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"Boda Entre Extraños" {Nick & Tú} -Adaptación- EN CONCURSO
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: "Boda Entre Extraños" {Nick & Tú} -Adaptación- EN CONCURSO
Heeeeeey, nueva lectora, siguela vaaaaa?
TeamJonas2
Re: "Boda Entre Extraños" {Nick & Tú} -Adaptación- EN CONCURSO
BIENVENIDAS TODAS LAS NUEVAS READERS.. MAÑANA LES SUBO DOS CAPÍTULOS. ¡PROMETIDO!
LOVE, DANI.
LOVE, DANI.
Danne G.
Re: "Boda Entre Extraños" {Nick & Tú} -Adaptación- EN CONCURSO
Dani :D me encanta tu promesa de capituloS :B no te preocupes yo espero !!
Flor
Re: "Boda Entre Extraños" {Nick & Tú} -Adaptación- EN CONCURSO
siiii 2 capitulos
mas fino
okis esperare
mas fino
okis esperare
ElitzJb
Re: "Boda Entre Extraños" {Nick & Tú} -Adaptación- EN CONCURSO
Capítulo I
Nueva Orleans
Philippe y Justin Vallerand estuvieron dando una vuelta por los bosques y luego bajaron hacia el pantano, abriéndose paso alrededor de hoyas de barro, pinos y sicomoros. Bastante altos para su edad, los dos muchachos eran delgados y desgarbados porque aún no habían llegado a desarrollar la robusta musculatura de su padre.
Sus facciones lucían el sello de la arrogancia innata de todos los Vallerand. Los mechones de sus abundantes cabelleras negras les caían sobre la frente en una serie de rebeldes oleadas, y largas pestañas negras enmarcaban sus ojos azules. Quienes no los conocían nunca eran capaces de distinguirlos, pero por dentro eran todo lo distintos que pueden serlo dos muchachos. Philippe era amable y compasivo, alguien que seguía las reglas incluso cuando no entendiera sus razones. Justin, en cambio, era implacable, detestaba la autoridad y se enorgullecía de ello.
-¿Qué vamos a hacer? -preguntó Philippe-. ¿Cogemos la canoa y buscamos piratas río abajo?
Justin rió desdeñosamente.
-Tú puedes hacer lo que quieras. Yo pienso visitar a Madeleine.
Madeleine Scipion era una guapa morena, hija de un comerciante de la ciudad. Últimamente había mostrado algo más que un interés pasajero en Justin, aunque sabía que Phillipe estaba prendado de ella. La joven parecía pasarlo en grande enfrentando a un hermano con otro.
El rostro sensible de Phílippe reveló la envidia que éste sentía.
-¿Estás enamorado de ella? Justin sonrió y escupió.
-¿Amor? ¿A quién le importa eso? ¿Te he contado lo que dejó que le hiciera la última vez que la vi?
-¿Qué? -quiso saber Phílippe, cada vez más celoso. Sus miradas se encontraron. De pronto Justin le dio un cachete en la sien y se echó a reír, para luego echar a correr entre los árboles perseguido por Philippe.
-¡Vas a decírmelo! -Phílippe cogió un puñado de barro y lo arrojó contra la espalda de Justin-. Te obligaré a... Ambos se detuvieron en seco cuando vieron un movimiento cerca de la canoa. Un chiquillo vestido con ropas harapientas y un sombrero de ala caída tiraba de la embarcación. La cuerda con la que ésta había estado amarrada cayó de sus manos cuando se dio cuenta de que acababan de descubrirlo. Cogió rápidamente un hatillo de tela y huyó. -¡Intentaba robarla! -dijo Justin.
Los gemelos olvidaron su reciente disputa y corrieron lanzando alaridos guerreros en pos del ladrón que escapaba. -¡Córtale el paso! -ordenó Justin. Philippe fue hacia la izquierda, desapareciendo detrás de un macizo de cipreses que dejaban caer sus barbas de musgo sobre las fangosas aguas marrones. En cuestión de minutos consiguió rebasar al chico y se plantó ante él justo más allá del bosquecillo de cipreses. Al ver los violentos temblores del muchacho, Philippe sonrió triunfalmente y se pasó un antebrazo por la frente cubierta de sudor.
-Lamentarás haber tocado nuestra canoa-jadeó, yendo hacia su presa.
Respirando pesadamente, el ladrón echó a correr en dirección contraria y chocó con Justin, quien lo agarró de un brazo y lo levantó del suelo. El chico dejó caer su hatillo y soltó un alarido que hizo reír a los gemelos.
-¡Phílippe! -chilló Justin, esquivando los débiles puñetazos del chico-. ¡Mira lo que he atrapado! ¡Un pequeño lutin que no siente ningún respeto por la propiedad ajena! ¿Qué deberíamos hacer con él?
Philippe contempló al infortunado ladrón con la mirada llena de censura de un juez.
-¡Tú! -ladró mientras se contoneaba ante el chico que se retorcía-.¿Cómo te llamas?
-¡Soltadme! ¡No he hecho nada!
-Sólo porque te hemos interrumpido antes de que lo hicieras -dijo Justin.
Philippe silbó al ver los verdugones rojizos y los arañazos llenos de sangre que cubrían el cuello y los delgados brazos del chico.
-Les has ofrecido un buen banquete a los mosquitos, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo llevas en el pantano?
El chico, que no paraba de debatirse, consiguió darle una patada en la rodilla a Justin.
-¡Ah, eso duele! Justin se apartó la negra cabellera de la frente y fulminó al chico con la mirada-. ¡Ahora sí que se me ha acabado la paciencia!
-¡Suéltame, perro!
Muy irritado, Justin alzó la mano para darle un capón a su cautivo.
-Yo te enseñaré modales, muchacho.
Justin, espera -lo interrumpió Philippe. Era imposible no sentir simpatía por aquel niño irremisiblemente atrapado en la presa de su hermano-. Es demasiado pequeño. No abuses de tu fuerza.
-Qué blando que eres. Justin se burlaba, pero su brazo bajó-. ¿Cómo sugieres que le hagamos hablar? ¿Lo tiramos al pantano?
-Quizá deberíamos... -comenzó a decir Philippe, pero su hermano ya iba hacia el agua, arrastrando consigo al niño que gritaba.
-¿Ya sabes que ahí dentro hay serpientes?-dijo Justin, alzando en vilo al chico y preparándose para tirarlo al agua-. Y son venenosas.
-¡No! ¡Por favor!
-Y caimanes, también, que sólo esperan la ocasión de zamparse a un chiquillo como... -Su voz se disipó en el silencio cuando el sombrero del chico cayó al pantano y se alejó flotando sobre las aguas. Una larga trenza roja cayó sobre el hombro del muchacho, cuyas delicadas facciones ya no se hallaban ocultas por el sombrero.
Su ladrón era una chica, de la edad de ellos o quizás un poco mayor. Pasando los brazos alrededor del cuello de Justin, se agarró a él como si estuviera sosteniéndola sobre un pozo de llamas.
-No me tires al agua. Je vous en prie. No sé nadar. Justin la apartó un poco y bajó la mirada hacia aquel rostro, pequeño y sucio, que estaba tan próximo al suyo. Parecía una chica corriente, guapa pero no excepcional, aunque eso costaba saberlo con todo el barro y las picaduras de mosquito que cubrían su cara.
-Bueno -dijo Justin lentamente-, parece ser que estábamos equivocados, Philippe. -Sacudió a la chica, que no paraba de protestar, para hacerla callar-. Silencio. No voy a tirarte al agua. Creo que puedo encontrar un uso mejor para ti. Justin, dámela-dijo Philippe.
Justin sonrió con expresión sombría y le volvió la espalda a su hermano.
-Ve a divertirte en algún otro sitio. La chica me pertenece. -¡Es tan mía como tuya!
-Yo soy el que la ha capturado -dijo Justin como si tal cosa.
-¡Con mi ayuda! -gritó Philippe, muy indignado-. ¡Además, tú tienes a Madeleine!
-Quédate con Madeleine. Quiero a ésta. Philippe frunció el ceño.
-¡Deja que sea ella la que escoja!
Se miraron con expresión retadora y de pronto Justin se echó a reír.
-Que así sea-dijo; su ferocidad se había convertido en un lánguido buen humor. Meció a la muchacha en sus brazos-. Bueno, ¿a cuál de nosotros quieres?
____________ sacudió la cabeza, demasiado débil y agotada para entender lo que se le estaba preguntando. Llevaba dos días terribles yendo a través del pantano, mojada, cubierta de suciedad y segura de que un caimán o una serpiente venenosa la matarían en cualquier momento. El calor Y la humedad sofocantes ya eran bastante espantosos, pero la proliferación de insectos casi la había hecho enloquecer. No pararon de morderla y picarla a través de la ropa hasta que cada centímetro de su piel ardió con un escozor abrasador. ____________ incluso había empezado a pensar que no sobreviviría al viaje infernal que había emprendido, y no le había importado. Cualquier cosa, incluso una muerte horrible en un pantano de Luisiana, sería preferible a una vida entera con Étienne Sagesse.
-Vamos, no tenemos todo el día -dijo con impaciencia el muchacho llamado Justin. ____________ se debatió, pero los flacos brazos de él eran sorprendentemente fuertes. Apretó la presa con que la sujetaba hasta que ella volvió a quedarse quieta con un gemido de dolor.
--Mon Dieu, no había necesidad de hacerle daño-dijo Philippe.
-No le he hecho daño -replicó Justin, indignado-. Sólo la he apretujado un poco. -Dirigió una mirada de advertencia a ____________-. Y volveré a hacerlo si no se decide de una vez.
La mirada de ____________ fue del imperioso y moreno rostro del muchacho que la sostenía en sus brazos hasta las facciones, más clara, del que permanecía de pie junto a él. Comprendió que eran gemelos idénticos. El que se llamaba Philippe parecía un poco más bondadoso, y había un vestigio de compasión en sus ojos azules que ____________ no percibía en el otro. Tal vez pudiera convencerlo de que la dejase marchar. -Tú -dijo desesperadamente, mirando a Philippe.
-¿$l? -se burló Justin mientras dejaba que los pies de ____________ tocaran el suelo. Con un bufido despectivo, la empujó hacia su hermano-. Ahí la tienes, Philippe, haz lo que te apetezca con ella. De todos modos no la quiero.
Luego cogió el hatillo y lo examinó, descubriendo un puñado de monedas atadas dentro de un pañuelo, un vestido enrollado y un peine de ámbar.
Incapaz de detener la inercia del empujón, ____________ chocó con el otro muchacho. Las manos de él subieron hacia sus delgados hombros y la mantuvieron en pie.
-¿Cómo te llamas? -preguntó.
Su voz era inesperadamente amable. ____________ se mordió el labio inferior y sacudió la cabeza, al tiempo que los ojos se le llenaban de lágrimas. Se despreció a sí misma por aquel momento de debilidad, pero estaba agotada y medio muerta de hambre, y apenas podía pensar.
-¿Por qué querías llevarte la canoa? -preguntó Philippe.
-Lo siento. No debería haberlo hecho. Deja que me vaya... no volveré a molestaros.
Philippe la miró detalladamente de pies a cabeza. ____________ soportó el examen con resignación. Nadie había dicho nunca de ella que fuese una gran belleza, ni siquiera en sus mejo res momentos. Ahora, después de su viaje a través del pantano, estaba cubierta de barro y olía muy mal.
Mientras la miraba, el muchacho pareció llegar a una decisión.
-Ven conmigo-dijo, cogiéndola de las muñecas-. Si estás metida en problemas, quizá podamos ayudarte. ____________ enseguida se alarmó. Sospechaba que el muchacho tenía intención de llevarla ante sus padres. En tal caso, la conducirían de vuelta a la propiedad de Sagesse en cuestión de horas.
-No, por favor -suplicó, tirando de su brazo aprisionado.
-No te queda otra elección.
____________ Lo empujó lo más fuerte que pudo al tiempo que trataba de clavarle los codos v las rodillas. El la derrotó con humillante facilidad.
-No voy a hacerte daño -dijo Philippe, echándosela al hombro y pasándole el brazo por detrás de las rodillas. ____________ soltó un alarido en el que la rabia se mezclaba con la desesperación mientras se debatía impotente sobre su espalda.
Justin contempló a su hermano con un sardónico fruncimiento de ceño.
-¿Adónde piensas llevarla? -Con nuestro padre.
-¿Con nuestro padre? ¿Y para qué vas a hacer eso? Lo único que hará será obligarte a soltarla.
-Es lo correcto -dijo Philippe con tranquilidad. -Idiota -masculló Justin, pero lo siguió de mala gana mientras su hermano sacaba a su nueva adquisición de la orilla del pantano.
____________ dejó de resistirse hacia la mitad de la pendiente, tras decidir que sería más prudente conservar las escasas fuerzas que le quedaban para afrontar el destino que le estuviera reservado. No podría escapar de las garras de aquel par de fanfarrones. Cerró los ojos, sintiendo que empezaba a marearse.
-No me lleves con la cabeza apuntando hacia el suelo -dijo con voz pastosa-. Si lo haces, vomitaré.
Justin habló desde detrás de ellos.
-Se está poniendo un poco verdosa, Philippe.
-¿De veras? -Philippe se detuvo y dejó que los pies de ____________ descendieran hacia el suelo-. ¿Prefieres caminar? -Sí -dijo ____________, tambaleándose levemente. Los hermanos la cogieron cada uno de un brazo y la guiaron. Aturdida, ____________ miró a uno y otro lado, y fue entonces cuando comprendió que los muchachos tenían que pertenecer a una familia muy rica. Al igual que otros hogares de plantadores en el exclusivo distrito del pantano, la casa daba al bayou St. John, un dedo de agua que iba desde el lago Pontchartrain hasta el río Mississippi. El sol del atardecer relucía lánguidamente sobre el blanco y el gris pálido del exterior de la casa principal. Grandes verandas enmarcadas por gruesas columnas blancas circundaban los tres pisos. Numerosas arboledas de cipreses, robles y magnolios habían sido plantadas alrededor de la capilla, el ahumadero y lo que parecían ser los alojamientos de los esclavos.
____________ sintió que el estómago se le revolvía de una manera muy desagradable cuando los muchachos la llevaron por un tramo de escalones que subían hacia la puerta principal de la casa. Pasaron por un oscuro v fresco vestíbulo a lo largo del que se alineaban hileras de oscuros bancos de caoba.
-¿Padre? --llamó Philippe, y una mujer de piel oscura y expresión sobresaltada le señaló una habitación que quedaba justo más allá de los recibidores gemelos que bordeaban el pasillo. Los muchachos llevaron su carga a la biblioteca, donde su padre estaba sentado detrás de un enorme escritorio de caoba. La estancia se hallaba espléndidamente amueblada, las sillas tapizadas con una delicada seda arriarilla que hacía juego con el motivo en amarillo y lapislázuli que adornaba las paredes. Pesados cortinajes de muaré de lana escarlata, recogidos, enmarcaban las ventanas.
La atención de ____________ fue de la habitación al hombre del escritorio. Éste mantuvo la mirada apartada de ellos mientras trabajaba. No llevaba chaleco, y la camisa blanca se pegaba húmeda a los contornos de su musculosa espalda.
-¿Qué ocurre? -dijo una voz muy grave que hizo que un escalofrío descendiera por la espalda de ____________. -Padre -dijo Philippe-, sorprendimos a alguien junto al agua cuando intentaba robar nuestra canoa.
El hombre sentado al escritorio juntó los papeles en una pulcra pila.
-¿Oh? Bueno, espero que le enseñarais las consecuencias de poner las manos en una propiedad de los Vallerand. -De hecho... -comenzó a decir Philippe, y tosió nerviosamente-. De hecho, padre...
-Es una chica -soltó Justin.
Evidentemente aquello atrajo por fin la atención de Vallerand, que, volviéndose en su asiento, miró a ____________ con fría curiosidad.
Si el diablo decidiera alguna vez asumir una apariencia humana, ____________ estuvo segura de que sería exactamente así: amenazadora, atractiva, con una nariz imperiosa, una boca áspera y hosca y malvados ojos oscuros. Vallerand era una criatura de virilidad desbordante, con el intenso bronceado y la prestancia de alguien que pasaba una gran parte de su tiempo al aire libre. Aunque ____________ era más bien alta, la presencia dominadora de Vallerand la hacía sentirse casi diminuta. El hombre se puso en pie, se apoyó en el escritorio y la escrutó perezosamente, al parecer muy poco entusiasmado por la visión en su biblioteca de una muchacha cubierta de barro. -¿Quién eres? -preguntó.
____________ sostuvo sin pestañear su mirada escrutadora mientras consideraba distintas maneras de vérselas con él. Vallerand no parecía ser la clase de hombre que se dejaría conmover por las súplicas lacrimosas. Tampoco se sentiría impresionado por las amenazas o el desafío. Había una posibilidad de que conociese a la familia Sagesse, quizás incluso de que mantuviera una estrecha amistad con ellos. La única esperanza de ____________ era convencerlo de que no merecía que se molestara en ocuparse de ella.
Antes de que ____________ atinara a responder a la pregunta, Justin exclamó:
-¡No quiere decírnoslo, padre!
Vallerand se apartó del escritorio y se acercó a ____________, quien no fue consciente de que estaba retrocediendo ante él hasta que chocó con la sólida forma de Philippe detrás de ella. Vallerand extendió la mano hacia ____________, deslizó sus largos dedos bajo su barbilla y le levantó la cara. Luego se la volvió hacia un lado y hacia el otro, examinando desapasionadamente los daños causados por su viaje a lo largo del bayou. ____________ tragó saliva bajo la presión de sus dedos encallecidos. El imponente pecho de Vallerand quedaba a la altura de su cara, la negra sombra del vello visible bajo el delgado tejido de su camisa.
Ahora que lo tenía tan cerca, ____________ vio que los ojos de Vallerand eran de un castaño muy oscuro. Siempre había pensado en el castaño como un color muy dulce, pero aquellos ojos proporcionaban una prueba innegable de lo contrarío.
-¿Por qué querías llevarte la canoa?
-Lo siento mucho -dijo ____________ con voz enronquecida-. Nunca había robado nada antes. Pero yo tenía más necesidad de ella que ustedes.
-¿Cómo te llamas? -Vallerand la obligó a levantar la barbilla con los dedos un centímetro más-. ¿Cuál es tu familia?
-Es muy amable al interesarse de esa manera por mí, monsieur -dijo ____________ en una rápida finta, perfectamente consciente de que la amabilidad era lo último que motivaba a Vallerand-. Sin embargo, no tengo ninguna necesidad de su ayuda y no deseo causarle molestias. Si me deja marchar, seguiré mi camino y...
-¿Te has perdido?
-No -se limitó a responder ella. -Entonces estás huyendo de alguien. El titubeo de ____________ se prolongó demasiado. -No, monsieur...
-¿De quién?
____________ apartó de su barbilla los dedos de Vallerand, al tiempo que una irremediable sensación de derrota empezaba a adueñarse de ella.
-No tiene ninguna necesidad de saberlo-dijo secamente-. Déjeme marchar.
Él sonrió como si se sintiera complacido por aquel destello de temple.
-¿Es usted de Nueva Orleans, mademoiselle? -No.
-Ya me parecía a mí que no. ¿Ha oído hablar de la familia Vallerand?
De hecho, ____________ había oído hablar de ella. Mientras contemplaba el esbelto y moreno rostro del desconocido, intentó recordar lo que se decía acerca de los Vallerand. El apellido había sido mencionado en la mesa durante la cena, cuando Gaspard y sus amigos se pusieron a hablar de política y negocios. Varios plantadores de Luisiana habían llegado a figurar entre los hombres más ricos de la nación, y Vallerand era uno de ellos. Si recordaba correctamente, la familia poseía enormes extensiones de tierra, las cuales incluían el bosque más allá del lago Pontchartrain. Los amigos de Gaspard habían dicho con un cierto resentimiento que Nicholas Vallerand, el cabeza de la familia, era amigo y asesor del nuevo gobernador del Territorio de Orleans.
-He oído hablar de usted -admitió ____________-. Es un hombre importante en Nueva Orleans, n'est-cepas? Sin duda tiene muchas otras cosas de las que preocuparse. Le pido disculpas por mi pequeña transgresión, pero obviamente no he causado ningún daño. Y ahora, si no le importa, me gustaría irme.
____________ contuvo la respiración y empezó a volverse, sólo para que la enorme mano de él se cerrara suavemente alrededor de su brazo.
--Pero es que sí que me importa -le dijo con dulzura. Aunque el contacto no tenía nada de violento, dio la casualidad de que los dedos de Vallerand se posaron sobre uno de los moretones más dolorosos infligidos por Gaspard. ____________ tragó aire con una brusca inhalación y sintió que se ponía blanca, mientras sentía cómo todo su brazo palpitaba con una súbita agonía.
La mano de Vallerand cayó inmediatamente, y la miró con fijeza. ____________ se apresuró a erguirse, e hizo todo lo que pudo para ocultar el dolor que le había causado. Cuando Vallerand habló, su voz fue todavía más suave que antes. -¿Adónde planeaba ir en la canoa? -Tengo un primo que vive en Beauvallet. -¿Beauvallet? -repitió Justin, mirándola con desprecio-. ¡Eso queda a veinticinco kilómetros de aquí! ¿Es que nunca has oído hablar de los caimanes? ¿Y de los piratas del río? ¿No sabías lo que te podía ocurrir dentro del pantano? ¿Quién te has creído que eres?
Justin -lo interrumpió Vallerand-. Basta. Su hijo se calló al instante.
-Recorrer semejante distancia yendo sola es una empresa muy ambiciosa -comentó Vallerand-. Pero tal vez no planeaba ir sola. ¿Iba a encontrarse con alguien durante el camino? ¿Un amante, quizá?
-Sí -mintió ____________. De pronto se sintió tan cansada, sedienta y confusa que vio danzar chispazos plateados ante sus ojos. Tenía que alejarse de aquel hombre-. Eso es exactamente lo que he planeado, y está usted interfiriendo en mi plan. No permaneceré aquí ni un solo instante más. –Dio media vuelta y fue ciegamente hacia la puerta, consumida por el deseo de escapar.
Vallerand la detuvo al instante, deslizando un largo brazo alrededor de su pecho mientras el otro rodeaba su nuca. ____________ apretó los dientes y dejó escapar un seco sollozo, sabedora de que había sido derrotada.
-Maldito sea -susurró-. ¿Por qué no se limita a dejarme marchar?
La voz de él, suave y profunda, le hizo cosquillas en la oreja.
-Tranquila, no voy a hacerle ningún daño. Estese quieta. Miró a los gemelos, quienes a su vez los contemplaban con fascinación.
-Marchaos, los dos.
-Pero ¿por qué? -protestó Justin con vehemencia-. Nosotros la encontramos, y además...
-Ahora. Y decidle a vuestra grandmére que deseo que se reúna con nosotros en la biblioteca.
-¡Él tiene mis pertenencias! -dijo ____________, lanzando una mirada acusadora a Justin-. ¡Quiero que me sean devueltas!
-Justin -dijo Vallerand en voz baja.
Con una sonrisa, el muchacho se sacó del bolsillo el pañuelo anudado con las monedas y lo arrojó a una silla cercana. Luego salió por la puerta antes de que su padre pudiera hacerlo objeto de ninguna reprimenda.
A solas con Vallerand, ____________ se retorció impotentemente en su presa. Él la contuvo sin ninguna dificultad.
-Te he dicho que te estuvieras quieta.
____________ se quedó rígida cuando sintió que él le subía la camisa de un tirón, dejando al descubierto la maltrecha carne de su espalda.
-¿Qué está haciendo? ¡Basta ya! No consentiré que se me trate de esta manera, arrogante...
-Cálmate. -Le embutió el extremo de la camisa en la parte de atrás del cuello-. No tienes nada que temer. No siento ningún interés por tus... -Hizo una pausa y añadió sardónicamente-: encantos femeninos. Además, normalmente prefiero que mis víctimas estén un poco más limpias que tú antes de abusar de ellas.
____________ dejó escapar un jadeo ahogado y clavó las uñas en la dureza del antebrazo de él cuando sintió el contacto de su mano en la espalda. El fino vello de su nuca se erizó en respuesta al roce de los dedos masculinos. Vallerand localizó diestramente el nudo que ataba el paño empleado para ceñirle los senos bajo el brazo derecho de ____________.
Comprendiendo que ninguna resistencia impediría que él hiciese lo que deseaba, ____________ se ahorró el esfuerzo de plantarle cara.
-No es usted un caballero -masculló, torciendo el gesto mientras él aflojaba el vendaje.
El comentario no pareció afectarlo en lo más mínimo. -Cierto -dijo, y apartó la áspera tela que había mantenido aplastados sus pechos debajo de la camisa.
A pesar de su desazón al ver cómo un desconocido la dejaba medio desnuda, ____________ no pudo contener un suspiro de alivio cuando el escozor de la apretada tela fue apartado de su magullada espalda. Sentir el contacto del aire fresco en su piel húmeda la hizo estremecer.
-Tal como pensaba-le oyó murmurar a Vallerand. ____________ sabía muy bien qué era lo que estaba viendo: los moretones que le había dejado la paliza administrada por Gaspard hacía ya una semana, las hinchazones de las picaduras de insectos, el amasijo de señales causadas por los rasguños y los arañazos. Nunca se había sentido tan humillada, pero de algún modo y a medida que el silencio se prolongaba, dejó de importarle lo que pensara él. Estaba demasiado exhausta para poder mantenerse en pie por sí sola. Su mentón bajó hasta que su mejilla quedó apoyada en el hombro de Vallerand. No pudo evitar notar su fragancia, el aroma a limpia piel masculina que se mezclaba con los tenues vestigios de los caballos y el tabaco. Aquel olor tan masculino resultaba inesperadamente atractivo. La nariz y la garganta de ____________ se abrieron para aspirar más a fondo, mientras que toda ella comenzaba a relajarse contra el sólido peso del cuerpo de él.
Un extraño estremecimiento la recorrió de arriba abajo cuando las puntas de los dedos del hombre descendieron por su espalda, a lo largo de su columna vertebral. No esperaba que un hombre tan enorme fuese capaz de tocar con tanta delicadeza. De pronto se le hizo difícil pensar, y toda la escena quedó cubierta por una espesa niebla que prometía el olvido. ____________ luchó por permanecer consciente, pero debió de perder el sentido durante unos segundos, porque luego no guardaría ningún recuerdo de cómo él había vuelto a bajar la camisa sobre su espalda, y sin embargo de pronto estaba cubierta y Vallerand le había dado la vuelta dejándola de cara a él.
-¿Quién fue? -le preguntó. ____________ sacudió la cabeza y habló a través de unos labios resecos y agrietados.
-Da igual.
-Mademoiselle, no está en condiciones de desafiarme. No me haga perder el tiempo, y no pierda el suyo. Limítese a decirme lo que quiero saber, y luego podrá descansar.
Descansar. La palabra hizo que ____________ sintiera cómo todo su ser se estremecía de anhelo. Estaba claro que él no la dejaría marchar, y ofrecerle resistencia no tenía ningún sentido. Después, se prometió a sí misma. Luego pensaría en cuál iba a ser su próximo paso v haría un nuevo plan. Mientras tanto, tenía que recuperar las fuerzas.
-Fue mi padrastro -dijo. -¿Su nombre?
Echando la cabeza hacia atrás, ____________ miró dentro de los oscuros ojos de él.
-Primero prométame que no le avisará de que estoy aquí. Una breve carcajada se ahogó en la garganta de Vallerand. -No voy a hacer tratos contigo, petite.
-Entonces va puede irse ir al infierno.
Los dientes de Vallerand destellaron en una breve sonrisa. Estaba claro que se sentía más divertido que irritado por su desafío.
-De acuerdo, prometo que no lo avisaré. Ahora dime cómo se llama.
-Monsieur Gaspard Medart. –
-¿Por qué te pegó?-Hemos venido de Natchez para mi boda. Yo desprecio a mi prometido, y me he negado a cumplir el compromiso matrimonial que acordó mi padrastro.
Las cejas de Vallerand se elevaron ligeramente. Hasta que una joven criolla se hubiera casado, se consideraba que su padre -o su padrastro- era su dueño y señor absoluto, en la misma medida en que luego lo sería su esposo. Desafiar los deseos de un progenitor, especialmente en lo tocante al matrimonio, era impensable.
-La mayoría de las personas no le censurarían a un hombre que disciplinara a una hija rebelde en semejantes circunstancias-dijo él.
-¿Y usted qué haría? -preguntó ____________ con voz apagada, conociendo ya la respuesta.
-Yo nunca le pegaría a una mujer-dijo él sin la menor vacilación, dejándola muy sorprendida--. Sin importar cuál fuese la provocación.
-Eso... -La voz pareció quedársele pegada a la garganta-. Eso es una gran suerte para su esposa, monsieur. Vallerand extendió la mano hacia ella v devolvió a su lugar con dedos muy delicados un mechón de cabellos que se le había movido del sitio.
-Soy viudo, petite.
-Oh. -____________ parpadeó con sorpresa, preguntándose por qué la información hacía que sintiera una extraña punzada en el centro de su cuerpo.
-¿Dónde se aloja tu padrastro?
-En la casa de monsieur Sagesse -dijo ____________, y reparó en el súbito destello que apareció en los ojos de él. Vallerand guardó silencio durante unos instantes, antes de volver a hablar con una voz suave, casi aterciopelada. -¿Tu prometido es Étienne Sagesse?
-Sí.
-¿Y tú te llamas...? -insinuó él.
-____________ Kersaint-susurró ella, derrotada-. Supongo que conocerá a los Sagesse, monsieur.
-Oh, sí.
-¿Sois amigos?
-No. Entre nosotros existe una cierta animosidad. ____________ consideró la información. Si a Vallerand no le gustaban los Sagesse, sería un poco más fácil procurarse su ayuda. -¿Nick? Qu'est-ce qu'il y a?
Una mujer de edad avanzada y cabello plateado que llevaba un magnífico vestido de muselina color lavanda adornado con encajes entró en la biblioteca. Frunció el ceño con consternación cuando vio lo sucia que estaba ____________.
-Ésta es mademoiselle____________Kersaint, maman. Una visitante de Natchez. Al parecer se ha visto separada de su familia. Los chicos la encontraron fuera v me la han traído. Haz que preparen una habitación, ya que pasará esta noche con nosotros. -Dirigió una mirada inescrutable a ____________-. Mi madre, Irénée Vallerand -murmuró-. Ve con ella, petite.
Pese a su obvia curiosidad, Irénée se abstuvo de hacer ningún comentario y extendió una mano hacia ____________ en un gesto de bienvenida. Las gentes de Nueva Orleans eran hospitalarias por naturaleza, v ella no era ninguna excepción. -Pauvre petite. -Chasqueó la lengua en señal de simpatía-. Ven conmigo. Haré que te preparen un baño, y luego tienes que comer y dormir.
-Madame... -comenzó a decir __________-- con voz trémula-. Tengo que...
-Ya hablaremos más tarde -dijo Irénée, y avanzó hacia ella para cogerla de la mano-. Allons, niña.
-Merci, madame -murmuró ____________ dando su conformidad N, fue de buena gana con ella, sintiéndose más que deseosa de escapar a la presencia de Nicholas Vallerand. Tenía intención de recuperar las fuerzas lo más deprisa posible y dejar la plantación a la primera oportunidad que se le presentara.
Dos horas después, una Irenée muy agitada se acercó a su hijo. Nick estaba de pie ante la ventana de la biblioteca con una copa en la mano.
-¿Cómo se encuentra? -le preguntó sin volverse.
-Se ha bañado, ha comido un poco y ahora está descansando. Noeline le puso un ungüento en los rasguños y las picaduras de insecto. -Irénée se reunió con él junto a la ventana y contempló el pantano sumido en el silencio-. Recuerdo que hace muchos años conocí a la madre de ____________, Jeanne. Jeanne es una Magnier, y los Magnier eran una familia que antaño vivió en Nueva Orleans pero lamentablemente no produjo hijos que hiciesen perdurar el apellido. Me acuerdo de que Jeanne era una mujer de una hermosura excepcional, y es una lástima que su hija no haya heredado su belleza.
Nick sonrió distraídamente, acordándose del rostro pecoso de la chica, sus desafiantes ojos azules y su trenza roja medio deshecha. Estaba claro que ____________ Kersaint no era una belleza convencional. Sin embargo, había algo en ella que hacía que la deseara. No superficialmente o como un mero capricho del momento, sino con un anhelo que impregnaba todo su ser. ____________ prometía algo muy poco habitual: una intensidad de sensación, una plenitud que finalmente satisficiese aquel deseo que llevaba tanto tiempo atormentándolo.
Ya se había dado cuenta de que bajo el deseo también había una insistente curiosidad. Quería llegar a conocerla, poner al descubierto las facetas de una joven más resuelta, franca y llena de desesperación que nadie a quien hubiera conocido jamás. ____________ iba a ser suya. Bien sabía Dios que Étienne Sagesse nunca estaría a su altura.
-¿Sabes con quién va a desposarse, maman?-preguntó. Las finas cejas oscuras de Irénée se unieron cuando frunció el entrecejo.
-Sí, me ha hablado del acuerdo matrimonial con Étienne Sagesse.
-Sí, el hombre que hizo caer la deshonra sobre mi esposa, y sobre mi apellido. Me parece que lo más apropiado es que ahora yo se lo haga pagar a Sagesse tomando a su prometida.
Su madre lo miró como si se hubiera convertido en un des-conocido.
-¿Qué quieres decir con eso de que «tomarás» a su prometida?
-Y entonces -murmuró él con voz pensativa-, un duelo será inevitable.
-¡No, no lo permitiré!
Él le dirigió una mirada burlona. -¿Cómo planeas detenerme?
-¿Serías capaz de causar la ruina de una joven inocente sólo para acabar con Étienne Sagesse? ____________ Kersaint no ha hecho nada para perjudicarte. ¿Quieres que tu conciencia cargue con ella durante el resto de tu vida?
-Yo no tengo conciencia -le recordó él con aspereza. Irénée inspiró hondo.
-Nick, no debes hacerlo.
-¿Preferirías verla casada con un hombre corno Sagesse? -¡Sí, en el caso de que la única alternativa sea ver cómo causas su ruina y haces que termine en las calles!
Cuando vio el horror que había en los ojos de su madre y supo que ella lo creía capaz de lo peor, Nick se sintió dominado por un súbito impulso de demostrarle que estaba en lo cierto.
-No terminará en las calles --dijo fríamente-. Yo correré con su sustento después, naturalmente. Un precio muy pequeño, considerando la oportunidad que me habrá proporcionado.
-Puedes estar seguro de que su padrastro te retará a duelo.
-No sería el primer duelo que he librado.
-Alors, tienes intención de violar la inocencia de ____________, establecerla en una residencia donde será objeto del desdén de toda la sociedad decente, y batirte en duelo con un padre ya entrado en años que intenta vengar el honor de su hija después de haberla visto sumida en la ruina... -Padrastro. Que no vacila en levantarle la mano, podría añadir.
-¡Eso no justifica tu conducta! ¿Cómo puedo haber criado a un hombre tan perverso como tú?
La parte decente de Nick-lo poco que quedaba de ella se removió incómodamente ante las palabras de su madre. Sin embargo, la perspectiva de poder vengarse por fin del hombre que le había arruinado la vida lo atraía demasiado. Dejar de aprovechar la oportunidad que se le ofrecía le era tan imposible como hacer que su corazón cesara de latir.
-Te lo advierto, maman: no interfieras. Hace años que espero esta oportunidad. Y no malgastes tu simpatía con la chica. Te garantizo que la compensaré adecuadamente en cuanto todo haya terminado.
Sus facciones lucían el sello de la arrogancia innata de todos los Vallerand. Los mechones de sus abundantes cabelleras negras les caían sobre la frente en una serie de rebeldes oleadas, y largas pestañas negras enmarcaban sus ojos azules. Quienes no los conocían nunca eran capaces de distinguirlos, pero por dentro eran todo lo distintos que pueden serlo dos muchachos. Philippe era amable y compasivo, alguien que seguía las reglas incluso cuando no entendiera sus razones. Justin, en cambio, era implacable, detestaba la autoridad y se enorgullecía de ello.
-¿Qué vamos a hacer? -preguntó Philippe-. ¿Cogemos la canoa y buscamos piratas río abajo?
Justin rió desdeñosamente.
-Tú puedes hacer lo que quieras. Yo pienso visitar a Madeleine.
Madeleine Scipion era una guapa morena, hija de un comerciante de la ciudad. Últimamente había mostrado algo más que un interés pasajero en Justin, aunque sabía que Phillipe estaba prendado de ella. La joven parecía pasarlo en grande enfrentando a un hermano con otro.
El rostro sensible de Phílippe reveló la envidia que éste sentía.
-¿Estás enamorado de ella? Justin sonrió y escupió.
-¿Amor? ¿A quién le importa eso? ¿Te he contado lo que dejó que le hiciera la última vez que la vi?
-¿Qué? -quiso saber Phílippe, cada vez más celoso. Sus miradas se encontraron. De pronto Justin le dio un cachete en la sien y se echó a reír, para luego echar a correr entre los árboles perseguido por Philippe.
-¡Vas a decírmelo! -Phílippe cogió un puñado de barro y lo arrojó contra la espalda de Justin-. Te obligaré a... Ambos se detuvieron en seco cuando vieron un movimiento cerca de la canoa. Un chiquillo vestido con ropas harapientas y un sombrero de ala caída tiraba de la embarcación. La cuerda con la que ésta había estado amarrada cayó de sus manos cuando se dio cuenta de que acababan de descubrirlo. Cogió rápidamente un hatillo de tela y huyó. -¡Intentaba robarla! -dijo Justin.
Los gemelos olvidaron su reciente disputa y corrieron lanzando alaridos guerreros en pos del ladrón que escapaba. -¡Córtale el paso! -ordenó Justin. Philippe fue hacia la izquierda, desapareciendo detrás de un macizo de cipreses que dejaban caer sus barbas de musgo sobre las fangosas aguas marrones. En cuestión de minutos consiguió rebasar al chico y se plantó ante él justo más allá del bosquecillo de cipreses. Al ver los violentos temblores del muchacho, Philippe sonrió triunfalmente y se pasó un antebrazo por la frente cubierta de sudor.
-Lamentarás haber tocado nuestra canoa-jadeó, yendo hacia su presa.
Respirando pesadamente, el ladrón echó a correr en dirección contraria y chocó con Justin, quien lo agarró de un brazo y lo levantó del suelo. El chico dejó caer su hatillo y soltó un alarido que hizo reír a los gemelos.
-¡Phílippe! -chilló Justin, esquivando los débiles puñetazos del chico-. ¡Mira lo que he atrapado! ¡Un pequeño lutin que no siente ningún respeto por la propiedad ajena! ¿Qué deberíamos hacer con él?
Philippe contempló al infortunado ladrón con la mirada llena de censura de un juez.
-¡Tú! -ladró mientras se contoneaba ante el chico que se retorcía-.¿Cómo te llamas?
-¡Soltadme! ¡No he hecho nada!
-Sólo porque te hemos interrumpido antes de que lo hicieras -dijo Justin.
Philippe silbó al ver los verdugones rojizos y los arañazos llenos de sangre que cubrían el cuello y los delgados brazos del chico.
-Les has ofrecido un buen banquete a los mosquitos, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo llevas en el pantano?
El chico, que no paraba de debatirse, consiguió darle una patada en la rodilla a Justin.
-¡Ah, eso duele! Justin se apartó la negra cabellera de la frente y fulminó al chico con la mirada-. ¡Ahora sí que se me ha acabado la paciencia!
-¡Suéltame, perro!
Muy irritado, Justin alzó la mano para darle un capón a su cautivo.
-Yo te enseñaré modales, muchacho.
Justin, espera -lo interrumpió Philippe. Era imposible no sentir simpatía por aquel niño irremisiblemente atrapado en la presa de su hermano-. Es demasiado pequeño. No abuses de tu fuerza.
-Qué blando que eres. Justin se burlaba, pero su brazo bajó-. ¿Cómo sugieres que le hagamos hablar? ¿Lo tiramos al pantano?
-Quizá deberíamos... -comenzó a decir Philippe, pero su hermano ya iba hacia el agua, arrastrando consigo al niño que gritaba.
-¿Ya sabes que ahí dentro hay serpientes?-dijo Justin, alzando en vilo al chico y preparándose para tirarlo al agua-. Y son venenosas.
-¡No! ¡Por favor!
-Y caimanes, también, que sólo esperan la ocasión de zamparse a un chiquillo como... -Su voz se disipó en el silencio cuando el sombrero del chico cayó al pantano y se alejó flotando sobre las aguas. Una larga trenza roja cayó sobre el hombro del muchacho, cuyas delicadas facciones ya no se hallaban ocultas por el sombrero.
Su ladrón era una chica, de la edad de ellos o quizás un poco mayor. Pasando los brazos alrededor del cuello de Justin, se agarró a él como si estuviera sosteniéndola sobre un pozo de llamas.
-No me tires al agua. Je vous en prie. No sé nadar. Justin la apartó un poco y bajó la mirada hacia aquel rostro, pequeño y sucio, que estaba tan próximo al suyo. Parecía una chica corriente, guapa pero no excepcional, aunque eso costaba saberlo con todo el barro y las picaduras de mosquito que cubrían su cara.
-Bueno -dijo Justin lentamente-, parece ser que estábamos equivocados, Philippe. -Sacudió a la chica, que no paraba de protestar, para hacerla callar-. Silencio. No voy a tirarte al agua. Creo que puedo encontrar un uso mejor para ti. Justin, dámela-dijo Philippe.
Justin sonrió con expresión sombría y le volvió la espalda a su hermano.
-Ve a divertirte en algún otro sitio. La chica me pertenece. -¡Es tan mía como tuya!
-Yo soy el que la ha capturado -dijo Justin como si tal cosa.
-¡Con mi ayuda! -gritó Philippe, muy indignado-. ¡Además, tú tienes a Madeleine!
-Quédate con Madeleine. Quiero a ésta. Philippe frunció el ceño.
-¡Deja que sea ella la que escoja!
Se miraron con expresión retadora y de pronto Justin se echó a reír.
-Que así sea-dijo; su ferocidad se había convertido en un lánguido buen humor. Meció a la muchacha en sus brazos-. Bueno, ¿a cuál de nosotros quieres?
____________ sacudió la cabeza, demasiado débil y agotada para entender lo que se le estaba preguntando. Llevaba dos días terribles yendo a través del pantano, mojada, cubierta de suciedad y segura de que un caimán o una serpiente venenosa la matarían en cualquier momento. El calor Y la humedad sofocantes ya eran bastante espantosos, pero la proliferación de insectos casi la había hecho enloquecer. No pararon de morderla y picarla a través de la ropa hasta que cada centímetro de su piel ardió con un escozor abrasador. ____________ incluso había empezado a pensar que no sobreviviría al viaje infernal que había emprendido, y no le había importado. Cualquier cosa, incluso una muerte horrible en un pantano de Luisiana, sería preferible a una vida entera con Étienne Sagesse.
-Vamos, no tenemos todo el día -dijo con impaciencia el muchacho llamado Justin. ____________ se debatió, pero los flacos brazos de él eran sorprendentemente fuertes. Apretó la presa con que la sujetaba hasta que ella volvió a quedarse quieta con un gemido de dolor.
--Mon Dieu, no había necesidad de hacerle daño-dijo Philippe.
-No le he hecho daño -replicó Justin, indignado-. Sólo la he apretujado un poco. -Dirigió una mirada de advertencia a ____________-. Y volveré a hacerlo si no se decide de una vez.
La mirada de ____________ fue del imperioso y moreno rostro del muchacho que la sostenía en sus brazos hasta las facciones, más clara, del que permanecía de pie junto a él. Comprendió que eran gemelos idénticos. El que se llamaba Philippe parecía un poco más bondadoso, y había un vestigio de compasión en sus ojos azules que ____________ no percibía en el otro. Tal vez pudiera convencerlo de que la dejase marchar. -Tú -dijo desesperadamente, mirando a Philippe.
-¿$l? -se burló Justin mientras dejaba que los pies de ____________ tocaran el suelo. Con un bufido despectivo, la empujó hacia su hermano-. Ahí la tienes, Philippe, haz lo que te apetezca con ella. De todos modos no la quiero.
Luego cogió el hatillo y lo examinó, descubriendo un puñado de monedas atadas dentro de un pañuelo, un vestido enrollado y un peine de ámbar.
Incapaz de detener la inercia del empujón, ____________ chocó con el otro muchacho. Las manos de él subieron hacia sus delgados hombros y la mantuvieron en pie.
-¿Cómo te llamas? -preguntó.
Su voz era inesperadamente amable. ____________ se mordió el labio inferior y sacudió la cabeza, al tiempo que los ojos se le llenaban de lágrimas. Se despreció a sí misma por aquel momento de debilidad, pero estaba agotada y medio muerta de hambre, y apenas podía pensar.
-¿Por qué querías llevarte la canoa? -preguntó Philippe.
-Lo siento. No debería haberlo hecho. Deja que me vaya... no volveré a molestaros.
Philippe la miró detalladamente de pies a cabeza. ____________ soportó el examen con resignación. Nadie había dicho nunca de ella que fuese una gran belleza, ni siquiera en sus mejo res momentos. Ahora, después de su viaje a través del pantano, estaba cubierta de barro y olía muy mal.
Mientras la miraba, el muchacho pareció llegar a una decisión.
-Ven conmigo-dijo, cogiéndola de las muñecas-. Si estás metida en problemas, quizá podamos ayudarte. ____________ enseguida se alarmó. Sospechaba que el muchacho tenía intención de llevarla ante sus padres. En tal caso, la conducirían de vuelta a la propiedad de Sagesse en cuestión de horas.
-No, por favor -suplicó, tirando de su brazo aprisionado.
-No te queda otra elección.
____________ Lo empujó lo más fuerte que pudo al tiempo que trataba de clavarle los codos v las rodillas. El la derrotó con humillante facilidad.
-No voy a hacerte daño -dijo Philippe, echándosela al hombro y pasándole el brazo por detrás de las rodillas. ____________ soltó un alarido en el que la rabia se mezclaba con la desesperación mientras se debatía impotente sobre su espalda.
Justin contempló a su hermano con un sardónico fruncimiento de ceño.
-¿Adónde piensas llevarla? -Con nuestro padre.
-¿Con nuestro padre? ¿Y para qué vas a hacer eso? Lo único que hará será obligarte a soltarla.
-Es lo correcto -dijo Philippe con tranquilidad. -Idiota -masculló Justin, pero lo siguió de mala gana mientras su hermano sacaba a su nueva adquisición de la orilla del pantano.
____________ dejó de resistirse hacia la mitad de la pendiente, tras decidir que sería más prudente conservar las escasas fuerzas que le quedaban para afrontar el destino que le estuviera reservado. No podría escapar de las garras de aquel par de fanfarrones. Cerró los ojos, sintiendo que empezaba a marearse.
-No me lleves con la cabeza apuntando hacia el suelo -dijo con voz pastosa-. Si lo haces, vomitaré.
Justin habló desde detrás de ellos.
-Se está poniendo un poco verdosa, Philippe.
-¿De veras? -Philippe se detuvo y dejó que los pies de ____________ descendieran hacia el suelo-. ¿Prefieres caminar? -Sí -dijo ____________, tambaleándose levemente. Los hermanos la cogieron cada uno de un brazo y la guiaron. Aturdida, ____________ miró a uno y otro lado, y fue entonces cuando comprendió que los muchachos tenían que pertenecer a una familia muy rica. Al igual que otros hogares de plantadores en el exclusivo distrito del pantano, la casa daba al bayou St. John, un dedo de agua que iba desde el lago Pontchartrain hasta el río Mississippi. El sol del atardecer relucía lánguidamente sobre el blanco y el gris pálido del exterior de la casa principal. Grandes verandas enmarcadas por gruesas columnas blancas circundaban los tres pisos. Numerosas arboledas de cipreses, robles y magnolios habían sido plantadas alrededor de la capilla, el ahumadero y lo que parecían ser los alojamientos de los esclavos.
____________ sintió que el estómago se le revolvía de una manera muy desagradable cuando los muchachos la llevaron por un tramo de escalones que subían hacia la puerta principal de la casa. Pasaron por un oscuro v fresco vestíbulo a lo largo del que se alineaban hileras de oscuros bancos de caoba.
-¿Padre? --llamó Philippe, y una mujer de piel oscura y expresión sobresaltada le señaló una habitación que quedaba justo más allá de los recibidores gemelos que bordeaban el pasillo. Los muchachos llevaron su carga a la biblioteca, donde su padre estaba sentado detrás de un enorme escritorio de caoba. La estancia se hallaba espléndidamente amueblada, las sillas tapizadas con una delicada seda arriarilla que hacía juego con el motivo en amarillo y lapislázuli que adornaba las paredes. Pesados cortinajes de muaré de lana escarlata, recogidos, enmarcaban las ventanas.
La atención de ____________ fue de la habitación al hombre del escritorio. Éste mantuvo la mirada apartada de ellos mientras trabajaba. No llevaba chaleco, y la camisa blanca se pegaba húmeda a los contornos de su musculosa espalda.
-¿Qué ocurre? -dijo una voz muy grave que hizo que un escalofrío descendiera por la espalda de ____________. -Padre -dijo Philippe-, sorprendimos a alguien junto al agua cuando intentaba robar nuestra canoa.
El hombre sentado al escritorio juntó los papeles en una pulcra pila.
-¿Oh? Bueno, espero que le enseñarais las consecuencias de poner las manos en una propiedad de los Vallerand. -De hecho... -comenzó a decir Philippe, y tosió nerviosamente-. De hecho, padre...
-Es una chica -soltó Justin.
Evidentemente aquello atrajo por fin la atención de Vallerand, que, volviéndose en su asiento, miró a ____________ con fría curiosidad.
Si el diablo decidiera alguna vez asumir una apariencia humana, ____________ estuvo segura de que sería exactamente así: amenazadora, atractiva, con una nariz imperiosa, una boca áspera y hosca y malvados ojos oscuros. Vallerand era una criatura de virilidad desbordante, con el intenso bronceado y la prestancia de alguien que pasaba una gran parte de su tiempo al aire libre. Aunque ____________ era más bien alta, la presencia dominadora de Vallerand la hacía sentirse casi diminuta. El hombre se puso en pie, se apoyó en el escritorio y la escrutó perezosamente, al parecer muy poco entusiasmado por la visión en su biblioteca de una muchacha cubierta de barro. -¿Quién eres? -preguntó.
____________ sostuvo sin pestañear su mirada escrutadora mientras consideraba distintas maneras de vérselas con él. Vallerand no parecía ser la clase de hombre que se dejaría conmover por las súplicas lacrimosas. Tampoco se sentiría impresionado por las amenazas o el desafío. Había una posibilidad de que conociese a la familia Sagesse, quizás incluso de que mantuviera una estrecha amistad con ellos. La única esperanza de ____________ era convencerlo de que no merecía que se molestara en ocuparse de ella.
Antes de que ____________ atinara a responder a la pregunta, Justin exclamó:
-¡No quiere decírnoslo, padre!
Vallerand se apartó del escritorio y se acercó a ____________, quien no fue consciente de que estaba retrocediendo ante él hasta que chocó con la sólida forma de Philippe detrás de ella. Vallerand extendió la mano hacia ____________, deslizó sus largos dedos bajo su barbilla y le levantó la cara. Luego se la volvió hacia un lado y hacia el otro, examinando desapasionadamente los daños causados por su viaje a lo largo del bayou. ____________ tragó saliva bajo la presión de sus dedos encallecidos. El imponente pecho de Vallerand quedaba a la altura de su cara, la negra sombra del vello visible bajo el delgado tejido de su camisa.
Ahora que lo tenía tan cerca, ____________ vio que los ojos de Vallerand eran de un castaño muy oscuro. Siempre había pensado en el castaño como un color muy dulce, pero aquellos ojos proporcionaban una prueba innegable de lo contrarío.
-¿Por qué querías llevarte la canoa?
-Lo siento mucho -dijo ____________ con voz enronquecida-. Nunca había robado nada antes. Pero yo tenía más necesidad de ella que ustedes.
-¿Cómo te llamas? -Vallerand la obligó a levantar la barbilla con los dedos un centímetro más-. ¿Cuál es tu familia?
-Es muy amable al interesarse de esa manera por mí, monsieur -dijo ____________ en una rápida finta, perfectamente consciente de que la amabilidad era lo último que motivaba a Vallerand-. Sin embargo, no tengo ninguna necesidad de su ayuda y no deseo causarle molestias. Si me deja marchar, seguiré mi camino y...
-¿Te has perdido?
-No -se limitó a responder ella. -Entonces estás huyendo de alguien. El titubeo de ____________ se prolongó demasiado. -No, monsieur...
-¿De quién?
____________ apartó de su barbilla los dedos de Vallerand, al tiempo que una irremediable sensación de derrota empezaba a adueñarse de ella.
-No tiene ninguna necesidad de saberlo-dijo secamente-. Déjeme marchar.
Él sonrió como si se sintiera complacido por aquel destello de temple.
-¿Es usted de Nueva Orleans, mademoiselle? -No.
-Ya me parecía a mí que no. ¿Ha oído hablar de la familia Vallerand?
De hecho, ____________ había oído hablar de ella. Mientras contemplaba el esbelto y moreno rostro del desconocido, intentó recordar lo que se decía acerca de los Vallerand. El apellido había sido mencionado en la mesa durante la cena, cuando Gaspard y sus amigos se pusieron a hablar de política y negocios. Varios plantadores de Luisiana habían llegado a figurar entre los hombres más ricos de la nación, y Vallerand era uno de ellos. Si recordaba correctamente, la familia poseía enormes extensiones de tierra, las cuales incluían el bosque más allá del lago Pontchartrain. Los amigos de Gaspard habían dicho con un cierto resentimiento que Nicholas Vallerand, el cabeza de la familia, era amigo y asesor del nuevo gobernador del Territorio de Orleans.
-He oído hablar de usted -admitió ____________-. Es un hombre importante en Nueva Orleans, n'est-cepas? Sin duda tiene muchas otras cosas de las que preocuparse. Le pido disculpas por mi pequeña transgresión, pero obviamente no he causado ningún daño. Y ahora, si no le importa, me gustaría irme.
____________ contuvo la respiración y empezó a volverse, sólo para que la enorme mano de él se cerrara suavemente alrededor de su brazo.
--Pero es que sí que me importa -le dijo con dulzura. Aunque el contacto no tenía nada de violento, dio la casualidad de que los dedos de Vallerand se posaron sobre uno de los moretones más dolorosos infligidos por Gaspard. ____________ tragó aire con una brusca inhalación y sintió que se ponía blanca, mientras sentía cómo todo su brazo palpitaba con una súbita agonía.
La mano de Vallerand cayó inmediatamente, y la miró con fijeza. ____________ se apresuró a erguirse, e hizo todo lo que pudo para ocultar el dolor que le había causado. Cuando Vallerand habló, su voz fue todavía más suave que antes. -¿Adónde planeaba ir en la canoa? -Tengo un primo que vive en Beauvallet. -¿Beauvallet? -repitió Justin, mirándola con desprecio-. ¡Eso queda a veinticinco kilómetros de aquí! ¿Es que nunca has oído hablar de los caimanes? ¿Y de los piratas del río? ¿No sabías lo que te podía ocurrir dentro del pantano? ¿Quién te has creído que eres?
Justin -lo interrumpió Vallerand-. Basta. Su hijo se calló al instante.
-Recorrer semejante distancia yendo sola es una empresa muy ambiciosa -comentó Vallerand-. Pero tal vez no planeaba ir sola. ¿Iba a encontrarse con alguien durante el camino? ¿Un amante, quizá?
-Sí -mintió ____________. De pronto se sintió tan cansada, sedienta y confusa que vio danzar chispazos plateados ante sus ojos. Tenía que alejarse de aquel hombre-. Eso es exactamente lo que he planeado, y está usted interfiriendo en mi plan. No permaneceré aquí ni un solo instante más. –Dio media vuelta y fue ciegamente hacia la puerta, consumida por el deseo de escapar.
Vallerand la detuvo al instante, deslizando un largo brazo alrededor de su pecho mientras el otro rodeaba su nuca. ____________ apretó los dientes y dejó escapar un seco sollozo, sabedora de que había sido derrotada.
-Maldito sea -susurró-. ¿Por qué no se limita a dejarme marchar?
La voz de él, suave y profunda, le hizo cosquillas en la oreja.
-Tranquila, no voy a hacerle ningún daño. Estese quieta. Miró a los gemelos, quienes a su vez los contemplaban con fascinación.
-Marchaos, los dos.
-Pero ¿por qué? -protestó Justin con vehemencia-. Nosotros la encontramos, y además...
-Ahora. Y decidle a vuestra grandmére que deseo que se reúna con nosotros en la biblioteca.
-¡Él tiene mis pertenencias! -dijo ____________, lanzando una mirada acusadora a Justin-. ¡Quiero que me sean devueltas!
-Justin -dijo Vallerand en voz baja.
Con una sonrisa, el muchacho se sacó del bolsillo el pañuelo anudado con las monedas y lo arrojó a una silla cercana. Luego salió por la puerta antes de que su padre pudiera hacerlo objeto de ninguna reprimenda.
A solas con Vallerand, ____________ se retorció impotentemente en su presa. Él la contuvo sin ninguna dificultad.
-Te he dicho que te estuvieras quieta.
____________ se quedó rígida cuando sintió que él le subía la camisa de un tirón, dejando al descubierto la maltrecha carne de su espalda.
-¿Qué está haciendo? ¡Basta ya! No consentiré que se me trate de esta manera, arrogante...
-Cálmate. -Le embutió el extremo de la camisa en la parte de atrás del cuello-. No tienes nada que temer. No siento ningún interés por tus... -Hizo una pausa y añadió sardónicamente-: encantos femeninos. Además, normalmente prefiero que mis víctimas estén un poco más limpias que tú antes de abusar de ellas.
____________ dejó escapar un jadeo ahogado y clavó las uñas en la dureza del antebrazo de él cuando sintió el contacto de su mano en la espalda. El fino vello de su nuca se erizó en respuesta al roce de los dedos masculinos. Vallerand localizó diestramente el nudo que ataba el paño empleado para ceñirle los senos bajo el brazo derecho de ____________.
Comprendiendo que ninguna resistencia impediría que él hiciese lo que deseaba, ____________ se ahorró el esfuerzo de plantarle cara.
-No es usted un caballero -masculló, torciendo el gesto mientras él aflojaba el vendaje.
El comentario no pareció afectarlo en lo más mínimo. -Cierto -dijo, y apartó la áspera tela que había mantenido aplastados sus pechos debajo de la camisa.
A pesar de su desazón al ver cómo un desconocido la dejaba medio desnuda, ____________ no pudo contener un suspiro de alivio cuando el escozor de la apretada tela fue apartado de su magullada espalda. Sentir el contacto del aire fresco en su piel húmeda la hizo estremecer.
-Tal como pensaba-le oyó murmurar a Vallerand. ____________ sabía muy bien qué era lo que estaba viendo: los moretones que le había dejado la paliza administrada por Gaspard hacía ya una semana, las hinchazones de las picaduras de insectos, el amasijo de señales causadas por los rasguños y los arañazos. Nunca se había sentido tan humillada, pero de algún modo y a medida que el silencio se prolongaba, dejó de importarle lo que pensara él. Estaba demasiado exhausta para poder mantenerse en pie por sí sola. Su mentón bajó hasta que su mejilla quedó apoyada en el hombro de Vallerand. No pudo evitar notar su fragancia, el aroma a limpia piel masculina que se mezclaba con los tenues vestigios de los caballos y el tabaco. Aquel olor tan masculino resultaba inesperadamente atractivo. La nariz y la garganta de ____________ se abrieron para aspirar más a fondo, mientras que toda ella comenzaba a relajarse contra el sólido peso del cuerpo de él.
Un extraño estremecimiento la recorrió de arriba abajo cuando las puntas de los dedos del hombre descendieron por su espalda, a lo largo de su columna vertebral. No esperaba que un hombre tan enorme fuese capaz de tocar con tanta delicadeza. De pronto se le hizo difícil pensar, y toda la escena quedó cubierta por una espesa niebla que prometía el olvido. ____________ luchó por permanecer consciente, pero debió de perder el sentido durante unos segundos, porque luego no guardaría ningún recuerdo de cómo él había vuelto a bajar la camisa sobre su espalda, y sin embargo de pronto estaba cubierta y Vallerand le había dado la vuelta dejándola de cara a él.
-¿Quién fue? -le preguntó. ____________ sacudió la cabeza y habló a través de unos labios resecos y agrietados.
-Da igual.
-Mademoiselle, no está en condiciones de desafiarme. No me haga perder el tiempo, y no pierda el suyo. Limítese a decirme lo que quiero saber, y luego podrá descansar.
Descansar. La palabra hizo que ____________ sintiera cómo todo su ser se estremecía de anhelo. Estaba claro que él no la dejaría marchar, y ofrecerle resistencia no tenía ningún sentido. Después, se prometió a sí misma. Luego pensaría en cuál iba a ser su próximo paso v haría un nuevo plan. Mientras tanto, tenía que recuperar las fuerzas.
-Fue mi padrastro -dijo. -¿Su nombre?
Echando la cabeza hacia atrás, ____________ miró dentro de los oscuros ojos de él.
-Primero prométame que no le avisará de que estoy aquí. Una breve carcajada se ahogó en la garganta de Vallerand. -No voy a hacer tratos contigo, petite.
-Entonces va puede irse ir al infierno.
Los dientes de Vallerand destellaron en una breve sonrisa. Estaba claro que se sentía más divertido que irritado por su desafío.
-De acuerdo, prometo que no lo avisaré. Ahora dime cómo se llama.
-Monsieur Gaspard Medart. –
-¿Por qué te pegó?-Hemos venido de Natchez para mi boda. Yo desprecio a mi prometido, y me he negado a cumplir el compromiso matrimonial que acordó mi padrastro.
Las cejas de Vallerand se elevaron ligeramente. Hasta que una joven criolla se hubiera casado, se consideraba que su padre -o su padrastro- era su dueño y señor absoluto, en la misma medida en que luego lo sería su esposo. Desafiar los deseos de un progenitor, especialmente en lo tocante al matrimonio, era impensable.
-La mayoría de las personas no le censurarían a un hombre que disciplinara a una hija rebelde en semejantes circunstancias-dijo él.
-¿Y usted qué haría? -preguntó ____________ con voz apagada, conociendo ya la respuesta.
-Yo nunca le pegaría a una mujer-dijo él sin la menor vacilación, dejándola muy sorprendida--. Sin importar cuál fuese la provocación.
-Eso... -La voz pareció quedársele pegada a la garganta-. Eso es una gran suerte para su esposa, monsieur. Vallerand extendió la mano hacia ella v devolvió a su lugar con dedos muy delicados un mechón de cabellos que se le había movido del sitio.
-Soy viudo, petite.
-Oh. -____________ parpadeó con sorpresa, preguntándose por qué la información hacía que sintiera una extraña punzada en el centro de su cuerpo.
-¿Dónde se aloja tu padrastro?
-En la casa de monsieur Sagesse -dijo ____________, y reparó en el súbito destello que apareció en los ojos de él. Vallerand guardó silencio durante unos instantes, antes de volver a hablar con una voz suave, casi aterciopelada. -¿Tu prometido es Étienne Sagesse?
-Sí.
-¿Y tú te llamas...? -insinuó él.
-____________ Kersaint-susurró ella, derrotada-. Supongo que conocerá a los Sagesse, monsieur.
-Oh, sí.
-¿Sois amigos?
-No. Entre nosotros existe una cierta animosidad. ____________ consideró la información. Si a Vallerand no le gustaban los Sagesse, sería un poco más fácil procurarse su ayuda. -¿Nick? Qu'est-ce qu'il y a?
Una mujer de edad avanzada y cabello plateado que llevaba un magnífico vestido de muselina color lavanda adornado con encajes entró en la biblioteca. Frunció el ceño con consternación cuando vio lo sucia que estaba ____________.
-Ésta es mademoiselle____________Kersaint, maman. Una visitante de Natchez. Al parecer se ha visto separada de su familia. Los chicos la encontraron fuera v me la han traído. Haz que preparen una habitación, ya que pasará esta noche con nosotros. -Dirigió una mirada inescrutable a ____________-. Mi madre, Irénée Vallerand -murmuró-. Ve con ella, petite.
Pese a su obvia curiosidad, Irénée se abstuvo de hacer ningún comentario y extendió una mano hacia ____________ en un gesto de bienvenida. Las gentes de Nueva Orleans eran hospitalarias por naturaleza, v ella no era ninguna excepción. -Pauvre petite. -Chasqueó la lengua en señal de simpatía-. Ven conmigo. Haré que te preparen un baño, y luego tienes que comer y dormir.
-Madame... -comenzó a decir __________-- con voz trémula-. Tengo que...
-Ya hablaremos más tarde -dijo Irénée, y avanzó hacia ella para cogerla de la mano-. Allons, niña.
-Merci, madame -murmuró ____________ dando su conformidad N, fue de buena gana con ella, sintiéndose más que deseosa de escapar a la presencia de Nicholas Vallerand. Tenía intención de recuperar las fuerzas lo más deprisa posible y dejar la plantación a la primera oportunidad que se le presentara.
Dos horas después, una Irenée muy agitada se acercó a su hijo. Nick estaba de pie ante la ventana de la biblioteca con una copa en la mano.
-¿Cómo se encuentra? -le preguntó sin volverse.
-Se ha bañado, ha comido un poco y ahora está descansando. Noeline le puso un ungüento en los rasguños y las picaduras de insecto. -Irénée se reunió con él junto a la ventana y contempló el pantano sumido en el silencio-. Recuerdo que hace muchos años conocí a la madre de ____________, Jeanne. Jeanne es una Magnier, y los Magnier eran una familia que antaño vivió en Nueva Orleans pero lamentablemente no produjo hijos que hiciesen perdurar el apellido. Me acuerdo de que Jeanne era una mujer de una hermosura excepcional, y es una lástima que su hija no haya heredado su belleza.
Nick sonrió distraídamente, acordándose del rostro pecoso de la chica, sus desafiantes ojos azules y su trenza roja medio deshecha. Estaba claro que ____________ Kersaint no era una belleza convencional. Sin embargo, había algo en ella que hacía que la deseara. No superficialmente o como un mero capricho del momento, sino con un anhelo que impregnaba todo su ser. ____________ prometía algo muy poco habitual: una intensidad de sensación, una plenitud que finalmente satisficiese aquel deseo que llevaba tanto tiempo atormentándolo.
Ya se había dado cuenta de que bajo el deseo también había una insistente curiosidad. Quería llegar a conocerla, poner al descubierto las facetas de una joven más resuelta, franca y llena de desesperación que nadie a quien hubiera conocido jamás. ____________ iba a ser suya. Bien sabía Dios que Étienne Sagesse nunca estaría a su altura.
-¿Sabes con quién va a desposarse, maman?-preguntó. Las finas cejas oscuras de Irénée se unieron cuando frunció el entrecejo.
-Sí, me ha hablado del acuerdo matrimonial con Étienne Sagesse.
-Sí, el hombre que hizo caer la deshonra sobre mi esposa, y sobre mi apellido. Me parece que lo más apropiado es que ahora yo se lo haga pagar a Sagesse tomando a su prometida.
Su madre lo miró como si se hubiera convertido en un des-conocido.
-¿Qué quieres decir con eso de que «tomarás» a su prometida?
-Y entonces -murmuró él con voz pensativa-, un duelo será inevitable.
-¡No, no lo permitiré!
Él le dirigió una mirada burlona. -¿Cómo planeas detenerme?
-¿Serías capaz de causar la ruina de una joven inocente sólo para acabar con Étienne Sagesse? ____________ Kersaint no ha hecho nada para perjudicarte. ¿Quieres que tu conciencia cargue con ella durante el resto de tu vida?
-Yo no tengo conciencia -le recordó él con aspereza. Irénée inspiró hondo.
-Nick, no debes hacerlo.
-¿Preferirías verla casada con un hombre corno Sagesse? -¡Sí, en el caso de que la única alternativa sea ver cómo causas su ruina y haces que termine en las calles!
Cuando vio el horror que había en los ojos de su madre y supo que ella lo creía capaz de lo peor, Nick se sintió dominado por un súbito impulso de demostrarle que estaba en lo cierto.
-No terminará en las calles --dijo fríamente-. Yo correré con su sustento después, naturalmente. Un precio muy pequeño, considerando la oportunidad que me habrá proporcionado.
-Puedes estar seguro de que su padrastro te retará a duelo.
-No sería el primer duelo que he librado.
-Alors, tienes intención de violar la inocencia de ____________, establecerla en una residencia donde será objeto del desdén de toda la sociedad decente, y batirte en duelo con un padre ya entrado en años que intenta vengar el honor de su hija después de haberla visto sumida en la ruina... -Padrastro. Que no vacila en levantarle la mano, podría añadir.
-¡Eso no justifica tu conducta! ¿Cómo puedo haber criado a un hombre tan perverso como tú?
La parte decente de Nick-lo poco que quedaba de ella se removió incómodamente ante las palabras de su madre. Sin embargo, la perspectiva de poder vengarse por fin del hombre que le había arruinado la vida lo atraía demasiado. Dejar de aprovechar la oportunidad que se le ofrecía le era tan imposible como hacer que su corazón cesara de latir.
-Te lo advierto, maman: no interfieras. Hace años que espero esta oportunidad. Y no malgastes tu simpatía con la chica. Te garantizo que la compensaré adecuadamente en cuanto todo haya terminado.
Danne G.
Re: "Boda Entre Extraños" {Nick & Tú} -Adaptación- EN CONCURSO
Capítulo II
Nueva Orleans
El vestido que ______________ traía consigo había quedado irre-parablemente manchado por su viaje a través del pantano. La mañana siguiente a su llegada, Irénée le proporcionó un vestido azul pálido que le iba muy bien, aunque el cuello alto y sus intrincados pliegues resultaban más apropiados para una matrona que para una joven de su edad. Aun así, ______________ agradeció la bondad y la generosidad de la anciana. Poder llevar ropa limpia y librarse de la suciedad y la pestilencia del bayou suponía un gran alivio.
-Tienes mucho mejor aspecto, ma chére -dijo Irénée bondadosamente.
______________ murmuró unas palabras de agradecimiento, al tiempo que se preguntaba cómo una mujer que tenía tan buen corazón podía haber criado a un hijo como Nickimilien Vallerand. El hombre al que acababa de conocer tenía que haber sido una aberración, porque estaba segura de que el resto de la familia no podía ser como él.
-¿Tiene usted más hijos, madame Vallerand? -preguntó.
-Sí, tengo dos hijos más jóvenes, Alexandre y Bernard, quienes han ido a Francia y no tardarán en regresar. -Irénée se acercó un poco más y añadió, en un tono conspiratorio-: Tengo allí a una prima con cinco hermosas hijas, todas ellas por casar. Los animé a que fueran a hacerles una larga visita, con la esperanza de que Alexandre o Bernard se inte-resarían por una de las chicas y regresarían con una esposa.
-Frunció el entrecejo-. Sin embargo, o las chicas no son tan atractivas como me aseguró su madre, o mis tercos hijos están decididos a no casarse nunca. Dentro de dos meses deberían estar aquí.
Como si le leyera los pensamientos a ______________, Irénée añadió:
-Puedo asegurarte que Alexandre y Bernard no se parecen en nada a su hermano. Pero Nickimilien no siempre ha sido así. Ha sido durante los últimos años cuando se ha vuelto tan amargado. Padeció una gran tragedia en el pasado.
______________ estuvo a punto de soltar un resoplido de incredulidad, pero logró contenerse a tiempo. ¿Padecer? El varón tan seguro de sí mismo y poseedor de una espléndida salud al que había conocido el día anterior no parecía haber pasado por grandes padecimientos. Ahora, después de una buena noche de sueño, se sentía lista para vérselas con él. Vallerand no volvería a aprovecharse de ella. Una cosa era segura: le daba igual lo que tuviera que hacer, porque no consentiría que se la volviera a poner en manos de Gaspard Medart, para luego verse entregada a Étienne Sagesse.
Su madre le había dicho a menudo que el destino de una mujer era padecer y soportar todo aquello que le bon Dieu quisiera enviarle. Y en el pasado tante Delphine había dicho que incluso el peor de los esposos era preferible a no tener un esposo. Bueno, eso estaría muy bien para algunas chicas, pero no para ella.
______________ sintió que el corazón empezaba a latirle más deprisa cuando entraron en el salón, una habitación pequeña y aireada decorada en tonos rosados y marrones y con broca do de flores de color crema. Un magnífico acabado holandés cubría la madera de roble blanco. Ventanales impolutos que iban desde el suelo hasta el techo dejaban entrar el sol velado por las brumas de Luisiana. Los pequeños sofás barrocos v sillones color verde musgo estaban agrupados juntos para invitar a la conversación íntima. Al ver que la habitación se hallaba vacía, ______________ empezó a relajarse.
Entonces oyó la voz de Vallerand en la entrada detrás de ella.
-Mademoiselle, usted y yo tenemos unas cuantas cosas de las que hablar... -comenzó a decir Vallerand, pero se interrumpió abruptamente cuando ______________ se volvió hacia él.
La miró con una expresión cautivada. ______________ le devolvió la mirada fríamente al tiempo que se preguntaba qué sería lo que él parecía encontrar tan fascinante. Ciertamente su apariencia había mejorado con un baño y un poco de ese sueño que tanto necesitaba. No se hacía ilusiones de que Vallerand pudiera encontrarla hermosa, ya que ni siquiera el más vigoroso de los cepillados podía domar su vaporosa explosión de rizos rojos, y los dos días anteriores pasados a la intemperie habían hecho que sus pecas proliferasen hasta un grado alarmante. Su figura era esbelta pero no tenía nada de espectacular, con senos pequeños y caderas inexistentes. Sus facciones eran agradables, pero su nariz era un poco demasiado ancha y sus labios excesivamente llenos para lo que dictaba la moda.
Mientras el silencio se prolongaba, ______________ sometió a Va-llerand a una insolente inspección, abarcándolo por completo con el tipo de mirada que ninguna dama debería dedicar jamás a un caballero. Vallerand era todavía más impresionante y viril de lo que recordaba: bronceado, alto y musculoso, sus cabellos negros como la pez, sus ojos oscuros y llenos de audacia. Hacía que los jóvenes a los que ______________ había conocido en Natchez pareciesen inmaduros e inexpertos. Se preguntó irónicamente si Vallerand sería un ejemplo típico del criollo de Nueva Orleans. Que Dios la ayudara si había más como él merodeando por la ciudad.
-Sí, tenemos mucho de que hablar-dijo ______________ con decisión. Mientras Irénée tomaba asiento en un sofá tapizado de brocado, ______________ fue hacia una silla cercana, tratando de aparentar más calma de la que sentía. Se sentó y miró a Vallerand con expresión retadora-. En primer lugar, monsieur, me gustaría saber si tiene intención de enviarme a la plantación de los Sagesse.
El que fuera tan directamente al grano no pareció ofender a Vallerand. Apoyando un hombro en el quicio de la puerta en una postura que no podía ser más informal, la observó con atención.
-No si usted no lo desea, mademoiselle. -No lo deseo.
-¿Por qué no acepta el compromiso?-preguntó Vallerand sin inmutarse-. Muchas jóvenes se sentirían extremadamente complacidas de poder casarse con un Sagesse.
-Yo no veo que haya nada que aprobar en él. Su carácter, sus modales, su apariencia: ni siquiera su edad es de mi agrado. -¿Su edad? -Vallerand frunció el ceño.
-Étienne Sagesse tiene treinta y cinco años. -______________ sonrió provocativamente mientras añadía-: Es muy mayor. Vallerand respondió con una mirada irónica, como si fuese obvio que él y Sagesse eran coetáneos.
-Un hombre de treinta y cinco años dista mucho de tener un pie en la tumba -dijo secamente-. Sospecho que todavía le quedan bastantes años de vida por delante.
-______________, si te casas con Sagesse, puedes estar segura de que no te faltará de nada -intervino Irénée. El comentario le ganó una mirada de advertencia por parte de su hijo.
-Eso carece de importancia-dijo ______________-. Antes preferiría ser pobre que casarme con un hombre al que desprecio. Y ya le he dejado muy claras cuáles son mis objeciones a mon sieur Sagesse. Para empezar, no entiendo por qué pidió mi mano. Mi dote es despreciable, y aunque provengo de una familia irreprochable, no puede considerarse que seamos aristócratas. Y obviamente no soy ninguna gran belleza. -Se encogió de hombros-. Hay docenas de mujeres que servirían igual de bien a su propósito.
-¿Qué me dice de ese primo suyo que vive en Beauvallet? -preguntó Nick-. ¿Qué esperaba conseguir poniéndose en contacto con él?
-Con ella -lo corrigió ______________-. Marie Dufour, y su esposo Claude. -Los Dufour eran una próspera familia de granjeros. ______________ recordaba a Marie como una mujer amable y compasiva que se había fugado con Claude por amor-. Marie y yo siempre nos tuvimos mucho cariño de pequeñas -agregó-. Pensé que los Dufour podrían apoyarme en mi rechazo de los deseos de mi padrastro, y quizá permitirme vivir con ellos.
El rostro de Vallerand era una máscara de calma.
-Yo podría ayudarla a ganar un poco de tiempo -ofreció-. Dos o tres días, por lo menos. Puede escribir una carta a su prima, explicándole el dilema en el que se encuentra, y permanecer aquí hasta que ella le haya respondido. Si su prima desea ayudarle, la confiaré a la tutela de los Dufour antes de que monsieur Medart pueda llegar a ponerle un dedo encima. ______________ frunció la frente con expresión pensativa.
-Mi padrastro y los Sagesse no tardarán en saber que me encuentro aquí. Cuando vengan a por mí, usted no podrá impedir que me lleven con ellos.
-Podemos alegar que usted enfermó después de su odisea a través del pantano. El médico de la familia afirmará que sería peligroso que se la trasladara antes de que haya completado su convalecencia.
-Pero el médico sabrá que no estoy enferma. -El médico dirá lo que yo le indique.
______________ consideró la propuesta, mientras la aguda mirada de Vallerand permanecía posada en ella.
-La presencia de mi madre asegurará que su reputación no sufra ningún daño -le dijo éste sin dejar de observarla. -¿Por qué quiere ayudarme? -preguntó ella con recelo. Una sonrisa sutil danzó en las comisuras de los labios de Vallerand.
-Porque tengo muy buen corazón, naturalmente. ______________ dejó escapar una carcajada de incredulidad. -Perdóneme si no le creo. ¿Cuál es la verdadera razón? Supongo que le complacería enormemente impedir que monsieur Sagesse llegara a tener algo que desea, ¿verdad?
-Sí -dijo él sin inmutarse-, ésa es precisamente la razón.
______________ sostuvo su mirada oscurecida por los párpados entornados, perfectamente consciente de que él le estaba ocul-tando algo.
-¿Cuál es la causa de la animosidad que existe entre usted y Sagesse?
-No tengo intención de hablar de eso. -Cuando ______________ abrió la boca para seguir interrogándolo al respecto, él continuó bruscamente-: ¿Escribirá la carta sí o no, señorita Kersaint?
-Sí, lo haré -dijo ella con lentitud, pese a la sospecha que había ido creciendo en su interior. No quería confiar en Vallerand, pero no tenía elección-. Gracias, monsieur.
Un destello de satisfacción brilló en los oscuros ojos de él. -No hay por qué darlas.
Nick acompañó a ______________ a la biblioteca y la sentó a su propio escritorio, disponiendo ante ella portaplumas, pergamino y tinta. De pie detrás de su silla, Nick contempló la coronilla de la joven, donde su brillante cabellera había sido recogida en una gruesa trenza enroscada. Un color demasiado intenso, dirían muchos, con los rizos rígidamente ordenados conteniendo reflejos casi purpúreos en las profundidades del rojo. Nick no podía evitar sentirse fascinado por la facilidad con que se alteraban los tonos, por toda aquella exuberante masa de rizos que parecían pesar demasiado para que el esbelto cuello de ______________ pudiera sostenerlos.
Lo que el día anterior sólo eran meros impulsos había pasado a convertirse en una resolución irrevocable en cuanto la vio aquella mañana. Hacía años que no deseaba con tanta intensidad a alguien. ______________ era hermosa de una manera tan irresistible como poco convencional, sin que el atractivo que suscitaba en él tuviera nada que ver con algo tan banal como las proporciones clásicas. Todos sus rasgos estaban llenos de firmeza, las líneas de sus pómulos, su mandíbula y su cuello dibujados con impecable pureza. Y Nick nunca había visto nada tan invitador como aquella generosa abundancia de pecas... quería seguir sus senderos por todo el cuerpo de ______________, y hacer que su lengua tocara cada una de ellas.
El hecho de que ______________ fuese demasiado joven para él importaba poco en este caso. El dominio de sí misma de que daba muestra en todo momento era realmente notable para una muchacha de tan tierna edad. Estaba claro que ______________ no le tenía ningún miedo: lo trataba como si fueran iguales, sin prestar ninguna atención a los años que los separaban.
Nick sintió que se le aceleraba el pulso a medida que las imágenes sexuales desfilaban por su mente, y obligó a su aten-ción a que se centrara en el momento actual.
-¿Necesita ayuda con la carta, mademoiselle Kersaint? Las profundas comisuras que enmarcaban los carnosos labios de ella temblaron con una breve sombra de diversión. -Sé escribir muy bien, gracias.
Nick había conocido a muchas mujeres, de mucha mejor cuna que ella, que eran prácticamente analfabetas. Una buena parte de la sociedad criolla consideraba que un exceso de educación resultaba perjudicial para una mujer. Medio inclinándose y medio sentándose en el escritorio, Nick se volvió hacia ella.
-Ha recibido educación, entonces -comentó.
-Sí, gracias a mi padre. Contrató a una institutriz para mí y mi hermana Jacqueline. Nos enseñó a leer y escribir, y a hablar el inglés así como el francés... Estudiamos historia, geografía, matemáticas; incluso llegamos a estudiar uno o dos volúmenes de ciencias. Pero después de que mi padre muriese, la institutriz fue despedida. -Cogió un portaplumas de plata grabada y lo hizo rodar entre los dedos-. Y de todos modos, ya no había mucho más que pudiera enseñarnos. La educación de una mujer no puede ir más allá de cierto punto, lo cual lamento enormemente.
-¿Y de qué le serviría una mayor educación?
Ella sonrió y le devolvió sin pestañear la mirada provocadora que le estaba lanzando él.
-Quizá, monsieur, tengo otras ambiciones aparte de servirle de yegua a algún pomposo aristócrata al que asusta muchísimo la idea de que su esposa sea más lista que él.
-Tiene un elevado concepto de su propia inteligencia, mademoiselle Kersaint.
-¿Le molesta?-Su voz era tan suave como la seda. Nick estaba completamente fascinado por ______________, con su mente profundamente centrada en ella y su sangre comenzando a hervir ante el reto que le presentaba. Santo Dios, cómo quería acostarse con ella.
-No, no me molesta.
Ella sonrió y alisó el pergamino que tenía delante.
-Si no le importa, monsieur, preferiría disponer de unos cuantos minutos de intimidad, mientras empleo mi inadecuado cerebro femenino para componer unas cuantas líneas coherentes. ¿Tendría tal vez la amabilidad de corregir mis faltas de ortografía después?
Lo que él deseaba examinar no era su ortografía. Nick se las arregló para esbozar una fría sonrisa, cuando todo su cuerpo lo instaba a que le subiera las faldas, se la sentara en el regazo y estuviera disfrutando de ella durante horas.
-Me voy de aquí confiando plenamente en sus habilidades-dijo con una sonrisa de respuesta, y la dejó mientras todavía era capaz de hacerlo.
Apenas había conseguido imponerse a su deseo desbocado para cuando regresó al salón. Irénée lo saludó con evidente alivio.
-Sabía que no te aprovecharías de ella, después de todo -le dijo cariñosamente-. Agradezco al cielo que hayas cambiado de parecer.
Él le lanzó una mirada vacía de toda expresión. -No he cambiado de parecer acerca de nada. El semblante de Irénée se llenó de tristeza.
-Pero la carta que estás permitiendo que le escriba a su prima...
-Esa carta nunca será enviada. Si voy a colocarla en una situación comprometida, no quiero que una maldita prima interfiera en ello.
Su madre lo miró con una mezcla de sorpresa y consternación.
-¿Cómo puedes hacer algo semejante? ¡Nunca hubiese creído que pudieras llegar a aprovecharte así de una mujer! -Me crees capaz de cosas muchísimo peores, maman -dijo él en un tono de voz súbitamente cargado de amargura-. ¿No es así?
Irénée se apresuró a apartar la mirada de él, incapaz de replicar, su rostro ensombrecido por una mezcla de pena e impotencia que lo llenaron de furia.
Los Medart llegaron a la casa de la plantación mucho antes de lo que había esperado Nick. Al parecer, ellos y los Sagesse estaban visitando todas las residencias que había a lo largo del camino del pantano en un esfuerzo por obtener cualquier clase de información acerca de la joven que supuestamente se había perdido. Cuando Nick e Irénée confirmaron la presencia de ______________ en su propiedad, los Medart sintieron un obvio alivio.
El desprecio ya firmemente establecido que Nick sentía por Gaspard Medart quedó redoblado en cuanto lo conoció. Medart era menudo, musculoso y de rostro pétreo, sus ojos como trocitos de obsidiana. Pensar que aquel fanfarrón tan pagado de sí mismo le había dado una paliza a ______________ llenó a Nick de una hostilidad que le costó ocultar.
Medart iba acompañado por una mujer corpulenta cuyos cabellos habían sido inexpertamente oscurecidos con café. Una expresión frenética había quedado congelada en su rostro. La tante, supuso Nick, y sospechó que no habría presentado muchas objeciones a los malos tratos de que Medart había hecho objeto a su hijastra.
-¿Dónde está? -inquirió Medart, que transpiraba profusamente. Su mirada recorrió ávidamente la habitación, como si medio sospechara que el objeto de su búsqueda se escondía detrás de una silla-. ¿Dónde está ______________? Traédmela inme-diatamente.
Nick le presentó a su madre, y todos tomaron asiento mientras el ama de llaves, Noeline, se presentó con una bandeja de refrescos. Los criollos tenían por costumbre no hacer nunca nada con prisas. Las visitas siempre discurrían con una pausada languidez, y casi todas las conversaciones se iniciaban con el ritual de contar historias de la familia y efectuar el recuento de una larga sucesión de antepasados. Las gentes de Nueva Orleans jamás confiaban en un desconocido con el que no tuvieran al menos un pariente común. De hecho, todos se hallaban tan familiarizados con sus respectivos árboles genealógicos que al menos diez generaciones de primos lejanos y parentela distante podían llegar a ser meticulosamente examinadas hasta que la conexión buscada por fin hubiera quedado establecida.
Gaspard Medart, sin embargo, estaba demasiado impaciente para seguir la costumbre.
-Quiero ver a mi hijastra de inmediato -exigió-. No tengo tiempo para charlas. Tráigala aquí ahora mismo. Irénée miró a Nick con expresión de asombro ante la grosería de aquel hombre. Nick volvió un rostro inexpresivo hacia Medart.
-Por desgracia, monsieur, tengo que darle algunas noticias bastante preocupantes.
-¡Se ha vuelto a escapar! -estalló Medart-. ¡Lo sabía! -No, nada de eso. No se alarme. Es sólo que ha sucumbido a unas fiebres.
-¡Fiebres! -exclamó la tante, obviamente conocedora de las mortíferas plagas que azotaban la ciudad de vez en cuando.
-Parece que no se trata de nada grave -dijo Nick en un tono tranquilizador-, pero naturalmente he mandado llamar al médico de la familia para que la examine. Hasta que llegue, sería peligroso molestarla. Está descansando en una habitación de invitados del piso de arriba.
-Insisto en verla ahora mismo-dijo Medart. -Ciertamente. -Nick empezó a levantarse, y luego preguntó-: ¿Puedo dar por sentado que usted ya ha padecido las fiebres antes?
-No.
-Entonces será mejor que no vaya a visitarla. A la edad de usted, su vida podría llegar a peligrar si contrajese las fiebres por haberse acercado a ______________.
-Quizá -se apresuró a interceder la tante-, deberíamos volver mañana después de que el médico la haya examinado, Gaspard.
Irénée contribuyó con el tono persuasivo de su voz. -Le aseguro, monsieur Medart, que cuidaremos muy bien de ella.
-Pero las molestias... -dijo Delphine, y su corpachón se estremeció mientras hacía un gesto de impotencia. -No es ninguna molestia-replicó Irénée con firmeza-. Ahora lo único que importa es el bienestar de ______________.
-¡No tengo ninguna prueba de que esté aquí siquiera! -chilló Medart.
-Está aquí -le aseguró Nick. Medart torció el gesto.
-Conozco su reputación, monsieur. Y sé que le ha jurado enemistad al prometido de ______________. ¡Si está tramando alguna clase de ardid, se lo haré pagar muy caro!
Irénée se inclinó hacia delante y dijo con convicción: -Le prometo, monsieur Medart, que su hijastra estará a salvo con nosotros. No le ocurrirá nada malo. -Miró a Nick v añadió, con un filo cortante como el acero en su tono-: Me aseguraré de que así sea.
Después de un poco más de persuasión, los Medart se fueron, convencidos en apariencia de que no les quedaba otra elección. Nick dejó escapar un ruidoso suspiro de alivio cuando oyó las ruedas del carruaje en el camino.
-Son despreciables -masculló.
Irénée apretó los labios en señal de disgusto. -Saben que estamos mintiendo, Nick.
Él se encogió de hombros.
-No pueden hacer nada al respecto.
-De buena gana se la habría entregado a los Medart si no fuera por los moretones que tiene en la espalda. No quiero que ______________ se vea expuesta a una nueva sesión de la disciplina de monsieur Medart.
-Ahora empezarán a correr los rumores-masculló Nick con una oscura satisfacción-. Daría una fortuna por ver la cara que pone Sagesse cuando Medart le cuente que tengo a ______________.
-______________ estaría más segura con Étienne que contigo -lo acusó Irénée-. ¡Al menos él planea contraer matrimonio con ella!
-______________ encontrará mucho más agradable una aventura conmigo que el matrimonio con él.
-Qué cruel y amargado te has vuelto-dijo Irénée con asombro-. Y qué decepcionado se sentiría tu padre si pudiera verlo.
Dolido, Nick la miró hoscamente. –
-Si él hubiera pasado por lo que he tenido que pasar yo, probablemente reaccionaría de la misma manera.
-Eso demuestra lo poco que conocías a tu padre -replicó Irénée a su vez, y salió de la habitación con la espalda muy rígida.
Aunque se sentía muy disgustada con su hijo mayor, Irénée aún no había descartado la posibilidad de que pudiera ser redimido. Mientras desayunaba en su habitación, discutió la situación con Noeline, el ama de llaves. Noeline, una mujer esbelta y atractiva que poseía un sentido innato de lo práctico y una clara inclinación a decir sin rodeos lo que pensaba, llevaba quince años siendo ama de llaves en la plantación de los Vallerand. Tal como había esperado Irénée, ni un solo detalle de su invitada, o de las intenciones que Nick tenía para con ella, habían escapado a la observadora mirada de Noeline.
-No puedo creer que realmente tenga intención de causar su ruina -dijo Irénée al tiempo que se llevaba la taza de porcelana a los labios-. ______________ es una joven decente, y no merece verse involucrada en la enemistad que mi hijo le profesa a Étienne Sagesse.
Las facciones color café de Noeline permanecieron inexpresivas, pero un destello pensativo apareció en sus ojos. -Monsieur Vallerand está demasiado deseoso de vengarse de Sagesse como para pensar en ninguna otra cosa. -Supongo que así es-dijo Irénée de mala gana-. Pero Noeline, no puedo creer que Nick vaya a ser tan malvado como para seducir deliberadamente a una joven inocente.
-El señor no es ningún malvado -replicó Noeline, yendo al tocador y disponiendo en pulcras hileras los cepillos y las diminutas botellas-. Sólo es un hombre, madame. Y no puede mantener alejado a un hombre de una chica tan guapa, igual que no podría atar a un sabueso con una ristra de salchichas. -¿Piensas que ______________ es guapa? -Irénée frunció el ceño pensativamente-. He de admitir que al principio no me lo pareció. Pero cuanto más tiempo hace que la conozco, más atractiva parece volverse.
-Tiene algo que le gusta mucho a monsieur -observó Noeline secamente-. Se lo oye crujir como el aceite en una sartén cada vez que ella entra en la habitación.
-Noeline -la riñó Irénée mientras reía sobre su taza de té.
El ama de llaves también sonrió.
-Es así, madame-insistió-. Y cuando el señor la mira, tiene algo más que venganza en la cabeza. Es sólo que no quiere admitirlo.
Cuando ______________ estuvo segura de que su padrastro se había ido de la propiedad, fue en busca de Vallerand. Éste acababa de fumarse un puro y beberse una copa en la veranda delantera, y un hilillo de humo se elevaba perezosamente de un plato de cristal. Su atención permanecía centrada en un magnífico pura sangre que un mozo traía de los establos. Al parecer Vallerand se disponía a cabalgar hasta la ciudad.
Al oír los suaves pasos de ______________ en la veranda, Vallerand se volvió hacia ella. Su mirada se hallaba velada por los párpados entornados, y su boca mantenía una curva casi desdeñosa que la hizo sentirse extraña. Verlo hacía que le entraran ganas de sobresaltarlo, de pillarlo con la guardia baja... Se preguntó qué podría hacer Vallerand si ella se limitaba a ir hacia él y besaba su firme, tentadora boca y luego quitaba el rígido corbatín blanco de su cuello. Ningún hombre la había afectado nunca de aquella forma. Quería sentir el roce de sus mejillas afeitadas, y pasar suavemente sus labios sobre los suyos, y percibir el calor de su aliento en la piel. Vallerand parecía tomarse un poco demasiado en serio a sí mismo, como si estuviera muy necesitado de que algo -o alguien-se riera de él y lo desarmara. Si fuera su esposa, ______________ haría algo al respecto.
Aquel pensamiento tan sorprendente hizo que se preguntara cuánto tiempo llevaba viudo, y cómo había muerto su esposa. Estaba claro que ése era un terna prohibido en la casa de los Vallerand. Ni siquiera Irénée, siempre tan habladora, se mostraba dispuesta a responder a las preguntas de ______________ sobre aquel tema.
______________ ofreció a Vallerand una sonrisa dubitativa. -Supongo que mi padrastro se enfadó mucho cuando no le permitió verme.
-Mucho.
-Bien. -Se detuvo ante él, y su altura la obligó a echar la cabeza hacia atrás. Cielo santo, aquel hombre era enorme-. ¿Le creyó cuando le dijo que yo estaba enferma? -No, no me creyó.
-¿Y aun así se fue? -______________ se mordisqueó el labio in-ferior y frunció el ceño-. Yo hubiese esperado que hiciera valer sus derechos ante usted.
-Su padrastro está intentando evitar un escándalo -replicó Vallerand-. No hará valer sus derechos ante mí. Y mientras esté en mi casa, nadie puede obligarme a que la saque de ella.
-¿Ni siquiera las autoridades locales? El sacudió la cabeza.
-Mantengo una excelente relación con el gobernador Claiborne.
Ella dejó escapar una breve carcajada.
-Está claro que puedo considerarme afortunada al haber hecho amistad con un hombre tan influyente. -______________ sacó de su manga la carta a Marie, y le entregó el sobre sella do con cera-. Mi carta. Le ruego que la haga entregar lo antes posible. Es importante.
-Soy consciente de la importancia de la carta, mademoiselle.
______________ lo miró con curiosidad, preguntándose por qué su presencia parecía hacerlo sentir incómodo. Quizá no le gus-taba que fuese tan franca y nunca se anduviera con rodeos. Su puso que Vallerand tenía que estar acostumbrado a las refinadas damas de Nueva Orleans, quienes seguramente no corrían a través de los pantanos y desafiaban a sus familias.
-Monsieur Vallerand -le dijo con dulzura-, le pido disculpas por todas las molestias que le he causado. Para compensarlo por su hospitalidad, le prometo que me iré de aquí lo más pronto posible. Si mi prima Marie no quiere acogerme en su casa, entraré en el convento de las ursulinas.
Él sonrió, al parecer divertido por la idea.
-Una monja con los rizos rojos de una bruja. -Una nota extraña, casi acariciante, se había infiltrado en su voz. ______________ sonrió avergonzada al tiempo que se llevaba una mano a su cabellera caóticamente sujeta.
-Sin duda ellas insistirían en cortar todo este desorden. -No -dijo él sin perder un instante-. Es precioso. ______________ casi se ofendió, pensando que Vallerand se burlaba de ella. Pero cuando él siguió contemplándola con aquella mirada impasible y oscura, se dio cuenta de que era sincero. Y eso llevó a otra comprensión, todavía más asombrosa: la de que Nickimilien Vallerand se sentía tan atraído por ella como ella se sentía atraída por él.
La atracción nunca llegaría a tener consecuencias, naturalmente. Sin embargo, lo encontró interesante, de todas maneras. Un súbito calor afluyó a su rostro, y se apresuró a apartar la mirada.
-Buenas tardes, monsieur-murmuró y se fue, andando tan deprisa que las faldas casi se le enredaron alrededor de los tobillos.
-¿Cómo, otra vez aquí esta noche? -susurró Mariame, abriendo la puerta de par en par y dando la bienvenida a Nick al interior de su casa, ubicada en el barrio del Vieux Carré donde vivían los cuarterones, cerca de Rampart. Sus gruesas pestañas descendieron mientras se concentraba en aflojar el corbatín almidonado de Nick-. Creía haber satisfecho todos tus deseos anoche.
Ocho años antes, el primer protector de Mariame había dado por finalizado su acuerdo sin ningún miramiento, con lo que tanto ella como su hijo ilegítimo se quedaron sin dinero y sin hogar. Desesperada, Mariame había empezado a hacer el equipaje para regresar a la casa de su madre y vivir con ella. Cuando Nick supo que su amante la había abandonado, no vaciló en ir a verla. Mariame era una de las mujeres más hermosas de Nueva Orleans, y él llevaba mucho tiempo admirándola.
Mariame no intentó ocultar su asombro ante la oferta que le hizo Nick de convertirse en su protector. «Casi todos los hombres quieren vírgenes», había dicho. En Nueva Orleans había incontables jóvenes hermosas, la mayoría de ellas fruto de la mezcla de sangres, a las que se había preparado para convertirse en amantes de los ricos plantadores v hombres de negocios criollos que podían permitirse el lujo de mante-nerlas. Placées, se llamaba a aquellas chicas tan ávidamente buscadas, y la mayor parte de ellas disfrutaban de grandes lujos.
El comentario de Mariame ante su oferta hizo reír a Nick. -La virginidad me importa un comino -le había dicho-. Quiero la compañía de una mujer hermosa e inteligente. Fija tus propios términos, Mariame: te deseo demasiado como para regatear.
Su admiración había aliviado inconmensurablemente la pena y el orgullo herido de Mariame. Los desagradables rumores que corrían acerca de Vallerand habían llegado a sus oídos, y llevaba tiempo preguntándose si serían ciertos. Sin embargo, dado que había visto la soledad en los oscuros ojos de Nick y la delicadeza de sus maneras, decidió confiar en él.
En los ocho años transcurridos desde entonces, Mariame nunca había lamentado su elección. Nick era un amante muy tierno, un generoso sustentador y un buen amigo. Aunque se había asegurado de que Mariame no trajera al mundo ningún hijo suyo, pagó el dinero necesario para que el hijo de Mariane fuera educado en París. Las joyas y vestidos que le había ido dando a lo largo de los años bastarían para permitirle vivir rodeada de lujos durante el resto de su vida, y a ella no le cabía ninguna duda de que cuando Nick pusiera fin a su relación, le entregaría una suma extravagante en concepto de despedida.
Porque Nick había sido bueno con ella, Mariame tomó la resolución de que nunca pondría obstáculos a sus deseos. Cuando Nick decidiera que lo suyo había terminado, lo deja ría partir sin protestar. No deseaba encadenarlo a ella, y había evitado sabiamente enamorarse de él.
Una sonrisa iluminó el rostro de Mariame mientras pasaba los brazos alrededor de los hombros de Nick. Alta y de cuerpo esbelto, no le resultó nada difícil ponerse de puntillas y rozar sus labios con los suyos. Sin embargo, esa noche Nick no respondió tal como ella había esperado. Estaba insólitamente preocupado, turbado por algo.
-No he venido aquí para eso -dijo Nick, desenredándose de su abrazo.
Mariame fue a servirle una copa.
-¿Y entonces para qué estás aquí, Nick?
-No lo sé -dijo él, y empezó a dar rápidos paseos por la habitación.
-Siéntate, mon cher, por favor. Me pone nerviosa verte ir de un lado a otro como un tigre hambriento.
Nick hizo lo que le pedía, y tomó asiento en el sofá sin que su mirada meditabunda pareciese centrarse en nada en particular.
Mariame se acomodó en el sofá junto a él, dejando que sus largas y esbeltas piernas colgaran despreocupadamente de uno de los muslos de él. Le entregó una copa de coñac. -Esto tal vez te ayudará a relajarte.
Él tomó la copa y bebió un largo trago, sin apenas apreciar la excelente calidad del licor.
Los dedos de Mariame subieron por su muslo siguiendo un camino que les era familiar.
-¿Estás seguro de que no quieres...? -No -masculló él, apartándole la mano. Mariame se encogió de hombros.
-D'accord. -Una sonrisa, curiosa y astuta, rozó sus labios-. Alors, podrías contarme algo más acerca de esa mujer que tienes alojada en tu casa.
Nick le lanzó una mirada sardónica, comprendiendo que los rumores se habían propagado todavía más deprisa de lo que él esperaba.
-Los gemelos se tropezaron con mademoiselle Kersaint cuando intentaba huir de un matrimonio no deseado. -Ah. -Las perfiladas cejas de Mariame se elevaron expresivamente-. No son muchas las mujeres que se atreverían a hacer tal cosa. ¿Quién es el que aspira a ser su esposo, bien-aimé?-Étienne Sagesse.
Los dedos de Mariame dejaron de jugar con el hombro de Nick.
-Sagesse... bon Dieu. Qué extraño que la chica acudiera a tí, de entre todas las personas, en busca de refugio. ¿Qué vas a hacer?
-Voy a aprovechar la situación, naturalmente.
--Ten cuidado, Nick -dijo Mariame en tono de preocupación-. Ya sé que no te detendrás ante nada con tal de que Sagesse pague por lo que hizo hace tantos años. Pero si recurrieras a abusar de una inocente que se ha confiado a tu cuidado, luego lo lamentarías. -Una sonrisa llena de cariño flotó en sus labios-.Tienes una conciencia, mon cher, por mucho que pretendas lo contrario.
Una sonrisa reluctante pasó por el rostro de Nick. -Me alegro de que pienses eso. -Echó la cabeza hacia atrás y contempló los paneles de madera de ciprés que cubrían el techo-. Mariame--dijo, cambiando abruptamente de tema-, tú ya sabes que nunca pondré fin a nuestra relación sin haberte dejado bien situada antes.
-Nunca he temido que fueras a dejarme en la miseria -replicó Mariame tranquilamente. ¿Sería aquélla la primera señal de que el interés que sentía por ella empezaba a des vanecerse?-. Algún día -continuó diciendo-, me gustaría llevar mi propia casa de huéspedes. Es algo en lo que tendría mucho éxito.
-Sí, lo tendrías
-¿Debería empezar a hacer planes para ello?
-Algún día. Si es lo que quieres hacer. -Le acarició suavemente la mejilla-. Pero todavía no.
El jueves habitualmente era el día de estar en casa para los Vallerand, cuando las amistades y los conocidos de Irénée los visitaban y charlaban un rato mientras tomaban una -.iza de café rebajado con achicoria. Desgraciadamente, Irénée se había visto obligada a mantener alejadas las visitas a causa de la presencia de ______________.
-Lamento perturbar sus hábitos -dijo ______________. Irénée la hizo callar alegremente.
-No, no, tomaremos café juntas, sólo nosotras dos. En estos momentos tu compañía me resulta mucho más divertida que la de mis amistades, quienes siempre vienen con los mismos cotilleos para que vayamos dándoles vueltas semana tras semana. Tienes que hablarme de tu madre, v de las amistades que tenías en Natchez, y de tus pretendientes.
-A decir verdad, madame, he llevado una existencia muy recluida. A mi hermana v a mí no se nos permitía tener pretendientes. De hecho, rara vez nos relacionábamos ni siquiera con nuestros primos o parientes varones.
Irénée asintió para que viese que la entendía.
-Si nos guiamos por los patrones de hoy en día, esa manera de educar a las jovencitas ya se ha quedado muy anticuada. Pero conmigo también fue así. Nunca leí un periódico hasta después de haberme casado. No sabía nada del mundo exterior. Pasé muchísimo miedo cuando me llegó el momento de salir del capullo protector de mi familia y asumir mi lu-gar como la esposa de Victor Vallerand. -Irénée sonrió, con un tenue brillo de diversión en los ojos mientras se acordaba de la muchacha que había sido en aquel entonces-. Mi tante Marie y mi madre me acompañaron a mi lecho matrimonial y me dejaron sola allí para que esperase a mi esposo. ¡Oh, cómo les rogué que me llevaran de vuelta a casa! No quería ser una esposa, y mucho menos la esposa de un Vallerand. Victor era todo un hombretón, y su presencia me intimidaba muchísimo. Me aterraba pensar en lo que iba a exigir de mí.
Intrigada, ______________ dejó su taza.
-Evidentemente luego todo fue bien-observó la joven. Irénée dejó escapar una risita.
-Sí, Victor resultó ser un buen esposo. No tardé en enamorarme profundamente de él. Los hombres de la familia Vallerand son engañosos, ¿sabes? Por fuera se muestran dominadores y arrogantes. Sin embargo, cuando es llevado por la mujer adecuada, un Vallerand hará lo que sea con tal de complacerla. --Cogiendo una cucharilla de plata grabada, Irénée echó un poco más de azúcar dentro de su café y lo removió-. Listo -dijo con satisfacción-. Me gusta que mi café esté negro como el diablo y dulce como el pecado. -Madame, ¿cómo era la esposa de su hijo? -preguntó ______________ corno si tal cosa-. En su opinión, ¿supo llevarlo adecuadamente?
La pregunta hizo que Irénée se pusiera visiblemente tensa. Titubeó durante largo tiempo antes de responder. -Corinne era la chica más hermosa y malcriada que he conocido... estaba demasiado pendiente de sí misma para ser capaz de querer a nadie más. Nunca consiguió llevar a Nick como era debido. Una lástima, porque no habría necesitado hacer gran cosa para que Nick fuese feliz.
--El suyo no fue un buen matrimonio, entonces. -No -murmuró Irénée-. Creo que nadie diría que lo fue.
Para gran decepción de ______________, no estaba dispuesta a revelar nada más acerca de la misteriosa difunta esposa de Va-llerand.
Toda la existencia de los Vallerand se vio bruscamente perturbada cuando Justin intentó entrar en la casa sin ser visto pasada la medianoche, manchado de sangre y luciendo las señales que le habían dejado los golpes recibidos en una pelea. Lo llamó a capítulo de inmediato y se lo llevó a la cocina para administrarle una buena reprimenda. ______________ oyó la discusión desde su habitación. Abrumada por la curiosidad, fue sigilosamente hasta el inicio de la escalera y aguzó el oído.
--¡No puedes tratarme como si yo fuera un niño! ¡Ahora ira soy un hombre!
-Eso es lo que tú dices -fue la mordiente réplica de Vallerand-. Pero un hombre no les busca las cosquillas a otros casta hacer que se peleen a puñetazos con él por mero entretenimiento.
-No fue por entretenimiento -dijo Justin con vehemencia.
-¿Por qué te has peleado, entonces? -¡Para demostrar algo!
-¿Que eres rápido con los puños? Eso no te llevará muy lejos, Justin. Pronto alcanzarás la edad en que las peleas a puñetazos se convierten en sesiones de esgrima, y entonces te manchará de sangre las manos.
-Entonces seré como tú, ¿verdad?
Sorprendida por aquellas palabras, ______________ se sentó en la sombra del último escalón v escuchó con atención.
-Por malo que sea, yo nunca llegaré a ser peor que tú -lo acusó el muchacho-. Lo sé todo acerca de ti, papá. Y también conozco tus planes para Sagesse y mademoiselle Kersaint.
Un silencio lleno de tensión siguió a esas palabras. Finalmente Vallerand gruñó:
-Tengo razones sobre las que tú no sabes nada. -¿No? -se burló Justin.
-Al parecer has oído los rumores. -¡He oído la verdad!
-Nadie conoce la verdad -contestó Vallerand con voz átona.
El muchacho le escupió una palabra terrible y salió corriendo de la cocina. ______________ se apresuró a apartarse de la escalera y huyó hacia su cama, queriendo evitar que la sorprendieran escuchando a escondidas. Cuando estuvo a salvo debajo del cubrecama, clavó la mirada en las sombras sin verlas y se preguntó si había oído correctamente al muchacho. ¿Cuál era la palabra que Justin le había lanzado a su padre? Había sonado como «asesino».
Pero no podía haberlo oído bien, pensó, profundamente turbada, y sus puños se apretaron rígidamente contra el cubrecama.
-Tienes mucho mejor aspecto, ma chére -dijo Irénée bondadosamente.
______________ murmuró unas palabras de agradecimiento, al tiempo que se preguntaba cómo una mujer que tenía tan buen corazón podía haber criado a un hijo como Nickimilien Vallerand. El hombre al que acababa de conocer tenía que haber sido una aberración, porque estaba segura de que el resto de la familia no podía ser como él.
-¿Tiene usted más hijos, madame Vallerand? -preguntó.
-Sí, tengo dos hijos más jóvenes, Alexandre y Bernard, quienes han ido a Francia y no tardarán en regresar. -Irénée se acercó un poco más y añadió, en un tono conspiratorio-: Tengo allí a una prima con cinco hermosas hijas, todas ellas por casar. Los animé a que fueran a hacerles una larga visita, con la esperanza de que Alexandre o Bernard se inte-resarían por una de las chicas y regresarían con una esposa.
-Frunció el entrecejo-. Sin embargo, o las chicas no son tan atractivas como me aseguró su madre, o mis tercos hijos están decididos a no casarse nunca. Dentro de dos meses deberían estar aquí.
Como si le leyera los pensamientos a ______________, Irénée añadió:
-Puedo asegurarte que Alexandre y Bernard no se parecen en nada a su hermano. Pero Nickimilien no siempre ha sido así. Ha sido durante los últimos años cuando se ha vuelto tan amargado. Padeció una gran tragedia en el pasado.
______________ estuvo a punto de soltar un resoplido de incredulidad, pero logró contenerse a tiempo. ¿Padecer? El varón tan seguro de sí mismo y poseedor de una espléndida salud al que había conocido el día anterior no parecía haber pasado por grandes padecimientos. Ahora, después de una buena noche de sueño, se sentía lista para vérselas con él. Vallerand no volvería a aprovecharse de ella. Una cosa era segura: le daba igual lo que tuviera que hacer, porque no consentiría que se la volviera a poner en manos de Gaspard Medart, para luego verse entregada a Étienne Sagesse.
Su madre le había dicho a menudo que el destino de una mujer era padecer y soportar todo aquello que le bon Dieu quisiera enviarle. Y en el pasado tante Delphine había dicho que incluso el peor de los esposos era preferible a no tener un esposo. Bueno, eso estaría muy bien para algunas chicas, pero no para ella.
______________ sintió que el corazón empezaba a latirle más deprisa cuando entraron en el salón, una habitación pequeña y aireada decorada en tonos rosados y marrones y con broca do de flores de color crema. Un magnífico acabado holandés cubría la madera de roble blanco. Ventanales impolutos que iban desde el suelo hasta el techo dejaban entrar el sol velado por las brumas de Luisiana. Los pequeños sofás barrocos v sillones color verde musgo estaban agrupados juntos para invitar a la conversación íntima. Al ver que la habitación se hallaba vacía, ______________ empezó a relajarse.
Entonces oyó la voz de Vallerand en la entrada detrás de ella.
-Mademoiselle, usted y yo tenemos unas cuantas cosas de las que hablar... -comenzó a decir Vallerand, pero se interrumpió abruptamente cuando ______________ se volvió hacia él.
La miró con una expresión cautivada. ______________ le devolvió la mirada fríamente al tiempo que se preguntaba qué sería lo que él parecía encontrar tan fascinante. Ciertamente su apariencia había mejorado con un baño y un poco de ese sueño que tanto necesitaba. No se hacía ilusiones de que Vallerand pudiera encontrarla hermosa, ya que ni siquiera el más vigoroso de los cepillados podía domar su vaporosa explosión de rizos rojos, y los dos días anteriores pasados a la intemperie habían hecho que sus pecas proliferasen hasta un grado alarmante. Su figura era esbelta pero no tenía nada de espectacular, con senos pequeños y caderas inexistentes. Sus facciones eran agradables, pero su nariz era un poco demasiado ancha y sus labios excesivamente llenos para lo que dictaba la moda.
Mientras el silencio se prolongaba, ______________ sometió a Va-llerand a una insolente inspección, abarcándolo por completo con el tipo de mirada que ninguna dama debería dedicar jamás a un caballero. Vallerand era todavía más impresionante y viril de lo que recordaba: bronceado, alto y musculoso, sus cabellos negros como la pez, sus ojos oscuros y llenos de audacia. Hacía que los jóvenes a los que ______________ había conocido en Natchez pareciesen inmaduros e inexpertos. Se preguntó irónicamente si Vallerand sería un ejemplo típico del criollo de Nueva Orleans. Que Dios la ayudara si había más como él merodeando por la ciudad.
-Sí, tenemos mucho de que hablar-dijo ______________ con decisión. Mientras Irénée tomaba asiento en un sofá tapizado de brocado, ______________ fue hacia una silla cercana, tratando de aparentar más calma de la que sentía. Se sentó y miró a Vallerand con expresión retadora-. En primer lugar, monsieur, me gustaría saber si tiene intención de enviarme a la plantación de los Sagesse.
El que fuera tan directamente al grano no pareció ofender a Vallerand. Apoyando un hombro en el quicio de la puerta en una postura que no podía ser más informal, la observó con atención.
-No si usted no lo desea, mademoiselle. -No lo deseo.
-¿Por qué no acepta el compromiso?-preguntó Vallerand sin inmutarse-. Muchas jóvenes se sentirían extremadamente complacidas de poder casarse con un Sagesse.
-Yo no veo que haya nada que aprobar en él. Su carácter, sus modales, su apariencia: ni siquiera su edad es de mi agrado. -¿Su edad? -Vallerand frunció el ceño.
-Étienne Sagesse tiene treinta y cinco años. -______________ sonrió provocativamente mientras añadía-: Es muy mayor. Vallerand respondió con una mirada irónica, como si fuese obvio que él y Sagesse eran coetáneos.
-Un hombre de treinta y cinco años dista mucho de tener un pie en la tumba -dijo secamente-. Sospecho que todavía le quedan bastantes años de vida por delante.
-______________, si te casas con Sagesse, puedes estar segura de que no te faltará de nada -intervino Irénée. El comentario le ganó una mirada de advertencia por parte de su hijo.
-Eso carece de importancia-dijo ______________-. Antes preferiría ser pobre que casarme con un hombre al que desprecio. Y ya le he dejado muy claras cuáles son mis objeciones a mon sieur Sagesse. Para empezar, no entiendo por qué pidió mi mano. Mi dote es despreciable, y aunque provengo de una familia irreprochable, no puede considerarse que seamos aristócratas. Y obviamente no soy ninguna gran belleza. -Se encogió de hombros-. Hay docenas de mujeres que servirían igual de bien a su propósito.
-¿Qué me dice de ese primo suyo que vive en Beauvallet? -preguntó Nick-. ¿Qué esperaba conseguir poniéndose en contacto con él?
-Con ella -lo corrigió ______________-. Marie Dufour, y su esposo Claude. -Los Dufour eran una próspera familia de granjeros. ______________ recordaba a Marie como una mujer amable y compasiva que se había fugado con Claude por amor-. Marie y yo siempre nos tuvimos mucho cariño de pequeñas -agregó-. Pensé que los Dufour podrían apoyarme en mi rechazo de los deseos de mi padrastro, y quizá permitirme vivir con ellos.
El rostro de Vallerand era una máscara de calma.
-Yo podría ayudarla a ganar un poco de tiempo -ofreció-. Dos o tres días, por lo menos. Puede escribir una carta a su prima, explicándole el dilema en el que se encuentra, y permanecer aquí hasta que ella le haya respondido. Si su prima desea ayudarle, la confiaré a la tutela de los Dufour antes de que monsieur Medart pueda llegar a ponerle un dedo encima. ______________ frunció la frente con expresión pensativa.
-Mi padrastro y los Sagesse no tardarán en saber que me encuentro aquí. Cuando vengan a por mí, usted no podrá impedir que me lleven con ellos.
-Podemos alegar que usted enfermó después de su odisea a través del pantano. El médico de la familia afirmará que sería peligroso que se la trasladara antes de que haya completado su convalecencia.
-Pero el médico sabrá que no estoy enferma. -El médico dirá lo que yo le indique.
______________ consideró la propuesta, mientras la aguda mirada de Vallerand permanecía posada en ella.
-La presencia de mi madre asegurará que su reputación no sufra ningún daño -le dijo éste sin dejar de observarla. -¿Por qué quiere ayudarme? -preguntó ella con recelo. Una sonrisa sutil danzó en las comisuras de los labios de Vallerand.
-Porque tengo muy buen corazón, naturalmente. ______________ dejó escapar una carcajada de incredulidad. -Perdóneme si no le creo. ¿Cuál es la verdadera razón? Supongo que le complacería enormemente impedir que monsieur Sagesse llegara a tener algo que desea, ¿verdad?
-Sí -dijo él sin inmutarse-, ésa es precisamente la razón.
______________ sostuvo su mirada oscurecida por los párpados entornados, perfectamente consciente de que él le estaba ocul-tando algo.
-¿Cuál es la causa de la animosidad que existe entre usted y Sagesse?
-No tengo intención de hablar de eso. -Cuando ______________ abrió la boca para seguir interrogándolo al respecto, él continuó bruscamente-: ¿Escribirá la carta sí o no, señorita Kersaint?
-Sí, lo haré -dijo ella con lentitud, pese a la sospecha que había ido creciendo en su interior. No quería confiar en Vallerand, pero no tenía elección-. Gracias, monsieur.
Un destello de satisfacción brilló en los oscuros ojos de él. -No hay por qué darlas.
Nick acompañó a ______________ a la biblioteca y la sentó a su propio escritorio, disponiendo ante ella portaplumas, pergamino y tinta. De pie detrás de su silla, Nick contempló la coronilla de la joven, donde su brillante cabellera había sido recogida en una gruesa trenza enroscada. Un color demasiado intenso, dirían muchos, con los rizos rígidamente ordenados conteniendo reflejos casi purpúreos en las profundidades del rojo. Nick no podía evitar sentirse fascinado por la facilidad con que se alteraban los tonos, por toda aquella exuberante masa de rizos que parecían pesar demasiado para que el esbelto cuello de ______________ pudiera sostenerlos.
Lo que el día anterior sólo eran meros impulsos había pasado a convertirse en una resolución irrevocable en cuanto la vio aquella mañana. Hacía años que no deseaba con tanta intensidad a alguien. ______________ era hermosa de una manera tan irresistible como poco convencional, sin que el atractivo que suscitaba en él tuviera nada que ver con algo tan banal como las proporciones clásicas. Todos sus rasgos estaban llenos de firmeza, las líneas de sus pómulos, su mandíbula y su cuello dibujados con impecable pureza. Y Nick nunca había visto nada tan invitador como aquella generosa abundancia de pecas... quería seguir sus senderos por todo el cuerpo de ______________, y hacer que su lengua tocara cada una de ellas.
El hecho de que ______________ fuese demasiado joven para él importaba poco en este caso. El dominio de sí misma de que daba muestra en todo momento era realmente notable para una muchacha de tan tierna edad. Estaba claro que ______________ no le tenía ningún miedo: lo trataba como si fueran iguales, sin prestar ninguna atención a los años que los separaban.
Nick sintió que se le aceleraba el pulso a medida que las imágenes sexuales desfilaban por su mente, y obligó a su aten-ción a que se centrara en el momento actual.
-¿Necesita ayuda con la carta, mademoiselle Kersaint? Las profundas comisuras que enmarcaban los carnosos labios de ella temblaron con una breve sombra de diversión. -Sé escribir muy bien, gracias.
Nick había conocido a muchas mujeres, de mucha mejor cuna que ella, que eran prácticamente analfabetas. Una buena parte de la sociedad criolla consideraba que un exceso de educación resultaba perjudicial para una mujer. Medio inclinándose y medio sentándose en el escritorio, Nick se volvió hacia ella.
-Ha recibido educación, entonces -comentó.
-Sí, gracias a mi padre. Contrató a una institutriz para mí y mi hermana Jacqueline. Nos enseñó a leer y escribir, y a hablar el inglés así como el francés... Estudiamos historia, geografía, matemáticas; incluso llegamos a estudiar uno o dos volúmenes de ciencias. Pero después de que mi padre muriese, la institutriz fue despedida. -Cogió un portaplumas de plata grabada y lo hizo rodar entre los dedos-. Y de todos modos, ya no había mucho más que pudiera enseñarnos. La educación de una mujer no puede ir más allá de cierto punto, lo cual lamento enormemente.
-¿Y de qué le serviría una mayor educación?
Ella sonrió y le devolvió sin pestañear la mirada provocadora que le estaba lanzando él.
-Quizá, monsieur, tengo otras ambiciones aparte de servirle de yegua a algún pomposo aristócrata al que asusta muchísimo la idea de que su esposa sea más lista que él.
-Tiene un elevado concepto de su propia inteligencia, mademoiselle Kersaint.
-¿Le molesta?-Su voz era tan suave como la seda. Nick estaba completamente fascinado por ______________, con su mente profundamente centrada en ella y su sangre comenzando a hervir ante el reto que le presentaba. Santo Dios, cómo quería acostarse con ella.
-No, no me molesta.
Ella sonrió y alisó el pergamino que tenía delante.
-Si no le importa, monsieur, preferiría disponer de unos cuantos minutos de intimidad, mientras empleo mi inadecuado cerebro femenino para componer unas cuantas líneas coherentes. ¿Tendría tal vez la amabilidad de corregir mis faltas de ortografía después?
Lo que él deseaba examinar no era su ortografía. Nick se las arregló para esbozar una fría sonrisa, cuando todo su cuerpo lo instaba a que le subiera las faldas, se la sentara en el regazo y estuviera disfrutando de ella durante horas.
-Me voy de aquí confiando plenamente en sus habilidades-dijo con una sonrisa de respuesta, y la dejó mientras todavía era capaz de hacerlo.
Apenas había conseguido imponerse a su deseo desbocado para cuando regresó al salón. Irénée lo saludó con evidente alivio.
-Sabía que no te aprovecharías de ella, después de todo -le dijo cariñosamente-. Agradezco al cielo que hayas cambiado de parecer.
Él le lanzó una mirada vacía de toda expresión. -No he cambiado de parecer acerca de nada. El semblante de Irénée se llenó de tristeza.
-Pero la carta que estás permitiendo que le escriba a su prima...
-Esa carta nunca será enviada. Si voy a colocarla en una situación comprometida, no quiero que una maldita prima interfiera en ello.
Su madre lo miró con una mezcla de sorpresa y consternación.
-¿Cómo puedes hacer algo semejante? ¡Nunca hubiese creído que pudieras llegar a aprovecharte así de una mujer! -Me crees capaz de cosas muchísimo peores, maman -dijo él en un tono de voz súbitamente cargado de amargura-. ¿No es así?
Irénée se apresuró a apartar la mirada de él, incapaz de replicar, su rostro ensombrecido por una mezcla de pena e impotencia que lo llenaron de furia.
Los Medart llegaron a la casa de la plantación mucho antes de lo que había esperado Nick. Al parecer, ellos y los Sagesse estaban visitando todas las residencias que había a lo largo del camino del pantano en un esfuerzo por obtener cualquier clase de información acerca de la joven que supuestamente se había perdido. Cuando Nick e Irénée confirmaron la presencia de ______________ en su propiedad, los Medart sintieron un obvio alivio.
El desprecio ya firmemente establecido que Nick sentía por Gaspard Medart quedó redoblado en cuanto lo conoció. Medart era menudo, musculoso y de rostro pétreo, sus ojos como trocitos de obsidiana. Pensar que aquel fanfarrón tan pagado de sí mismo le había dado una paliza a ______________ llenó a Nick de una hostilidad que le costó ocultar.
Medart iba acompañado por una mujer corpulenta cuyos cabellos habían sido inexpertamente oscurecidos con café. Una expresión frenética había quedado congelada en su rostro. La tante, supuso Nick, y sospechó que no habría presentado muchas objeciones a los malos tratos de que Medart había hecho objeto a su hijastra.
-¿Dónde está? -inquirió Medart, que transpiraba profusamente. Su mirada recorrió ávidamente la habitación, como si medio sospechara que el objeto de su búsqueda se escondía detrás de una silla-. ¿Dónde está ______________? Traédmela inme-diatamente.
Nick le presentó a su madre, y todos tomaron asiento mientras el ama de llaves, Noeline, se presentó con una bandeja de refrescos. Los criollos tenían por costumbre no hacer nunca nada con prisas. Las visitas siempre discurrían con una pausada languidez, y casi todas las conversaciones se iniciaban con el ritual de contar historias de la familia y efectuar el recuento de una larga sucesión de antepasados. Las gentes de Nueva Orleans jamás confiaban en un desconocido con el que no tuvieran al menos un pariente común. De hecho, todos se hallaban tan familiarizados con sus respectivos árboles genealógicos que al menos diez generaciones de primos lejanos y parentela distante podían llegar a ser meticulosamente examinadas hasta que la conexión buscada por fin hubiera quedado establecida.
Gaspard Medart, sin embargo, estaba demasiado impaciente para seguir la costumbre.
-Quiero ver a mi hijastra de inmediato -exigió-. No tengo tiempo para charlas. Tráigala aquí ahora mismo. Irénée miró a Nick con expresión de asombro ante la grosería de aquel hombre. Nick volvió un rostro inexpresivo hacia Medart.
-Por desgracia, monsieur, tengo que darle algunas noticias bastante preocupantes.
-¡Se ha vuelto a escapar! -estalló Medart-. ¡Lo sabía! -No, nada de eso. No se alarme. Es sólo que ha sucumbido a unas fiebres.
-¡Fiebres! -exclamó la tante, obviamente conocedora de las mortíferas plagas que azotaban la ciudad de vez en cuando.
-Parece que no se trata de nada grave -dijo Nick en un tono tranquilizador-, pero naturalmente he mandado llamar al médico de la familia para que la examine. Hasta que llegue, sería peligroso molestarla. Está descansando en una habitación de invitados del piso de arriba.
-Insisto en verla ahora mismo-dijo Medart. -Ciertamente. -Nick empezó a levantarse, y luego preguntó-: ¿Puedo dar por sentado que usted ya ha padecido las fiebres antes?
-No.
-Entonces será mejor que no vaya a visitarla. A la edad de usted, su vida podría llegar a peligrar si contrajese las fiebres por haberse acercado a ______________.
-Quizá -se apresuró a interceder la tante-, deberíamos volver mañana después de que el médico la haya examinado, Gaspard.
Irénée contribuyó con el tono persuasivo de su voz. -Le aseguro, monsieur Medart, que cuidaremos muy bien de ella.
-Pero las molestias... -dijo Delphine, y su corpachón se estremeció mientras hacía un gesto de impotencia. -No es ninguna molestia-replicó Irénée con firmeza-. Ahora lo único que importa es el bienestar de ______________.
-¡No tengo ninguna prueba de que esté aquí siquiera! -chilló Medart.
-Está aquí -le aseguró Nick. Medart torció el gesto.
-Conozco su reputación, monsieur. Y sé que le ha jurado enemistad al prometido de ______________. ¡Si está tramando alguna clase de ardid, se lo haré pagar muy caro!
Irénée se inclinó hacia delante y dijo con convicción: -Le prometo, monsieur Medart, que su hijastra estará a salvo con nosotros. No le ocurrirá nada malo. -Miró a Nick v añadió, con un filo cortante como el acero en su tono-: Me aseguraré de que así sea.
Después de un poco más de persuasión, los Medart se fueron, convencidos en apariencia de que no les quedaba otra elección. Nick dejó escapar un ruidoso suspiro de alivio cuando oyó las ruedas del carruaje en el camino.
-Son despreciables -masculló.
Irénée apretó los labios en señal de disgusto. -Saben que estamos mintiendo, Nick.
Él se encogió de hombros.
-No pueden hacer nada al respecto.
-De buena gana se la habría entregado a los Medart si no fuera por los moretones que tiene en la espalda. No quiero que ______________ se vea expuesta a una nueva sesión de la disciplina de monsieur Medart.
-Ahora empezarán a correr los rumores-masculló Nick con una oscura satisfacción-. Daría una fortuna por ver la cara que pone Sagesse cuando Medart le cuente que tengo a ______________.
-______________ estaría más segura con Étienne que contigo -lo acusó Irénée-. ¡Al menos él planea contraer matrimonio con ella!
-______________ encontrará mucho más agradable una aventura conmigo que el matrimonio con él.
-Qué cruel y amargado te has vuelto-dijo Irénée con asombro-. Y qué decepcionado se sentiría tu padre si pudiera verlo.
Dolido, Nick la miró hoscamente. –
-Si él hubiera pasado por lo que he tenido que pasar yo, probablemente reaccionaría de la misma manera.
-Eso demuestra lo poco que conocías a tu padre -replicó Irénée a su vez, y salió de la habitación con la espalda muy rígida.
Aunque se sentía muy disgustada con su hijo mayor, Irénée aún no había descartado la posibilidad de que pudiera ser redimido. Mientras desayunaba en su habitación, discutió la situación con Noeline, el ama de llaves. Noeline, una mujer esbelta y atractiva que poseía un sentido innato de lo práctico y una clara inclinación a decir sin rodeos lo que pensaba, llevaba quince años siendo ama de llaves en la plantación de los Vallerand. Tal como había esperado Irénée, ni un solo detalle de su invitada, o de las intenciones que Nick tenía para con ella, habían escapado a la observadora mirada de Noeline.
-No puedo creer que realmente tenga intención de causar su ruina -dijo Irénée al tiempo que se llevaba la taza de porcelana a los labios-. ______________ es una joven decente, y no merece verse involucrada en la enemistad que mi hijo le profesa a Étienne Sagesse.
Las facciones color café de Noeline permanecieron inexpresivas, pero un destello pensativo apareció en sus ojos. -Monsieur Vallerand está demasiado deseoso de vengarse de Sagesse como para pensar en ninguna otra cosa. -Supongo que así es-dijo Irénée de mala gana-. Pero Noeline, no puedo creer que Nick vaya a ser tan malvado como para seducir deliberadamente a una joven inocente.
-El señor no es ningún malvado -replicó Noeline, yendo al tocador y disponiendo en pulcras hileras los cepillos y las diminutas botellas-. Sólo es un hombre, madame. Y no puede mantener alejado a un hombre de una chica tan guapa, igual que no podría atar a un sabueso con una ristra de salchichas. -¿Piensas que ______________ es guapa? -Irénée frunció el ceño pensativamente-. He de admitir que al principio no me lo pareció. Pero cuanto más tiempo hace que la conozco, más atractiva parece volverse.
-Tiene algo que le gusta mucho a monsieur -observó Noeline secamente-. Se lo oye crujir como el aceite en una sartén cada vez que ella entra en la habitación.
-Noeline -la riñó Irénée mientras reía sobre su taza de té.
El ama de llaves también sonrió.
-Es así, madame-insistió-. Y cuando el señor la mira, tiene algo más que venganza en la cabeza. Es sólo que no quiere admitirlo.
Cuando ______________ estuvo segura de que su padrastro se había ido de la propiedad, fue en busca de Vallerand. Éste acababa de fumarse un puro y beberse una copa en la veranda delantera, y un hilillo de humo se elevaba perezosamente de un plato de cristal. Su atención permanecía centrada en un magnífico pura sangre que un mozo traía de los establos. Al parecer Vallerand se disponía a cabalgar hasta la ciudad.
Al oír los suaves pasos de ______________ en la veranda, Vallerand se volvió hacia ella. Su mirada se hallaba velada por los párpados entornados, y su boca mantenía una curva casi desdeñosa que la hizo sentirse extraña. Verlo hacía que le entraran ganas de sobresaltarlo, de pillarlo con la guardia baja... Se preguntó qué podría hacer Vallerand si ella se limitaba a ir hacia él y besaba su firme, tentadora boca y luego quitaba el rígido corbatín blanco de su cuello. Ningún hombre la había afectado nunca de aquella forma. Quería sentir el roce de sus mejillas afeitadas, y pasar suavemente sus labios sobre los suyos, y percibir el calor de su aliento en la piel. Vallerand parecía tomarse un poco demasiado en serio a sí mismo, como si estuviera muy necesitado de que algo -o alguien-se riera de él y lo desarmara. Si fuera su esposa, ______________ haría algo al respecto.
Aquel pensamiento tan sorprendente hizo que se preguntara cuánto tiempo llevaba viudo, y cómo había muerto su esposa. Estaba claro que ése era un terna prohibido en la casa de los Vallerand. Ni siquiera Irénée, siempre tan habladora, se mostraba dispuesta a responder a las preguntas de ______________ sobre aquel tema.
______________ ofreció a Vallerand una sonrisa dubitativa. -Supongo que mi padrastro se enfadó mucho cuando no le permitió verme.
-Mucho.
-Bien. -Se detuvo ante él, y su altura la obligó a echar la cabeza hacia atrás. Cielo santo, aquel hombre era enorme-. ¿Le creyó cuando le dijo que yo estaba enferma? -No, no me creyó.
-¿Y aun así se fue? -______________ se mordisqueó el labio in-ferior y frunció el ceño-. Yo hubiese esperado que hiciera valer sus derechos ante usted.
-Su padrastro está intentando evitar un escándalo -replicó Vallerand-. No hará valer sus derechos ante mí. Y mientras esté en mi casa, nadie puede obligarme a que la saque de ella.
-¿Ni siquiera las autoridades locales? El sacudió la cabeza.
-Mantengo una excelente relación con el gobernador Claiborne.
Ella dejó escapar una breve carcajada.
-Está claro que puedo considerarme afortunada al haber hecho amistad con un hombre tan influyente. -______________ sacó de su manga la carta a Marie, y le entregó el sobre sella do con cera-. Mi carta. Le ruego que la haga entregar lo antes posible. Es importante.
-Soy consciente de la importancia de la carta, mademoiselle.
______________ lo miró con curiosidad, preguntándose por qué su presencia parecía hacerlo sentir incómodo. Quizá no le gus-taba que fuese tan franca y nunca se anduviera con rodeos. Su puso que Vallerand tenía que estar acostumbrado a las refinadas damas de Nueva Orleans, quienes seguramente no corrían a través de los pantanos y desafiaban a sus familias.
-Monsieur Vallerand -le dijo con dulzura-, le pido disculpas por todas las molestias que le he causado. Para compensarlo por su hospitalidad, le prometo que me iré de aquí lo más pronto posible. Si mi prima Marie no quiere acogerme en su casa, entraré en el convento de las ursulinas.
Él sonrió, al parecer divertido por la idea.
-Una monja con los rizos rojos de una bruja. -Una nota extraña, casi acariciante, se había infiltrado en su voz. ______________ sonrió avergonzada al tiempo que se llevaba una mano a su cabellera caóticamente sujeta.
-Sin duda ellas insistirían en cortar todo este desorden. -No -dijo él sin perder un instante-. Es precioso. ______________ casi se ofendió, pensando que Vallerand se burlaba de ella. Pero cuando él siguió contemplándola con aquella mirada impasible y oscura, se dio cuenta de que era sincero. Y eso llevó a otra comprensión, todavía más asombrosa: la de que Nickimilien Vallerand se sentía tan atraído por ella como ella se sentía atraída por él.
La atracción nunca llegaría a tener consecuencias, naturalmente. Sin embargo, lo encontró interesante, de todas maneras. Un súbito calor afluyó a su rostro, y se apresuró a apartar la mirada.
-Buenas tardes, monsieur-murmuró y se fue, andando tan deprisa que las faldas casi se le enredaron alrededor de los tobillos.
-¿Cómo, otra vez aquí esta noche? -susurró Mariame, abriendo la puerta de par en par y dando la bienvenida a Nick al interior de su casa, ubicada en el barrio del Vieux Carré donde vivían los cuarterones, cerca de Rampart. Sus gruesas pestañas descendieron mientras se concentraba en aflojar el corbatín almidonado de Nick-. Creía haber satisfecho todos tus deseos anoche.
Ocho años antes, el primer protector de Mariame había dado por finalizado su acuerdo sin ningún miramiento, con lo que tanto ella como su hijo ilegítimo se quedaron sin dinero y sin hogar. Desesperada, Mariame había empezado a hacer el equipaje para regresar a la casa de su madre y vivir con ella. Cuando Nick supo que su amante la había abandonado, no vaciló en ir a verla. Mariame era una de las mujeres más hermosas de Nueva Orleans, y él llevaba mucho tiempo admirándola.
Mariame no intentó ocultar su asombro ante la oferta que le hizo Nick de convertirse en su protector. «Casi todos los hombres quieren vírgenes», había dicho. En Nueva Orleans había incontables jóvenes hermosas, la mayoría de ellas fruto de la mezcla de sangres, a las que se había preparado para convertirse en amantes de los ricos plantadores v hombres de negocios criollos que podían permitirse el lujo de mante-nerlas. Placées, se llamaba a aquellas chicas tan ávidamente buscadas, y la mayor parte de ellas disfrutaban de grandes lujos.
El comentario de Mariame ante su oferta hizo reír a Nick. -La virginidad me importa un comino -le había dicho-. Quiero la compañía de una mujer hermosa e inteligente. Fija tus propios términos, Mariame: te deseo demasiado como para regatear.
Su admiración había aliviado inconmensurablemente la pena y el orgullo herido de Mariame. Los desagradables rumores que corrían acerca de Vallerand habían llegado a sus oídos, y llevaba tiempo preguntándose si serían ciertos. Sin embargo, dado que había visto la soledad en los oscuros ojos de Nick y la delicadeza de sus maneras, decidió confiar en él.
En los ocho años transcurridos desde entonces, Mariame nunca había lamentado su elección. Nick era un amante muy tierno, un generoso sustentador y un buen amigo. Aunque se había asegurado de que Mariame no trajera al mundo ningún hijo suyo, pagó el dinero necesario para que el hijo de Mariane fuera educado en París. Las joyas y vestidos que le había ido dando a lo largo de los años bastarían para permitirle vivir rodeada de lujos durante el resto de su vida, y a ella no le cabía ninguna duda de que cuando Nick pusiera fin a su relación, le entregaría una suma extravagante en concepto de despedida.
Porque Nick había sido bueno con ella, Mariame tomó la resolución de que nunca pondría obstáculos a sus deseos. Cuando Nick decidiera que lo suyo había terminado, lo deja ría partir sin protestar. No deseaba encadenarlo a ella, y había evitado sabiamente enamorarse de él.
Una sonrisa iluminó el rostro de Mariame mientras pasaba los brazos alrededor de los hombros de Nick. Alta y de cuerpo esbelto, no le resultó nada difícil ponerse de puntillas y rozar sus labios con los suyos. Sin embargo, esa noche Nick no respondió tal como ella había esperado. Estaba insólitamente preocupado, turbado por algo.
-No he venido aquí para eso -dijo Nick, desenredándose de su abrazo.
Mariame fue a servirle una copa.
-¿Y entonces para qué estás aquí, Nick?
-No lo sé -dijo él, y empezó a dar rápidos paseos por la habitación.
-Siéntate, mon cher, por favor. Me pone nerviosa verte ir de un lado a otro como un tigre hambriento.
Nick hizo lo que le pedía, y tomó asiento en el sofá sin que su mirada meditabunda pareciese centrarse en nada en particular.
Mariame se acomodó en el sofá junto a él, dejando que sus largas y esbeltas piernas colgaran despreocupadamente de uno de los muslos de él. Le entregó una copa de coñac. -Esto tal vez te ayudará a relajarte.
Él tomó la copa y bebió un largo trago, sin apenas apreciar la excelente calidad del licor.
Los dedos de Mariame subieron por su muslo siguiendo un camino que les era familiar.
-¿Estás seguro de que no quieres...? -No -masculló él, apartándole la mano. Mariame se encogió de hombros.
-D'accord. -Una sonrisa, curiosa y astuta, rozó sus labios-. Alors, podrías contarme algo más acerca de esa mujer que tienes alojada en tu casa.
Nick le lanzó una mirada sardónica, comprendiendo que los rumores se habían propagado todavía más deprisa de lo que él esperaba.
-Los gemelos se tropezaron con mademoiselle Kersaint cuando intentaba huir de un matrimonio no deseado. -Ah. -Las perfiladas cejas de Mariame se elevaron expresivamente-. No son muchas las mujeres que se atreverían a hacer tal cosa. ¿Quién es el que aspira a ser su esposo, bien-aimé?-Étienne Sagesse.
Los dedos de Mariame dejaron de jugar con el hombro de Nick.
-Sagesse... bon Dieu. Qué extraño que la chica acudiera a tí, de entre todas las personas, en busca de refugio. ¿Qué vas a hacer?
-Voy a aprovechar la situación, naturalmente.
--Ten cuidado, Nick -dijo Mariame en tono de preocupación-. Ya sé que no te detendrás ante nada con tal de que Sagesse pague por lo que hizo hace tantos años. Pero si recurrieras a abusar de una inocente que se ha confiado a tu cuidado, luego lo lamentarías. -Una sonrisa llena de cariño flotó en sus labios-.Tienes una conciencia, mon cher, por mucho que pretendas lo contrario.
Una sonrisa reluctante pasó por el rostro de Nick. -Me alegro de que pienses eso. -Echó la cabeza hacia atrás y contempló los paneles de madera de ciprés que cubrían el techo-. Mariame--dijo, cambiando abruptamente de tema-, tú ya sabes que nunca pondré fin a nuestra relación sin haberte dejado bien situada antes.
-Nunca he temido que fueras a dejarme en la miseria -replicó Mariame tranquilamente. ¿Sería aquélla la primera señal de que el interés que sentía por ella empezaba a des vanecerse?-. Algún día -continuó diciendo-, me gustaría llevar mi propia casa de huéspedes. Es algo en lo que tendría mucho éxito.
-Sí, lo tendrías
-¿Debería empezar a hacer planes para ello?
-Algún día. Si es lo que quieres hacer. -Le acarició suavemente la mejilla-. Pero todavía no.
El jueves habitualmente era el día de estar en casa para los Vallerand, cuando las amistades y los conocidos de Irénée los visitaban y charlaban un rato mientras tomaban una -.iza de café rebajado con achicoria. Desgraciadamente, Irénée se había visto obligada a mantener alejadas las visitas a causa de la presencia de ______________.
-Lamento perturbar sus hábitos -dijo ______________. Irénée la hizo callar alegremente.
-No, no, tomaremos café juntas, sólo nosotras dos. En estos momentos tu compañía me resulta mucho más divertida que la de mis amistades, quienes siempre vienen con los mismos cotilleos para que vayamos dándoles vueltas semana tras semana. Tienes que hablarme de tu madre, v de las amistades que tenías en Natchez, y de tus pretendientes.
-A decir verdad, madame, he llevado una existencia muy recluida. A mi hermana v a mí no se nos permitía tener pretendientes. De hecho, rara vez nos relacionábamos ni siquiera con nuestros primos o parientes varones.
Irénée asintió para que viese que la entendía.
-Si nos guiamos por los patrones de hoy en día, esa manera de educar a las jovencitas ya se ha quedado muy anticuada. Pero conmigo también fue así. Nunca leí un periódico hasta después de haberme casado. No sabía nada del mundo exterior. Pasé muchísimo miedo cuando me llegó el momento de salir del capullo protector de mi familia y asumir mi lu-gar como la esposa de Victor Vallerand. -Irénée sonrió, con un tenue brillo de diversión en los ojos mientras se acordaba de la muchacha que había sido en aquel entonces-. Mi tante Marie y mi madre me acompañaron a mi lecho matrimonial y me dejaron sola allí para que esperase a mi esposo. ¡Oh, cómo les rogué que me llevaran de vuelta a casa! No quería ser una esposa, y mucho menos la esposa de un Vallerand. Victor era todo un hombretón, y su presencia me intimidaba muchísimo. Me aterraba pensar en lo que iba a exigir de mí.
Intrigada, ______________ dejó su taza.
-Evidentemente luego todo fue bien-observó la joven. Irénée dejó escapar una risita.
-Sí, Victor resultó ser un buen esposo. No tardé en enamorarme profundamente de él. Los hombres de la familia Vallerand son engañosos, ¿sabes? Por fuera se muestran dominadores y arrogantes. Sin embargo, cuando es llevado por la mujer adecuada, un Vallerand hará lo que sea con tal de complacerla. --Cogiendo una cucharilla de plata grabada, Irénée echó un poco más de azúcar dentro de su café y lo removió-. Listo -dijo con satisfacción-. Me gusta que mi café esté negro como el diablo y dulce como el pecado. -Madame, ¿cómo era la esposa de su hijo? -preguntó ______________ corno si tal cosa-. En su opinión, ¿supo llevarlo adecuadamente?
La pregunta hizo que Irénée se pusiera visiblemente tensa. Titubeó durante largo tiempo antes de responder. -Corinne era la chica más hermosa y malcriada que he conocido... estaba demasiado pendiente de sí misma para ser capaz de querer a nadie más. Nunca consiguió llevar a Nick como era debido. Una lástima, porque no habría necesitado hacer gran cosa para que Nick fuese feliz.
--El suyo no fue un buen matrimonio, entonces. -No -murmuró Irénée-. Creo que nadie diría que lo fue.
Para gran decepción de ______________, no estaba dispuesta a revelar nada más acerca de la misteriosa difunta esposa de Va-llerand.
Toda la existencia de los Vallerand se vio bruscamente perturbada cuando Justin intentó entrar en la casa sin ser visto pasada la medianoche, manchado de sangre y luciendo las señales que le habían dejado los golpes recibidos en una pelea. Lo llamó a capítulo de inmediato y se lo llevó a la cocina para administrarle una buena reprimenda. ______________ oyó la discusión desde su habitación. Abrumada por la curiosidad, fue sigilosamente hasta el inicio de la escalera y aguzó el oído.
--¡No puedes tratarme como si yo fuera un niño! ¡Ahora ira soy un hombre!
-Eso es lo que tú dices -fue la mordiente réplica de Vallerand-. Pero un hombre no les busca las cosquillas a otros casta hacer que se peleen a puñetazos con él por mero entretenimiento.
-No fue por entretenimiento -dijo Justin con vehemencia.
-¿Por qué te has peleado, entonces? -¡Para demostrar algo!
-¿Que eres rápido con los puños? Eso no te llevará muy lejos, Justin. Pronto alcanzarás la edad en que las peleas a puñetazos se convierten en sesiones de esgrima, y entonces te manchará de sangre las manos.
-Entonces seré como tú, ¿verdad?
Sorprendida por aquellas palabras, ______________ se sentó en la sombra del último escalón v escuchó con atención.
-Por malo que sea, yo nunca llegaré a ser peor que tú -lo acusó el muchacho-. Lo sé todo acerca de ti, papá. Y también conozco tus planes para Sagesse y mademoiselle Kersaint.
Un silencio lleno de tensión siguió a esas palabras. Finalmente Vallerand gruñó:
-Tengo razones sobre las que tú no sabes nada. -¿No? -se burló Justin.
-Al parecer has oído los rumores. -¡He oído la verdad!
-Nadie conoce la verdad -contestó Vallerand con voz átona.
El muchacho le escupió una palabra terrible y salió corriendo de la cocina. ______________ se apresuró a apartarse de la escalera y huyó hacia su cama, queriendo evitar que la sorprendieran escuchando a escondidas. Cuando estuvo a salvo debajo del cubrecama, clavó la mirada en las sombras sin verlas y se preguntó si había oído correctamente al muchacho. ¿Cuál era la palabra que Justin le había lanzado a su padre? Había sonado como «asesino».
Pero no podía haberlo oído bien, pensó, profundamente turbada, y sus puños se apretaron rígidamente contra el cubrecama.
Danne G.
Re: "Boda Entre Extraños" {Nick & Tú} -Adaptación- EN CONCURSO
Wow, que fuerte! realmente
ese JUSTIN -.- dios merece una buena zurra!
esta genial la novela realmente no me has desepcionado con tu elección ! siguela me encanta
ese JUSTIN -.- dios merece una buena zurra!
esta genial la novela realmente no me has desepcionado con tu elección ! siguela me encanta
Flor
Re: "Boda Entre Extraños" {Nick & Tú} -Adaptación- EN CONCURSO
AAAAAAAAAAAAHHHH
QUEEE CAAAPIIISSSSSSS!!!
YA QUIEROOO SABER CUAL ES EL MISTERIO DE LA MUERTE DE LA ESPOSA DE NIIIIIICKK!!!!!
QUEEE CAAAPIIISSSSSSS!!!
YA QUIEROOO SABER CUAL ES EL MISTERIO DE LA MUERTE DE LA ESPOSA DE NIIIIIICKK!!!!!
chelis
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