Esclavizada - Joe Jonas & Tu [Terminada]

—Es para mí un placer volveros a ver, príncipe Joe.
—¿Lo es? —respondió Joe, arqueando una ceja al mirar al bigotudo francés.
—Por supuesto —contestó el duque de Sassari— Nunca escojo mis palabras a la ligera. —El duque echó un vistazo a la estancia y agregó—: Vaya multitud.
Joe recorrió con la mirada la sala privada de Akbar, el mercader de esclavos. Los hombres más importantes de Estambul atiborraban la lujosa estancia. En un extremo de la sala se encontraba el estrado donde subastarían a _______________.
El duque de Sassari tenía, a sus treinta años, una presencia imponente. Era alto y bien fornido, de cabello y ojos negros, y esbozaba una sonrisa de falsa simpatía. A Joe no le agradaba aquel hombre y tampoco se fiaba de él.
—¿Cómo le va a mi hermana? —inquino el duque, rompiendo el silencio.
—¿Vuestra hermana?
—Mi hermanastra Lyndar es una de las concubinas del sultán Selim.
—Lyndar ya no es su concubina —dijo Joe— Acaba de dar a luz al hijo de Selim.
—Excelente. —Esta vez la sonrisa del duque pareció sincera.
Joe volvió a recorrer la estancia con la mirada pero no logró divisar a la persona que buscaba.
—¿Entregasteis el mensaje a Fougere? —preguntó.
—Mi primo es un cobarde —reconoció el duque— No lo veréis aquí hoy.
—¿A Fougere no le importa su hermosa prometida? —repuso Joe, sorprendido. Un hombre capaz de sacrificar a una mujer tan magnífica para salvar su propio pellejo no era en absoluto un hombre ¿Convendría cancelar la subasta y quedarse él con _______________?
—En esta subasta está prohibido pujar en nombre de otro —advirtió Joe.
—Savon jamás aceptaría a una novia mancillada —le aseguro el duque—. No le preocupa nada una inglesa a la que nunca ha visto.
—Sólo se acepta oro en pago y al contado antes de exigir la propiedad —dijo Joe, ignorando la rabia que empezaba a embargarle. Pero ¿era rabia por ver desbaratados sus planes, o por _______________?
—Llevo suficiente oro —replicó el duque—. Pero ¿por qué no os quedáis vos con la mujer?
Joe no contestó. Desvió la mirada hacia la sala y se fijo en los demás hombres, que hablaban en voz baja ¿Quien sería el mejor postor que acabaría quedándose su flor silvestre? ¿Tendría ese hombre la paciencia para manejar a aquella mujer tan terca, o la azotaría? ¿Y quien la acogería en sus brazos cuando gritara por la noche?
Nick cruzó el portal arqueado y entró en la sala con aire fanfarrón. Joe giró sobre sus talones y se dirigió hacia él.
—Me alegro de verte —le dijo a su amigo.
Nick asintió con la cabeza.
—¿Se sabe algo de Fougere?
—El duque de Sassari ha venido a pujar —respondió Joe haciendo un gesto en su dirección—. Me gustaría saber en nombre de quién.
—Ya te dije que la comadreja se quedaría en su madriguera —recordó Nick—. ¿Dónde está tu flor silvestre?
Joe se encogió de hombros.
—Supongo que Akbar la tiene en un lugar seguro.
—¿Un lugar en el que no pueda oír lo que sucede aquí dentro? —preguntó Nick—. Oh, olvidaba que a veces Akbar administra drogas a la mercancía.
—¿Qué? —Aquello sorprendió a Joe.
—¿No lo sabías? No hay de qué preocuparse. Akbar les da un sedante suave para que la mercancía se muestre sumisa a la inspección. Por cierto, ¿cómo se tomó la noticia de su inminente venta?
Joe puso cara inexpresiva y no dijo nada. Por su mente cruzó la imagen de _______________, tal como la había visto por última vez. Sintió que se le encogía el corazón ante el recuerdo de su expresión atormentada.
Impulsada por la angustia, _______________ lo había herido con su única arma, las palabras. Joe sabía que él había reaccionado con rabia. En nombre de Alá, había jurado jamás hacerle daño a otra mujer movido por la rabia. Y ahora...
—Mi pajarillo se volvió loca de contento cuando supo que tengo intención de volver a casa con su prima —explicó Nick, yendo al grano.
Ese comentario hizo reaccionar al príncipe.
—¿Qué has dicho?
—Pues que tengo intención de...
—Ya te he oído —le espetó Joe. Le irritaba pensar que al cabo de unos minutos su propio amigo pudiera poseer a la mujer que él deseaba.
Un alboroto junto a la puerta les llamó la atención. Entraron seis guardaespaldas imperiales que escudriñaron la multitud. Detrás de ellos apareció Kevin, seguido de más guardaespaldas.
—Te dije que te quedaras en Topkapi —le espetó Joe—. Es demasiado peligroso andar pavoneándose por Estambul.
—Yo nunca me pavoneo —dijo Kevin, lanzándole un guiño cómplice a Nick—. He venido a ver a tu bella salvaje. Tal vez decida añadir otra exquisita joya a mi harén.
—El riesgo no merece la pena —musitó Joe—. Bien. He de avisar a Akbar para que empiece la subasta. —Tras esas palabras, el príncipe se alejó a grandes zancadas.
—¿Tú qué crees?

—Al parecer mi primo desea a su cautiva.
—Tendrías que haberlos visto juntos —sonrió Nick—. Esa flor silvestre enciende sus sentidos; a decir verdad, es una pareja ideal para la bestia. Tenemos que ayudarle a tomar conciencia de sus sentimientos hacia ella antes de que sea demasiado tarde.
—Joe no tendrá oportunidad contra el León de Estambul y el Hijo del Tiburón —respondió Kevin.
—¿El León de Estambul? —repitió Nick, reprimiendo una sonrisa por no ofender al heredero del sultán.
—He decidido que a partir de ahora se me conocerá como el León de Estambul —le informó Kevin.
Nick sonrió abiertamente y se atrevió a bromear:
—Yo pensaba que eras el Semental de Estambul.
Kevin sonrió de oreja a oreja.
—Eso también, pero el León de Estambul es infinitamente más distinguido.
—¿Por qué sonríes? —preguntó Joe, regresando junto a los dos hombres.
—Hablábamos de animales —dijo Kevin.
—Acerquémonos un poco más al estrado —le pidió Joe a su primo.
—Estoy bien aquí —respondió Kevin.
Akbar entró en la sala por un portal cerrado con cortina y subió al estrado. Un silencio expectante se apoderó de los hombres reunidos, que dedicaron al mercader de esclavos toda su atención.
Vestido con prendas costosas y multicolores, como correspondía al principal mercader de esclavos de Estambul, Akbar saludó a los distinguidos hombres. Su mercancía era siempre de la mejor calidad y, sólo con esa subasta, ya tenía su fortuna asegurada para toda la vida. Akbar se volvió y dio un par de palmadas.
La cortina se abrió. Ataviado con sus mejores prendas, apareció Omar conduciendo a una silueta envuelta en blanco hacia el estrado. Una seda blanca cubría a _______________ de pies a cabeza. Sólo se distinguía sus ojos esmeralda, que brillaban acuosos por la droga que había ingerido. Al subir al estrado, _______________ tropezó, pero Omar la cogió por el brazo y evitó que cayera. Le susurró algo y la ayudó a subir a la plataforma.
—La fierecilla parece muy dócil —observó Kevin.
—Akbar le habrá dado una buena dosis de... —Nick se interrumpió al mirar de reojo a su amigo.
Era evidente que Joe estaba molesto. La rabia le tensaba los labios en una línea recta, y la cicatriz de su mejilla palidecía a medida que aumentaba su furia.
—Señores, ruego vuestra atención —pidió Akbar innecesariamente—. El príncipe Joe ha tenido la amabilidad de poner esta exótica flor a la venta. Su eunuco la acompañará sin coste añadido. En pago sólo se admitirá oro y habrá que pagarlo al contado antes de adquirir la propiedad.
Akbar hizo un gesto en dirección a Omar, y éste, con ademán ceremonioso, retiró el velo del rostro de _______________. Al revelarse la turbadora belleza de su cara, se oyó un murmullo colectivo de admiración entre la veintena de hombres que llenaban la estancia.
Akbar sonrió.
—Una virgen con rostro de...
—¡Cien monedas de oro! —vociferó Nick
Joe giró la cabeza bruscamente y clavó la mirada en su amigo. Nick lo miró con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Ciento cincuenta monedas de oro! —pujó un hombre junto al estrado.
Joe estiró el cuello para ver quién se había atrevido a pujar por su flor silvestre. Lo que menos le importaba era que aquel hombre hubiera recibido una invitación para hacer justamente eso. Kevin y Nick cambiaron sonrisas de complicidad.
—¿Quién es ése? —preguntó Joe.
—El conde Orcioni —respondió Kevin.
—¿Y quién demonios es? Nunca he oído hablar de él.
Nick le guiñó el ojo a Kevin y agregó:
—El famoso dueño de prostitutas de Pantelleria, amigo del duque de Sassari.
Akbar hizo una seña en dirección al eunuco. Omar despojó a su señora del yashmak blanco que la cubría, y ella quedó ataviada con un bolero absurdamente diminuto y un pantaloncito corto que no dejaban nada a la imaginación. _______________ se tambaleó sobre sus pies.
—Por Alá —masculló Joe—. ¿Qué le ha dado ese cabrón para que se tambalee así?
—Cabello exuberante del color del ocaso —prosiguió Akbar.
—¡Doscientas monedas de oro! —gritó un hombre gordo.
—¿Quién es ése? —preguntó Joe—. Yo no lo he invitado.
—Yagli Cirkin, un buen amigo de Akbar —respondió Kevin.
—¿Yagli Cirkin? —repitió Nick, fingiendo sorpresa escandalizada—. Pero si he sabido que él... Bueno, no importa.
—¿Qué has sabido? —le apremió Joe.
—Yagli Cirkin tiene fama de maltratar a sus mujeres —dijo Kevin.
Joe gruñó e hizo ademán de precipitarse hacia el hombre obeso. Kevin y Nick lo retuvieron por los brazos.
—Doscientas monedas de oro —repitió Akbar—. ¿Quién subirá la apuesta por este cutis inmaculado y suave como la mejor seda de Bursa?
—¡Trescientas monedas de oro! —anunció el duque de Sassari.
—¡Mil monedas de oro! —exclamó Kevin.
Todos los presentes se giraron para mirar a Kevin. Si el heredero del sultán quería a aquella mujer, no pujarían más.
El conde Orcioni rompió el silencio, y gritó:
—¡Mil quinientas monedas de oro!
—¡Dos mil! —Nick dejó al hombre con las palabras en la boca.
—¡Tres mil! —insistió Kevin.
Como un animal enjaulado, Joe giraba la cabeza de su amigo a su primo. «¡Los muy cerdos!»
Satisfecho del rumbo que tomaba la subasta, Akbar siguió adelante:
—Aquí tengo tres mil monedas de oro del mejor conocedor de la carne de mujer en Estambul. ¿Bien...?
—¡Cuatro mil! —pujó Yagli Cirkin, arrimándose al estrado lo bastante para pellizcar a _______________ en el muslo.
—¡Cinco mil!—gritó Nick.
Kevin hizo un gesto con la cabeza hacia Nick y vociferó:
—¡Seis mil!
—Acercaos, caballeros —invitó Akbar— Acercaos y apreciad la perfección de sus exquisitos pechos con esos tentadores pezones rosados. —Hizo una señal hacia Omar, pero al ver que éste no se movía, prosiguió—: Acercaos y tocad los magníficos pechos de esta mujer, que Alá moldeó para satisfacer al más lascivo de los hombres y para dar de mamar a los hijos que consiga engendrar con esta virgen.
Akbar volvió a gesticular hacia Omar. El eunuco hizo ademán de retirar el pequeño bolero de la doncella.
—¡No! —chilló _______________, apartándolo de un codazo.
Akbar alargó el brazo para cogerla pero _______________ amenazó con darle un puñetazo.
—¡Basta! —rugió Joe, dando un paso al frente.