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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
"Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
En un ratito les subo dos capítulos chicas: )
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
VOLVIIIIIIIIIII y tengo que decir que hice malabares para leer cuand estaba afuera, pero lo hice porque esta novela es tan adictiva, ahora con kimberly puedo soñar mas y vivir hablando sobre 50shades que me tiene obsecionada. LO AMO, es tan perfecto, askdaslslfjdlfjdjflasfkj.
Gracias a dios se reconciliaron rapido, creo que su sufrimiento haria mella en mi. Por cierto quiero saber quien es la mujer. ¿Una ex? lsjklasjlaskjf y ¿aparecera la sra robinson? QUIERO MAS CAP.
Gracias a dios se reconciliaron rapido, creo que su sufrimiento haria mella en mi. Por cierto quiero saber quien es la mujer. ¿Una ex? lsjklasjlaskjf y ¿aparecera la sra robinson? QUIERO MAS CAP.
Creadora
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
siguelaaaaaaaa por favor siguelaaa
JB&1D2
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
ok , esperamos los dos capis :)
aranzhitha
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
Cuando subes cap?
necesito leer de verdad estoy obsesionada
sube pronto
necesito leer de verdad estoy obsesionada
sube pronto
JB&1D2
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
[CAPITULO 4]
Cuando la cordura regresa, abro mis ojos y veo hacia arriba el rostro del hombre que amo. La expresión de Joseph es suave, tierna. Acaricia su nariz contra la mía, apoyando su peso sobre los hombros, sus manos manteniendo las mías a los lados de mi cabeza. Tristemente sospecho que es para que no lo toque. Planta un beso gentil sobre mis labios mientras se desliza fuera de mí.
―He extrañado esto ―exhala.
―También yo ―susurro.
Me toma de la barbilla y me besa fuertemente. Un apasionado e implorante beso, ¿pidiéndome qué? No lo sé. Me deja sin aliento.
―No me dejes otra vez ―implora, mirando fijamente a mis ojos, su rostro serio.
―Está bien ―susurro y le sonrío. Su sonrisa de respuesta es deslumbrante; alivio, júbilo y alegría infantil se combinan en una mirada encantadora que fundiría el más frío de los corazones―. Gracias por el iPad.
―Más que bienvenida, ____.
―¿Cuál es tu canción favorita de ellas?
―Now that would be telling. ―Sonríe―. Vamos, cocíname algo de comida, muchacha, me muero de hambre ―agrega sentándose repentinamente y jalándome con él.
―¿Muchacha? ―Río tontamente.
―Muchacha. Comida, ahora, por favor.
―Ya que lo pides tan dulcemente, señor, me pondré en ello justo ahora.
Mientras me apresuro fuera de la cama, dejo caer mi almohada, revelando el desinflado globo de helicóptero debajo. Joseph lo alcanza y me mira, desconcertado.
―Ese es mi globo ―digo, sintiéndome posesiva mientras alcanzo mi bata y la envuelvo alrededor de mí. Oh Jesús… ¿Por qué tenía que encontrarlo?
―¿En tu cama? ―murmura.
―Sí. ―Me sonrojo―. Me ha estado haciendo compañía.
―Suertudo Charlie Tango ―dice sorprendido.
Sí, soy sentimental, Jonas, porque te amo.
―Mi globo ―digo otra vez y me giro sobre mis talones en dirección a la cocina, dejándolo sonriendo de oreja a oreja.
Joseph y yo nos sentamos en la alfombra persa de Kate, comiendo pollo salteado y fideos en tazones de porcelana con palillos y bebiendo frío Pinot Grigio blanco. Joseph se apoya sobre el sofá, sus largas piernas extendidas delante de él. Está vistiendo sus jeans y su camisa con un cabello de recién follado, y eso es todo. El Buena Vista Social Club canta suavemente en el fondo desde el iPod de Joseph.
―Está buena ―dice apreciativamente mientras escarba en la comida.
Estoy sentada de piernas cruzadas a su lado, comiendo con avidez más que hambrienta y admirando sus pies desnudos.
―Usualmente hago todo lo de cocinar. Kate no es una gran cocinera.
―¿Tu madre te enseñó?
―No realmente ―me burlo―. Para el momento en que estuve interesada en aprender, mi madre estaba viviendo con su esposo número tres en Mansfield, Texas. Y Ray, bien, él habría vivido a base de tostadas y comida para llevar si no fuera por mí.
Joseph se me queda mirando.
―¿No te quedaste con tu madre en Texas?
―No. Steve, su esposo y yo, no nos llevamos bien. Extrañaba a Ray. Su matrimonio con Steve no duró mucho. Volvió en sí, creo. Nunca habla de él ―agrego tranquilamente. Pienso que es una parte oscura de su vida de la que nunca discutimos.
―Entonces viniste a vivir a Washington con tu padre adoptivo.
―Sí.
―Suena como si cuidaras de él ―dice suavemente.
―Supongo. ―Me encojo de hombros.
―Estas acostumbrada a cuidar de las personas.
El tono de su voz llama mi atención, y lo miro.
―¿Qué es? ―pregunto, sorprendida por su expresión cautelosa.
―Quiero cuidar de ti. ―Sus ojos luminosos brillan con alguna emoción desconocida.
Mi ritmo cardiaco aumenta.
―Lo noté ―susurro―. Solo que lo haces de una extraña manera.
Su frente se arruga.
―Es la única forma que conozco ―dice tranquilamente.
―Aún estoy molesta contigo por comprar AIPS.
Sonríe.
―Lo sé, nena, pero el que estés molesta no me detendrá.
―¿Qué le voy a decir a mis colegas, a Jack?
Entorna los ojos.
―Ese hijo de puta mejor ve por sí mismo.
―¡Joseph! ―lo reprendo―. Es mi jefe.
La boca de Joseph se presiona en una dura línea. Luce como un revoltoso chico de escuela.
―No les digas ―dice.
―¿Que no les diga qué?
―Que me pertenece. Los acuerdos fueron firmados ayer. Las noticias están embargadas por cuatro semanas, mientras que la administración de AIPS hace algunos cambios.
―Oh… ¿estaré sin trabajo? ―pregunto alarmada.
―Sinceramente lo dudo ―dice Joseph con ironía, tratando de ocultar su sonrisa.
Frunzo el ceño.
―¿Si lo dejo y encuentro otro trabajo, comprarás esa compañía también?
―No estarás pensando en dejarlo, ¿verdad? ―Su expresión se altera, cautelosa una vez más.
―Posiblemente. No estoy segura de que me estés dando una gran cantidad de opciones.
―Sí, compraría esa compañía también ―dice firmemente.
Le frunzo el ceño otra vez. Estoy en una situación de no ganar aquí.
―¿No piensas que estás siendo un poco sobreprotector?
―Sí. Soy plenamente consciente de cómo se ve.
―Llama al Dr. Flynn ―murmuro.
Pone su tazón vacío en el piso y me mira impasiblemente. Suspiro. No quiero pelear. Levantándome, recojo su tazón.
―¿Te gustaría un postre?
―¡Ahora estás hablando! ―dice dándome una sonrisa lasciva.
―No yo. ―¿Por qué no yo? Mi Diosa interior despierta de su siesta y se sienta en posición vertical, toda oídos―. Tenemos helado. Vainilla ―digo con una risita.
―¿De verdad? ―La sonrisa de Joseph se hace más grande―. Pienso que podemos hacer algo con eso.
¿Qué? Lo miro atónita mientras se pone de pie grácilmente.
―¿Puedo quedarme? ―pregunta.
―¿A qué te refieres?
―La noche.
―Asumí que lo harías. ―Me sonrojo.
―Bien. ¿Dónde está el helado?
―En el horno. ―Le sonrío dulcemente.
Inclina la cabeza a un lado, suspira, y sacude su cabeza hacia mí.
―El sarcasmo es la forma más baja de ingenio, señorita Steele. ―Sus ojos brillan.
Oh mierda. ¿Qué está planeando?
―Podría ponerte sobre mi rodilla.
Dejo los tazones en el lavado.
―¿Tienes esas bolas de plata?
Palmea sus manos bajo su pecho, su vientre, y los bolsillos de sus jeans.
―Curiosamente no llevo un par de repuesto conmigo. No muchos las piden en la oficina.
―Me agrada oírlo, Sr. Jonas, y creo que dijiste que el sarcasmo es la forma más baja de ingenio.
―Bien, ____, mi nuevo lema es “si no puedes vencerlos, únete a ellos”.
Me quedo boquiabierta ante él ―no puedo creer que haya dicho eso― y luce enfermizamente complacido consigo mismo mientras me sonríe. Girándose, abre el congelador y saca la caja de cartón, la más fina vainilla de Ben & Jerry.
―Esto estará bien. ―Mira hacia mí, sus ojos oscuros―. Ben & Jerry & ____ ―dice cada palabra lentamente, enunciando cada sílaba claramente.
Oh, fóllame. Creo que mi mandíbula inferior está en el piso. Abre el cajón de los cubiertos y toma una cuchara. Cuando me mira, sus ojos están entornados, y su lengua roza sus dientes superiores. Oh, esa lengua. Me siento sin aliento. El deseo oscuro, liso y sin sentido corre caliente a través de mis venas. Vamos a pasarla bien con la comida.
―Espero que estés caliente ―susurra―. Voy a refrescarte con esto. Ven. ―Extiende su mano y yo pongo la mía en la suya.
En mi habitación pone el helado en mi mesita de al lado, sacando la manta de la cama, y quitando ambas almohadas, apilándolas en el suelo.
―Tienes un cambio de sábanas, ¿no?
Asiento, mirándolo, fascinada. Sostiene a Charlie Tango.
―No te metas con mi globo ―advierto.
Sus labios se curvan en una media sonrisa.
―No se me ocurriría, nena, pero quiero meterme contigo y con estas sábanas.
Mi cuerpo prácticamente convulsiona.
―Quiero atarte.
Oh.
―Está bien ―susurro.
―Solo tus manos. A la cama. Necesito que estés quieta.
―Está bien ―susurro otra vez, incapaz de hacer nada más.
Se acerca a mí, sin quitar sus ojos de los míos.
―Usaremos esto. ―Se apodera del cinturón de mi bata y con deliciosa, burlona lentitud, deshace el nudo y gentilmente lo libera de la prenda.
Mi bata cae abierta mientras me quedo paralizada bajo su mirada caliente. Después de un momento, desliza mi bata fuera de mis hombros. Cae en una piscina a mis pies entonces estoy parada desnuda frente a él. Sostiene mi rostro con sus nudillos, y su toque resuena en las profundidades de mi ingle. Inclinándose, besa mis labios brevemente.
―Recuéstate en la cama, con el rostro arriba ―murmura, sus ojos oscureciéndose, quemando en los míos.
Hago lo que me dijo. Mi habitación está sumida en la oscuridad excepto por la suave, insípida luz de mi lámpara. Normalmente odio las bombillas de ahorrar energía ―son tan débiles― pero estando aquí desnuda, con Joseph, estoy agradecida por la luz tenue. Se queda de pie al lado de la cama mirándome.
―Podría mirarte todo el día, ____ ―dice y se arrastra sobre la cama, sobre mi cuerpo, y se extiende sobre mí―. Brazos sobre tu cabeza ―ordena.
Lo cumplo y él rápidamente sujeta el final del cinturón de mi bata, rodeando mi muñeca izquierda pasándola a través de las barras de metal en la cabecera de mi cama. Lo sujeta apretadamente de manera que mi brazo izquierdo está doblado por encima de mí. Entonces asegura mi mano derecha, atándolo apretadamente.
Cuando estoy atada, lo miro, se relaja visiblemente. Le gusta que esté atada. De esta forma no puedo tocarlo. Se me ocurre que ninguna de sus sumisas, cualquiera de ellas, lo ha tocado, y lo que es más, ninguna de ellas ha tenido la oportunidad de hacerlo. Siempre ha tenido el control y la distancia. Esa es la razón de que le gusten sus reglas.
Escala sobre mí y se inclina para darme un beso en los labios. Entonces se levanta y saca su camisa por encima de su cabeza. Se deshace de sus jeans y los deja caer en el piso.
Está gloriosamente desnudo. Mi Diosa interior está haciendo un giro triple fuera de las barras asimétricas, y abruptamente mi boca se seca. Realmente es mucho más que hermoso. Tiene un físico dibujado en líneas clásicas: hombros anchos y musculosos, caderas estrechas, el triángulo invertido. Obviamente trabajados. Podría mirarlo todo el día. Se mueve al final de la cama y agarra mis tobillos, jalándome con rapidez y bruscamente hacia debajo de manera que mis brazos están extendidos e imposibles de mover.
―Así está mejor ―murmura.
Recogiendo el envase de helado, sube suavemente de regreso en la cama a horcajadas sobre mí una vez más. Muy lentamente, quita la tapa del envase y sumerge dentro la cuchara.
―Hmm… aun así es bastante difícil ―dice con una ceja levantada. Sacado una cuchara llena de vainilla, la mete en su boca―. Delicioso ―murmura, lamiendo sus labios―. Increíble cómo puede saber la buena, llana y vieja vainilla. ―Me mira hacia abajo y sonríe―. ¿Quiere un poco? ―se burla.
Se ve tan locamente caliente, joven y despreocupado, sentado sobre mí y comiendo de un envase de helado; sus ojos brillando, su rostro luminoso. ¿Oh qué infiernos va a hacerme? Como si no pudiera decirlo. Asiento, tímidamente.
Saca otra cuchara llena y me la ofrece, entonces abro mi boca, entonces rápidamente la mete en su boca otra vez.
―Está demasiado bueno para compartir ―dice, sonriendo con malicia.
―Hey ―empiezo a protestar.
―¿Por qué señorita Steele, te gusta tu vainilla?
―Sí ―digo, más fuerza de lo que requiere y trato en vano de demostrárselo.
Él ríe.
―Tenemos una luchadora, ¿no? Yo no haría eso si fuera tú.
―Helado ―pido.
―Bueno, ya que me has complacido mucho hoy, señorita Steele. ―Cede y me ofrece otra cucharada. Esta vez me deja comerla.
Quiero reír tontamente. Está realmente disfrutando, y su buen humor es contagioso. Saca otra cucharada y me alimenta una vez más, entonces lo hace nuevamente. Está bien, suficiente.
―Hmm, bien, esta es una forma de asegurarme que comas; obligarte a comer. Podría acostumbrarme a esto.
Tomando otra cucharada, me la ofrece. Esta vez mantengo mi boca cerrada y sacudo mi cabeza, y él deja que lentamente se derrita en la cuchara, entonces el helado derretido gotea, sobre mi garganta, sobre mi pecho. Se agacha y muy lentamente las lame. Mi cuerpo se enciende con anhelo.
―Hmm. Sabe mejor en ti, señorita Steele.
Jalo de mis ataduras y la cama cruje ominosamente, pero no me importa; estoy quemándome con deseo, está consumiéndome. Toma otra cucharada y deja el helado gotear por mis pechos. Entonces con la parte trasera de la cuchara, la esparce sobre cada pecho y pezón. Oh… está fría. Mis pezones se endurecen bajo la frescura de la vainilla.
―¿Frío? ―pregunta Joseph suavemente, y empieza a lamer y succionar todo el helado sobre mí una vez más, su boca caliente en comparación con la frescura del hielo.
Oh mi… Es una tortura. Mientras empieza a derretirse, el helado corre fuera de mí en riachuelos sobre la cama. Sus labios continúan su lenta tortura, succionando fuertemente, acariciando, suavemente. ¡Oh por favor! Estoy jadeando.
―¿Quieres un poco? ―Y antes de que pueda aceptar o denegar su oferta, su lengua está en mi boca, está fría y experta y sabe a Joseph y vainilla. Delicioso.
Y mientras me estoy acostumbrando a la sensación, se endereza otra vez y corre otra cucharada de helado abajo en el centro de mi cuerpo, alrededor de mi estómago, y en mi ombligo donde deposita una gran porción de helado. Oh, esto está más frío que antes, pero extrañamente quema.
―Ahora, has hecho esto antes. ―Los ojos de Joseph brillan―. Tienes que quedarte quieta o habrá helado sobre toda la cama. ―Besa cada uno de mis pechos y succiona cada uno de mis pezones duros, entonces sigue la línea de helado bajo mi cuerpo, succionando y lamiendo mientras avanza.
Y trato, trato de quedarme quieta a pesar de la embriagadora combinación de frío y su candente toque. Pero mis caderas empiezan a moverse involuntariamente, girando a su propio ritmo, atrapada en su hechizo de fresa vainilla. Se mueve más abajo y comienza a comerse el helado en mi vientre girando su lengua dentro y alrededor de mi ombligo.
Gimo. Santo cielo. Está frío, es caliente, es tentador, pero no se detiene. Siguiendo el helado más abajo en mi cuerpo, en mi vello púbico, sobre mi clítoris. Chillo, sonoramente.
―Cállate ―dice Joseph suavemente mientras su mágica lengua hace el trabajo lamiendo la vainilla, y ahora estoy quejándome en voz baja.
―Oh… por favor… Joseph.
―Lo sé, nena, lo sé. ―Respira mientras su lengua obra su magia. No se detiene, simplemente no se detiene, y mi cuerpo está escalando, alto, más alto. Desliza un dedo en mi interior, entonces otro, y los mueve con agonizante lentitud dentro y fuera―. Justo aquí ―murmura y acaricia rítmicamente la pared frontal de mi vagina mientras continúa exquisita, lentamente lamiendo y chupando.
Santo cielo jodido.
Estalló inesperadamente en un alucinante orgasmo que aturde todos mis sentidos, borrando todo lo que pasa fuera de mi cuerpo mientras me retuerzo y gimo. Jesús, eso fue rápido.
Vagamente me doy cuenta que ha detenido sus atenciones. Se cierne sobre mí, deslizando un preservativo, y entonces está dentro de mí, fuerte y rápido.
―¡Oh sí! ―gruñe mientras choca contra mí. Está pegajoso, el resto del helado derretido extendiéndose entre nosotros.
Es una extraña sensación de distracción, pero una que puedo mantener por mucho más de unos segundos, entonces Joseph sale repentinamente de mí y me gira sobre mí misma.
―Así ―murmura, y abruptamente está otra vez en mi interior, pero no comienza con su usual ritmo de castigo de inmediato. Se estira, libera mis manos, y me jala hacia arriba de manera que estoy prácticamente sentada sobre él. Sus manos se mueven hacia mis pechos, y sus palmas, ambas tirando suavemente de mis pezones. Gimo, echando mi cabeza sobre su hombro.
Acaricia mi cuello, mordiéndolo, mientras flexiona sus caderas, deliciosamente lento, llenándome una y otra vez.
―¿Sabes lo mucho que significas para mí? ―susurra contra mi oído.
―No ―jadeo.
Sonríe contra mi cuello y sus dedos se curvan alrededor de mi barbilla y mi garganta, sosteniéndome rápido por un momento.
―Sí, lo sabes. No voy a dejarte ir.
Gimo mientras aumenta su velocidad.
―Eres mía, ____.
―Sí, tuya ―jadeo.
―Yo cuido lo que es mío ―sisea y muerde mi oreja.
Grito.
―Así es nena, quiero oírte. ―Envuelve una mano alrededor de mi cintura, mientras su otra mano agarra mi cadera, y se introduce en mí fuertemente, haciéndome gritar otra vez. Y el ritmo de castigo empieza. Su respiración se vuelve más y más áspera, irregular, igualando la mía. Siento la familiar aceleración en mi interior. Jesús, ¡otra vez!
Soy solo sensaciones. Esto es lo que me hace. Toma mi cuerpo y lo posee por completo, de manera que no puedo pensar más que en él. Su magia es poderosa, intoxicante. Soy una mariposa atrapada en su red, no puedo y no quiero escapar. Soy suya… totalmente suya.
―Vamos nena ―gruñe entre dientes y en el momento justo como el aprendiz de brujo que soy, me dejo llevar, y encontramos nuestros alivio juntos.
Estoy recostada en sus brazos sobre sábanas pegajosas. Su frente está presionada contra mi espalda, su nariz en mi cabello.
―Lo que siento por ti me asusta ―susurro.
Él vacila.
―A mí también, nena ―dice tranquilamente.
―¿Qué si me dejas? ―El pensamiento es horrible.
―No lo haría de ninguna forma. Pienso que no podré tener nunca suficiente de ti, ____.
Me giro y lo miro fijamente. Su expresión es seria, sincera. Me estiro y lo beso gentilmente. Sonríe y alcanza y mete mi cabello detrás de mí oreja.
―Nunca había sentido lo que sentí cuando me dejaste, ____. Movería cielo y tierra para evitar sentirme así otra vez. ―Suena triste, aturdido incluso.
Lo beso otra vez. Quiero iluminar su estado de ánimo de alguna manera, pero Joseph lo hace por mí.
―¿Vendrás conmigo mañana a la fiesta de verano de mi padre? Es una cuestión de caridad anual. Dije que iría.
Sonrío, sintiéndome repentinamente tímida.
―Por supuesto que iré. ―Oh mierda. No tengo nada que ponerme.
―¿Qué?
―Nada.
―Dime ―insiste.
―No tengo nada que ponerme.
Joseph se ve momentáneamente incómodo.
―No te enfades, pero aún tengo todas esas prendas para ti en casa. Estoy seguro de que hay un par de vestidos ahí.
Presiono mis labios.
―¿Ah, sí? ―murmuro, mi voz sardónica. No quiero pelear con él esta noche. Necesito una ducha.
La chica que luce como yo está parada fuera de AIPS. Excepto que… soy yo. Estoy pálida y sucia, y todas mis ropas son demasiado grandes; estoy mirándola, y ella viste mis ropas, feliz, saludable.
―¿Qué es lo que tienes que yo no? ―preguntó.
―¿Quién eres tú?
―No soy nadie… ¿Quién eres tú? ¿Eres también nadie…?
―Ya somos dos entonces. No lo digas: lo contarían, sabes… ―Ella sonríe, un lento, gesto malvado que se extiende por su rostro, y es tan escalofriante que empiezo a gritar.
―¡Jesús, ____! ―Joseph me sacude para despertarme.
Estoy desorientada. Estoy en casa… en la oscuridad… en la cama con Joseph. Sacudo mi cabeza, tratando de aclarar mi mente.
―Nena, ¿estás bien? Estabas teniendo un mal sueño.
―Oh.
Enciende la lámpara entonces somos bañados en esa luz tenue. Me mira hacia abajo, su rostro marcado con preocupación.
―La chica ―susurro.
―¿Qué es? ¿Qué chica? ―pregunta en tono tranquilizador.
―Había una chica fuera de AIPS cuando salí esta tarde. Se veía como yo… pero no realmente.
Joseph vacila, y mientras la luz de la lámpara al lado de la cama nos calienta, veo que su rostro está ceniciento.
―¿Cuándo fue? ―susurra, consternado. Se sienta, mirándome hacia abajo.
―Cuando salí esta tarde. ¿Sabes quién es ella?
―Sí. ―Pasa su mano a través de su cabello.
―¿Quién?
Su boca presionada en una dura línea, pero no dice nada.
―¿Quién? ―presiono.
―Es Leila.
Trago. ¡La ex-sub! Recuerdo a Joseph hablando acerca de ella antes de que fuéramos al planeador. Repentinamente, está irradiando tensión. Algo pasa.
―¿La chica que puso Toxic en tu iPod?
Me mira con ansiedad.
―Sí ―dice―. ¿Dijo algo?
―Dijo: “¿Qué es lo que tienes que yo no?” y cuando le pregunté quién era, me dijo: “nadie”.
Joseph cierra sus ojos como si le doliera. Oh no. ¿Qué ha pasado? ¿Qué significa para él?
Mi cuero cabelludo pica como agujas de adrenalina a través de mi cuerpo. ¿Qué pasa si ella significa mucho para él? ¿Quizás la extraña? Sé tan poco sobre su pasado… um, sus relaciones. Ella debió haber tenido un contrato, y debió haberle dado lo que quería, darle lo que necesitaba con alegría. Oh no, cuando yo no puedo. El pensamiento me da náuseas.
Saliendo de la cama, Joseph se arrastra en sus jeans y se dirige a la sala. Un vistazo a mi despertador muestra que son las cinco de la mañana. Ruedo fuera de la cama, poniéndome su camisa blanca, y siguiéndolo. Santa mierda, está al teléfono.
―Sí, fuera de AIPS, ayer… temprano en la tarde ―dice calmadamente. Se gira hacia mí mientras me muevo hacia la cocina y me pregunta directamente―: ¿A qué hora exactamente?
―Alrededor de diez para las seis ―murmuro. ¿A quién en la tierra está llamando a esta hora? ¿Qué ha hecho Leila? Pasa la información a quien quiera que esté en la línea, sin quitar sus ojos de mí, su expresión oscura y seria.
―Averigua como… sí… no lo hubiera dicho, pero entonces no pensé que podría hacer esto. ―Cierra los ojos como si le doliera―. No sé cómo se vino abajo… sí, hablaré con ella… sí… lo sé… síguelo y hazme saber. Sólo encuéntrala, Welch; está en problemas. Encuéntrala. ―Cuelga.
―¿Quieres algo de té? ―pregunto. Té, la respuesta de Ray para todas las crisis y la única cosa que hace bien en la cocina. Lleno la tetera con agua.
―Ahora, me gustaría regresar a la cama. ―Su mirada me dice que no es para dormir.
―Bien, necesito algo de té. ¿Quieres unirte a mí con una taza? ―Quiero saber qué está pasando. No voy a ser distraída por el sexo.
Pasa su mano a través de su cabello con exasperación.
―Sí, por favor ―dice, pero puedo decir que está irritado.
Pongo la tetera en la estufa y me ocupo de las tazas de té y la tetera. Mi nivel de ansiedad se ha disparado a nivel de DEFCON ONE (máximo nivel de alerta). ¿Va a contarme el problema? ¿O voy a tener que escarbar?
Siento sus ojos en mí. Siento su incertidumbre, y su rabia es palpable. Le echo un vistazo y sus ojos brillan con aprehensión.
―¿Qué es? ―pregunto suavemente.
Sacude su cabeza.
―¿No vas a decirme?
Suspira y cierra los ojos.
―No.
―¿Por qué?
―Porque no tiene que ver contigo. No quiero enredarte en esto.
―No tendría que ver conmigo, pero lo tiene. Me encontró y me abordó fuera de mi oficina. ¿Qué sabe acerca de mí? ¿Cómo sabe dónde trabajo? Creo que tengo derecho a saber qué pasa.
Pasa su mano a través de su cabello otra vez, radiando frustración como si librara una batalla interna.
―¿Por favor? ―pregunto suavemente.
Su boca se presiona en una dura línea, y rueda sus ojos hacia mí.
―Está bien ―dice, resignado―. No tengo idea de cómo te encontró. Quizás nuestra fotografía en Portland, no lo sé. ―Suspira otra vez, y siento su frustración dirigirse a sí mismo.
Espero pacientemente, vertiendo agua hirviendo mientras se pasea de aquí para allá. Después de un latido, continúa.
―Cuando estaba contigo en Georgia, Leila regresó a mi apartamento sin anunciarse e hizo una escena delante de Gail.
―¿Gail?
―La Sra. Jones.
―¿A qué te refieres con “hacer una escena”?
Me mira, evaluando.
―Dime. Estás ocultando algo. ―Mi tono es más forzado de lo que siento.
Me mira sorprendido.
―____, yo… ―Se detiene.
―¿Por favor?
Suspira resignado.
―Hizo un intento fortuito de abrirse una vena.
―¡Oh no! ―Eso explica el vendaje en su muñeca.
―Gail la llevó al hospital. Pero Leila se dio de alta a sí misma antes de que pudiera llegar ahí.
Mierda. ¿Qué significa esto? ¿Suicidio? ¿Por qué?
―El psiquiatra que la vio lo llamó un típico grito de ayuda. No creía que realmente fuera una situación de riesgo. A un paso de ideas suicidas, lo llamó. Pero yo no estaba convencido. He estado tratando de hacerle un seguimiento desde entonces para ayudarla.
―¿Le dijo algo a la Sra. Jones?
Me mira. Se ve realmente incómodo.
―No mucho ―dice eventualmente, pero sé que no me está diciendo todo.
Me distraigo a mí misma vertiendo el té en las tazas. Entonces Leila quiere regresar a la vida de Joseph ¿y elige un atentado suicida para atraer su atención? Whoa… asusta. Pero es efectivo. Joseph deja Georgia para estar a su lado, ¿pero ella desaparece antes de que él llegue ahí? Qué extraño.
―¿No puedes encontrarla? ¿Qué hay de su familia?
―No saben dónde está. Ni siquiera su esposo.
―¿Esposo?
―Sí ―dice directamente―. Ha estado casada cerca de dos años.
¿Qué?
―¿Entonces estuvo contigo mientras estaba casada? ―Joder. Realmente no tiene límites.
―¡No! Buen Dios, no. Estuvo conmigo hace cerca de tres años. Entonces ella se fue y se casó con este chico poco después.
―Oh. Entonces, ¿por qué está tratando de llamar tu atención ahora?
Sacude su cabeza tristemente.
―No lo sé. Todo lo que hemos conseguido averiguar es que ella huyó de su esposo hace cerca de cuatro meses.
―Vamos a ver si lo entiendo. ¿No ha sido tu sumisa por tres años?
―Cerca de dos años y medio.
―Y ella quería más.
―Sí.
―¿Pero tú no?
―Sabes eso.
―Entonces te dejó.
―Sí.
―Pero, ¿por qué viene a ti ahora?
―No lo sé. ―Y su tono de voz me dice que tiene por lo menos una teoría.
―Pero sospechas…
Estrecha los ojos perceptiblemente con ira.
―Sospecho que tiene algo que ver contigo.
¿Conmigo? ¿Qué podría querer conmigo? “¿Qué es lo que tienes que yo no?”
Miro a cincuenta, magníficamente desnudo de cintura para arriba. Lo tengo a él; es mío. Eso es lo que tengo, y sin embargo se parece a mí: el mismo cabello oscuro y piel pálida. Frunzo el ceño ante el pensamiento. Sí… ¿Qué tengo que ella no tiene?
―¿Por qué no me lo dijiste ayer? ―pregunta suavemente.
―Me olvidé de ella. ―Me encojo de hombros en tono de disculpa―. Ya sabes, las bebidas después del trabajo, el final de mi primera semana. Tú viniendo al bar y tu… fiebre de testosterona con Jack, y entonces cuando llegamos aquí. Se deslizó de mi mente. Tienes el hábito de hacerme olvidar las cosas.
―¿Fiebre de testosterona? ―Sus labios se curvan.
―Sí. El concurso de meadas.
―Te mostraré una fiebre de testosterona.
―¿No preferirías tomar una taza de té?
―No, ____, no lo preferiría.
Sus ojos queman hacia mí, abrasándome con su mirada de “Te quiero y te quiero ahora”. Joder… es tan caliente.
―Olvídate de ella. Vamos. ―Me ofrece su mano.
Mi Diosa interior hace tres vueltas para atrás sobre el piso de gimnasia mientras tomo su mano.
Me despierto. Demasiado caliente, y estoy envuelta en un desnudo Joseph Jonas. A pesar de que está dormido, me sostiene cerca. La suave luz de la mañana se filtra a través de las cortinas. Mi cabeza está sobre su pecho, mi pierna enredada con las suyas, mi brazo sobre su estómago.
Levanto la cabeza ligeramente, con miedo de poder despertarlo. Se ve tan joven, tan relajado en su sueño, tan absolutamente hermoso. Aún no puedo creer que este Adonis sea mío, todo mío.
Hmm… Estirándome, tentativamente acaricio su pecho, corriendo las yemas de mis dedos a través de un puñado de vello, y no se mueve. ¡Santo cielo! Simplemente no puedo creerlo. Realmente es mío; por unos preciosos momentos más. Me inclino y tiernamente beso una de sus cicatrices. Gime suavemente pero no se levanta, y sonríe. Beso otra y sus ojos se abren.
―Hola. ―Le sonrío, con culpa.
―Hola ―responde con cautela―. ¿Qué haces?
―Mirándote. ―Corro mis dedos hacia abajo por su camino feliz. Captura mi mano, entrecerrando los ojos, entonces sonríe con una brillante sonrisa de “Joseph relajado” y me relajo. Mi toque secreto sigue siendo secreto.
Oh… ¿por qué no dejas que te toque?
Repentinamente se mueve sobre mí, presionándome contra el colchón, sus manos sobre las mías, avisándome. Acaricia su nariz con la mía.
―Creo que estás tramando algo malo, señorita Steele ―me acusa, pero su sonrisa permanece.
―Me gusta tramar algo malo sobre ti.
―¿Te gusta? ―pregunta y me besa ligeramente en los labios―. ¿Sexo o desayuno? ―pregunta, sus ojos oscuros pero llenos de humor. Su erección enterrándose en mí, y levanto mi pelvis para encontrarlo―. Buena elección ―murmura contra mi garganta, mientras traza besos hacia abajo hacia mi pecho.
Me quedo parada frente a la cómoda, mirándome en el espejo tratando de arreglar mi cabello en una semblanza de estilo; realmente está muy largo. Estoy en mis jeans y una camiseta, y Joseph, frescamente bañado, está vestido detrás de mí. Miro su cuerpo hambrienta.
―¿Con qué frecuencia te ejercitas? ―pregunto.
―Todos los días de la semana ―dice, subiendo su cremallera.
―¿Qué haces?
―Correr, pesas, kickboxing. ―Se encoge de hombros.
―¿Kickboxing?
―Sí, tengo un entrenador personal, un ex competidor olímpico que me enseña. Su nombre es Claude. Es muy bueno. Te gustará.
Me giro para mirarlo mientras empieza a abotonar su camisa blanca.
―¿A qué te refieres con que me gustará?
―Te gustará como entrenador.
―¿Por qué necesitaría un entrenador personal? Te tengo a ti para mantenerme en forma. ―Le sonrío.
Se acerca y envuelve sus brazos alrededor de mí, sus ojos se oscurecen encontrando los míos en el espejo.
―Pero quiero que estés en forma, nena, para lo que tengo en mente. Necesito que te mantengas.
Me sonrojo mientras recuerdos del cuarto de juegos inundan mi mente. Sí… el cuarto rojo del dolor es exhaustivo. ¿Me llevará de regreso ahí? ¿Quiero regresar ahí?
¡Por supuesto que quieres! Mi Diosa interior me grita desde su chaise longue.
Miro en sus insondables, cautivantes ojos ambarinos.
―Sé qué es lo que quiero ―vocaliza hacia mí.
Me sonrojo, y el indeseable pensamiento de que Leila probablemente podría seguirle el ritmo, se desliza injusto y no bienvenido en mi mente. Presiono mis labios juntos y Joseph me frunce el ceño.
―¿Qué? ―pregunta, preocupado.
―Nada. ―Sacudo mi cabeza negando hacia él―. Está bien, conoceré a Claude.
―¿Lo harás? ―El rostro de Joseph se ilumina en asombrada incredulidad. Su expresión me hace sonreír. Se ve como si hubiera ganado la lotería, aunque probablemente Joseph nunca compró un boleto, no lo necesitó.
―Sí, Jesús; si eso te hace tan feliz ―me burlo.
Aprieta sus brazos alrededor de mí y besa mi mejilla.
―No tienes idea ―susurra―. Entonces; ¿qué te gustaría hacer hoy? ―Me acaricia, enviando un delicioso hormigueo a través de mi cuerpo.
―Me gustaría un corte de cabello, y um… necesito ir al banco a cobrar un cheque y comprar un auto.
―Ah ―dice entendiendo y mordiendo su labio. Quitando una mano de mí, rebusca en los bolsillos de sus jeans y saca la llave de mi pequeño Audi―. Está aquí ―dice tranquilamente, su expresión incierta.
―¿A qué te refieres con que está aquí? ―Chico. Sueno enojada. Mierda. Estoy enojada. Mi subconsciente lo mira furiosa. ¡Cómo se atreve!
―Taylor lo trajo de regreso ayer.
Abro mi boca, entonces la cierro y repito el proceso dos veces, pero me he quedado sin palabras. Me está regresando el auto. Doble mierda. ¿Por qué no preví esto? Bien, dos pueden jugar este juego. Pesco del bolsillo trasero de mis jeans y saco el sobre con su cheque.
―Aquí, esto es tuyo.
Joseph me mira con curiosidad, entonces, reconociendo el sobre, levanta ambas manos y retrocede lejos de mí.
―Oh no. Es tu dinero.
―No, no lo es. Me gustaría comprarte el auto.
Su expresión cambia completamente. Furia, sí, furia, barre su rostro.
―No, ____. Tu dinero, tu auto ―me chasquea.
―No, Joseph. Mi dinero, tu auto. Te lo compraré.
―Te di ese auto como regalo de graduación.
―Si me hubieras dado un lapicero, ese sería un regalo de graduación aceptable. Me diste un Audi.
―¿Realmente quieres discutir acerca de esto?
―No.
―Bien; aquí están las llaves. ―Las pone sobre la cómoda.
―¡Eso no es a lo que me refiero!
―Fin de la discusión, ____. No me presiones.
Le frunzo el ceño, entonces la inspiración me golpea. Tomando el sobre, lo parto en dos, luego en dos otra vez y vacío el contenido en la papelera. Oh, esto se siente bien. Joseph me mira impasiblemente, pero sé que solo acabo de encender la mecha y estaría bien retroceder. Acaricia su barbilla.
―Estás, como siempre, desafiándome, señorita Steele ―dice secamente. Se gira sobre sus talones y entra acechando en la otra habitación. No es la reacción que esperaba. Estaba anticipando un Armagedón a gran escala. Me miro en el espejo y me encojo de hombros, decidiéndome por una cola de caballo.
Mi curiosidad se despierta. ¿Qué está haciendo Cincuenta? Lo sigo a la otra habitación, y él está en el teléfono.
―Sí, Veinticuatro mil dólares. Directamente.
Levanta la mirada hacia mí, aún impasible.
―Bien… ¿Lunes? Excelente… No, es todo, Andrea.
Cuelga el teléfono de golpe.
―Depositado en tu cuenta bancaria, lunes. No juegues este tipo de juegos conmigo. ―Está hirviendo de enfado, pero no me importa.
―¡Veinticuatro mil dólares! ―prácticamente grito―. ¿Y cómo sabes cuál es mi número de cuenta?
Mi ira toma a Joseph por sorpresa.
―Se todo acerca de ti, ____ ―dice tranquilamente.
―No hay forma de que mi auto costara veinticuatro mil dólares.
―Estaría de acuerdo contigo, pero tiene que ver con conocer el mercado, ya sea que estés comprando o vendiendo. Algún lunático ahí afuera quería esa trampa mortal y estaba dispuesto a pagar ese monto de dinero. Aparentemente es un clásico. Pregunta a Taylor si no me crees.
Le frunzo el ceño y él me devuelve el ceño fruncido, dos idiotas rebeldes furiosos frunciéndose el ceño el uno al otro.
Y lo siento, la atracción, la electricidad entre nosotros; tangible, jalándonos juntos. Repentinamente me agarra y me presiona contra la puerta, su boca sobre la mía, reclamándome hambrientamente, una mano en mi trasero, presionándome contra su ingle y la otra en el cabello en mi nuca, jalando mi cabeza hacia atrás. Mis dedos están en su cabello, retorciéndolo fuertemente, jalándolo hacia mí. Aplasta su cuerpo contra el mío, imprimiéndose en mí, su respiración entrecortada. Lo siento. Me desea, y estoy embriagada y tambaleante con excitación mientras reconozco su necesidad de mí.
―¿Por qué, por qué me desafías? ―murmura entre sus besos calientes.
Mi sangre canta en mis venas. ¿Tendrá siempre ese efecto sobre mí? ¿Y yo sobre él?
―Porque puedo. ―Estoy sin aliento. Siento más que ver su sonrisa contra mi cuello, y presiona su frente contra la mía.
―Señor, quiero tomarte ahora, pero me quedé sin preservativos. Nunca podré tener suficiente de ti. Eres una enloquecedora, enloquecedora mujer.
―Y tú me vuelves loca ―susurro―, en todo el sentido de la palabra.
Sacude su cabeza.
―Vamos, salgamos a desayunar. Conozco un lugar donde puedes tener tu corte de cabello.
―Está bien. ―Consiento y así de simple, nuestra pelea está terminada.
―Tomaré esto. ―Tomo la cuenta del desayuno antes que él lo haga.
Me frunce el ceño.
―Tienes que ser más rápido por aquí, Jonas.
―Estoy de acuerdo, tengo que serlo ―dice amargamente, pero creo que es broma.
―No luzcas tan crucificado. Soy veinticuatro mil dólares más rica de lo que era esta mañana. Puedo afrontarlo. ―Miro la cuenta―. Veintidós dólares y sesenta y siete centavos por el desayuno.
―Gracias ―dice a regañadientes. ¡Oh, el colegial malhumorado está de vuelta!
―¿Ahora a dónde?
―¿Realmente quieres tu corte de cabello?
―Sí, míralo.
―Te ves encantadora para mí. Siempre te ves encantadora.
Me sonrojo y miro hacia abajo a mis dedos entrecruzados sobre mi regazo.
―Y está la función de tu padre esta tarde.
―Recuerda, es de corbata de lazo negro (Black Tie).
Oh Jesús.
―¿Dónde será?
―En la casa de mis padres. Tienen una carpa. Ya sabes, las obras.
―¿Para qué es la caridad?
Joseph frota sus manos en sus piernas, mirando incómodo.
―Se trata de un programa de rehabilitación de drogas para padres con niños pequeños llamado “Enfrentarlo juntos”.
―Suena como una buena causa ―digo suavemente.
―Ven, vamos. ―Se levanta, deteniendo efectivamente el tema de conversación y me ofrece su mano. Mientras la tomo, aprieta sus dedos alrededor de los míos.
Es extraño. Es tan demostrativo en algunos casos y aún tan cerrado en otros. Me saca del restaurant, y caminamos calle abajo. Es una encantadora, suave mañana. El sol brilla, y el aire huele a café y pan recién horneado.
―¿Dónde vamos?
―Sorpresa.
Oh, está bien. Realmente no me gustan las sorpresas.
Caminamos dos cuadras, y las tiendas se vuelven decididamente más exclusivas. Aún no he tenido oportunidad de explorar, pero está realmente a la vuelta de la esquina de donde vivo. Kate va a estar encantada. Hay un montón de pequeñas boutiques para alimentar su pasión por la moda. Ahora, necesito comprar algunas faldas vaporosas para el trabajo.
Joseph se detiene fuera de un gran salón de belleza de aspecto manchado y abre las puertas para mí. Se llama Esclava. En el interior todo es blanco y de cuero. En la recepción de un blanco crudo se sienta una joven mujer rubia en un uniforme blanco crujiente. Mira hacia arriba mientras entramos.
―Buenos días, Sr. Jonas ―dice brillantemente, color envolviendo sus mejillas mientras bate sus pestañas hacia él. Es el efecto Jonas, pero, ¡ella lo conoce! ¿Cómo?
―Hola, Greta.
Y él la conoce. ¿Qué es esto?
―¿Lo usual, señor? ―pregunta educadamente. Lleva un lápiz labial muy rosa.
―No ―dice rápidamente, mirándome con nerviosismo.
¿Lo usual? ¿Qué quiere decir con lo usual?
¡Joder! Es la regla número seis, el maldito salón de belleza. Toda la absurda depilación con cera… ¡mierda!
¿Es aquí donde traía a todas sus sumisas? ¿Quizás también a Leila? ¿Qué infiernos se supone que debo hacer con esto?
―La señorita Steele le dirá lo que quiere.
Lo fulmino con la mirada. Él está introduciendo las reglas con sigilo. ¿He accedido al entrenador personal y ahora esto?
―¿Por qué aquí? ―le siseo.
―Soy dueño de este lugar, y tres más como este.
―¿Eres dueño? ―Jadeo con sorpresa. Bien, esto es inesperado.
―Sí, es una línea alternativa. De cualquier manera; lo que sea que quieras, lo puedes tener aquí, por cuenta de la casa. Toda clase de masajes; swedish, shiatsu, piedras calientes, reflexología, baños de algas, tratamientos faciales y todas esas cosas que le gustan a las mujeres. Todo lo hacen aquí. ―Ondea la mano de largos dedos con desdén.
―¿Depilación con cera?
Se ríe.
―Sí, depilación con cera también. En todas partes ―susurra en tono conspirador, disfrutando mi incomodidad.
Me sonrojo y miro a Greta, quien me mira expectante.
―Me gustaría un corte de cabello, por favor.
―Por supuesto, señorita Steele.
Greta es todo lápiz labial rosa y eficiencia alemana ajetreada mientras revisa la pantalla de su ordenador.
―Franco estará libre en cinco minutos.
―Franco está bien ―dice Joseph tranquilizándome. Trato de envolver mi cabeza alrededor de eso. Joseph Jonas Gerente General dueño de una cadena de salones de belleza.
Levanto la mirada y repentinamente está pálido; algo, o alguien ha capturado su mirada. Me giro para ver a dónde está mirando, y justo en la parte trasera del salón una elegante rubia platinada ha aparecido, cerrando una puerta tras ella y hablando a uno de los estilistas.
La rubia platinada es alta, bronceada, encantadora, y está en sus treinta, o a lo mucho cuarenta; es difícil de decir. Viste el mismo uniforme que Greta, pero en negro. Se ve impresionante. Su cabello brilla como un halo. Cortado perfilado hacia dentro, liso y corto hasta la barbilla. Mientras se gira, captura la mirada de Joseph y le sonríe, una deslumbrante sonrisa de cálido reconocimiento.
―Discúlpame ―murmura Joseph apresurado.
Camina rápidamente a través del salón, pasando a las estilistas todas de blanco, pasando a las aprendices en los lavados, y se acerca a ella, demasiado lejos de mí para escuchar su conversación. La rubia platinada lo saluda con afecto evidente, besándolo en ambas mejillas, sus manos descansando sobre sus brazos, y hablan juntos animadamente.
―¿Señorita Steele?
Greta, la recepcionista trata de llamar mi atención.
―Espera un momento, por favor. ―Miro a Joseph, fascinada.
La rubia platinada gira y me mira, y me da la misma sonrisa deslumbrante, como si me conociera. Sonrío educadamente de vuelta. Joseph se ve alterado por algo. Esta razonando con ella, y ella consiente extendiendo las manos y sonriendo. Él le está sonriendo, claramente se conocen bien el uno al otro. ¿Quizás han trabajado juntos por largo tiempo? Quizás ella maneja el lugar; después de todo, tiene ciertamente una apariencia dominante.
Entonces me golpea como una bola de demolición, y entonces lo sé, y en lo más profundo de mis entrañas a un nivel visceral, sé quién es. Es ella. Deslumbrante, mayor, hermosa.
Es la Sra. Robinson.
―He extrañado esto ―exhala.
―También yo ―susurro.
Me toma de la barbilla y me besa fuertemente. Un apasionado e implorante beso, ¿pidiéndome qué? No lo sé. Me deja sin aliento.
―No me dejes otra vez ―implora, mirando fijamente a mis ojos, su rostro serio.
―Está bien ―susurro y le sonrío. Su sonrisa de respuesta es deslumbrante; alivio, júbilo y alegría infantil se combinan en una mirada encantadora que fundiría el más frío de los corazones―. Gracias por el iPad.
―Más que bienvenida, ____.
―¿Cuál es tu canción favorita de ellas?
―Now that would be telling. ―Sonríe―. Vamos, cocíname algo de comida, muchacha, me muero de hambre ―agrega sentándose repentinamente y jalándome con él.
―¿Muchacha? ―Río tontamente.
―Muchacha. Comida, ahora, por favor.
―Ya que lo pides tan dulcemente, señor, me pondré en ello justo ahora.
Mientras me apresuro fuera de la cama, dejo caer mi almohada, revelando el desinflado globo de helicóptero debajo. Joseph lo alcanza y me mira, desconcertado.
―Ese es mi globo ―digo, sintiéndome posesiva mientras alcanzo mi bata y la envuelvo alrededor de mí. Oh Jesús… ¿Por qué tenía que encontrarlo?
―¿En tu cama? ―murmura.
―Sí. ―Me sonrojo―. Me ha estado haciendo compañía.
―Suertudo Charlie Tango ―dice sorprendido.
Sí, soy sentimental, Jonas, porque te amo.
―Mi globo ―digo otra vez y me giro sobre mis talones en dirección a la cocina, dejándolo sonriendo de oreja a oreja.
Joseph y yo nos sentamos en la alfombra persa de Kate, comiendo pollo salteado y fideos en tazones de porcelana con palillos y bebiendo frío Pinot Grigio blanco. Joseph se apoya sobre el sofá, sus largas piernas extendidas delante de él. Está vistiendo sus jeans y su camisa con un cabello de recién follado, y eso es todo. El Buena Vista Social Club canta suavemente en el fondo desde el iPod de Joseph.
―Está buena ―dice apreciativamente mientras escarba en la comida.
Estoy sentada de piernas cruzadas a su lado, comiendo con avidez más que hambrienta y admirando sus pies desnudos.
―Usualmente hago todo lo de cocinar. Kate no es una gran cocinera.
―¿Tu madre te enseñó?
―No realmente ―me burlo―. Para el momento en que estuve interesada en aprender, mi madre estaba viviendo con su esposo número tres en Mansfield, Texas. Y Ray, bien, él habría vivido a base de tostadas y comida para llevar si no fuera por mí.
Joseph se me queda mirando.
―¿No te quedaste con tu madre en Texas?
―No. Steve, su esposo y yo, no nos llevamos bien. Extrañaba a Ray. Su matrimonio con Steve no duró mucho. Volvió en sí, creo. Nunca habla de él ―agrego tranquilamente. Pienso que es una parte oscura de su vida de la que nunca discutimos.
―Entonces viniste a vivir a Washington con tu padre adoptivo.
―Sí.
―Suena como si cuidaras de él ―dice suavemente.
―Supongo. ―Me encojo de hombros.
―Estas acostumbrada a cuidar de las personas.
El tono de su voz llama mi atención, y lo miro.
―¿Qué es? ―pregunto, sorprendida por su expresión cautelosa.
―Quiero cuidar de ti. ―Sus ojos luminosos brillan con alguna emoción desconocida.
Mi ritmo cardiaco aumenta.
―Lo noté ―susurro―. Solo que lo haces de una extraña manera.
Su frente se arruga.
―Es la única forma que conozco ―dice tranquilamente.
―Aún estoy molesta contigo por comprar AIPS.
Sonríe.
―Lo sé, nena, pero el que estés molesta no me detendrá.
―¿Qué le voy a decir a mis colegas, a Jack?
Entorna los ojos.
―Ese hijo de puta mejor ve por sí mismo.
―¡Joseph! ―lo reprendo―. Es mi jefe.
La boca de Joseph se presiona en una dura línea. Luce como un revoltoso chico de escuela.
―No les digas ―dice.
―¿Que no les diga qué?
―Que me pertenece. Los acuerdos fueron firmados ayer. Las noticias están embargadas por cuatro semanas, mientras que la administración de AIPS hace algunos cambios.
―Oh… ¿estaré sin trabajo? ―pregunto alarmada.
―Sinceramente lo dudo ―dice Joseph con ironía, tratando de ocultar su sonrisa.
Frunzo el ceño.
―¿Si lo dejo y encuentro otro trabajo, comprarás esa compañía también?
―No estarás pensando en dejarlo, ¿verdad? ―Su expresión se altera, cautelosa una vez más.
―Posiblemente. No estoy segura de que me estés dando una gran cantidad de opciones.
―Sí, compraría esa compañía también ―dice firmemente.
Le frunzo el ceño otra vez. Estoy en una situación de no ganar aquí.
―¿No piensas que estás siendo un poco sobreprotector?
―Sí. Soy plenamente consciente de cómo se ve.
―Llama al Dr. Flynn ―murmuro.
Pone su tazón vacío en el piso y me mira impasiblemente. Suspiro. No quiero pelear. Levantándome, recojo su tazón.
―¿Te gustaría un postre?
―¡Ahora estás hablando! ―dice dándome una sonrisa lasciva.
―No yo. ―¿Por qué no yo? Mi Diosa interior despierta de su siesta y se sienta en posición vertical, toda oídos―. Tenemos helado. Vainilla ―digo con una risita.
―¿De verdad? ―La sonrisa de Joseph se hace más grande―. Pienso que podemos hacer algo con eso.
¿Qué? Lo miro atónita mientras se pone de pie grácilmente.
―¿Puedo quedarme? ―pregunta.
―¿A qué te refieres?
―La noche.
―Asumí que lo harías. ―Me sonrojo.
―Bien. ¿Dónde está el helado?
―En el horno. ―Le sonrío dulcemente.
Inclina la cabeza a un lado, suspira, y sacude su cabeza hacia mí.
―El sarcasmo es la forma más baja de ingenio, señorita Steele. ―Sus ojos brillan.
Oh mierda. ¿Qué está planeando?
―Podría ponerte sobre mi rodilla.
Dejo los tazones en el lavado.
―¿Tienes esas bolas de plata?
Palmea sus manos bajo su pecho, su vientre, y los bolsillos de sus jeans.
―Curiosamente no llevo un par de repuesto conmigo. No muchos las piden en la oficina.
―Me agrada oírlo, Sr. Jonas, y creo que dijiste que el sarcasmo es la forma más baja de ingenio.
―Bien, ____, mi nuevo lema es “si no puedes vencerlos, únete a ellos”.
Me quedo boquiabierta ante él ―no puedo creer que haya dicho eso― y luce enfermizamente complacido consigo mismo mientras me sonríe. Girándose, abre el congelador y saca la caja de cartón, la más fina vainilla de Ben & Jerry.
―Esto estará bien. ―Mira hacia mí, sus ojos oscuros―. Ben & Jerry & ____ ―dice cada palabra lentamente, enunciando cada sílaba claramente.
Oh, fóllame. Creo que mi mandíbula inferior está en el piso. Abre el cajón de los cubiertos y toma una cuchara. Cuando me mira, sus ojos están entornados, y su lengua roza sus dientes superiores. Oh, esa lengua. Me siento sin aliento. El deseo oscuro, liso y sin sentido corre caliente a través de mis venas. Vamos a pasarla bien con la comida.
―Espero que estés caliente ―susurra―. Voy a refrescarte con esto. Ven. ―Extiende su mano y yo pongo la mía en la suya.
En mi habitación pone el helado en mi mesita de al lado, sacando la manta de la cama, y quitando ambas almohadas, apilándolas en el suelo.
―Tienes un cambio de sábanas, ¿no?
Asiento, mirándolo, fascinada. Sostiene a Charlie Tango.
―No te metas con mi globo ―advierto.
Sus labios se curvan en una media sonrisa.
―No se me ocurriría, nena, pero quiero meterme contigo y con estas sábanas.
Mi cuerpo prácticamente convulsiona.
―Quiero atarte.
Oh.
―Está bien ―susurro.
―Solo tus manos. A la cama. Necesito que estés quieta.
―Está bien ―susurro otra vez, incapaz de hacer nada más.
Se acerca a mí, sin quitar sus ojos de los míos.
―Usaremos esto. ―Se apodera del cinturón de mi bata y con deliciosa, burlona lentitud, deshace el nudo y gentilmente lo libera de la prenda.
Mi bata cae abierta mientras me quedo paralizada bajo su mirada caliente. Después de un momento, desliza mi bata fuera de mis hombros. Cae en una piscina a mis pies entonces estoy parada desnuda frente a él. Sostiene mi rostro con sus nudillos, y su toque resuena en las profundidades de mi ingle. Inclinándose, besa mis labios brevemente.
―Recuéstate en la cama, con el rostro arriba ―murmura, sus ojos oscureciéndose, quemando en los míos.
Hago lo que me dijo. Mi habitación está sumida en la oscuridad excepto por la suave, insípida luz de mi lámpara. Normalmente odio las bombillas de ahorrar energía ―son tan débiles― pero estando aquí desnuda, con Joseph, estoy agradecida por la luz tenue. Se queda de pie al lado de la cama mirándome.
―Podría mirarte todo el día, ____ ―dice y se arrastra sobre la cama, sobre mi cuerpo, y se extiende sobre mí―. Brazos sobre tu cabeza ―ordena.
Lo cumplo y él rápidamente sujeta el final del cinturón de mi bata, rodeando mi muñeca izquierda pasándola a través de las barras de metal en la cabecera de mi cama. Lo sujeta apretadamente de manera que mi brazo izquierdo está doblado por encima de mí. Entonces asegura mi mano derecha, atándolo apretadamente.
Cuando estoy atada, lo miro, se relaja visiblemente. Le gusta que esté atada. De esta forma no puedo tocarlo. Se me ocurre que ninguna de sus sumisas, cualquiera de ellas, lo ha tocado, y lo que es más, ninguna de ellas ha tenido la oportunidad de hacerlo. Siempre ha tenido el control y la distancia. Esa es la razón de que le gusten sus reglas.
Escala sobre mí y se inclina para darme un beso en los labios. Entonces se levanta y saca su camisa por encima de su cabeza. Se deshace de sus jeans y los deja caer en el piso.
Está gloriosamente desnudo. Mi Diosa interior está haciendo un giro triple fuera de las barras asimétricas, y abruptamente mi boca se seca. Realmente es mucho más que hermoso. Tiene un físico dibujado en líneas clásicas: hombros anchos y musculosos, caderas estrechas, el triángulo invertido. Obviamente trabajados. Podría mirarlo todo el día. Se mueve al final de la cama y agarra mis tobillos, jalándome con rapidez y bruscamente hacia debajo de manera que mis brazos están extendidos e imposibles de mover.
―Así está mejor ―murmura.
Recogiendo el envase de helado, sube suavemente de regreso en la cama a horcajadas sobre mí una vez más. Muy lentamente, quita la tapa del envase y sumerge dentro la cuchara.
―Hmm… aun así es bastante difícil ―dice con una ceja levantada. Sacado una cuchara llena de vainilla, la mete en su boca―. Delicioso ―murmura, lamiendo sus labios―. Increíble cómo puede saber la buena, llana y vieja vainilla. ―Me mira hacia abajo y sonríe―. ¿Quiere un poco? ―se burla.
Se ve tan locamente caliente, joven y despreocupado, sentado sobre mí y comiendo de un envase de helado; sus ojos brillando, su rostro luminoso. ¿Oh qué infiernos va a hacerme? Como si no pudiera decirlo. Asiento, tímidamente.
Saca otra cuchara llena y me la ofrece, entonces abro mi boca, entonces rápidamente la mete en su boca otra vez.
―Está demasiado bueno para compartir ―dice, sonriendo con malicia.
―Hey ―empiezo a protestar.
―¿Por qué señorita Steele, te gusta tu vainilla?
―Sí ―digo, más fuerza de lo que requiere y trato en vano de demostrárselo.
Él ríe.
―Tenemos una luchadora, ¿no? Yo no haría eso si fuera tú.
―Helado ―pido.
―Bueno, ya que me has complacido mucho hoy, señorita Steele. ―Cede y me ofrece otra cucharada. Esta vez me deja comerla.
Quiero reír tontamente. Está realmente disfrutando, y su buen humor es contagioso. Saca otra cucharada y me alimenta una vez más, entonces lo hace nuevamente. Está bien, suficiente.
―Hmm, bien, esta es una forma de asegurarme que comas; obligarte a comer. Podría acostumbrarme a esto.
Tomando otra cucharada, me la ofrece. Esta vez mantengo mi boca cerrada y sacudo mi cabeza, y él deja que lentamente se derrita en la cuchara, entonces el helado derretido gotea, sobre mi garganta, sobre mi pecho. Se agacha y muy lentamente las lame. Mi cuerpo se enciende con anhelo.
―Hmm. Sabe mejor en ti, señorita Steele.
Jalo de mis ataduras y la cama cruje ominosamente, pero no me importa; estoy quemándome con deseo, está consumiéndome. Toma otra cucharada y deja el helado gotear por mis pechos. Entonces con la parte trasera de la cuchara, la esparce sobre cada pecho y pezón. Oh… está fría. Mis pezones se endurecen bajo la frescura de la vainilla.
―¿Frío? ―pregunta Joseph suavemente, y empieza a lamer y succionar todo el helado sobre mí una vez más, su boca caliente en comparación con la frescura del hielo.
Oh mi… Es una tortura. Mientras empieza a derretirse, el helado corre fuera de mí en riachuelos sobre la cama. Sus labios continúan su lenta tortura, succionando fuertemente, acariciando, suavemente. ¡Oh por favor! Estoy jadeando.
―¿Quieres un poco? ―Y antes de que pueda aceptar o denegar su oferta, su lengua está en mi boca, está fría y experta y sabe a Joseph y vainilla. Delicioso.
Y mientras me estoy acostumbrando a la sensación, se endereza otra vez y corre otra cucharada de helado abajo en el centro de mi cuerpo, alrededor de mi estómago, y en mi ombligo donde deposita una gran porción de helado. Oh, esto está más frío que antes, pero extrañamente quema.
―Ahora, has hecho esto antes. ―Los ojos de Joseph brillan―. Tienes que quedarte quieta o habrá helado sobre toda la cama. ―Besa cada uno de mis pechos y succiona cada uno de mis pezones duros, entonces sigue la línea de helado bajo mi cuerpo, succionando y lamiendo mientras avanza.
Y trato, trato de quedarme quieta a pesar de la embriagadora combinación de frío y su candente toque. Pero mis caderas empiezan a moverse involuntariamente, girando a su propio ritmo, atrapada en su hechizo de fresa vainilla. Se mueve más abajo y comienza a comerse el helado en mi vientre girando su lengua dentro y alrededor de mi ombligo.
Gimo. Santo cielo. Está frío, es caliente, es tentador, pero no se detiene. Siguiendo el helado más abajo en mi cuerpo, en mi vello púbico, sobre mi clítoris. Chillo, sonoramente.
―Cállate ―dice Joseph suavemente mientras su mágica lengua hace el trabajo lamiendo la vainilla, y ahora estoy quejándome en voz baja.
―Oh… por favor… Joseph.
―Lo sé, nena, lo sé. ―Respira mientras su lengua obra su magia. No se detiene, simplemente no se detiene, y mi cuerpo está escalando, alto, más alto. Desliza un dedo en mi interior, entonces otro, y los mueve con agonizante lentitud dentro y fuera―. Justo aquí ―murmura y acaricia rítmicamente la pared frontal de mi vagina mientras continúa exquisita, lentamente lamiendo y chupando.
Santo cielo jodido.
Estalló inesperadamente en un alucinante orgasmo que aturde todos mis sentidos, borrando todo lo que pasa fuera de mi cuerpo mientras me retuerzo y gimo. Jesús, eso fue rápido.
Vagamente me doy cuenta que ha detenido sus atenciones. Se cierne sobre mí, deslizando un preservativo, y entonces está dentro de mí, fuerte y rápido.
―¡Oh sí! ―gruñe mientras choca contra mí. Está pegajoso, el resto del helado derretido extendiéndose entre nosotros.
Es una extraña sensación de distracción, pero una que puedo mantener por mucho más de unos segundos, entonces Joseph sale repentinamente de mí y me gira sobre mí misma.
―Así ―murmura, y abruptamente está otra vez en mi interior, pero no comienza con su usual ritmo de castigo de inmediato. Se estira, libera mis manos, y me jala hacia arriba de manera que estoy prácticamente sentada sobre él. Sus manos se mueven hacia mis pechos, y sus palmas, ambas tirando suavemente de mis pezones. Gimo, echando mi cabeza sobre su hombro.
Acaricia mi cuello, mordiéndolo, mientras flexiona sus caderas, deliciosamente lento, llenándome una y otra vez.
―¿Sabes lo mucho que significas para mí? ―susurra contra mi oído.
―No ―jadeo.
Sonríe contra mi cuello y sus dedos se curvan alrededor de mi barbilla y mi garganta, sosteniéndome rápido por un momento.
―Sí, lo sabes. No voy a dejarte ir.
Gimo mientras aumenta su velocidad.
―Eres mía, ____.
―Sí, tuya ―jadeo.
―Yo cuido lo que es mío ―sisea y muerde mi oreja.
Grito.
―Así es nena, quiero oírte. ―Envuelve una mano alrededor de mi cintura, mientras su otra mano agarra mi cadera, y se introduce en mí fuertemente, haciéndome gritar otra vez. Y el ritmo de castigo empieza. Su respiración se vuelve más y más áspera, irregular, igualando la mía. Siento la familiar aceleración en mi interior. Jesús, ¡otra vez!
Soy solo sensaciones. Esto es lo que me hace. Toma mi cuerpo y lo posee por completo, de manera que no puedo pensar más que en él. Su magia es poderosa, intoxicante. Soy una mariposa atrapada en su red, no puedo y no quiero escapar. Soy suya… totalmente suya.
―Vamos nena ―gruñe entre dientes y en el momento justo como el aprendiz de brujo que soy, me dejo llevar, y encontramos nuestros alivio juntos.
Estoy recostada en sus brazos sobre sábanas pegajosas. Su frente está presionada contra mi espalda, su nariz en mi cabello.
―Lo que siento por ti me asusta ―susurro.
Él vacila.
―A mí también, nena ―dice tranquilamente.
―¿Qué si me dejas? ―El pensamiento es horrible.
―No lo haría de ninguna forma. Pienso que no podré tener nunca suficiente de ti, ____.
Me giro y lo miro fijamente. Su expresión es seria, sincera. Me estiro y lo beso gentilmente. Sonríe y alcanza y mete mi cabello detrás de mí oreja.
―Nunca había sentido lo que sentí cuando me dejaste, ____. Movería cielo y tierra para evitar sentirme así otra vez. ―Suena triste, aturdido incluso.
Lo beso otra vez. Quiero iluminar su estado de ánimo de alguna manera, pero Joseph lo hace por mí.
―¿Vendrás conmigo mañana a la fiesta de verano de mi padre? Es una cuestión de caridad anual. Dije que iría.
Sonrío, sintiéndome repentinamente tímida.
―Por supuesto que iré. ―Oh mierda. No tengo nada que ponerme.
―¿Qué?
―Nada.
―Dime ―insiste.
―No tengo nada que ponerme.
Joseph se ve momentáneamente incómodo.
―No te enfades, pero aún tengo todas esas prendas para ti en casa. Estoy seguro de que hay un par de vestidos ahí.
Presiono mis labios.
―¿Ah, sí? ―murmuro, mi voz sardónica. No quiero pelear con él esta noche. Necesito una ducha.
La chica que luce como yo está parada fuera de AIPS. Excepto que… soy yo. Estoy pálida y sucia, y todas mis ropas son demasiado grandes; estoy mirándola, y ella viste mis ropas, feliz, saludable.
―¿Qué es lo que tienes que yo no? ―preguntó.
―¿Quién eres tú?
―No soy nadie… ¿Quién eres tú? ¿Eres también nadie…?
―Ya somos dos entonces. No lo digas: lo contarían, sabes… ―Ella sonríe, un lento, gesto malvado que se extiende por su rostro, y es tan escalofriante que empiezo a gritar.
―¡Jesús, ____! ―Joseph me sacude para despertarme.
Estoy desorientada. Estoy en casa… en la oscuridad… en la cama con Joseph. Sacudo mi cabeza, tratando de aclarar mi mente.
―Nena, ¿estás bien? Estabas teniendo un mal sueño.
―Oh.
Enciende la lámpara entonces somos bañados en esa luz tenue. Me mira hacia abajo, su rostro marcado con preocupación.
―La chica ―susurro.
―¿Qué es? ¿Qué chica? ―pregunta en tono tranquilizador.
―Había una chica fuera de AIPS cuando salí esta tarde. Se veía como yo… pero no realmente.
Joseph vacila, y mientras la luz de la lámpara al lado de la cama nos calienta, veo que su rostro está ceniciento.
―¿Cuándo fue? ―susurra, consternado. Se sienta, mirándome hacia abajo.
―Cuando salí esta tarde. ¿Sabes quién es ella?
―Sí. ―Pasa su mano a través de su cabello.
―¿Quién?
Su boca presionada en una dura línea, pero no dice nada.
―¿Quién? ―presiono.
―Es Leila.
Trago. ¡La ex-sub! Recuerdo a Joseph hablando acerca de ella antes de que fuéramos al planeador. Repentinamente, está irradiando tensión. Algo pasa.
―¿La chica que puso Toxic en tu iPod?
Me mira con ansiedad.
―Sí ―dice―. ¿Dijo algo?
―Dijo: “¿Qué es lo que tienes que yo no?” y cuando le pregunté quién era, me dijo: “nadie”.
Joseph cierra sus ojos como si le doliera. Oh no. ¿Qué ha pasado? ¿Qué significa para él?
Mi cuero cabelludo pica como agujas de adrenalina a través de mi cuerpo. ¿Qué pasa si ella significa mucho para él? ¿Quizás la extraña? Sé tan poco sobre su pasado… um, sus relaciones. Ella debió haber tenido un contrato, y debió haberle dado lo que quería, darle lo que necesitaba con alegría. Oh no, cuando yo no puedo. El pensamiento me da náuseas.
Saliendo de la cama, Joseph se arrastra en sus jeans y se dirige a la sala. Un vistazo a mi despertador muestra que son las cinco de la mañana. Ruedo fuera de la cama, poniéndome su camisa blanca, y siguiéndolo. Santa mierda, está al teléfono.
―Sí, fuera de AIPS, ayer… temprano en la tarde ―dice calmadamente. Se gira hacia mí mientras me muevo hacia la cocina y me pregunta directamente―: ¿A qué hora exactamente?
―Alrededor de diez para las seis ―murmuro. ¿A quién en la tierra está llamando a esta hora? ¿Qué ha hecho Leila? Pasa la información a quien quiera que esté en la línea, sin quitar sus ojos de mí, su expresión oscura y seria.
―Averigua como… sí… no lo hubiera dicho, pero entonces no pensé que podría hacer esto. ―Cierra los ojos como si le doliera―. No sé cómo se vino abajo… sí, hablaré con ella… sí… lo sé… síguelo y hazme saber. Sólo encuéntrala, Welch; está en problemas. Encuéntrala. ―Cuelga.
―¿Quieres algo de té? ―pregunto. Té, la respuesta de Ray para todas las crisis y la única cosa que hace bien en la cocina. Lleno la tetera con agua.
―Ahora, me gustaría regresar a la cama. ―Su mirada me dice que no es para dormir.
―Bien, necesito algo de té. ¿Quieres unirte a mí con una taza? ―Quiero saber qué está pasando. No voy a ser distraída por el sexo.
Pasa su mano a través de su cabello con exasperación.
―Sí, por favor ―dice, pero puedo decir que está irritado.
Pongo la tetera en la estufa y me ocupo de las tazas de té y la tetera. Mi nivel de ansiedad se ha disparado a nivel de DEFCON ONE (máximo nivel de alerta). ¿Va a contarme el problema? ¿O voy a tener que escarbar?
Siento sus ojos en mí. Siento su incertidumbre, y su rabia es palpable. Le echo un vistazo y sus ojos brillan con aprehensión.
―¿Qué es? ―pregunto suavemente.
Sacude su cabeza.
―¿No vas a decirme?
Suspira y cierra los ojos.
―No.
―¿Por qué?
―Porque no tiene que ver contigo. No quiero enredarte en esto.
―No tendría que ver conmigo, pero lo tiene. Me encontró y me abordó fuera de mi oficina. ¿Qué sabe acerca de mí? ¿Cómo sabe dónde trabajo? Creo que tengo derecho a saber qué pasa.
Pasa su mano a través de su cabello otra vez, radiando frustración como si librara una batalla interna.
―¿Por favor? ―pregunto suavemente.
Su boca se presiona en una dura línea, y rueda sus ojos hacia mí.
―Está bien ―dice, resignado―. No tengo idea de cómo te encontró. Quizás nuestra fotografía en Portland, no lo sé. ―Suspira otra vez, y siento su frustración dirigirse a sí mismo.
Espero pacientemente, vertiendo agua hirviendo mientras se pasea de aquí para allá. Después de un latido, continúa.
―Cuando estaba contigo en Georgia, Leila regresó a mi apartamento sin anunciarse e hizo una escena delante de Gail.
―¿Gail?
―La Sra. Jones.
―¿A qué te refieres con “hacer una escena”?
Me mira, evaluando.
―Dime. Estás ocultando algo. ―Mi tono es más forzado de lo que siento.
Me mira sorprendido.
―____, yo… ―Se detiene.
―¿Por favor?
Suspira resignado.
―Hizo un intento fortuito de abrirse una vena.
―¡Oh no! ―Eso explica el vendaje en su muñeca.
―Gail la llevó al hospital. Pero Leila se dio de alta a sí misma antes de que pudiera llegar ahí.
Mierda. ¿Qué significa esto? ¿Suicidio? ¿Por qué?
―El psiquiatra que la vio lo llamó un típico grito de ayuda. No creía que realmente fuera una situación de riesgo. A un paso de ideas suicidas, lo llamó. Pero yo no estaba convencido. He estado tratando de hacerle un seguimiento desde entonces para ayudarla.
―¿Le dijo algo a la Sra. Jones?
Me mira. Se ve realmente incómodo.
―No mucho ―dice eventualmente, pero sé que no me está diciendo todo.
Me distraigo a mí misma vertiendo el té en las tazas. Entonces Leila quiere regresar a la vida de Joseph ¿y elige un atentado suicida para atraer su atención? Whoa… asusta. Pero es efectivo. Joseph deja Georgia para estar a su lado, ¿pero ella desaparece antes de que él llegue ahí? Qué extraño.
―¿No puedes encontrarla? ¿Qué hay de su familia?
―No saben dónde está. Ni siquiera su esposo.
―¿Esposo?
―Sí ―dice directamente―. Ha estado casada cerca de dos años.
¿Qué?
―¿Entonces estuvo contigo mientras estaba casada? ―Joder. Realmente no tiene límites.
―¡No! Buen Dios, no. Estuvo conmigo hace cerca de tres años. Entonces ella se fue y se casó con este chico poco después.
―Oh. Entonces, ¿por qué está tratando de llamar tu atención ahora?
Sacude su cabeza tristemente.
―No lo sé. Todo lo que hemos conseguido averiguar es que ella huyó de su esposo hace cerca de cuatro meses.
―Vamos a ver si lo entiendo. ¿No ha sido tu sumisa por tres años?
―Cerca de dos años y medio.
―Y ella quería más.
―Sí.
―¿Pero tú no?
―Sabes eso.
―Entonces te dejó.
―Sí.
―Pero, ¿por qué viene a ti ahora?
―No lo sé. ―Y su tono de voz me dice que tiene por lo menos una teoría.
―Pero sospechas…
Estrecha los ojos perceptiblemente con ira.
―Sospecho que tiene algo que ver contigo.
¿Conmigo? ¿Qué podría querer conmigo? “¿Qué es lo que tienes que yo no?”
Miro a cincuenta, magníficamente desnudo de cintura para arriba. Lo tengo a él; es mío. Eso es lo que tengo, y sin embargo se parece a mí: el mismo cabello oscuro y piel pálida. Frunzo el ceño ante el pensamiento. Sí… ¿Qué tengo que ella no tiene?
―¿Por qué no me lo dijiste ayer? ―pregunta suavemente.
―Me olvidé de ella. ―Me encojo de hombros en tono de disculpa―. Ya sabes, las bebidas después del trabajo, el final de mi primera semana. Tú viniendo al bar y tu… fiebre de testosterona con Jack, y entonces cuando llegamos aquí. Se deslizó de mi mente. Tienes el hábito de hacerme olvidar las cosas.
―¿Fiebre de testosterona? ―Sus labios se curvan.
―Sí. El concurso de meadas.
―Te mostraré una fiebre de testosterona.
―¿No preferirías tomar una taza de té?
―No, ____, no lo preferiría.
Sus ojos queman hacia mí, abrasándome con su mirada de “Te quiero y te quiero ahora”. Joder… es tan caliente.
―Olvídate de ella. Vamos. ―Me ofrece su mano.
Mi Diosa interior hace tres vueltas para atrás sobre el piso de gimnasia mientras tomo su mano.
Me despierto. Demasiado caliente, y estoy envuelta en un desnudo Joseph Jonas. A pesar de que está dormido, me sostiene cerca. La suave luz de la mañana se filtra a través de las cortinas. Mi cabeza está sobre su pecho, mi pierna enredada con las suyas, mi brazo sobre su estómago.
Levanto la cabeza ligeramente, con miedo de poder despertarlo. Se ve tan joven, tan relajado en su sueño, tan absolutamente hermoso. Aún no puedo creer que este Adonis sea mío, todo mío.
Hmm… Estirándome, tentativamente acaricio su pecho, corriendo las yemas de mis dedos a través de un puñado de vello, y no se mueve. ¡Santo cielo! Simplemente no puedo creerlo. Realmente es mío; por unos preciosos momentos más. Me inclino y tiernamente beso una de sus cicatrices. Gime suavemente pero no se levanta, y sonríe. Beso otra y sus ojos se abren.
―Hola. ―Le sonrío, con culpa.
―Hola ―responde con cautela―. ¿Qué haces?
―Mirándote. ―Corro mis dedos hacia abajo por su camino feliz. Captura mi mano, entrecerrando los ojos, entonces sonríe con una brillante sonrisa de “Joseph relajado” y me relajo. Mi toque secreto sigue siendo secreto.
Oh… ¿por qué no dejas que te toque?
Repentinamente se mueve sobre mí, presionándome contra el colchón, sus manos sobre las mías, avisándome. Acaricia su nariz con la mía.
―Creo que estás tramando algo malo, señorita Steele ―me acusa, pero su sonrisa permanece.
―Me gusta tramar algo malo sobre ti.
―¿Te gusta? ―pregunta y me besa ligeramente en los labios―. ¿Sexo o desayuno? ―pregunta, sus ojos oscuros pero llenos de humor. Su erección enterrándose en mí, y levanto mi pelvis para encontrarlo―. Buena elección ―murmura contra mi garganta, mientras traza besos hacia abajo hacia mi pecho.
Me quedo parada frente a la cómoda, mirándome en el espejo tratando de arreglar mi cabello en una semblanza de estilo; realmente está muy largo. Estoy en mis jeans y una camiseta, y Joseph, frescamente bañado, está vestido detrás de mí. Miro su cuerpo hambrienta.
―¿Con qué frecuencia te ejercitas? ―pregunto.
―Todos los días de la semana ―dice, subiendo su cremallera.
―¿Qué haces?
―Correr, pesas, kickboxing. ―Se encoge de hombros.
―¿Kickboxing?
―Sí, tengo un entrenador personal, un ex competidor olímpico que me enseña. Su nombre es Claude. Es muy bueno. Te gustará.
Me giro para mirarlo mientras empieza a abotonar su camisa blanca.
―¿A qué te refieres con que me gustará?
―Te gustará como entrenador.
―¿Por qué necesitaría un entrenador personal? Te tengo a ti para mantenerme en forma. ―Le sonrío.
Se acerca y envuelve sus brazos alrededor de mí, sus ojos se oscurecen encontrando los míos en el espejo.
―Pero quiero que estés en forma, nena, para lo que tengo en mente. Necesito que te mantengas.
Me sonrojo mientras recuerdos del cuarto de juegos inundan mi mente. Sí… el cuarto rojo del dolor es exhaustivo. ¿Me llevará de regreso ahí? ¿Quiero regresar ahí?
¡Por supuesto que quieres! Mi Diosa interior me grita desde su chaise longue.
Miro en sus insondables, cautivantes ojos ambarinos.
―Sé qué es lo que quiero ―vocaliza hacia mí.
Me sonrojo, y el indeseable pensamiento de que Leila probablemente podría seguirle el ritmo, se desliza injusto y no bienvenido en mi mente. Presiono mis labios juntos y Joseph me frunce el ceño.
―¿Qué? ―pregunta, preocupado.
―Nada. ―Sacudo mi cabeza negando hacia él―. Está bien, conoceré a Claude.
―¿Lo harás? ―El rostro de Joseph se ilumina en asombrada incredulidad. Su expresión me hace sonreír. Se ve como si hubiera ganado la lotería, aunque probablemente Joseph nunca compró un boleto, no lo necesitó.
―Sí, Jesús; si eso te hace tan feliz ―me burlo.
Aprieta sus brazos alrededor de mí y besa mi mejilla.
―No tienes idea ―susurra―. Entonces; ¿qué te gustaría hacer hoy? ―Me acaricia, enviando un delicioso hormigueo a través de mi cuerpo.
―Me gustaría un corte de cabello, y um… necesito ir al banco a cobrar un cheque y comprar un auto.
―Ah ―dice entendiendo y mordiendo su labio. Quitando una mano de mí, rebusca en los bolsillos de sus jeans y saca la llave de mi pequeño Audi―. Está aquí ―dice tranquilamente, su expresión incierta.
―¿A qué te refieres con que está aquí? ―Chico. Sueno enojada. Mierda. Estoy enojada. Mi subconsciente lo mira furiosa. ¡Cómo se atreve!
―Taylor lo trajo de regreso ayer.
Abro mi boca, entonces la cierro y repito el proceso dos veces, pero me he quedado sin palabras. Me está regresando el auto. Doble mierda. ¿Por qué no preví esto? Bien, dos pueden jugar este juego. Pesco del bolsillo trasero de mis jeans y saco el sobre con su cheque.
―Aquí, esto es tuyo.
Joseph me mira con curiosidad, entonces, reconociendo el sobre, levanta ambas manos y retrocede lejos de mí.
―Oh no. Es tu dinero.
―No, no lo es. Me gustaría comprarte el auto.
Su expresión cambia completamente. Furia, sí, furia, barre su rostro.
―No, ____. Tu dinero, tu auto ―me chasquea.
―No, Joseph. Mi dinero, tu auto. Te lo compraré.
―Te di ese auto como regalo de graduación.
―Si me hubieras dado un lapicero, ese sería un regalo de graduación aceptable. Me diste un Audi.
―¿Realmente quieres discutir acerca de esto?
―No.
―Bien; aquí están las llaves. ―Las pone sobre la cómoda.
―¡Eso no es a lo que me refiero!
―Fin de la discusión, ____. No me presiones.
Le frunzo el ceño, entonces la inspiración me golpea. Tomando el sobre, lo parto en dos, luego en dos otra vez y vacío el contenido en la papelera. Oh, esto se siente bien. Joseph me mira impasiblemente, pero sé que solo acabo de encender la mecha y estaría bien retroceder. Acaricia su barbilla.
―Estás, como siempre, desafiándome, señorita Steele ―dice secamente. Se gira sobre sus talones y entra acechando en la otra habitación. No es la reacción que esperaba. Estaba anticipando un Armagedón a gran escala. Me miro en el espejo y me encojo de hombros, decidiéndome por una cola de caballo.
Mi curiosidad se despierta. ¿Qué está haciendo Cincuenta? Lo sigo a la otra habitación, y él está en el teléfono.
―Sí, Veinticuatro mil dólares. Directamente.
Levanta la mirada hacia mí, aún impasible.
―Bien… ¿Lunes? Excelente… No, es todo, Andrea.
Cuelga el teléfono de golpe.
―Depositado en tu cuenta bancaria, lunes. No juegues este tipo de juegos conmigo. ―Está hirviendo de enfado, pero no me importa.
―¡Veinticuatro mil dólares! ―prácticamente grito―. ¿Y cómo sabes cuál es mi número de cuenta?
Mi ira toma a Joseph por sorpresa.
―Se todo acerca de ti, ____ ―dice tranquilamente.
―No hay forma de que mi auto costara veinticuatro mil dólares.
―Estaría de acuerdo contigo, pero tiene que ver con conocer el mercado, ya sea que estés comprando o vendiendo. Algún lunático ahí afuera quería esa trampa mortal y estaba dispuesto a pagar ese monto de dinero. Aparentemente es un clásico. Pregunta a Taylor si no me crees.
Le frunzo el ceño y él me devuelve el ceño fruncido, dos idiotas rebeldes furiosos frunciéndose el ceño el uno al otro.
Y lo siento, la atracción, la electricidad entre nosotros; tangible, jalándonos juntos. Repentinamente me agarra y me presiona contra la puerta, su boca sobre la mía, reclamándome hambrientamente, una mano en mi trasero, presionándome contra su ingle y la otra en el cabello en mi nuca, jalando mi cabeza hacia atrás. Mis dedos están en su cabello, retorciéndolo fuertemente, jalándolo hacia mí. Aplasta su cuerpo contra el mío, imprimiéndose en mí, su respiración entrecortada. Lo siento. Me desea, y estoy embriagada y tambaleante con excitación mientras reconozco su necesidad de mí.
―¿Por qué, por qué me desafías? ―murmura entre sus besos calientes.
Mi sangre canta en mis venas. ¿Tendrá siempre ese efecto sobre mí? ¿Y yo sobre él?
―Porque puedo. ―Estoy sin aliento. Siento más que ver su sonrisa contra mi cuello, y presiona su frente contra la mía.
―Señor, quiero tomarte ahora, pero me quedé sin preservativos. Nunca podré tener suficiente de ti. Eres una enloquecedora, enloquecedora mujer.
―Y tú me vuelves loca ―susurro―, en todo el sentido de la palabra.
Sacude su cabeza.
―Vamos, salgamos a desayunar. Conozco un lugar donde puedes tener tu corte de cabello.
―Está bien. ―Consiento y así de simple, nuestra pelea está terminada.
―Tomaré esto. ―Tomo la cuenta del desayuno antes que él lo haga.
Me frunce el ceño.
―Tienes que ser más rápido por aquí, Jonas.
―Estoy de acuerdo, tengo que serlo ―dice amargamente, pero creo que es broma.
―No luzcas tan crucificado. Soy veinticuatro mil dólares más rica de lo que era esta mañana. Puedo afrontarlo. ―Miro la cuenta―. Veintidós dólares y sesenta y siete centavos por el desayuno.
―Gracias ―dice a regañadientes. ¡Oh, el colegial malhumorado está de vuelta!
―¿Ahora a dónde?
―¿Realmente quieres tu corte de cabello?
―Sí, míralo.
―Te ves encantadora para mí. Siempre te ves encantadora.
Me sonrojo y miro hacia abajo a mis dedos entrecruzados sobre mi regazo.
―Y está la función de tu padre esta tarde.
―Recuerda, es de corbata de lazo negro (Black Tie).
Oh Jesús.
―¿Dónde será?
―En la casa de mis padres. Tienen una carpa. Ya sabes, las obras.
―¿Para qué es la caridad?
Joseph frota sus manos en sus piernas, mirando incómodo.
―Se trata de un programa de rehabilitación de drogas para padres con niños pequeños llamado “Enfrentarlo juntos”.
―Suena como una buena causa ―digo suavemente.
―Ven, vamos. ―Se levanta, deteniendo efectivamente el tema de conversación y me ofrece su mano. Mientras la tomo, aprieta sus dedos alrededor de los míos.
Es extraño. Es tan demostrativo en algunos casos y aún tan cerrado en otros. Me saca del restaurant, y caminamos calle abajo. Es una encantadora, suave mañana. El sol brilla, y el aire huele a café y pan recién horneado.
―¿Dónde vamos?
―Sorpresa.
Oh, está bien. Realmente no me gustan las sorpresas.
Caminamos dos cuadras, y las tiendas se vuelven decididamente más exclusivas. Aún no he tenido oportunidad de explorar, pero está realmente a la vuelta de la esquina de donde vivo. Kate va a estar encantada. Hay un montón de pequeñas boutiques para alimentar su pasión por la moda. Ahora, necesito comprar algunas faldas vaporosas para el trabajo.
Joseph se detiene fuera de un gran salón de belleza de aspecto manchado y abre las puertas para mí. Se llama Esclava. En el interior todo es blanco y de cuero. En la recepción de un blanco crudo se sienta una joven mujer rubia en un uniforme blanco crujiente. Mira hacia arriba mientras entramos.
―Buenos días, Sr. Jonas ―dice brillantemente, color envolviendo sus mejillas mientras bate sus pestañas hacia él. Es el efecto Jonas, pero, ¡ella lo conoce! ¿Cómo?
―Hola, Greta.
Y él la conoce. ¿Qué es esto?
―¿Lo usual, señor? ―pregunta educadamente. Lleva un lápiz labial muy rosa.
―No ―dice rápidamente, mirándome con nerviosismo.
¿Lo usual? ¿Qué quiere decir con lo usual?
¡Joder! Es la regla número seis, el maldito salón de belleza. Toda la absurda depilación con cera… ¡mierda!
¿Es aquí donde traía a todas sus sumisas? ¿Quizás también a Leila? ¿Qué infiernos se supone que debo hacer con esto?
―La señorita Steele le dirá lo que quiere.
Lo fulmino con la mirada. Él está introduciendo las reglas con sigilo. ¿He accedido al entrenador personal y ahora esto?
―¿Por qué aquí? ―le siseo.
―Soy dueño de este lugar, y tres más como este.
―¿Eres dueño? ―Jadeo con sorpresa. Bien, esto es inesperado.
―Sí, es una línea alternativa. De cualquier manera; lo que sea que quieras, lo puedes tener aquí, por cuenta de la casa. Toda clase de masajes; swedish, shiatsu, piedras calientes, reflexología, baños de algas, tratamientos faciales y todas esas cosas que le gustan a las mujeres. Todo lo hacen aquí. ―Ondea la mano de largos dedos con desdén.
―¿Depilación con cera?
Se ríe.
―Sí, depilación con cera también. En todas partes ―susurra en tono conspirador, disfrutando mi incomodidad.
Me sonrojo y miro a Greta, quien me mira expectante.
―Me gustaría un corte de cabello, por favor.
―Por supuesto, señorita Steele.
Greta es todo lápiz labial rosa y eficiencia alemana ajetreada mientras revisa la pantalla de su ordenador.
―Franco estará libre en cinco minutos.
―Franco está bien ―dice Joseph tranquilizándome. Trato de envolver mi cabeza alrededor de eso. Joseph Jonas Gerente General dueño de una cadena de salones de belleza.
Levanto la mirada y repentinamente está pálido; algo, o alguien ha capturado su mirada. Me giro para ver a dónde está mirando, y justo en la parte trasera del salón una elegante rubia platinada ha aparecido, cerrando una puerta tras ella y hablando a uno de los estilistas.
La rubia platinada es alta, bronceada, encantadora, y está en sus treinta, o a lo mucho cuarenta; es difícil de decir. Viste el mismo uniforme que Greta, pero en negro. Se ve impresionante. Su cabello brilla como un halo. Cortado perfilado hacia dentro, liso y corto hasta la barbilla. Mientras se gira, captura la mirada de Joseph y le sonríe, una deslumbrante sonrisa de cálido reconocimiento.
―Discúlpame ―murmura Joseph apresurado.
Camina rápidamente a través del salón, pasando a las estilistas todas de blanco, pasando a las aprendices en los lavados, y se acerca a ella, demasiado lejos de mí para escuchar su conversación. La rubia platinada lo saluda con afecto evidente, besándolo en ambas mejillas, sus manos descansando sobre sus brazos, y hablan juntos animadamente.
―¿Señorita Steele?
Greta, la recepcionista trata de llamar mi atención.
―Espera un momento, por favor. ―Miro a Joseph, fascinada.
La rubia platinada gira y me mira, y me da la misma sonrisa deslumbrante, como si me conociera. Sonrío educadamente de vuelta. Joseph se ve alterado por algo. Esta razonando con ella, y ella consiente extendiendo las manos y sonriendo. Él le está sonriendo, claramente se conocen bien el uno al otro. ¿Quizás han trabajado juntos por largo tiempo? Quizás ella maneja el lugar; después de todo, tiene ciertamente una apariencia dominante.
Entonces me golpea como una bola de demolición, y entonces lo sé, y en lo más profundo de mis entrañas a un nivel visceral, sé quién es. Es ella. Deslumbrante, mayor, hermosa.
Es la Sra. Robinson.
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
[CAPITULO 5]
―¿Greta, con quién está hablando el Sr. Jonas? ―Mi cuero cabelludo está tratando de dejar el edificio. Está pinchando con aprehensión, y mi subconsciente está gritándome que la siga. Pero sueno lo suficiente despreocupada.
―Oh, esa es la Sra. Lincon. Ella posee el lugar con el Sr. Jonas. ―Greta parece más que feliz de compartir.
―¿La Sra. Lincon? ―Creo que la Sra. Robinson se divorció. Quizás volvió a casarse con algún pobre diablo.
―Sí. Usualmente ella no está aquí, pero uno de los técnicos enfermó hoy así que ella está reemplazándolo.
―¿Sabes cuál es el primer nombre de la Sra. Lincon?
Greta levanta la mirada hacia mí, frunciendo el ceño, y presiona sus labios rosa brillante, cuestionándose mi curiosidad. Mierda, quizás este es un paso muy lejano.
―Elena ―dice casi renuentemente.
Soy inundada por una extraña sensación de alivio que mi sentido arácnido no me haya defraudado. Sentido arácnido. Se burla mi subconsciente, sentido contra pedófilas.
Aún están inmersos en la discusión. Joseph está hablándole rápidamente a Elena, y ella luce preocupada, asintiendo, haciendo gestos y sacudiendo la cabeza. Alcanzándolo, frota su brazo con dulzura mientras se muerde el labio. Otro asentimiento, y ella me mira y me ofrece una pequeña sonrisa reafirmante.
Sólo puedo quedarme mirándola con cara de piedra. Pienso que estoy en shock. ¿Cómo pudo traerme aquí? Ella le murmura algo a Joseph, y él mira en mi dirección brevemente entonces se gira hacia ella y replica. Ella asiente, y pienso que ella le está deseando suerte, pero mis habilidades de lectura de labios no están muy desarrollados.
Cincuenta vuelve hacia mí, ansiedad grabada en su rostro. Maldita regla. La Sra. Robinson regresa a la habitación de atrás, cerrando la puerta tras ella.
Joseph frunce el ceño.
―¿Estás bien? ―pregunta, pero su voz es tensa, cautelosa.
―No realmente. ¿No querías presentarme? ―Mi voz suena fría, dura.
Su boca cae abierta, se ve como si hubiera jalado la alfombra bajo sus pies.
―Pero pensé…
―Para ser un hombre brillante, algunas veces… ―Las palabras me fallan―. Quiero irme, por favor.
―¿Por qué?
―Sabes por qué. ―Ruedo mis ojos.
Baja su mirada hacia mí, sus ojos ardiendo.
―Lo lamento, ____. No sabía que estaría aquí. Nunca está aquí. Ella abrió un nuevo local en Barben Center, y es ahí donde normalmente está su base. Alguien estaba enfermo hoy.
Me giro sobre mis talones hacia la puerta.
―No necesitaremos a Franco, Greta ―chasque Joseph mientras nos dirigimos a la puerta. Tengo que suprimir el impulso de correr. Quiero correr rápido y muy lejos. Tengo la abrumadora urgencia de llorar. Solo necesito irme lejos de toda esta jodida situación.
Joseph camina sin decir palabra detrás de mí mientras trato de meditar todo esto en mi cabeza. Envolviendo mis brazos a mí alrededor protectoramente, mantengo mi cabeza abajo, evitando los árboles en la segunda avenida. Sabiamente no se mueve para tocarme. Mi mente hierve con preguntas sin responder. ¿Confesará el Sr. Evasivo?
―¿Lo usabas para llevar a tus sumisas ahí? ―chasqueo.
―Algunas de ellas, sí ―dice calmadamente, su tono cortante.
―¿Leila?
―Sí.
―El lugar se ve muy nuevo.
―Fue renovado recientemente.
―Ya veo. Entonces la Sra. Robinson conoce a todas tus sumisas.
―Sí.
―¿Saben ellas acerca de ella?
―No. Ninguna de ellas lo hizo. Solo tú.
―Pero yo no soy tu sumisa.
―No, definitivamente no lo eres.
Me detengo y lo encaro. Sus ojos están muy abiertos, temerosos. Sus labios están presionados en una dura e inflexible línea.
―¿Puedes ver cuán jodido es esto? ―Levanto la mirada hacia él, mi voz es baja.
―Sí. Perdóname. ―Y tiene la gracia de parecer contrito.
―Quiero tener mi corte de cabello, preferiblemente en algún lugar donde no hayas follado al personal o la clientela.
Él se estremece.
―Ahora, si me disculpas.
―No estás corriendo. ¿O sí? ―pregunta.
―No, sólo quiero un maldito corte de cabello. Algún lugar en donde pueda cerrar mis ojos, tener alguien que lave mi cabello, y olvidar todo este equipaje que te acompaña.
Pasa una mano por su cabello.
―Puedo hacer que Franco venga al departamento o al tuyo ―dice calmadamente.
―Ella es muy atractiva.
Él parpadea.
―Sí, lo es.
―¿Sigue casada?
―No. Se divorció hace cerca de cinco años.
―¿Por qué no estás con ella?
―Porque se acabó lo que hubo entre nosotros. Te lo dije. ―Su frente se arruga repentinamente. Alzando un dedo, pesca su BlackBerry del bolsillo de su chaqueta. Debe haber vibrado porque no oí el timbre―. Welch ―chasquea, entonces escucha. Estamos parados en la Segunda Avenida, miró fijamente en dirección al retoño de árbol frente a mí, que lleva el verde más nuevo.
La bulliciosa gente nos pasa, perdidos en sus quehaceres de la mañana del sábado. Sin duda contemplando sus propios dramas personales. Me pregunto si incluyen acosadoras ex sumisas, deslumbrantes ex dominantes, y un hombre que no se rige por el concepto de privacidad bajo las leyes de los Estados Unidos.
―¿Muerto en un accidente de auto? ¿Cuándo? ―Joseph interrumpe mi ensimismamiento.
Oh no. ¿Quién? Escucho más de cerca.
―Esa es la segunda vez que el bastardo está siendo inaccesible. Él debería saber. ¿Es que no tiene ningún sentimiento por ella? ―Joseph sacude su cabeza con disgusto―. Esto comienza a tener sentido… no… explica el por qué, pero no el dónde. ―Joseph mira alrededor de nosotros como si buscara algo, y me encuentro a mí misma reflejando sus acciones. Nada capta mi mirada. Solo hay compradores, el tráfico y los árboles―. Está aquí ―continúa Joseph―. Está observándonos… si… no. Dos o cuatro, veinticuatro siete… No lo he abordado aún. ―Joseph me mira directamente.
¿Abordar qué? Le frunzo el ceño, y él me considera con recelo.
―Qué… ―susurra y palidece sus ojos abriéndose ampliamente―. Ya veo. ¿Cuándo?... ¿Recientemente? ¿Pero cómo…? ¿Sin revisión a fondo?... Ya veo. Envíame por correo el nombre, dirección, y fotos si las tienes… Veinticuatro siete, para esta tarde. Ponte en contacto con Taylor. ―Joseph cuelga.
―¿Bien? ―pregunto, exasperada. ¿Va a decirme?
―Era Welch.
―¿Quién es Welch?
―Mi asesor de seguridad.
―Okey. Entonces, ¿qué está pasando?
―Leila dejó a su esposo hace cerca de tres meses y huyó con un chico que fue asesinado en un accidente de auto hace cuatro semanas.
―Oh.
―El jodido psiquiatra debió encontrar eso ―dice enojado―. Una lástima, es lo que es. Ven. ―Ofrece su mano, y automáticamente pongo la mía en la suya antes de arrebatársela otra vez.
―Espera un minuto. Estábamos en medio de una discusión, acerca de nosotros. Acerca de ella, tu Sra. Robinson.
El rostro de Joseph se endurece.
―Ella no es mi Sra. Robinson. Podemos hablar de ella en mi casa.
―No quiero ir a tu casa. ¡Quiero tener mi corte de cabello! ―grito. Si puedo enfocarme en esta única cosa…
Agarra su BlackBerry de su bolsillo otra vez y marca un número.
―Greta, Joseph Jonas. Quiero a Franco en mi casa en una hora. Pregunta a la Sra. Lincon… Bien. ―Aleja el teléfono―. Llegará en una hora.
―¡Joseph…! ―balbuceo, exasperada.
―____, obviamente Leila está sufriendo un quiebre psicótico. No sé si está detrás de ti o de mí, o qué tan lejos está preparada para llegar. Iremos a tu casa, coge tus cosas, y puedes quedarte conmigo hasta que la localicemos.
―¿Por qué querría hacer eso?
―Así puedo mantenerte a salvo.
―Pero…
Él me mira.
―Vendrás de regreso a mi apartamento así tenga que arrastrarte hasta ahí del cabello.
Boqueo hacia él… Esto es increíble. Cincuenta sombras en glorioso tecnicolor.
―Pienso que estás sobre reaccionando.
―No lo hago. Podemos continuar nuestra discusión de regreso en mi casa. Ven.
Me cruzo de brazos y lo miro. Esto ha ido demasiado lejos.
―No ―declaro obstinadamente. Tengo que poner un alto.
―Puedes caminar o puedo cargarte. No me importa, de cualquier forma, ____.
―No te atreverías. ―Le frunzo el ceño. ¿Seguramente no haría una escena en la Segunda Avenida?
Me da una media sonrisa, pero la sonrisa no llega a sus ojos.
―Oh, nena, ambos sabemos que si arrojas el guante, estaré más que dispuesto a recogerlo.
Nos miramos el uno al otro. Y abruptamente me barre desde abajo, abrazándome por las piernas y levantándome. Antes de darme cuenta, estoy sobre su brazo.
―¡Bájame! ―grito. Oh, se siente bien gritar.
Empieza a caminar a grandes zancadas a lo largo de la Segunda Avenida, ignorándome. Abrazando sus brazos firmemente alrededor de mis piernas, azota mi trasero con su mano libre.
―¡Joseph! ―grito. La gente nos mira. ¿Podría ser esto más humillante?―. ¡Caminaré! Caminaré.
Me baja, y antes de que incluso se levante, me alejo pisando fuerte en dirección a mi apartamento, hirviendo, ignorándolo. Por supuesto, está a mi lado al momento, pero continúo ignorándolo. ¿Qué voy a hacer? Estoy tan enojada, pero ni siquiera estoy segura de por qué estoy enojada. Hay demasiado.
Mientras camino de regreso a casa, hago una lista mental:
1. Cargarme sobre su hombro… inaceptable para alguien por encima de los seis años de edad.
2. Llevarme al salón que maneja con su ex amante… ¿cuán estúpido puede ser?
3. El mismo lugar al que llevaba a sus sumisas… la misma estupidez en juego aquí.
4. No darse cuenta incluso de que era una mal idea… y se supone que es un chico brillante.
5. Tener locas ex novias. ¿Puedo echarle la culpa por eso? Estoy tan furiosa; sí, sí puedo.
6. Conocer mi número de cuenta bancaria… eso es simplemente demasiado acosador a medias.
7. Comprar AIPS… tiene más dinero que sentido.
8. Insistir en que me quede con él… la amenaza de Leila debe haber sido peor de lo que temía… no lo mencionó ayer.
Oh no, me percato. Algo cambió. ¿Qué puede ser? Me detengo, y Joseph se detiene conmigo.
―¿Qué está pasando? ―demando.
Frunce el ceño.
―¿A qué te refieres?
―Con Leila.
―Te lo dije.
―No, no lo hiciste. Hay algo más. No insististe en que fuera a tu casa ayer, así que, ¿qué está pasando?
Se remueve incómodo.
―¡Joseph! ¡Dime! ―chasqueo.
―Ella se las arregló para conseguir una licencia para portar armas ayer.
Oh mierda. Lo miro, parpadeando, y siento la sangre drenarse de mi rostro mientras absorbo estas noticias. Puedo desmayarme. ¿Supone que ella quiere matarlo? No.
―Eso significa que simplemente puede comprar una pistola ―susurro.
―____ ―dice, su voz llena de preocupación. Pone sus manos sobre mis hombros, jalándome cerca de él―. No creo que haga nada estúpido, pero… no quiero tomar riesgos contigo.
―No conmigo… ¿Qué hay acerca de ti? ―susurro.
Frunce el ceño hacia mí y envuelvo mis brazos alrededor de él y lo abrazo fuertemente, mi rostro contra su pecho. No parece importarle.
―Regresemos ―murmura, y se inclina y besa mi cabello, y es todo.
Toda mi furia se ha ido, no olvidada. Disipada bajo la amenaza de algún daño viniendo sobre Joseph. El pensamiento es insoportable.
Solemnemente empaco una pequeña maleta y coloco mi Mac, el BlackBerry, mi iPad y Charlie Tango en mi mochila.
―¿Charlie Tango también viene? ―pregunta Joseph.
Asiento y él me da una pequeña sonrisa indulgente.
―Ethan regresa el jueves ―murmuro.
―¿Ethan?
―El hermano de Kate. Se quedará aquí hasta que encuentre un lugar en Seattle.
Joseph me mira en blanco, pero noto la frialdad crepitando en sus ojos.
―Bien, es bueno que te quedes conmigo. Le da más espacio ―dice tranquilamente.
―No creo que tenga las llaves. Necesitaré estar de regreso para entonces.
Joseph me mira impasiblemente pero no dice nada.
―Eso es todo.
Joseph agarra mi maleta y nos dirigimos a la puerta. Mientras caminamos alrededor de la parte trasera del edificio al estacionamiento, me doy cuenta de que estoy mirando sobre mi hombro. No sé si mi paranoia está llevándome lejos o si alguien realmente está mirándome. Joseph abre la puerta del pasajero del Audi y me mira expectante.
―¿Entrarás? ―pregunta.
―Pensé que conduciría.
―No. Yo conduciré.
―¿Algún problema con mi forma de conducir? No me digas que sabes cuánto fue mi puntaje en mi examen de manejo… No me sorprendería con tus tendencias acosadoras. ―Quizás sabe que sólo pasé raspando el examen escrito.
―Entra en el auto, ____ ―chasquea furiosamente.
―Está bien. ―Entro reticentemente. Honestamente, frío, verdad.
Quizás él tiene la misma sensación de inquietud, también. Algún oscuro centinela observándonos… Bueno, una pálida morena con ojos marrones que tiene un extraño parecido con su servidora y muy posiblemente un arma de fuego oculta.
Joseph nos mete en el tráfico.
―¿Tus sumisas fueron todas morenas?
Frunce el ceño y me mira rápidamente.
―Sí ―murmura. Suena incierto, e imagino que está pensando, ¿a dónde va con esto?
―Solo preguntaba.
―Te lo dije. Prefiero las morenas.
―La señora Robinson no es una morena.
―Ese es probablemente el por qué ―murmura―. Me arruinó para las rubias para siempre.
―Estás bromeando ―jadeo.
―Sí. Estoy bromeando ―replica, exasperado.
Miro impasiblemente fuera de la ventana, espiando morenas por todos lados, ninguna de ellas es Leila, creo.
Entonces, solo le gustan las morenas. Me pregunto por qué. ¿Realmente la Sra. Extraordinariamente-glamorosa-a-pesar-de-ser-vieja Robinson lo habrá arruinado para las rubias? Sacudo mi cabeza. Joseph-jodido-Jonas.
―Dime acerca de ella.
―¿Qué quieres saber? ―La frente de Joseph se arruga, y su tono de voz trata de advertirme.
―Háblame acerca de sus arreglos de negocios.
Se relaja visiblemente, feliz de hablar de trabajo.
―Soy un socio silencioso. No estoy particularmente interesado en el negocio de la belleza, pero ella está convirtiéndolo en una empresa exitosa. Solo invertí y la ayudé a empezar.
―¿Por qué?
―Se lo debía.
―¿Oh?
―Cuando abandoné Harvard, ella me prestó cien mil dólares para empezar mi negocio.
Joder… es rica, también.
―¿Abandonaste?
―No era lo mío. Hice dos años. Desafortunadamente mis padres no fueron tan compresivos.
Frunzo el ceño. El Sr. Jonas y la Dra. Grace Miller desaprobando, no puedo imaginarlo.
―No parece haberte ido mal abandonando la carrera. ¿Cuál era tu especialidad?
―Política y Economía.
Hmm… me lo figuraba.
―¿Entonces ella es rica? ―murmuro.
―Ella era una esposa trofeo aburrida, ____. Su esposo era adinerado… un gran maderero.
Sonríe.
―Nunca la dejó trabajar. Ya sabes, era controlador. Algunos hombres son así. ―Me da una rápida sonrisa ladeada.
―¿De veras? Un hombre controlador, ¿seguramente una criatura mítica? ―No creo que pueda exprimir más sarcasmo de mi respuesta.
La sonrisa de Joseph se vuelve más grande.
―¿Te prestó el dinero de su marido?
Asiente y una pequeña sonrisa maliciosa aparece en sus labios.
―Eso es terrible.
―Él consiguió su revancha ―dice Joseph oscuramente mientras entra en el garaje subterráneo en el Escala.
¿Oh?
―¿Cómo?
Joseph sacude su cabeza como si rememorara un recuerdo particularmente agrio y estaciona junto al Audi Quattro SUV.
―Ven. Franco llegará dentro de poco.
En el elevador mira hacia mí.
―¿Sigues enfadada conmigo? ―pregunta de manera casual.
―Mucho.
Asiente.
―Está bien ―dice, y sigue mirando hacia adelante.
Taylor está esperando por nosotros cuando llegamos al vestíbulo. ¿Cómo es que siempre sabe? Toma mi maleta.
―¿Welch se ha puesto en contacto? ―pregunta Joseph.
―Sí, señor.
―¿Y?
―Todo arreglado.
―Excelente. ¿Cómo está tu hija?
―Está bien, gracias, señor.
―Bien. Tendremos un estilista llegando a la una, Franco De Luca.
―Señorita Steele. ―Taylor asiente hacia mí.
―Hola, Taylor. ¿Tienes una hija?
―Sí, señora.
―¿Cuántos años tiene?
―Tiene siete.
Joseph me mira impacientemente.
―Vive con su madre ―aclara Taylor.
―Oh, ya veo.
Taylor me sonríe. Esto es inesperado. ¿Taylor es padre? Sigo a Joseph al gran salón, intrigada por esta información. Miro alrededor. No he estado aquí desde que me fui.
―¿Tienes hambre?
Sacudo mi cabeza. Joseph me mira por un instante y decide no discutir.
―Tengo que hacer algunas llamadas. Siéntete como en casa.
―Está bien.
Joseph desaparece en su estudio, dejándome parada en la gran galería de arte que llama hogar y preguntándome qué hacer conmigo misma.
¡Ropa! Cogiendo mi mochila, me apresuro por las escaleras a mi habitación y le echo un vistazo al vestidor. Sigue lleno de ropa… toda de marca, nueva y con la etiqueta del precio puesta. Tres largos vestidos de noche, tres vestidos de coctel y tres más para vestir diario. Todos deben haber costado una fortuna. Compruebo la etiqueta de uno de los vestidos de noche: $2,998. Joder. Me hundo en el piso.
Esta no soy yo. Pongo mi cabeza en mis manos y trato de procesar las pasadas horas. Es exhaustivo. ¿Por qué, oh, por qué tenía que enamorarme de alguien que está plenamente loco; hermoso, sexy como la mierda, rico como Creso, y loco con L mayúscula?
Pesco mi BlackBerry de mi bolsillo trasero y llamo a mamá.
―¡____, cariño! Cuanto tiempo. ¿Cómo estás querida?
―Oh, tu sabes…
―¿Qué está mal? ¿Aún no funciona con Joseph?
―Mamá, es complicado. Creo que le falta un tornillo. Ese es el problema.
―Dímelo a mí. Hombres, simplemente no puedes leerlos a veces. Bob se pregunta si mudarnos a Georgia fue bueno.
―¿Qué?
―Sí, está hablando de regresar a las Vegas.
Oh, alguien más tiene problemas. No soy la única. Joseph aparece en la entrada de la puerta.
―Ahí estás. Pensé que habías huido. ―Su alivio es obvio.
Extiendo mi mano para indicarle que estoy al teléfono.
―Disculpa mamá. Tengo que irme. Te llamare pronto otra vez.
―Está bien, cariño, cuídate. ¡Te amo!
―También te amo, mamá.
Cuelgo y miro a Joseph. Frunce el ceño, luciendo extrañamente incómodo.
―¿Por qué te estás escondiendo aquí? ―pregunta.
―No me estoy escondiendo. Me estoy desesperando.
―¿Desesperando?
―Por todo esto, Joseph. ―Ondeo mi mano en la dirección general de las prendas.
―¿Puedo entrar?
―Es tu armario.
Frunce el ceño otra vez y se sienta, de piernas cruzadas, encarándome.
―Son solo prendas. Si no te gustan, las enviaré de vuelta.
―Eres demasiado para afrontar, ¿sabes?
Parpadea hacia mí y rasca su barbilla… su barbilla sin afeitar. Mis dedos pican por tocarlo.
―Lo sé. Estoy tratando ―murmura.
―Estás intentando muy fuerte.
―Igual que tú, señorita Steele.
―¿Por qué estás haciendo esto?
Sus ojos se amplían y su cautela regresa.
―Sabes por qué.
―No, no lo sé.
Pasa su mano a través de su cabello.
―Eres una mujer frustrante.
―Puedes tener una linda sumisa morena. Una que diga “¿qué tan alto?” cada vez que dices salta, siempre que tenga permiso de hablar, por supuesto. Entonces, ¿por qué yo, Joseph? Simplemente no lo entiendo.
Se queda mirándome por un momento, y no tengo idea de qué está pensando.
―Me haces ver el mundo de manera diferente, ____. No me quieres por mi dinero. Me haces… desear ―dice suavemente.
¿Qué? El Sr. Críptico está de regreso.
―¿Desear qué?
Se encoge de hombros.
―Más. ―Su voz es baja y tranquila―. Y tienes razón. Estoy acostumbrado a que las mujeres hagan exactamente lo que digo, cuando lo digo, que hagan exactamente lo que quiero. Se vuelve viejo rápidamente. Hay algo acerca de ti, ____, algo que me llama en algún nivel profundo que no entiendo. Es un canto de sirena. No puedo resistirme a ti, y no quiero perderte. ―Se estira y toma mi mano―. No corras por favor; ten un poco de fe en mí y un poco de paciencia. Por favor.
Se ve tan vulnerable… Caray, es perturbador. Apoyándome en mis rodillas, me inclino hacia adelante y lo beso suavemente en los labios.
―Okey. Fe y paciencia, puedo vivir con eso.
―Bien. Porque Franco está aquí.
Franco es pequeño, oscuro y gay. Me gusta.
―¡Qué cabello tan hermoso! ―borbotea con un acento italiano extravagante, probablemente falso. Apuesto que es de Baltimore o cerca, pero su entusiasmo es infeccioso. Joseph nos lleva a ambos a su cuarto de baño, sale a toda prisa y vuelve a entrar, cargando una silla de su habitación.
―Los dejaré solos ―murmura.
―Grazie, Sr. Jonas. ―Franco se gira hacia mí―. Bene, _____, ¿qué haremos contigo?
Joseph está sentado en su sofá, escarbando a través de lo que parecen ser hojas de cálculo. Suave, melódica música clásica se extiende a través de la habitación principal. Una mujer canta apasionadamente, vertiendo su alma en la canción. Quita el aliento. Joseph levanta la mirada y sonríe, distrayéndome de la música.
―¡Ves! Te dije que le gustaría ―dice Franco con entusiasmo.
―Te ves hermosa, ____ ―dice Joseph apreciativamente.
―Mi trabajo está hecho ―exclama Franco.
Joseph se levanta y pasea hacia nosotros.
―Gracias, Franco.
Franco se gira, me envuelve en un enorme abrazo de oso, y me besa en ambas mejillas.
―¡Nunca dejes que nadie más corte tu cabello, bellissima _____.
Me río, ligeramente avergonzada por su familiaridad. Joseph le muestra la puerta del vestíbulo y regresa momentos después.
―Me alegra que lo mantuvieras largo ―dice mientras camina hacia mí, sus ojos brillando. Toma un mechón entre sus dedos―. Tan suave ―murmura mirándome―. ¿Sigues molesta conmigo?
Asiento y él sonríe.
―¿Por qué exactamente estás molesta conmigo?
Ruedo mis ojos.
―¿Quieres la lista?
―¿Hay una lista?
―Una larga.
―¿Podemos discutirlo en la cama?
―No. ―Hago pucheros como una niña.
―Durante el almuerzo, entonces. Estoy hambriento, y no solo de comida. ―Me da una sonrisa lasciva.
―No voy a dejar que me deslumbres con tus técnicas sexuales de distracción.
Ahoga una sonrisa.
―¿Qué es lo que te molesta específicamente, señorita Steele? Escúpelo.
Está bien.
―¿Qué me molesta? Bien, está tu brutal invasión a mi privacidad, el factor de que me llevaste a un lugar donde tu ex amante trabaja y que usaste para llevar a tus otras ex amantes para que tengan sus tratamientos de depilado con cera, manipularme en la calle como si tuviera seis años; y para colmo ¡dejaste que tu Sra. Robinson te toque! ―Mi voz ha ascendido en crescendo.
Levanta las cejas, y su buen humor se evapora.
―Esa es una gran lista. Pero déjame aclararte una vez más… ella no es mi Sra. Robinson.
―Ella puede tocarte ―repito.
Presiona sus labios.
―Ella sabe dónde.
―¿Qué significa eso?
Pasa ambas manos a través de su cabello y cierra sus ojos brevemente, como si estuviera pidiendo inspiración divina de alguna clase. Traga saliva.
―Tú y yo no tenemos reglas. Nunca he tenido una relación sin reglas, y nunca sé dónde vas a tocarme. Me pone nervioso. Tu toque por completo… ―Se detiene, buscando las palabras―. Simplemente significa más… mucho más.
¿Más? Su respuesta es completamente inesperada, tirando de mí, y ahí está esa pequeña palabra con gran significado colgando entre nosotros otra vez. Mi toque significa… más. Santo cielo. ¿Cómo se supone que voy a resistir cuando dice esta clase de cosas? Jonas busca mis ojos, observando, aprehensivo.
Tentativamente extiendo una mano y la aprehensión se convierte en alarma. Joseph retrocede y cae mi mano.
―Límite duro ―susurra urgentemente, su rostro luce adolorido, con pánico.
No puedo dejar de sentir una decepción aplastante.
―¿Cómo te sentirías si no pudieras tocarme?
―Privado y devastado ―dice inmediatamente.
Oh, mi Cincuenta Sombras. Sacudo mi cabeza, le ofrezco una pequeña, reconfortante sonrisa y se relaja.
―Vas a tener que decirme exactamente por qué es un límite duro un día, por favor.
―Un día ―murmura y parece encajarse fuera de su vulnerabilidad en un nanosegundo.
¿Cómo puede cambiar con tanta rapidez? Es la persona más caprichosa que conozco.
―Entonces, el resto de tu lista. Invadir tu privacidad. ―Su boca se curva mientras contempla esto―. ¿Por qué conozco tu cuenta bancaria?
―Sí, eso es indignante.
―Verifico los antecedentes de todas mis sumisas. Te mostraré. ―Se gira y se dirige a su estudio.
Obedientemente lo sigo, aturdida. De un armario cerrado con llave, saca un folder manila etiquetado en la ficha: ____ ROSE STEELE. Santa jodida mierda. Lo miro. Se encoge de hombros en tono de disculpa.
―Puedes quedártela ―dice tranquilamente.
―Bueno, vaya, gracias ―chasqueo. Ojeo a través del contenido. Hay una copia de mi certificado de nacimiento, por amor de Dios, mis límites duros, el CDC, el contrato. Caray… Mi número de seguridad social, mi currículum vitae, registros de empleo―. ¿Entonces sabías que trabajaba en Clayton?
―Sí.
―No fue una coincidencia. ¿No pasaste simplemente por ahí?
―No.
No sé si estar enojada o alabada.
―Esto es bastante jodido. ¿Sabes?
―No lo veo de esa forma. Con lo que hago, debo tener cuidado.
―Pero esto es privado.
―No hago mal uso de la información. Cualquier persona puede conseguirla si tiene medio cerebro, ____. Para tener control; necesito información. Es como siempre opero. ―Me mira su expresión vigilante e ilegible.
―No haces mal uso de la información. Depositaste veinticuatro mil dólares que no quería en mi cuenta.
Su boca se presiona en una línea dura.
―Te lo dije. Eso es lo que Taylor se las arregló para conseguir por tu auto. Increíble, lo sé, pero ahí tienes.
―Pero el Audi…
―____, ¿tienes idea de cuánto dinero hago?
Me sonrojo, por supuesto que no.
―¿Por qué debería? No necesito conocer la línea inferior de tu cuenta bancaria, Joseph.
Sus ojos se suavizan.
―Lo sé, es una de las cosas que amo de ti.
Lo miro impresionada. ¿Lo que ama de mí?
―____, gano alrededor de cien mil dólares por hora.
Mi boca cae abierta. Esa es una obscena suma de dinero.
―Veinticuatro mil dólares no es nada. El auto, los libros de Tess, la ropa, no son nada. ―Su voz es suave.
Lo miro fijamente. Realmente no tiene idea. Extraordinario.
―Si fueras yo, ¿cómo te sentirías acerca de toda esta… generosidad viniendo de ti?
Me mira en blanco, y ahí está su problema en una cáscara de nuez. La empatía o la falta de la misma. El silencio se extiende entre nosotros. Finalmente se encoge de hombros.
―No lo sé ―dice y luce genuinamente perplejo.
Mi corazón se hincha. Esto es, la esencia de sus cincuenta sombras, seguramente. No puede ponerse en mis zapatos. Bien, ahora lo sé.
―No se siente bien. Quiero decir, eres muy generoso, pero me hace sentir incómoda. Te lo he dicho suficientes veces.
Suspira.
―Quiero regalarte el mundo, ____.
―Solo te quiero a ti, Joseph. No todos los adicionales.
―Son parte de la oferta. Parte de lo que soy.
Oh, esto no va a ninguna parte.
―¿Comemos? ―pregunto. La tensión entre nosotros es drenada.
Frunce el ceño.
―Seguro.
―Cocinaré.
―Bien. De lo contrario hay comida en la nevera.
―¿La Sra. Jones está fuera los fines de semana? ¿Así que comes fiambres los fines de semana?
―No.
―¿Oh?
Suspira.
―Mis sumisas cocinan, ____.
―Oh, por supuesto. ―Me sonrojo. ¿Cómo puedo ser tan estúpida? Le sonrío dulcemente―. ¿Qué le gustaría comer al amo?
Sonríe.
―Lo que sea que el ama pueda encontrar ―dice oscuramente.
Inspeccionando el impresionante contenido de la nevera. Me decido por tortilla española. Incluso hay patatas frías, perfecto. Es rápido y fácil. Joseph sigue en su estudio, sin duda invadiendo la privacidad de algún pobre tonto inocente y recopilando información. El pensamiento es desagradable y deja un sabor amargo en mi boca. Mi mente se tambalea. Él realmente no conoce límites.
Necesito música si voy a cocinar, y ¡voy a cocinar sin ser sumisa! Me acerco a la conexión para iPod junto a la chimenea y cojo el iPod de Joseph. Apuesto a que hay más de la elección de Leila aquí. La misma idea me asusta.
¿Dónde está? Me pregunto. ¿Qué quiere?
Me estremezco. Qué legado. No puedo envolver mi cabeza alrededor de esto.
Avanzo a través de la extensa lista. Quiero algo optimista. Hmm, Beyoncé… No suena como el gusto de Joseph. Crazy in love. ¡Oh sí! Que apta. Presiono el botón de repetir y lo pongo en voz alta.
Zigzagueo de vuelta a la cocina y busco un tazón, abro la nevera y saco los huevos. Los abro y empiezo a batir, bailando al mismo tiempo. Incursionando en la nevera una vez más, recojo patatas, jamón y ¡sí! Guisantes del congelador. Todo esto lo hará. Encuentro un sartén, la pongo sobre la estufa poniendo un poco de aceite de oliva y regreso a batir.
Sin empatía, reflexiono. ¿Es solo Joseph? Quizás todos los hombres son así, desconcertados por las mujeres, simplemente no lo sé. Quizás no es una gran revelación. Quisiera que Kate estuviera en casa; ella sabría. Ha estado en Barbados por mucho tiempo. Debería estar de vuelta a finales de semana después de sus vacaciones adicionales con Elliot. Me pregunto si es todavía lujuria a primera vista para ellos.
Una de las cosas que amo de ti.
Paro de batir. Él dijo eso. ¿Eso significa que hay otras cosas? Sonrío por primera vez desde que vi a la Sra. Robinson, una sonrisa genuina, de corazón, enloquecida.
Joseph desliza sus brazos alrededor de mí, haciéndome saltar.
―Interesante elección de música ―ronronea mientras me besa bajo la oreja―. Tu cabello huele bien. ―Acaricia mi cabello con la nariz e inhala profundamente.
El deseo se enrosca en mi vientre. No. Me encojo fuera de su abrazo.
―Aún sigo enojada contigo.
Frunce el ceño.
―¿Por cuánto tiempo vas a seguir con esto? ―pregunta, arrastrando una mano a través de su cabello.
Me encojo de hombros.
―Al menos hasta que hayamos comido.
Sus labios tiemblan con diversión. Girándose, toma el control remoto del mostrador y apaga la música.
―¿Lo pusiste en tu iPod? ―pregunto.
Sacude su cabeza, su expresión sombría, y sé que fue ella… la chica fantasma.
―¿No piensas que estaba tratando de decirte algo en ese entonces?
―Bien, en retrospectiva, probablemente ―dice quedamente.
QED (lo que queda demostrado). Sin empatía. Mi subconsciente cruza sus brazos y suena sus labios con disgusto.
Me sonríe y se dirige a la conexión del iPod mientras regreso a batir. Momentos después la voz celestial, dulce, llena de alma de Nina Simone llena la habitación. Es una de las favoritas de Ray: I put a Spell on you.
Me sonrojo, girándome para mirar a Joseph. ¿Qué está tratando de decirme? Él ha puesto un hechizo en mí hace tiempo. Oh Dios… su mirada ha cambiado, la ligereza se ha ido, sus ojos se oscurecen, intensos. Lo miro, cautivada mientras lentamente, como el depredador que es, me acecha al ritmo del lento, sensual latido de la música. Está descalzo, vistiendo solo una camisa blanca fuera del pantalón, jeans y una mirada ardiente.
Nina canta, Tú eres mío mientras Joseph me alcanza, su intención clara.
―Joseph, por favor ―susurro, la batidora quitada de mi mano.
―¿Por favor qué?
―No hagas esto.
―¿Hacer qué?
―Esto.
Se para frente a mí, mirándome hacia abajo.
―¿Estás segura? ―Exhala y se estira, toma la batidora de mi mano y la coloca de regreso en el recipiente con los huevos. Mi corazón está en mi boca. No quiero esto ―sí lo quiero― malamente.
Es tan frustrante. Es tan caliente y deseable. Arranco mi mirada de su mirada hechizante.
―Te deseo, ____ ―murmura―. Amo y odio, y amo discutir contigo. Es tan nuevo. Necesito saber que estamos bien. Es la única manera que conozco.
―Mis sentimientos por ti no han cambiado ―susurro.
Su proximidad es sobrecogedora, estimulante. La familiar atracción está ahí, todas mis sinapsis incitándome hacia él, mi Diosa interior está en su modo más libidinoso. Mirando al parche de vello en la V de su camisa, muerdo mi labio, en busca de ayuda, llevada por el deseo… Quiero probarlo ahí.
Está tan cerca, pero no me toca. Su calor calentando mi piel.
―No voy a tocarte hasta que digas que sí ―dice suavemente―. Pero justo ahora, después de esta mañana realmente de mierda, quiero enterrarme en ti y simplemente olvidar todo excepto a nosotros.
Oh mi… Nosotros. Una mágica combinación, un pequeño pero potente pronombre que cierra el trato. Levanto la cabeza para mirar su hermoso y a la vez serio rostro.
―Voy a tocar tu rostro ―digo en voz baja, y veo su sorpresa reflejada brevemente en sus ojos antes de registrar su aceptación.
Levantando mi mano, acaricio su mejilla, y paso mis uñas alrededor de su barba. Cierra sus ojos y exhala, inclinando su rostro en mi toque. Se inclina lentamente, y mis labios automáticamente se alzan para encontrar los suyos. Se cierne sobre mí.
―¿Sí o no, ____? ―susurra.
―Sí.
Su boca suavemente se cierra sobre la mía, persuadiendo, coaccionando a mis labios a abrirse mientras sus brazos se pliegan a mí alrededor, jalándome hacia él. Su mano se mueve hacia arriba por mi espalda, sus dedos enredándose en el cabello de la parte de atrás de mi cabeza y tirando suavemente, mientras su otra mano aplasta mi trasero, forzándome contra él. Gimo suavemente.
―Sr. Jonas. ―Taylor tose, y Joseph me suelta inmediatamente.
―Taylor ―dice, su voz frígida.
Me giro para ver a un incómodo Taylor parado en el umbral de la sala principal. Joseph y Taylor se miran el uno al otro, una comunicación sin palabras pasa entre ellos.
―Mi estudio ―chasque Joseph, y Taylor camina rápidamente por la sala―. Revisión de rutina ―me susurra Joseph antes de seguir a Taylor fuera de la habitación.
Tomo una profunda, calmante respiración. Santo infierno. ¿No puedo resistirme a él por un minuto? Sacudo mi cabeza, disgustada conmigo misma, agradecida por la interrupción de Taylor, a pesar de que es vergonzoso. Me pregunto lo que Taylor ha tenido que interrumpir en el pasado. ¿Qué ha visto? No quiero pensar en eso. Almuerzo. Haré el almuerzo. Me ocuparé a mí misma cortando patatas. ¿Qué querría Taylor? Mi mente corre; ¿es acerca de Leila?
Diez minutos después, emergen, justo cuando la tortilla está lista. Joseph luce preocupado mientras me mira.
―Les informaré en diez ―dice a Taylor.
―Estaré listo ―responde Taylor y deja el gran salón.
Saco dos platos calientes y los coloco en la isla de la cocina.
―¿Almuerzo?
―Por favor ―dice Joseph mientras se posa en uno de los taburetes de la barra. Ahora está mirándome cuidadosamente.
―¿Problema?
―No.
Frunzo el ceño. No me está diciendo. Sirvo el almuerzo y me siento a su lado, resignada a quedarme en la oscuridad.
―Está bueno ―murmura Joseph apreciativamente mientras toma un bocado―. ¿Te gustaría una copa de vino?
―No, gracias. ―Necesito mantener la cabeza clara alrededor tuyo, Jonas.
Sabe bien, aunque creo que no tengo tanta hambre. Pero como, sabiendo que Joseph me molestará si no lo hago. Eventualmente Joseph rompe nuestro melancólico silencio y enciende la pieza clásica que escuché antes.
―¿Qué es? ―pregunto.
―Canteloube, Songs of the Auvergne. Esta se llama Bailero.
―Es hermosa. ¿Qué idioma es?
―Está en francés antiguo; occitano, de hecho.
―Hablas francés, ¿lo entiendes? ―Recuerdos del impecable francés que habló en la cena de sus padres viene a mi mente…
―Algunas palabras, sí. ―Joseph sonríe, visiblemente relajado―. Mi madre tenía un mantra: Instrumento musical, lengua extrajera, arte marcial. Elliot habla español, Mía y yo hablamos francés. Elliot toca la guitarra, yo toco el piano, y Mía el Cello.
―Wow. ¿Y las artes marciales?
―Elliot practica Judo. Mía plantó los pies a los doce y se negó. ―Sonríe ante el recuerdo.
―Desearía que mi madre hubiera sido tan organizada.
―La Dra. Grace es formidable cuando se trata de los logros de sus hijos.
―Debe estar muy complacida por ti. Yo lo estaría.
Un pensamiento oscuro destella por el rostro de Joseph, y se ve momentáneamente incómodo. Me mira con recelo como si estuviera en territorio inexplorado.
―¿Has decidido qué vestirás esta tarde? ¿O necesito ir y escoger algo para ti? ―Su tono es repentinamente brusco.
¡Whoa! Suena enojado. ¿Por qué? ¿Qué he dicho?
―Um… no aún. ¿Elegiste toda esa ropa?
―No, ____, no lo hice. Le di una lista y tu talla a un asistente de compras en Neiman Marcus. Deberían quedarte. Sólo para que lo sepas, he ordenado seguridad adicional para esta tarde y los siguientes días. Con Leila impredecible y perdida, en algún lugar de las calles de Seattle, pienso que es una sabia precaución. No quiero que salgas sin acompañamiento. ¿Está bien?
Parpadeo ante él.
―Está bien. ―Qué pasó con el Jonas Debo-tenerte-ahora.
―Bien. Voy a informales. No demoraré mucho.
―¿Están aquí?
―Sí.
¿Dónde?
Recogiendo su plato, Joseph lo coloca en el fregadero y desaparece de la habitación. ¿De qué infiernos se trata? Es como varias personas diferentes en un solo cuerpo. ¿No es ese un síntoma de esquizofrenia? Debo Googlearlo.
Limpio los platos, lavándolos rápidamente, y me dirijo arriba hacia mi habitación llevando el expediente ____ ROSE STEELE. De regreso en el vestidor. Saco los tres vestidos largos de noche. Ahora, ¿cuál?
Recostándome en la cama. Miro mi Mac, mi iPad y mi BlackBerry. Estoy abrumada con la tecnología. Me dedico a trasferir la lista de reproducción de Joseph del iPad a la Mac y luego cargar Google para navegar por la red.
Estoy recostada a través de la cama mirando en mi Mac cuando Joseph entra.
―¿Qué estás haciendo? ―inquiere suavemente.
Entro en pánico brevemente, preguntándome si debo dejarlo ver el sitio web en el que estoy: Desórdenes de personalidad múltiple: Los síntomas.
Acercándose a mí, ojea la página web con diversión.
―¿En este sitio por alguna razón? ―pregunta con indiferencia.
El Joseph brusco se ha ido; el juguetón Joseph está de regreso. ¿Cómo infiernos se supone que debo continuar con esto?
―Investigación. Sobre una dificultad personal. ―Le doy mi más inexpresiva mirada.
Sus labios tiemblan con una sonrisa reprimida.
―¿Una dificultad personal?
―Mi propio proyecto mascota.
―¿Ahora soy un proyecto mascota? Una línea alternativa. Un experimento de ciencia, quizás. Cuando pensaba que lo era todo, señorita Steele, me hiere.
―¿Cómo sabes que eres tú?
―Descabellada suposición. ―Sonríe.
―Es verdad que eres el único jodido, voluble, controlador que conozco, íntimamente.
―Pensé que era la única persona que conocías íntimamente. ―Arquea una ceja.
Me sonrojo.
―Sí. Eso también.
―¿Ya has sacado alguna conclusión?
Me giro y lo miro. Está tendido de lado, extendido, con la cabeza descansando en su codo, su expresión suave, divertida.
―Pienso que necesitas terapia intensiva.
Se estira y gentilmente mete mi cabello detrás de mis orejas.
―Pienso que necesito de ti. Aquí. ―Me alcanza un tubo de lápiz labial.
Le frunzo el ceño, perpleja. Es rojo ramera, no mi color del todo.
―¿Quieres que me ponga esto? ―chillo.
Se ríe.
―No ____, no a menos que quieras. No estoy seguro de que sea tu color ―termina secamente.
Se sienta sobre la cama de piernas cruzadas y arrastra su camisa fuera sobre su cabeza. Oh mi…
―Me gusta tu idea del mapa de carreteras.
Me quedo mirándolo en blanco. ¿Mapa de carreteras?
―Las áreas de “no ir” ―dice a modo de explicación.
―Oh. Estaba bromeando.
―Yo no.
―Quieres que dibuje sobre ti, ¿con lápiz de labios?
―Se lavará, eventualmente.
Significa que podré tocarlo libremente. Una pequeña sonrisa de asombro juega en mis labios, y le sonrío.
―¿Qué te parece algo más permanente como un rotulador?
―Puedo tatuarme. ―Sus ojos se iluminan con humor.
¿Joseph Jonas con un tatuaje? ¿Marcar ese hermoso cuerpo, cuando está marcado de tantas maneras ya? ¡De ninguna manera!
―¡No al tatuaje! ―Río para ocultar mi horror.
―Lápiz labial, entonces. ―Sonríe.
Cerrando la Mac, la empujo a un lado. Esto puede ser divertido.
―Ven. ―Me ofrece sus manos―. Siéntate sobre mí.
Me saco mis zapatillas, poniéndome en una posición sentada, y gateo hacia él. Se acuesta sobre la cama pero mantiene las rodillas flexionadas.
―Apóyate contra mis piernas.
Trepo sobre él y me siento a horcajadas como me ha instruido. Sus ojos están amplios y cautelosos. Pero también está divertido.
―Pareces… entusiasmada por esto ―comenta secamente.
―Siempre estoy ansiosa de información, Sr. Jonas, y hará que te relajes, porque sabré dónde están los límites.
Sacude la cabeza, como si no pudiera creer que me dejará dibujar sobre todo su cuerpo.
―Abre el lápiz labial ―ordena.
Oh, está en su modo de jefe autoritario, pero no me preocupo.
―Dame tu mano.
Le doy mi otra mano.
―La que tiene el lápiz de labios. ―Me rueda los ojos.
―¿Me estás rondando los ojos?
―Sip.
―Eso es muy rudo, Sr. Jonas. Conozco algunas personas que se ponen positivamente violentas ante una rodada de ojos.
―¿Las conoces? ―Su tono es irónico.
Le doy mi mano con el lápiz labial, y repentinamente se sienta así que estamos nariz con nariz.
―¿Lista? ―pregunta en un bajo, suave murmullo que hace a todas las cosas tensarse dentro de mí. Oh wow.
―Sí ―susurro. Su proximidad es seductora, su tonificado cuerpo cerca, su olor a Joseph mesclado con mi gel corporal. Guía mi mano hacia arriba a la curva de su hombro.
―Presiona ―susurra, y mi boca se seca mientras baja mi mano directamente desde lo alto de su hombro, alrededor de la órbita de su brazo, entonces hacia abajo por el lado de su pecho. El lápiz labial deja una raya ancha de lívido rojo en su camino. Se detiene en la parte inferior de su caja torácica. Entonces me dirige a través de su estómago. Se tensa y se queda mirando, aparentemente impasible, en mis ojos. Pero por debajo de su mirada cuidadosamente en blanco, veo su contención.
Su aversión se mantiene bajo estricto control, la línea de su mandíbula se tensa, y hay tensión alrededor de sus ojos. A medio camino de su estómago murmura:
―Y arriba al otro lado. ―Libera mi mano.
Imito la línea que he dibujado en su lado izquierdo. La confianza que me está dando es embriagadora pero moderada por el hecho de que puedo contener su dolor. Siete pequeñas cicatrices redondas marcan su pecho, y es el profundo oscuro purgatorio ver esta horrible y malvada profanación de su hermoso cuerpo.
¿Quién podría hacerle eso a un niño?
―Ahí, hecho ―susurro, conteniendo mi emoción.
―No, no lo has hecho ―replica, y traza una línea con su largo dedo índice alrededor de la base de su cuello. Sigo la línea de su dedo con una marca escarlata. Terminando, miro en la profundidad ámbar de sus ojos―. Ahora mi espalda ―murmura. Cambia de posición, por lo que tengo que bajas de él, entonces se gira sobre la cama y se sienta de piernas cruzadas de espaldas a mí―. Sigue la línea de mi pecho, todo el camino alrededor al otro lado. ―Su voz es baja y ronca.
Hago como me ha dicho, hasta que una línea color carmesí atraviesa la mitad de su espalda. Y mientras lo hago, cuento más cicatrices marcando su hermoso cuerpo. Nueve en total. Joder. Tengo que pelear contra la imperiosa necesidad de besar cada una y detengo las lágrimas llenando mis ojos. ¿Qué clase de animal pudo hacer esto? Su cabeza está abajo, y su cuerpo tenso mientras completo el circuito alrededor de su espalda.
―¿Alrededor de tu cuello, también? ―susurro.
Asiente y dibujo otra línea encontrando la primera alrededor de la base de su cuello por debajo de su cabello.
―Terminado ―murmuro, y parece como si vistiera un bizarro chaleco color piel con un borde rojo ramera.
Sus hombros se desploman mientras se relaja, y se gira lentamente para encararme una vez más.
―Esos son los límites ―dice tranquilamente, sus ojos oscuros y sus pupilas dilatadas… ¿por miedo? ¿Por lujuria? Me quiero lazar contra él, pero me contengo y lo miro con asombro.
―Puedo vivir con eso. Justo ahora quiero lanzarme sobre ti ―susurro.
Me da una sonrisa malvada y extiende sus manos en un gesto de súplica.
―Bien, señorita Steele. Soy todo suyo.
Chillo con alegría infantil y me catapulto a sus brazos, dejándolo plano. Se retuerce, dejando escapar una risa de niño lleno de alivio de que la prueba haya terminado. De alguna manera termino bajo él sobre la cama.
―Ahora, en lo que estábamos… ―dice en voz baja y su boca reclama la mía una vez más.
―Oh, esa es la Sra. Lincon. Ella posee el lugar con el Sr. Jonas. ―Greta parece más que feliz de compartir.
―¿La Sra. Lincon? ―Creo que la Sra. Robinson se divorció. Quizás volvió a casarse con algún pobre diablo.
―Sí. Usualmente ella no está aquí, pero uno de los técnicos enfermó hoy así que ella está reemplazándolo.
―¿Sabes cuál es el primer nombre de la Sra. Lincon?
Greta levanta la mirada hacia mí, frunciendo el ceño, y presiona sus labios rosa brillante, cuestionándose mi curiosidad. Mierda, quizás este es un paso muy lejano.
―Elena ―dice casi renuentemente.
Soy inundada por una extraña sensación de alivio que mi sentido arácnido no me haya defraudado. Sentido arácnido. Se burla mi subconsciente, sentido contra pedófilas.
Aún están inmersos en la discusión. Joseph está hablándole rápidamente a Elena, y ella luce preocupada, asintiendo, haciendo gestos y sacudiendo la cabeza. Alcanzándolo, frota su brazo con dulzura mientras se muerde el labio. Otro asentimiento, y ella me mira y me ofrece una pequeña sonrisa reafirmante.
Sólo puedo quedarme mirándola con cara de piedra. Pienso que estoy en shock. ¿Cómo pudo traerme aquí? Ella le murmura algo a Joseph, y él mira en mi dirección brevemente entonces se gira hacia ella y replica. Ella asiente, y pienso que ella le está deseando suerte, pero mis habilidades de lectura de labios no están muy desarrollados.
Cincuenta vuelve hacia mí, ansiedad grabada en su rostro. Maldita regla. La Sra. Robinson regresa a la habitación de atrás, cerrando la puerta tras ella.
Joseph frunce el ceño.
―¿Estás bien? ―pregunta, pero su voz es tensa, cautelosa.
―No realmente. ¿No querías presentarme? ―Mi voz suena fría, dura.
Su boca cae abierta, se ve como si hubiera jalado la alfombra bajo sus pies.
―Pero pensé…
―Para ser un hombre brillante, algunas veces… ―Las palabras me fallan―. Quiero irme, por favor.
―¿Por qué?
―Sabes por qué. ―Ruedo mis ojos.
Baja su mirada hacia mí, sus ojos ardiendo.
―Lo lamento, ____. No sabía que estaría aquí. Nunca está aquí. Ella abrió un nuevo local en Barben Center, y es ahí donde normalmente está su base. Alguien estaba enfermo hoy.
Me giro sobre mis talones hacia la puerta.
―No necesitaremos a Franco, Greta ―chasque Joseph mientras nos dirigimos a la puerta. Tengo que suprimir el impulso de correr. Quiero correr rápido y muy lejos. Tengo la abrumadora urgencia de llorar. Solo necesito irme lejos de toda esta jodida situación.
Joseph camina sin decir palabra detrás de mí mientras trato de meditar todo esto en mi cabeza. Envolviendo mis brazos a mí alrededor protectoramente, mantengo mi cabeza abajo, evitando los árboles en la segunda avenida. Sabiamente no se mueve para tocarme. Mi mente hierve con preguntas sin responder. ¿Confesará el Sr. Evasivo?
―¿Lo usabas para llevar a tus sumisas ahí? ―chasqueo.
―Algunas de ellas, sí ―dice calmadamente, su tono cortante.
―¿Leila?
―Sí.
―El lugar se ve muy nuevo.
―Fue renovado recientemente.
―Ya veo. Entonces la Sra. Robinson conoce a todas tus sumisas.
―Sí.
―¿Saben ellas acerca de ella?
―No. Ninguna de ellas lo hizo. Solo tú.
―Pero yo no soy tu sumisa.
―No, definitivamente no lo eres.
Me detengo y lo encaro. Sus ojos están muy abiertos, temerosos. Sus labios están presionados en una dura e inflexible línea.
―¿Puedes ver cuán jodido es esto? ―Levanto la mirada hacia él, mi voz es baja.
―Sí. Perdóname. ―Y tiene la gracia de parecer contrito.
―Quiero tener mi corte de cabello, preferiblemente en algún lugar donde no hayas follado al personal o la clientela.
Él se estremece.
―Ahora, si me disculpas.
―No estás corriendo. ¿O sí? ―pregunta.
―No, sólo quiero un maldito corte de cabello. Algún lugar en donde pueda cerrar mis ojos, tener alguien que lave mi cabello, y olvidar todo este equipaje que te acompaña.
Pasa una mano por su cabello.
―Puedo hacer que Franco venga al departamento o al tuyo ―dice calmadamente.
―Ella es muy atractiva.
Él parpadea.
―Sí, lo es.
―¿Sigue casada?
―No. Se divorció hace cerca de cinco años.
―¿Por qué no estás con ella?
―Porque se acabó lo que hubo entre nosotros. Te lo dije. ―Su frente se arruga repentinamente. Alzando un dedo, pesca su BlackBerry del bolsillo de su chaqueta. Debe haber vibrado porque no oí el timbre―. Welch ―chasquea, entonces escucha. Estamos parados en la Segunda Avenida, miró fijamente en dirección al retoño de árbol frente a mí, que lleva el verde más nuevo.
La bulliciosa gente nos pasa, perdidos en sus quehaceres de la mañana del sábado. Sin duda contemplando sus propios dramas personales. Me pregunto si incluyen acosadoras ex sumisas, deslumbrantes ex dominantes, y un hombre que no se rige por el concepto de privacidad bajo las leyes de los Estados Unidos.
―¿Muerto en un accidente de auto? ¿Cuándo? ―Joseph interrumpe mi ensimismamiento.
Oh no. ¿Quién? Escucho más de cerca.
―Esa es la segunda vez que el bastardo está siendo inaccesible. Él debería saber. ¿Es que no tiene ningún sentimiento por ella? ―Joseph sacude su cabeza con disgusto―. Esto comienza a tener sentido… no… explica el por qué, pero no el dónde. ―Joseph mira alrededor de nosotros como si buscara algo, y me encuentro a mí misma reflejando sus acciones. Nada capta mi mirada. Solo hay compradores, el tráfico y los árboles―. Está aquí ―continúa Joseph―. Está observándonos… si… no. Dos o cuatro, veinticuatro siete… No lo he abordado aún. ―Joseph me mira directamente.
¿Abordar qué? Le frunzo el ceño, y él me considera con recelo.
―Qué… ―susurra y palidece sus ojos abriéndose ampliamente―. Ya veo. ¿Cuándo?... ¿Recientemente? ¿Pero cómo…? ¿Sin revisión a fondo?... Ya veo. Envíame por correo el nombre, dirección, y fotos si las tienes… Veinticuatro siete, para esta tarde. Ponte en contacto con Taylor. ―Joseph cuelga.
―¿Bien? ―pregunto, exasperada. ¿Va a decirme?
―Era Welch.
―¿Quién es Welch?
―Mi asesor de seguridad.
―Okey. Entonces, ¿qué está pasando?
―Leila dejó a su esposo hace cerca de tres meses y huyó con un chico que fue asesinado en un accidente de auto hace cuatro semanas.
―Oh.
―El jodido psiquiatra debió encontrar eso ―dice enojado―. Una lástima, es lo que es. Ven. ―Ofrece su mano, y automáticamente pongo la mía en la suya antes de arrebatársela otra vez.
―Espera un minuto. Estábamos en medio de una discusión, acerca de nosotros. Acerca de ella, tu Sra. Robinson.
El rostro de Joseph se endurece.
―Ella no es mi Sra. Robinson. Podemos hablar de ella en mi casa.
―No quiero ir a tu casa. ¡Quiero tener mi corte de cabello! ―grito. Si puedo enfocarme en esta única cosa…
Agarra su BlackBerry de su bolsillo otra vez y marca un número.
―Greta, Joseph Jonas. Quiero a Franco en mi casa en una hora. Pregunta a la Sra. Lincon… Bien. ―Aleja el teléfono―. Llegará en una hora.
―¡Joseph…! ―balbuceo, exasperada.
―____, obviamente Leila está sufriendo un quiebre psicótico. No sé si está detrás de ti o de mí, o qué tan lejos está preparada para llegar. Iremos a tu casa, coge tus cosas, y puedes quedarte conmigo hasta que la localicemos.
―¿Por qué querría hacer eso?
―Así puedo mantenerte a salvo.
―Pero…
Él me mira.
―Vendrás de regreso a mi apartamento así tenga que arrastrarte hasta ahí del cabello.
Boqueo hacia él… Esto es increíble. Cincuenta sombras en glorioso tecnicolor.
―Pienso que estás sobre reaccionando.
―No lo hago. Podemos continuar nuestra discusión de regreso en mi casa. Ven.
Me cruzo de brazos y lo miro. Esto ha ido demasiado lejos.
―No ―declaro obstinadamente. Tengo que poner un alto.
―Puedes caminar o puedo cargarte. No me importa, de cualquier forma, ____.
―No te atreverías. ―Le frunzo el ceño. ¿Seguramente no haría una escena en la Segunda Avenida?
Me da una media sonrisa, pero la sonrisa no llega a sus ojos.
―Oh, nena, ambos sabemos que si arrojas el guante, estaré más que dispuesto a recogerlo.
Nos miramos el uno al otro. Y abruptamente me barre desde abajo, abrazándome por las piernas y levantándome. Antes de darme cuenta, estoy sobre su brazo.
―¡Bájame! ―grito. Oh, se siente bien gritar.
Empieza a caminar a grandes zancadas a lo largo de la Segunda Avenida, ignorándome. Abrazando sus brazos firmemente alrededor de mis piernas, azota mi trasero con su mano libre.
―¡Joseph! ―grito. La gente nos mira. ¿Podría ser esto más humillante?―. ¡Caminaré! Caminaré.
Me baja, y antes de que incluso se levante, me alejo pisando fuerte en dirección a mi apartamento, hirviendo, ignorándolo. Por supuesto, está a mi lado al momento, pero continúo ignorándolo. ¿Qué voy a hacer? Estoy tan enojada, pero ni siquiera estoy segura de por qué estoy enojada. Hay demasiado.
Mientras camino de regreso a casa, hago una lista mental:
1. Cargarme sobre su hombro… inaceptable para alguien por encima de los seis años de edad.
2. Llevarme al salón que maneja con su ex amante… ¿cuán estúpido puede ser?
3. El mismo lugar al que llevaba a sus sumisas… la misma estupidez en juego aquí.
4. No darse cuenta incluso de que era una mal idea… y se supone que es un chico brillante.
5. Tener locas ex novias. ¿Puedo echarle la culpa por eso? Estoy tan furiosa; sí, sí puedo.
6. Conocer mi número de cuenta bancaria… eso es simplemente demasiado acosador a medias.
7. Comprar AIPS… tiene más dinero que sentido.
8. Insistir en que me quede con él… la amenaza de Leila debe haber sido peor de lo que temía… no lo mencionó ayer.
Oh no, me percato. Algo cambió. ¿Qué puede ser? Me detengo, y Joseph se detiene conmigo.
―¿Qué está pasando? ―demando.
Frunce el ceño.
―¿A qué te refieres?
―Con Leila.
―Te lo dije.
―No, no lo hiciste. Hay algo más. No insististe en que fuera a tu casa ayer, así que, ¿qué está pasando?
Se remueve incómodo.
―¡Joseph! ¡Dime! ―chasqueo.
―Ella se las arregló para conseguir una licencia para portar armas ayer.
Oh mierda. Lo miro, parpadeando, y siento la sangre drenarse de mi rostro mientras absorbo estas noticias. Puedo desmayarme. ¿Supone que ella quiere matarlo? No.
―Eso significa que simplemente puede comprar una pistola ―susurro.
―____ ―dice, su voz llena de preocupación. Pone sus manos sobre mis hombros, jalándome cerca de él―. No creo que haga nada estúpido, pero… no quiero tomar riesgos contigo.
―No conmigo… ¿Qué hay acerca de ti? ―susurro.
Frunce el ceño hacia mí y envuelvo mis brazos alrededor de él y lo abrazo fuertemente, mi rostro contra su pecho. No parece importarle.
―Regresemos ―murmura, y se inclina y besa mi cabello, y es todo.
Toda mi furia se ha ido, no olvidada. Disipada bajo la amenaza de algún daño viniendo sobre Joseph. El pensamiento es insoportable.
Solemnemente empaco una pequeña maleta y coloco mi Mac, el BlackBerry, mi iPad y Charlie Tango en mi mochila.
―¿Charlie Tango también viene? ―pregunta Joseph.
Asiento y él me da una pequeña sonrisa indulgente.
―Ethan regresa el jueves ―murmuro.
―¿Ethan?
―El hermano de Kate. Se quedará aquí hasta que encuentre un lugar en Seattle.
Joseph me mira en blanco, pero noto la frialdad crepitando en sus ojos.
―Bien, es bueno que te quedes conmigo. Le da más espacio ―dice tranquilamente.
―No creo que tenga las llaves. Necesitaré estar de regreso para entonces.
Joseph me mira impasiblemente pero no dice nada.
―Eso es todo.
Joseph agarra mi maleta y nos dirigimos a la puerta. Mientras caminamos alrededor de la parte trasera del edificio al estacionamiento, me doy cuenta de que estoy mirando sobre mi hombro. No sé si mi paranoia está llevándome lejos o si alguien realmente está mirándome. Joseph abre la puerta del pasajero del Audi y me mira expectante.
―¿Entrarás? ―pregunta.
―Pensé que conduciría.
―No. Yo conduciré.
―¿Algún problema con mi forma de conducir? No me digas que sabes cuánto fue mi puntaje en mi examen de manejo… No me sorprendería con tus tendencias acosadoras. ―Quizás sabe que sólo pasé raspando el examen escrito.
―Entra en el auto, ____ ―chasquea furiosamente.
―Está bien. ―Entro reticentemente. Honestamente, frío, verdad.
Quizás él tiene la misma sensación de inquietud, también. Algún oscuro centinela observándonos… Bueno, una pálida morena con ojos marrones que tiene un extraño parecido con su servidora y muy posiblemente un arma de fuego oculta.
Joseph nos mete en el tráfico.
―¿Tus sumisas fueron todas morenas?
Frunce el ceño y me mira rápidamente.
―Sí ―murmura. Suena incierto, e imagino que está pensando, ¿a dónde va con esto?
―Solo preguntaba.
―Te lo dije. Prefiero las morenas.
―La señora Robinson no es una morena.
―Ese es probablemente el por qué ―murmura―. Me arruinó para las rubias para siempre.
―Estás bromeando ―jadeo.
―Sí. Estoy bromeando ―replica, exasperado.
Miro impasiblemente fuera de la ventana, espiando morenas por todos lados, ninguna de ellas es Leila, creo.
Entonces, solo le gustan las morenas. Me pregunto por qué. ¿Realmente la Sra. Extraordinariamente-glamorosa-a-pesar-de-ser-vieja Robinson lo habrá arruinado para las rubias? Sacudo mi cabeza. Joseph-jodido-Jonas.
―Dime acerca de ella.
―¿Qué quieres saber? ―La frente de Joseph se arruga, y su tono de voz trata de advertirme.
―Háblame acerca de sus arreglos de negocios.
Se relaja visiblemente, feliz de hablar de trabajo.
―Soy un socio silencioso. No estoy particularmente interesado en el negocio de la belleza, pero ella está convirtiéndolo en una empresa exitosa. Solo invertí y la ayudé a empezar.
―¿Por qué?
―Se lo debía.
―¿Oh?
―Cuando abandoné Harvard, ella me prestó cien mil dólares para empezar mi negocio.
Joder… es rica, también.
―¿Abandonaste?
―No era lo mío. Hice dos años. Desafortunadamente mis padres no fueron tan compresivos.
Frunzo el ceño. El Sr. Jonas y la Dra. Grace Miller desaprobando, no puedo imaginarlo.
―No parece haberte ido mal abandonando la carrera. ¿Cuál era tu especialidad?
―Política y Economía.
Hmm… me lo figuraba.
―¿Entonces ella es rica? ―murmuro.
―Ella era una esposa trofeo aburrida, ____. Su esposo era adinerado… un gran maderero.
Sonríe.
―Nunca la dejó trabajar. Ya sabes, era controlador. Algunos hombres son así. ―Me da una rápida sonrisa ladeada.
―¿De veras? Un hombre controlador, ¿seguramente una criatura mítica? ―No creo que pueda exprimir más sarcasmo de mi respuesta.
La sonrisa de Joseph se vuelve más grande.
―¿Te prestó el dinero de su marido?
Asiente y una pequeña sonrisa maliciosa aparece en sus labios.
―Eso es terrible.
―Él consiguió su revancha ―dice Joseph oscuramente mientras entra en el garaje subterráneo en el Escala.
¿Oh?
―¿Cómo?
Joseph sacude su cabeza como si rememorara un recuerdo particularmente agrio y estaciona junto al Audi Quattro SUV.
―Ven. Franco llegará dentro de poco.
En el elevador mira hacia mí.
―¿Sigues enfadada conmigo? ―pregunta de manera casual.
―Mucho.
Asiente.
―Está bien ―dice, y sigue mirando hacia adelante.
Taylor está esperando por nosotros cuando llegamos al vestíbulo. ¿Cómo es que siempre sabe? Toma mi maleta.
―¿Welch se ha puesto en contacto? ―pregunta Joseph.
―Sí, señor.
―¿Y?
―Todo arreglado.
―Excelente. ¿Cómo está tu hija?
―Está bien, gracias, señor.
―Bien. Tendremos un estilista llegando a la una, Franco De Luca.
―Señorita Steele. ―Taylor asiente hacia mí.
―Hola, Taylor. ¿Tienes una hija?
―Sí, señora.
―¿Cuántos años tiene?
―Tiene siete.
Joseph me mira impacientemente.
―Vive con su madre ―aclara Taylor.
―Oh, ya veo.
Taylor me sonríe. Esto es inesperado. ¿Taylor es padre? Sigo a Joseph al gran salón, intrigada por esta información. Miro alrededor. No he estado aquí desde que me fui.
―¿Tienes hambre?
Sacudo mi cabeza. Joseph me mira por un instante y decide no discutir.
―Tengo que hacer algunas llamadas. Siéntete como en casa.
―Está bien.
Joseph desaparece en su estudio, dejándome parada en la gran galería de arte que llama hogar y preguntándome qué hacer conmigo misma.
¡Ropa! Cogiendo mi mochila, me apresuro por las escaleras a mi habitación y le echo un vistazo al vestidor. Sigue lleno de ropa… toda de marca, nueva y con la etiqueta del precio puesta. Tres largos vestidos de noche, tres vestidos de coctel y tres más para vestir diario. Todos deben haber costado una fortuna. Compruebo la etiqueta de uno de los vestidos de noche: $2,998. Joder. Me hundo en el piso.
Esta no soy yo. Pongo mi cabeza en mis manos y trato de procesar las pasadas horas. Es exhaustivo. ¿Por qué, oh, por qué tenía que enamorarme de alguien que está plenamente loco; hermoso, sexy como la mierda, rico como Creso, y loco con L mayúscula?
Pesco mi BlackBerry de mi bolsillo trasero y llamo a mamá.
―¡____, cariño! Cuanto tiempo. ¿Cómo estás querida?
―Oh, tu sabes…
―¿Qué está mal? ¿Aún no funciona con Joseph?
―Mamá, es complicado. Creo que le falta un tornillo. Ese es el problema.
―Dímelo a mí. Hombres, simplemente no puedes leerlos a veces. Bob se pregunta si mudarnos a Georgia fue bueno.
―¿Qué?
―Sí, está hablando de regresar a las Vegas.
Oh, alguien más tiene problemas. No soy la única. Joseph aparece en la entrada de la puerta.
―Ahí estás. Pensé que habías huido. ―Su alivio es obvio.
Extiendo mi mano para indicarle que estoy al teléfono.
―Disculpa mamá. Tengo que irme. Te llamare pronto otra vez.
―Está bien, cariño, cuídate. ¡Te amo!
―También te amo, mamá.
Cuelgo y miro a Joseph. Frunce el ceño, luciendo extrañamente incómodo.
―¿Por qué te estás escondiendo aquí? ―pregunta.
―No me estoy escondiendo. Me estoy desesperando.
―¿Desesperando?
―Por todo esto, Joseph. ―Ondeo mi mano en la dirección general de las prendas.
―¿Puedo entrar?
―Es tu armario.
Frunce el ceño otra vez y se sienta, de piernas cruzadas, encarándome.
―Son solo prendas. Si no te gustan, las enviaré de vuelta.
―Eres demasiado para afrontar, ¿sabes?
Parpadea hacia mí y rasca su barbilla… su barbilla sin afeitar. Mis dedos pican por tocarlo.
―Lo sé. Estoy tratando ―murmura.
―Estás intentando muy fuerte.
―Igual que tú, señorita Steele.
―¿Por qué estás haciendo esto?
Sus ojos se amplían y su cautela regresa.
―Sabes por qué.
―No, no lo sé.
Pasa su mano a través de su cabello.
―Eres una mujer frustrante.
―Puedes tener una linda sumisa morena. Una que diga “¿qué tan alto?” cada vez que dices salta, siempre que tenga permiso de hablar, por supuesto. Entonces, ¿por qué yo, Joseph? Simplemente no lo entiendo.
Se queda mirándome por un momento, y no tengo idea de qué está pensando.
―Me haces ver el mundo de manera diferente, ____. No me quieres por mi dinero. Me haces… desear ―dice suavemente.
¿Qué? El Sr. Críptico está de regreso.
―¿Desear qué?
Se encoge de hombros.
―Más. ―Su voz es baja y tranquila―. Y tienes razón. Estoy acostumbrado a que las mujeres hagan exactamente lo que digo, cuando lo digo, que hagan exactamente lo que quiero. Se vuelve viejo rápidamente. Hay algo acerca de ti, ____, algo que me llama en algún nivel profundo que no entiendo. Es un canto de sirena. No puedo resistirme a ti, y no quiero perderte. ―Se estira y toma mi mano―. No corras por favor; ten un poco de fe en mí y un poco de paciencia. Por favor.
Se ve tan vulnerable… Caray, es perturbador. Apoyándome en mis rodillas, me inclino hacia adelante y lo beso suavemente en los labios.
―Okey. Fe y paciencia, puedo vivir con eso.
―Bien. Porque Franco está aquí.
Franco es pequeño, oscuro y gay. Me gusta.
―¡Qué cabello tan hermoso! ―borbotea con un acento italiano extravagante, probablemente falso. Apuesto que es de Baltimore o cerca, pero su entusiasmo es infeccioso. Joseph nos lleva a ambos a su cuarto de baño, sale a toda prisa y vuelve a entrar, cargando una silla de su habitación.
―Los dejaré solos ―murmura.
―Grazie, Sr. Jonas. ―Franco se gira hacia mí―. Bene, _____, ¿qué haremos contigo?
Joseph está sentado en su sofá, escarbando a través de lo que parecen ser hojas de cálculo. Suave, melódica música clásica se extiende a través de la habitación principal. Una mujer canta apasionadamente, vertiendo su alma en la canción. Quita el aliento. Joseph levanta la mirada y sonríe, distrayéndome de la música.
―¡Ves! Te dije que le gustaría ―dice Franco con entusiasmo.
―Te ves hermosa, ____ ―dice Joseph apreciativamente.
―Mi trabajo está hecho ―exclama Franco.
Joseph se levanta y pasea hacia nosotros.
―Gracias, Franco.
Franco se gira, me envuelve en un enorme abrazo de oso, y me besa en ambas mejillas.
―¡Nunca dejes que nadie más corte tu cabello, bellissima _____.
Me río, ligeramente avergonzada por su familiaridad. Joseph le muestra la puerta del vestíbulo y regresa momentos después.
―Me alegra que lo mantuvieras largo ―dice mientras camina hacia mí, sus ojos brillando. Toma un mechón entre sus dedos―. Tan suave ―murmura mirándome―. ¿Sigues molesta conmigo?
Asiento y él sonríe.
―¿Por qué exactamente estás molesta conmigo?
Ruedo mis ojos.
―¿Quieres la lista?
―¿Hay una lista?
―Una larga.
―¿Podemos discutirlo en la cama?
―No. ―Hago pucheros como una niña.
―Durante el almuerzo, entonces. Estoy hambriento, y no solo de comida. ―Me da una sonrisa lasciva.
―No voy a dejar que me deslumbres con tus técnicas sexuales de distracción.
Ahoga una sonrisa.
―¿Qué es lo que te molesta específicamente, señorita Steele? Escúpelo.
Está bien.
―¿Qué me molesta? Bien, está tu brutal invasión a mi privacidad, el factor de que me llevaste a un lugar donde tu ex amante trabaja y que usaste para llevar a tus otras ex amantes para que tengan sus tratamientos de depilado con cera, manipularme en la calle como si tuviera seis años; y para colmo ¡dejaste que tu Sra. Robinson te toque! ―Mi voz ha ascendido en crescendo.
Levanta las cejas, y su buen humor se evapora.
―Esa es una gran lista. Pero déjame aclararte una vez más… ella no es mi Sra. Robinson.
―Ella puede tocarte ―repito.
Presiona sus labios.
―Ella sabe dónde.
―¿Qué significa eso?
Pasa ambas manos a través de su cabello y cierra sus ojos brevemente, como si estuviera pidiendo inspiración divina de alguna clase. Traga saliva.
―Tú y yo no tenemos reglas. Nunca he tenido una relación sin reglas, y nunca sé dónde vas a tocarme. Me pone nervioso. Tu toque por completo… ―Se detiene, buscando las palabras―. Simplemente significa más… mucho más.
¿Más? Su respuesta es completamente inesperada, tirando de mí, y ahí está esa pequeña palabra con gran significado colgando entre nosotros otra vez. Mi toque significa… más. Santo cielo. ¿Cómo se supone que voy a resistir cuando dice esta clase de cosas? Jonas busca mis ojos, observando, aprehensivo.
Tentativamente extiendo una mano y la aprehensión se convierte en alarma. Joseph retrocede y cae mi mano.
―Límite duro ―susurra urgentemente, su rostro luce adolorido, con pánico.
No puedo dejar de sentir una decepción aplastante.
―¿Cómo te sentirías si no pudieras tocarme?
―Privado y devastado ―dice inmediatamente.
Oh, mi Cincuenta Sombras. Sacudo mi cabeza, le ofrezco una pequeña, reconfortante sonrisa y se relaja.
―Vas a tener que decirme exactamente por qué es un límite duro un día, por favor.
―Un día ―murmura y parece encajarse fuera de su vulnerabilidad en un nanosegundo.
¿Cómo puede cambiar con tanta rapidez? Es la persona más caprichosa que conozco.
―Entonces, el resto de tu lista. Invadir tu privacidad. ―Su boca se curva mientras contempla esto―. ¿Por qué conozco tu cuenta bancaria?
―Sí, eso es indignante.
―Verifico los antecedentes de todas mis sumisas. Te mostraré. ―Se gira y se dirige a su estudio.
Obedientemente lo sigo, aturdida. De un armario cerrado con llave, saca un folder manila etiquetado en la ficha: ____ ROSE STEELE. Santa jodida mierda. Lo miro. Se encoge de hombros en tono de disculpa.
―Puedes quedártela ―dice tranquilamente.
―Bueno, vaya, gracias ―chasqueo. Ojeo a través del contenido. Hay una copia de mi certificado de nacimiento, por amor de Dios, mis límites duros, el CDC, el contrato. Caray… Mi número de seguridad social, mi currículum vitae, registros de empleo―. ¿Entonces sabías que trabajaba en Clayton?
―Sí.
―No fue una coincidencia. ¿No pasaste simplemente por ahí?
―No.
No sé si estar enojada o alabada.
―Esto es bastante jodido. ¿Sabes?
―No lo veo de esa forma. Con lo que hago, debo tener cuidado.
―Pero esto es privado.
―No hago mal uso de la información. Cualquier persona puede conseguirla si tiene medio cerebro, ____. Para tener control; necesito información. Es como siempre opero. ―Me mira su expresión vigilante e ilegible.
―No haces mal uso de la información. Depositaste veinticuatro mil dólares que no quería en mi cuenta.
Su boca se presiona en una línea dura.
―Te lo dije. Eso es lo que Taylor se las arregló para conseguir por tu auto. Increíble, lo sé, pero ahí tienes.
―Pero el Audi…
―____, ¿tienes idea de cuánto dinero hago?
Me sonrojo, por supuesto que no.
―¿Por qué debería? No necesito conocer la línea inferior de tu cuenta bancaria, Joseph.
Sus ojos se suavizan.
―Lo sé, es una de las cosas que amo de ti.
Lo miro impresionada. ¿Lo que ama de mí?
―____, gano alrededor de cien mil dólares por hora.
Mi boca cae abierta. Esa es una obscena suma de dinero.
―Veinticuatro mil dólares no es nada. El auto, los libros de Tess, la ropa, no son nada. ―Su voz es suave.
Lo miro fijamente. Realmente no tiene idea. Extraordinario.
―Si fueras yo, ¿cómo te sentirías acerca de toda esta… generosidad viniendo de ti?
Me mira en blanco, y ahí está su problema en una cáscara de nuez. La empatía o la falta de la misma. El silencio se extiende entre nosotros. Finalmente se encoge de hombros.
―No lo sé ―dice y luce genuinamente perplejo.
Mi corazón se hincha. Esto es, la esencia de sus cincuenta sombras, seguramente. No puede ponerse en mis zapatos. Bien, ahora lo sé.
―No se siente bien. Quiero decir, eres muy generoso, pero me hace sentir incómoda. Te lo he dicho suficientes veces.
Suspira.
―Quiero regalarte el mundo, ____.
―Solo te quiero a ti, Joseph. No todos los adicionales.
―Son parte de la oferta. Parte de lo que soy.
Oh, esto no va a ninguna parte.
―¿Comemos? ―pregunto. La tensión entre nosotros es drenada.
Frunce el ceño.
―Seguro.
―Cocinaré.
―Bien. De lo contrario hay comida en la nevera.
―¿La Sra. Jones está fuera los fines de semana? ¿Así que comes fiambres los fines de semana?
―No.
―¿Oh?
Suspira.
―Mis sumisas cocinan, ____.
―Oh, por supuesto. ―Me sonrojo. ¿Cómo puedo ser tan estúpida? Le sonrío dulcemente―. ¿Qué le gustaría comer al amo?
Sonríe.
―Lo que sea que el ama pueda encontrar ―dice oscuramente.
Inspeccionando el impresionante contenido de la nevera. Me decido por tortilla española. Incluso hay patatas frías, perfecto. Es rápido y fácil. Joseph sigue en su estudio, sin duda invadiendo la privacidad de algún pobre tonto inocente y recopilando información. El pensamiento es desagradable y deja un sabor amargo en mi boca. Mi mente se tambalea. Él realmente no conoce límites.
Necesito música si voy a cocinar, y ¡voy a cocinar sin ser sumisa! Me acerco a la conexión para iPod junto a la chimenea y cojo el iPod de Joseph. Apuesto a que hay más de la elección de Leila aquí. La misma idea me asusta.
¿Dónde está? Me pregunto. ¿Qué quiere?
Me estremezco. Qué legado. No puedo envolver mi cabeza alrededor de esto.
Avanzo a través de la extensa lista. Quiero algo optimista. Hmm, Beyoncé… No suena como el gusto de Joseph. Crazy in love. ¡Oh sí! Que apta. Presiono el botón de repetir y lo pongo en voz alta.
Zigzagueo de vuelta a la cocina y busco un tazón, abro la nevera y saco los huevos. Los abro y empiezo a batir, bailando al mismo tiempo. Incursionando en la nevera una vez más, recojo patatas, jamón y ¡sí! Guisantes del congelador. Todo esto lo hará. Encuentro un sartén, la pongo sobre la estufa poniendo un poco de aceite de oliva y regreso a batir.
Sin empatía, reflexiono. ¿Es solo Joseph? Quizás todos los hombres son así, desconcertados por las mujeres, simplemente no lo sé. Quizás no es una gran revelación. Quisiera que Kate estuviera en casa; ella sabría. Ha estado en Barbados por mucho tiempo. Debería estar de vuelta a finales de semana después de sus vacaciones adicionales con Elliot. Me pregunto si es todavía lujuria a primera vista para ellos.
Una de las cosas que amo de ti.
Paro de batir. Él dijo eso. ¿Eso significa que hay otras cosas? Sonrío por primera vez desde que vi a la Sra. Robinson, una sonrisa genuina, de corazón, enloquecida.
Joseph desliza sus brazos alrededor de mí, haciéndome saltar.
―Interesante elección de música ―ronronea mientras me besa bajo la oreja―. Tu cabello huele bien. ―Acaricia mi cabello con la nariz e inhala profundamente.
El deseo se enrosca en mi vientre. No. Me encojo fuera de su abrazo.
―Aún sigo enojada contigo.
Frunce el ceño.
―¿Por cuánto tiempo vas a seguir con esto? ―pregunta, arrastrando una mano a través de su cabello.
Me encojo de hombros.
―Al menos hasta que hayamos comido.
Sus labios tiemblan con diversión. Girándose, toma el control remoto del mostrador y apaga la música.
―¿Lo pusiste en tu iPod? ―pregunto.
Sacude su cabeza, su expresión sombría, y sé que fue ella… la chica fantasma.
―¿No piensas que estaba tratando de decirte algo en ese entonces?
―Bien, en retrospectiva, probablemente ―dice quedamente.
QED (lo que queda demostrado). Sin empatía. Mi subconsciente cruza sus brazos y suena sus labios con disgusto.
Me sonríe y se dirige a la conexión del iPod mientras regreso a batir. Momentos después la voz celestial, dulce, llena de alma de Nina Simone llena la habitación. Es una de las favoritas de Ray: I put a Spell on you.
Me sonrojo, girándome para mirar a Joseph. ¿Qué está tratando de decirme? Él ha puesto un hechizo en mí hace tiempo. Oh Dios… su mirada ha cambiado, la ligereza se ha ido, sus ojos se oscurecen, intensos. Lo miro, cautivada mientras lentamente, como el depredador que es, me acecha al ritmo del lento, sensual latido de la música. Está descalzo, vistiendo solo una camisa blanca fuera del pantalón, jeans y una mirada ardiente.
Nina canta, Tú eres mío mientras Joseph me alcanza, su intención clara.
―Joseph, por favor ―susurro, la batidora quitada de mi mano.
―¿Por favor qué?
―No hagas esto.
―¿Hacer qué?
―Esto.
Se para frente a mí, mirándome hacia abajo.
―¿Estás segura? ―Exhala y se estira, toma la batidora de mi mano y la coloca de regreso en el recipiente con los huevos. Mi corazón está en mi boca. No quiero esto ―sí lo quiero― malamente.
Es tan frustrante. Es tan caliente y deseable. Arranco mi mirada de su mirada hechizante.
―Te deseo, ____ ―murmura―. Amo y odio, y amo discutir contigo. Es tan nuevo. Necesito saber que estamos bien. Es la única manera que conozco.
―Mis sentimientos por ti no han cambiado ―susurro.
Su proximidad es sobrecogedora, estimulante. La familiar atracción está ahí, todas mis sinapsis incitándome hacia él, mi Diosa interior está en su modo más libidinoso. Mirando al parche de vello en la V de su camisa, muerdo mi labio, en busca de ayuda, llevada por el deseo… Quiero probarlo ahí.
Está tan cerca, pero no me toca. Su calor calentando mi piel.
―No voy a tocarte hasta que digas que sí ―dice suavemente―. Pero justo ahora, después de esta mañana realmente de mierda, quiero enterrarme en ti y simplemente olvidar todo excepto a nosotros.
Oh mi… Nosotros. Una mágica combinación, un pequeño pero potente pronombre que cierra el trato. Levanto la cabeza para mirar su hermoso y a la vez serio rostro.
―Voy a tocar tu rostro ―digo en voz baja, y veo su sorpresa reflejada brevemente en sus ojos antes de registrar su aceptación.
Levantando mi mano, acaricio su mejilla, y paso mis uñas alrededor de su barba. Cierra sus ojos y exhala, inclinando su rostro en mi toque. Se inclina lentamente, y mis labios automáticamente se alzan para encontrar los suyos. Se cierne sobre mí.
―¿Sí o no, ____? ―susurra.
―Sí.
Su boca suavemente se cierra sobre la mía, persuadiendo, coaccionando a mis labios a abrirse mientras sus brazos se pliegan a mí alrededor, jalándome hacia él. Su mano se mueve hacia arriba por mi espalda, sus dedos enredándose en el cabello de la parte de atrás de mi cabeza y tirando suavemente, mientras su otra mano aplasta mi trasero, forzándome contra él. Gimo suavemente.
―Sr. Jonas. ―Taylor tose, y Joseph me suelta inmediatamente.
―Taylor ―dice, su voz frígida.
Me giro para ver a un incómodo Taylor parado en el umbral de la sala principal. Joseph y Taylor se miran el uno al otro, una comunicación sin palabras pasa entre ellos.
―Mi estudio ―chasque Joseph, y Taylor camina rápidamente por la sala―. Revisión de rutina ―me susurra Joseph antes de seguir a Taylor fuera de la habitación.
Tomo una profunda, calmante respiración. Santo infierno. ¿No puedo resistirme a él por un minuto? Sacudo mi cabeza, disgustada conmigo misma, agradecida por la interrupción de Taylor, a pesar de que es vergonzoso. Me pregunto lo que Taylor ha tenido que interrumpir en el pasado. ¿Qué ha visto? No quiero pensar en eso. Almuerzo. Haré el almuerzo. Me ocuparé a mí misma cortando patatas. ¿Qué querría Taylor? Mi mente corre; ¿es acerca de Leila?
Diez minutos después, emergen, justo cuando la tortilla está lista. Joseph luce preocupado mientras me mira.
―Les informaré en diez ―dice a Taylor.
―Estaré listo ―responde Taylor y deja el gran salón.
Saco dos platos calientes y los coloco en la isla de la cocina.
―¿Almuerzo?
―Por favor ―dice Joseph mientras se posa en uno de los taburetes de la barra. Ahora está mirándome cuidadosamente.
―¿Problema?
―No.
Frunzo el ceño. No me está diciendo. Sirvo el almuerzo y me siento a su lado, resignada a quedarme en la oscuridad.
―Está bueno ―murmura Joseph apreciativamente mientras toma un bocado―. ¿Te gustaría una copa de vino?
―No, gracias. ―Necesito mantener la cabeza clara alrededor tuyo, Jonas.
Sabe bien, aunque creo que no tengo tanta hambre. Pero como, sabiendo que Joseph me molestará si no lo hago. Eventualmente Joseph rompe nuestro melancólico silencio y enciende la pieza clásica que escuché antes.
―¿Qué es? ―pregunto.
―Canteloube, Songs of the Auvergne. Esta se llama Bailero.
―Es hermosa. ¿Qué idioma es?
―Está en francés antiguo; occitano, de hecho.
―Hablas francés, ¿lo entiendes? ―Recuerdos del impecable francés que habló en la cena de sus padres viene a mi mente…
―Algunas palabras, sí. ―Joseph sonríe, visiblemente relajado―. Mi madre tenía un mantra: Instrumento musical, lengua extrajera, arte marcial. Elliot habla español, Mía y yo hablamos francés. Elliot toca la guitarra, yo toco el piano, y Mía el Cello.
―Wow. ¿Y las artes marciales?
―Elliot practica Judo. Mía plantó los pies a los doce y se negó. ―Sonríe ante el recuerdo.
―Desearía que mi madre hubiera sido tan organizada.
―La Dra. Grace es formidable cuando se trata de los logros de sus hijos.
―Debe estar muy complacida por ti. Yo lo estaría.
Un pensamiento oscuro destella por el rostro de Joseph, y se ve momentáneamente incómodo. Me mira con recelo como si estuviera en territorio inexplorado.
―¿Has decidido qué vestirás esta tarde? ¿O necesito ir y escoger algo para ti? ―Su tono es repentinamente brusco.
¡Whoa! Suena enojado. ¿Por qué? ¿Qué he dicho?
―Um… no aún. ¿Elegiste toda esa ropa?
―No, ____, no lo hice. Le di una lista y tu talla a un asistente de compras en Neiman Marcus. Deberían quedarte. Sólo para que lo sepas, he ordenado seguridad adicional para esta tarde y los siguientes días. Con Leila impredecible y perdida, en algún lugar de las calles de Seattle, pienso que es una sabia precaución. No quiero que salgas sin acompañamiento. ¿Está bien?
Parpadeo ante él.
―Está bien. ―Qué pasó con el Jonas Debo-tenerte-ahora.
―Bien. Voy a informales. No demoraré mucho.
―¿Están aquí?
―Sí.
¿Dónde?
Recogiendo su plato, Joseph lo coloca en el fregadero y desaparece de la habitación. ¿De qué infiernos se trata? Es como varias personas diferentes en un solo cuerpo. ¿No es ese un síntoma de esquizofrenia? Debo Googlearlo.
Limpio los platos, lavándolos rápidamente, y me dirijo arriba hacia mi habitación llevando el expediente ____ ROSE STEELE. De regreso en el vestidor. Saco los tres vestidos largos de noche. Ahora, ¿cuál?
Recostándome en la cama. Miro mi Mac, mi iPad y mi BlackBerry. Estoy abrumada con la tecnología. Me dedico a trasferir la lista de reproducción de Joseph del iPad a la Mac y luego cargar Google para navegar por la red.
Estoy recostada a través de la cama mirando en mi Mac cuando Joseph entra.
―¿Qué estás haciendo? ―inquiere suavemente.
Entro en pánico brevemente, preguntándome si debo dejarlo ver el sitio web en el que estoy: Desórdenes de personalidad múltiple: Los síntomas.
Acercándose a mí, ojea la página web con diversión.
―¿En este sitio por alguna razón? ―pregunta con indiferencia.
El Joseph brusco se ha ido; el juguetón Joseph está de regreso. ¿Cómo infiernos se supone que debo continuar con esto?
―Investigación. Sobre una dificultad personal. ―Le doy mi más inexpresiva mirada.
Sus labios tiemblan con una sonrisa reprimida.
―¿Una dificultad personal?
―Mi propio proyecto mascota.
―¿Ahora soy un proyecto mascota? Una línea alternativa. Un experimento de ciencia, quizás. Cuando pensaba que lo era todo, señorita Steele, me hiere.
―¿Cómo sabes que eres tú?
―Descabellada suposición. ―Sonríe.
―Es verdad que eres el único jodido, voluble, controlador que conozco, íntimamente.
―Pensé que era la única persona que conocías íntimamente. ―Arquea una ceja.
Me sonrojo.
―Sí. Eso también.
―¿Ya has sacado alguna conclusión?
Me giro y lo miro. Está tendido de lado, extendido, con la cabeza descansando en su codo, su expresión suave, divertida.
―Pienso que necesitas terapia intensiva.
Se estira y gentilmente mete mi cabello detrás de mis orejas.
―Pienso que necesito de ti. Aquí. ―Me alcanza un tubo de lápiz labial.
Le frunzo el ceño, perpleja. Es rojo ramera, no mi color del todo.
―¿Quieres que me ponga esto? ―chillo.
Se ríe.
―No ____, no a menos que quieras. No estoy seguro de que sea tu color ―termina secamente.
Se sienta sobre la cama de piernas cruzadas y arrastra su camisa fuera sobre su cabeza. Oh mi…
―Me gusta tu idea del mapa de carreteras.
Me quedo mirándolo en blanco. ¿Mapa de carreteras?
―Las áreas de “no ir” ―dice a modo de explicación.
―Oh. Estaba bromeando.
―Yo no.
―Quieres que dibuje sobre ti, ¿con lápiz de labios?
―Se lavará, eventualmente.
Significa que podré tocarlo libremente. Una pequeña sonrisa de asombro juega en mis labios, y le sonrío.
―¿Qué te parece algo más permanente como un rotulador?
―Puedo tatuarme. ―Sus ojos se iluminan con humor.
¿Joseph Jonas con un tatuaje? ¿Marcar ese hermoso cuerpo, cuando está marcado de tantas maneras ya? ¡De ninguna manera!
―¡No al tatuaje! ―Río para ocultar mi horror.
―Lápiz labial, entonces. ―Sonríe.
Cerrando la Mac, la empujo a un lado. Esto puede ser divertido.
―Ven. ―Me ofrece sus manos―. Siéntate sobre mí.
Me saco mis zapatillas, poniéndome en una posición sentada, y gateo hacia él. Se acuesta sobre la cama pero mantiene las rodillas flexionadas.
―Apóyate contra mis piernas.
Trepo sobre él y me siento a horcajadas como me ha instruido. Sus ojos están amplios y cautelosos. Pero también está divertido.
―Pareces… entusiasmada por esto ―comenta secamente.
―Siempre estoy ansiosa de información, Sr. Jonas, y hará que te relajes, porque sabré dónde están los límites.
Sacude la cabeza, como si no pudiera creer que me dejará dibujar sobre todo su cuerpo.
―Abre el lápiz labial ―ordena.
Oh, está en su modo de jefe autoritario, pero no me preocupo.
―Dame tu mano.
Le doy mi otra mano.
―La que tiene el lápiz de labios. ―Me rueda los ojos.
―¿Me estás rondando los ojos?
―Sip.
―Eso es muy rudo, Sr. Jonas. Conozco algunas personas que se ponen positivamente violentas ante una rodada de ojos.
―¿Las conoces? ―Su tono es irónico.
Le doy mi mano con el lápiz labial, y repentinamente se sienta así que estamos nariz con nariz.
―¿Lista? ―pregunta en un bajo, suave murmullo que hace a todas las cosas tensarse dentro de mí. Oh wow.
―Sí ―susurro. Su proximidad es seductora, su tonificado cuerpo cerca, su olor a Joseph mesclado con mi gel corporal. Guía mi mano hacia arriba a la curva de su hombro.
―Presiona ―susurra, y mi boca se seca mientras baja mi mano directamente desde lo alto de su hombro, alrededor de la órbita de su brazo, entonces hacia abajo por el lado de su pecho. El lápiz labial deja una raya ancha de lívido rojo en su camino. Se detiene en la parte inferior de su caja torácica. Entonces me dirige a través de su estómago. Se tensa y se queda mirando, aparentemente impasible, en mis ojos. Pero por debajo de su mirada cuidadosamente en blanco, veo su contención.
Su aversión se mantiene bajo estricto control, la línea de su mandíbula se tensa, y hay tensión alrededor de sus ojos. A medio camino de su estómago murmura:
―Y arriba al otro lado. ―Libera mi mano.
Imito la línea que he dibujado en su lado izquierdo. La confianza que me está dando es embriagadora pero moderada por el hecho de que puedo contener su dolor. Siete pequeñas cicatrices redondas marcan su pecho, y es el profundo oscuro purgatorio ver esta horrible y malvada profanación de su hermoso cuerpo.
¿Quién podría hacerle eso a un niño?
―Ahí, hecho ―susurro, conteniendo mi emoción.
―No, no lo has hecho ―replica, y traza una línea con su largo dedo índice alrededor de la base de su cuello. Sigo la línea de su dedo con una marca escarlata. Terminando, miro en la profundidad ámbar de sus ojos―. Ahora mi espalda ―murmura. Cambia de posición, por lo que tengo que bajas de él, entonces se gira sobre la cama y se sienta de piernas cruzadas de espaldas a mí―. Sigue la línea de mi pecho, todo el camino alrededor al otro lado. ―Su voz es baja y ronca.
Hago como me ha dicho, hasta que una línea color carmesí atraviesa la mitad de su espalda. Y mientras lo hago, cuento más cicatrices marcando su hermoso cuerpo. Nueve en total. Joder. Tengo que pelear contra la imperiosa necesidad de besar cada una y detengo las lágrimas llenando mis ojos. ¿Qué clase de animal pudo hacer esto? Su cabeza está abajo, y su cuerpo tenso mientras completo el circuito alrededor de su espalda.
―¿Alrededor de tu cuello, también? ―susurro.
Asiente y dibujo otra línea encontrando la primera alrededor de la base de su cuello por debajo de su cabello.
―Terminado ―murmuro, y parece como si vistiera un bizarro chaleco color piel con un borde rojo ramera.
Sus hombros se desploman mientras se relaja, y se gira lentamente para encararme una vez más.
―Esos son los límites ―dice tranquilamente, sus ojos oscuros y sus pupilas dilatadas… ¿por miedo? ¿Por lujuria? Me quiero lazar contra él, pero me contengo y lo miro con asombro.
―Puedo vivir con eso. Justo ahora quiero lanzarme sobre ti ―susurro.
Me da una sonrisa malvada y extiende sus manos en un gesto de súplica.
―Bien, señorita Steele. Soy todo suyo.
Chillo con alegría infantil y me catapulto a sus brazos, dejándolo plano. Se retuerce, dejando escapar una risa de niño lleno de alivio de que la prueba haya terminado. De alguna manera termino bajo él sobre la cama.
―Ahora, en lo que estábamos… ―dice en voz baja y su boca reclama la mía una vez más.
Aqui los capítulos, sorry por la tardanza, estaba terminando de editarlos: ) Un beso, chicas, gracias por sus firmas. Las quiero. Ciao♥
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
ay no y esa leila me preocupa esperoq ue no le haa nada a la rayis noa joephs
y la señora robinson me ce
mal
siguelaaaaaaaaaaaaa
y la señora robinson me ce
mal
siguelaaaaaaaaaaaaa
andreita
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