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"Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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"Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
Ficha
Nombre: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)
Autor: Lora Leigh
Adaptación: Si
Género: Erótico/Romántico
Advertencias: Lenguaje fuerte y escenas de sexo
Otras páginas: No lo sé, ya que es una adaptación
MIÉNTEME Y DIME QUE ME QUIERES
Nombre: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)
Autor: Lora Leigh
Adaptación: Si
Género: Erótico/Romántico
Advertencias: Lenguaje fuerte y escenas de sexo
Otras páginas: No lo sé, ya que es una adaptación
MIÉNTEME Y DIME QUE ME QUIERES
Un hombre sin piedad… Joe Jonas, un frío e implacable agente encubierto, tiene una misión: salvar la vida de ____ Clay. Y hará cualquier cosa, incluyendo utilizar a la joven cruelmente como cebo, para conseguir mantenerla a salvo.
Él jamás ha permitido que nadie penetre su coraza, pero nada saldrá según sus planes. Estaba preparado para todo, excepto para la abrumadora necesidad que sentirá de proteger a ____, de hacerla suya para siempre, de estrecharla contra sí y no soltarla jamás.
Una mujer enamorada… A pesar de su trágico pasado, ____ Clay sigue conservando una cautivadora mezcla de inocencia y sensualidad que la dejará completamente vulnerable ante Joe, un hombre inquietante y perturbador que derribará todas sus defensas con una pasión devastadora.
Y aunque un asesino ha puesto precio a su vida, en realidad, el peligro más grave al que ____ deberá enfrentarse será… enamorarse de su guardián, alguien que no tiene corazón.
*Joe Jonas, antiguo agente del Mossad Israelí conocido por David Abijah
¡Hola chicas! :D
Yo de nuevo por aquí con una nueva novela.
Tengo que decir que me encanto. Es el segundo libro de la serie de Fuerzas especiales de Lora Leigh. Aunque no me fue necesario leer el primero para entenderlo.
Me pareció una historia increíble. Llena de amor, deseo y ternura, pero también de suspenso, dolor y rabia por lo que tuvo que pasar la protagonista.
Tendrán que leerla para saber si digo o no la verdad.
Espero sus comentarios para subir el prólogo.
Cualquier duda que tengan pueden decirmelo.
Besos :hi:
Natuu♥!!
Él jamás ha permitido que nadie penetre su coraza, pero nada saldrá según sus planes. Estaba preparado para todo, excepto para la abrumadora necesidad que sentirá de proteger a ____, de hacerla suya para siempre, de estrecharla contra sí y no soltarla jamás.
Una mujer enamorada… A pesar de su trágico pasado, ____ Clay sigue conservando una cautivadora mezcla de inocencia y sensualidad que la dejará completamente vulnerable ante Joe, un hombre inquietante y perturbador que derribará todas sus defensas con una pasión devastadora.
Y aunque un asesino ha puesto precio a su vida, en realidad, el peligro más grave al que ____ deberá enfrentarse será… enamorarse de su guardián, alguien que no tiene corazón.
*Joe Jonas, antiguo agente del Mossad Israelí conocido por David Abijah
¡Hola chicas! :D
Yo de nuevo por aquí con una nueva novela.
Tengo que decir que me encanto. Es el segundo libro de la serie de Fuerzas especiales de Lora Leigh. Aunque no me fue necesario leer el primero para entenderlo.
Me pareció una historia increíble. Llena de amor, deseo y ternura, pero también de suspenso, dolor y rabia por lo que tuvo que pasar la protagonista.
Tendrán que leerla para saber si digo o no la verdad.
Espero sus comentarios para subir el prólogo.
Cualquier duda que tengan pueden decirmelo.
Besos :hi:
Natuu♥!!
Última edición por Natuu! el Mar 30 Oct 2012, 10:17 pm, editado 1 vez
Natuu!
Re: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
hola natu aqi estoy otravez
leyendo un nove tuya jajaja
me parecio muy interesante
sube pronto el prologo plis
leyendo un nove tuya jajaja
me parecio muy interesante
sube pronto el prologo plis
Nani Jonas
Re: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
hola natu esta genial esta novela
tienes q seguirla!
por cierto nueva lectora!
tienes q seguirla!
por cierto nueva lectora!
jonatic&diectioner
Re: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
Prólogo
Era madre. Era hija. Era hermana y esposa. Bella y delicada. Su piel bronceada cubría unos elegantes rasgos en los que resaltaban la aristocrática frente y unos labios deliciosamente llenos.
Era delgada y atlética, y estaba lejos de aparentar su edad. Una mujer de cuarenta y cinco años no debería estar en tan buena forma física.
A menos que fuera una asesina.
Sí, era una asesina y de la mejor clase. Una mujer atractiva, ingeniosa y de manos suaves. Manos que podían disparar un arma, empuñar un cuchillo o lanzar una granada con la misma despiadada firmeza que cualquier hombre que él hubiera conocido.
—Preciosa —susurró él rozando la sedosa piel de una de sus manos, casi acariciándola antes de detenerse finalmente en las sutiles callosidades de los dedos.
Era una guerrera. Y como tal, no debería tener aquel brillo en esos hermosos y sombríos ojos oscuros.
—Son sólo negocios. Lo entiendes, ¿verdad? —Mantuvo un tono neutral, perfectamente modulado.
No quería asustarla. La sangre bombeaba con más fuerza por un cuerpo sobrecogido por el miedo. Y si ése fuese el caso, fluiría a través de las venas de la mujer con demasiada rapidez, sin darle tiempo a disfrutar de la belleza y satisfacción que precedía al momento en que ella exhalaría su último aliento.
«¿Sentiría miedo ella?», se preguntó.
El asesino ladeó la cabeza, sintiendo un atisbo de curiosidad cuando la mujer le sostuvo la mirada con fría determinación. No había miedo en sus ojos, ninguna preocupación por su propia vida. Le devolvía la mirada con ojos fríos e indiferentes. Él conocía aquellos ojos. Le habían sonreído muchas veces. Se había sentido atraído por su risa e ingenio. Pero no sabía si ella había sentido miedo en alguna ocasión.
«Qué extraño», pensó. Normalmente sabía ese tipo de cosas cuando aceptaba un trabajo.
—¿Tienes miedo? —se vio obligado a preguntar. Lo hizo en el idioma de la mujer; la belleza de aquella lengua siempre le había fascinado.
No muchos consideraban el lenguaje hebreo un idioma lleno de gracia y pureza, pero él sí lo hacía. Lo sentía cada vez que oía hablar a un israelí. Poseía una cierta cadencia musical, una antigua y mística fluidez que lo fascinaba.
—¿De ti? —Las palabras sonaron débiles y mal articuladas por culpa del sedante que le había suministrado antes de llevarla a su guarida—. No.
—¿Temes a la muerte? —A él le aterraba. Se enfrentaba a la muerte en cada trabajo que aceptaba y algunas veces temía que el final llegara precedido de dolor y humillación.
—No temo a nada.
A él no le cupo duda de que ella decía la verdad.
—Pero tú sí que deberías hacerlo —continuó la mujer—. Ni siquiera imaginas lo que te espera.
—¿La ira de tu Dios? —se burló él.
—Dios te juzgará, pero Garren y David te destruirán.
Su marido y su hijo. Un agente de la CIA y un soldado del Mossad. Dos adversarios formidables.
—Jamás sabrán que fui yo quien te maté, Ariela —le prometió no sin cierto pesar—. Nadie les revelará mi nombre.
Ella no le dio la satisfacción de mostrar ninguna emoción. Apartó la vista, negándose a mirarlo.
Él deslizó los dedos entre sus pechos una vez más, y se alegró de haberle cortado la ropa. El frío aire de la guarida que él había elegido en esa ocasión había erizado los pezones de la mujer como si estuviera excitada. Como si estuviera esperando a un amante, desnuda y tendida sobre la mesa metálica.
Le había encadenado las muñecas con las manos colgando sobre la mesa, y había sujetado las cadenas a unos ganchos en el suelo. Tenía las piernas alzadas y abiertas, sujetas por otras pesadas cadenas que había afianzado en el techo.
Le rozó levemente el pezón, pero ella no reaccionó.
—¿Acaso tienes hielo en las venas en vez de sangre? —inquirió sin dejar de tocarla.
Su piel era exquisita al tacto. Era una lástima que su marido no pudiera volver a sentir esa calidez a su lado por las noches. Que nunca más volviera a abrazarla, ni disfrutar de la suavidad de su sedosa piel contra su cuerpo.
—¿Acaso importa? —La mujer no parpadeaba, no lloraba, no suplicaba.
«¿Qué satisfacción obtendría con su muerte?», volvió a preguntarse a sí mismo. Oh, sí; una bonita suma de dinero que sería depositada en su cuenta bancaria en cuanto encontraran aquel bello cuerpo, y el hecho de que su cliente seguiría absteniéndose de revelar su identidad. En realidad, todo aquello no era más que un problema para él. Jamás habría aceptado aquel trabajo sin que le presionaran y le aseguraran una buena retribución.
—Por desgracia, da igual —comentó a la ligera—. ¿No sientes curiosidad por saber por qué estás aquí? ¿Quién ordenó tu muerte?
—¿Importa?
Él le sonrió.
—¿No te gustaría maldecirlo desde el más allá?
La mujer torció los labios.
—Saber o no su nombre dará igual en mi otra vida. Pero Dios sí sabe su nombre y también conoce tu alma. Sabe a quién castigar.
El hombre casi se estremeció ante la convicción que resonó en la voz femenina. Él no era creyente, pero la fe de aquella mujer casi tenía el poder de conmoverlo.
No, todo aquello no eran más que tonterías. Algo que no podía permitirse.
Sonrió ampliamente en respuesta a su gesto burlón.
—¿Así que tu Dios me castigará?
Ariela le ignoró y clavó la mirada en el techo. Sus labios se movían, pero él no sabía qué palabras estaba susurrando. Hablaba consigo misma. Quizá con su Dios.
Con reverencia, deslizó el dedo sobre el único objeto que había dejado sobre su cuerpo. El símbolo de su fe: la estrella de David. Siempre la había admirado. Su marido, Garren, la había hecho tallar para ella, y cada extremo de la estrella de plata hexagonal estaba rematado en oro. Se trataba de una joya muy sencilla que colgaba de un simple cordón de cuero.
—Tu hijo encontrará tu cuerpo —decidió en voz alta, preguntándose si ella reaccionaría a esa declaración.
Pero no hubo reacción alguna. La mujer siguió con la mirada clavada en el techo, como si allí hubiera algo que sólo ella podía ver. «Si eso la ayuda a morir…,» pensó el asesino mientras se apartaba de Ariela para coger una cuchilla.
—Quizá te diga mi nombre real antes de que exhales el último aliento —le dijo—. Puede que quieras decirle a tu Dios quién soy, en caso de que le importa tu muerte.
Ariela no contestó. Pero, ¿acaso él había esperado alguna respuesta?
Esa parte solía ser su favorita. Sin embargo, cuando volvió de nuevo a la mesa, no sintió la familiar oleada de excitación.
Le gustaba jugar con sus víctimas. Perseguirlas y secuestrarlas. Le encantaba el momento en que abrían desmesuradamente los ojos y se daban cuenta de que estaban a las puertas de la muerte.
No obstante, esa vez, sólo sentía furia y arrepentimiento. Ariela no podría identificar nunca a su cliente y, por tanto, no había ninguna razón para su muerte. Lamentablemente, su cliente se comportaba a veces como un condenado psicópata y no había escuchado sus objeciones.
En aquella ocasión el asesino había escogido una cuchilla de afeitar. Un arma sencilla, fácil de adquirir y de usar.
Frunciendo el ceño, le pasó el filo por el brazo con la presión suficiente para que sintiera el frío metal y conociera su destino.
—Sabes, una vez, cuando era niño —dijo pensativo— encontré a mi madre desnuda en la bañera. La sangre que manaba de sus muñecas goteaba en el suelo y sus ojos reflejaban paz.
La miró y de pronto la cara de su madre apareció ante sus ojos. Pelo rubio, ojos azules, rasgos delicados... Perfecta.
—No estaba muerta —continuó—. Me arrodillé junto a la bañera y le pregunté por qué lo había hecho. Ella sonrió. —Curvó los labios en una mueca—. Me dijo que era porque le encantaba sentir el filo de la cuchilla cortándole las venas. Que era como el chasquido de una uva. —Sacudió la cabeza ante el recuerdo—. Por desgracia, a mi madre le gustaba más cortarse que morir. No murió esa vez, ni la siguiente. —Le palmeó el brazo—. No murió hasta que decidí ayudarla y la até a la mesa de la cocina.
No era la primera vez que contaba esa historia y siempre había visto horror o sorpresa en las caras de sus víctimas. En Ariela, sin embargo, sólo vio un frío vacío en sus ojos y el suave movimiento de sus labios mientras susurraba una oración en su idioma.
Sin dejarse impresionar, el asesino bajó la mano libre a la muñeca de su víctima, le pasó el pulgar por la vena y clavó los ojos allí con tristeza mientras colocaba el filo de la cuchilla justo encima.
Gimió ante el chasquido de la vena bajo el filo. Cortó profundamente, seccionándola, antes de rodear la mesa para hacer lo mismo en el otro brazo.
Ahora se sentía lleno de ira. Su cliente no era más que un condenado bastardo psicótico que lo chantajeaba con revelar su identidad. De no ser por él, aquella mujer estaría sonriendo, bendiciendo la tierra con su presencia en vez de manchándola con su sangre.
—Di algo —le espetó—. Estás muriéndote.
Quería que ella se enfureciera, que luchara, que gritara. Pero su víctima se mantenía en un obstinado silencio. ¿Es que no lamentaba nada? ¿No tenía algún pecado que expiar?
Ariela miraba fijamente al techo, murmurando en silencio, y sólo un pequeño estremecimiento reveló que era consciente de lo que él estaba haciendo cuando le cortó la otra muñeca.
La vena se abrió con un chasquido y la sangre se derramó sobre sus dedos. Extasiado, cerró los ojos al sentir la sedosa y cálida humedad extendiéndose por su mano.
Su respiración era áspera y jadeante cuando se llevó la mano al pene hinchado y lo lubricó con aquella esencia de vida.
La miró a la cara. Tenía que calcular perfectamente el tiempo. Ya era bastante malo tener que ponerse un condón cuando jugaba con sus víctimas, así que al menos quería alcanzar el éxtasis en el mismo instante que ella expirara. Podía lamentar su muerte, pero aquella hermosa mujer siempre lo había fascinado. Y asombrado.
La sangre fluía dulce y oscura de las venas de Ariela, caía al suelo y formaba regueros de color escarlata en el cemento mientras él la miraba a los ojos. Sí, estaba cerca, muy cerca. Bombeó su miembro con más fuerza empapándolo de sangre y oyó su propio gemido ahogado al salir de su garganta.
—Muere —gimió él—. Muere dulcemente. Ah sí, joder sí. Muere.
La luz abandonó lentamente los ojos de la mujer, suspiró y, cuando su corazón latió por última vez, él alcanzó el clímax.
Un grito escapó de los labios del asesino cuando su semen llenó el condón. Fuertes y ardientes sacudidas recorrieron su cuerpo y alimentaron la excitación que corría por sus venas hasta que un último estremecimiento atravesó sus músculos.
Se agarró el pene sin dejar de jadear y se quedó mirando la recompensa que yacía ante él. Ariela era bella incluso muerta.
Pero, ¿cuándo había cerrado los ojos?
La observó con detenimiento, ladeando la cabeza y parpadeando con curiosidad. Ariela tenía los ojos cerrados. No había horror en su cara, ni indicio de temor o agonía.
Contemplándola fascinado, se apartó del cuerpo con cuidado de no pisar la sangre.
«Asombroso, —pensó—. Tanta fuerza de voluntad. Tanta belleza. Sin duda, el Mossad instruye bien a sus agentes».
Era la primera vez en todos los años que llevaba matando, que veía morir a alguien con tanta dignidad.
—Una muerte perfecta —susurró, respirando hondo y sonriendo con admiración—. Absolutamente perfecta.
Se movió hacia la cabecera de la mesa, acarició la mejilla de Ariela y luego, suavemente, desató el nudo del cordón de cuero para soltar el colgante. Jamás guardaba recuerdos, pero no pudo evitar coger una parte de ella para conservarla.
No había nada más que hacer, excepto limpiar todas las huellas de su presencia en aquel pequeño sótano subterráneo y marcharse. El marido y el hijo de Ariela recibirían una llamada más tarde informando de la ubicación del cuerpo. En cuanto la encontraran, su cliente ingresaría el dinero acordado en su cuenta. Había una preciosa casa de campo en Francia a la que le había echado el ojo.
Después de limpiarse y eliminar las últimas huellas que quedaban en la estancia, se vistió con cuidado, recogió su maletín y abrió la pequeña puerta que daba al exterior.
Fuera, la vida nocturna estaba en pleno apogeo. A los israelitas les gustaba divertirse. Los clubs estaban, como siempre, abarrotados.
Mientras sonreía a una bella joven que pasó por su lado, sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta y llamó a su intermediario. Seguramente ya le habría encontrado otro trabajo. A menudo era difícil ser al mismo tiempo un agente de la CIA y un asesino a sueldo. El intermediario se encargaba de que todo fuera sobre ruedas, y en todos los años que llevaba en el negocio, jamás se le había ocurrido traicionarlo.
—Voy camino del aeropuerto —informó. Jamás se identificaba—. Mi vuelo sale hacia Nueva York en menos de dos horas, así que encárgate de realizar las llamadas pertinentes.
Cerró el móvil, lo metió en el bolsillo y alzó la mano para detener a uno de los muchos taxis que circulaban por las calles. En menos de dos horas estaría camino de otro trabajo, otro desafío. Adoraba los desafíos. Pero aún así, no podía evitar sentir una opresión en el pecho. Aquel trabajo no había sido tan satisfactorio como esperaba.
Cuando se subió al avión dos horas más tarde y tomó asiento, desdobló el periódico americano que había comprado en el aeropuerto. El titular de la primera página le hizo arquear las cejas.
«Asesinado un conocido industrial durante el rescate de la hija de un senador.»
Leyó la noticia al completo y se pasó nerviosamente el dedo por el labio inferior. Uno de sus clientes parecía haber sido asesinado. Jansen Clay. Casi sonrió ante la noticia de que aquel bastardo hubiera muerto durante el rescate de la hija del senador Stanton, Emily. Era evidente que al gobierno americano no le gustaba divulgar la verdad. Jansen Clay no era ningún héroe. Lo había demostrado hacía dos años, cuando planeó el primer secuestro de Emily Stanton y otras dos chicas, entre las que se encontraba su propia hija. ____ Clay. Aquella joven era tan poco atractiva que incluso dudaba que pudiera ligar con un borracho un sábado por la noche.
____ había sobrevivido, al igual que Emily, pero la otra chica había fallecido. Y ahora, Clay había muerto después de volver a planear el secuestro de la hija de Stanton. Qué estúpido.
Orión observó la foto con detenimiento antes de fruncir el ceño. Otro de sus clientes, un médico, también estaba involucrado en aquel turbio asunto de drogas. La fórmula original del «polvo de afrodita» de Diego Fuentes había desparecido junto con el científico que la creó, y su cliente estaba tratando de reproducirla.
Interesante.
De nuevo, clavó la mirada en la fotografía de ____ Clay e hizo una mueca. Un hombre tendría que taparle la cara para poder violarla, como su cliente había hecho casi dos años antes. Si Orión tuviera que matarla, primero tendría que ponerla boca abajo.
Se rumoreaba que estaba internada en una clínica privada, con la mente destrozada por la droga que le habían inyectado durante el secuestro. ____ no recordaba nada de aquel singular acontecimiento de su vida y no suponía un riesgo para Orión. Su cliente, el hombre que la había tumbado boca abajo una noche para violarla, no tenía de qué preocuparse.
¡Bienvenidas Nani y araherre! Gracias por pasarse :D
Bueno, aquí dejo el prólogo, más tarde subire el primer capítulo.
Espero que les guste y si tienen alguna duda, no teman preguntar, yo con gusto se las aclararé.
Besos
:hi:
Natuu!!
Era delgada y atlética, y estaba lejos de aparentar su edad. Una mujer de cuarenta y cinco años no debería estar en tan buena forma física.
A menos que fuera una asesina.
Sí, era una asesina y de la mejor clase. Una mujer atractiva, ingeniosa y de manos suaves. Manos que podían disparar un arma, empuñar un cuchillo o lanzar una granada con la misma despiadada firmeza que cualquier hombre que él hubiera conocido.
—Preciosa —susurró él rozando la sedosa piel de una de sus manos, casi acariciándola antes de detenerse finalmente en las sutiles callosidades de los dedos.
Era una guerrera. Y como tal, no debería tener aquel brillo en esos hermosos y sombríos ojos oscuros.
—Son sólo negocios. Lo entiendes, ¿verdad? —Mantuvo un tono neutral, perfectamente modulado.
No quería asustarla. La sangre bombeaba con más fuerza por un cuerpo sobrecogido por el miedo. Y si ése fuese el caso, fluiría a través de las venas de la mujer con demasiada rapidez, sin darle tiempo a disfrutar de la belleza y satisfacción que precedía al momento en que ella exhalaría su último aliento.
«¿Sentiría miedo ella?», se preguntó.
El asesino ladeó la cabeza, sintiendo un atisbo de curiosidad cuando la mujer le sostuvo la mirada con fría determinación. No había miedo en sus ojos, ninguna preocupación por su propia vida. Le devolvía la mirada con ojos fríos e indiferentes. Él conocía aquellos ojos. Le habían sonreído muchas veces. Se había sentido atraído por su risa e ingenio. Pero no sabía si ella había sentido miedo en alguna ocasión.
«Qué extraño», pensó. Normalmente sabía ese tipo de cosas cuando aceptaba un trabajo.
—¿Tienes miedo? —se vio obligado a preguntar. Lo hizo en el idioma de la mujer; la belleza de aquella lengua siempre le había fascinado.
No muchos consideraban el lenguaje hebreo un idioma lleno de gracia y pureza, pero él sí lo hacía. Lo sentía cada vez que oía hablar a un israelí. Poseía una cierta cadencia musical, una antigua y mística fluidez que lo fascinaba.
—¿De ti? —Las palabras sonaron débiles y mal articuladas por culpa del sedante que le había suministrado antes de llevarla a su guarida—. No.
—¿Temes a la muerte? —A él le aterraba. Se enfrentaba a la muerte en cada trabajo que aceptaba y algunas veces temía que el final llegara precedido de dolor y humillación.
—No temo a nada.
A él no le cupo duda de que ella decía la verdad.
—Pero tú sí que deberías hacerlo —continuó la mujer—. Ni siquiera imaginas lo que te espera.
—¿La ira de tu Dios? —se burló él.
—Dios te juzgará, pero Garren y David te destruirán.
Su marido y su hijo. Un agente de la CIA y un soldado del Mossad. Dos adversarios formidables.
—Jamás sabrán que fui yo quien te maté, Ariela —le prometió no sin cierto pesar—. Nadie les revelará mi nombre.
Ella no le dio la satisfacción de mostrar ninguna emoción. Apartó la vista, negándose a mirarlo.
Él deslizó los dedos entre sus pechos una vez más, y se alegró de haberle cortado la ropa. El frío aire de la guarida que él había elegido en esa ocasión había erizado los pezones de la mujer como si estuviera excitada. Como si estuviera esperando a un amante, desnuda y tendida sobre la mesa metálica.
Le había encadenado las muñecas con las manos colgando sobre la mesa, y había sujetado las cadenas a unos ganchos en el suelo. Tenía las piernas alzadas y abiertas, sujetas por otras pesadas cadenas que había afianzado en el techo.
Le rozó levemente el pezón, pero ella no reaccionó.
—¿Acaso tienes hielo en las venas en vez de sangre? —inquirió sin dejar de tocarla.
Su piel era exquisita al tacto. Era una lástima que su marido no pudiera volver a sentir esa calidez a su lado por las noches. Que nunca más volviera a abrazarla, ni disfrutar de la suavidad de su sedosa piel contra su cuerpo.
—¿Acaso importa? —La mujer no parpadeaba, no lloraba, no suplicaba.
«¿Qué satisfacción obtendría con su muerte?», volvió a preguntarse a sí mismo. Oh, sí; una bonita suma de dinero que sería depositada en su cuenta bancaria en cuanto encontraran aquel bello cuerpo, y el hecho de que su cliente seguiría absteniéndose de revelar su identidad. En realidad, todo aquello no era más que un problema para él. Jamás habría aceptado aquel trabajo sin que le presionaran y le aseguraran una buena retribución.
—Por desgracia, da igual —comentó a la ligera—. ¿No sientes curiosidad por saber por qué estás aquí? ¿Quién ordenó tu muerte?
—¿Importa?
Él le sonrió.
—¿No te gustaría maldecirlo desde el más allá?
La mujer torció los labios.
—Saber o no su nombre dará igual en mi otra vida. Pero Dios sí sabe su nombre y también conoce tu alma. Sabe a quién castigar.
El hombre casi se estremeció ante la convicción que resonó en la voz femenina. Él no era creyente, pero la fe de aquella mujer casi tenía el poder de conmoverlo.
No, todo aquello no eran más que tonterías. Algo que no podía permitirse.
Sonrió ampliamente en respuesta a su gesto burlón.
—¿Así que tu Dios me castigará?
Ariela le ignoró y clavó la mirada en el techo. Sus labios se movían, pero él no sabía qué palabras estaba susurrando. Hablaba consigo misma. Quizá con su Dios.
Con reverencia, deslizó el dedo sobre el único objeto que había dejado sobre su cuerpo. El símbolo de su fe: la estrella de David. Siempre la había admirado. Su marido, Garren, la había hecho tallar para ella, y cada extremo de la estrella de plata hexagonal estaba rematado en oro. Se trataba de una joya muy sencilla que colgaba de un simple cordón de cuero.
—Tu hijo encontrará tu cuerpo —decidió en voz alta, preguntándose si ella reaccionaría a esa declaración.
Pero no hubo reacción alguna. La mujer siguió con la mirada clavada en el techo, como si allí hubiera algo que sólo ella podía ver. «Si eso la ayuda a morir…,» pensó el asesino mientras se apartaba de Ariela para coger una cuchilla.
—Quizá te diga mi nombre real antes de que exhales el último aliento —le dijo—. Puede que quieras decirle a tu Dios quién soy, en caso de que le importa tu muerte.
Ariela no contestó. Pero, ¿acaso él había esperado alguna respuesta?
Esa parte solía ser su favorita. Sin embargo, cuando volvió de nuevo a la mesa, no sintió la familiar oleada de excitación.
Le gustaba jugar con sus víctimas. Perseguirlas y secuestrarlas. Le encantaba el momento en que abrían desmesuradamente los ojos y se daban cuenta de que estaban a las puertas de la muerte.
No obstante, esa vez, sólo sentía furia y arrepentimiento. Ariela no podría identificar nunca a su cliente y, por tanto, no había ninguna razón para su muerte. Lamentablemente, su cliente se comportaba a veces como un condenado psicópata y no había escuchado sus objeciones.
En aquella ocasión el asesino había escogido una cuchilla de afeitar. Un arma sencilla, fácil de adquirir y de usar.
Frunciendo el ceño, le pasó el filo por el brazo con la presión suficiente para que sintiera el frío metal y conociera su destino.
—Sabes, una vez, cuando era niño —dijo pensativo— encontré a mi madre desnuda en la bañera. La sangre que manaba de sus muñecas goteaba en el suelo y sus ojos reflejaban paz.
La miró y de pronto la cara de su madre apareció ante sus ojos. Pelo rubio, ojos azules, rasgos delicados... Perfecta.
—No estaba muerta —continuó—. Me arrodillé junto a la bañera y le pregunté por qué lo había hecho. Ella sonrió. —Curvó los labios en una mueca—. Me dijo que era porque le encantaba sentir el filo de la cuchilla cortándole las venas. Que era como el chasquido de una uva. —Sacudió la cabeza ante el recuerdo—. Por desgracia, a mi madre le gustaba más cortarse que morir. No murió esa vez, ni la siguiente. —Le palmeó el brazo—. No murió hasta que decidí ayudarla y la até a la mesa de la cocina.
No era la primera vez que contaba esa historia y siempre había visto horror o sorpresa en las caras de sus víctimas. En Ariela, sin embargo, sólo vio un frío vacío en sus ojos y el suave movimiento de sus labios mientras susurraba una oración en su idioma.
Sin dejarse impresionar, el asesino bajó la mano libre a la muñeca de su víctima, le pasó el pulgar por la vena y clavó los ojos allí con tristeza mientras colocaba el filo de la cuchilla justo encima.
Gimió ante el chasquido de la vena bajo el filo. Cortó profundamente, seccionándola, antes de rodear la mesa para hacer lo mismo en el otro brazo.
Ahora se sentía lleno de ira. Su cliente no era más que un condenado bastardo psicótico que lo chantajeaba con revelar su identidad. De no ser por él, aquella mujer estaría sonriendo, bendiciendo la tierra con su presencia en vez de manchándola con su sangre.
—Di algo —le espetó—. Estás muriéndote.
Quería que ella se enfureciera, que luchara, que gritara. Pero su víctima se mantenía en un obstinado silencio. ¿Es que no lamentaba nada? ¿No tenía algún pecado que expiar?
Ariela miraba fijamente al techo, murmurando en silencio, y sólo un pequeño estremecimiento reveló que era consciente de lo que él estaba haciendo cuando le cortó la otra muñeca.
La vena se abrió con un chasquido y la sangre se derramó sobre sus dedos. Extasiado, cerró los ojos al sentir la sedosa y cálida humedad extendiéndose por su mano.
Su respiración era áspera y jadeante cuando se llevó la mano al pene hinchado y lo lubricó con aquella esencia de vida.
La miró a la cara. Tenía que calcular perfectamente el tiempo. Ya era bastante malo tener que ponerse un condón cuando jugaba con sus víctimas, así que al menos quería alcanzar el éxtasis en el mismo instante que ella expirara. Podía lamentar su muerte, pero aquella hermosa mujer siempre lo había fascinado. Y asombrado.
La sangre fluía dulce y oscura de las venas de Ariela, caía al suelo y formaba regueros de color escarlata en el cemento mientras él la miraba a los ojos. Sí, estaba cerca, muy cerca. Bombeó su miembro con más fuerza empapándolo de sangre y oyó su propio gemido ahogado al salir de su garganta.
—Muere —gimió él—. Muere dulcemente. Ah sí, joder sí. Muere.
La luz abandonó lentamente los ojos de la mujer, suspiró y, cuando su corazón latió por última vez, él alcanzó el clímax.
Un grito escapó de los labios del asesino cuando su semen llenó el condón. Fuertes y ardientes sacudidas recorrieron su cuerpo y alimentaron la excitación que corría por sus venas hasta que un último estremecimiento atravesó sus músculos.
Se agarró el pene sin dejar de jadear y se quedó mirando la recompensa que yacía ante él. Ariela era bella incluso muerta.
Pero, ¿cuándo había cerrado los ojos?
La observó con detenimiento, ladeando la cabeza y parpadeando con curiosidad. Ariela tenía los ojos cerrados. No había horror en su cara, ni indicio de temor o agonía.
Contemplándola fascinado, se apartó del cuerpo con cuidado de no pisar la sangre.
«Asombroso, —pensó—. Tanta fuerza de voluntad. Tanta belleza. Sin duda, el Mossad instruye bien a sus agentes».
Era la primera vez en todos los años que llevaba matando, que veía morir a alguien con tanta dignidad.
—Una muerte perfecta —susurró, respirando hondo y sonriendo con admiración—. Absolutamente perfecta.
Se movió hacia la cabecera de la mesa, acarició la mejilla de Ariela y luego, suavemente, desató el nudo del cordón de cuero para soltar el colgante. Jamás guardaba recuerdos, pero no pudo evitar coger una parte de ella para conservarla.
No había nada más que hacer, excepto limpiar todas las huellas de su presencia en aquel pequeño sótano subterráneo y marcharse. El marido y el hijo de Ariela recibirían una llamada más tarde informando de la ubicación del cuerpo. En cuanto la encontraran, su cliente ingresaría el dinero acordado en su cuenta. Había una preciosa casa de campo en Francia a la que le había echado el ojo.
Después de limpiarse y eliminar las últimas huellas que quedaban en la estancia, se vistió con cuidado, recogió su maletín y abrió la pequeña puerta que daba al exterior.
Fuera, la vida nocturna estaba en pleno apogeo. A los israelitas les gustaba divertirse. Los clubs estaban, como siempre, abarrotados.
Mientras sonreía a una bella joven que pasó por su lado, sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta y llamó a su intermediario. Seguramente ya le habría encontrado otro trabajo. A menudo era difícil ser al mismo tiempo un agente de la CIA y un asesino a sueldo. El intermediario se encargaba de que todo fuera sobre ruedas, y en todos los años que llevaba en el negocio, jamás se le había ocurrido traicionarlo.
—Voy camino del aeropuerto —informó. Jamás se identificaba—. Mi vuelo sale hacia Nueva York en menos de dos horas, así que encárgate de realizar las llamadas pertinentes.
Cerró el móvil, lo metió en el bolsillo y alzó la mano para detener a uno de los muchos taxis que circulaban por las calles. En menos de dos horas estaría camino de otro trabajo, otro desafío. Adoraba los desafíos. Pero aún así, no podía evitar sentir una opresión en el pecho. Aquel trabajo no había sido tan satisfactorio como esperaba.
Cuando se subió al avión dos horas más tarde y tomó asiento, desdobló el periódico americano que había comprado en el aeropuerto. El titular de la primera página le hizo arquear las cejas.
«Asesinado un conocido industrial durante el rescate de la hija de un senador.»
Leyó la noticia al completo y se pasó nerviosamente el dedo por el labio inferior. Uno de sus clientes parecía haber sido asesinado. Jansen Clay. Casi sonrió ante la noticia de que aquel bastardo hubiera muerto durante el rescate de la hija del senador Stanton, Emily. Era evidente que al gobierno americano no le gustaba divulgar la verdad. Jansen Clay no era ningún héroe. Lo había demostrado hacía dos años, cuando planeó el primer secuestro de Emily Stanton y otras dos chicas, entre las que se encontraba su propia hija. ____ Clay. Aquella joven era tan poco atractiva que incluso dudaba que pudiera ligar con un borracho un sábado por la noche.
____ había sobrevivido, al igual que Emily, pero la otra chica había fallecido. Y ahora, Clay había muerto después de volver a planear el secuestro de la hija de Stanton. Qué estúpido.
Orión observó la foto con detenimiento antes de fruncir el ceño. Otro de sus clientes, un médico, también estaba involucrado en aquel turbio asunto de drogas. La fórmula original del «polvo de afrodita» de Diego Fuentes había desparecido junto con el científico que la creó, y su cliente estaba tratando de reproducirla.
Interesante.
De nuevo, clavó la mirada en la fotografía de ____ Clay e hizo una mueca. Un hombre tendría que taparle la cara para poder violarla, como su cliente había hecho casi dos años antes. Si Orión tuviera que matarla, primero tendría que ponerla boca abajo.
Se rumoreaba que estaba internada en una clínica privada, con la mente destrozada por la droga que le habían inyectado durante el secuestro. ____ no recordaba nada de aquel singular acontecimiento de su vida y no suponía un riesgo para Orión. Su cliente, el hombre que la había tumbado boca abajo una noche para violarla, no tenía de qué preocuparse.
¡Bienvenidas Nani y araherre! Gracias por pasarse :D
Bueno, aquí dejo el prólogo, más tarde subire el primer capítulo.
Espero que les guste y si tienen alguna duda, no teman preguntar, yo con gusto se las aclararé.
Besos
:hi:
Natuu!!
Natuu!
Re: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
el tiempo es lo q me genera una duda!, esta basada en los años 1800 o en un tiempo presente?
gracias por la bienvenida natu!
gracias por la bienvenida natu!
jonatic&diectioner
Re: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
araherre escribió:el tiempo es lo q me genera una duda!, esta basada en los años 1800 o en un tiempo presente?
gracias por la bienvenida natu!
Es en tiempo presente :D
Aunque esto sucedio antes.
Pero ya no digo nada, mediante la novela lo iran descubriendo :)
Espero haber aclarado tu duda, y si tienen otra, no duden en preguntar, yo les contestare todas sus preguntas
:D
Natuu!
Re: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
si ami tambien me genero la duda
el tiempo pero ya contes la pregunta
asi qe todo esta bien jajaja siguela pronto plis
el tiempo pero ya contes la pregunta
asi qe todo esta bien jajaja siguela pronto plis
Nani Jonas
Re: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
Uno
Seis años después
Esa noche, ____ Clay planeaba tener compañía en la cama.
Con aquel pensamiento en mente, metió unos enormes pantalones de algodón y una camiseta en la cesta de la ropa sucia del cuarto de baño. De nada le servirían esas prendas ahora. Respirando agitadamente, se obligó a girarse y a observar el reflejo de su cuerpo desnudo en el espejo. Se forzó a sí misma a mirarse con detenimiento, a ser objetiva, para aliviar el pánico que crecía en su interior al pensar en lo que estaba a punto de hacer.
Tenía la piel blanca, los pechos cremosos y los pezones de color rosa pálido. Bajó la mirada por debajo de la cintura y tuvo que tragar con rapidez para contener las náuseas que le revolvían el estómago. También tenía la piel muy blanca allí. Quizá debería haber ido a un solárium, pensó. Si ese cuerpo no fuera el suyo, todo sería más fácil.
Por un momento se le ocurrió que podría posponer todo aquello hasta estar morena, pero rechazó esa idea de inmediato. «No más excusas, —se reprochó en silencio—. No más subterfugios, ni más noches ocultándome cobardemente».
Podía hacerlo. ¿Acaso no había ido al spa la noche anterior? ¿No se había tumbado en la camilla con los muslos separados mientras la esteticista le hacía la cera en sus partes más privadas? Esa parte de su cuerpo que había odiado durante tanto tiempo. La parte de sí misma a la que culpaba del peor episodio de su vida.
Se obligó a cerrar los ojos y a respirar hondo. No pensaría en eso aquella noche. No iba a dejar que el pasado arruinara sus planes. Se había prometido a sí misma que no lo consentiría. Esa era la decisión correcta. Tenía que hacerlo. Si quería recuperar su vida y su independencia, tenía que aferrarse a ellas con fuerza, sin importar lo asustada que estuviera.
Al volver a mirar el espejo comprobó el estado de su pelo. Los espesos mechones rubios que una vez le habían llegado a la mitad de la espalda ahora apenas le sobrepasaban el hombro, y le enmarcaban la cara con elegancia. Su pelo ya no era tan rubio. Se había puesto mechas oscuras y el peluquero había conseguido que los mechones color café se mezclaran con el dorado, logrando así enfatizar sus delicadas facciones.
Se había aplicado el maquillaje con esmero, tal y como le habían enseñado. La sombra ahumada resaltaba sus ojos azul claro, confiriendo a sus rasgos un aire de misterio. Tenía las pestañas más largas y oscurecidas por el rímel y el delineador. Una ligera capa de colorete le resaltaba los altos pómulos. La barra de labios de color rosa suave le daba volumen a los labios y los hacía más exuberantes de lo que jamás había creído posible.
El maquillador que la había atendido en el salón de belleza había elogiado sus pómulos y el arco de las cejas, y después le había enseñado cómo resaltarlos. Ojalá todo aquel maquillaje pudiera devolverle la confianza que había perdido hacía tanto tiempo.
____ volvió a respirar hondo antes de coger las suaves bragas de seda color bronce que se había comprado. Los tangas eran demasiado atrevidos y la aterrorizaban. Eran una invitación; sólo un minúsculo trozo de seda que se podía quitar en un instante.
«Pero eso es precisamente lo que quieres», se recordó a sí misma. Algo fácil de quitar, para que no le diera tiempo a pensar o considerar lo que estaba haciendo una vez que se lanzara a ello.
Cogió las medias. En cierto modo, le costaba aún más ponerse aquellas prendas. Dado que le llegaban hasta los muslos, sus piernas parecerían más largas, más sexys. Sería otra muda invitación. Estaba escribiendo «fóllame» con letras mayúsculas sobre su cuerpo y lo estaba haciendo a propósito.
Que Dios la ayudara en esto, porque si no lo hacía, jamás tendría el valor de volver a intentarlo.
Estirando las medias sobre las piernas, se volvió hacia el vestido que colgaba en la puerta del cuarto de baño. Era el reto final. Tenía que ponérselo y salir del apartamento.
No se dio tiempo para reflexionar. La seda marrón con pedrería del vestido terminaba muy por encima de las rodillas en una caída fluida, y la entretela, de un color más claro, dejaba entrever los muslos. Y por si eso no fuera suficiente, el talle imperio se ajustaba a sus pechos a la perfección con la ayuda de una cinta más oscura.
Se alisó la tela sobre las caderas antes de obligarse a apartarse del espejo y se puso unos zapatos de tacón de aguja color chocolate, a juego con el vestido.
No podía volver a mirarse en el espejo otra vez. Si lo hacía, podría echarse atrás y correr a esconderse bajo las mantas como había hecho la vez anterior.
Le temblaban las manos cuando abrió la puerta del cuarto de baño y entró en el dormitorio. Cogió el pequeño bolso de fiesta y metió las llaves, algo de dinero, una tarjeta de crédito, el carnet de identidad y una barra de labios. El chal de color café que se puso sobre los hombros la protegería del frío, pero poco más. Era suficientemente fino para dejar traslucir sus brazos y hombros desnudos.
Ya estaba lista. Pero ¿para qué?
¿Para ser por fin una mujer? ¿Para olvidar los recuerdos? ¿Para ser algo más que la autómata que había sido durante todos esos años? Una mujer acobardada, obligada a pasar los días y las noches sola. Estaba tan cansada de estar siempre sola... De no saber lo que podía haber sido o lo que se estaba perdiendo al no ser una mujer completa... ¿Conseguiría esa noche liberarse de los demonios que la perseguían en sus pesadillas o, por el contrario, estos se harían más fuertes?
Sintió el pelo rozándole los hombros mientras sacudía la cabeza ante su propia pregunta y se dirigía a la puerta de su apartamento. Un taxi la esperaba en la calle para llevarla al club en el que estaban sus amigos y, si tenía suerte, esa noche conocería lo que era el placer en vez del dolor.
Si tenía suerte. Si no, tampoco sería la primera vez que experimentara el dolor. Y al menos, lo que ocurriera esa noche sería por elección propia.
Aún así, seguía revolviéndosele el estómago y temblándole las manos al bajar en el ascensor y entrar al íntimo y casi acogedor portal del edificio de apartamentos. El decorador había tenido el acierto de llenarlo de sofás y plantas.
El guarda de seguridad abrió mucho los ojos cuando la vio; sin embargo, el portero reaccionó dedicándole una amplia sonrisa.
—Señorita Clay, su taxi la está esperando —le informó al tiempo que abría la puerta de cristal para que pasase—. Y permíteme que le diga que está especialmente guapa esta noche.
Ella le brindó una trémula sonrisa.
—Gracias, Clive —le dijo en voz baja pero firme mientras pasaba a su lado y esperaba a que le abriera la puerta del taxi.
____ se deslizó en el asiento de piel y sujetó el bolso con fuerza antes de darle al conductor la dirección del club.
Clive cerró la puerta, retrocedió y el taxi se puso en marcha.
Aún estaba a tiempo de regresar, se dijo a sí misma. Podía pedirle al taxista que se detuviera. Correr de vuelta a su habitación como había hecho el mes anterior, la última vez que había intentado salir. Podría volver a ponerse sus ropas anchas y estaría a salvo.
A salvo, pero infeliz.
Y estaba cansada de ser infeliz.
Siempre cabía la posibilidad de que, por primera vez en seis años, encontrara un lugar en su interior que no estuviera atormentado por el pasado. Se dijo que sólo tenía que hallar ese lugar. Eso era todo. Podía hacerlo. Después de todo, ¿acaso no había sobrevivido al infierno? Y si había sobrevivido a eso, podría sobrevivir a una noche en brazos de un hombre.
—Maverick y Wildman de camino —dijo Noah por el micrófono utilizando sus nombres en clave, mientras salía detrás del taxi en el Lexus gris que les habían proporcionado para seguir a ____ Clay. Su destino era un club donde algunos de los antiguos miembros del equipo de SEALs de Durango esperaban con sus esposas la llegada de la joven y la del pasajero de Noah, Joe Jonas, alias Maverick.
—Rastreador y Hell Raiser os siguen. —John Vincent, el único australiano del Equipo de Fuerzas Especiales, y Nik Steele, antiguo miembro de la inteligencia rusa, que iban en un Dodge azul, aparecieron en el espejo retrovisor de Noah.
—Travis se está encargando del interior del club —informó Jordan Malone, el comandante del equipo, a través del intercomunicador—. Yo estoy en el exterior.
Noah miró a su compañero, Joe Jonas, y casi hizo una mueca ante el rostro frío e inexpresivo del antiguo agente del Mossad.
Joe era un enigma para todos, incluso ahora, más de cuatro años después de la creación de la Unidad de Fuerzas Especiales. Se trataba de un hombre muy reservado; no compartía secretos y jamás hablaba de nada.
Podía cabrearse, pero su furia era gélida y calmada. Bastaba con que dijera una sola palabra para que cualquiera se estremeciera de miedo. Era el tipo de hombre que Noah no querría tener por enemigo, algo que decía mucho del israelí. Y desde luego, estaba lejos de ser el tipo de hombre adecuado para la pequeña y desdichada ____ Clay. Era demasiado duro, y ____ necesitaba un hombre que supiera ser cálido y tierno con ella.
—¿Sabías que esa mirada tan fría y vacía podría espantar a una mujer? —le dijo Noah en voz baja mientras maniobraba entre el tráfico nocturno de Atlanta.
—Deja que yo me ocupe de mi mirada; tú ocúpate sólo de conducir —Joe no tenía ni el más leve acento de Oriente Medio, nada que indicara que no era americano.
Los genes de un padre americano de origen nórdico se reflejaban en su estatura y estructura ósea. Medía más de uno ochenta y cinco, tenía el pelo negro y muy corto. Tan corto, que se podía apreciar la forma de su cabeza y cuello. Poseía unos ojos negros que brillaban de manera amenazadora y que llamaban la atención en su rostro bronceado. Sus labios eran carnosos, quizá demasiado sensuales. Firmes y expresivos, los había definido una vez Sabella, la mujer de Noah. Un comentario que no le había gustado nada a su marido.
—Lo que me preocupa es la operación —masculló Noah—. Si no es mucho pedir, me gustaría estar en casa para cuando nazca el bebé.
La esposa de Noah estaba embarazada de su primer hijo. Una esposa que había estado a punto de perder por culpa de su estúpido orgullo. Su cautiverio le cambió tanto que, una vez liberado, decidió firmar un contrato con la Unidad de Fuerzas Especiales en vez de regresar con Sabella.
Maldito orgullo. Noah había aprendido la lección y ahora tenía a su Sabella de vuelta, pero seguía siendo miembro del equipo y así sería durante muchos años.
—Tú firmaste, tú pagas las consecuencias —le recordó Joe encogiéndose de hombros al tiempo que colocaba el brazo en la ventanilla.
—Un día de estos... —siseó Noah casi para sí mismo.
Joe era un bastardo frío y duro, no cabía duda. Noah aún seguía sin entender por qué demonios habían pensado que el ex agente del Mossad era el hombre perfecto para seducir a una mujer que no sentía más que miedo hacia el sexo opuesto.
—Un día de estos tu esposa nos hará un favor a todos y te meterá una bala en la cabeza con tu propia pistola —dijo Joe con la mirada clavada en el tráfico—. He oído que el mes pasado te hizo dormir en el sofá.
Noah frunció el ceño. ¿Cómo diablos se había enterado Joe de eso?
—Maldita sea —gruñó—. Sabella se lo contó a Kira, ¿verdad? — Kira era la esposa de uno de los comandantes de los SEALs con los que se reuniría Joe esa noche.
Aunque los miembros del equipo de Durango habían dejado oficialmente los SEALs hacía tres años, ninguno de ellos se había retirado por completo, y solían proporcionar apoyo logístico al Equipo de Fuerzas Especiales.
—Quizá no se lo dijo a nadie —replicó Joe—. Quizá yo me dediqué a poner a prueba la seguridad de tu casa y te vi durmiendo en el sofá. Podría haberte cortado el cuello mientras dormías.
—Sigue soñando —Noah sonrió ampliamente—. Admítelo, Sabella se lo dijo a Kira, y ella no tardó en contártelo. No has burlado la seguridad de mi casa y los dos lo sabemos.
No era posible, se había asegurado de eso.
Joe ni siquiera sonrió.
—Escucha —suspiró Noah—, si entras en el club con esa mirada de «estoy listo para matar», esa chica saldrá corriendo como alma que lleva el diablo.
—No es una chica.
Noah vaciló ante la declaración de su amigo y le lanzó una mirada curiosa.
—Tampoco es una mujer mundana con experiencia. Es prácticamente virgen aunque tenga veintiséis años.
—Todavía es virgen —afirmó Joe sin cambiar el tono de voz.
—La violaron y tiene miedo de los hombres —Noah sintió como si estuviera hablando con un muro—. No puedes mostrarle esa cara de asesino y esperar que confíe en ti.
Joe giró la cabeza hacia él.
—¿Cara de asesino? —le preguntó con voz neutra.
—Ya sabes, esa fachada fría del Mossad que muestras en este momento —puntualizó—. Trata de relajarte. Prueba a sonreír o algo por el estilo.
Observó a Joe de reojo cuando el otro hombre volvió a mirar al frente.
—Deja que yo me ocupe de su reacción ante mí; tú preocúpate de que lleguemos al club de una pieza.
Noah casi rechinó los dientes al oír aquello. Todavía recordaba la noche en que había ayudado a rescatar a ____ Clay de la celda donde Diego Fuentes la tenía encerrada. Parecía una pequeña muñeca rota. Sin embargo, aún temblorosa y con la mirada vacía por las drogas que le habían inyectado, había luchado contra ellos con cada aliento de su cuerpo.
La habían encontrado desnuda, llena de moratones, con los muslos manchados de sangre y los ojos llenos de dolor. «Rota» era una palabra suave para describir su estado.
—Joe... —comenzó.
—Noah, será mejor que te calles —La voz de Joe adquirió la dureza del acero—. Sé cómo tratar a ____. Esta es sólo una cita para conocernos, nada más. Una manera de evaluar su reacción ante mí y, por tanto, su reacción al plan que le expondremos mañana. No te preocupes, sé cómo tratar a una mujer.
Quizá supiera cómo tratarla, pero su apariencia no podía ser más amenazadora.
—Joder, en qué estaría pensando Jordan cuando te asignó esta operación —gruñó cuestionando la decisión de su tío—. Harás que se muera de miedo.
—Fui yo quien solicitó esta misión.
Noah lo miró con sorpresa.
—¿Por qué?
La expresión de Joe no cambió. Seguía siendo dura y hermética. Sus ojos eran como hielo negro y su voz como aire gélido. Era suficiente para congelar a cualquiera.
—No hay un porqué —Joe se encogió de hombros—. Simplemente es así. Ahora, si no te importa, tanta charla me crispa los nervios. Debería discutir esta molesta costumbre tuya con Jordan. Puede que él encuentre un bozal a tu medida.
Noah hizo una mueca y apretó el volante mientras efectuaba un giro tras el taxi y calculaba la distancia hasta el club donde se dirigía ____.
Maldita sea, esa chica se merecía algo mejor que la operación en la que se vería envuelta al día siguiente. Se merecía algo más que ser utilizada de esa manera. No era una mujer mental y emocionalmente capaz de soportar el estrés que caería sobre sus frágiles hombros.
Había comentado sus temores con su esposa, Sabella, preocupado por cómo aquella operación afectaría a la capacidad de ____ para curarse y seguir adelante con su vida. Pero no tenían alternativa. Aquello no sólo era la mejor oportunidad que tenían de capturar a un escurridizo asesino, sino la única manera de salvarla de una muerte horrible.
—____ Clay no es una mujer rota.
El sorprendente comentario de Joe hizo que Noah volviera a mirarlo.
—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó.
—Lo sabes tan bien como yo —indicó Joe—. Esas salidas al spa, la ropa que se ha comprado, los juguetes que encontramos en el cajón de su mesilla... No, Noah, ella no es una mujer rota, es una mujer que está intentando curarse.
—¿Y crees que entregarla a ti completará ese proceso de curación? —gruñó Noah—. Joder, si casi no eres capaz de permanecer con una mujer después de acostarte con ella. Eres como un maldito robot.
—Deja ya el tema —masculló Joe—. Recuérdame que hable con Sabella más tarde. Se está convirtiendo en una mala influencia para ti.
Noah sonrió. Joe no sabía lo que decía; Sabella era su ancla, su razón de vivir.
—Sólo conseguirías que se riera a carcajadas —le aseguró.
—No dudo de que se reiría, pero sólo porque sabe que eres un caso perdido.
Noah no siguió con la discusión. Era obvio que no convencería a Joe de que ser encantador con una mujer era mejor que una invitación a su cama. En especial con una como ____, que había conocido un horror del que apenas recordaba nada. Pero si bien había olvidado detalles o caras debido al maldito «polvo de afrodita», Noah sabía que en lo más profundo de su mente recordaba, que su cuerpo recordaba.
Lo sabía porque él había pasado por lo mismo. Le habían inyectado aquella droga durante diecinueve meses infernales y sabía lo que le hacía al cuerpo y a la mente de un ser humano, lo que le habría hecho a la joven inocente que ella había sido, que además había experimentado el dolor y la humillación de una violación. Era muy consciente de que algo así no era fácil de sobrellevar.
____ no había sido tan afortunada como otras víctimas de esa droga. Aunque apenas recordara aquella noche, seguramente tendría muy presente los interminables meses que había estado internada en una clínica privada después de haber sido rescatada. Y, sin duda alguna, no habría olvidado que había sido su propio padre el responsable de todo lo que le ocurrió.
Sí, Jansen Clay había sido un hijo de perra de la peor clase. Noah rezó para que estuviera ardiendo en el infierno.
—Jordan, el objetivo está alcanzando tu posición —dijo al micrófono que llevaba en la muñeca cuando el taxi de ____ llegó al punto previsto—. Maverick y yo estamos a cuatro coches de distancia.
—Adelante —ordenó el comandante—. Asegurémonos de que todo está en orden.
—Orión no sería tan negligente —señaló Joe mientras el taxi se detenía en la entrada del club.
Unos segundos después, Noah aparcó detrás, y Joe y él observaron cómo ____ bajaba del vehículo.
Ataviada con aquel vestido de color bronce, con el pelo brillante como los rayos del sol agitándose sobre sus hombros y una expresión mezcla de miedo y valor, parecía un ángel caído del cielo.
Joe contempló con detenimiento el rostro de la joven, y cada delicado detalle hizo que su cuerpo se tensara de interés y deseo. Era un cebo, se recordó a sí mismo. Un cebo vulnerable y muy inocente. Tenía que tenerlo muy presente.
Con fría determinación, luchó contra la reacción de su cuerpo ante ella, contra el interés que despertaba en él. Como le había dicho a Noah, aquella noche sólo era una cita para conocerse, nada más. Un poco de conversación con ella, un baile o dos, y, al día siguiente, ____ no tendría más remedio que aceptar que su mundo iba a cambiar. Se había convertido en una presa y Joe era la única posibilidad que tenía de sobrevivir.
Cuando la joven entró en el club, él salió del coche, se abrochó la chaqueta negra y la siguió con paso tranquilo.
Ella era, sencillamente, exquisita. La foto que Jordan había llevado a la reunión del equipo aquella mañana no le hacía justicia. Joe la conocía desde hacía años, la había observado en distintas ocasiones sin que ella se diera cuenta, ya que era amiga de las esposas de los miembros del equipo de Durango.
Cada vez que la había visto, se había sentido atraído por ella. Su inocencia y vulnerabilidad tocaban una fibra sensible en él, algo que no le había ocurrido desde hacía años. ____ hacía que quisiera borrar el dolor de sus ojos, y eso podía llegar a ser muy peligroso.
—Maverick, el cebo está en su lugar —anunció Jordan—. Adelante. Travis está dentro y te cubrirá.
Joe se quitó discretamente el auricular del oído y desenganchó el micro que tenía debajo de la manga de la chaqueta. Ocultándolos en la palma de la mano, se acercó a Travis Caine, antiguo agente del MI6, y los dejó caer en el bolsillo de su chaqueta antes de encaminarse hacia el otro lado del local.
Se detuvo junto a una columna a varios metros de la mesa donde ____ estaba sentada, y se quedó allí unos minutos esperando ver su habitual expresión indefensa.
Había miedo en sus ojos; tenía el cuerpo rígido por el terror cuando su mirada se encontró con la de él.
____ echó un vistazo alrededor, y luego dirigió sus ojos de nuevo hacia él, que esperó paciente su reacción.
La mirada de la joven pasó sobre él otra vez. La tercera vez, ella se demoró un instante mientras Joe seguía observándola, permitiéndose memorizar sus delicados rasgos antes de que sus miradas se cruzaran.
Un fuerte estremecimiento sacudió a Joe. Los claros ojos azules de ____ brillaron con interés, miedo e interés de nuevo, como si no estuviera segura de qué debía sentir.
Él se permitió sostenerle la mirada, que su mente estableciera contacto con ella para tranquilizarla, utilizando los ojos en vez de la expresión para calmar el miedo que crecía dentro de ella.
Joe conocía el poder de una mirada. Cuando dos personas conectaban a pesar de que estuvieran separados por varios metros, una mirada podía provocar miedo, cautela o sumisión. Y él la utilizó para acariciarla suavemente con los ojos. No bajó la vista en ningún momento; se dejó llevar por cada matiz de la expresión de la joven, por cada gesto, por su leve parpadeo, por las sombras en sus ojos, que revelaban la tensión de su pequeño cuerpo.
____ era como un pájaro a punto de alzar el vuelo, sentada en el borde de la silla con el cuerpo rígido y preparado para correr.
«Tranquila, pequeña, —le dijo en silencio, dejando que sus pensamientos asomaran a sus ojos—. No hay dolor aquí, ni temor.»
Le acarició la delicada línea de la mandíbula con la mirada y luego centró la atención en sus ojos. Joe le permitió ver en su interior, observar las partes de su alma en las que era sólo un hombre, sólo un amante dispuesto a tratarla con gentileza. Dejó que lo mirara para que se diera cuenta de que no tenía nada que temer de él si permitía que se le acercara.
Los ojos eran más que el espejo del alma. Podían mentir. Y Joe era un mentiroso consumado. Pero mientras clavaba los ojos en aquella mirada cautelosa, deseó ser otra cosa. Deseó ser el hombre que ella necesitaba, en vez de un farsante.
La joven parpadeó, y él vio cómo se relajaba. No vio rendición ni deseo, sólo un indicio de interés mezclado con cautela y determinación. ____ había tomado una decisión, y él se preguntó qué decisión sería ésa.
Joe avanzó lentamente sin perder el contacto visual, demasiado consciente de los ojos que los observaban. ____ estaba acompañada por cuatro miembros del equipo de Durango y sus esposas. Clint y Morganna, Reno y Raven, Kell y Emily, e Ian y Kira, los cuales pasaban parte del año en Atlanta o donde el equipo los necesitara. El resto del tiempo lo pasaban en Texas. Macey, el técnico del equipo, estaba en esos momentos en algún lugar con su novia, Emerson.
Todas las parejas fingieron ignorar la tensión que flotaba entre él y la exquisita ____ Clay. Sin embargo, Joe pudo observar preocupación en sus miradas, una actitud protectora en la postura de sus cuerpos.
____ era su amiga; una amiga muy querida. Estaban tan inseguros sobre esa misión como Noah, y Joe comprendía esa preocupación. Lo que ninguno de ellos sabía era que la cautelosa criatura que lo observaba con detenimiento no tenía nada que temer de él.
Ella era para él mucho más que un medio para conseguir un fin. Era un instrumento creado especialmente para sus manos. Un arma que Joe moldearía para que reaccionara a cada uno de sus movimientos. Un medio para exorcizar los demonios que lo atenazaban. ____ Clay era un cebo. Lo sabía. Y ella también lo sabría al día siguiente. Esa noche era su única oportunidad de asegurarle que estaría allí para ella cuando apareciera su enemigo.
Obsesionado por la muerte de su madre y, seis semanas después, por la de su padre, Joe se había jurado años atrás que él sería el único que esgrimiría el arma que mataría a Orión. Lamentablemente, ____ era su única oportunidad para acabar con el asesino que había destruido a su familia y arruinado la vida con que el israelí había soñado.
Había llegado el momento de cumplir lo prometido, y la joven representaba la única conexión con aquel bastardo.
Habían contratado a Orión para asesinarla, pero Joe estaba allí para protegerla. Y cuando llegara el momento, mataría al cazador.
¡Hola chicas!
Bueno, aquí dejo el primer capítulo. Espero que les guste.
Más tarde subo el siguiente :D
Natuu!!
Esa noche, ____ Clay planeaba tener compañía en la cama.
Con aquel pensamiento en mente, metió unos enormes pantalones de algodón y una camiseta en la cesta de la ropa sucia del cuarto de baño. De nada le servirían esas prendas ahora. Respirando agitadamente, se obligó a girarse y a observar el reflejo de su cuerpo desnudo en el espejo. Se forzó a sí misma a mirarse con detenimiento, a ser objetiva, para aliviar el pánico que crecía en su interior al pensar en lo que estaba a punto de hacer.
Tenía la piel blanca, los pechos cremosos y los pezones de color rosa pálido. Bajó la mirada por debajo de la cintura y tuvo que tragar con rapidez para contener las náuseas que le revolvían el estómago. También tenía la piel muy blanca allí. Quizá debería haber ido a un solárium, pensó. Si ese cuerpo no fuera el suyo, todo sería más fácil.
Por un momento se le ocurrió que podría posponer todo aquello hasta estar morena, pero rechazó esa idea de inmediato. «No más excusas, —se reprochó en silencio—. No más subterfugios, ni más noches ocultándome cobardemente».
Podía hacerlo. ¿Acaso no había ido al spa la noche anterior? ¿No se había tumbado en la camilla con los muslos separados mientras la esteticista le hacía la cera en sus partes más privadas? Esa parte de su cuerpo que había odiado durante tanto tiempo. La parte de sí misma a la que culpaba del peor episodio de su vida.
Se obligó a cerrar los ojos y a respirar hondo. No pensaría en eso aquella noche. No iba a dejar que el pasado arruinara sus planes. Se había prometido a sí misma que no lo consentiría. Esa era la decisión correcta. Tenía que hacerlo. Si quería recuperar su vida y su independencia, tenía que aferrarse a ellas con fuerza, sin importar lo asustada que estuviera.
Al volver a mirar el espejo comprobó el estado de su pelo. Los espesos mechones rubios que una vez le habían llegado a la mitad de la espalda ahora apenas le sobrepasaban el hombro, y le enmarcaban la cara con elegancia. Su pelo ya no era tan rubio. Se había puesto mechas oscuras y el peluquero había conseguido que los mechones color café se mezclaran con el dorado, logrando así enfatizar sus delicadas facciones.
Se había aplicado el maquillaje con esmero, tal y como le habían enseñado. La sombra ahumada resaltaba sus ojos azul claro, confiriendo a sus rasgos un aire de misterio. Tenía las pestañas más largas y oscurecidas por el rímel y el delineador. Una ligera capa de colorete le resaltaba los altos pómulos. La barra de labios de color rosa suave le daba volumen a los labios y los hacía más exuberantes de lo que jamás había creído posible.
El maquillador que la había atendido en el salón de belleza había elogiado sus pómulos y el arco de las cejas, y después le había enseñado cómo resaltarlos. Ojalá todo aquel maquillaje pudiera devolverle la confianza que había perdido hacía tanto tiempo.
____ volvió a respirar hondo antes de coger las suaves bragas de seda color bronce que se había comprado. Los tangas eran demasiado atrevidos y la aterrorizaban. Eran una invitación; sólo un minúsculo trozo de seda que se podía quitar en un instante.
«Pero eso es precisamente lo que quieres», se recordó a sí misma. Algo fácil de quitar, para que no le diera tiempo a pensar o considerar lo que estaba haciendo una vez que se lanzara a ello.
Cogió las medias. En cierto modo, le costaba aún más ponerse aquellas prendas. Dado que le llegaban hasta los muslos, sus piernas parecerían más largas, más sexys. Sería otra muda invitación. Estaba escribiendo «fóllame» con letras mayúsculas sobre su cuerpo y lo estaba haciendo a propósito.
Que Dios la ayudara en esto, porque si no lo hacía, jamás tendría el valor de volver a intentarlo.
Estirando las medias sobre las piernas, se volvió hacia el vestido que colgaba en la puerta del cuarto de baño. Era el reto final. Tenía que ponérselo y salir del apartamento.
No se dio tiempo para reflexionar. La seda marrón con pedrería del vestido terminaba muy por encima de las rodillas en una caída fluida, y la entretela, de un color más claro, dejaba entrever los muslos. Y por si eso no fuera suficiente, el talle imperio se ajustaba a sus pechos a la perfección con la ayuda de una cinta más oscura.
Se alisó la tela sobre las caderas antes de obligarse a apartarse del espejo y se puso unos zapatos de tacón de aguja color chocolate, a juego con el vestido.
No podía volver a mirarse en el espejo otra vez. Si lo hacía, podría echarse atrás y correr a esconderse bajo las mantas como había hecho la vez anterior.
Le temblaban las manos cuando abrió la puerta del cuarto de baño y entró en el dormitorio. Cogió el pequeño bolso de fiesta y metió las llaves, algo de dinero, una tarjeta de crédito, el carnet de identidad y una barra de labios. El chal de color café que se puso sobre los hombros la protegería del frío, pero poco más. Era suficientemente fino para dejar traslucir sus brazos y hombros desnudos.
Ya estaba lista. Pero ¿para qué?
¿Para ser por fin una mujer? ¿Para olvidar los recuerdos? ¿Para ser algo más que la autómata que había sido durante todos esos años? Una mujer acobardada, obligada a pasar los días y las noches sola. Estaba tan cansada de estar siempre sola... De no saber lo que podía haber sido o lo que se estaba perdiendo al no ser una mujer completa... ¿Conseguiría esa noche liberarse de los demonios que la perseguían en sus pesadillas o, por el contrario, estos se harían más fuertes?
Sintió el pelo rozándole los hombros mientras sacudía la cabeza ante su propia pregunta y se dirigía a la puerta de su apartamento. Un taxi la esperaba en la calle para llevarla al club en el que estaban sus amigos y, si tenía suerte, esa noche conocería lo que era el placer en vez del dolor.
Si tenía suerte. Si no, tampoco sería la primera vez que experimentara el dolor. Y al menos, lo que ocurriera esa noche sería por elección propia.
Aún así, seguía revolviéndosele el estómago y temblándole las manos al bajar en el ascensor y entrar al íntimo y casi acogedor portal del edificio de apartamentos. El decorador había tenido el acierto de llenarlo de sofás y plantas.
El guarda de seguridad abrió mucho los ojos cuando la vio; sin embargo, el portero reaccionó dedicándole una amplia sonrisa.
—Señorita Clay, su taxi la está esperando —le informó al tiempo que abría la puerta de cristal para que pasase—. Y permíteme que le diga que está especialmente guapa esta noche.
Ella le brindó una trémula sonrisa.
—Gracias, Clive —le dijo en voz baja pero firme mientras pasaba a su lado y esperaba a que le abriera la puerta del taxi.
____ se deslizó en el asiento de piel y sujetó el bolso con fuerza antes de darle al conductor la dirección del club.
Clive cerró la puerta, retrocedió y el taxi se puso en marcha.
Aún estaba a tiempo de regresar, se dijo a sí misma. Podía pedirle al taxista que se detuviera. Correr de vuelta a su habitación como había hecho el mes anterior, la última vez que había intentado salir. Podría volver a ponerse sus ropas anchas y estaría a salvo.
A salvo, pero infeliz.
Y estaba cansada de ser infeliz.
Siempre cabía la posibilidad de que, por primera vez en seis años, encontrara un lugar en su interior que no estuviera atormentado por el pasado. Se dijo que sólo tenía que hallar ese lugar. Eso era todo. Podía hacerlo. Después de todo, ¿acaso no había sobrevivido al infierno? Y si había sobrevivido a eso, podría sobrevivir a una noche en brazos de un hombre.
—Maverick y Wildman de camino —dijo Noah por el micrófono utilizando sus nombres en clave, mientras salía detrás del taxi en el Lexus gris que les habían proporcionado para seguir a ____ Clay. Su destino era un club donde algunos de los antiguos miembros del equipo de SEALs de Durango esperaban con sus esposas la llegada de la joven y la del pasajero de Noah, Joe Jonas, alias Maverick.
—Rastreador y Hell Raiser os siguen. —John Vincent, el único australiano del Equipo de Fuerzas Especiales, y Nik Steele, antiguo miembro de la inteligencia rusa, que iban en un Dodge azul, aparecieron en el espejo retrovisor de Noah.
—Travis se está encargando del interior del club —informó Jordan Malone, el comandante del equipo, a través del intercomunicador—. Yo estoy en el exterior.
Noah miró a su compañero, Joe Jonas, y casi hizo una mueca ante el rostro frío e inexpresivo del antiguo agente del Mossad.
Joe era un enigma para todos, incluso ahora, más de cuatro años después de la creación de la Unidad de Fuerzas Especiales. Se trataba de un hombre muy reservado; no compartía secretos y jamás hablaba de nada.
Podía cabrearse, pero su furia era gélida y calmada. Bastaba con que dijera una sola palabra para que cualquiera se estremeciera de miedo. Era el tipo de hombre que Noah no querría tener por enemigo, algo que decía mucho del israelí. Y desde luego, estaba lejos de ser el tipo de hombre adecuado para la pequeña y desdichada ____ Clay. Era demasiado duro, y ____ necesitaba un hombre que supiera ser cálido y tierno con ella.
—¿Sabías que esa mirada tan fría y vacía podría espantar a una mujer? —le dijo Noah en voz baja mientras maniobraba entre el tráfico nocturno de Atlanta.
—Deja que yo me ocupe de mi mirada; tú ocúpate sólo de conducir —Joe no tenía ni el más leve acento de Oriente Medio, nada que indicara que no era americano.
Los genes de un padre americano de origen nórdico se reflejaban en su estatura y estructura ósea. Medía más de uno ochenta y cinco, tenía el pelo negro y muy corto. Tan corto, que se podía apreciar la forma de su cabeza y cuello. Poseía unos ojos negros que brillaban de manera amenazadora y que llamaban la atención en su rostro bronceado. Sus labios eran carnosos, quizá demasiado sensuales. Firmes y expresivos, los había definido una vez Sabella, la mujer de Noah. Un comentario que no le había gustado nada a su marido.
—Lo que me preocupa es la operación —masculló Noah—. Si no es mucho pedir, me gustaría estar en casa para cuando nazca el bebé.
La esposa de Noah estaba embarazada de su primer hijo. Una esposa que había estado a punto de perder por culpa de su estúpido orgullo. Su cautiverio le cambió tanto que, una vez liberado, decidió firmar un contrato con la Unidad de Fuerzas Especiales en vez de regresar con Sabella.
Maldito orgullo. Noah había aprendido la lección y ahora tenía a su Sabella de vuelta, pero seguía siendo miembro del equipo y así sería durante muchos años.
—Tú firmaste, tú pagas las consecuencias —le recordó Joe encogiéndose de hombros al tiempo que colocaba el brazo en la ventanilla.
—Un día de estos... —siseó Noah casi para sí mismo.
Joe era un bastardo frío y duro, no cabía duda. Noah aún seguía sin entender por qué demonios habían pensado que el ex agente del Mossad era el hombre perfecto para seducir a una mujer que no sentía más que miedo hacia el sexo opuesto.
—Un día de estos tu esposa nos hará un favor a todos y te meterá una bala en la cabeza con tu propia pistola —dijo Joe con la mirada clavada en el tráfico—. He oído que el mes pasado te hizo dormir en el sofá.
Noah frunció el ceño. ¿Cómo diablos se había enterado Joe de eso?
—Maldita sea —gruñó—. Sabella se lo contó a Kira, ¿verdad? — Kira era la esposa de uno de los comandantes de los SEALs con los que se reuniría Joe esa noche.
Aunque los miembros del equipo de Durango habían dejado oficialmente los SEALs hacía tres años, ninguno de ellos se había retirado por completo, y solían proporcionar apoyo logístico al Equipo de Fuerzas Especiales.
—Quizá no se lo dijo a nadie —replicó Joe—. Quizá yo me dediqué a poner a prueba la seguridad de tu casa y te vi durmiendo en el sofá. Podría haberte cortado el cuello mientras dormías.
—Sigue soñando —Noah sonrió ampliamente—. Admítelo, Sabella se lo dijo a Kira, y ella no tardó en contártelo. No has burlado la seguridad de mi casa y los dos lo sabemos.
No era posible, se había asegurado de eso.
Joe ni siquiera sonrió.
—Escucha —suspiró Noah—, si entras en el club con esa mirada de «estoy listo para matar», esa chica saldrá corriendo como alma que lleva el diablo.
—No es una chica.
Noah vaciló ante la declaración de su amigo y le lanzó una mirada curiosa.
—Tampoco es una mujer mundana con experiencia. Es prácticamente virgen aunque tenga veintiséis años.
—Todavía es virgen —afirmó Joe sin cambiar el tono de voz.
—La violaron y tiene miedo de los hombres —Noah sintió como si estuviera hablando con un muro—. No puedes mostrarle esa cara de asesino y esperar que confíe en ti.
Joe giró la cabeza hacia él.
—¿Cara de asesino? —le preguntó con voz neutra.
—Ya sabes, esa fachada fría del Mossad que muestras en este momento —puntualizó—. Trata de relajarte. Prueba a sonreír o algo por el estilo.
Observó a Joe de reojo cuando el otro hombre volvió a mirar al frente.
—Deja que yo me ocupe de su reacción ante mí; tú preocúpate de que lleguemos al club de una pieza.
Noah casi rechinó los dientes al oír aquello. Todavía recordaba la noche en que había ayudado a rescatar a ____ Clay de la celda donde Diego Fuentes la tenía encerrada. Parecía una pequeña muñeca rota. Sin embargo, aún temblorosa y con la mirada vacía por las drogas que le habían inyectado, había luchado contra ellos con cada aliento de su cuerpo.
La habían encontrado desnuda, llena de moratones, con los muslos manchados de sangre y los ojos llenos de dolor. «Rota» era una palabra suave para describir su estado.
—Joe... —comenzó.
—Noah, será mejor que te calles —La voz de Joe adquirió la dureza del acero—. Sé cómo tratar a ____. Esta es sólo una cita para conocernos, nada más. Una manera de evaluar su reacción ante mí y, por tanto, su reacción al plan que le expondremos mañana. No te preocupes, sé cómo tratar a una mujer.
Quizá supiera cómo tratarla, pero su apariencia no podía ser más amenazadora.
—Joder, en qué estaría pensando Jordan cuando te asignó esta operación —gruñó cuestionando la decisión de su tío—. Harás que se muera de miedo.
—Fui yo quien solicitó esta misión.
Noah lo miró con sorpresa.
—¿Por qué?
La expresión de Joe no cambió. Seguía siendo dura y hermética. Sus ojos eran como hielo negro y su voz como aire gélido. Era suficiente para congelar a cualquiera.
—No hay un porqué —Joe se encogió de hombros—. Simplemente es así. Ahora, si no te importa, tanta charla me crispa los nervios. Debería discutir esta molesta costumbre tuya con Jordan. Puede que él encuentre un bozal a tu medida.
Noah hizo una mueca y apretó el volante mientras efectuaba un giro tras el taxi y calculaba la distancia hasta el club donde se dirigía ____.
Maldita sea, esa chica se merecía algo mejor que la operación en la que se vería envuelta al día siguiente. Se merecía algo más que ser utilizada de esa manera. No era una mujer mental y emocionalmente capaz de soportar el estrés que caería sobre sus frágiles hombros.
Había comentado sus temores con su esposa, Sabella, preocupado por cómo aquella operación afectaría a la capacidad de ____ para curarse y seguir adelante con su vida. Pero no tenían alternativa. Aquello no sólo era la mejor oportunidad que tenían de capturar a un escurridizo asesino, sino la única manera de salvarla de una muerte horrible.
—____ Clay no es una mujer rota.
El sorprendente comentario de Joe hizo que Noah volviera a mirarlo.
—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó.
—Lo sabes tan bien como yo —indicó Joe—. Esas salidas al spa, la ropa que se ha comprado, los juguetes que encontramos en el cajón de su mesilla... No, Noah, ella no es una mujer rota, es una mujer que está intentando curarse.
—¿Y crees que entregarla a ti completará ese proceso de curación? —gruñó Noah—. Joder, si casi no eres capaz de permanecer con una mujer después de acostarte con ella. Eres como un maldito robot.
—Deja ya el tema —masculló Joe—. Recuérdame que hable con Sabella más tarde. Se está convirtiendo en una mala influencia para ti.
Noah sonrió. Joe no sabía lo que decía; Sabella era su ancla, su razón de vivir.
—Sólo conseguirías que se riera a carcajadas —le aseguró.
—No dudo de que se reiría, pero sólo porque sabe que eres un caso perdido.
Noah no siguió con la discusión. Era obvio que no convencería a Joe de que ser encantador con una mujer era mejor que una invitación a su cama. En especial con una como ____, que había conocido un horror del que apenas recordaba nada. Pero si bien había olvidado detalles o caras debido al maldito «polvo de afrodita», Noah sabía que en lo más profundo de su mente recordaba, que su cuerpo recordaba.
Lo sabía porque él había pasado por lo mismo. Le habían inyectado aquella droga durante diecinueve meses infernales y sabía lo que le hacía al cuerpo y a la mente de un ser humano, lo que le habría hecho a la joven inocente que ella había sido, que además había experimentado el dolor y la humillación de una violación. Era muy consciente de que algo así no era fácil de sobrellevar.
____ no había sido tan afortunada como otras víctimas de esa droga. Aunque apenas recordara aquella noche, seguramente tendría muy presente los interminables meses que había estado internada en una clínica privada después de haber sido rescatada. Y, sin duda alguna, no habría olvidado que había sido su propio padre el responsable de todo lo que le ocurrió.
Sí, Jansen Clay había sido un hijo de perra de la peor clase. Noah rezó para que estuviera ardiendo en el infierno.
—Jordan, el objetivo está alcanzando tu posición —dijo al micrófono que llevaba en la muñeca cuando el taxi de ____ llegó al punto previsto—. Maverick y yo estamos a cuatro coches de distancia.
—Adelante —ordenó el comandante—. Asegurémonos de que todo está en orden.
—Orión no sería tan negligente —señaló Joe mientras el taxi se detenía en la entrada del club.
Unos segundos después, Noah aparcó detrás, y Joe y él observaron cómo ____ bajaba del vehículo.
Ataviada con aquel vestido de color bronce, con el pelo brillante como los rayos del sol agitándose sobre sus hombros y una expresión mezcla de miedo y valor, parecía un ángel caído del cielo.
Joe contempló con detenimiento el rostro de la joven, y cada delicado detalle hizo que su cuerpo se tensara de interés y deseo. Era un cebo, se recordó a sí mismo. Un cebo vulnerable y muy inocente. Tenía que tenerlo muy presente.
Con fría determinación, luchó contra la reacción de su cuerpo ante ella, contra el interés que despertaba en él. Como le había dicho a Noah, aquella noche sólo era una cita para conocerse, nada más. Un poco de conversación con ella, un baile o dos, y, al día siguiente, ____ no tendría más remedio que aceptar que su mundo iba a cambiar. Se había convertido en una presa y Joe era la única posibilidad que tenía de sobrevivir.
Cuando la joven entró en el club, él salió del coche, se abrochó la chaqueta negra y la siguió con paso tranquilo.
Ella era, sencillamente, exquisita. La foto que Jordan había llevado a la reunión del equipo aquella mañana no le hacía justicia. Joe la conocía desde hacía años, la había observado en distintas ocasiones sin que ella se diera cuenta, ya que era amiga de las esposas de los miembros del equipo de Durango.
Cada vez que la había visto, se había sentido atraído por ella. Su inocencia y vulnerabilidad tocaban una fibra sensible en él, algo que no le había ocurrido desde hacía años. ____ hacía que quisiera borrar el dolor de sus ojos, y eso podía llegar a ser muy peligroso.
—Maverick, el cebo está en su lugar —anunció Jordan—. Adelante. Travis está dentro y te cubrirá.
Joe se quitó discretamente el auricular del oído y desenganchó el micro que tenía debajo de la manga de la chaqueta. Ocultándolos en la palma de la mano, se acercó a Travis Caine, antiguo agente del MI6, y los dejó caer en el bolsillo de su chaqueta antes de encaminarse hacia el otro lado del local.
Se detuvo junto a una columna a varios metros de la mesa donde ____ estaba sentada, y se quedó allí unos minutos esperando ver su habitual expresión indefensa.
Había miedo en sus ojos; tenía el cuerpo rígido por el terror cuando su mirada se encontró con la de él.
____ echó un vistazo alrededor, y luego dirigió sus ojos de nuevo hacia él, que esperó paciente su reacción.
La mirada de la joven pasó sobre él otra vez. La tercera vez, ella se demoró un instante mientras Joe seguía observándola, permitiéndose memorizar sus delicados rasgos antes de que sus miradas se cruzaran.
Un fuerte estremecimiento sacudió a Joe. Los claros ojos azules de ____ brillaron con interés, miedo e interés de nuevo, como si no estuviera segura de qué debía sentir.
Él se permitió sostenerle la mirada, que su mente estableciera contacto con ella para tranquilizarla, utilizando los ojos en vez de la expresión para calmar el miedo que crecía dentro de ella.
Joe conocía el poder de una mirada. Cuando dos personas conectaban a pesar de que estuvieran separados por varios metros, una mirada podía provocar miedo, cautela o sumisión. Y él la utilizó para acariciarla suavemente con los ojos. No bajó la vista en ningún momento; se dejó llevar por cada matiz de la expresión de la joven, por cada gesto, por su leve parpadeo, por las sombras en sus ojos, que revelaban la tensión de su pequeño cuerpo.
____ era como un pájaro a punto de alzar el vuelo, sentada en el borde de la silla con el cuerpo rígido y preparado para correr.
«Tranquila, pequeña, —le dijo en silencio, dejando que sus pensamientos asomaran a sus ojos—. No hay dolor aquí, ni temor.»
Le acarició la delicada línea de la mandíbula con la mirada y luego centró la atención en sus ojos. Joe le permitió ver en su interior, observar las partes de su alma en las que era sólo un hombre, sólo un amante dispuesto a tratarla con gentileza. Dejó que lo mirara para que se diera cuenta de que no tenía nada que temer de él si permitía que se le acercara.
Los ojos eran más que el espejo del alma. Podían mentir. Y Joe era un mentiroso consumado. Pero mientras clavaba los ojos en aquella mirada cautelosa, deseó ser otra cosa. Deseó ser el hombre que ella necesitaba, en vez de un farsante.
La joven parpadeó, y él vio cómo se relajaba. No vio rendición ni deseo, sólo un indicio de interés mezclado con cautela y determinación. ____ había tomado una decisión, y él se preguntó qué decisión sería ésa.
Joe avanzó lentamente sin perder el contacto visual, demasiado consciente de los ojos que los observaban. ____ estaba acompañada por cuatro miembros del equipo de Durango y sus esposas. Clint y Morganna, Reno y Raven, Kell y Emily, e Ian y Kira, los cuales pasaban parte del año en Atlanta o donde el equipo los necesitara. El resto del tiempo lo pasaban en Texas. Macey, el técnico del equipo, estaba en esos momentos en algún lugar con su novia, Emerson.
Todas las parejas fingieron ignorar la tensión que flotaba entre él y la exquisita ____ Clay. Sin embargo, Joe pudo observar preocupación en sus miradas, una actitud protectora en la postura de sus cuerpos.
____ era su amiga; una amiga muy querida. Estaban tan inseguros sobre esa misión como Noah, y Joe comprendía esa preocupación. Lo que ninguno de ellos sabía era que la cautelosa criatura que lo observaba con detenimiento no tenía nada que temer de él.
Ella era para él mucho más que un medio para conseguir un fin. Era un instrumento creado especialmente para sus manos. Un arma que Joe moldearía para que reaccionara a cada uno de sus movimientos. Un medio para exorcizar los demonios que lo atenazaban. ____ Clay era un cebo. Lo sabía. Y ella también lo sabría al día siguiente. Esa noche era su única oportunidad de asegurarle que estaría allí para ella cuando apareciera su enemigo.
Obsesionado por la muerte de su madre y, seis semanas después, por la de su padre, Joe se había jurado años atrás que él sería el único que esgrimiría el arma que mataría a Orión. Lamentablemente, ____ era su única oportunidad para acabar con el asesino que había destruido a su familia y arruinado la vida con que el israelí había soñado.
Había llegado el momento de cumplir lo prometido, y la joven representaba la única conexión con aquel bastardo.
Habían contratado a Orión para asesinarla, pero Joe estaba allí para protegerla. Y cuando llegara el momento, mataría al cazador.
¡Hola chicas!
Bueno, aquí dejo el primer capítulo. Espero que les guste.
Más tarde subo el siguiente :D
Natuu!!
Última edición por Natuu! el Mar 14 Ago 2012, 1:05 pm, editado 1 vez
Natuu!
Re: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
nueva elctora!!!
m e gusta y muchosiguela
m e gusta y muchosiguela
andreita
Re: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
Aqui reportandome!!!
simplemente me encanta
siguela pronto porfa!!!!!
simplemente me encanta
siguela pronto porfa!!!!!
Julieta♥
Re: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
me encanto el primer capitulo siguela pronto plis
Nani Jonas
Re: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
Dos
—Ése es Joe.
____ oyó las palabras de Morganna, pero no pudo apartar la vista de los ojos negros que parecían querer penetrarla. Unos ojos tan profundos y oscuros como la noche, pero que contenían un matiz de calidez que desmentía aquella frialdad que desprendían.
Tenía una expresión tranquila, pero había en él un indicio de dureza, un atisbo de peligro cuidadosamente contenido. No se sorprendió; no se podía esperar otra cosa de un amigo de cuatro antiguos SEALs.
Él mismo también había sido SEAL, pero, según le habían contado, se había retirado por problemas de insubordinación.
Aún así, la tranquilidad de aquella expresión era reconfortante. Como si él se conociera bien a sí mismo, su fuerza y sus debilidades, y hubiera aprendido a vivir con sus demonios. Era reservado. Y ella entendía esa reserva.
Se movía como si no tuviera prisa alguna. Sin anticipación ni premura. Con movimientos perfectamente coordinados. Su cuerpo era esbelto, fuerte y atlético.
Unos pantalones negros le moldeaban las caderas y las musculosas piernas. La camisa blanca bajo la chaqueta negra mostraba un poco de color en un océano oscuro de calmadas emociones y confianza masculina. Llevaba el pelo muy corto, pero los espesos mechones eran aún lo suficientemente largos para que una mujer pudiera pasar los dedos entre ellos.
«¿Qué le había hecho pensar en eso? ¿Por qué había cerrado las manos sobre el bolso al preguntarse cómo sería sentir ese pelo entre los dedos?»
Sin embargo, habían sido sus ojos los que la habían cautivado. Los que le habían acariciado el rostro, siempre con suavidad, siempre regresando a los suyos con una determinación e interés que habían logrado conmocionarla.
Había esperado que fuera fuerte y musculoso. Y lo era, aunque de una manera sutil. Su cuerpo no estaba lleno de músculos marcándole la ropa. Era delgado y atlético. Parecía rodeado por un aura de inmenso poder, pero no era grande y corpulento como Kell. Kell Krieger era alto y sus hombros parecían los de un jugador de fútbol americano. Incluso Reno y Clint parecían auténticas torres de músculos y fuerza. Joe Jonas era tan alto como ellos, aunque no tan musculoso. Alguien podría pensar incluso que tampoco era tan fuerte, pero ella tenía el presentimiento de que quien cometiera ese error, lo lamentaría.
—Ya era hora de que llegases —dijo Clint arrastrando la voz mientras Joe Jonas se acercaba a la silla vacía frente a ____.
El israelí estrechó la mano de Clint cuando éste se levantó e hizo lo propio con Reno, Kell e Ian; sin embargo, no perdió de vista a ____ en ningún momento.
—Joe, ¿te gustaría conocer a nuestra amiga ____? —Había un indicio de diversión en la voz de Morganna.
—Creo que acabo de hacerlo —Sus palabras no tuvieron que elevarse por encima de la música; fue como si la música hubiera hecho una pausa para él, como si lamentara frustrar sus deseos si no lo hacía.
—Señor Jonas —____ inclinó la cabeza, apenas capaz de tragarse el nudo de nerviosismo que se le había formado en la garganta.
Él alargó la mano por encima de la mesa, así que a la joven no le quedó más remedio que soltar el bolso y estrechársela. ____ esperaba un apretón firme y resuelto, no que su mano sostuviera la de ella, que sus dedos le acariciaran la muñeca como si quisiera aquietar el pulso que se le había disparado.
Cuando la liberó para desabrocharse el botón de la chaqueta y tomar asiento, ____, sorprendida, lamentó la pérdida de la calidez y la brevedad del contacto.
Sin reflejar ninguna inquietud, Joe se reclinó en la silla con expresión inescrutable y respondió a algunas preguntas que le hizo Kell. Sin embargo, su mirada siempre volvía a ella.
No le exigía nada con aquellos ojos penetrantes. La caricia de su mirada era sutil y suave. No llamaba la atención de los demás y quedaba oculta por las largas pestañas negras, pero nada podía ocultar el efecto que tenía en ____.
A pesar de que focalizaba su atención en el rostro de la joven, ella podía sentir la calidez de su mirada en todo el cuerpo. No resultaba grosero ni molesto. Sencillamente, estaba allí. Una mirada a la frente, otra a la barbilla. Una caricia visual en el pelo, o en la oreja cuando se recogía nerviosamente un mechón rebelde.
—____, a Joe también le encanta la fotografía —dijo Kell, inclinándose hacia delante para hablar con ella con una mirada sombría en sus brillantes ojos verdes—. No va a ningún sitio sin su cámara.
El corazón de ____ palpitó con fuerza. Estaba ruborizada y se sentía aterrorizada. Necesitaba alejarse de la suave mirada de aquel hombre.
No podía contestar al comentario de Kell. Ni siquiera era capaz de pensar una respuesta razonable, así que se levantó e intentó buscar una excusa para escapar al baño de señoras. Pero los ojos de Joe seguían mirándola, inquisitivos, y no pudo articular ni una simple frase.
Se alejó de la mesa en silencio a través de la multitud, escapando al pasillo débilmente iluminado que conducía al baño de señoras.
Cerró la puerta del baño a su espalda y casi lloró de alivio al ver que el lugar estaba vacío. Junto a la entrada había unos sillones de nogal tapizados en terciopelo y al fondo se veía una fila de lavabos. Las brillantes luces del techo se reflejaban en los tonos verde oscuro y dorado de las paredes y el suelo.
Se sentía mortificada por haber escapado de aquella manera. El corazón le latía a toda velocidad, el sudor le cubría la frente y el miedo le corría como lava líquida por las venas.
Agarrándose el estómago con una mano, respiró hondo y se apartó de la puerta. Iba a lograr superarlo, se prometió a sí misma. No volvería a huir.
Se refrescó las muñecas con agua fría, recriminándose por haber reaccionado de esa manera. ¿Qué demonios le pasaba? Iba a conseguirlo. Joe Jonas era un hombre endiabladamente atractivo y no le haría daño. Con él estaría a salvo. Y además, parecía interesado.
Puede que no fuera una mujer espectacular, pero él era un hombre y ella estaba lejos de ser estúpida. Los profundos ojos masculinos habían mostrado interés. Interés sexual.
Una noche, gimió en silencio. Sólo una noche. «Por favor, Dios, dame fuerzas para hacer de esta noche un recuerdo agradable en vez de una pesadilla».
Intentando controlarse, contuvo la respiración ante la necesidad que ardía en su interior, exigiendo ser satisfecha.
Más calmada, cerró el grifo y se secó las manos. Irguió los hombros y miró su reflejo. No era fea, no como cuando era adolescente y su rostro no tenía más que ángulos y líneas afiladas. Se le habían rellenado las mejillas y se le habían suavizado los rasgos. Él no tendría que hundirle la cara en una manta para poder acostarse con ella.
Interrumpió de golpe sus pensamientos al notar que se le revolvía el estómago y que las pesadillas amenazaban con remplazar su determinación.
Joe estaba interesado en ella. Podría conseguirlo. Oh, Dios, sólo una noche.
Se humedeció los labios con nerviosismo y respiró hondo de nuevo, luego se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. La abrió de un tirón y... se detuvo en seco, asombrada.
Joe estaba apoyado contra la pared de enfrente, con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones y la chaqueta abierta, revelando una camisa que se ceñía a lo que parecía ser un vientre plano y duro.
—Quería venir Morganna. —Su voz era como el terciopelo negro, un susurro lleno de magia y sexualidad que la hizo perderse en sus oscuros ojos y sentir un inquietante latido de deseo entre los muslos.
—Necesitaba... —agitó la mano hacia la puerta y tragó saliva— estar un momento a solas.
—Hay demasiada gente ahí fuera. —Cuando habló, sus labios, firmes y carnosos, captaron la atención de la joven. Eran unos labios gruesos y tentadores. «¿Qué se sentiría al besar a un hombre?», se preguntó. No la habían tocado desde los dieciocho años y los pocos besos que le habían dado en su adolescencia habían sido inexpertos y húmedos. «¿Cómo sería besar a un hombre?» Un hombre que supiera besar de verdad a una mujer.
Sin lugar a dudas, Joe sabría cómo hacerlo. Exudaba experiencia sexual por cada uno de sus poros y estaba rodeado por un aura de masculinidad que había atraído la mirada de todas las mujeres que llenaban el local.
Aturdida, se humedeció los labios de nuevo. Tenía que hablar, sabía que tenía que decir algo, lo que fuera.
—Lo siento. —Esbozó una leve sonrisa. Estaba temblando por dentro, dividida entre el miedo y el ardiente deseo que la atravesaba—. Debo de parecer una lunática.
Él ladeó la cabeza y sus ojos oscuros la observaron con deseo.
—Al contrario. —Se apartó de la pared y sacó las manos de los bolsillos—. Pareces una mujer hermosa e insegura a causa del animal que te acaban de presentar. —Por primera vez esbozó una sonrisa, seca y un poco burlona—. Creo que tus amigas están demasiado acostumbradas al exceso de testosterona. Sus maridos son como niños empujándose y retándose por ver quién es el más fuerte. No han considerado el efecto que tendría en alguien que no estuviera acostumbrado a eso.
____ casi se rió; pero el sonido se quedó atrapado en su garganta cuando él volvió a bajar la mirada a sus labios. Tenía la respiración pesada y áspera. No comprendía todas aquellas sensaciones que se arremolinaban en su interior, y que la aterrorizaban.
Él se acercó aún más, un sutil movimiento, pero suficiente para que sus cuerpos quedaran separados por tan sólo unos centímetros. Aquello hizo que ____ fuera repentinamente consciente de demasiadas cosas a la vez. Del cuerpo de él, de su calor envolviéndola. De la fuerza de aquel hombre. Del miedo y el deseo que colisionaban en su interior.
—Lo siento. —Se pasó la mano por el pelo con nerviosismo y se quedó paralizada al ver que él también levantaba la mano.
«Como un conejo asustado mirando el arma que le disparará en cualquier momento», pensó Joe mientras le colocaba el pelo detrás de la oreja.
Los mechones eran suaves como la seda, increíblemente cálidos bajo las yemas de sus dedos.
____ se mantuvo completamente inmóvil, y él se percató de las conflictivas emociones que luchaban en su interior, de los miedos que la atenazaban. Bajo el maquillaje, tenía la cara pálida y podía ver cómo sus ojos se oscurecían a causa del pánico... y el deseo.
Sí, deseo. El cuerpo de la joven estaba excitado y exigía que lo tocaran, que lo acariciaran, debido en parte a los efectos de la condenada droga que le habían inyectado. El «polvo de afrodita» no sólo afectaba al organismo. Aquella droga sintética atacaba al cerebro, forzando al cuerpo a sentir deseo en los momentos más inoportunos, aunque seguramente su efecto habría remitido con el paso de los años.
—Se preocuparán si no volvemos —le dijo Joe, forzándose a hablar—. Deberíamos volver con ellos, ¿no crees?
Ella le sostuvo la mirada. Sus pupilas estaban dilatadas y un rubor de deseo encendía sus mejillas.
—Si no lo hacemos —continuó—, te besaré. Y estoy seguro de que te ofendería que me tomara esas libertades tan pronto.
Joe casi hizo una mueca. Maldición. Con ella se le escapaba el acento. Un deje de aspereza teñía sus palabras y provocaba que a ____ se le oscurecieran los ojos.
¿Dónde diablos estaba el hielo que envolvía su alma? ¿Dónde estaba el control que era parte de él?
—Seguro que lo haría —musitó ella al tiempo que se lamía los labios con un rápido movimiento.
¿Estaría resbaladiza y húmeda?, se preguntó Joe. ¿Se habría preparado ya el cuerpo femenino para él? Se obligó a ser cauto, pues era un hombre cuya vida dependía de saber leer el lenguaje corporal.
Esa noche era sólo para establecer contacto. Para ver si ella podría tolerar lo que tendría lugar los días siguientes. Y si se guiaba por el lenguaje corporal de ____, tolerarlo no sería ningún problema.
—Si sigues mirándome así te besaré, ____ —le advirtió una última vez—. Volvamos con los demás. De lo contrario, esos labios tan apetecibles serán míos.
¿Suyos? ____ parpadeó y abrió la boca. En aquel lugar, un beso sería algo seguro, ¿verdad?
—Yo... —Intentó hablar, intentó pensar. No quería parecer una mujer fácil, pero ¿acaso no lo parecería si todo salía según sus planes? Aquélla era su noche, maldita sea. Él era un desconocido, y seguiría siéndolo cuando todo aquello acabara. Eso era lo único que importaba.
Una noche.
—Un beso —logró susurrar, asombrada de su propio atrevimiento.
Él apretó los dientes, provocando que le palpitara un músculo en la mejilla. Levantó la mano para rodearle la nuca con suavidad y le rozó los labios con el pulgar.
Bajó la cabeza hasta que ella sintió su aliento acariciándola, la calidez masculina hundiéndose en ella.
—Quiero mirarte a los ojos mientras te beso —le oyó murmurar—. Quiero sentir tus labios, ____, suaves y dulces, saborear el néctar de tu lengua. Quiero paladearte y conocer tu esencia. —Giró la cabeza a un lado y miró a su alrededor, sonriendo provocativamente—. Eso sería imposible aquí, ¿no crees?
Ella se estremeció. Apretó el bolso con una mano y apoyó la otra contra la pared mientras lo miraba.
—¿Por qué?
Él ladeó la cabeza otra vez.
—¿Por qué quiero besarte así?
____ asintió bruscamente.
—¿Acaso hay otra manera de besar a una mujer bella y deseable? —le preguntó Joe—. Si la hay, no la conozco.
Había un toque de convicción en su voz, un toque de deseo. Y ella era lo suficientemente mujer para percatarse de ello, para sentirlo.
—¿Quieres besarme? —musitó. Que ella recordara nadie había querido besarla nunca.
—«Querer» es una palabra muy suave para la necesidad que siento de hacerlo. —Se podía percibir un indicio de burla hacia sí mismo en su sonrisa, en el brillo de sus ojos—. Debería avergonzarme por mi falta de control. —Levantó de nuevo la mano, volviéndole a colocar el pelo detrás de la oreja. Siempre se le soltaba; los espesos mechones se negaban a ser sometidos.
—Tienes un pelo precioso —dijo él entonces—. Sedoso y cálido.
Le tendió la mano.
—¿Volvemos? Si tenemos suerte, puede que la orquesta toque algo lento y suave. Me gustaría bailar contigo, ____.
La joven apartó la mano de la pared, y le temblaron los dedos cuando los puso sobre su ancha palma.
—Yo... No es que esté chiflada. —Se rió para sí misma—. Es que no suelo...
—No tienes que darme ninguna explicación. —Su voz era oscura y vibrante—. Ninguna, ____. Esta noche no hay necesidad de nada que no sea ser tú misma. Sin importar lo que quieras ser. Sin importar quién quieras ser.
Morganna le había jurado que nadie le había hablado a Joe de su pasado. Que no le habían contado nada de las pesadillas que la aterrorizaban. No la conocía. Sólo sabía que era una amiga de los antiguos SEALs y de sus esposas, y que había vivido protegida mucho tiempo. Morganna le había asegurado que dejarían muy claro a Joe que ella no era una mujer con la que pudiera jugar. ____ había disentido para sus adentros. Quizá, había pensado entonces, quería que jugara con ella. Ahora estaba segura de ello.
Podía ser quien deseara ser.
Dejó que él cerrara la mano en torno a la suya y la hiciera avanzar. Cuando la soltó, ____ no puso objeción a que la rodeara con el brazo, apoyando la mano posesivamente en la parte baja de su espalda.
Se sentía muy extraña. Estaba más húmeda que nunca entre los muslos, y su hinchado y sensible clítoris palpitaba excitado entre los pliegues de su sexo. Los pezones se rozaban contra la tela del vestido, y tenía los pechos duros y pesados. No parecían pequeños ahora, sino demasiado grandes. No se sentía fea, ni tampoco hermosa. Se sentía deseada. ¿Se había sentido alguna vez deseada?
Una furia gélida invadió las entrañas de Joe al percatarse de cómo tensaba ella la espalda. Dios, ____ estaba a punto de explotar. Podía percibirlo en el calor que desprendía la piel de la joven, en la llama de deseo que brillaba en sus expresivos ojos azules.
«¿Sabría ____ lo que eso provocaba en un hombre»», se preguntó. La reacción de la joven tenía un efecto devastador incluso en un hombre tan controlado y experimentado como él. Era como si una bola de fuego le atravesara los testículos. La imperiosa necesidad de penetrarla era mucho más fuerte que nada que hubiera experimentado antes con otra mujer.
Joe era un hombre que aceptaba su sexualidad, sus necesidades, y comprendía cada matiz del cuerpo femenino. Cada chispa de excitación y deseo. Le hubiera gustado haber matado lenta y dolorosamente al padre de ____. A aquel hijo de perra que había ordenado que le inyectaran aquella condenada droga a su hija y luego se había quedado allí para mirar cómo la violaban.
Una virgen. Había sido una condenada virgen y Jansen Clay había permitido que un hombre la tocara y abusara de ella de la manera más monstruosa.
Intentando controlarse, la condujo de regreso a la mesa y levantó una mano para llamar a una camarera. Luego se inclinó hacia ____ y murmuró:
—Tengo que hablar un momento con Reno y Clint. Vuelvo enseguida.
El pelo de la joven le rozó la mejilla cuando ella asintió con la cabeza, y vio el temblor de los dedos femeninos en el regazo. Él no había vuelto a tocarla. ____ tenía el cuerpo muy sensibilizado, la mente sumida en la confusión y, por primera vez en su vida, Joe estaba al borde de la cólera más absoluta.
Levantó la vista para buscar a Kell Krieger, y supo que su amigo había entendido el silencioso mensaje que reflejaba su mirada cuando el antiguo SEAL entrecerró los ojos. «Protégela. Que nadie se acerque a ella».
Joe se conocía muy bien, conocía su corazón como ninguna otra cosa en el mundo. Y sabía que, tarde o temprano, aquella mujer le pertenecería. Sería suya por completo. No había dudas al respecto.
Enderezándose, se giró siguiendo a los otros dos hombres por el club hasta la puerta trasera. La noche los envolvió, pero eso no quería decir que no hubiera nadie observándoles, escuchándoles.
—¿Qué demonios pretendes? —La voz de Clint hervía de furia cuando entraron en la furgoneta insonorizada que su esposa y él habían llevado al club.
Joe se dejó caer en el asiento de la parte trasera y observó cómo Clint cerraba la puerta de un golpe después de que entrara Reno.
Ambos hombres lo miraron coléricos.
—Está aterrada —gruñó Clint—. Ese no era el trato, Joe. Sólo era una cita para que os conocieseis. ¿En qué diablos estabas pensando al acorralarla contra una pared y acosarla de esa manera?
Joe alargó la mano de repente y cerró los dedos en torno a la garganta del SEAL antes de que pudiera decir nada más. El gesto sorprendió al propio Joe, y dejó estupefactos a Clint y a Reno.
—Suéltale, Maverick —le advirtió Reno con suavidad.
—Acúsame otra vez de hacerle daño y tendremos algo más que palabras, McIntyre —siseó Joe, atravesando a Clint con la mirada—. Llevo observando a ____ desde hace años. —Apretó aún más los dedos—. He oído sus pesadillas y sus gritos, y la conozco mejor que nadie, así que no te atrevas a interferir.
Soltó a Clint lentamente, consciente de que el otro hombre no había mostrado miedo, sólo una callada curiosidad, igual que Reno tras su protesta inicial.
Se reclinó en el asiento, obligando a su cuerpo a relajarse, a centrar la mente.
—¿Me habéis traído aquí por alguna razón que no sea ____? —preguntó finalmente—. Espero que así sea.
Reno soltó un bufido ante su comentario.
—Jordan detectó un coche sospechoso —le explicó—. El vehículo dio la vuelta al local dos veces antes de perderse en el tráfico. ¿Sabes lo difícil que es lograr que Jordan le perdiera el rastro?
Joe apretó la mandíbula.
—¿Han identificado al conductor?
—Todo lo que sabemos es que llevaba gafas y que tiene el pelo oscuro. Procuró mantener la cara oculta en todo momento. Tenemos algunas fotos, pero tardaremos varias horas en tener una ligera idea de a quién estamos buscando.
—No es Orión. —Joe se frotó la cara con las manos deseando haber perdido ya el control para poder darle un puñetazo a algo. O a alguien—. No cometería ese error. Nadie sabe cuándo está vigilando y cuándo no.
Levantó la vista y, al interceptar la mirada que intercambiaron Reno y Clint, borró cualquier expresión de su rostro, de sus ojos. Sabía muy bien cómo hacerlo. Los ex SEALs eran buenos en su trabajo, pero Joe había aprendido hacía años que cualquier indicio de emoción podía acabar con la vida de un hombre.
Respiró hondo.
—Envía un equipo al apartamento de ____ mañana para que compruebe si hay micros. Orión los utiliza de vez en cuando para vigilar a sus objetivos. Es así cómo sabe cuándo y dónde atacar. Aseguraos de que el apartamento de ____ esté limpio.
Su padre y él habían encontrado ese tipo de dispositivos en su propia casa cuando su madre había desaparecido. Al parecer llevaban allí el tiempo suficiente para que Orión hubiera conocido sus costumbres y supiera dónde y cuándo capturarla.
—Eso podría delatarnos —señaló Clint—. Sabrá que estamos tras su pista y podría huir.
Joe negó con la cabeza.
—Ya lo han localizado antes y ha escapado. Es un maestro en su oficio. Él sabrá tarde o temprano que estoy protegiéndola, no hay por qué ocultarlo. Orión lo verá como un desafío, pero no se echará atrás. Nada podrá impedir que intente matarla.
—Le diré a Jordan que se encargue de ello —convino Reno con una inclinación de cabeza—. ¿Qué planeas hacer esta noche con ____? —Había un deje protector en la voz del SEAL.
Joe le sostuvo la mirada con frialdad.
—Lo que yo haga o no esta noche no es cosa vuestra. Desde este momento, ella está bajo mi protección. Cubridme las espaldas, vigilad a Orión y seguid las órdenes de Jordan. Pero no os entrometáis en nada de lo que yo haga con ____.
Volvieron a mirarlo con dureza y desafío. Joe casi sonrió ante sus expresiones, consciente de que aquella conversación podría acabar en una pelea.
—No nos jodas, Maverick —le advirtió Reno con voz dura—. ____ no es sólo un cebo, es nuestra amiga. Hazle daño y no sólo iremos a por ti Clint y yo, sino todo el equipo. No creo que quieras eso.
No, no lo quería. Necesitaría a esos hombres para otras misiones. Le cubrían las espaldas y le echaban una mano cuando era necesario; pero ____ era asunto suyo.
Asintió ante la advertencia. No esperaba menos.
¡Hola chicas! Y ¡Bienvenidas Andreita y Julieta!
Perdón por no subir antes, es que ayer fue mi primer día en la universidad y no tuve tiempo.
Espero que no pase muy seguido.
Bueno, aquí les dejo el segundo capítulo. Espero les guste.
Después subo el siguiente
Besos
:hi:
Natuu!!
____ oyó las palabras de Morganna, pero no pudo apartar la vista de los ojos negros que parecían querer penetrarla. Unos ojos tan profundos y oscuros como la noche, pero que contenían un matiz de calidez que desmentía aquella frialdad que desprendían.
Tenía una expresión tranquila, pero había en él un indicio de dureza, un atisbo de peligro cuidadosamente contenido. No se sorprendió; no se podía esperar otra cosa de un amigo de cuatro antiguos SEALs.
Él mismo también había sido SEAL, pero, según le habían contado, se había retirado por problemas de insubordinación.
Aún así, la tranquilidad de aquella expresión era reconfortante. Como si él se conociera bien a sí mismo, su fuerza y sus debilidades, y hubiera aprendido a vivir con sus demonios. Era reservado. Y ella entendía esa reserva.
Se movía como si no tuviera prisa alguna. Sin anticipación ni premura. Con movimientos perfectamente coordinados. Su cuerpo era esbelto, fuerte y atlético.
Unos pantalones negros le moldeaban las caderas y las musculosas piernas. La camisa blanca bajo la chaqueta negra mostraba un poco de color en un océano oscuro de calmadas emociones y confianza masculina. Llevaba el pelo muy corto, pero los espesos mechones eran aún lo suficientemente largos para que una mujer pudiera pasar los dedos entre ellos.
«¿Qué le había hecho pensar en eso? ¿Por qué había cerrado las manos sobre el bolso al preguntarse cómo sería sentir ese pelo entre los dedos?»
Sin embargo, habían sido sus ojos los que la habían cautivado. Los que le habían acariciado el rostro, siempre con suavidad, siempre regresando a los suyos con una determinación e interés que habían logrado conmocionarla.
Había esperado que fuera fuerte y musculoso. Y lo era, aunque de una manera sutil. Su cuerpo no estaba lleno de músculos marcándole la ropa. Era delgado y atlético. Parecía rodeado por un aura de inmenso poder, pero no era grande y corpulento como Kell. Kell Krieger era alto y sus hombros parecían los de un jugador de fútbol americano. Incluso Reno y Clint parecían auténticas torres de músculos y fuerza. Joe Jonas era tan alto como ellos, aunque no tan musculoso. Alguien podría pensar incluso que tampoco era tan fuerte, pero ella tenía el presentimiento de que quien cometiera ese error, lo lamentaría.
—Ya era hora de que llegases —dijo Clint arrastrando la voz mientras Joe Jonas se acercaba a la silla vacía frente a ____.
El israelí estrechó la mano de Clint cuando éste se levantó e hizo lo propio con Reno, Kell e Ian; sin embargo, no perdió de vista a ____ en ningún momento.
—Joe, ¿te gustaría conocer a nuestra amiga ____? —Había un indicio de diversión en la voz de Morganna.
—Creo que acabo de hacerlo —Sus palabras no tuvieron que elevarse por encima de la música; fue como si la música hubiera hecho una pausa para él, como si lamentara frustrar sus deseos si no lo hacía.
—Señor Jonas —____ inclinó la cabeza, apenas capaz de tragarse el nudo de nerviosismo que se le había formado en la garganta.
Él alargó la mano por encima de la mesa, así que a la joven no le quedó más remedio que soltar el bolso y estrechársela. ____ esperaba un apretón firme y resuelto, no que su mano sostuviera la de ella, que sus dedos le acariciaran la muñeca como si quisiera aquietar el pulso que se le había disparado.
Cuando la liberó para desabrocharse el botón de la chaqueta y tomar asiento, ____, sorprendida, lamentó la pérdida de la calidez y la brevedad del contacto.
Sin reflejar ninguna inquietud, Joe se reclinó en la silla con expresión inescrutable y respondió a algunas preguntas que le hizo Kell. Sin embargo, su mirada siempre volvía a ella.
No le exigía nada con aquellos ojos penetrantes. La caricia de su mirada era sutil y suave. No llamaba la atención de los demás y quedaba oculta por las largas pestañas negras, pero nada podía ocultar el efecto que tenía en ____.
A pesar de que focalizaba su atención en el rostro de la joven, ella podía sentir la calidez de su mirada en todo el cuerpo. No resultaba grosero ni molesto. Sencillamente, estaba allí. Una mirada a la frente, otra a la barbilla. Una caricia visual en el pelo, o en la oreja cuando se recogía nerviosamente un mechón rebelde.
—____, a Joe también le encanta la fotografía —dijo Kell, inclinándose hacia delante para hablar con ella con una mirada sombría en sus brillantes ojos verdes—. No va a ningún sitio sin su cámara.
El corazón de ____ palpitó con fuerza. Estaba ruborizada y se sentía aterrorizada. Necesitaba alejarse de la suave mirada de aquel hombre.
No podía contestar al comentario de Kell. Ni siquiera era capaz de pensar una respuesta razonable, así que se levantó e intentó buscar una excusa para escapar al baño de señoras. Pero los ojos de Joe seguían mirándola, inquisitivos, y no pudo articular ni una simple frase.
Se alejó de la mesa en silencio a través de la multitud, escapando al pasillo débilmente iluminado que conducía al baño de señoras.
Cerró la puerta del baño a su espalda y casi lloró de alivio al ver que el lugar estaba vacío. Junto a la entrada había unos sillones de nogal tapizados en terciopelo y al fondo se veía una fila de lavabos. Las brillantes luces del techo se reflejaban en los tonos verde oscuro y dorado de las paredes y el suelo.
Se sentía mortificada por haber escapado de aquella manera. El corazón le latía a toda velocidad, el sudor le cubría la frente y el miedo le corría como lava líquida por las venas.
Agarrándose el estómago con una mano, respiró hondo y se apartó de la puerta. Iba a lograr superarlo, se prometió a sí misma. No volvería a huir.
Se refrescó las muñecas con agua fría, recriminándose por haber reaccionado de esa manera. ¿Qué demonios le pasaba? Iba a conseguirlo. Joe Jonas era un hombre endiabladamente atractivo y no le haría daño. Con él estaría a salvo. Y además, parecía interesado.
Puede que no fuera una mujer espectacular, pero él era un hombre y ella estaba lejos de ser estúpida. Los profundos ojos masculinos habían mostrado interés. Interés sexual.
Una noche, gimió en silencio. Sólo una noche. «Por favor, Dios, dame fuerzas para hacer de esta noche un recuerdo agradable en vez de una pesadilla».
Intentando controlarse, contuvo la respiración ante la necesidad que ardía en su interior, exigiendo ser satisfecha.
Más calmada, cerró el grifo y se secó las manos. Irguió los hombros y miró su reflejo. No era fea, no como cuando era adolescente y su rostro no tenía más que ángulos y líneas afiladas. Se le habían rellenado las mejillas y se le habían suavizado los rasgos. Él no tendría que hundirle la cara en una manta para poder acostarse con ella.
Interrumpió de golpe sus pensamientos al notar que se le revolvía el estómago y que las pesadillas amenazaban con remplazar su determinación.
Joe estaba interesado en ella. Podría conseguirlo. Oh, Dios, sólo una noche.
Se humedeció los labios con nerviosismo y respiró hondo de nuevo, luego se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. La abrió de un tirón y... se detuvo en seco, asombrada.
Joe estaba apoyado contra la pared de enfrente, con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones y la chaqueta abierta, revelando una camisa que se ceñía a lo que parecía ser un vientre plano y duro.
—Quería venir Morganna. —Su voz era como el terciopelo negro, un susurro lleno de magia y sexualidad que la hizo perderse en sus oscuros ojos y sentir un inquietante latido de deseo entre los muslos.
—Necesitaba... —agitó la mano hacia la puerta y tragó saliva— estar un momento a solas.
—Hay demasiada gente ahí fuera. —Cuando habló, sus labios, firmes y carnosos, captaron la atención de la joven. Eran unos labios gruesos y tentadores. «¿Qué se sentiría al besar a un hombre?», se preguntó. No la habían tocado desde los dieciocho años y los pocos besos que le habían dado en su adolescencia habían sido inexpertos y húmedos. «¿Cómo sería besar a un hombre?» Un hombre que supiera besar de verdad a una mujer.
Sin lugar a dudas, Joe sabría cómo hacerlo. Exudaba experiencia sexual por cada uno de sus poros y estaba rodeado por un aura de masculinidad que había atraído la mirada de todas las mujeres que llenaban el local.
Aturdida, se humedeció los labios de nuevo. Tenía que hablar, sabía que tenía que decir algo, lo que fuera.
—Lo siento. —Esbozó una leve sonrisa. Estaba temblando por dentro, dividida entre el miedo y el ardiente deseo que la atravesaba—. Debo de parecer una lunática.
Él ladeó la cabeza y sus ojos oscuros la observaron con deseo.
—Al contrario. —Se apartó de la pared y sacó las manos de los bolsillos—. Pareces una mujer hermosa e insegura a causa del animal que te acaban de presentar. —Por primera vez esbozó una sonrisa, seca y un poco burlona—. Creo que tus amigas están demasiado acostumbradas al exceso de testosterona. Sus maridos son como niños empujándose y retándose por ver quién es el más fuerte. No han considerado el efecto que tendría en alguien que no estuviera acostumbrado a eso.
____ casi se rió; pero el sonido se quedó atrapado en su garganta cuando él volvió a bajar la mirada a sus labios. Tenía la respiración pesada y áspera. No comprendía todas aquellas sensaciones que se arremolinaban en su interior, y que la aterrorizaban.
Él se acercó aún más, un sutil movimiento, pero suficiente para que sus cuerpos quedaran separados por tan sólo unos centímetros. Aquello hizo que ____ fuera repentinamente consciente de demasiadas cosas a la vez. Del cuerpo de él, de su calor envolviéndola. De la fuerza de aquel hombre. Del miedo y el deseo que colisionaban en su interior.
—Lo siento. —Se pasó la mano por el pelo con nerviosismo y se quedó paralizada al ver que él también levantaba la mano.
«Como un conejo asustado mirando el arma que le disparará en cualquier momento», pensó Joe mientras le colocaba el pelo detrás de la oreja.
Los mechones eran suaves como la seda, increíblemente cálidos bajo las yemas de sus dedos.
____ se mantuvo completamente inmóvil, y él se percató de las conflictivas emociones que luchaban en su interior, de los miedos que la atenazaban. Bajo el maquillaje, tenía la cara pálida y podía ver cómo sus ojos se oscurecían a causa del pánico... y el deseo.
Sí, deseo. El cuerpo de la joven estaba excitado y exigía que lo tocaran, que lo acariciaran, debido en parte a los efectos de la condenada droga que le habían inyectado. El «polvo de afrodita» no sólo afectaba al organismo. Aquella droga sintética atacaba al cerebro, forzando al cuerpo a sentir deseo en los momentos más inoportunos, aunque seguramente su efecto habría remitido con el paso de los años.
—Se preocuparán si no volvemos —le dijo Joe, forzándose a hablar—. Deberíamos volver con ellos, ¿no crees?
Ella le sostuvo la mirada. Sus pupilas estaban dilatadas y un rubor de deseo encendía sus mejillas.
—Si no lo hacemos —continuó—, te besaré. Y estoy seguro de que te ofendería que me tomara esas libertades tan pronto.
Joe casi hizo una mueca. Maldición. Con ella se le escapaba el acento. Un deje de aspereza teñía sus palabras y provocaba que a ____ se le oscurecieran los ojos.
¿Dónde diablos estaba el hielo que envolvía su alma? ¿Dónde estaba el control que era parte de él?
—Seguro que lo haría —musitó ella al tiempo que se lamía los labios con un rápido movimiento.
¿Estaría resbaladiza y húmeda?, se preguntó Joe. ¿Se habría preparado ya el cuerpo femenino para él? Se obligó a ser cauto, pues era un hombre cuya vida dependía de saber leer el lenguaje corporal.
Esa noche era sólo para establecer contacto. Para ver si ella podría tolerar lo que tendría lugar los días siguientes. Y si se guiaba por el lenguaje corporal de ____, tolerarlo no sería ningún problema.
—Si sigues mirándome así te besaré, ____ —le advirtió una última vez—. Volvamos con los demás. De lo contrario, esos labios tan apetecibles serán míos.
¿Suyos? ____ parpadeó y abrió la boca. En aquel lugar, un beso sería algo seguro, ¿verdad?
—Yo... —Intentó hablar, intentó pensar. No quería parecer una mujer fácil, pero ¿acaso no lo parecería si todo salía según sus planes? Aquélla era su noche, maldita sea. Él era un desconocido, y seguiría siéndolo cuando todo aquello acabara. Eso era lo único que importaba.
Una noche.
—Un beso —logró susurrar, asombrada de su propio atrevimiento.
Él apretó los dientes, provocando que le palpitara un músculo en la mejilla. Levantó la mano para rodearle la nuca con suavidad y le rozó los labios con el pulgar.
Bajó la cabeza hasta que ella sintió su aliento acariciándola, la calidez masculina hundiéndose en ella.
—Quiero mirarte a los ojos mientras te beso —le oyó murmurar—. Quiero sentir tus labios, ____, suaves y dulces, saborear el néctar de tu lengua. Quiero paladearte y conocer tu esencia. —Giró la cabeza a un lado y miró a su alrededor, sonriendo provocativamente—. Eso sería imposible aquí, ¿no crees?
Ella se estremeció. Apretó el bolso con una mano y apoyó la otra contra la pared mientras lo miraba.
—¿Por qué?
Él ladeó la cabeza otra vez.
—¿Por qué quiero besarte así?
____ asintió bruscamente.
—¿Acaso hay otra manera de besar a una mujer bella y deseable? —le preguntó Joe—. Si la hay, no la conozco.
Había un toque de convicción en su voz, un toque de deseo. Y ella era lo suficientemente mujer para percatarse de ello, para sentirlo.
—¿Quieres besarme? —musitó. Que ella recordara nadie había querido besarla nunca.
—«Querer» es una palabra muy suave para la necesidad que siento de hacerlo. —Se podía percibir un indicio de burla hacia sí mismo en su sonrisa, en el brillo de sus ojos—. Debería avergonzarme por mi falta de control. —Levantó de nuevo la mano, volviéndole a colocar el pelo detrás de la oreja. Siempre se le soltaba; los espesos mechones se negaban a ser sometidos.
—Tienes un pelo precioso —dijo él entonces—. Sedoso y cálido.
Le tendió la mano.
—¿Volvemos? Si tenemos suerte, puede que la orquesta toque algo lento y suave. Me gustaría bailar contigo, ____.
La joven apartó la mano de la pared, y le temblaron los dedos cuando los puso sobre su ancha palma.
—Yo... No es que esté chiflada. —Se rió para sí misma—. Es que no suelo...
—No tienes que darme ninguna explicación. —Su voz era oscura y vibrante—. Ninguna, ____. Esta noche no hay necesidad de nada que no sea ser tú misma. Sin importar lo que quieras ser. Sin importar quién quieras ser.
Morganna le había jurado que nadie le había hablado a Joe de su pasado. Que no le habían contado nada de las pesadillas que la aterrorizaban. No la conocía. Sólo sabía que era una amiga de los antiguos SEALs y de sus esposas, y que había vivido protegida mucho tiempo. Morganna le había asegurado que dejarían muy claro a Joe que ella no era una mujer con la que pudiera jugar. ____ había disentido para sus adentros. Quizá, había pensado entonces, quería que jugara con ella. Ahora estaba segura de ello.
Podía ser quien deseara ser.
Dejó que él cerrara la mano en torno a la suya y la hiciera avanzar. Cuando la soltó, ____ no puso objeción a que la rodeara con el brazo, apoyando la mano posesivamente en la parte baja de su espalda.
Se sentía muy extraña. Estaba más húmeda que nunca entre los muslos, y su hinchado y sensible clítoris palpitaba excitado entre los pliegues de su sexo. Los pezones se rozaban contra la tela del vestido, y tenía los pechos duros y pesados. No parecían pequeños ahora, sino demasiado grandes. No se sentía fea, ni tampoco hermosa. Se sentía deseada. ¿Se había sentido alguna vez deseada?
Una furia gélida invadió las entrañas de Joe al percatarse de cómo tensaba ella la espalda. Dios, ____ estaba a punto de explotar. Podía percibirlo en el calor que desprendía la piel de la joven, en la llama de deseo que brillaba en sus expresivos ojos azules.
«¿Sabría ____ lo que eso provocaba en un hombre»», se preguntó. La reacción de la joven tenía un efecto devastador incluso en un hombre tan controlado y experimentado como él. Era como si una bola de fuego le atravesara los testículos. La imperiosa necesidad de penetrarla era mucho más fuerte que nada que hubiera experimentado antes con otra mujer.
Joe era un hombre que aceptaba su sexualidad, sus necesidades, y comprendía cada matiz del cuerpo femenino. Cada chispa de excitación y deseo. Le hubiera gustado haber matado lenta y dolorosamente al padre de ____. A aquel hijo de perra que había ordenado que le inyectaran aquella condenada droga a su hija y luego se había quedado allí para mirar cómo la violaban.
Una virgen. Había sido una condenada virgen y Jansen Clay había permitido que un hombre la tocara y abusara de ella de la manera más monstruosa.
Intentando controlarse, la condujo de regreso a la mesa y levantó una mano para llamar a una camarera. Luego se inclinó hacia ____ y murmuró:
—Tengo que hablar un momento con Reno y Clint. Vuelvo enseguida.
El pelo de la joven le rozó la mejilla cuando ella asintió con la cabeza, y vio el temblor de los dedos femeninos en el regazo. Él no había vuelto a tocarla. ____ tenía el cuerpo muy sensibilizado, la mente sumida en la confusión y, por primera vez en su vida, Joe estaba al borde de la cólera más absoluta.
Levantó la vista para buscar a Kell Krieger, y supo que su amigo había entendido el silencioso mensaje que reflejaba su mirada cuando el antiguo SEAL entrecerró los ojos. «Protégela. Que nadie se acerque a ella».
Joe se conocía muy bien, conocía su corazón como ninguna otra cosa en el mundo. Y sabía que, tarde o temprano, aquella mujer le pertenecería. Sería suya por completo. No había dudas al respecto.
Enderezándose, se giró siguiendo a los otros dos hombres por el club hasta la puerta trasera. La noche los envolvió, pero eso no quería decir que no hubiera nadie observándoles, escuchándoles.
—¿Qué demonios pretendes? —La voz de Clint hervía de furia cuando entraron en la furgoneta insonorizada que su esposa y él habían llevado al club.
Joe se dejó caer en el asiento de la parte trasera y observó cómo Clint cerraba la puerta de un golpe después de que entrara Reno.
Ambos hombres lo miraron coléricos.
—Está aterrada —gruñó Clint—. Ese no era el trato, Joe. Sólo era una cita para que os conocieseis. ¿En qué diablos estabas pensando al acorralarla contra una pared y acosarla de esa manera?
Joe alargó la mano de repente y cerró los dedos en torno a la garganta del SEAL antes de que pudiera decir nada más. El gesto sorprendió al propio Joe, y dejó estupefactos a Clint y a Reno.
—Suéltale, Maverick —le advirtió Reno con suavidad.
—Acúsame otra vez de hacerle daño y tendremos algo más que palabras, McIntyre —siseó Joe, atravesando a Clint con la mirada—. Llevo observando a ____ desde hace años. —Apretó aún más los dedos—. He oído sus pesadillas y sus gritos, y la conozco mejor que nadie, así que no te atrevas a interferir.
Soltó a Clint lentamente, consciente de que el otro hombre no había mostrado miedo, sólo una callada curiosidad, igual que Reno tras su protesta inicial.
Se reclinó en el asiento, obligando a su cuerpo a relajarse, a centrar la mente.
—¿Me habéis traído aquí por alguna razón que no sea ____? —preguntó finalmente—. Espero que así sea.
Reno soltó un bufido ante su comentario.
—Jordan detectó un coche sospechoso —le explicó—. El vehículo dio la vuelta al local dos veces antes de perderse en el tráfico. ¿Sabes lo difícil que es lograr que Jordan le perdiera el rastro?
Joe apretó la mandíbula.
—¿Han identificado al conductor?
—Todo lo que sabemos es que llevaba gafas y que tiene el pelo oscuro. Procuró mantener la cara oculta en todo momento. Tenemos algunas fotos, pero tardaremos varias horas en tener una ligera idea de a quién estamos buscando.
—No es Orión. —Joe se frotó la cara con las manos deseando haber perdido ya el control para poder darle un puñetazo a algo. O a alguien—. No cometería ese error. Nadie sabe cuándo está vigilando y cuándo no.
Levantó la vista y, al interceptar la mirada que intercambiaron Reno y Clint, borró cualquier expresión de su rostro, de sus ojos. Sabía muy bien cómo hacerlo. Los ex SEALs eran buenos en su trabajo, pero Joe había aprendido hacía años que cualquier indicio de emoción podía acabar con la vida de un hombre.
Respiró hondo.
—Envía un equipo al apartamento de ____ mañana para que compruebe si hay micros. Orión los utiliza de vez en cuando para vigilar a sus objetivos. Es así cómo sabe cuándo y dónde atacar. Aseguraos de que el apartamento de ____ esté limpio.
Su padre y él habían encontrado ese tipo de dispositivos en su propia casa cuando su madre había desaparecido. Al parecer llevaban allí el tiempo suficiente para que Orión hubiera conocido sus costumbres y supiera dónde y cuándo capturarla.
—Eso podría delatarnos —señaló Clint—. Sabrá que estamos tras su pista y podría huir.
Joe negó con la cabeza.
—Ya lo han localizado antes y ha escapado. Es un maestro en su oficio. Él sabrá tarde o temprano que estoy protegiéndola, no hay por qué ocultarlo. Orión lo verá como un desafío, pero no se echará atrás. Nada podrá impedir que intente matarla.
—Le diré a Jordan que se encargue de ello —convino Reno con una inclinación de cabeza—. ¿Qué planeas hacer esta noche con ____? —Había un deje protector en la voz del SEAL.
Joe le sostuvo la mirada con frialdad.
—Lo que yo haga o no esta noche no es cosa vuestra. Desde este momento, ella está bajo mi protección. Cubridme las espaldas, vigilad a Orión y seguid las órdenes de Jordan. Pero no os entrometáis en nada de lo que yo haga con ____.
Volvieron a mirarlo con dureza y desafío. Joe casi sonrió ante sus expresiones, consciente de que aquella conversación podría acabar en una pelea.
—No nos jodas, Maverick —le advirtió Reno con voz dura—. ____ no es sólo un cebo, es nuestra amiga. Hazle daño y no sólo iremos a por ti Clint y yo, sino todo el equipo. No creo que quieras eso.
No, no lo quería. Necesitaría a esos hombres para otras misiones. Le cubrían las espaldas y le echaban una mano cuando era necesario; pero ____ era asunto suyo.
Asintió ante la advertencia. No esperaba menos.
¡Hola chicas! Y ¡Bienvenidas Andreita y Julieta!
Perdón por no subir antes, es que ayer fue mi primer día en la universidad y no tuve tiempo.
Espero que no pase muy seguido.
Bueno, aquí les dejo el segundo capítulo. Espero les guste.
Después subo el siguiente
Besos
:hi:
Natuu!!
Natuu!
Re: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
me gusta mucho
pero estoy confundida
:/
joseph la conoce de antes???
y los demas son amigo de ella'''
siguela
pero estoy confundida
:/
joseph la conoce de antes???
y los demas son amigo de ella'''
siguela
andreita
Re: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
pobre rayis que experiencia tan horrible, y todas esas sensaciones intensificadas por culpa de esa droga q papa tan cruel
siguela pronto por fa!!!!!
siguela pronto por fa!!!!!
Julieta♥
Re: "Miénteme y dime que me quieres" (Joe&Tú)[Terminada]
ahh q culiado q fue el padre de ____ O____O
Joe es tann masculino *o*
siguelaaa
Joe es tann masculino *o*
siguelaaa
jb_fanvanu
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