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'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Página 11 de 12. • 1, 2, 3 ... , 10, 11, 12
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
Como que estuviste en coma O-O a que ami no me extrañaste :'c skdjhsdñ Te amo<3 y te extrañe<3
Feer :)x.
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
Como que en coma?.___________________. fivhfdvhfdiov DDDD:
Munchiterrestre
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
LUEGO EXPLICO VENGO A DEJARLES EL MARATON
Won'tStopTilWeSurrender∞
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
Mishu_Gomez888 escribió:Que bueno que volviste!! :3
omg, me encanto tu firma *-*
Won'tStopTilWeSurrender∞
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
Maratón de capítulos indefinidos. xd.
3
Venus Cove
La escuela Bryce Hamilton estaba en las afueras del pueblo, encaramada en lo alto de una cuesta. Desde cualquier punto del edificio disfrutabas de una espléndida vista, ya fuese de viñedos y verdes colinas, con alguna que otra vaca pastando, ya de los abruptos acantilados de la Costa de los Naufragios, así llamada por el gran número de buques hundidos en sus aguas traicioneras a lo largo del siglo XIX. La escuela, una mansión de piedra caliza con ventanas en arco, magníficos prados y un campanario, era uno de los edificios más originales del pueblo.
Había sido en tiempos un convento antes de convertirse en colegio en los años sesenta.
Una escalinata de piedra conducía a la doble puerta de la entrada principal, que se hallaba bajo la sombra de un gran arco cubierto de enredadera. Adosada al colegio había una pequeña capilla de piedra donde se celebraban en ocasiones servicios religiosos; aunque, según nos dijeron, se había convertido para los alumnos en un lugar donde refugiarse cuando sentían necesidad de ello. Había un alto muro de piedra rodeando los jardines y unas verjas de hierro rematadas con puntas de lanza por las que se accedía con el coche al sendero de grava.
A pesar de su aire arcaico, Bryce Hamilton tenía fama de ser un colegio adaptado a los nuevos tiempos. Era conocido por su atención a los problemas sociales y frecuentado por familias progresistas que no deseaban someter a sus hijos a ningún tipo de despotismo. Para la mayoría de los alumnos , el colegio formaba parte de una larga tradición familiar, pues sus padres e inclusos sus abuelos habían asistido a sus clases.
Ivy, Liam y yo nos quedamos frente a la verja observando cómo llegaba poco a poco la gente. Me concentré para apaciguar a las mariposas que me bailaban en el estómago. Era una sensación incómoda y, a la vez, extrañamente emocionante. Aún me estaba acostumbrando a los efectos que las emociones tenían en el cuerpo humano. Curiosamente, el hecho de ser un ángel no me ayudaba ni mucho ni poco a superar los nervios del primer día cuando empezaba cualquier cosa. Aunque no fuera humana, sabía que las primeras impresiones podían ser decisivas a la hora de ser aceptada o quedar marginada. Había oído más de una vez las oraciones de lo adolescentes y la mayoría se centraban en dos únicos deseos: ser admitidas en el grupo más «popular» y encontrar un novio que jugase en el equipo de rugby. Por mi parte, me conformaba con hacer alguna amistad.
Los alumnos iban llegando en grupitos de tres o cuatro: las chicas vestidas igual que yo; los chicos con pantalones grises, camisa blanca y corbata a rayas verdes y azules. A pesar del uniforme, de todos modos, no era difícil distinguir a los grupos característicos que ya había observado en el Reino. En la pandilla de los aficionados de la música se veían chicos con el pelo hasta los hombros(casi todos, otros con pelo corto) y greñas que casi les tapaban los ojos. Llevaban a cuestas estuches de instrumentos y lucían acordes musicales garabatedos en los brazos. Caminaban arrastrando los pies y se dejaban la camisa por fuera de los pantalones. Había un apequeña minoría de góticos que se distinguían por el maquillaje exagerado alrededor de los ojos y por sus peinados en punta. Me pregunté cómo se las arreglarían para salirse con la suya, por que seguro todo aquello contravenía las normas de la escuela. Los que se consideraban «artísticos» habían complementado el uniforme con boinas, gorras y bufandas de colores. Algunas de las chicas se movían en manada, como un grupito de rubias platino que cruzaron la calle tomadas del brazo. Los tipos más estudiosos eran fáciles de identificar: iban con el uniforme impecable, sin aditamentos de ninguna clase, y llevaban a la espalda la mochila oficial del colegio. Caminaban como misioneros llenos de fervor, deprisa y con la cabeza gacha, como si estuvieran ansiosos por llegar al recinto sagrado de la biblioteca. Un grupo de chicos, todos con la camisa por fuera, la corbata floja y zapatillas de deporte, se entretenían bajo la sombra de unas palmeras, echando tragos a sus latas de refresco y a sus cartones de leche con chocolate. No parecían tener ninguna prisa por cruzar la verja; se daban puñetazos, se abalanzabas unos sobre otros e incluso rodaban por el suelo entre risotadas y gemidos. Vi cómo uno de ellos le tiraba a su amigo una lata vacía a la cabeza . Le rebotó en la frente y cayó tintineando por la acera. El chico pareció aturdido por un momento y enseguida estalló en carcajadas.
Seguimos observando, cada vez más consternados y sin decidirnos a entrar. Un chico pasó tranquilamente por nuestro lado y se volvió a mirarnos con curiosidad. Llevaba una gorra de béisbol con la visera hacia atrás y los pantalones del uniforme se le escurrían por las caderas de tal manera que se veía perfectamente la marca de su ropa interior de diseño.
—Debo reconocer que me cuesta aceptar estas modas modernas —dijo Liam, frunciendo los labios.
Ivy se echó a reír.
—Estamos en el siglo XXI. Procura no parecer tan crítico.
—¿No es eso lo que hacen los profesores?
—Supongo. Pero entonces no esperes ser tan popular.
Ivy se volvió hacia la entrada y se irguió un poco más, aunque ya tenía una postura impecable. Le dio a Liam un apretón en el hombro y me entregó una carpeta de papel Manila que contenía mis horarios, un plano del colegio y otros documentos que había reunido unos días antes.
—¿Lista? —me dijo.
—Más que nunca —respondí, tratando de dominar mis nervios. Me sentía como si estuviera a punto de lanzarme a la batalla—. Vamos allá.
Ivy se quedó junto a la verja, agitando la mano, como una madre que despide a sus hijos el primer día de colegio.
—Todo irá bien, ____ —me aseguró Liam—. Recuerda de dónde venimos.
Ya habíamos previsto que nuestra llegada produciría cierta impresión, pero no esperábamos que la gente se detuviera con todo descaro a mirarnos boquiabierta, ni que se hicieran a un lado como si recibieran una visita de la realeza. Evité cruzar la mirada con nadie y seguí a Liam a la oficina de administración. En el interior, la alfombra era de color verde oscuro y había un hilera de sillas tapizadas. A través de un panel de cristal se veía una oficina con un ventilador de pie y estanterías prácticamente hasta el techo. Una mujer rechoncha con una rebeca rosa y un elevado sentido de su propia importancia se nos acercó con aire ajetreado. Justo en ese momento sonó el teléfono del escritorio de al lado y ella le lanzó una mirada altanera a la subalterna, como indicándole que el teléfono era cosa suya. Su expresión, de todos modos, se suavizó un poco cuando nos vio más de cerca.
—¿Qué tal? —dijo jovialmente, repasándonos de arriba a abajo—. Soy a señora Jordan , la secretaria. Tú debes de ser _____ y usted… —bajó un poquito la voz mientras contemplaba admirada el rostro inmaculado de Liam—. Usted debe de ser el señor Payne, nuestro nuevo profesor de música.
Salió de detrás del panel y se metió bajo el brazo la carpeta que llevaba para estrecharnos la mano con entusiasmo.
—¡Bienvenidos a Bryce Hamilton! Le he asignado a ____ una taquilla en la tercera planta; podemos subir ahora. Luego, señor Payne, yo misma lo acompañaré a la sala de profesores. Las reuniones se celebran los martes y los jueves. Espero que disfruten su estancia entre nosotros. Ya verán que es un lugar muy animado. Puedo afirmar con toda sinceridad que en mis veinte años aquí no me he aburrido ni un solo día.
Liam y yo no miramos, preguntándonos si no seria aquella una forma sutil de advertirnos sobre lo que podía esperarse de la escuela.
Nos arrastró fuera de la oficina con sus movimientos apresurados y pasamos junto a las pistas de baloncesto, donde un grupo de chicos sudorosos botaban con furia sobre el asfalto y lanzaban canastas.
—Hay un gran partido esta tarde —nos explicó la señora Jordan con un guiño, como si fuera un secreto. Luego alzó la vista con los ojos entornados hacia las nubes que se estaban acumulando y frunció el ceño—. Espero que el tiempo aguante. Nuestros chicos se llevarían una decepción si hubiera que aplazarlo.
Mientras ella seguía charlando, vi que Liam miraba el cielo. Luego extendió disimuladamente la mano con la palma hacia arriba y cerró los ojos. Los anillos de plata que llevaba en los dedos destellaron. De inmediato, como respondiendo a su orden silenciosa, los rayos del sol se abrieron paso entre las nubes, cubriendo las pistas de una pátina dorada.
—¡Habrase visto! —exclamó la señora Jordan—. Un cambio de tiempo…¡ustedes dos nos han traído suerte!
Los pasillos del ala principal estaban enmoquetados de color borgoña y las puertas —de roble macizo con paneles de cristal— mostraban aulas de aspecto anticuado. Los techos eran altos y todavía quedaban algunas lámparas recargadas de otra época que ofrecían un brusco contraste con las taquillas cubiertas de grafitis alineadas a lo largo del pasillo. Había un olor algo mareante a desodorante y productos de limpieza, mezclado con el tufo grasiento a hamburguesa que venía de la cafetería. La señora Jordan nos hizo un tour acelerado mientras nos iba señalando las primeras dependencias (el claustro, guarecido bajo una lona; el departamento de arte y multimedia; el bloque de ciencias; el salón de sesiones; el gimnasio; las pistas de atletismo; los campos de deporte y el centro de artes escénicas, conocido bajo las siglas CAE). Obviamente, la mujer andaba mal de tiempo, por que, después de mostrarme la taquilla, me indicó vagamente como se llegaba a la enfermería, me dijo que no vacilara en preguntarle cualquier cosa y, tomando a Liam del brazo, se lo llevo a toda prisa. Él se volvió mientras se alejaban y me lanzó una mirada inquieta.
«¿Te las arreglarás?», me dijo solo con los labios.
Le respondí con una sonrisa tranquilizadora y confié en que se me viera más segura de lo que me sentía. No quería que Liam se preocupara por mi cuando él ya tenía sus propios asuntos que resolver.
3
Venus Cove
La escuela Bryce Hamilton estaba en las afueras del pueblo, encaramada en lo alto de una cuesta. Desde cualquier punto del edificio disfrutabas de una espléndida vista, ya fuese de viñedos y verdes colinas, con alguna que otra vaca pastando, ya de los abruptos acantilados de la Costa de los Naufragios, así llamada por el gran número de buques hundidos en sus aguas traicioneras a lo largo del siglo XIX. La escuela, una mansión de piedra caliza con ventanas en arco, magníficos prados y un campanario, era uno de los edificios más originales del pueblo.
Había sido en tiempos un convento antes de convertirse en colegio en los años sesenta.
Una escalinata de piedra conducía a la doble puerta de la entrada principal, que se hallaba bajo la sombra de un gran arco cubierto de enredadera. Adosada al colegio había una pequeña capilla de piedra donde se celebraban en ocasiones servicios religiosos; aunque, según nos dijeron, se había convertido para los alumnos en un lugar donde refugiarse cuando sentían necesidad de ello. Había un alto muro de piedra rodeando los jardines y unas verjas de hierro rematadas con puntas de lanza por las que se accedía con el coche al sendero de grava.
A pesar de su aire arcaico, Bryce Hamilton tenía fama de ser un colegio adaptado a los nuevos tiempos. Era conocido por su atención a los problemas sociales y frecuentado por familias progresistas que no deseaban someter a sus hijos a ningún tipo de despotismo. Para la mayoría de los alumnos , el colegio formaba parte de una larga tradición familiar, pues sus padres e inclusos sus abuelos habían asistido a sus clases.
Ivy, Liam y yo nos quedamos frente a la verja observando cómo llegaba poco a poco la gente. Me concentré para apaciguar a las mariposas que me bailaban en el estómago. Era una sensación incómoda y, a la vez, extrañamente emocionante. Aún me estaba acostumbrando a los efectos que las emociones tenían en el cuerpo humano. Curiosamente, el hecho de ser un ángel no me ayudaba ni mucho ni poco a superar los nervios del primer día cuando empezaba cualquier cosa. Aunque no fuera humana, sabía que las primeras impresiones podían ser decisivas a la hora de ser aceptada o quedar marginada. Había oído más de una vez las oraciones de lo adolescentes y la mayoría se centraban en dos únicos deseos: ser admitidas en el grupo más «popular» y encontrar un novio que jugase en el equipo de rugby. Por mi parte, me conformaba con hacer alguna amistad.
Los alumnos iban llegando en grupitos de tres o cuatro: las chicas vestidas igual que yo; los chicos con pantalones grises, camisa blanca y corbata a rayas verdes y azules. A pesar del uniforme, de todos modos, no era difícil distinguir a los grupos característicos que ya había observado en el Reino. En la pandilla de los aficionados de la música se veían chicos con el pelo hasta los hombros(casi todos, otros con pelo corto) y greñas que casi les tapaban los ojos. Llevaban a cuestas estuches de instrumentos y lucían acordes musicales garabatedos en los brazos. Caminaban arrastrando los pies y se dejaban la camisa por fuera de los pantalones. Había un apequeña minoría de góticos que se distinguían por el maquillaje exagerado alrededor de los ojos y por sus peinados en punta. Me pregunté cómo se las arreglarían para salirse con la suya, por que seguro todo aquello contravenía las normas de la escuela. Los que se consideraban «artísticos» habían complementado el uniforme con boinas, gorras y bufandas de colores. Algunas de las chicas se movían en manada, como un grupito de rubias platino que cruzaron la calle tomadas del brazo. Los tipos más estudiosos eran fáciles de identificar: iban con el uniforme impecable, sin aditamentos de ninguna clase, y llevaban a la espalda la mochila oficial del colegio. Caminaban como misioneros llenos de fervor, deprisa y con la cabeza gacha, como si estuvieran ansiosos por llegar al recinto sagrado de la biblioteca. Un grupo de chicos, todos con la camisa por fuera, la corbata floja y zapatillas de deporte, se entretenían bajo la sombra de unas palmeras, echando tragos a sus latas de refresco y a sus cartones de leche con chocolate. No parecían tener ninguna prisa por cruzar la verja; se daban puñetazos, se abalanzabas unos sobre otros e incluso rodaban por el suelo entre risotadas y gemidos. Vi cómo uno de ellos le tiraba a su amigo una lata vacía a la cabeza . Le rebotó en la frente y cayó tintineando por la acera. El chico pareció aturdido por un momento y enseguida estalló en carcajadas.
Seguimos observando, cada vez más consternados y sin decidirnos a entrar. Un chico pasó tranquilamente por nuestro lado y se volvió a mirarnos con curiosidad. Llevaba una gorra de béisbol con la visera hacia atrás y los pantalones del uniforme se le escurrían por las caderas de tal manera que se veía perfectamente la marca de su ropa interior de diseño.
—Debo reconocer que me cuesta aceptar estas modas modernas —dijo Liam, frunciendo los labios.
Ivy se echó a reír.
—Estamos en el siglo XXI. Procura no parecer tan crítico.
—¿No es eso lo que hacen los profesores?
—Supongo. Pero entonces no esperes ser tan popular.
Ivy se volvió hacia la entrada y se irguió un poco más, aunque ya tenía una postura impecable. Le dio a Liam un apretón en el hombro y me entregó una carpeta de papel Manila que contenía mis horarios, un plano del colegio y otros documentos que había reunido unos días antes.
—¿Lista? —me dijo.
—Más que nunca —respondí, tratando de dominar mis nervios. Me sentía como si estuviera a punto de lanzarme a la batalla—. Vamos allá.
Ivy se quedó junto a la verja, agitando la mano, como una madre que despide a sus hijos el primer día de colegio.
—Todo irá bien, ____ —me aseguró Liam—. Recuerda de dónde venimos.
Ya habíamos previsto que nuestra llegada produciría cierta impresión, pero no esperábamos que la gente se detuviera con todo descaro a mirarnos boquiabierta, ni que se hicieran a un lado como si recibieran una visita de la realeza. Evité cruzar la mirada con nadie y seguí a Liam a la oficina de administración. En el interior, la alfombra era de color verde oscuro y había un hilera de sillas tapizadas. A través de un panel de cristal se veía una oficina con un ventilador de pie y estanterías prácticamente hasta el techo. Una mujer rechoncha con una rebeca rosa y un elevado sentido de su propia importancia se nos acercó con aire ajetreado. Justo en ese momento sonó el teléfono del escritorio de al lado y ella le lanzó una mirada altanera a la subalterna, como indicándole que el teléfono era cosa suya. Su expresión, de todos modos, se suavizó un poco cuando nos vio más de cerca.
—¿Qué tal? —dijo jovialmente, repasándonos de arriba a abajo—. Soy a señora Jordan , la secretaria. Tú debes de ser _____ y usted… —bajó un poquito la voz mientras contemplaba admirada el rostro inmaculado de Liam—. Usted debe de ser el señor Payne, nuestro nuevo profesor de música.
Salió de detrás del panel y se metió bajo el brazo la carpeta que llevaba para estrecharnos la mano con entusiasmo.
—¡Bienvenidos a Bryce Hamilton! Le he asignado a ____ una taquilla en la tercera planta; podemos subir ahora. Luego, señor Payne, yo misma lo acompañaré a la sala de profesores. Las reuniones se celebran los martes y los jueves. Espero que disfruten su estancia entre nosotros. Ya verán que es un lugar muy animado. Puedo afirmar con toda sinceridad que en mis veinte años aquí no me he aburrido ni un solo día.
Liam y yo no miramos, preguntándonos si no seria aquella una forma sutil de advertirnos sobre lo que podía esperarse de la escuela.
Nos arrastró fuera de la oficina con sus movimientos apresurados y pasamos junto a las pistas de baloncesto, donde un grupo de chicos sudorosos botaban con furia sobre el asfalto y lanzaban canastas.
—Hay un gran partido esta tarde —nos explicó la señora Jordan con un guiño, como si fuera un secreto. Luego alzó la vista con los ojos entornados hacia las nubes que se estaban acumulando y frunció el ceño—. Espero que el tiempo aguante. Nuestros chicos se llevarían una decepción si hubiera que aplazarlo.
Mientras ella seguía charlando, vi que Liam miraba el cielo. Luego extendió disimuladamente la mano con la palma hacia arriba y cerró los ojos. Los anillos de plata que llevaba en los dedos destellaron. De inmediato, como respondiendo a su orden silenciosa, los rayos del sol se abrieron paso entre las nubes, cubriendo las pistas de una pátina dorada.
—¡Habrase visto! —exclamó la señora Jordan—. Un cambio de tiempo…¡ustedes dos nos han traído suerte!
Los pasillos del ala principal estaban enmoquetados de color borgoña y las puertas —de roble macizo con paneles de cristal— mostraban aulas de aspecto anticuado. Los techos eran altos y todavía quedaban algunas lámparas recargadas de otra época que ofrecían un brusco contraste con las taquillas cubiertas de grafitis alineadas a lo largo del pasillo. Había un olor algo mareante a desodorante y productos de limpieza, mezclado con el tufo grasiento a hamburguesa que venía de la cafetería. La señora Jordan nos hizo un tour acelerado mientras nos iba señalando las primeras dependencias (el claustro, guarecido bajo una lona; el departamento de arte y multimedia; el bloque de ciencias; el salón de sesiones; el gimnasio; las pistas de atletismo; los campos de deporte y el centro de artes escénicas, conocido bajo las siglas CAE). Obviamente, la mujer andaba mal de tiempo, por que, después de mostrarme la taquilla, me indicó vagamente como se llegaba a la enfermería, me dijo que no vacilara en preguntarle cualquier cosa y, tomando a Liam del brazo, se lo llevo a toda prisa. Él se volvió mientras se alejaban y me lanzó una mirada inquieta.
«¿Te las arreglarás?», me dijo solo con los labios.
Le respondí con una sonrisa tranquilizadora y confié en que se me viera más segura de lo que me sentía. No quería que Liam se preocupara por mi cuando él ya tenía sus propios asuntos que resolver.
Won'tStopTilWeSurrender∞
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
Un gif de mis amores platonicos antes de cada cap,ah.
Won'tStopTilWeSurrender∞
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
Won'tStopTilWeSurrender∞ escribió:Mishu_Gomez888 escribió:Que bueno que volviste!! :3
omg, me encanto tu firma *-*
Jajaja... Gracias *w*
moondust.
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
{2/∞}
Justo entonces, sonó una campana cuyos ecos se propagaron por todo el edificio, marcando el inicio de la primera clase. Y de repente me encontré sola en un pasillo lleno de desconocidos. Se abrían paso a empujones y pasaban por mi lado con indiferencia para dirigirse a sus aulas respectivas. Por un momento me sentí invisible, como si yo no tuviera nada que hacer allí. Eché un vistazo a sus horarios y me encontré con un jaleo de números y letras que muy bien podrían haber figurado en un idioma desconocido, porque para mí no tenían el menor sentido: V.QS11. ¿Cómo se suponía que iba a descifrar aquello? Llegué a considerar la posibilidad de deslizarme entre la gente y regresar a la calle Byron.
—Perdona —le dije a una chica con una melena de rizos rojizos que pasaba por mi lado. Ella se detuvo y me examinó con interés—. Soy nueva —le expliqué, mostrándole con un gesto de impotencia la hoja de mis horarios—. ¿Podrías decirme qué significa esto?
—Significa que tienes química con el profesor Velt en la S11 —me explicó—. Es al fondo del pasillo. Ven conmigo, si quieres. Estoy en la misma clase.
—Gracias —le dije con evidente alivio.
—¿Tienes un respiro después? Si quieres puedo enseñarte un poco todo esto.
—¿Un qué? —pregunté, perpleja.
—Un respiro, una hora libre. —Me lanzó una mirada divertida—. ¿Cómo les llamabais en tu escuela? —su expresión se transformó, mientras consideraba una posibilidad más inquietante—. ¿O es que no teníais?
—No —respondí con una risita nerviosa—. No teníamos ninguna.
—Vaya rollo. Me llamo Molly, por cierto.
Era una chica muy guapa. Tenía la piel sonrosada, rasgos ovalados y unos ojos luminosos. Por el color de su tez, me recordaba la chica de un cuadro que había visto: una pastora en un paisaje bucólico.
—Yo, _____ —le dije sonriendo—. Encantada de conocerte.
Molly aguardó con paciencia junto a mi taquilla mientras yo revolvía en mi bolsa y sacaba el libro de texto, un cuaderno de espiral y varios lápices. Sentía en parte el imperioso deseo de llamar a Liam y pedirle que me llevara a casa. Ya casi notaba el contacto de sus brazos musculosos, protegiéndome de todo y conduciéndome de vuelta a Byron. Liam tenía la facultad de hacerme sentir segura, fueran cuales fuesen las circunstancias. Pero ahora no sabía cómo encontrarlo en aquel colegio inmenso; podía estar detrás de cualquiera de las puertas innumerables de todos aquellos pasillos idénticos. No tenía ni idea de dónde quedaba el ala de música. Me reprendí para mis adentros por depender tanto de Liam. Tenía que aprender a sobrevivir sin contar con su protección y estaba decidida a demostrarle que era capaz de hacerlo. Molly abrió la puerta del aula y entramos. Por supuesto, llegábamos tarde.
El señor Velt era un hombre bajito y calvo con la frente muy brillante. Llevaba un suéter con un estampado geométrico que parecía medio desteñido de tanto lavarlo. Cuando entramos, estaba tratando de explicar una fórmula escrita en la pizarra a un montón de alumnos que lo miraban con aire ausente. Obviamente, habrían deseado estar en cualquier parte menos allí.
—Me alegro de verla entre nosotros, señorita Harrison —le dijo a Molly, que se deslizó rápidamente al fondo del aula.
Luego el señor Velt me miro a mí. Había pasado lista y sabía quien era yo.
—Llega tarde en su primer día, señorita Payne —dijo, chasqueando la lengua y arqueando una ceja—. Un principio no muy bueno, que digamos. Vamos, siéntese.
De repente cayó en la cuenta de que había olvidado presentarme. Dejó de escribir en la pizarra el tiempo justo para hacer un somera presentación.
—Atención, todos ustedes. Ésta es _____ Payne. Acaba de entrar en Bryce Hamilton, así que le ruego que hagan todo lo posible para que se sienta bien acogida en le colegio.
Sentí todos los ojos clavados en mí mientras me apresuraba en ocupar el último asiento disponible. Era en la última fila, al lado de Molly, y cuando el señor Velt acabo su discursito y nos dijo que estudiáramos la siguiente serie de problemas, aproveche para observarla más de cerca. Me fije en que llevaba el botón superior del uniforme desabrochado y también unos enormes aros de plata en las orejas. Había sacado del bolsillo una lima y se estaba haciendo las uñas por debajo del pupitre, pasando con todo descaro de las instrucciones del profesor.
—No te preocupes por Velt —me susurró al ver mi expresión de sorpresa—. Es un estirado, un tipo amargado y retorcido. Sobre todo desde que su mujer presentó los papeles del divorcio. Lo único que le da vidilla es su nuevo descapotable. Tendrías que verlo: parece un pringado al volante.
Sonrió ampliamente. Tenía los dientes muy blancos y llevaba un montón de maquillaje, pero el rosado de su piel era natural.
—_____ es un nombre muy mono —prosiguió—. Algo anticuado, eso sí. Pero en fin, yo he de conformarme con Molly, como un personaje de libro ilustrado infantil.
Le dirigí una torpe sonrisa. No sabía como responderle a una persona tan directa y segura de sí misma.
—Supongo que todos debemos de conformarnos con el nombre que nos pusieron nuestros padre —dije, consiente de que era un comentario más bien pobre para seguir la conversación. Pensé que en realidad ni siquiera debería hablar, dado que estábamos en clase y que el pobre señor Velt necesitaba toda la ayuda posible para imponer un orden. Además, aquella frase me hacía sentir como una impostora, porque los ángeles no tienen padres. Por un instante, tuve la sensación de que Molly descubriría sin más mi mentira. Pero no.
—Bueno, ¿y tú de donde eres? —me preguntó, soplándose las uñas de una mano y agitando con la otra un frasco de esmalte rosa fluorescente.
—Nosotros hemos vivido en el extranjero —le dije, mientras me preguntaba que cara pondría si le dijera que era del Reino de los Cielos—. Nuestros padres siguen fuera todavía.
—¿De veras? —Molly parecía impresionada—. ¿Dónde?
Titubeé.
—En diferentes sitios. Viajan un montón.
Ella se lo trago como si aquello fuese de lo más normal.
—¿A qué se dedican?
Me devané los sesos buscando la respuesta. Nos habíamos preparado todo aquello, pero me había quedado en blanco. Sería muy típico de mí cometer un error crucial en mi primera hora como estudiante. Al fin lo recordé.
—Son diplomáticos —le dije—. Ahora vivimos con mi hermano mayor, que acaba de empezar aquí como profesor de música. Nuestros padres se reunirán con nosotros en cuanto puedan.
Intentaba atiborrarla con toda la información posible para satisfacer su curiosidad y evitarme más preguntas. Los ángeles somos malos mentirosos por naturaleza. Esperaba que Molly no desconfiara de mi historia. Estrictamente hablando, nada de lo que le había dicho era mentira.
—Genial —fue lo único que dijo—. Yo nunca he estado en el extranjero, pero he ido varias veces a la ciudad. Ya puedes prepararte para un cambio total de vida en Venus Cove. Esto suele ser muy tranquilo, aunque las cosas se han puesto un poco raras últimamente.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Yo llevo toda la vida aquí. Y también mis abuelos que tenían una tienda. Y nunca en ese tiempo había pasado nada malo. Bueno, sí: un incendio en una fábrica o algún accidente en barca. Pero es que ahora… —Molly bajó la voz—. Ha habido robos y accidentes muy extraños en todo el pueblo. El año pasado hubo una epidemia de gripe y murieron seis niños.
—¡Qué espanto! —dije débilmente. Empezaba a hacerme una idea del alcance de los daños causados por los Agentes de la Oscuridad. Y la cosa no tenía buena pinta—. ¿Algo más?
—Pasó otra cosa —dijo Molly—. Pero ni se te ocurra sacar el tema en el colegio. Hay un montón de chicos que aún están muy afectados.
—Descuida, mediré mis palabras —le aseguré.
—Bueno, resulta que hace unos seis meses, uno de los chicos mayores, Henry Taylor, se subió al tejado del colegio para recoger una pelota de baloncesto que había ido a parar allí. No estaba haciendo el idiota ni nada; sólo pretendía recogerla y ya está. Nadie sabe como sucedió la cosa, pero parece que resbaló y se cayó abajo. Fue a caer justo en mitad del patio, delante de todos sus amigos. No consiguieron borrar del todo la mancha de sangre y ahora ya nadie juega allí.
Antes de que yo pudiera decir nada, el señor Velt carraspeó y lanzó una mirada fulminante en nuestra dirección.
—Señorita Harrison, entiendo que le está explicándole a la nueva alumna el concepto de enlace covalente.
—Hmm, pues no exactamente, señor Velt —contestó Molly—. No quiero matarla de aburrimiento el primer día.
Al señor Velt se le hinchó una vena en la frente y a mí me pareció que debía intervenir. Canalicé una corriente de energía sedante hacía él y vi con satisfacción que se le empezaba a pasar el berrinche. Sus hombros se relajaron y su rostro perdió aquel matiz lívido de ira para recuperar su coloración normal. Mirando a Molly, soltó una risita tolerante, casi paternal.
—No puede negarse que tiene usted un inagotable sentido del humor, señorita Harrison.
Ella se quedó desconcertada, pero tuvo el buen juicio de reprimir cualquier otro comentario.
—Mi teoría es que está pasando la crisis de los cincuenta —me susurró por lo bajini.
El señor Velt dejó de prestarnos atención y empezó a preparar el proyector de diapositivas. Gemí para mis adentros y procuré controlar un acceso de pánico. Los ángeles ya éramos bastante radiantes a la luz del día. En la oscuridad todavía era peor, aunque se podía disimular, pero bajo la luz halógena de un proyector, ¿quién sabía lo que ocurriría? Decidí que no valía la pena correr el riesgo. Pedí permiso para irme al baño y me escabullí del aula. Me entretuve en el pasillo, esperando a que el señor Velt acabara su presentación y encendiera otra vez las luces. A través del panel de cristal veía las diapositivas que iba mostrando a la clase: una descripción simplificada de la teoría del enlace de valencia. Me aliviaba pensar que sólo habría de estudiar aquellas cosas tan básicas durante una temporada.
Justo entonces, sonó una campana cuyos ecos se propagaron por todo el edificio, marcando el inicio de la primera clase. Y de repente me encontré sola en un pasillo lleno de desconocidos. Se abrían paso a empujones y pasaban por mi lado con indiferencia para dirigirse a sus aulas respectivas. Por un momento me sentí invisible, como si yo no tuviera nada que hacer allí. Eché un vistazo a sus horarios y me encontré con un jaleo de números y letras que muy bien podrían haber figurado en un idioma desconocido, porque para mí no tenían el menor sentido: V.QS11. ¿Cómo se suponía que iba a descifrar aquello? Llegué a considerar la posibilidad de deslizarme entre la gente y regresar a la calle Byron.
—Perdona —le dije a una chica con una melena de rizos rojizos que pasaba por mi lado. Ella se detuvo y me examinó con interés—. Soy nueva —le expliqué, mostrándole con un gesto de impotencia la hoja de mis horarios—. ¿Podrías decirme qué significa esto?
—Significa que tienes química con el profesor Velt en la S11 —me explicó—. Es al fondo del pasillo. Ven conmigo, si quieres. Estoy en la misma clase.
—Gracias —le dije con evidente alivio.
—¿Tienes un respiro después? Si quieres puedo enseñarte un poco todo esto.
—¿Un qué? —pregunté, perpleja.
—Un respiro, una hora libre. —Me lanzó una mirada divertida—. ¿Cómo les llamabais en tu escuela? —su expresión se transformó, mientras consideraba una posibilidad más inquietante—. ¿O es que no teníais?
—No —respondí con una risita nerviosa—. No teníamos ninguna.
—Vaya rollo. Me llamo Molly, por cierto.
Era una chica muy guapa. Tenía la piel sonrosada, rasgos ovalados y unos ojos luminosos. Por el color de su tez, me recordaba la chica de un cuadro que había visto: una pastora en un paisaje bucólico.
—Yo, _____ —le dije sonriendo—. Encantada de conocerte.
Molly aguardó con paciencia junto a mi taquilla mientras yo revolvía en mi bolsa y sacaba el libro de texto, un cuaderno de espiral y varios lápices. Sentía en parte el imperioso deseo de llamar a Liam y pedirle que me llevara a casa. Ya casi notaba el contacto de sus brazos musculosos, protegiéndome de todo y conduciéndome de vuelta a Byron. Liam tenía la facultad de hacerme sentir segura, fueran cuales fuesen las circunstancias. Pero ahora no sabía cómo encontrarlo en aquel colegio inmenso; podía estar detrás de cualquiera de las puertas innumerables de todos aquellos pasillos idénticos. No tenía ni idea de dónde quedaba el ala de música. Me reprendí para mis adentros por depender tanto de Liam. Tenía que aprender a sobrevivir sin contar con su protección y estaba decidida a demostrarle que era capaz de hacerlo. Molly abrió la puerta del aula y entramos. Por supuesto, llegábamos tarde.
El señor Velt era un hombre bajito y calvo con la frente muy brillante. Llevaba un suéter con un estampado geométrico que parecía medio desteñido de tanto lavarlo. Cuando entramos, estaba tratando de explicar una fórmula escrita en la pizarra a un montón de alumnos que lo miraban con aire ausente. Obviamente, habrían deseado estar en cualquier parte menos allí.
—Me alegro de verla entre nosotros, señorita Harrison —le dijo a Molly, que se deslizó rápidamente al fondo del aula.
Luego el señor Velt me miro a mí. Había pasado lista y sabía quien era yo.
—Llega tarde en su primer día, señorita Payne —dijo, chasqueando la lengua y arqueando una ceja—. Un principio no muy bueno, que digamos. Vamos, siéntese.
De repente cayó en la cuenta de que había olvidado presentarme. Dejó de escribir en la pizarra el tiempo justo para hacer un somera presentación.
—Atención, todos ustedes. Ésta es _____ Payne. Acaba de entrar en Bryce Hamilton, así que le ruego que hagan todo lo posible para que se sienta bien acogida en le colegio.
Sentí todos los ojos clavados en mí mientras me apresuraba en ocupar el último asiento disponible. Era en la última fila, al lado de Molly, y cuando el señor Velt acabo su discursito y nos dijo que estudiáramos la siguiente serie de problemas, aproveche para observarla más de cerca. Me fije en que llevaba el botón superior del uniforme desabrochado y también unos enormes aros de plata en las orejas. Había sacado del bolsillo una lima y se estaba haciendo las uñas por debajo del pupitre, pasando con todo descaro de las instrucciones del profesor.
—No te preocupes por Velt —me susurró al ver mi expresión de sorpresa—. Es un estirado, un tipo amargado y retorcido. Sobre todo desde que su mujer presentó los papeles del divorcio. Lo único que le da vidilla es su nuevo descapotable. Tendrías que verlo: parece un pringado al volante.
Sonrió ampliamente. Tenía los dientes muy blancos y llevaba un montón de maquillaje, pero el rosado de su piel era natural.
—_____ es un nombre muy mono —prosiguió—. Algo anticuado, eso sí. Pero en fin, yo he de conformarme con Molly, como un personaje de libro ilustrado infantil.
Le dirigí una torpe sonrisa. No sabía como responderle a una persona tan directa y segura de sí misma.
—Supongo que todos debemos de conformarnos con el nombre que nos pusieron nuestros padre —dije, consiente de que era un comentario más bien pobre para seguir la conversación. Pensé que en realidad ni siquiera debería hablar, dado que estábamos en clase y que el pobre señor Velt necesitaba toda la ayuda posible para imponer un orden. Además, aquella frase me hacía sentir como una impostora, porque los ángeles no tienen padres. Por un instante, tuve la sensación de que Molly descubriría sin más mi mentira. Pero no.
—Bueno, ¿y tú de donde eres? —me preguntó, soplándose las uñas de una mano y agitando con la otra un frasco de esmalte rosa fluorescente.
—Nosotros hemos vivido en el extranjero —le dije, mientras me preguntaba que cara pondría si le dijera que era del Reino de los Cielos—. Nuestros padres siguen fuera todavía.
—¿De veras? —Molly parecía impresionada—. ¿Dónde?
Titubeé.
—En diferentes sitios. Viajan un montón.
Ella se lo trago como si aquello fuese de lo más normal.
—¿A qué se dedican?
Me devané los sesos buscando la respuesta. Nos habíamos preparado todo aquello, pero me había quedado en blanco. Sería muy típico de mí cometer un error crucial en mi primera hora como estudiante. Al fin lo recordé.
—Son diplomáticos —le dije—. Ahora vivimos con mi hermano mayor, que acaba de empezar aquí como profesor de música. Nuestros padres se reunirán con nosotros en cuanto puedan.
Intentaba atiborrarla con toda la información posible para satisfacer su curiosidad y evitarme más preguntas. Los ángeles somos malos mentirosos por naturaleza. Esperaba que Molly no desconfiara de mi historia. Estrictamente hablando, nada de lo que le había dicho era mentira.
—Genial —fue lo único que dijo—. Yo nunca he estado en el extranjero, pero he ido varias veces a la ciudad. Ya puedes prepararte para un cambio total de vida en Venus Cove. Esto suele ser muy tranquilo, aunque las cosas se han puesto un poco raras últimamente.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Yo llevo toda la vida aquí. Y también mis abuelos que tenían una tienda. Y nunca en ese tiempo había pasado nada malo. Bueno, sí: un incendio en una fábrica o algún accidente en barca. Pero es que ahora… —Molly bajó la voz—. Ha habido robos y accidentes muy extraños en todo el pueblo. El año pasado hubo una epidemia de gripe y murieron seis niños.
—¡Qué espanto! —dije débilmente. Empezaba a hacerme una idea del alcance de los daños causados por los Agentes de la Oscuridad. Y la cosa no tenía buena pinta—. ¿Algo más?
—Pasó otra cosa —dijo Molly—. Pero ni se te ocurra sacar el tema en el colegio. Hay un montón de chicos que aún están muy afectados.
—Descuida, mediré mis palabras —le aseguré.
—Bueno, resulta que hace unos seis meses, uno de los chicos mayores, Henry Taylor, se subió al tejado del colegio para recoger una pelota de baloncesto que había ido a parar allí. No estaba haciendo el idiota ni nada; sólo pretendía recogerla y ya está. Nadie sabe como sucedió la cosa, pero parece que resbaló y se cayó abajo. Fue a caer justo en mitad del patio, delante de todos sus amigos. No consiguieron borrar del todo la mancha de sangre y ahora ya nadie juega allí.
Antes de que yo pudiera decir nada, el señor Velt carraspeó y lanzó una mirada fulminante en nuestra dirección.
—Señorita Harrison, entiendo que le está explicándole a la nueva alumna el concepto de enlace covalente.
—Hmm, pues no exactamente, señor Velt —contestó Molly—. No quiero matarla de aburrimiento el primer día.
Al señor Velt se le hinchó una vena en la frente y a mí me pareció que debía intervenir. Canalicé una corriente de energía sedante hacía él y vi con satisfacción que se le empezaba a pasar el berrinche. Sus hombros se relajaron y su rostro perdió aquel matiz lívido de ira para recuperar su coloración normal. Mirando a Molly, soltó una risita tolerante, casi paternal.
—No puede negarse que tiene usted un inagotable sentido del humor, señorita Harrison.
Ella se quedó desconcertada, pero tuvo el buen juicio de reprimir cualquier otro comentario.
—Mi teoría es que está pasando la crisis de los cincuenta —me susurró por lo bajini.
El señor Velt dejó de prestarnos atención y empezó a preparar el proyector de diapositivas. Gemí para mis adentros y procuré controlar un acceso de pánico. Los ángeles ya éramos bastante radiantes a la luz del día. En la oscuridad todavía era peor, aunque se podía disimular, pero bajo la luz halógena de un proyector, ¿quién sabía lo que ocurriría? Decidí que no valía la pena correr el riesgo. Pedí permiso para irme al baño y me escabullí del aula. Me entretuve en el pasillo, esperando a que el señor Velt acabara su presentación y encendiera otra vez las luces. A través del panel de cristal veía las diapositivas que iba mostrando a la clase: una descripción simplificada de la teoría del enlace de valencia. Me aliviaba pensar que sólo habría de estudiar aquellas cosas tan básicas durante una temporada.
Won'tStopTilWeSurrender∞
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
AHORA SI VIENE EL CAPITULO MAS INTENSO HASTA AHORA(? SJHDFBJDABFA PREPARENSE Y NO BEBAN AGUA MIENTRAS LEAN.
—¿Te has perdido?
Me sobresalté y me giré en redondo. Había un chico apoyado en las taquillas frente a la puerta. Aunque parecía más formal con la chaqueta del colegio, la camisa bien abrochada y la corbata impecablemente anudada, era imposible no reconocer aquella cara y aquellos ojos deslumbrantes. No esperaba volver a encontrármelo, pero tenía otra vez delante al chico del embarcadero y lucía la misma sonrisa irónica de aquella ocasión.
—Estoy bien, gracias —le dije, volviéndome de nuevo hacia la puerta. Si me había reconocido, no parecía demostrarlo. Aunque resultara una grosería por mi parte, pensé que dándole la espalda cortaría en seco la conversación. Me había pillado desprevenida y, además, había algo en él que me hacía sentir insegura, como si de repente no supiera a dónde mirar ni qué hacer con las manos. Pero él no parecía tener prisa.
—¿Sabes?, lo más normal es aprender desde dentro de la clase —comentó.
Ahora ya me vi obligada a volverme y a darme por enterada de su presencia. Intenté transmitirle mis pocas ganas de charla con una mirada gélida, pero cuando nuestros ojos se encontraron ocurrió algo totalmente distinto. Sentí de pronto una especie de tirón en las entrañas, como si el mundo se desplomara bajo mis pies y yo tuviera que sujetarme y encontrar un asidero para no venirme también abajo.
Debí de dar la impresión de estar apunto de desmayarme porque él extendió un brazo instintivamente para sostenerme. Me fijé en el precioso cordón de cuero trenzado que llevaba en la muñeca: el único detalle que no encajaba en su apariencia tan atildada y formal.
El recuerdo que conservaba de él no le hacía justicia. Tenía los rasgos llamativos de un actor de cine, pero sin el menor rastro de presunción. Su boca se curvaba en una media sonrisa y sus ojos límpidos poseían una profundidad que no había percibido la primera vez. Era delgado, pero se adivinaban bajo su uniforme unos hombros de nadador. Me miraba como si quisiera ayudarme pero no supiera muy bien cómo. Y mientras le devolvía la mirada, comprendí que su atractivo tenía tanto que ver con su aire tranquilo como con sus facciones regulares y su piel sedosa. Ojalá se me hubiera ocurrido alguna réplica ingeniosa a la altura de su aplomo y su seguridad, pero no encontraba ninguna adecuada.
—Sólo estoy un poco mareada, nada más —musité.
Dio otro paso hacía mí, todavía inquieto.
—¿Quieres sentarte?
—No, ya estoy bien —respondí, meneando la cabeza con decisión.
Convencido de que no iba a desmayarme, me tendió la mano y me dirigió una sonrisa deslumbrante.
—No tuve la oportunidad de presentarme la ultima vez que nos vimos. Me llamo Zayn.
O sea que no lo había olvidado
Tenía la mano ancha y cálida, y sostuvo la mía una fracción de segundo más de la cuenta. Recordé la advertencia de Liam de que nos mantuviéramos siempre alejados de interacciones humanas arriesgadas. Todas las alarmas se habían disparado en mi cabeza cuando fruncí el ceño y retiré la mano. No sería una jugada muy inteligente hacer amistad con un chico como aquél, con un aspecto tan extraordinariamente atractivo y aquella sonrisa de mil quinientos vatios. El hormigueo que sentía en el pecho cuando lo miraba me decía bien a las claras que me estaba metiendo en un lío. Empezaba a saber descifrar las señales que emitía mi cuerpo y notaba que aquél chico me ponía nerviosa. Pero había otra sensación, un indicio apenas que no lograba identificar. Me aparte y retrocedí hacia la puerta de la clase, donde acababan de encenderse las luces. Sabía que m estaba portando como una maleducada, pero me sentía demasiado turbada para que me importase. Zayn no pareció ofendido, sino sólo divertido por mi comportamiento.
—Yo me llamo _____ —acerté a decir, abriendo ya la puerta.
—Nos vemos, _____ —dijo.
Noté que tenía la cara como un tomate mientras entraba a la clase de Química y recibía una mirada de censura del señor Velt por haber tardado tanto de volver del lavabo.
Hacia la hora del almuerzo ya había descubierto que Bryce Hamilton era un campo minado lleno de proyectores de diapositivas y de otras trampas destinadas a desenmascarar a los ángeles en misión secreta como yo. En clase de gimnasia tuve un ligero ataque de pánico cuando deduje que debía cambiarme delante de las demás chicas. Ellas empezaron a quitarse la ropa sin vacilar y a tirarla en las taquillas o por el suelo. A Molly se le enredaron los tirantes del sujetador y me pidió que la ayudara, cosa que hice, apurada y nerviosa, confiando en que no reparase en la suavidad antinatural de mis manos.
—Uau, debes de hidratártelas como loca —me dijo.
—Cada noche —respondí en voz baja.
—Bueno, ¿qué me dices de la gente de Bryce Hamilton por ahora? Los chicos están que arden, ¿no?
—Bueno, no sé —respondí, desconcertada —. La mayoría parece tener una temperatura normal.
Molly se me quedó mirando a punto de soltar una carcajada, pero mi expresión la convenció de que no bromeaba.
—Están que arden quiere decir que están buenos —murmuró —. ¿En serio que nunca habías oído esa expresión? ¿Dónde estaba tu último colegio?, ¿En Marte?
Me sonrojé al comprender el sentido de su pregunta inicial
—No he conocido a ningún chico todavía —dije, encogiéndome de hombros —. Bueno me he tropezado con un tal Zayn.
Dejé caer su nombre como sin darle importancia, o al menos esperaba que sonara así.
—¿Qué Zayn? —me interrogó, ahora toda oídos—. ¿Es rubio? Zayn Laro es rubio y juega en el equipo de lacrosse. Es muy sexy. No te lo reprocharía si me dijeras que te gusta, aunque creo que ya tiene novia. ¿O ya han roto? No estoy segura, podría averiguártelo.
—El que yo digo tiene pelo negro —la interrumpí— y ojos color caoba.
—Ah. —su expresión cambió radicalmente—. Entonces tiene que ser Zayn Malik. Es el delegado del colegio.
—Bueno, parece simpático.
—Yo de ti no iría por él —me aconsejó. Lo dijo como preocupándose por mí, aunque me dio la sensación de que esperaba que aceptara su consejo sin rechistar. Tal vez fuera una de las normas en el mundo de los adolescentes: «Las amigas siempre tienen razón».
—Yo no voy a por nadie, Molly —le dije, aunque no pude resistir la tentación de añadir—: Pero bueno, ¿qué tiene él de malo? —No podía creer que aquél chico no fuera sencillamente perfecto.
—No, nada. Es bastante simpático —respondió—. Pero digamos que lleva demasiado lastre encima.
—¿Y eso que significa?
—Bueno, un montón de chicas han intentado que se interesara por ellas, pero se ve que no está disponible en el sentido emocional.
—¿Quieres decir que ya tiene novia?
—Tenía. Se llamaba Emily. Pero nadie ha logrado consolarlo desde que…
—¿Rompieron? —apunté.
—No. —Molly bajó la voz y se retorció los dedos—. Ella murió en un incendio hace poco más de un año. Eran inseparables antes de que sucediera aquello. La gente decía que se casarían y todo. Por lo visto, no ha aparecido nadie a la altura de Emily. No creo que el lo haya superado de verdad.
—Qué espanto —murmuré—. Él sólo debía de tener…
—Dieciséis —respondió Molly—. También era bastante amigo de Henry Taylor, quien incluso habló en el funeral. Estaba empezando a superar lo de Emily cuando Taylor se cayó del tejado. Todo el mundo creyó que iba a venirse abajo, pero se aíslo emocionalmente y siguió adelante.
Me había quedado sin palabras. Mirando a Zayn no habrías adivinado la cantidad de dolor que había tenido que soportar, aunque, ahora que caía en ello, si había una expresión precavida en su mirada.
—Ahora está bien —dijo Molly—. Sigue siendo amigo de todo el mundo, continúa jugando en el equipo de rugby y entrena a los nadadores de tercero. No es que no pueda ser simpático, pero es como si estuviera prohibida cualquier relación. No creo que quiera liarse otra vez después de la mala suerte que ha tenido.
—Supongo que no se le puede echar en cara.
Molly reparó de golpe en que yo seguía con el uniforme y me dirigió una mirada severa.
—Date prisa, cámbiate —me apremió—. ¿Qué pasa?, ¿eres vergonzosa?
—Un poquito. —le sonreí y me metí en el cubículo de la ducha.
Dejé de pensar repentinamente en Zayn Malik al ver el uniforme de deporte que había de ponerme. Incluso contemplé la posibilidad de escabullirme por la ventana. Era de lo menos favorecedor que se puede imaginar: pantalones cortos demasiado ceñidos y una camiseta tan exigua que apenas podría moverme sin enseñar la barriga. Esto iba a ser un problema durante los partidos, dado que los ángeles no teníamos ombligo: sólo una suave superficie blanca, sin marcas ni hendidura. Por suerte, las alas—con plumas, pero finas como el papel— se me doblaban del todo planas sobre la espalda, de manera que no debía preocuparme de que me las pudieran ver. Empezaban, eso sí, a darme calambres por la falta de ejercicio. No veía el momento de que saliéramos a volar por las montañas algún día, antes de amanecer, tal como Liam nos había prometido.
Me estiré la camiseta hacia abajo todo lo que pude y me reuní con Molly, que se había parado frente al espejo para aplicarse una generosa capa de brillo de labios. No acababa de entender para qué necesitaba brillo de labios durante la clase de gimnasia, pero acepté sin vacilar cuando me ofreció el pincel para no parecer descortés. No sabía cómo usar el aplicador, pero me las ingenié para ponerme una capa algo desigual. Supuse que hacía falta práctica. A diferencia de las demás chicas, yo no me había dedicado a experimentar con los cosméticos de mi madre desde los cinco años. De hecho, ni siquiera habría sabido hasta hacía poco cómo era mi cara.
—Junta los labios y restriégatelos —me dio Molly—. Así…
Me apresuré a imitarla y descubrí que con esa maniobra se alisaba la capa de brillo y ya no tenía tanta pinta de payaso.
—Ahora está mejor —dijo, dándome su visto bueno.
—Gracias.
—Deduzco que no te pones maquillaje muy a menudo.
Meneé la cabeza.
—No es que lo necesites. Pero este color te queda de fábula.
—Huele de maravilla.
—Se llama Melon Sorbet.
Molly parecía encantada consigo misma. Algo la distrajo, sin embargo, por que empezó a husmear el aire.
—¿Hueles eso? —me preguntó.
Me quedé rígida, presa de un repentino ataque de seguridad. ¿Sería yo? ¿Era posible que oliéramos de un modo repulsivo para los humanos? ¿Me habría rociado Ivy la ropa con algún perfume insoportable en el mundillo de Molly?
—Huele como… a lluvia o algo así —dijo. Me relajé en el acto. Lo que había captado era la fragancia característica que desprenden todos los ángeles: no exactamente a lluvia, aunque no dejaba de ser una descripción bastante aproximada.
—No seas cabeza de chorlito, Molly —dijo una de sus amigas; Taylah, creía que se llamaba así, aunque me las había presento a todas apresuradamente—. Aquí no llueve.
Molly se encogió de hombros y me arrastró fuera de los vestuarios. En el gimnasio, una rubia de unos cincuenta y pico con el cutis cuarteado por exceso del sol y unos shorts de licra se irguió de puntillas y nos gritó que nos tumbáramos e hiciéramos veinte flexiones.
—¿No te parecen odiosos los profesores de gimnasia? —dijo Molly, poniendo los ojos en blanco—. Tan animosos y energéticos… las veinticuatro horas del día.
No le respondí, aunque teniendo en cuenta el aire inflexible de aquella mujer y mi falta de entusiasmo atlético, seguramente no íbamos a llevarnos demasiado bien.
Media hora más tarde habíamos dado diez vueltas al patio y hecho cincuenta flexiones , cincuenta abdominales y un montón de ejercicios más. Y eso sólo para entrar en calor. Me daban pena los demás, la verdad: todos tambaleándose, jadeando y con la camiseta empapada de sudor. Menos yo. Los ángeles no nos cansábamos; teníamos reservas ilimitadas de energía y no nos hacía falta administrarla. Tampoco transpirábamos; podíamos correr un maratón sin una sola gota de sudor. Molly lo advirtió de pronto.
—¡Ni siquiera resoplas! —me dijo con aire acusador—. Jo, debes de estar muy en forma.
—O es que usa un desodorante increíble —añadío Taylah, tirándose por el escote todo el contenido de la botella de agua.
Los chicos que estaban cerca la miraron boquiabiertos.
—¡Empieza a hacer un calor aquí dentro! —les dijo para provocarlos, pavoneándose con la camiseta ahora semitransparente. Al final, la profesora de gimnasia se dio cuenta del espectáculo y vino disparada como un toro furioso.
El resto del día transcurrió sin mayores novedades, dejando a parte que yo estuve dando vueltas por los pasillos por si veía al delegado del colegio, el tal Zayn Malik. Después de lo que Molly me había contado, me sentía halagada por el hecho de que me hubiera prestado atención siquiera.
Pensé otra vez en nuestro encuentro en el embarcadero y recordé que me habían maravillado sus ojos: aquel marrón amarillento increíble y deslumbrante. Eran unos ojos que no podías mirar mucho tiempo sin que se te aflojaran las rodillas. Me pregunté qué habría pasado si hubiera aceptado su invitación y me hubiera sentado a su lado. ¿Habríamos charlado mientras yo probaba suerte con la caña de pescar? ¿Qué nos habríamos dicho?
Me zarandeé a mí misma mentalmente. Yo no había sido enviada a la Tierra para eso. Me obligué a prometerme que no volvería a pensar en Zayn Malik. Si me lo encontraba por casualidad, no le haría caso. Y si él trataba de hablar conmigo, le respondería con cuatro frases estereotipadas y me alejaría sin más. En resumen, no le permitiría que produjera el menor efecto en mí.
Ni que decir tiene: iba fracasar de un modo espectacular.
—¿Te has perdido?
Me sobresalté y me giré en redondo. Había un chico apoyado en las taquillas frente a la puerta. Aunque parecía más formal con la chaqueta del colegio, la camisa bien abrochada y la corbata impecablemente anudada, era imposible no reconocer aquella cara y aquellos ojos deslumbrantes. No esperaba volver a encontrármelo, pero tenía otra vez delante al chico del embarcadero y lucía la misma sonrisa irónica de aquella ocasión.
—Estoy bien, gracias —le dije, volviéndome de nuevo hacia la puerta. Si me había reconocido, no parecía demostrarlo. Aunque resultara una grosería por mi parte, pensé que dándole la espalda cortaría en seco la conversación. Me había pillado desprevenida y, además, había algo en él que me hacía sentir insegura, como si de repente no supiera a dónde mirar ni qué hacer con las manos. Pero él no parecía tener prisa.
—¿Sabes?, lo más normal es aprender desde dentro de la clase —comentó.
Ahora ya me vi obligada a volverme y a darme por enterada de su presencia. Intenté transmitirle mis pocas ganas de charla con una mirada gélida, pero cuando nuestros ojos se encontraron ocurrió algo totalmente distinto. Sentí de pronto una especie de tirón en las entrañas, como si el mundo se desplomara bajo mis pies y yo tuviera que sujetarme y encontrar un asidero para no venirme también abajo.
Debí de dar la impresión de estar apunto de desmayarme porque él extendió un brazo instintivamente para sostenerme. Me fijé en el precioso cordón de cuero trenzado que llevaba en la muñeca: el único detalle que no encajaba en su apariencia tan atildada y formal.
El recuerdo que conservaba de él no le hacía justicia. Tenía los rasgos llamativos de un actor de cine, pero sin el menor rastro de presunción. Su boca se curvaba en una media sonrisa y sus ojos límpidos poseían una profundidad que no había percibido la primera vez. Era delgado, pero se adivinaban bajo su uniforme unos hombros de nadador. Me miraba como si quisiera ayudarme pero no supiera muy bien cómo. Y mientras le devolvía la mirada, comprendí que su atractivo tenía tanto que ver con su aire tranquilo como con sus facciones regulares y su piel sedosa. Ojalá se me hubiera ocurrido alguna réplica ingeniosa a la altura de su aplomo y su seguridad, pero no encontraba ninguna adecuada.
—Sólo estoy un poco mareada, nada más —musité.
Dio otro paso hacía mí, todavía inquieto.
—¿Quieres sentarte?
—No, ya estoy bien —respondí, meneando la cabeza con decisión.
Convencido de que no iba a desmayarme, me tendió la mano y me dirigió una sonrisa deslumbrante.
—No tuve la oportunidad de presentarme la ultima vez que nos vimos. Me llamo Zayn.
O sea que no lo había olvidado
Tenía la mano ancha y cálida, y sostuvo la mía una fracción de segundo más de la cuenta. Recordé la advertencia de Liam de que nos mantuviéramos siempre alejados de interacciones humanas arriesgadas. Todas las alarmas se habían disparado en mi cabeza cuando fruncí el ceño y retiré la mano. No sería una jugada muy inteligente hacer amistad con un chico como aquél, con un aspecto tan extraordinariamente atractivo y aquella sonrisa de mil quinientos vatios. El hormigueo que sentía en el pecho cuando lo miraba me decía bien a las claras que me estaba metiendo en un lío. Empezaba a saber descifrar las señales que emitía mi cuerpo y notaba que aquél chico me ponía nerviosa. Pero había otra sensación, un indicio apenas que no lograba identificar. Me aparte y retrocedí hacia la puerta de la clase, donde acababan de encenderse las luces. Sabía que m estaba portando como una maleducada, pero me sentía demasiado turbada para que me importase. Zayn no pareció ofendido, sino sólo divertido por mi comportamiento.
—Yo me llamo _____ —acerté a decir, abriendo ya la puerta.
—Nos vemos, _____ —dijo.
Noté que tenía la cara como un tomate mientras entraba a la clase de Química y recibía una mirada de censura del señor Velt por haber tardado tanto de volver del lavabo.
Hacia la hora del almuerzo ya había descubierto que Bryce Hamilton era un campo minado lleno de proyectores de diapositivas y de otras trampas destinadas a desenmascarar a los ángeles en misión secreta como yo. En clase de gimnasia tuve un ligero ataque de pánico cuando deduje que debía cambiarme delante de las demás chicas. Ellas empezaron a quitarse la ropa sin vacilar y a tirarla en las taquillas o por el suelo. A Molly se le enredaron los tirantes del sujetador y me pidió que la ayudara, cosa que hice, apurada y nerviosa, confiando en que no reparase en la suavidad antinatural de mis manos.
—Uau, debes de hidratártelas como loca —me dijo.
—Cada noche —respondí en voz baja.
—Bueno, ¿qué me dices de la gente de Bryce Hamilton por ahora? Los chicos están que arden, ¿no?
—Bueno, no sé —respondí, desconcertada —. La mayoría parece tener una temperatura normal.
Molly se me quedó mirando a punto de soltar una carcajada, pero mi expresión la convenció de que no bromeaba.
—Están que arden quiere decir que están buenos —murmuró —. ¿En serio que nunca habías oído esa expresión? ¿Dónde estaba tu último colegio?, ¿En Marte?
Me sonrojé al comprender el sentido de su pregunta inicial
—No he conocido a ningún chico todavía —dije, encogiéndome de hombros —. Bueno me he tropezado con un tal Zayn.
Dejé caer su nombre como sin darle importancia, o al menos esperaba que sonara así.
—¿Qué Zayn? —me interrogó, ahora toda oídos—. ¿Es rubio? Zayn Laro es rubio y juega en el equipo de lacrosse. Es muy sexy. No te lo reprocharía si me dijeras que te gusta, aunque creo que ya tiene novia. ¿O ya han roto? No estoy segura, podría averiguártelo.
—El que yo digo tiene pelo negro —la interrumpí— y ojos color caoba.
—Ah. —su expresión cambió radicalmente—. Entonces tiene que ser Zayn Malik. Es el delegado del colegio.
—Bueno, parece simpático.
—Yo de ti no iría por él —me aconsejó. Lo dijo como preocupándose por mí, aunque me dio la sensación de que esperaba que aceptara su consejo sin rechistar. Tal vez fuera una de las normas en el mundo de los adolescentes: «Las amigas siempre tienen razón».
—Yo no voy a por nadie, Molly —le dije, aunque no pude resistir la tentación de añadir—: Pero bueno, ¿qué tiene él de malo? —No podía creer que aquél chico no fuera sencillamente perfecto.
—No, nada. Es bastante simpático —respondió—. Pero digamos que lleva demasiado lastre encima.
—¿Y eso que significa?
—Bueno, un montón de chicas han intentado que se interesara por ellas, pero se ve que no está disponible en el sentido emocional.
—¿Quieres decir que ya tiene novia?
—Tenía. Se llamaba Emily. Pero nadie ha logrado consolarlo desde que…
—¿Rompieron? —apunté.
—No. —Molly bajó la voz y se retorció los dedos—. Ella murió en un incendio hace poco más de un año. Eran inseparables antes de que sucediera aquello. La gente decía que se casarían y todo. Por lo visto, no ha aparecido nadie a la altura de Emily. No creo que el lo haya superado de verdad.
—Qué espanto —murmuré—. Él sólo debía de tener…
—Dieciséis —respondió Molly—. También era bastante amigo de Henry Taylor, quien incluso habló en el funeral. Estaba empezando a superar lo de Emily cuando Taylor se cayó del tejado. Todo el mundo creyó que iba a venirse abajo, pero se aíslo emocionalmente y siguió adelante.
Me había quedado sin palabras. Mirando a Zayn no habrías adivinado la cantidad de dolor que había tenido que soportar, aunque, ahora que caía en ello, si había una expresión precavida en su mirada.
—Ahora está bien —dijo Molly—. Sigue siendo amigo de todo el mundo, continúa jugando en el equipo de rugby y entrena a los nadadores de tercero. No es que no pueda ser simpático, pero es como si estuviera prohibida cualquier relación. No creo que quiera liarse otra vez después de la mala suerte que ha tenido.
—Supongo que no se le puede echar en cara.
Molly reparó de golpe en que yo seguía con el uniforme y me dirigió una mirada severa.
—Date prisa, cámbiate —me apremió—. ¿Qué pasa?, ¿eres vergonzosa?
—Un poquito. —le sonreí y me metí en el cubículo de la ducha.
Dejé de pensar repentinamente en Zayn Malik al ver el uniforme de deporte que había de ponerme. Incluso contemplé la posibilidad de escabullirme por la ventana. Era de lo menos favorecedor que se puede imaginar: pantalones cortos demasiado ceñidos y una camiseta tan exigua que apenas podría moverme sin enseñar la barriga. Esto iba a ser un problema durante los partidos, dado que los ángeles no teníamos ombligo: sólo una suave superficie blanca, sin marcas ni hendidura. Por suerte, las alas—con plumas, pero finas como el papel— se me doblaban del todo planas sobre la espalda, de manera que no debía preocuparme de que me las pudieran ver. Empezaban, eso sí, a darme calambres por la falta de ejercicio. No veía el momento de que saliéramos a volar por las montañas algún día, antes de amanecer, tal como Liam nos había prometido.
Me estiré la camiseta hacia abajo todo lo que pude y me reuní con Molly, que se había parado frente al espejo para aplicarse una generosa capa de brillo de labios. No acababa de entender para qué necesitaba brillo de labios durante la clase de gimnasia, pero acepté sin vacilar cuando me ofreció el pincel para no parecer descortés. No sabía cómo usar el aplicador, pero me las ingenié para ponerme una capa algo desigual. Supuse que hacía falta práctica. A diferencia de las demás chicas, yo no me había dedicado a experimentar con los cosméticos de mi madre desde los cinco años. De hecho, ni siquiera habría sabido hasta hacía poco cómo era mi cara.
—Junta los labios y restriégatelos —me dio Molly—. Así…
Me apresuré a imitarla y descubrí que con esa maniobra se alisaba la capa de brillo y ya no tenía tanta pinta de payaso.
—Ahora está mejor —dijo, dándome su visto bueno.
—Gracias.
—Deduzco que no te pones maquillaje muy a menudo.
Meneé la cabeza.
—No es que lo necesites. Pero este color te queda de fábula.
—Huele de maravilla.
—Se llama Melon Sorbet.
Molly parecía encantada consigo misma. Algo la distrajo, sin embargo, por que empezó a husmear el aire.
—¿Hueles eso? —me preguntó.
Me quedé rígida, presa de un repentino ataque de seguridad. ¿Sería yo? ¿Era posible que oliéramos de un modo repulsivo para los humanos? ¿Me habría rociado Ivy la ropa con algún perfume insoportable en el mundillo de Molly?
—Huele como… a lluvia o algo así —dijo. Me relajé en el acto. Lo que había captado era la fragancia característica que desprenden todos los ángeles: no exactamente a lluvia, aunque no dejaba de ser una descripción bastante aproximada.
—No seas cabeza de chorlito, Molly —dijo una de sus amigas; Taylah, creía que se llamaba así, aunque me las había presento a todas apresuradamente—. Aquí no llueve.
Molly se encogió de hombros y me arrastró fuera de los vestuarios. En el gimnasio, una rubia de unos cincuenta y pico con el cutis cuarteado por exceso del sol y unos shorts de licra se irguió de puntillas y nos gritó que nos tumbáramos e hiciéramos veinte flexiones.
—¿No te parecen odiosos los profesores de gimnasia? —dijo Molly, poniendo los ojos en blanco—. Tan animosos y energéticos… las veinticuatro horas del día.
No le respondí, aunque teniendo en cuenta el aire inflexible de aquella mujer y mi falta de entusiasmo atlético, seguramente no íbamos a llevarnos demasiado bien.
Media hora más tarde habíamos dado diez vueltas al patio y hecho cincuenta flexiones , cincuenta abdominales y un montón de ejercicios más. Y eso sólo para entrar en calor. Me daban pena los demás, la verdad: todos tambaleándose, jadeando y con la camiseta empapada de sudor. Menos yo. Los ángeles no nos cansábamos; teníamos reservas ilimitadas de energía y no nos hacía falta administrarla. Tampoco transpirábamos; podíamos correr un maratón sin una sola gota de sudor. Molly lo advirtió de pronto.
—¡Ni siquiera resoplas! —me dijo con aire acusador—. Jo, debes de estar muy en forma.
—O es que usa un desodorante increíble —añadío Taylah, tirándose por el escote todo el contenido de la botella de agua.
Los chicos que estaban cerca la miraron boquiabiertos.
—¡Empieza a hacer un calor aquí dentro! —les dijo para provocarlos, pavoneándose con la camiseta ahora semitransparente. Al final, la profesora de gimnasia se dio cuenta del espectáculo y vino disparada como un toro furioso.
El resto del día transcurrió sin mayores novedades, dejando a parte que yo estuve dando vueltas por los pasillos por si veía al delegado del colegio, el tal Zayn Malik. Después de lo que Molly me había contado, me sentía halagada por el hecho de que me hubiera prestado atención siquiera.
Pensé otra vez en nuestro encuentro en el embarcadero y recordé que me habían maravillado sus ojos: aquel marrón amarillento increíble y deslumbrante. Eran unos ojos que no podías mirar mucho tiempo sin que se te aflojaran las rodillas. Me pregunté qué habría pasado si hubiera aceptado su invitación y me hubiera sentado a su lado. ¿Habríamos charlado mientras yo probaba suerte con la caña de pescar? ¿Qué nos habríamos dicho?
Me zarandeé a mí misma mentalmente. Yo no había sido enviada a la Tierra para eso. Me obligué a prometerme que no volvería a pensar en Zayn Malik. Si me lo encontraba por casualidad, no le haría caso. Y si él trataba de hablar conmigo, le respondería con cuatro frases estereotipadas y me alejaría sin más. En resumen, no le permitiría que produjera el menor efecto en mí.
Ni que decir tiene: iba fracasar de un modo espectacular.
Won'tStopTilWeSurrender∞
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
AHÍ ESTA, UN MINI MARATÓN DE CAPITULOS LARGOS.
Bueno, espero que le haya gustado y que pues sí, eso. Y no hay nada más que decir por ahora, estoy muy cansada :|.
Bueno, espero que le haya gustado y que pues sí, eso. Y no hay nada más que decir por ahora, estoy muy cansada :|.
Won'tStopTilWeSurrender∞
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
Me encantaron los capitulos<3333 estuvieron buenísimos
Que pena lo que le paso a Zayn:ssss osea yo quedaría completamente destruida y todo eso:c
Siguela pronto<33
Que pena lo que le paso a Zayn:ssss osea yo quedaría completamente destruida y todo eso:c
Siguela pronto<33
Munchiterrestre
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
¡¡¡Ame los capis!!!
¡¡Estuvieron buenísimos!!
¡Me encantaron!
Ojala la sigas pronto!
Besos... Xx...
¡¡Estuvieron buenísimos!!
¡Me encantaron!
Ojala la sigas pronto!
Besos... Xx...
moondust.
Re: 'Halo {ZaynMalik&____Payne} [Adaptación]
MAnchi D: A Zayn aqui pasan cosas tragicas D: HErmana mia te quedaron recontra sensual los caps pero me dejaste preocupada con eso de en coma D: Siguela! <3
Feer :)x.
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