como Nicholas. Miró de reojo la bolsa en la que llevaba su regalo y sintió unas ganas terribles de lanzarla lejos, arrepintiéndose de ser tan estúpida.
—¡No me he perdido, __________!
Era él. Llevaba dos bolsas nuevas en la mano derecha. Visto así, de lejos, era el típico chico con el que le habría gustado coquetear un rato y…
—¡Qué asco! —Nicholas olfateó el aire, poniéndose de puntillas—. Esta ciudad huele fatal. Deberían colocar ambientadores por las calles.
Era el instante en el que abría la boca cuando __________ desechaba la idea de coquetear con él. Exhaló el aire y cerró los ojos con fuerza. La imagen del inglés despeinado, borracho y con la camisa por fuera acudió a su mente, atormentándola y recordándole el prohibido beso.
—Será mejor que acudamos a la cafetería donde hemos quedado con Marcus. Debe de estar esperándonos.
—No sé qué decir. Quizá sea demasiado tarde, quizá haya pasado frente al museo de la Edad de Piedra y haya decidido quedarse a vivir allí, en su hábitat natural, para siempre…
—Deja de decir idioteces y camina más rápido —___________ aceleró el paso con la vista fija en la acera—, ¿o acaso prefieres que cojamos el autobús?
—Oh, no, no. —Siguió decidido su paso—. ¿Sabes?, no me acabó de convencer aquella limusina grande. Prefiero la mía.
__________ decidió ignorarle durante el resto del trayecto. Nicholas pasó el rato protestando por todo aquello que sus ojos grises podían ver. Se quejó de la estrechez de la calzada y de las pocas zonas verdes de la ciudad. Se quejó del espacio que ocupaban los abuelos sentados en los bancos de la avenida y de lo mal que circulaban algunos coches. Se quejó del bajo precio de las tiendas de ropa y del frío aire invernal. Se quejó de lo sucio que estaba un perro que pasó a su derecha y de lo poco deslumbrante que era la luz de los semáforos…
—¿Por qué no te miras un poco al espejo y te quejas de lo que ves en él? —explotó __________, agotada de escuchar su voz.
Nicholas se encogió de hombros.
—Lo he intentado alguna que otra vez, pero nunca he encontrado nada por lo que quejarme.
—Eres un egocéntrico.
—Prefiero ser egocéntrico antes que modesto.
—No hace falta que lo jures. —__________ puso los ojos en blanco—. Y ahora cierra la boca de una vez. Hemos llegado.
Entraron en la cafetería en la que habían quedado con Marcus y lo encontraron tras un rápido vistazo. El hermano hippie de _____________ garabateaba como loco en unas hojas, con la nariz pegada a la mesa de madera. Las largas rastas se desparramaban sobre esta de forma desordenada, y pequeñas gotas de escarcha se escurrían por su cerveza, que había dejado a un lado.
—¿Marcus?
____________ pronunció su nombre temerosa, y Nicholas, alerta desde que había pisado el libertario suelo americano, dio rápidamente un paso atrás y se refugió tras ella.
—¿Qué estás haciendo? —insistió su hermana.
Marcus alzó la vista al fin. Sonrió. Y después le dio un trago a su cerveza, terminándosela de golpe. Volvió a sonreír.
—Es mi regalo para papá y mamá.
Nicholas se escurrió a un lado, abandonando su posición de retaguardia, y se inclinó sobre la mesa de Marcus. Después, sin poder evitarlo, soltó una carcajada estridente que resonó por toda la cafetería. ___________ fue algo más discreta y se llevó las manos a la boca, aguantándose la risa.
—¿Qué pasa, acaso no os gusta? —Observó de cerca su trabajo—. Hombre, se me ha caído un poco de ceniza encima y dos o tres gotas de cerveza, pero casi no se nota —añadió, y sopló sobre el regalo como si así
consiguiese arreglar cualquier tipo de desperfecto.
—Pero ¿eso qué es?
—Un dibujo.
—¿Piensas regalarles un dibujo?
—Lo que cuenta es la intención, ¿no?, eso nos han enseñado ellos siempre.
—Marcus…
Nicholas siguió riendo.
—Miradlo bien. No está tan mal —indicó, mientras _________ y Nicholas pegaban sus narices sobre la hoja de papel—. Este rectángulo es nuestra casa. Aquí estás tú con el perro, Wisky, papá, mamá y yo. Y este es Nicholas, lo he puesto un poco apartado porque solo va a formar parte de la familia durante un mes.
—Muy… original —logró decir el inglés—. Oye, ¿qué es eso que me has dibujado en la mano?
—Je, je —Marcus le guiñó un ojo—, tío, una litrona, tenías que haberte visto la otra noche… te caracteriza bastante bien.
—Ah, gracias por el detalle —contestó, irónico.
—Luego le he dado un toque animado con un poco de purpurina aquí y allá —aclaró, con lo que dio por finalizada la exposición de su obra.
____________ alzó la vista al cielo, buscando a ese Dios suyo que, al parecer, hacía días que se había perdido, dejándola a solas con aquellos dos energúmenos.
—Bien, chicos, creo que será mejor que volvamos a casa.
Ambos asintieron. Caminaron por donde habían ido y siguieron en línea recta por la avenida principal. __________, entre Nicholas y Marcus, aceleraba el paso todo lo que podía, pues deseaba llegar a casa para encerrarse en su habitación e intentar encontrar unos instantes de paz. El silencio les envolvía, tan solo interrumpido de vez en cuando por algunos eructos de Marcus, que, despreocupado, caminaba con su dibujo en la mano izquierda, sin ofrecerse a llevar ninguna de las bolsas que cargaban los demás.
—¿Podrías decirle a tu hermano que deje de eructar? —le preguntó Nicholas a___________ en susurros.
—¿Tanto te molesta?
—Lo cierto es que sí —afirmó—. La tierra tiembla en cuanto abre la boca. Y tras cada uno de sus eructos me siento como en medio de un terremoto. Como espero puedas comprender, no es especialmente agradable…
—Vale, está bien, ya basta; no hace falta que me cuentes tu vida, no me interesa. —Suspiró, volviéndose hacia su hermano—. Marcus, ¿te importaría no eructar más?
Marcus la miró confundido.
—¿Qué pasa? ¡Pero si es algo natural! No querrás que me los guarde…
—Por favor…
—No sabía que fueses tan pija, _____________. —Rió despreocupado—. ¡Menuda hermana tengo! Yo pensaba que molabas.
En realidad a __________ ya poco le importaba molar o no, estar dentro o fuera de onda. Lo único que tenía valor para ella era el silencio. Después de conocer a ______, había aprendido a apreciarlo más que nada en el mundo.
Afortunadamente, no tardaron demasiado en llegar a casa. Parecía que la suerte volvía a estar de su parte, pues ___________ pudo pasar el resto de la tarde a solas en su habitación, escuchando música tumbada sobre la cama y perdiéndose en un mundo perfecto e idílico donde no existía ningún Nicholas. Mientras tanto, el Nicholas real se entretuvo dándose un largo baño de espuma durante más de una hora y, después, pasó el rato envolviendo de un modo preciso y exacto los regalos que había comprado. Fue a la hora de la cena cuando, inevitablemente, volvieron a verse las caras.
____________ puso la mesa, mientras Nicholas la seguía de la cocina al comedor y vigilaba que todo estuviese en orden. Ella quiso protestar, pero, siendo las últimas horas del día, se mantuvo callada e intentó sobrellevar la situación lo mejor posible. Cuando acabó se desplomó en el sofá, y Nicholas se sentó a su lado con movimientos elegantes. Ella buscó el mando del televisor, lo encendió y se relajó viendo las noticias.
—Alrededor de las tres de la tarde se ha producido un atraco en una conocida joyería del estado de Tejas. Nadie ha resultado herido. Sin embargo, las pérdidas han sido elevadas.
—Esto es muy aburrido —se quejó Nicholas, cruzándose de brazos—. ¿Por qué no pones alguna película como la de El rey león?
—Se suponía que no te gustaban las películas de dibujos animados —dijo __________—. Y no, no pienso poner ninguna. Quiero saber qué está pasando en el mundo, si no te importa.
—La cuestión es que sí me importa.
—¡Cállate de una vez!
—Pasamos ahora a la noticia más importante del día —prosiguió la mujer del telediario—. Se ha desatado una fuerte gripe que ya ha sido denominada como «la gripe de la gallina». Al parecer proviene de Australia y, pese a que,
todavía no se sabe demasiado sobre ella, ya son más de cuatrocientas personas las afectadas en apenas veinticuatro horas. Los casos en nuestro país ascienden a veinte. Las autoridades sanitarias esperan encontrar una vacuna lo antes posible. Les mantendremos informados.
—Gg… gri… gripe de la ga… ga… gallina… —balbució, confundido.
___________ casi creyó ver cómo un tic sacudía los párpados de Nicholas. Su rostro se había tornado blanco como la nieve recién caída, e incluso sus labios parecían perder un poco de color. Temió que fuese a desmayarse.
—Majestad, ¿se encuentra bien? —bromeó, al tiempo que se inclinaba hacia él.
_____________ le posó una mano sobre la frente y él ni siquiera se apartó. Se encontraba sumido en un profundo estado de shock. Colocó las manos sobre sus hombros para empujarlo hacia atrás y acomodarle mejor en el sofá. Él se dejó llevar como un peso muerto.
—Empiezas a asustarme, Nicholas.
__________ se acercó hacia él y pasó repetidamente la mano derecha por delante de sus ojos. Nicholas tenía la mirada perdida, las grises pupilas fijas en un punto muerto. _____________ se balanceó torpemente, apoyándose en el brazo del sofá para no caer. Ya no le hacía tanta gracia la alarmante actitud de Nicholas frente a la gripe de la gallina. Carraspeó, intentando llamar su atención, y después le zarandeó con brusquedad. Pero el inglés continuaba ido. No sabía qué más podía hacer y, presa de la desesperación, le propinó un bofetón. Él sacudió la cabeza y se llevó una mano a la mejilla enrojecida.
—¿Por qué me pegas?
—Intentaba reanimarte.
—¡Santo Dios! Tengo que llamar a mi madre… ¡Un teléfono, _______, venga, muévete de una vez! —gritó como un loco.
—Eh, tranquilízate. No es para tanto. La gripe de la gallina solo es una gripe más y no deberías alarmarte por ello…
—¿DÓNDE ESTÁ EL MALDITO TELÉFONO?
—Bien, como quieras.
________ bufó asqueada, y le llevó el teléfono inalámbrico. Observó cómo Nicholas, agitado, marcaba el número de su madre, presionando las teclas del aparato a la velocidad de la luz.
—¿Mamá?
—¡Oh, Nicholas, hola! Tu madre está en una reunión, soy su secretaría, si quieres decirle algo yo se lo apunto y…
—¡SÍ, LO QUE QUIERO DECIRLE ES QUE SE PONGA AHORA MISMO AL TELÉFONO! ES UNA EMERGENCIA DE VIDA O MUERTE.
—Esto… ¿estás bien, cielo?
—¡NO! —explotó.
—Vale, ahora mismo le digo que se ponga. Espera un momento.
_________ observó anonadada las reacciones de Nicholas. Su rostro ya no estaba pálido, sino más bien rojizo. Se había levantado del sofá y caminaba de un lado a otro con el teléfono pegado a la oreja como si se tratase de un ejecutivo sumamente ocupado.
—¿Nicholas? — preguntó su madre al otro lado de la línea—. ¿Cómo estás? ¿Qué te pasa?
—Mamá… ¿es que no has visto las noticias? Acabo de enterarme: la gripe de la gallina anda suelta —gimoteó—. No quiero que me atrape, no… Lo que quiero es que vengas aquí a por mí, ahora mismo —añadió—. Dile a papá que mande un helicóptero o algo, ¡YA!
Nicholas escuchó cómo su madre suspiraba al otro lado del teléfono.
—¡Qué susto me has dado! He salido de una reunión importantísima…
—¡Lo sé, es para asustarse!
—Mira, hazme un favor, cariño, prométeme que durante los próximos días no verás la televisión, no leerás los periódicos ni escucharás la radio. Créeme, te irá bien ignorar el mundo exterior un tiempo. Pronto estarás de nuevo en casa. Yo sé que puedes valerte por ti mismo. Mientras tanto, sé bueno, mi pequeña coliflor. Te quiero.
Nicholas iba a protestar de nuevo, pero su madre colgó antes de que tuviese la oportunidad de hacerlo.
Última edición por FranJones. el Vie 12 Oct 2012, 12:05 pm, editado 1 vez
FranJones.
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
Capitulo 16 - Listas de amores pasados
—Un poco más de agua, por favor. Creo que acabaré deshidratándome.
—A no ser que la gripe de la gallina te atrape antes —__________ sonrió tímidamente—; creo que le lleva ventaja a la deshidratación.
—¡No pronuncies el nombre prohibido! —le recordó Nicholas, que apretó los dientes al hablar.
—Oh, perdón.
La noche anterior habían acordado no pronunciar «la gripe de la gallina», ya que a Nicholas se le antojaba demasiado doloroso escuchar aquel terminó, y sus oídos no parecían estar preparados para soportarlo. __________ abrió el botiquín de primeros auxilios que él había llevado como parte del equipaje y buscó en el abarrotado interior otra toallita húmeda para colocársela en la frente.
—Están a la derecha —le indicó Nicholas—. ¡Uf, _________, eres una paleta total! Dame el botiquín, ya las busco yo mismo.
Le tendió la maletita.
—Cuidado, no sea que te rompas una uña… —le advirtió ella, medio riendo—. Eso sería… el Apocalipsis.
Nicholas desenvolvió rápidamente otra toallita húmeda y, desechando la anterior, se la puso sobre la frente con cuidado. Se reclinó sobre el sofá y apoyó la cabeza en un almohadón de color morado.
—¿Sabes?, empiezas a repetirte —dijo Nicholas—. Vas a tener que contratar a alguien para que piense estupideces nuevas por ti.
—¿No es más propio de ti eso de tener sirvientes que se encarguen de tus responsabilidades?
—Sí. Ojalá estuviese aquí Jack —Suspiró con aire nostálgico—; nadie hace los zumos de piña con coco rallado como él… —Frunció el entrecejo—. ¡Cómo odio este horrible lugar!
—Te refieres a mi casa, ¿no?
—Sí, y a todos los que la habitan, por supuesto —aclaró felizmente.
—Tranquilo; para mí también es un alivio saber que cada minuto que pasa significa que falta un poco menos para que te marches de aquí.
Nicholas estiró los brazos, sonriendo y ocupando prácticamente todo el sofá.
___________ cambió el canal de la televisión, molesta, apretando con ahínco las teclas del mando a distancia.
—¡Sí! Será un lujo volver a tener algo de espacio —prosiguió el inglés.
—Oye, mi casa tiene dos pisos, no es pequeña.
—¡Si tú lo dices…! Apuesto a que tiene los mismos metros cuadrados que uno de mis cuartos de baño.
____________ enarcó las cejas con escepticismo. Cada vez le intrigaba más saber de dónde provenía realmente aquel extraño alumno de intercambio. Quizá todo aquello que decía era mentira, quizá solo se trataba de una persona con verdaderos problemas mentales que no llegaba a aceptar su propia realidad… y terminaba por inventársela. Ahogó un suspiro.
—Sabes que esta noche celebramos el cumpleaños de Marcus, ¿verdad?
Nicholas ladeó lentamente la cabeza y miró a ___________ con los ojos muy abiertos, como si acabase de ver a un fantasma. Después rió tontamente.
—¡Qué chiste más malo! Y encima casi me lo trago.
—No es un chiste, Nicholas. —__________ amplió su sonrisa—. En realidad es dentro de una semana, lo que pasa es que coincide con el día de Navidad, y este año hemos decidido cambiarlo. Ya sé que es un poco precipitado… pero hemos conseguido arreglarlo.
Y era cierto. Marcus había querido celebrar su cumpleaños esa misma noche de cualquier modo. Así pues, sus padres decidieron aprovechar el día para visitar a la tía Marge y pasar la noche con ella, dejándoles la casa libre. Había sido toda una suerte que el señor Graham cediera; terminó sucumbiendo a las amenazas de Marcus de que, si no lo hacía, dejaría de estudiar y se marcharía a recorrer mundo en la maltrecha caravana de su amigo Frank.
—Tendrás que ayudarme a prepararlo todo —prosiguió __________, animada—. A las diez en punto llegarán los amigos de Marcus.
—¿Qué?
Nicholas negó con la cabeza. Confundido, se quitó la toallita húmeda de la frente y la lanzó sobre ___________.
—Pero ¿qué haces, loco?
—¡Me protejo de ti! Pretendes destrozarme la vida, ¿verdad?
—Yo no… —Puso los ojos en blanco—. ¡Oh, vamos, Nicholas, no será para tanto! Todos son muy simpáticos.
Nicholas se cruzó de brazos.
—Ya. Mira, si son tan simpáticos como tus amigos, prefiero no conocerlos. Gracias.
_________se recostó en el sofá, cogió en brazos a Whisky e intentó ignorar el berrinche de Nicholas. A veces podía llegar a parecer un niño de tres años, a pesar de su aspecto elegante y eternamente formal. No tenía arreglo.
—¿Estás enfadado?
Se inclinó hacia él, sonriendo. Le tocó la punta de la nariz con el dedo, y Nicholas le apartó la mano con un seco manotazo, como si se tratase de una mosca molesta. _________ recordó aquellos días en que había trabajado de niñera para la vecina y se propuso actuar con Nicholas tal y como se comportaba con los críos a los que debía cuidar.
—¿Quieres que te ponga El rey león otra vez?
Otra vez… porque la noche anterior, pasado el primer susto tras escuchar la noticia de la gripe de la gallina, habían vuelto a verla. Nicholas arrugó la nariz, y sus ojos grises, fríos y penetrantes, se clavaron en __________ como si esta fuese una intrusa. Finalmente, tras pensárselo, desenvolvió otra toallita húmeda y decidió contestar.
—Vale.
Había terminado cayendo en la tela de araña tejida por __________. Ella se levantó animada del sofá, intentando no reír, y rebuscó entre los DVD. Ojeó distraída algunas cubiertas.
—O, mejor aún, probemos con Aladdín, a ver qué te parece…
—¿Aladdín? ¿Y ese quién demonios es?
—Ahora lo verás.
Nichola se mantuvo atento a la película y opinó descaradamente en algunos momentos cruciales. Cuando terminó, casi una hora después, _________ apagó el televisor y se recostó en el sofá.
—Bueno, ¿qué te ha parecido la película?
—¿Quieres que te responda punto por punto? —Suspiró—. Uno: los escenarios son pobres y repetitivos. Dos: ¿a esa diminuta mansión blanca la llaman palacio?, ¡por Dios! Tres: ¿las alfombras voladoras existen? Cuatro: si yo hubiese sido Jazmín habría ordenado a mis espías que investigasen a Aladdín.
_____________ negó con la cabeza, esforzándose por no reír.
—¿Por qué te identificas con la princesa? Tendría que ser al revés: deberías identificarte con Aladdín.
—Pero ¿qué dices? Yo no soy un pobretón, ni robo un mendrugo de pan, ni tampoco llevo un mono pulgoso a la espalda, del que ni siquiera se sabe en qué idioma habla. —Agitó las manos con gesto señorial—. Antes me comparo con el sultán gordo, que, por cierto, un poco de ejercicio no le vendría nada mal.
—No tienes remedio —bufó ________.
—Gracias.
Pasaron unos instantes tumbados en el sofá y sumidos en un profundo silencio. ____________ había comenzado a sentir cierta curiosidad por Nicholas. En realidad, deseaba conocer un poco más sobre su vida en Londres, sobre él en general. Notaba que, con el paso de los días, la confianza entre ellos —a pesar de estar repleta de odio— iba asentando sus bases. Quizá se estaba acostumbrando a eso de tener al lado a un enfermo mental.
—James, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Eh… NO.
—¿Alguna vez has tenido novia?
—¿Es que no me has oído? Te prohíbo que me preguntes cosas.
—Eso significa que siempre has estado soltero, ¿verdad?
Nicholas comenzó a ruborizarse lentamente, y sus mofletes se tornaron de un gracioso tono rojizo. Se incorporó en el sofá, sentándose y mirándola.
—Pues claro que no. Soy el sex symbol del instituto.
—¿De veras? No me lo creo.
—Abre los ojos, mírame fijamente y verás cómo se te despejan las dudas.
_________ rió descaradamente. Su ego no tenía límites.
—¿Y con cuántas chicas has salido?
—¡Sabía adónde querías llegar, vieja picarona! —La apuntó con un dedo acusador—. No pienso decírtelo. Te quedarás con las ganas de saberlo.
___________ se acercó a Nicholas, rompiendo la normativa de espacio vital individual que ambos habían acordado. Él pareció sentirse intimidado y la miró con una mezcla de miedo y desconcierto.
—¡Va, Nicholas! ¡No te hagas el malote! —Le dio un pequeño codazo—. ¡Venga, sex symbol, cuéntame a cuántas fashion victims te has llevado a la cama!
Nicholas tragó saliva despacio. La desvergüenza de _________ le ponía nervioso. Nadie le había preguntado nunca aquello de un modo tan directo. Es más, a decir verdad, jamás se lo habían preguntado de ningún modo. Suspiró y se acercó al oído de ella. No quería darle a entender con sus silencios que no había tenido novia.
—A… dos —susurró.
Invadió la estancia un incómodo silencio que, poco después, se vio interrumpido por las risas de ___________. Le señaló con un dedo y negó con la cabeza, incrédula.
—¿SOLO DOS?
Nicholas pestañeó confundido. ¿Cómo que… «solo»?, ¿acaso no eran suficientes? Tenía dieciocho años. Y, ciertamente, después de lo ocurrido con su última novia, había aprendido la lección, y desde entonces evitaba tropezarse con cualquier otra mujer. Claro que ese episodio de su vida jamás se lo contaría a la idiota de __________.
Un extraño cosquilleo comenzó a ascenderle desde el estómago cuando se preguntó con cuántos chicos habría salido __________ . Peor aún: la imaginó en brazos de otro. Cerró los ojos con fuerza, apartando aquellos pensamientos de su mente.
—¿Con cuántos has salido tú? —le preguntó.
—¿Te refieres a los de estar un par de meses, o a los de pasar un buen rato sin compromisos?
—No sé… todos en general… ¿Cuántos?
—¿Te crees que me dedico a contarlos o qué?
Fue como si le tirasen encima un jarro de agua fría. Entonces, el beso que se habían dado en el cuarto de baño aquella noche, con el historial de ________, no debía de haber significado nada para ella. Claro que para él tampoco, ¡faltaría más! Un beso. Un beso… tonto, estúpido e insignificante. Solo eso. Sonrío falsamente e intentó pensar en algo que pudiese dañarla, porque en ese momento, sin saber por qué, él también se sentía extrañamente dolido.
—Vaya, así que ¿los jóvenes salidos de la urbanización te conocen como «Kelsey, la chica a domicilio»?
—¿Qué estás insinuando?
Se levantó del sofá y puso los brazos en jarras. Enarcó las cejas.
—Lo que has oído, exactamente. Ni más, ni menos.
—¡No te atrevas a insultarme! ¡Ni siquiera me conoces, Nicholas!
—Ya, pero tú has dicho que tu lista de tíos es tan larga que ni siquiera puedes llevar la cuenta. —Se encogió de hombros y, muy en el fondo, advirtió la satisfacción que sentía al ver el rostro enojado de ________. Al fin y al cabo, él también estaba enojado.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—En Londres, al tipo de chicas que son como tú, las denominamos «put…».
—¡Cállate!
__________ notó que los nervios se apoderaban de ella. Aquello no era justo. Se llevó una mano al pecho, tratando calmarse, y procuró no derramar ni una sola lágrima.
—¡Para tu información, yo nunca me he acostado con nadie! —explotó finalmente.
Nicholas la miró fijamente y supo que estaba diciendo la verdad. Aturdido, y sintiéndose algo culpable por sus acusaciones, se dio la vuelta en el sofá y evitó toparse con sus ojos. La situación era extraña y se le estaba escapando de las manos.
—Así que ¿eres virgen…? —se atrevió a decir, pasados unos insoportables segundos repletos de tensión.
—Sí. —_____________ logró relajarse—. ¿Y tú?
James alzó la cabeza y sus ojos grises chocaron con los de ella. Entonces __________ adivinó que no le iba a gustar la respuesta y le molestó que un incómodo nudo presionase su garganta.
—No. No lo soy —contestó.
—Un poco más de agua, por favor. Creo que acabaré deshidratándome.
—A no ser que la gripe de la gallina te atrape antes —__________ sonrió tímidamente—; creo que le lleva ventaja a la deshidratación.
—¡No pronuncies el nombre prohibido! —le recordó Nicholas, que apretó los dientes al hablar.
—Oh, perdón.
La noche anterior habían acordado no pronunciar «la gripe de la gallina», ya que a Nicholas se le antojaba demasiado doloroso escuchar aquel terminó, y sus oídos no parecían estar preparados para soportarlo. __________ abrió el botiquín de primeros auxilios que él había llevado como parte del equipaje y buscó en el abarrotado interior otra toallita húmeda para colocársela en la frente.
—Están a la derecha —le indicó Nicholas—. ¡Uf, _________, eres una paleta total! Dame el botiquín, ya las busco yo mismo.
Le tendió la maletita.
—Cuidado, no sea que te rompas una uña… —le advirtió ella, medio riendo—. Eso sería… el Apocalipsis.
Nicholas desenvolvió rápidamente otra toallita húmeda y, desechando la anterior, se la puso sobre la frente con cuidado. Se reclinó sobre el sofá y apoyó la cabeza en un almohadón de color morado.
—¿Sabes?, empiezas a repetirte —dijo Nicholas—. Vas a tener que contratar a alguien para que piense estupideces nuevas por ti.
—¿No es más propio de ti eso de tener sirvientes que se encarguen de tus responsabilidades?
—Sí. Ojalá estuviese aquí Jack —Suspiró con aire nostálgico—; nadie hace los zumos de piña con coco rallado como él… —Frunció el entrecejo—. ¡Cómo odio este horrible lugar!
—Te refieres a mi casa, ¿no?
—Sí, y a todos los que la habitan, por supuesto —aclaró felizmente.
—Tranquilo; para mí también es un alivio saber que cada minuto que pasa significa que falta un poco menos para que te marches de aquí.
Nicholas estiró los brazos, sonriendo y ocupando prácticamente todo el sofá.
___________ cambió el canal de la televisión, molesta, apretando con ahínco las teclas del mando a distancia.
—¡Sí! Será un lujo volver a tener algo de espacio —prosiguió el inglés.
—Oye, mi casa tiene dos pisos, no es pequeña.
—¡Si tú lo dices…! Apuesto a que tiene los mismos metros cuadrados que uno de mis cuartos de baño.
____________ enarcó las cejas con escepticismo. Cada vez le intrigaba más saber de dónde provenía realmente aquel extraño alumno de intercambio. Quizá todo aquello que decía era mentira, quizá solo se trataba de una persona con verdaderos problemas mentales que no llegaba a aceptar su propia realidad… y terminaba por inventársela. Ahogó un suspiro.
—Sabes que esta noche celebramos el cumpleaños de Marcus, ¿verdad?
Nicholas ladeó lentamente la cabeza y miró a ___________ con los ojos muy abiertos, como si acabase de ver a un fantasma. Después rió tontamente.
—¡Qué chiste más malo! Y encima casi me lo trago.
—No es un chiste, Nicholas. —__________ amplió su sonrisa—. En realidad es dentro de una semana, lo que pasa es que coincide con el día de Navidad, y este año hemos decidido cambiarlo. Ya sé que es un poco precipitado… pero hemos conseguido arreglarlo.
Y era cierto. Marcus había querido celebrar su cumpleaños esa misma noche de cualquier modo. Así pues, sus padres decidieron aprovechar el día para visitar a la tía Marge y pasar la noche con ella, dejándoles la casa libre. Había sido toda una suerte que el señor Graham cediera; terminó sucumbiendo a las amenazas de Marcus de que, si no lo hacía, dejaría de estudiar y se marcharía a recorrer mundo en la maltrecha caravana de su amigo Frank.
—Tendrás que ayudarme a prepararlo todo —prosiguió __________, animada—. A las diez en punto llegarán los amigos de Marcus.
—¿Qué?
Nicholas negó con la cabeza. Confundido, se quitó la toallita húmeda de la frente y la lanzó sobre ___________.
—Pero ¿qué haces, loco?
—¡Me protejo de ti! Pretendes destrozarme la vida, ¿verdad?
—Yo no… —Puso los ojos en blanco—. ¡Oh, vamos, Nicholas, no será para tanto! Todos son muy simpáticos.
Nicholas se cruzó de brazos.
—Ya. Mira, si son tan simpáticos como tus amigos, prefiero no conocerlos. Gracias.
_________se recostó en el sofá, cogió en brazos a Whisky e intentó ignorar el berrinche de Nicholas. A veces podía llegar a parecer un niño de tres años, a pesar de su aspecto elegante y eternamente formal. No tenía arreglo.
—¿Estás enfadado?
Se inclinó hacia él, sonriendo. Le tocó la punta de la nariz con el dedo, y Nicholas le apartó la mano con un seco manotazo, como si se tratase de una mosca molesta. _________ recordó aquellos días en que había trabajado de niñera para la vecina y se propuso actuar con Nicholas tal y como se comportaba con los críos a los que debía cuidar.
—¿Quieres que te ponga El rey león otra vez?
Otra vez… porque la noche anterior, pasado el primer susto tras escuchar la noticia de la gripe de la gallina, habían vuelto a verla. Nicholas arrugó la nariz, y sus ojos grises, fríos y penetrantes, se clavaron en __________ como si esta fuese una intrusa. Finalmente, tras pensárselo, desenvolvió otra toallita húmeda y decidió contestar.
—Vale.
Había terminado cayendo en la tela de araña tejida por __________. Ella se levantó animada del sofá, intentando no reír, y rebuscó entre los DVD. Ojeó distraída algunas cubiertas.
—O, mejor aún, probemos con Aladdín, a ver qué te parece…
—¿Aladdín? ¿Y ese quién demonios es?
—Ahora lo verás.
Nichola se mantuvo atento a la película y opinó descaradamente en algunos momentos cruciales. Cuando terminó, casi una hora después, _________ apagó el televisor y se recostó en el sofá.
—Bueno, ¿qué te ha parecido la película?
—¿Quieres que te responda punto por punto? —Suspiró—. Uno: los escenarios son pobres y repetitivos. Dos: ¿a esa diminuta mansión blanca la llaman palacio?, ¡por Dios! Tres: ¿las alfombras voladoras existen? Cuatro: si yo hubiese sido Jazmín habría ordenado a mis espías que investigasen a Aladdín.
_____________ negó con la cabeza, esforzándose por no reír.
—¿Por qué te identificas con la princesa? Tendría que ser al revés: deberías identificarte con Aladdín.
—Pero ¿qué dices? Yo no soy un pobretón, ni robo un mendrugo de pan, ni tampoco llevo un mono pulgoso a la espalda, del que ni siquiera se sabe en qué idioma habla. —Agitó las manos con gesto señorial—. Antes me comparo con el sultán gordo, que, por cierto, un poco de ejercicio no le vendría nada mal.
—No tienes remedio —bufó ________.
—Gracias.
Pasaron unos instantes tumbados en el sofá y sumidos en un profundo silencio. ____________ había comenzado a sentir cierta curiosidad por Nicholas. En realidad, deseaba conocer un poco más sobre su vida en Londres, sobre él en general. Notaba que, con el paso de los días, la confianza entre ellos —a pesar de estar repleta de odio— iba asentando sus bases. Quizá se estaba acostumbrando a eso de tener al lado a un enfermo mental.
—James, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Eh… NO.
—¿Alguna vez has tenido novia?
—¿Es que no me has oído? Te prohíbo que me preguntes cosas.
—Eso significa que siempre has estado soltero, ¿verdad?
Nicholas comenzó a ruborizarse lentamente, y sus mofletes se tornaron de un gracioso tono rojizo. Se incorporó en el sofá, sentándose y mirándola.
—Pues claro que no. Soy el sex symbol del instituto.
—¿De veras? No me lo creo.
—Abre los ojos, mírame fijamente y verás cómo se te despejan las dudas.
_________ rió descaradamente. Su ego no tenía límites.
—¿Y con cuántas chicas has salido?
—¡Sabía adónde querías llegar, vieja picarona! —La apuntó con un dedo acusador—. No pienso decírtelo. Te quedarás con las ganas de saberlo.
___________ se acercó a Nicholas, rompiendo la normativa de espacio vital individual que ambos habían acordado. Él pareció sentirse intimidado y la miró con una mezcla de miedo y desconcierto.
—¡Va, Nicholas! ¡No te hagas el malote! —Le dio un pequeño codazo—. ¡Venga, sex symbol, cuéntame a cuántas fashion victims te has llevado a la cama!
Nicholas tragó saliva despacio. La desvergüenza de _________ le ponía nervioso. Nadie le había preguntado nunca aquello de un modo tan directo. Es más, a decir verdad, jamás se lo habían preguntado de ningún modo. Suspiró y se acercó al oído de ella. No quería darle a entender con sus silencios que no había tenido novia.
—A… dos —susurró.
Invadió la estancia un incómodo silencio que, poco después, se vio interrumpido por las risas de ___________. Le señaló con un dedo y negó con la cabeza, incrédula.
—¿SOLO DOS?
Nicholas pestañeó confundido. ¿Cómo que… «solo»?, ¿acaso no eran suficientes? Tenía dieciocho años. Y, ciertamente, después de lo ocurrido con su última novia, había aprendido la lección, y desde entonces evitaba tropezarse con cualquier otra mujer. Claro que ese episodio de su vida jamás se lo contaría a la idiota de __________.
Un extraño cosquilleo comenzó a ascenderle desde el estómago cuando se preguntó con cuántos chicos habría salido __________ . Peor aún: la imaginó en brazos de otro. Cerró los ojos con fuerza, apartando aquellos pensamientos de su mente.
—¿Con cuántos has salido tú? —le preguntó.
—¿Te refieres a los de estar un par de meses, o a los de pasar un buen rato sin compromisos?
—No sé… todos en general… ¿Cuántos?
—¿Te crees que me dedico a contarlos o qué?
Fue como si le tirasen encima un jarro de agua fría. Entonces, el beso que se habían dado en el cuarto de baño aquella noche, con el historial de ________, no debía de haber significado nada para ella. Claro que para él tampoco, ¡faltaría más! Un beso. Un beso… tonto, estúpido e insignificante. Solo eso. Sonrío falsamente e intentó pensar en algo que pudiese dañarla, porque en ese momento, sin saber por qué, él también se sentía extrañamente dolido.
—Vaya, así que ¿los jóvenes salidos de la urbanización te conocen como «Kelsey, la chica a domicilio»?
—¿Qué estás insinuando?
Se levantó del sofá y puso los brazos en jarras. Enarcó las cejas.
—Lo que has oído, exactamente. Ni más, ni menos.
—¡No te atrevas a insultarme! ¡Ni siquiera me conoces, Nicholas!
—Ya, pero tú has dicho que tu lista de tíos es tan larga que ni siquiera puedes llevar la cuenta. —Se encogió de hombros y, muy en el fondo, advirtió la satisfacción que sentía al ver el rostro enojado de ________. Al fin y al cabo, él también estaba enojado.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—En Londres, al tipo de chicas que son como tú, las denominamos «put…».
—¡Cállate!
__________ notó que los nervios se apoderaban de ella. Aquello no era justo. Se llevó una mano al pecho, tratando calmarse, y procuró no derramar ni una sola lágrima.
—¡Para tu información, yo nunca me he acostado con nadie! —explotó finalmente.
Nicholas la miró fijamente y supo que estaba diciendo la verdad. Aturdido, y sintiéndose algo culpable por sus acusaciones, se dio la vuelta en el sofá y evitó toparse con sus ojos. La situación era extraña y se le estaba escapando de las manos.
—Así que ¿eres virgen…? —se atrevió a decir, pasados unos insoportables segundos repletos de tensión.
—Sí. —_____________ logró relajarse—. ¿Y tú?
James alzó la cabeza y sus ojos grises chocaron con los de ella. Entonces __________ adivinó que no le iba a gustar la respuesta y le molestó que un incómodo nudo presionase su garganta.
—No. No lo soy —contestó.
FranJones.
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
Capitlo 17 - Confusión.
—Estoy hasta las narices de hacer mariposas de estas —protestó Nicholas, mientras espolvoreaba con canela algunas de las galletas.
—No son mariposas, son lacitos. —_______y le miró seria—. No me digas que nunca los has probado…
—Eso es algo obvio. En mi casa no comemos mierda.
—¡Los lacitos no son mierda!
—Cierto, tienes razón: solo son un cúmulo de grasa bañado en azúcar. Grasa y más grasa, como conclusión —explicó con ademán reflexivo.
—Estás enfermo.
Se encogió de hombros.
—Es complicado mantenerme sano si tengo que verte a todas horas; las pupilas, los tímpanos… todo acaba resintiéndose inevitablemente.
—¡Cállate de una vez! ¡Y deja de echarles canela a los lacitos!
—Solo intentaba ocultar la aceitosa realidad.
Acababan de comenzar a preparar los primeros detalles del cumpleaños de Marcus, y ____________ ya se sentía agotada. Soportar a Nicholas era peor que moldear y hornear quinientos lacitos con canela. Desde que el inglés había descubierto que acudirían a la celebración todos los amigos de Marcus, se había propuesto un reto: conseguir decir más de diez estupideces por minuto que sacasen de quicio a ___________. Y, al parecer, lo estaba logrando.
—Bien. Ya está. —_________ se apartó el flequillo de la frente y se ensució la cara de harina—. Ahora enchufa el horno.
—¿Cómo se hace eso, señorita… Casper?
—¿Casper?
—Te has manchado de harina, parece que acabas de disfrazarte de fantasma para ir a un carnaval —Enarcó las cejas—, aunque… por otra parte…
—Da igual, mejor no añadas nada más. —___________ le dio un empujón al pasar por su lado y encendió el horno.
—Como decía, por otra parte… la suciedad actúa como barrera impidiéndome ver tu cara. Y supongo que eso es bueno.
Ella bufó, esparciendo aún más el desastre desatado en la cocina, y se cruzó de brazos.
—No podías mantener la boca cerrada, ¿verdad?
—Exacto. Es uno de mis dones: siempre tengo algo que decir. Soy un chico listo.
—No sé qué concepto tienes tú de lo que significa realmente ser «un chico listo», cualquiera diría que estás como una regadera, en el caso más optimista.
—¿Como una regadera? Perdona, pero no he entendido la metáfora.
—No importa, ni siquiera quiero que la entiendas —farfulló __________bruscamente.
Se quitó el delantal y lo dejó sobre la encimera de la cocina. Por una parte, Nicholas tenía razón. Tras la elaboración de los famosos lacitos, _________ estaba sucia, despeinada, cansada y asqueada, mientras que él parecía recién salido de la ducha. Misteriosamente, ni siquiera llevaba restos de masa o harina entre sus perfectas uñas. Estos fenómenos inexplicables hacían que se sintiera en desventaja.
—Bueno, ahora, si no es mucha molestia, creo que subiré a mi habitación y dormiré un poco… —anunció él, y bostezó con disimulo.
—Pero ¿qué dices? ¡Si todavía no hemos preparado nada!
Nicholas la miró confundido.
—¿Qué intentas decir, niña? —preguntó, arrugando la nariz; la última palabra sonó áspera y con un deje de hastío.
—Preparar el cumpleaños nos llevará horas, Nicholas —le informó—. Y no me llames niña, idiota.
—¡Ni lo sueñes! Te dejo a ti el puesto de jornada completa, yo prefiero hacer media jornada y… creo que ya he cumplido con mi trabajo. —Sonrió ampliamente—. Me voy a echar la siesta.
Y salió de allí a grandes zancadas, cerró la puerta de la cocina con brusquedad y dejó a _________ sumida en un tenso silencio. La joven respiró profundamente, procurando mantener la calma. Al final, presa de la desesperación, decidió darse una ducha antes de enfrentarse de nuevo a Nicholas.
Era invierno y hacía muchísimo frío, pero, de todos modos, _____________ se duchó con agua templada y agradeció los escalofríos que recorrían su espalda haciéndole cosquillas, como si un ejército de diminutas hormigas escalase por su piel. Todavía era capaz de sentir algo. Últimamente las horas se le antojaban más largas y densas de lo normal, y por si aquello no fuese suficientemente malo teniendo en cuenta que estaba de vacaciones, temía estar perdiéndose a sí misma.
Quizá estaba cambiando por culpa de Nicholas. Cerró los ojos con fuerza, disfrutando del contacto del agua sobre su piel. No podía dejar de pensar en la última conversación que había mantenido con el inglés. Su voz martillaba con fuerza en su cabeza una vez tras otra, incansable. Imaginaba a Nicholas cogido de la mano de una chica y sentía una extraña incomodidad al visualizar la imagen que trazaba en su mente. Aquella joven con la que él había estado debía de haber sido perfecta dada la selectividad de Nicholas. No como ella… que al parecer tenía cien mil defectos que él odiaba y le recordaba constantemente. Poco a poco, casi sin darse cuenta, comenzó a compararse con la ex novia de Nicholas, a la que había ido idealizando, dando rienda suelta a su imaginación.
Enfadada consigo misma, cerró con fuerza el grifo de la ducha antes de salir y cubrirse con un albornoz de color pistacho. El espejo le devolvió la mirada: a decir verdad, tampoco se veía tan fea, y supuso que Nicholas exageraba al respecto solo para hacerle daño. Era una chica corriente. Cierto que no se arreglaba demasiado, que verdaderamente no le gustaba hacerlo. Prefería invertir ese tiempo en cualquier otra actividad más provechosa. Suspiró profundamente, en realidad no sabía por qué tenía que justificar su estilo de vida; nunca antes se había preocupado por ello y le molestaba hacerlo ahora.
Se vistió con desgana y salió del cuarto de baño más cabreada que nunca. Caminó a grandes zancadas, haciendo chirriar el suelo de madera a su paso hasta su habitación. Cuando entró, encontró a Nicholas revolviendo la ropa del armario. Los labios de ________ formaron una línea recta perfecta, y los apretó tanto que se tornaron blanquecinos.
—¿Se puede saber qué demonios haces en mi cuarto?
—Solo… pasaba por aquí… Te estaba buscando —acabó confesando Nicholas.
—¿Me buscabas dentro del armario, entre la ropa?
Nicholas, con un gesto de absoluta inocencia, se encogió de hombros.
—Como estás loca, contigo nunca se sabe…
—¡NICHOLAS! —gritó ____________, sumamente enfadada. Acababa de toparse con el límite de su paciencia. Ya había llegado a la frontera de la tolerancia.
—Así me llamo —aseguró él, dando un paso atrás.
—¡Sé qué es lo que estabas haciendo! —___________ sonrió maliciosa—. Buscabas los regalos de Navidad. Eres más tonto aún de lo que pensé al principio.
—¿Qué? ¿Regalos? Yo no…
—Te he pillado.
La actitud de _____________ no dejaba margen para la más mínima duda. Nicholas agachó la cabeza, rindiéndose al fin. Después se abalanzó sobre ella y comenzó a sacudirla por los hombros.
—¡Dime dónde están!
—Lo siento, tendrás que aprender a tener paciencia —le indicó __________, tal como podría haberlo hecho una madre.
—La paciencia es la filosofía de los infelices conformistas —apuntó él—. Yo necesito saber qué me has comprado.
—¡Déjalo ya, Nicholas, no pienso decírtelo! —concluyó—. Y ahora baja a la cocina y ayúdame a organizar la fiesta.
—¿Es un castigo o algo parecido?
A ___________ le entraron ganas de reír, pero logró contenerse a tiempo. Definitivamente, Nicholas era un niño grande. Hacía años que ella había superado aquella sana impaciencia a la hora de recibir los regalos navideños y le parecía graciosa la expresión angelical que él había adoptado.
—Sí, es un castigo.
Ambos salieron de la habitación —Nicholas tras suspirar de un modo dramático— y se dirigieron hacia el piso inferior.
—¿Sabes…? —dijo, fijando sus ojos en ella con una sonrisa pícara—, eso de que me castigues… suena un tanto erótico.
A ____________ se le aceleró el corazón y se preguntó si Nicholas sería capaz de advertir la delirante velocidad de sus latidos. Notó el calor arremolinándose en torno a sus mejillas y, como no sabía qué contestar, le dio un manotazo en el hombro.
—¡Deja de decir tonterías! —logró exclamar finalmente.
Él rió con disimulo mientras descendían el último tramo de la escalera. Entraron en la cocina. Nicholas apoyó la espada en la pared y se cruzó de brazos, observando los movimientos de ___________. Ella abrió la nevera preguntándose qué podría preparar para cenar.
—Bueno, al menos es un alivio saber que no piensas castigarme atándome las manos al cabezal de la cama ni nada de eso… —prosiguió—. Así pues, ¿cuál es mi condena?
_____________ resopló furiosa. Quedaba poco tiempo para los preparativos y el inepto de Nicholas le retrasaba la tarea aún más. Una idea pasó por su cabeza.
—Ya sé qué puedes hacer —objetó—. Camina lentamente hasta el garaje, abre la lavadora que encontrarás allí, saca la ropa limpia… ¿lo entiendes todo hasta el momento?
—Creo que sí.
—Vale. Pues después de eso, tiendes la ropa en el jardín trasero, en el tendedero, ¿de acuerdo? Te lo he explicado a prueba de idiotas, así que espero que no tengas ninguna duda al respecto.
Nicholas chasqueó los dedos y sonrió levemente.
—En realidad tengo una duda.
—¡Uf! —__________ alzó la vista al techo de la cocina, presa de la desesperación—. ¿De qué se trata?
—Mi duda es… ¿por qué tengo que tender la ropa de la familia Graham como un vulgar sirviente?
—¡NICHOLAS, PORQUE TODOS DEBEMOS AYUDAR EN CASA Y YO NECESITO PERDERTE DE VISTA UN RATO!
Él dio la impresión de querer añadir algo más, pero, al ver a __________ tan enfadada, decidió que sería mejor no llevarle la contraria en ese momento.
—Está bien —gruñó por lo bajo, y se dirigió hacia el garaje.
No estaba seguro de haber comprendido todo lo que __________ le había ordenado, porque, sencillamente, jamás había tendido ni una sola prenda de ropa. Localizó la lavadora al fondo del garaje y la abrió, apretando la palanca. Sonrió satisfecho. Después encontró una palangana: sacó la ropa de la lavadora y la depositó allí. Una vez terminó, fue hasta la parte trasera del jardín cargado con la palangana repleta de ropa y la dejó en el suelo. Frente a él había unas cuerdas atadas a las ramas de dos árboles, formando tres líneas rectas. Ojeó las pinzas sueltas que se encontraban colgadas ahí.
«Tú puedes hacerlo, Nicholas», se dijo. Cogió una camiseta. Era negra, y en la parte delantera resaltaba el dibujo de una hoja verde de marihuana, así que rápidamente dedujo que pertenecía a Marcus. Suspiró, resentido por tener que llevar a cabo un trabajo tan decadente, dado su blanco historial en las tareas domésticas, y finalmente logró colgarla en la cuerda sujetándola con dos coloridas pinzas.
Tendió una segunda prenda, una tercera, una cuarta, una quinta… y entonces se quedó muy quieto. No pudo evitar sonreír.
—Vaya, vaya, qué interesante… —murmuró con un deje lascivo. Y estiró la goma de unas braguitas de _________.
Eran de color azul intenso, con el dibujo de Piolín en la parte delantera y un letrero en la zona del culo donde se leía: «Sexy girl».
Apenas se dio cuenta cuando la imagen de ________ en ropa interior se apoderó de su mente. Sacudió la cabeza, consternado; ¿en qué estaba
pensando? Suspiró. En realidad debía admitir que se había sentido aliviado tras saber que __________ nunca se había acostado con ninguno de sus muchos novios. Probablemente, incluso empezaba a cogerle un poco de cariño a causa de la intensa convivencia.
Sintiéndose un tanto estúpido, Nicholas tendió las braguitas de __________. Y entonces una pregunta curiosa se apoderó de él, parpadeando como un luminoso cartel de propaganda en su cabeza: ¿qué talla de sujetador utilizaría la chica? No estaba seguro de ello, ya que ____________ solía vestir sudaderas o chaquetas deportivas que ocultaban aquello que Nicholas querría descubrir. Rápidamente rebuscó en la palangana hasta encontrar un sujetador azul que completaba el conjunto de las braguitas de Piolín.
—Pues tampoco está tan mal… —comentó Nicholas en voz alta.
—¿Qué es lo que no está tan mal?
Sorprendido, dejó caer el sujetador al suelo. Era ___________, que le observaba con atención a apenas dos metros de distancia. Estaba de brazos cruzados y, a juzgar por la agria expresión de su rostro, seguía cabreada.
—Decía que…, nada, que no está tan mal esto de tender la ropa —mintió.
—Me alegra. Espero que te sirva de lección y lo hagas más a menudo.
—No lo dudes —añadió, esforzándose por no reír.
—¿Sabes?, hoy estás un poco raro.
—Así soy yo: raro y exclusivo —aclaró.
—No eres exclusivo en el buen sentido de la palabra, Nicholas. En todo caso serías… repulsivo.
Nicholas frunció el ceño, molesto.
—Oye, ¿por qué tienes que pagar conmigo tu mal humor?
—Pero ¿qué demonios te pasa a ti? Esto es lo que hacemos siempre: atacarnos el uno al otro.
—Ya, claro.
—¿No piensas decir nada? ¿Ni siquiera… un nuevo insulto o algo que reprocharme?
—Estoy falto de inspiración.
El enfado de _________ pareció concentrarse en la afilada mirada que le dirigió.
—¡Vete al cuerno, estúpido inglés! —gritó, antes de dirigirse nuevamente hacia el interior de la casa. Nicholas se encogió de hombros, ligeramente confuso por la reacción de _________.
Lo cierto era que ella ya no estaba segura de qué la cabreaba más: si el hecho de que Nicholas se comportase tal como lo harían las personas normales y corrientes o que se dedicase a humillarla y dañarla con sus patéticas ironías. Posiblemente le molestaba todo en general, e hiciese lo que hiciese él, ella jamás estaría satisfecha con el resultado final. Se sentía extraña y más irritable de lo normal tras la conversación sobre sexo que habían mantenido.
—Estoy hasta las narices de hacer mariposas de estas —protestó Nicholas, mientras espolvoreaba con canela algunas de las galletas.
—No son mariposas, son lacitos. —_______y le miró seria—. No me digas que nunca los has probado…
—Eso es algo obvio. En mi casa no comemos mierda.
—¡Los lacitos no son mierda!
—Cierto, tienes razón: solo son un cúmulo de grasa bañado en azúcar. Grasa y más grasa, como conclusión —explicó con ademán reflexivo.
—Estás enfermo.
Se encogió de hombros.
—Es complicado mantenerme sano si tengo que verte a todas horas; las pupilas, los tímpanos… todo acaba resintiéndose inevitablemente.
—¡Cállate de una vez! ¡Y deja de echarles canela a los lacitos!
—Solo intentaba ocultar la aceitosa realidad.
Acababan de comenzar a preparar los primeros detalles del cumpleaños de Marcus, y ____________ ya se sentía agotada. Soportar a Nicholas era peor que moldear y hornear quinientos lacitos con canela. Desde que el inglés había descubierto que acudirían a la celebración todos los amigos de Marcus, se había propuesto un reto: conseguir decir más de diez estupideces por minuto que sacasen de quicio a ___________. Y, al parecer, lo estaba logrando.
—Bien. Ya está. —_________ se apartó el flequillo de la frente y se ensució la cara de harina—. Ahora enchufa el horno.
—¿Cómo se hace eso, señorita… Casper?
—¿Casper?
—Te has manchado de harina, parece que acabas de disfrazarte de fantasma para ir a un carnaval —Enarcó las cejas—, aunque… por otra parte…
—Da igual, mejor no añadas nada más. —___________ le dio un empujón al pasar por su lado y encendió el horno.
—Como decía, por otra parte… la suciedad actúa como barrera impidiéndome ver tu cara. Y supongo que eso es bueno.
Ella bufó, esparciendo aún más el desastre desatado en la cocina, y se cruzó de brazos.
—No podías mantener la boca cerrada, ¿verdad?
—Exacto. Es uno de mis dones: siempre tengo algo que decir. Soy un chico listo.
—No sé qué concepto tienes tú de lo que significa realmente ser «un chico listo», cualquiera diría que estás como una regadera, en el caso más optimista.
—¿Como una regadera? Perdona, pero no he entendido la metáfora.
—No importa, ni siquiera quiero que la entiendas —farfulló __________bruscamente.
Se quitó el delantal y lo dejó sobre la encimera de la cocina. Por una parte, Nicholas tenía razón. Tras la elaboración de los famosos lacitos, _________ estaba sucia, despeinada, cansada y asqueada, mientras que él parecía recién salido de la ducha. Misteriosamente, ni siquiera llevaba restos de masa o harina entre sus perfectas uñas. Estos fenómenos inexplicables hacían que se sintiera en desventaja.
—Bueno, ahora, si no es mucha molestia, creo que subiré a mi habitación y dormiré un poco… —anunció él, y bostezó con disimulo.
—Pero ¿qué dices? ¡Si todavía no hemos preparado nada!
Nicholas la miró confundido.
—¿Qué intentas decir, niña? —preguntó, arrugando la nariz; la última palabra sonó áspera y con un deje de hastío.
—Preparar el cumpleaños nos llevará horas, Nicholas —le informó—. Y no me llames niña, idiota.
—¡Ni lo sueñes! Te dejo a ti el puesto de jornada completa, yo prefiero hacer media jornada y… creo que ya he cumplido con mi trabajo. —Sonrió ampliamente—. Me voy a echar la siesta.
Y salió de allí a grandes zancadas, cerró la puerta de la cocina con brusquedad y dejó a _________ sumida en un tenso silencio. La joven respiró profundamente, procurando mantener la calma. Al final, presa de la desesperación, decidió darse una ducha antes de enfrentarse de nuevo a Nicholas.
Era invierno y hacía muchísimo frío, pero, de todos modos, _____________ se duchó con agua templada y agradeció los escalofríos que recorrían su espalda haciéndole cosquillas, como si un ejército de diminutas hormigas escalase por su piel. Todavía era capaz de sentir algo. Últimamente las horas se le antojaban más largas y densas de lo normal, y por si aquello no fuese suficientemente malo teniendo en cuenta que estaba de vacaciones, temía estar perdiéndose a sí misma.
Quizá estaba cambiando por culpa de Nicholas. Cerró los ojos con fuerza, disfrutando del contacto del agua sobre su piel. No podía dejar de pensar en la última conversación que había mantenido con el inglés. Su voz martillaba con fuerza en su cabeza una vez tras otra, incansable. Imaginaba a Nicholas cogido de la mano de una chica y sentía una extraña incomodidad al visualizar la imagen que trazaba en su mente. Aquella joven con la que él había estado debía de haber sido perfecta dada la selectividad de Nicholas. No como ella… que al parecer tenía cien mil defectos que él odiaba y le recordaba constantemente. Poco a poco, casi sin darse cuenta, comenzó a compararse con la ex novia de Nicholas, a la que había ido idealizando, dando rienda suelta a su imaginación.
Enfadada consigo misma, cerró con fuerza el grifo de la ducha antes de salir y cubrirse con un albornoz de color pistacho. El espejo le devolvió la mirada: a decir verdad, tampoco se veía tan fea, y supuso que Nicholas exageraba al respecto solo para hacerle daño. Era una chica corriente. Cierto que no se arreglaba demasiado, que verdaderamente no le gustaba hacerlo. Prefería invertir ese tiempo en cualquier otra actividad más provechosa. Suspiró profundamente, en realidad no sabía por qué tenía que justificar su estilo de vida; nunca antes se había preocupado por ello y le molestaba hacerlo ahora.
Se vistió con desgana y salió del cuarto de baño más cabreada que nunca. Caminó a grandes zancadas, haciendo chirriar el suelo de madera a su paso hasta su habitación. Cuando entró, encontró a Nicholas revolviendo la ropa del armario. Los labios de ________ formaron una línea recta perfecta, y los apretó tanto que se tornaron blanquecinos.
—¿Se puede saber qué demonios haces en mi cuarto?
—Solo… pasaba por aquí… Te estaba buscando —acabó confesando Nicholas.
—¿Me buscabas dentro del armario, entre la ropa?
Nicholas, con un gesto de absoluta inocencia, se encogió de hombros.
—Como estás loca, contigo nunca se sabe…
—¡NICHOLAS! —gritó ____________, sumamente enfadada. Acababa de toparse con el límite de su paciencia. Ya había llegado a la frontera de la tolerancia.
—Así me llamo —aseguró él, dando un paso atrás.
—¡Sé qué es lo que estabas haciendo! —___________ sonrió maliciosa—. Buscabas los regalos de Navidad. Eres más tonto aún de lo que pensé al principio.
—¿Qué? ¿Regalos? Yo no…
—Te he pillado.
La actitud de _____________ no dejaba margen para la más mínima duda. Nicholas agachó la cabeza, rindiéndose al fin. Después se abalanzó sobre ella y comenzó a sacudirla por los hombros.
—¡Dime dónde están!
—Lo siento, tendrás que aprender a tener paciencia —le indicó __________, tal como podría haberlo hecho una madre.
—La paciencia es la filosofía de los infelices conformistas —apuntó él—. Yo necesito saber qué me has comprado.
—¡Déjalo ya, Nicholas, no pienso decírtelo! —concluyó—. Y ahora baja a la cocina y ayúdame a organizar la fiesta.
—¿Es un castigo o algo parecido?
A ___________ le entraron ganas de reír, pero logró contenerse a tiempo. Definitivamente, Nicholas era un niño grande. Hacía años que ella había superado aquella sana impaciencia a la hora de recibir los regalos navideños y le parecía graciosa la expresión angelical que él había adoptado.
—Sí, es un castigo.
Ambos salieron de la habitación —Nicholas tras suspirar de un modo dramático— y se dirigieron hacia el piso inferior.
—¿Sabes…? —dijo, fijando sus ojos en ella con una sonrisa pícara—, eso de que me castigues… suena un tanto erótico.
A ____________ se le aceleró el corazón y se preguntó si Nicholas sería capaz de advertir la delirante velocidad de sus latidos. Notó el calor arremolinándose en torno a sus mejillas y, como no sabía qué contestar, le dio un manotazo en el hombro.
—¡Deja de decir tonterías! —logró exclamar finalmente.
Él rió con disimulo mientras descendían el último tramo de la escalera. Entraron en la cocina. Nicholas apoyó la espada en la pared y se cruzó de brazos, observando los movimientos de ___________. Ella abrió la nevera preguntándose qué podría preparar para cenar.
—Bueno, al menos es un alivio saber que no piensas castigarme atándome las manos al cabezal de la cama ni nada de eso… —prosiguió—. Así pues, ¿cuál es mi condena?
_____________ resopló furiosa. Quedaba poco tiempo para los preparativos y el inepto de Nicholas le retrasaba la tarea aún más. Una idea pasó por su cabeza.
—Ya sé qué puedes hacer —objetó—. Camina lentamente hasta el garaje, abre la lavadora que encontrarás allí, saca la ropa limpia… ¿lo entiendes todo hasta el momento?
—Creo que sí.
—Vale. Pues después de eso, tiendes la ropa en el jardín trasero, en el tendedero, ¿de acuerdo? Te lo he explicado a prueba de idiotas, así que espero que no tengas ninguna duda al respecto.
Nicholas chasqueó los dedos y sonrió levemente.
—En realidad tengo una duda.
—¡Uf! —__________ alzó la vista al techo de la cocina, presa de la desesperación—. ¿De qué se trata?
—Mi duda es… ¿por qué tengo que tender la ropa de la familia Graham como un vulgar sirviente?
—¡NICHOLAS, PORQUE TODOS DEBEMOS AYUDAR EN CASA Y YO NECESITO PERDERTE DE VISTA UN RATO!
Él dio la impresión de querer añadir algo más, pero, al ver a __________ tan enfadada, decidió que sería mejor no llevarle la contraria en ese momento.
—Está bien —gruñó por lo bajo, y se dirigió hacia el garaje.
No estaba seguro de haber comprendido todo lo que __________ le había ordenado, porque, sencillamente, jamás había tendido ni una sola prenda de ropa. Localizó la lavadora al fondo del garaje y la abrió, apretando la palanca. Sonrió satisfecho. Después encontró una palangana: sacó la ropa de la lavadora y la depositó allí. Una vez terminó, fue hasta la parte trasera del jardín cargado con la palangana repleta de ropa y la dejó en el suelo. Frente a él había unas cuerdas atadas a las ramas de dos árboles, formando tres líneas rectas. Ojeó las pinzas sueltas que se encontraban colgadas ahí.
«Tú puedes hacerlo, Nicholas», se dijo. Cogió una camiseta. Era negra, y en la parte delantera resaltaba el dibujo de una hoja verde de marihuana, así que rápidamente dedujo que pertenecía a Marcus. Suspiró, resentido por tener que llevar a cabo un trabajo tan decadente, dado su blanco historial en las tareas domésticas, y finalmente logró colgarla en la cuerda sujetándola con dos coloridas pinzas.
Tendió una segunda prenda, una tercera, una cuarta, una quinta… y entonces se quedó muy quieto. No pudo evitar sonreír.
—Vaya, vaya, qué interesante… —murmuró con un deje lascivo. Y estiró la goma de unas braguitas de _________.
Eran de color azul intenso, con el dibujo de Piolín en la parte delantera y un letrero en la zona del culo donde se leía: «Sexy girl».
Apenas se dio cuenta cuando la imagen de ________ en ropa interior se apoderó de su mente. Sacudió la cabeza, consternado; ¿en qué estaba
pensando? Suspiró. En realidad debía admitir que se había sentido aliviado tras saber que __________ nunca se había acostado con ninguno de sus muchos novios. Probablemente, incluso empezaba a cogerle un poco de cariño a causa de la intensa convivencia.
Sintiéndose un tanto estúpido, Nicholas tendió las braguitas de __________. Y entonces una pregunta curiosa se apoderó de él, parpadeando como un luminoso cartel de propaganda en su cabeza: ¿qué talla de sujetador utilizaría la chica? No estaba seguro de ello, ya que ____________ solía vestir sudaderas o chaquetas deportivas que ocultaban aquello que Nicholas querría descubrir. Rápidamente rebuscó en la palangana hasta encontrar un sujetador azul que completaba el conjunto de las braguitas de Piolín.
—Pues tampoco está tan mal… —comentó Nicholas en voz alta.
—¿Qué es lo que no está tan mal?
Sorprendido, dejó caer el sujetador al suelo. Era ___________, que le observaba con atención a apenas dos metros de distancia. Estaba de brazos cruzados y, a juzgar por la agria expresión de su rostro, seguía cabreada.
—Decía que…, nada, que no está tan mal esto de tender la ropa —mintió.
—Me alegra. Espero que te sirva de lección y lo hagas más a menudo.
—No lo dudes —añadió, esforzándose por no reír.
—¿Sabes?, hoy estás un poco raro.
—Así soy yo: raro y exclusivo —aclaró.
—No eres exclusivo en el buen sentido de la palabra, Nicholas. En todo caso serías… repulsivo.
Nicholas frunció el ceño, molesto.
—Oye, ¿por qué tienes que pagar conmigo tu mal humor?
—Pero ¿qué demonios te pasa a ti? Esto es lo que hacemos siempre: atacarnos el uno al otro.
—Ya, claro.
—¿No piensas decir nada? ¿Ni siquiera… un nuevo insulto o algo que reprocharme?
—Estoy falto de inspiración.
El enfado de _________ pareció concentrarse en la afilada mirada que le dirigió.
—¡Vete al cuerno, estúpido inglés! —gritó, antes de dirigirse nuevamente hacia el interior de la casa. Nicholas se encogió de hombros, ligeramente confuso por la reacción de _________.
Lo cierto era que ella ya no estaba segura de qué la cabreaba más: si el hecho de que Nicholas se comportase tal como lo harían las personas normales y corrientes o que se dedicase a humillarla y dañarla con sus patéticas ironías. Posiblemente le molestaba todo en general, e hiciese lo que hiciese él, ella jamás estaría satisfecha con el resultado final. Se sentía extraña y más irritable de lo normal tras la conversación sobre sexo que habían mantenido.
FranJones.
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOHHH!!!
YO CREOO QUE YA SE ENAMOORAAAROONNN LOS DOOOSSSS!!!..
AAIIII!!
ME AGRADA LA PERSONALIDAD DE NIICCKK!!!
SII A VECES PARESE NIÑOO !!!
JAJAJAJAJA SIGUELAA
YO CREOO QUE YA SE ENAMOORAAAROONNN LOS DOOOSSSS!!!..
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ME AGRADA LA PERSONALIDAD DE NIICCKK!!!
SII A VECES PARESE NIÑOO !!!
JAJAJAJAJA SIGUELAA
chelis
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
Como tengo tan buen corazón jasgdfas xd Les dejo dos caps por que el que sigue a estos es asjgdsa *-* uno de mis favoritos entonces quiero que lo lean pronto xd si insisten mucho lo subo por que soy muy fácil de convencer (no soy fácil(? ) jksbab ya eso <3
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Capitulo 18 - Instinto salvaje I
—¿Qué más tenemos que hacer? —preguntó Nicholas.
—No te ofendas, pero suena un tanto misterioso que te muestres tan colaborador —objetó _________ con desconfianza.
—Tú con tal de protestar…
—Bueno, está bien, ayúdame a hinchar globos.
—¿Globos? ¿Celebraremos la verdadera edad de Marcus o su edad mental?, porque solo en el segundo caso entiendo el asunto de los coloridos globos.
—Sabía que era demasiado bueno para ser cierto. —Suspiró—. Venga, ¡haz algo! —concluyó, tendiéndole un puñado de globos.
Nicholas los observó con una mueca de repugnancia y los apartó a un lado. __________ puso los ojos en blanco.
—¿Y ahora qué es lo que ocurre, Majestad?
—No esperarás que pose mis delicados labios sobre un trozo de plástico, ¡a saber cuántas manos lo habrán tocado antes! —explotó—. Eres muy descuidada, _____________, especialmente teniendo en cuenta que nos encontramos en medio de una catástrofe higiénica desatada por la gripe de la gallina.
—Tu estúpido discurso me está durmiendo; cállate ya. Está bien, prefiero que no hagas nada —objetó.
—¡Ya te he pillado! Lo haces para luego poder quejarte de lo poco que ayudo.
—¡Pero… si has dicho que no querías hacerlo!
—Claro, ¡ahora pon excusas! —farfulló con expresión dolida—. ¡Eres una manipuladora de cuidado!
—Esto ya es insoportable… —susurró ____________.
—Desde luego, desde luego que eres insoportable. Menos mal que al fin reconoces algo —opinó él—, mi madre siempre dice que ese es el primer paso para solucionar un problema: la aceptación. ¡Bravo, __________!
_________ le dirigió una mueca de profundo asco. Después, conteniendo las ganas de contestarle, cogió un globo de color azul y comenzó a inflarlo hasta que adquirió un tamaño considerable. Hizo un pequeño nudo en el extremo antes de lanzarlo sobre el rostro de Nicholas.
—¿Te has vuelto loca? ¿Por qué me atacas?
Continuó ignorándole e infló otro globo. También ese fue a parar a la cabeza del inglés.
—¿Qué te propones, ___________?
Un tercer globo anaranjado le dio de pleno en la cara. __________ rió. Sin embargo, Nicholas pareció reaccionar. Alzó su señorial mano y la dejó caer sobre el brazo de ella con un manotazo que resonó en el silencio de la estancia. Ella le miró sorprendida.
—¿Acabas de pegarme o me lo he imaginado?
—Te lo merecías.
—¿Qué…?
___________ no pensaba quedarse de brazos cruzados. Arremetió contra él pellizcándole el hombro. Nicholas, sentado en el suelo del comedor de la familia Graham, abrió mucho los ojos.
—¡Eso ha dolido!
—Era mi intención, idiota.
—¡Serás…!
Y se abalanzó sobre ella descaradamente, empujándola a un lado y pellizcándole la mano derecha al mismo tiempo. _____________ logró sobreponerse rodando sobre sí misma y le atestó un puñetazo en la pierna que provocó que Nicholas se retorciese de dolor. En ese momento se desató la guerra, y los pellizcos, manotazos, puñetazos fueron incontables. Un globo explotó cuando Nicholas empujó a ___________ y ella cayó sobre este. Con la mirada repleta de rabia contenida a lo largo de todo el día, ___________ contraatacó tirándose sobre Nicholas, mordiéndole el hombro con ganas. Él gritó e intentó quitársela de encima a base de rodillazos; finalmente, al no conseguirlo de ese modo, rodó sobre sí mismo y terminó tumbado sobre ella. Presionó las manos de ___________ contra el suelo, por encima de su cabeza, con lo que la inmovilizaba.
—¡Quítate de encima, estúpido, me estás aplastando! —se quejó.
Nicholas la miró fijamente. La escasa distancia que separaba sus rostros le permitía distinguir las graciosas pecas que adornaban el contorno de la nariz de ___________, otorgándole un aire aniñado. Ambos respiraban entrecortadamente, como si acabasen de participar en una maratón de varios kilómetros. Él se había despeinado con la pelea, y algunos mechones rubios se escurrían alborotados, rozando la frente de ________ y haciéndole cosquillas. Ella se removió bruscamente, intentando desasirse de las manos de Nicholas, pero él la sujetó todavía con más fuerza, presionando su cuerpo contra el de _________.
—Si te suelto, ¿dejarás de pegarme?
—¡Nunca! —explotó ella, y le dedicó una mirada de profundo odio.
—Entonces tendremos que celebrar el cumpleaños de tu hermano así, tumbados en el suelo del comedor uno encima del otro. —Sonrió con ironía y sus ojos grises parecieron brillar intensamente—. Qué interesante va a ser esto…
Un tenso silencio reinó durante unos segundos que se hicieron eternos. ______________ comenzó a tranquilizarse, y sus ojos se toparon con los rojizos labios entreabiertos de Nicholas, los cuales, curiosamente, se hallaban cada vez más cerca de su rostro. De forma inconsciente, cerró los ojos, despacio, como si estuviese esperando algo. Un beso, quizá.
—¡La hostia!, ¡mira qué bien se lo montan algunos!
Nicholas dio un respingo, sorprendido, y se apartó rápidamente del cuerpo de ___________ para hacerse a un lado. Marcus, acompañado por otros dos jóvenes, les miraba sonriente apoyado en el marco de la puerta.
—Joder con tu hermanita… —objetó uno de sus amigos entre risas.
—¡Oye, esto no es lo que estáis pensando! —logró gritar __________, avergonzada. Se puso de pie y comenzó a sacudirse las ropas.
Nicholas, todavía confuso, imitó sus movimientos.
—Ah, ¿no? —Marcus sonrió ampliamente—. ¿Estudiabais anatomía?
—¡Cállate ya! —se quejó __________. Después se giró resentida hacia Nicholas, apretando los puños—. ¡Todo esto es por tu culpa! ¡Te odio! —exclamó, antes de desaparecer escaleras arriba hacia su habitación.
Nicholas se quedó allí anclado, en medio del comedor, como una marioneta sin dueño, mientras los otros tres le observaban con curiosidad. Marcus se encendió un cigarrillo y le señaló con el dedo.
—No le hagas caso chaval, así son las mujeres, no intentes comprenderlas.
—Seguro que en menos de diez minutos te envía un sms pidiéndote que la perdones o algo parecido —opinó otro de los chicos, que llevaba ambos lados de la cabeza rapados, dejando que en medio creciese una cresta de pelo parecida a la de las gallinas, al estilo punk—. Y si no lo hace, le compras una rosa fea de esas y todo solucionado.
Nicholas parpadeó confundido.
—No… no, nosotros no estamos juntos.
Marcus le miró de reojo. Después sonrió y el humo de la calada que acababa de darle al cigarro se escurrió entre sus labios.
—Pues casi mejor. A mi hermana siempre le han ido las relaciones liberales.
—En realidad, lo que quería decir es que no tenemos ningún tipo de relación.
—Ya, claro, y yo voy a la universidad… ¡no te jode! —respondió Marcus, lo que provocó que sus amigos prorrumpiesen en sonoras carcajadas.
Los tres pasaron por delante de él y se dejaron caer sobre el sofá. El de la cresta comenzó a liarse un porro mientras el otro buscaba algo interesante en la televisión. Nicholas recordó algo y se sentó en el sillón, cerca de ellos.
—Marcus… ¿no se suponía que tú estudiabas? —preguntó.
Él le dirigió una mirada divertida. Los tres volvieron a reír al unísono.
—Eso creen mis padres —explicó—. En realidad no hago nada. Pero si piensan que estudio me pagan mis gastos diarios, así no tengo que ponerme a trabajar —detalló—. Y _________ me encubre a cambio de que yo la encubra a ella. Ya sabes, les dice a mis padres que sale conmigo por las noches, pero luego se va con sus amigos.
Nicholas le miró alarmado, abriendo mucho los ojos. No podía creer que le hiciesen aquello a la pobre Abigail, con lo bien que se había portado con él. Suspiró, sintiéndose extraño por el simple hecho de estar preocupado por los problemas de otras personas que poco o nada deberían importarle.
—¿No te sientes culpable?
—¿Culpable de qué…? —Y encendió la PlayStation.
—Nada, déjalo.
—Bueno, chavalote, ¿cómo te llamas? —preguntó el chico de la cresta.
Nicholas le miró de arriba abajo antes de contestar: vestía unas mallas agujereadas que se ajustaban al contorno de sus delgadas piernas y contrastaban con la chaqueta de cuero repleta de remaches y parches diversos cosidos aquí y allá del modo más desordenado posible. El inglés tragó saliva despacio.
—Me llamo Nicholas… —respondió al fin.
—Encantado. —El punk le tendió una mano, y Nicholas creyó que se desmayaría al estrechársela. Afortunadamente, solo se sintió ligeramente mareado cuando lo hizo—. Yo soy Esko.
—¿Esko? —preguntó, pensando que se trataba de una broma.
—Sí. Es un mote, me lo pusieron porque mi grupo favorito de música es Eskorbuto —aclaró felizmente—. Y este es Leo. Es un poco callado —añadió.
El tal Leo también le tendió la mano, mostrándole un amago de sonrisa. Parecía más normal que el otro, aunque vestía de un modo raro: pantalones anchos, sudadera ancha, todo ancho en general…
—Bueno, ¿ya habéis preparado la cena? —le preguntó Marcus—. Ten, anda, fuma un poco —le tendió el porro.
—No, gracias. —Suspiró—. Yo… creo que será mejor que suba y hable con tu hermana.
—¡Así me gusta! Tú dale caña, chaval. A las chicas les gusta que las hagan sufrir, son así de raras.
Nicholas se dirigió hacia el baño a toda prisa mientras Marcus seguía hablando. Lo primero que hizo fue lavarse las manos tres veces seguidas, después de los afectuosos saludos de Esko y Leo. Si todos los amigos de Marcus eran como aquellos, estaba seguro de que pasaría la peor noche de su vida. Se miró al espejo y se propuso ser fuerte. Aquello era la selva, y debía sacar a flote su instinto salvaje para lograr sobrevivir en medio del caos.
Después se dirigió al cuarto de _____________. Entró sin llamar a la puerta.
—Pero ¿qué haces? —__________ le lanzó un despertador, que chocó contra la pared, a unos centímetros de su cabeza—. Avisa antes de entrar, podría haber estado cambiándome.
—Tampoco vería nada del otro mundo. —Se encogió de hombros.
—¡No te soporto más!
—Oye, que vengo en son de paz.
—Métete esa paz por donde te quepa.
—La paz es un concepto abstracto, no puede depositarse en ningún lugar concreto, ¿entiendes?
—¡Por Dios, lo que una tiene que aguantar! —Alzó la vista al cielo, desesperada.
—Mira, quizá deberíamos intentar llevarnos bien durante las próximas horas. No quiero morir en pleno cumpleaños de tu hermano y, ciertamente, esos tipos parecen estar a punto de atacarme de un momento a otro. Temo por mi vida.
—Todo lo haces siempre por interés —se quejó _______.
—¡Pero es un interés positivo!
—¿Sabes?, ya me he cansado; esta vez no pienso ayudarte.
Fijó sus ojos en Nicholas y esperó encontrar tristeza y desolación en su rostro; sin embargo, él sonreía de un modo misterioso.
—Como quieras, tendremos que ir a malas entonces —dijo—; por explicarlo de otro modo: si no me ayudas contaré la verdad sobre la falsa vida estudiantil de Marcus y tus habituales salidas nocturnas.
__________ abrió la boca de par en par, alucinada. ¿De dónde había sacado el inglés aquella información? Seguramente al tonto de su hermano se le habría escapado. Nicholas supo que ella se encontraba entre la espada y la pared.
—Y ahora, mi querida __________, es hora de hacer la cena —anunció, con una enigmática sonrisa en su rostro—. Yo supervisaré que todo salga bien; ¡venga, andando!, ya basta de vaguear.
—¡Serás…!
—¿Qué soy, _____________? —preguntó, con un deje amenazador en la voz.
—Eres sencillamente… adorable —masculló ella.
—Gracias.
Nicholas se dirigió hacia la escalera, y ___________ se levantó dispuesta a seguirle. No tenía otra opción.
—Capullo. Eres un capullo, eso quería decir —añadió en un susurro que el inglés no llegó a oír.
Una vez en la cocina, ___________ abrió la nevera y observó el interior. Miró a Nicholas.
—A ver, ¿cuántas hamburguesas necesitaremos…? —preguntó ____________- en voz alta, pensativa.
Nicholas la miró asustado.
—¿Hambur… qué?
—Hamburguesas.
—¡Aparta, niña cutre! —exclamó, le dio un empujón y la hizo a un lado bruscamente—. ¡Hamburguesas, dice! ¡Ni que estuviéramos en un bareto de mala muerte, en mitad de la carretera, en medio de la nada! —farfulló—. ¿Qué será lo próximo?, ¿patatas fritas con katchup, ketchup… o como se diga?
—Se llama Ketchup, y sí, realmente pensaba hacer patatas fritas.
—¡Oh! —Se llevó una mano al pecho—. Me agotas. Eres una cría, ____________, ¡vete a jugar con tus braguitas de Piolín!
____________ frunció el ceño, confusa.
—¿Qué has dicho?
Él se giró y la miró fijamente. El gris de sus ojos parecía más claro, como si la frialdad se hubiese disipado.
—Bragas, calzoncillos… ¡Baja de las nubes, __________! Todo el mundo usa ropa interior… menos tu hermano, por descontado.
—¡Eh, no me cambies de tema!
—¡No!, ¡no me cambies de tema tú! ¿Aquí quién es el jefe?, pensaba que eso ya había quedado claro en la habitación —añadió—. Anda, niña, ve sacando la masa para hacer los canapés.
___________ se cruzó de brazos y le miró como si estuviese completamente loco.
—¿He oído bien?
—No lo sé, eso tendrás que preguntárselo a tu otorrino —comentó—. Pero no dudes de mi pronunciación, mi dicción es perfecta.
Ella se echó a reír.
—¿Eres consciente de que ni con diez bandejas de tus ridículos canapés lograrás saciar el apetito de los amigos de Marcus?
—Ese no es mi problema: eres tú quien tiene que hacerlos… —le recordó—. Yo solo te diré de qué los tienes que rellenar —añadió con un ligero retintín.
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Capitulo 18 - Instinto salvaje I
—¿Qué más tenemos que hacer? —preguntó Nicholas.
—No te ofendas, pero suena un tanto misterioso que te muestres tan colaborador —objetó _________ con desconfianza.
—Tú con tal de protestar…
—Bueno, está bien, ayúdame a hinchar globos.
—¿Globos? ¿Celebraremos la verdadera edad de Marcus o su edad mental?, porque solo en el segundo caso entiendo el asunto de los coloridos globos.
—Sabía que era demasiado bueno para ser cierto. —Suspiró—. Venga, ¡haz algo! —concluyó, tendiéndole un puñado de globos.
Nicholas los observó con una mueca de repugnancia y los apartó a un lado. __________ puso los ojos en blanco.
—¿Y ahora qué es lo que ocurre, Majestad?
—No esperarás que pose mis delicados labios sobre un trozo de plástico, ¡a saber cuántas manos lo habrán tocado antes! —explotó—. Eres muy descuidada, _____________, especialmente teniendo en cuenta que nos encontramos en medio de una catástrofe higiénica desatada por la gripe de la gallina.
—Tu estúpido discurso me está durmiendo; cállate ya. Está bien, prefiero que no hagas nada —objetó.
—¡Ya te he pillado! Lo haces para luego poder quejarte de lo poco que ayudo.
—¡Pero… si has dicho que no querías hacerlo!
—Claro, ¡ahora pon excusas! —farfulló con expresión dolida—. ¡Eres una manipuladora de cuidado!
—Esto ya es insoportable… —susurró ____________.
—Desde luego, desde luego que eres insoportable. Menos mal que al fin reconoces algo —opinó él—, mi madre siempre dice que ese es el primer paso para solucionar un problema: la aceptación. ¡Bravo, __________!
_________ le dirigió una mueca de profundo asco. Después, conteniendo las ganas de contestarle, cogió un globo de color azul y comenzó a inflarlo hasta que adquirió un tamaño considerable. Hizo un pequeño nudo en el extremo antes de lanzarlo sobre el rostro de Nicholas.
—¿Te has vuelto loca? ¿Por qué me atacas?
Continuó ignorándole e infló otro globo. También ese fue a parar a la cabeza del inglés.
—¿Qué te propones, ___________?
Un tercer globo anaranjado le dio de pleno en la cara. __________ rió. Sin embargo, Nicholas pareció reaccionar. Alzó su señorial mano y la dejó caer sobre el brazo de ella con un manotazo que resonó en el silencio de la estancia. Ella le miró sorprendida.
—¿Acabas de pegarme o me lo he imaginado?
—Te lo merecías.
—¿Qué…?
___________ no pensaba quedarse de brazos cruzados. Arremetió contra él pellizcándole el hombro. Nicholas, sentado en el suelo del comedor de la familia Graham, abrió mucho los ojos.
—¡Eso ha dolido!
—Era mi intención, idiota.
—¡Serás…!
Y se abalanzó sobre ella descaradamente, empujándola a un lado y pellizcándole la mano derecha al mismo tiempo. _____________ logró sobreponerse rodando sobre sí misma y le atestó un puñetazo en la pierna que provocó que Nicholas se retorciese de dolor. En ese momento se desató la guerra, y los pellizcos, manotazos, puñetazos fueron incontables. Un globo explotó cuando Nicholas empujó a ___________ y ella cayó sobre este. Con la mirada repleta de rabia contenida a lo largo de todo el día, ___________ contraatacó tirándose sobre Nicholas, mordiéndole el hombro con ganas. Él gritó e intentó quitársela de encima a base de rodillazos; finalmente, al no conseguirlo de ese modo, rodó sobre sí mismo y terminó tumbado sobre ella. Presionó las manos de ___________ contra el suelo, por encima de su cabeza, con lo que la inmovilizaba.
—¡Quítate de encima, estúpido, me estás aplastando! —se quejó.
Nicholas la miró fijamente. La escasa distancia que separaba sus rostros le permitía distinguir las graciosas pecas que adornaban el contorno de la nariz de ___________, otorgándole un aire aniñado. Ambos respiraban entrecortadamente, como si acabasen de participar en una maratón de varios kilómetros. Él se había despeinado con la pelea, y algunos mechones rubios se escurrían alborotados, rozando la frente de ________ y haciéndole cosquillas. Ella se removió bruscamente, intentando desasirse de las manos de Nicholas, pero él la sujetó todavía con más fuerza, presionando su cuerpo contra el de _________.
—Si te suelto, ¿dejarás de pegarme?
—¡Nunca! —explotó ella, y le dedicó una mirada de profundo odio.
—Entonces tendremos que celebrar el cumpleaños de tu hermano así, tumbados en el suelo del comedor uno encima del otro. —Sonrió con ironía y sus ojos grises parecieron brillar intensamente—. Qué interesante va a ser esto…
Un tenso silencio reinó durante unos segundos que se hicieron eternos. ______________ comenzó a tranquilizarse, y sus ojos se toparon con los rojizos labios entreabiertos de Nicholas, los cuales, curiosamente, se hallaban cada vez más cerca de su rostro. De forma inconsciente, cerró los ojos, despacio, como si estuviese esperando algo. Un beso, quizá.
—¡La hostia!, ¡mira qué bien se lo montan algunos!
Nicholas dio un respingo, sorprendido, y se apartó rápidamente del cuerpo de ___________ para hacerse a un lado. Marcus, acompañado por otros dos jóvenes, les miraba sonriente apoyado en el marco de la puerta.
—Joder con tu hermanita… —objetó uno de sus amigos entre risas.
—¡Oye, esto no es lo que estáis pensando! —logró gritar __________, avergonzada. Se puso de pie y comenzó a sacudirse las ropas.
Nicholas, todavía confuso, imitó sus movimientos.
—Ah, ¿no? —Marcus sonrió ampliamente—. ¿Estudiabais anatomía?
—¡Cállate ya! —se quejó __________. Después se giró resentida hacia Nicholas, apretando los puños—. ¡Todo esto es por tu culpa! ¡Te odio! —exclamó, antes de desaparecer escaleras arriba hacia su habitación.
Nicholas se quedó allí anclado, en medio del comedor, como una marioneta sin dueño, mientras los otros tres le observaban con curiosidad. Marcus se encendió un cigarrillo y le señaló con el dedo.
—No le hagas caso chaval, así son las mujeres, no intentes comprenderlas.
—Seguro que en menos de diez minutos te envía un sms pidiéndote que la perdones o algo parecido —opinó otro de los chicos, que llevaba ambos lados de la cabeza rapados, dejando que en medio creciese una cresta de pelo parecida a la de las gallinas, al estilo punk—. Y si no lo hace, le compras una rosa fea de esas y todo solucionado.
Nicholas parpadeó confundido.
—No… no, nosotros no estamos juntos.
Marcus le miró de reojo. Después sonrió y el humo de la calada que acababa de darle al cigarro se escurrió entre sus labios.
—Pues casi mejor. A mi hermana siempre le han ido las relaciones liberales.
—En realidad, lo que quería decir es que no tenemos ningún tipo de relación.
—Ya, claro, y yo voy a la universidad… ¡no te jode! —respondió Marcus, lo que provocó que sus amigos prorrumpiesen en sonoras carcajadas.
Los tres pasaron por delante de él y se dejaron caer sobre el sofá. El de la cresta comenzó a liarse un porro mientras el otro buscaba algo interesante en la televisión. Nicholas recordó algo y se sentó en el sillón, cerca de ellos.
—Marcus… ¿no se suponía que tú estudiabas? —preguntó.
Él le dirigió una mirada divertida. Los tres volvieron a reír al unísono.
—Eso creen mis padres —explicó—. En realidad no hago nada. Pero si piensan que estudio me pagan mis gastos diarios, así no tengo que ponerme a trabajar —detalló—. Y _________ me encubre a cambio de que yo la encubra a ella. Ya sabes, les dice a mis padres que sale conmigo por las noches, pero luego se va con sus amigos.
Nicholas le miró alarmado, abriendo mucho los ojos. No podía creer que le hiciesen aquello a la pobre Abigail, con lo bien que se había portado con él. Suspiró, sintiéndose extraño por el simple hecho de estar preocupado por los problemas de otras personas que poco o nada deberían importarle.
—¿No te sientes culpable?
—¿Culpable de qué…? —Y encendió la PlayStation.
—Nada, déjalo.
—Bueno, chavalote, ¿cómo te llamas? —preguntó el chico de la cresta.
Nicholas le miró de arriba abajo antes de contestar: vestía unas mallas agujereadas que se ajustaban al contorno de sus delgadas piernas y contrastaban con la chaqueta de cuero repleta de remaches y parches diversos cosidos aquí y allá del modo más desordenado posible. El inglés tragó saliva despacio.
—Me llamo Nicholas… —respondió al fin.
—Encantado. —El punk le tendió una mano, y Nicholas creyó que se desmayaría al estrechársela. Afortunadamente, solo se sintió ligeramente mareado cuando lo hizo—. Yo soy Esko.
—¿Esko? —preguntó, pensando que se trataba de una broma.
—Sí. Es un mote, me lo pusieron porque mi grupo favorito de música es Eskorbuto —aclaró felizmente—. Y este es Leo. Es un poco callado —añadió.
El tal Leo también le tendió la mano, mostrándole un amago de sonrisa. Parecía más normal que el otro, aunque vestía de un modo raro: pantalones anchos, sudadera ancha, todo ancho en general…
—Bueno, ¿ya habéis preparado la cena? —le preguntó Marcus—. Ten, anda, fuma un poco —le tendió el porro.
—No, gracias. —Suspiró—. Yo… creo que será mejor que suba y hable con tu hermana.
—¡Así me gusta! Tú dale caña, chaval. A las chicas les gusta que las hagan sufrir, son así de raras.
Nicholas se dirigió hacia el baño a toda prisa mientras Marcus seguía hablando. Lo primero que hizo fue lavarse las manos tres veces seguidas, después de los afectuosos saludos de Esko y Leo. Si todos los amigos de Marcus eran como aquellos, estaba seguro de que pasaría la peor noche de su vida. Se miró al espejo y se propuso ser fuerte. Aquello era la selva, y debía sacar a flote su instinto salvaje para lograr sobrevivir en medio del caos.
Después se dirigió al cuarto de _____________. Entró sin llamar a la puerta.
—Pero ¿qué haces? —__________ le lanzó un despertador, que chocó contra la pared, a unos centímetros de su cabeza—. Avisa antes de entrar, podría haber estado cambiándome.
—Tampoco vería nada del otro mundo. —Se encogió de hombros.
—¡No te soporto más!
—Oye, que vengo en son de paz.
—Métete esa paz por donde te quepa.
—La paz es un concepto abstracto, no puede depositarse en ningún lugar concreto, ¿entiendes?
—¡Por Dios, lo que una tiene que aguantar! —Alzó la vista al cielo, desesperada.
—Mira, quizá deberíamos intentar llevarnos bien durante las próximas horas. No quiero morir en pleno cumpleaños de tu hermano y, ciertamente, esos tipos parecen estar a punto de atacarme de un momento a otro. Temo por mi vida.
—Todo lo haces siempre por interés —se quejó _______.
—¡Pero es un interés positivo!
—¿Sabes?, ya me he cansado; esta vez no pienso ayudarte.
Fijó sus ojos en Nicholas y esperó encontrar tristeza y desolación en su rostro; sin embargo, él sonreía de un modo misterioso.
—Como quieras, tendremos que ir a malas entonces —dijo—; por explicarlo de otro modo: si no me ayudas contaré la verdad sobre la falsa vida estudiantil de Marcus y tus habituales salidas nocturnas.
__________ abrió la boca de par en par, alucinada. ¿De dónde había sacado el inglés aquella información? Seguramente al tonto de su hermano se le habría escapado. Nicholas supo que ella se encontraba entre la espada y la pared.
—Y ahora, mi querida __________, es hora de hacer la cena —anunció, con una enigmática sonrisa en su rostro—. Yo supervisaré que todo salga bien; ¡venga, andando!, ya basta de vaguear.
—¡Serás…!
—¿Qué soy, _____________? —preguntó, con un deje amenazador en la voz.
—Eres sencillamente… adorable —masculló ella.
—Gracias.
Nicholas se dirigió hacia la escalera, y ___________ se levantó dispuesta a seguirle. No tenía otra opción.
—Capullo. Eres un capullo, eso quería decir —añadió en un susurro que el inglés no llegó a oír.
Una vez en la cocina, ___________ abrió la nevera y observó el interior. Miró a Nicholas.
—A ver, ¿cuántas hamburguesas necesitaremos…? —preguntó ____________- en voz alta, pensativa.
Nicholas la miró asustado.
—¿Hambur… qué?
—Hamburguesas.
—¡Aparta, niña cutre! —exclamó, le dio un empujón y la hizo a un lado bruscamente—. ¡Hamburguesas, dice! ¡Ni que estuviéramos en un bareto de mala muerte, en mitad de la carretera, en medio de la nada! —farfulló—. ¿Qué será lo próximo?, ¿patatas fritas con katchup, ketchup… o como se diga?
—Se llama Ketchup, y sí, realmente pensaba hacer patatas fritas.
—¡Oh! —Se llevó una mano al pecho—. Me agotas. Eres una cría, ____________, ¡vete a jugar con tus braguitas de Piolín!
____________ frunció el ceño, confusa.
—¿Qué has dicho?
Él se giró y la miró fijamente. El gris de sus ojos parecía más claro, como si la frialdad se hubiese disipado.
—Bragas, calzoncillos… ¡Baja de las nubes, __________! Todo el mundo usa ropa interior… menos tu hermano, por descontado.
—¡Eh, no me cambies de tema!
—¡No!, ¡no me cambies de tema tú! ¿Aquí quién es el jefe?, pensaba que eso ya había quedado claro en la habitación —añadió—. Anda, niña, ve sacando la masa para hacer los canapés.
___________ se cruzó de brazos y le miró como si estuviese completamente loco.
—¿He oído bien?
—No lo sé, eso tendrás que preguntárselo a tu otorrino —comentó—. Pero no dudes de mi pronunciación, mi dicción es perfecta.
Ella se echó a reír.
—¿Eres consciente de que ni con diez bandejas de tus ridículos canapés lograrás saciar el apetito de los amigos de Marcus?
—Ese no es mi problema: eres tú quien tiene que hacerlos… —le recordó—. Yo solo te diré de qué los tienes que rellenar —añadió con un ligero retintín.
FranJones.
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
Capitulo 19 - Instinto salvaje II
—Dame el teléfono del supermercado —le pidió Nicholas.
—¿Qué…?, ¿qué piensas hacer, pequeño demente?
—Pediré que traigan a casa masa de canapé preparada.
__________ se cruzó de brazos y le miró como si acabase de volverse completamente loco. Suspiró largamente.
—Mira, Nicholas, en el diminuto supermercado de la urbanización no hacen pedidos a domicilio.
—Entonces esta vez será la excepción —repuso él, sonriente—. Venga, no me cuentes historias y dame el teléfono.
_________ puso los ojos en blanco, antes de desaparecer hacia el comedor en busca de la guía telefónica. Allí se encontró con su hermano, Esko y Leo, que reían sin cesar mientras veían anonadados el programa ¿Quién quiere ser millonario? ___________ no encontró la gracia del asunto y supuso que ya habrían fumado más de la cuenta.
—¿Estás con tu amiguito? —le preguntó Marcus, dirigiéndole una sonrisa ligeramente maliciosa.
—No es mi amiguito —repuso ___________—. Y, en el remoto caso de que lo fuera, no sería asunto tuyo.
—Mientras os lo sigáis montando sobre la alfombra del comedor, será asunto mío —le indicó su hermano—. ¡En esta casa tenéis habitaciones de sobra para hacer gorrinadas, no hace falta que nos restreguéis vuestra feliz vida sexual! —gritó, y después rió atropelladamente, acompañado por las estridentes carcajadas de los otros dos.
—Marcus, creo que deberías dejar de fumar.
—¡Pero si la fiesta solo acaba de empezar! Espera a que lleguen los demás…
_____________ cogió la guía telefónica y salió de allí dando un fuerte portazo. Estaba cabreada con el mundo en general. Nicholas tenía la culpa de todo. Antes de que el inglés llegase allí a pasar las vacaciones todo había ido sobre ruedas, sin problemas. Ahora, contrariamente, las cosas comenzaban a torcerse más de lo debido.
—¿Ya tienes el maldito teléfono? —preguntó Nicholas en cuanto ella entró en la cocina.
—Sí, aquí lo tienes —contestó ___________, lanzándole la gruesa guía telefónica.
Nicholas logró cogerla al vuelo, pero dio un paso atrás, asustado.
—¿Quieres matarme? —Hojeó las páginas de la enorme guía—. ¿Y cómo narices pretendes que encuentre aquí el número del supermercado? ¡Búscalo tú!
Le tiró la guía, que de nuevo voló por los aires como si se tratase de una pelota de goma. _________ no consiguió alcanzarla y retumbó estridentemente sobre el suelo de la cocina.
—¡Estúpido! —le gritó al recogerla.
Respiró agitada, mientras buscaba el teléfono del supermercado y prometió que, una vez lograse preparar adecuadamente el cumpleaños de Marcus, también se dedicaría a celebrarlo por todo lo alto. Pensaba darse la fiesta de su vida. Es más: necesitaba urgentemente esa fiesta. Debía despejarse de todos aquellos insufribles días.
—Aquí lo tienes —le dijo cuando lo encontró y se lo señaló con la punta del dedo.
Él sonrió satisfecho. Cogió el teléfono, marcó el número y esperó una respuesta.
—¿Oiga?, ¿hablo con el supermercado? —preguntó—. Ah, perfecto. Soy
el señor Nicholas, me gustaría hacerles un pedido a domicilio.
_______________ le observó mientras él permanecía en silencio, escuchando al parecer las palabras de uno de los encargados.
—Ya sé que no tienen ese servicio para clientes, pero pienso que podría hacer una excepción. —Suspiró—. Verá, las excepciones suelen ser bien recompensadas, usted ya me entiende…
Hubo unos instantes tensos. Y después, sorprendentemente, Nicholas comenzó a indicarle la dirección de la casa y qué deseaba comprar. Luego colgó y le lanzó a ____________ una mirada rebosante de orgullo.
—¿Ves? No era tan difícil —le dijo.
—Le has sobornado —farfulló la joven.
—Lo sé. —Chasqueó los dedos—. Recuerda esto, _________: el dinero puede con todo.
—Me das asco.
—Apuesto lo que sea a que mi dinero también puede con tu asco —repuso Nicholas, con ademán reflexivo.
______________ pasó el resto de la tarde siguiendo las instrucciones de Nicholas. Preparó el relleno de los canapés y aguantó sus continuas quejas.
—No puedo creer que ni siquiera tengáis un poco de caviar —decía—. Sinceramente, teniendo en cuenta los nefastos ingredientes, no sé si estos canapés serán comestibles.
______________ fingió no escucharle y continuó mezclando atún con tomate en un pequeño cuenco. Aproximadamente media hora después, los canapés estaban preparados y listos para hornear. __________ contempló las dos bandejas repletas con cierta duda. Vendría mucha gente, incluidos sus amigos, así que supuso que los ridículos canapés no llenarían siquiera el estómago de dos personas.
—Vale, mételos en el horno —continuó Nicholas, disfrutando como nadie del hecho de poder dar una orden tras otra—. Será mejor que vaya subiendo a mi habitación para arreglarme —añadió.
____________ se giró tras cerrar la puerta del horno y le miró fijamente.
—Nicholas, hazme un favor: no te arregles demasiado —le pidió—. Solo lo justo, ¿entiendes? Iremos después a una discoteca que está en el pueblo de al lado. No hace falta que te vistas de etiqueta.
—Eso ya lo sabía… —susurró él con desdén.
__________ rió tímidamente cuando él desapareció de la cocina, advirtiendo que no lo sabía. Ciertamente, minutos atrás, al subir a la planta de arriba para ir al baño, había divisado un perfecto esmoquin (o algo parecido) tendido sobre la cama de Nicholas; bien preparado de antemano. El inglés era tan… previsible.
Antes de ir ella también a vestirse, sacó dos pizzas de la nevera y las metió en la parte inferior del horno, omitiendo los consejos de Nicholas. Estuvo a punto de ponerse a freír patatas, pero supuso que ya era demasiado tarde y los invitados aparecerían en breve.
Una vez en su cuarto, se puso unos vaqueros ajustados y para la parte de arriba eligió una camiseta de tirantes que se cruzaban en la espalda de color marrón, a conjunto con las botas. Suspiró, dejando atrás su sudadera y doblándola sobre la cama. Después se dirigió directa hacia el baño y, justo cuando estaba a punto de abrir la puerta, se cruzó con Nicholas.
—Aparta —le espetó él, dándole un empujón y entrando en el baño.
—¡Eh, pero te has colado!
—Pues te fastidias.
Iba a cerrarle la puerta en las narices, pero ___________ colocó el pie entre esta y el marco justo a tiempo. Él entrecerró los ojos y un brillo grisáceo pareció emanar de ellos.
—Quita el pie de ahí —exigió. Y entonces la miró de arriba abajo. Lentamente una sonrisilla malévola apareció en sus labios—. Por cierto, bonito escote.
—¡Cállate, idiota! —se quejó ella, llevándose una mano al pecho.
—Pensaba que eras una tabla de surf. —Volvió a sonreír—. Me has estado engañando, ¿eh?
__________ respiró hondo y alzó la vista hasta el techo del pasillo, rogándole al Dios que la había abandonado en aquel aeropuerto, cuando él llegó a Estados Unidos, que regresara y la salvara de una muerte segura.
—¿Te importa si compartimos el baño? —preguntó ella, intentando aparentar amabilidad—. Tengo que peinarme. Si no, nos quedaremos aquí en la puerta hasta la madrugada.
—Está bien. —Nicholas abrió un poco la puerta—. Pero que conste que soy como los seguratas de las discotecas: el pase se acepta o se deniega según el tamaño del escote.
—Eres un cerdo, Nicholas —atajó ella, apartándole a un lado y entrando.
Él se colocó detrás de _________, mientras ella se situaba frente al espejo y comenzaba a cepillarse el cabello con ahínco. Nicholas bajó la vista y observó el contorno del trasero de la chica. Era la primera vez que se vestía con una prenda tan ajustada como para que pudiese hacer sus cálculos anatómicos. No estaba tan mal. Pero, claro, era __________, y eso sí estaba mal.
—No te preocupes, sabes perfectamente que yo jamás te tocaría
—respondió él—. No estoy tan desesperado como para rebajarme hasta tu nivel.
_____________ le ignoró y continuó peinándose, con Nicholas a su lado, apenas a unos centímetros de distancia, evaluando cómo intentaba recogerse el pelo en una especie de moño desenfadado.
—No te queda bien —le indicó él.
—¿Te importaría dejar de humillarme? —se quejó __________, malhumorada. Su paciencia se agotaba por momentos.
—No es eso. —Nicholas frunció los labios, como si le costase pronunciar las palabras que pensaba decir—. Es que el pelo suelto te favorece más —concluyó.
___________ se giró hacia él y dejó de colocarse horquillas negras en el contorno del moño.
—¿Lo dices en serio? —Se evaluó frente al espejo, observándose de perfil e intentando decidir qué hacer—. Hum… puede que tengas razón.
Finalmente se quitó las horquillas y dejó que la melena color castaño oscuro se deslizase libremente por su espalda. James observó las ondulaciones del cabello en silencio, pensativo.
—¿Me lo plancho? —preguntó __________, ansiosa por recibir más consejos de belleza por parte de un hombre. Tenía la seguridad de que eran más sinceros que sus propias amigas.
—¿Y a mí qué me cuentas? —contestó él, volviendo a su antipático estado natural. Contempló el decepcionado rostro de _________—. Bueno, no, no te lo planches. Está mejor así.
Ella sonrió tímidamente, y él deseó que la tierra se lo tragase. No le gustaba estar en aquel baño con _____________, pues era una extraña situación que daba a entender lo bien que se llevaban, la confianza que tenían el uno en el otro y la intimidad que reinaba en la relación. Todo falso, obviamente.
—¿Te falta mucho? —insistió—. Quiero mear. Y no pienso hacerlo delante de ti, por mucho que lo desees.
______________ le dedicó una mueca de asco, y la situación pareció volver a la normalidad.
—Me das asco —masculló—. Ya me marcho, tranquilo.
Se fue poco después, dejándole a solas. Nicholas corrió el pestillo de la puerta. Se miró al espejo y con un poco de agua despuntó los mechones rubios que danzaban de un lado a otro. _____________ le había indicado que no debía arreglarse demasiado, así que intentó dotar su pelo de un toque desenfadado. Se había vestido concienzudamente con unos vaqueros corrientes (doscientos cincuenta dólares) y una camisa gris que conjuntaba con el color de sus ojos. Se desabrochó los primeros dos botones de la camisa y respiró hondo.
Estaba nervioso. Aquella noche debía enfrentarse a muchas cosas, no solo a la idiota de ___________. Tendría que ver de nuevo a sus amigos (sin contar con la idea de conocer a los amigos de Marcus). Todavía recordaba a Cloe, la loca que pretendía llevarlo a su habitación para que hiciesen una película no apta para todos los públicos; Charles, el joven macarra que siempre parecía estar a punto de cometer un atraco y le trataba como si fuesen hermanos y se conociesen de toda la vida; Nixie, la loca que afirmaba continuamente lo guapo que era Marcus (Nicholas sintió un leve escalofrío al recordarlo). Pero, por encima de todos ellos, le preocupaba tener que volver a encontrarse con Matt.
Matt era su contrincante. Vestía bien, tenía la piel cuidada y era elegante y rico. Le odió en cuanto le vio por primera vez. Además, Matt llevaba enamorado de _____________ muchos años, y a Nicholas había dejado de parecerle gracioso ese asunto. Matt era una mosca que sus pulcros zapatos debían aplastar sin compasión. Nicholas sonrió frente al espejo, sintiéndose más seguro tras su último pensamiento.
—¿Te has ahogado en el retrete? —preguntó __________, gritando tras la puerta a bocajarro—. Eres tan tonto que no me sorprendería, la verdad.
—No, querida __________. —Nicholas sonrió, apoyando ambas manos en el lavabo y pensando en su próximo comentario—. Estoy ocupado… aliviando ciertas necesidades… sexuales. —Apretó los labios, aguantando una sonora carcajada—. Si quieres entras y me echas una mano; nunca mejor dicho.
—¡Guarro! ¡Serás…! ¡Arg, te odio! —exclamó, consternada—. Por tu bien, espero que sea una de tus estúpidas bromas.
Nicholas abrió la puerta del baño de golpe, disipando las dudas de ___________. Le dedicó una amplia sonrisa y le tocó la punta de la nariz con uno de sus largos dedos.
—Seguro que ya estabas fantaseando, ¿eh, pillina? —le dijo.
_________ frunció el entrecejo.
—En realidad, prefiero fantasear sobre lo mal que lo vas a pasar esta noche.
Y acto seguido comenzó a caminar escaleras abajo. A Nicholas no le agradó su último comentario. Siguió los pasos de __________ algo enfurruñado e intentando calmarse. Era complicado controlarse en ciertas situaciones que nunca había tenido que vivir. La vida americana le parecía el caos más absoluto jamás conocido.
Llamaron al timbre de la puerta. Marcus, junto con sus dos amigos, se levantó al fin del sofá (al cual podría haberse pegado; Nicholas trazó una nota mental al respecto: no volver a sentarse ahí bajo ningún concepto). Cuando la puerta se abrió y un montón de extraños energúmenos empezaron a colarse en la casa de la familia Graham, Nicholas pensó que se trataba de un atraco a mano armada.
—Bienvenidos —dijo ____________.
—¿Les das la bienvenida a ellos? —le preguntó Nicholas, en susurros, mientras señalaba al grupo. Necesitaba cerciorase de que aquellos eran invitados.
—Mantén la boca cerrada.
Los ojos de Nicholas danzaban de un lado a otro, contemplando el desastre que se iba desatando a su alrededor. Una chica con el cabello de color rosa chicle le dio dos besos y se presentó.
—Soy Amy —le dedicó una sonrisa.
—Ah, pues qué bien —contestó Nicholas, confundido.
—Él es Nicholas —añadió _________ rápidamente, sacándole del apuro—. Perdona, es un poco tímido.
—¡Oh, no tiene importancia! —Amy rió.
Nicholas no podía apartar la vista de ella, con ese color tan llamativo de pelo. Era como si le hubiese hipnotizado.
Había mucha gente. Dos jóvenes que también llevaban rastas, aunque más finas que las de Marcus; dos chicas gemelas, ambas igual de feas, según catalogó el inglés rápidamente; y un joven que parecía recién salido de un psiquiátrico de alto riesgo. Iba completamente vestido de negro y calzaba unas enormes botas militares. Su cazadora (negra, al igual que todo lo demás) estaba repleta de remaches y cadenas de plata que colgaban por doquier. El chico en sí era un arma andante. Por si aquello fuese poco, un flequillo ladeado ocultaba la mitad de su pálido rostro, sobre el cual apenas cabía un piercing más. Era alto, aunque excesivamente delgado. Así que, cuando ______________ cogió al chico de la mano y lo arrastró hacia Nicholas con la intención de presentárselo, a este le entraron verdaderas ganas de convertirse en una versión moderna de Forrest Gump y echar a correr a toda velocidad.
Sin embargo, el cabello rosa fucsia de Amy seguía ejerciendo cierto control mental sobre él, por lo cual se contuvo y permaneció muy quieto, adivinando que se avecinaba una de las noches más extrañas de su vida.
—Mira, él es Nicholas, el estudiante inglés que ha venido a pasar las Navidades con nosotros —le decía ___________ al chico arma letal—. Nicholas, te presento a Gorth.
«Hasta el nombre suena extrañamente… mortífero y peligroso», pensó Nicholas. Estiró la mano, intentando complacerle, pero Gorth le miró serio y no
aceptó su saludo.
—Le cuesta entablar amistad con los desconocidos —le explicó __________, tratando a Gorth como si fuese su chiquillo protegido.
—Créeme, no importa. —Nicholas sonrió, satisfecho. Mejor si aquel psicótico no le dirigía la palabra en toda la noche. Un alivio para él.
Marcus gritó, y su voz se elevó sobre el nivel de los murmullos en la entrada de la vivienda.
—¿Cenamos ya o qué? ¡Me muero de hambre!
Nicholas se acercó con sigilo al oído de __________.
—Palabras vulgares, muy propias de tu hermano y su falta de educación.
___________ le apartó de un codazo, pero, curiosamente, Nicholass observó que Gorth había oído su comentario y ahora le sonreía. Clavó la vista en el suelo. El chico arma le intimidaba más de lo que le gustaba. Por eso, cuando __________ se alejó para explicarle a su hermano que todavía faltaban invitados por llegar, Nicholas creyó que el mundo se le venía encima.
—Un buen comentario —le dijo el psicópata. Apenas movía los labios para articular las palabras.
Aguantó unos instantes mirándole fijamente. Y mágicamente agradeció la cercana presencia de la «chica pelo rosa». Quizá ella se dignase salvarle si Gorth decidía atacarle de improviso. Dio un paso hacia atrás, por si las moscas.
—Gracias —dijo al fin.
Todos los invitados pasaron al comedor y se acomodaron en los sofás y las sillas que rodeaban la enorme mesa de madera. Nicholas advirtió que, al parecer, ______________ había puesto la mesa mientras él se encerraba en el baño y, como era de esperar, lo había hecho francamente mal. Cubiertos desordenados y alineaciones desacertadas. Así que, mientras todos se acomodaban, se dedicó a organizar aquel caos.
—¡Deja de hacer eso, por favor! —le pidió ella—. Acabará enterándose todo el mundo de lo enfermo que estás. Intenta disimular, al menos.
—El desorden también es una enfermedad, __________ —le acusó él, señalándola con el dedo índice para que todos los invitados advirtiesen que aquello no era una conversación normal, sino una disputa.
Ella le ignoró y se dirigió hacia la puerta cuando el timbre sonó de nuevo. Nicholas la siguió, alejándose de todos aquellos enigmáticos elementos. Al lado de los amigos de Marcus, ___________ podría haber sido una delicada princesita la mar de femenina.
Frunció los labios con desagrado en cuanto divisó quiénes se encontraban en los escalones de la entrada. Todos le saludaron amablemente, excepto Matt,
que ni siquiera se dignó mirarle; en cambio, se acercó hacia __________ y le dio un pomposo beso en la mejilla. «Rata de cloaca, debes morir», pensó Nicholas, mientras contemplaba asqueado su rostro.
Matt se había arreglado más que él, y eso le molestaba. ¡Y todo por culpa de _________, que le había sugerido que no se vistiese demasiado formal! Sintió ganas de enfundarse el traje de sultán que su madre le había regalado tras uno de sus viajes a Arabia, solo por hacerle la competencia.
—¿Qué tal lo has pasado estos días?
Nicholas ladeó la cabeza, advirtiendo que se dirigían a él. Sintió un escalofrío cuando descubrió a la emisora de aquella pregunta. Cloe. La misma Cloe que había intentado violarlo días atrás. Vestía unos vaqueros excesivamente cortos y un top de lentejuelas que dejaba poco espacio a la imaginación.
—Genial —respondió él, secamente.
Charles, el macarra con pinta de atracador innato, le dio una brusca palmada en la espalda y le pellizcó un moflete, lo cual no le agradó demasiado.
—¡Esta noche lo vamos a pasar en grande, eh! Ja, ja, ya verás qué marcha nos traemos por aquí —le dijo.
—Oh, sí, me muero de emoción —masculló Nicholas con un tono extremadamente monótono.
—Tan estúpido como siempre —farfulló Matt, arrugando la nariz.
—¡Eh, deja de meterte con mi brother! —exclamó Charles, que abrazó al inglés como si fuera de su propiedad.
____________ arrastró a Matt a un lado, cortando por lo sano cualquier discusión, y el resto los siguieron hasta el salón. Dentro se había desatado una guerra de cojines que sobrevolaban la estancia como estrellas fugaces y terminaban estampándose contra jarrones, rostros desprevenidos o cualquiera que se pusiese por delante. Nicholas contempló alarmado la escena, y sus ojos grises se dirigieron velozmente hacia la estantería de madera donde reposaba la colección de dedales de cerámica de la señora Graham.
—¡Eh, cuidado con los dedales! —les gritó, sin poder contenerse.
Se llevó una mano a los labios, asustado. ¿Qué narices hacía él defendiendo a la inculta madre de ____________? Respiró hondo, intentando buscar en algún recóndito lugar de sí mismo a ese Nicholas malévolo y frío que normalmente se apoderaba de sus sentimientos.
—¡TENGO HAMBRE! —gritaba Marcus, al compás de Esko, como un poseso depravado—. __________, saca la cena, y los que falten, que se aguanten.
____________ asintió con la cabeza tras confiscar todos los almohadones y esconderlos en el baño de arriba. Se dirigió a la cocina, seguida por Nixie y Matt, así que Nicholas también lo hizo. Al contrario que el resto, él no se dignó cargar con ningún plato, de modo que cuando llamaron por tercera vez al timbre de la puerta, él era el único que tenía las manos libres.
—¡Nicholas!, ¿puedes abrir tú la puerta? —le rogó _____________.
—¿Tengo cara de mayordomo o qué?
—¡Por favor, no puedo hacerlo todo!
Nicholas se mostró solidario y se dirigió hacia la puerta de la entrada. Abrió despacio y temeroso, como si esperase encontrarse frente a él a Jack el Destripador. Pues bien, en realidad lo que sus ojos vislumbraron no se iba mucho de la línea de cosas que había imaginado.
Un chico enorme —de casi dos metros, por lo menos—, con una espalda por la cual Nicholas habría podido escalar de habérselo propuesto, le sonreía ampliamente. Le faltaba un diente: la pala derecha.
—Bienvenido al cumpleaños de Marcus —dijo Nicholas, sintiéndose estúpido.
Observó cómo dos chicas más salían del coche recién aparcado y se retocaban el maquillaje contemplando sus rostros en los espejos retrovisores.
—Tú debes de ser el novio de _____________, ¿verdad? —comentó el grandullón.
Nicholas rió.
—¡Qué va! De ningún modo.
—Oye, rubito, no me lleves la contraria —bramó el gigante, apuntándole con un dedo acusador—. Me lo ha dicho Marcus, así que ¿estás insinuando que mi amigo es un mentiroso?
El inglés tragó saliva despacio. El desorbitado tamaño de los puños cerrados de La Masa le aterrorizaba.
—¡Ah, je, je! ¡Claro que soy el novio de ___________!, ¡lo había olvidado! Ja, ja, ja. —Rió con nerviosismo, de un modo entrecortado.
—Pues que no se te vuelva a olvidar si no quieres enfrentarte a Golpes —le dijo señalando su puño derecho— y Sangre —concluyó, alzando el izquierdo.
—Oh, no, no te preocupes; _________ y yo estamos muy enamorados (ya pensamos en boda y todo). —Intentó sonreír, pero creía notar que se le había congelado la piel del rostro y apenas podía gesticular—. Además, será mejor que Golpes y Sangre descansen esta noche.
—Ya veremos… —Le miró con desconfianza, antes de entrar en la casa.
Las otras dos chicas también lo hicieron, tras presentarse. Una de ellas tenía la cabeza rapada al uno o al dos, mientras que la otra llevaba el cabello largo y liso hasta pasada la altura del trasero. Nicholas torció el gesto, antes de cerrar la puerta y adentrarse en una estancia repleta de seres locos y medio extraterrestres.
Cuando llegó al comedor advirtió que todos se habían acomodado y la cena estaba servida. Habían empezado a comer sin esperarle. Tampoco le sorprendió demasiado. Ojeó la estancia y distinguió al idiota de Matt sentado al lado de _______________. Se dirigió hacia allí, cabreado.
—Tu sentido matemático no calcula bien el asiento que te corresponde —le dijo.
—Se siente, haber llegado antes —farfulló el otro, y prosiguió engullendo un trozo de pizza. Después alzó la cabeza para mirarle y señaló los canapés—. Me han comunicado que ha sido idea tuya lo de hacer los canapés. Le pediré a mi cocinero que te envíe a Londres alguna receta sobre cómo son realmente los canapés.
—Son así.
—No, claro que no.
—He dicho que sí.
—Nicholas, deja de comportante como un crío —le reprochó ____________—. Siéntate allí, al lado de Gorth.
Nicholas sintió cómo un escalofrío ascendía despacio por su espalda. Gorth, frente a _____________, le daba un delicado mordisco a uno de sus canapés. Intentó disimular el miedo y se acercó hacia la silla libre que estaba a su lado. El psicópata le miró y le sonrió. Nicholas deseó morir allí mismo.
—Están buenos los canapés —le dijo, arrastrando las palabras. Hablaba con un tono extremadamente bajo, casi en susurros, como una serpiente.
—Gracias. Ya lo sabía —contestó Nicholas, sirviéndose su plato.
Miró alrededor en un vano intento por controlar lo que ocurría. En el otro extremo de la mesa, Nixie miraba embobada a Marcus, que engullía pizza como un animal y sacudía sus rastas de un lado a otro golpeando con ellas la cresta de Esko. Leo parecía perdido en un mundo de nubes rosas, arcoíris coloridos y estrellitas brillantes (ya había fumado más de la cuenta). A Nicholas le sorprendió que las gemelas feas comiesen de un mismo plato (unión nutritiva, pensó). Cuando siguió recorriendo a los invitados con la mirada y fijó sus ojos en Cloe, esta pestañeó en exceso y le envió un beso imaginario soplando sobre la palma abierta de su mano. El estómago de Nicholas dio un vuelco en respuesta.
Al otro lado, el dueño de Golpes y Sangre masticaba un canapé tras otro, sentado cerca de la Chica Cabeza Rapada (que se hallaba tan ausente que parecía estar dialogando con Buda), al contrario que la pelo largo, que hablaba sin cesar, como Matt, quien le contaba sus aventuras y desventuras a una silenciosa __________. Por último, su brother reía tontamente el chiste de uno de sus amigos.
Nicholas tragó saliva despacio cuando posó sus ojos sobre el psicópata, que le miraba fijamente.
—Hola —le dijo, sin saber qué más decir.
El Chico Arma volvió a sonreírle misteriosamente.
—Hola —le respondió.
Nicholas tembló y, cuando oyó que ____________ se disculpaba ante Matt para ir al baño, se apuntó de inmediato a la excursión, levantándose atropelladamente de la mesa.
—¿Qué haces? —le preguntó _________, malhumorada como de costumbre.
—Te acompaño.
—Puedo ir sola.
—No me importa, necesito estirar las piernas —contestó él, y observó gustoso la mirada envidiosa que Matt le dedicó.
______________ suspiró, pero no añadió nada más. Juntos salieron del infierno y fueron escaleras arriba. Una vez llegaron al baño, Nicholas se coló ágilmente y cerró la puerta.
—Pero ¿qué haces? ¡Sal de aquí! —le gritó ella.
—¡Ni de coña! Sería un suicido —repuso Nicholas. Abrió el grifo del lavabo y se lavó la cara con agua fría. Pestañeó, antes de secarse con una de las toallas.
—¿Qué es lo que te ocurre?
___________ repiqueteó con el pie sobre el suelo y se cruzó de brazos. Esperó paciente la respuesta del inglés, el cual se apoyó en la pared de azulejos antes de hablar.
—¿Estás loca o qué? ¡Acabo de conocer a un montón de zombis mentales!
—Pero ¿de qué estás hablando?
—¡De ellos! —Nicholas señaló la puerta del baño, indicando el exterior—. ¿Qué me dices del gigante que ha bautizado a sus puños como Golpes y Sangre?
____________ rió.
—Ah, te refieres a Evan.
—No me importa cómo se llame —replicó Nicholas entre dientes—. Está empeñado en que eres mi novia y amenaza con presentarme oficialmente a Golpes y a Sangre si decido no seguirle el juego.
Las carcajadas de __________ fueron en aumento.
—¿Y el psicópata ese que se sienta a mi lado? Lleva una cruz invertida colgando del cuello, ¿crees que puedo comer tranquilamente sin pensar que en cualquier momento invocará al mismísimo Satán?
—Gorth es totalmente inofensivo —le reprochó ____________—. Es el único cuerdo de ahí abajo.
Nicholas, dramatizando en exceso, se llevó una mano al pecho.
—¡Ah, vale, pues si me dices que el psicópata es el único cuerdo de ahí abajo ya me quedo más tranquilo! —exclamó irónico.
—No deberías juzgarle por su aspecto físico —le indicó ella—. Además, Gorth es superdotado.
—¿Ese engendro es superdotado? Entonces, ¿yo soy Dios? —agitó las pestañas, esperando una buena contestación.
—Deja de decir tonterías y baja a cenar con todos —ordenó ella, y le empujó hacia la puerta.
—Me prometiste que no te alejarías de mí, __________ —le recordó—. Si lo haces, ya sabes, mantendré una interesante conversación con tus padres y se descubrirán todas las macabras mentiras de los hermanos Graham.
_____________ suspiró.
—Está bien, te prometo que cuando terminemos de cenar me convertiré en tu sombra.
—Eso espero… —concluyó él, alzando un dedo amenazador.
Salió del baño tambaleándose. Los demonios que ocupaban el comedor le habían robado toda su energía. Sintió unas ganas tremendas de llamar a su madre y pedirle que fuera a recogerlo, pero se contuvo. Esperó en la puerta del baño hasta que __________ acabó y juntos se dirigieron, de nuevo, hacia el infierno.
Nicholas abrió mucho los ojos cuando entró. Habían apartado la mesa principal, dejándola a un lado del comedor, y todos estaban sentados en el suelo formando un círculo demoníaco, como si aquello fuese un ritual satánico, con un montón de bolsas repletas de bebidas alcohólicas en el centro.
—¡ATENTOS TODOS!, ha llegado la hora de preparar… ¡la Bomba Explosiva! —gritó el chico de la cresta roja.
—¿Piensan preparar un atentado terrorista en tu casa, ____________? —susurró.
—No, idiota, la Bomba Explosiva es un cóctel que inventó Esko.
—Ciertamente, el nombre promete. Veamos cuántos estómagos revientan esta noche…
—¿Podrías callarte un rato? —le pidió ella.
—No sé, no sé… Todos estos acontecimientos merecen ser comentados. —Se encogió de hombros y siguió a __________hasta el círculo. Se hicieron un hueco entre las gemelas feas y el Chico Arma.
Situado en el centro del círculo, Esko comenzó a mezclar un montón de bebidas diferentes en una botella vacía. Todos estudiaban con atención sus movimientos, como si se tratase de un nuevo truco de magia. Pasados unos minutos, Nicholas se acercó sigiloso a ________.
—Me aburro, ¿falta mucho para que tu comedor explote de una vez por todas?
—Nicholas, te juro que no soportaré mucho más tener que escuchar tu voz.
Y decía la verdad. A __________ le desesperaba que la voz de Nicholas fuese tan delicada e inocente cuando realmente solo la utilizaba para hilvanar frases humillantes e insultantes.
—No digas memeces, _________; tú adoras mi voz.
—Adoro tus labios cerrados, Nicholas.
—Mis labios, al fin y al cabo; adoras mis labios —concluyó él, satisfecho.
Mientras Esko continuaba elaborando aquel cóctel misterioso, Nicholas advirtió que Matt le miraba fijamente desde el otro extremo del círculo; así que, a propósito, se pegó todo lo que puedo a ______ y le sacó la lengua al otro.
—¡Me estás agobiando! —le dijo ella.
—Lo siento, pero la cara de las gemelas feas me asusta. Hasta tú eres una belleza en comparación con ellas.
—No son tan feas —le reprochó ______________.
—Pero ¿qué demonios les ocurre a tus ojos?
—¡Chissst, calla de una vez! Esko está a punto de terminar…
En efecto. Esko tapó la botella —ahora llena—, en la que había mezclado cien mil derivados distintos de alcohol, y la agitó con ahínco. Nicholas se encogió sobre sí mismo e hizo algunos cálculos científicos sobre si realmente aquello podría provocar que todos estallasen en mil pedazos.
—¡Ya está listo! —Esko se volvió hacia Marcus y le dedicó una sonrisa repleta de cariño, tendiéndole la botella—. Es honor del cumpleañero probarlo el primero.
Nicholas susurró un largo «Oooh» fingiendo emocionarse.
—Qué bonito. —Miró a _________ agitando las pestañas con afectación—. ¡Qué buen amigo! Le cede el turno para degustar la Bomba Explosiva. Creo que voy a llorar —añadió irónico.
Y muy a su pesar, ___________ se llevó una mano a la boca para no reír ante el comentario de Nicholas. Contempló cómo su hermano abría la botella y después la inclinaba hasta que la boquilla tocaba sus labios. Le dio un trago largo y acto seguido se limpió con la manga de la chaqueta. Todos aplaudieron, y Nicholas, sorprendido, dio un respingo en su sitio.
—¿Qué pasa, aquí probar la Bomba Explosiva es como tomar la comunión o qué? —Observó su alrededor contrariado, pensando que aquel cóctel debía de ser una tradición o algo parecido.
Fueron pasándose la bendita botella de uno a otro. Cuando llegó hasta Nicholas, él la miró con asco y se la tendió directamente a _________.
—¿No piensas probarlo siquiera? —le preguntó ella.
—Unas ocho bocas satánicas acaban de salivar esa boquilla, ¿hace falta que añada algo más? —Enarcó las cejas.
—En realidad no sé ni por qué pregunto —concluyó ella, que bebió también y se la pasó al Chico Arma.
Aquello a Nicholas le parecía nauseabundo. Casi sintió alivio cuando varios comenzaron a levantarse de allí y Marcus puso música. Algunas de las chicas comenzaron a bailar por el comedor, y ellos hicieron el mono a su alrededor. nicholas supuso que así era como antiguamente se comportaban los neandertales. En un momento dado, el amo de Golpes y Sangre tropezó con el cable de la lámpara y terminó derribando el árbol de Navidad, que cayó al suelo armando bastante revuelo.
Nicholas apenas se inmutaba ya. Esperaba cualquier cosa que viniera de esos energúmenos. Charles, su brother, se subió a una silla y mientras señalaba el árbol recién caído, gritó:
—¡A la mierda la Navidad!
Nicholas respiró hondo y sonrió falsamente.
—¡Qué ambiente más cristiano se respira en esta… comuna hippie!
Nadie respondió con un «¡Cállate!» a su comentario. Asustado, buscó a ___________por la agitada estancia, pero no la encontró. Advirtió que Matt tampoco estaba allí, así que rápidamente abandonó el comedor con el firme propósito de averiguar qué estaba pasando.
Dio con ellos rápidamente. Estaban en la habitación de ______. Prefirió que no le viesen y se quedó agazapado a un lado de la puerta entreabierta con la intención de escuchar lo que hablaban esos dos.
—Será mejor que bajemos con todos —le dijo __________.
—Pero antes tengo que darte una cosa —respondió Matt con su característica y desagradable voz melosa.
—Oh, ¿de qué se trata?
—Es mi regalo de Navidad —informó él—. Pensé que el día de Navidad ambos estaríamos ocupados con nuestras respectivas familias, así que lo mejor sería dártelo esta misma noche.
—Pe… pero… no es necesario, Matt, de verdad… yo todavía no he ido a comprar los regalos… —mintió ella.
—No importa. —Suspiró—. Aquí tienes.
La curiosidad de Nichola iba en aumento, así que se inclinó y observó por la rendija de la puerta cómo ____________ abría una pequeña caja negra y terminaba sacando un colgante brillante. Por alguna extraña razón, Nicholas sintió ganas de estrangular al estúpido Matt. Se contuvo y aguantó la respiración mientras ella le agradecía el detalle y él se ofrecía a ponérselo. Cuando Matt apartó el cabello de la espalda de ____________, tirándolo hacia delante y le rozó con sus desagradables dedos el cuello, logró agotar su paciencia y abrió la puerta de golpe y entró en la habitación. Sonrió malévolo.
—Vaya, vaya, qué romántico —farfulló sarcástico—; es taaaaaan romántico que creo que voy a vomitar.
—Nicholas, por favor, no empieces —atajó ___________, al tiempo que Matt le abrochaba el colgante.
—¿Por qué no vas al baño a mirártelo y me dices si te gusta la medida? —le preguntó él.
________ asintió, con aire cohibido, antes de obedecer su consejo y dirigirse hacia el baño. Cuando estuvo seguro de que la joven no podía oírles, Nicholas avanzó unos pasos hasta situarse frente a Matt.
—En serio, eres patético —le dijo este—. Deberías aprender a respetar la intimidad de las personas. No está bien escuchar conversaciones ajenas.
—Lo que a ti te parezca bien o mal, créeme, me trae sin cuidado —respondió Nicholas.
—¿Tienes idea de lo que significa el concepto de la palabra «respeto»? —inquirió Matt, furioso.
—«Miramiento, consideración hacia una persona u cosa, deferencia. Manifestaciones de acatamiento que se hacen por cortesía.» —Nicholas sonrió orgulloso—. Pero no comparto la definición estricta del diccionario. Yo definiría el respeto como algo así: «Considerar lo que SE DEBE considerar». Y seamos sinceros, Matt, a mí no me apetece considerarte. Y mucho menos escucharte. Eres un muermo.
—Al menos soy un muermo que ha conseguido ganarse la amistad de __________. Por más que intentes disimularlo, veo que tú no lo has logrado.
—¿Y por qué iba a querer ser su amigo? —Nicholas le observó con curiosidad.
—No vale la pena hablar contigo —le dijo—. Solo sabes decir tonterías, burradas… cosas que hagan daño a la gente. No mereces ni un segundo de atención.
Tras las palabras de Matt, __________ apareció en la habitación, asintiendo con relación a la medida del colgante.
—¿Ya habéis dejado de discutir como dos niños de cinco años? —les preguntó, sonriente.
—Sí. Le he dicho que no valía la pena hablar con él, solo sabe hacer el mal. Y no merece ni un solo segundo de atención —musitó Nicholas, felizmente, farfullando las palabras que Matt acababa de decirle a él mismo.
Matt abrió mucho la boca, con los ojos desorbitados.
—¡Acabas de copiarme! ¡Eso lo he dicho yo!
Nicholas chasqueó la lengua, como dándose la razón.
—¿Ves? ¡Lo que he dicho!, se comporta como un niño… —Miró a _________, orgulloso de sí mismo.
—¡Estás loco! —exclamó Matt.
—¡Deja de meterte conmigo! ¿Por qué me odias? ¡No te he hecho nada!
—Estás fatal, definitivamente…
—Bueno, no importa, será mejor que nos marchemos con todos. —_________sonrió. Seguía con el propósito de disfrutar de una gran fiesta aquella noche y no deseaba que ninguno de los dos se la fastidiara—. Nos vamos a ir a la discoteca de Helthon.
Helthon era un pueblo que se encontraba apenas a veinte o treinta minutos de la urbanización donde ____________ vivía. Allí había numerosos pubs, y también estaba la discoteca Butterfly, en la que pensaban continuar con la celebración del cumpleaños de su hermano. Estaba deseando llegar allí y deshacerse durante unas horas de todos los problemas.
El hecho de que Matt le regalase un colgante con forma de corazón la había puesto nerviosa y se había sentido tremendamente mal por no haber comprado un regalo para él. Eso sin contar con la intromisión de Nicholas, que, como siempre, había empeorado las cosas todavía más.
—Dame el teléfono del supermercado —le pidió Nicholas.
—¿Qué…?, ¿qué piensas hacer, pequeño demente?
—Pediré que traigan a casa masa de canapé preparada.
__________ se cruzó de brazos y le miró como si acabase de volverse completamente loco. Suspiró largamente.
—Mira, Nicholas, en el diminuto supermercado de la urbanización no hacen pedidos a domicilio.
—Entonces esta vez será la excepción —repuso él, sonriente—. Venga, no me cuentes historias y dame el teléfono.
_________ puso los ojos en blanco, antes de desaparecer hacia el comedor en busca de la guía telefónica. Allí se encontró con su hermano, Esko y Leo, que reían sin cesar mientras veían anonadados el programa ¿Quién quiere ser millonario? ___________ no encontró la gracia del asunto y supuso que ya habrían fumado más de la cuenta.
—¿Estás con tu amiguito? —le preguntó Marcus, dirigiéndole una sonrisa ligeramente maliciosa.
—No es mi amiguito —repuso ___________—. Y, en el remoto caso de que lo fuera, no sería asunto tuyo.
—Mientras os lo sigáis montando sobre la alfombra del comedor, será asunto mío —le indicó su hermano—. ¡En esta casa tenéis habitaciones de sobra para hacer gorrinadas, no hace falta que nos restreguéis vuestra feliz vida sexual! —gritó, y después rió atropelladamente, acompañado por las estridentes carcajadas de los otros dos.
—Marcus, creo que deberías dejar de fumar.
—¡Pero si la fiesta solo acaba de empezar! Espera a que lleguen los demás…
_____________ cogió la guía telefónica y salió de allí dando un fuerte portazo. Estaba cabreada con el mundo en general. Nicholas tenía la culpa de todo. Antes de que el inglés llegase allí a pasar las vacaciones todo había ido sobre ruedas, sin problemas. Ahora, contrariamente, las cosas comenzaban a torcerse más de lo debido.
—¿Ya tienes el maldito teléfono? —preguntó Nicholas en cuanto ella entró en la cocina.
—Sí, aquí lo tienes —contestó ___________, lanzándole la gruesa guía telefónica.
Nicholas logró cogerla al vuelo, pero dio un paso atrás, asustado.
—¿Quieres matarme? —Hojeó las páginas de la enorme guía—. ¿Y cómo narices pretendes que encuentre aquí el número del supermercado? ¡Búscalo tú!
Le tiró la guía, que de nuevo voló por los aires como si se tratase de una pelota de goma. _________ no consiguió alcanzarla y retumbó estridentemente sobre el suelo de la cocina.
—¡Estúpido! —le gritó al recogerla.
Respiró agitada, mientras buscaba el teléfono del supermercado y prometió que, una vez lograse preparar adecuadamente el cumpleaños de Marcus, también se dedicaría a celebrarlo por todo lo alto. Pensaba darse la fiesta de su vida. Es más: necesitaba urgentemente esa fiesta. Debía despejarse de todos aquellos insufribles días.
—Aquí lo tienes —le dijo cuando lo encontró y se lo señaló con la punta del dedo.
Él sonrió satisfecho. Cogió el teléfono, marcó el número y esperó una respuesta.
—¿Oiga?, ¿hablo con el supermercado? —preguntó—. Ah, perfecto. Soy
el señor Nicholas, me gustaría hacerles un pedido a domicilio.
_______________ le observó mientras él permanecía en silencio, escuchando al parecer las palabras de uno de los encargados.
—Ya sé que no tienen ese servicio para clientes, pero pienso que podría hacer una excepción. —Suspiró—. Verá, las excepciones suelen ser bien recompensadas, usted ya me entiende…
Hubo unos instantes tensos. Y después, sorprendentemente, Nicholas comenzó a indicarle la dirección de la casa y qué deseaba comprar. Luego colgó y le lanzó a ____________ una mirada rebosante de orgullo.
—¿Ves? No era tan difícil —le dijo.
—Le has sobornado —farfulló la joven.
—Lo sé. —Chasqueó los dedos—. Recuerda esto, _________: el dinero puede con todo.
—Me das asco.
—Apuesto lo que sea a que mi dinero también puede con tu asco —repuso Nicholas, con ademán reflexivo.
______________ pasó el resto de la tarde siguiendo las instrucciones de Nicholas. Preparó el relleno de los canapés y aguantó sus continuas quejas.
—No puedo creer que ni siquiera tengáis un poco de caviar —decía—. Sinceramente, teniendo en cuenta los nefastos ingredientes, no sé si estos canapés serán comestibles.
______________ fingió no escucharle y continuó mezclando atún con tomate en un pequeño cuenco. Aproximadamente media hora después, los canapés estaban preparados y listos para hornear. __________ contempló las dos bandejas repletas con cierta duda. Vendría mucha gente, incluidos sus amigos, así que supuso que los ridículos canapés no llenarían siquiera el estómago de dos personas.
—Vale, mételos en el horno —continuó Nicholas, disfrutando como nadie del hecho de poder dar una orden tras otra—. Será mejor que vaya subiendo a mi habitación para arreglarme —añadió.
____________ se giró tras cerrar la puerta del horno y le miró fijamente.
—Nicholas, hazme un favor: no te arregles demasiado —le pidió—. Solo lo justo, ¿entiendes? Iremos después a una discoteca que está en el pueblo de al lado. No hace falta que te vistas de etiqueta.
—Eso ya lo sabía… —susurró él con desdén.
__________ rió tímidamente cuando él desapareció de la cocina, advirtiendo que no lo sabía. Ciertamente, minutos atrás, al subir a la planta de arriba para ir al baño, había divisado un perfecto esmoquin (o algo parecido) tendido sobre la cama de Nicholas; bien preparado de antemano. El inglés era tan… previsible.
Antes de ir ella también a vestirse, sacó dos pizzas de la nevera y las metió en la parte inferior del horno, omitiendo los consejos de Nicholas. Estuvo a punto de ponerse a freír patatas, pero supuso que ya era demasiado tarde y los invitados aparecerían en breve.
Una vez en su cuarto, se puso unos vaqueros ajustados y para la parte de arriba eligió una camiseta de tirantes que se cruzaban en la espalda de color marrón, a conjunto con las botas. Suspiró, dejando atrás su sudadera y doblándola sobre la cama. Después se dirigió directa hacia el baño y, justo cuando estaba a punto de abrir la puerta, se cruzó con Nicholas.
—Aparta —le espetó él, dándole un empujón y entrando en el baño.
—¡Eh, pero te has colado!
—Pues te fastidias.
Iba a cerrarle la puerta en las narices, pero ___________ colocó el pie entre esta y el marco justo a tiempo. Él entrecerró los ojos y un brillo grisáceo pareció emanar de ellos.
—Quita el pie de ahí —exigió. Y entonces la miró de arriba abajo. Lentamente una sonrisilla malévola apareció en sus labios—. Por cierto, bonito escote.
—¡Cállate, idiota! —se quejó ella, llevándose una mano al pecho.
—Pensaba que eras una tabla de surf. —Volvió a sonreír—. Me has estado engañando, ¿eh?
__________ respiró hondo y alzó la vista hasta el techo del pasillo, rogándole al Dios que la había abandonado en aquel aeropuerto, cuando él llegó a Estados Unidos, que regresara y la salvara de una muerte segura.
—¿Te importa si compartimos el baño? —preguntó ella, intentando aparentar amabilidad—. Tengo que peinarme. Si no, nos quedaremos aquí en la puerta hasta la madrugada.
—Está bien. —Nicholas abrió un poco la puerta—. Pero que conste que soy como los seguratas de las discotecas: el pase se acepta o se deniega según el tamaño del escote.
—Eres un cerdo, Nicholas —atajó ella, apartándole a un lado y entrando.
Él se colocó detrás de _________, mientras ella se situaba frente al espejo y comenzaba a cepillarse el cabello con ahínco. Nicholas bajó la vista y observó el contorno del trasero de la chica. Era la primera vez que se vestía con una prenda tan ajustada como para que pudiese hacer sus cálculos anatómicos. No estaba tan mal. Pero, claro, era __________, y eso sí estaba mal.
—No te preocupes, sabes perfectamente que yo jamás te tocaría
—respondió él—. No estoy tan desesperado como para rebajarme hasta tu nivel.
_____________ le ignoró y continuó peinándose, con Nicholas a su lado, apenas a unos centímetros de distancia, evaluando cómo intentaba recogerse el pelo en una especie de moño desenfadado.
—No te queda bien —le indicó él.
—¿Te importaría dejar de humillarme? —se quejó __________, malhumorada. Su paciencia se agotaba por momentos.
—No es eso. —Nicholas frunció los labios, como si le costase pronunciar las palabras que pensaba decir—. Es que el pelo suelto te favorece más —concluyó.
___________ se giró hacia él y dejó de colocarse horquillas negras en el contorno del moño.
—¿Lo dices en serio? —Se evaluó frente al espejo, observándose de perfil e intentando decidir qué hacer—. Hum… puede que tengas razón.
Finalmente se quitó las horquillas y dejó que la melena color castaño oscuro se deslizase libremente por su espalda. James observó las ondulaciones del cabello en silencio, pensativo.
—¿Me lo plancho? —preguntó __________, ansiosa por recibir más consejos de belleza por parte de un hombre. Tenía la seguridad de que eran más sinceros que sus propias amigas.
—¿Y a mí qué me cuentas? —contestó él, volviendo a su antipático estado natural. Contempló el decepcionado rostro de _________—. Bueno, no, no te lo planches. Está mejor así.
Ella sonrió tímidamente, y él deseó que la tierra se lo tragase. No le gustaba estar en aquel baño con _____________, pues era una extraña situación que daba a entender lo bien que se llevaban, la confianza que tenían el uno en el otro y la intimidad que reinaba en la relación. Todo falso, obviamente.
—¿Te falta mucho? —insistió—. Quiero mear. Y no pienso hacerlo delante de ti, por mucho que lo desees.
______________ le dedicó una mueca de asco, y la situación pareció volver a la normalidad.
—Me das asco —masculló—. Ya me marcho, tranquilo.
Se fue poco después, dejándole a solas. Nicholas corrió el pestillo de la puerta. Se miró al espejo y con un poco de agua despuntó los mechones rubios que danzaban de un lado a otro. _____________ le había indicado que no debía arreglarse demasiado, así que intentó dotar su pelo de un toque desenfadado. Se había vestido concienzudamente con unos vaqueros corrientes (doscientos cincuenta dólares) y una camisa gris que conjuntaba con el color de sus ojos. Se desabrochó los primeros dos botones de la camisa y respiró hondo.
Estaba nervioso. Aquella noche debía enfrentarse a muchas cosas, no solo a la idiota de ___________. Tendría que ver de nuevo a sus amigos (sin contar con la idea de conocer a los amigos de Marcus). Todavía recordaba a Cloe, la loca que pretendía llevarlo a su habitación para que hiciesen una película no apta para todos los públicos; Charles, el joven macarra que siempre parecía estar a punto de cometer un atraco y le trataba como si fuesen hermanos y se conociesen de toda la vida; Nixie, la loca que afirmaba continuamente lo guapo que era Marcus (Nicholas sintió un leve escalofrío al recordarlo). Pero, por encima de todos ellos, le preocupaba tener que volver a encontrarse con Matt.
Matt era su contrincante. Vestía bien, tenía la piel cuidada y era elegante y rico. Le odió en cuanto le vio por primera vez. Además, Matt llevaba enamorado de _____________ muchos años, y a Nicholas había dejado de parecerle gracioso ese asunto. Matt era una mosca que sus pulcros zapatos debían aplastar sin compasión. Nicholas sonrió frente al espejo, sintiéndose más seguro tras su último pensamiento.
—¿Te has ahogado en el retrete? —preguntó __________, gritando tras la puerta a bocajarro—. Eres tan tonto que no me sorprendería, la verdad.
—No, querida __________. —Nicholas sonrió, apoyando ambas manos en el lavabo y pensando en su próximo comentario—. Estoy ocupado… aliviando ciertas necesidades… sexuales. —Apretó los labios, aguantando una sonora carcajada—. Si quieres entras y me echas una mano; nunca mejor dicho.
—¡Guarro! ¡Serás…! ¡Arg, te odio! —exclamó, consternada—. Por tu bien, espero que sea una de tus estúpidas bromas.
Nicholas abrió la puerta del baño de golpe, disipando las dudas de ___________. Le dedicó una amplia sonrisa y le tocó la punta de la nariz con uno de sus largos dedos.
—Seguro que ya estabas fantaseando, ¿eh, pillina? —le dijo.
_________ frunció el entrecejo.
—En realidad, prefiero fantasear sobre lo mal que lo vas a pasar esta noche.
Y acto seguido comenzó a caminar escaleras abajo. A Nicholas no le agradó su último comentario. Siguió los pasos de __________ algo enfurruñado e intentando calmarse. Era complicado controlarse en ciertas situaciones que nunca había tenido que vivir. La vida americana le parecía el caos más absoluto jamás conocido.
Llamaron al timbre de la puerta. Marcus, junto con sus dos amigos, se levantó al fin del sofá (al cual podría haberse pegado; Nicholas trazó una nota mental al respecto: no volver a sentarse ahí bajo ningún concepto). Cuando la puerta se abrió y un montón de extraños energúmenos empezaron a colarse en la casa de la familia Graham, Nicholas pensó que se trataba de un atraco a mano armada.
—Bienvenidos —dijo ____________.
—¿Les das la bienvenida a ellos? —le preguntó Nicholas, en susurros, mientras señalaba al grupo. Necesitaba cerciorase de que aquellos eran invitados.
—Mantén la boca cerrada.
Los ojos de Nicholas danzaban de un lado a otro, contemplando el desastre que se iba desatando a su alrededor. Una chica con el cabello de color rosa chicle le dio dos besos y se presentó.
—Soy Amy —le dedicó una sonrisa.
—Ah, pues qué bien —contestó Nicholas, confundido.
—Él es Nicholas —añadió _________ rápidamente, sacándole del apuro—. Perdona, es un poco tímido.
—¡Oh, no tiene importancia! —Amy rió.
Nicholas no podía apartar la vista de ella, con ese color tan llamativo de pelo. Era como si le hubiese hipnotizado.
Había mucha gente. Dos jóvenes que también llevaban rastas, aunque más finas que las de Marcus; dos chicas gemelas, ambas igual de feas, según catalogó el inglés rápidamente; y un joven que parecía recién salido de un psiquiátrico de alto riesgo. Iba completamente vestido de negro y calzaba unas enormes botas militares. Su cazadora (negra, al igual que todo lo demás) estaba repleta de remaches y cadenas de plata que colgaban por doquier. El chico en sí era un arma andante. Por si aquello fuese poco, un flequillo ladeado ocultaba la mitad de su pálido rostro, sobre el cual apenas cabía un piercing más. Era alto, aunque excesivamente delgado. Así que, cuando ______________ cogió al chico de la mano y lo arrastró hacia Nicholas con la intención de presentárselo, a este le entraron verdaderas ganas de convertirse en una versión moderna de Forrest Gump y echar a correr a toda velocidad.
Sin embargo, el cabello rosa fucsia de Amy seguía ejerciendo cierto control mental sobre él, por lo cual se contuvo y permaneció muy quieto, adivinando que se avecinaba una de las noches más extrañas de su vida.
—Mira, él es Nicholas, el estudiante inglés que ha venido a pasar las Navidades con nosotros —le decía ___________ al chico arma letal—. Nicholas, te presento a Gorth.
«Hasta el nombre suena extrañamente… mortífero y peligroso», pensó Nicholas. Estiró la mano, intentando complacerle, pero Gorth le miró serio y no
aceptó su saludo.
—Le cuesta entablar amistad con los desconocidos —le explicó __________, tratando a Gorth como si fuese su chiquillo protegido.
—Créeme, no importa. —Nicholas sonrió, satisfecho. Mejor si aquel psicótico no le dirigía la palabra en toda la noche. Un alivio para él.
Marcus gritó, y su voz se elevó sobre el nivel de los murmullos en la entrada de la vivienda.
—¿Cenamos ya o qué? ¡Me muero de hambre!
Nicholas se acercó con sigilo al oído de __________.
—Palabras vulgares, muy propias de tu hermano y su falta de educación.
___________ le apartó de un codazo, pero, curiosamente, Nicholass observó que Gorth había oído su comentario y ahora le sonreía. Clavó la vista en el suelo. El chico arma le intimidaba más de lo que le gustaba. Por eso, cuando __________ se alejó para explicarle a su hermano que todavía faltaban invitados por llegar, Nicholas creyó que el mundo se le venía encima.
—Un buen comentario —le dijo el psicópata. Apenas movía los labios para articular las palabras.
Aguantó unos instantes mirándole fijamente. Y mágicamente agradeció la cercana presencia de la «chica pelo rosa». Quizá ella se dignase salvarle si Gorth decidía atacarle de improviso. Dio un paso hacia atrás, por si las moscas.
—Gracias —dijo al fin.
Todos los invitados pasaron al comedor y se acomodaron en los sofás y las sillas que rodeaban la enorme mesa de madera. Nicholas advirtió que, al parecer, ______________ había puesto la mesa mientras él se encerraba en el baño y, como era de esperar, lo había hecho francamente mal. Cubiertos desordenados y alineaciones desacertadas. Así que, mientras todos se acomodaban, se dedicó a organizar aquel caos.
—¡Deja de hacer eso, por favor! —le pidió ella—. Acabará enterándose todo el mundo de lo enfermo que estás. Intenta disimular, al menos.
—El desorden también es una enfermedad, __________ —le acusó él, señalándola con el dedo índice para que todos los invitados advirtiesen que aquello no era una conversación normal, sino una disputa.
Ella le ignoró y se dirigió hacia la puerta cuando el timbre sonó de nuevo. Nicholas la siguió, alejándose de todos aquellos enigmáticos elementos. Al lado de los amigos de Marcus, ___________ podría haber sido una delicada princesita la mar de femenina.
Frunció los labios con desagrado en cuanto divisó quiénes se encontraban en los escalones de la entrada. Todos le saludaron amablemente, excepto Matt,
que ni siquiera se dignó mirarle; en cambio, se acercó hacia __________ y le dio un pomposo beso en la mejilla. «Rata de cloaca, debes morir», pensó Nicholas, mientras contemplaba asqueado su rostro.
Matt se había arreglado más que él, y eso le molestaba. ¡Y todo por culpa de _________, que le había sugerido que no se vistiese demasiado formal! Sintió ganas de enfundarse el traje de sultán que su madre le había regalado tras uno de sus viajes a Arabia, solo por hacerle la competencia.
—¿Qué tal lo has pasado estos días?
Nicholas ladeó la cabeza, advirtiendo que se dirigían a él. Sintió un escalofrío cuando descubrió a la emisora de aquella pregunta. Cloe. La misma Cloe que había intentado violarlo días atrás. Vestía unos vaqueros excesivamente cortos y un top de lentejuelas que dejaba poco espacio a la imaginación.
—Genial —respondió él, secamente.
Charles, el macarra con pinta de atracador innato, le dio una brusca palmada en la espalda y le pellizcó un moflete, lo cual no le agradó demasiado.
—¡Esta noche lo vamos a pasar en grande, eh! Ja, ja, ya verás qué marcha nos traemos por aquí —le dijo.
—Oh, sí, me muero de emoción —masculló Nicholas con un tono extremadamente monótono.
—Tan estúpido como siempre —farfulló Matt, arrugando la nariz.
—¡Eh, deja de meterte con mi brother! —exclamó Charles, que abrazó al inglés como si fuera de su propiedad.
____________ arrastró a Matt a un lado, cortando por lo sano cualquier discusión, y el resto los siguieron hasta el salón. Dentro se había desatado una guerra de cojines que sobrevolaban la estancia como estrellas fugaces y terminaban estampándose contra jarrones, rostros desprevenidos o cualquiera que se pusiese por delante. Nicholas contempló alarmado la escena, y sus ojos grises se dirigieron velozmente hacia la estantería de madera donde reposaba la colección de dedales de cerámica de la señora Graham.
—¡Eh, cuidado con los dedales! —les gritó, sin poder contenerse.
Se llevó una mano a los labios, asustado. ¿Qué narices hacía él defendiendo a la inculta madre de ____________? Respiró hondo, intentando buscar en algún recóndito lugar de sí mismo a ese Nicholas malévolo y frío que normalmente se apoderaba de sus sentimientos.
—¡TENGO HAMBRE! —gritaba Marcus, al compás de Esko, como un poseso depravado—. __________, saca la cena, y los que falten, que se aguanten.
____________ asintió con la cabeza tras confiscar todos los almohadones y esconderlos en el baño de arriba. Se dirigió a la cocina, seguida por Nixie y Matt, así que Nicholas también lo hizo. Al contrario que el resto, él no se dignó cargar con ningún plato, de modo que cuando llamaron por tercera vez al timbre de la puerta, él era el único que tenía las manos libres.
—¡Nicholas!, ¿puedes abrir tú la puerta? —le rogó _____________.
—¿Tengo cara de mayordomo o qué?
—¡Por favor, no puedo hacerlo todo!
Nicholas se mostró solidario y se dirigió hacia la puerta de la entrada. Abrió despacio y temeroso, como si esperase encontrarse frente a él a Jack el Destripador. Pues bien, en realidad lo que sus ojos vislumbraron no se iba mucho de la línea de cosas que había imaginado.
Un chico enorme —de casi dos metros, por lo menos—, con una espalda por la cual Nicholas habría podido escalar de habérselo propuesto, le sonreía ampliamente. Le faltaba un diente: la pala derecha.
—Bienvenido al cumpleaños de Marcus —dijo Nicholas, sintiéndose estúpido.
Observó cómo dos chicas más salían del coche recién aparcado y se retocaban el maquillaje contemplando sus rostros en los espejos retrovisores.
—Tú debes de ser el novio de _____________, ¿verdad? —comentó el grandullón.
Nicholas rió.
—¡Qué va! De ningún modo.
—Oye, rubito, no me lleves la contraria —bramó el gigante, apuntándole con un dedo acusador—. Me lo ha dicho Marcus, así que ¿estás insinuando que mi amigo es un mentiroso?
El inglés tragó saliva despacio. El desorbitado tamaño de los puños cerrados de La Masa le aterrorizaba.
—¡Ah, je, je! ¡Claro que soy el novio de ___________!, ¡lo había olvidado! Ja, ja, ja. —Rió con nerviosismo, de un modo entrecortado.
—Pues que no se te vuelva a olvidar si no quieres enfrentarte a Golpes —le dijo señalando su puño derecho— y Sangre —concluyó, alzando el izquierdo.
—Oh, no, no te preocupes; _________ y yo estamos muy enamorados (ya pensamos en boda y todo). —Intentó sonreír, pero creía notar que se le había congelado la piel del rostro y apenas podía gesticular—. Además, será mejor que Golpes y Sangre descansen esta noche.
—Ya veremos… —Le miró con desconfianza, antes de entrar en la casa.
Las otras dos chicas también lo hicieron, tras presentarse. Una de ellas tenía la cabeza rapada al uno o al dos, mientras que la otra llevaba el cabello largo y liso hasta pasada la altura del trasero. Nicholas torció el gesto, antes de cerrar la puerta y adentrarse en una estancia repleta de seres locos y medio extraterrestres.
Cuando llegó al comedor advirtió que todos se habían acomodado y la cena estaba servida. Habían empezado a comer sin esperarle. Tampoco le sorprendió demasiado. Ojeó la estancia y distinguió al idiota de Matt sentado al lado de _______________. Se dirigió hacia allí, cabreado.
—Tu sentido matemático no calcula bien el asiento que te corresponde —le dijo.
—Se siente, haber llegado antes —farfulló el otro, y prosiguió engullendo un trozo de pizza. Después alzó la cabeza para mirarle y señaló los canapés—. Me han comunicado que ha sido idea tuya lo de hacer los canapés. Le pediré a mi cocinero que te envíe a Londres alguna receta sobre cómo son realmente los canapés.
—Son así.
—No, claro que no.
—He dicho que sí.
—Nicholas, deja de comportante como un crío —le reprochó ____________—. Siéntate allí, al lado de Gorth.
Nicholas sintió cómo un escalofrío ascendía despacio por su espalda. Gorth, frente a _____________, le daba un delicado mordisco a uno de sus canapés. Intentó disimular el miedo y se acercó hacia la silla libre que estaba a su lado. El psicópata le miró y le sonrió. Nicholas deseó morir allí mismo.
—Están buenos los canapés —le dijo, arrastrando las palabras. Hablaba con un tono extremadamente bajo, casi en susurros, como una serpiente.
—Gracias. Ya lo sabía —contestó Nicholas, sirviéndose su plato.
Miró alrededor en un vano intento por controlar lo que ocurría. En el otro extremo de la mesa, Nixie miraba embobada a Marcus, que engullía pizza como un animal y sacudía sus rastas de un lado a otro golpeando con ellas la cresta de Esko. Leo parecía perdido en un mundo de nubes rosas, arcoíris coloridos y estrellitas brillantes (ya había fumado más de la cuenta). A Nicholas le sorprendió que las gemelas feas comiesen de un mismo plato (unión nutritiva, pensó). Cuando siguió recorriendo a los invitados con la mirada y fijó sus ojos en Cloe, esta pestañeó en exceso y le envió un beso imaginario soplando sobre la palma abierta de su mano. El estómago de Nicholas dio un vuelco en respuesta.
Al otro lado, el dueño de Golpes y Sangre masticaba un canapé tras otro, sentado cerca de la Chica Cabeza Rapada (que se hallaba tan ausente que parecía estar dialogando con Buda), al contrario que la pelo largo, que hablaba sin cesar, como Matt, quien le contaba sus aventuras y desventuras a una silenciosa __________. Por último, su brother reía tontamente el chiste de uno de sus amigos.
Nicholas tragó saliva despacio cuando posó sus ojos sobre el psicópata, que le miraba fijamente.
—Hola —le dijo, sin saber qué más decir.
El Chico Arma volvió a sonreírle misteriosamente.
—Hola —le respondió.
Nicholas tembló y, cuando oyó que ____________ se disculpaba ante Matt para ir al baño, se apuntó de inmediato a la excursión, levantándose atropelladamente de la mesa.
—¿Qué haces? —le preguntó _________, malhumorada como de costumbre.
—Te acompaño.
—Puedo ir sola.
—No me importa, necesito estirar las piernas —contestó él, y observó gustoso la mirada envidiosa que Matt le dedicó.
______________ suspiró, pero no añadió nada más. Juntos salieron del infierno y fueron escaleras arriba. Una vez llegaron al baño, Nicholas se coló ágilmente y cerró la puerta.
—Pero ¿qué haces? ¡Sal de aquí! —le gritó ella.
—¡Ni de coña! Sería un suicido —repuso Nicholas. Abrió el grifo del lavabo y se lavó la cara con agua fría. Pestañeó, antes de secarse con una de las toallas.
—¿Qué es lo que te ocurre?
___________ repiqueteó con el pie sobre el suelo y se cruzó de brazos. Esperó paciente la respuesta del inglés, el cual se apoyó en la pared de azulejos antes de hablar.
—¿Estás loca o qué? ¡Acabo de conocer a un montón de zombis mentales!
—Pero ¿de qué estás hablando?
—¡De ellos! —Nicholas señaló la puerta del baño, indicando el exterior—. ¿Qué me dices del gigante que ha bautizado a sus puños como Golpes y Sangre?
____________ rió.
—Ah, te refieres a Evan.
—No me importa cómo se llame —replicó Nicholas entre dientes—. Está empeñado en que eres mi novia y amenaza con presentarme oficialmente a Golpes y a Sangre si decido no seguirle el juego.
Las carcajadas de __________ fueron en aumento.
—¿Y el psicópata ese que se sienta a mi lado? Lleva una cruz invertida colgando del cuello, ¿crees que puedo comer tranquilamente sin pensar que en cualquier momento invocará al mismísimo Satán?
—Gorth es totalmente inofensivo —le reprochó ____________—. Es el único cuerdo de ahí abajo.
Nicholas, dramatizando en exceso, se llevó una mano al pecho.
—¡Ah, vale, pues si me dices que el psicópata es el único cuerdo de ahí abajo ya me quedo más tranquilo! —exclamó irónico.
—No deberías juzgarle por su aspecto físico —le indicó ella—. Además, Gorth es superdotado.
—¿Ese engendro es superdotado? Entonces, ¿yo soy Dios? —agitó las pestañas, esperando una buena contestación.
—Deja de decir tonterías y baja a cenar con todos —ordenó ella, y le empujó hacia la puerta.
—Me prometiste que no te alejarías de mí, __________ —le recordó—. Si lo haces, ya sabes, mantendré una interesante conversación con tus padres y se descubrirán todas las macabras mentiras de los hermanos Graham.
_____________ suspiró.
—Está bien, te prometo que cuando terminemos de cenar me convertiré en tu sombra.
—Eso espero… —concluyó él, alzando un dedo amenazador.
Salió del baño tambaleándose. Los demonios que ocupaban el comedor le habían robado toda su energía. Sintió unas ganas tremendas de llamar a su madre y pedirle que fuera a recogerlo, pero se contuvo. Esperó en la puerta del baño hasta que __________ acabó y juntos se dirigieron, de nuevo, hacia el infierno.
Nicholas abrió mucho los ojos cuando entró. Habían apartado la mesa principal, dejándola a un lado del comedor, y todos estaban sentados en el suelo formando un círculo demoníaco, como si aquello fuese un ritual satánico, con un montón de bolsas repletas de bebidas alcohólicas en el centro.
—¡ATENTOS TODOS!, ha llegado la hora de preparar… ¡la Bomba Explosiva! —gritó el chico de la cresta roja.
—¿Piensan preparar un atentado terrorista en tu casa, ____________? —susurró.
—No, idiota, la Bomba Explosiva es un cóctel que inventó Esko.
—Ciertamente, el nombre promete. Veamos cuántos estómagos revientan esta noche…
—¿Podrías callarte un rato? —le pidió ella.
—No sé, no sé… Todos estos acontecimientos merecen ser comentados. —Se encogió de hombros y siguió a __________hasta el círculo. Se hicieron un hueco entre las gemelas feas y el Chico Arma.
Situado en el centro del círculo, Esko comenzó a mezclar un montón de bebidas diferentes en una botella vacía. Todos estudiaban con atención sus movimientos, como si se tratase de un nuevo truco de magia. Pasados unos minutos, Nicholas se acercó sigiloso a ________.
—Me aburro, ¿falta mucho para que tu comedor explote de una vez por todas?
—Nicholas, te juro que no soportaré mucho más tener que escuchar tu voz.
Y decía la verdad. A __________ le desesperaba que la voz de Nicholas fuese tan delicada e inocente cuando realmente solo la utilizaba para hilvanar frases humillantes e insultantes.
—No digas memeces, _________; tú adoras mi voz.
—Adoro tus labios cerrados, Nicholas.
—Mis labios, al fin y al cabo; adoras mis labios —concluyó él, satisfecho.
Mientras Esko continuaba elaborando aquel cóctel misterioso, Nicholas advirtió que Matt le miraba fijamente desde el otro extremo del círculo; así que, a propósito, se pegó todo lo que puedo a ______ y le sacó la lengua al otro.
—¡Me estás agobiando! —le dijo ella.
—Lo siento, pero la cara de las gemelas feas me asusta. Hasta tú eres una belleza en comparación con ellas.
—No son tan feas —le reprochó ______________.
—Pero ¿qué demonios les ocurre a tus ojos?
—¡Chissst, calla de una vez! Esko está a punto de terminar…
En efecto. Esko tapó la botella —ahora llena—, en la que había mezclado cien mil derivados distintos de alcohol, y la agitó con ahínco. Nicholas se encogió sobre sí mismo e hizo algunos cálculos científicos sobre si realmente aquello podría provocar que todos estallasen en mil pedazos.
—¡Ya está listo! —Esko se volvió hacia Marcus y le dedicó una sonrisa repleta de cariño, tendiéndole la botella—. Es honor del cumpleañero probarlo el primero.
Nicholas susurró un largo «Oooh» fingiendo emocionarse.
—Qué bonito. —Miró a _________ agitando las pestañas con afectación—. ¡Qué buen amigo! Le cede el turno para degustar la Bomba Explosiva. Creo que voy a llorar —añadió irónico.
Y muy a su pesar, ___________ se llevó una mano a la boca para no reír ante el comentario de Nicholas. Contempló cómo su hermano abría la botella y después la inclinaba hasta que la boquilla tocaba sus labios. Le dio un trago largo y acto seguido se limpió con la manga de la chaqueta. Todos aplaudieron, y Nicholas, sorprendido, dio un respingo en su sitio.
—¿Qué pasa, aquí probar la Bomba Explosiva es como tomar la comunión o qué? —Observó su alrededor contrariado, pensando que aquel cóctel debía de ser una tradición o algo parecido.
Fueron pasándose la bendita botella de uno a otro. Cuando llegó hasta Nicholas, él la miró con asco y se la tendió directamente a _________.
—¿No piensas probarlo siquiera? —le preguntó ella.
—Unas ocho bocas satánicas acaban de salivar esa boquilla, ¿hace falta que añada algo más? —Enarcó las cejas.
—En realidad no sé ni por qué pregunto —concluyó ella, que bebió también y se la pasó al Chico Arma.
Aquello a Nicholas le parecía nauseabundo. Casi sintió alivio cuando varios comenzaron a levantarse de allí y Marcus puso música. Algunas de las chicas comenzaron a bailar por el comedor, y ellos hicieron el mono a su alrededor. nicholas supuso que así era como antiguamente se comportaban los neandertales. En un momento dado, el amo de Golpes y Sangre tropezó con el cable de la lámpara y terminó derribando el árbol de Navidad, que cayó al suelo armando bastante revuelo.
Nicholas apenas se inmutaba ya. Esperaba cualquier cosa que viniera de esos energúmenos. Charles, su brother, se subió a una silla y mientras señalaba el árbol recién caído, gritó:
—¡A la mierda la Navidad!
Nicholas respiró hondo y sonrió falsamente.
—¡Qué ambiente más cristiano se respira en esta… comuna hippie!
Nadie respondió con un «¡Cállate!» a su comentario. Asustado, buscó a ___________por la agitada estancia, pero no la encontró. Advirtió que Matt tampoco estaba allí, así que rápidamente abandonó el comedor con el firme propósito de averiguar qué estaba pasando.
Dio con ellos rápidamente. Estaban en la habitación de ______. Prefirió que no le viesen y se quedó agazapado a un lado de la puerta entreabierta con la intención de escuchar lo que hablaban esos dos.
—Será mejor que bajemos con todos —le dijo __________.
—Pero antes tengo que darte una cosa —respondió Matt con su característica y desagradable voz melosa.
—Oh, ¿de qué se trata?
—Es mi regalo de Navidad —informó él—. Pensé que el día de Navidad ambos estaríamos ocupados con nuestras respectivas familias, así que lo mejor sería dártelo esta misma noche.
—Pe… pero… no es necesario, Matt, de verdad… yo todavía no he ido a comprar los regalos… —mintió ella.
—No importa. —Suspiró—. Aquí tienes.
La curiosidad de Nichola iba en aumento, así que se inclinó y observó por la rendija de la puerta cómo ____________ abría una pequeña caja negra y terminaba sacando un colgante brillante. Por alguna extraña razón, Nicholas sintió ganas de estrangular al estúpido Matt. Se contuvo y aguantó la respiración mientras ella le agradecía el detalle y él se ofrecía a ponérselo. Cuando Matt apartó el cabello de la espalda de ____________, tirándolo hacia delante y le rozó con sus desagradables dedos el cuello, logró agotar su paciencia y abrió la puerta de golpe y entró en la habitación. Sonrió malévolo.
—Vaya, vaya, qué romántico —farfulló sarcástico—; es taaaaaan romántico que creo que voy a vomitar.
—Nicholas, por favor, no empieces —atajó ___________, al tiempo que Matt le abrochaba el colgante.
—¿Por qué no vas al baño a mirártelo y me dices si te gusta la medida? —le preguntó él.
________ asintió, con aire cohibido, antes de obedecer su consejo y dirigirse hacia el baño. Cuando estuvo seguro de que la joven no podía oírles, Nicholas avanzó unos pasos hasta situarse frente a Matt.
—En serio, eres patético —le dijo este—. Deberías aprender a respetar la intimidad de las personas. No está bien escuchar conversaciones ajenas.
—Lo que a ti te parezca bien o mal, créeme, me trae sin cuidado —respondió Nicholas.
—¿Tienes idea de lo que significa el concepto de la palabra «respeto»? —inquirió Matt, furioso.
—«Miramiento, consideración hacia una persona u cosa, deferencia. Manifestaciones de acatamiento que se hacen por cortesía.» —Nicholas sonrió orgulloso—. Pero no comparto la definición estricta del diccionario. Yo definiría el respeto como algo así: «Considerar lo que SE DEBE considerar». Y seamos sinceros, Matt, a mí no me apetece considerarte. Y mucho menos escucharte. Eres un muermo.
—Al menos soy un muermo que ha conseguido ganarse la amistad de __________. Por más que intentes disimularlo, veo que tú no lo has logrado.
—¿Y por qué iba a querer ser su amigo? —Nicholas le observó con curiosidad.
—No vale la pena hablar contigo —le dijo—. Solo sabes decir tonterías, burradas… cosas que hagan daño a la gente. No mereces ni un segundo de atención.
Tras las palabras de Matt, __________ apareció en la habitación, asintiendo con relación a la medida del colgante.
—¿Ya habéis dejado de discutir como dos niños de cinco años? —les preguntó, sonriente.
—Sí. Le he dicho que no valía la pena hablar con él, solo sabe hacer el mal. Y no merece ni un solo segundo de atención —musitó Nicholas, felizmente, farfullando las palabras que Matt acababa de decirle a él mismo.
Matt abrió mucho la boca, con los ojos desorbitados.
—¡Acabas de copiarme! ¡Eso lo he dicho yo!
Nicholas chasqueó la lengua, como dándose la razón.
—¿Ves? ¡Lo que he dicho!, se comporta como un niño… —Miró a _________, orgulloso de sí mismo.
—¡Estás loco! —exclamó Matt.
—¡Deja de meterte conmigo! ¿Por qué me odias? ¡No te he hecho nada!
—Estás fatal, definitivamente…
—Bueno, no importa, será mejor que nos marchemos con todos. —_________sonrió. Seguía con el propósito de disfrutar de una gran fiesta aquella noche y no deseaba que ninguno de los dos se la fastidiara—. Nos vamos a ir a la discoteca de Helthon.
Helthon era un pueblo que se encontraba apenas a veinte o treinta minutos de la urbanización donde ____________ vivía. Allí había numerosos pubs, y también estaba la discoteca Butterfly, en la que pensaban continuar con la celebración del cumpleaños de su hermano. Estaba deseando llegar allí y deshacerse durante unas horas de todos los problemas.
El hecho de que Matt le regalase un colgante con forma de corazón la había puesto nerviosa y se había sentido tremendamente mal por no haber comprado un regalo para él. Eso sin contar con la intromisión de Nicholas, que, como siempre, había empeorado las cosas todavía más.
FranJones.
Re: Besos de Murciélago {Nick&tú}Terminada.
POR FAAAA SIGUELA!!!! ME ENCANTA COMO SE COMPORTAN ESOS DOS!
XILE!!
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