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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Página 6 de 12. • 1, 2, 3 ... 5, 6, 7 ... 10, 11, 12
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
SISISISISIS! esperen unos 15 minutos o menos! D:
Won'tStopTilWeSurrender∞
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
¬¬¬¬¬ Bueno, te quedan 5 c:'SweetCSmile♥ escribió:¬¬ NOOOO! me quedan 10 n.n (?)
Munchiterrestre
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
Munchiterrestre escribió:¬¬¬¬¬ Bueno, te quedan 5 c:'SweetCSmile escribió:¬¬ NOOOO! me quedan 10 n.n (?)
9! :D
Won'tStopTilWeSurrender∞
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
7'SweetCSmile escribió:Munchiterrestre escribió:¬¬¬¬¬ Bueno, te quedan 5 c:'SweetCSmile escribió:¬¬ NOOOO! me quedan 10 n.n (?)
9! :D
Munchiterrestre
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
Ok, ese comentario lo escribiste a las 7:28, ahora son las 7:33 te quedan 3 minutos.
Munchiterrestre
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
:o me avisas porque no veo cuando escribo(?)
Won'tStopTilWeSurrender∞
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
Ya te tocaría subir, porque ese último mensaje por mi lo escribí a las 7:32, ahora son las 7:43 osea que ya pasaron mucho más que tres minutos.'SweetCSmile escribió::o me avisas porque no veo cuando escribo(?)
Una preguntita, te gusta Perrie Edwards ? Y Little Mix ?
Munchiterrestre
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
._.
Bueno eso fue especial e.e
Camila sube cap o te tiro a mi gato castrado :)
Bueno eso fue especial e.e
Camila sube cap o te tiro a mi gato castrado :)
Feer :)x.
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
2 {1/2}
Carne
Carne
Cuando me desperté por la mañana, el sol entraba a raudales por las ventanas y se derramaba sobre el suelo de pino de mi habitación. Las motas de polvo bailaban frenéticamente en las franjas de luz. Me llegaba el olor a salitre; reconocía los chillidos de las gaviotas y el rumor de las olas rompiendo contra las rocas. Contemplaba los objetos de la habitación, que había acabado haciendo míos y ya me resultaban familiares. Quien se hubiera encargado de decorarla lo había hecho con una idea bastante definida de su futura ocupante. Había cierto encanto adolescente en los muebles blancos, en la cama de hierro con dosel y en el papel de la pared, con su estampado de capullos de rosa. El tocador, también blanco, tenía dibujos florales en los cajones. Había una mecedora de mimbre en un rincón y, junto a la cama, pegado a la pared, un delicado escritorio de patas torneadas.
Me estiré y sentí el tacto de las sábanas arrugadas contra mi piel; su textura era todavía una novedad para mí. En el lugar de donde veníamos no había objetos ni texturas. No necesitábamos nada físico para vivir y, por lo tanto, no había nada. El cielo no era fácil de describir. Algunos humanos podían tener a veces un atisbo, surgido de los rincones mas recónditos de su inconsciente, pero era muy difícil definirlo. Había que imaginarse una extensión blanca, una ciudad invisible sin nada material que pudiera captarse con los ojos, pero que aun así constituyera la visión más hermosa que se pudiera concebir. Un cielo como de oro líquido y cuarzo rosa, con una sensación permanente de ingravidez y ligereza: aparentemente vacío, pero más majestuoso que el palacio más espléndido de la tierra. No se me ocurría nada mejor para intentar describir algo tan inefable como mi anterior hogar. El lenguaje humano, la verdad, no me tenía muy impresionada; me parecía absurdamente limitado. Había demasiadas cosas que no podían decirse con palabras. Y ése era uno de los aspectos más tristes de la vida de la gente: que sus ideas y sentimientos más importantes no llegaban expresarse ni a entenderse casi.
Una de las palabras más frustrantes del lenguaje humano, al menos por lo que yo sabía, era «amor». Tantos significados distintos vinculados a esa palabra diminuta.
La gente la manejaba alegremente tanto para referirse a sus posesiones y a sus mascotas como a sus lugares de vacaciones o a su comida favorita. Y acto seguido aplicaban la misma palabra a la persona que consideraban más importante de sus vidas. ¿No resultaba insultante? ¿No debería de existir otro término para definir una emoción más profunda? Los humanos estaban obsesionados con el amor: desesperados por establecer un vínculo con una persona a la que pudieran referirse como su «media naranja». Por la literatura que yo había leído, daba la impresión de que estar enamorado significaba convertirse prácticamente en el mundo entero para la persona amada. El resto del universo palidecía y se volvía insignificante en comparación. Cuando los amantes se hallaban separados, caían en un estado de honda melancólica y, al volver a reunirse, sus corazones empezaban a palpitar de nuevo. Sólo cuando estaban juntos podían apreciar de verdad los colores del mundo.
De lo contrario, todo se desteñía y se volvía borroso y gris.
Permanecí en la cama preguntándome por aquella emoción tan irracional y tan indiscutiblemente humana. ¿Y si el rostro de una persona se volvía tan sagrado para ti que quedaba grabado de modo indeleble en tu memoria? ¿Y si su olor y su tacto te llegaban a resultar más preciosos que tu propia vida? Desde luego, yo no sabía nada del amor humano, pero la idea misma me había resultado siempre intrigante. Los seres celestiales fingían entender la intensidad de las relaciones humanas; pero a mí me parecía asombroso que los humanos permitieran que otra persona se adueñara de sus mentes y de sus corazones. No dejaba de resultar irónico que el amor pudiera avivar en ellos la percepción de las maravillas del universo, cuando al mismo tiempo restringía toda su atención a la persona amada.
Los ruidos de mis hermanos trajinando abajo, en la cocina, interrumpieron mi ensueño y me arrancaron de la cama.
¿Qué sentido tenían mis divagaciones, a fin de cuentas, cuando el amor humano estaba vedado a los ángeles?
Me envolví en un suéter de cachemir para abrigarme y bajé descalza las escaleras. En la cocina me recibió un aroma tentador a tostadas y café. Me complacía descubrir que me estaba adaptando a la vida humana: sólo unas semanas atrás esos olores me habrían dado dolor de cabeza e incluso náuseas. Pero ahora había empezado a disfrutar la experiencia. Flexioné los dedos de los pies, recreándome en el suave tacto del suelo de madera. Ni siquiera me importó demasiado tropezarme-medio dormida como estaba-con la esquina de la nevera y darme un golpe en el dedo gordo. La punzada de dolor sólo sirvió para recordarme que era real y que podía sentir.
-Buenas tardes, ______ -dijo mi hermano en plan de guasa, tendiéndome una taza de té humeante. La sostuve una fracción de segundo más de la cuenta antes de dejarla y me quemé los dedos. Liam notó cómo me estremecía y frunció el ceño. Eso me recordó que, a diferencia de mis dos hermanos, yo no era inmune al dolor.
Mi forma física era tan endeble como cualquier otro cuerpo humano, aunque yo era capaz de curarme las heridas menores, como cortes y fracturas. Ésa había sido una de las cosas que habían preocupado a Liam en primer lugar cuando fui escogida. Sabía que el me consideraba vulnerable y que pensaba que toda la misión podía resultar peligrosa para mí. Me habían elegido porque yo estaba más en sintonía con la condición humana que los demás ángeles: yo me preocupaba por los humanos, me identificaba con ellos y procuraba comprenderlos. Tenía fe en ellos, lloraba por ellos. Tal vez se debía a que era joven: había sido creada hacía sólo diecisiete años mortales, cosa que equivalía a la primera infancia en años celestiales. Liam e Ivy llevaban siglos en activo; habían librado múltiples batallas y habían presenciado atrocidades inimaginables perpetradas por los humanos. Habían tenido tiempo sobrado para adquirir la fuerza y el poder que los protegía en la Tierra. Ambos la habían visitado en varias misiones y habían podido adaptarse poco a poco a sus condiciones de vida cobrar conciencia de sus peligros y dificultades. En cambio, yo era un ángel en su forma más pura y vulnerable. Era ingenua y confiada, joven y frágil. Sentía el dolor porque no me protegían años de sabiduría y experiencia. Por eso Liam habría deseado que no me hubieran escogido. Y por eso precisamente lo habían hecho.
Porque la decisión definitiva no la había tomado él, sino otro: alguien tan importante que ni siquiera Liam se hubiera atrevido a discutir. Tuvo que resignarse y aceptar que, detrás de mi elección, debía de haber una razón divina que sobrepasaba su capacidad de comprensión.
Di un sorbo cauteloso al té y le sonreí a mi hermano. Él pareció relajarse, tomó una caja de cereales y examino la etiqueta.
-¿Qué prefieres: tostadas o está cosa llamada «cereales con miel»?
-Tostadas -contesté, arrugando la nariz ante los cereales.
Ivy, también sentada a la mesa, parecía muy concentrada untando una tostada con mantequilla. Mi hermana estaba intentando tomarle gusto a la comida. La observé mientras cortaba su tostada en cuadritos, los esparcía por el plato y volvía a juntarlos como si formasen un puzzle. Fui a sentarme a su lado y aspiré la embriagadora fragancia francesa a freesia que parecía acompañarla siempre.
-Estás pálida -observó con su calma habitual, apartándose un mechón de pelo rubio platino que le caía sobre sus ojos grises. Ivy había decidido asumir el papel de madre abnegada en nuestra pequeña familia.
-No es nada –respondí sin darle importancia. Titubeé antes de añadir-: Sólo un mal sueño.
De inmediato vi que los dos se ponían en guardia y cruzaban una mirada inquieta.
-Yo no llamaría a eso nada –comentó Ivy-. Ya sabes que nosotros no soñamos.
Liam, que se había apostado junto a la ventana, se acercó para examinar mi rostro con detenimiento. Me alzó la barbilla con un dedo y noté que su expresión se volvía ceñuda de nuevo, oscureciendo la grave belleza de su rostro.
-Vete con cuidado, _____ -me dijo con aquel tono de hermano mayor al que ya me había acostumbrado-. Procura no apegarte demasiado a las experiencias físicas. Por excitantes que parezcan, recuerda que nosotros sólo estamos de vista. Todo esto es transitorio y tarde o temprano habremos de regresar… -Al ver mi expresión desolada se detuvo en seco. Luego prosiguió con un tono más ligero-: Bueno, todavía queda un montón de tiempo antes de que eso suceda, así que podemos hablar de ello más adelante.
Era raro visitar la Tierra con Ivy y Liam. Los dos llamaban la atención allí donde iban. Por su aspecto físico, Liam parecía una estatua clásica que hubiera cobrado vida. Tenía un cuerpo perfectamente proporcionado, y daba la impresión de que cada uno de sus músculos hubiera sido esculpido en un mármol purísimo. Su pelo era de color castaño y sus ojos penetrantes eran de un café claro. Hoy llevaba unos tejanos azules desteñidos, rajados en las rodillas, y una camisa de lino arrugada, prendas que le conferían un desaliñado atractivo. Liam era arcángel y miembro de los Sagrados Siete.(No lo es, pero si en esta novela e.é) Aunque los arcángeles sólo ocupaban el segundo lugar en la divina jerarquía, eran muy selectos y tenían más relación que nadie con los seres humanos. De hecho, habían sido creados para servir de puente entre el Señor y los mortales. Pero Liam, en el fondo, era sobre todo un guerrero-su nombre celestial significa «Héroe de Dios»- y había sido él quien había visto arder Sodoma y Gomorra.
Ivy, por su parte, era una de las más sabias y antiguas de nuestra estirpe, aunque no aparentase más de veinte años. Era un serafín, la orden angélica más cercana al Señor. En el reino, los serafines tenían seis alas que venían a indicar los seis días de la creación. Ivy llevaba tatuada en la muñeca une serpiente dorada, signo de su alto rango. Decían que los serafines intervenían en la batalla para arrojar fuego sobre la Tierra, pero la verdad es que era una de las criaturas más gentiles que he conocido. En su envoltura física, Ivy se parecía a una madonna del Renacimiento con aquel cuello de cisne y aquella cara ovalada y pálida. Sus ojos eran grises y penetrantes. Esa mañana llevaba un vestido blanco y vaporoso y unas sandalias doradas.
En cuanto a mí, yo no tenía nada de especial; era sólo un ángel vulgar y corriente, uno del montón, situado en el escalón más bajo de la jerarquía. A mí no me importaba. Eso implicaba que podía relacionarme con los espíritus humanos que ingresaban en el Reino. Físicamente tenía, como toda mi familia, un aspecto etéreo, salvo por mis ojos, más oscuros que los de Liam, y por la melena marrón chocolate que me caía en suaves ondas por la espalda. Yo había creído que, una vez que te habían asignado un destino terrenal, podías escoger tu propia apariencia física, pero la cosa no iba así. Había sido creada más bien menuda y con rasgos delicados, no demasiado alta, con la cara en forma de corazón, orejas de duendecillo y una piel pálida como la leche. Cada vez que me veía reflejada en un espejo, percibía un entusiasmo que no encontraba en los rostros de mis hermanos. Aunque lo intentara, no lograba adoptar la pose distante de Liam e Ivy. Ellos raramente perdían la compostura o la seriedad, por dramático que fuese lo que sucediera a su alrededor. A mí, en cambio, aunque me esforzara en darme aires de suficiencia, siempre se me veía una expresión de curiosidad insaciable.
Ivy se levantó y se acercó al fregadero con su plato. Más que caminar, parecía bailar cuando se movía. Tanto ella como Liam poseían una gracia natural que yo era incapaz de imitar. Más de una vez me habían acusado de ser una torpe y de andar dando tumbos por la casa.
Después de tirar la tostada que se había limitado a mordisquear, se repantigó en el asiento de la ventana con el periódico desplegado.
–¿Qué noticias hay? –pregunté.
Por toda respuesta me mostró la primera página. Ojeé los titulares –bombardeos, desastres naturales, crisis económica– y me di por vencida en el acto.
–No es de extrañar que la gente no se sienta segura aquí –dijo Ivy con un suspiro–. Es imposible, si no se fían unos de otros.
–Siendo así, ¿Qué podemos hacer por ellos? –pregunté, vacilante.
–Será mejor no hacerse demasiadas ilusiones por ahora –contestó Liam–. Los cambios llevan su tiempo, según dicen.
–Además, no nos corresponde a nosotros salvar al mundo –añadió Ivy– Nosotros hemos de concentrarnos en nuestra pequeña parcela.
–¿Te refieres a este pueblo?
–Claro –asintió–. Esté pueblo estaba entre los objetivos de las Fuerzas Oscuras. Es extraño, ¿no?, quiero decir, los sitios que eligen.
–Me imagino que empiezan por abajo para ir cada vez a más –comentó Liam con una mueca de repugnancia–. Si pueden conquistar un pueblo, podrán conquistar una ciudad, luego un estado y finalmente un país entero.
–¿Cómo podemos saber los daños que ya hayan provocado? –pregunté.
–Eso se aclarará a su debido tiempo –dijo Liam–. Pero con la ayuda de el Cielo, nosotros pondremos fin a su obra de destrucción. No fallaremos en nuestra misión y, cuando nos vayamos, este sitio volverá a estar en manos del Señor.
–Entre tanto, intentemos adaptarnos y mezclarnos con la gente –dijo Ivy, quizás haciendo un esfuerzo para aligerar el tono de la conversación. Poco me faltó para soltar una carcajada, Me dieron ganas de decirle que se mirase al espejo. Ivy podría tener siglos a sus espaldas, pero a veces parecía muy ingenua. Incluso yo sabía que «mezclarse» iba a resultar muy difícil.
Saltaba a la vista que éramos diferentes, y no como pueda serlo un estudiante de Bellas Artes que lleve el pelo teñido y medias estrafalarias. No, nosotros éramos diferentes de verdad: diferentes como de otro mundo. Cosa nada sorprendente teniendo en cuenta quienes éramos… o mejor, qué éramos.
Habían muchas cosas que nos volvían llamativos. De entrada, los humanos tenían defectos y nosotros no. Si nos veías entre una multitud lo primero que te llamaba la atención era nuestra piel, tan translúcida que habrías llegado a creer que contenía partículas de luz, lo cual se hacía más evidente al oscurecer, cuando toda la piel que quedaba a la vista emitía un resplandor, como si tuviera una fuente interior de energía.
Nosotros, además, no dejábamos huellas, ni siquiera cuando caminábamos por una superficie muy blanda como la hierba o la arena. Y nunca nos pillarías con una camiseta demasiado escotada por detrás: siempre las usábamos cerradas para disimular un pequeño problema cosmético.
A medida que nos introducíamos en la vida del pueblo, la gente no dejaba de preguntarse que hacíamos en un rincón tan apartado de Venus Cove. Unas veces nos tomaban por turistas que habían decidido prolongar su estancia; otras, nos confundían con personajes famosos y nos preguntaban por programas de televisión de los que ni siquiera habíamos oído hablar. Nadie adivinaba que estábamos trabajando,; que habíamos sido reclutados para socorrer a un mundo que estaba al borde de la destrucción. Sólo hacía falta abrir un periódico o encender la televisión para entender porque habíamos sido enviados: asesinatos, secuestros, ataques terroristas, guerras, atracos a los ancianos… La lista era espantosa e interminable. Había tantas almas en peligro que los Agentes de la Oscuridad habían aprovechado la ocasión para agruparse. Liam, Ivy y yo estábamos allí para contrarrestar su influencia.
Habían enviado a otros Agentes de la Luz a distintos lugares de todo el planeta y, al final, nos reunirían a todos para evaluar lo que habíamos descubierto. Yo sabía que la situación era alarmante, pero estaba convencida de que no fallaríamos. De hecho, creía que nos resultaría fácil: nuestra sola presencia constituiría una solución divina. Eso pensaba. Estaba a punto de descubrir que me equivocaba de medio a medio.
Era una suerte que nos hubieran destinado a Venus Cove, un lugar impresionante y lleno de llamativos contrastes. Había zonas de la costa muy escarpadas que el viento azotaba sin cesar. Desde nuestra casa veíamos los imponentes acantilados que se asomaban al océano oscuro y revuelto, y oíamos aullar al viento entre los árboles. Pero si te desplazabas un poco tierra adentro había pasajes bucólicos, y colinas onduladas llenas de vacas pastando, y molinos preciosos.
La mayoría de las casas de Venus Cove eran modestas viviendas de madera, pero más cerca de las costas había una serie de calles arboladas con edificios más grandes y espectaculares.
Nuestra propia casa, «Byron», era una de ellas. A Liam no le entusiasmaba demasiado, que digamos: el clérigo que había en él la encontraba excesiva. Sin duda se habría sentido más cómodo en una vivienda menos lujosa. A Ivy y a mí, en cambio, nos encantaba. Y si los poderes superiores no creían que nos fuese a hacer ningún daño disfrutar nuestra estancia en la Tierra, ¿quiénes éramos nosotros para pensar lo contrario? Yo me temía que aquella casa no iba a ayudarnos a conseguir nuestro objetivo de mezclarnos con la gente, pero mantuve la boca cerrada. No quería quejarme ni poner objeciones porque ya me sentía de por sí como una carga para la buena marcha de la misión.
Venus Cove tenía una población de unos tres mil habitantes, aunque la cifra se doblaba durante el verano, cuando todo el pueblo se transformaba en un abarrotado centro de vacaciones. La gente, en cualquier época del año, era abierta y simpática. Me gustaba la atmósfera que reinaba allí. No había tipos trajeados trotando hacia sus oficinas de altos vuelos. Allí nadie tenía prisa. A la gente le daba igual cenar en el restaurante más selecto del pueblo o en un bar de la playa. Eran demasiado tranquilos para preocuparse por esas cosas.
—¿Tú estás de acuerdo, ____? —El sonoro timbre de voz de Liam me devolvió a la realidad. Traté de retomar el hilo de la conversación, pero me había quedado en blanco.
—Perdona —dije —. Estaba a miles de kilómetros. ¿Qué decías?
—Sólo estaba fijando algunas normas básicas. Todo va a ser distinto a partir de ahora.
Se le veía otra vez ceñudo y un poco irritado por mi falta de atención. Esa misma mañana empezábamos los dos en el colegio Bryce Hamilton: yo como alumna y Liam como nuevo profesor de música. Un colegio podía resultar un lugar útil para empezar a contrarrestar los emisarios de la oscuridad, ya que estaba lleno de gente joven cuyos valores estaban en plena evolución. Como Ivy era un ser demasiado sobrenatural para ingresar entre una manada de alumnos de secundaria, se había decidido que ella actuaría como consejera nuestra y que se ocuparía de nuestra seguridad, o mejor dicho, de la mía, porque Liam sabia cuidarse de sí mismo.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Me estiré y sentí el tacto de las sábanas arrugadas contra mi piel; su textura era todavía una novedad para mí. En el lugar de donde veníamos no había objetos ni texturas. No necesitábamos nada físico para vivir y, por lo tanto, no había nada. El cielo no era fácil de describir. Algunos humanos podían tener a veces un atisbo, surgido de los rincones mas recónditos de su inconsciente, pero era muy difícil definirlo. Había que imaginarse una extensión blanca, una ciudad invisible sin nada material que pudiera captarse con los ojos, pero que aun así constituyera la visión más hermosa que se pudiera concebir. Un cielo como de oro líquido y cuarzo rosa, con una sensación permanente de ingravidez y ligereza: aparentemente vacío, pero más majestuoso que el palacio más espléndido de la tierra. No se me ocurría nada mejor para intentar describir algo tan inefable como mi anterior hogar. El lenguaje humano, la verdad, no me tenía muy impresionada; me parecía absurdamente limitado. Había demasiadas cosas que no podían decirse con palabras. Y ése era uno de los aspectos más tristes de la vida de la gente: que sus ideas y sentimientos más importantes no llegaban expresarse ni a entenderse casi.
Una de las palabras más frustrantes del lenguaje humano, al menos por lo que yo sabía, era «amor». Tantos significados distintos vinculados a esa palabra diminuta.
La gente la manejaba alegremente tanto para referirse a sus posesiones y a sus mascotas como a sus lugares de vacaciones o a su comida favorita. Y acto seguido aplicaban la misma palabra a la persona que consideraban más importante de sus vidas. ¿No resultaba insultante? ¿No debería de existir otro término para definir una emoción más profunda? Los humanos estaban obsesionados con el amor: desesperados por establecer un vínculo con una persona a la que pudieran referirse como su «media naranja». Por la literatura que yo había leído, daba la impresión de que estar enamorado significaba convertirse prácticamente en el mundo entero para la persona amada. El resto del universo palidecía y se volvía insignificante en comparación. Cuando los amantes se hallaban separados, caían en un estado de honda melancólica y, al volver a reunirse, sus corazones empezaban a palpitar de nuevo. Sólo cuando estaban juntos podían apreciar de verdad los colores del mundo.
De lo contrario, todo se desteñía y se volvía borroso y gris.
Permanecí en la cama preguntándome por aquella emoción tan irracional y tan indiscutiblemente humana. ¿Y si el rostro de una persona se volvía tan sagrado para ti que quedaba grabado de modo indeleble en tu memoria? ¿Y si su olor y su tacto te llegaban a resultar más preciosos que tu propia vida? Desde luego, yo no sabía nada del amor humano, pero la idea misma me había resultado siempre intrigante. Los seres celestiales fingían entender la intensidad de las relaciones humanas; pero a mí me parecía asombroso que los humanos permitieran que otra persona se adueñara de sus mentes y de sus corazones. No dejaba de resultar irónico que el amor pudiera avivar en ellos la percepción de las maravillas del universo, cuando al mismo tiempo restringía toda su atención a la persona amada.
Los ruidos de mis hermanos trajinando abajo, en la cocina, interrumpieron mi ensueño y me arrancaron de la cama.
¿Qué sentido tenían mis divagaciones, a fin de cuentas, cuando el amor humano estaba vedado a los ángeles?
Me envolví en un suéter de cachemir para abrigarme y bajé descalza las escaleras. En la cocina me recibió un aroma tentador a tostadas y café. Me complacía descubrir que me estaba adaptando a la vida humana: sólo unas semanas atrás esos olores me habrían dado dolor de cabeza e incluso náuseas. Pero ahora había empezado a disfrutar la experiencia. Flexioné los dedos de los pies, recreándome en el suave tacto del suelo de madera. Ni siquiera me importó demasiado tropezarme-medio dormida como estaba-con la esquina de la nevera y darme un golpe en el dedo gordo. La punzada de dolor sólo sirvió para recordarme que era real y que podía sentir.
-Buenas tardes, ______ -dijo mi hermano en plan de guasa, tendiéndome una taza de té humeante. La sostuve una fracción de segundo más de la cuenta antes de dejarla y me quemé los dedos. Liam notó cómo me estremecía y frunció el ceño. Eso me recordó que, a diferencia de mis dos hermanos, yo no era inmune al dolor.
Mi forma física era tan endeble como cualquier otro cuerpo humano, aunque yo era capaz de curarme las heridas menores, como cortes y fracturas. Ésa había sido una de las cosas que habían preocupado a Liam en primer lugar cuando fui escogida. Sabía que el me consideraba vulnerable y que pensaba que toda la misión podía resultar peligrosa para mí. Me habían elegido porque yo estaba más en sintonía con la condición humana que los demás ángeles: yo me preocupaba por los humanos, me identificaba con ellos y procuraba comprenderlos. Tenía fe en ellos, lloraba por ellos. Tal vez se debía a que era joven: había sido creada hacía sólo diecisiete años mortales, cosa que equivalía a la primera infancia en años celestiales. Liam e Ivy llevaban siglos en activo; habían librado múltiples batallas y habían presenciado atrocidades inimaginables perpetradas por los humanos. Habían tenido tiempo sobrado para adquirir la fuerza y el poder que los protegía en la Tierra. Ambos la habían visitado en varias misiones y habían podido adaptarse poco a poco a sus condiciones de vida cobrar conciencia de sus peligros y dificultades. En cambio, yo era un ángel en su forma más pura y vulnerable. Era ingenua y confiada, joven y frágil. Sentía el dolor porque no me protegían años de sabiduría y experiencia. Por eso Liam habría deseado que no me hubieran escogido. Y por eso precisamente lo habían hecho.
Porque la decisión definitiva no la había tomado él, sino otro: alguien tan importante que ni siquiera Liam se hubiera atrevido a discutir. Tuvo que resignarse y aceptar que, detrás de mi elección, debía de haber una razón divina que sobrepasaba su capacidad de comprensión.
Di un sorbo cauteloso al té y le sonreí a mi hermano. Él pareció relajarse, tomó una caja de cereales y examino la etiqueta.
-¿Qué prefieres: tostadas o está cosa llamada «cereales con miel»?
-Tostadas -contesté, arrugando la nariz ante los cereales.
Ivy, también sentada a la mesa, parecía muy concentrada untando una tostada con mantequilla. Mi hermana estaba intentando tomarle gusto a la comida. La observé mientras cortaba su tostada en cuadritos, los esparcía por el plato y volvía a juntarlos como si formasen un puzzle. Fui a sentarme a su lado y aspiré la embriagadora fragancia francesa a freesia que parecía acompañarla siempre.
-Estás pálida -observó con su calma habitual, apartándose un mechón de pelo rubio platino que le caía sobre sus ojos grises. Ivy había decidido asumir el papel de madre abnegada en nuestra pequeña familia.
-No es nada –respondí sin darle importancia. Titubeé antes de añadir-: Sólo un mal sueño.
De inmediato vi que los dos se ponían en guardia y cruzaban una mirada inquieta.
-Yo no llamaría a eso nada –comentó Ivy-. Ya sabes que nosotros no soñamos.
Liam, que se había apostado junto a la ventana, se acercó para examinar mi rostro con detenimiento. Me alzó la barbilla con un dedo y noté que su expresión se volvía ceñuda de nuevo, oscureciendo la grave belleza de su rostro.
-Vete con cuidado, _____ -me dijo con aquel tono de hermano mayor al que ya me había acostumbrado-. Procura no apegarte demasiado a las experiencias físicas. Por excitantes que parezcan, recuerda que nosotros sólo estamos de vista. Todo esto es transitorio y tarde o temprano habremos de regresar… -Al ver mi expresión desolada se detuvo en seco. Luego prosiguió con un tono más ligero-: Bueno, todavía queda un montón de tiempo antes de que eso suceda, así que podemos hablar de ello más adelante.
Era raro visitar la Tierra con Ivy y Liam. Los dos llamaban la atención allí donde iban. Por su aspecto físico, Liam parecía una estatua clásica que hubiera cobrado vida. Tenía un cuerpo perfectamente proporcionado, y daba la impresión de que cada uno de sus músculos hubiera sido esculpido en un mármol purísimo. Su pelo era de color castaño y sus ojos penetrantes eran de un café claro. Hoy llevaba unos tejanos azules desteñidos, rajados en las rodillas, y una camisa de lino arrugada, prendas que le conferían un desaliñado atractivo. Liam era arcángel y miembro de los Sagrados Siete.
Ivy, por su parte, era una de las más sabias y antiguas de nuestra estirpe, aunque no aparentase más de veinte años. Era un serafín, la orden angélica más cercana al Señor. En el reino, los serafines tenían seis alas que venían a indicar los seis días de la creación. Ivy llevaba tatuada en la muñeca une serpiente dorada, signo de su alto rango. Decían que los serafines intervenían en la batalla para arrojar fuego sobre la Tierra, pero la verdad es que era una de las criaturas más gentiles que he conocido. En su envoltura física, Ivy se parecía a una madonna del Renacimiento con aquel cuello de cisne y aquella cara ovalada y pálida. Sus ojos eran grises y penetrantes. Esa mañana llevaba un vestido blanco y vaporoso y unas sandalias doradas.
En cuanto a mí, yo no tenía nada de especial; era sólo un ángel vulgar y corriente, uno del montón, situado en el escalón más bajo de la jerarquía. A mí no me importaba. Eso implicaba que podía relacionarme con los espíritus humanos que ingresaban en el Reino. Físicamente tenía, como toda mi familia, un aspecto etéreo, salvo por mis ojos, más oscuros que los de Liam, y por la melena marrón chocolate que me caía en suaves ondas por la espalda. Yo había creído que, una vez que te habían asignado un destino terrenal, podías escoger tu propia apariencia física, pero la cosa no iba así. Había sido creada más bien menuda y con rasgos delicados, no demasiado alta, con la cara en forma de corazón, orejas de duendecillo y una piel pálida como la leche. Cada vez que me veía reflejada en un espejo, percibía un entusiasmo que no encontraba en los rostros de mis hermanos. Aunque lo intentara, no lograba adoptar la pose distante de Liam e Ivy. Ellos raramente perdían la compostura o la seriedad, por dramático que fuese lo que sucediera a su alrededor. A mí, en cambio, aunque me esforzara en darme aires de suficiencia, siempre se me veía una expresión de curiosidad insaciable.
Ivy se levantó y se acercó al fregadero con su plato. Más que caminar, parecía bailar cuando se movía. Tanto ella como Liam poseían una gracia natural que yo era incapaz de imitar. Más de una vez me habían acusado de ser una torpe y de andar dando tumbos por la casa.
Después de tirar la tostada que se había limitado a mordisquear, se repantigó en el asiento de la ventana con el periódico desplegado.
–¿Qué noticias hay? –pregunté.
Por toda respuesta me mostró la primera página. Ojeé los titulares –bombardeos, desastres naturales, crisis económica– y me di por vencida en el acto.
–No es de extrañar que la gente no se sienta segura aquí –dijo Ivy con un suspiro–. Es imposible, si no se fían unos de otros.
–Siendo así, ¿Qué podemos hacer por ellos? –pregunté, vacilante.
–Será mejor no hacerse demasiadas ilusiones por ahora –contestó Liam–. Los cambios llevan su tiempo, según dicen.
–Además, no nos corresponde a nosotros salvar al mundo –añadió Ivy– Nosotros hemos de concentrarnos en nuestra pequeña parcela.
–¿Te refieres a este pueblo?
–Claro –asintió–. Esté pueblo estaba entre los objetivos de las Fuerzas Oscuras. Es extraño, ¿no?, quiero decir, los sitios que eligen.
–Me imagino que empiezan por abajo para ir cada vez a más –comentó Liam con una mueca de repugnancia–. Si pueden conquistar un pueblo, podrán conquistar una ciudad, luego un estado y finalmente un país entero.
–¿Cómo podemos saber los daños que ya hayan provocado? –pregunté.
–Eso se aclarará a su debido tiempo –dijo Liam–. Pero con la ayuda de el Cielo, nosotros pondremos fin a su obra de destrucción. No fallaremos en nuestra misión y, cuando nos vayamos, este sitio volverá a estar en manos del Señor.
–Entre tanto, intentemos adaptarnos y mezclarnos con la gente –dijo Ivy, quizás haciendo un esfuerzo para aligerar el tono de la conversación. Poco me faltó para soltar una carcajada, Me dieron ganas de decirle que se mirase al espejo. Ivy podría tener siglos a sus espaldas, pero a veces parecía muy ingenua. Incluso yo sabía que «mezclarse» iba a resultar muy difícil.
Saltaba a la vista que éramos diferentes, y no como pueda serlo un estudiante de Bellas Artes que lleve el pelo teñido y medias estrafalarias. No, nosotros éramos diferentes de verdad: diferentes como de otro mundo. Cosa nada sorprendente teniendo en cuenta quienes éramos… o mejor, qué éramos.
Habían muchas cosas que nos volvían llamativos. De entrada, los humanos tenían defectos y nosotros no. Si nos veías entre una multitud lo primero que te llamaba la atención era nuestra piel, tan translúcida que habrías llegado a creer que contenía partículas de luz, lo cual se hacía más evidente al oscurecer, cuando toda la piel que quedaba a la vista emitía un resplandor, como si tuviera una fuente interior de energía.
Nosotros, además, no dejábamos huellas, ni siquiera cuando caminábamos por una superficie muy blanda como la hierba o la arena. Y nunca nos pillarías con una camiseta demasiado escotada por detrás: siempre las usábamos cerradas para disimular un pequeño problema cosmético.
A medida que nos introducíamos en la vida del pueblo, la gente no dejaba de preguntarse que hacíamos en un rincón tan apartado de Venus Cove. Unas veces nos tomaban por turistas que habían decidido prolongar su estancia; otras, nos confundían con personajes famosos y nos preguntaban por programas de televisión de los que ni siquiera habíamos oído hablar. Nadie adivinaba que estábamos trabajando,; que habíamos sido reclutados para socorrer a un mundo que estaba al borde de la destrucción. Sólo hacía falta abrir un periódico o encender la televisión para entender porque habíamos sido enviados: asesinatos, secuestros, ataques terroristas, guerras, atracos a los ancianos… La lista era espantosa e interminable. Había tantas almas en peligro que los Agentes de la Oscuridad habían aprovechado la ocasión para agruparse. Liam, Ivy y yo estábamos allí para contrarrestar su influencia.
Habían enviado a otros Agentes de la Luz a distintos lugares de todo el planeta y, al final, nos reunirían a todos para evaluar lo que habíamos descubierto. Yo sabía que la situación era alarmante, pero estaba convencida de que no fallaríamos. De hecho, creía que nos resultaría fácil: nuestra sola presencia constituiría una solución divina. Eso pensaba. Estaba a punto de descubrir que me equivocaba de medio a medio.
Era una suerte que nos hubieran destinado a Venus Cove, un lugar impresionante y lleno de llamativos contrastes. Había zonas de la costa muy escarpadas que el viento azotaba sin cesar. Desde nuestra casa veíamos los imponentes acantilados que se asomaban al océano oscuro y revuelto, y oíamos aullar al viento entre los árboles. Pero si te desplazabas un poco tierra adentro había pasajes bucólicos, y colinas onduladas llenas de vacas pastando, y molinos preciosos.
La mayoría de las casas de Venus Cove eran modestas viviendas de madera, pero más cerca de las costas había una serie de calles arboladas con edificios más grandes y espectaculares.
Nuestra propia casa, «Byron», era una de ellas. A Liam no le entusiasmaba demasiado, que digamos: el clérigo que había en él la encontraba excesiva. Sin duda se habría sentido más cómodo en una vivienda menos lujosa. A Ivy y a mí, en cambio, nos encantaba. Y si los poderes superiores no creían que nos fuese a hacer ningún daño disfrutar nuestra estancia en la Tierra, ¿quiénes éramos nosotros para pensar lo contrario? Yo me temía que aquella casa no iba a ayudarnos a conseguir nuestro objetivo de mezclarnos con la gente, pero mantuve la boca cerrada. No quería quejarme ni poner objeciones porque ya me sentía de por sí como una carga para la buena marcha de la misión.
Venus Cove tenía una población de unos tres mil habitantes, aunque la cifra se doblaba durante el verano, cuando todo el pueblo se transformaba en un abarrotado centro de vacaciones. La gente, en cualquier época del año, era abierta y simpática. Me gustaba la atmósfera que reinaba allí. No había tipos trajeados trotando hacia sus oficinas de altos vuelos. Allí nadie tenía prisa. A la gente le daba igual cenar en el restaurante más selecto del pueblo o en un bar de la playa. Eran demasiado tranquilos para preocuparse por esas cosas.
—¿Tú estás de acuerdo, ____? —El sonoro timbre de voz de Liam me devolvió a la realidad. Traté de retomar el hilo de la conversación, pero me había quedado en blanco.
—Perdona —dije —. Estaba a miles de kilómetros. ¿Qué decías?
—Sólo estaba fijando algunas normas básicas. Todo va a ser distinto a partir de ahora.
Se le veía otra vez ceñudo y un poco irritado por mi falta de atención. Esa misma mañana empezábamos los dos en el colegio Bryce Hamilton: yo como alumna y Liam como nuevo profesor de música. Un colegio podía resultar un lugar útil para empezar a contrarrestar los emisarios de la oscuridad, ya que estaba lleno de gente joven cuyos valores estaban en plena evolución. Como Ivy era un ser demasiado sobrenatural para ingresar entre una manada de alumnos de secundaria, se había decidido que ella actuaría como consejera nuestra y que se ocuparía de nuestra seguridad, o mejor dicho, de la mía, porque Liam sabia cuidarse de sí mismo.
Ahí esta la primera parte del 2 capitulo :D
enseguida les subo la 2da parte corazones...
Besooos xx
Won'tStopTilWeSurrender∞
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