Puedes empezar a partírtela.

‘Pues, entonces… Puedes empezar a partírtela’; pensaba mirando el cielo estrellado, mientras botaba algunas lagrimas saladas.

Aquella tarde, sentados uno al lado del otro, mirando al horizonte, me había dado cuenta de lo mucho que ambos sufríamos. Él, porque su novia estaba distante; yo, porque quería que él me mirara como algo más que su confidente.

Pero no lo hacía. Para él era su mejor amiga; a la cual podía contarle cualquier cosa y defender a capa y espada. Pero yo no lo veía como tal.

¡Por Dios, que no lo veía así! Una amiga no ve a su mejor amigo, de la forma en que yo lo hago. No desea besarlo cada vez que ve sus labios, o no se encela hasta los huesos de su novia o alguna chiquilla que lo mira con deseo.

Y ahí estaba yo, escuchando sus problemas existenciales con su novia. Y aunque hubiera querido decirle que la dejara y buscara a alguien mejor -¡Sí! Alguien como yo-, no pude, porque sabía que le dañaría. Y eso es lo que menos quiero.

— ¿Estás escuchándome, linda? —Me preguntó, cuando se dio cuenta de que yo estaba ida— ¿Cassie?

—Eh… si—Le sonreí, para tapar mi falla. Él me miró escrutinadoramente, sin creerse ni un poco, mi falsa sonrisa.

—Desde hace unos días estás extraña, cielo—Comentó, mientras me abrazaba por la cintura. Mi mente me mandaba las señales para que me alejara, pero mi cuerpo no parecía querer responder— ¿Pasó algo?

—Nada, Dann—Le sonreí para que se tranquilizara, pero tal parece que esa sonrisa no llegó a mis ojos.

—Dios, mi niña… ¿Quién te hace llorar? —Me preguntó, abrazándome.

En aquel momento, me quedé helada. Me conocía a la perfección.

Y bueno, normal que lo hiciera. Nos conocíamos desde hace nueve años, y desde entonces, habíamos sido amigos. Pero ¿Cómo le decías a tu “amigo” que lo amabas? ¿Cómo le decías que odiabas cada vez que estaba con alguna niña que no fueras tú? ¿Qué no querías que te contara sus problemas amorosos, porque te dolía enormemente?

No había una forma sencilla de hacerlo, y por más que la buscara, no la encontraba. Y estaba claro que no le diría nada. No, señor.

—Sabes que si tú corres, yo correré… Si tú saltas, yo saltaré… Pero si tú lloras, voy y le parto la cara al imbécil que te hizo llorar—Me dijo, mientras me acariciaba el cabello dulcemente.

Y entonces, pensé en la respuesta exacta. Pero no. No le diría aquello. Me quedaría callada, así me doliera; porque por mucho que lo amara, no quería perderle.

‘Pues, entonces… Puedes empezar a partírtela’; retumbaba en mi cabeza, aquella misma noche.