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El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
Nombre:"El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion [Kevin y Tú]
Autor: HeyitsNicktanii
Adaptación: Si,de Lora L.
Género: Romantica/erotica
Advertencias:Bueno como la nove pasada es Erótico/Romántica; así que contiene partes muy fuertes &' subidas de tono
Hola,para las que no me conocen me llamo Tania,tengo 19 años,pero ya casi cumplo los 20 (el 5 de Octubre),esta es mi cuarta adaptacion, de una saga que en lo personal me encanta,la saga de los "Castas",espero que les guste &' tenga lectoras nuevas &' a mis fieles lectoras a las que les agraezco que en cada adaptacion me apoyen,las adoro :inlove:
Autor: HeyitsNicktanii
Adaptación: Si,de Lora L.
Género: Romantica/erotica
Advertencias:Bueno como la nove pasada es Erótico/Romántica; así que contiene partes muy fuertes &' subidas de tono
Hola,para las que no me conocen me llamo Tania,tengo 19 años,pero ya casi cumplo los 20 (el 5 de Octubre),esta es mi cuarta adaptacion, de una saga que en lo personal me encanta,la saga de los "Castas",espero que les guste &' tenga lectoras nuevas &' a mis fieles lectoras a las que les agraezco que en cada adaptacion me apoyen,las adoro :inlove:
Última edición por heyitsnicktanii el Dom 23 Sep 2012, 3:02 am, editado 1 vez
heyitsnicktanii
Re: El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
Hola hermosas!,¿Como estan?;la extrañe mucho u.u,¿Adivinen?chan,chan,chaaaan♫ les traigo la siguiente adaptacion de los Castas :arre: la novela es la que sigue de mi adaptacion pasada "Alma Profunda",pero no es la segunda parte,es la historia de otro casta, esta adaptacion la hare con Kevin Jonas,para dejar descansar a nuestro Nicho(? haha,aparte de que ustedes pidieron que fuera de Kevin,este libro es mas corto que el de "Alma Profunda"bueno ya sin tanto blabla les dejo la sinopsis &' espero sus comentarios para subir el primer capitulo :) las adoro
Tania Swifty
Tania Swifty
El Meztizo De La Puerta De A Lado
El vecino de ________ no podía ser real. Un hombre que miraba al pan horneado en casa como si nunca lo hubiera probado. Que destrozaba su césped con la potente desbrozadora y la cortadora de césped. Un hombre que hacía que sus hormonas se pusieran de pie y gritaran cada vez que lo veía. Corta su rosal, y se abre paso a través de su reserva para invadir sus sueños por la noche. Pero Kevin Jordan es mucho más de lo que parece. Un Policía de las Castas con un plan. Primero, encontrar el Domador del Consejo que ha rastreado hasta Fayetteville, Arkansas, y segundo, reclamar a la mujer que sabe que le pertenece solo a él. Hasta que el peligro que ensombrece su vida empieza a ensombrecer también la de ella, y entonces Kevin sabe que no puede esperar para reclamar a la mujer por la que arden su corazón y su alma. Su vecina de la puerta de al lado tendrá que aceptarle como es, y ahora en sus términos en vez de en los de ella.heyitsnicktanii
Re: El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
Primera lectora :)
sube el primer cap
sube el primer cap
JB&1D2
Re: El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
YAAA QUIIIEROOO EL PRIMEEERR CAAPIIISS
chelis
Re: El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
Hola¿Como estan?,ya vengo con el proglogo &' el primer capitulos,bienvenida a la nueva lectora :lol!: espero te guste esta adapatacion :) &' Hola a mi fiel lectora Cheliz gracias por siempre apoyarme desde mi primera novela :),bueno les dejo lo que les prometi las quiero :arre:
Tania Swifty
Tania Swifty
heyitsnicktanii
Re: El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
Pròlogo
«Fuisteis creados. Creados para dar vuestra vida al Consejo de Genética en cualquier momento que se considere apropiado. Sois animales. Nada más. No tenéis padre. No tenéis una pe/rra como madre. Solo nos tenéis a nosotros. Y nosotros decidiremos si sois suficientemente fuertes como para vivir o morir.»
El sueño era despiadado, sombrío en el recuerdo de quién y qué era él mientras miraba al científico indicar el procedimiento que le había creado.
La mejora genética de óvulos y espermas desconocidos. La fertilización, el desarrollo antes siquiera de que fuera colocado dentro de una matriz humana. Y finalmente la muerte de cada uno de los recipientes que habían llevado a término a cada Mestizo& Felino.
No se ocultó nada a las inmaduras criaturas. Se sentaron en el suelo de sus celdas y miraron el gráfico vídeo diariamente. Lo vieron cada noche en sus sueños.
«No eres humano. Sin importar tu apariencia. Eres un animal. Una creación. Una herramienta. Una herramienta para nuestro uso. Nunca imagines que alguna vez serás algo diferente...»
Kevin se removió dentro la pesadilla, años de sangre y muerte pasaron por él. Los golpes del látigo mordiendo su espalda, su pecho. Horas de tortura porque no había matado lo bastante salvajemente o porque había sido clemente. El dolor de saber que el sueño de libertad podría ser nada más que una fantasía, rápidamente condenada a muerte.
Se despertó con un sobresalto, con la sangre latiendo en sus venas, el sudor humedeciendo su carne mientras volvían los horrores de los que había luchado tanto para distanciarse.
Respirando bruscamente se alzó de la cama, y se puso unos calzoncillos antes de abandonar el dormitorio.
Inhaló profundamente mientras dejaba el dormitorio, su cerebro procesaba automáticamente los olores de la casa, los examinaba cuidadosamente, buscando anomalías. No había ninguna. Su territorio no estaba corrompido, tan seguro ahora como cuando se fue a la cama.
Frotó su mano sobre el dolor en su pecho, el recuerdo casi siempre presente de aquella última paliza, y el látigo cargado con una corriente de electricidad que enviaba una agonía que resonaba por su cuerpo.
Fuiste creado, no parido.
Esas palabras resonaban en su mente mientras abría la puerta trasera y salía al porche. Creado para matar. No humano...
Miró fijamente al vacío triste de las últimas horas de la noche de Arkansas mientras permitía que los recuerdos fluyeran. Combatirlos solo los hacía peores, solo hacía peores las pesadillas.
Nunca conocerás el amor. Los animales no aman, así es que antes de que imagines que es una ventaja que te espera, ¡olvídalo!
Los entrenadores habían sido rápidos en destruir cualquier parpadeo de esperanza antes de que alentara, tomara forma o insinuara un final a sus torturados sufrimientos. El entrenamiento psicológico había sido brutal.
No eres nada. Eres una bestia cuadrúpeda que anda sobre dos patas. Nunca olvides eso...
Tu habilidad para hablar no significa que tengas permiso para hacerlo…
Miró fijamente a la noche estrellada.
Dios no existe para vosotros. Dios crea a Sus hijos. No adopta animales...
La destrucción final. Un silencioso gruñido curvó sus labios mientras lanzaba una mirada de odio a la brillantez del cielo que nunca se había supuesto que vería.
—¿Quién nos adopta entonces? —gruñó al Dios que le habían enseñado que no tenía tiempo para él o para su raza— ¿Quién?
«Fuisteis creados. Creados para dar vuestra vida al Consejo de Genética en cualquier momento que se considere apropiado. Sois animales. Nada más. No tenéis padre. No tenéis una pe/rra como madre. Solo nos tenéis a nosotros. Y nosotros decidiremos si sois suficientemente fuertes como para vivir o morir.»
El sueño era despiadado, sombrío en el recuerdo de quién y qué era él mientras miraba al científico indicar el procedimiento que le había creado.
La mejora genética de óvulos y espermas desconocidos. La fertilización, el desarrollo antes siquiera de que fuera colocado dentro de una matriz humana. Y finalmente la muerte de cada uno de los recipientes que habían llevado a término a cada Mestizo& Felino.
No se ocultó nada a las inmaduras criaturas. Se sentaron en el suelo de sus celdas y miraron el gráfico vídeo diariamente. Lo vieron cada noche en sus sueños.
«No eres humano. Sin importar tu apariencia. Eres un animal. Una creación. Una herramienta. Una herramienta para nuestro uso. Nunca imagines que alguna vez serás algo diferente...»
Kevin se removió dentro la pesadilla, años de sangre y muerte pasaron por él. Los golpes del látigo mordiendo su espalda, su pecho. Horas de tortura porque no había matado lo bastante salvajemente o porque había sido clemente. El dolor de saber que el sueño de libertad podría ser nada más que una fantasía, rápidamente condenada a muerte.
Se despertó con un sobresalto, con la sangre latiendo en sus venas, el sudor humedeciendo su carne mientras volvían los horrores de los que había luchado tanto para distanciarse.
Respirando bruscamente se alzó de la cama, y se puso unos calzoncillos antes de abandonar el dormitorio.
Inhaló profundamente mientras dejaba el dormitorio, su cerebro procesaba automáticamente los olores de la casa, los examinaba cuidadosamente, buscando anomalías. No había ninguna. Su territorio no estaba corrompido, tan seguro ahora como cuando se fue a la cama.
Frotó su mano sobre el dolor en su pecho, el recuerdo casi siempre presente de aquella última paliza, y el látigo cargado con una corriente de electricidad que enviaba una agonía que resonaba por su cuerpo.
Fuiste creado, no parido.
Esas palabras resonaban en su mente mientras abría la puerta trasera y salía al porche. Creado para matar. No humano...
Miró fijamente al vacío triste de las últimas horas de la noche de Arkansas mientras permitía que los recuerdos fluyeran. Combatirlos solo los hacía peores, solo hacía peores las pesadillas.
Nunca conocerás el amor. Los animales no aman, así es que antes de que imagines que es una ventaja que te espera, ¡olvídalo!
Los entrenadores habían sido rápidos en destruir cualquier parpadeo de esperanza antes de que alentara, tomara forma o insinuara un final a sus torturados sufrimientos. El entrenamiento psicológico había sido brutal.
No eres nada. Eres una bestia cuadrúpeda que anda sobre dos patas. Nunca olvides eso...
Tu habilidad para hablar no significa que tengas permiso para hacerlo…
Miró fijamente a la noche estrellada.
Dios no existe para vosotros. Dios crea a Sus hijos. No adopta animales...
La destrucción final. Un silencioso gruñido curvó sus labios mientras lanzaba una mirada de odio a la brillantez del cielo que nunca se había supuesto que vería.
—¿Quién nos adopta entonces? —gruñó al Dios que le habían enseñado que no tenía tiempo para él o para su raza— ¿Quién?
heyitsnicktanii
Re: El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
Capitulo uno
¿No había ninguna ley que dijera que no se permitía a un hombre verse tan condenadamente bien? Especialmente los cuerpos apretados y duros que insistían en destrozar un césped absolutamente bueno en el momento equivocado del año.
________ Mason estaba segura de que tendría que existir esa ley. Especialmente cuando dicho macho, Kevin Jordan, cometía el imperdonable pecado de estar aporreando sus premiadas rosas irlandesas.
—¿Estás loco?
Salió corriendo por la puerta principal, gritando a todo pulmón, para apartarle del hermoso seto que finalmente había logrado alcanzar una altura razonable.
Es decir, antes de que él lo atacara con la podadora que manejaba como una espada.
—Párala. Caray. Esas son mis rosas —lloró ella mientras corría a través de su césped delantero, patinaba alrededor del morro de su coche y casi resbalaba y se rompía el cuello en la franja de exuberante césped que estaba delante de él.
Al menos él se detuvo.
Él bajó la podadora, deslizó sus gafas oscuras por esa arrogante nariz suya y se la quedó mirando como si ella fuera la que estaba cometiendo algún acto atroz.
—Apágala —gritó ella, haciendo un movimiento de rajarse la garganta—. Ahora. Apágala.
La irritación y la excitación hervían en su sangre, calentaban su cara y la dejaron temblando delante de él. Él podía ser más alto que ella, pero ella había estado manipulando a hombres grandes y fornidos durante toda su vida. Él sería un juego de niños comparado con sus hermanos. Tal vez.
Él cortó el motor, alzó una ceja y mostró todo ese músculo glorioso y desnudo de su pecho y sus hombros. Como si pensara que eso fuera a salvarle. Ella no lo creía.
El hombre había vivido en la puerta de al lado durante casi seis meses y no había fallado en enfurecerla totalmente al menos una vez por semana. Y ella no pensaba admitir cuánto disfrutaba tomando el pelo al bobo cada vez que podía.
—¡Esas son mis rosas! —Ella tuvo ganas de gritar mientras se precipitaba sobre las ramas rotas y asoladas del seto de un metro veinte—. ¿Tienes idea de cuánto me ha costado conseguir que creciera? ¿Has perdido la cabeza? ¿Por qué estás atacando a mis rosas?
Él alzó una mano del eje de acero de la podadora y se rascó la barbilla pensativamente.
—¿Rosas, eh?
Oh Dios, su voz tenía ese pequeño tono sensual. Profundo. La clase de voz que una mujer anhelaba oír en la oscuridad de la noche. La voz que la tentaba en sueños tan malditamente sexuales que enrojecía solo de pensar en ellos.
Maldito fuera.
Él inclinó su cabeza a un lado, mirando a sus rosas durante largos momentos desde detrás de los cristales de sus gafas oscuras.
—No puedo creer que hicieras esto. —Ella le disparó una mirada de disgusto mientras se encorvaba delante del arbusto de concurso y empezaba a inspeccionar el daño—. Has vivido aquí durante seis meses, Kevin. Seguramente se te habrá ocurrido que si quisiera que se cortara lo habría hecho yo misma.
Algunos hombres necesitaban una correa. Obviamente este era uno de ellos. Pero era divertido —incluso si él no era consciente de ello. No le haría ningún bien saber lo a menudo que ella se desviaba de su camino para toparse con él.
—Lo siento, ________. Pensé que quizá el trabajo era demasiado para ti. Me parecía un desastre.
Ella lo miró con una sorpresa conmocionada mientras decía las palabras blasfemas. Solo un hombre consideraría las rosas un desastre. Era una cosa condenadamente buena que le gustara esa mirada de macho indefenso que le dirigía cada vez que metía la pata.
Solo podía menear la cabeza. ¿Cuánto tiempo tendría que vivir este hombre a su lado antes de que aprendiera a dejar en paz su lado del patio? Necesitaba un guardián. Consideró el ofrecerse voluntaria para el puerto.
—Tendrías que tener un permiso para usar uno de esos. Apuesto que suspenderías el examen si lo hicieras.
Una sonrisa curvó sus labios. Ella adoraba esa pequeña sonrisa torcida, casi tímida, con solo una traza de maldad. La mojaba. Y tampoco le gustaba eso.
Los ojos femeninos se entrecerraron mientras ignoraba la frialdad del aire de principios de invierno, y sus labios se apretaron con verdadera irritación esta vez.
Obviamente él estaba ignorando la frialdad. Ni siquiera tenía una camisa. La temperatura apenas era de 4º, y él estaba usando una podadora como si fuera junio y los hierbajos estuvieran haciendo campaña para tomar el poder. Eso, o simplemente a él no le gustaban sus rosas.
—Mira, solo llévate tu pequeña herramienta eléctrica al otro lado de tu propiedad. Allí no hay vecinos. Ni rosas para destrozar. —Hizo un movimiento con la mano para ahuyentarle—. Vamos. Estás expulsado de este lado del patio. No te quiero aquí.
Un ceño fruncido se dibujó entre sus cejas marrón doradas mientras se bajaban ominosamente y sus párpados se entrecerraban. ¿Qué hacía que los hombres pensaran que esa mirada funcionaba con ella? Casi se rió ante el pensamiento.
Vale, él era peligroso. Se estaba enfadando. Era más grande y fuerte que ella. ¿A quién le importaba?
—No me eches esa mirada —resopló ella con disgusto—. Ya deberías saber que no funciona conmigo. Solo me enfada más. Ahora vete.
Él miró alrededor, midiendo aparentemente alguna línea invisible entre donde estaba y su propia casa a varios metros de distancia.
—Creo que estoy en mi propiedad —le informó él fríamente.
—¿Ah, sí? —Ella se asentó cuidadosamente sobre sus pies, mirando sobre el borde de su rosal penosamente cortado a donde los pies de él estaban plantados. Chico, debería haber sabido que no tendría que haber hecho eso—. Ve y lee tu escritura, Einstein. Yo leí la mía. Mis rosas están plantadas exactamente a un metro ochenta de la línea de la propiedad. De roble a roble. —Ella señaló al roble en la calle de delante, luego al que estaba al borde del bosque de más allá—. Roble a roble. Mis hermanos dibujaron una línea y la marcaron muy cuidadosamente para una pobre tonta como yo —se burló ella dulcemente—. Eso te deja en mi propiedad. Vuelve a tu propio lado.
Ella se hubiera reído si no fuera tan importante mantener la apariencia de ira. Si iba a sobrevivir al lado de un anuncio andante y parlante de sexo, entonces habría que establecer algunos límites.
Él alzó la cadera y cruzó los brazos sobre el pecho mientras la pesada podadora colgaba del arnés que cruzaba su espalda.
Llevaba botas. Botas de piel marcadas y muy usadas. Ella notó eso instantáneamente, igual que notó las largas y poderosas piernas sobre ellas. Y un bulto... No, no iba a ir ahí.
—Tu lado de la propiedad es tan desastre como tu arbusto —gruñó él—. ¿Cuándo cortas la hierba?
—Cuando es el momento —espetó ella, irguiéndose en todo su uno sesenta de estatura—. Y el medio del invierno no es el momento, cuando ni siquiera está creciendo.
De acuerdo, ella apenas si le llegaba al pecho. ¿Y qué?
—Yo sacaría tiempo para ello si fuese tú. —Usó ese tono de superioridad masculina que nunca fallaba en crisparle los nervios—. Tengo un buen cortacésped motorizado. Podría cortártelo.
Los ojos de ella se dilataron por el horror. Él la estaba mirando ahora con una sonrisa torcida y una mirada esperanzada en su cara. Ella miró de soslayo sobre su hombro, contempló su hierba y luego se estremeció de consternación.
—No. —Ella negó con la cabeza fervientemente. Esto podría descontrolarse—. No, gracias. Ya le diste tajos al tuyo bastante bien. Deja el mío en paz.
—Te pido disculpas. —Él echó sus hombros hacia atrás y se irguió con una postura de orgullo masculino herido mientras apoyaba las manos en las caderas.
Él lo hacía tan bien. Cada vez que estropeaba algo lanzaba esa tontería de arrogancia sobre ella. Debería haber sabido que no iba a funcionar.
—Y bien que deberías —replicó ella, apoyando las manos en las caderas mientras le fulminaba con la mirada—. Has cortado a tajos tu césped. Peor aún, lo has cortado a tajos en el invierno. No hay simetría en el corte, y pusiste la cuchilla demasiado baja. Tendrás suerte si tienes césped en el verano. Lo has matado todo.
Él se volvió y miró fijamente a su césped. Cuando se volvió de nuevo hacia ella, una arrogancia descarada marcaba sus rasgos.
—El césped está perfecto.
Él tenía que estar bromeando.
—Mira —respiró ella bruscamente—. Solo limítate a destrozar tu propia propiedad, ¿vale? Deja la mía en paz. Recuerda la línea, de roble a roble, y quédate en tu lado de ella.
Él apoyó de nuevo las manos en las caderas. El movimiento atrajo los ojos de ella a la perfección empapada en sudor de ese dorado pecho masculino.
Debería ser ilegal.
—No estás siendo buena vecina —anunció él fríamente, casi arruinando su autocontrol al llevar una sonrisa de pura diversión a los labios femeninos—. Me dijeron cuando compré la casa que todo el mundo en esta manzana era amistoso, pero tú has sido sistemáticamente grosera. Creo que me mintieron.
Él pareció impresionado. Se estaba burlando realmente de ella, y a ella en realidad no le gustaba. Bueno, tal vez un poquito, pero no iba a dejar que lo supiera.
Se negó a permitir que sus labios se curvaran a la vista de la risa en su mirada. Él sonreía muy raramente, pero a veces, de vez en cuando, ella podía hacer que sus ojos sonrieran.
—Ese agente inmobiliario te habría dicho que el sol salía por el oeste y la luna estaba hecha de queso si eso le asegurara una venta. —Ella sonrió burlonamente—. Él me la vendió primero a mí, así es que sabía que yo no era agradable. Supongo que se olvidó de informarte de ese hecho.
De hecho, ella se había llevado bastante bien con el agente de bienes raíces. Era un señor muy agradable que le había asegurado que los hogares de esta manzana solo se venderían a un tipo específico de persona. Así es que, evidentemente, él le había mentido a ella también, porque el hombre que estaba parado delante de ella no era respetable, ni un hombre familiar. Era un dios del sexo, y ella estaba a un segundo de postrarse en adoración a sus pies masculinos y fuertes. Ella era tan débil.
Era un asesino de rosas, se recordó ella firmemente, e iba a patear su trasero si atacaba a una más de sus preciosas plantas. Mejor todavía, llamaría a sus hermanos y lloraría. Entonces ellos patearían su trasero
¿No había ninguna ley que dijera que no se permitía a un hombre verse tan condenadamente bien? Especialmente los cuerpos apretados y duros que insistían en destrozar un césped absolutamente bueno en el momento equivocado del año.
________ Mason estaba segura de que tendría que existir esa ley. Especialmente cuando dicho macho, Kevin Jordan, cometía el imperdonable pecado de estar aporreando sus premiadas rosas irlandesas.
—¿Estás loco?
Salió corriendo por la puerta principal, gritando a todo pulmón, para apartarle del hermoso seto que finalmente había logrado alcanzar una altura razonable.
Es decir, antes de que él lo atacara con la podadora que manejaba como una espada.
—Párala. Caray. Esas son mis rosas —lloró ella mientras corría a través de su césped delantero, patinaba alrededor del morro de su coche y casi resbalaba y se rompía el cuello en la franja de exuberante césped que estaba delante de él.
Al menos él se detuvo.
Él bajó la podadora, deslizó sus gafas oscuras por esa arrogante nariz suya y se la quedó mirando como si ella fuera la que estaba cometiendo algún acto atroz.
—Apágala —gritó ella, haciendo un movimiento de rajarse la garganta—. Ahora. Apágala.
La irritación y la excitación hervían en su sangre, calentaban su cara y la dejaron temblando delante de él. Él podía ser más alto que ella, pero ella había estado manipulando a hombres grandes y fornidos durante toda su vida. Él sería un juego de niños comparado con sus hermanos. Tal vez.
Él cortó el motor, alzó una ceja y mostró todo ese músculo glorioso y desnudo de su pecho y sus hombros. Como si pensara que eso fuera a salvarle. Ella no lo creía.
El hombre había vivido en la puerta de al lado durante casi seis meses y no había fallado en enfurecerla totalmente al menos una vez por semana. Y ella no pensaba admitir cuánto disfrutaba tomando el pelo al bobo cada vez que podía.
—¡Esas son mis rosas! —Ella tuvo ganas de gritar mientras se precipitaba sobre las ramas rotas y asoladas del seto de un metro veinte—. ¿Tienes idea de cuánto me ha costado conseguir que creciera? ¿Has perdido la cabeza? ¿Por qué estás atacando a mis rosas?
Él alzó una mano del eje de acero de la podadora y se rascó la barbilla pensativamente.
—¿Rosas, eh?
Oh Dios, su voz tenía ese pequeño tono sensual. Profundo. La clase de voz que una mujer anhelaba oír en la oscuridad de la noche. La voz que la tentaba en sueños tan malditamente sexuales que enrojecía solo de pensar en ellos.
Maldito fuera.
Él inclinó su cabeza a un lado, mirando a sus rosas durante largos momentos desde detrás de los cristales de sus gafas oscuras.
—No puedo creer que hicieras esto. —Ella le disparó una mirada de disgusto mientras se encorvaba delante del arbusto de concurso y empezaba a inspeccionar el daño—. Has vivido aquí durante seis meses, Kevin. Seguramente se te habrá ocurrido que si quisiera que se cortara lo habría hecho yo misma.
Algunos hombres necesitaban una correa. Obviamente este era uno de ellos. Pero era divertido —incluso si él no era consciente de ello. No le haría ningún bien saber lo a menudo que ella se desviaba de su camino para toparse con él.
—Lo siento, ________. Pensé que quizá el trabajo era demasiado para ti. Me parecía un desastre.
Ella lo miró con una sorpresa conmocionada mientras decía las palabras blasfemas. Solo un hombre consideraría las rosas un desastre. Era una cosa condenadamente buena que le gustara esa mirada de macho indefenso que le dirigía cada vez que metía la pata.
Solo podía menear la cabeza. ¿Cuánto tiempo tendría que vivir este hombre a su lado antes de que aprendiera a dejar en paz su lado del patio? Necesitaba un guardián. Consideró el ofrecerse voluntaria para el puerto.
—Tendrías que tener un permiso para usar uno de esos. Apuesto que suspenderías el examen si lo hicieras.
Una sonrisa curvó sus labios. Ella adoraba esa pequeña sonrisa torcida, casi tímida, con solo una traza de maldad. La mojaba. Y tampoco le gustaba eso.
Los ojos femeninos se entrecerraron mientras ignoraba la frialdad del aire de principios de invierno, y sus labios se apretaron con verdadera irritación esta vez.
Obviamente él estaba ignorando la frialdad. Ni siquiera tenía una camisa. La temperatura apenas era de 4º, y él estaba usando una podadora como si fuera junio y los hierbajos estuvieran haciendo campaña para tomar el poder. Eso, o simplemente a él no le gustaban sus rosas.
—Mira, solo llévate tu pequeña herramienta eléctrica al otro lado de tu propiedad. Allí no hay vecinos. Ni rosas para destrozar. —Hizo un movimiento con la mano para ahuyentarle—. Vamos. Estás expulsado de este lado del patio. No te quiero aquí.
Un ceño fruncido se dibujó entre sus cejas marrón doradas mientras se bajaban ominosamente y sus párpados se entrecerraban. ¿Qué hacía que los hombres pensaran que esa mirada funcionaba con ella? Casi se rió ante el pensamiento.
Vale, él era peligroso. Se estaba enfadando. Era más grande y fuerte que ella. ¿A quién le importaba?
—No me eches esa mirada —resopló ella con disgusto—. Ya deberías saber que no funciona conmigo. Solo me enfada más. Ahora vete.
Él miró alrededor, midiendo aparentemente alguna línea invisible entre donde estaba y su propia casa a varios metros de distancia.
—Creo que estoy en mi propiedad —le informó él fríamente.
—¿Ah, sí? —Ella se asentó cuidadosamente sobre sus pies, mirando sobre el borde de su rosal penosamente cortado a donde los pies de él estaban plantados. Chico, debería haber sabido que no tendría que haber hecho eso—. Ve y lee tu escritura, Einstein. Yo leí la mía. Mis rosas están plantadas exactamente a un metro ochenta de la línea de la propiedad. De roble a roble. —Ella señaló al roble en la calle de delante, luego al que estaba al borde del bosque de más allá—. Roble a roble. Mis hermanos dibujaron una línea y la marcaron muy cuidadosamente para una pobre tonta como yo —se burló ella dulcemente—. Eso te deja en mi propiedad. Vuelve a tu propio lado.
Ella se hubiera reído si no fuera tan importante mantener la apariencia de ira. Si iba a sobrevivir al lado de un anuncio andante y parlante de sexo, entonces habría que establecer algunos límites.
Él alzó la cadera y cruzó los brazos sobre el pecho mientras la pesada podadora colgaba del arnés que cruzaba su espalda.
Llevaba botas. Botas de piel marcadas y muy usadas. Ella notó eso instantáneamente, igual que notó las largas y poderosas piernas sobre ellas. Y un bulto... No, no iba a ir ahí.
—Tu lado de la propiedad es tan desastre como tu arbusto —gruñó él—. ¿Cuándo cortas la hierba?
—Cuando es el momento —espetó ella, irguiéndose en todo su uno sesenta de estatura—. Y el medio del invierno no es el momento, cuando ni siquiera está creciendo.
De acuerdo, ella apenas si le llegaba al pecho. ¿Y qué?
—Yo sacaría tiempo para ello si fuese tú. —Usó ese tono de superioridad masculina que nunca fallaba en crisparle los nervios—. Tengo un buen cortacésped motorizado. Podría cortártelo.
Los ojos de ella se dilataron por el horror. Él la estaba mirando ahora con una sonrisa torcida y una mirada esperanzada en su cara. Ella miró de soslayo sobre su hombro, contempló su hierba y luego se estremeció de consternación.
—No. —Ella negó con la cabeza fervientemente. Esto podría descontrolarse—. No, gracias. Ya le diste tajos al tuyo bastante bien. Deja el mío en paz.
—Te pido disculpas. —Él echó sus hombros hacia atrás y se irguió con una postura de orgullo masculino herido mientras apoyaba las manos en las caderas.
Él lo hacía tan bien. Cada vez que estropeaba algo lanzaba esa tontería de arrogancia sobre ella. Debería haber sabido que no iba a funcionar.
—Y bien que deberías —replicó ella, apoyando las manos en las caderas mientras le fulminaba con la mirada—. Has cortado a tajos tu césped. Peor aún, lo has cortado a tajos en el invierno. No hay simetría en el corte, y pusiste la cuchilla demasiado baja. Tendrás suerte si tienes césped en el verano. Lo has matado todo.
Él se volvió y miró fijamente a su césped. Cuando se volvió de nuevo hacia ella, una arrogancia descarada marcaba sus rasgos.
—El césped está perfecto.
Él tenía que estar bromeando.
—Mira —respiró ella bruscamente—. Solo limítate a destrozar tu propia propiedad, ¿vale? Deja la mía en paz. Recuerda la línea, de roble a roble, y quédate en tu lado de ella.
Él apoyó de nuevo las manos en las caderas. El movimiento atrajo los ojos de ella a la perfección empapada en sudor de ese dorado pecho masculino.
Debería ser ilegal.
—No estás siendo buena vecina —anunció él fríamente, casi arruinando su autocontrol al llevar una sonrisa de pura diversión a los labios femeninos—. Me dijeron cuando compré la casa que todo el mundo en esta manzana era amistoso, pero tú has sido sistemáticamente grosera. Creo que me mintieron.
Él pareció impresionado. Se estaba burlando realmente de ella, y a ella en realidad no le gustaba. Bueno, tal vez un poquito, pero no iba a dejar que lo supiera.
Se negó a permitir que sus labios se curvaran a la vista de la risa en su mirada. Él sonreía muy raramente, pero a veces, de vez en cuando, ella podía hacer que sus ojos sonrieran.
—Ese agente inmobiliario te habría dicho que el sol salía por el oeste y la luna estaba hecha de queso si eso le asegurara una venta. —Ella sonrió burlonamente—. Él me la vendió primero a mí, así es que sabía que yo no era agradable. Supongo que se olvidó de informarte de ese hecho.
De hecho, ella se había llevado bastante bien con el agente de bienes raíces. Era un señor muy agradable que le había asegurado que los hogares de esta manzana solo se venderían a un tipo específico de persona. Así es que, evidentemente, él le había mentido a ella también, porque el hombre que estaba parado delante de ella no era respetable, ni un hombre familiar. Era un dios del sexo, y ella estaba a un segundo de postrarse en adoración a sus pies masculinos y fuertes. Ella era tan débil.
Era un asesino de rosas, se recordó ella firmemente, e iba a patear su trasero si atacaba a una más de sus preciosas plantas. Mejor todavía, llamaría a sus hermanos y lloraría. Entonces ellos patearían su trasero
heyitsnicktanii
Re: El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
No, no lo haría así, se corrigió rápidamente. Ellos lo echarían. Eso no era en absoluto lo que ella quería.
—Quizá debería discutir esto con él. —Él deslizó las gafas por la nariz una vez más, contemplándola sobre el borde—. Al menos tenía razón sobre la vista.
Su mirada erró desde sus talones hasta su cabeza mientras sus ojos verdes centelleaban por la risa —a su costa, desde luego. Como si ella no supiera que era demasiado hogareña. Un poco demasiado normal. No era del tipo de sirena atractiva, y no tenía deseos de serlo. Eso no quería decir que él tuviera que reírse de ella.
Era perfectamente aceptable que ella jugara con él. Que él volviera las tornas no le divertía en lo más mínimo.
—Eso no fue divertido —le informó ella fríamente, deseando ahora poder esconderse detrás de algo.
Los vaqueros andrajosos los llevaba caídos a las caderas, no a causa de la moda sino porque eran un poco demasiado sueltos. La camiseta que llevaba le quedaba un poco mejor, pero era casi demasiado cómoda. Pero estaba limpiando la casa, no haciendo una entrevista para una revista de moda.
—No estaba intentando ser divertido. —Su sonrisa era perversa, sensual—. Estaba siendo honesto.
Estaba tratando librarse de problemas. Ella conocía bien esa mirada. No era la primera vez que la usaba con ella.
—Tengo tres hermanos mayores —le informó ella fríamente—. Conozco todos los trucos, señor...
—Jordan. Kevin Jordan —le recordó él suavemente.
Como si ella no supiera ya su nombre. Había sabido su nombre desde el primer día que se había cambiado a esta casa haciendo sonar el claxon de la Harley en la que había cruzado el césped delantero.
Maldición, esa Harley había estado realmente bien, pero él había estado incluso mejor sentado en ella.
—Señor —repitió ella—, no me está engañando, así es que no se equivoque. Ahora mantenga sus malditas máquinas alejadas de mi propiedad y de mí, o podría tener que mostrarle cómo se usan y dañar todo ese orgullo masculino del que parece que tiene tanto. —Ella lo ahuyentó otra vez—. Vamos. A tu propiedad, ahora. Y deja mis rosas en paz.
Sus ojos se entrecerraron hacia ella de nuevo. Esta vez su expresión también cambió. Se volvió... depredador. No peligrosa. No amenazante. Pero tampoco era una expresión cómoda. Era una expresión que le aseguraba que una abundancia de testosterona masculina estaba preparándose para salir. Y él representaba la testosterona masculina realmente bien. Estaba irritable, gruñón y con mal genio mientras la fulminaba con la mirada, su voz volviéndose peligrosamente áspera mientras la gruñía e intentaba regañarla.
Ella se negó a echarse atrás.
—Tampoco me mires así. Te lo he dicho. Tengo tres hermanos. No me intimidas.
La ceja de él se arqueó. Lentamente.
—Ha sido muy agradable verte hoy, ________ —saludó finalmente él cordialmente—. Tal vez la próxima vez no estés de tan mal humor.
—Sí. Estaría bien en algún momento que no estés destrozando el aspecto de la manzana —resopló ella mientras se giraba y se alejaba de él—. Narices, solo yo podía terminar con un vecino sin absolutamente ningún gusto para la jardinería. ¿Cómo demonios me las arreglaré?
Ella se alejó pisando fuerte, segura ahora de que nunca debería haber dejado que su padre le hablara de esta casa en particular.
—Está cerca de la familia —se burló ella, poniendo los ojos en blanco—. El precio es perfecto —imitó ella a su hermano mayor—. Sí. Cierto. Y los vecinos son una porquería...
Kevin la vio irse, oyendo su pequeña voz burlona todo el camino hasta el porche mientras pisaba fuerte sobre la cera. Finalmente, la puerta delantera se cerró con un punto de violencia que habría causado que cualquier otro hombre se estremeciera. Las Castas no se estremecían.
Él echó un vistazo a la podadora que colgaba de sus hombros y aspiró profundamente antes de volverse para echar un vistazo al césped.
El corte del césped era bueno, se aseguró a sí mismo, logrando apenas no estremecerse. Vale, podía no estar tan genial, pero se había divertido cortándolo. Demonios, incluso se había divertido usando la podadora. Al menos, hasta que la señorita No Ataques Mis Rosas había salido como una tromba de su casa.
Como si él no supiera bien que toda esa furia femenina era más fingida que verdadera cólera. Podía oler su ardor, su excitación y su entusiasmo. No lo escondía ni mucho menos tanto como pensaba.
Él se rió entre dientes y volvió la mirada hacia la casa de dos plantas de ladrillo y cristal. Le pegaba a ella. Agradable y regia en el exterior, pero con profundidades. Podía verlo en sus grandes ojos azules, en la blandura de sus labios que hacían pucheros.
Sin embargo, era un gato montés. Bueno, al menos tan encendida como un gato montés. Se aclaró la garganta y se rascó el pecho pensativamente, luego alzó la podadora sobre los hombros y se dirigió al pequeño cobertizo de metal que estaba detrás de su propia casa.
Prefería su casa, se dijo a sí mismo. Los dos pisos de áspera madera con el porche que los rodeaba eran... cómodos. Era espaciosa y natural, con habitaciones abiertas y un sentido de libertad. Había algo en esta casa que le calmaba, que aliviaba las pesadillas que le asediaban a menudo.
No había estado buscando un hogar cuando cedió a la sugerencia del agente inmobiliario para visitar la casa. Había estado buscando algo para alquilar, nada más. Pero cuando pararon en la calzada, con el olor fresco de la lluvia de verano todavía flotando en el aire, mezclado con el aroma del pan recién horneado que flotaba de la casa vecina, había sabido, en ese momento, que esta era suya.
Esta casa, demasiado grande para él solo, el patio que suplicaba abrigar árboles y arbustos y la risa de los niños que hicieran eco, le llamaban. Seis meses más tarde, este hogar que no había sabido que quería todavía calmaba los bordes ásperos de su alma.
Tiró para abrir la puerta del cobertizo, parándose antes de entrar en los límites sofocantes del pequeño edificio para almacenar la podadora. Iba a tener que reemplazar el cobertizo con uno mayor. Cada vez que entraba en la oscuridad se sentía como si se estuviera cerrando sobre él, atrapándole. Enjaulándole.
Sin embargo, había algo diferente. Hizo una pausa mientras salía, mirando al interior mientras lo consideraba pensativamente.
No había olido el moho habitual del edificio. Por una vez, el olor a tierra mojada no le había hecho dar un vuelco al estómago con los recuerdos. Era porque sus sentidos estaban todavía llenos con el olor suave del café, el pan recién horneado y una hembra cálida y dulce.
________ Mason.
Se volvió y se quedó mirando a la casa de ella, frotándose el pecho, sintiendo apenas las casi imperceptibles cicatrices que cruzaban su carne.
Café y pan recién horneado.
Nunca había comido pan recién horneado. Solo lo había olido saliendo de su casa en los pasados meses. Le había llevado mucho tiempo descubrir qué era el olor. Y el café era, lamentablemente, su debilidad. Y ella tenía de ambos.
Se preguntó si ella podría hacer mejor café que él.
Demonios, desde luego que podría, gruñó él mientras se giraba alejándose y daba grandes zancadas hacia su puerta trasera. La empujó para abrirla y entró en la casa, deteniéndose para quitarse las botas antes de caminar sobre los lisos azulejos de color crema.
La cocina estaba hecha para alguien que no era él.
Todavía no había logrado entender el horno. Por suerte había un microondas, o habría muerto de inanición.
Se movió hacia la cafetera con toda la intención de prepararlo antes de detenerse y hacer una mueca. Todavía podía oler el aroma del café de ________.
Su labio se alzó y un gruñido retumbó en su garganta. Quería café del de ella. Olía mucho mejor que el suyo. Y quería un poco de ese pan recién horneado.
Y no es que fuera probable que ella le diera nada. Había cortado su precioso arbusto, así es que ella, desde luego, tendría que castigarle. Esa era la forma en que funcionaba el mundo. Había aprendido eso en los laboratorios a una edad muy temprana.
Bueno, él ya lo sabía. Las cicatrices que marcaban su pecho y su espalda eran prueba de que era una lección que nunca había aprendido realmente.
Apoyó las manos en las caderas y fulminó con la mirada la casa de ________. Pertenecía a la Casta de los Leones. Un macho completamente crecido entrenado para matar de cien modos diferentes. Su especialidad era el rifle. Podía abatir a un hombre a ochocientos metros con alguna de las armas que había escondido en su dormitorio.
Había sobresalido en su entrenamiento, aprendido todo lo que los laboratorios tenían que enseñarle, luego luchó diariamente para escapar. Su oportunidad había llegado finalmente con el ataque que se había organizado al laboratorio de las Castas siete años antes.
Desde entonces había estado intentando aprender cómo vivir en un mundo que todavía no confiaba totalmente en el ADN animal que era una parte de él.
No es que nadie en la pequeña ciudad de Fayetteville, Arkansas, supiera quién o qué era él. Solo aquellos en Santuario, el principal recinto de las Castas, sabían la verdad sobre él. Eran su familia y sus patrones.
Descruzó los brazos del pecho y se puso las manos en las caderas.
No podía quitarse de la cabeza el olor de ese café o ese pan. Esa mujer le volvería loco —era demasiado sensual, demasiado terrenal. Pero el olor de ese café... Suspiró ante el pensamiento.
Él movió la cabeza, ignorando la sensación de su pelo demasiado largo contra los hombros. Era hora de cortárselo, pero que le condenaran si podía encontrar el momento. El trabajo que le había enviado aquí ocupaba casi todos sus momentos de vigilia. Excepto por el tiempo que se había tomado para cortar el césped.
Y por el tiempo que iba a tomarse ahora para ver si podía reparar el crimen de cortar ese arbusto tonto y conseguir una taza del café de ________.
El probar a la mujer vendría bastante pronto.
Aww esta casta me da ternura,ya veran por que,en fin aqui les dejo el capitulo,espero les guste &' sus comentarios para subir el siguien bueno me voy,hasta pronto las quiero :hi:
—Quizá debería discutir esto con él. —Él deslizó las gafas por la nariz una vez más, contemplándola sobre el borde—. Al menos tenía razón sobre la vista.
Su mirada erró desde sus talones hasta su cabeza mientras sus ojos verdes centelleaban por la risa —a su costa, desde luego. Como si ella no supiera que era demasiado hogareña. Un poco demasiado normal. No era del tipo de sirena atractiva, y no tenía deseos de serlo. Eso no quería decir que él tuviera que reírse de ella.
Era perfectamente aceptable que ella jugara con él. Que él volviera las tornas no le divertía en lo más mínimo.
—Eso no fue divertido —le informó ella fríamente, deseando ahora poder esconderse detrás de algo.
Los vaqueros andrajosos los llevaba caídos a las caderas, no a causa de la moda sino porque eran un poco demasiado sueltos. La camiseta que llevaba le quedaba un poco mejor, pero era casi demasiado cómoda. Pero estaba limpiando la casa, no haciendo una entrevista para una revista de moda.
—No estaba intentando ser divertido. —Su sonrisa era perversa, sensual—. Estaba siendo honesto.
Estaba tratando librarse de problemas. Ella conocía bien esa mirada. No era la primera vez que la usaba con ella.
—Tengo tres hermanos mayores —le informó ella fríamente—. Conozco todos los trucos, señor...
—Jordan. Kevin Jordan —le recordó él suavemente.
Como si ella no supiera ya su nombre. Había sabido su nombre desde el primer día que se había cambiado a esta casa haciendo sonar el claxon de la Harley en la que había cruzado el césped delantero.
Maldición, esa Harley había estado realmente bien, pero él había estado incluso mejor sentado en ella.
—Señor —repitió ella—, no me está engañando, así es que no se equivoque. Ahora mantenga sus malditas máquinas alejadas de mi propiedad y de mí, o podría tener que mostrarle cómo se usan y dañar todo ese orgullo masculino del que parece que tiene tanto. —Ella lo ahuyentó otra vez—. Vamos. A tu propiedad, ahora. Y deja mis rosas en paz.
Sus ojos se entrecerraron hacia ella de nuevo. Esta vez su expresión también cambió. Se volvió... depredador. No peligrosa. No amenazante. Pero tampoco era una expresión cómoda. Era una expresión que le aseguraba que una abundancia de testosterona masculina estaba preparándose para salir. Y él representaba la testosterona masculina realmente bien. Estaba irritable, gruñón y con mal genio mientras la fulminaba con la mirada, su voz volviéndose peligrosamente áspera mientras la gruñía e intentaba regañarla.
Ella se negó a echarse atrás.
—Tampoco me mires así. Te lo he dicho. Tengo tres hermanos. No me intimidas.
La ceja de él se arqueó. Lentamente.
—Ha sido muy agradable verte hoy, ________ —saludó finalmente él cordialmente—. Tal vez la próxima vez no estés de tan mal humor.
—Sí. Estaría bien en algún momento que no estés destrozando el aspecto de la manzana —resopló ella mientras se giraba y se alejaba de él—. Narices, solo yo podía terminar con un vecino sin absolutamente ningún gusto para la jardinería. ¿Cómo demonios me las arreglaré?
Ella se alejó pisando fuerte, segura ahora de que nunca debería haber dejado que su padre le hablara de esta casa en particular.
—Está cerca de la familia —se burló ella, poniendo los ojos en blanco—. El precio es perfecto —imitó ella a su hermano mayor—. Sí. Cierto. Y los vecinos son una porquería...
Kevin la vio irse, oyendo su pequeña voz burlona todo el camino hasta el porche mientras pisaba fuerte sobre la cera. Finalmente, la puerta delantera se cerró con un punto de violencia que habría causado que cualquier otro hombre se estremeciera. Las Castas no se estremecían.
Él echó un vistazo a la podadora que colgaba de sus hombros y aspiró profundamente antes de volverse para echar un vistazo al césped.
El corte del césped era bueno, se aseguró a sí mismo, logrando apenas no estremecerse. Vale, podía no estar tan genial, pero se había divertido cortándolo. Demonios, incluso se había divertido usando la podadora. Al menos, hasta que la señorita No Ataques Mis Rosas había salido como una tromba de su casa.
Como si él no supiera bien que toda esa furia femenina era más fingida que verdadera cólera. Podía oler su ardor, su excitación y su entusiasmo. No lo escondía ni mucho menos tanto como pensaba.
Él se rió entre dientes y volvió la mirada hacia la casa de dos plantas de ladrillo y cristal. Le pegaba a ella. Agradable y regia en el exterior, pero con profundidades. Podía verlo en sus grandes ojos azules, en la blandura de sus labios que hacían pucheros.
Sin embargo, era un gato montés. Bueno, al menos tan encendida como un gato montés. Se aclaró la garganta y se rascó el pecho pensativamente, luego alzó la podadora sobre los hombros y se dirigió al pequeño cobertizo de metal que estaba detrás de su propia casa.
Prefería su casa, se dijo a sí mismo. Los dos pisos de áspera madera con el porche que los rodeaba eran... cómodos. Era espaciosa y natural, con habitaciones abiertas y un sentido de libertad. Había algo en esta casa que le calmaba, que aliviaba las pesadillas que le asediaban a menudo.
No había estado buscando un hogar cuando cedió a la sugerencia del agente inmobiliario para visitar la casa. Había estado buscando algo para alquilar, nada más. Pero cuando pararon en la calzada, con el olor fresco de la lluvia de verano todavía flotando en el aire, mezclado con el aroma del pan recién horneado que flotaba de la casa vecina, había sabido, en ese momento, que esta era suya.
Esta casa, demasiado grande para él solo, el patio que suplicaba abrigar árboles y arbustos y la risa de los niños que hicieran eco, le llamaban. Seis meses más tarde, este hogar que no había sabido que quería todavía calmaba los bordes ásperos de su alma.
Tiró para abrir la puerta del cobertizo, parándose antes de entrar en los límites sofocantes del pequeño edificio para almacenar la podadora. Iba a tener que reemplazar el cobertizo con uno mayor. Cada vez que entraba en la oscuridad se sentía como si se estuviera cerrando sobre él, atrapándole. Enjaulándole.
Sin embargo, había algo diferente. Hizo una pausa mientras salía, mirando al interior mientras lo consideraba pensativamente.
No había olido el moho habitual del edificio. Por una vez, el olor a tierra mojada no le había hecho dar un vuelco al estómago con los recuerdos. Era porque sus sentidos estaban todavía llenos con el olor suave del café, el pan recién horneado y una hembra cálida y dulce.
________ Mason.
Se volvió y se quedó mirando a la casa de ella, frotándose el pecho, sintiendo apenas las casi imperceptibles cicatrices que cruzaban su carne.
Café y pan recién horneado.
Nunca había comido pan recién horneado. Solo lo había olido saliendo de su casa en los pasados meses. Le había llevado mucho tiempo descubrir qué era el olor. Y el café era, lamentablemente, su debilidad. Y ella tenía de ambos.
Se preguntó si ella podría hacer mejor café que él.
Demonios, desde luego que podría, gruñó él mientras se giraba alejándose y daba grandes zancadas hacia su puerta trasera. La empujó para abrirla y entró en la casa, deteniéndose para quitarse las botas antes de caminar sobre los lisos azulejos de color crema.
La cocina estaba hecha para alguien que no era él.
Todavía no había logrado entender el horno. Por suerte había un microondas, o habría muerto de inanición.
Se movió hacia la cafetera con toda la intención de prepararlo antes de detenerse y hacer una mueca. Todavía podía oler el aroma del café de ________.
Su labio se alzó y un gruñido retumbó en su garganta. Quería café del de ella. Olía mucho mejor que el suyo. Y quería un poco de ese pan recién horneado.
Y no es que fuera probable que ella le diera nada. Había cortado su precioso arbusto, así es que ella, desde luego, tendría que castigarle. Esa era la forma en que funcionaba el mundo. Había aprendido eso en los laboratorios a una edad muy temprana.
Bueno, él ya lo sabía. Las cicatrices que marcaban su pecho y su espalda eran prueba de que era una lección que nunca había aprendido realmente.
Apoyó las manos en las caderas y fulminó con la mirada la casa de ________. Pertenecía a la Casta de los Leones. Un macho completamente crecido entrenado para matar de cien modos diferentes. Su especialidad era el rifle. Podía abatir a un hombre a ochocientos metros con alguna de las armas que había escondido en su dormitorio.
Había sobresalido en su entrenamiento, aprendido todo lo que los laboratorios tenían que enseñarle, luego luchó diariamente para escapar. Su oportunidad había llegado finalmente con el ataque que se había organizado al laboratorio de las Castas siete años antes.
Desde entonces había estado intentando aprender cómo vivir en un mundo que todavía no confiaba totalmente en el ADN animal que era una parte de él.
No es que nadie en la pequeña ciudad de Fayetteville, Arkansas, supiera quién o qué era él. Solo aquellos en Santuario, el principal recinto de las Castas, sabían la verdad sobre él. Eran su familia y sus patrones.
Descruzó los brazos del pecho y se puso las manos en las caderas.
No podía quitarse de la cabeza el olor de ese café o ese pan. Esa mujer le volvería loco —era demasiado sensual, demasiado terrenal. Pero el olor de ese café... Suspiró ante el pensamiento.
Él movió la cabeza, ignorando la sensación de su pelo demasiado largo contra los hombros. Era hora de cortárselo, pero que le condenaran si podía encontrar el momento. El trabajo que le había enviado aquí ocupaba casi todos sus momentos de vigilia. Excepto por el tiempo que se había tomado para cortar el césped.
Y por el tiempo que iba a tomarse ahora para ver si podía reparar el crimen de cortar ese arbusto tonto y conseguir una taza del café de ________.
El probar a la mujer vendría bastante pronto.
Aww esta casta me da ternura,ya veran por que,en fin aqui les dejo el capitulo,espero les guste &' sus comentarios para subir el siguien bueno me voy,hasta pronto las quiero :hi:
heyitsnicktanii
Re: El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
GUUUAAA SOLO LEEEII LA PRIMERA PARTE DEL CAAAPIISSS MÑN LEOO LO QUE ME FALTAAAAA!!
AAAII CON ESE VECIIINOOOO!!!
YO ME LO COMERIIAAAA
AAAII CON ESE VECIIINOOOO!!!
YO ME LO COMERIIAAAA
chelis
Re: El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
OOOOOOOHHH!!!
ME PUSEE AL COOORRRIIIEEENTEEEEEE!!!
AAAAII ESE KEEEVIINNNN!!!!!!....
SII QUE DEBERIAAA SER UN DELIITTOOOOOO!!!1 SER HERMOOOSSOO Y CONDENADAMENTEEEE!!!
SEXYYYY!!!
JAJAJAJAJA
ME PUSEE AL COOORRRIIIEEENTEEEEEE!!!
AAAAII ESE KEEEVIINNNN!!!!!!....
SII QUE DEBERIAAA SER UN DELIITTOOOOOO!!!1 SER HERMOOOSSOO Y CONDENADAMENTEEEE!!!
SEXYYYY!!!
JAJAJAJAJA
chelis
Re: El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
me encanto el cap sube otro si? *-*
JB&1D2
Re: El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
OOOOOTROOO POOOORRRFFFIISS
chelis
Re: El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
Hola chicas!,les traigo el segundo capitulo mas temprano haha mi mama no esta en casa &' puedo tomar mas temprano la PC :twisted: gracias por sus comentarios,bueno les dejo el segundo capitulo,disfrutenlo :o
Capitulo dos
El pan se alineaba en el mostrador de la bella y perfecta cocina de ________. Pan blanco fresco, pan de nueces y plátano y los rollos favoritos de canela de su padre. Una taza de café recién hecho estaba al lado de su codo, y un libro de recetas yacía abierto en la mesa delante de ella mientras trataba de encontrar las instrucciones para el etouffe& que quería intentar.
El libro de cocina no era más que unos cientos de páginas, algunas escritos a mano, otras a máquina y otras impresos por ordenador, unidas sin orden ni concierto a lo largo de los años. Su madre lo había comenzado, y ahora ________ añadía sus propias recetas, usando también las que ya estaban.
Las melodías suaves de una nueva banda de country estaban sonando en el equipo de música del cuarto de estar, y su pie se balanceaba con un ritmo alegre siguiendo la música.
—¿Realmente te gusta esa música?
Un chillido sobresaltado de miedo escapó de su garganta cuando saltó de su silla, enviándola volando contra el muro mientras casi lanzó la taza de café a través del cuarto.
Y allí estaba él.
Su némesis.
El hombre tuvo que haber sido colocado aquí solo para atormentarla y torturarla. No había otra respuesta.
—¿Qué hiciste? —Ella se giró y levantó bruscamente la silla de donde había caído contra la pared, colocándola bruscamente de nuevo en su lugar antes de darse la vuelta y apoyar las manos en las caderas.
Él estaba aquí. Y se veía un poco demasiado incómodo como para satisfacerla. Tenía que haber estropeado algo otra vez.
Él se quedó de pie justo en el umbral, recién duchado y con un aspecto demasiado toscamente masculino para la paz mental de cualquier mujer. Si fuera apuesto de una manera convencional ella podría haberlo ignorado. Pero no lo era. Su cara estaba toscamente tallada, con ángulos agudos, pómulos altos y labios sensuales y comestibles.
Un hombre no debería tener labios comestibles. Era demasiado molesto para aquellas mujeres que no tenían ni la más mínima esperanza de conseguir probarlos.
—No hice nada. —Pasó la mano por la parte de atrás de su cuello, girándose para mirar fuera de la puerta como si estuviera confuso antes de volver la mirada a ella—. Vine para pedir perdón.
No parecía compungido.
Parecía como si quisiera algo.
Se frotó el cuello de nuevo, su mano se movía bajo el borde del cabello marrón claro y demasiado largo, con un corte que definía y enfatizaba los ásperos ángulos y planos de su cara.
Desde luego que quería algo. Todos los hombres lo querían. Y dudaba muy seriamente que tuviera que ver con su cuerpo. Lo que realmente era muy malo. Podía pensar en un montón de cosas para las que sería bueno ese fuerte y masculino cuerpo suyo.
Lamentablemente, los hombres como él —fuertes, oscuros y malos— generalmente nunca miraban en su dirección.
—¿A pedir perdón? —Ella descubrió la mirada medio escondida y añorante que dirigió al mostrador y al pan que se enfriaba allí.
—Sí. A pedir perdón. —Él incluso asintió muy ligeramente, y su expresión era algo más calculadora de lo que le habría gustado.
Ella apretó los labios, completamente consciente de que no estaba aquí para pedir perdón. Él estaba perdiendo el tiempo de ella, tanto como el suyo, mintiéndola.
Quería su pan. Podía verlo en sus ojos.
—Bien. —Ella se encogió de hombres desdeñosamente. Qué más podía hacer—. Quédate completamente lejos de mis plantas y te perdonaré. Ahora puedes irte.
Él se movió y atrajo la atención a su pecho y a la blanca camisa crujiente que llevaba puesta. Se había cambiado de ropa y se había duchado. Vestía vaqueros ajustados a su cuerpo con la camisa blanca remetida con esmero. Un cinturón de cuero rodeaba sus delgadas caderas, y las siempre presentes botas estaban en sus pies, aunque estas se veían un poco mejor que el par previo.
Su mirada se desvió al pan una vez más.
Encajaba. Y el destello hambriento y desesperado en sus ojos era casi su perdición. Solo casi. No iba a dejarse engatusar para esto, se aseguró a sí misma.
Lo miró fija y fríamente de nuevo mientras su mano se apretaba en el respaldo de la silla. No se iba a comer su pan. Ese pan era oro en lo que concernía a su padre y sus hermanos, y necesitaba desesperadamente los puntos que le conseguiría. Era la única forma en que iba a conseguir que le construyeran su bonito cobertizo de madera y lo sabía.
Él miró de nuevo hacia ella, sin molestarse en ocultar esta vez el frío cálculo de su mirada.
—Podemos hacer un trato tú y yo —sugirió él firmemente, con su voz firme, casi con tono de negociación.
Uh-huh. Apostaba a que podían.
—¿Realmente? —Se apartó de la silla y se apoyó sobre el mostrador mientras lo observaba con una mirada escéptica— ¿Y cómo?
Oh chico, no podía esperar a oír esto. Iba a tener que ser bueno. Conocía a los hombres, y sabía que obviamente había estado preparando el discurso que se avecinaba cuidadosamente.
Pero estaba intrigada. Pocos hombres se molestaban en ser francos o incluso parcialmente honestos cuando querían algo. Al menos no estaba empleando el encanto y fingiendo estar vencido por su atracción por ella para conseguir lo que quería.
—Como desees —declaró él firmemente—. Dime lo que tendría que hacer para conseguir una barra de ese pan y una taza de café.
Le devolvió la mirada conmocionada.
No estaba acostumbrada a tales tácticas francas y totalmente mercenarias de alguien. Mucho menos de un hombre.
Lo miró pensativamente.
Él quería el pan; ella quería el cobertizo. Ok, quizá podrían hacer negocio. No era lo que ella había esperado, pero estaba dispuesta a conformarse con la oportunidad que se presentaba.
—¿Puedes usar un martillo mejor que una podadora?
Ella necesitaba ese cobertizo.
Sus labios se comprimieron. Miró al pan de nuevo con una débil expresión de pena.
—Podría mentirte y decirte que sí. —Inclinó la cabeza y le ofreció una sonrisa vacilante—. Estoy muy tentado de hacerlo.
Genial. Tampoco podía usar un martillo.
Ella volvió la mirada a la condición muscular de su cuerpo sutilmente tonificado. Un hombre no se veía así como resultado del gimnasio. Era gracia y músculo natural, no la apariencia pesada y maciza que los chicos consiguen en el gimnasio. Pero si no podía cortar su propio césped o balancear un martillo, ¿cómo demonios la había conseguido?
Ella sacudió la cabeza. Obviamente le gustaba realmente, pero realmente, a la naturaleza. Kevin Jordan no era una persona de estar al aire libre.
—Déjame adivinar. ¿Eres realmente bueno con el ordenador? —Ella suspiró ante el pensamiento. ¿Por qué atraía a los técnicos en lugar de a los verdaderos hombres?
—Bueno, realmente lo soy. —Le ofreció una sonrisa esperanzada—. ¿El tuyo necesita trabajo?
Al menos era honesto —en algunas cosas. Suponía que merecía alguna compensación, aunque admitía totalmente que ella algunas veces era demasiado agradable.
—Mira, promete mantener tus máquinas lejos de mi línea de la propiedad y te daré café y una rebanada de pan —ofreció ella.
—¿Solo una rebanada? —Su expresión se nubló, casi como un chico al que le habían arrancado de las manos su regalo especial.
Hombres.
Ella miró sobre el mostrador. Demonios, de cualquier forma había horneado demasiado.
—Bueno. Una barra.
Capitulo dos
El pan se alineaba en el mostrador de la bella y perfecta cocina de ________. Pan blanco fresco, pan de nueces y plátano y los rollos favoritos de canela de su padre. Una taza de café recién hecho estaba al lado de su codo, y un libro de recetas yacía abierto en la mesa delante de ella mientras trataba de encontrar las instrucciones para el etouffe& que quería intentar.
El libro de cocina no era más que unos cientos de páginas, algunas escritos a mano, otras a máquina y otras impresos por ordenador, unidas sin orden ni concierto a lo largo de los años. Su madre lo había comenzado, y ahora ________ añadía sus propias recetas, usando también las que ya estaban.
Las melodías suaves de una nueva banda de country estaban sonando en el equipo de música del cuarto de estar, y su pie se balanceaba con un ritmo alegre siguiendo la música.
—¿Realmente te gusta esa música?
Un chillido sobresaltado de miedo escapó de su garganta cuando saltó de su silla, enviándola volando contra el muro mientras casi lanzó la taza de café a través del cuarto.
Y allí estaba él.
Su némesis.
El hombre tuvo que haber sido colocado aquí solo para atormentarla y torturarla. No había otra respuesta.
—¿Qué hiciste? —Ella se giró y levantó bruscamente la silla de donde había caído contra la pared, colocándola bruscamente de nuevo en su lugar antes de darse la vuelta y apoyar las manos en las caderas.
Él estaba aquí. Y se veía un poco demasiado incómodo como para satisfacerla. Tenía que haber estropeado algo otra vez.
Él se quedó de pie justo en el umbral, recién duchado y con un aspecto demasiado toscamente masculino para la paz mental de cualquier mujer. Si fuera apuesto de una manera convencional ella podría haberlo ignorado. Pero no lo era. Su cara estaba toscamente tallada, con ángulos agudos, pómulos altos y labios sensuales y comestibles.
Un hombre no debería tener labios comestibles. Era demasiado molesto para aquellas mujeres que no tenían ni la más mínima esperanza de conseguir probarlos.
—No hice nada. —Pasó la mano por la parte de atrás de su cuello, girándose para mirar fuera de la puerta como si estuviera confuso antes de volver la mirada a ella—. Vine para pedir perdón.
No parecía compungido.
Parecía como si quisiera algo.
Se frotó el cuello de nuevo, su mano se movía bajo el borde del cabello marrón claro y demasiado largo, con un corte que definía y enfatizaba los ásperos ángulos y planos de su cara.
Desde luego que quería algo. Todos los hombres lo querían. Y dudaba muy seriamente que tuviera que ver con su cuerpo. Lo que realmente era muy malo. Podía pensar en un montón de cosas para las que sería bueno ese fuerte y masculino cuerpo suyo.
Lamentablemente, los hombres como él —fuertes, oscuros y malos— generalmente nunca miraban en su dirección.
—¿A pedir perdón? —Ella descubrió la mirada medio escondida y añorante que dirigió al mostrador y al pan que se enfriaba allí.
—Sí. A pedir perdón. —Él incluso asintió muy ligeramente, y su expresión era algo más calculadora de lo que le habría gustado.
Ella apretó los labios, completamente consciente de que no estaba aquí para pedir perdón. Él estaba perdiendo el tiempo de ella, tanto como el suyo, mintiéndola.
Quería su pan. Podía verlo en sus ojos.
—Bien. —Ella se encogió de hombres desdeñosamente. Qué más podía hacer—. Quédate completamente lejos de mis plantas y te perdonaré. Ahora puedes irte.
Él se movió y atrajo la atención a su pecho y a la blanca camisa crujiente que llevaba puesta. Se había cambiado de ropa y se había duchado. Vestía vaqueros ajustados a su cuerpo con la camisa blanca remetida con esmero. Un cinturón de cuero rodeaba sus delgadas caderas, y las siempre presentes botas estaban en sus pies, aunque estas se veían un poco mejor que el par previo.
Su mirada se desvió al pan una vez más.
Encajaba. Y el destello hambriento y desesperado en sus ojos era casi su perdición. Solo casi. No iba a dejarse engatusar para esto, se aseguró a sí misma.
Lo miró fija y fríamente de nuevo mientras su mano se apretaba en el respaldo de la silla. No se iba a comer su pan. Ese pan era oro en lo que concernía a su padre y sus hermanos, y necesitaba desesperadamente los puntos que le conseguiría. Era la única forma en que iba a conseguir que le construyeran su bonito cobertizo de madera y lo sabía.
Él miró de nuevo hacia ella, sin molestarse en ocultar esta vez el frío cálculo de su mirada.
—Podemos hacer un trato tú y yo —sugirió él firmemente, con su voz firme, casi con tono de negociación.
Uh-huh. Apostaba a que podían.
—¿Realmente? —Se apartó de la silla y se apoyó sobre el mostrador mientras lo observaba con una mirada escéptica— ¿Y cómo?
Oh chico, no podía esperar a oír esto. Iba a tener que ser bueno. Conocía a los hombres, y sabía que obviamente había estado preparando el discurso que se avecinaba cuidadosamente.
Pero estaba intrigada. Pocos hombres se molestaban en ser francos o incluso parcialmente honestos cuando querían algo. Al menos no estaba empleando el encanto y fingiendo estar vencido por su atracción por ella para conseguir lo que quería.
—Como desees —declaró él firmemente—. Dime lo que tendría que hacer para conseguir una barra de ese pan y una taza de café.
Le devolvió la mirada conmocionada.
No estaba acostumbrada a tales tácticas francas y totalmente mercenarias de alguien. Mucho menos de un hombre.
Lo miró pensativamente.
Él quería el pan; ella quería el cobertizo. Ok, quizá podrían hacer negocio. No era lo que ella había esperado, pero estaba dispuesta a conformarse con la oportunidad que se presentaba.
—¿Puedes usar un martillo mejor que una podadora?
Ella necesitaba ese cobertizo.
Sus labios se comprimieron. Miró al pan de nuevo con una débil expresión de pena.
—Podría mentirte y decirte que sí. —Inclinó la cabeza y le ofreció una sonrisa vacilante—. Estoy muy tentado de hacerlo.
Genial. Tampoco podía usar un martillo.
Ella volvió la mirada a la condición muscular de su cuerpo sutilmente tonificado. Un hombre no se veía así como resultado del gimnasio. Era gracia y músculo natural, no la apariencia pesada y maciza que los chicos consiguen en el gimnasio. Pero si no podía cortar su propio césped o balancear un martillo, ¿cómo demonios la había conseguido?
Ella sacudió la cabeza. Obviamente le gustaba realmente, pero realmente, a la naturaleza. Kevin Jordan no era una persona de estar al aire libre.
—Déjame adivinar. ¿Eres realmente bueno con el ordenador? —Ella suspiró ante el pensamiento. ¿Por qué atraía a los técnicos en lugar de a los verdaderos hombres?
—Bueno, realmente lo soy. —Le ofreció una sonrisa esperanzada—. ¿El tuyo necesita trabajo?
Al menos era honesto —en algunas cosas. Suponía que merecía alguna compensación, aunque admitía totalmente que ella algunas veces era demasiado agradable.
—Mira, promete mantener tus máquinas lejos de mi línea de la propiedad y te daré café y una rebanada de pan —ofreció ella.
—¿Solo una rebanada? —Su expresión se nubló, casi como un chico al que le habían arrancado de las manos su regalo especial.
Hombres.
Ella miró sobre el mostrador. Demonios, de cualquier forma había horneado demasiado.
—Bueno. Una barra.
heyitsnicktanii
Re: El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
—¿De cada clase? —La esperanza apareció en esos ojos dorados, y por un momento le hizo preguntarse... No, desde luego que él habría comido pan recién horneado. ¿No lo habían hecho todos? Pero allí había una curiosa luz tenue de vulnerabilidad. Una que no había esperado.
Ella miró al mostrador de nuevo. Tenía cuatro barras de cada clase y muchos rollos de canela. No era como si no tuviera suficiente.
—Vamos, entra. —Ella se giró para conseguir una taza de café extra cuando se paró y se le quedó mirando con sorpresa.
¿Se estaba quitando las botas? Lo hizo de manera natural, apoyándose en los talones hasta que el cuero se deslizó de sus pies y luego recogiéndolas para colocarlas con esmero en la puerta.
Sus calcetines eran blancos. Un blanco puro y bonito contra el granate oscuro de sus azulejos de cerámica mientras andaba hacia la mesa.
Él esperó con expectación.
¿Qué demonios era él? ¿Un extraterrestre? Ningún hombre que conociera tenía calcetines blancos. Y aún más seguro que no tenían cuidado en quitarse los zapatos en la puerta, sin importar a menudo cuán mugrientos o fangosos estuvieran. Sus hermanos eran los peores.
Sirvió el café y lo colocó delante de él antes de volverse para tomar el azúcar y la leche en polvo del mostrador. Cuando se volvió de nuevo, frunció el ceño al verle tomar un largo sorbo del oscuro líquido.
El éxtasis transformó su rostro.
La expresión en su cara hizo que sus muslos se apretaran mientras que su sexo se contraía con interés. Lo que solo la enojó. No iba a excitarse más por este hombre de lo que ya estaba. Lo estaba haciendo perfectamente bien sin un hombre en su vida ahora mismo. No, repito, nonecesitaba la complicación.
Pero si así era como miraba el hombre cuando tenía sexo, entonces su virginidad podía estar en un serio peligro. Extrañamente predador, salvaje, lleno de satisfacción, su rostro tenía una mirada intensa y primaria de satisfacción y hambre creciente.
Por un momento su pecho se contrajo con una desilusión sorprendente. Quería que la mirara así a ella, no a su pan.
Pero esa era su suerte. Alguien más que la acosaba por su pan en vez de por su cuerpo. No es que quisiera que la acosaran por su cuerpo, pero sería agradable si alguien lo hiciera.
Sacó un cuchillo de pan y rebanó primero la barra de pan de nueces y plátano y luego el pan blanco. El pan blanco estaba todavía lo suficientemente caliente como para derretir la fresca y cremosa mantequilla que le extendió encima.
Bien. Tal vez podría sobornarle para que contratara a alguien para cortar y recortar el césped y así dejaría el suyo en paz. Cosas más extrañas habían pasado.
El café era rico, oscuro y exquisito. El pan casi se derretía en la boca. Pero eso no era lo que mantenía su pe/ne dolorosamente erecto mientras saboreaba el convite.
Esa excitación estaba matándole. No era intensa y aplastante, sino curiosa y cálida. Casi tímida. Saboreó su olor más de lo que saboreaba el pan y el café en los que estaba intentando mantenerse centrado.
—¿Y qué haces en el ordenador? —Estaba limpiando los moldes de barra que había usado para hornear el pan, lavándolos y secándolos cuidadosamente en el fregadero.
Él echó un vistazo a la línea delgada de su espalda, las curvas de su trasero, y se movió agitadamente en su silla. Su erección estaba matándolo.
No había querido darle la impresión de que trabajaba principalmente con ordenadores, pero suponía que era mejor que decirle la verdad.
—Sobre todo investigaciones. —Él se encogió de hombros, diciéndole tanta verdad como era posible. Odiaba el pensamiento de mentirla. Lo que era extraño. Estaba viviendo una mentira y lo sabía. Había sido así desde su creación. ¿Así es que por qué debía molestarle ahora?
—¿Criminal o financiera? —Recogió la cafetera y caminó hacia la mesa, llenando su taza con el último líquido caliente.
Él frunció el ceño ante la pregunta mientras miraba la forma en que la seda suave como la medianoche de su pelo caía hacia delante, tentando a sus dedos. Parecía suave y cálido. Como todo lo que había creído que debería ser una mujer.
Ella no era dura, entrenada para matar o vivía sus propias pesadillas, como muchas de las mujeres de las Castas Felinas. Era batalladora e independiente, pero también suave y exquisita.
—Más en la línea de las personas desaparecidas —respondió él finalmente—. Sin embargo, un poquito de todo.
Casi se ahogó con eso. Era, de manera simple, un caza recompensas y un asesino. Su misión actual era la búsqueda de uno de los Domadores que había escapado y que había asesinado incontables miembros de las Castas Felinas mientras los mantenían en cautividad.
Sin embargo, la misión estaba empezando a ocupar el segundo lugar con respecto a la mujer que estaba delante de él.
Ese maldito café era bueno, pero si ella no se llevaba el aroma de ese calor suave y acalorado que hervía a fuego lento en su sexo al otro lado de la habitación y lejos de él iban a tener problemas.
Podía sentir la creciente necesidad sexual estrujando su abdomen y palpitando en su cerebro. Quería sacudir su cabeza, apartar el aroma de él en un intento de recobrar el sentido. Nunca había conocido una reacción tan intensa, tan inmediata, a ninguna mujer.
Desde el primer atisbo de su expresión ultrajada cuando cometió el pecado supremo de montar su Harley sobre su césped, ella le había cautivado.
No estaba asustada o intimidada por él. No le miraba como a una pieza de carne o a un animal que podía atacarle en cualquier momento. Le miraba con frustración, inocencia y hambre a partes iguales.
Y si él no se iba condenadamente lejos de ella iba a cometer otro pecado. Iba a mostrarle cuán desesperadamente quería ese pequeño cuerpo curvilíneo suyo.
—Supongo que debería irme. —Se puso en pie rápidamente, terminándose el café antes de llevar la taza y su plato vacío al fregadero donde estaba trabajando.
Ella alzó la mirada hacia él con asombro mientras los aclaraba rápidamente antes de depositarlos en el agua caliente y jabonosa delante de ella.
Él bajó la mirada hacia ella, atrapada por un momento en las profundidades de sus increíbles ojos zafiro. Brillaban. Pequeños puntos de luz brillante parecían llenar el color oscuro, como estrellas sobre un fondo de terciopelo azul. Increíble.
—Gracias. —Finalmente forzó a las palabras a que pasaran sus labios—. Por el café y el pan.
Ella tragó fuertemente. El aroma de ella lo envolvía, un olor nervioso e incierto de excitación que había llenado su pecho con un repentino gruñido animal.
Estranguló el sonido firmemente, apretando los dedos mientras retrocedía apartándose de ella.
—De nada. —Ella se aclaró la garganta después de que las palabras salieran con un tono ronco y atractivo de nerviosismo.
Caray, no tenía tiempo para tales complicaciones. Tenía un trabajo que hacer. Uno que no incluía a una mujer que sabía que huiría de él gritando si tuviera alguna idea de quién y qué era.
Ella había envuelto las barras y las había puesto en el mostrador al lado de la puerta para él. Se puso las botas rápidamente y recogió el pan, abriendo la puerta antes de volverse hacia ella.
—Si necesitas alguna ayuda. —Se encogió de hombros de manera fatalista—. Si hay algo que pueda hacer por ti... —Dejó que las palabras se fueran apagando.
¿Qué podía él hacer por ella además de complicarle la vida y hacerle lamentar incluso el haberle encontrado? Había poco.
—Simplemente mantente lejos de mi patio con tus cacharros. —Sus ojos estaban llenos de humor—. Al menos hasta que aprendas cómo usarlos.
La mujer obviamente no tenía respeto por el orgullo del hombre. Una sonrisa bailó en los labios de él.
—Lo prometo.
Se volvió y dejó la casa, con pesar, odiándolo. Había un calor dentro de las paredes de la casa de ella que no existía dentro de la suya propia, y lo dejaba sintiéndose inexplicablemente entristecido por marcharse. ¿Qué había en ella, en su casa, que repentinamente parecía que le faltaba?
Él sacudió la cabeza, hundió su mano libre en el bolsillo de sus vaqueros y se marchó por el patio de ella, recortado con esmero, al césped propio, menos que prístino. Y a su propia vida, menos que satisfactoria.
Aww ven les dije que este caste me da ternura :z: nunca habia probado una barra de pan!aww ok ya :| haha espero que les este gustando la novela,ayer acomodaba los capitulos &' me di cuenta de que solo son 10 :O les dije que era mas corta,en fin disfrutenla,gracias por leerla y comenten :) las quiero
Tania Swifty
Ella miró al mostrador de nuevo. Tenía cuatro barras de cada clase y muchos rollos de canela. No era como si no tuviera suficiente.
—Vamos, entra. —Ella se giró para conseguir una taza de café extra cuando se paró y se le quedó mirando con sorpresa.
¿Se estaba quitando las botas? Lo hizo de manera natural, apoyándose en los talones hasta que el cuero se deslizó de sus pies y luego recogiéndolas para colocarlas con esmero en la puerta.
Sus calcetines eran blancos. Un blanco puro y bonito contra el granate oscuro de sus azulejos de cerámica mientras andaba hacia la mesa.
Él esperó con expectación.
¿Qué demonios era él? ¿Un extraterrestre? Ningún hombre que conociera tenía calcetines blancos. Y aún más seguro que no tenían cuidado en quitarse los zapatos en la puerta, sin importar a menudo cuán mugrientos o fangosos estuvieran. Sus hermanos eran los peores.
Sirvió el café y lo colocó delante de él antes de volverse para tomar el azúcar y la leche en polvo del mostrador. Cuando se volvió de nuevo, frunció el ceño al verle tomar un largo sorbo del oscuro líquido.
El éxtasis transformó su rostro.
La expresión en su cara hizo que sus muslos se apretaran mientras que su sexo se contraía con interés. Lo que solo la enojó. No iba a excitarse más por este hombre de lo que ya estaba. Lo estaba haciendo perfectamente bien sin un hombre en su vida ahora mismo. No, repito, nonecesitaba la complicación.
Pero si así era como miraba el hombre cuando tenía sexo, entonces su virginidad podía estar en un serio peligro. Extrañamente predador, salvaje, lleno de satisfacción, su rostro tenía una mirada intensa y primaria de satisfacción y hambre creciente.
Por un momento su pecho se contrajo con una desilusión sorprendente. Quería que la mirara así a ella, no a su pan.
Pero esa era su suerte. Alguien más que la acosaba por su pan en vez de por su cuerpo. No es que quisiera que la acosaran por su cuerpo, pero sería agradable si alguien lo hiciera.
Sacó un cuchillo de pan y rebanó primero la barra de pan de nueces y plátano y luego el pan blanco. El pan blanco estaba todavía lo suficientemente caliente como para derretir la fresca y cremosa mantequilla que le extendió encima.
Bien. Tal vez podría sobornarle para que contratara a alguien para cortar y recortar el césped y así dejaría el suyo en paz. Cosas más extrañas habían pasado.
El café era rico, oscuro y exquisito. El pan casi se derretía en la boca. Pero eso no era lo que mantenía su pe/ne dolorosamente erecto mientras saboreaba el convite.
Esa excitación estaba matándole. No era intensa y aplastante, sino curiosa y cálida. Casi tímida. Saboreó su olor más de lo que saboreaba el pan y el café en los que estaba intentando mantenerse centrado.
—¿Y qué haces en el ordenador? —Estaba limpiando los moldes de barra que había usado para hornear el pan, lavándolos y secándolos cuidadosamente en el fregadero.
Él echó un vistazo a la línea delgada de su espalda, las curvas de su trasero, y se movió agitadamente en su silla. Su erección estaba matándolo.
No había querido darle la impresión de que trabajaba principalmente con ordenadores, pero suponía que era mejor que decirle la verdad.
—Sobre todo investigaciones. —Él se encogió de hombros, diciéndole tanta verdad como era posible. Odiaba el pensamiento de mentirla. Lo que era extraño. Estaba viviendo una mentira y lo sabía. Había sido así desde su creación. ¿Así es que por qué debía molestarle ahora?
—¿Criminal o financiera? —Recogió la cafetera y caminó hacia la mesa, llenando su taza con el último líquido caliente.
Él frunció el ceño ante la pregunta mientras miraba la forma en que la seda suave como la medianoche de su pelo caía hacia delante, tentando a sus dedos. Parecía suave y cálido. Como todo lo que había creído que debería ser una mujer.
Ella no era dura, entrenada para matar o vivía sus propias pesadillas, como muchas de las mujeres de las Castas Felinas. Era batalladora e independiente, pero también suave y exquisita.
—Más en la línea de las personas desaparecidas —respondió él finalmente—. Sin embargo, un poquito de todo.
Casi se ahogó con eso. Era, de manera simple, un caza recompensas y un asesino. Su misión actual era la búsqueda de uno de los Domadores que había escapado y que había asesinado incontables miembros de las Castas Felinas mientras los mantenían en cautividad.
Sin embargo, la misión estaba empezando a ocupar el segundo lugar con respecto a la mujer que estaba delante de él.
Ese maldito café era bueno, pero si ella no se llevaba el aroma de ese calor suave y acalorado que hervía a fuego lento en su sexo al otro lado de la habitación y lejos de él iban a tener problemas.
Podía sentir la creciente necesidad sexual estrujando su abdomen y palpitando en su cerebro. Quería sacudir su cabeza, apartar el aroma de él en un intento de recobrar el sentido. Nunca había conocido una reacción tan intensa, tan inmediata, a ninguna mujer.
Desde el primer atisbo de su expresión ultrajada cuando cometió el pecado supremo de montar su Harley sobre su césped, ella le había cautivado.
No estaba asustada o intimidada por él. No le miraba como a una pieza de carne o a un animal que podía atacarle en cualquier momento. Le miraba con frustración, inocencia y hambre a partes iguales.
Y si él no se iba condenadamente lejos de ella iba a cometer otro pecado. Iba a mostrarle cuán desesperadamente quería ese pequeño cuerpo curvilíneo suyo.
—Supongo que debería irme. —Se puso en pie rápidamente, terminándose el café antes de llevar la taza y su plato vacío al fregadero donde estaba trabajando.
Ella alzó la mirada hacia él con asombro mientras los aclaraba rápidamente antes de depositarlos en el agua caliente y jabonosa delante de ella.
Él bajó la mirada hacia ella, atrapada por un momento en las profundidades de sus increíbles ojos zafiro. Brillaban. Pequeños puntos de luz brillante parecían llenar el color oscuro, como estrellas sobre un fondo de terciopelo azul. Increíble.
—Gracias. —Finalmente forzó a las palabras a que pasaran sus labios—. Por el café y el pan.
Ella tragó fuertemente. El aroma de ella lo envolvía, un olor nervioso e incierto de excitación que había llenado su pecho con un repentino gruñido animal.
Estranguló el sonido firmemente, apretando los dedos mientras retrocedía apartándose de ella.
—De nada. —Ella se aclaró la garganta después de que las palabras salieran con un tono ronco y atractivo de nerviosismo.
Caray, no tenía tiempo para tales complicaciones. Tenía un trabajo que hacer. Uno que no incluía a una mujer que sabía que huiría de él gritando si tuviera alguna idea de quién y qué era.
Ella había envuelto las barras y las había puesto en el mostrador al lado de la puerta para él. Se puso las botas rápidamente y recogió el pan, abriendo la puerta antes de volverse hacia ella.
—Si necesitas alguna ayuda. —Se encogió de hombros de manera fatalista—. Si hay algo que pueda hacer por ti... —Dejó que las palabras se fueran apagando.
¿Qué podía él hacer por ella además de complicarle la vida y hacerle lamentar incluso el haberle encontrado? Había poco.
—Simplemente mantente lejos de mi patio con tus cacharros. —Sus ojos estaban llenos de humor—. Al menos hasta que aprendas cómo usarlos.
La mujer obviamente no tenía respeto por el orgullo del hombre. Una sonrisa bailó en los labios de él.
—Lo prometo.
Se volvió y dejó la casa, con pesar, odiándolo. Había un calor dentro de las paredes de la casa de ella que no existía dentro de la suya propia, y lo dejaba sintiéndose inexplicablemente entristecido por marcharse. ¿Qué había en ella, en su casa, que repentinamente parecía que le faltaba?
Él sacudió la cabeza, hundió su mano libre en el bolsillo de sus vaqueros y se marchó por el patio de ella, recortado con esmero, al césped propio, menos que prístino. Y a su propia vida, menos que satisfactoria.
Aww ven les dije que este caste me da ternura :z: nunca habia probado una barra de pan!aww ok ya :| haha espero que les este gustando la novela,ayer acomodaba los capitulos &' me di cuenta de que solo son 10 :O les dije que era mas corta,en fin disfrutenla,gracias por leerla y comenten :) las quiero
Tania Swifty
heyitsnicktanii
Re: El meztizo de la puerta de a lado"Adaptacion"[Kevin yTú](Erotico/Romantica)
SIIIIIII!!!
QUE LINNNDOOO!!!!!!!!!........
SI QUIEREESSSS YO TE DOYY PAN!!!!...
JEJEJEJEJEJE
PON OOOTROOOOO!!!!
AANDAAAA!!!
ME ENCANTAAAAAAA!!!
QUE LINNNDOOO!!!!!!!!!........
SI QUIEREESSSS YO TE DOYY PAN!!!!...
JEJEJEJEJEJE
PON OOOTROOOOO!!!!
AANDAAAA!!!
ME ENCANTAAAAAAA!!!
chelis
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