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Cuando te Encuentre.. (Nick Jonas y tú) Romance

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Cuando te Encuentre.. (Nick Jonas y tú) Romance - Página 2 Empty Re: Cuando te Encuentre.. (Nick Jonas y tú) Romance

Mensaje por SandyJonas Lun 07 Mayo 2012, 2:35 pm

3[1/4]
_____





_____ dejó a un lado la lata de Coca-Cola Diet, encantada de que Ben se lo estuviera pasando bien en la fiesta de cumpleaños de su amigo Zach. Estaba pensando que era una pena que a su hijo le tocara ir a casa de su padre cuando Melody se acercó a ella y se sentó a su lado.
—Muchas gracias por el regalo. Las pistolas de agua son el no va más.
Melody sonrió. Sus dientes eran excesivamente blancos y su piel demasiado bronceada, como si acabara de salir de una sesión de rayos UVA, lo cual probablemente era cierto. Desde el instituto, Melody siempre había estado muy pendiente de su físico, pero últimamente parecía más que preocupada.
—Espero que no nos ataquen con las Super Soaker.
Melody frunció el ceño.
—Ya se lo he advertido a Zach: como se le ocurra hacerlo, lo mando derechito a su cuarto. —Melody se reclinó en la silla, buscando una postura más cómoda—. ¿Qué has hecho este verano? No se te ha visto el pelo, y tampoco has contestado a mis llamadas.
—Lo sé. Lo siento. Este verano me ha tocado hacer vida de ermitaña. Es que cuidar a Nana y encargarme de la residencia canina y del adiestramiento de los perros es realmente agotador. No sé cómo Nana ha podido cargar sola con tanta responsabilidad hasta ahora, sin ayuda.
—¿Y cómo está?
Nana era la abuela de _____. La había criado desde los tres años, después de que sus padres fallecieran en un accidente de tráfico.
—Mejor, aunque después de la embolia no ha vuelto a ser la misma. Todavía tiene el lado izquierdo del cuerpo parcialmente paralizado. Puede encargarse de una parte del adiestramiento, pero no de gestionar la residencia y del curso completo, sería demasiado para ella. ¡Pero ya la conoces! ¡Siempre incansable! Es incapaz de estarse quieta ni un segundo. Temo que esté forzando demasiado la máquina.
—Veo que ha decidido volver a incorporarse al coro.
Nana llevaba más de treinta años en el coro de la Primera Iglesia Bautista de la localidad, y _____ sabía que esa actividad constituía una de sus mayores pasiones.
—Sí, decidió reincorporarse la semana pasada, aunque no estoy segura de que tenga muchas fuerzas para cantar. Después del ensayo se pasó dos horas durmiendo.
Melody asintió.
—¿Qué pasará cuando empiece el curso escolar?
—No lo sé.
—Pero seguirás dando clases, ¿no?
—Eso espero.
—¿Eso esperas? ¿Acaso los maestros no tenéis ya reuniones la semana que viene para preparar el curso?
_____ no quería pensar en el tema, y menos hablar de ello, pero sabía que Melody no lo hacía con mala intención.
—Sí, pienso asistir a las reuniones, pero eso no significa que finalmente me incorpore al equipo de docentes este año. Sé que podría dedicar unas horas a dar clases, pero no puedo dejar a Nana sola todo el día. De momento no. ¿Quién la ayudaría con la residencia canina? No está en condiciones de pasarse todo el día entrenando perros.
—¿Por qué no contratas a alguien? —sugirió Melody.
—Ya lo he intentado. ¿No te conté lo que ocurrió a principios de verano? Contraté a un chico que solo vino un par de días a trabajar; al tercero, que coincidía con el fin de semana, no se presentó. Y lo mismo sucedió con el siguiente candidato que contraté. Después de eso, no ha entrado nadie más interesándose por el puesto vacante. El cartel de «se necesita ayudante» se ha convertido en una pieza decorativa del escaparate.
—David siempre se queja de que hoy día cuesta mucho encontrar buenos empleados.
—Dile que les ofrezca el salario mínimo. ¡Entonces tendrá verdaderos motivos para quejarse! ¡Incluso los jovencitos que vienen del instituto se niegan a limpiar los caniles! Aseguran que les da asco hacer ese trabajo.
—Y tienen razón. Es un trabajo asqueroso.
_____ se rio.
—Sí, lo es —admitió—. Pero yo no tengo tiempo para hacerlo. Mira, solo espero un milagro antes de la semana que viene. Y si no... ¡Qué le vamos a hacer! Tendré que olvidarme de las clases. La verdad es que me gusta adiestrar perros. La mitad de las veces son más dóciles que los estudiantes.
—¿Como mi hijo?
—Tu hijo se porta muy bien. En serio.
Melody señaló con la cabeza a Ben.
—Ha crecido mucho desde la última vez que lo vi.
—Casi tres centímetros —contestó _____, satisfecha de que Melody se hubiera fijado.
Ben siempre había sido bajito para su edad. En la foto de la clase solían ponerlo en la primera fila del flanco izquierdo, y el niño sentado a su lado le sacaba casi diez centímetros. En cambio, Zach, el hijo de Melody, era todo lo contrario: en la foto siempre lo colocaban en la última fila del flanco derecho. Siempre había sido el más alto de la clase.
—He oído que Ben no jugará al fútbol esta temporada —comentó Melody.
—Le apetece probar algo distinto.
—¿Como qué?
—Quiere aprender a tocar el violín. La señorita Hastings le dará clases particulares.
—¿Todavía da clases esa señora? ¡Pero si por lo menos debe de tener noventa años!
—Ya, pero cuenta con la paciencia necesaria para enseñar a un principiante. O por lo menos eso es lo que me ha dicho ella misma. Y a Ben le cae bien la señora Hastings, que es lo que importa.
—Me alegro por él —dijo Melody—. Estoy segura de que lo hará estupendamente. Pero Zach se llevará una gran decepción.
—De todos modos, no estarían en el mismo equipo. Zach empezará a jugar con la selección, ¿no?
—Bueno, eso si lo consigue.
—Lo conseguirá.
Seguro que lo conseguiría. Zach era uno de esos niños competitivos y con una gran confianza en sí mismos que maduraban antes y destacaban en el campo rápidamente por delante de jugadores con menos talento. Como Ben. Incluso ahora, correteando por el jardín con su Super Soaker, Ben no podía seguir el ritmo de Zach. A pesar de que era un niño encantador y con una gran nobleza, no era muy atlético, algo que el exmarido de _____ no soportaba. El año anterior, cierto día, su ex se había puesto de pie casi pisando la línea del campo de fútbol con cara de mala gaita, y esa era otra razón por la que Ben no quería jugar al fútbol.
—¿David seguirá entrenando al equipo este año?
David era el marido de Melody y uno de los dos pediatras de la localidad.
—Todavía no lo ha decidido. Desde que Hoskins se marchó, siempre está de guardia. No le hace ninguna gracia, pero ¿qué puede hacer? Están intentando contratar a otro médico, aunque de momento no tienen suerte. No todo el mundo está dispuesto a trabajar en un pueblo, especialmente teniendo el hospital más cercano a cuarenta y cinco minutos de aquí, en Wilmington. Hay que dedicarle muchas horas. La mitad de los días llega a casa pasadas las ocho de la noche. A veces, más tarde.
_____ había notado el tono preocupado en la voz de Melody, y pensó que su amiga estaba otra vez preocupada por la aventura amorosa que David le había confesado el invierno anterior. _____ sabía lo bastante como para no hacer ningún comentario al respecto. Desde el primer momento había tomado la decisión de que solo hablarían del tema cuando Melody quisiera hacerlo. ¿Y si no? No pasaba nada. En realidad, no era un asunto de su incumbencia.
—Y tú, ¿qué tal? ¿Sales con alguien?
_____ esbozó una mueca de fastidio.
—No, desde Adam no.
—¿Y se puede saber qué es lo que salió mal?
—No tengo ni idea.
Melody sacudió la cabeza.
—No puedo decir que te envidie. Jamás me ha gustado eso de tener que salir con chicos.
—Ya, pero por lo menos a ti no se te daba mal. En cambio, yo soy un desastre.
—¡Anda ya! ¡Exageras!
—No, no exagero. Aunque tampoco me preocupo excesivamente. Ni tan solo estoy segura de tener la energía necesaria para iniciar una nueva relación. Ya sabes, todo eso de llevar tacones altos, depilarme, flirtear, fingir que me llevo bien con sus amigos... Me parece un esfuerzo sobrehumano.
Melody arrugó la nariz.
—¿No te depilas?
—¡Claro que me depilo! —contestó. Luego, bajando la voz, agregó—: Siempre que puedo. —Se sentó con la espalda erguida—. Pero ya me entiendes, ¿no? Eso de salir con un hombre supone un gran esfuerzo. Especialmente a mi edad.
—¡Vamos! ¡Si ni tan solo has cumplido los treinta años! Y además tienes un tipazo estupendo.
_____ había oído el mismo halago toda la vida, y no era inmune al hecho de que los hombres —incluso algunos casados— a menudo giraran la cabeza por encima del hombro al verla pasar. Durante sus primeros tres años como maestra, solo había mantenido una reunión con un padre que se había presentado solo. El resto de las ocasiones, siempre eran las madres las que asistían a las reuniones. Recordaba cómo se lo había comentado a Nana unos años antes, desconcertada. Su abuela le había contestado: «No quieren que te quedes sola con sus mariditos porque eres tan bonita como un osito de peluche».
Nana tenía una forma muy especial de decir las cosas.
—Te olvidas de dónde vivimos —contrarrestó _____—. No quedan muchos hombres solteros de mi edad por aquí. Y si no se han casado, por algo será.
—Eso no es verdad.
—Quizás en una gran ciudad no sea así. Pero ¿aquí? ¿En este pueblo? Mira, he vivido aquí toda mi vida, e incluso cuando estudiaba en la universidad iba a dormir a casa. En las escasísimas ocasiones en que algún chico me ha pedido una cita, hemos salido dos o tres veces y después ya no ha vuelto a mostrar ningún interés por mí. No me preguntes el porqué. —Agitó la mano en una actitud filosófica—. Pero tampoco es que me importe demasiado. Tengo a Ben y a Nana. No es como si viviera sola con una docena de gatos.
—No, en vez de gatos tienes perros.
—Pero no son míos. Son los perros de mis clientes, que es distinto.
—Ya, muy distinto —replicó Melody burlonamente.

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Cuando te Encuentre.. (Nick Jonas y tú) Romance - Página 2 Empty Re: Cuando te Encuentre.. (Nick Jonas y tú) Romance

Mensaje por SandyJonas Lun 07 Mayo 2012, 2:36 pm


Continuación... [2/4]
_____

Al otro lado del jardín, Ben perseguía al grupo de niños con su Super Soaker, intentando no quedar rezagado. De repente tropezó. Sus gafas salieron disparadas y desaparecieron entre el césped. _____ sabía que lo mejor era no levantarse para ir a ver si su hijo estaba bien. La última vez que había intentado ayudarlo, él se había mostrado avergonzado. Ben palpó el césped a su alrededor hasta que encontró las gafas. Se las puso y reemprendió la carrera.
—¡Qué rápido crecen! ¿No te parece? —apuntó Melody, interrumpiendo los pensamientos de _____—. Ya sé que es un cliché, pero es verdad. Recuerdo que mi madre me lo decía y yo pensaba que exageraba. Me moría de ganas de que Zach fuera un poco mayor. Claro, por entonces él tenía cólicos y me pasé por lo menos un mes sin apenas pegar ojo por las noches. Pero ahora, de repente, está a punto de empezar secundaria.
—Todavía no. Les queda un año.
—Lo sé. Pero de todos modos estoy nerviosa.
—¿Por qué?
—Ya sabes, la edad del pavo y todo eso. Los niños se ponen insoportables cuando empiezan a comprender el mundo de los adultos, sin tener la madurez de los adultos para enfrentarse a todo lo que pasa a su alrededor. Si a eso añadimos un sinfín de tentaciones, y el hecho de que ya no te hacen caso de la misma forma que lo harían antes, y los repentinos cambios de humor en la adolescencia, seré la primera en admitir que no me apetece nada pasar por esa etapa. Tú eres maestra. Por consiguiente, ya sabes de qué hablo.
—Por eso doy clases en primaria, y encima a los más pequeños.
—Una elección muy acertada. —Melody se quedó callada unos instantes—. ¿Has oído lo de Elliot Spencer?
—La verdad es que últimamente no me he enterado de nada. Me he pasado el verano como una ermitaña, ¿recuerdas?
—Lo pillaron vendiendo drogas.
—¡Pero si solo es un par de años mayor que Ben!
—Y todavía está en secundaria.
—Ahora estás consiguiendo que sea yo la que me ponga nerviosa.
Melody esbozó una mueca de fastidio.
—¿Nerviosa por Ben? Si mi hijo se pareciera más a Ben, no tendría ninguna razón para estar nerviosa. Es un niño muy centrado e independiente. Tan bueno, tan educado, siempre dispuesto a ayudar a los más pequeños. No como Zach.
—Zach es un gran chico, también.
—Lo sé. Pero siempre ha sido más conflictivo que Ben. Y siempre anda detrás de los otros niños como un perrito faldero.
—Pero ¿no los ves, ahí fuera, jugando en el jardín? Desde mi perspectiva, aquí sentada, me parece que es Ben el que sigue a los demás.
—Ya sabes a qué me refiero.
Y en realidad lo sabía. Incluso desde muy pequeño, Ben se mostraba satisfecho jugando solo. Y _____ tenía que admitir que eso era bueno, ya que no había sido un niño conflictivo. Aunque no contaba con muchos amigos, tenía un montón de aficiones en las que se enfrascaba solo. Buenas aficiones, además. No estaba demasiado interesado ni en los videojuegos ni en navegar por Internet, y aunque pocas veces veía la tele, cuando lo haría, normalmente él mismo la apagaba al cabo de media hora más o menos. Lo que realmente le gustaba era jugar al ajedrez (un juego que parecía comprender desde una base intuitiva) en el tablero electrónico que le había traído Papá Noel. Le encantaba leer y escribir. Disfrutaba con los perros en la residencia canina, pero la mayoría de ellos se mostraban un poco irascibles a causa de las largas horas que pasaban allí encerrados y no solían prestarle atención. Ben pasaba muchas tardes lanzándoles pelotas de tenis, y eran muy pocas las que recuperaba.
—Todo saldrá bien.
—Eso espero. —Melody dejó su bebida en la mesita—. Supongo que debería ir a buscar el pastel, ¿no? Zach tiene entreno a las cinco.
—Hará mucho calor.
Melody se puso de pie.
—Estoy segura de que querrá llevarse la Super Soaker, probablemente para empapar al entrenador.
—¿Quieres que te ayude?
—No, gracias. Quédate aquí sentada y relájate. Enseguida vuelvo.
_____ observó a Melody mientras esta se alejaba, y por primera vez fue consciente de su extrema delgadez. Entre cuatro y seis kilos menos desde la última vez que la había visto. Se dijo que debía de ser por el estrés. El desliz amoroso de David la había hundido, pero ella tenía la firme determinación de salvar su matrimonio, algo que a _____, cuando se vio en ese trance, no le pasó. Aunque, claro, sus matrimonios eran completamente diferentes. David había cometido un grave error y le había hecho daño a Melody, pero, en general, siempre habían sido una pareja feliz. El matrimonio de _____, en cambio, había sido un fracaso desde el principio, tal y como Nana había presagiado. Aquella mujer tenía la habilidad de clasificar a la gente al instante, y siempre se encogía de hombros instintivamente cuando estaba delante de alguien que no le caía bien. Cuando _____ anunció que estaba embarazada y que en lugar de ir a la universidad ella y su ex habían planeado casarse, Nana empezó a encogerse de hombros con tanta frecuencia como si hubiera cogido un tic nervioso. _____, por supuesto, no hacía caso de aquellos gestos tan gráficos, pensando: «No le ha dado ninguna oportunidad. No lo conoce. Lo nuestro puede funcionar». ¡Cuán equivocada estaba! Nana siempre se mostraba educada, siempre cordial cuando él estaba cerca, pero no dejó de encogerse de hombros hasta que _____ no volvió a instalarse en su casa diez años atrás. El matrimonio duró menos de nueve meses; Ben solo tenía cinco semanas de vida. Nana había tenido razón respecto a él desde el principio.

Melody desapareció dentro de la casa; al cabo de unos instantes volvió a aparecer, con David tras ella. Él llevaba platos y tenedores de plástico, y lucía un semblante preocupado. _____ se fijó en los mechones grises cerca de las orejas y en las arrugas tan marcadas que le surcaban la frente. La última vez que lo había visto, las arrugas no eran tan visibles, por lo que supuso que esa era otra señal del estrés al que se veía sometido.
A veces _____ se preguntaba cómo sería su vida si estuviera casada. No con su ex, por supuesto. La mera idea le provocaba escalofríos. No, gracias. Ya tenía bastante con tener que tratar con él durante fines de semana alternos. Pero con otro hombre. Un hombre... mejor. La idea no le desagradaba, por lo menos así, sin reflexionar excesivamente sobre el tema. Después de diez años estaba muy acostumbrada a su rutina habitual y, a pesar de que consideraba que sería fantástico tener a alguien con quien compartir las tardes después del trabajo o que le frotara la espalda de vez en cuando, también tenía que admitir que había algo especial en la posibilidad de pasarse todo el día en pijama cuando le apetecía. Algo que a veces hacía. Y Ben también. Los denominaban «días perezosos», y eran los mejores del año. A veces se pasaban todas las horas haciendo el remolón; simplemente pedían una pizza a domicilio y disfrutaban de una película. Sin lugar a dudas, el paraíso terrenal.
Además, si las relaciones ya eran difíciles de por sí, una relación matrimonial todavía era más dura. Melody y David no eran los únicos que atravesaban malas etapas; por lo visto, eso les sucedía a todas las parejas. Parecía implícito en la relación. ¿Qué solía decir Nana? «Si metes a dos personas con dos diferentes series de expectativas bajo el mismo techo, no esperes poder disfrutar cada año de un feliz día de Pascua.»
Exacto. A pesar de que no estaba completamente segura de adonde quería llegar Nana con sus metáforas.



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Cuando te Encuentre.. (Nick Jonas y tú) Romance - Página 2 Empty Re: Cuando te Encuentre.. (Nick Jonas y tú) Romance

Mensaje por SandyJonas Lun 07 Mayo 2012, 2:37 pm


Continuación... [3/4]
_____



_____ echó un vistazo a su reloj de pulsera. Sabía que tan pronto como acabara la fiesta, tendría que ir a ver cómo se encontraba Nana. Estaba segurísima de que la encontraría en la residencia canina, o bien detrás del mostrador, o bien examinando perros. Nana era más terca que una muía. ¿Acaso importaba que apenas se sostuviera en pie por culpa de su pierna izquierda atrofiada?: «Mi pierna no está en perfecto estado, pero tampoco está hecha de cera de abeja». ¿O que pudiera caerse y hacerse daño?: «No soy una tacita de porcelana». ¿O que el brazo izquierdo le hubiera quedado prácticamente inútil?: «Mientras pueda comer sopa, no lo necesito».
Nana era muy especial, su querida Nana. Y siempre había sido igual.
—¡Mamá!
Ensimismada en sus pensamientos, no había visto que Ben se acercaba. Su carita llena de pecas brillaba por el sudor. Estaba empapado de agua, y llevaba unas manchas de hierba en la camisa que seguramente no desaparecerían ni con el mejor detergente.
—¿Qué quieres, cielo?
—¿Puedo quedarme a dormir en casa de Zach esta noche?
—Me parece que tiene entreno de fútbol.
—Después del entreno. Hay un montón de amigos que se quedan, y su madre le ha regalado el Guitar Hero para su cumpleaños.
_____ sabía el verdadero motivo por el que quería quedarse a dormir.
—Esta noche no podrá ser, cielo. Tu padre pasará a recogerte a las cinco.
—¿Por qué no lo llamas y le preguntas si puedo quedarme?
—No me cuesta nada intentarlo. Pero ya sabes...
Ben asintió, tal y como solía hacer en tales circunstancias.
—Sí, lo sé.
_____ notó una punzada de dolor en el pecho.


El sol resplandecía a través del parabrisas a una temperatura tan elevada que seguramente podrían haber frito un huevo en el cristal, y ella se preguntó cómo era posible que aún no hubiera llevado el coche al mecánico para que le repararan el aire acondicionado. Con la ventana completamente bajada, su cabello alborotado le cosquilleaba las mejillas. Se recordó a sí misma que necesitaba un buen corte de pelo. Se imaginó diciéndole a la peluquera: «¡Déjamelo bien corto, Terri; así tendré pinta de chico!». Pero sabía que acabaría pidiendo el mismo corte de siempre cuando llegara el momento. En determinadas cosas, era realmente cobarde.
—Parecía que os lo estabais pasando la mar de bien, ¿eh?
—Sí.
—¿Y ya está? ¿No quieres añadir nada más?
—Estoy cansado, mamá.
Ella señaló hacia una famosa heladería a lo lejos.
—¿Te apetece un helado?
—No me conviene.
—¿Quién es la madre aquí? Se supone que eso debería decirlo yo. Solo pensaba que con este calor tan insoportable igual te apetecía un helado.
—No tengo hambre. Acabo de comerme un trozo de pastel.
—Muy bien. Como quieras. Pero luego no me eches la culpa si al llegar a casa te arrepientes de no haber aceptado mi invitación.
—No me arrepentiré —dijo, girándose hacia la ventana.
—Oye, ¿estás bien?
Cuando él volvió a hablar, su voz era prácticamente inaudible por encima del viento.
—¿Por qué tengo que ir a casa de papá? Allí me aburro. Siempre me envía a dormir a las nueve, como si todavía fuera un crío de seis años. A esa hora no estoy cansado. Y mañana tendré que pasarme todo el día lavando el coche y haciendo cosas por el estilo.
—Creía que te iba a llevar a comer a casa del abuelo después de misa.
—Ya, pero de todos modos no quiero ir.
«Yo tampoco quiero que vayas», pensó _____. Pero ¿qué podía hacer?
—¿Por qué no te llevas un libro? —sugirió ella—. Puedes leer en tu cuarto esta noche, y si mañana te aburres, también puedes leer un rato.
—Siempre me dices lo mismo.
«Porque no sé qué más puedo decirte», pensó _____.
—¿Quieres que vayamos a la librería?
—No —respondió el crío, aunque ella sabía que no lo decía muy convencido.
—Bueno, de todos modos acompáñame. Yo sí que quiero comprarme un libro.
—De acuerdo.
—No me gusta verte triste.
—Lo sé.


La visita a la librería no consiguió levantarle el ánimo a Ben. A pesar de que acabó por elegir un par de novelas de aventuras y misterio de la serie Hardy Boys, su madre se dio cuenta de que seguía alicaído mientras hacían cola frente al mostrador para pagar. De camino a casa, abrió uno de los libros y fingió que leía. _____ estaba prácticamente segura de que lo hacía para que ella no lo importunara con una batería de preguntas o intentara, con una alegría forzada, que él se sintiera mejor respecto al fin de semana que le tocaba pasar con su padre. Con tan solo diez años, Ben se había convertido en un experto a la hora de predecir el comportamiento de su madre.
Ella detestaba que a Ben no le gustara ir a casa de su padre. Lo observó mientras entraba en casa, con la certeza de que enfilaría directamente hacia su habitación para preparar la maleta. En vez de seguirlo, _____ se sentó en los peldaños del porche y deseó por enésima vez disponer de una mecedora. Todavía hacía calor, y por los aullidos que llegaban de la residencia canina situada al otro lado del jardín, era evidente que los perros también estaban sufriendo a causa de las elevadas temperaturas. Aguzó el oído para ver si oía a Nana. Pensó que si hubiera estado en la cocina cuando Ben había entrado, seguramente la habría oído. Nana era una cacofonía andante. No por culpa de la embolia, sino porque esa era una característica que formaba parte de su personalidad. A sus setenta y seis años se comportaba como una adolescente, se reía escandalosamente, golpeaba ruidosamente las cacerolas con el cucharón mientras cocinaba como si tocara la batería, adoraba el béisbol y ponía la radio tan alta como para reventar los tímpanos a cualquiera cuando en la Radio Pública Nacional emitían algún programa de jazz. «Esa clase de música no nace como los plátanos, ¿lo sabías?», solía decir. Hasta que sufrió el ataque de apoplejía, prácticamente cada día iba con botas de caucho, un guardapolvos y un sombrero de paja descomunal, trotando arriba y abajo por el jardín mientras enseñaba a los perros a dar la patita o a venir o a quedarse quietos.

Muchos años atrás, Nana se había dedicado junto con su esposo a impartir diversos cursos de educación canina. Entre los dos criaban y entrenaban a perros de caza, perros lazarillos, perros de la policía con un excelente olfato para la droga y perros para la vigilancia y seguridad de casas particulares. Ahora que el abuelo ya no estaba, Nana solo hacía esos cursos especiales en contadas ocasiones. Y no porque no supiera hacerlo —siempre se había encargado prácticamente de todo el adiestramiento—, pero entrenar a un perro para que vigilara una casa particular requería catorce meses, y dado que Nana podía enamorarse de una ardilla en menos de tres segundos, siempre se le partía el corazón cuando le tocaba entregar el perro a su dueño una vez completada la formación. Sin el abuelo cerca para decirle: «Ya nos hemos comprometido, no podemos quedárnoslo», Nana había encontrado más viable descartar esa clase de cursos tan largos.
En la actualidad, únicamente se encargaba de adiestrar a perros para que acataran órdenes sencillas. Los clientes solo dejaban a sus mascotas un par de semanas. «Un campamento militar perruno», lo llamaba ella. Nana les enseñaba a sentarse, a tumbarse, a quedarse quietos, a venir y a dar la patita. Se trataba de unas órdenes sencillas que no comportaban ningún tipo de complicación y que prácticamente todos los perros podían aprender rápidamente. Cada dos semanas entraban entre quince y veinticinco nuevos animales para realizar el ciclo, y cada uno necesitaba más o menos veinte minutos de adiestramiento al día. Si se les dedicaba más tiempo, los perros perdían interés. La cosa no iba mal cuando había quince perros, pero encargarse del mantenimiento de veinticinco suponía enfrentarse a unas jornadas inacabables, teniendo en cuenta que además había que sacarlos a pasear a todos. Y eso sin contar con el deber de alimentarlos, el mantenimiento de la residencia canina, las llamadas telefónicas, el trato con los clientes y el papeleo. _____ había dedicado al negocio entre doce o trece horas diarias durante todo el verano.
Siempre había trabajo. No era difícil adiestrar a un perro: _____ había estado ayudando a Nana de forma intermitente desde que tenía doce años. Había docenas de libros que versaban sobre el tema. Además, la clínica veterinaria ofrecía clases para perros y sus dueños cada sábado por la mañana por un módico precio. _____ sabía que la mayoría de las personas podían dedicar veinte minutos al día durante un par de semanas para adiestrar a su perro. Pero no lo hacían. En lugar de eso, llegaban clientes desde lugares tan lejanos como Florida y Tennessee para dejar a sus perros allí con el objetivo de que alguien se encargara de adiestrarlos. Era cierto que Nana gozaba de una excelente reputación, pero realmente ella solo les enseñaba a sentarse y a venir, a dar la patita y a quedarse quietos. No se trataba de última tecnología ni nada por el estilo. Sin embargo, la gente siempre se mostraba extremamente agradecida. Y siempre, siempre sorprendida.
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Cuando te Encuentre.. (Nick Jonas y tú) Romance - Página 2 Empty Re: Cuando te Encuentre.. (Nick Jonas y tú) Romance

Mensaje por SandyJonas Lun 07 Mayo 2012, 2:38 pm


Continuación... [4/4]
_____


_____ echó un vistazo a su reloj de pulsera. Keith, su ex, no tardaría en llegar. A pesar de que no congeniaba con él —solo Dios sabía lo poquísimo que se avenían— compartían la custodia de su hijo, así de sencillo, y por consiguiente ella intentaba mantener una relación cordial. Se repetía sin parar que era importante que Ben pasara tiempo con su padre. Los chicos necesitaban pasar tiempo con sus padres, especialmente cuando se acercaban a la adolescencia, y en el fondo tenía que admitir que no era un mal tipo. Inmaduro, sí, pero no un mal tipo. De vez en cuando se pasaba con la cerveza, pero no era un alcohólico, no tomaba drogas, y jamás los había maltratado, ni a ella ni a Ben. Iba a misa cada sábado. Tenía un trabajo fijo y pagaba la parte correspondiente de la manutención de su hijo sin demora. O, mejor dicho, su familia pagaba. El dinero procedía de una fundación, una de las muchas que su familia había establecido a lo largo de los años. Y casi siempre en todos aquellos años, él había mantenido su interminable lista de novias alejadas de su casa durante los fines de semana que le tocaba tener a su hijo. No, _____ no se había equivocado con la expresión «casi siempre». Últimamente, se estaba comportando mejor al respecto, pero suponía que eso no se debía a unos votos renovados de Keith en cuanto a su intención de ser un buen padre, sino a la etapa amorosa que atravesaba —seguramente debía de estar a punto de acabar una relación para iniciar otra—. A ella no le habría importado tanto esa cuestión de no ser porque la edad de sus ligues estaba cada vez cercana a la de Ben que a la de su ex; además, por regla general, tenían el coeficiente intelectual de una lechuga. No estaba siendo despiadada; incluso Ben se daba cuenta de ello. Un par de meses antes, el niño había tenido que ayudar a una de ellas a preparar una segunda fuente de macarrones al horno con queso gratinado después de que el primer intento fracasara porque los macarrones se habían chamuscado. Por lo visto, la secuencia completa de «añadir leche, mantequilla, mezclarlo y remover» era superior a ella.
No obstante, aquello no era lo que más preocupaba a Ben. Las novias no le molestaban, solían tratarlo más como a un hermano menor que como a un hijo. Ni tampoco le angustiaban las tediosas tareas domésticas que su padre le ordenaba que hiciera. A lo mejor le mandaba recoger las hojas del jardín con el rastrillo o limpiar la cocina y sacar la basura, pero en ningún caso su ex trataba a Ben como a un criado con contrato de prácticas. Todas las tareas eran positivas para su formación; Ben también contribuía a los trabajos domésticos los fines de semana que pasaba con ella. No, el problema era la eterna decepción infantil que Keith mostraba respecto a Ben. Él quería un atleta, pero tenía un hijo que deseaba tocar el violín. Quería a alguien con quien salir a cazar, pero tenía un hijo que prefería leer. Quería un hijo con quien jugar al béisbol o al baloncesto, pero tenía que cargar con un hijo patoso y miope.
Jamás se lo había dicho abiertamente ni a Ben ni a ella, pero no hacía falta. Su frustración era demasiado evidente. Solo hacía falta ver con qué cara de reproche lo observaba mientras el chaval jugaba al fútbol, o cómo no le había hecho caso cuando Ben le dijo que había ganado el último torneo de ajedrez, o cómo intentaba convencerlo para que fuera alguien distinto. A _____ la sacaba de quicio y le partía el corazón al mismo tiempo, pero para el niño era peor. Durante varios años había intentado complacer a su padre, pero el esfuerzo únicamente había conseguido dejar al chiquillo completamente exhausto. No había nada malo en el béisbol. Podría ser que Ben llegara a disfrutar mientras aprendía las normas, e incluso que quisiera jugar en la liga de béisbol infantil. Todo parecía tener sentido cuando su ex se lo sugirió, y al principio Ben estaba entusiasmado. Pero después de unos meses, llegó a odiar todo lo concerniente al béisbol. Si atrapaba tres pelotas seguidas, su padre quería que intentara coger cuatro. Cuando lo conseguía, tenían que ser cinco. Y luego cogerlas mientras corría hacia delante. Cogerlas mientras corría hacia atrás. Cogerlas mientras patinaba sobre la hierba. Cogerlas mientras se lanzaba de cabeza sobre la hierba. Coger la pelota que su padre le lanzaba con una fuerza desmedida. ¿Y si se le escapaba una? Bueno, entonces era como si el mundo se viniera abajo. Su padre no era la clase de papá afectuoso capaz de infundirle ánimos con frasecitas como: «¡No está nada mal, no, señor!» o «¡Buen intento!». Él era la clase de papá que se ponía a gritar como un energúmeno: «¡Vamos, deja de hacer tonterías!».
_____ había hablado con Keith sobre la cuestión. Numerosas veces. Pero a él aquel sermón le entraba por una oreja y le salía por la otra, para no perder la costumbre. A pesar de su inmadurez (o quizá debido a ello), Keith se mostraba obstinado y con las ideas inamovibles respecto a un montón de cuestiones, y la forma de educar a Ben era una de ellas. Deseaba que su hijo fuera de una manera, y no tenía ninguna duda de que al final conseguiría transformarlo. Ben, como ya era de esperar, comenzó a reaccionar con su típico comportamiento pasivo-agresivo. Un día empezó a dejar caer las pelotas que su padre le lanzaba, incluso cuando se las tiraba sin apenas fuerza, hasta que su padre finalmente pateó su guante en el suelo y entró en casa enojadísimo, con una cara tan larga que ya no se la quitó durante el resto de la tarde. Ben fingió no darse cuenta del berrinche de su padre, se sentó debajo de un pino y se puso a leer hasta que su madre pasó a recogerlo unas horas más tarde.
Ella y su ex no solo discutían por Ben, en realidad eran tan antagónicos como el fuego y el hielo: él era el fuego; ella, el hielo. Keith todavía se sentía atraído físicamente por ella, lo cual sulfuraba a _____ hasta límites incontrolables. No podía entender cómo era posible que creyera que ella aún podía desear mantener una relación amorosa con él, pero por más que lo rechazara, Keith seguía intentándolo. Ya casi no podía recordar los motivos por los que se había sentido atraída por ese hombre hacía muchos años. Podía recitar las razones por las que se había casado —básicamente porque era demasiado joven e inexperta, aunque también había tenido mucho peso el hecho de haberse quedado embarazada—, pero ahora, cada vez que él la devoraba con los ojos de arriba abajo, ella sentía un profundo asco en su interior. Keith no era su tipo. Francamente, jamás lo había sido. Si alguien se hubiera dedicado a grabar su vida en vídeo, su matrimonio sería una de las etapas que no le importaría borrar de la cinta. Excepto por Ben, por supuesto.
Deseó que Drake estuviera allí, y como siempre la invadió una enorme tristeza al pensar en él. Siempre que su hermano menor venía de visita, Ben lo seguía como un perrito faldero, del mismo modo que los perros seguían a Nana. Se pasaban juntos todo el rato: salían a cazar mariposas o se encerraban durante horas en la cabaña del árbol que había construido el abuelo, a la que tan solo se podía acceder desde un puente destartalado que vadeaba uno de los dos arroyos de la finca. A diferencia de su ex, Drake aceptaba a Ben, lo que en muchos sentidos lo convertía más en una figura paterna para Ben que lo que su ex jamás había sido. Ben lo adoraba, y ella adoraba a Drake por el modo en que infundía alegría y confianza a su hijo, sin estridencias, de forma natural. Recordó la única vez que le había dado las gracias por ello y cómo Drake se había encogido de hombros y se había limitado a contestar: «No tienes que darme las gracias. Me encanta estar con él».
De repente sintió la necesidad de confirmar si Nana estaba bien. Se levantó del peldaño y se fijó en la luz encendida en el despacho, pero pensó que era improbable que Nana estuviera concentrada en el papeleo a aquellas horas. Seguramente la encontraría en el patio vallado situado detrás de los amplios caniles acondicionados para la residencia de los perros, y decidió enfilar directamente hacia allí. Solo esperaba que no se le hubiera ocurrido sacar a pasear a varios perros a la vez. En su estado, no podría mantener el equilibrio, ni tampoco lograría retenerlos a todos si tensaban las correas al mismo tiempo, pero esa actividad siempre había sido una de sus favoritas. Nana opinaba que la mayoría de los perros no hacían suficiente ejercicio, y la gran extensión de la finca era un excelente remedio para paliar ese problema. Con sus casi treinta hectáreas, la finca disponía de amplios campos abiertos flanqueados por unos bosques atravesados por una docena de senderos y por dos arroyos que llevaban agua del South River. La finca, comprada cincuenta años antes por una irrisoria cantidad de dinero, era ahora bastante valiosa. Eso les había dicho un abogado que se había personado un día para hablar con Nana por si estaba interesada en vender las tierras.
Ella sabía exactamente quién estaba detrás de aquel negocio. Igual que Nana, quien se comportó como si le acabaran de efectuar una lobotomía mientras el abogado hablaba con ella. De repente, se lo quedó mirando con los ojos desmesuradamente abiertos, como si no entendiera lo que le decía, dejó caer las uvas una a una al suelo, y se puso a balbucear de forma incomprensible. Ella y _____ se pasaron varias horas riendo después.
_____ echó un vistazo a través de la ventana del despacho y no vio a Nana, a pesar de que podía oír su voz en el patio vallado.
—¡Quieta! ¡Ven! ¡Muy bien, campeona! ¡Buena chica!
Al doblar la esquina, _____ vio a Nana felicitando a Sisú mientras la perrita trotaba hacia ella. Sisú le recordaba a uno de esos perritos de plástico hinchados con aire que se podían adquirir en cualquier gran supermercado.
—¿Qué haces, Nana? No deberías estar aquí.
—¡Ah, hola, _____! —A diferencia de dos meses antes, ahora ya no arrastraba penosamente las sílabas al hablar.
_____ puso los brazos en jarras.
—No deberías estar aquí fuera sola.
—He cogido el móvil. Pensé que si me pasaba algo solo tenía que llamar a alguien.
—Tú no tienes móvil.
—He cogido el tuyo. Te lo he cogido del bolso esta mañana.
—¿Y a quién habrías llamado?
Nana no parecía haber considerado semejante cuestión, y su frente se arrugó mientras miraba fijamente a una de las perritas.
—¿Ves lo que tengo que soportar, preciosa? Ya te dije que mi nieta era más pesada que una tonelada de tu comida favorita. —Exhaló, emitiendo un sonido como una lechuza.
_____ sabía que su abuela se proponía cambiar de tema.
—¿Dónde está Ben? —inquirió la anciana.
—En casa, haciendo la maleta. Hoy le toca irse con su padre.
—Me apuesto lo que quieras a que estará entusiasmado con la idea. ¿Estás segura de que no se ha escondido en la cabaña del árbol?
—No te pases —la reprendió _____—. Después de todo, es su padre.
—Eso dices tú.
—Estoy segura.
—¿Estás segura de que no flirteaste con nadie más en aquella época? ¿Ni siquiera una aventura de una noche con un camarero o un transportista, o un universitario? —Se lo preguntaba con un tono de esperanza. Siempre se mostraba esperanzada cuando le hacía esa misma pregunta.
—Segurísima. Ya te lo he dicho un millón de veces.
Nana le guiñó el ojo.
—Ya, pero no pierdo la esperanza de que algún día recobres la memoria.
—Por cierto, ¿cuánto rato hace que estás aquí?
—¿Qué hora es?
—Casi las cuatro.
—Entonces tres horas.
—¿Con este calor?
—No estoy acabada, _____. Solo sufrí un pequeño incidente.
—Sufriste una embolia.
—Pero no fue muy grave.
—¡Pero si apenas puedes mover el brazo!
—Mientras pueda comer sopa, no lo necesito. Y ahora deja que vea a mi nieto. Quiero despedirme de él antes de que se marche.
Enfilaron hacia los caniles. La perrita las siguió, con la cola alzada y jadeando aceleradamente. Era preciosa.
—Esta noche me apetece comida china —apuntó Nana—. ¿Y a ti?
—Todavía no había pensado en la cena.
—Pues yo sí.
—De acuerdo. Cenaremos comida china. Pero no quiero nada que sea muy pesado. Y tampoco nada frito. Hace demasiado calor para comer frituras.
—¡Mira que eres sosa!
—Sí, y además me cuido.
—Es lo mismo. Ah, y ya que te cuidas tanto y que estás en tan buena forma, ¿te importaría encerrar a esta señorita? Está en la jaula número doce. He oído un chiste nuevo y se lo quiero contar a Ben.
—¿Dónde has oído el chiste?
—En la radio.
—¿Es apropiado para su edad?
—¡Claro que es apropiado! ¿Por quién me tomas?
—Sé exactamente cómo eres. Por eso te lo pregunto. A ver, cuéntame el chiste.
—Dice que hay dos caníbales devorando a un comediante. Uno de ellos se gira hacia el otro y le pregunta: «¿Te parece gracioso?».
_____ resopló, divertida.
—Seguro que le gustará.
—Genial. Ese pobre niño necesita que alguien lo anime.
—Está bien.
—Ya, seguro. Para que lo sepas, no soy tan ingenua.
Cuando llegaron al recinto de los caniles, Nana siguió caminando hacia la casa, con una cojera más pronunciada que la que mostraba por la mañana. Se iba recuperando, aunque todavía le faltaba un largo trecho por recorrer.



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Mensaje por SandyJonas Lun 07 Mayo 2012, 2:38 pm

Ahí os lo dejo... :3
espero que me comentéis, guapas :D
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Mensaje por loovesjonas_kjn Lun 07 Mayo 2012, 4:24 pm

Me encantoo..!!

Espero que la sigas pronto..

Muchos besos..
loovesjonas_kjn
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Mensaje por SandyJonas Miér 09 Mayo 2012, 4:39 pm


4[1/2]
Jonas



El Cuerpo de Marines está basado en el número tres. Esa fue una de las primeras lecciones que les inculcaron en el periodo de instrucción: a hacer las cosas fáciles. Tres marines formaban una escuadra; tres escuadras, una sección; tres secciones, un pelotón; tres pelotones, una compañía; tres compañías, un batallón; y tres batallones, un regimiento. Al menos, sobre el papel. Durante la invasión de Iraq, sin embargo, su regimiento había sido combinado con otras unidades, incluyendo el Primer Batallón Armado Ligero de Reconocimiento, batallones de artillería del 11.° Regimiento de Marines, el Segundo y el Tercer Batallón de Asalto Anfibio, la Compañía ? del Primer Batallón de Ingenieros de Combate, y el 115.° Batallón de Apoyo de Servicio de Combate. Impresionante. Preparados para todo. Casi seis mil militares en total.
Mientras Jonas caminaba bajo un cielo que empezaba a cambiar de colores con el atardecer, recordó nuevamente aquella noche, técnicamente su primer combate en territorio hostil. Su regimiento, el Primero-Quinto, se convirtió en la primera unidad que se adentró en Iraq con la intención de ocupar los campos petrolíferos en Rumaylah. Todo el mundo recordaba que Saddam Hussein había incendiado la mayor parte de los pozos en Kuwait durante su retirada en la primera guerra del Golfo, y nadie quería que se repitiera la misma historia. Resumiendo la gesta: el Primero-Quinto, entre otros, llegó a tiempo. Solo siete pozos habían sido incendiados cuando se apoderaron de la zona. Desde allí, la sección de Jonas recibió la orden de dirigirse al norte, hacia Bagdad, para ayudar a conquistar la capital. En toda la historia de los Marines, el Primero-Quinto era el regimiento más condecorado del cuerpo, y por eso fue elegido para dirigir el asalto que requería adentrarse completamente en territorio enemigo. Su primer viaje a Iraq duró un poco más de cuatro meses.
Cinco años después, la mayoría de los detalles de aquel primer viaje le resultaban difusos. Había hecho su trabajo y al final lo habían enviado de vuelta a Pendleton. No hablaba mucho del tema. Intentaba no pensar en ello. Pero había una historia que no podría olvidar, la de Ricky Martinez y Bill Kincaid, los otros dos soldados de la escuadra de Jonas.
Si uno reúne a tres personas y las pone juntas, seguro que tendrán sus diferencias. Eso no tiene nada de excepcional. Y a simple vista, eran diferentes. Ricky se había criado en un pisito en Midland, una gran ciudad en el estado de Texas, centro administrativo de los campos de petróleo de la compañía West Texas, y además era un fanático del levantamiento de pesas y exjugador de béisbol que se había formado en la cantera del Minnesota Twins antes de alistarse en el Ejército; Bill, que tocaba la trompeta en la banda de música del instituto, era oriundo del norte del estado de Nueva York, y se había criado en una vaquería con cinco hermanas. A Ricky le gustaban las rubias; a Bill, las morenas. Ricky mascaba tabaco; Bill fumaba. A Ricky le gustaba el rap; Bill prefería el country. Diferencias irrelevantes. Se entrenaban, comían y dormían juntos. Debatían sobre política y deportes. Charlaban como dos hermanos y se gastaban bromas ingeniosas sin parar. Un día Bill se despertó con una ceja afeitada; al día siguiente Ricky se despertó con las dos cejas rasuradas. Jonas se espabiló para despertarse ante el más mínimo ruido, y de ese modo consiguió mantener ambas cejas intactas. Se estuvieron riendo de aquella trastada durante meses. Una noche que se emborracharon, se tatuaron unas insignias idénticas para proclamar su fidelidad al Cuerpo de Marines.
Después de pasar tanto tiempo juntos, llegaron al punto de ser capaces de anticiparse a lo que los otros dos iban a hacer. Tanto Ricky como Bill le habían salvado la vida a Thibau t en varias ocasiones, o por lo menos lo habían mantenido a sa vo de accidentes graves. Un día, Bill agarró a Jonas por la parte de atrás del chaleco antibalas justo cuando iba a salir fuera: instantes después, un francotirador hirió a dos hombres que estaban cerca de ellos. La segunda vez, Jonas iba distraído y casi chocó contra un Humvee que conducía otro marine y que circulaba a gran velocidad: en aquella ocasión fue Ricky quien lo agarró por el brazo para retenerlo. Incluso en la guerra, la gente moría a causa de accidentes de tráfico. Y si no, que se lo preguntaran a Patton.
Después de apoderarse de los campos de petróleo, llegaron a los confines de Bagdad con el resto de la compañía. La ciudad todavía no había caído. Ellos formaban parte de un convoy —tres hombres entre cientos— que se abría paso hacia la ciudad. Aparte del rugido de los motores de los vehículos aliados, todo estaba en silencio cuando entraron en los barrios del extrarradio. En un momento dado, oyeron ruido de artillería proveniente de una carretera sin asfaltar apartada de la principal. La sección de Jonas recibió la orden de inspeccionar la zona.
Una vez allí, evaluaron la escena. Edificios de dos y tres plantas apiñados a ambos lados de una carretera llena de baches. Un perro solitario comiendo basura. Los restos humeantes de un coche carbonizado a cien metros de distancia. Esperaron. No veían nada. Esperaron un poco más. No oían nada. Finalmente, Jonas, Ricky y Bill recibieron la orden de cruzar la calle. Lo hicieron, moviéndose con celeridad, buscando cobijo. Desde allí, la sección ascendió por la calle, hacia lo desconocido.
Cuando el sonido de metralla volvió a escucharse aquel día, no se encontraron con un solo disparo. Fue el ruido ensordecedor de docenas y luego cientos de balas disparadas con armas automáticas que los habían sorprendido en un círculo letal. Jonas, Ricky y Bill, junto con el resto de la sección al otro lado de la carretera, se encontraron de repente apelotonados en las entradas de algunas edificaciones sin demasiados sitios donde poder esconderse.
La gente dijo más tarde que el tiroteo no duró mucho. Pero fue lo bastante largo. Las ráfagas de fuego caían en cascada desde las ventanas situadas encima de ellos. Jonas y su sección levantaron instintivamente las armas y dispararon, y luego volvieron a disparar. Al otro lado de la calle, dos de sus hombres estaban heridos, pero los refuerzos llegaron rápidamente. Un tanque irrumpió en la calle, seguido por una unidad de infantería a paso ligero. El aire vibró cuando la boca del cañón se iluminó y las plantas superiores del edificio se desmoronaron, llenando el aire de polvo y cristales. Jonas oía gritos por todas partes y veía a civiles precipitándose desde los edificios a la calle. El tiroteo continuó. El perro vagabundo fue alcanzado y empezó a tambalearse. Los civiles caían hacia delante cuando los disparaban por la espalda, sangrando y gritando de un modo desgarrador. Un tercer marine resultó herido en la parte inferior de la pierna. Jonas, Ricky y Bill seguían sin poder moverse, apresados por la lluvia de ráfagas que agujereaban las paredes a su lado, a sus pies. Sin embargo, los tres seguían disparando. El aire vibraba con los zumbidos de las balas, y las plantas superiores de otro edificio también se derrumbaron. El tanque, que seguía avanzando implacable, se acercaba a ellos. De repente, el fuego enemigo empezó a llegar desde dos direcciones, no solo de una. Bill miró a Jonas; Jonas miró a Ricky. Sabían lo que tenían que hacer. Había llegado el momento de ponerse en movimiento: si se quedaban allí, morirían. Jonas fue el primero en ponerse de pie.
En aquel instante, todo se tornó súbitamente blanco, para luego quedar negro.


En Hampton, cinco años después, Jonas no podía recordar los detalles. Lo único, que se sintió como si lo hubieran metido en una centrifugadora. La explosión lo propulsó al centro de la calle. Sentía un intenso pitido en los oídos. Su amigo Victor corrió rápidamente a su lado, al igual que otro marine. El tanque continuaba disparando, y poco a poco, fue tomando el control de la calle.
Se enteró de aquellos detalles después de los hechos, del mismo modo que se enteró de que la explosión la había causado una granada propulsada por cohete. Más tarde, un oficial le contó que seguramente el ataque iba dirigido al tanque, pero que no acertó en el blanco de la torreta por unos escasos centímetros. El destino quiso que la granada se dirigiera entonces hacia Jonas, Ricky y Bill.
Montaron a Jonas en un Humvee y lo evacuaron del lugar, inconsciente. Milagrosamente, sus heridas no eran graves, y en tan solo tres días pudo regresar con su sección. Ricky y Bill no corrieron la misma suerte. Los dos fueron enterrados con honores militares. A Ricky le faltaba una semana para cumplir veintidós años. Bill ya los había cumplido. No fueron ni las primeras ni las últimas bajas en aquella ofensiva. La guerra siguió su curso.
Jonas se obligó a sí mismo a no pensar en ellos. Le parecía cruel, pero en plena guerra la mente se cierra por completo ante tragedias como aquella. Le dolía pensar en sus muertes, reflexionar sobre su ausencia, así que no lo hacía. Como tampoco lo hacía el resto de su sección. En vez de eso, se limitaba a cumplir con sus obligaciones. Se centró en el hecho de que todavía estaba vivo. Se centró en la labor de salvar a otros.
Pero hoy no parecía ser capaz de controlar la mente. Era como si necesitara evocar la pérdida de sus compañeros, y dejó que las imágenes fluyeran. Los dos estaban con él mientras Jonas caminaba por las calles silenciosas, hacia el otro extremo del pueblo. Siguiendo las direcciones que le habían dado en la recepción del motel, se dirigió hacia el este por la Ruta 54, caminando por el arcén lleno de hierbas, manteniéndose alejado de la carretera. En sus andanzas había aprendido a no fiarse jamás de los conductores. Elvis lo seguía un poco rezagado, jadeando pesadamente. Jonas se detuvo y le dio un poco de agua, la última que quedaba en la botella.
Entre los establecimientos alineados a ambos lados de la autopista destacaba una colchonería, un taller de carrocería, un geriátrico, una gasolinera en la que también vendían bocadillos caducados envueltos en celofán, y dos ranchos destartalados que parecían estar fuera de lugar, como si el mundo moderno hubiera germinado a su alrededor. Jonas se dijo que eso era precisamente lo que había sucedido. Se preguntó cuánto tiempo resistirían los dueños de los ranchos o por qué alguien iba a querer vivir en una casa pegada a la autopista y emparedada por comercios.
Los coches rugían al pasar en ambas direcciones. Las nubes empezaron a compactarse, grises y pesadas. Olió la lluvia antes de que le cayera la primera gota. En tan solo unos segundos, los cielos se abrieron y la lluvia arreció con fuerza. El chaparrón duró quince minutos, y él quedó completamente empapado, pero los nubarrones siguieron desplazándose hada la costa hasta que solo quedó una ligera calina. Elvis se sacudió el agua de su pelaje. Los pájaros volvieron a trinar desde los árboles mientras la neblina se elevaba de la tierra mojada.
Al cabo de un rato, llegó al recinto ferial. El lugar estaba desértico. «Nada interesante», pensó, mientras examinaba el terreno. Solo lo básico. A la izquierda, la zona de aparcamiento en un descampado de gravilla; a la derecha a lo lejos, dos vetustos graneros. Ambos espacios quedaban separados por un extenso campo de hierba para instalar ferias ambulantes, y todo ello estaba rodeado por una valla de tela metálica.
No necesitó saltar la valla ni volver a mirar la foto. La había examinado un millón de veces. Siguió caminando, intentando orientarse, hasta que finalmente divisó la taquilla donde vendían las entradas. Tras ella había una cavidad en forma de arco en la que se podía colgar un cartel. Cuando llegó, se giró hacia el norte, enmarcando la taquilla y centrando el arco en su visión, exactamente tal y como aparecía en la foto. Sí, ese era el ángulo; allí habían hecho la foto.
El número tres era clave para los marines. Tres hombres formaban una escuadra; tres escuadras, una sección; tres secciones, un pelotón. Había sido destinado tres veces a Iraq. Echó un vistazo a su reloj y vio que llevaba tres horas en Hampton, y delante de él, justo donde debían estar, se elevaban los tres abetos puntiagudos.

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Mensaje por SandyJonas Miér 09 Mayo 2012, 4:40 pm


Continuación... [2/2]
Jonas

Jonas regresó a la autopista, con la certeza de que estaba más cerca de encontrarla. Todavía no lo había logrado, pero pronto lo conseguiría.
Ella había estado allí. Estaba completamente seguro.
Ahora lo que necesitaba era un nombre. Durante su larga caminata hasta allí, recorriendo medio país, había tenido mucho tiempo para pensar, y había decidido que disponía de tres formas de conseguir su objetivo. La primera era intentar localizar la asociación de veteranos de guerra de la localidad y preguntar si sabían qué habitantes del pueblo habían sido enviados a Iraq. Eso podría conducirlo hasta alguien que pudiera reconocerla. La segunda posibilidad era acercarse al instituto del pueblo y preguntar si tenían los registros de todos los estudiantes que habían pasado por el centro entre los diez y los quince últimos años. Podía examinar las fotos una a una. La tercera opción era enseñar la foto y preguntar por el pueblo.
Las tres posibilidades tenían sus inconvenientes, y ninguna le ofrecía una absoluta garantía de éxito. En cuanto a la asociación de veteranos, no había encontrado ninguna en el listín telefónico. Primera pega. Puesto que todavía estaban en el periodo de vacaciones del verano, dudaba que el instituto estuviera abierto, y aunque lo estuviera, sería difícil acceder a los libros de la biblioteca con los registros de todos los alumnos que habían pasado por aquella institución. Segunda pega, por lo menos, de momento. Así pues, su mejor apuesta era preguntar por el pueblo a ver si alguien la reconocía.
Pero ¿a quién iba a preguntar?
Por el almanaque sabía que en el pueblo de Hampton de Carolina del Norte había nueve mil habitantes. Otras trece mil personas vivían en el resto del condado de Hampton. Demasiada gente. La estrategia más eficaz era intentar delimitar la búsqueda de candidatas. De nuevo, empezó por lo que sabía.
La chica parecía tener unos veinteipocos años en aquella fotografía, y eso significaba que ahora debía de estar a punto de cumplir treinta años, más o menos. Era obviamente atractiva. Además, si se realizaba un cálculo aproximado de la distribución equitativa de la población en franjas de edad en un pueblo de aquellas reducidas dimensiones, el resultado era aproximadamente unos 2.750 niños desde recién nacidos hasta los diez años, 2.750 desde los once a los veinte años, y 5.500 personas entre los veinte y los treinta años, la franja de edad que correspondía a la chica de la foto. Aproximadamente. De aquellos, suponía que la mitad debían de ser hombres y la mitad mujeres. Seguramente las mujeres se mostrarían más recelosas respecto al interrogatorio de Jonas, especialmente si la conocían a ella. Él era un forastero. Los forasteros eran peligrosos. Dudaba que le revelaran datos de interés.
Los hombres quizás, en función de cómo enfocara la pregunta. Su experiencia le decía que prácticamente todos los hombres se fijaban en las mujeres atractivas que estaban en aquella franja de edad, especialmente si eran solteros. ¿Cuántos hombres podía haber en el mismo grupo de edad que aquella muchacha? Supuso que un treinta por ciento. Quizás había acertado, o quizá se equivocaba, pero tendría que confiar en aquella suposición. O sea, unos novecientos, más o menos. De ellos, supuso que el ochenta por ciento ya vivían en aquella localidad diez o quince años atrás. Solo era una intuición, pero Hampton parecía el típico pueblo del que la gente mostraba más propensión a emigrar, a marcharse, que a inmigrar. Eso rebajaba el número hasta unos setecientos veinte. Podía seguir descontando habitantes hasta la mitad si se concentraba en hombres solteros que tuvieran entre veinticinco y treinta y cinco años, en vez de entre veinte y cuarenta. Eso le daba unos trescientos sesenta. Supuso que una buena porción de aquellos hombres la conocían o habían tenido algún trato con ella en los últimos cinco años. Quizás habían ido al instituto con ella, o quizá no —sabía que en el pueblo había un instituto—, pero probablemente la conocerían si estaba soltera. Por supuesto, cabía la posibilidad de que no lo estuviera —después de todo, las mujeres en los pequeños pueblos del sur probablemente se casaban jóvenes—, pero de momento tendría que apañarse con esa serie de hipótesis. Las palabras en el reverso de la foto —«¡Cuídate! E.»— no le parecían lo bastante románticas como para haber sido dedicadas a un novio o a un marido. No decía «Te quiero» ni «Te echaré de menos». Solo una inicial. Una amiga.
De unos veintidós mil a unos trescientos sesenta en menos de diez minutos. No estaba mal. Y desde luego estaba muy bien para empezar. Con la hipótesis, por supuesto, de que ella viviera allí cuando le habían hecho aquella foto. Suponiendo que no hubiera ido a Hampton de visita.
Sabía que aquella era otra gran conjetura. Pero tenía que empezar por algún lado, y sabía que, por lo menos, ella había estado allí una vez en su vida. De un modo u otro, pensaba averiguar la verdad, y después seguir avanzando a partir de aquel punto.
¿Dónde solían reunirse los hombres solteros? ¿Hombres solteros con predisposición a conversar? «La conocí hace un par de años y me dijo que la llamara si volvía a pasar por el pueblo, pero he perdido su tarjeta y no sé su número de teléfono...»
En bares. O en salas de billares.
En un pueblo tan pequeño, dudaba que pudiera haber más de tres o cuatro locales de ocio. Los bares y las salas de billares ofrecían la ventaja del alcohol, y era sábado por la noche. Estarían llenos a rebosar. Supuso que obtendría su respuesta, de un modo u otro, en las siguientes doce horas.
Miró a Elvis.
—Me parece que esta noche te tocará quedarte solo. Podría llevarte conmigo, pero tendría que dejarte en la puerta, y no sé cuánto rato estaré en cada local.
El perro continuó caminando con la cabeza gacha y la lengua fuera. Jadeando y sofocado. No parecía prestar atención a su dueño.
—Te pondré el aire acondicionado, ¿vale?
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Mensaje por SandyJonas Miér 09 Mayo 2012, 4:41 pm

Ahí os dejo otro capi :)
comentaad ^^
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Mensaje por TeenageDreamJB❤ Miér 16 Mayo 2012, 10:51 am

Síguelaa!!! :)
TeenageDreamJB❤
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Mensaje por Florjudith96 Mar 19 Jun 2012, 11:01 pm

Siiguelaa nueva lectoraaaaaaa
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Mensaje por loreniita Miér 20 Jun 2012, 7:29 pm

nueva lectora siguela Cuando te Encuentre.. (Nick Jonas y tú) Romance - Página 2 88550944
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Cuando te Encuentre.. (Nick Jonas y tú) Romance - Página 2 Empty Re: Cuando te Encuentre.. (Nick Jonas y tú) Romance

Mensaje por Florjudith96 Jue 21 Jun 2012, 5:54 pm

subee capii please :D
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Mensaje por Florjudith96 Sáb 07 Jul 2012, 6:49 am

Subeeeee capiiii pleaseeee
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Mensaje por Florjudith96 Sáb 11 Ago 2012, 9:23 am

siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
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