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Esclavizada - Joe Jonas & Tu [Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Esclavizada - Joe Jonas & Tu [Terminada]
wiii pase de pagina!!!
Merezco capi!
Es mas doble porque la pase yo solita :o
Merezco capi!
Es mas doble porque la pase yo solita :o
aranzhitha
Re: Esclavizada - Joe Jonas & Tu [Terminada]
11
«¿Dónde diablos estoy?», pensó _______________ cuando recobró el conocimiento. Abrió un ojo y luego el otro. La alcoba estaba en penumbras y su única fuente de luz era una vela solitaria que ardía sobre una mesa en el otro extremo de la habitación.
Y entonces _______________ oyó un sonido similar al de un cerdo gruñendo. Se sentó de golpe en la cama, dispuesta a plantarle cara a lo que fuera que estuviera con ella en la habitación. Pero era sólo Omar, que dormía a pierna suelta y roncaba recostado sobre un enorme almohadón. Por lo visto, el que la había adquirido, quienquiera que fuera, también había comprado al hombrecillo. ¿Cómo podría escapar si Omar la vigilaba? Pero el eunuco era un celador incompetente. Ya lo había comprobado varías veces en el castillo de la Doncella. Se le ocurrió una idea escandalosa, y una sonrisa cruzó su semblante.
_______________ se levantó de la cama sin reparar en su desnudez y buscó a tientas en la oscuridad de la alcoba. Al cabo de unos segundos encontró lo que quería: un baúl. Se agachó, lo abrió y comprobó que estaba lleno de ropa de hombre. Sacó un pantalón negro, una camisa, un kufiyah y varios fajines. Cogió tres fajines, se acercó de puntillas a Omar y se arrodilló a su lado. Con uno de los fajines le ató los tobillos y luego volvió a la cama.
—Omar —lo llamó _______________ con voz débil.
Los ronquidos continuaron.
—Omar —insistió un poco más fuerte.
El eunuco soñaba con su fortuna y poco a poco empezó a emerger a la conciencia.
—¡Omar! —exclamó _______________, y luego añadió con voz quejumbrosa—. Te necesito...
Omar despertó por fin, y se puso en pie.
—Tengo noticias maravillosas, mi señora —balbuceó el hombrecillo lleno de alegría mientras se dirigía hacia la cama—. El príncipe ha...
De pronto Omar trastabilló y cayó de cara al suelo. Quedó aturdido e inmóvil, gimiendo suavemente.
_______________ saltó de la cama y se abalanzó sobre el eunuco. Utilizó otro fajín para atarle las muñecas a la espalda. Lo giró y dio un respingo al ver que le sangraba la nariz. Asustada, rogó no haberle hecho mucho daño al hombrecillo.
—Lo siento si te he hecho daño —se disculpo escudriñándole la cara. Omar abrió la boca para contarle que el príncipe había decidido casarse con ella, pero _______________ lo amordazó con el tercer fajín.
Luego se incorporó y se dirigió al otro extremo de la alcoba, donde se puso los pantalones y la camisa. Se ató un fajín alrededor de la cintura a modo de cinturón y luego se dobló las perneras por encima de los tobillos. Se recogió la espesa melena cobriza en una gran trenza y la ocultó dentro de la camisa por detrás. Se envolvió la cabeza con el kufiyah y se cubrió casi toda la cara. Volvió hacia Omar y se arrodilló junto a él.
—Necesito tus botas —le susurró.
A través de la mordaza, el eunuco emitía unos graznidos sofocados.
—Las cojo en préstamo —añadió _______________, recordando el duro castigo que se infligía por robar— Te las devolveré. —Le quitó las botas y se las puso, ignorando los graznidos del hombrecillo.
¿Dónde estaría la salida? La alcoba tenía dos puertas, y una de ella conducía a un jardín. Tal vez fuera esa su mejor alternativa.
—Te agradezco todo lo que has hecho para ayudarme —le susurró a Omar antes de marcharse—. Que Dios te bendiga.
_______________ cruzó la alcoba rápidamente, abrió la puerta de cristal y salió al jardín. Al menos había conseguido escapar al exterior. Quería encontrarse lejos de allí antes del alba, así que decidió que la forma más rápida de huir sería a caballo. Pero ¿donde quedaban los establos?
Cogió por un sendero y al poco se detuvo en seco. Voces. Se acercaban a ella. _______________ se agacho detrás de los matorrales que bordeaban el camino.
—Mi hijo es un cobarde y un estúpido inepto —dijo una mujer con voz cortante.
—Madre, os equivocáis —protesto una mujer más joven.
—Vuestro hijo es el hombre más valiente e inteligente que he conocido en mi vida —dijo una voz de hombre.
—Tú eres su amigo y es lógico que digas eso —repuso la mujer madura—. No fue capaz de matar...
—Madre, aún no le hemos ofrecido un refrigerio a nuestro huésped —interrumpió la joven al pasar junto al escondite de _______________—. Nick agradecería algo para comer y beber mientras espera el regreso de Joe.
«¿Nick?» _______________ frunció el entrecejo. ¿Acaso la había adquirido la madre de la bestia? Si antes estaba resuelta a huir, ahora lo estaba aún más. Se negaba en redondo a ser la esclava de la espantosa mujer que había engendrado a aquel monstruo. Pero ¿acaso la madre no albergaba sentimientos de ternura hacia su propio hijo? «No te entrometas en los problemas de los demás», se dijo _______________. Si la madre detestaba al hijo, era problema suyo, no de ella.
En cuanto los tres desaparecieron de vista, _______________ se incorporó y se alejó por el camino. Al poco rato, encontró los establos, más por casualidad que por pericia. Entró en la cuadra desierta. A la derecha, vio el semental de Joe y sintió el impulso de robarle el caballo, pero se lo pensó dos veces. No podía avisarle que sólo lo tomaba prestado, que no se lo robaba, y un hombre capaz de vender a una mujer en subasta no tendría escrúpulos para cortarle un par de dedos de la mano.
_______________ siguió hacia el fondo de la cuadra. Y entonces vio una yegua de inusual hermosura, del color de la caoba más fina y con una estrella blanca en la frente. Al coger una de las bridas que colgaba en la pared, _______________ no se percató de que portaba la insignia del príncipe. En silencio, abrió la verja y entró a la cuadra.
—Tranquila, preciosa —musitó _______________ al ver que la yegua se ponía nerviosa y retrocedía.
_______________ acarició el cuello del animal, susurrándole:
—Yegua bonita, sé buena conmigo y te daré la libertad.
El caballo se fue calmando con las caricias y las palabras tranquilizadoras que le susurraba. _______________ deslizó la brida lentamente por el pescuezo del animal y se la ajustó. Luego cogió la manta que colgaba sobre la portilla y la colocó con cuidado sobre el lomo de la yegua. Luego fue por la silla de montar. De repente se quedó inmóvil.
Pasos.
Dentro de la cuadra.
Cerca, cada vez más cerca.
Y entonces _______________ oyó un sonido similar al de un cerdo gruñendo. Se sentó de golpe en la cama, dispuesta a plantarle cara a lo que fuera que estuviera con ella en la habitación. Pero era sólo Omar, que dormía a pierna suelta y roncaba recostado sobre un enorme almohadón. Por lo visto, el que la había adquirido, quienquiera que fuera, también había comprado al hombrecillo. ¿Cómo podría escapar si Omar la vigilaba? Pero el eunuco era un celador incompetente. Ya lo había comprobado varías veces en el castillo de la Doncella. Se le ocurrió una idea escandalosa, y una sonrisa cruzó su semblante.
_______________ se levantó de la cama sin reparar en su desnudez y buscó a tientas en la oscuridad de la alcoba. Al cabo de unos segundos encontró lo que quería: un baúl. Se agachó, lo abrió y comprobó que estaba lleno de ropa de hombre. Sacó un pantalón negro, una camisa, un kufiyah y varios fajines. Cogió tres fajines, se acercó de puntillas a Omar y se arrodilló a su lado. Con uno de los fajines le ató los tobillos y luego volvió a la cama.
—Omar —lo llamó _______________ con voz débil.
Los ronquidos continuaron.
—Omar —insistió un poco más fuerte.
El eunuco soñaba con su fortuna y poco a poco empezó a emerger a la conciencia.
—¡Omar! —exclamó _______________, y luego añadió con voz quejumbrosa—. Te necesito...
Omar despertó por fin, y se puso en pie.
—Tengo noticias maravillosas, mi señora —balbuceó el hombrecillo lleno de alegría mientras se dirigía hacia la cama—. El príncipe ha...
De pronto Omar trastabilló y cayó de cara al suelo. Quedó aturdido e inmóvil, gimiendo suavemente.
_______________ saltó de la cama y se abalanzó sobre el eunuco. Utilizó otro fajín para atarle las muñecas a la espalda. Lo giró y dio un respingo al ver que le sangraba la nariz. Asustada, rogó no haberle hecho mucho daño al hombrecillo.
—Lo siento si te he hecho daño —se disculpo escudriñándole la cara. Omar abrió la boca para contarle que el príncipe había decidido casarse con ella, pero _______________ lo amordazó con el tercer fajín.
Luego se incorporó y se dirigió al otro extremo de la alcoba, donde se puso los pantalones y la camisa. Se ató un fajín alrededor de la cintura a modo de cinturón y luego se dobló las perneras por encima de los tobillos. Se recogió la espesa melena cobriza en una gran trenza y la ocultó dentro de la camisa por detrás. Se envolvió la cabeza con el kufiyah y se cubrió casi toda la cara. Volvió hacia Omar y se arrodilló junto a él.
—Necesito tus botas —le susurró.
A través de la mordaza, el eunuco emitía unos graznidos sofocados.
—Las cojo en préstamo —añadió _______________, recordando el duro castigo que se infligía por robar— Te las devolveré. —Le quitó las botas y se las puso, ignorando los graznidos del hombrecillo.
¿Dónde estaría la salida? La alcoba tenía dos puertas, y una de ella conducía a un jardín. Tal vez fuera esa su mejor alternativa.
—Te agradezco todo lo que has hecho para ayudarme —le susurró a Omar antes de marcharse—. Que Dios te bendiga.
_______________ cruzó la alcoba rápidamente, abrió la puerta de cristal y salió al jardín. Al menos había conseguido escapar al exterior. Quería encontrarse lejos de allí antes del alba, así que decidió que la forma más rápida de huir sería a caballo. Pero ¿donde quedaban los establos?
Cogió por un sendero y al poco se detuvo en seco. Voces. Se acercaban a ella. _______________ se agacho detrás de los matorrales que bordeaban el camino.
—Mi hijo es un cobarde y un estúpido inepto —dijo una mujer con voz cortante.
—Madre, os equivocáis —protesto una mujer más joven.
—Vuestro hijo es el hombre más valiente e inteligente que he conocido en mi vida —dijo una voz de hombre.
—Tú eres su amigo y es lógico que digas eso —repuso la mujer madura—. No fue capaz de matar...
—Madre, aún no le hemos ofrecido un refrigerio a nuestro huésped —interrumpió la joven al pasar junto al escondite de _______________—. Nick agradecería algo para comer y beber mientras espera el regreso de Joe.
«¿Nick?» _______________ frunció el entrecejo. ¿Acaso la había adquirido la madre de la bestia? Si antes estaba resuelta a huir, ahora lo estaba aún más. Se negaba en redondo a ser la esclava de la espantosa mujer que había engendrado a aquel monstruo. Pero ¿acaso la madre no albergaba sentimientos de ternura hacia su propio hijo? «No te entrometas en los problemas de los demás», se dijo _______________. Si la madre detestaba al hijo, era problema suyo, no de ella.
En cuanto los tres desaparecieron de vista, _______________ se incorporó y se alejó por el camino. Al poco rato, encontró los establos, más por casualidad que por pericia. Entró en la cuadra desierta. A la derecha, vio el semental de Joe y sintió el impulso de robarle el caballo, pero se lo pensó dos veces. No podía avisarle que sólo lo tomaba prestado, que no se lo robaba, y un hombre capaz de vender a una mujer en subasta no tendría escrúpulos para cortarle un par de dedos de la mano.
_______________ siguió hacia el fondo de la cuadra. Y entonces vio una yegua de inusual hermosura, del color de la caoba más fina y con una estrella blanca en la frente. Al coger una de las bridas que colgaba en la pared, _______________ no se percató de que portaba la insignia del príncipe. En silencio, abrió la verja y entró a la cuadra.
—Tranquila, preciosa —musitó _______________ al ver que la yegua se ponía nerviosa y retrocedía.
_______________ acarició el cuello del animal, susurrándole:
—Yegua bonita, sé buena conmigo y te daré la libertad.
El caballo se fue calmando con las caricias y las palabras tranquilizadoras que le susurraba. _______________ deslizó la brida lentamente por el pescuezo del animal y se la ajustó. Luego cogió la manta que colgaba sobre la portilla y la colocó con cuidado sobre el lomo de la yegua. Luego fue por la silla de montar. De repente se quedó inmóvil.
Pasos.
Dentro de la cuadra.
Cerca, cada vez más cerca.
NiinnyJonas
Re: Esclavizada - Joe Jonas & Tu [Terminada]
Un hombre mucho más alto que ella surgió de las penumbras, y se detuvo ante la cuadra que quedaba frente a la de la yegua, en diagonal. _______________ sujetó la silla de montar y se acercó de puntillas por detrás. Le tocó suavemente la espalda y, al girarse el hombre con un movimiento brusco, ella le descargó un violento golpe con la silla en la cara.
El hombre no supo qué lo había golpeado, se limitó a caer de espaldas al suelo. Quedó tumbado e inmóvil. Ella lo miró a la cara. Era Rashid, el ayudante de Nick.
—Muy bien —se dijo, satisfecha.
_______________ se dispuso a recoger la silla, pero cambió de opinión. En cualquier momento podrían aparecer otros hombres y ella no tenía fuerzas para luchar contra todo un ejército. Así pues, volvió junto a la yegua y cogió las riendas.
—¿Estás lista para tu aventura, bonita? —susurró, y montó de un salto a lomos del animal. Como respuesta, el caballo piafó y salió con brío del establo.
Inclinada sobre el pescuezo de la yegua, _______________ abandonó al galope el patio. A sus espaldas oyó ruido de pisadas que corrían hacia ella y gritos de alarma. Demasiado tarde. _______________ desapareció en la noche.
—Joe, me prometisteis que no habría besos —se quejó _______________ en su sueño, y apartó la cara.
La bestia la besó de nuevo, esta vez con un pequeño mordisco húmedo en la mejilla.
—Oh, Joe... —_______________ abrió los párpados y se encontró con los melancólicos ojos negros de la yegua—. Buenos días, amiga.
La yegua volvió a acariciarla con el hocico, y le dio un empujoncito.
—Estáte quieta —la riñó _______________, incorporándose lentamente. Le dolían todos los músculos por la mala noche.
¿Joe la estaría buscando? ¿Qué haría si la encontraba? «Matarme, o peor aún», pensó. Darle una bofetada a un príncipe era una ofensa imperdonable. «Mejor muerta que esclava de su abominable madre», se dijo, y ese pensamiento la animó a continuar con su huida, aunque tenía miedo de viajar sola... Ay, ¿por qué no le gustaba ella a Joe como él había empezado a gustarle a ella?
_______________ se arregló la ropa. Las piernas entumecidas, la garganta seca y el estómago vacío eran un precio exiguo por recuperar su libertad.
Milagrosamente, _______________ se había orientado por el laberinto de calles estrechas de Estambul y había conseguido abandonar la ciudad. Por temor a que la descubrieran, había pasado la noche al amparo de unos árboles que bordeaban el camino. Ahora vaciló, sin saber qué hacer a continuación. Miró alrededor, y de pronto oyó voces y el ruido de caballos. Se agazapó entre los árboles y vio pasar una caravana. ¿Convendría seguirla? Era evidente que la caravana tendría un destino. Y el hambre la impulsó a tomar una decisión.
_______________ se ajustó el kufiyah, se lo bajó hasta cubrirse la cara casi completamente y se aupó de un salto al lomo de su caballo. Guió a la yegua por entre los árboles y se puso en la cola de la caravana. No se le ocurrió preguntarse hacia dónde se dirigía la caravana. Le bastaba con que fuera lejos de Estambul.
_______________ decidió seguir la caravana como si fuera uno de sus miembros. Cuando llegaran a la próxima aldea o pueblo averiguaría cómo llegar a la mansión de Nick y allí pediría refugio. Por lo menos estaría junto a su prima.
A pesar de ir vestida como un hombre, _______________ sabía que en cualquier momento alguien podría descubrirla. ¿Qué haría si ocurría eso? _______________ apartó esa inquietante idea y se concentró en pasar lo más inadvertida posible. Ella no se había dado cuenta, pero su presencia en la cola de la caravana no había pasado inadvertida.
Transcurrió una hora. Y luego otra.
Justo cuando _______________ comenzaba a sentirse relativamente segura, un hombre se acercó a caballo desde la cabeza de la caravana. Gracias a Omar, _______________ ya hablaba bastante bien el turco. ¿Sería capaz de convencer a esas personas de que era nativa de aquella tierra? _______________ rezó para que el hombre que se acercaba no se encarara con ella. Pero, por lo visto. Dios no estaba atento a sus plegarias aquel día, o tal vez no se sentía de buen humor para generosidades. Su oración no obtuvo respuesta.
Un hombre de veintitantos años puso su caballo al paso del de ella pero no dijo nada. Pasaron varios minutos incómodos en que él la estudiaba a ella y a su caballo detenidamente. El hombre le sonreía mostrándole todos los dientes. Luego espoleó su caballo y volvió a la cabeza de la caravana.
Al cabo de poco, regresó un señor mayor, también a caballo. Parecía el jefe de la caravana, y _______________ se puso en guardia.
—Alá sea contigo —dijo el hombre en turco.
_______________ asintió con la cabeza y fijó la vista al frente. Con ojos oscuros que brillaban de astucia, el hombre escudriñó a aquel forastero vestido de negro mientras avanzaba a su lado. Decidió que _______________ era demasiado menuda para ser un hombre y demasiado delicada para ser un muchacho. Y sin duda sus manos eran de mujer, y saltaba a la vista que no conocían el trabajo duro. Un detalle todavía más revelador era que su montura llevaba una brida con la insignia del príncipe Joe. Por lo visto, se trataba de una concubina que había robado el caballo para darse a la fuga. Si así era, el príncipe Joe agradecería que le devolvieran su propiedad.
—Soy Koko Kasabian, jefe de la familia Kasabian —se presentó el hombre—. Somos mercaderes de alfombras de exquisita artesanía.
_______________ lo miró. Koko era bajo y fornido, de tez morena y pelo negro encanecido en las sienes.
—¿Quién sois? —preguntó Koko.
—Nick, también conocido como el Zorro del Desierto —respondió _______________ con descaro, impostando una voz grave para obtener lo que ella consideraba una buena imitación de la voz de un hombre.
«Más bien una flor del desierto», pensó Koko, haciendo un esfuerzo por reprimir una carcajada.
—¿Por qué seguís mi caravana? —preguntó.
—Es sólo coincidencia. Viajo en la misma dirección, no os estoy siguiendo —replicó _______________.
—No lleváis provisiones. ¿Adónde viajáis, Nick? ¿O preferís que os llame Zorro del Desierto?
—Nick está bien, pero el asunto que me ocupa es confidencial.
—¿Sois mensajero del príncipe Joe? —preguntó Koko.
Sorprendida, _______________ sofocó un grito, se volvió bruscamente y le clavó la mirada.
—La insignia de la brida identifica al dueño —dijo Koko, haciendo una seña—. ¿Por qué no usáis silla de montar?
—Mi misión es urgente —contestó _______________—. No tuve tiempo de ensillar mi caballo.
—Sin embargo, cabalgáis a paso muy tranquilo —observó Koko.
—Los asuntos del príncipe Joe no son de vuestra incumbencia —replicó ella. ¿Qué otra cosa podía decir? ¿Que tenía miedo de montar a solas? «La última vez que cabalgué a solas, mi padre...» _______________ apartó el pensamiento. Si pensaba en ello, acabaría por volverse loca.
«Esta concubina fugitiva piensa con agilidad», decidió Koko. Sacó una bota de la silla de montar y bebió, luego se la ofreció a _______________.
_______________ la aceptó, desvió la cara, se bajó el kufiyah y bebió. Dios, qué sed tenía. ¡Ojalá le ofreciera comida!
En ese momento, el joven volvió al galope desde la cabeza de la caravana. Le dedicó otra amplia sonrisa a _______________ y luego se dirigió a Koko. Los dos gesticulaban con extraños movimientos. Luego, el joven volvió al galope a la cabeza de la caravana.
—Es mi hijo mayor, Petri —dijo Koko.
—¿Qué estabais haciendo con las manos? —inquirió _______________.
—Hablábamos.
—¿No es más fácil usar la boca?
Koko sonrió.
—Más fácil para mí, pero imposible para Petri. No tiene lengua.
—Lo... lo lamento. —_______________ se quedó pasmada. Jamás había sabido de nadie que hubiera nacido sin lengua.
—No hay de qué lamentarse —suspiró Koko—. Es buena persona, pero Petri tenía la mala costumbre de inventarse cosas. Tuvo la desgracia de mentirle a la persona menos indicada y perdió la lengua como castigo.
—¿El castigo en esta tierra por mentir es...? —_______________ se interrumpió, temiendo traicionarse.
—¿Servís al príncipe Joe pero ignoráis la ley de esta tierra? —preguntó Koko enarcando una ceja.
_______________ fijó la mirada al frente y no respondió. «Qué estúpida que soy», pensó. ¿Qué podía hacer ahora?
—El camino es largo y peligroso —prosiguió Koko, mirándola con el rabillo del ojo—. ¿Viajaréis con nosotros y compartiréis nuestras comidas?
_______________ vaciló. Temía que la descubrieran, pero su caballo y ella necesitaban alimentarse.
—Será un honor para nosotros —agregó Koko—. La familia Kasabian respetará vuestra privacidad y vuestros asuntos secretos.
El hombre no supo qué lo había golpeado, se limitó a caer de espaldas al suelo. Quedó tumbado e inmóvil. Ella lo miró a la cara. Era Rashid, el ayudante de Nick.
—Muy bien —se dijo, satisfecha.
_______________ se dispuso a recoger la silla, pero cambió de opinión. En cualquier momento podrían aparecer otros hombres y ella no tenía fuerzas para luchar contra todo un ejército. Así pues, volvió junto a la yegua y cogió las riendas.
—¿Estás lista para tu aventura, bonita? —susurró, y montó de un salto a lomos del animal. Como respuesta, el caballo piafó y salió con brío del establo.
Inclinada sobre el pescuezo de la yegua, _______________ abandonó al galope el patio. A sus espaldas oyó ruido de pisadas que corrían hacia ella y gritos de alarma. Demasiado tarde. _______________ desapareció en la noche.
—Joe, me prometisteis que no habría besos —se quejó _______________ en su sueño, y apartó la cara.
La bestia la besó de nuevo, esta vez con un pequeño mordisco húmedo en la mejilla.
—Oh, Joe... —_______________ abrió los párpados y se encontró con los melancólicos ojos negros de la yegua—. Buenos días, amiga.
La yegua volvió a acariciarla con el hocico, y le dio un empujoncito.
—Estáte quieta —la riñó _______________, incorporándose lentamente. Le dolían todos los músculos por la mala noche.
¿Joe la estaría buscando? ¿Qué haría si la encontraba? «Matarme, o peor aún», pensó. Darle una bofetada a un príncipe era una ofensa imperdonable. «Mejor muerta que esclava de su abominable madre», se dijo, y ese pensamiento la animó a continuar con su huida, aunque tenía miedo de viajar sola... Ay, ¿por qué no le gustaba ella a Joe como él había empezado a gustarle a ella?
_______________ se arregló la ropa. Las piernas entumecidas, la garganta seca y el estómago vacío eran un precio exiguo por recuperar su libertad.
Milagrosamente, _______________ se había orientado por el laberinto de calles estrechas de Estambul y había conseguido abandonar la ciudad. Por temor a que la descubrieran, había pasado la noche al amparo de unos árboles que bordeaban el camino. Ahora vaciló, sin saber qué hacer a continuación. Miró alrededor, y de pronto oyó voces y el ruido de caballos. Se agazapó entre los árboles y vio pasar una caravana. ¿Convendría seguirla? Era evidente que la caravana tendría un destino. Y el hambre la impulsó a tomar una decisión.
_______________ se ajustó el kufiyah, se lo bajó hasta cubrirse la cara casi completamente y se aupó de un salto al lomo de su caballo. Guió a la yegua por entre los árboles y se puso en la cola de la caravana. No se le ocurrió preguntarse hacia dónde se dirigía la caravana. Le bastaba con que fuera lejos de Estambul.
_______________ decidió seguir la caravana como si fuera uno de sus miembros. Cuando llegaran a la próxima aldea o pueblo averiguaría cómo llegar a la mansión de Nick y allí pediría refugio. Por lo menos estaría junto a su prima.
A pesar de ir vestida como un hombre, _______________ sabía que en cualquier momento alguien podría descubrirla. ¿Qué haría si ocurría eso? _______________ apartó esa inquietante idea y se concentró en pasar lo más inadvertida posible. Ella no se había dado cuenta, pero su presencia en la cola de la caravana no había pasado inadvertida.
Transcurrió una hora. Y luego otra.
Justo cuando _______________ comenzaba a sentirse relativamente segura, un hombre se acercó a caballo desde la cabeza de la caravana. Gracias a Omar, _______________ ya hablaba bastante bien el turco. ¿Sería capaz de convencer a esas personas de que era nativa de aquella tierra? _______________ rezó para que el hombre que se acercaba no se encarara con ella. Pero, por lo visto. Dios no estaba atento a sus plegarias aquel día, o tal vez no se sentía de buen humor para generosidades. Su oración no obtuvo respuesta.
Un hombre de veintitantos años puso su caballo al paso del de ella pero no dijo nada. Pasaron varios minutos incómodos en que él la estudiaba a ella y a su caballo detenidamente. El hombre le sonreía mostrándole todos los dientes. Luego espoleó su caballo y volvió a la cabeza de la caravana.
Al cabo de poco, regresó un señor mayor, también a caballo. Parecía el jefe de la caravana, y _______________ se puso en guardia.
—Alá sea contigo —dijo el hombre en turco.
_______________ asintió con la cabeza y fijó la vista al frente. Con ojos oscuros que brillaban de astucia, el hombre escudriñó a aquel forastero vestido de negro mientras avanzaba a su lado. Decidió que _______________ era demasiado menuda para ser un hombre y demasiado delicada para ser un muchacho. Y sin duda sus manos eran de mujer, y saltaba a la vista que no conocían el trabajo duro. Un detalle todavía más revelador era que su montura llevaba una brida con la insignia del príncipe Joe. Por lo visto, se trataba de una concubina que había robado el caballo para darse a la fuga. Si así era, el príncipe Joe agradecería que le devolvieran su propiedad.
—Soy Koko Kasabian, jefe de la familia Kasabian —se presentó el hombre—. Somos mercaderes de alfombras de exquisita artesanía.
_______________ lo miró. Koko era bajo y fornido, de tez morena y pelo negro encanecido en las sienes.
—¿Quién sois? —preguntó Koko.
—Nick, también conocido como el Zorro del Desierto —respondió _______________ con descaro, impostando una voz grave para obtener lo que ella consideraba una buena imitación de la voz de un hombre.
«Más bien una flor del desierto», pensó Koko, haciendo un esfuerzo por reprimir una carcajada.
—¿Por qué seguís mi caravana? —preguntó.
—Es sólo coincidencia. Viajo en la misma dirección, no os estoy siguiendo —replicó _______________.
—No lleváis provisiones. ¿Adónde viajáis, Nick? ¿O preferís que os llame Zorro del Desierto?
—Nick está bien, pero el asunto que me ocupa es confidencial.
—¿Sois mensajero del príncipe Joe? —preguntó Koko.
Sorprendida, _______________ sofocó un grito, se volvió bruscamente y le clavó la mirada.
—La insignia de la brida identifica al dueño —dijo Koko, haciendo una seña—. ¿Por qué no usáis silla de montar?
—Mi misión es urgente —contestó _______________—. No tuve tiempo de ensillar mi caballo.
—Sin embargo, cabalgáis a paso muy tranquilo —observó Koko.
—Los asuntos del príncipe Joe no son de vuestra incumbencia —replicó ella. ¿Qué otra cosa podía decir? ¿Que tenía miedo de montar a solas? «La última vez que cabalgué a solas, mi padre...» _______________ apartó el pensamiento. Si pensaba en ello, acabaría por volverse loca.
«Esta concubina fugitiva piensa con agilidad», decidió Koko. Sacó una bota de la silla de montar y bebió, luego se la ofreció a _______________.
_______________ la aceptó, desvió la cara, se bajó el kufiyah y bebió. Dios, qué sed tenía. ¡Ojalá le ofreciera comida!
En ese momento, el joven volvió al galope desde la cabeza de la caravana. Le dedicó otra amplia sonrisa a _______________ y luego se dirigió a Koko. Los dos gesticulaban con extraños movimientos. Luego, el joven volvió al galope a la cabeza de la caravana.
—Es mi hijo mayor, Petri —dijo Koko.
—¿Qué estabais haciendo con las manos? —inquirió _______________.
—Hablábamos.
—¿No es más fácil usar la boca?
Koko sonrió.
—Más fácil para mí, pero imposible para Petri. No tiene lengua.
—Lo... lo lamento. —_______________ se quedó pasmada. Jamás había sabido de nadie que hubiera nacido sin lengua.
—No hay de qué lamentarse —suspiró Koko—. Es buena persona, pero Petri tenía la mala costumbre de inventarse cosas. Tuvo la desgracia de mentirle a la persona menos indicada y perdió la lengua como castigo.
—¿El castigo en esta tierra por mentir es...? —_______________ se interrumpió, temiendo traicionarse.
—¿Servís al príncipe Joe pero ignoráis la ley de esta tierra? —preguntó Koko enarcando una ceja.
_______________ fijó la mirada al frente y no respondió. «Qué estúpida que soy», pensó. ¿Qué podía hacer ahora?
—El camino es largo y peligroso —prosiguió Koko, mirándola con el rabillo del ojo—. ¿Viajaréis con nosotros y compartiréis nuestras comidas?
_______________ vaciló. Temía que la descubrieran, pero su caballo y ella necesitaban alimentarse.
—Será un honor para nosotros —agregó Koko—. La familia Kasabian respetará vuestra privacidad y vuestros asuntos secretos.
NiinnyJonas
Re: Esclavizada - Joe Jonas & Tu [Terminada]
Aliviada, _______________ aceptó la invitación. Tenía hambre y agradecía la compañía siempre que guardaran las distancias.
Al cabo de dos horas, la caravana de Kasabian se detuvo para la comida del mediodía. Atendiendo a una orden de Koko, uno de los hombres llevó agua y pienso al caballo de _______________, que se apartó por temor a que el hombre quisiera conversar con ella y se sentó a la sombra de, un árbol. No le convenía hablar con demasiada gente. A pesar de sus temores, las mujeres de la familia Kasabian creían que era un hombre y guardaban sus distancias, y los hombres estaban ocupados en el cuidado de los caballos.
_______________ cerró los ojos. Estaba cansada, hambrienta y añoraba su hogar. ¿Qué habría pasado en Estambul al descubrirse su huida? ¿Habrían castigado a Omar por su incompetencia? No le cabía ninguna duda. Por su mente cruzó la imagen del cuerpo magullado y sin vida del hombrecillo. Sintió que la culpa le atenazaba el alma. ¿Cómo podría vivir con el peso de dos muertes sobre su conciencia? ¿Por qué no reflexionaba sobre las consecuencias de sus acciones antes de emprenderlas? «¿Y cómo estará Joe?», se preguntó, y una tristeza insondable la embargó. Seguramente habría enloquecido de ira al descubrir que la nueva esclava de su madre lo había superado en astucia.
—Hola —dijo una voz.
_______________ abrió los ojos y vio a una niñita que le sonreía.
—Buenos días —dijo _______________, y sonrió tras el kufiyah.
La niña señaló el rostro enmascarado de _______________ y preguntó:
—¿Qué escondes detrás de tu...?
—Es mi hija menor, Krista —explicó Koko, ofreciéndole a _______________ un cuerno de leche y una torta de pan. Dirigiéndose a Krista, dijo— Vuelve con tu madre.
Krista alzó el mentón en un gesto de desafío.
—Me avergüenzas ante mi huésped —dijo Koko con severidad—. Venga, vete.
Finalmente Krista obedeció y se dirigió hacia las mujeres de la caravana con grandes zancadas.
—Mi única hija está muy mimada —se excuso Koko con una sonrisa—. Es culpa de su madre ¿Por qué no coméis? ¿Qué ocultáis detrás del kufiyah?
—Prefiero comer a solas porque las cicatrices de mi rostro son demasiado espantosas para ser vistas —mintió _______________ con desfachatez, tragando saliva con nerviosismo. Le tenía cariño a su lengua y no quería perderla.
—Comprendo. —Koko estaba disfrutando con aquel juego del gato y el ratón, y la miró detenidamente— Nosotros los armenios somos gente dura y nos fortalecemos ante las adversidades. No se me atragantará el almuerzo si me enseñarais vuestras cicatrices.
—Insisto en comer a solas.
—Como queráis. —Koko inclinó la cabeza y se giró para alejarse— Partimos dentro de una hora.
—¿Qué es esto? —le preguntó _______________.
Koko la miró desconcertado y respondió:
—Crepé dulce con leche de cabra, claro esta. Desayuno armenio.
«Leche con un pastelillo», se dijo _______________ para calmar su inquietud. Luego se apartó el kufiyah de la boca y devoró el pastelillo, engulló la leche y se secó la boca con la manga. Modales de puerca. Quizá Joe tuviera razón. Y ahora, ¿por qué pensaba en él? Se había librado de su abominable captor y lo normal era que estuviera contenta. Así pues, ¿por qué sentía el corazón pesaroso y nostálgico?
Volvió a cubrirse con el kufiyah. Sacudió la cabeza en un esfuerzo por apartar la inquietante imagen del príncipe.
_______________ pensó que no había descansado más que un momento cuando oyó el grito de Koko dando la orden de reanudar la marcha. Se acercó a la yegua, le acarició el pescuezo y montó de un salto.
Koko se acercó a ella y dijo:
—Me preguntaba si querríais cabalgar conmigo a la cabeza de la caravana.
—No, gracias. —Preferiría morder polvo a tener que soportar la mirada de toda la tribu Kasabian.
—En ese caso seguiré con vos desde aquí.
_______________ se encogió de hombros fingiendo indiferencia. Quería estar sola para reflexionar sobre su delicada situación. Además, no se le daba demasiado bien imitar a un hombre. Era un milagro que aquel armenio astuto no hubiera adivinado su secreto. Pero levantaría sospechas si rechazaba su compañía.
_______________ pasó la tarde presa de los nervios. Koko la acosaba con preguntas perspicaces pero al cabo de un rato se dio por vencido. _______________ estaba segura de que el armenio intentaba que se delatara.
El sol se ponía por el oeste cuando los Kasabian llegaron a su primer destino. El caravasar donde pasarían la noche era una posada de una planta construida alrededor de un patio. A lo largo y ancho del Imperio otomano había caravasares ubicados a unos treinta kilómetros uno del otro para ofrecer hospitalidad al fatigado viajero. Se ofrecía comida en abundancia y un lugar seguro donde dormir, y a nadie se le cerraban las puertas por falta de dinero.
_______________ se apeó. Enseguida se acerco uno de los hombres de Kasabian, gesticulando que él se ocuparía del caballo. Al parecer, Koko había dado órdenes de que la trataran como un huésped importante. _______________ miró alrededor, con la intención de aclarar las cosas con Koko. Al fin y al cabo, ocuparse de su caballo era algo que debía hacer un hombre.
Koko y Petri se encontraban a cierta distancia. Permanecían en silencio, pero padre e hijo parecían enzarzados en una discusión porque agitaban las manos con vehemencia.
Koko reparó en ella y le dedicó una ancha sonrisa. Cuando Petri hizo lo mismo, _______________ tuvo la incómoda sensación de que ella era el tema de su conversación. Koko dejó a su hijo y entró en la posada con _______________.
Aquella noche, los Kasabian eran los únicos huéspedes del caravasar. _______________ se sentó a solas en el suelo del comedor y se apoyó contra la pared. Cerrando los ojos, consiguió relajarse lo suficiente hasta adormilarse pero al poco rato los leves toques de una bota en el pie la despertaron. Koko estaba de pie frente a ella con un plato en la mano.
—Comed —dijo Koko, entregándole el plato.
—¿Qué es? —inquirió _______________. Dios, qué hambrienta estaba.
—Cordero.
—Parece crudo.
—Lo está.
_______________ dejó el plato en el suelo y se puso de pie.
—Estoy demasiado cansado para comer y tengo que echarle un vistazo a mi caballo.
—Como queráis —dijo Koko.
_______________ comprobó que la yegua estaba bien y regresó a la sala común del caravasar. Petri se cruzó con ella y le dedicó otra de sus grandes sonrisas. Su sonriente silencio empezaba a irritar a _______________, que ya tenía los nervios a flor de piel.
Más tarde salió a dar un paseo por el patio de la posada. Luego se sentó y, al recostarse contra el muro de piedra, se quedó dormida. Los sueños de Joe cortándole los dedos y segándole la lengua la acuciaron toda la noche.
Antes del amanecer, Koko la despertó con un leve empujón. _______________ se sentía aturdida y agotada, además de hambrienta. Cuando el armenio le ofreció una crepé dulce, _______________ la cogió bruscamente, le dio la espalda y se lo zampó.
Al reanudar el viaje, Koko volvió a cabalgar junto a _______________ a la cola de la caravana. Avanzaron en silencio hasta que ella reparó en el hombre que conducía la caravana.
—¿Quién va a la cabeza? —inquirió _______________.
—Mi segundo hijo, Demetri —respondió Koko.
—¿ Dónde está Petri ?
—Está ocupado en unos asuntos que le he encargado.
Era media mañana cuando un llanto fuerte y agonizante rasgó el aire desde uno de los carromatos. Koko cabalgó hacia allí para ver cuál era el problema.
«¿Y ahora qué?», se preguntó _______________, deseando no haber conocido nunca a los Kasabian. A esas alturas ya tendría que haber recorrido una distancia bastante mayor. El príncipe podría aparecer en cualquier momento.
—¿Problemas? —preguntó _______________ al volver Koko.
—Por error me he olvidado algo de mi propiedad —explicó con una sonrisa—. Tenemos que regresar al caravasar.
—Pero...
—He dicho...
—Ya os he oído —le espetó _______________—. Nada es tan valioso para desandar una distancia tan grande.
—Por mí, no me importaría —dijo Koko con tono de disculpa—. Pero mi esposa es una mujer muy sentimental e insiste que regresemos por Krista. Al fin y al cabo, es mi única hija.
Al cabo de dos horas, la caravana de Kasabian se detuvo para la comida del mediodía. Atendiendo a una orden de Koko, uno de los hombres llevó agua y pienso al caballo de _______________, que se apartó por temor a que el hombre quisiera conversar con ella y se sentó a la sombra de, un árbol. No le convenía hablar con demasiada gente. A pesar de sus temores, las mujeres de la familia Kasabian creían que era un hombre y guardaban sus distancias, y los hombres estaban ocupados en el cuidado de los caballos.
_______________ cerró los ojos. Estaba cansada, hambrienta y añoraba su hogar. ¿Qué habría pasado en Estambul al descubrirse su huida? ¿Habrían castigado a Omar por su incompetencia? No le cabía ninguna duda. Por su mente cruzó la imagen del cuerpo magullado y sin vida del hombrecillo. Sintió que la culpa le atenazaba el alma. ¿Cómo podría vivir con el peso de dos muertes sobre su conciencia? ¿Por qué no reflexionaba sobre las consecuencias de sus acciones antes de emprenderlas? «¿Y cómo estará Joe?», se preguntó, y una tristeza insondable la embargó. Seguramente habría enloquecido de ira al descubrir que la nueva esclava de su madre lo había superado en astucia.
—Hola —dijo una voz.
_______________ abrió los ojos y vio a una niñita que le sonreía.
—Buenos días —dijo _______________, y sonrió tras el kufiyah.
La niña señaló el rostro enmascarado de _______________ y preguntó:
—¿Qué escondes detrás de tu...?
—Es mi hija menor, Krista —explicó Koko, ofreciéndole a _______________ un cuerno de leche y una torta de pan. Dirigiéndose a Krista, dijo— Vuelve con tu madre.
Krista alzó el mentón en un gesto de desafío.
—Me avergüenzas ante mi huésped —dijo Koko con severidad—. Venga, vete.
Finalmente Krista obedeció y se dirigió hacia las mujeres de la caravana con grandes zancadas.
—Mi única hija está muy mimada —se excuso Koko con una sonrisa—. Es culpa de su madre ¿Por qué no coméis? ¿Qué ocultáis detrás del kufiyah?
—Prefiero comer a solas porque las cicatrices de mi rostro son demasiado espantosas para ser vistas —mintió _______________ con desfachatez, tragando saliva con nerviosismo. Le tenía cariño a su lengua y no quería perderla.
—Comprendo. —Koko estaba disfrutando con aquel juego del gato y el ratón, y la miró detenidamente— Nosotros los armenios somos gente dura y nos fortalecemos ante las adversidades. No se me atragantará el almuerzo si me enseñarais vuestras cicatrices.
—Insisto en comer a solas.
—Como queráis. —Koko inclinó la cabeza y se giró para alejarse— Partimos dentro de una hora.
—¿Qué es esto? —le preguntó _______________.
Koko la miró desconcertado y respondió:
—Crepé dulce con leche de cabra, claro esta. Desayuno armenio.
«Leche con un pastelillo», se dijo _______________ para calmar su inquietud. Luego se apartó el kufiyah de la boca y devoró el pastelillo, engulló la leche y se secó la boca con la manga. Modales de puerca. Quizá Joe tuviera razón. Y ahora, ¿por qué pensaba en él? Se había librado de su abominable captor y lo normal era que estuviera contenta. Así pues, ¿por qué sentía el corazón pesaroso y nostálgico?
Volvió a cubrirse con el kufiyah. Sacudió la cabeza en un esfuerzo por apartar la inquietante imagen del príncipe.
_______________ pensó que no había descansado más que un momento cuando oyó el grito de Koko dando la orden de reanudar la marcha. Se acercó a la yegua, le acarició el pescuezo y montó de un salto.
Koko se acercó a ella y dijo:
—Me preguntaba si querríais cabalgar conmigo a la cabeza de la caravana.
—No, gracias. —Preferiría morder polvo a tener que soportar la mirada de toda la tribu Kasabian.
—En ese caso seguiré con vos desde aquí.
_______________ se encogió de hombros fingiendo indiferencia. Quería estar sola para reflexionar sobre su delicada situación. Además, no se le daba demasiado bien imitar a un hombre. Era un milagro que aquel armenio astuto no hubiera adivinado su secreto. Pero levantaría sospechas si rechazaba su compañía.
_______________ pasó la tarde presa de los nervios. Koko la acosaba con preguntas perspicaces pero al cabo de un rato se dio por vencido. _______________ estaba segura de que el armenio intentaba que se delatara.
El sol se ponía por el oeste cuando los Kasabian llegaron a su primer destino. El caravasar donde pasarían la noche era una posada de una planta construida alrededor de un patio. A lo largo y ancho del Imperio otomano había caravasares ubicados a unos treinta kilómetros uno del otro para ofrecer hospitalidad al fatigado viajero. Se ofrecía comida en abundancia y un lugar seguro donde dormir, y a nadie se le cerraban las puertas por falta de dinero.
_______________ se apeó. Enseguida se acerco uno de los hombres de Kasabian, gesticulando que él se ocuparía del caballo. Al parecer, Koko había dado órdenes de que la trataran como un huésped importante. _______________ miró alrededor, con la intención de aclarar las cosas con Koko. Al fin y al cabo, ocuparse de su caballo era algo que debía hacer un hombre.
Koko y Petri se encontraban a cierta distancia. Permanecían en silencio, pero padre e hijo parecían enzarzados en una discusión porque agitaban las manos con vehemencia.
Koko reparó en ella y le dedicó una ancha sonrisa. Cuando Petri hizo lo mismo, _______________ tuvo la incómoda sensación de que ella era el tema de su conversación. Koko dejó a su hijo y entró en la posada con _______________.
Aquella noche, los Kasabian eran los únicos huéspedes del caravasar. _______________ se sentó a solas en el suelo del comedor y se apoyó contra la pared. Cerrando los ojos, consiguió relajarse lo suficiente hasta adormilarse pero al poco rato los leves toques de una bota en el pie la despertaron. Koko estaba de pie frente a ella con un plato en la mano.
—Comed —dijo Koko, entregándole el plato.
—¿Qué es? —inquirió _______________. Dios, qué hambrienta estaba.
—Cordero.
—Parece crudo.
—Lo está.
_______________ dejó el plato en el suelo y se puso de pie.
—Estoy demasiado cansado para comer y tengo que echarle un vistazo a mi caballo.
—Como queráis —dijo Koko.
_______________ comprobó que la yegua estaba bien y regresó a la sala común del caravasar. Petri se cruzó con ella y le dedicó otra de sus grandes sonrisas. Su sonriente silencio empezaba a irritar a _______________, que ya tenía los nervios a flor de piel.
Más tarde salió a dar un paseo por el patio de la posada. Luego se sentó y, al recostarse contra el muro de piedra, se quedó dormida. Los sueños de Joe cortándole los dedos y segándole la lengua la acuciaron toda la noche.
Antes del amanecer, Koko la despertó con un leve empujón. _______________ se sentía aturdida y agotada, además de hambrienta. Cuando el armenio le ofreció una crepé dulce, _______________ la cogió bruscamente, le dio la espalda y se lo zampó.
Al reanudar el viaje, Koko volvió a cabalgar junto a _______________ a la cola de la caravana. Avanzaron en silencio hasta que ella reparó en el hombre que conducía la caravana.
—¿Quién va a la cabeza? —inquirió _______________.
—Mi segundo hijo, Demetri —respondió Koko.
—¿ Dónde está Petri ?
—Está ocupado en unos asuntos que le he encargado.
Era media mañana cuando un llanto fuerte y agonizante rasgó el aire desde uno de los carromatos. Koko cabalgó hacia allí para ver cuál era el problema.
«¿Y ahora qué?», se preguntó _______________, deseando no haber conocido nunca a los Kasabian. A esas alturas ya tendría que haber recorrido una distancia bastante mayor. El príncipe podría aparecer en cualquier momento.
—¿Problemas? —preguntó _______________ al volver Koko.
—Por error me he olvidado algo de mi propiedad —explicó con una sonrisa—. Tenemos que regresar al caravasar.
—Pero...
—He dicho...
—Ya os he oído —le espetó _______________—. Nada es tan valioso para desandar una distancia tan grande.
—Por mí, no me importaría —dijo Koko con tono de disculpa—. Pero mi esposa es una mujer muy sentimental e insiste que regresemos por Krista. Al fin y al cabo, es mi única hija.
NiinnyJonas
Re: Esclavizada - Joe Jonas & Tu [Terminada]
ohhhh siguela!!!
Me encanta sube mas por fis!!!
Me encanta sube mas por fis!!!
aranzhitha
Re: Esclavizada - Joe Jonas & Tu [Terminada]
hahHaha, se olvido de la hija? WTF? ahah
Que buena persona que eres en subir tantos capitulos :')
Muchas gracias!!!!
Que buena persona que eres en subir tantos capitulos :')
Muchas gracias!!!!
Augustinesg
Re: Esclavizada - Joe Jonas & Tu [Terminada]
12
—¿Habéis olvidado a vuestra hija? —exclamó _______________ con incredulidad.
Koko se encogió de hombros, impasible.
—A veces, sucede lo inesperado, pero nosotros los armenios somos gente dura y nos...
—... fortalecemos ante la adversidad —terminó _______________, disgustada con él y con todos los armenios.
Koko asintió con la cabeza.
—Así es.
—Enviad a Petri en busca de Krista —sugirió _______________—. Los esperaremos aquí.
—Petri no está disponible.
—¿Y Demetri?
—Volvemos al caravasar —zanjó Koko—, y pasaremos ahí la noche. Reanudaremos el viaje por la mañana. ¿Qué habremos perdido sino un día?
—Bien. Ha sido un placer conoceros —repuso _______________—. Yo seguiré mi camino.
—¿Solo? —Koko dio un respingo. Alargó el brazo y le cogió las riendas—. Os ruego que no cometáis una imprudencia.
—¿Por qué?
—Es peligroso viajar solo —dijo Koko—. Podríais morir a manos de los bandoleros, o podrían robaros vuestras pertenencias.
—No tengo pertenencias —replicó _______________, tirando de las riendas para zafarse.
—¿Y vuestro caballo?
_______________ vaciló. No había pensado en eso.
—Si fuerais mujer vuestro destino sería aún peor —añadió Koko con malicia.
_______________ comenzó a inquietarse.
—¿En qué sentido?
—Esas sucias alimañas abusarían de una mujer de las maneras más abominables —afirmó Koko—. Primero empezarían por...
_______________ estaba asustada pero decidida.
—Voy a seguir mi camino.
—Así sea. —Koko se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa—. Cada hombre debe seguir su propio destino... su kismet.
Koko gritó una orden en su extraño lenguaje armenio. La caravana empezó a girar lentamente para emprender el camino de vuelta hacia el caravasar.
—Adiós, Nick —dijo Koko—. Que Alá os proteja. —El armenio hizo girar su caballo con gesto majestuoso y se lanzó al galope detrás de la caravana.
_______________ los observó y luego fijó los ojos en el camino que tenía delante. Se sentía sola y vulnerable.
«Qué grande es el mundo», pensó. No tenía razón para creer que Joe la estaría buscando por esos lares. Con su disfraz de hombre había conseguido engañar a toda la tribu de los Kasabian. Pero ¿de verdad lo había conseguido? En todo caso, el armenio había respetado su intimidad y no había indagado demasiado. Además, le aterraba viajar sola. Ay, ¿por qué se había escapado? ¿Qué haría ahora?
—¡Esperadme! —gritó _______________ de pronto, azuzando a su caballo para que alcanzara la caravana.
Cuatro horas más tarde avistaron el caravasar, y _______________ tuvo su primera sospecha de que algo iba mal. Había demasiados hombres y caballos. A esa hora temprana de la tarde no era normal que los viajeros pararan a pernoctar.
Por precaución, _______________ se mantuvo oculta entre los Kasabian. Se ajustó el kufiyah que le cubría el rostro y luego se apeó.
«Con tanta gente, ¿cómo podré seguir con el engaño?», se preguntó, acariciando la yegua. Si alguien adivinaba su verdadera identidad... _______________ no se atrevía a pensar en esa posibilidad. Fue entonces cuando se llevó el primer susto de los varios que tendría aquel día: con la pequeña Krista Kasabian cogida de la mano, Joe salía del caravasar. Detrás de él venía Petri.
El mundo era más pequeño de lo que ella pensaba.
«Tendría que haber sido más lista y no volver con los Kasabian», se reprendió, sin saber que toda la escena había sido planeada por Koko. Si conseguía escabullirse por donde había venido, quizá podría huir sin que nadie lo advirtiera.
Permaneció inmóvil, hipnotizada por la inesperada visión de Joe. A pesar de lo que él le había hecho, sentía estremecerse todo su cuerpo ante la emoción de verlo de nuevo, y la embargó un impulso casi irresistible de lanzarse a sus brazos y entregarse a él.
«El hambre me debilita», se dijo _______________, mientras Koko abrazaba a su hija. Al menos el príncipe le había dado de comer, que era más de lo que habían hecho los Kasabian. Una mujer no podía sobrevivir sólo con crepés dulces.
Koko envió a Krista junto a su madre, que estrechó a la niña como si no quisiera volver a soltarla. Contemplando ese conmovedor reencuentro, _______________ olvidó sus preocupaciones y sintió un anhelo insistente en el corazón. «Qué maravilloso ha de ser tener a tu propio hijo en brazos», pensó. Lástima que la criatura tuviera que tener un padre. Por lo que había oído de la comadreja y visto de la Bestia del Sultán, tener un esposo era algo francamente desalentador.
—Mi príncipe, os agradezco que hayáis protegido a mi hija en mi ausencia —dijo Koko en voz alta, y _______________ aguzó el oído.
—Cuida mejor tus posesiones más valiosas, amigo —aconsejó Joe—, o corres el riesgo de perderlas.
Koko asintió con la cabeza.
—Vuestro Zorro del Desierto viaja con nosotros y querrá reunirse con vos, excelencia.
Joe miró al armenio y arqueó una ceja.
—¡Nick! —llamó Koko.
«Maldito estúpido», pensó _______________. Estaba atrapada.
Koko se encogió de hombros, impasible.
—A veces, sucede lo inesperado, pero nosotros los armenios somos gente dura y nos...
—... fortalecemos ante la adversidad —terminó _______________, disgustada con él y con todos los armenios.
Koko asintió con la cabeza.
—Así es.
—Enviad a Petri en busca de Krista —sugirió _______________—. Los esperaremos aquí.
—Petri no está disponible.
—¿Y Demetri?
—Volvemos al caravasar —zanjó Koko—, y pasaremos ahí la noche. Reanudaremos el viaje por la mañana. ¿Qué habremos perdido sino un día?
—Bien. Ha sido un placer conoceros —repuso _______________—. Yo seguiré mi camino.
—¿Solo? —Koko dio un respingo. Alargó el brazo y le cogió las riendas—. Os ruego que no cometáis una imprudencia.
—¿Por qué?
—Es peligroso viajar solo —dijo Koko—. Podríais morir a manos de los bandoleros, o podrían robaros vuestras pertenencias.
—No tengo pertenencias —replicó _______________, tirando de las riendas para zafarse.
—¿Y vuestro caballo?
_______________ vaciló. No había pensado en eso.
—Si fuerais mujer vuestro destino sería aún peor —añadió Koko con malicia.
_______________ comenzó a inquietarse.
—¿En qué sentido?
—Esas sucias alimañas abusarían de una mujer de las maneras más abominables —afirmó Koko—. Primero empezarían por...
_______________ estaba asustada pero decidida.
—Voy a seguir mi camino.
—Así sea. —Koko se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa—. Cada hombre debe seguir su propio destino... su kismet.
Koko gritó una orden en su extraño lenguaje armenio. La caravana empezó a girar lentamente para emprender el camino de vuelta hacia el caravasar.
—Adiós, Nick —dijo Koko—. Que Alá os proteja. —El armenio hizo girar su caballo con gesto majestuoso y se lanzó al galope detrás de la caravana.
_______________ los observó y luego fijó los ojos en el camino que tenía delante. Se sentía sola y vulnerable.
«Qué grande es el mundo», pensó. No tenía razón para creer que Joe la estaría buscando por esos lares. Con su disfraz de hombre había conseguido engañar a toda la tribu de los Kasabian. Pero ¿de verdad lo había conseguido? En todo caso, el armenio había respetado su intimidad y no había indagado demasiado. Además, le aterraba viajar sola. Ay, ¿por qué se había escapado? ¿Qué haría ahora?
—¡Esperadme! —gritó _______________ de pronto, azuzando a su caballo para que alcanzara la caravana.
Cuatro horas más tarde avistaron el caravasar, y _______________ tuvo su primera sospecha de que algo iba mal. Había demasiados hombres y caballos. A esa hora temprana de la tarde no era normal que los viajeros pararan a pernoctar.
Por precaución, _______________ se mantuvo oculta entre los Kasabian. Se ajustó el kufiyah que le cubría el rostro y luego se apeó.
«Con tanta gente, ¿cómo podré seguir con el engaño?», se preguntó, acariciando la yegua. Si alguien adivinaba su verdadera identidad... _______________ no se atrevía a pensar en esa posibilidad. Fue entonces cuando se llevó el primer susto de los varios que tendría aquel día: con la pequeña Krista Kasabian cogida de la mano, Joe salía del caravasar. Detrás de él venía Petri.
El mundo era más pequeño de lo que ella pensaba.
«Tendría que haber sido más lista y no volver con los Kasabian», se reprendió, sin saber que toda la escena había sido planeada por Koko. Si conseguía escabullirse por donde había venido, quizá podría huir sin que nadie lo advirtiera.
Permaneció inmóvil, hipnotizada por la inesperada visión de Joe. A pesar de lo que él le había hecho, sentía estremecerse todo su cuerpo ante la emoción de verlo de nuevo, y la embargó un impulso casi irresistible de lanzarse a sus brazos y entregarse a él.
«El hambre me debilita», se dijo _______________, mientras Koko abrazaba a su hija. Al menos el príncipe le había dado de comer, que era más de lo que habían hecho los Kasabian. Una mujer no podía sobrevivir sólo con crepés dulces.
Koko envió a Krista junto a su madre, que estrechó a la niña como si no quisiera volver a soltarla. Contemplando ese conmovedor reencuentro, _______________ olvidó sus preocupaciones y sintió un anhelo insistente en el corazón. «Qué maravilloso ha de ser tener a tu propio hijo en brazos», pensó. Lástima que la criatura tuviera que tener un padre. Por lo que había oído de la comadreja y visto de la Bestia del Sultán, tener un esposo era algo francamente desalentador.
—Mi príncipe, os agradezco que hayáis protegido a mi hija en mi ausencia —dijo Koko en voz alta, y _______________ aguzó el oído.
—Cuida mejor tus posesiones más valiosas, amigo —aconsejó Joe—, o corres el riesgo de perderlas.
Koko asintió con la cabeza.
—Vuestro Zorro del Desierto viaja con nosotros y querrá reunirse con vos, excelencia.
Joe miró al armenio y arqueó una ceja.
—¡Nick! —llamó Koko.
«Maldito estúpido», pensó _______________. Estaba atrapada.
NiinnyJonas
Re: Esclavizada - Joe Jonas & Tu [Terminada]
awwww le tendieron una trampa!!!
Pobre rayiz!!! Pero ya quiero ver que le dice Joe!!
Siguela!!!
Sube mas!!!
Pobre rayiz!!! Pero ya quiero ver que le dice Joe!!
Siguela!!!
Sube mas!!!
aranzhitha
Re: Esclavizada - Joe Jonas & Tu [Terminada]
jajaja olvidaron a su hija jajaj se pasan
oh que chismosos
siguelaaaa
oh que chismosos
siguelaaaa
JB&1D2
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