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"Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
Chicasssss!!!! Van a morir con el siguiente capítulo, lo termino de editar aquí en el foro y se los pongo: )
Morí de nuevo, así que estoy más que segura que ustedes se quedaran sin palabras, pero aún asi espero sus comentarios xD
Morí de nuevo, así que estoy más que segura que ustedes se quedaran sin palabras, pero aún asi espero sus comentarios xD
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
OMJ! AMO ESTE LIBRO BUENO LOS 3 Y LEERLO EN LA VERSION JOE Y TU ES GENIAL! SIGUELA
Scarlet
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
[CAPITULO 8]
Sawyer habla en su manga de nuevo.
―Taylor, el Sr. Jonas ha entrado al departamento. ―Se estremece y toma el auricular sacándolo de su oído, probablemente recibiendo alguna poderosa invectiva de Taylor.
Oh, no… si Taylor está preocupado…
―Por favor, déjame entrar ―suplico.
―Lo siento Srta. Steele. No tomará mucho. ―Sawyer sostiene ambas manos en un gesto de defensa―. Taylor y su equipo están entrando al departamento en este momento.
Oh, me siento tan impotente. Parada e inmóvil, ávidamente busco escuchar el sonido más bajo, pero todo lo que escucho es mi dificultosa respiración. Suena alto, mi cuero cabelludo pica, mi boca está seca, y me siento desfallecer. Por favor, que Joseph este bien, ruego silenciosamente.
No tengo idea cuanto tiempo ha pasado, y aún no escuchamos nada. De seguro que no haya sonidos es algo bueno, no hay disparos. Comienzo a caminar alrededor de la mesa del hall de entrada, y examino las pinturas en las paredes para distraerme. Nunca antes las había mirado: son todas pinturas figurativas, todas religiosas: las dieciséis de la Virgen y su hijo. ¿Qué tan raro es eso? Joseph no es religioso ¿verdad? Todas las pinturas en el gran salón son abstractas, estas son tan distintas. No me distraen lo suficiente… ¿Dónde está Joseph?
Miro a Sawyer y él me mira impasible.
―¿Qué sucede?
―No hay noticias, Srta. Steele.
Abruptamente, el pomo de la puerta se mueve. Sawyer se gira y saca un arma de su funda de hombro.
Me congelo. Joseph aparece por la puerta.
―Todo despejado ―dice frunciéndole el ceño a Sawyer quien aleja su arma de inmediato y retrocede para dejarme entrar―. Taylor exageró ―se queja Joseph, y me tiende una mano. Me quedo mirándolo boquiabierta, incapaz de moverme, asimilando cada pequeño detalle de él: su rebelde cabello, la tensión en sus ojos y en su mandíbula, los dos primeros botones de su camisa abiertos. Creo que debe haber envejecido unos diez años. Joseph frunce el ceño con preocupación, sus ojos oscuros―. Está bien, nena. ―Se mueve hacia mí, envolviéndome en sus brazos y besa mi cabello―. Vamos, estás cansada. A la cama.
―Estaba tan preocupada ―murmuro regocijándome en su abrazo e inhalando su dulce, dulce esencia con mi cabeza contra su pecho.
―Lo sé. Todos estamos nerviosos.
Sawyer ha desaparecido, probablemente en el interior del apartamento.
―Honestamente, tus ex están probando ser todo un reto, Sr. Jonas ―murmuro con ironía. Joseph se relaja.
―Sí, lo son. ―Me suelta y toma mi mano, llevándome por el pasillo y hacia el gran cuarto―. Taylor y su equipo están revisando todos los armarios y alacenas. No creo que ella esté aquí.
―¿Por qué estaría aquí? ―No tiene sentido.
―Exactamente.
―¿Cómo pudo entrar?
―No veo cómo. Pero Taylor es demasiado precavido a veces.
―¿Has revisado el cuarto de juegos? ―susurro.
Joseph me mira de pronto, sus cejas alzándose.
―Sí, está cerrado, pero Taylor y yo revisamos.
Tomo un profundo y tranquilizador aliento.
―¿Quieres beber algo? ―pregunta Joseph.
―No. ―La fatiga me atraviesa, sólo quiero ir a la cama.
―Vamos. Déjame que te lleve a la cama. Te ves exhausta. ―La expresión de Joseph se suaviza.
Frunzo el ceño. ¿No vendrá también? ¿Quiere dormir solo? Me siento aliviada cuando me lleva a su cuarto. Coloco mi bolso de mano sobre la cómoda y la abro para vaciar el contenido. Espío la nota de la Sra. Robinson.
―Aquí. ―Se la paso a Joseph―. No sé si quiero leer esto. Quiero ignorarlo.
Joseph la revisa brevemente y su mandíbula se aprieta.
―No sé qué espacios en blanco puede rellenar ―dice con desdén―. Necesito hablar con Taylor. ―Me mira―. Déjame abrirte el vestido.
―¿Vas a llamar a la policía por lo del auto? ―pregunto mientras me doy la vuelta.
Quita el cabello de en medio, sus dedos suavemente vagando por mi espalda desnuda, y baja el cierre.
―No. No quiero involucrar a la policía. Leila necesita ayuda, no intervención policial, y no los quiero aquí. Sólo deberemos redoblar nuestros esfuerzos para encontrarla. ―Se inclina ligeramente y planta un gentil beso en mi hombro―. Ve a la cama ―ordena, y entonces se ha ido.
Me acuesto, mirando el techo, esperando que vuelva. Tantas cosas han pasado hoy, tanto que procesar. ¿Por dónde empezar?
Me despierto sobresaltada, desorientada. ¿Me quedé dormida? Parpadeando en el tenue resplandor que el pasillo arroja a través de la puerta del dormitorio, noto que Joseph no está junto a mí.
¿Dónde está? Levanto la vista. Parada al final de la cama hay una sombra. Una mujer tal vez. ¿Vestida de negro? Es difícil decirlo. En mi estado de confusión, extiendo la mano y enciendo la luz de noche, y cuando vuelvo a mirar no hay nadie ahí. Sacudo mi cabeza. ¿Lo imaginé? ¿O soñé?
Me siento y miro a mi alrededor, una vaga e insidiosa inquietud me cubre, pero estoy sola. Me froto el rostro. ¿Qué hora es? ¿Dónde está Joseph? La alarma dice que son las dos y cuarto de la mañana. Atontadamente salgo de la cama, me dirijo abajo a buscarlo, desconcertada por mi hiperactiva imaginación. Ahora estoy viendo cosas. Debe ser una reacción a los eventos dramáticos de la noche.
El cuarto principal está vacío, la única luz que emana es la de las tres lámparas que cuelgan sobre la barra de desayuno. Pero la puerta de su estudio está abierta, y lo escucho al teléfono.
―No sé por qué me llamas a esta hora. No tengo nada que decirte… bueno dímelo ahora. No tendrás que dejar un mensaje.
Me quedo inmóvil junto a la puerta, escuchando con aire de culpabilidad. ¿Con quién está hablando?
―No, tú escucha. Te lo pedí, y ahora te lo digo. Déjala tranquila. No tiene nada que ver contigo. ¿Lo entendiste?
Suena agresivo y enojado. Dudo en llamar.
―Sé que lo haces. Pero lo digo en serio Elena. Déjala en paz. ¿O debo decirlo por tercera vez? ¿Me escuchas?... Bien. Buenas noches. ―Estampa el teléfono contra el escritorio.
Oh. Mierda. Tentativamente toco la puerta.
―¿Qué? ―gruñe y casi que quiero correr y esconderme.
Está sentado en su escritorio con la cabeza en las manos. Mira hacia arriba, su expresión es feroz, pero su rostro se suaviza de inmediato cuando me ve. Sus ojos son amplios y cautelosos. De pronto se ve tan cansado que mi corazón se contrae. Parpadea, y sus ojos se deslizan a lo largo de mis piernas y luego de regreso a arriba. Estoy usando una de sus camisetas.
―Deberías estar en satén o en seda, ____ ―deja salir―. Pero incluso en mi camiseta te vez hermosa.
Oh, un cumplido inesperado.
―Te extraño. Ven a la cama.
Lentamente se levanta de su silla, aun en camisa blanca y pantalones de vestir negros. Pero sus ojos brillan llenos de promesas, pero también hay un rastro de tristeza. Se para frente a mí, mirándome intensamente pero no me toca.
―¿Sabes lo que significas para mí? ―murmura―. Si algo te pasara… por culpa mía.
Su voz se desvanece, sus cejas se contraen y el dolor que atraviesa su rostro es casi palpable. Se ve tan vulnerable, su miedo muy evidente.
―Nada me va a pasar ―le aseguro, con voz tranquila. Levanto mi mano y toco su rostro pasando mis dedos por la barba en su mejilla. Es inesperadamente suave―. Tu barba crece rápido ―susurro incapaz de esconder el asombro en mi voz por la increíble belleza del hombre parado frente a mí.
Trazo la línea de su labio inferior y entonces arrastro mis dedos hacia su garganta, a la tenue mancha de lápiz labial en la base de su cuello. Me mira, aún sin tocarme, con sus labios ligeramente separados. Paso mi dedo índice por la línea, y él cierra los ojos. Su suave respiración se acelera. Mis dedos alcanzan el borde de su camisa, hasta llegar al siguiente botón abrochado.
―No voy a tocarte. Sólo quiero abrirte la camisa ―susurro.
Sus ojos se amplían, mirándome alarmados. Pero no se mueve y no me detiene. Muy lentamente desabrocho el botón, sosteniendo el material lejos de su piel, y tentativamente me muevo hacia el segundo lentamente repitiendo el proceso y concentrándome en lo que estoy haciendo.
No quiero tocarlo. Bueno sí… pero no lo haré. En el cuarto botón la línea roja reaparece y sonrío tímidamente.
―De regreso a territorio familiar. ―Trazo la línea con mis dedos antes de desabrochar el último botón. Abro su camisa y me muevo hacia sus puños, removiendo sus gemelos de piedra negra pulida de uno a la vez―. ¿Puedo quitarte la camisa? ―pregunto en voz baja.
Asiente, sus ojos aún amplios, mientras extiendo las manos y tiro de su camisa por sobre sus hombros. Libera sus manos por lo que está parado frente a mí desnudo desde la cintura hacia arriba. Con su camisa, parece recuperar su equilibrio. Me sonríe.
―¿Qué hay de mis pantalones, Srta. Steele? ―pregunta levantando una ceja.
―En el cuarto. Te quiero en tu cama.
―¿Sabes, Srta. Steele? Eres insaciable.
―No puedo imaginar por qué. ―Agarro su mano y lo saco de su estudio guiándolo a su cuarto.
El cuarto está helado.
―¿Abriste la puerta del balcón? ―pregunta, frunciéndome el ceño mientras llegamos a su cuarto.
―No. ―No recuerdo hacer eso. Rememoro cuando revisé el cuarto al despertar. La puerta definitivamente estaba cerrada.
Oh, mierda… Toda la sangre abandona mi rostro, y miro a Joseph con la boca abierta.
―¿Qué? ―espeta mirándome.
―Cuando desperté… había alguien aquí ―susurro―. Creí que era mi imaginación.
―¿Qué? ―Se ve horrorizado y se apresura hasta el balcón, da un vistazo hacia fuera, entonces entra de regreso al cuarto y cierra la puerta detrás de él―. ¿Estás segura? ¿Quién? ―pregunta con la voz tensa.
―Una mujer. Creo. Estaba oscuro. Me acababa de despertar.
―Vístete ―me gruñe en su camino de vuelta―. ¡Ahora!
―Mis ropas están arriba ―gimo.
Abre uno de los cajones de su cómoda y saca un par de pantalones de algodón.
―Ponte estos. ―Son demasiado grandes, pero no voy a discutir con él.
También saca una camiseta, y rápidamente se la pasa sobre la cabeza. Agarrando el teléfono junto a la cama, presiona dos botones.
―Ella sigue aquí ―sisea.
Aproximadamente tres segundos después, Taylor y uno de los otros tipos de seguridad irrumpen en el cuarto de Joseph. Joseph les da un resumen de lo que ha pasado.
―¿Hace cuánto? ―demanda Taylor, mirándome todo profesional. Aún está usando su chaqueta. ¿Duerme alguna vez este hombre?
―Harán unos diez minutos ―murmuro, por alguna razón sintiéndome culpable.
―Ella conoce el departamento como la palma de su mano ―dice Joseph―. Me llevo a ____ a otro lugar lejos de aquí. Ella se está ocultando en algún lugar. Encuéntrala. ¿Cuándo vuelve Gail?
―Mañana a la noche, señor.
―No regresara hasta que este lugar este asegurado. ¿Entendido? ―espeta Joseph.
―Sí, señor. ¿Irán a Bellevue?
―No le voy a llevar este problema a mis padres. Hazme una reserva en algún lugar.
―Sí. Yo lo llamo.
―¿No estás exagerando un poco? ―pregunto.
Joseph me da una mirada fulminante.
―Ella podría tener un arma ―gruñe.
―Joseph, estaba parada al final de la cama. Me podría haber disparado en ese momento, si es lo que quiere hacer.
Joseph se detiene un momento para frenar su temperamento, creo. En una suave pero amenazadora voz dice:
―No estoy listo para correr el riesgo. Taylor, ____ necesita zapatos.
Joseph desaparece en el interior del armario mientras el tipo de seguridad me mira. No puedo recordar su nombre. ¿Ryan tal vez? También mira el pasillo y la ventana del balcón. Joseph emerge un par de minutos después con un bolso de cuero, usando unos jeans y una chaqueta a raya. Desliza una chaqueta sobre mis hombros.
―Ven. ―Agarra mi mano con fuerza y prácticamente tengo que correr para seguirle el paso hacia el gran salón.
―No puedo creer que se escondiera en algún lugar por aquí ―murmuro mirando hacia la puerta del balcón.
―Es un lugar grande. No lo has visto todo aún.
―¿Por qué simplemente no la llamas… decirle que quieres hablar con ella?
―____, ella es inestable, y puede estar armada ―dice irritado.
―Así que, ¿sólo corremos?
―Por ahora… sí.
―Suponiendo podría intentar dispararle a Taylor.
―Taylor sabe y entiende sobre armas ―dice con disgusto―. Será más rápido con un arma de lo que ella es.
―Ray estuvo en el ejército. Me enseñó cómo disparar.
Joseph levanta las cejas, y por un momento se ve completamente desconcertado.
―¿Tú? ¿Con un arma? ―dice incrédulamente.
―Sí. Puedo disparar, Sr. Jonas, así que más te vale tener cuidado. No es solo de tus locas ex de las que debes preocuparte.
―Lo tendré en mente, Srta. Steele ―responde secamente, divertido, y se siente bien saber que incluso en esta situación de tensión pueda hacerlo sonreír.
Taylor nos encuentra en el vestíbulo y me pasa un pequeño maletín y mis zapatillas negras.
Me sorprende que me haya empacado mi ropa. Le sonrío tímidamente con gratitud, y él me sonríe de vuelta rápida y tranquilizadoramente. Antes de poder evitarlo, lo abrazo, fuerte. Es tomado por sorpresa y cuando lo suelto está sonrojado.
―Ten cuidado ―murmuro.
―Sí, Srta. Steele ―murmura.
Joseph me frunce el ceño y luego mira a Taylor inquisitivamente, quien sonríe ligeramente y se ajusta la corbata.
―Avísame a dónde tengo que ir ―dice Joseph.
Taylor mete la mano en su chaqueta y saca una billetera, y le da a Joseph una tarjeta de crédito.
―Tal vez quieras usar esta cuando llegues allí.
Joseph asiente.
―Bien pensando.
Ryan se une a nosotros.
―Sawyer y Reynolds no encontraron nada ―le dice a Taylor.
―Acompaña al Sr. Jonas y a la Srta. Steele al garaje ―ordena Taylor.
El garaje está desierto. Bueno, son casi las tres de la mañana. Joseph me acomoda en el asiento del pasajero del R8 y pone mi maleta y su bolsa en el maletero en la parte delantera del coche. El Audi junto a nosotros es un desastre, todos los neumáticos rajados, pintura blanca salpicada por todas partes. Es escalofriante y me hace agradecer que Joseph me lleve a otra parte.
―Un reemplazo llegará el lunes ―dice Joseph con tristeza cuando está sentado a mi lado.
―¿Cómo podría haber sabido que era mi auto?
Él me mira con ansiedad y suspira.
―Ella tenía un Audi A3. Compre uno para todas mis sumisas, es uno de los autos más seguros de su clase.
Oh.
―Por lo tanto, no tanto un regalo de graduación, entonces.
―____, a pesar de lo que esperaba, nunca has sido mi sumisa, por lo que técnicamente se trata de un regalo de graduación. ―Él sale del espacio de estacionamiento y acelera a la salida.
A pesar de lo que esperaba. Oh, no… mi subconsciente sacude la cabeza con tristeza. Esto es a lo que volvemos todo el tiempo.
―¿Todavía estás esperando? ―susurro.
El teléfono del auto suena.
―Jonas ―dice Joseph bruscamente.
―Fairmont Olympic. A mi nombre.
―Gracias, Taylor. Y, Taylor, ten cuidado.
Taylor hace una pausa.
―Sí, señor ―dice en voz baja, y Joseph cuelga.
Las calles de Seattle están desiertas, y Joseph ruge por la Quinta Avenida hacia la I-5. Una vez en la carretera interestatal, pisa el acelerador, hacia el norte. Acelera con tanta rapidez que estoy un momento hacia atrás en mi asiento.
Lo miró. Está absorto en sus pensamientos, irradiando un mortal silencio melancólico. No ha respondido a mi pregunta. Él mira a menudo el espejo retrovisor, y me doy cuenta de que está comprobando que no nos están siguiendo. Tal vez por eso estamos en la I-5. Me pareció que el hotel Fairmont estaba en Seattle.
Miro por la ventana, tratando de racionalizar mi mente exhausta, hiperactiva. Si hubiera querido hacerme daño, tenía una gran oportunidad en el dormitorio.
―No. No es lo que espero, ya no. Pensé que era obvio. ―Joseph interrumpe mi introspección, su voz suave.
Parpadeo ante él, tirando de su chaqueta de mezclilla más apretada a mi alrededor, y no sé si el frío está emanando desde dentro o desde fuera.
―Me preocupa que, ya sabes… que no sea suficiente.
―Eres más que suficiente. Por el amor de Dios, ____, ¿qué es lo que tengo que hacer?
Háblame de ti. Dime que me quieres.
―¿Por qué pensaste que me iría cuando te dije que el Dr. Flynn me había dicho todo lo que había que saber sobre ti?
Él suspira profundamente y cierra los ojos por un momento, y durante un tiempo más largo no responde.
―No puedes empezar a entender las profundidades de mi depravación, ____. Y no es algo que quiera compartir contigo.
―¿Y realmente crees que me iría, si supiera? ―Mi voz es alta, incrédula. ¿No entiende que lo amo?―. ¿Piensas tan poco de mí?
―Sé que te irías ―dice con tristeza.
―Joseph… Creo que es muy poco probable. No me puedo imaginar estar sin ti. ―Nunca…
―Me dejaste una vez… no quiero ir allí otra vez.
―Elena dijo que te vio el sábado pasado ―susurro en voz baja.
―No lo hizo. ―Él frunce el ceño.
―¿No fuiste a verla, cuando me fui?
―No ―dice bruscamente, irritado―. Acabo de decirte que no lo hice, y no me gusta que duden de mí ―regaña―. No fui a ningún lugar el pasado fin de semana. Me senté e hice el planeador que me diste. Me tomo por siempre ―añade en voz baja.
Mi corazón se aprieta de nuevo. La Sra. Robinson dijo que lo vio. ¿Lo hizo o no lo hizo? Ella está mintiendo. ¿Por qué?
―Contrariamente a lo que piensa Elena, no me apresuro a ella con todos mis problemas, ____. No corro hacia nadie. Tú puedes haberlo notado, no soy muy hablador. ―Él aprieta su agarre sobre el volante.
―Carrick me dijo que no hablaste durante dos años.
―¿Lo hizo? ―La boca de Joseph se tensa en una línea dura.
―Como que le saque la información. ―Avergonzada, me quedo mirando mis dedos.
―Entonces, ¿qué más dijo papá?
―Dijo que tu mamá fue el médico que te examinó cuando fuiste llevado al hospital. Después de que te descubrieron en tu apartamento.
La expresión de Joseph permanece en blanco… cuidadosa.
―Dijo que aprender a tocar el piano ayudó. Y Mia.
Sus labios se curvan en una sonrisa afectuosa con la mención de su nombre. Después de un momento, dice:
―Ella tenía unos seis meses de edad cuando llegó. Yo estaba muy emocionado, Elliot un poco menos. Ya había tenido que lidiar con mi llegada. Ella era perfecta. ―El temor dulce y triste en su voz afectándolo―. Menos que ahora, por supuesto ―murmura, y recuerdo sus intentos exitosos en el baile de frustrar nuestras intenciones lascivas. Me hace reír.
Joseph me da una mirada de soslayo.
―¿Encuentra eso divertido, señorita Steele?
―Ella parecía determinada a separarnos.
Se ríe con amargura.
―Sí, es muy hábil. ―Se estira y alcanza mi rodilla y la aprieta―. Pero llegamos al final. ―Sonríe, entonces mira en el espejo retrovisor, una vez más―. No creo que nos hayan seguido. ―Gira fuera de la I-5 y se dirige de nuevo al centro de Seattle.
―¿Te puedo preguntar algo acerca de Elena? ―Nos paramos en un semáforo.
Él me mira con recelo.
―Si tienes que hacerlo ―dice entre dientes en mal humor, pero no dejo su irritabilidad disuadirme.
―Me dijiste hace tiempo que ella te amo de una manera que encontrabas aceptable. ¿Qué significa eso?
―¿No es obvio? ―pregunta.
―No para mí.
―Yo estaba fuera de control. No podía soportar que me tocaran. No puedo soportarlo ahora. Para un adolescente de catorce, quince años con las hormonas en su apogeo, fue un momento difícil. Ella me mostró una manera de desahogarme.
Oh.
―Mia dijo que eras un luchador.
―Cristo, ¿qué pasa con mi locuaz familia? En realidad, eres tú. ―No hemos detenido a más luces, y entorna los ojos en mí―. Persuades a las personas para obtener información. ―Sacude la cabeza con disgusto simulado.
―Mia ofreció esa información. De hecho, estaba muy comunicativa. Le preocupaba que empezaras una pelea en la carpa si no me ganabas en la subasta ―murmuro con indignación.
―Oh, nena, no había peligro de ello. No había manera de que permitiera que nadie bailara contigo.
―Dejaste al Dr. Flynn.
―Siempre está la excepción a la regla.
Joseph se detiene en la entrada imponente y frondosa del Hotel Fairmont Olympic y estaciona cerca de la puerta principal, al lado de una fuente de piedra pintoresca.
―Ven. ―Él sale del auto y recupera el equipaje. Un mozo del hotel se precipita hacia nosotros, mirando sorprendido, sin duda a nuestra llegada tardía. Joseph le tira las llaves del coche―. A nombre de Taylor ―dice. El mozo asiente y no puede contener su alegría cuando salta en el R8 y se va. Joseph toma mi mano y avanza en el vestíbulo.
Al estar junto a él en la recepción, me siento totalmente, totalmente ridícula. Aquí estoy, en el hotel más prestigioso de Seattle, vestida con una chaqueta vaquera de gran tamaño, pantalones de chándal de gran tamaño, y una camiseta vieja al lado de este elegante y hermoso dios griego. No es de extrañar que la recepcionista este mirando a uno y a otro como si la ecuación no tuviera sentido. Por supuesto, ella está sobre impresionada por Joseph. Pongo los ojos en blanco mientras le llegan oleadas de color carmesí y tartamudea. Jesús, incluso sus manos están temblando.
―¿Ne… necesita una mano… con sus maletas, Sr. Taylor? ―pregunta, muy roja otra vez.
―No, la señora Taylor y yo lo podemos manejar.
¡Señora Taylor! Pero no estoy usando un anillo. Pongo mis manos en mi espalda.
―Está en la suite Cascada, Sr. Taylor, undécimo piso. El botones le ayudará con su equipaje.
―Estamos bien ―dice Joseph con sequedad―. ¿Dónde están los ascensores?
Srta. Rubor Carmesí, explica, y Joseph toma mi mano una vez más. Echo un rápido vistazo alrededor del impresionante vestíbulo, suntuoso lleno de sillones, desierto excepto por una mujer de cabello oscuro sentada en un cómodo sofá, alimentando a su westie. Ella levanta la vista y sonríe a nosotros mientras hacemos nuestro camino a los ascensores. ¿Así que el hotel admite animales? ¡Extraño para un lugar tan grande!
La suite cuenta con dos dormitorios, un comedor formal, y se completa con un piano de cola. Una estufa de leña arde en la enorme habitación principal. Jesús… Esta suite es más grande que mi apartamento.
―Bueno, señora Taylor, no sé usted, pero realmente me gustaría tomar una copa ―murmura Joseph, cerrando la puerta de entrada con seguro.
En el dormitorio, él pone mi maleta y su cartera en la otomana, al pie de la cama king-size con dosel y me lleva de la mano a la sala principal, donde el fuego está quemando brillantemente. Es un espectáculo de bienvenida. Me levanto y caliento mis manos, mientras que Joseph nos sirve a ambos una copa.
―¿Armagnac?
―Por favor.
Después de un momento, él se une a mí junto al fuego y me entrega una copa de coñac de cristal.
―Ha sido un día peculiar, ¿eh?
Asiento y sus ojos ambarinos me miran inquisitivamente, preocupados.
―Estoy bien ―le susurro en tono tranquilizador―. ¿Y tú?
―Bueno, ahora me gustaría tomar esto, y luego, si no estás muy cansada, llevarte a la cama y perderme en ti.
―Creo que se puede arreglar, Sr. Taylor. ―Sonrío tímidamente mientras él arrastra los pies fuera de sus zapatos y se quita sus calcetines.
―Señora Taylor, deje de morderse el labio ―susurra.
Me sonrojo en mi copa. El Armagnac es delicioso, dejando un calor quemando a su paso mientras se desliza sedoso por mi garganta. Al echar un vistazo a Joseph, está bebiendo su coñac, mirándome, sus ojos oscuros, hambrientos.
―Nunca dejas de sorprenderme, ____. Después de un día como hoy ―o ayer, más bien― no estás lloriqueando o corriendo por las colinas gritando. Estoy asombrado de ti. Eres muy fuerte.
―Eres una muy buena razón para quedarse ―murmuro―. Te lo dije, Joseph, no voy a ninguna parte, sin importar lo que has hecho. Ya sabes lo que siento por ti.
Su boca se tuerce como si dudara de mis palabras, y su ceja se eleva como si lo que estoy diciendo fuera doloroso para él oír. ¡Oh, Joseph!, ¿qué tengo que hacer para que te des cuenta de cómo me siento?
Déjalo golpearte, mi subconsciente se burla de mí. Frunzo el ceño en mi interior.
―¿Dónde vas a colgar los retratos de José? ―Trato de aligerar el ambiente.
―Eso depende. ―Sus labios se contraen. Esto es obviamente un tema mucho más agradable de conversación para él.
―¿De qué?
―Las circunstancias ―dice misteriosamente―. Su espectáculo no ha terminado todavía, así que no tengo que decidir de inmediato.
Inclino mi cabeza hacia un lado y ruedo los ojos.
―Puede mirar con severidad tanto como quiera, señora Taylor. No estoy diciendo nada ―bromea.
―Puede que torture la verdad de ti.
Levanta una ceja.
―En realidad, ____, no creo que usted deba hacer promesas que no pueda cumplir.
Oh, ¿es eso lo que piensa? Pongo mi vaso sobre la repisa de la chimenea, me extiendo, y para la sorpresa de Joseph, tomo su vaso y lo coloco junto al mío.
―Tendremos que trabajar en eso ―murmuro. Muy valiente ―envalentonada por el coñac, sin duda― tomo la mano de Joseph y tiro de él hacia el dormitorio. A los pies de la cama, me detengo. Joseph está tratando de ocultar su diversión.
―Ahora me tienes aquí, ____, ¿qué vas a hacer conmigo? ―bromea en voz baja.
―Voy a empezar por desnudarte. Quiero terminar lo que empecé antes. ―Echo mano a las solapas de su chaqueta, cuidando no tocarlo, y él no se inmuta, sino que está conteniendo la respiración.
Suavemente, empujo su chaqueta sobre los hombros, y sus ojos se mantienen en los míos, todos los rastros de humor se han ido, a medida que crecen, quemando dentro de mí, ¿cautelosos y necesitados? Hay tantas interpretaciones de su mirada. ¿Qué está pensando? Pongo la chaqueta en la otomana.
―Ahora tu camiseta ―susurro y la levanto por el dobladillo. Colabora, levantando los brazos y retrocediendo, por lo que es más fácil para mí el sacarla. Una vez fuera, mira hacia mí, con atención, usando sólo sus pantalones que cuelgan tan provocativamente de sus caderas. La banda de sus calzoncillos es visible.
Mis ojos se mueven con avidez a través de su estómago tenso a los restos de la línea de lápiz de labios, desvanecida y manchada, y luego hasta el pecho. No quiero nada más que pasar mi lengua a través del pelo de su pecho para disfrutar de su gusto.
―¿Y ahora qué? ―susurra, con los ojos ardiendo.
―Quiero darte un beso aquí. ―Trazo mi dedo de un lado de su cadera al otro a través de su vientre.
Sus labios se abren cuando inhala fuertemente.
―No te estoy deteniendo ―respira.
Tomo su mano.
―Es mejor que te acuestes entonces ―murmuro y lo llevo a un lado de la cama con dosel. Parece confundido, y se me ocurre que tal vez nadie ha tomado la delantera con él desde… ella. No, no vayas allí.
Levantando las cubiertas, se sienta en el borde de la cama, mirando hacia mí, a la espera, su expresión cautelosa y seria. Me pongo de pie ante él y me quito su chaqueta de mezclilla y la dejó caer al suelo, luego me quito sus pantalones de chándal.
Él frota su pulgar sobre la punta de sus dedos. Tiene ganas de tocarme, puedo notarlo, pero suprime la necesidad. Tomado una respiración profunda y más allá de coraje, alcanzo el borde de mi camiseta y la levanto por encima de mi cabeza, así que estoy desnuda delante de él. Sus ojos no dejan los míos, pero traga y abre sus labios.
―Eres Afrodita, ____ ―murmura.
Sujeto su cara entre mis manos, inclino su cabeza hacia atrás, y me doblo para darle un beso. Él gime bajo en su garganta.
Mientras pongo mi boca sobre la suya, él agarra mis caderas, y antes de darme cuenta, estoy clavada debajo de él, sus piernas obligando a las mías a separarse para que pueda acunarse contra mi cuerpo entre mis piernas. Me está besando, causando estragos en mi boca, nuestras lenguas entrelazadas. Su mano recorre mi muslo, por encima de mi cadera, a lo largo de mi vientre a mi pecho, presionando, masajeando, y tirando tentativamente mi pezón.
Gimo e inclino mi pelis involuntariamente en su contra, en la búsqueda de una deliciosa fricción contra la costura y su creciente erección. Se detiene a besarme y mira hacia mí aturdido y sin aliento. Flexiona sus caderas para que su erección se empuje contra mí… Sí. Justo ahí.
Cierro los ojos y gimo, y lo hace de nuevo, pero esta vez me empuja hacia atrás, liberando su gemido en respuesta cuando me besa de nuevo. Continúa la deliciosa lenta tortura, rozándome, rosándose. Y tiene razón ―perdiéndose― es embriagante a la exclusión de todo lo demás. Todas mis preocupaciones se borran.
Estoy aquí en este momento con él, mi sangre canta en mis venas, zumbado fuerte en mis oídos, mezclado con el sonido de nuestras respiraciones jadeantes. Entierro mis manos en su cabello, sujetándolo a mi boca, consumiéndolo, mi lengua tan avara como la suya. Arrastro mis dedos por sus brazos, por su parte posterior más baja a la cintura de sus pantalones vaqueros y empujo intrépidamente, manos codiciosas en el interior, pidiéndole una y otra vez, olvidándome de todo, excepto nosotros.
―Vas a deshacerme, ____ ―susurra de pronto, alejándose de mí y arrodillándose. Rápidamente se baja los pantalones y me entrega un paquete de aluminio―. Tú me quieres, nena, y estoy seguro como el infierno que me deseas. Sabes lo que hay que hacer.
Con dedos ansiosos, diestros, abro el paquete y desenrollo el condón sobre él. Sonríe hacia mí, con la boca abierta, los ojos ambarinos nublados y llenos de promesas carnales. Se inclina sobre mí, frota su nariz contra la mía, sus ojos cerrados, y deliciosamente, poco a poco, entra en mí.
Agarro sus brazos e inclino mi frente en alto, disfrutando de la sensación exquisita llena de su posesión. Dirige sus dientes a lo largo de mi mentón, se retrae, y luego se desliza dentro de mí otra vez ―tan lento, tan dulce, tan tierno― su cuerpo presionando sobre mí, con los codos y las manos a ambos lados de mi cara.
―Me haces olvidarlo todo. Eres la mejor terapia ―respira, moviéndose a un ritmo dolorosamente lento, saboreando cada centímetro de mí.
―Por favor, Joseph más… rápido ―murmuro, con ganas de más, ahora.
―Oh, no, nena. Necesito esto lento. ―Me besa dulcemente, suavemente mordiendo el labio inferior y absorbiendo mis suaves gemidos.
Muevo mis manos en su cabello y me rindo a su ritmo tan lento y seguramente mi cuerpo sube más y más y se mantiene, y luego cae más fuerte y rápido mientras me vengo alrededor de él.
―Oh, ____ ―respira mientras se deja ir, mi nombre una bendición en sus labios mientras encuentra su liberación.
Su cabeza descansa en mi estómago, sus brazos alrededor de mí. Mis dedos juegan en su cabello suave, y nos quedamos así por no sé cuánto tiempo. Es tan tarde y estoy tan cansada, pero sólo quiero disfrutar la serena calma del brillo sucesivo a hacer el amor con Joseph Jonas, porque eso es lo que hemos hecho, gentil y dulce amor.
Ha avanzado mucho, y yo también, en muy poco tiempo. Es casi demasiado para absorber. Con todas las cosas retorcidas estoy perdiéndome su simple y honesto viaje conmigo.
―Nunca tendré suficiente de ti. No me dejes ―murmura y besa mi estómago.
―No voy a irme a ningún lado, Joseph, y creo recordar que yo quería besar tu estómago ―mascullo adormilada.
Sonríe contra mi piel.
―Nada está deteniéndote ahora, nena.
―No creo que pueda moverme, estoy tan cansada.
Joseph suspira y se mueve renuentemente, viniendo a mi lado con su cabeza sobre su codo y arrastrado los cobertores sobre nosotros. Me mira, sus ojos brillando, cálidos, amorosos.
―Duerme ahora, nena. ―Él besa mi cabello y me envuelve con sus brazos mientras me duermo.
Cuando abro los ojos, luz está llenando el cuarto, haciéndome pestañear. Mi cabeza está confusa por la falta de sueño. ¿Dónde estoy? Oh, el hotel…
―Hola ―murmura Joseph, sonriéndome abiertamente. Está acostado junto a mí, completamente vestido, en la cima de la cama. ¿Cuánto tiempo lleva allí? ¿Ha estado estudiándome? De repente me siento completamente tímida y mi cara se enciende bajo su persistente mirada.
―Hola ―murmuro, agradecida de estar acostada de frente―. ¿Cuánto llevas observándome?
―Te podría ver dormir por horas, ____. Pero sólo he estado aquí por unos cinco minutos. ―Se inclina y me besa gentilmente―. La Dra. Greene estará aquí pronto.
―Oh. ―Había olvidado la inapropiada intervención de Joseph.
―¿Dormiste bien? ―pregunta directamente―. Ciertamente me pareció que sí, con todos esos ronquidos.
Oh, el molesto bromista Cincuenta.
―¡No ronco! ―declaro petulantemente.
―No. No lo haces. ―Me sonríe. La suave línea de labial rojo aún es visible alrededor de su cuello.
―¿Te duchaste?
―No. Te estaba esperando.
―Oh… de acuerdo. ¿Qué hora es?
―Diez y cuarto. No tuve el corazón para despertarte antes.
―Me dijiste que no tenías corazón en absoluto.
Él sonríe, tristemente, pero no responde.
―El desayuno está aquí. Panqueques y tocino para ti. Vamos, arriba. Me estoy sintiendo solitario aquí afuera. ―Me gira rápidamente hacia mi trasero, haciéndome saltar, y se levanta de la cama.
Hmmm… La versión de Joseph de cálido afecto.
Mientras me estiro, me doy cuenta de que me duele todo… sin duda un resultado de todo el sexo, baile y caminata en caros zapatos de tacón. Me desperezo fuera de la cama y camino al suntuoso baño recapitulando los eventos del día anterior en mi mente. Cuando salgo, tomo una de las batas súper esponjosas de baño que cuelgan de un gancho.
Leila, la chica que se parece a mí, esa es la imagen más nítida que mi cerebro conjetura por conjeturar, eso y su presencia etérea en la habitación de Joseph. ¿Qué quería? ¿A mí? ¿A Joseph? ¿Para qué? ¿Y por qué demonios había destrozado mi auto?
Joseph dijo que tendría otro Audi, como todas sus sumisas. El pensamiento no es bienvenido. Dado que he sido tan generosa con el dinero que me había dado, no hay mucho que pueda hacer. Divago a la habitación principal de la suite, no hay signos de Joseph. Finalmente lo localizo en el comedor. Tomo asiento, agradecida por el impresionante desayuno frente a mí. Joseph está leyendo el diario del domingo y tomando café, su desayuno terminado. Me sonríe.
―Come. Necesitarás tus fuerzas hoy. ―Sonríe.
―¿Y por qué será? ¿Me encerrarás en la habitación? ―Mi Diosa interior se levanta repentinamente, toda desordenada con una mirada de recién cogida.
―Tan tentadora como suene la idea, pensé que podríamos salir hoy. Tomar aire fresco.
―¿Es seguro? ―pregunto inocentemente, tratando y fallando de mantener la ironía fuera de mi voz. La cara de Joseph cae, y su boca se presiona en una línea.
―A donde vamos, lo es. Y no es un asunto de bromas ―agrega determinado, entrecerrando sus ojos.
Me sonrojo y miro a mi desayuno. No me siento como para ser molestada después de todo el drama y la tardía noche anterior. Como mi desayuno en silencio, sintiéndome petulante.
Mi subconsciente está sacudiendo su cabeza. Cincuenta no bromea sobre mi seguridad, debería saberlo para ahora. Giraría mis ojos, pero me contengo.
De acuerdo, estoy cansada y desaliñada. Tuve un largo día ayer y no suficiente sueño. ¿Por qué, oh, por qué logra verse tan fresco como una margarita? La vida no es justa. Alguien golpea la puerta.
―Esa sería la buena doctora ―masculla Joseph, obviamente aún molesto por mi ironía. Se mueve de la mesa.
¿No podemos tener una mañana tranquila y normal? Suspiro pesadamente, dejando la mitad de mi desayuno y parándome para recibir a la Doctora Depo-Provera.
Estamos en la habitación y la doctora Greene está mirándome con la boca abierta. Está vestida más casualmente que la otra vez que nos vimos con una camisa rosa pálido de cashmire y pantalones negros, y su fino cabello rubio está suelto.
―¿Y dejaste de tomarlas? ¿Sólo así?
Me sonrojo, sintiéndome más que tonta.
―Sí. ―¿Puede mi voz ser más pequeña?
―Podrías estar embarazada ―dice con seguridad.
¡¿Qué?! El mundo cae a mis pies. Mi subconsciente colapsa en el piso y creo que voy a enfermarme. ¡No!
―Ten, haz pis en esto. ―Está en plan negocios hoy. Sin tomar prisioneros.
Humillada, tomo el contenedor plástico que me ofrece y camino hacia el baño.
No. No. No. Imposible, imposible… Por favor, no. No. ¿Qué haría Cincuenta? Palidezco. Enloquecería. ¡Por favor, no! Suspiro en una silenciosa plegaria.
Le entrego a la doctora mi muestra, y cuidadosamente coloca un palito blanco en él.
―¿Cuándo comenzó tu período?
¿Cómo se supone que piense en eso cuando todo lo que puedo hacer es mirar fijamente al palito blanco?
―Eh… ¿Miércoles? No el pasado, el anterior. Primero de Junio.
―¿Y cuándo paraste de tomar la píldora?
―El domingo. El domingo pasado.
Ella aprieta los labios.
―Deberías estar bien ―dice agudamente―. Puedo decir por tu expresión que un embarazo no planeado no serían noticias placenteras. Así que Medroxyprogesterona es una buena idea si no puedes recordar tomar la píldora todos los días. ―Me da una mirada fija, y me encojo bajo su mirada autoritaria. Levantando el palito, lo mira―. Estás bien. No has ovulado aún, así que si has tomado las precauciones apropiadas, no deberías estar embarazada. Ahora, déjame decirte algo sobre la inyección. La descartamos la vez pasada por los efectos secundarios, pero francamente, el efecto secundario de un bebé es más peligroso y dura años. ―Sonríe, feliz consigo misma y su broma, pero no puedo comenzar a contestar, estoy demasiado asombrada.
La doctora se lanza a una explicación de los efectos secundarios, y me siento paralizada de alivio, sin escuchar una palabra. Toleraría a cualquier número de extrañas mujeres al pie de mi cama que confesar a Joseph que podría estar embarazada.
―____ ―dispara la Dra. Greene―. Hagámoslo. ―Me saca de mi ensoñación y con mucho gusto me levanto la manga.
Joseph cierra la puerta tras ella y me mira interrogante.
―¿Todo bien? ―pregunta. Asiento muda, e inclina su cabeza a un lado, su cara tensa de preocupación―. ____, ¿qué pasa? ¿Qué dijo la doctora?
Sacudo mi cabeza.
―Estará listo en siete días.
―¿Siete días?
―Sí.
―____, ¿qué sucede?
Trago.
―No es nada para preocuparse. Por favor, Joseph, sólo déjalo.
Joseph se cierne sobre mí. Me agarra de la barbilla, inclinando mi cabeza hacia atrás, y mira con énfasis mis ojos, tratando de descifrar mi pánico.
―Dime ―dispara insistentemente.
―No hay nada que decir. Me gustaría vestirme. ―Retiro mi barbilla de su alcance.
Él suspira y pasa una mano por su cabello, frunciendo el ceño.
―Vamos a ducharnos ―dice eventualmente.
―Por supuesto ―murmuro, y su boca se tuerce.
―Ven ―dice suavemente, tomando mi mano firmemente. Me dirige al baño mientras lo sigo. Parece que no soy la única malhumorada. Encendiendo la ducha, Joseph se desnuda antes de girarse ante mí―. No sé qué te molestó, o si sólo estás malhumorada por la falta de sueño ―dice mientras desata mi bata―. Pero quiero que me lo digas. Mi imaginación está corriendo lejos y no me gusta.
Giro mis ojos y él me mira fijamente, entrecerrando los suyos. ¡Mierda! De acuerdo… aquí viene.
―La doctora Greene me riñó por no seguir tomando la píldora. Dijo que podría estar embarazada.
―¿Qué? ―Empalidece, y su mano se congela en la mía, repentinamente cenicienta.
―Pero no lo estoy. Hizo una prueba. Fue un shock, eso es todo. No puedo creer que fui tan estúpida.
Se relaja visiblemente.
―¿Segura?
―Sí.
Deja salir un pesado suspiro.
―Bien. Sí. Puedo ver que una noticia como esa sería muy molesta.
Frunzo el ceño. ¿Molesta?
―Estaba más preocupada por tu reacción.
Arruga sus cejas, intrigado.
―¿Mi reacción? Bueno, naturalmente, estoy aliviado… sería la cima de la falta de cuidado y modales embarazarte.
―Entonces quizás deberíamos abstenernos ―disparo.
Me mira por un momento, intrigado como si fuera alguna clase de experimento científico.
―Tienes un mal temperamento esta mañana.
―Fue un shock, eso es todo ―repito petulantemente.
Arropándome con la bata, me da un cálido abrazo, besa mi cabello y presiona mi cabeza en su pecho. Me distrae su vello del pecho mientras cosquillea mi mejilla. Oh, si tan sólo pudiera acariciarlo.
―____, no estoy acostumbrado a esto ―murmura―. Mi inclinación natural es sacártelo a golpes, pero dudo seriamente que te gustara.
Santa mierda.
―No, no me gustaría. Esto ayuda. ―Abrazo más fuerte a Joseph y nos mantenemos así por una era en un extraño abrazo, el desnudo y yo envuelta en una bata. Una vez más me asombra su honestidad. No sabe nada de relaciones, yo tampoco, excepto lo que he aprendido de él. Bueno, él ha pedido fe y paciencia, quizás debería hacer lo mismo.
―Ven, vamos a bañarnos ―dice eventualmente, soltándome.
Alejándose, me quita la bata y lo sigo a la cascada de agua, levantando mi cara al torrente. Hay sitio para ambos bajo la inmensa ducha. Joseph alcanza el shampoo y lava su cabello. Me lo pasa y hago lo mismo.
Esto se siente bien. Cerrando mis ojos, sucumbo ante la limpia y cálida agua. Mientras enjuago el shampoo, siento sus manos en mí, enjabonando mi cuerpo, mis hombros, mis brazos, bajo mis brazos, mis pechos, mi espalda. Gentilmente me gira y me atrae a él mientras continúa bajando, mi estómago, sus dedos experimentados entre mis piernas ―hmmm― mi trasero. Oh, eso se siente bien, y tan íntimo. Me gira para mirarlo de nuevo.
―Aquí ―dice suavemente pasándome el jabón corporal―. Quiero que me quites los restos de labial.
Mis ojos se abren con asombro y se disparan hacia él. Me mira intensamente, mojado y bello, sus gloriosos y brillantes ojos ambarinos sin dar nada.
―No te salgas de las líneas, por favor ―murmura apretadamente.
―De acuerdo ―murmuro, tratando de absorber la enormidad de lo que me acaba de pedir, tocarlo al límite de la zona prohibida.
Tomo un poco de jabón, lo mezclo en las manos para crear espuma y lo pongo en sus hombros y gentilmente lavo la línea de labial en ambos lados. Él se queda quieto y cierra los ojos, su cara impasible, pero respira rápidamente, y sé que no es lujuria sino miedo. Me enternece al instante. Con dedos temblorosos cuidadosamente sigo la línea por el lado de su pecho, enjabonando y quitando suavemente, y él traga, su mandíbula tensa como si sus dientes estuvieran apretados. ¡Oh! Mi corazón se contrae y mi garganta se aprieta. Oh no. Voy a llorar.
Me detengo para tomar más jabón y lo siento relajarse frente a mí. No lo puedo mirar. No puedo soportar ver su dolor, es demasiado. Trago.
―¿Listo? ―murmuro y la tensión es clara en mi voz.
―Sí ―susurra, su voz áspera, mezclada con el miedo.
Gentilmente pongo mis manos a cada lado de su pecho y se congela de nuevo. Es demasiado. Me abruma su confianza en mí, abrumada por su miedo, por el daño hecho a este bello caído y lastimado hombre. Las lágrimas se juntan en mis ojos y bajo mi cara, perdida en el agua de la ducha. ¡Oh, Joseph! ¿Quién te hizo esto?
Su diafragma se mueve rápido con cada respiración, su cuerpo esta rígido, la tensión radiando de él en ondas mientras mis manos se mueven por la línea, borrándola. Oh, si tan solo pudiese borrar su dolor, lo haría, haría cualquier cosa, y no quiero más que besar cada cicatriz que veo, besar y borrar esos horribles años de negligencia. Pero sé que no puedo, y mis lágrimas caen incontenibles por mis mejillas.
―No. Por favor, no llores ―murmura, su voz angustiada mientras me abraza firmemente―. Por favor no llores por mí. ―Y exploto en un girar de resoplidos enterrando mi cara en su cuello, al pensar en el pequeño niño perdido en un mar de miedo y dolor, asustado, rechazado, abusado, lastimado más allá de lo posible.
Alejándose, agarra mi cabeza con sus manos, la inclina hacia atrás y se inclina para besarme.
―No llores, ____, por favor ―murmura contra mi boca―. Fue hace mucho. Me muero porque me toques, pero apenas puedo soportarlo. Es demasiado. Por favor, por favor no llores.
―Quiero tocarte también. Más de lo que imaginas. Verte así… asustado y lastimado, Joseph… me hiere profundamente. Te amo tanto.
Acaricia con su pulgar mi labio inferior.
―Lo sé, lo sé ―murmura.
―Eres muy fácil de amar, ¿no lo ves?
―No, nena, no lo veo.
―Lo eres. Yo te amo y también tu familia. Y Elena y Leila. Tienen una extraña manera de demostrarlo pero te aman. Vales la pena.
―Detente. ―Pone su dedo en mis labios y sacude la cabeza, una expresión agonizante en su rostro―. No puedo oír esto. No soy nada, ____. Soy la sombra de un hombre, no tengo corazón.
―Sí tienes. Y lo quiero, todo. Eres un buen hombre, Joseph, un muy buen hombre. Nunca lo dudes. Mira lo que has hecho… lo que has conseguido ―sollozo―. Mira lo que has hecho por mí… lo que has dejado, por mí ―susurro―. Yo sé, sé cómo te sientes por mí.
Me mira, sus ojos amplios y con pánico, y lo único que podemos oír es el ruido de la ducha mientras cae el agua sobre nosotros.
―Me amas ―susurro.
Sus ojos se abren más y su boca se abre. Toma un profundo respiro. Se ve torturado, vulnerable.
―Sí ―murmura―. Te amo.
―Taylor, el Sr. Jonas ha entrado al departamento. ―Se estremece y toma el auricular sacándolo de su oído, probablemente recibiendo alguna poderosa invectiva de Taylor.
Oh, no… si Taylor está preocupado…
―Por favor, déjame entrar ―suplico.
―Lo siento Srta. Steele. No tomará mucho. ―Sawyer sostiene ambas manos en un gesto de defensa―. Taylor y su equipo están entrando al departamento en este momento.
Oh, me siento tan impotente. Parada e inmóvil, ávidamente busco escuchar el sonido más bajo, pero todo lo que escucho es mi dificultosa respiración. Suena alto, mi cuero cabelludo pica, mi boca está seca, y me siento desfallecer. Por favor, que Joseph este bien, ruego silenciosamente.
No tengo idea cuanto tiempo ha pasado, y aún no escuchamos nada. De seguro que no haya sonidos es algo bueno, no hay disparos. Comienzo a caminar alrededor de la mesa del hall de entrada, y examino las pinturas en las paredes para distraerme. Nunca antes las había mirado: son todas pinturas figurativas, todas religiosas: las dieciséis de la Virgen y su hijo. ¿Qué tan raro es eso? Joseph no es religioso ¿verdad? Todas las pinturas en el gran salón son abstractas, estas son tan distintas. No me distraen lo suficiente… ¿Dónde está Joseph?
Miro a Sawyer y él me mira impasible.
―¿Qué sucede?
―No hay noticias, Srta. Steele.
Abruptamente, el pomo de la puerta se mueve. Sawyer se gira y saca un arma de su funda de hombro.
Me congelo. Joseph aparece por la puerta.
―Todo despejado ―dice frunciéndole el ceño a Sawyer quien aleja su arma de inmediato y retrocede para dejarme entrar―. Taylor exageró ―se queja Joseph, y me tiende una mano. Me quedo mirándolo boquiabierta, incapaz de moverme, asimilando cada pequeño detalle de él: su rebelde cabello, la tensión en sus ojos y en su mandíbula, los dos primeros botones de su camisa abiertos. Creo que debe haber envejecido unos diez años. Joseph frunce el ceño con preocupación, sus ojos oscuros―. Está bien, nena. ―Se mueve hacia mí, envolviéndome en sus brazos y besa mi cabello―. Vamos, estás cansada. A la cama.
―Estaba tan preocupada ―murmuro regocijándome en su abrazo e inhalando su dulce, dulce esencia con mi cabeza contra su pecho.
―Lo sé. Todos estamos nerviosos.
Sawyer ha desaparecido, probablemente en el interior del apartamento.
―Honestamente, tus ex están probando ser todo un reto, Sr. Jonas ―murmuro con ironía. Joseph se relaja.
―Sí, lo son. ―Me suelta y toma mi mano, llevándome por el pasillo y hacia el gran cuarto―. Taylor y su equipo están revisando todos los armarios y alacenas. No creo que ella esté aquí.
―¿Por qué estaría aquí? ―No tiene sentido.
―Exactamente.
―¿Cómo pudo entrar?
―No veo cómo. Pero Taylor es demasiado precavido a veces.
―¿Has revisado el cuarto de juegos? ―susurro.
Joseph me mira de pronto, sus cejas alzándose.
―Sí, está cerrado, pero Taylor y yo revisamos.
Tomo un profundo y tranquilizador aliento.
―¿Quieres beber algo? ―pregunta Joseph.
―No. ―La fatiga me atraviesa, sólo quiero ir a la cama.
―Vamos. Déjame que te lleve a la cama. Te ves exhausta. ―La expresión de Joseph se suaviza.
Frunzo el ceño. ¿No vendrá también? ¿Quiere dormir solo? Me siento aliviada cuando me lleva a su cuarto. Coloco mi bolso de mano sobre la cómoda y la abro para vaciar el contenido. Espío la nota de la Sra. Robinson.
―Aquí. ―Se la paso a Joseph―. No sé si quiero leer esto. Quiero ignorarlo.
Joseph la revisa brevemente y su mandíbula se aprieta.
―No sé qué espacios en blanco puede rellenar ―dice con desdén―. Necesito hablar con Taylor. ―Me mira―. Déjame abrirte el vestido.
―¿Vas a llamar a la policía por lo del auto? ―pregunto mientras me doy la vuelta.
Quita el cabello de en medio, sus dedos suavemente vagando por mi espalda desnuda, y baja el cierre.
―No. No quiero involucrar a la policía. Leila necesita ayuda, no intervención policial, y no los quiero aquí. Sólo deberemos redoblar nuestros esfuerzos para encontrarla. ―Se inclina ligeramente y planta un gentil beso en mi hombro―. Ve a la cama ―ordena, y entonces se ha ido.
Me acuesto, mirando el techo, esperando que vuelva. Tantas cosas han pasado hoy, tanto que procesar. ¿Por dónde empezar?
Me despierto sobresaltada, desorientada. ¿Me quedé dormida? Parpadeando en el tenue resplandor que el pasillo arroja a través de la puerta del dormitorio, noto que Joseph no está junto a mí.
¿Dónde está? Levanto la vista. Parada al final de la cama hay una sombra. Una mujer tal vez. ¿Vestida de negro? Es difícil decirlo. En mi estado de confusión, extiendo la mano y enciendo la luz de noche, y cuando vuelvo a mirar no hay nadie ahí. Sacudo mi cabeza. ¿Lo imaginé? ¿O soñé?
Me siento y miro a mi alrededor, una vaga e insidiosa inquietud me cubre, pero estoy sola. Me froto el rostro. ¿Qué hora es? ¿Dónde está Joseph? La alarma dice que son las dos y cuarto de la mañana. Atontadamente salgo de la cama, me dirijo abajo a buscarlo, desconcertada por mi hiperactiva imaginación. Ahora estoy viendo cosas. Debe ser una reacción a los eventos dramáticos de la noche.
El cuarto principal está vacío, la única luz que emana es la de las tres lámparas que cuelgan sobre la barra de desayuno. Pero la puerta de su estudio está abierta, y lo escucho al teléfono.
―No sé por qué me llamas a esta hora. No tengo nada que decirte… bueno dímelo ahora. No tendrás que dejar un mensaje.
Me quedo inmóvil junto a la puerta, escuchando con aire de culpabilidad. ¿Con quién está hablando?
―No, tú escucha. Te lo pedí, y ahora te lo digo. Déjala tranquila. No tiene nada que ver contigo. ¿Lo entendiste?
Suena agresivo y enojado. Dudo en llamar.
―Sé que lo haces. Pero lo digo en serio Elena. Déjala en paz. ¿O debo decirlo por tercera vez? ¿Me escuchas?... Bien. Buenas noches. ―Estampa el teléfono contra el escritorio.
Oh. Mierda. Tentativamente toco la puerta.
―¿Qué? ―gruñe y casi que quiero correr y esconderme.
Está sentado en su escritorio con la cabeza en las manos. Mira hacia arriba, su expresión es feroz, pero su rostro se suaviza de inmediato cuando me ve. Sus ojos son amplios y cautelosos. De pronto se ve tan cansado que mi corazón se contrae. Parpadea, y sus ojos se deslizan a lo largo de mis piernas y luego de regreso a arriba. Estoy usando una de sus camisetas.
―Deberías estar en satén o en seda, ____ ―deja salir―. Pero incluso en mi camiseta te vez hermosa.
Oh, un cumplido inesperado.
―Te extraño. Ven a la cama.
Lentamente se levanta de su silla, aun en camisa blanca y pantalones de vestir negros. Pero sus ojos brillan llenos de promesas, pero también hay un rastro de tristeza. Se para frente a mí, mirándome intensamente pero no me toca.
―¿Sabes lo que significas para mí? ―murmura―. Si algo te pasara… por culpa mía.
Su voz se desvanece, sus cejas se contraen y el dolor que atraviesa su rostro es casi palpable. Se ve tan vulnerable, su miedo muy evidente.
―Nada me va a pasar ―le aseguro, con voz tranquila. Levanto mi mano y toco su rostro pasando mis dedos por la barba en su mejilla. Es inesperadamente suave―. Tu barba crece rápido ―susurro incapaz de esconder el asombro en mi voz por la increíble belleza del hombre parado frente a mí.
Trazo la línea de su labio inferior y entonces arrastro mis dedos hacia su garganta, a la tenue mancha de lápiz labial en la base de su cuello. Me mira, aún sin tocarme, con sus labios ligeramente separados. Paso mi dedo índice por la línea, y él cierra los ojos. Su suave respiración se acelera. Mis dedos alcanzan el borde de su camisa, hasta llegar al siguiente botón abrochado.
―No voy a tocarte. Sólo quiero abrirte la camisa ―susurro.
Sus ojos se amplían, mirándome alarmados. Pero no se mueve y no me detiene. Muy lentamente desabrocho el botón, sosteniendo el material lejos de su piel, y tentativamente me muevo hacia el segundo lentamente repitiendo el proceso y concentrándome en lo que estoy haciendo.
No quiero tocarlo. Bueno sí… pero no lo haré. En el cuarto botón la línea roja reaparece y sonrío tímidamente.
―De regreso a territorio familiar. ―Trazo la línea con mis dedos antes de desabrochar el último botón. Abro su camisa y me muevo hacia sus puños, removiendo sus gemelos de piedra negra pulida de uno a la vez―. ¿Puedo quitarte la camisa? ―pregunto en voz baja.
Asiente, sus ojos aún amplios, mientras extiendo las manos y tiro de su camisa por sobre sus hombros. Libera sus manos por lo que está parado frente a mí desnudo desde la cintura hacia arriba. Con su camisa, parece recuperar su equilibrio. Me sonríe.
―¿Qué hay de mis pantalones, Srta. Steele? ―pregunta levantando una ceja.
―En el cuarto. Te quiero en tu cama.
―¿Sabes, Srta. Steele? Eres insaciable.
―No puedo imaginar por qué. ―Agarro su mano y lo saco de su estudio guiándolo a su cuarto.
El cuarto está helado.
―¿Abriste la puerta del balcón? ―pregunta, frunciéndome el ceño mientras llegamos a su cuarto.
―No. ―No recuerdo hacer eso. Rememoro cuando revisé el cuarto al despertar. La puerta definitivamente estaba cerrada.
Oh, mierda… Toda la sangre abandona mi rostro, y miro a Joseph con la boca abierta.
―¿Qué? ―espeta mirándome.
―Cuando desperté… había alguien aquí ―susurro―. Creí que era mi imaginación.
―¿Qué? ―Se ve horrorizado y se apresura hasta el balcón, da un vistazo hacia fuera, entonces entra de regreso al cuarto y cierra la puerta detrás de él―. ¿Estás segura? ¿Quién? ―pregunta con la voz tensa.
―Una mujer. Creo. Estaba oscuro. Me acababa de despertar.
―Vístete ―me gruñe en su camino de vuelta―. ¡Ahora!
―Mis ropas están arriba ―gimo.
Abre uno de los cajones de su cómoda y saca un par de pantalones de algodón.
―Ponte estos. ―Son demasiado grandes, pero no voy a discutir con él.
También saca una camiseta, y rápidamente se la pasa sobre la cabeza. Agarrando el teléfono junto a la cama, presiona dos botones.
―Ella sigue aquí ―sisea.
Aproximadamente tres segundos después, Taylor y uno de los otros tipos de seguridad irrumpen en el cuarto de Joseph. Joseph les da un resumen de lo que ha pasado.
―¿Hace cuánto? ―demanda Taylor, mirándome todo profesional. Aún está usando su chaqueta. ¿Duerme alguna vez este hombre?
―Harán unos diez minutos ―murmuro, por alguna razón sintiéndome culpable.
―Ella conoce el departamento como la palma de su mano ―dice Joseph―. Me llevo a ____ a otro lugar lejos de aquí. Ella se está ocultando en algún lugar. Encuéntrala. ¿Cuándo vuelve Gail?
―Mañana a la noche, señor.
―No regresara hasta que este lugar este asegurado. ¿Entendido? ―espeta Joseph.
―Sí, señor. ¿Irán a Bellevue?
―No le voy a llevar este problema a mis padres. Hazme una reserva en algún lugar.
―Sí. Yo lo llamo.
―¿No estás exagerando un poco? ―pregunto.
Joseph me da una mirada fulminante.
―Ella podría tener un arma ―gruñe.
―Joseph, estaba parada al final de la cama. Me podría haber disparado en ese momento, si es lo que quiere hacer.
Joseph se detiene un momento para frenar su temperamento, creo. En una suave pero amenazadora voz dice:
―No estoy listo para correr el riesgo. Taylor, ____ necesita zapatos.
Joseph desaparece en el interior del armario mientras el tipo de seguridad me mira. No puedo recordar su nombre. ¿Ryan tal vez? También mira el pasillo y la ventana del balcón. Joseph emerge un par de minutos después con un bolso de cuero, usando unos jeans y una chaqueta a raya. Desliza una chaqueta sobre mis hombros.
―Ven. ―Agarra mi mano con fuerza y prácticamente tengo que correr para seguirle el paso hacia el gran salón.
―No puedo creer que se escondiera en algún lugar por aquí ―murmuro mirando hacia la puerta del balcón.
―Es un lugar grande. No lo has visto todo aún.
―¿Por qué simplemente no la llamas… decirle que quieres hablar con ella?
―____, ella es inestable, y puede estar armada ―dice irritado.
―Así que, ¿sólo corremos?
―Por ahora… sí.
―Suponiendo podría intentar dispararle a Taylor.
―Taylor sabe y entiende sobre armas ―dice con disgusto―. Será más rápido con un arma de lo que ella es.
―Ray estuvo en el ejército. Me enseñó cómo disparar.
Joseph levanta las cejas, y por un momento se ve completamente desconcertado.
―¿Tú? ¿Con un arma? ―dice incrédulamente.
―Sí. Puedo disparar, Sr. Jonas, así que más te vale tener cuidado. No es solo de tus locas ex de las que debes preocuparte.
―Lo tendré en mente, Srta. Steele ―responde secamente, divertido, y se siente bien saber que incluso en esta situación de tensión pueda hacerlo sonreír.
Taylor nos encuentra en el vestíbulo y me pasa un pequeño maletín y mis zapatillas negras.
Me sorprende que me haya empacado mi ropa. Le sonrío tímidamente con gratitud, y él me sonríe de vuelta rápida y tranquilizadoramente. Antes de poder evitarlo, lo abrazo, fuerte. Es tomado por sorpresa y cuando lo suelto está sonrojado.
―Ten cuidado ―murmuro.
―Sí, Srta. Steele ―murmura.
Joseph me frunce el ceño y luego mira a Taylor inquisitivamente, quien sonríe ligeramente y se ajusta la corbata.
―Avísame a dónde tengo que ir ―dice Joseph.
Taylor mete la mano en su chaqueta y saca una billetera, y le da a Joseph una tarjeta de crédito.
―Tal vez quieras usar esta cuando llegues allí.
Joseph asiente.
―Bien pensando.
Ryan se une a nosotros.
―Sawyer y Reynolds no encontraron nada ―le dice a Taylor.
―Acompaña al Sr. Jonas y a la Srta. Steele al garaje ―ordena Taylor.
El garaje está desierto. Bueno, son casi las tres de la mañana. Joseph me acomoda en el asiento del pasajero del R8 y pone mi maleta y su bolsa en el maletero en la parte delantera del coche. El Audi junto a nosotros es un desastre, todos los neumáticos rajados, pintura blanca salpicada por todas partes. Es escalofriante y me hace agradecer que Joseph me lleve a otra parte.
―Un reemplazo llegará el lunes ―dice Joseph con tristeza cuando está sentado a mi lado.
―¿Cómo podría haber sabido que era mi auto?
Él me mira con ansiedad y suspira.
―Ella tenía un Audi A3. Compre uno para todas mis sumisas, es uno de los autos más seguros de su clase.
Oh.
―Por lo tanto, no tanto un regalo de graduación, entonces.
―____, a pesar de lo que esperaba, nunca has sido mi sumisa, por lo que técnicamente se trata de un regalo de graduación. ―Él sale del espacio de estacionamiento y acelera a la salida.
A pesar de lo que esperaba. Oh, no… mi subconsciente sacude la cabeza con tristeza. Esto es a lo que volvemos todo el tiempo.
―¿Todavía estás esperando? ―susurro.
El teléfono del auto suena.
―Jonas ―dice Joseph bruscamente.
―Fairmont Olympic. A mi nombre.
―Gracias, Taylor. Y, Taylor, ten cuidado.
Taylor hace una pausa.
―Sí, señor ―dice en voz baja, y Joseph cuelga.
Las calles de Seattle están desiertas, y Joseph ruge por la Quinta Avenida hacia la I-5. Una vez en la carretera interestatal, pisa el acelerador, hacia el norte. Acelera con tanta rapidez que estoy un momento hacia atrás en mi asiento.
Lo miró. Está absorto en sus pensamientos, irradiando un mortal silencio melancólico. No ha respondido a mi pregunta. Él mira a menudo el espejo retrovisor, y me doy cuenta de que está comprobando que no nos están siguiendo. Tal vez por eso estamos en la I-5. Me pareció que el hotel Fairmont estaba en Seattle.
Miro por la ventana, tratando de racionalizar mi mente exhausta, hiperactiva. Si hubiera querido hacerme daño, tenía una gran oportunidad en el dormitorio.
―No. No es lo que espero, ya no. Pensé que era obvio. ―Joseph interrumpe mi introspección, su voz suave.
Parpadeo ante él, tirando de su chaqueta de mezclilla más apretada a mi alrededor, y no sé si el frío está emanando desde dentro o desde fuera.
―Me preocupa que, ya sabes… que no sea suficiente.
―Eres más que suficiente. Por el amor de Dios, ____, ¿qué es lo que tengo que hacer?
Háblame de ti. Dime que me quieres.
―¿Por qué pensaste que me iría cuando te dije que el Dr. Flynn me había dicho todo lo que había que saber sobre ti?
Él suspira profundamente y cierra los ojos por un momento, y durante un tiempo más largo no responde.
―No puedes empezar a entender las profundidades de mi depravación, ____. Y no es algo que quiera compartir contigo.
―¿Y realmente crees que me iría, si supiera? ―Mi voz es alta, incrédula. ¿No entiende que lo amo?―. ¿Piensas tan poco de mí?
―Sé que te irías ―dice con tristeza.
―Joseph… Creo que es muy poco probable. No me puedo imaginar estar sin ti. ―Nunca…
―Me dejaste una vez… no quiero ir allí otra vez.
―Elena dijo que te vio el sábado pasado ―susurro en voz baja.
―No lo hizo. ―Él frunce el ceño.
―¿No fuiste a verla, cuando me fui?
―No ―dice bruscamente, irritado―. Acabo de decirte que no lo hice, y no me gusta que duden de mí ―regaña―. No fui a ningún lugar el pasado fin de semana. Me senté e hice el planeador que me diste. Me tomo por siempre ―añade en voz baja.
Mi corazón se aprieta de nuevo. La Sra. Robinson dijo que lo vio. ¿Lo hizo o no lo hizo? Ella está mintiendo. ¿Por qué?
―Contrariamente a lo que piensa Elena, no me apresuro a ella con todos mis problemas, ____. No corro hacia nadie. Tú puedes haberlo notado, no soy muy hablador. ―Él aprieta su agarre sobre el volante.
―Carrick me dijo que no hablaste durante dos años.
―¿Lo hizo? ―La boca de Joseph se tensa en una línea dura.
―Como que le saque la información. ―Avergonzada, me quedo mirando mis dedos.
―Entonces, ¿qué más dijo papá?
―Dijo que tu mamá fue el médico que te examinó cuando fuiste llevado al hospital. Después de que te descubrieron en tu apartamento.
La expresión de Joseph permanece en blanco… cuidadosa.
―Dijo que aprender a tocar el piano ayudó. Y Mia.
Sus labios se curvan en una sonrisa afectuosa con la mención de su nombre. Después de un momento, dice:
―Ella tenía unos seis meses de edad cuando llegó. Yo estaba muy emocionado, Elliot un poco menos. Ya había tenido que lidiar con mi llegada. Ella era perfecta. ―El temor dulce y triste en su voz afectándolo―. Menos que ahora, por supuesto ―murmura, y recuerdo sus intentos exitosos en el baile de frustrar nuestras intenciones lascivas. Me hace reír.
Joseph me da una mirada de soslayo.
―¿Encuentra eso divertido, señorita Steele?
―Ella parecía determinada a separarnos.
Se ríe con amargura.
―Sí, es muy hábil. ―Se estira y alcanza mi rodilla y la aprieta―. Pero llegamos al final. ―Sonríe, entonces mira en el espejo retrovisor, una vez más―. No creo que nos hayan seguido. ―Gira fuera de la I-5 y se dirige de nuevo al centro de Seattle.
―¿Te puedo preguntar algo acerca de Elena? ―Nos paramos en un semáforo.
Él me mira con recelo.
―Si tienes que hacerlo ―dice entre dientes en mal humor, pero no dejo su irritabilidad disuadirme.
―Me dijiste hace tiempo que ella te amo de una manera que encontrabas aceptable. ¿Qué significa eso?
―¿No es obvio? ―pregunta.
―No para mí.
―Yo estaba fuera de control. No podía soportar que me tocaran. No puedo soportarlo ahora. Para un adolescente de catorce, quince años con las hormonas en su apogeo, fue un momento difícil. Ella me mostró una manera de desahogarme.
Oh.
―Mia dijo que eras un luchador.
―Cristo, ¿qué pasa con mi locuaz familia? En realidad, eres tú. ―No hemos detenido a más luces, y entorna los ojos en mí―. Persuades a las personas para obtener información. ―Sacude la cabeza con disgusto simulado.
―Mia ofreció esa información. De hecho, estaba muy comunicativa. Le preocupaba que empezaras una pelea en la carpa si no me ganabas en la subasta ―murmuro con indignación.
―Oh, nena, no había peligro de ello. No había manera de que permitiera que nadie bailara contigo.
―Dejaste al Dr. Flynn.
―Siempre está la excepción a la regla.
Joseph se detiene en la entrada imponente y frondosa del Hotel Fairmont Olympic y estaciona cerca de la puerta principal, al lado de una fuente de piedra pintoresca.
―Ven. ―Él sale del auto y recupera el equipaje. Un mozo del hotel se precipita hacia nosotros, mirando sorprendido, sin duda a nuestra llegada tardía. Joseph le tira las llaves del coche―. A nombre de Taylor ―dice. El mozo asiente y no puede contener su alegría cuando salta en el R8 y se va. Joseph toma mi mano y avanza en el vestíbulo.
Al estar junto a él en la recepción, me siento totalmente, totalmente ridícula. Aquí estoy, en el hotel más prestigioso de Seattle, vestida con una chaqueta vaquera de gran tamaño, pantalones de chándal de gran tamaño, y una camiseta vieja al lado de este elegante y hermoso dios griego. No es de extrañar que la recepcionista este mirando a uno y a otro como si la ecuación no tuviera sentido. Por supuesto, ella está sobre impresionada por Joseph. Pongo los ojos en blanco mientras le llegan oleadas de color carmesí y tartamudea. Jesús, incluso sus manos están temblando.
―¿Ne… necesita una mano… con sus maletas, Sr. Taylor? ―pregunta, muy roja otra vez.
―No, la señora Taylor y yo lo podemos manejar.
¡Señora Taylor! Pero no estoy usando un anillo. Pongo mis manos en mi espalda.
―Está en la suite Cascada, Sr. Taylor, undécimo piso. El botones le ayudará con su equipaje.
―Estamos bien ―dice Joseph con sequedad―. ¿Dónde están los ascensores?
Srta. Rubor Carmesí, explica, y Joseph toma mi mano una vez más. Echo un rápido vistazo alrededor del impresionante vestíbulo, suntuoso lleno de sillones, desierto excepto por una mujer de cabello oscuro sentada en un cómodo sofá, alimentando a su westie. Ella levanta la vista y sonríe a nosotros mientras hacemos nuestro camino a los ascensores. ¿Así que el hotel admite animales? ¡Extraño para un lugar tan grande!
La suite cuenta con dos dormitorios, un comedor formal, y se completa con un piano de cola. Una estufa de leña arde en la enorme habitación principal. Jesús… Esta suite es más grande que mi apartamento.
―Bueno, señora Taylor, no sé usted, pero realmente me gustaría tomar una copa ―murmura Joseph, cerrando la puerta de entrada con seguro.
En el dormitorio, él pone mi maleta y su cartera en la otomana, al pie de la cama king-size con dosel y me lleva de la mano a la sala principal, donde el fuego está quemando brillantemente. Es un espectáculo de bienvenida. Me levanto y caliento mis manos, mientras que Joseph nos sirve a ambos una copa.
―¿Armagnac?
―Por favor.
Después de un momento, él se une a mí junto al fuego y me entrega una copa de coñac de cristal.
―Ha sido un día peculiar, ¿eh?
Asiento y sus ojos ambarinos me miran inquisitivamente, preocupados.
―Estoy bien ―le susurro en tono tranquilizador―. ¿Y tú?
―Bueno, ahora me gustaría tomar esto, y luego, si no estás muy cansada, llevarte a la cama y perderme en ti.
―Creo que se puede arreglar, Sr. Taylor. ―Sonrío tímidamente mientras él arrastra los pies fuera de sus zapatos y se quita sus calcetines.
―Señora Taylor, deje de morderse el labio ―susurra.
Me sonrojo en mi copa. El Armagnac es delicioso, dejando un calor quemando a su paso mientras se desliza sedoso por mi garganta. Al echar un vistazo a Joseph, está bebiendo su coñac, mirándome, sus ojos oscuros, hambrientos.
―Nunca dejas de sorprenderme, ____. Después de un día como hoy ―o ayer, más bien― no estás lloriqueando o corriendo por las colinas gritando. Estoy asombrado de ti. Eres muy fuerte.
―Eres una muy buena razón para quedarse ―murmuro―. Te lo dije, Joseph, no voy a ninguna parte, sin importar lo que has hecho. Ya sabes lo que siento por ti.
Su boca se tuerce como si dudara de mis palabras, y su ceja se eleva como si lo que estoy diciendo fuera doloroso para él oír. ¡Oh, Joseph!, ¿qué tengo que hacer para que te des cuenta de cómo me siento?
Déjalo golpearte, mi subconsciente se burla de mí. Frunzo el ceño en mi interior.
―¿Dónde vas a colgar los retratos de José? ―Trato de aligerar el ambiente.
―Eso depende. ―Sus labios se contraen. Esto es obviamente un tema mucho más agradable de conversación para él.
―¿De qué?
―Las circunstancias ―dice misteriosamente―. Su espectáculo no ha terminado todavía, así que no tengo que decidir de inmediato.
Inclino mi cabeza hacia un lado y ruedo los ojos.
―Puede mirar con severidad tanto como quiera, señora Taylor. No estoy diciendo nada ―bromea.
―Puede que torture la verdad de ti.
Levanta una ceja.
―En realidad, ____, no creo que usted deba hacer promesas que no pueda cumplir.
Oh, ¿es eso lo que piensa? Pongo mi vaso sobre la repisa de la chimenea, me extiendo, y para la sorpresa de Joseph, tomo su vaso y lo coloco junto al mío.
―Tendremos que trabajar en eso ―murmuro. Muy valiente ―envalentonada por el coñac, sin duda― tomo la mano de Joseph y tiro de él hacia el dormitorio. A los pies de la cama, me detengo. Joseph está tratando de ocultar su diversión.
―Ahora me tienes aquí, ____, ¿qué vas a hacer conmigo? ―bromea en voz baja.
―Voy a empezar por desnudarte. Quiero terminar lo que empecé antes. ―Echo mano a las solapas de su chaqueta, cuidando no tocarlo, y él no se inmuta, sino que está conteniendo la respiración.
Suavemente, empujo su chaqueta sobre los hombros, y sus ojos se mantienen en los míos, todos los rastros de humor se han ido, a medida que crecen, quemando dentro de mí, ¿cautelosos y necesitados? Hay tantas interpretaciones de su mirada. ¿Qué está pensando? Pongo la chaqueta en la otomana.
―Ahora tu camiseta ―susurro y la levanto por el dobladillo. Colabora, levantando los brazos y retrocediendo, por lo que es más fácil para mí el sacarla. Una vez fuera, mira hacia mí, con atención, usando sólo sus pantalones que cuelgan tan provocativamente de sus caderas. La banda de sus calzoncillos es visible.
Mis ojos se mueven con avidez a través de su estómago tenso a los restos de la línea de lápiz de labios, desvanecida y manchada, y luego hasta el pecho. No quiero nada más que pasar mi lengua a través del pelo de su pecho para disfrutar de su gusto.
―¿Y ahora qué? ―susurra, con los ojos ardiendo.
―Quiero darte un beso aquí. ―Trazo mi dedo de un lado de su cadera al otro a través de su vientre.
Sus labios se abren cuando inhala fuertemente.
―No te estoy deteniendo ―respira.
Tomo su mano.
―Es mejor que te acuestes entonces ―murmuro y lo llevo a un lado de la cama con dosel. Parece confundido, y se me ocurre que tal vez nadie ha tomado la delantera con él desde… ella. No, no vayas allí.
Levantando las cubiertas, se sienta en el borde de la cama, mirando hacia mí, a la espera, su expresión cautelosa y seria. Me pongo de pie ante él y me quito su chaqueta de mezclilla y la dejó caer al suelo, luego me quito sus pantalones de chándal.
Él frota su pulgar sobre la punta de sus dedos. Tiene ganas de tocarme, puedo notarlo, pero suprime la necesidad. Tomado una respiración profunda y más allá de coraje, alcanzo el borde de mi camiseta y la levanto por encima de mi cabeza, así que estoy desnuda delante de él. Sus ojos no dejan los míos, pero traga y abre sus labios.
―Eres Afrodita, ____ ―murmura.
Sujeto su cara entre mis manos, inclino su cabeza hacia atrás, y me doblo para darle un beso. Él gime bajo en su garganta.
Mientras pongo mi boca sobre la suya, él agarra mis caderas, y antes de darme cuenta, estoy clavada debajo de él, sus piernas obligando a las mías a separarse para que pueda acunarse contra mi cuerpo entre mis piernas. Me está besando, causando estragos en mi boca, nuestras lenguas entrelazadas. Su mano recorre mi muslo, por encima de mi cadera, a lo largo de mi vientre a mi pecho, presionando, masajeando, y tirando tentativamente mi pezón.
Gimo e inclino mi pelis involuntariamente en su contra, en la búsqueda de una deliciosa fricción contra la costura y su creciente erección. Se detiene a besarme y mira hacia mí aturdido y sin aliento. Flexiona sus caderas para que su erección se empuje contra mí… Sí. Justo ahí.
Cierro los ojos y gimo, y lo hace de nuevo, pero esta vez me empuja hacia atrás, liberando su gemido en respuesta cuando me besa de nuevo. Continúa la deliciosa lenta tortura, rozándome, rosándose. Y tiene razón ―perdiéndose― es embriagante a la exclusión de todo lo demás. Todas mis preocupaciones se borran.
Estoy aquí en este momento con él, mi sangre canta en mis venas, zumbado fuerte en mis oídos, mezclado con el sonido de nuestras respiraciones jadeantes. Entierro mis manos en su cabello, sujetándolo a mi boca, consumiéndolo, mi lengua tan avara como la suya. Arrastro mis dedos por sus brazos, por su parte posterior más baja a la cintura de sus pantalones vaqueros y empujo intrépidamente, manos codiciosas en el interior, pidiéndole una y otra vez, olvidándome de todo, excepto nosotros.
―Vas a deshacerme, ____ ―susurra de pronto, alejándose de mí y arrodillándose. Rápidamente se baja los pantalones y me entrega un paquete de aluminio―. Tú me quieres, nena, y estoy seguro como el infierno que me deseas. Sabes lo que hay que hacer.
Con dedos ansiosos, diestros, abro el paquete y desenrollo el condón sobre él. Sonríe hacia mí, con la boca abierta, los ojos ambarinos nublados y llenos de promesas carnales. Se inclina sobre mí, frota su nariz contra la mía, sus ojos cerrados, y deliciosamente, poco a poco, entra en mí.
Agarro sus brazos e inclino mi frente en alto, disfrutando de la sensación exquisita llena de su posesión. Dirige sus dientes a lo largo de mi mentón, se retrae, y luego se desliza dentro de mí otra vez ―tan lento, tan dulce, tan tierno― su cuerpo presionando sobre mí, con los codos y las manos a ambos lados de mi cara.
―Me haces olvidarlo todo. Eres la mejor terapia ―respira, moviéndose a un ritmo dolorosamente lento, saboreando cada centímetro de mí.
―Por favor, Joseph más… rápido ―murmuro, con ganas de más, ahora.
―Oh, no, nena. Necesito esto lento. ―Me besa dulcemente, suavemente mordiendo el labio inferior y absorbiendo mis suaves gemidos.
Muevo mis manos en su cabello y me rindo a su ritmo tan lento y seguramente mi cuerpo sube más y más y se mantiene, y luego cae más fuerte y rápido mientras me vengo alrededor de él.
―Oh, ____ ―respira mientras se deja ir, mi nombre una bendición en sus labios mientras encuentra su liberación.
Su cabeza descansa en mi estómago, sus brazos alrededor de mí. Mis dedos juegan en su cabello suave, y nos quedamos así por no sé cuánto tiempo. Es tan tarde y estoy tan cansada, pero sólo quiero disfrutar la serena calma del brillo sucesivo a hacer el amor con Joseph Jonas, porque eso es lo que hemos hecho, gentil y dulce amor.
Ha avanzado mucho, y yo también, en muy poco tiempo. Es casi demasiado para absorber. Con todas las cosas retorcidas estoy perdiéndome su simple y honesto viaje conmigo.
―Nunca tendré suficiente de ti. No me dejes ―murmura y besa mi estómago.
―No voy a irme a ningún lado, Joseph, y creo recordar que yo quería besar tu estómago ―mascullo adormilada.
Sonríe contra mi piel.
―Nada está deteniéndote ahora, nena.
―No creo que pueda moverme, estoy tan cansada.
Joseph suspira y se mueve renuentemente, viniendo a mi lado con su cabeza sobre su codo y arrastrado los cobertores sobre nosotros. Me mira, sus ojos brillando, cálidos, amorosos.
―Duerme ahora, nena. ―Él besa mi cabello y me envuelve con sus brazos mientras me duermo.
Cuando abro los ojos, luz está llenando el cuarto, haciéndome pestañear. Mi cabeza está confusa por la falta de sueño. ¿Dónde estoy? Oh, el hotel…
―Hola ―murmura Joseph, sonriéndome abiertamente. Está acostado junto a mí, completamente vestido, en la cima de la cama. ¿Cuánto tiempo lleva allí? ¿Ha estado estudiándome? De repente me siento completamente tímida y mi cara se enciende bajo su persistente mirada.
―Hola ―murmuro, agradecida de estar acostada de frente―. ¿Cuánto llevas observándome?
―Te podría ver dormir por horas, ____. Pero sólo he estado aquí por unos cinco minutos. ―Se inclina y me besa gentilmente―. La Dra. Greene estará aquí pronto.
―Oh. ―Había olvidado la inapropiada intervención de Joseph.
―¿Dormiste bien? ―pregunta directamente―. Ciertamente me pareció que sí, con todos esos ronquidos.
Oh, el molesto bromista Cincuenta.
―¡No ronco! ―declaro petulantemente.
―No. No lo haces. ―Me sonríe. La suave línea de labial rojo aún es visible alrededor de su cuello.
―¿Te duchaste?
―No. Te estaba esperando.
―Oh… de acuerdo. ¿Qué hora es?
―Diez y cuarto. No tuve el corazón para despertarte antes.
―Me dijiste que no tenías corazón en absoluto.
Él sonríe, tristemente, pero no responde.
―El desayuno está aquí. Panqueques y tocino para ti. Vamos, arriba. Me estoy sintiendo solitario aquí afuera. ―Me gira rápidamente hacia mi trasero, haciéndome saltar, y se levanta de la cama.
Hmmm… La versión de Joseph de cálido afecto.
Mientras me estiro, me doy cuenta de que me duele todo… sin duda un resultado de todo el sexo, baile y caminata en caros zapatos de tacón. Me desperezo fuera de la cama y camino al suntuoso baño recapitulando los eventos del día anterior en mi mente. Cuando salgo, tomo una de las batas súper esponjosas de baño que cuelgan de un gancho.
Leila, la chica que se parece a mí, esa es la imagen más nítida que mi cerebro conjetura por conjeturar, eso y su presencia etérea en la habitación de Joseph. ¿Qué quería? ¿A mí? ¿A Joseph? ¿Para qué? ¿Y por qué demonios había destrozado mi auto?
Joseph dijo que tendría otro Audi, como todas sus sumisas. El pensamiento no es bienvenido. Dado que he sido tan generosa con el dinero que me había dado, no hay mucho que pueda hacer. Divago a la habitación principal de la suite, no hay signos de Joseph. Finalmente lo localizo en el comedor. Tomo asiento, agradecida por el impresionante desayuno frente a mí. Joseph está leyendo el diario del domingo y tomando café, su desayuno terminado. Me sonríe.
―Come. Necesitarás tus fuerzas hoy. ―Sonríe.
―¿Y por qué será? ¿Me encerrarás en la habitación? ―Mi Diosa interior se levanta repentinamente, toda desordenada con una mirada de recién cogida.
―Tan tentadora como suene la idea, pensé que podríamos salir hoy. Tomar aire fresco.
―¿Es seguro? ―pregunto inocentemente, tratando y fallando de mantener la ironía fuera de mi voz. La cara de Joseph cae, y su boca se presiona en una línea.
―A donde vamos, lo es. Y no es un asunto de bromas ―agrega determinado, entrecerrando sus ojos.
Me sonrojo y miro a mi desayuno. No me siento como para ser molestada después de todo el drama y la tardía noche anterior. Como mi desayuno en silencio, sintiéndome petulante.
Mi subconsciente está sacudiendo su cabeza. Cincuenta no bromea sobre mi seguridad, debería saberlo para ahora. Giraría mis ojos, pero me contengo.
De acuerdo, estoy cansada y desaliñada. Tuve un largo día ayer y no suficiente sueño. ¿Por qué, oh, por qué logra verse tan fresco como una margarita? La vida no es justa. Alguien golpea la puerta.
―Esa sería la buena doctora ―masculla Joseph, obviamente aún molesto por mi ironía. Se mueve de la mesa.
¿No podemos tener una mañana tranquila y normal? Suspiro pesadamente, dejando la mitad de mi desayuno y parándome para recibir a la Doctora Depo-Provera.
Estamos en la habitación y la doctora Greene está mirándome con la boca abierta. Está vestida más casualmente que la otra vez que nos vimos con una camisa rosa pálido de cashmire y pantalones negros, y su fino cabello rubio está suelto.
―¿Y dejaste de tomarlas? ¿Sólo así?
Me sonrojo, sintiéndome más que tonta.
―Sí. ―¿Puede mi voz ser más pequeña?
―Podrías estar embarazada ―dice con seguridad.
¡¿Qué?! El mundo cae a mis pies. Mi subconsciente colapsa en el piso y creo que voy a enfermarme. ¡No!
―Ten, haz pis en esto. ―Está en plan negocios hoy. Sin tomar prisioneros.
Humillada, tomo el contenedor plástico que me ofrece y camino hacia el baño.
No. No. No. Imposible, imposible… Por favor, no. No. ¿Qué haría Cincuenta? Palidezco. Enloquecería. ¡Por favor, no! Suspiro en una silenciosa plegaria.
Le entrego a la doctora mi muestra, y cuidadosamente coloca un palito blanco en él.
―¿Cuándo comenzó tu período?
¿Cómo se supone que piense en eso cuando todo lo que puedo hacer es mirar fijamente al palito blanco?
―Eh… ¿Miércoles? No el pasado, el anterior. Primero de Junio.
―¿Y cuándo paraste de tomar la píldora?
―El domingo. El domingo pasado.
Ella aprieta los labios.
―Deberías estar bien ―dice agudamente―. Puedo decir por tu expresión que un embarazo no planeado no serían noticias placenteras. Así que Medroxyprogesterona es una buena idea si no puedes recordar tomar la píldora todos los días. ―Me da una mirada fija, y me encojo bajo su mirada autoritaria. Levantando el palito, lo mira―. Estás bien. No has ovulado aún, así que si has tomado las precauciones apropiadas, no deberías estar embarazada. Ahora, déjame decirte algo sobre la inyección. La descartamos la vez pasada por los efectos secundarios, pero francamente, el efecto secundario de un bebé es más peligroso y dura años. ―Sonríe, feliz consigo misma y su broma, pero no puedo comenzar a contestar, estoy demasiado asombrada.
La doctora se lanza a una explicación de los efectos secundarios, y me siento paralizada de alivio, sin escuchar una palabra. Toleraría a cualquier número de extrañas mujeres al pie de mi cama que confesar a Joseph que podría estar embarazada.
―____ ―dispara la Dra. Greene―. Hagámoslo. ―Me saca de mi ensoñación y con mucho gusto me levanto la manga.
Joseph cierra la puerta tras ella y me mira interrogante.
―¿Todo bien? ―pregunta. Asiento muda, e inclina su cabeza a un lado, su cara tensa de preocupación―. ____, ¿qué pasa? ¿Qué dijo la doctora?
Sacudo mi cabeza.
―Estará listo en siete días.
―¿Siete días?
―Sí.
―____, ¿qué sucede?
Trago.
―No es nada para preocuparse. Por favor, Joseph, sólo déjalo.
Joseph se cierne sobre mí. Me agarra de la barbilla, inclinando mi cabeza hacia atrás, y mira con énfasis mis ojos, tratando de descifrar mi pánico.
―Dime ―dispara insistentemente.
―No hay nada que decir. Me gustaría vestirme. ―Retiro mi barbilla de su alcance.
Él suspira y pasa una mano por su cabello, frunciendo el ceño.
―Vamos a ducharnos ―dice eventualmente.
―Por supuesto ―murmuro, y su boca se tuerce.
―Ven ―dice suavemente, tomando mi mano firmemente. Me dirige al baño mientras lo sigo. Parece que no soy la única malhumorada. Encendiendo la ducha, Joseph se desnuda antes de girarse ante mí―. No sé qué te molestó, o si sólo estás malhumorada por la falta de sueño ―dice mientras desata mi bata―. Pero quiero que me lo digas. Mi imaginación está corriendo lejos y no me gusta.
Giro mis ojos y él me mira fijamente, entrecerrando los suyos. ¡Mierda! De acuerdo… aquí viene.
―La doctora Greene me riñó por no seguir tomando la píldora. Dijo que podría estar embarazada.
―¿Qué? ―Empalidece, y su mano se congela en la mía, repentinamente cenicienta.
―Pero no lo estoy. Hizo una prueba. Fue un shock, eso es todo. No puedo creer que fui tan estúpida.
Se relaja visiblemente.
―¿Segura?
―Sí.
Deja salir un pesado suspiro.
―Bien. Sí. Puedo ver que una noticia como esa sería muy molesta.
Frunzo el ceño. ¿Molesta?
―Estaba más preocupada por tu reacción.
Arruga sus cejas, intrigado.
―¿Mi reacción? Bueno, naturalmente, estoy aliviado… sería la cima de la falta de cuidado y modales embarazarte.
―Entonces quizás deberíamos abstenernos ―disparo.
Me mira por un momento, intrigado como si fuera alguna clase de experimento científico.
―Tienes un mal temperamento esta mañana.
―Fue un shock, eso es todo ―repito petulantemente.
Arropándome con la bata, me da un cálido abrazo, besa mi cabello y presiona mi cabeza en su pecho. Me distrae su vello del pecho mientras cosquillea mi mejilla. Oh, si tan sólo pudiera acariciarlo.
―____, no estoy acostumbrado a esto ―murmura―. Mi inclinación natural es sacártelo a golpes, pero dudo seriamente que te gustara.
Santa mierda.
―No, no me gustaría. Esto ayuda. ―Abrazo más fuerte a Joseph y nos mantenemos así por una era en un extraño abrazo, el desnudo y yo envuelta en una bata. Una vez más me asombra su honestidad. No sabe nada de relaciones, yo tampoco, excepto lo que he aprendido de él. Bueno, él ha pedido fe y paciencia, quizás debería hacer lo mismo.
―Ven, vamos a bañarnos ―dice eventualmente, soltándome.
Alejándose, me quita la bata y lo sigo a la cascada de agua, levantando mi cara al torrente. Hay sitio para ambos bajo la inmensa ducha. Joseph alcanza el shampoo y lava su cabello. Me lo pasa y hago lo mismo.
Esto se siente bien. Cerrando mis ojos, sucumbo ante la limpia y cálida agua. Mientras enjuago el shampoo, siento sus manos en mí, enjabonando mi cuerpo, mis hombros, mis brazos, bajo mis brazos, mis pechos, mi espalda. Gentilmente me gira y me atrae a él mientras continúa bajando, mi estómago, sus dedos experimentados entre mis piernas ―hmmm― mi trasero. Oh, eso se siente bien, y tan íntimo. Me gira para mirarlo de nuevo.
―Aquí ―dice suavemente pasándome el jabón corporal―. Quiero que me quites los restos de labial.
Mis ojos se abren con asombro y se disparan hacia él. Me mira intensamente, mojado y bello, sus gloriosos y brillantes ojos ambarinos sin dar nada.
―No te salgas de las líneas, por favor ―murmura apretadamente.
―De acuerdo ―murmuro, tratando de absorber la enormidad de lo que me acaba de pedir, tocarlo al límite de la zona prohibida.
Tomo un poco de jabón, lo mezclo en las manos para crear espuma y lo pongo en sus hombros y gentilmente lavo la línea de labial en ambos lados. Él se queda quieto y cierra los ojos, su cara impasible, pero respira rápidamente, y sé que no es lujuria sino miedo. Me enternece al instante. Con dedos temblorosos cuidadosamente sigo la línea por el lado de su pecho, enjabonando y quitando suavemente, y él traga, su mandíbula tensa como si sus dientes estuvieran apretados. ¡Oh! Mi corazón se contrae y mi garganta se aprieta. Oh no. Voy a llorar.
Me detengo para tomar más jabón y lo siento relajarse frente a mí. No lo puedo mirar. No puedo soportar ver su dolor, es demasiado. Trago.
―¿Listo? ―murmuro y la tensión es clara en mi voz.
―Sí ―susurra, su voz áspera, mezclada con el miedo.
Gentilmente pongo mis manos a cada lado de su pecho y se congela de nuevo. Es demasiado. Me abruma su confianza en mí, abrumada por su miedo, por el daño hecho a este bello caído y lastimado hombre. Las lágrimas se juntan en mis ojos y bajo mi cara, perdida en el agua de la ducha. ¡Oh, Joseph! ¿Quién te hizo esto?
Su diafragma se mueve rápido con cada respiración, su cuerpo esta rígido, la tensión radiando de él en ondas mientras mis manos se mueven por la línea, borrándola. Oh, si tan solo pudiese borrar su dolor, lo haría, haría cualquier cosa, y no quiero más que besar cada cicatriz que veo, besar y borrar esos horribles años de negligencia. Pero sé que no puedo, y mis lágrimas caen incontenibles por mis mejillas.
―No. Por favor, no llores ―murmura, su voz angustiada mientras me abraza firmemente―. Por favor no llores por mí. ―Y exploto en un girar de resoplidos enterrando mi cara en su cuello, al pensar en el pequeño niño perdido en un mar de miedo y dolor, asustado, rechazado, abusado, lastimado más allá de lo posible.
Alejándose, agarra mi cabeza con sus manos, la inclina hacia atrás y se inclina para besarme.
―No llores, ____, por favor ―murmura contra mi boca―. Fue hace mucho. Me muero porque me toques, pero apenas puedo soportarlo. Es demasiado. Por favor, por favor no llores.
―Quiero tocarte también. Más de lo que imaginas. Verte así… asustado y lastimado, Joseph… me hiere profundamente. Te amo tanto.
Acaricia con su pulgar mi labio inferior.
―Lo sé, lo sé ―murmura.
―Eres muy fácil de amar, ¿no lo ves?
―No, nena, no lo veo.
―Lo eres. Yo te amo y también tu familia. Y Elena y Leila. Tienen una extraña manera de demostrarlo pero te aman. Vales la pena.
―Detente. ―Pone su dedo en mis labios y sacude la cabeza, una expresión agonizante en su rostro―. No puedo oír esto. No soy nada, ____. Soy la sombra de un hombre, no tengo corazón.
―Sí tienes. Y lo quiero, todo. Eres un buen hombre, Joseph, un muy buen hombre. Nunca lo dudes. Mira lo que has hecho… lo que has conseguido ―sollozo―. Mira lo que has hecho por mí… lo que has dejado, por mí ―susurro―. Yo sé, sé cómo te sientes por mí.
Me mira, sus ojos amplios y con pánico, y lo único que podemos oír es el ruido de la ducha mientras cae el agua sobre nosotros.
―Me amas ―susurro.
Sus ojos se abren más y su boca se abre. Toma un profundo respiro. Se ve torturado, vulnerable.
―Sí ―murmura―. Te amo.
O.O ¡De acuerdo es momento de mi tercer desmayo!
Karely Jonatika
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
AAAAAAAAAAAAAAHHH!!!
QUE BUENO QUE LEILA NO ESTABA Y NO LE PASO NADA A JOEEE!!!!....
PEROOO QUE ALIVIOO SENTII!!! ;)
YYY ENTONCES ____ VE LA SOMBRA DE UAN MUUJEEERR Y TODO SE VUELVE TENSOOO!!!!.. PERO JOE PUDO HACERLA OLVIDAR!!!
AAAII AMO A ESE NIÑOOO!!!!!
TAMBIEN LLORE CON ___ POR ESE BB QUE TORTURAROONNN!!!!... Y SIII CONCUERDO CON ELLAA EL TIENE UN CORAZON Y ES FACIL AMARLOOO!!!
QUE BUENO QUE LEILA NO ESTABA Y NO LE PASO NADA A JOEEE!!!!....
PEROOO QUE ALIVIOO SENTII!!! ;)
YYY ENTONCES ____ VE LA SOMBRA DE UAN MUUJEEERR Y TODO SE VUELVE TENSOOO!!!!.. PERO JOE PUDO HACERLA OLVIDAR!!!
AAAII AMO A ESE NIÑOOO!!!!!
TAMBIEN LLORE CON ___ POR ESE BB QUE TORTURAROONNN!!!!... Y SIII CONCUERDO CON ELLAA EL TIENE UN CORAZON Y ES FACIL AMARLOOO!!!
chelis
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
Mori mori
se lo dijo awww estoy saltando despues de 10 minutos estoy respirando
que bello siguelaaaa
se lo dijo awww estoy saltando despues de 10 minutos estoy respirando
que bello siguelaaaa
JB&1D2
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
awwwwww le dijo que la ama!!! :arre:
Joseph es tan lindo y tiene un gran corazon
Aunque el piense que no :(
Me hace llorar solo de pensar en el niño que fue :crybaby:
Pobre de mi amor!!
Siguela!!
Joseph es tan lindo y tiene un gran corazon
Aunque el piense que no :(
Me hace llorar solo de pensar en el niño que fue :crybaby:
Pobre de mi amor!!
Siguela!!
aranzhitha
Re: "Fifty Shades Darker" (Joe&Tu) [Segundo Libro][TERMINADO]
Oh dios mio, te iba a decir cuanto me gustaba tus capitulos largos, pero ahora no la dejaste en el mejor momento, eres una torturadora!! No se como haces esto!
Debes seguirla ya mismo, sino soy capaz de buscarme los libros, NO TE PERMITO que me dejes varios dias sin cap, mira que la maldad ya es mucha.
Por fin, Joe lo acepta.
Y que loca leila. Loca loca.
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Debes seguirla ya mismo, sino soy capaz de buscarme los libros, NO TE PERMITO que me dejes varios dias sin cap, mira que la maldad ya es mucha.
Por fin, Joe lo acepta.
Y que loca leila. Loca loca.
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Creadora
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