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SOMBRAS EN LA NOCHE(Nick y Tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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SOMBRAS EN LA NOCHE(Nick y Tu)
Nombre: Sombras en la noche.
Autor: Maggie Shayne.
Adaptación: Si.
Género: Drama y Romance & Hot
Advertencias: Tienes algunas partes hot!
Otras Páginas: No se es una adaptacion.
Sinopsis
Era el deseo de cualquier mujer, y sin embargo seguía solo. Su mundo estaba
lleno de secretos y soledad, oscuridad y peligros. Pero entonces una
mujer encontró su diario y empezó a desvelar sus secretos.
Cuando la guionista _______ ______ descubrió aquellos viejos diarios, se quedó
atrapada por el seductor mundo de un hombre muerto que creía ser un
vampiro. Y aunque la historia la había hecho rica y famosa, ella sentía
que se estaba consumiendo por dentro. Por la noche soñaba con él, sus
fantasías eran tan reales que podía ver las marcas que le dejaba en el
cuello y sentir la sangre manando de su cuerpo. Todo parecía tan real...
Él acudía a ella de noche. La observaba. La deseaba. Sabía que con un beso
podría salvarla de la maldición de su destino y de los enemigos que los
acechaban a ambos. Pero para salvarla, tendría que confiarle su vida,
su amor… y su inmortalidad.
Espero que os guste e comentem!! :)
Autor: Maggie Shayne.
Adaptación: Si.
Género: Drama y Romance & Hot
Advertencias: Tienes algunas partes hot!
Otras Páginas: No se es una adaptacion.
Sinopsis
Era el deseo de cualquier mujer, y sin embargo seguía solo. Su mundo estaba
lleno de secretos y soledad, oscuridad y peligros. Pero entonces una
mujer encontró su diario y empezó a desvelar sus secretos.
Cuando la guionista _______ ______ descubrió aquellos viejos diarios, se quedó
atrapada por el seductor mundo de un hombre muerto que creía ser un
vampiro. Y aunque la historia la había hecho rica y famosa, ella sentía
que se estaba consumiendo por dentro. Por la noche soñaba con él, sus
fantasías eran tan reales que podía ver las marcas que le dejaba en el
cuello y sentir la sangre manando de su cuerpo. Todo parecía tan real...
Él acudía a ella de noche. La observaba. La deseaba. Sabía que con un beso
podría salvarla de la maldición de su destino y de los enemigos que los
acechaban a ambos. Pero para salvarla, tendría que confiarle su vida,
su amor… y su inmortalidad.
Espero que os guste e comentem!! :)
*Stephanie*
Re: SOMBRAS EN LA NOCHE(Nick y Tu)
1
Se suponía que los niños estábamos dormidos...
Pero
nos despertamos, respondiendo a una llamada silenciosa. Nos
arrastramos hasta la entrada de las tiendas y de las carretas, atraídos
como polillas a las llamas de la hoguera del campamento y a las sombras
oscuras y cambiantes que proyectaba aquella extraña mujer mientras bailaba.
No
había música. Yo lo sabía, pero me parecía que la oía mientras
observaba a la mujer. Giraba como un remolino y sus pañuelos la seguían
como fantasmas de colores. Su pelo, negro como la noche,
brillaba a la luz del fuego. Se arqueaba, se retorcía y daba vueltas
sobre sí misma. Después se quedó inmóvil, y sus ojos, ardientes como dos
ascuas, se fijaron en los míos. Sus labios rojos se curvaron en una terrorífica sonrisa,
y me señaló con el dedo.
Yo intenté tragar saliva, pero tenía un nudo en
la garganta. Me humedecí los labios y miré a las tiendas y los
carromatos de los míos, y vi que los otros niños también estaban
observándola. Algunos de mis primos eran mayores que yo, y otros más
pequeños. Todos nos parecíamos: teníamos la piel cetrina, los ojos muy
grandes y redondos y el pelo largo y negro como las plumas de un cuervo.
Éramos
gitanos, y estábamos orgullosos de serlo. La mujer que bailaba...
también era gitana. Lo sabía por su mirada. Era una de los nuestros. Y
me señalaba con el dedo.
Kevin, tres años mayor que yo, me miró con superioridad y me susurró:
—¡Ve
hacia ella! ¿No te atreves? Sólo para demostrar que era más valiente
que él, me erguí, salí de la tienda de mi madre y caminé descalzo sobre
el suelo frío hacia ella. Mientras me acercaba, los demás, animados
por mi ejemplo, empezaron a salir también. Lentamente, todos nos
reunimos alrededor de la bella extraña como pecadores que iban a adorar
a su diosa. Y cuando lo hicimos, ella sonrió aún más. Se llevó un dedo a
los labios para indicarnos que guardáramos silencio y se sentó en un tronco, al lado del fuego.
—¿Quién es? —le pregunté a Kevin en voz baja.
—Tonto,
¿es que no sabes nada? Es nuestra tía. Se llama Sarafina —susurró, sin
apartar la mirada de ella, fascinado—. Viene a veces... aunque tú eres
demasiado pequeño como para recordar su última visita. Sin embargo, se
supone que ella no debería estar aquí. Cuando se enteren los mayores
habrá lío...
—¿Por qué? —yo también miraba fascinado a la misteriosa extraña mientras
ella se sentaba en el tronco, extendía sus faldas de colores a su alrededor y abría los
brazos para darnos la bienvenida a los pequeños, que nos acercábamos
aún más para poder sentarnos muy cerca de ella, en el suelo.
Yo fui el que se sentó más cerca, justo a sus pies. Nunca había visto
a una mujer tan asombrosa. Pero también había algo en ella...
algo que no era terrenal. Algo que daba miedo. Y seguía mirándome. Había un secreto
en sus ojos negros, pero yo no lo entendía.
—¿Por qué dices que habrá lío? —le pregunté a mi primo, sin dejar de susurrar.
—¡Porque la expulsaron de la familia!
Yo arqueé las cejas. Estaba apunto de preguntar por qué, pero la mujer, mi tía Sarafina, a quien nunca había visto en toda mi vida, empezó a hablar. Y su voz era como una canción. Hipnótica, profunda, fascinante.
—Venid,
pequeños. Oh, cuánto os he echado de menos —su mirada pasó por las
caras de todos los niños, llena de emoción—. Pero la mayoría de vosotros
no me recordáis, ¿verdad? —le vaciló la sonrisa—. Y tú, pequeño Nick.
¿Cuántos años tienes?
—Siete —le respondí yo, casi sin voz.
—Siete años —replicó ella, con un suspiro—. Yo estaba aquí el día que naciste, ¿lo sabías?
—No.
—No
importa. Oh, niños, tengo tantas cosas que contaros... Pero primero...
—abrió su bolso, y de él empezaron a salir cosas estupendas. Dulces que
nunca habíamos probado, envueltos en papeles de colores. Chucherías y cadenitas...
Piedras brillantes, de todos los colores, talladas en forma de animales. La que me dio
a mí era un murciélago. Me estremecí al sentir la forma fría en la palma de la mano.
Cuando su bolso se vació y los niños estuvieron en silencio de nuevo, empezó a hablar.
—He
visto tantas cosas, pequeños... Cosas que no creeríais. He viajado a
las tierras del desierto, y he visto pirámides tan grandes como
montañas, hechas con piedras más grandes que los carromatos, suaves y
perfectas. No se sabe quién las construyó, ni cuándo. Unos dicen que
siempre han estado allí. Otros dicen que son las tumbas de los reyes del
pasado, y que sus cuerpos todavía descansan allí, rodeados de
magníficos tesoros... —nosotros la escuchábamos boquiabiertos, y ella
asintió con fuerza. Sus rizos negros se balancearon y sus largos
pendientes tintinearon—. He cruzado el mar, hacia el sur, y he visto
criaturas con el cuello tan largo como aquel árbol, doradas y con
manchas negras, y con pequeños cuernos en la cabeza...
Yo sacudí la cabeza. No podía creerlo, aquello tenían que ser cuentos para niños.
—Oh, Nick, es verdad —dijo ella. Y su mirada sostuvo la mía, y habló para mí
sólo, yo estaba seguro—: Un día, tú también verás esas cosas. Yo misma
te las enseñaré, algún
día —se inclinó hacia mí y me acarició el pelo, susurrándome al oído—:
Tú eres un niño muy especial, Nick. Entre tú y yo hay lazos más fuertes
que los que te unen a tu propia madre. Recuerda mis palabras. Volveré
por ti un día. Cuando me necesites, volveré.
Yo me estremecí sin saber por qué. Entonces, me quedé rígido al oír un grito de mi abuela.
—¡Paria!
—aulló, saliendo de su tienda como una exhalación, y haciéndole gestos a
Sarafina como si fuera el demonio, con el dedo corazón y el anular
doblados y el índice y el meñique muy estirados hacia ella. Mientras la
señalaba, hacía un sonido sibilante con los dientes y chasqueaba la
lengua.
Los niños se levantaron y se alejaron. Sarafina se levantó
lentamente, y sólo yo me quedé frente a ella. Casi sin pensarlo, me
levanté también y me volví para ver la cara de mi abuela, como si
quisiera proteger a la encantadora Sarafina. Como si pudiera. Yo estaba
de espaldas a la mujer, y cuando ella me puso las manos sobre los
hombros, me sentí como si hubiera crecido diez centímetros de un golpe.
Entonces mi abuela me miró fijamente, y pensé que podría reducirme al tamaño
de un grano de arena.
-¿Ni siquiera toleras mi presencia después de tantos años, vieja bruja?
—le preguntó Sarafina. Su voz ya no era encantadora, ni suave, ni
amable. Era profunda, clara y... amenazante.
- ¡No tienes nada que hacer aquí! —le espetó mi abuela.
—Sí —replicó ella—. Vosotros sois mi familia. Y, te guste o no, yo soy la vuestra.
—Tú no eres nada. Estás maldita. ¡Márchate!
De
repente estalló el caos a nuestro alrededor, cuando nuestras madres,
despiertas a causa del ruido, salieron de las tiendas y se apresuraron a
tomar a sus hijos de las manos y llevárselos. Se comportaban como si
hubiera aparecido un lobo asesino en el campamento, en
vez de cómo si aquella mujer fuera una tía nuestra, bellísima y
marginada, que nos traía regalos exóticos y nos contaba fantásticos
cuentos.
Mi madre también se acercó corriendo a mí, pero yo tuve tiempo de esconderme
el pequeño murciélago de ónice en la manga. Ella se detuvo ante Sarafina
antes de tomarme en brazos y la miró a los ojos.
—Por favor —le dijo.
Hubo
un momento de silencio, mientras algo pasaba entre las dos mujeres.
Algún mensaje sin palabras que dejó a mi madre muy triste y con los ojos
llenos de lágrimas.
Sarafina se inclinó y apretó sus labios fríos contra mi mejilla.
—Nos veremos de nuevo, Nick. No lo dudes. Pero, por el momento, ve con tu madre
—me empujó suavemente y me soltó los hombros.
Yo me acerqué a mi madre, odiándola en
aquel momento por obligarme a dejar a aquella misteriosa Sarafina
antes de tener la oportunidad de aprender sus secretos. Me agarró con
fuerza el brazo y corrió hacia nuestra tienda, tan rápido que me levantó
los pies del suelo. Dentro, cerró la tela de la puerta y me tomó la
cara en las manos, arrodillándose ante mí.
—¿Te ha tocado? —gritó—. ¿Te ha marcado?
—Sarafina nunca mecharía daño, mamá. Es mi tía. Es buena, y muy guapa.
Pero
mi madre no me escuchaba. Me inclinó la cabeza de un lado a otro,
apartándome el pelo para mirarme la piel del cuello. Me cansé muy
pronto, y me retorcí para liberarme.
—¡No te acerques a ella nunca más! ¿Me has oído, Nick? Si vuelves a verla,
tienes que venir a mi lado al instante. ¡Prométemelo!
—¿Pero por qué, mamá?
Entonces
me dio una bofetada muy fuerte. Me dolió tanto que me hubiera caído
hacia atrás de no haber sido porque ella me estaba sujetando el brazo
con la otra mano.
—¡No me preguntes! ¡Prométemelo, Nick! ¡Prométemelo por tu alma!
Yo bajé la cabeza con la mejilla ardiendo y farfullé mi respuesta:
—Te lo prometo —le dije, avergonzado por las lágrimas que me ardían en
los ojos. Aquellas lágrimas eran debidas más a la sorpresa que al
dolor. Mi madre nunca me había pegado ni me había demostrado su ira. No
entendía por qué lo había hecho aquella noche. Me puso las manos en los hombros
y acercó su cara a la mía.
—Es una promesa que debes guardar, Nick. Sí la rompes, pondrás en
peligro tu alma —entonces tomó aire profundamente, suspiró y me besó la
mejilla que acababa de abofetear—. Y ahora, a la cama —parecía que
estaba algo más calmada, y su voz se había acercado a su tono normal.
Yo, sin embargo, estaba lejos de sentir calma. Algo me había acelerado la sangre
en las venas aquella noche. Me metí en
la cama y me tapé. Después me saqué el pequeño murciélago de la manga y
acaricié la superficie suave de la piedra con el dedo índice, bajo la
manta, para que mi madre no me viera. Mamá me observó durante unos
momentos. Después apagó la vela y se acostó también, pero no en su cama, sino
en el suelo al lado de la mía, con una manta por todo colchón.
En el silencio, yo me volví hacia el lado de la tienda y me acerqué al pequeño
agujero que había hecho en
la tela para poder observar a los mayores cuando se reunían alrededor
del fuego por las noches. Por aquel pequeño agujero miré y escuché a mi
abuela, la mujer más vieja y venerada de la familia, mientras se
enfrentaba a la mujer más bella que yo hubiera visto en mi vida.
—¿Por qué nos atormentas viniendo aquí? —le preguntó la abuela, con las llamas
reflejadas en el rostro.
—¿Por qué? ¿Tú, mi propia hermana, y me preguntas por qué?
—¡Tu hermana! —dijo la abuela con desprecio, y escupió al suelo—. Tú no eres mi hermana,
sino un demonio. ¡Paria! ¡Maldita!
Yo sacudí la cabeza, sin entender nada. ¿Qué quería decir Sarafina? ¿Hermana?
Ella no podía ser la hermana de una vieja...
—¡Dime por qué has venido, demonio! Siempre buscas a los niños cuando vuelves.
Es por uno de ellos, ¿verdad? ¡Le has pasado tu maldición a uno de los niños! ¿No es cierto?
¿No es cierto? Sarafina sonrió muy lentamente, con una expresión angelical y demoníaca al mismo
tiempo, con el rostro bañado por la luz de la hoguera.
— Vengo porque vosotros sois todo lo que tengo. Y siempre volveré, vieja. Siempre.
Mucho después de que tú te hayas convertido en polvo, seguiré viniendo, trayendo regalos a los pequeños, para encontrar en sus ojos y en sus sonrisas el amor y la aceptación que mis propios hermanos me niegan. Y no hay nada que puedas hacer para impedirlo.
Antes de que Sarafina se diera la vuelta, sus ojos pasaron de largo a la abuela y se clavaron en
mí. Como si durante todo el tiempo hubiera sabido que yo estaba allí,
observándola desde el pequeño agujero de la tela de la tienda. No podía
verme, y sin embargo, tenía que haberme visto. Sus labios se curvaron
ligeramente, y su boca se movió. Aunque no emitió ningún sonido, yo supe
cuál era la palabra que había pronunciado. Recuerda.
Después se volvió y desapareció en la noche. Vi los colores de sus pañuelos tras ella durante un segundo. Entonces, la negrura de la noche se cerró donde ella había estado, y ya no la vi más.
Descansé la cabeza sobre la almohada y me estremecí de miedo.
Era yo. Mi tía había ido por mí. Lo sabía en
lo más profundo de mi ser. No entendía qué quería de mí, pero estaba
seguro de que tenía una razón poderosa para enfrentarse con tanto odio.
Y aquella razón... era yo.
Se suponía que los niños estábamos dormidos...
Pero
nos despertamos, respondiendo a una llamada silenciosa. Nos
arrastramos hasta la entrada de las tiendas y de las carretas, atraídos
como polillas a las llamas de la hoguera del campamento y a las sombras
oscuras y cambiantes que proyectaba aquella extraña mujer mientras bailaba.
No
había música. Yo lo sabía, pero me parecía que la oía mientras
observaba a la mujer. Giraba como un remolino y sus pañuelos la seguían
como fantasmas de colores. Su pelo, negro como la noche,
brillaba a la luz del fuego. Se arqueaba, se retorcía y daba vueltas
sobre sí misma. Después se quedó inmóvil, y sus ojos, ardientes como dos
ascuas, se fijaron en los míos. Sus labios rojos se curvaron en una terrorífica sonrisa,
y me señaló con el dedo.
Yo intenté tragar saliva, pero tenía un nudo en
la garganta. Me humedecí los labios y miré a las tiendas y los
carromatos de los míos, y vi que los otros niños también estaban
observándola. Algunos de mis primos eran mayores que yo, y otros más
pequeños. Todos nos parecíamos: teníamos la piel cetrina, los ojos muy
grandes y redondos y el pelo largo y negro como las plumas de un cuervo.
Éramos
gitanos, y estábamos orgullosos de serlo. La mujer que bailaba...
también era gitana. Lo sabía por su mirada. Era una de los nuestros. Y
me señalaba con el dedo.
Kevin, tres años mayor que yo, me miró con superioridad y me susurró:
—¡Ve
hacia ella! ¿No te atreves? Sólo para demostrar que era más valiente
que él, me erguí, salí de la tienda de mi madre y caminé descalzo sobre
el suelo frío hacia ella. Mientras me acercaba, los demás, animados
por mi ejemplo, empezaron a salir también. Lentamente, todos nos
reunimos alrededor de la bella extraña como pecadores que iban a adorar
a su diosa. Y cuando lo hicimos, ella sonrió aún más. Se llevó un dedo a
los labios para indicarnos que guardáramos silencio y se sentó en un tronco, al lado del fuego.
—¿Quién es? —le pregunté a Kevin en voz baja.
—Tonto,
¿es que no sabes nada? Es nuestra tía. Se llama Sarafina —susurró, sin
apartar la mirada de ella, fascinado—. Viene a veces... aunque tú eres
demasiado pequeño como para recordar su última visita. Sin embargo, se
supone que ella no debería estar aquí. Cuando se enteren los mayores
habrá lío...
—¿Por qué? —yo también miraba fascinado a la misteriosa extraña mientras
ella se sentaba en el tronco, extendía sus faldas de colores a su alrededor y abría los
brazos para darnos la bienvenida a los pequeños, que nos acercábamos
aún más para poder sentarnos muy cerca de ella, en el suelo.
Yo fui el que se sentó más cerca, justo a sus pies. Nunca había visto
a una mujer tan asombrosa. Pero también había algo en ella...
algo que no era terrenal. Algo que daba miedo. Y seguía mirándome. Había un secreto
en sus ojos negros, pero yo no lo entendía.
—¿Por qué dices que habrá lío? —le pregunté a mi primo, sin dejar de susurrar.
—¡Porque la expulsaron de la familia!
Yo arqueé las cejas. Estaba apunto de preguntar por qué, pero la mujer, mi tía Sarafina, a quien nunca había visto en toda mi vida, empezó a hablar. Y su voz era como una canción. Hipnótica, profunda, fascinante.
—Venid,
pequeños. Oh, cuánto os he echado de menos —su mirada pasó por las
caras de todos los niños, llena de emoción—. Pero la mayoría de vosotros
no me recordáis, ¿verdad? —le vaciló la sonrisa—. Y tú, pequeño Nick.
¿Cuántos años tienes?
—Siete —le respondí yo, casi sin voz.
—Siete años —replicó ella, con un suspiro—. Yo estaba aquí el día que naciste, ¿lo sabías?
—No.
—No
importa. Oh, niños, tengo tantas cosas que contaros... Pero primero...
—abrió su bolso, y de él empezaron a salir cosas estupendas. Dulces que
nunca habíamos probado, envueltos en papeles de colores. Chucherías y cadenitas...
Piedras brillantes, de todos los colores, talladas en forma de animales. La que me dio
a mí era un murciélago. Me estremecí al sentir la forma fría en la palma de la mano.
Cuando su bolso se vació y los niños estuvieron en silencio de nuevo, empezó a hablar.
—He
visto tantas cosas, pequeños... Cosas que no creeríais. He viajado a
las tierras del desierto, y he visto pirámides tan grandes como
montañas, hechas con piedras más grandes que los carromatos, suaves y
perfectas. No se sabe quién las construyó, ni cuándo. Unos dicen que
siempre han estado allí. Otros dicen que son las tumbas de los reyes del
pasado, y que sus cuerpos todavía descansan allí, rodeados de
magníficos tesoros... —nosotros la escuchábamos boquiabiertos, y ella
asintió con fuerza. Sus rizos negros se balancearon y sus largos
pendientes tintinearon—. He cruzado el mar, hacia el sur, y he visto
criaturas con el cuello tan largo como aquel árbol, doradas y con
manchas negras, y con pequeños cuernos en la cabeza...
Yo sacudí la cabeza. No podía creerlo, aquello tenían que ser cuentos para niños.
—Oh, Nick, es verdad —dijo ella. Y su mirada sostuvo la mía, y habló para mí
sólo, yo estaba seguro—: Un día, tú también verás esas cosas. Yo misma
te las enseñaré, algún
día —se inclinó hacia mí y me acarició el pelo, susurrándome al oído—:
Tú eres un niño muy especial, Nick. Entre tú y yo hay lazos más fuertes
que los que te unen a tu propia madre. Recuerda mis palabras. Volveré
por ti un día. Cuando me necesites, volveré.
Yo me estremecí sin saber por qué. Entonces, me quedé rígido al oír un grito de mi abuela.
—¡Paria!
—aulló, saliendo de su tienda como una exhalación, y haciéndole gestos a
Sarafina como si fuera el demonio, con el dedo corazón y el anular
doblados y el índice y el meñique muy estirados hacia ella. Mientras la
señalaba, hacía un sonido sibilante con los dientes y chasqueaba la
lengua.
Los niños se levantaron y se alejaron. Sarafina se levantó
lentamente, y sólo yo me quedé frente a ella. Casi sin pensarlo, me
levanté también y me volví para ver la cara de mi abuela, como si
quisiera proteger a la encantadora Sarafina. Como si pudiera. Yo estaba
de espaldas a la mujer, y cuando ella me puso las manos sobre los
hombros, me sentí como si hubiera crecido diez centímetros de un golpe.
Entonces mi abuela me miró fijamente, y pensé que podría reducirme al tamaño
de un grano de arena.
-¿Ni siquiera toleras mi presencia después de tantos años, vieja bruja?
—le preguntó Sarafina. Su voz ya no era encantadora, ni suave, ni
amable. Era profunda, clara y... amenazante.
- ¡No tienes nada que hacer aquí! —le espetó mi abuela.
—Sí —replicó ella—. Vosotros sois mi familia. Y, te guste o no, yo soy la vuestra.
—Tú no eres nada. Estás maldita. ¡Márchate!
De
repente estalló el caos a nuestro alrededor, cuando nuestras madres,
despiertas a causa del ruido, salieron de las tiendas y se apresuraron a
tomar a sus hijos de las manos y llevárselos. Se comportaban como si
hubiera aparecido un lobo asesino en el campamento, en
vez de cómo si aquella mujer fuera una tía nuestra, bellísima y
marginada, que nos traía regalos exóticos y nos contaba fantásticos
cuentos.
Mi madre también se acercó corriendo a mí, pero yo tuve tiempo de esconderme
el pequeño murciélago de ónice en la manga. Ella se detuvo ante Sarafina
antes de tomarme en brazos y la miró a los ojos.
—Por favor —le dijo.
Hubo
un momento de silencio, mientras algo pasaba entre las dos mujeres.
Algún mensaje sin palabras que dejó a mi madre muy triste y con los ojos
llenos de lágrimas.
Sarafina se inclinó y apretó sus labios fríos contra mi mejilla.
—Nos veremos de nuevo, Nick. No lo dudes. Pero, por el momento, ve con tu madre
—me empujó suavemente y me soltó los hombros.
Yo me acerqué a mi madre, odiándola en
aquel momento por obligarme a dejar a aquella misteriosa Sarafina
antes de tener la oportunidad de aprender sus secretos. Me agarró con
fuerza el brazo y corrió hacia nuestra tienda, tan rápido que me levantó
los pies del suelo. Dentro, cerró la tela de la puerta y me tomó la
cara en las manos, arrodillándose ante mí.
—¿Te ha tocado? —gritó—. ¿Te ha marcado?
—Sarafina nunca mecharía daño, mamá. Es mi tía. Es buena, y muy guapa.
Pero
mi madre no me escuchaba. Me inclinó la cabeza de un lado a otro,
apartándome el pelo para mirarme la piel del cuello. Me cansé muy
pronto, y me retorcí para liberarme.
—¡No te acerques a ella nunca más! ¿Me has oído, Nick? Si vuelves a verla,
tienes que venir a mi lado al instante. ¡Prométemelo!
—¿Pero por qué, mamá?
Entonces
me dio una bofetada muy fuerte. Me dolió tanto que me hubiera caído
hacia atrás de no haber sido porque ella me estaba sujetando el brazo
con la otra mano.
—¡No me preguntes! ¡Prométemelo, Nick! ¡Prométemelo por tu alma!
Yo bajé la cabeza con la mejilla ardiendo y farfullé mi respuesta:
—Te lo prometo —le dije, avergonzado por las lágrimas que me ardían en
los ojos. Aquellas lágrimas eran debidas más a la sorpresa que al
dolor. Mi madre nunca me había pegado ni me había demostrado su ira. No
entendía por qué lo había hecho aquella noche. Me puso las manos en los hombros
y acercó su cara a la mía.
—Es una promesa que debes guardar, Nick. Sí la rompes, pondrás en
peligro tu alma —entonces tomó aire profundamente, suspiró y me besó la
mejilla que acababa de abofetear—. Y ahora, a la cama —parecía que
estaba algo más calmada, y su voz se había acercado a su tono normal.
Yo, sin embargo, estaba lejos de sentir calma. Algo me había acelerado la sangre
en las venas aquella noche. Me metí en
la cama y me tapé. Después me saqué el pequeño murciélago de la manga y
acaricié la superficie suave de la piedra con el dedo índice, bajo la
manta, para que mi madre no me viera. Mamá me observó durante unos
momentos. Después apagó la vela y se acostó también, pero no en su cama, sino
en el suelo al lado de la mía, con una manta por todo colchón.
En el silencio, yo me volví hacia el lado de la tienda y me acerqué al pequeño
agujero que había hecho en
la tela para poder observar a los mayores cuando se reunían alrededor
del fuego por las noches. Por aquel pequeño agujero miré y escuché a mi
abuela, la mujer más vieja y venerada de la familia, mientras se
enfrentaba a la mujer más bella que yo hubiera visto en mi vida.
—¿Por qué nos atormentas viniendo aquí? —le preguntó la abuela, con las llamas
reflejadas en el rostro.
—¿Por qué? ¿Tú, mi propia hermana, y me preguntas por qué?
—¡Tu hermana! —dijo la abuela con desprecio, y escupió al suelo—. Tú no eres mi hermana,
sino un demonio. ¡Paria! ¡Maldita!
Yo sacudí la cabeza, sin entender nada. ¿Qué quería decir Sarafina? ¿Hermana?
Ella no podía ser la hermana de una vieja...
—¡Dime por qué has venido, demonio! Siempre buscas a los niños cuando vuelves.
Es por uno de ellos, ¿verdad? ¡Le has pasado tu maldición a uno de los niños! ¿No es cierto?
¿No es cierto? Sarafina sonrió muy lentamente, con una expresión angelical y demoníaca al mismo
tiempo, con el rostro bañado por la luz de la hoguera.
— Vengo porque vosotros sois todo lo que tengo. Y siempre volveré, vieja. Siempre.
Mucho después de que tú te hayas convertido en polvo, seguiré viniendo, trayendo regalos a los pequeños, para encontrar en sus ojos y en sus sonrisas el amor y la aceptación que mis propios hermanos me niegan. Y no hay nada que puedas hacer para impedirlo.
Antes de que Sarafina se diera la vuelta, sus ojos pasaron de largo a la abuela y se clavaron en
mí. Como si durante todo el tiempo hubiera sabido que yo estaba allí,
observándola desde el pequeño agujero de la tela de la tienda. No podía
verme, y sin embargo, tenía que haberme visto. Sus labios se curvaron
ligeramente, y su boca se movió. Aunque no emitió ningún sonido, yo supe
cuál era la palabra que había pronunciado. Recuerda.
Después se volvió y desapareció en la noche. Vi los colores de sus pañuelos tras ella durante un segundo. Entonces, la negrura de la noche se cerró donde ella había estado, y ya no la vi más.
Descansé la cabeza sobre la almohada y me estremecí de miedo.
Era yo. Mi tía había ido por mí. Lo sabía en
lo más profundo de mi ser. No entendía qué quería de mí, pero estaba
seguro de que tenía una razón poderosa para enfrentarse con tanto odio.
Y aquella razón... era yo.
*Stephanie*
Re: SOMBRAS EN LA NOCHE(Nick y Tu)
Lenta, lentamente, el humo del campamento gitano se
dispersó. La luz de las llamas se apagó, y el calor, tan real que había
podido sentirlo en el rostro, se convirtió en frío.
________
________ salió de aquella fantasía. Ya no estaba observando la hoguera
de un campamento gitano a través de los enormes ojos negros de un niño.
Estaba sentada en el suelo de una buhardilla polvorienta, mirando las
páginas amarillentas de un viejo diario manuscrito, con las cubiertas de
cuero, tan antiguo que era suave como la mantequilla bajo las yemas de
sus dedos. La visión que habían pintado aquellas palabras había sido
vivida. Había sido... real. Tan real como si ella hubiera estado en el
campamento gitano mucho tiempo atrás, en vez de en la costa de Maine en
mil novecientos noventa y siete.
_______ pasó la página lentamente, ansiosa por continuar con la lectura...
Sin
embargo, el sonido del teléfono se lo impidió. Con un suspiro de
resignación, cerró el diario y se levantó para guardarlo de nuevo en el
viejo baúl. Al cerrar la tapa, el polvo se expandió por el aire. Ella
se sacudió las manos en los vaqueros y bajó las empinadas escaleras de
la buhardilla de dos en dos.
Al subir allí, no se había esperado
encontrar otra cosa que telarañas y polvo. En realidad, explorar
aquella casa destartalada no había sido debido a la curiosidad, sino a
su propio trabajo. De no haber sido por él, nunca se habría molestado
en recorrer aquel edificio antiguo y abandonado.
Y habría sido una auténtica lástima. Pensó,
mientras bajaba los últimos peldaños sin aliento, que si era otro
cobrador de facturas u otro abogado lo mandaría a paseo. La ancha
escalera terminaba en un enorme vestíbulo que debía de haber sido
glorioso en otros tiempos, pero que en aquel momento no contenía nada
más que ecos de sonidos y cuerdas y cables que colgaban del techo y de
los que seguramente habría pendido algún magnífico candelabro. Más allá
de aquel vestíbulo estaba su refugio. Su... despacho. Por el momento,
al menos. Pero sólo hasta que recuperase su fortuna y volviera a Los
Ángeles como una triunfadora.
Exactamente lo contrario a como había tenido que marcharse.
Cuando
llegó al final de la escalera, el corazón le latía aceleradamente por
el esfuerzo y se sentía ligeramente mareada. Era ridículo que una mujer
de veinte años se cansara por tan poco, pero así era. Nunca había
tenido buena salud y sabía que nunca iba a tenerla. Pero al menos, su
condición física no había empezado a empeorar todavía. Era demasiado
pronto y tenía demasiadas cosas que hacer.
Por fin, ______ respondió
la llamada. El teléfono era tan antiguo como el resto de la casa. El
auricular debía de pesar un kilo, más o menos. Todo aquello parecía
como una burla a su gusto por la alta tecnología.
Si su voz al
contestar sonó irritada, era porque se estaba muriendo de ganas de
seguir leyendo aquel diario en la buhardilla, para averiguar más cosas
sobre su autor. Era posible que estuviera a punto de admitir que era una
escritorzuela sin ningún talento, pero todavía reconocía algo bien
escrito cuando lo leía, y lo que había estado leyendo era bueno. Muy
bueno.
—¿_______? ¿Por qué has tardado tanto? Me estaba preocupando.
Su
irritación se disipó cuando oyó la voz de David Sumner. Su tío
honorario, un título que había dejado de usar hacía mucho tiempo, era la
única persona que no le había dado la espalda cuando ella había pasado
de ser la hija rica y malcriada a la huérfana arruinada en cuestión de
horas. Era la única persona a la que no le importaba oír en aquel
momento.
—Hola, David —le dijo—. Estaba... explorando la casa. Este lugar es muy grande, ¿sabes?
—No, no lo sé, nunca lo he visto. Parece que no tienes aliento.
—Será por los dos tramos de escaleras que he bajado corriendo.
______ notó que titubeaba. Tenía la tendencia a preocuparse por ella más de lo que debería.
—¿Cómo es la casa? —le preguntó al fin.
—Está
hecha una ruina —le dijo ella, en tono burlón. En parte, estaba
intentando tranquilizarlo, y en parte, le gustaba tomarle el pelo—. Lo
cual te está bien empleado por comprar sin ver primero. ¿Quién haría una
cosa así?
Casi podía verle la cara con el ceño fruncido, las arrugas
de los ojos, el pelo rubio. David había sido el mejor amigo de la
familia desde hacía tanto tiempo como ella recordaba. Sus padres lo
habían llamado así, un amigo de la familia, pero a _____ siempre le
había parecido que se limitaba a tolerarlos.
Por supuesto, él sí
conocía la verdadera vida de sus padres desde hacía muchísimo tiempo.
Ella sólo se había enterado hacía muy poco tiempo, a través de los
titulares de la prensa sensacionalista y de los buitres, en los
juzgados.
—La compré por su situación, y lo sabes —le dijo David—. Y
confío en mi agente para este tipo de asuntos. El edificio está muy
mal, de todas formas.
—Sí.
Él se quedó en silencio durante un instante.
—¿Realmente está tan mal?
Ella tuvo ganas de abofetearse a sí misma. Algunas veces era una pequeña egoísta...
—No,
no lo está —dijo rápidamente—. Sólo estaba tomándote el pelo —y miró a
su alrededor, por la habitación que había elegido habitar. Había sido la
biblioteca o el despacho de alguien, hacía muchísimos años.
Recordó
al niño sobre el que había estado leyendo, y se preguntó si habría sido
suyo. Quizá, cuando ya era un anciano y había decidido escribir sus
memorias.
—Descríbemela —le estaba diciendo David.
—¿Qué?
—La casa. Descríbemela.
—Pues...
una vez debió de ser increíble. La embocadura de la chimenea es de
madera noble y está tallada, y aunque ahora está estropeada, es
espléndida. Las ventanas son altísimas y los techos tenían molduras de
las que ahora faltan bastantes partes... Este lugar tiene... no sé.
Algo.
—Sin embargo, no se acerca a nada de lo que tú estás acostumbrada —dijo David.
—Sí, bueno, no es Beverly Hills, pero si lo fuera no conseguiría trabajar nada...
—¿Lo estás consiguiendo? ¿Has adelantado algo?
______
observó la pantalla azul de su ordenador, que se había salvado de los
acreedores sólo porque lo tenía en la universidad cuando sus padres se
habían matado y había salido a la luz la verdad de la situación
económica de la familia. Estaban arruinados, y tenían tantas deudas que
_______ apenas podía asimilar las cifras. Al principio no había podido
entenderlo. Su padre era un director de cine de éxito, y su madre era
una actriz que, hacía una década, había alcanzado la cima, y que en la
actualidad hacía papeles menores, pero que parecía contenta con su vida.
O
eso era lo que pensaba ______. Pronto supo que habían estado viviendo
en una burbuja. El nivel de cocaína que tenían en sangre la noche del
accidente era tan alto que el forense se preguntó cómo se las habían
arreglado para conducir.
Eran drogadictos, y todo su estilo de vida era una gran mentira.
La casa y todas las demás
posesiones tuvieron que venderse para cubrir una parte de la deuda, y
________ había tenido que dejar la universidad. Ya debían la matrícula y
varios pagos. Y aparentemente, sus amigos eran tan falsos como David
siempre había intentado decirle, porque una vez que la verdad se supo,
la habían abandonado como al guardarropa del año anterior, mientras que
aquellos a los que ella había considerado inferiores estaban
divirtiéndose en secreto con sus problemas. Los últimos días en el
campus, ________ había encontrado páginas de los periódicos y las
revistas colgadas de los tablones de avisos de todos los pasillos,
revelando todos los detalles de la vida secreta de drogadictos de sus
padres, que, sin embargo, parecía que lo tenían todo. La pesadilla
detrás del cuento de hadas, y la pobre niña rica se había quedado
completamente sola y arruinada.
Había salido de la universidad y de
Los Angeles con el rabo entre las piernas, y había acudido a David. Él
le había ayudado a vender las pocas cosas que le quedaban, como su
Maserati, que, gracias a Dios, estaba a su nombre, y a comprar un coche
de segunda mano y a guardarse la diferencia. Cuando le había dicho que
necesitaba un lugar donde esconderse y lamer sus heridas, él le había
respondido que podía hacerlo en aquel lugar de Maine, gratis, durante
tanto tiempo como necesitara.
Y no sería mucho, pensó ella
silenciosamente. Siempre había tenido la intención de convertirse en una
gran escritora de guiones, sólo que iba a tener que empezar a
intentarlo un poco antes de lo que había pensado. David era productor.
Él la ayudaría a hacer los contactos precisos y quizá produjera la
película él mismo. Le había prometido que le daría una oportunidad. Que
la ayudaría en todo lo que pudiera. Sólo necesitaba... el material.
—¿________? —la voz de David la sacó de su ensimismamiento—. ¿Me has oído? Te he preguntado qué tal va el guión.
—Muy
bien. Estupendamente —tan bien que había decidido ir a explorar la casa
en vez de seguir peleándose con la pantalla vacía. La única tecla que
estaba apretando una y otra vez era la de borrar. Desde que había
llegado allí, sólo había escrito tonterías.
—¿Sabes? Es normal que
tengas algún problema a la hora de empezar —le dijo David—. No te
presiones a ti misma. Has pasado por muchas cosas, y necesitas tiempo
para digerirlo todo.
________ se encogió de hombros.
—No es eso —le dijo.
—¿No?
—Por supuesto que no. Ya han pasado seis meses. Lo he superado por completo.
—¿Has
superado completamente perder a tus padres, tu fortuna, tu casa, tu
educación y todo lo que pensabas que era tu identidad? —dijo él, y
chasqueó la lengua—. No lo creo.
—Bueno, pues es cierto. Y, para ser
sincera, averiguar que era adoptada me ha facilitado las cosas. Me
refiero a que... ya sabes que mis padres nunca estuvieron del todo...
implicados emocionalmente.
—Eso era la cocaína, cariño. No la adopción. No eras tú.
Ella carraspeó al notar que la garganta se le cerraba y se obligó a reaccionar.
—Y en cuanto al resto, voy a recuperarlo todo, David. Todo lo que perdí. Y más todavía. —No lo he dudado ni por un momento.
—Ni
yo tampoco —respondió ella, observando la pantalla vacía y sintiendo
que las dudas que estaba intentando negar la asfixiaban. Demonios, ¿por
qué escribir un guión de éxito no era tan fácil como ella siempre había
creído? Había visto muchas películas y había pensado que podría hacerlo
mejor incluso dormida.
—¿Y para cuándo tendrás el guión? —le preguntó él.
Ella se humedeció los labios. Ojalá lo supiera.
—Una obra maestra requiere tiempo. Es algo impredecible.
—Necesito
un proyecto para otoño. Estoy reservándote un hueco, _______. Tres
meses. Necesito el material en tres meses. ¿Podrías hacerlo? ¿Podrías
escribirlo durante el verano y entregármelo en septiembre? - Ella
levantó la barbilla, tragó saliva y dijo:
— Sí. Lo tendré terminado para septiembre. No hay problema.
—Estupendo —le dijo David—. Vas a hacerlo muy bien, ______. Podrás con ello.
—Por supuesto.
—¿Necesitas algo? ¿Estás bien de dinero?
________
se obligó a mentir. Había dejado sus cuentas a cero, siguiendo el
consejo de David, antes de que los acreedores se lanzaran sobre ellas, y
tenía el dinero del coche. Pero aunque allí no tenía que pagar renta,
había otros gastos: el teléfono, la electricidad, el agua... y tenía que
comer. La verdad era que el dinero se le estaba acabando.
—Estoy bien —le dijo.
—De acuerdo —le dijo David suavemente—. Bien. Avísame si necesitas algo.
—Lo haré, David.
Él se quedó silencioso durante un momento.
—¿Y qué tal estás de salud?
Ella tomó aire y después lo dejo escapar con un suspiro.
— Ya sabes que no me gusta nada que me traten como si fuera un ser enfermizo.
—¿Acaso te he dicho yo que lo fueras?
—No.
—¿Y qué tal estás?
Ella apretó los labios.
—El
aire fresco y limpio de aquí me está sentando de maravilla —mintió.
¿Qué iba a decirle? ¿La verdad? No podía decirle que se resentía de la
humedad y del frío de aquel lugar, aunque ya estuvieran en abril—.
Bueno, David, tengo que dejarte —dijo, tragando saliva de nuevo para
intentar deshacer el nudo que tenía en la garganta—. Si quiero terminar
esto antes del otoño, tengo que continuar.
—De acuerdo, cariño. Llámame si necesitas algo.
—Lo haré, David. Gracias.
_______
colgó el auricular y se mordió el labio inferior. Volvió la vieja
silla hacia la pantalla del ordenador y se sentó. Puso ambas manos
sobre el teclado y se dijo que tenía que escribir algo aquel mismo día, o
dejarlo y buscarse un trabajo. El problema era que no sabía hacer
nada.
Escribir era lo único que había querido hacer, y en lo único en
lo que había sido buena... O al menos, eso creía. En la universidad,
sus ensayos siempre tenían muy buenas notas de los profesores. El grupo
de teatro incluso había representado alguna de sus obras. A todo el
mundo le había encantado, a los críticos del campus, a los de los
periódicos locales...
Pero eso había ocurrido cuando ella era _____
_______, la brillante hija de un aclamado director y de una famosa
actriz. En aquel momento no era más que _____ _______,, desgraciada, sin
dinero y sin hogar, prácticamente expulsada de su ciudad y con un
futuro mucho más negro y vacío de lo que nunca hubiera imaginado.
Además,
no sabía si su talento era real o si simplemente había conseguido
todas aquellas alabanzas por su apellido. Ya no sabía nada, ni quién
era, ni lo que estaba haciendo, ni por qué habían dejado de llegarle las
palabras. Era como si el pozo del que habían brotado se hubiera secado
al acabarse su ilusión.
Fuera, el viento aullaba. La luz se fue y
volvió en un instante. La vieja casa gruñía cuando el viento soplaba
fuerte. Probablemente, si ella fuera tan vieja también gemiría, pensó. Y
entonces se preguntó cuántos años tendría aquello.
Aquel diario,
aquellas memorias no tenían fecha, pero era evidente que se habían
escrito hacía muchos, muchos años. Al menos, un siglo atrás... o dos.
Aquel
pensamiento le recordó al escritor, Nick. ¿Habría vivido allí de adulto?
¿Habría estado en aquella misma habitación, quizá paseando frente al
fuego, pensando mientras su pluma descansaba en aquel mismo escritorio?
¿Habría esperado a su musa igual que ella, frustrado cuando no le
llegaban las palabras?
Como si una mano invisible la arrastrara,
subió a la buhardilla y encendió un par de velas. Después levantó la
tapa del baúl y sacó el primer volumen de las memorias que había estado
leyendo. Abrió el tomo cuidadosamente y empezó a leer. Y, una vez más,
se perdió en la historia.
dispersó. La luz de las llamas se apagó, y el calor, tan real que había
podido sentirlo en el rostro, se convirtió en frío.
________
________ salió de aquella fantasía. Ya no estaba observando la hoguera
de un campamento gitano a través de los enormes ojos negros de un niño.
Estaba sentada en el suelo de una buhardilla polvorienta, mirando las
páginas amarillentas de un viejo diario manuscrito, con las cubiertas de
cuero, tan antiguo que era suave como la mantequilla bajo las yemas de
sus dedos. La visión que habían pintado aquellas palabras había sido
vivida. Había sido... real. Tan real como si ella hubiera estado en el
campamento gitano mucho tiempo atrás, en vez de en la costa de Maine en
mil novecientos noventa y siete.
_______ pasó la página lentamente, ansiosa por continuar con la lectura...
Sin
embargo, el sonido del teléfono se lo impidió. Con un suspiro de
resignación, cerró el diario y se levantó para guardarlo de nuevo en el
viejo baúl. Al cerrar la tapa, el polvo se expandió por el aire. Ella
se sacudió las manos en los vaqueros y bajó las empinadas escaleras de
la buhardilla de dos en dos.
Al subir allí, no se había esperado
encontrar otra cosa que telarañas y polvo. En realidad, explorar
aquella casa destartalada no había sido debido a la curiosidad, sino a
su propio trabajo. De no haber sido por él, nunca se habría molestado
en recorrer aquel edificio antiguo y abandonado.
Y habría sido una auténtica lástima. Pensó,
mientras bajaba los últimos peldaños sin aliento, que si era otro
cobrador de facturas u otro abogado lo mandaría a paseo. La ancha
escalera terminaba en un enorme vestíbulo que debía de haber sido
glorioso en otros tiempos, pero que en aquel momento no contenía nada
más que ecos de sonidos y cuerdas y cables que colgaban del techo y de
los que seguramente habría pendido algún magnífico candelabro. Más allá
de aquel vestíbulo estaba su refugio. Su... despacho. Por el momento,
al menos. Pero sólo hasta que recuperase su fortuna y volviera a Los
Ángeles como una triunfadora.
Exactamente lo contrario a como había tenido que marcharse.
Cuando
llegó al final de la escalera, el corazón le latía aceleradamente por
el esfuerzo y se sentía ligeramente mareada. Era ridículo que una mujer
de veinte años se cansara por tan poco, pero así era. Nunca había
tenido buena salud y sabía que nunca iba a tenerla. Pero al menos, su
condición física no había empezado a empeorar todavía. Era demasiado
pronto y tenía demasiadas cosas que hacer.
Por fin, ______ respondió
la llamada. El teléfono era tan antiguo como el resto de la casa. El
auricular debía de pesar un kilo, más o menos. Todo aquello parecía
como una burla a su gusto por la alta tecnología.
Si su voz al
contestar sonó irritada, era porque se estaba muriendo de ganas de
seguir leyendo aquel diario en la buhardilla, para averiguar más cosas
sobre su autor. Era posible que estuviera a punto de admitir que era una
escritorzuela sin ningún talento, pero todavía reconocía algo bien
escrito cuando lo leía, y lo que había estado leyendo era bueno. Muy
bueno.
—¿_______? ¿Por qué has tardado tanto? Me estaba preocupando.
Su
irritación se disipó cuando oyó la voz de David Sumner. Su tío
honorario, un título que había dejado de usar hacía mucho tiempo, era la
única persona que no le había dado la espalda cuando ella había pasado
de ser la hija rica y malcriada a la huérfana arruinada en cuestión de
horas. Era la única persona a la que no le importaba oír en aquel
momento.
—Hola, David —le dijo—. Estaba... explorando la casa. Este lugar es muy grande, ¿sabes?
—No, no lo sé, nunca lo he visto. Parece que no tienes aliento.
—Será por los dos tramos de escaleras que he bajado corriendo.
______ notó que titubeaba. Tenía la tendencia a preocuparse por ella más de lo que debería.
—¿Cómo es la casa? —le preguntó al fin.
—Está
hecha una ruina —le dijo ella, en tono burlón. En parte, estaba
intentando tranquilizarlo, y en parte, le gustaba tomarle el pelo—. Lo
cual te está bien empleado por comprar sin ver primero. ¿Quién haría una
cosa así?
Casi podía verle la cara con el ceño fruncido, las arrugas
de los ojos, el pelo rubio. David había sido el mejor amigo de la
familia desde hacía tanto tiempo como ella recordaba. Sus padres lo
habían llamado así, un amigo de la familia, pero a _____ siempre le
había parecido que se limitaba a tolerarlos.
Por supuesto, él sí
conocía la verdadera vida de sus padres desde hacía muchísimo tiempo.
Ella sólo se había enterado hacía muy poco tiempo, a través de los
titulares de la prensa sensacionalista y de los buitres, en los
juzgados.
—La compré por su situación, y lo sabes —le dijo David—. Y
confío en mi agente para este tipo de asuntos. El edificio está muy
mal, de todas formas.
—Sí.
Él se quedó en silencio durante un instante.
—¿Realmente está tan mal?
Ella tuvo ganas de abofetearse a sí misma. Algunas veces era una pequeña egoísta...
—No,
no lo está —dijo rápidamente—. Sólo estaba tomándote el pelo —y miró a
su alrededor, por la habitación que había elegido habitar. Había sido la
biblioteca o el despacho de alguien, hacía muchísimos años.
Recordó
al niño sobre el que había estado leyendo, y se preguntó si habría sido
suyo. Quizá, cuando ya era un anciano y había decidido escribir sus
memorias.
—Descríbemela —le estaba diciendo David.
—¿Qué?
—La casa. Descríbemela.
—Pues...
una vez debió de ser increíble. La embocadura de la chimenea es de
madera noble y está tallada, y aunque ahora está estropeada, es
espléndida. Las ventanas son altísimas y los techos tenían molduras de
las que ahora faltan bastantes partes... Este lugar tiene... no sé.
Algo.
—Sin embargo, no se acerca a nada de lo que tú estás acostumbrada —dijo David.
—Sí, bueno, no es Beverly Hills, pero si lo fuera no conseguiría trabajar nada...
—¿Lo estás consiguiendo? ¿Has adelantado algo?
______
observó la pantalla azul de su ordenador, que se había salvado de los
acreedores sólo porque lo tenía en la universidad cuando sus padres se
habían matado y había salido a la luz la verdad de la situación
económica de la familia. Estaban arruinados, y tenían tantas deudas que
_______ apenas podía asimilar las cifras. Al principio no había podido
entenderlo. Su padre era un director de cine de éxito, y su madre era
una actriz que, hacía una década, había alcanzado la cima, y que en la
actualidad hacía papeles menores, pero que parecía contenta con su vida.
O
eso era lo que pensaba ______. Pronto supo que habían estado viviendo
en una burbuja. El nivel de cocaína que tenían en sangre la noche del
accidente era tan alto que el forense se preguntó cómo se las habían
arreglado para conducir.
Eran drogadictos, y todo su estilo de vida era una gran mentira.
La casa y todas las demás
posesiones tuvieron que venderse para cubrir una parte de la deuda, y
________ había tenido que dejar la universidad. Ya debían la matrícula y
varios pagos. Y aparentemente, sus amigos eran tan falsos como David
siempre había intentado decirle, porque una vez que la verdad se supo,
la habían abandonado como al guardarropa del año anterior, mientras que
aquellos a los que ella había considerado inferiores estaban
divirtiéndose en secreto con sus problemas. Los últimos días en el
campus, ________ había encontrado páginas de los periódicos y las
revistas colgadas de los tablones de avisos de todos los pasillos,
revelando todos los detalles de la vida secreta de drogadictos de sus
padres, que, sin embargo, parecía que lo tenían todo. La pesadilla
detrás del cuento de hadas, y la pobre niña rica se había quedado
completamente sola y arruinada.
Había salido de la universidad y de
Los Angeles con el rabo entre las piernas, y había acudido a David. Él
le había ayudado a vender las pocas cosas que le quedaban, como su
Maserati, que, gracias a Dios, estaba a su nombre, y a comprar un coche
de segunda mano y a guardarse la diferencia. Cuando le había dicho que
necesitaba un lugar donde esconderse y lamer sus heridas, él le había
respondido que podía hacerlo en aquel lugar de Maine, gratis, durante
tanto tiempo como necesitara.
Y no sería mucho, pensó ella
silenciosamente. Siempre había tenido la intención de convertirse en una
gran escritora de guiones, sólo que iba a tener que empezar a
intentarlo un poco antes de lo que había pensado. David era productor.
Él la ayudaría a hacer los contactos precisos y quizá produjera la
película él mismo. Le había prometido que le daría una oportunidad. Que
la ayudaría en todo lo que pudiera. Sólo necesitaba... el material.
—¿________? —la voz de David la sacó de su ensimismamiento—. ¿Me has oído? Te he preguntado qué tal va el guión.
—Muy
bien. Estupendamente —tan bien que había decidido ir a explorar la casa
en vez de seguir peleándose con la pantalla vacía. La única tecla que
estaba apretando una y otra vez era la de borrar. Desde que había
llegado allí, sólo había escrito tonterías.
—¿Sabes? Es normal que
tengas algún problema a la hora de empezar —le dijo David—. No te
presiones a ti misma. Has pasado por muchas cosas, y necesitas tiempo
para digerirlo todo.
________ se encogió de hombros.
—No es eso —le dijo.
—¿No?
—Por supuesto que no. Ya han pasado seis meses. Lo he superado por completo.
—¿Has
superado completamente perder a tus padres, tu fortuna, tu casa, tu
educación y todo lo que pensabas que era tu identidad? —dijo él, y
chasqueó la lengua—. No lo creo.
—Bueno, pues es cierto. Y, para ser
sincera, averiguar que era adoptada me ha facilitado las cosas. Me
refiero a que... ya sabes que mis padres nunca estuvieron del todo...
implicados emocionalmente.
—Eso era la cocaína, cariño. No la adopción. No eras tú.
Ella carraspeó al notar que la garganta se le cerraba y se obligó a reaccionar.
—Y en cuanto al resto, voy a recuperarlo todo, David. Todo lo que perdí. Y más todavía. —No lo he dudado ni por un momento.
—Ni
yo tampoco —respondió ella, observando la pantalla vacía y sintiendo
que las dudas que estaba intentando negar la asfixiaban. Demonios, ¿por
qué escribir un guión de éxito no era tan fácil como ella siempre había
creído? Había visto muchas películas y había pensado que podría hacerlo
mejor incluso dormida.
—¿Y para cuándo tendrás el guión? —le preguntó él.
Ella se humedeció los labios. Ojalá lo supiera.
—Una obra maestra requiere tiempo. Es algo impredecible.
—Necesito
un proyecto para otoño. Estoy reservándote un hueco, _______. Tres
meses. Necesito el material en tres meses. ¿Podrías hacerlo? ¿Podrías
escribirlo durante el verano y entregármelo en septiembre? - Ella
levantó la barbilla, tragó saliva y dijo:
— Sí. Lo tendré terminado para septiembre. No hay problema.
—Estupendo —le dijo David—. Vas a hacerlo muy bien, ______. Podrás con ello.
—Por supuesto.
—¿Necesitas algo? ¿Estás bien de dinero?
________
se obligó a mentir. Había dejado sus cuentas a cero, siguiendo el
consejo de David, antes de que los acreedores se lanzaran sobre ellas, y
tenía el dinero del coche. Pero aunque allí no tenía que pagar renta,
había otros gastos: el teléfono, la electricidad, el agua... y tenía que
comer. La verdad era que el dinero se le estaba acabando.
—Estoy bien —le dijo.
—De acuerdo —le dijo David suavemente—. Bien. Avísame si necesitas algo.
—Lo haré, David.
Él se quedó silencioso durante un momento.
—¿Y qué tal estás de salud?
Ella tomó aire y después lo dejo escapar con un suspiro.
— Ya sabes que no me gusta nada que me traten como si fuera un ser enfermizo.
—¿Acaso te he dicho yo que lo fueras?
—No.
—¿Y qué tal estás?
Ella apretó los labios.
—El
aire fresco y limpio de aquí me está sentando de maravilla —mintió.
¿Qué iba a decirle? ¿La verdad? No podía decirle que se resentía de la
humedad y del frío de aquel lugar, aunque ya estuvieran en abril—.
Bueno, David, tengo que dejarte —dijo, tragando saliva de nuevo para
intentar deshacer el nudo que tenía en la garganta—. Si quiero terminar
esto antes del otoño, tengo que continuar.
—De acuerdo, cariño. Llámame si necesitas algo.
—Lo haré, David. Gracias.
_______
colgó el auricular y se mordió el labio inferior. Volvió la vieja
silla hacia la pantalla del ordenador y se sentó. Puso ambas manos
sobre el teclado y se dijo que tenía que escribir algo aquel mismo día, o
dejarlo y buscarse un trabajo. El problema era que no sabía hacer
nada.
Escribir era lo único que había querido hacer, y en lo único en
lo que había sido buena... O al menos, eso creía. En la universidad,
sus ensayos siempre tenían muy buenas notas de los profesores. El grupo
de teatro incluso había representado alguna de sus obras. A todo el
mundo le había encantado, a los críticos del campus, a los de los
periódicos locales...
Pero eso había ocurrido cuando ella era _____
_______, la brillante hija de un aclamado director y de una famosa
actriz. En aquel momento no era más que _____ _______,, desgraciada, sin
dinero y sin hogar, prácticamente expulsada de su ciudad y con un
futuro mucho más negro y vacío de lo que nunca hubiera imaginado.
Además,
no sabía si su talento era real o si simplemente había conseguido
todas aquellas alabanzas por su apellido. Ya no sabía nada, ni quién
era, ni lo que estaba haciendo, ni por qué habían dejado de llegarle las
palabras. Era como si el pozo del que habían brotado se hubiera secado
al acabarse su ilusión.
Fuera, el viento aullaba. La luz se fue y
volvió en un instante. La vieja casa gruñía cuando el viento soplaba
fuerte. Probablemente, si ella fuera tan vieja también gemiría, pensó. Y
entonces se preguntó cuántos años tendría aquello.
Aquel diario,
aquellas memorias no tenían fecha, pero era evidente que se habían
escrito hacía muchos, muchos años. Al menos, un siglo atrás... o dos.
Aquel
pensamiento le recordó al escritor, Nick. ¿Habría vivido allí de adulto?
¿Habría estado en aquella misma habitación, quizá paseando frente al
fuego, pensando mientras su pluma descansaba en aquel mismo escritorio?
¿Habría esperado a su musa igual que ella, frustrado cuando no le
llegaban las palabras?
Como si una mano invisible la arrastrara,
subió a la buhardilla y encendió un par de velas. Después levantó la
tapa del baúl y sacó el primer volumen de las memorias que había estado
leyendo. Abrió el tomo cuidadosamente y empezó a leer. Y, una vez más,
se perdió en la historia.
*Stephanie*
Re: SOMBRAS EN LA NOCHE(Nick y Tu)
taescaab escribió:se ve interesante SIGUELA me gusta mucho la trama
BIENVENIDA GRACIAS POR LEER SIGNIFICA MUCHO
ESPERRO QUE LES GUSTE
Última edición por *Stephanie* el Sáb 24 Mar 2012, 2:16 pm, editado 2 veces
*Stephanie*
Re: SOMBRAS EN LA NOCHE(Nick y Tu)
2
Pasaron trece largos años antes de que volviera a ver a Sarafina. Trece largos años, en los que aprendí muchas cosas. Aprendí que, fuéramos donde fuéramos, siempre seríamos mal acogidos. Que a pesar de ser honestos siempre nos llamarían ladrones, incluso las personas extrañas que no sabían nada de nosotros. Por eso aprendí también a tomar lo que quería y a mandarles a todos al infierno. Pensé que estaría bien disfrutar de los frutos de lo que se me atribuía. Si me atrapaban, pagaría por aquellos crímenes aunque no los hubiera cometido. Era mejor pagar por mis propios delitos que pagar por los de algún payo que fingía ser honesto, porque siempre había algún gitano cerca a quien cargar con las culpas.
Pero, a pesar de haber aprendido muchas cosas, había un misterio que no había conseguido descifrar. ¿Quién era Sarafina? ¿Por qué tenía relación con nosotros? ¿Y por qué la habían expulsado de nuestra familia? Tampoco había conseguido averiguar cuál era la maldición que llevaba, según decían todos. No lo supe hasta la noche en que mi vida estuvo a punto de terminar. Hasta la noche en que mi vida realmente terminó, tal y como la conocía, y empezó una nueva. Era el otoño de mil ochocientos cuarenta y ocho.
Yo era joven, un joven exaltado y temerario. Mi familia estaba a punto de recoger el campamento y emprender la marcha de nuevo, no porque se hubieran cansado del lugar en el que vivían, sino porque los lugareños nos habían acusado de robar ganado, y sabíamos que la ley vendría por nosotros rápidamente.
Antes de marcharnos, decidí que conseguiría algo de carne de los animales de aquellos que nos acusaban. Aquella noche había luna nueva; sólo se veía un hilillo de plata en el cielo. Entré en el establo de un granjero. No me importaba lo que encontrara allí, siempre y cuando pudiera robar algo. Era para resarcirme por las injurias hacia mí y hacia los míos.
El primer animal que vi fue un macho cabrío. Le puse una cuerda alrededor del cuello y tiré de él suavemente. El animal se dejó llevar hasta que llegamos a la puerta del establo; entonces, de repente, clavó las pezuñas en el suelo y emitió un balido largo y quejumbroso. Su grito resonó en mitad de la noche.
Yo debía haber dejado que el macho cabrío volviera a su sitio, pero el orgullo de un hombre joven algunas veces es demasiado fuerte, y además, en mí se combinaba con la furia y la frustración, así que continué tirando de la cuerda y arrastrando al animal por la hierba. El granjero ni siquiera avisó. En un momento, yo estaba tirando del maldito animal, y al momento siguiente, estaba boca abajo en el suelo, con el sonido del disparo retumbándome en los oídos.
Unos segundos después empecé a sentir el dolor y el asombro. Durante unos instantes, noté la bala, como si fuera de fuego, y después la sangre cálida empapándome la ropa. Pero entonces sentí algo mucho peor.
El entumecimiento se extendió por mi cuerpo: primero las piernas, y después el vientre, el estómago, los brazos... Después no sentí nada. No podía moverme. Ni siquiera sentí que el granjero me diera la vuelta con la punta de la bota y me dejara boca arriba.
—Malditos gitanos —dijo, y me escupió. Después tomó su macho cabrío y se marchó. No me había matado.
El alivio, sin embargo, se transformó muy pronto en desesperación, al darme cuenta de que moriría solo en pocos minutos. Notaba que la sangre se me escapaba del cuerpo, y me daba cuenta de que cada vez estaba más débil por la pérdida. Estaba sintiendo... cómo moría.
Oí los pasos del granjero mientras se retiraba. Después oí el ruido de la puerta del establo al cerrarse. Y después no oí nada más que el suave sonido del viento de la noche, susurrando entre los árboles. Susurraba mi nombre.
—Oh, dulce Nick —dijo una voz muy cerca de mí. Aquella vez no era el viento—. Has hecho que este momento llegara mucho más pronto de lo que a mí me habría gustado.
Abrí los ojos. Sarafina estaba a mi lado. Su silueta se recortaba en la negrura de la noche, como si fuera la de un ángel oscuro. Yo intenté hablar, pero las palabras eran tan suaves que supe que no podría oírme. Ella se arrodilló a mi lado y yo reuní todas mis fuerzas para decirle:
—Sarafina... me estoy muriendo.
Su mano suave me apartó el pelo de la frente.
—No, Nick. Sabes muy bien que yo no lo permitiría.
—P... pero...
—Shhh. Ya casi ha llegado la hora. Casi te has desangrado. Será cuestión de un momento. - Yo abrí mucho los ojos de pánico.
- ¡Sarafina! ¡Por favor!
- Confía en mí, querido. No morirás. Escúchame: ahora tienes que hacer una elección, y no tienes tiempo para deliberar. ¿Quieres morir, aquí y ahora? ¿O vivir, aunque eso signifique vivir en el exilio, como yo? La familia te odiará y te echará de su lado.
Yo me sentía muy débil, y no entendía sus palabras.
—¿Vida o muerte, Nick? Dame tu respuesta. Si tardas, perderás la oportunidad de elegir. Morirás. Dímelo ahora: ¿vida o muerte?
Yo luché por pronunciar la palabra, pero no oí que emergiera de mis labios. Todo lo que pude hacer fue pensar que quería pronunciarla. Vida.
—Muy bien.
Ella se movió. Yo tenía la visión borrosa, así que no pude ver lo que hacía. Después apretó algo contra mis labios, y yo sentí una asombrosa necesidad. Cerré la boca sobre la fuente que ella me había ofrecido y chupé de allí como un bebé que mamaba de su madre. Empecé a sentir que la vida se extendía de nuevo por mi cuerpo, junto con un hambre que nunca había experimentado antes. Moví los brazos y agarré aquel obsequio, sujetándolo contra la cara, mientras mamaba el líquido que se derramaba por mis venas.
—¡Ya es suficiente!
Sarafina me agarró del pelo para sujetarme la cabeza y tiró con fuerza. Y solo entonces me di cuenta de que lo que yo había estado chupando había sido su muñeca, y lo que había bebido con aquella sed había sido su sangre. Horrorizado, noté que el estómago me daba un vuelco, y levanté la mano para limpiarme la boca.
—No pasa nada, Nick. Así es como compartimos el don.
Yo me miré las manos, manchadas de sangre. Pero estaba vivo. Fuerte. Moví los dedos. Apreté los puños.
—¿Qué es esto? —le pregunté suavemente—. ¿Qué significa? —mientras hablaba, notaba que mi cuerpo ya no estaba entumecido. Notaba la brisa en la piel y veía con más precisión de la que nunca hubiera visto. Notaba la fuerza por las venas. Me incorporé, y entonces, ella me arrancó la camisa y la hizo tiras.
—Es un regalo, joven Nick, aunque algunos lo llaman una maldición. Es un don que yo te he concedido. Nunca morirás. Nunca envejecerás. Y aunque tu familia se volverá contra ti, nunca estarás solo como yo he estado. Porque siempre estaré contigo. Siempre.
Yo la estaba mirando por encima de mi hombro, porque estaba a mi espalda, metiéndome tiras de tela en la herida, lo que me causaba un inmenso dolor. No entendía nada. Ella me ató varias tiras alrededor del pecho para mantener los pedazos de algodón en su sitio, y después me ayudó a ponerme en pie. Entonces, vi al granjero justo detrás de ella. Abrí la boca para avisarla.
Antes de que hubiera podido decir una palabra, la mujer bella y graciosa que me había dejado fascinado se dio la vuelta y tomó al hombre por el cuello de la camisa. Y antes de que yo pudiera reaccionar, se había tirado a su garganta.
Oí los sonidos... Y vi, claramente, en la oscuridad, lo que estaba haciendo Sarafina. Estaba... bebiéndose su sangre. Estaba atiborrándose en su cuello. Al principio, el granjero le dio puñetazos en la espalda, y patadas. Después, simplemente, se rindió. Oí cómo suspiraba y vi cómo la abrazaba. Dejó que su cabeza cayera hacia atrás, y vi cómo apretaba sus caderas contra Sarafina mientras ella bebía.
Y después, ya no quedaba vida en él.
Ella soltó la camisa y el cuerpo cayó al suelo. Muerto. Completamente seco.
Sarafina se limpió los labios delicadamente con uno de sus pañuelos y se dio la vuelta para mirarme. Yo no podía pronunciar ni una palabra.
—No te asustes, Nick. ¿Es que acaso acabas de darte cuenta? ¿Mmm? Somos Nosferatu. No podemos morir —se lamió los labios, inclinó la cabeza y me sonrió ligeramente—. Vampiros —susurró, y a mí me pareció que el viento recogía la palabra y la repetía mil veces con mis voces diferentes.
Vampiros.
Pasaron trece largos años antes de que volviera a ver a Sarafina. Trece largos años, en los que aprendí muchas cosas. Aprendí que, fuéramos donde fuéramos, siempre seríamos mal acogidos. Que a pesar de ser honestos siempre nos llamarían ladrones, incluso las personas extrañas que no sabían nada de nosotros. Por eso aprendí también a tomar lo que quería y a mandarles a todos al infierno. Pensé que estaría bien disfrutar de los frutos de lo que se me atribuía. Si me atrapaban, pagaría por aquellos crímenes aunque no los hubiera cometido. Era mejor pagar por mis propios delitos que pagar por los de algún payo que fingía ser honesto, porque siempre había algún gitano cerca a quien cargar con las culpas.
Pero, a pesar de haber aprendido muchas cosas, había un misterio que no había conseguido descifrar. ¿Quién era Sarafina? ¿Por qué tenía relación con nosotros? ¿Y por qué la habían expulsado de nuestra familia? Tampoco había conseguido averiguar cuál era la maldición que llevaba, según decían todos. No lo supe hasta la noche en que mi vida estuvo a punto de terminar. Hasta la noche en que mi vida realmente terminó, tal y como la conocía, y empezó una nueva. Era el otoño de mil ochocientos cuarenta y ocho.
Yo era joven, un joven exaltado y temerario. Mi familia estaba a punto de recoger el campamento y emprender la marcha de nuevo, no porque se hubieran cansado del lugar en el que vivían, sino porque los lugareños nos habían acusado de robar ganado, y sabíamos que la ley vendría por nosotros rápidamente.
Antes de marcharnos, decidí que conseguiría algo de carne de los animales de aquellos que nos acusaban. Aquella noche había luna nueva; sólo se veía un hilillo de plata en el cielo. Entré en el establo de un granjero. No me importaba lo que encontrara allí, siempre y cuando pudiera robar algo. Era para resarcirme por las injurias hacia mí y hacia los míos.
El primer animal que vi fue un macho cabrío. Le puse una cuerda alrededor del cuello y tiré de él suavemente. El animal se dejó llevar hasta que llegamos a la puerta del establo; entonces, de repente, clavó las pezuñas en el suelo y emitió un balido largo y quejumbroso. Su grito resonó en mitad de la noche.
Yo debía haber dejado que el macho cabrío volviera a su sitio, pero el orgullo de un hombre joven algunas veces es demasiado fuerte, y además, en mí se combinaba con la furia y la frustración, así que continué tirando de la cuerda y arrastrando al animal por la hierba. El granjero ni siquiera avisó. En un momento, yo estaba tirando del maldito animal, y al momento siguiente, estaba boca abajo en el suelo, con el sonido del disparo retumbándome en los oídos.
Unos segundos después empecé a sentir el dolor y el asombro. Durante unos instantes, noté la bala, como si fuera de fuego, y después la sangre cálida empapándome la ropa. Pero entonces sentí algo mucho peor.
El entumecimiento se extendió por mi cuerpo: primero las piernas, y después el vientre, el estómago, los brazos... Después no sentí nada. No podía moverme. Ni siquiera sentí que el granjero me diera la vuelta con la punta de la bota y me dejara boca arriba.
—Malditos gitanos —dijo, y me escupió. Después tomó su macho cabrío y se marchó. No me había matado.
El alivio, sin embargo, se transformó muy pronto en desesperación, al darme cuenta de que moriría solo en pocos minutos. Notaba que la sangre se me escapaba del cuerpo, y me daba cuenta de que cada vez estaba más débil por la pérdida. Estaba sintiendo... cómo moría.
Oí los pasos del granjero mientras se retiraba. Después oí el ruido de la puerta del establo al cerrarse. Y después no oí nada más que el suave sonido del viento de la noche, susurrando entre los árboles. Susurraba mi nombre.
—Oh, dulce Nick —dijo una voz muy cerca de mí. Aquella vez no era el viento—. Has hecho que este momento llegara mucho más pronto de lo que a mí me habría gustado.
Abrí los ojos. Sarafina estaba a mi lado. Su silueta se recortaba en la negrura de la noche, como si fuera la de un ángel oscuro. Yo intenté hablar, pero las palabras eran tan suaves que supe que no podría oírme. Ella se arrodilló a mi lado y yo reuní todas mis fuerzas para decirle:
—Sarafina... me estoy muriendo.
Su mano suave me apartó el pelo de la frente.
—No, Nick. Sabes muy bien que yo no lo permitiría.
—P... pero...
—Shhh. Ya casi ha llegado la hora. Casi te has desangrado. Será cuestión de un momento. - Yo abrí mucho los ojos de pánico.
- ¡Sarafina! ¡Por favor!
- Confía en mí, querido. No morirás. Escúchame: ahora tienes que hacer una elección, y no tienes tiempo para deliberar. ¿Quieres morir, aquí y ahora? ¿O vivir, aunque eso signifique vivir en el exilio, como yo? La familia te odiará y te echará de su lado.
Yo me sentía muy débil, y no entendía sus palabras.
—¿Vida o muerte, Nick? Dame tu respuesta. Si tardas, perderás la oportunidad de elegir. Morirás. Dímelo ahora: ¿vida o muerte?
Yo luché por pronunciar la palabra, pero no oí que emergiera de mis labios. Todo lo que pude hacer fue pensar que quería pronunciarla. Vida.
—Muy bien.
Ella se movió. Yo tenía la visión borrosa, así que no pude ver lo que hacía. Después apretó algo contra mis labios, y yo sentí una asombrosa necesidad. Cerré la boca sobre la fuente que ella me había ofrecido y chupé de allí como un bebé que mamaba de su madre. Empecé a sentir que la vida se extendía de nuevo por mi cuerpo, junto con un hambre que nunca había experimentado antes. Moví los brazos y agarré aquel obsequio, sujetándolo contra la cara, mientras mamaba el líquido que se derramaba por mis venas.
—¡Ya es suficiente!
Sarafina me agarró del pelo para sujetarme la cabeza y tiró con fuerza. Y solo entonces me di cuenta de que lo que yo había estado chupando había sido su muñeca, y lo que había bebido con aquella sed había sido su sangre. Horrorizado, noté que el estómago me daba un vuelco, y levanté la mano para limpiarme la boca.
—No pasa nada, Nick. Así es como compartimos el don.
Yo me miré las manos, manchadas de sangre. Pero estaba vivo. Fuerte. Moví los dedos. Apreté los puños.
—¿Qué es esto? —le pregunté suavemente—. ¿Qué significa? —mientras hablaba, notaba que mi cuerpo ya no estaba entumecido. Notaba la brisa en la piel y veía con más precisión de la que nunca hubiera visto. Notaba la fuerza por las venas. Me incorporé, y entonces, ella me arrancó la camisa y la hizo tiras.
—Es un regalo, joven Nick, aunque algunos lo llaman una maldición. Es un don que yo te he concedido. Nunca morirás. Nunca envejecerás. Y aunque tu familia se volverá contra ti, nunca estarás solo como yo he estado. Porque siempre estaré contigo. Siempre.
Yo la estaba mirando por encima de mi hombro, porque estaba a mi espalda, metiéndome tiras de tela en la herida, lo que me causaba un inmenso dolor. No entendía nada. Ella me ató varias tiras alrededor del pecho para mantener los pedazos de algodón en su sitio, y después me ayudó a ponerme en pie. Entonces, vi al granjero justo detrás de ella. Abrí la boca para avisarla.
Antes de que hubiera podido decir una palabra, la mujer bella y graciosa que me había dejado fascinado se dio la vuelta y tomó al hombre por el cuello de la camisa. Y antes de que yo pudiera reaccionar, se había tirado a su garganta.
Oí los sonidos... Y vi, claramente, en la oscuridad, lo que estaba haciendo Sarafina. Estaba... bebiéndose su sangre. Estaba atiborrándose en su cuello. Al principio, el granjero le dio puñetazos en la espalda, y patadas. Después, simplemente, se rindió. Oí cómo suspiraba y vi cómo la abrazaba. Dejó que su cabeza cayera hacia atrás, y vi cómo apretaba sus caderas contra Sarafina mientras ella bebía.
Y después, ya no quedaba vida en él.
Ella soltó la camisa y el cuerpo cayó al suelo. Muerto. Completamente seco.
Sarafina se limpió los labios delicadamente con uno de sus pañuelos y se dio la vuelta para mirarme. Yo no podía pronunciar ni una palabra.
—No te asustes, Nick. ¿Es que acaso acabas de darte cuenta? ¿Mmm? Somos Nosferatu. No podemos morir —se lamió los labios, inclinó la cabeza y me sonrió ligeramente—. Vampiros —susurró, y a mí me pareció que el viento recogía la palabra y la repetía mil veces con mis voces diferentes.
Vampiros.
*Stephanie*
Re: SOMBRAS EN LA NOCHE(Nick y Tu)
OH QUE FUERTE pero genial, osea nick esta vivito, vivito para mi, ya basta de leer su diario y que llegue a buscarme jajja
SIGUELA
SIGUELA
Taescaab
Re: SOMBRAS EN LA NOCHE(Nick y Tu)
taescaab escribió:OH QUE FUERTE pero genial, osea nick esta vivito, vivito para mi, ya basta de leer su diario y que llegue a buscarme jajja
SIGUELA
SII JAJAJAJAJAJAJ
*Stephanie*
Re: SOMBRAS EN LA NOCHE(Nick y Tu)
Una brisa que provenía de
alguna parte hizo que la llama de la vela vacilara. ______ apartó los
ojos de las páginas y miró hacia detrás. Pero, por supuesto, no había
nadie. No había nada. Aquello no era real.
—Oh, Dios mío —susurró—. Esto no es... no son unas memorias. Es ficción. ¡Es una ficción increíble, impresionante!
Oh,
quizá no lo hubiera sido para el hombre que lo había escrito. El
artista que, con una locura deliciosa, había creado aquel cuento y que,
seguramente, lo había creído. Un hombre que había creído de verdad que
era un vampiro. Un hombre que había vivido allí, con toda probabilidad.
En aquella misma casa.
De repente, algo hizo un ruido contra la
ventana. ______ se asustó y se llevó una mano al pecho, al lugar en el
que su corazón había dado un salto. Sólo había sido la rama de un
árbol, doblada por el viento, que había raspado el cristal. No una
criatura de la noche que se llamaba Nick a sí mismo, que había vuelto a
exigir que le entregara sus memorias. Por supuesto que no. Los vampiros
no existían.
El repentino movimiento y el susto la habían dejado
mareada, y tenía el corazón acelerado. Esperó a que se le pasara y
respiró hondo. Al mirar la hora, se dio cuenta de que llevaba horas
sentada en aquella buhardilla polvorienta, perdida en el mundo
imaginario de un loco, cuando debería haber estado trabajando en su
propio guión.
Dios, ¿cómo iba a ser capaz de escribir un buen guión,
uno que David pudiera vender, en sólo tres meses? Sobre todo a partir
de aquel momento, después de haber leído aquella increíble historia.
Vagamente,
se preguntó cuánto tiempo habría tardado el imaginativo Nick en
escribir sus memorias. No mucho, pensó... si todos los volúmenes de
aquel baúl estaban llenos. No entendía cómo era posible que lo hubiera
hecho durante su corta vida.
Sin embargo, estaba muerto. Tenía que
estarlo, porque ella había encontrado, finalmente, una fecha... Y sus
palabras, sus historias, estaban allí, intactas. Tan vividas, tan
maravillosamente escritas, que era casi penoso que no las compartiera
con el resto del mundo. Si ella hubiera escrito algo tan bueno como
aquello y nadie lo hubiera visto, habría sido...
Oh. Dios, se le
acababa de ocurrir... Aquello podría ser su trabajo. Nadie más lo sabía,
así que podría ser su propia obra. ¿Quién iba a notar la diferencia?
—No —susurró en voz alta—. No estaría bien. ¿Realmente no estaría bien?
Acababa de pensar que era un crimen que aquel trabajo permaneciera
oculto. Acababa de reconocer que, si ella fuera la autora, hubiera
pasado la eternidad lamentando que nadie lo hubiera encontrado. Al fin y
al cabo, la palabra escrita estaba hecha para ser leída y compartida
por todo el mundo. Experimentada.
Se arrodilló junto al baúl abierto.
¿Qué daño podría hacer? Nicholas había muerto hacía mucho tiempo, y no
era posible que nadie conociera la existencia de aquellos volúmenes. De
otro modo, no estarían allí, comidos por la humedad. ¡Y había tantos!
—Dios mío —susurró—. Esto es una mina de oro. Estoy sentada sobre una mina de oro.
Aquello
era algo más que un baúl lleno de historias. Era el camino hacia todo
lo que deseaba, la llave para recuperar todo lo que había perdido.
Riqueza, poder, fama. Su retorno triunfante a Los Ángeles. Aquello era
un regalo que le había dejado un loco, muerto hacía mucho tiempo, que se
llamaba a sí mismo Nick y que creía ser un vampiro.
Tomó el primer volumen cuidadosamente y se lo apretó contra el pecho. Se levantó y bajó al despacho.
Y
en aquella ocasión, cuando puso las manos sobre el teclado, las
memorias de Nick estaban abiertas junto al teclado. Las palabras
fluyeron.
alguna parte hizo que la llama de la vela vacilara. ______ apartó los
ojos de las páginas y miró hacia detrás. Pero, por supuesto, no había
nadie. No había nada. Aquello no era real.
—Oh, Dios mío —susurró—. Esto no es... no son unas memorias. Es ficción. ¡Es una ficción increíble, impresionante!
Oh,
quizá no lo hubiera sido para el hombre que lo había escrito. El
artista que, con una locura deliciosa, había creado aquel cuento y que,
seguramente, lo había creído. Un hombre que había creído de verdad que
era un vampiro. Un hombre que había vivido allí, con toda probabilidad.
En aquella misma casa.
De repente, algo hizo un ruido contra la
ventana. ______ se asustó y se llevó una mano al pecho, al lugar en el
que su corazón había dado un salto. Sólo había sido la rama de un
árbol, doblada por el viento, que había raspado el cristal. No una
criatura de la noche que se llamaba Nick a sí mismo, que había vuelto a
exigir que le entregara sus memorias. Por supuesto que no. Los vampiros
no existían.
El repentino movimiento y el susto la habían dejado
mareada, y tenía el corazón acelerado. Esperó a que se le pasara y
respiró hondo. Al mirar la hora, se dio cuenta de que llevaba horas
sentada en aquella buhardilla polvorienta, perdida en el mundo
imaginario de un loco, cuando debería haber estado trabajando en su
propio guión.
Dios, ¿cómo iba a ser capaz de escribir un buen guión,
uno que David pudiera vender, en sólo tres meses? Sobre todo a partir
de aquel momento, después de haber leído aquella increíble historia.
Vagamente,
se preguntó cuánto tiempo habría tardado el imaginativo Nick en
escribir sus memorias. No mucho, pensó... si todos los volúmenes de
aquel baúl estaban llenos. No entendía cómo era posible que lo hubiera
hecho durante su corta vida.
Sin embargo, estaba muerto. Tenía que
estarlo, porque ella había encontrado, finalmente, una fecha... Y sus
palabras, sus historias, estaban allí, intactas. Tan vividas, tan
maravillosamente escritas, que era casi penoso que no las compartiera
con el resto del mundo. Si ella hubiera escrito algo tan bueno como
aquello y nadie lo hubiera visto, habría sido...
Oh. Dios, se le
acababa de ocurrir... Aquello podría ser su trabajo. Nadie más lo sabía,
así que podría ser su propia obra. ¿Quién iba a notar la diferencia?
—No —susurró en voz alta—. No estaría bien. ¿Realmente no estaría bien?
Acababa de pensar que era un crimen que aquel trabajo permaneciera
oculto. Acababa de reconocer que, si ella fuera la autora, hubiera
pasado la eternidad lamentando que nadie lo hubiera encontrado. Al fin y
al cabo, la palabra escrita estaba hecha para ser leída y compartida
por todo el mundo. Experimentada.
Se arrodilló junto al baúl abierto.
¿Qué daño podría hacer? Nicholas había muerto hacía mucho tiempo, y no
era posible que nadie conociera la existencia de aquellos volúmenes. De
otro modo, no estarían allí, comidos por la humedad. ¡Y había tantos!
—Dios mío —susurró—. Esto es una mina de oro. Estoy sentada sobre una mina de oro.
Aquello
era algo más que un baúl lleno de historias. Era el camino hacia todo
lo que deseaba, la llave para recuperar todo lo que había perdido.
Riqueza, poder, fama. Su retorno triunfante a Los Ángeles. Aquello era
un regalo que le había dejado un loco, muerto hacía mucho tiempo, que se
llamaba a sí mismo Nick y que creía ser un vampiro.
Tomó el primer volumen cuidadosamente y se lo apretó contra el pecho. Se levantó y bajó al despacho.
Y
en aquella ocasión, cuando puso las manos sobre el teclado, las
memorias de Nick estaban abiertas junto al teclado. Las palabras
fluyeron.
*Stephanie*
Re: SOMBRAS EN LA NOCHE(Nick y Tu)
3
Demetria Lovato estaba viendo JFK por decimoctava vez en la pequeña televisión
de su habitación, con 'El guardián' entre el centeno en el regazo y una
lata de refresco medio vacía en la mesilla de noche, cuando oyó las
sirenas. Se levantó rápidamente y fue hacia la ventana. En el cielo de
la noche, hacia el sur, vio un brillo rojizo en el horizonte. Un Jeep
tomó la curva del camino hacia su casa y, un segundo después, oyó que se
abría la puerta delantera y que su madre hablaba con sus mejores
amigos. Apagó la televisión y salió de su cuarto.
Se los encontró en
el pasillo y se dio cuenta de que ocurría algo grave. Jason no temblaba
fácilmente, y estaba temblando. Storm, que en realidad se llamaba
Tempest, pero que odiaba su nombre, estaba completamente pálida. La
madre de Maxine los seguía.
—¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que se está quemando? —preguntó Demi.
—Spook Central —respondió Jason—. Y no parece que tenga remedio.
—Es horrible —dijo Stormy, con los ojos, azules y brillantes como dos joyas, llenos de lágrimas—. No creo que nadie salga vivo.
Spook
Central. La Central de los Espectros. Aquel era el nombre preferido de Demetria para aquel centro gubernamental, un conjunto de barracones
enormes que había a las afueras de la ciudad, y que no tenía
denominación oficial. El edificio principal era inmenso, y estaba bien
alejado de la valla, altísima, electrificada y rodeada de cámaras de
vigilancia. Todo estaba envuelto en el misterio. Lo que la mayoría de
la gente pensaba era que se trataba de un laboratorio de investigación
donde se trabajaba para encontrar una vacuna contra el sida, una cura
para el cáncer, cosas por el estilo. Algo demasiado elevado como para
dedicarse a curiosear. ¿Quién iba a cuestionar una misión tan sagrada?
Demetria tenía sus propias teorías, como en la mayoría de los casos, y en aquel
momento esperaba que su versión estuviera equivocada. Siempre había
pensado que aquel lugar era un laboratorio militar y que allí se
investigaba sobre armas biológicas y químicas.
Entró de nuevo en su habitación, tomó su chaqueta y volvió a salir al pasillo. —Vamos.
—¿Ir?
¿Adonde? —le preguntó su madre. Ninguno de los tres respondió, y Ellen
los rodeó mientras caminaban hacia la puerta para cortarles el paso—. Demi, no vayáis. Entorpeceréis el trabajo que estén haciendo, y es
probable que salgáis heridos.
—Vamos, mamá. Tengo veinte años. No voy a molestar a los bomberos. Sólo quiero saber qué es lo que está ocurriendo.
—Entonces, léelo en el periódico de mañana, como todo el mundo.
—Dios, ¿cómo puedes ser tan inocente?
Ellen Lovato suspiró, preocupada, pero también resignada. Nadie había sido
capaz de hacer que Demetria Lovato cambiara de opinión acerca de algo, y
su propia madre lo había experimentado desde el día en que le llevaron a
la huérfana de tres meses a su casa.
—Tened cuidado.
—Siempre tenemos cuidado —respondió su hija, y tomó su pequeña mochila del perchero de la entrada.
Cuando los tres amigos estuvieron sentados en el coche, Demi dijo:
—Mirad. Se ve el fuego desde aquí. Miradlo.
Stormy se estremeció y bajó los ojos. Jason se quedó mirándolo fijamente, y después encendió la radio y buscó por el dial.
—Sabía
que querrías ir —dijo—. Yo me he enterado por mi hermano. Si él no
fuera bombero voluntario, probablemente no lo sabría todavía.
—¿No
han dicho nada por la radio, Jay? —le preguntó Stormy, bastante
nerviosa. Él siguió moviendo el dial, y después sacudió la cabeza,
lentamente.
— Creía que iban a dedicarle un especial, alguna porquería de esas, pero no dicen ni una palabra.
—Dirán
lo que les ordenen —dijo Demi—. A pesar de lo que mi madre piense
sobre los periódicos, estoy segura de que no hablarán de ello, porque
esto tiene que ser alguna misión secreta del gobierno.
Stormy se
encogió de hombros y desvió la mirada. Aquellos temas siempre hacían que
se sintiera incómoda, pero Demi no se sentía incómoda hablando de
ellos. Se sentía más incómoda por haber vivido prácticamente a la sombra
de aquel enorme complejo misterioso y bien protegido, y no haber
sabido nunca qué había dentro.
Sí sabía una cosa con certeza: aquello
no era un laboratorio de investigación contra el sida, y era posible
que después de aquel incendio nadie supiera qué había sido en realidad.
Cuando
llegaron al punto de la carretera donde los vehículos de emergencia
estaban aparcados, se detuvieron. Había vallas que les cortaban el
paso, así que bajaron del Jeep y observaron las llamas altísimas que
ascendían por el cielo nocturno. Demi notaba el sabor del humo en la boca
cada vez que respiraba.
—Por aquí —dijo, y caminó por el lado
derecho de la carretera, más allá de los vehículos aparcados. Sus amigos
la siguieron. Llegaron a la entrada del complejo, donde había bomberos
por todas partes, completamente concentrados en su trabajo. Demi se
agachó detrás de una ambulancia, y tiró de Jason y de Stormy. Los coches
de bomberos habían pasado dentro del complejo. La garita de vigilancia
estaba vacía, y la puerta estaba abierta. La valla y la alambrada
estaban rotas a la izquierda y a la derecha, y las cámaras hechas
pedazos. Los bomberos voluntarios, vestidos con trajes amarillos,
manejaban grandes mangueras conectadas con los tanques de agua de los
coches. Cada vez que conseguían que las llamas retrocediesen un poco,
los vehículos se adelantaban más, y los hombres se acercaban más al
infierno.
—No entiendo cómo soportan el calor. Dios, yo lo noto desde aquí —dijo Storm, apretándose la palma de la mano contra la mejilla.
—Me sorprende que no se les hayan fundido las mangueras —dijo Jason—. Si se acercan más...
—Si se acercan más —terminó Demi—, podremos entrar.
—¿Qué? —le preguntó Jason, mientras Storm la miraba boquiabierta—. Tienes que estar de broma, Demi. No podemos entrar ahí.
—No hay nadie vigilando la entrada. Todos están concentrados en el fuego. Podemos entrar sin problema.
—Demi, sé que podemos entrar. Lo que quería decir es que no debemos hacerlo.
Entonces, fue ella la que los miró asombrada.
—¿Estáis
locos? Desde que me di cuenta de que esa estúpida historia del
laboratorio de investigación sobre el cáncer y el sida era una patraña,
he estado muriéndome de ganas de atravesar esas puertas.
Demetria Lovato estaba viendo JFK por decimoctava vez en la pequeña televisión
de su habitación, con 'El guardián' entre el centeno en el regazo y una
lata de refresco medio vacía en la mesilla de noche, cuando oyó las
sirenas. Se levantó rápidamente y fue hacia la ventana. En el cielo de
la noche, hacia el sur, vio un brillo rojizo en el horizonte. Un Jeep
tomó la curva del camino hacia su casa y, un segundo después, oyó que se
abría la puerta delantera y que su madre hablaba con sus mejores
amigos. Apagó la televisión y salió de su cuarto.
Se los encontró en
el pasillo y se dio cuenta de que ocurría algo grave. Jason no temblaba
fácilmente, y estaba temblando. Storm, que en realidad se llamaba
Tempest, pero que odiaba su nombre, estaba completamente pálida. La
madre de Maxine los seguía.
—¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que se está quemando? —preguntó Demi.
—Spook Central —respondió Jason—. Y no parece que tenga remedio.
—Es horrible —dijo Stormy, con los ojos, azules y brillantes como dos joyas, llenos de lágrimas—. No creo que nadie salga vivo.
Spook
Central. La Central de los Espectros. Aquel era el nombre preferido de Demetria para aquel centro gubernamental, un conjunto de barracones
enormes que había a las afueras de la ciudad, y que no tenía
denominación oficial. El edificio principal era inmenso, y estaba bien
alejado de la valla, altísima, electrificada y rodeada de cámaras de
vigilancia. Todo estaba envuelto en el misterio. Lo que la mayoría de
la gente pensaba era que se trataba de un laboratorio de investigación
donde se trabajaba para encontrar una vacuna contra el sida, una cura
para el cáncer, cosas por el estilo. Algo demasiado elevado como para
dedicarse a curiosear. ¿Quién iba a cuestionar una misión tan sagrada?
Demetria tenía sus propias teorías, como en la mayoría de los casos, y en aquel
momento esperaba que su versión estuviera equivocada. Siempre había
pensado que aquel lugar era un laboratorio militar y que allí se
investigaba sobre armas biológicas y químicas.
Entró de nuevo en su habitación, tomó su chaqueta y volvió a salir al pasillo. —Vamos.
—¿Ir?
¿Adonde? —le preguntó su madre. Ninguno de los tres respondió, y Ellen
los rodeó mientras caminaban hacia la puerta para cortarles el paso—. Demi, no vayáis. Entorpeceréis el trabajo que estén haciendo, y es
probable que salgáis heridos.
—Vamos, mamá. Tengo veinte años. No voy a molestar a los bomberos. Sólo quiero saber qué es lo que está ocurriendo.
—Entonces, léelo en el periódico de mañana, como todo el mundo.
—Dios, ¿cómo puedes ser tan inocente?
Ellen Lovato suspiró, preocupada, pero también resignada. Nadie había sido
capaz de hacer que Demetria Lovato cambiara de opinión acerca de algo, y
su propia madre lo había experimentado desde el día en que le llevaron a
la huérfana de tres meses a su casa.
—Tened cuidado.
—Siempre tenemos cuidado —respondió su hija, y tomó su pequeña mochila del perchero de la entrada.
Cuando los tres amigos estuvieron sentados en el coche, Demi dijo:
—Mirad. Se ve el fuego desde aquí. Miradlo.
Stormy se estremeció y bajó los ojos. Jason se quedó mirándolo fijamente, y después encendió la radio y buscó por el dial.
—Sabía
que querrías ir —dijo—. Yo me he enterado por mi hermano. Si él no
fuera bombero voluntario, probablemente no lo sabría todavía.
—¿No
han dicho nada por la radio, Jay? —le preguntó Stormy, bastante
nerviosa. Él siguió moviendo el dial, y después sacudió la cabeza,
lentamente.
— Creía que iban a dedicarle un especial, alguna porquería de esas, pero no dicen ni una palabra.
—Dirán
lo que les ordenen —dijo Demi—. A pesar de lo que mi madre piense
sobre los periódicos, estoy segura de que no hablarán de ello, porque
esto tiene que ser alguna misión secreta del gobierno.
Stormy se
encogió de hombros y desvió la mirada. Aquellos temas siempre hacían que
se sintiera incómoda, pero Demi no se sentía incómoda hablando de
ellos. Se sentía más incómoda por haber vivido prácticamente a la sombra
de aquel enorme complejo misterioso y bien protegido, y no haber
sabido nunca qué había dentro.
Sí sabía una cosa con certeza: aquello
no era un laboratorio de investigación contra el sida, y era posible
que después de aquel incendio nadie supiera qué había sido en realidad.
Cuando
llegaron al punto de la carretera donde los vehículos de emergencia
estaban aparcados, se detuvieron. Había vallas que les cortaban el
paso, así que bajaron del Jeep y observaron las llamas altísimas que
ascendían por el cielo nocturno. Demi notaba el sabor del humo en la boca
cada vez que respiraba.
—Por aquí —dijo, y caminó por el lado
derecho de la carretera, más allá de los vehículos aparcados. Sus amigos
la siguieron. Llegaron a la entrada del complejo, donde había bomberos
por todas partes, completamente concentrados en su trabajo. Demi se
agachó detrás de una ambulancia, y tiró de Jason y de Stormy. Los coches
de bomberos habían pasado dentro del complejo. La garita de vigilancia
estaba vacía, y la puerta estaba abierta. La valla y la alambrada
estaban rotas a la izquierda y a la derecha, y las cámaras hechas
pedazos. Los bomberos voluntarios, vestidos con trajes amarillos,
manejaban grandes mangueras conectadas con los tanques de agua de los
coches. Cada vez que conseguían que las llamas retrocediesen un poco,
los vehículos se adelantaban más, y los hombres se acercaban más al
infierno.
—No entiendo cómo soportan el calor. Dios, yo lo noto desde aquí —dijo Storm, apretándose la palma de la mano contra la mejilla.
—Me sorprende que no se les hayan fundido las mangueras —dijo Jason—. Si se acercan más...
—Si se acercan más —terminó Demi—, podremos entrar.
—¿Qué? —le preguntó Jason, mientras Storm la miraba boquiabierta—. Tienes que estar de broma, Demi. No podemos entrar ahí.
—No hay nadie vigilando la entrada. Todos están concentrados en el fuego. Podemos entrar sin problema.
—Demi, sé que podemos entrar. Lo que quería decir es que no debemos hacerlo.
Entonces, fue ella la que los miró asombrada.
—¿Estáis
locos? Desde que me di cuenta de que esa estúpida historia del
laboratorio de investigación sobre el cáncer y el sida era una patraña,
he estado muriéndome de ganas de atravesar esas puertas.
*Stephanie*
Re: SOMBRAS EN LA NOCHE(Nick y Tu)
oli JB escribió:me encata tu nove siguella
QUE BUENO QUE TE GUSTE!!!!
*Stephanie*
Re: SOMBRAS EN LA NOCHE(Nick y Tu)
—Lo cual significa desde que tenías seis años — murmuró Stormy.
—Pero,
¿es que no os dais cuenta? Esta es nuestra oportunidad. No hay
guardias, y por fin podemos saber qué hay detrás de esa mentira.
—¿Y crees que va a quedar algo que ver, Dems? Las llamas están devorándolo todo — apuntó Jason.
—No lo sabremos hasta que no entremos.
Él
suspiró, bajó la cabeza y se pasó una mano por el cráneo afeitado.
Ninguno de los tres habló de nuevo durante un buen rato, mientras
seguían allí agachados, mirando. Finalmente, Demi se levantó y salió
corriendo hacia las puertas. Sus amigos dudaron, pero la siguieron. Los
tres pasaron por delante de la garita y se escondieron tras los
árboles que bordeaban el camino.
—Bueno, lo hemos conseguido —dijo Demi.
—Si nos pillan aquí, van a empapelarnos.
—No
lo pienses, Jason. ¿Veis aquel mástil? —les preguntó, señalándolo.
Jason y Stormy miraron el mástil, y después la miraron a ella de
nuevo—. Una vez que lleguemos hasta allí, podemos rodear el edificio y
entrar por la parte de atrás.
—Y entonces, la pared en llamas puede
derrumbarse sobre nosotros, aplastándonos y asándonos al mismo tiempo
—dijo Storm, con el reflejo del fuego bailándole en los ojos.
Demi se
tragó las dudas que tenía sobre si debía arrastrar a sus dos mejores
amigos a aquello, diciéndose que era por una buena causa. Además, no
sufrirían ningún daño. Ella no lo permitiría. Demi Lovato cuidaba de
sus amigos.
Entonces salió disparada hasta el final del camino,
donde terminaban los pinos, y ellos la siguieron. Después corrieron
hacia la parte trasera del edificio. Era un montón del cual salían
llamas por todas partes, aunque la mayor parte del fuego se había
trasladado a la
parte delantera, y estaba acabando con ella. Había cenizas y humo.
¿Habría también gente allí?, se preguntó Demi. ¿Cuerpos?
Demi miró a su alrededor.
—¿Veis aquellos arbustos? Están alejados del fuego —les dijo, señalándolos—. Esperadme allí. Os prometo que no tardaré.
—No, Demi —le advirtió Jason. Parecía que estaba enfadado—. No lo hagas.
—Cinco
minutos. Sólo cinco minutos. Esto sólo ocurre una vez en la vida, Jay —
y no esperó a que él replicara. Simplemente, echó a correr. Hacía mucho
calor, y el humo le quemaba la nariz. Corrió hasta que llegó a la pared
trasera, tosiendo y entrecerrando los ojos para conseguir ver algo a
través del fuego y de las oleadas de calor insoportable. En el suelo
había cajas rotas, ordenadores destrozados, quemados, hechos
trizas.
¿Acaso alguien los habría tirado por la ventana en un esfuerzo por
evitar que se destruyeran? ¿O quizá para destruirlos? Demi le dio una
patada a uno. Habría dado cualquier cosa por conseguir alguno de
aquellos discos duros. Sólo Dios sabía lo que podría encontrar allí. Se
agachó para intentar tomar algo de una pila de escombros, pero los
trozos estaban tan calientes que le abrasaron los dedos y retiró la mano
de un tirón.
— ¡Demonios! -
Se llevó los dedos quemados a los labios, los sopló y los sacudió en el
aire mientras seguía caminando. Su pie chocó contra algo que rodó, y
cuando miró
hacia abajo, acercándole, se dio cuenta de que estaba inclinada sobre un antebrazo y una mano carbonizados.
— ¡Dios mío!
Se le aceleró la respiración, y aunque sus pulmones recogían más y más humo cada vez
que
inhalaba, no podía evitarlo. Continuó su búsqueda, y vio otros restos
humanos entre el desastre. Más y más. Cuerpos. Partes de cuerpos. Era
como si estuviera andando por el infierno. Jesús, ¿por qué nadie había
podido salir vivo? ¿Qué demonios habría ocurrido allí? Aquello era una
estupidez. Había sido tonta al ir allí. Empezó a darse la vuelta para
volver con Jason y Stormy, cuando un movimiento le llamó la atención. Se
quedó inmóvil, con los ojos entrecerrados. Poco a poco, el movimiento
tomó forma. Un hombre con la ropa quemada y con la piel tan ennegrecida
que Demi no supo si era blanco o negro. Estaba encorvado y caminaba
inestablemente, inclinándose e irguiéndose una y otra vez. Parecía como
si estuviera recogiendo cosas, escapando del infierno sin
querer
dejar nada atrás. Ella estaba a punto de ofrecerle su ayuda cuando oyó
que alguien gritaba su hombre desde la distancia. El hombre también oyó
la voz de Stormy, y volvió la cabeza hacia donde procedía el grito. Una
llama saltó en algún lugar cercano a él e iluminó su rostro durante un
instante. Se le había quemado por completo el pelo de una parte de la
cabeza, y tenía un lado del cuero cabelludo y de la cara completamente
abrasado. Max intentó memorizar sus rasgos, su cara redonda, la forma de
su barbilla. Él se metió lo que había tomado del suelo en los
bolsillos, y corrió como pudo, vacilante, hacia Demi.
Ella se
agachó y contuvo el aliento, obligándose a permanecer inmóvil. No sabía
con seguridad si aquel hombre era peligroso, pero si estuviera haciendo
algo positivo, no huiría. Quizá fuera sólo un entrometido, como ella.
Pero probablemente no. Había
estado dentro del edificio en llamas. Aquello era evidente.
—Pero,
¿es que no os dais cuenta? Esta es nuestra oportunidad. No hay
guardias, y por fin podemos saber qué hay detrás de esa mentira.
—¿Y crees que va a quedar algo que ver, Dems? Las llamas están devorándolo todo — apuntó Jason.
—No lo sabremos hasta que no entremos.
Él
suspiró, bajó la cabeza y se pasó una mano por el cráneo afeitado.
Ninguno de los tres habló de nuevo durante un buen rato, mientras
seguían allí agachados, mirando. Finalmente, Demi se levantó y salió
corriendo hacia las puertas. Sus amigos dudaron, pero la siguieron. Los
tres pasaron por delante de la garita y se escondieron tras los
árboles que bordeaban el camino.
—Bueno, lo hemos conseguido —dijo Demi.
—Si nos pillan aquí, van a empapelarnos.
—No
lo pienses, Jason. ¿Veis aquel mástil? —les preguntó, señalándolo.
Jason y Stormy miraron el mástil, y después la miraron a ella de
nuevo—. Una vez que lleguemos hasta allí, podemos rodear el edificio y
entrar por la parte de atrás.
—Y entonces, la pared en llamas puede
derrumbarse sobre nosotros, aplastándonos y asándonos al mismo tiempo
—dijo Storm, con el reflejo del fuego bailándole en los ojos.
Demi se
tragó las dudas que tenía sobre si debía arrastrar a sus dos mejores
amigos a aquello, diciéndose que era por una buena causa. Además, no
sufrirían ningún daño. Ella no lo permitiría. Demi Lovato cuidaba de
sus amigos.
Entonces salió disparada hasta el final del camino,
donde terminaban los pinos, y ellos la siguieron. Después corrieron
hacia la parte trasera del edificio. Era un montón del cual salían
llamas por todas partes, aunque la mayor parte del fuego se había
trasladado a la
parte delantera, y estaba acabando con ella. Había cenizas y humo.
¿Habría también gente allí?, se preguntó Demi. ¿Cuerpos?
Demi miró a su alrededor.
—¿Veis aquellos arbustos? Están alejados del fuego —les dijo, señalándolos—. Esperadme allí. Os prometo que no tardaré.
—No, Demi —le advirtió Jason. Parecía que estaba enfadado—. No lo hagas.
—Cinco
minutos. Sólo cinco minutos. Esto sólo ocurre una vez en la vida, Jay —
y no esperó a que él replicara. Simplemente, echó a correr. Hacía mucho
calor, y el humo le quemaba la nariz. Corrió hasta que llegó a la pared
trasera, tosiendo y entrecerrando los ojos para conseguir ver algo a
través del fuego y de las oleadas de calor insoportable. En el suelo
había cajas rotas, ordenadores destrozados, quemados, hechos
trizas.
¿Acaso alguien los habría tirado por la ventana en un esfuerzo por
evitar que se destruyeran? ¿O quizá para destruirlos? Demi le dio una
patada a uno. Habría dado cualquier cosa por conseguir alguno de
aquellos discos duros. Sólo Dios sabía lo que podría encontrar allí. Se
agachó para intentar tomar algo de una pila de escombros, pero los
trozos estaban tan calientes que le abrasaron los dedos y retiró la mano
de un tirón.
— ¡Demonios! -
Se llevó los dedos quemados a los labios, los sopló y los sacudió en el
aire mientras seguía caminando. Su pie chocó contra algo que rodó, y
cuando miró
hacia abajo, acercándole, se dio cuenta de que estaba inclinada sobre un antebrazo y una mano carbonizados.
— ¡Dios mío!
Se le aceleró la respiración, y aunque sus pulmones recogían más y más humo cada vez
que
inhalaba, no podía evitarlo. Continuó su búsqueda, y vio otros restos
humanos entre el desastre. Más y más. Cuerpos. Partes de cuerpos. Era
como si estuviera andando por el infierno. Jesús, ¿por qué nadie había
podido salir vivo? ¿Qué demonios habría ocurrido allí? Aquello era una
estupidez. Había sido tonta al ir allí. Empezó a darse la vuelta para
volver con Jason y Stormy, cuando un movimiento le llamó la atención. Se
quedó inmóvil, con los ojos entrecerrados. Poco a poco, el movimiento
tomó forma. Un hombre con la ropa quemada y con la piel tan ennegrecida
que Demi no supo si era blanco o negro. Estaba encorvado y caminaba
inestablemente, inclinándose e irguiéndose una y otra vez. Parecía como
si estuviera recogiendo cosas, escapando del infierno sin
querer
dejar nada atrás. Ella estaba a punto de ofrecerle su ayuda cuando oyó
que alguien gritaba su hombre desde la distancia. El hombre también oyó
la voz de Stormy, y volvió la cabeza hacia donde procedía el grito. Una
llama saltó en algún lugar cercano a él e iluminó su rostro durante un
instante. Se le había quemado por completo el pelo de una parte de la
cabeza, y tenía un lado del cuero cabelludo y de la cara completamente
abrasado. Max intentó memorizar sus rasgos, su cara redonda, la forma de
su barbilla. Él se metió lo que había tomado del suelo en los
bolsillos, y corrió como pudo, vacilante, hacia Demi.
Ella se
agachó y contuvo el aliento, obligándose a permanecer inmóvil. No sabía
con seguridad si aquel hombre era peligroso, pero si estuviera haciendo
algo positivo, no huiría. Quizá fuera sólo un entrometido, como ella.
Pero probablemente no. Había
estado dentro del edificio en llamas. Aquello era evidente.
*Stephanie*
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