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"Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
Debe ser muy tedioso no escribir tanto
Ando muy ansiosa y ojala puedas subir el cap hoy y si no se puede bueno no se puede y a esperar
Ando muy ansiosa y ojala puedas subir el cap hoy y si no se puede bueno no se puede y a esperar
JB&1D2
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
porfa siguelaaa
quieor mas maraton!!
waoo tosodo lo que apso??
que hara jacj??
que kllegue joeeeeeeeeeeeee
quieor mas maraton!!
waoo tosodo lo que apso??
que hara jacj??
que kllegue joeeeeeeeeeeeee
andreita
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
[CAPITULO 16]
Los ojos de Jack resplandecen de un azul oscuro, y sonríe sarcásticamente mientras echa una mirada lasciva hacia abajo por mi cuerpo. El miedo me ahoga. ¿Qué es esto? ¿Qué quiere? De alguna parte en lo profundo de mi interior y a pesar de mi boca seca, encuentro la determinación y coraje para exprimir algunas palabras, el mantra “mantenlos hablando” de mi clase de autodefensa circulando en mi cerebro, como un etéreo centinela.
―Jack, ahora no es un buen momento para esto. Tu taxi llega en diez minutos, y necesito entregarte todos tus documentos. ―Mi voz es tranquila pero ronca, traicionándome.
Sonríe, y es una despótica sonrisa de “jódete” que finalmente toca sus ojos. Destellan bajo el brillo de la áspera luz fluorescente de la franja de luz sobre nosotros en la monótona habitación sin ventanas. Da un paso cerca de mí, mirándome, sus ojos nunca dejan los míos. Sus pupilas se dilatan mientras miro, el negro eclipsando al azul. Oh no. Mi miedo asciende.
―Sabes que tuve que pelear con Elizabeth para darte este trabajo… ―Su voz se apaga mientras da otro paso hacia mí, y retrocedo contra los sucios armarios de pared. Mantenlo hablando, mantenlo hablando, mantenlo hablando, mantenlo hablando.
―Jack, ¿cuál es exactamente tu problema? Si quieres exponer tus quejas, entonces quizás debamos ir a Recursos Humanos. Podemos hacer esto con Elizabeth en un ambiente más formal.
¿Dónde está seguridad? ¿Aún están en el edificio?
―No necesitamos a R. H. para sobrellevar esta situación, ____ ―dice sarcásticamente―. Cuando te contraté, pensé que serías una trabajadora muy ardua. Pensé que tenías potencial. Pero ahora, no lo sé. Has sido distraída y descuidada. Y me pregunto… ¿es tu novio el que te lleva por el mal camino? ―dice novio con frío desprecio―. Decidí revisar a través de tu cuenta de e-mail para ver si podía encontrar algunas pistas. ¿Y sabes qué encontré, ____? ¿Qué estaba fuera de lugar? Los únicos e-mails personales en tu cuenta eran a tu novio de primera. ―Se detiene, evaluando mi reacción―. Y me puse a pensar… ¿Dónde están los e-mails de él? No había ninguno. Nada. Nada. ¿Así que, qué está pasando, ____? ¿Cómo te llegan sus e-mails sin estar en nuestro sistema? ¿Eres de alguna agencia de espías, plantada aquí por la organización de Jonas? ¿Es eso lo que pasa?
Santa mierda, los e-mails. Oh no. ¿Qué tengo que decir?
―Jack, ¿de qué estás hablando? ―intento lucir desconcertada, y soy muy convincente. Esta conversación no va como esperaba, pero no confío en él en lo más mínimo. Alguna feromona subliminar que Jack está emanando me tiene en alerta máxima. Este hombre está enojado y es volátil y totalmente impredecible. Trato de razonar con él―. Acabas de decir que tuviste que persuadir a Elizabeth para contratarme. ¿Así que, cómo puedo ser una espía plantada? Decídete, Jack.
―Pero Jonas arruinó el viaje a Nueva York, ¿no?
Oh mierda.
―¿Cómo se encargó de eso, ____? ¿Qué hizo tu novio rico de la Ivy League?
Cada gota de sangre que queda en mi rostro es drenada, y creo que me voy a desmayar.
―No sé de qué estás hablando, Jack ―susurro―. Tu taxi estará aquí dentro de poco. Debo buscar tus cosas. ―Oh por favor, déjame ir. Detén esto.
Jack continúa, disfrutando mi incomodidad.
―¿Y él piensa que me propasaré contigo? ―Sonríe y sus ojos se encienden―. Bien, quiero que pienses en algo mientras estoy en Nueva York. Te di este trabajo, y espero que me muestres algo de gratitud. De hecho, tengo derecho a eso. Tuve que pelear para traerte. Elizabeth quería a alguien mejor calificado, pero yo… yo vi algo en ti. Así que, necesitamos trabajar en un trato. Un trato donde tú me mantienes feliz. ¿Entiendes lo que digo, ____?
¡Mierda!
―Míralo como una redefinición de la descripción de tu trabajo, si quieres. Y si me mantienes feliz, no excavaré más hondo en cómo tu novio está tirando los hilos, ordeñando a sus contactos, o cobrando algún favor de sus aduladores chicos de fraternidad de la Ivy League.
Mi boca se abre. Me está chantajeando. ¡Por sexo! ¿Y qué puedo decir? Las noticias de la adquisición de Joseph están embargadas por otras tres semanas. Simplemente no puedo creer esto. Sexo… ¡conmigo!
Jack se mueve más cerca hasta que está parado justo en frente de mí, mirando a mis ojos. Su dulce y empalagosa colonia invade mis fosas nasales ―es nauseabundo― y si no me equivoco, un amargo rastro de alcohol en su aliento. Mierda, ha estado bebiendo… ¿Cuándo?
―Eres una culo apretado, calienta pollas, lo sabes, ____ ―susurra a través de sus dientes apretados.
¿Qué? Calienta pollas… ¿yo?
―Jack, no tengo idea de lo que estás hablando ―susurro, mientras siento la adrenalina recorrer mi cuerpo. Ahora está más cerca. Estoy esperando para hacer mi movimiento. Ray estaría orgulloso. Ray me enseñó cómo hacerlo. Ray sabía autodefensa. Si Jack me toca, si incluso respira demasiado cerca de mí, lo derribare. Mi respiración es superficial. No debo desmayarme, no debo desmayarme.
―Mírate. ―Me da una mirada lasciva―. Estás tan caliente, puedo decirlo. Realmente me enciendes. Profundamente lo quieres. Lo sé.
Santa mierda. El hombre está completamente delirante. Mi miedo se dispara a ALERTA MÁXIMA, amenazando con abrumarme.
―No, Jack. Nunca te he encendido.
―Lo haces, perra calienta pollas. Puedo leer las señales. ―Alcanzándome, gentilmente acaricia mi rostro con sus nudillos, bajando a mi mejilla. Su dedo índice acaricia mi cuello, y mi corazón salta hasta mi boca mientras lucho con mi reflejo nauseoso. Alcanza la base de mi cuello donde el botón superior de mi blusa negra esta abierto, y presiona su mano contra mi pecho―. Me deseas. Admítelo, ____.
Manteniendo mis ojos firmemente enganchados con los suyos y concentrándome en lo que tengo que hacer ―en vez de proliferar mi repugnancia y temor― pongo mi mano suavemente sobre la suya en una caricia. Sonríe con triunfo. Agarro su dedo meñique, y lo giro hacia atrás, tirándolo y llevándolo por debajo de su cadera.
―¡Arrgh! ―grita de dolor y sorpresa, y mientras pierde balance, levanto mi rodilla, rápido y fuerte, hacia arriba en su ingle, y hago un contacto perfecto con mi objetivo. Lo eludo hábilmente por mi izquierda mientras sus rodillas se doblan, y colapsa con un jadeo sobre el piso de la cocina, agarrándose a sí mismo entre sus piernas.
―Nunca me toques otra vez ―le gruño―. Tu itinerario y los folletos están empacados en mi escritorio. Ahora me voy a casa. Ten un lindo viaje. Y en el futuro, tráete tu maldito café tú mismo.
―¡Maldita perra! ―medio grita y medio gruñe, pero ya estoy fuera de la puerta.
Corro a toda velocidad a mi escritorio, agarro mi chaqueta y mi cartera, y me lanzo a recepción, ignorando los gemidos y maldiciones emanando del bastardo aún caído en el piso de la cocina. Salgo del edificio y me detengo por un momento mientras el aire fresco golpea mi rostro, tomo una respiración profunda, componiéndome a mí misma. Pero no he comido en todo el día, y mientras la muy bienvenida descarga de adrenalina cede, mis piernas ceden debajo de mí, y me recuesto en el suelo.
Miro con leve desprendimiento el lento movimiento de película que se desarrolla frente a mí: Joseph y Taylor en trajes oscuros y camisas blancas, saltando fuera del auto estacionado y corriendo hacia mí. Joseph hundiéndose en sus rodillas a mi lado, y en algún nivel inconsciente, todo lo que puedo pensar es: Está aquí. Mi amor está aquí.
―____, ¡____! ¿Qué está mal? ―Me jala a su regazo, pasando sus manos arriba y abajo por mis brazos, comprobando signos de daño. Agarrando mi cabeza entre sus manos, mira con sus enormes y aterrados ojos ambarinos a los míos. Cedo contra él, repentinamente abrumada con alivio y fatiga. Oh, los brazos de Joseph. No hay lugar en el que prefiera estar―. ____. ―Me sacude gentilmente―. ¿Qué está mal? ¿Estás enferma?
Sacudo mi cabeza mientras noto que necesito empezar a comunicarme.
―Jack ―susurro, y siento en vez de ver la rápida mirada de Joseph a Taylor, quien abruptamente desaparece en el edificio.
―¡Mierda! ―Joseph me envuelve en sus brazos―. ¿Qué te hizo ese bastardo?
Y de algún lugar justo al lado correcto de la locura, unas risitas empiezan a burbujear en mi garganta. Recuerdo la estupefacción de Jack mientras agarraba su dedo.
―Es lo que le hice a él. ―Empiezo a reír y no puedo detenerme.
―¡____! ―Joseph me sacude otra vez, y mi risa cesa convenientemente―. ¿Te tocó?
―Sólo una vez.
Siento los músculos de Joseph contraerse y tensarse mientras la rabia barre a través de él, y se levanta rápidamente, poderosamente, rígidamente estable, conmigo en sus brazos. Está furioso. ¡No!
―¿Dónde está el cabrón?
Oigo gritos apagados provenientes del interior del edificio. Joseph me pone sobre mis pies.
―¿Puedes pararte?
Asiento.
―No entres. No lo hagas, Joseph. ―Repentinamente mi miedo está de regreso, miedo de lo que Joseph le haga a Jack.
―Entra en el auto ―me ladra.
―Joseph, no. ―Agarro su brazo.
―Entra en el maldito auto, ____. ―Se sacude de mí.
―¡No! ¡Por favor! ―le ruego―. Quédate. No me dejes sola. ―Empleo mi última arma.
Hirviendo, Joseph pasa sus manos a través de su cabello y baja la mirada hacia mí, claramente atrapando con indecisión. Los gritos dentro del edificio escalan, y entonces cesan repentinamente.
Oh, no. ¿Qué ha hecho Taylor?
Joseph saca su BlackBerry.
―Joseph, él tiene mis e-mails.
―¿Qué?
―Los e-mails que te envié. Quería saber dónde estaban tus e-mails de respuesta. Estaba tratando de chantajearme.
La mirada de Joseph es asesina. Oh mierda.
―¡Mierda! ―escupe y entorna sus ojos hacia mí, presiona un número en su BlackBerry.
Oh no. Estoy en problemas. ¿A quién está llamando?
―Barney. Jonas. Necesito que accedas al servidor principal de AIPS y borres todos los e-mails que me envió ____ Steele. Luego accede a los archivos de datos personales de Jack Hyde y verifica que no estén copiados ahí. Si están, bórralos… Sí, todos ellos. Hazme saber cuando esté hecho.
Cuelga y marca otro número.
―Roach. Jonas. Hyde, lo quiero fuera. Ahora. En este minuto. Llama a seguridad. Hazlo limpiar su escritorio inmediatamente, o liquidaré esta compañía como primer asunto en la mañana. Ya tienes toda la justificación que necesitas para darle la carta de despido. ¿Entiendes?
Escucha por un momento, y cuelga pareciendo satisfecho.
―BlackBerry ―me sisea a través de los dientes apretados.
―Por favor, no te enfades conmigo. ―Parpadeo hacia él.
―Estoy demasiado enfadado justo ahora ―gruñe y una vez más pasa su mano a través de su cabello―. Entra en el auto.
―Joseph, por favor…
―Entra en el maldito auto, ____ o te pondré en él yo mismo ―amenaza, sus ojos quemando con furia.
Oh mierda.
―No hagas nada estúpido, por favor ―ruego.
―¡Estúpido! ―explota―. Te dije que usaras tu maldito BlackBerry. No me hables de estupidez. Entra en el maldito auto, ____. ¡Ahora! ―gruñe y un escalofrío de miedo corre a través de mí. Este es el “Joseph muy enojado”. No lo he visto así de molesto antes. Está prácticamente colgando de su autocontrol.
―Está bien ―murmuro, aplacándolo―. Pero por favor, ten cuidado.
Presionando sus labios en una dura línea, señala furiosamente al auto, mirándome. Jesús, está bien, entendí el mensaje.
―Por favor, ten cuidado. No quiero que nada te pase. Eso me mataría ―murmuro. Parpadea rápidamente y se detiene, relajando sus brazos mientras toma una profunda respiración.
―Tendré cuidado ―dice, sus ojos se suavizan.
Oh, gracias a Dios. Sus ojos queman hacia mí mientras me dirijo al auto, abro la puerta delantera del pasajero, y entro. Una vez que estoy a salvo en el confort del Audi, desaparece dentro del edificio, y mi corazón sube otra vez a mi garganta. ¿Qué está planeando hacer?
Me siento y espero. Y espero. Y espero. Cinco minutos eternos. El taxi de Jack se estaciona frente al Audi. Diez minutos. Quince. Jesús, ¿qué están haciendo ahí, y cómo está Taylor? La espera es agonizante.
Veinticinco minutos después, Jack emerge del edificio, cargando una caja de cartón de almacén. Junto a él está el guardia de seguridad. ¿Dónde estaba más temprano? Y después de ellos, Joseph y Taylor. Jack luce enfermo. Se dirige directamente al taxi, y estoy agradecida de que el Audi tenga pesadas ventanas polarizadas, así no puede verme. El taxi se marcha, presumiblemente no al Sea-Tac, mientras Joseph y Taylor alcanzan el auto.
Abriendo la puerta del conductor, Joseph se desliza suavemente en el asiento, presumo que porque yo estoy en el asiento del copiloto, y Taylor entra detrás de mí. Ninguno de ellos dice una palabra mientras Joseph enciende el auto y entra en el tráfico. Arriesgo una mirada rápida a Cincuenta. Su boca está en una línea firme, pero parece distraído. El teléfono del auto suena.
―Jonas ―Joseph chasquea.
―Sr. Jonas, Barney aquí.
―Barney, estoy en altavoz, y hay otras personas en el carro ―Joseph advierte.
―Señor, todo está hecho. Pero necesito hablar con usted sobre lo que conseguí en la computadora del Sr. Hyde.
―Te llamaré cuando alcance mi destino. Y gracias, Barney.
―No hay problema, Sr. Jonas.
Barney cuelga. Él suena más joven de lo que esperaba.
¿Qué más está en la computadora de Jack?
―¿Me hablas? ―pregunto quedamente.
Joseph me mira, antes de fijar sus ojos nuevamente en el camino, puedo decir que todavía está molesto.
―No ―murmura calmadamente.
Oh, ahí vamos… que infantil. Envuelvo mis brazos a mi alrededor y miro sin ver la ventana. Tal vez debería pedirle que me deje en mi apartamento, así puede “no hablarme” desde la seguridad de Escala y salvarnos de una pelea inevitable. Pero mientras pienso, sé que no quiero dejarlo para meditar, no después de ayer.
Eventualmente, nos detenemos en frente a su edificio, y Joseph sale del auto. Moviéndose con gracia alrededor hacia mi lado, él abre mi puerta.
―Vamos ―ordena mientras Taylor entra en el asiento del conductor. Tomo su mano y lo sigo a través del gran vestíbulo hacia el elevador. No me deja ir.
―Joseph, ¿por qué estás tan molesto conmigo? ―susurro mientras esperamos.
―Tú sabes porque ―murmura cuando entramos en el elevador, y presiona el código de su piso―. Dios, si algo te hubiera pasado, él estaría muerto ahora. ―El tono de Joseph me enfría hasta los huesos. Las puertas se cierran―. Como están las cosas, voy a arruinar su carrera así él no podrá tomar ventaja de mujeres jóvenes nunca más, miserable excusa de un hombre, eso es. ―Sacude su cabeza―. ¡Jesús, ____! ―Él me agarra de repente, aprisionándome en la esquina del elevador.
Sus manos hacen un puño en mi cabello mientras empuja mi cabeza hacia la suya, y su boca está sobre la mía, una desesperada pasión en su beso. No sé por qué me toma por sorpresa, pero lo hace. Saboreo su alivio, su anhelo, y su rabia residual mientras su lengua posee mi boca. Se detiene, mirándome, descansando su peso contra mí así que no puedo moverme. Me deja sin aliento, aferrándome a él para apoyarme, mirando hacia ese hermoso rostro grabado con determinación y sin ningún rastro de humor.
―Si algo te hubiera pasado… si él te hubiera hecho daño… ―Siento el estremecimiento que lo recorre―. BlackBerry ―ordena silenciosamente―. Desde ahora. ¿Entiendes?
Asiento, tragando, incapaz de romper el contacto con su fascinante, mirada triste. Se endereza, liberándome cuando el elevador se detiene.
―Él dijo que lo pateaste en las bolas. ―El tono de Joseph es más ligero, con un rastro de admiración, creo que estoy perdonada.
―Sí ―susurro, todavía aturdida por la intensidad de su beso y su apasionada orden.
―Bien.
―Ray es un exmilitar. Me enseño bien.
―Me alegra que lo haya hecho. ―Respira y añade, arqueando una ceja―. Necesitaré recordarlo. ―Tomando mi mano, me dirige fuera del elevador y lo sigo, aliviada. Creo que eso es todo lo malo que se pondrá su humor―. Necesito llamar a Barney. No tardare mucho. ―Desaparece en su estudio, dejándome varada en la vasta sala de estar. La Sra. Jones está terminando los últimos toques de nuestra comida. Me doy cuenta que estoy famélica, pero necesito algo que hacer.
―¿Puedo ayudar? ―pregunto.
Ella se ríe.
―No, ____. ¿Puedo prepararte un trago o algo? Luces derrotada.
―Me encantaría una copa de vino.
―¿Blanco?
―Sí, por favor.
Me subo en uno de los taburetes de la barra, y me da una copa de vino. No sé cuál es, pero es delicioso, y se desliza con facilidad, calmando mis nervios destrozados.
¿Qué estaba pensando más temprano? Cuán aliviada me sentía desde que conocí a Joseph. Cuán excitante se ha vuelto mi vida. Jesús, ¿podría tener unos pocos días aburridos?
¿Qué si nunca hubiera conocido a Joseph? Estaría refugiada en mi apartamento, hablando con Ethan, completamente chiflada por mi encuentro con Jack, sabiendo que tendría que encarar al baboso otra vez el viernes. Como están las cosas, hay muchas posibilidades de que no vuelva a poner los ojos en él de nuevo. ¿Pero ahora para quién trabajo? Frunzo el ceño. No había pensado en eso. Mierda, ¿al menos tengo trabajo?
―Buenas tardes, Gail ―dice Joseph mientras entra en el gran salón, arrastrándome de mis pensamientos. Dirigiéndose directamente a la nevera, se sirve una copa de vino él mismo.
―Buenas tardes, Sr. Jonas. ¿Cena en diez, señor?
―Suena bien.
Joseph alza su copa.
―Por exmilitares que entrenan bien a sus hijas ―dice y sus ojos se suavizan.
―Salud ―murmuro, alzando mi copa.
―¿Qué está mal? ―Joseph pregunta.
―No sé si todavía tengo trabajo.
Inclina la cabeza a un lado.
―¿Todavía quieres uno?
―Por supuesto.
―Entonces todavía tienes uno.
Simple. ¿Ves? Él es el maestro de mi universo. Le ruedo los ojos y él sonríe.
La Sra. Jones hace pastel de pollo. Ella nos ha dejado disfrutar de los frutos de su trabajo, y me siento mucho mejor ahora que he tenido algo de comer. Estamos sentados en la barra de desayuno y a pesar de mis mejores halagos, Joseph no me dirá qué encontró Barney en la computadora de Jack. Dejo el tema, y decido hacer frente al espinoso problema de la inminente visita de José.
―José llamó ―digo con indiferencia.
―¿Oh? ―Joseph se voltea para mirarme.
―Quiere entregar tus fotos el viernes.
―Una entrega personal. Cuán servicial de su parte ―Joseph murmura.
―Él quiere salir. Por un trago. Conmigo.
―Ya veo.
―Y Kate y Elliot deberían estar de vuelta ―añado rápidamente.
Joseph pone el tenedor en el plato.
―¿Qué, exactamente, estás pidiendo?
Me erizo.
―No estoy pidiendo nada. Te estoy informando mis planes para el viernes. Mira, quiero ver a José, y él se quiere quedar. Se queda aquí o se puede quedar en mi casa, pero si lo hace debería estar allí, también.
Los ojos de Joseph se amplían. Él mira estupefacto.
―Él se te insinuó.
―Joseph, eso fue hace semanas. Estaba ebrio. Yo estaba ebria, tú salvaste el día, no pasara otra vez. Él no es Jack, por el amor de Dios.
―Ethan está ahí. Él puede acompañarlo.
―Él quiere verme a mí, no a Ethan.
Joseph me frunce el ceño.
―Él es solo un amigo. ―Mi voz es enfática.
―No me gusta.
¿Y qué? Jesús, él es irritante a veces. Tomo una respiración profunda.
―Él es mi amigo, Joseph. No lo he visto desde su presentación. Y fue muy breve. Sé que no tienes amigos, aparte de esa espantosa mujer, pero no me quejo acerca de ti viéndola ―le espeto. Joseph parpadea, sorprendido―. Quiero verlo. He sido una mala amiga con él. ―Mi subconsciente está alarmado. ¿Estás estampando tu pequeño pie? ¡Quieta ahora!
Ojos ambarinos arden en mí.
―¿Es eso lo que piensas? ―respira.
―¿Pienso sobre qué?
―Elena. ¿Preferirías que no la viera?
Santo cielo.
―Exacto. Preferiría que no la vieras.
―¿Por qué no lo dijiste?
―Porque no es mi decisión. Tú crees que ella es tu única amiga. ―Me encojo de hombros con exasperación. Él realmente no lo entiende. ¿Cómo esto se volvió una conversación sobre ella? Ni siquiera quiero pensar en ella. Trato de llevarnos de vuelta a José―. Así como no es tu decisión para decir si puedo o no puedo ver a José. ¿No lo entiendes?
Joseph me mira, perplejo, pienso. Oh, ¿qué está pensando?
―Se puede quedar aquí, supongo ―murmura―. Puedo mantener un ojo sobre él. ―Suena petulante.
¡Aleluya!
―¡Gracias! Ya sabes, si voy a vivir aquí, también… ―disminuyo. Joseph asiente con la cabeza. Él sabe lo que estoy tratando de decir―. No es como si no tuvieras espacio. ―Sonrío con satisfacción.
Sus labios se levantan caprichosa y lentamente.
―¿Me estás sonriendo, señorita Steele?
―Definitivamente, Sr. Jonas. ―Me levanto en caso de que sus manos comiencen a temblar, limpio nuestros platos, y luego los cargo en el lavavajillas.
―Gail hará eso.
―Lo he hecho ahora. ―Me pongo de pie y lo veo. Me está mirando intensamente.
―Tengo que trabajar un rato ―dice disculpándose.
―Genial. Encontraré algo que hacer.
―Ven aquí ―ordena, pero su voz es baja y seductora, sus ojos ardiendo. No dudo en caminar a sus brazos, estrechándolo alrededor de su cuello cuando se sube en el taburete. Envuelve sus brazos a mi alrededor, me aplasta contra él, y sólo me sostiene―. ¿Estás bien? ―susurra en mi cabello.
―¿Bien?
―¿Después de lo que paso con ese jodido? ¿Después de lo que paso ayer? ―agrega, su voz baja y seria.
Miro los oscuros, serios, ojos ambarinos. ¿Estoy bien?
―Sí ―susurro.
Sus brazos se tensan a mi alrededor, y me siento segura, apreciada, y amada, todo al mismo tiempo. Es maravilloso. Cerrando mis ojos, disfruto el sentimiento de estar entre sus brazos. Amo a este hombre. Amo su intoxicante esencia, su fuerza, su voluptuosidad… mi Cincuenta.
―No peleemos ―murmura. Besa mi cabello e inhala profundamente―. Hueles celestial como siempre, ____.
―Igual tú ―susurro y beso su cuello.
Demasiado pronto me libera.
―Deberían ser solo un par de horas.
Deambulo apáticamente por el apartamento. Joseph todavía está trabajando. Me he duchado y vestido con un suéter y una camiseta mía, y me aburro. No quiero leer. Si me quedo quieta, voy a recordar a Jack y sus dedos en mí. Echo un vistazo a mi antiguo dormitorio, el dormitorio de las sumisas. José puede dormir aquí, le gustara la vista. Son como las ocho y quince, y el sol comienza a hundirse en el oeste. Las luces de la ciudad parpadean debajo de mí. Es glorioso. Sí, José le gustará aquí. Me pregunto distraídamente donde Joseph colgara las fotos que José me tomó. Pero preferiría que no lo hiciera. No estoy interesada en verme a mí misma.
De vuelta en el pasillo me encuentro fuera de la sala de juegos, y sin pensar, trato de abrir la manija de la puerta. Joseph normalmente la mantiene bajo llave, pero para mi sorpresa, la puerta abre. Que extraño. Sintiéndome como una niña jugando a las escondidas y perdiéndome en el bosque prohibido, entro. Está oscuro. Le doy un golpecito rápido al interruptor y las luces bajo la cornisa se iluminan con un suave resplandor. Es como lo recuerdo. Una sala como un vientre.
Recuerdos de la última vez que estuve aquí destellan en mi mente. El cinturón… Me estremezco al recordarlo. Ahora cuelga inocentemente, alineado con los demás, en el estante junto a la puerta. Tentativamente paso mis dedos sobre los cinturones, los floggers, las paletas y los látigos.
Jesús. Esto es lo que tengo que cuadrar con el Dr. Flynn. ¿Puede alguien con este estilo de vida parar? Parece tan improbable. Vagando sobre la cama, me siento en las suaves sabanas de raso rojo, mirando a mi alrededor a todos los aparatos.
A mi lado está el banco, sobre éste, un surtido de bastones. ¡Tantos! ¿Seguro uno es suficiente? Bueno, cuanto menos se diga sobre eso, mejor. Y la gran mesa. Nunca intentamos eso, lo que sea que él hace ahí. Mis ojos caen en el sofá, y me muevo para sentarme en él. Sólo es un sofá, no hay nada extraordinario en él, nada para ajustar nada, no que yo pueda ver. Echando un vistazo detrás de mí, veo el cofre del museo. Mi curiosidad se despierta. ¿Qué guarda ahí?
Mientras tiro del cajón de arriba noto que mi sangre late con fuerza por mis venas. ¿Por qué estoy tan nerviosa? Esto se siente tan ilícito, como si estuviera invadiendo, lo que por supuesto, estoy haciendo. Pero si él se quiere casar conmigo, bueno…
Santa mierda, ¿qué es todo esto? Una serie de instrumentos y utensilios extraños, no tengo idea de qué o para qué son, están cuidadosamente dispuestos en el cajón abierto. Escojo uno. Tiene forma de bala con una especie de mango. Hmmm… ¿Qué demonios haces con esto? Mi mente se tambalea, sin embargo creo que tengo una idea. Jesús, ¡hay cuatro tallas diferentes! Mi cuero cabelludo pica y levanto la mirada.
Joseph está de pie en la entrada, mirándome, su rostro difícil de leer. ¿Cuánto tiempo lleva aquí? Siento como si me hubieran atrapado con las manos en el tarro de galletas.
―Hola. ―Le sonrío nerviosamente, y sé que mis ojos están muy abiertos y que estoy mortalmente pálida.
―¿Qué estás haciendo? ―dice suavemente, pero hay un trasfondo en su tono.
Oh, mierda. ¿Está molesto? Me ruborizo.
―Eh… Estaba aburrida y curiosa ―murmuro, avergonzada de ser descubierta. Él dijo que serían dos horas.
―Esa es una combinación muy peligrosa. ―Corre su largo dedo índice por su labio inferior, en tranquila contemplación, sin quitar los ojos de mí. Trago y mi boca está seca.
Lentamente entra en la habitación y cierra la puerta sin hacer ruido detrás de él, sus ojos son fuego líquido ámbar. Oh mi… Se inclina casualmente sobre la cajonera, pero creo que su posición es engañosa. Mi Diosa interior no sabe si es tiempo de luchar o de volar.
―Entonces, ¿qué es exactamente de lo que sientes curiosidad, señorita Steele? Tal vez podría iluminarte.
―La puerta estaba abierta. Yo… ―Miro a Joseph mientras aguanto la respiración y parpadeo, insegura como siempre de su reacción o de lo que debería decir. Sus ojos están oscuros. Creo que está divertido, pero es difícil de decir. Pone los codos en el cofre del museo y apoya la barbilla sobre sus manos entrelazadas.
―Estuve aquí más temprano, buscando qué hacer con todo esto. Debo haber olvidado cerrarla con llave. ―Él frunce el ceño un instante, como si dejar la puerta abierta es un lapso terrible de juicio. Yo frunzo el ceño, no es como que él sea olvidadizo.
―¿Ah, sí?
―Pero ahora estás aquí, curiosa como siempre. ―Su voz es suave, enigmática.
―¿No estás molesto? ―susurro, usando el aliento que me queda.
Él ladea la cabeza hacia un lado, y sus labios se contraen en diversión.
―¿Por qué estaría molesto?
―Siento como si estuviera invadiendo… y siempre estás enojado conmigo. ―Mi voz es tranquila, aunque me siento aliviada. La ceja de Joseph sube una vez más.
―Sí, estás invadiendo, pero no estoy molesto. Espero que algún día vivirás aquí conmigo, y todo esto ―hace un gesto vago por la habitación con una sola mano―, va a ser tuyo, también.
Mi sala de juegos… ¿eh? Lo miro embobada, eso es mucho para asimilar.
―Es por eso que estaba aquí hoy. Tratando de decidir qué hacer. ―Golpea sus labios con el dedo índice―. ¿Estoy enojado contigo todo el tiempo? No lo estaba esta mañana.
Oh, eso es cierto. Sonrío ante el recuerdo de Joseph cuando nos despertamos, y eso me distrae de la idea de lo que será de la sala de juegos. Él fue un divertido Cincuenta esta mañana.
―Fuiste travieso. Me gusta el Joseph travieso.
―¿Lo haces ahora? ―Él arquea una ceja, y su hermosa boca se curva hacia arriba en una sonrisa, una sonrisa tímida. ¡Vaya!
―¿Qué es esto? ―Sostengo en alto la bala de plata.
―Siempre hambrienta de información, señorita Steele. Eso es un tapón anal ―dice suavemente.
―Oh.
―Lo compré para ti.
¿Qué?
―¿Para mí?
Él asiente lentamente, su cara ahora seria y cautelosa. Frunzo el ceño.
―¿Tú compras nuevos, eh… juguetes… para cada sumisa?
―Algunas cosas. Sí.
―¿Tapones anales?
―Sí.
Está bien… Trago. Tapón anal. Es metal sólido, ¿eso seguramente tiene que ser incómodo? Recuerdo nuestra discusión sobre los juguetes sexuales y los límites duros después de graduarme. Creo que en ese momento le dije que lo intentaría. Ahora, en realidad viendo uno, no sé si es algo que quiero hacer. Lo examino una vez más y lo coloco de regreso en el cajón.
―¿Y esto? ―Saco un objeto de goma largo, negro, hecho de burbujas esféricas disminuyendo gradualmente unidas entre sí, la primera grande y la última mucho más pequeña. Ocho burbujas en total.
―Cuentas anales ―dice Joseph, mirándome con atención.
¡Oh! Las examino con fascinado horror. Todo esto, dentro de mí… ¡allí! No tenía ni idea.
―Ellas tienen bastante efecto si las sacas en mitad del orgasmo ―agrega de manera casual.
―¿Esto es para mí? ―susurro.
―Para ti. ―Él asiente lentamente.
―¿Este es el cajón anal?
Él sonríe.
―Si te gusta.
Lo cierro rápidamente, enrojeciendo como un semáforo.
―¿No te gusta el cajón anal? ―pregunta inocentemente, divertido. Lo miro y me encojo de hombros, tratando de zafarme del impacto.
―No está en la parte superior de la lista en mi tarjeta de Navidad ―murmuro con indiferencia. Tentativamente, abro el segundo cajón. Él sonríe.
―El siguiente cajón contiene una selección de vibradores.
Cierro el cajón rápidamente.
―¿Y el siguiente? ―susurro, palideciendo una vez más, pero esta vez de vergüenza.
―Ese es más interesante.
¡Oh! Vacilante tiro para abrir el cajón, sin apartar mis ojos de su rostro hermoso, pero más bien petulante. En el interior hay una gran variedad de artículos de metal y algunos ganchos para tender ropa. ¡Pinzas de ropa! Cojo un dispositivo grande de metal como un clip.
―Pinza genital ―dice Joseph. Se levanta y se mueve casualmente alrededor así que está a mi lado. Lo regreso inmediatamente y elijo algo más delicado, dos pequeños clips en una cadena―. Algunos de estos son para el dolor, pero la mayoría son para el placer ―murmura.
―¿Qué es esto?
―Pinzas para pezones; eso es para ambos.
―¿Para ambos? ¿Pezones?
Joseph me sonríe.
―Bueno, hay dos pinzas, nena. Sí, ambos pezones, pero es no es lo que quise decir. Estos son para ambos, placer y dolor.
Oh. Él me la quita.
―Extiende tu dedo meñique.
Hago lo que él pide, y sujeta un clip a la punta de mi dedo. No es demasiado duro.
―La sensación es muy intensa, pero es cuando las quitamos que ellas son más dolorosas y placenteras. ―Me retira la pinza. Hmm, eso podría ser bueno. Me retuerzo ante el pensamiento.
―Me gusta el aspecto de estas ―murmuro y Joseph sonríe.
―¿Qué ahora, señorita Steele? Creo que puedo decirlo.
Asiento con la cabeza tímidamente, mordiéndome el labio. Él llega y sube mi barbilla, así que libero mi labio inferior.
―Sabes lo que eso me hace ―murmura.
Pongo las pinzas en el cajón, y Joseph se inclina hacia adelante y saca dos más.
―Estas son ajustables. ―Él las sostiene para que las inspeccione.
―¿Ajustables?
―Puedes usarlas muy apretadas… o no. Dependiendo de tu estado de ánimo.
¿Cómo hace que suene tan erótico? Trago, y para desviar su atención, saco un dispositivo que se parece a un cortador de pasta con puntas.
―¿Esto? ―Frunzo el ceño. Nada de hornear en la sala de juegos, sin duda.
―Eso es una rueda de Wartenberg.
―¿Para?
Él se acerca y lo toma.
―Dame tu mano. Palma hacia arriba.
Le ofrezco mi mano izquierda y la toma con suavidad, deslizando su pulgar sobre mis nudillos. Un escalofrío me recorre. Su piel contra la mía, nunca deja de emocionarme. Corre la rueda por encima de mi palma.
―¡Ah! ―Los dientes muerden mi piel, hay más que sólo dolor. De hecho, cosquillea ligeramente.
―Imagina eso sobre tus pechos ―murmura Joseph lascivamente.
¡Oh! Me ruborizo y jalo mi mano. Mi respiración y corazón aumentando la frecuencia. Santo cielo.
―Hay una línea delgada entre el placer y el dolor, ____ ―dice en voz baja mientras se inclina y coloca el dispositivo en el cajón.
―¿Pinzas de ropa? ―susurro.
―Puedo hacer mucho con pinzas de ropa. ―Sus ojos ambarinos queman.
Me apoyo contra el cajón por lo que se cierra.
―¿Eso es todo? ―Joseph se ve divertido.
―No… ―Abro el cuarto cajón para ser confundida por una masa de cuero y correas. Tiro de una de las correas… parece estar unida a una pelota.
―Mordaza con bola. Te mantiene callada ―dice Joseph, divertido una vez más.
―Límite suave ―murmuro.
―Recuerdo ―dice―. Pero todavía puedes respirar. Tus dientes se sujetan sobre la pelota. ―Tomándola, él imita una boca sujetando la pelota con sus dedos.
―¿Has usado una de estas? ―pregunto.
Él se pone rígido y mira hacia mí.
―Sí.
―¿Para ocultar tus gritos?
Cierra sus ojos, y yo creo que es en exasperación.
―No, eso no es para lo que son.
¿Oh?
―Se trata de control, ____. ¿Cuán impotente te sentirías tú si estuvieras atada y no pudieras hablar? ¿Qué confiada tendrías que estar, sabiendo que yo tengo tanto poder sobre ti? ¿Qué yo tengo que leer tu cuerpo y tu reacción, en lugar de escuchar tus palabras? Te hace más dependiente, me pone en el control final.
Yo trago.
―Suenas como si lo extrañaras.
―Es lo que yo sé ―murmura, mirándome. Sus ojos ambarinos están muy abiertos y serios, y el ambiente entre nosotros ha cambiado como si él estuviera en el confesionario.
―Tú tienes poder sobre mí. Sabes que sí ―le susurro.
―¿Sí? Tú me haces sentir… indefenso.
―¡No! ―Oh Cincuenta―. ¿Por qué?
―Porque eres la única persona que conozco que realmente podría hacerme daño. ―Él me alcanza y mete mi cabello detrás de la oreja.
―Oh, Joseph… eso funciona en ambos sentidos. Si no me quisieras… ―Me estremezco, mirando hacia abajo a mis dedos retorcidos. Allí yace mi otra oscura duda acerca de nosotros. Si él no estuviera tan… roto, ¿él me querría? Niego con la cabeza. Tengo que tratar de no pensar así―. Lo último que quiero hacer es hacerte daño. Te amo ―murmuro, llegando a pasar mis dedos por su patilla y frotar suavemente la mejilla. Él inclina su cara hacia mi toque, deja caer la mordaza de regreso al cajón, y llega hasta mí, sus manos alrededor de mi cintura. Me tira contra él.
―¿Hemos terminado de mostrar y hablar? ―pregunta, su voz suave y seductora. Su mano se mueve hacia arriba de mi espalda a la nuca.
―¿Por qué? ¿Qué quieres hacer?
Él se inclina y me besa suavemente, y me derrito contra él, sujetando sus brazos.
―____, casi fuiste atacada hoy. ―Su voz es suave pero helada y cautelosa.
―¿Y? ―pregunto, disfrutando de la sensación de su mano en mi espalda y su proximidad. Empuja su cabeza hacia atrás y frunce el ceño hacia mí.
―¿Qué quieres decir con, “Y”? ―reprende.
Miro a su encantadora y mal humorada cara, y yo estoy deslumbrada.
―Joseph, estoy bien.
Él me envuelve en sus brazos, sosteniéndome cerca.
―Cuando pienso en lo que podría haber sucedido… ―Respira, enterrando su cara en mi cabello.
―¿Cuándo aprenderás que soy más fuerte de lo que me veo? ―susurro tranquilizadoramente en su cuello, inhalando su aroma delicioso. No hay nada mejor en el planeta que estar en los brazos de Joseph.
―Sé que eres fuerte ―reflexiona Joseph en voz baja. Besa mi cabello, y luego para mi gran decepción, me libera. ¿Ah?
Agachándome pesco otro artículo del cajón abierto. Varias esposas unidas a una barra. Lo sostengo.
―Eso ―dice Joseph, sus ojos oscureciéndose―, es una barra de separación con restricciones de tobillo y muñeca.
―¿Cómo funciona? ―pregunto, realmente intrigada. Mi Diosa interior asoma la cabeza fuera de su búnker.
―¿Quieres que te enseñe? ―jadea sorprendido, cerrando los ojos brevemente.
Parpadeo hacia él. Cuando abre los ojos, ellos están brillando. Oh mi…
―Sí, quiero una demostración. Me gusta ser atada ―susurro mientras mi Dios interior da un salto desde el búnker hacia su chaise longue.
―Oh, ____ ―murmura él. De repente, se ve afligido.
―¿Qué?
―No aquí.
―¿Qué quieres decir?
―Yo te quiero en mi cama, no aquí. Ven. ―Agarra la barra y mi mano, luego me lleva rápidamente fuera de la habitación.
¿Por qué nos estamos yendo? Miro detrás de mí a medida que salimos.
―¿Por qué no allí?
Joseph se detiene en las escaleras y mira hacia mí, su expresión seria.
―____, tú puedes estar lista para volver ahí, pero yo no lo estoy. La última vez que estuvimos allí, me dejaste. Te lo sigo diciendo, ¿cuándo entenderás? ―Frunce el ceño, liberándome así él pueda gesticular con su mano libre―. Toda mi actitud ha cambiado como resultado. Mi perspectiva completa de la vida ha cambiado radicalmente. Te he dicho esto. Lo que no te he dicho es… ―Se detiene y se pasa la mano por el pelo, buscando las palabras correctas―. Soy como un alcohólico en recuperación, ¿está bien? Esa es la única comparación que puedo sacar. La compulsión se ha ido, pero no quiero poner la tentación en mi camino. No quiero hacerte daño.
Él se ve tan lleno de remordimientos, y en ese momento, unas afiladas lanzas producen dolor a través de mí. ¿Qué le he hecho a este hombre? ¿He mejorado su vida? Él era feliz antes de conocerme a mí, ¿no?
―No puedo soportar hacerte daño, porque te amo ―añade, mirándome, su expresión de sinceridad absoluta como un niño pequeño diciendo una verdad muy simple.
Él es completamente inocente, y me quita el aliento. Lo adoro más que a nada ni a nadie. Amo a este hombre incondicionalmente.
―¿Quieres que te folle en las escaleras? ―murmura, su respiración es irregular―. Porque en este momento, lo haría.
―Sí ―murmuro y me aseguro que mi oscura mirada se encuentre con la suya.
Me mira, sus ojos entrecerrados y pesados.
―No. Te quiero en mi cama. ―De repente me levanta sobre su hombro, haciéndome quejarme en voz alta y me pega con fuerza en el trasero, lo cual me hace quejarme de nuevo. Mientras baja las escaleras, se agacha para levantar la barra caída.
La señora Jones va saliendo del cuarto de servicio cuando pasamos por el pasillo. Nos sonríe, y le dirijo una apologética inclinación de cabeza. No creo que Joseph la notara.
En el cuarto, me pone de nuevo en mis pies y tira la barra en la cama.
―No creo que vayas a herirme ―suspiro.
―Tampoco creo que vaya a hacerlo ―dice, toma mi cabeza entre sus manos y me besa, largo y con fuerza, incendiando mi sangre ya caliente―. Te deseo mucho ―susurra contra mi boca, jadeando―. ¿Estás segura de esto? Después de lo de hoy…
―Sí, yo también te deseo. Quiero desvestirte. ―No puedo esperar a tener mis manos en él, mis dedos pican por tocarle.
Sus ojos se ensanchan por un momento, duda, quizás reconsiderando mi petición.
―No te tocaré si no quieres que lo haga ―susurro.
―No ―responde rápidamente―, hazlo. Está bien, estoy bien ―murmura.
Suavemente suelto un botón y mis dedos se deslizan en su camisa hasta el siguiente. Sus ojos están grandes e iluminados, sus labios entreabiertos para respirar. Es tan hermoso, incluso en su temor… por su temor. Me deshago del tercer botón y noto su suave vello entre la gran V de su camiseta.
―Quiero besarte ahí ―murmuro.
Él inhala con fuerza.
―¿Besarme?
―Sí ―murmuro.
Jadea mientras me deshago del siguiente botón y lentamente me inclino, dejando clara mi intención. Está conteniendo su aliento, pero se queda quieto mientras planto un suave beso entre su suaves y expuestos rizos. Me deshago del último botón y levanto la mirada hacia él. Me está mirando fijamente, y hay una expresión de satisfacción, calma y maravilla en su rostro.
―Se vuelve más fácil, ¿cierto? ―susurro.
Él asiente mientras lentamente saco su camisa sobre sus hombros y la dejo caer al piso.
―¿Qué me has hecho, ____? ―murmura―. Sea lo que sea, no te detengas. ―Y me agarra en sus brazos, apretando ambas manos en mi cabello y tirando mi cabeza hacia atrás para poder tener libre acceso a mi garganta.
Desliza sus labios por mi mandíbula, pellizcando suavemente. Gimo. Oh, deseo a este hombre. Mis dedos vuelan a su cintura, quitando el botón y bajando el cierre.
―Oh nena ―suspira y me besa detrás de la oreja. Siento su erección, firme y fuerte, tirando contra mí. Lo quiero… en mi boca. Me hecho hacia atrás abruptamente y caigo en mis rodillas―. Whoa ―jadea.
Tiro de sus pantalones y bóxers con fuerza, se libera. Antes de que pueda detenerme, lo meto en mi boca, succionando con fuerza, disfrutando su sorprendido asombro mientras su boca se abre. Baja la mirada a mí, observando cada uno de mis movimientos, sus ojos tan oscuros y llenos de felicidad carnal. Oh Dios. Cierro los dientes y succiono con más fuerza. Él cierra sus ojos y se entrega a ese placer carnal que está despertando. Sé que hacerle, y es hedonista, liberador, y candente como el infierno. El sentimiento es embriagador, no soy sólo poderosa, soy omnisciente.
―Dios ―sisea y suavemente toma mi cabeza, flexionando sus caderas para meterse más profundo en mi boca. Oh sí, quiero esto y enrollo mi lengua alrededor de él, chupando con fuerza… una y otra vez―. ____... ―Trata de alejarse.
Oh no lo harás, Jonas. Te deseo. Tomo sus caderas firmemente, doblando mis esfuerzos, y puedo decir que ya está cerca.
―Por favor ―jadea―. Me vengo, _____ ―gime.
Bien. La cabeza de mi Diosa interna se lanza hacia atrás por el éxtasis, y él se viene, gimiendo y húmedamente en mi boca.
Abre sus brillantes ojos ambarinos, bajando su mirada hacia mí, y le sonrío, lamiendo mis labios. Él me sonríe, una malvada y sucia sonrisa.
―Oh, ¿este es el juego que estamos jugando, señorita Steele? ―Se dobla, toma mis manos bajo sus hombros, y me pone de pie. De repente su boca está en la mía. Gime―. Me puedo saborear. Tú sabes mejor ―murmura contra mis labios. Quita mi camiseta y la tira descuidadamente al piso, luego me levanta y me tira en la cama. Tomando mi suéter lo jala tan abruptamente que se quita sin que yo siquiera me mueva. No llevo ropa interior, tendida sobre su cama. Esperando, esperando. Sus ojos me embriagan, lentamente se quita la ropa que aún tiene puesta, sin quitar sus ojos de mí―. Eres una mujer hermosa, _____ ―murmura con aprecio.
Mmm…. Ladeo mi cabeza coquetamente hacia un lado y le sonrió.
―Tú eres un hombre hermoso, Joseph, y sabes poderosamente bien.
Me dirige una sonrisa malvada y alcanza la barra separadora. Tomando mi tobillo izquierdo, rápidamente lo agarra, apretando la hebilla con fuerza, pero no demasiado. Calcula cuánto espacio tengo, deslizando su dedo entre el brazalete y mi tobillo. No quita sus ojos de mí; no necesita ver qué está haciendo. Mmm… lo ha hecho antes.
―Tendremos que ver cómo sabe. Si mal no recuerdo, es un raro y exquisito manjar, señorita Steele.
Oh.
Agarrando mi otro tobillo, de manera rápida y eficiente también lo amarra, de esta manera mis pies están separados entre sí por sesenta centímetros de ancho.
―Lo bueno de este separador es, que se expande ―murmura. Presiona algo en la barra, luego empuja, y así mis pies están separados aún más. Whoa, por noventa centímetros. Mi boca se abre, luego tomo un respiro profundo. Mierda, esto es excitante. Estoy en llamas, inquieta y necesitada.
Joseph lame su labio inferior.
―Oh, vamos a tener algo de diversión con esto, ____. ―Se inclina hacia el separador y lo gira, así quedo recostada de frente. Eso me toma por sorpresa―. ¿Ves lo que puedo hacerte? ―dice sombríamente mientras lo gira de nuevo, así estoy de nuevo recostada en mi espalda, con la boca abierta hacia él, jadeante―. Estas otras esposas son para tus manos. Pensaré en eso. Depende en si te comportas o no.
―¿Cuándo no me comporto?
―Puedo pensar en un par de infracciones ―dice suavemente, deslizando sus dedos por las plantas de mis pies. Hace cosquillas, pero la barra me mantiene en mi lugar, aunque trate de retorcerme para alejarme de sus dedos―. Tu BlackBerry, una.
Jadeo.
―¿Qué vas a hacer?
―Oh, yo nunca revelo mis planes. ―Sonríe, sus ojos encendidos por la diablura.
Santo cielo. Es tan alucinantemente sexy, me quita el aliento.
Se arrastra en la cama para arrodillarse entre mis piernas, gloriosamente desnudo, y yo estoy indefensa.
―Mmm. Estás tan expuesta, señorita Steele. ―Desliza los dedos de ambas manos en el interior de mis dos piernas, lentamente, con seguridad, dibujando pequeños patrones circulares. Sin nunca perder su contacto visual conmigo―. Es todo sobre expectación, ____. ¿Qué te haré? ―Sus suaves palabras penetran en lo más profundo y oscuro de mí. Me retuerzo sobre la cama y gimo. Sus dedos continúan su lento recorrido en mis piernas, pasa la parte de atrás de mis rodillas. Instintivamente, quiero cerrar mis piernas pero no puedo―. Recuerda, si no te gusta algo, simplemente dime que me detenga ―murmura. Doblándose para besar mi vientre, suaves y succionantes besos, mientras sus manos continúan su camino ascendente hacia el interior de mis muslos, tocando y burlándose.
―Oh, por favor, Joseph ―suplico.
―Oh, señorita Steele. He descubierto que puede ser despiadada en sus asaltos amorosos hacia mí, creo que debería devolverle el favor.
Mis dedos agarran el edredón mientras me entrego a él, su boca suavemente va descendiendo, y sus dedos ascendiendo, hacia el vulnerable y expuesto vértice entre mis muslos. Gimo mientras desliza sus dedos en mi interior y encorvo mi pelvis para encontrarlos. Joseph gime en respuesta.
―Nunca dejas de sorprenderme, ____. Estas tan mojada ―murmura contra la línea que une mi vello púbico con mi vientre. Mi cuerpo se encorva cuando su boca me encuentra.
Oh mi…
Empieza un lento y sensual asalto, su lengua gira una y otra vez mientras sus dedos se introducen en mí. Ya que no puedo cerrar mis piernas o moverme, es intenso, realmente intenso. Mi espalda se arquea y trato de absorber las sensaciones.
―Oh, Joseph ―grito.
―Lo sé, nena ―susurra, y se pone sobre mí y sopla suavemente sobre la parte más sensible de mi cuerpo.
―¡Agh, por favor! ―ruego.
―Di mi nombre ―ordena.
―Joseph ―grito, difícilmente reconozco mi propia voz, se escucha tan aguda y necesitada.
―De nuevo ―resopla.
―Joseph, Joseph, Joseph Jonas ―grito con fuerza.
―Eres mía. ―Su voz es suave y mortal y con un último movimiento de su lengua, caigo ―espectacularmente― abrazando mi orgasmo, y debido a que mis piernas están separadas, sigue y sigue y me pierdo en él.
Vagamente soy consciente de que Joseph me ha puesto de frente.
―Vamos a tratar esto, nena. Si no te gusta, o es muy incómodo, me lo dices, y nos detendremos.
¿Qué? Estoy demasiado perdida en el resplandor para formar algún pensamiento consciente o coherente. Estoy sentada en el regazo de Joseph. ¿Cómo pasó esto?
―Inclínate hacia abajo, nena ―murmura en mi oído―, cabeza y pecho en la cama.
En medio del aturdimiento hago lo que se me dice. Tira mis dos manos hacia atrás y las ata a la barra, juntos a mis tobillos. Oh… mis rodillas están inmóviles, mi trasero en el aire, totalmente vulnerable, completamente suyo.
―____, luces tan hermosa. ―Su voz llena de maravilla, y escucho el rasgado de una hoja de papel aluminio. Desliza sus dedos desde la base de mi columna hasta mi sexo y se detiene un momento sobre mi trasero―. Cuando estés lista, quiero esto también. ―Su dedo se mete en mí. Jadeo en voz alta y me siento tensa bajo su suave sondeo―. No hoy, dulce ____, pero un día… te amaré de todas las maneras. Quiero poseer cada pulgada de ti. Eres mía.
Pienso en la prueba anal, y todo lo que aprieta en mi interior. Sus palabras me hacen gemir, y sus dedos se mueven arriba y giran hacia un territorio más familiar. Momentos después, me la está metiendo.
―¡Augh! Suave ―grito, y se detiene.
―¿Estás bien?
―Suave… déjame acostumbrarme.
Se mete lentamente en mí, luego se sale lentamente, me llena, se extiende en mi interior, dos, tres veces, y no puedo hacer nada.
―Sí, bueno, creo que estoy bien ―murmuro, disfrutando de la sensación.
Él gime, y aumenta su ritmo. Moviéndose, moviéndose… implacable… hacia adelante, hacia adentro, llenándome… y es exquisito. Hay alegría en mi desamparo, alegría en mi rendición hacia él, y en el saber de que puede perderse en mí de la manera en la que le gusta. Puedo hacerlo. Me lleva a esos oscuros lugares, lugares que no sabía que existían, y juntos los llenamos de luz. Oh sí… ardiente, brillante luz.
Me dejo ir, enorgulleciéndome de lo que está haciéndome, encontrando mi dulce, dulce liberación, mientras me vengo de nuevo en voz alta, gritando su nombre. Y se detiene, vertiendo su corazón y su alma en mi interior.
―____, nena ―grita y colapsa a mi lado.
Sus dedos con destreza desatan las correas, y masajea mis tobillos y luego mis muñecas. Cuando ha terminado y soy finalmente libre, me toma en sus brazos y me dejo ir, exhausta.
Cuando emerjo de nuevo, estoy encorvada a su lado y me está mirando. No tengo idea de qué hora es.
―Podría verte dormir por siempre, ____ ―murmura y besa mi frente. Sonrió y me desplazo lánguidamente a su lado―. No quiero dejarte ir jamás ―dice en voz baja y envuelve sus brazos alrededor de mí.
Mmm.
―Nunca querré irme. Nunca me dejes ir ―murmuro soñolientamente, mis parpados rehusándose a abrir.
―Te necesito ―susurra, pero su voz es distante, etérea parte de mis sueños. Me necesita… me necesita… y finalmente me dejo caer en la oscuridad, mis últimos pensamientos son los de un pequeño niño con ojos ambarinos sucio, desordenado, con cabello oscuro sonriendo tímidamente hacia mí.
―Jack, ahora no es un buen momento para esto. Tu taxi llega en diez minutos, y necesito entregarte todos tus documentos. ―Mi voz es tranquila pero ronca, traicionándome.
Sonríe, y es una despótica sonrisa de “jódete” que finalmente toca sus ojos. Destellan bajo el brillo de la áspera luz fluorescente de la franja de luz sobre nosotros en la monótona habitación sin ventanas. Da un paso cerca de mí, mirándome, sus ojos nunca dejan los míos. Sus pupilas se dilatan mientras miro, el negro eclipsando al azul. Oh no. Mi miedo asciende.
―Sabes que tuve que pelear con Elizabeth para darte este trabajo… ―Su voz se apaga mientras da otro paso hacia mí, y retrocedo contra los sucios armarios de pared. Mantenlo hablando, mantenlo hablando, mantenlo hablando, mantenlo hablando.
―Jack, ¿cuál es exactamente tu problema? Si quieres exponer tus quejas, entonces quizás debamos ir a Recursos Humanos. Podemos hacer esto con Elizabeth en un ambiente más formal.
¿Dónde está seguridad? ¿Aún están en el edificio?
―No necesitamos a R. H. para sobrellevar esta situación, ____ ―dice sarcásticamente―. Cuando te contraté, pensé que serías una trabajadora muy ardua. Pensé que tenías potencial. Pero ahora, no lo sé. Has sido distraída y descuidada. Y me pregunto… ¿es tu novio el que te lleva por el mal camino? ―dice novio con frío desprecio―. Decidí revisar a través de tu cuenta de e-mail para ver si podía encontrar algunas pistas. ¿Y sabes qué encontré, ____? ¿Qué estaba fuera de lugar? Los únicos e-mails personales en tu cuenta eran a tu novio de primera. ―Se detiene, evaluando mi reacción―. Y me puse a pensar… ¿Dónde están los e-mails de él? No había ninguno. Nada. Nada. ¿Así que, qué está pasando, ____? ¿Cómo te llegan sus e-mails sin estar en nuestro sistema? ¿Eres de alguna agencia de espías, plantada aquí por la organización de Jonas? ¿Es eso lo que pasa?
Santa mierda, los e-mails. Oh no. ¿Qué tengo que decir?
―Jack, ¿de qué estás hablando? ―intento lucir desconcertada, y soy muy convincente. Esta conversación no va como esperaba, pero no confío en él en lo más mínimo. Alguna feromona subliminar que Jack está emanando me tiene en alerta máxima. Este hombre está enojado y es volátil y totalmente impredecible. Trato de razonar con él―. Acabas de decir que tuviste que persuadir a Elizabeth para contratarme. ¿Así que, cómo puedo ser una espía plantada? Decídete, Jack.
―Pero Jonas arruinó el viaje a Nueva York, ¿no?
Oh mierda.
―¿Cómo se encargó de eso, ____? ¿Qué hizo tu novio rico de la Ivy League?
Cada gota de sangre que queda en mi rostro es drenada, y creo que me voy a desmayar.
―No sé de qué estás hablando, Jack ―susurro―. Tu taxi estará aquí dentro de poco. Debo buscar tus cosas. ―Oh por favor, déjame ir. Detén esto.
Jack continúa, disfrutando mi incomodidad.
―¿Y él piensa que me propasaré contigo? ―Sonríe y sus ojos se encienden―. Bien, quiero que pienses en algo mientras estoy en Nueva York. Te di este trabajo, y espero que me muestres algo de gratitud. De hecho, tengo derecho a eso. Tuve que pelear para traerte. Elizabeth quería a alguien mejor calificado, pero yo… yo vi algo en ti. Así que, necesitamos trabajar en un trato. Un trato donde tú me mantienes feliz. ¿Entiendes lo que digo, ____?
¡Mierda!
―Míralo como una redefinición de la descripción de tu trabajo, si quieres. Y si me mantienes feliz, no excavaré más hondo en cómo tu novio está tirando los hilos, ordeñando a sus contactos, o cobrando algún favor de sus aduladores chicos de fraternidad de la Ivy League.
Mi boca se abre. Me está chantajeando. ¡Por sexo! ¿Y qué puedo decir? Las noticias de la adquisición de Joseph están embargadas por otras tres semanas. Simplemente no puedo creer esto. Sexo… ¡conmigo!
Jack se mueve más cerca hasta que está parado justo en frente de mí, mirando a mis ojos. Su dulce y empalagosa colonia invade mis fosas nasales ―es nauseabundo― y si no me equivoco, un amargo rastro de alcohol en su aliento. Mierda, ha estado bebiendo… ¿Cuándo?
―Eres una culo apretado, calienta pollas, lo sabes, ____ ―susurra a través de sus dientes apretados.
¿Qué? Calienta pollas… ¿yo?
―Jack, no tengo idea de lo que estás hablando ―susurro, mientras siento la adrenalina recorrer mi cuerpo. Ahora está más cerca. Estoy esperando para hacer mi movimiento. Ray estaría orgulloso. Ray me enseñó cómo hacerlo. Ray sabía autodefensa. Si Jack me toca, si incluso respira demasiado cerca de mí, lo derribare. Mi respiración es superficial. No debo desmayarme, no debo desmayarme.
―Mírate. ―Me da una mirada lasciva―. Estás tan caliente, puedo decirlo. Realmente me enciendes. Profundamente lo quieres. Lo sé.
Santa mierda. El hombre está completamente delirante. Mi miedo se dispara a ALERTA MÁXIMA, amenazando con abrumarme.
―No, Jack. Nunca te he encendido.
―Lo haces, perra calienta pollas. Puedo leer las señales. ―Alcanzándome, gentilmente acaricia mi rostro con sus nudillos, bajando a mi mejilla. Su dedo índice acaricia mi cuello, y mi corazón salta hasta mi boca mientras lucho con mi reflejo nauseoso. Alcanza la base de mi cuello donde el botón superior de mi blusa negra esta abierto, y presiona su mano contra mi pecho―. Me deseas. Admítelo, ____.
Manteniendo mis ojos firmemente enganchados con los suyos y concentrándome en lo que tengo que hacer ―en vez de proliferar mi repugnancia y temor― pongo mi mano suavemente sobre la suya en una caricia. Sonríe con triunfo. Agarro su dedo meñique, y lo giro hacia atrás, tirándolo y llevándolo por debajo de su cadera.
―¡Arrgh! ―grita de dolor y sorpresa, y mientras pierde balance, levanto mi rodilla, rápido y fuerte, hacia arriba en su ingle, y hago un contacto perfecto con mi objetivo. Lo eludo hábilmente por mi izquierda mientras sus rodillas se doblan, y colapsa con un jadeo sobre el piso de la cocina, agarrándose a sí mismo entre sus piernas.
―Nunca me toques otra vez ―le gruño―. Tu itinerario y los folletos están empacados en mi escritorio. Ahora me voy a casa. Ten un lindo viaje. Y en el futuro, tráete tu maldito café tú mismo.
―¡Maldita perra! ―medio grita y medio gruñe, pero ya estoy fuera de la puerta.
Corro a toda velocidad a mi escritorio, agarro mi chaqueta y mi cartera, y me lanzo a recepción, ignorando los gemidos y maldiciones emanando del bastardo aún caído en el piso de la cocina. Salgo del edificio y me detengo por un momento mientras el aire fresco golpea mi rostro, tomo una respiración profunda, componiéndome a mí misma. Pero no he comido en todo el día, y mientras la muy bienvenida descarga de adrenalina cede, mis piernas ceden debajo de mí, y me recuesto en el suelo.
Miro con leve desprendimiento el lento movimiento de película que se desarrolla frente a mí: Joseph y Taylor en trajes oscuros y camisas blancas, saltando fuera del auto estacionado y corriendo hacia mí. Joseph hundiéndose en sus rodillas a mi lado, y en algún nivel inconsciente, todo lo que puedo pensar es: Está aquí. Mi amor está aquí.
―____, ¡____! ¿Qué está mal? ―Me jala a su regazo, pasando sus manos arriba y abajo por mis brazos, comprobando signos de daño. Agarrando mi cabeza entre sus manos, mira con sus enormes y aterrados ojos ambarinos a los míos. Cedo contra él, repentinamente abrumada con alivio y fatiga. Oh, los brazos de Joseph. No hay lugar en el que prefiera estar―. ____. ―Me sacude gentilmente―. ¿Qué está mal? ¿Estás enferma?
Sacudo mi cabeza mientras noto que necesito empezar a comunicarme.
―Jack ―susurro, y siento en vez de ver la rápida mirada de Joseph a Taylor, quien abruptamente desaparece en el edificio.
―¡Mierda! ―Joseph me envuelve en sus brazos―. ¿Qué te hizo ese bastardo?
Y de algún lugar justo al lado correcto de la locura, unas risitas empiezan a burbujear en mi garganta. Recuerdo la estupefacción de Jack mientras agarraba su dedo.
―Es lo que le hice a él. ―Empiezo a reír y no puedo detenerme.
―¡____! ―Joseph me sacude otra vez, y mi risa cesa convenientemente―. ¿Te tocó?
―Sólo una vez.
Siento los músculos de Joseph contraerse y tensarse mientras la rabia barre a través de él, y se levanta rápidamente, poderosamente, rígidamente estable, conmigo en sus brazos. Está furioso. ¡No!
―¿Dónde está el cabrón?
Oigo gritos apagados provenientes del interior del edificio. Joseph me pone sobre mis pies.
―¿Puedes pararte?
Asiento.
―No entres. No lo hagas, Joseph. ―Repentinamente mi miedo está de regreso, miedo de lo que Joseph le haga a Jack.
―Entra en el auto ―me ladra.
―Joseph, no. ―Agarro su brazo.
―Entra en el maldito auto, ____. ―Se sacude de mí.
―¡No! ¡Por favor! ―le ruego―. Quédate. No me dejes sola. ―Empleo mi última arma.
Hirviendo, Joseph pasa sus manos a través de su cabello y baja la mirada hacia mí, claramente atrapando con indecisión. Los gritos dentro del edificio escalan, y entonces cesan repentinamente.
Oh, no. ¿Qué ha hecho Taylor?
Joseph saca su BlackBerry.
―Joseph, él tiene mis e-mails.
―¿Qué?
―Los e-mails que te envié. Quería saber dónde estaban tus e-mails de respuesta. Estaba tratando de chantajearme.
La mirada de Joseph es asesina. Oh mierda.
―¡Mierda! ―escupe y entorna sus ojos hacia mí, presiona un número en su BlackBerry.
Oh no. Estoy en problemas. ¿A quién está llamando?
―Barney. Jonas. Necesito que accedas al servidor principal de AIPS y borres todos los e-mails que me envió ____ Steele. Luego accede a los archivos de datos personales de Jack Hyde y verifica que no estén copiados ahí. Si están, bórralos… Sí, todos ellos. Hazme saber cuando esté hecho.
Cuelga y marca otro número.
―Roach. Jonas. Hyde, lo quiero fuera. Ahora. En este minuto. Llama a seguridad. Hazlo limpiar su escritorio inmediatamente, o liquidaré esta compañía como primer asunto en la mañana. Ya tienes toda la justificación que necesitas para darle la carta de despido. ¿Entiendes?
Escucha por un momento, y cuelga pareciendo satisfecho.
―BlackBerry ―me sisea a través de los dientes apretados.
―Por favor, no te enfades conmigo. ―Parpadeo hacia él.
―Estoy demasiado enfadado justo ahora ―gruñe y una vez más pasa su mano a través de su cabello―. Entra en el auto.
―Joseph, por favor…
―Entra en el maldito auto, ____ o te pondré en él yo mismo ―amenaza, sus ojos quemando con furia.
Oh mierda.
―No hagas nada estúpido, por favor ―ruego.
―¡Estúpido! ―explota―. Te dije que usaras tu maldito BlackBerry. No me hables de estupidez. Entra en el maldito auto, ____. ¡Ahora! ―gruñe y un escalofrío de miedo corre a través de mí. Este es el “Joseph muy enojado”. No lo he visto así de molesto antes. Está prácticamente colgando de su autocontrol.
―Está bien ―murmuro, aplacándolo―. Pero por favor, ten cuidado.
Presionando sus labios en una dura línea, señala furiosamente al auto, mirándome. Jesús, está bien, entendí el mensaje.
―Por favor, ten cuidado. No quiero que nada te pase. Eso me mataría ―murmuro. Parpadea rápidamente y se detiene, relajando sus brazos mientras toma una profunda respiración.
―Tendré cuidado ―dice, sus ojos se suavizan.
Oh, gracias a Dios. Sus ojos queman hacia mí mientras me dirijo al auto, abro la puerta delantera del pasajero, y entro. Una vez que estoy a salvo en el confort del Audi, desaparece dentro del edificio, y mi corazón sube otra vez a mi garganta. ¿Qué está planeando hacer?
Me siento y espero. Y espero. Y espero. Cinco minutos eternos. El taxi de Jack se estaciona frente al Audi. Diez minutos. Quince. Jesús, ¿qué están haciendo ahí, y cómo está Taylor? La espera es agonizante.
Veinticinco minutos después, Jack emerge del edificio, cargando una caja de cartón de almacén. Junto a él está el guardia de seguridad. ¿Dónde estaba más temprano? Y después de ellos, Joseph y Taylor. Jack luce enfermo. Se dirige directamente al taxi, y estoy agradecida de que el Audi tenga pesadas ventanas polarizadas, así no puede verme. El taxi se marcha, presumiblemente no al Sea-Tac, mientras Joseph y Taylor alcanzan el auto.
Abriendo la puerta del conductor, Joseph se desliza suavemente en el asiento, presumo que porque yo estoy en el asiento del copiloto, y Taylor entra detrás de mí. Ninguno de ellos dice una palabra mientras Joseph enciende el auto y entra en el tráfico. Arriesgo una mirada rápida a Cincuenta. Su boca está en una línea firme, pero parece distraído. El teléfono del auto suena.
―Jonas ―Joseph chasquea.
―Sr. Jonas, Barney aquí.
―Barney, estoy en altavoz, y hay otras personas en el carro ―Joseph advierte.
―Señor, todo está hecho. Pero necesito hablar con usted sobre lo que conseguí en la computadora del Sr. Hyde.
―Te llamaré cuando alcance mi destino. Y gracias, Barney.
―No hay problema, Sr. Jonas.
Barney cuelga. Él suena más joven de lo que esperaba.
¿Qué más está en la computadora de Jack?
―¿Me hablas? ―pregunto quedamente.
Joseph me mira, antes de fijar sus ojos nuevamente en el camino, puedo decir que todavía está molesto.
―No ―murmura calmadamente.
Oh, ahí vamos… que infantil. Envuelvo mis brazos a mi alrededor y miro sin ver la ventana. Tal vez debería pedirle que me deje en mi apartamento, así puede “no hablarme” desde la seguridad de Escala y salvarnos de una pelea inevitable. Pero mientras pienso, sé que no quiero dejarlo para meditar, no después de ayer.
Eventualmente, nos detenemos en frente a su edificio, y Joseph sale del auto. Moviéndose con gracia alrededor hacia mi lado, él abre mi puerta.
―Vamos ―ordena mientras Taylor entra en el asiento del conductor. Tomo su mano y lo sigo a través del gran vestíbulo hacia el elevador. No me deja ir.
―Joseph, ¿por qué estás tan molesto conmigo? ―susurro mientras esperamos.
―Tú sabes porque ―murmura cuando entramos en el elevador, y presiona el código de su piso―. Dios, si algo te hubiera pasado, él estaría muerto ahora. ―El tono de Joseph me enfría hasta los huesos. Las puertas se cierran―. Como están las cosas, voy a arruinar su carrera así él no podrá tomar ventaja de mujeres jóvenes nunca más, miserable excusa de un hombre, eso es. ―Sacude su cabeza―. ¡Jesús, ____! ―Él me agarra de repente, aprisionándome en la esquina del elevador.
Sus manos hacen un puño en mi cabello mientras empuja mi cabeza hacia la suya, y su boca está sobre la mía, una desesperada pasión en su beso. No sé por qué me toma por sorpresa, pero lo hace. Saboreo su alivio, su anhelo, y su rabia residual mientras su lengua posee mi boca. Se detiene, mirándome, descansando su peso contra mí así que no puedo moverme. Me deja sin aliento, aferrándome a él para apoyarme, mirando hacia ese hermoso rostro grabado con determinación y sin ningún rastro de humor.
―Si algo te hubiera pasado… si él te hubiera hecho daño… ―Siento el estremecimiento que lo recorre―. BlackBerry ―ordena silenciosamente―. Desde ahora. ¿Entiendes?
Asiento, tragando, incapaz de romper el contacto con su fascinante, mirada triste. Se endereza, liberándome cuando el elevador se detiene.
―Él dijo que lo pateaste en las bolas. ―El tono de Joseph es más ligero, con un rastro de admiración, creo que estoy perdonada.
―Sí ―susurro, todavía aturdida por la intensidad de su beso y su apasionada orden.
―Bien.
―Ray es un exmilitar. Me enseño bien.
―Me alegra que lo haya hecho. ―Respira y añade, arqueando una ceja―. Necesitaré recordarlo. ―Tomando mi mano, me dirige fuera del elevador y lo sigo, aliviada. Creo que eso es todo lo malo que se pondrá su humor―. Necesito llamar a Barney. No tardare mucho. ―Desaparece en su estudio, dejándome varada en la vasta sala de estar. La Sra. Jones está terminando los últimos toques de nuestra comida. Me doy cuenta que estoy famélica, pero necesito algo que hacer.
―¿Puedo ayudar? ―pregunto.
Ella se ríe.
―No, ____. ¿Puedo prepararte un trago o algo? Luces derrotada.
―Me encantaría una copa de vino.
―¿Blanco?
―Sí, por favor.
Me subo en uno de los taburetes de la barra, y me da una copa de vino. No sé cuál es, pero es delicioso, y se desliza con facilidad, calmando mis nervios destrozados.
¿Qué estaba pensando más temprano? Cuán aliviada me sentía desde que conocí a Joseph. Cuán excitante se ha vuelto mi vida. Jesús, ¿podría tener unos pocos días aburridos?
¿Qué si nunca hubiera conocido a Joseph? Estaría refugiada en mi apartamento, hablando con Ethan, completamente chiflada por mi encuentro con Jack, sabiendo que tendría que encarar al baboso otra vez el viernes. Como están las cosas, hay muchas posibilidades de que no vuelva a poner los ojos en él de nuevo. ¿Pero ahora para quién trabajo? Frunzo el ceño. No había pensado en eso. Mierda, ¿al menos tengo trabajo?
―Buenas tardes, Gail ―dice Joseph mientras entra en el gran salón, arrastrándome de mis pensamientos. Dirigiéndose directamente a la nevera, se sirve una copa de vino él mismo.
―Buenas tardes, Sr. Jonas. ¿Cena en diez, señor?
―Suena bien.
Joseph alza su copa.
―Por exmilitares que entrenan bien a sus hijas ―dice y sus ojos se suavizan.
―Salud ―murmuro, alzando mi copa.
―¿Qué está mal? ―Joseph pregunta.
―No sé si todavía tengo trabajo.
Inclina la cabeza a un lado.
―¿Todavía quieres uno?
―Por supuesto.
―Entonces todavía tienes uno.
Simple. ¿Ves? Él es el maestro de mi universo. Le ruedo los ojos y él sonríe.
La Sra. Jones hace pastel de pollo. Ella nos ha dejado disfrutar de los frutos de su trabajo, y me siento mucho mejor ahora que he tenido algo de comer. Estamos sentados en la barra de desayuno y a pesar de mis mejores halagos, Joseph no me dirá qué encontró Barney en la computadora de Jack. Dejo el tema, y decido hacer frente al espinoso problema de la inminente visita de José.
―José llamó ―digo con indiferencia.
―¿Oh? ―Joseph se voltea para mirarme.
―Quiere entregar tus fotos el viernes.
―Una entrega personal. Cuán servicial de su parte ―Joseph murmura.
―Él quiere salir. Por un trago. Conmigo.
―Ya veo.
―Y Kate y Elliot deberían estar de vuelta ―añado rápidamente.
Joseph pone el tenedor en el plato.
―¿Qué, exactamente, estás pidiendo?
Me erizo.
―No estoy pidiendo nada. Te estoy informando mis planes para el viernes. Mira, quiero ver a José, y él se quiere quedar. Se queda aquí o se puede quedar en mi casa, pero si lo hace debería estar allí, también.
Los ojos de Joseph se amplían. Él mira estupefacto.
―Él se te insinuó.
―Joseph, eso fue hace semanas. Estaba ebrio. Yo estaba ebria, tú salvaste el día, no pasara otra vez. Él no es Jack, por el amor de Dios.
―Ethan está ahí. Él puede acompañarlo.
―Él quiere verme a mí, no a Ethan.
Joseph me frunce el ceño.
―Él es solo un amigo. ―Mi voz es enfática.
―No me gusta.
¿Y qué? Jesús, él es irritante a veces. Tomo una respiración profunda.
―Él es mi amigo, Joseph. No lo he visto desde su presentación. Y fue muy breve. Sé que no tienes amigos, aparte de esa espantosa mujer, pero no me quejo acerca de ti viéndola ―le espeto. Joseph parpadea, sorprendido―. Quiero verlo. He sido una mala amiga con él. ―Mi subconsciente está alarmado. ¿Estás estampando tu pequeño pie? ¡Quieta ahora!
Ojos ambarinos arden en mí.
―¿Es eso lo que piensas? ―respira.
―¿Pienso sobre qué?
―Elena. ¿Preferirías que no la viera?
Santo cielo.
―Exacto. Preferiría que no la vieras.
―¿Por qué no lo dijiste?
―Porque no es mi decisión. Tú crees que ella es tu única amiga. ―Me encojo de hombros con exasperación. Él realmente no lo entiende. ¿Cómo esto se volvió una conversación sobre ella? Ni siquiera quiero pensar en ella. Trato de llevarnos de vuelta a José―. Así como no es tu decisión para decir si puedo o no puedo ver a José. ¿No lo entiendes?
Joseph me mira, perplejo, pienso. Oh, ¿qué está pensando?
―Se puede quedar aquí, supongo ―murmura―. Puedo mantener un ojo sobre él. ―Suena petulante.
¡Aleluya!
―¡Gracias! Ya sabes, si voy a vivir aquí, también… ―disminuyo. Joseph asiente con la cabeza. Él sabe lo que estoy tratando de decir―. No es como si no tuvieras espacio. ―Sonrío con satisfacción.
Sus labios se levantan caprichosa y lentamente.
―¿Me estás sonriendo, señorita Steele?
―Definitivamente, Sr. Jonas. ―Me levanto en caso de que sus manos comiencen a temblar, limpio nuestros platos, y luego los cargo en el lavavajillas.
―Gail hará eso.
―Lo he hecho ahora. ―Me pongo de pie y lo veo. Me está mirando intensamente.
―Tengo que trabajar un rato ―dice disculpándose.
―Genial. Encontraré algo que hacer.
―Ven aquí ―ordena, pero su voz es baja y seductora, sus ojos ardiendo. No dudo en caminar a sus brazos, estrechándolo alrededor de su cuello cuando se sube en el taburete. Envuelve sus brazos a mi alrededor, me aplasta contra él, y sólo me sostiene―. ¿Estás bien? ―susurra en mi cabello.
―¿Bien?
―¿Después de lo que paso con ese jodido? ¿Después de lo que paso ayer? ―agrega, su voz baja y seria.
Miro los oscuros, serios, ojos ambarinos. ¿Estoy bien?
―Sí ―susurro.
Sus brazos se tensan a mi alrededor, y me siento segura, apreciada, y amada, todo al mismo tiempo. Es maravilloso. Cerrando mis ojos, disfruto el sentimiento de estar entre sus brazos. Amo a este hombre. Amo su intoxicante esencia, su fuerza, su voluptuosidad… mi Cincuenta.
―No peleemos ―murmura. Besa mi cabello e inhala profundamente―. Hueles celestial como siempre, ____.
―Igual tú ―susurro y beso su cuello.
Demasiado pronto me libera.
―Deberían ser solo un par de horas.
Deambulo apáticamente por el apartamento. Joseph todavía está trabajando. Me he duchado y vestido con un suéter y una camiseta mía, y me aburro. No quiero leer. Si me quedo quieta, voy a recordar a Jack y sus dedos en mí. Echo un vistazo a mi antiguo dormitorio, el dormitorio de las sumisas. José puede dormir aquí, le gustara la vista. Son como las ocho y quince, y el sol comienza a hundirse en el oeste. Las luces de la ciudad parpadean debajo de mí. Es glorioso. Sí, José le gustará aquí. Me pregunto distraídamente donde Joseph colgara las fotos que José me tomó. Pero preferiría que no lo hiciera. No estoy interesada en verme a mí misma.
De vuelta en el pasillo me encuentro fuera de la sala de juegos, y sin pensar, trato de abrir la manija de la puerta. Joseph normalmente la mantiene bajo llave, pero para mi sorpresa, la puerta abre. Que extraño. Sintiéndome como una niña jugando a las escondidas y perdiéndome en el bosque prohibido, entro. Está oscuro. Le doy un golpecito rápido al interruptor y las luces bajo la cornisa se iluminan con un suave resplandor. Es como lo recuerdo. Una sala como un vientre.
Recuerdos de la última vez que estuve aquí destellan en mi mente. El cinturón… Me estremezco al recordarlo. Ahora cuelga inocentemente, alineado con los demás, en el estante junto a la puerta. Tentativamente paso mis dedos sobre los cinturones, los floggers, las paletas y los látigos.
Jesús. Esto es lo que tengo que cuadrar con el Dr. Flynn. ¿Puede alguien con este estilo de vida parar? Parece tan improbable. Vagando sobre la cama, me siento en las suaves sabanas de raso rojo, mirando a mi alrededor a todos los aparatos.
A mi lado está el banco, sobre éste, un surtido de bastones. ¡Tantos! ¿Seguro uno es suficiente? Bueno, cuanto menos se diga sobre eso, mejor. Y la gran mesa. Nunca intentamos eso, lo que sea que él hace ahí. Mis ojos caen en el sofá, y me muevo para sentarme en él. Sólo es un sofá, no hay nada extraordinario en él, nada para ajustar nada, no que yo pueda ver. Echando un vistazo detrás de mí, veo el cofre del museo. Mi curiosidad se despierta. ¿Qué guarda ahí?
Mientras tiro del cajón de arriba noto que mi sangre late con fuerza por mis venas. ¿Por qué estoy tan nerviosa? Esto se siente tan ilícito, como si estuviera invadiendo, lo que por supuesto, estoy haciendo. Pero si él se quiere casar conmigo, bueno…
Santa mierda, ¿qué es todo esto? Una serie de instrumentos y utensilios extraños, no tengo idea de qué o para qué son, están cuidadosamente dispuestos en el cajón abierto. Escojo uno. Tiene forma de bala con una especie de mango. Hmmm… ¿Qué demonios haces con esto? Mi mente se tambalea, sin embargo creo que tengo una idea. Jesús, ¡hay cuatro tallas diferentes! Mi cuero cabelludo pica y levanto la mirada.
Joseph está de pie en la entrada, mirándome, su rostro difícil de leer. ¿Cuánto tiempo lleva aquí? Siento como si me hubieran atrapado con las manos en el tarro de galletas.
―Hola. ―Le sonrío nerviosamente, y sé que mis ojos están muy abiertos y que estoy mortalmente pálida.
―¿Qué estás haciendo? ―dice suavemente, pero hay un trasfondo en su tono.
Oh, mierda. ¿Está molesto? Me ruborizo.
―Eh… Estaba aburrida y curiosa ―murmuro, avergonzada de ser descubierta. Él dijo que serían dos horas.
―Esa es una combinación muy peligrosa. ―Corre su largo dedo índice por su labio inferior, en tranquila contemplación, sin quitar los ojos de mí. Trago y mi boca está seca.
Lentamente entra en la habitación y cierra la puerta sin hacer ruido detrás de él, sus ojos son fuego líquido ámbar. Oh mi… Se inclina casualmente sobre la cajonera, pero creo que su posición es engañosa. Mi Diosa interior no sabe si es tiempo de luchar o de volar.
―Entonces, ¿qué es exactamente de lo que sientes curiosidad, señorita Steele? Tal vez podría iluminarte.
―La puerta estaba abierta. Yo… ―Miro a Joseph mientras aguanto la respiración y parpadeo, insegura como siempre de su reacción o de lo que debería decir. Sus ojos están oscuros. Creo que está divertido, pero es difícil de decir. Pone los codos en el cofre del museo y apoya la barbilla sobre sus manos entrelazadas.
―Estuve aquí más temprano, buscando qué hacer con todo esto. Debo haber olvidado cerrarla con llave. ―Él frunce el ceño un instante, como si dejar la puerta abierta es un lapso terrible de juicio. Yo frunzo el ceño, no es como que él sea olvidadizo.
―¿Ah, sí?
―Pero ahora estás aquí, curiosa como siempre. ―Su voz es suave, enigmática.
―¿No estás molesto? ―susurro, usando el aliento que me queda.
Él ladea la cabeza hacia un lado, y sus labios se contraen en diversión.
―¿Por qué estaría molesto?
―Siento como si estuviera invadiendo… y siempre estás enojado conmigo. ―Mi voz es tranquila, aunque me siento aliviada. La ceja de Joseph sube una vez más.
―Sí, estás invadiendo, pero no estoy molesto. Espero que algún día vivirás aquí conmigo, y todo esto ―hace un gesto vago por la habitación con una sola mano―, va a ser tuyo, también.
Mi sala de juegos… ¿eh? Lo miro embobada, eso es mucho para asimilar.
―Es por eso que estaba aquí hoy. Tratando de decidir qué hacer. ―Golpea sus labios con el dedo índice―. ¿Estoy enojado contigo todo el tiempo? No lo estaba esta mañana.
Oh, eso es cierto. Sonrío ante el recuerdo de Joseph cuando nos despertamos, y eso me distrae de la idea de lo que será de la sala de juegos. Él fue un divertido Cincuenta esta mañana.
―Fuiste travieso. Me gusta el Joseph travieso.
―¿Lo haces ahora? ―Él arquea una ceja, y su hermosa boca se curva hacia arriba en una sonrisa, una sonrisa tímida. ¡Vaya!
―¿Qué es esto? ―Sostengo en alto la bala de plata.
―Siempre hambrienta de información, señorita Steele. Eso es un tapón anal ―dice suavemente.
―Oh.
―Lo compré para ti.
¿Qué?
―¿Para mí?
Él asiente lentamente, su cara ahora seria y cautelosa. Frunzo el ceño.
―¿Tú compras nuevos, eh… juguetes… para cada sumisa?
―Algunas cosas. Sí.
―¿Tapones anales?
―Sí.
Está bien… Trago. Tapón anal. Es metal sólido, ¿eso seguramente tiene que ser incómodo? Recuerdo nuestra discusión sobre los juguetes sexuales y los límites duros después de graduarme. Creo que en ese momento le dije que lo intentaría. Ahora, en realidad viendo uno, no sé si es algo que quiero hacer. Lo examino una vez más y lo coloco de regreso en el cajón.
―¿Y esto? ―Saco un objeto de goma largo, negro, hecho de burbujas esféricas disminuyendo gradualmente unidas entre sí, la primera grande y la última mucho más pequeña. Ocho burbujas en total.
―Cuentas anales ―dice Joseph, mirándome con atención.
¡Oh! Las examino con fascinado horror. Todo esto, dentro de mí… ¡allí! No tenía ni idea.
―Ellas tienen bastante efecto si las sacas en mitad del orgasmo ―agrega de manera casual.
―¿Esto es para mí? ―susurro.
―Para ti. ―Él asiente lentamente.
―¿Este es el cajón anal?
Él sonríe.
―Si te gusta.
Lo cierro rápidamente, enrojeciendo como un semáforo.
―¿No te gusta el cajón anal? ―pregunta inocentemente, divertido. Lo miro y me encojo de hombros, tratando de zafarme del impacto.
―No está en la parte superior de la lista en mi tarjeta de Navidad ―murmuro con indiferencia. Tentativamente, abro el segundo cajón. Él sonríe.
―El siguiente cajón contiene una selección de vibradores.
Cierro el cajón rápidamente.
―¿Y el siguiente? ―susurro, palideciendo una vez más, pero esta vez de vergüenza.
―Ese es más interesante.
¡Oh! Vacilante tiro para abrir el cajón, sin apartar mis ojos de su rostro hermoso, pero más bien petulante. En el interior hay una gran variedad de artículos de metal y algunos ganchos para tender ropa. ¡Pinzas de ropa! Cojo un dispositivo grande de metal como un clip.
―Pinza genital ―dice Joseph. Se levanta y se mueve casualmente alrededor así que está a mi lado. Lo regreso inmediatamente y elijo algo más delicado, dos pequeños clips en una cadena―. Algunos de estos son para el dolor, pero la mayoría son para el placer ―murmura.
―¿Qué es esto?
―Pinzas para pezones; eso es para ambos.
―¿Para ambos? ¿Pezones?
Joseph me sonríe.
―Bueno, hay dos pinzas, nena. Sí, ambos pezones, pero es no es lo que quise decir. Estos son para ambos, placer y dolor.
Oh. Él me la quita.
―Extiende tu dedo meñique.
Hago lo que él pide, y sujeta un clip a la punta de mi dedo. No es demasiado duro.
―La sensación es muy intensa, pero es cuando las quitamos que ellas son más dolorosas y placenteras. ―Me retira la pinza. Hmm, eso podría ser bueno. Me retuerzo ante el pensamiento.
―Me gusta el aspecto de estas ―murmuro y Joseph sonríe.
―¿Qué ahora, señorita Steele? Creo que puedo decirlo.
Asiento con la cabeza tímidamente, mordiéndome el labio. Él llega y sube mi barbilla, así que libero mi labio inferior.
―Sabes lo que eso me hace ―murmura.
Pongo las pinzas en el cajón, y Joseph se inclina hacia adelante y saca dos más.
―Estas son ajustables. ―Él las sostiene para que las inspeccione.
―¿Ajustables?
―Puedes usarlas muy apretadas… o no. Dependiendo de tu estado de ánimo.
¿Cómo hace que suene tan erótico? Trago, y para desviar su atención, saco un dispositivo que se parece a un cortador de pasta con puntas.
―¿Esto? ―Frunzo el ceño. Nada de hornear en la sala de juegos, sin duda.
―Eso es una rueda de Wartenberg.
―¿Para?
Él se acerca y lo toma.
―Dame tu mano. Palma hacia arriba.
Le ofrezco mi mano izquierda y la toma con suavidad, deslizando su pulgar sobre mis nudillos. Un escalofrío me recorre. Su piel contra la mía, nunca deja de emocionarme. Corre la rueda por encima de mi palma.
―¡Ah! ―Los dientes muerden mi piel, hay más que sólo dolor. De hecho, cosquillea ligeramente.
―Imagina eso sobre tus pechos ―murmura Joseph lascivamente.
¡Oh! Me ruborizo y jalo mi mano. Mi respiración y corazón aumentando la frecuencia. Santo cielo.
―Hay una línea delgada entre el placer y el dolor, ____ ―dice en voz baja mientras se inclina y coloca el dispositivo en el cajón.
―¿Pinzas de ropa? ―susurro.
―Puedo hacer mucho con pinzas de ropa. ―Sus ojos ambarinos queman.
Me apoyo contra el cajón por lo que se cierra.
―¿Eso es todo? ―Joseph se ve divertido.
―No… ―Abro el cuarto cajón para ser confundida por una masa de cuero y correas. Tiro de una de las correas… parece estar unida a una pelota.
―Mordaza con bola. Te mantiene callada ―dice Joseph, divertido una vez más.
―Límite suave ―murmuro.
―Recuerdo ―dice―. Pero todavía puedes respirar. Tus dientes se sujetan sobre la pelota. ―Tomándola, él imita una boca sujetando la pelota con sus dedos.
―¿Has usado una de estas? ―pregunto.
Él se pone rígido y mira hacia mí.
―Sí.
―¿Para ocultar tus gritos?
Cierra sus ojos, y yo creo que es en exasperación.
―No, eso no es para lo que son.
¿Oh?
―Se trata de control, ____. ¿Cuán impotente te sentirías tú si estuvieras atada y no pudieras hablar? ¿Qué confiada tendrías que estar, sabiendo que yo tengo tanto poder sobre ti? ¿Qué yo tengo que leer tu cuerpo y tu reacción, en lugar de escuchar tus palabras? Te hace más dependiente, me pone en el control final.
Yo trago.
―Suenas como si lo extrañaras.
―Es lo que yo sé ―murmura, mirándome. Sus ojos ambarinos están muy abiertos y serios, y el ambiente entre nosotros ha cambiado como si él estuviera en el confesionario.
―Tú tienes poder sobre mí. Sabes que sí ―le susurro.
―¿Sí? Tú me haces sentir… indefenso.
―¡No! ―Oh Cincuenta―. ¿Por qué?
―Porque eres la única persona que conozco que realmente podría hacerme daño. ―Él me alcanza y mete mi cabello detrás de la oreja.
―Oh, Joseph… eso funciona en ambos sentidos. Si no me quisieras… ―Me estremezco, mirando hacia abajo a mis dedos retorcidos. Allí yace mi otra oscura duda acerca de nosotros. Si él no estuviera tan… roto, ¿él me querría? Niego con la cabeza. Tengo que tratar de no pensar así―. Lo último que quiero hacer es hacerte daño. Te amo ―murmuro, llegando a pasar mis dedos por su patilla y frotar suavemente la mejilla. Él inclina su cara hacia mi toque, deja caer la mordaza de regreso al cajón, y llega hasta mí, sus manos alrededor de mi cintura. Me tira contra él.
―¿Hemos terminado de mostrar y hablar? ―pregunta, su voz suave y seductora. Su mano se mueve hacia arriba de mi espalda a la nuca.
―¿Por qué? ¿Qué quieres hacer?
Él se inclina y me besa suavemente, y me derrito contra él, sujetando sus brazos.
―____, casi fuiste atacada hoy. ―Su voz es suave pero helada y cautelosa.
―¿Y? ―pregunto, disfrutando de la sensación de su mano en mi espalda y su proximidad. Empuja su cabeza hacia atrás y frunce el ceño hacia mí.
―¿Qué quieres decir con, “Y”? ―reprende.
Miro a su encantadora y mal humorada cara, y yo estoy deslumbrada.
―Joseph, estoy bien.
Él me envuelve en sus brazos, sosteniéndome cerca.
―Cuando pienso en lo que podría haber sucedido… ―Respira, enterrando su cara en mi cabello.
―¿Cuándo aprenderás que soy más fuerte de lo que me veo? ―susurro tranquilizadoramente en su cuello, inhalando su aroma delicioso. No hay nada mejor en el planeta que estar en los brazos de Joseph.
―Sé que eres fuerte ―reflexiona Joseph en voz baja. Besa mi cabello, y luego para mi gran decepción, me libera. ¿Ah?
Agachándome pesco otro artículo del cajón abierto. Varias esposas unidas a una barra. Lo sostengo.
―Eso ―dice Joseph, sus ojos oscureciéndose―, es una barra de separación con restricciones de tobillo y muñeca.
―¿Cómo funciona? ―pregunto, realmente intrigada. Mi Diosa interior asoma la cabeza fuera de su búnker.
―¿Quieres que te enseñe? ―jadea sorprendido, cerrando los ojos brevemente.
Parpadeo hacia él. Cuando abre los ojos, ellos están brillando. Oh mi…
―Sí, quiero una demostración. Me gusta ser atada ―susurro mientras mi Dios interior da un salto desde el búnker hacia su chaise longue.
―Oh, ____ ―murmura él. De repente, se ve afligido.
―¿Qué?
―No aquí.
―¿Qué quieres decir?
―Yo te quiero en mi cama, no aquí. Ven. ―Agarra la barra y mi mano, luego me lleva rápidamente fuera de la habitación.
¿Por qué nos estamos yendo? Miro detrás de mí a medida que salimos.
―¿Por qué no allí?
Joseph se detiene en las escaleras y mira hacia mí, su expresión seria.
―____, tú puedes estar lista para volver ahí, pero yo no lo estoy. La última vez que estuvimos allí, me dejaste. Te lo sigo diciendo, ¿cuándo entenderás? ―Frunce el ceño, liberándome así él pueda gesticular con su mano libre―. Toda mi actitud ha cambiado como resultado. Mi perspectiva completa de la vida ha cambiado radicalmente. Te he dicho esto. Lo que no te he dicho es… ―Se detiene y se pasa la mano por el pelo, buscando las palabras correctas―. Soy como un alcohólico en recuperación, ¿está bien? Esa es la única comparación que puedo sacar. La compulsión se ha ido, pero no quiero poner la tentación en mi camino. No quiero hacerte daño.
Él se ve tan lleno de remordimientos, y en ese momento, unas afiladas lanzas producen dolor a través de mí. ¿Qué le he hecho a este hombre? ¿He mejorado su vida? Él era feliz antes de conocerme a mí, ¿no?
―No puedo soportar hacerte daño, porque te amo ―añade, mirándome, su expresión de sinceridad absoluta como un niño pequeño diciendo una verdad muy simple.
Él es completamente inocente, y me quita el aliento. Lo adoro más que a nada ni a nadie. Amo a este hombre incondicionalmente.
―¿Quieres que te folle en las escaleras? ―murmura, su respiración es irregular―. Porque en este momento, lo haría.
―Sí ―murmuro y me aseguro que mi oscura mirada se encuentre con la suya.
Me mira, sus ojos entrecerrados y pesados.
―No. Te quiero en mi cama. ―De repente me levanta sobre su hombro, haciéndome quejarme en voz alta y me pega con fuerza en el trasero, lo cual me hace quejarme de nuevo. Mientras baja las escaleras, se agacha para levantar la barra caída.
La señora Jones va saliendo del cuarto de servicio cuando pasamos por el pasillo. Nos sonríe, y le dirijo una apologética inclinación de cabeza. No creo que Joseph la notara.
En el cuarto, me pone de nuevo en mis pies y tira la barra en la cama.
―No creo que vayas a herirme ―suspiro.
―Tampoco creo que vaya a hacerlo ―dice, toma mi cabeza entre sus manos y me besa, largo y con fuerza, incendiando mi sangre ya caliente―. Te deseo mucho ―susurra contra mi boca, jadeando―. ¿Estás segura de esto? Después de lo de hoy…
―Sí, yo también te deseo. Quiero desvestirte. ―No puedo esperar a tener mis manos en él, mis dedos pican por tocarle.
Sus ojos se ensanchan por un momento, duda, quizás reconsiderando mi petición.
―No te tocaré si no quieres que lo haga ―susurro.
―No ―responde rápidamente―, hazlo. Está bien, estoy bien ―murmura.
Suavemente suelto un botón y mis dedos se deslizan en su camisa hasta el siguiente. Sus ojos están grandes e iluminados, sus labios entreabiertos para respirar. Es tan hermoso, incluso en su temor… por su temor. Me deshago del tercer botón y noto su suave vello entre la gran V de su camiseta.
―Quiero besarte ahí ―murmuro.
Él inhala con fuerza.
―¿Besarme?
―Sí ―murmuro.
Jadea mientras me deshago del siguiente botón y lentamente me inclino, dejando clara mi intención. Está conteniendo su aliento, pero se queda quieto mientras planto un suave beso entre su suaves y expuestos rizos. Me deshago del último botón y levanto la mirada hacia él. Me está mirando fijamente, y hay una expresión de satisfacción, calma y maravilla en su rostro.
―Se vuelve más fácil, ¿cierto? ―susurro.
Él asiente mientras lentamente saco su camisa sobre sus hombros y la dejo caer al piso.
―¿Qué me has hecho, ____? ―murmura―. Sea lo que sea, no te detengas. ―Y me agarra en sus brazos, apretando ambas manos en mi cabello y tirando mi cabeza hacia atrás para poder tener libre acceso a mi garganta.
Desliza sus labios por mi mandíbula, pellizcando suavemente. Gimo. Oh, deseo a este hombre. Mis dedos vuelan a su cintura, quitando el botón y bajando el cierre.
―Oh nena ―suspira y me besa detrás de la oreja. Siento su erección, firme y fuerte, tirando contra mí. Lo quiero… en mi boca. Me hecho hacia atrás abruptamente y caigo en mis rodillas―. Whoa ―jadea.
Tiro de sus pantalones y bóxers con fuerza, se libera. Antes de que pueda detenerme, lo meto en mi boca, succionando con fuerza, disfrutando su sorprendido asombro mientras su boca se abre. Baja la mirada a mí, observando cada uno de mis movimientos, sus ojos tan oscuros y llenos de felicidad carnal. Oh Dios. Cierro los dientes y succiono con más fuerza. Él cierra sus ojos y se entrega a ese placer carnal que está despertando. Sé que hacerle, y es hedonista, liberador, y candente como el infierno. El sentimiento es embriagador, no soy sólo poderosa, soy omnisciente.
―Dios ―sisea y suavemente toma mi cabeza, flexionando sus caderas para meterse más profundo en mi boca. Oh sí, quiero esto y enrollo mi lengua alrededor de él, chupando con fuerza… una y otra vez―. ____... ―Trata de alejarse.
Oh no lo harás, Jonas. Te deseo. Tomo sus caderas firmemente, doblando mis esfuerzos, y puedo decir que ya está cerca.
―Por favor ―jadea―. Me vengo, _____ ―gime.
Bien. La cabeza de mi Diosa interna se lanza hacia atrás por el éxtasis, y él se viene, gimiendo y húmedamente en mi boca.
Abre sus brillantes ojos ambarinos, bajando su mirada hacia mí, y le sonrío, lamiendo mis labios. Él me sonríe, una malvada y sucia sonrisa.
―Oh, ¿este es el juego que estamos jugando, señorita Steele? ―Se dobla, toma mis manos bajo sus hombros, y me pone de pie. De repente su boca está en la mía. Gime―. Me puedo saborear. Tú sabes mejor ―murmura contra mis labios. Quita mi camiseta y la tira descuidadamente al piso, luego me levanta y me tira en la cama. Tomando mi suéter lo jala tan abruptamente que se quita sin que yo siquiera me mueva. No llevo ropa interior, tendida sobre su cama. Esperando, esperando. Sus ojos me embriagan, lentamente se quita la ropa que aún tiene puesta, sin quitar sus ojos de mí―. Eres una mujer hermosa, _____ ―murmura con aprecio.
Mmm…. Ladeo mi cabeza coquetamente hacia un lado y le sonrió.
―Tú eres un hombre hermoso, Joseph, y sabes poderosamente bien.
Me dirige una sonrisa malvada y alcanza la barra separadora. Tomando mi tobillo izquierdo, rápidamente lo agarra, apretando la hebilla con fuerza, pero no demasiado. Calcula cuánto espacio tengo, deslizando su dedo entre el brazalete y mi tobillo. No quita sus ojos de mí; no necesita ver qué está haciendo. Mmm… lo ha hecho antes.
―Tendremos que ver cómo sabe. Si mal no recuerdo, es un raro y exquisito manjar, señorita Steele.
Oh.
Agarrando mi otro tobillo, de manera rápida y eficiente también lo amarra, de esta manera mis pies están separados entre sí por sesenta centímetros de ancho.
―Lo bueno de este separador es, que se expande ―murmura. Presiona algo en la barra, luego empuja, y así mis pies están separados aún más. Whoa, por noventa centímetros. Mi boca se abre, luego tomo un respiro profundo. Mierda, esto es excitante. Estoy en llamas, inquieta y necesitada.
Joseph lame su labio inferior.
―Oh, vamos a tener algo de diversión con esto, ____. ―Se inclina hacia el separador y lo gira, así quedo recostada de frente. Eso me toma por sorpresa―. ¿Ves lo que puedo hacerte? ―dice sombríamente mientras lo gira de nuevo, así estoy de nuevo recostada en mi espalda, con la boca abierta hacia él, jadeante―. Estas otras esposas son para tus manos. Pensaré en eso. Depende en si te comportas o no.
―¿Cuándo no me comporto?
―Puedo pensar en un par de infracciones ―dice suavemente, deslizando sus dedos por las plantas de mis pies. Hace cosquillas, pero la barra me mantiene en mi lugar, aunque trate de retorcerme para alejarme de sus dedos―. Tu BlackBerry, una.
Jadeo.
―¿Qué vas a hacer?
―Oh, yo nunca revelo mis planes. ―Sonríe, sus ojos encendidos por la diablura.
Santo cielo. Es tan alucinantemente sexy, me quita el aliento.
Se arrastra en la cama para arrodillarse entre mis piernas, gloriosamente desnudo, y yo estoy indefensa.
―Mmm. Estás tan expuesta, señorita Steele. ―Desliza los dedos de ambas manos en el interior de mis dos piernas, lentamente, con seguridad, dibujando pequeños patrones circulares. Sin nunca perder su contacto visual conmigo―. Es todo sobre expectación, ____. ¿Qué te haré? ―Sus suaves palabras penetran en lo más profundo y oscuro de mí. Me retuerzo sobre la cama y gimo. Sus dedos continúan su lento recorrido en mis piernas, pasa la parte de atrás de mis rodillas. Instintivamente, quiero cerrar mis piernas pero no puedo―. Recuerda, si no te gusta algo, simplemente dime que me detenga ―murmura. Doblándose para besar mi vientre, suaves y succionantes besos, mientras sus manos continúan su camino ascendente hacia el interior de mis muslos, tocando y burlándose.
―Oh, por favor, Joseph ―suplico.
―Oh, señorita Steele. He descubierto que puede ser despiadada en sus asaltos amorosos hacia mí, creo que debería devolverle el favor.
Mis dedos agarran el edredón mientras me entrego a él, su boca suavemente va descendiendo, y sus dedos ascendiendo, hacia el vulnerable y expuesto vértice entre mis muslos. Gimo mientras desliza sus dedos en mi interior y encorvo mi pelvis para encontrarlos. Joseph gime en respuesta.
―Nunca dejas de sorprenderme, ____. Estas tan mojada ―murmura contra la línea que une mi vello púbico con mi vientre. Mi cuerpo se encorva cuando su boca me encuentra.
Oh mi…
Empieza un lento y sensual asalto, su lengua gira una y otra vez mientras sus dedos se introducen en mí. Ya que no puedo cerrar mis piernas o moverme, es intenso, realmente intenso. Mi espalda se arquea y trato de absorber las sensaciones.
―Oh, Joseph ―grito.
―Lo sé, nena ―susurra, y se pone sobre mí y sopla suavemente sobre la parte más sensible de mi cuerpo.
―¡Agh, por favor! ―ruego.
―Di mi nombre ―ordena.
―Joseph ―grito, difícilmente reconozco mi propia voz, se escucha tan aguda y necesitada.
―De nuevo ―resopla.
―Joseph, Joseph, Joseph Jonas ―grito con fuerza.
―Eres mía. ―Su voz es suave y mortal y con un último movimiento de su lengua, caigo ―espectacularmente― abrazando mi orgasmo, y debido a que mis piernas están separadas, sigue y sigue y me pierdo en él.
Vagamente soy consciente de que Joseph me ha puesto de frente.
―Vamos a tratar esto, nena. Si no te gusta, o es muy incómodo, me lo dices, y nos detendremos.
¿Qué? Estoy demasiado perdida en el resplandor para formar algún pensamiento consciente o coherente. Estoy sentada en el regazo de Joseph. ¿Cómo pasó esto?
―Inclínate hacia abajo, nena ―murmura en mi oído―, cabeza y pecho en la cama.
En medio del aturdimiento hago lo que se me dice. Tira mis dos manos hacia atrás y las ata a la barra, juntos a mis tobillos. Oh… mis rodillas están inmóviles, mi trasero en el aire, totalmente vulnerable, completamente suyo.
―____, luces tan hermosa. ―Su voz llena de maravilla, y escucho el rasgado de una hoja de papel aluminio. Desliza sus dedos desde la base de mi columna hasta mi sexo y se detiene un momento sobre mi trasero―. Cuando estés lista, quiero esto también. ―Su dedo se mete en mí. Jadeo en voz alta y me siento tensa bajo su suave sondeo―. No hoy, dulce ____, pero un día… te amaré de todas las maneras. Quiero poseer cada pulgada de ti. Eres mía.
Pienso en la prueba anal, y todo lo que aprieta en mi interior. Sus palabras me hacen gemir, y sus dedos se mueven arriba y giran hacia un territorio más familiar. Momentos después, me la está metiendo.
―¡Augh! Suave ―grito, y se detiene.
―¿Estás bien?
―Suave… déjame acostumbrarme.
Se mete lentamente en mí, luego se sale lentamente, me llena, se extiende en mi interior, dos, tres veces, y no puedo hacer nada.
―Sí, bueno, creo que estoy bien ―murmuro, disfrutando de la sensación.
Él gime, y aumenta su ritmo. Moviéndose, moviéndose… implacable… hacia adelante, hacia adentro, llenándome… y es exquisito. Hay alegría en mi desamparo, alegría en mi rendición hacia él, y en el saber de que puede perderse en mí de la manera en la que le gusta. Puedo hacerlo. Me lleva a esos oscuros lugares, lugares que no sabía que existían, y juntos los llenamos de luz. Oh sí… ardiente, brillante luz.
Me dejo ir, enorgulleciéndome de lo que está haciéndome, encontrando mi dulce, dulce liberación, mientras me vengo de nuevo en voz alta, gritando su nombre. Y se detiene, vertiendo su corazón y su alma en mi interior.
―____, nena ―grita y colapsa a mi lado.
Sus dedos con destreza desatan las correas, y masajea mis tobillos y luego mis muñecas. Cuando ha terminado y soy finalmente libre, me toma en sus brazos y me dejo ir, exhausta.
Cuando emerjo de nuevo, estoy encorvada a su lado y me está mirando. No tengo idea de qué hora es.
―Podría verte dormir por siempre, ____ ―murmura y besa mi frente. Sonrió y me desplazo lánguidamente a su lado―. No quiero dejarte ir jamás ―dice en voz baja y envuelve sus brazos alrededor de mí.
Mmm.
―Nunca querré irme. Nunca me dejes ir ―murmuro soñolientamente, mis parpados rehusándose a abrir.
―Te necesito ―susurra, pero su voz es distante, etérea parte de mis sueños. Me necesita… me necesita… y finalmente me dejo caer en la oscuridad, mis últimos pensamientos son los de un pequeño niño con ojos ambarinos sucio, desordenado, con cabello oscuro sonriendo tímidamente hacia mí.
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
awww mi Joseph hermoso
Es tan lindo!!!
Maldito Jack, Joseph le dio su merecido
Siguela!!
Es tan lindo!!!
Maldito Jack, Joseph le dio su merecido
Siguela!!
aranzhitha
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
waaaaaaaaaaaaaaaa estoy enamorada de esta nove enswerio!!
me encanta
joeseph es tan waaaaa dvivino siiguela
me encanta
joeseph es tan waaaaa dvivino siiguela
andreita
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
AAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH!!!!!!!
ME TOMOO DOS DIAAASS PONERMEEE AL COOORRIIEENTEEEEE!!!
AAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH
QUE BUENO QUE ESE JACK NO LE HIZO NAAAADDAAAA!!!!
AAAAAAAAAAAAAAHHHHHH
SIGUEEE AMO ESTA NOVEEEE
ME TOMOO DOS DIAAASS PONERMEEE AL COOORRIIEENTEEEEE!!!
AAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH
QUE BUENO QUE ESE JACK NO LE HIZO NAAAADDAAAA!!!!
AAAAAAAAAAAAAAHHHHHH
SIGUEEE AMO ESTA NOVEEEE
chelis
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