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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
Nombre: Nicholas (Nombre Original Stixx)
Autora: Sherrilyn Kenyon
Adaptacion: si
Advertencias: Tienes partes Hot's
Otras Paginas: la verdad no se xD
«Te has equivocado, idiota. Mi hijo aún vive, y un día, nos bañaremos en vuestra sangre». Ataviado con la armadura de caballería griega para ocultar su identidad, Archon, el rey de los dioses atlantes, se congeló en mitad del oscuro pasillo al oír la insultante voz de su enojada esposa en la cabeza. Una sensación de enfermizo temor le contrajo el estómago. «¿Qué dices?»
«Bueno», le proyectó mentalmente Apollymi, arrastrando la palabra. «Dios Gran Señor Rey Inteligente, vos que lo sabéis todo, todavía estoy encarcelada en Kalosis y ese bebé que sostienes en tus brazos está bastante muerto. ¿Qué te dice eso?» Que había sacrificado el bebé equivocado. ¡Maldita sea! Había estado seguro de que era el hijo correcto...
Haciendo una mueca de absoluta agonía por lo que había hecho, Archon oyó los gritos de la reina atlante desde donde la había dejado en sus aposentos mientras los maldecía a todos ellos por la muerte de su hijo recién nacido. Fue un acto imperdonable, pero Apollymi no le había dado otra opción. Se había negado a entregar a su hijo y había escondido al niño aquí en el mundo de los mortales para que Apostolos viviera a pesar de la orden de Archon de que se matara al chico. Si su pequeño hijo se hacía hombre, todos ellos morirían. El panteón atlante y su gente. Pero a Apollymi no le importaba. Mientras viviera Apostolos, el resto de ellos
podría arder. Afligido por la vida inocente que había arrebatado por error, Archon entregó el
cuerpo del bebé a un guardia para que pudiera ser devuelto a su afligida madre. «¿Dónde está tu hijo, Apollymi?» exigió mentalmente. Ella se rió de su cólera.
«Donde jamás lo encontraras. Vamos, mata a cada reina embarazada y a su mocoso en el reino de los mortales. ¡Te desafío!» Archon miró a los tres dioses que lo acompañaban, que también estaban disfrazados como él, con la armadura de caballería. La reina atlante creía que eran griegos vengativos enviados para asesinar a su hijo. Ya que él y los demás eran los dioses que ella y su pueblo adoraban, no podían darse el lujo de que ella los odiara. No cuando la adoración del pueblo atlante era el sustento de sus poderes. Y si buscaban por el reino mortal donde otros dioses gobernaban para encontrar al hijo de Apollymi, tendrían que hacerlo con mucho cuidado. Sobre todo si la misión conllevaba el sacrificio de los príncipes. Los humanos convocarían a sus propios dioses, y estos a su vez exigirían venganza en nombre de sus seguidores, y esto se convertiría en una carnicería divina entre panteones contrincantes.
Ya he pasado por ello. Ya lo he vivido.
Y no había sido ni mínimamente agradable.
Sin duda es lo que Apollymi ansiaba tanto, si no más, que el regreso de su hijo. Nacida de los poderes más oscuros del universo, la principal diosa de la destrucción vivía solamente para la guerra. Era el mismo aire que respiraba. Disgustado y furioso por el error, Archon destelló desde el mundo de los humanos a la sala principal del templo en Katoteros, desde donde los dioses atlantes gobernaban a su pueblo. Los tres dioses que le habían acompañado a la Atlántida le siguieron.
En el momento en que los cuatro se materializaron en el ornamentado templo, los otros dioses atlantes los miraron con expectación.
—¿Y bien? —demandó Misos el dios de la guerra—. ¿Lo conseguiste?
Archon negó con la dorada cabeza y estrechó la mirada en Basi. Hermosa y seductora, la diosa del exceso y la intoxicación era la que se había llevado al hijo de Apollymi y lo había escondido fuera de su alcance. Por desgracia, la borrachina no recordaba donde había puesto al bebé, aparte de en el vientre de una humano ya
embarazada… tal vez. O tal vez no.
Gran ayuda con eso, puta. Gracias.
Por eso Apollymi había elegido a la alcohólica y la obligó a hacer este acto deplorable. Cuando se trataba de proporcionar cualquier tipo de información útil, Basi era inservible.
Archon se deshizo de la odiada armadura y revestimiento griego en favor de su verdadera forma -la de un perfecto macho rubio a mitad de la veintena- y se puso la formesta azul oscuro que era la túnica atlante. —¿Recuerdas algo más?
El miedo ensombreció el hermoso rostro de Basi.
—No, Archon. Sólo recuerdo a Polly diciéndome que lo ocultara en el interior de una reina… Sí. Era una reina. Creo que estaba en Grecia, pero no puedo recordarlo. ¿Quizás Sumeria... Akkadia o Egipto? Creo que la reina tenía el pelo oscuro... pero podría haber sido rubio o rojo... Quizás.
Le costó lo indecible no matarla por su estupidez.
Su hermano, Misos, suspiró profundamente. Con el pelo negro y una poblada barba, Misos era tan diferente en apariencia de Archon como lo era en sus poderes divinos en guerra.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
Archon gruñó ante la única opción que tenían.
—Salimos y buscamos al bastardo. Cueste lo que cueste.
Chara, la regordeta diosa pelirroja de la alegría y la felicidad, frunció el ceño.
—Si nos aventuramos en los dominios de otros panteones en su búsqueda, tendremos que ocultar nuestros poderes a sus dioses. ¿Cómo vamos a encontrar a Apostolos sin ellos?
No sería ni mucho menos fácil, pero...
—Conozco a mi esposa. Habrá algo en él diferente de los demás mortales. Cuando veas a Apostolos no te confundirás, y de todos modos dudo que nuestros poderes sirvan de mucho ya que ella lo ha protegido con tanto cuidado. Entretanto, los que permanezcamos en Katoteros mientras los demás buscan podemos llamarle y
conducirle a la locura. Eso también debería ayudarnos a encontrarlo. Será el príncipe mortal que oye las voces de los dioses atlantes, incluso cuando no nos adore.
Bet’anya Agriosa se levantó de donde había estado sentada al lado de su madre, Symfora. Con el pelo negro al viento y la piel de un perfecto caramelo, destacaba de otros dioses atlantes.
—Para que conste, quiero expresar mi descontento con todo esto. Puedo ser la diosa de la ira y de la miseria, pero me resulta desagradable e injusto perseguir a un niño inocente y matarle por causa de la profecía fortuita de tres niñas.
Archon la miró airadamente.
—Mis hijas pueden ser jóvenes, pero ostentan el poder de dos panteones. Tú mejor que nadie sabe lo poderosas que las hace. —Aunque sus hijas nacieron de él y de la diosa griega Themis, Bet'anya era atlante y su padre era el dios egipcio Set, uno de los seres más poderosos que existían.
Algunos llegaban a afirmar que Set incluso sustentaba más poder que Apollymi, y eso era algo Archon jamás quería comprobar. Bet'anya arqueó una ceja.
—¿Y? No me tienes miedo.
Eso no era cierto, pero Archon no era tan tonto como para contárselo. Bet’anya poseía ella solita una gran cantidad de oscuro poder y no estaba dispuesto a cruzarse con ella. Nadie con un cerebro lo haría. La última vez que un dios la había tomado con ella, el mundo casi había desaparecido por ello.
—No sustentas los mismos poderes que Apollymi. Y no sabemos qué poderes tiene su hijo.
Misos asintió con la cabeza.
—Como hijo de Apollymi y Archon, fácilmente podría ser el más poderoso de todos los panteones.
Archon inclinó la cabeza hacia su hermano.
—Tenemos veintiún años para encontrar a este niño y matarlo. No podemos fallar. Cuanto antes sea destruido, mejor para todos nosotros.
Bet’anya apretó los dientes mientras comenzaban a dividirse el mundo entre ellos. Apollymi siempre había sido una de sus aliados. Y Bet no había estado aquí cuando los demás dioses atlantes unieron sus poderes para atraparla en el reino infernal de Misos, Kalosis. Personalmente ella, no podía culpar a Apollymi por su ira.
Se habían aliado contra ella y la habían encerrado mientras clamaban por la vida de su hijo...
Ella también se les mostraría exactamente cuan oscuros corrían sus poderes. Pero le gustase o no, Bet’anya era parte de este panteón y estaba moralmente obligada a buscar al niño.
Simplemente lo haría con calma.
Su bisabuelo, Misos, se acercó a ella.
—¿En qué piensas, hija?
—Que es un día triste cuando un triste bebé puede amenazar a un panteón tan poderoso.
—Si bien estoy de acuerdo, podría recordarte que panteones han caído por mucho menos. —La besó en la frente.
—Bien, Tattas . —Usó el término atlante para abuelo—. Me quedo con el sur de Grecia y Egipto donde puedo usar mis poderes para encontrarlo... si él está ahí.
Se giró para mirar al líder de esta maldita misión y le dijo:
—Tengo una pregunta, Archon... Mataste a un ciudadano de la Atlántida y príncipe por error. ¿Cómo es que aquí en casa, donde posees todo el poder, no fuiste
capaz de notar que el bebé era mortal? —El hijo de la reina apestaba a los poderes de un dios. Por no mencionar, que su marido murió mucho antes de su concepción y hasta donde sabemos, ella no tenía otros amantes. Apestaba a interferencia de Basi. —Gruñó desde lo profundo de la garganta—. Obviamente, me equivoqué. Debería haber sabido que Apollymi no nos lo pondría fácil.
Bet’anya arqueó una ceja ante eso. Sólo había un dios fuera de su panteón que podría ser el amante.
—¿Era el hijo de Apolo?
—Lo más probable.
Ella se encogió interiormente. Aunque no temía a los dioses griegos, no quería estar en otra guerra sangrienta con ellos. Cada vez que se alzaba contra sus estupideces desenfrenadas, se sentía como si le absorbieran una parte de su propia inteligencia.
—¿Y crees que el dios griego se va a quedar tan campante con tus acciones?
A Archon no le preocupaba en lo más mínimo.
—¿Por qué habría de importarle? Tiene bastardos en abundancia a los que ignora. Además, no se atreverá a agitar nuestro recinto ya que la Atlántida es el único lugar donde sus apolitas pueden vivir y prosperar. Ningún otro panteón los tolerará entre su pueblo.
Los beligerantes Apolitas habían sido una fuente constante de sufrimiento en la Atlántida, pero Archon no lo veía de esa manera. Para él, eran otro grupo de seres para honrar a los dioses atlantes y así alimentar sus poderes.
Para ella, eran criaturas que muy probablemente se volverían contra ellos mientras continuaban adorándolos. Todo lo relacionado con los griegos le ponía la piel de gallina. Era la raza que más odiaba.
Por el rabillo del ojo, Bet'anya vio a Epithymia deslizarse por una puerta lateral.
Alta, hermosa y dorada, era la diosa de todos los deseos. Intrigada por su comportamiento nervioso, Bet'anya la siguió.
—¿Epi?
Fuera de la sala, se quedó inmóvil un instante.
—¿Sí, Bet? ¿Qué puedo hacer por ti?
—¿Qué es lo que no has confesado?
Epithymia se tensó.
—Lo que no voy a confesar.
No dispuesta a jugar a este juego, Bet'anya hizo un gesto hacia la sala que acababan de abandonar.
—¿Entonces tal vez debería hablar con Archon sobre esto?
—¡Ni se te ocurra! —Epithymia le agarró el brazo y la arrastró a una esquina, para que no pudieran ser escuchadas por nadie—. Tengo que hacer algo que no quiero hacer.
—¿Matar a un bebé?
Epithymia burló.
—Ojala. Eso sería fácil.
¿Y eso una diosas con los poderes de la luz? Si Epithymia era tan rápida matando, eso explicaba muy bien la propensión de Bet'anya para la violencia.
—Apollymi me ha reclutado para su plan y tengo que llevarlo a cabo. Si no lo hago… No puedo decirte lo que ella tiene sobre mí, porque no puedo permitir que nadie más pueda saberlo. ¡Esa perra!
Bet'anya frunció el ceño.
—¿Para qué te ha reclutado?
—El nacimiento de su hijo.
Bet'anya aspiró bruscamente ante esa implicación.
—¿No ha nacido todavía?
Negó con la cabeza.
—Y si se lo dices a un alma, te juro que me uniré a Apollymi contra ti. La rabia le nubló la visión mientras Bet'anya la fulminaba con la mirada.
—No me amenaces. Diosa o no, me alimentaré con tus entrañas. Pero en esto, no tienes nada que temer. No tengo ningún deseo de matar a un bebé indefenso. Epithymia la soltó.
—Bien. Porque tengo un plan. Apollymi quiere que yo supervise su nacimiento para asegurarse de que nada sale mal, y tengo la intención de entregarlo yo misma. El estómago de Bet'anya se contrajo ante lo que la diosa estaba diciendo.
—¿Tienes la intención de tocar a un bebé que va a nacer sin los poderes de un dios?
Asintió con la cabeza.
Eso era tan frío...
—Los seres humanos lo van a destrozar en su deseo de poseerlo. Y le odiarán por ello.
Epithymia le guiñó un ojo.
—Sólo estoy siguiendo las órdenes de Apollymi. Al pie de la letra. —¿Por qué no le dices a Archon…
—Ella me arrancará y se comerá el corazón si lo hago. No me enfrentaré a esa perra por nada del mundo. No puedo ni siquiera hacer insinuaciones sobre el niño o lo relacionado con su nacimiento. Me arrancó un juramento.
Y los dioses atlantes no podían violar sus juramentos. De por sí, hacían todo lo posible para no hacer ninguno.
—Sería más piadoso matarle en el parto que abandonarle con tu tacto y sin
protección.
Epithymia levantó las manos.
—Apollymi no me lo permite. Así que lo estoy haciendo a su manera. Y si dices una palabra...
—Te lo juro, jamás diré a los que le están buscando dónde está ni qué es lo que has hecho. —Tan pronto como las palabras le salieron de los labios se dio cuenta de lo que había dicho. Era sólo un resbalón con el que había maldecido al pobre Apostolos.
Epithymia la fulminó con la mirada.
—No quise decir... —No había necesidad de explicación—. Está bien. Todavía puedo matarlo si lo encuentro.
Epithymia se relajó.
—Buena suerte, Agriosa. —Se marchó para irse a su propio templo en la falda de la colina.
Bet'anya suspiró ante el último comentario de Epi con el que se refería al hecho de que también era una diosa de la caza. Odiaba la idea de hacerle daño a un niño. A cualquier niño.
Y sin embargo...
Si lo que le había dicho era verdad. La muerte sería el acto más amable. De lo contrario, el niño viviría una vida de agonía absoluta. Nadie debía ser condenado a un destino tan horrible.
—Lo siento, Apostolos.
Como en todas las batallas, cuando la herida de un soldado era mortal, no importa su edad, y no había duda de que moriría por ella, lo más amable era poner fin
a su sufrimiento de un solo golpe fatal.
Cometería este asesinato misericordioso y rezaría para que un día Apollymi
pudiera entenderla y perdonarla. Era por el bien de todos.
Especialmente del chico. Su única esperanza era encontrar al niño primero. Los otros dioses no serían tan misericordiosos con él.
Autora: Sherrilyn Kenyon
Adaptacion: si
Advertencias: Tienes partes Hot's
Otras Paginas: la verdad no se xD
PARTE I
19 de junio, 9548 a.C.
CAPÍTULO 1
«Te has equivocado, idiota. Mi hijo aún vive, y un día, nos bañaremos en vuestra sangre». Ataviado con la armadura de caballería griega para ocultar su identidad, Archon, el rey de los dioses atlantes, se congeló en mitad del oscuro pasillo al oír la insultante voz de su enojada esposa en la cabeza. Una sensación de enfermizo temor le contrajo el estómago. «¿Qué dices?»
«Bueno», le proyectó mentalmente Apollymi, arrastrando la palabra. «Dios Gran Señor Rey Inteligente, vos que lo sabéis todo, todavía estoy encarcelada en Kalosis y ese bebé que sostienes en tus brazos está bastante muerto. ¿Qué te dice eso?» Que había sacrificado el bebé equivocado. ¡Maldita sea! Había estado seguro de que era el hijo correcto...
Haciendo una mueca de absoluta agonía por lo que había hecho, Archon oyó los gritos de la reina atlante desde donde la había dejado en sus aposentos mientras los maldecía a todos ellos por la muerte de su hijo recién nacido. Fue un acto imperdonable, pero Apollymi no le había dado otra opción. Se había negado a entregar a su hijo y había escondido al niño aquí en el mundo de los mortales para que Apostolos viviera a pesar de la orden de Archon de que se matara al chico. Si su pequeño hijo se hacía hombre, todos ellos morirían. El panteón atlante y su gente. Pero a Apollymi no le importaba. Mientras viviera Apostolos, el resto de ellos
podría arder. Afligido por la vida inocente que había arrebatado por error, Archon entregó el
cuerpo del bebé a un guardia para que pudiera ser devuelto a su afligida madre. «¿Dónde está tu hijo, Apollymi?» exigió mentalmente. Ella se rió de su cólera.
«Donde jamás lo encontraras. Vamos, mata a cada reina embarazada y a su mocoso en el reino de los mortales. ¡Te desafío!» Archon miró a los tres dioses que lo acompañaban, que también estaban disfrazados como él, con la armadura de caballería. La reina atlante creía que eran griegos vengativos enviados para asesinar a su hijo. Ya que él y los demás eran los dioses que ella y su pueblo adoraban, no podían darse el lujo de que ella los odiara. No cuando la adoración del pueblo atlante era el sustento de sus poderes. Y si buscaban por el reino mortal donde otros dioses gobernaban para encontrar al hijo de Apollymi, tendrían que hacerlo con mucho cuidado. Sobre todo si la misión conllevaba el sacrificio de los príncipes. Los humanos convocarían a sus propios dioses, y estos a su vez exigirían venganza en nombre de sus seguidores, y esto se convertiría en una carnicería divina entre panteones contrincantes.
Ya he pasado por ello. Ya lo he vivido.
Y no había sido ni mínimamente agradable.
Sin duda es lo que Apollymi ansiaba tanto, si no más, que el regreso de su hijo. Nacida de los poderes más oscuros del universo, la principal diosa de la destrucción vivía solamente para la guerra. Era el mismo aire que respiraba. Disgustado y furioso por el error, Archon destelló desde el mundo de los humanos a la sala principal del templo en Katoteros, desde donde los dioses atlantes gobernaban a su pueblo. Los tres dioses que le habían acompañado a la Atlántida le siguieron.
En el momento en que los cuatro se materializaron en el ornamentado templo, los otros dioses atlantes los miraron con expectación.
—¿Y bien? —demandó Misos el dios de la guerra—. ¿Lo conseguiste?
Archon negó con la dorada cabeza y estrechó la mirada en Basi. Hermosa y seductora, la diosa del exceso y la intoxicación era la que se había llevado al hijo de Apollymi y lo había escondido fuera de su alcance. Por desgracia, la borrachina no recordaba donde había puesto al bebé, aparte de en el vientre de una humano ya
embarazada… tal vez. O tal vez no.
Gran ayuda con eso, puta. Gracias.
Por eso Apollymi había elegido a la alcohólica y la obligó a hacer este acto deplorable. Cuando se trataba de proporcionar cualquier tipo de información útil, Basi era inservible.
Archon se deshizo de la odiada armadura y revestimiento griego en favor de su verdadera forma -la de un perfecto macho rubio a mitad de la veintena- y se puso la formesta azul oscuro que era la túnica atlante. —¿Recuerdas algo más?
El miedo ensombreció el hermoso rostro de Basi.
—No, Archon. Sólo recuerdo a Polly diciéndome que lo ocultara en el interior de una reina… Sí. Era una reina. Creo que estaba en Grecia, pero no puedo recordarlo. ¿Quizás Sumeria... Akkadia o Egipto? Creo que la reina tenía el pelo oscuro... pero podría haber sido rubio o rojo... Quizás.
Le costó lo indecible no matarla por su estupidez.
Su hermano, Misos, suspiró profundamente. Con el pelo negro y una poblada barba, Misos era tan diferente en apariencia de Archon como lo era en sus poderes divinos en guerra.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
Archon gruñó ante la única opción que tenían.
—Salimos y buscamos al bastardo. Cueste lo que cueste.
Chara, la regordeta diosa pelirroja de la alegría y la felicidad, frunció el ceño.
—Si nos aventuramos en los dominios de otros panteones en su búsqueda, tendremos que ocultar nuestros poderes a sus dioses. ¿Cómo vamos a encontrar a Apostolos sin ellos?
No sería ni mucho menos fácil, pero...
—Conozco a mi esposa. Habrá algo en él diferente de los demás mortales. Cuando veas a Apostolos no te confundirás, y de todos modos dudo que nuestros poderes sirvan de mucho ya que ella lo ha protegido con tanto cuidado. Entretanto, los que permanezcamos en Katoteros mientras los demás buscan podemos llamarle y
conducirle a la locura. Eso también debería ayudarnos a encontrarlo. Será el príncipe mortal que oye las voces de los dioses atlantes, incluso cuando no nos adore.
Bet’anya Agriosa se levantó de donde había estado sentada al lado de su madre, Symfora. Con el pelo negro al viento y la piel de un perfecto caramelo, destacaba de otros dioses atlantes.
—Para que conste, quiero expresar mi descontento con todo esto. Puedo ser la diosa de la ira y de la miseria, pero me resulta desagradable e injusto perseguir a un niño inocente y matarle por causa de la profecía fortuita de tres niñas.
Archon la miró airadamente.
—Mis hijas pueden ser jóvenes, pero ostentan el poder de dos panteones. Tú mejor que nadie sabe lo poderosas que las hace. —Aunque sus hijas nacieron de él y de la diosa griega Themis, Bet'anya era atlante y su padre era el dios egipcio Set, uno de los seres más poderosos que existían.
Algunos llegaban a afirmar que Set incluso sustentaba más poder que Apollymi, y eso era algo Archon jamás quería comprobar. Bet'anya arqueó una ceja.
—¿Y? No me tienes miedo.
Eso no era cierto, pero Archon no era tan tonto como para contárselo. Bet’anya poseía ella solita una gran cantidad de oscuro poder y no estaba dispuesto a cruzarse con ella. Nadie con un cerebro lo haría. La última vez que un dios la había tomado con ella, el mundo casi había desaparecido por ello.
—No sustentas los mismos poderes que Apollymi. Y no sabemos qué poderes tiene su hijo.
Misos asintió con la cabeza.
—Como hijo de Apollymi y Archon, fácilmente podría ser el más poderoso de todos los panteones.
Archon inclinó la cabeza hacia su hermano.
—Tenemos veintiún años para encontrar a este niño y matarlo. No podemos fallar. Cuanto antes sea destruido, mejor para todos nosotros.
Bet’anya apretó los dientes mientras comenzaban a dividirse el mundo entre ellos. Apollymi siempre había sido una de sus aliados. Y Bet no había estado aquí cuando los demás dioses atlantes unieron sus poderes para atraparla en el reino infernal de Misos, Kalosis. Personalmente ella, no podía culpar a Apollymi por su ira.
Se habían aliado contra ella y la habían encerrado mientras clamaban por la vida de su hijo...
Ella también se les mostraría exactamente cuan oscuros corrían sus poderes. Pero le gustase o no, Bet’anya era parte de este panteón y estaba moralmente obligada a buscar al niño.
Simplemente lo haría con calma.
Su bisabuelo, Misos, se acercó a ella.
—¿En qué piensas, hija?
—Que es un día triste cuando un triste bebé puede amenazar a un panteón tan poderoso.
—Si bien estoy de acuerdo, podría recordarte que panteones han caído por mucho menos. —La besó en la frente.
—Bien, Tattas . —Usó el término atlante para abuelo—. Me quedo con el sur de Grecia y Egipto donde puedo usar mis poderes para encontrarlo... si él está ahí.
Se giró para mirar al líder de esta maldita misión y le dijo:
—Tengo una pregunta, Archon... Mataste a un ciudadano de la Atlántida y príncipe por error. ¿Cómo es que aquí en casa, donde posees todo el poder, no fuiste
capaz de notar que el bebé era mortal? —El hijo de la reina apestaba a los poderes de un dios. Por no mencionar, que su marido murió mucho antes de su concepción y hasta donde sabemos, ella no tenía otros amantes. Apestaba a interferencia de Basi. —Gruñó desde lo profundo de la garganta—. Obviamente, me equivoqué. Debería haber sabido que Apollymi no nos lo pondría fácil.
Bet’anya arqueó una ceja ante eso. Sólo había un dios fuera de su panteón que podría ser el amante.
—¿Era el hijo de Apolo?
—Lo más probable.
Ella se encogió interiormente. Aunque no temía a los dioses griegos, no quería estar en otra guerra sangrienta con ellos. Cada vez que se alzaba contra sus estupideces desenfrenadas, se sentía como si le absorbieran una parte de su propia inteligencia.
—¿Y crees que el dios griego se va a quedar tan campante con tus acciones?
A Archon no le preocupaba en lo más mínimo.
—¿Por qué habría de importarle? Tiene bastardos en abundancia a los que ignora. Además, no se atreverá a agitar nuestro recinto ya que la Atlántida es el único lugar donde sus apolitas pueden vivir y prosperar. Ningún otro panteón los tolerará entre su pueblo.
Los beligerantes Apolitas habían sido una fuente constante de sufrimiento en la Atlántida, pero Archon no lo veía de esa manera. Para él, eran otro grupo de seres para honrar a los dioses atlantes y así alimentar sus poderes.
Para ella, eran criaturas que muy probablemente se volverían contra ellos mientras continuaban adorándolos. Todo lo relacionado con los griegos le ponía la piel de gallina. Era la raza que más odiaba.
Por el rabillo del ojo, Bet'anya vio a Epithymia deslizarse por una puerta lateral.
Alta, hermosa y dorada, era la diosa de todos los deseos. Intrigada por su comportamiento nervioso, Bet'anya la siguió.
—¿Epi?
Fuera de la sala, se quedó inmóvil un instante.
—¿Sí, Bet? ¿Qué puedo hacer por ti?
—¿Qué es lo que no has confesado?
Epithymia se tensó.
—Lo que no voy a confesar.
No dispuesta a jugar a este juego, Bet'anya hizo un gesto hacia la sala que acababan de abandonar.
—¿Entonces tal vez debería hablar con Archon sobre esto?
—¡Ni se te ocurra! —Epithymia le agarró el brazo y la arrastró a una esquina, para que no pudieran ser escuchadas por nadie—. Tengo que hacer algo que no quiero hacer.
—¿Matar a un bebé?
Epithymia burló.
—Ojala. Eso sería fácil.
¿Y eso una diosas con los poderes de la luz? Si Epithymia era tan rápida matando, eso explicaba muy bien la propensión de Bet'anya para la violencia.
—Apollymi me ha reclutado para su plan y tengo que llevarlo a cabo. Si no lo hago… No puedo decirte lo que ella tiene sobre mí, porque no puedo permitir que nadie más pueda saberlo. ¡Esa perra!
Bet'anya frunció el ceño.
—¿Para qué te ha reclutado?
—El nacimiento de su hijo.
Bet'anya aspiró bruscamente ante esa implicación.
—¿No ha nacido todavía?
Negó con la cabeza.
—Y si se lo dices a un alma, te juro que me uniré a Apollymi contra ti. La rabia le nubló la visión mientras Bet'anya la fulminaba con la mirada.
—No me amenaces. Diosa o no, me alimentaré con tus entrañas. Pero en esto, no tienes nada que temer. No tengo ningún deseo de matar a un bebé indefenso. Epithymia la soltó.
—Bien. Porque tengo un plan. Apollymi quiere que yo supervise su nacimiento para asegurarse de que nada sale mal, y tengo la intención de entregarlo yo misma. El estómago de Bet'anya se contrajo ante lo que la diosa estaba diciendo.
—¿Tienes la intención de tocar a un bebé que va a nacer sin los poderes de un dios?
Asintió con la cabeza.
Eso era tan frío...
—Los seres humanos lo van a destrozar en su deseo de poseerlo. Y le odiarán por ello.
Epithymia le guiñó un ojo.
—Sólo estoy siguiendo las órdenes de Apollymi. Al pie de la letra. —¿Por qué no le dices a Archon…
—Ella me arrancará y se comerá el corazón si lo hago. No me enfrentaré a esa perra por nada del mundo. No puedo ni siquiera hacer insinuaciones sobre el niño o lo relacionado con su nacimiento. Me arrancó un juramento.
Y los dioses atlantes no podían violar sus juramentos. De por sí, hacían todo lo posible para no hacer ninguno.
—Sería más piadoso matarle en el parto que abandonarle con tu tacto y sin
protección.
Epithymia levantó las manos.
—Apollymi no me lo permite. Así que lo estoy haciendo a su manera. Y si dices una palabra...
—Te lo juro, jamás diré a los que le están buscando dónde está ni qué es lo que has hecho. —Tan pronto como las palabras le salieron de los labios se dio cuenta de lo que había dicho. Era sólo un resbalón con el que había maldecido al pobre Apostolos.
Epithymia la fulminó con la mirada.
—No quise decir... —No había necesidad de explicación—. Está bien. Todavía puedo matarlo si lo encuentro.
Epithymia se relajó.
—Buena suerte, Agriosa. —Se marchó para irse a su propio templo en la falda de la colina.
Bet'anya suspiró ante el último comentario de Epi con el que se refería al hecho de que también era una diosa de la caza. Odiaba la idea de hacerle daño a un niño. A cualquier niño.
Y sin embargo...
Si lo que le había dicho era verdad. La muerte sería el acto más amable. De lo contrario, el niño viviría una vida de agonía absoluta. Nadie debía ser condenado a un destino tan horrible.
—Lo siento, Apostolos.
Como en todas las batallas, cuando la herida de un soldado era mortal, no importa su edad, y no había duda de que moriría por ella, lo más amable era poner fin
a su sufrimiento de un solo golpe fatal.
Cometería este asesinato misericordioso y rezaría para que un día Apollymi
pudiera entenderla y perdonarla. Era por el bien de todos.
Especialmente del chico. Su única esperanza era encontrar al niño primero. Los otros dioses no serían tan misericordiosos con él.
issadanger
Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
Hola, primera lectora! Me reporto!
Todavía no leo el final de Joseph!
Pero quería reportarme primero!
Síguela!
Todavía no leo el final de Joseph!
Pero quería reportarme primero!
Síguela!
aranzhitha
Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
si hay por lo menos tres comentarios de diferentes lectoras sigo sino subo hasta el miercoles
issadanger
Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
CAPÍTULO 2
23 de junio, 9548 a.C.
El Rey Xerxes se quedó mirando al recién nacido que dormía plácidamente en sus brazos. ¿Cómo podría su alegría haberse vuelto tan amarga tan rápido? Por un momento, creía ser el más bendito de los reyes. Que los dioses le habían concedido dos hijos para gobernar su vasto imperio.
Ahora...
¿Tenía incluso uno?
No había duda de que el primogénito, Joseph, nació de los dioses. Que su esposa la reina se prostituyó a ellos y lo trajo al mundo.
Pero Nick...
El rey estudió cada pulgada del perfecto y durmiente niño que tenía acurrucado contra el cuerpo.
—¿Eres mío? —Estaba desesperado por saber la verdad.
El niño parecía ser un simple bebé humano. A diferencia de Joseph, cuyos ojos se arremolinaban en un vivo color plata, los de Nick eran de azul intenso y perfecto. Pero desde luego, los dioses eran siempre traicioneros.
Siempre embaucadores. ¿Podría ser que Joseph fuese su hijo y éste no lo fuera? ¿O que ninguno de los
dos niños le perteneciera?
Miró a la sabia anciana que había proclamado a Joseph el hijo de un dios justo después de su nacimiento. Decrépita y arrugada, vestía una gruesa túnica blanca ricamente bordada en oro. Su pelo gris estaba recogido alrededor de una adornada corona de oro. —¿Quién es el padre de este niño?
La mujer hizo una pausa en su limpieza.
—Majestad, ¿por qué me preguntáis algo que ya sabéis?
Porque no lo sabía. No estaba seguro. Y odió el sabor del miedo que le ardía en la garganta, dejándole un regustillo amargo. El miedo que hizo que el corazón le palpitara con inquietud.
—¡Respóndeme, mujer!
—La verdad o la mentira, ¿creeréis cualquier respuesta que os dé? Maldita fuera por su sagacidad. ¿Cómo podrían los dioses haberle hecho esto? Les había ofrendado sacrificios y orado durante toda la vida. Devotamente y sin blasfemias. ¿Por qué mancillaban a su heredero de esta manera?
O peor aún, ¿tenía él un heredero suyo?
Apretó su agarre, lo que provocó que el bebé se despertara y gritara. Una parte de él quería golpear al niño en el suelo y verlo morir. Para pisar fuerte en el olvido. ¿Pero qué pasa si éste era su hijo? Su propia carne y sangre...
La mujer sabia le había dicho que lo era.
Sin embargo, ella simplemente transmitió lo que los dioses le dijeron, ¿y qué pasa si ellos mentían?
Enojado y traicionado, se dirigió a la mujer y puso al bebé en sus brazos.
Dejando que alguien más lo consolara por ahora. Él no podía soportar ver a cualquiera de los niños.
Sin decir una palabra, salió de la habitación.
En el momento en que se quedó sola con el bebé, la vieja bruja se transformó en una hermosa mujer joven con el pelo largo y negro. Vestida de rojo sangre, ella depositó un beso en la cabeza del niño y al instante se calmó.
—Pobre, pobre Nick —susurró la diosa Atenea mientras lo mecía en sus brazos para calmarlo—. Al igual que tu hermano, el tuyo será un futuro desagradable. Siento no poder hacer más por ninguno de los dos. Pero el mundo de los humanos necesita a sus héroes. Y un día, todos ellos te necesitaran a ti.
issadanger
Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
CAPÍTULO 3
10 de marzo, 9543 a.C.
Cinco años después.
—¡Tu miserable ladronzuelo!
Nicholas miró hacia el agudo grito de su hermana mayor. Ryssa se alzaba por encima de él y su hermano gemelo Joseph mientras ellos jugaban en el suelo con sus caballos y soldaditos de madera. ¿Por qué estaba siempre estaba tan enfadada con él? No importa lo que hiciera para tratar de complacerla, nunca era suficiente.
Ryssa lo odiaba. Siempre lo había hecho.
—No cogí nada.
Ella torció sus labios, cerró la distancia entre ellos y le dio un tirón del brazo levantándolo del suelo.
—¿Dónde lo pusiste, tú pequeño gusano sin valor? —le exigió, sacudiéndolo con tanta fuerza que sintió como si fuera a arrancarle el brazo.
Nicholas intentó liberarse, pero ella era demasiado fuerte para él.
—¿Poner qué?
—El caballo de juguete que Padre me dio para mi cumpleaños. Sé que lo cogiste y sé que me lo robaste. ¿Dónde está?
—No lo he tocado.
—¡Eres un mentiroso! —Le lanzó hacia el suelo y luego fue a buscar entre sus cosas de nuevo—. ¿Dónde lo has escondido?
Nicholas se encontró con la mirada de Joseph. —¿Lo has cogido tú? —le susurró a su hermano.
Joseph negó con la cabeza.
Entonces, ¿quién?
—¿Qué estás haciendo aquí?
Todos ellos se congelaron ante el tono de furia en la voz de la enfermera. Antes de que Nicholas pudiera explicar que había invitado a Joseph a jugar con él, la enfermera apartó bruscamente a su hermano.
Joseph gritó cuando la enfermera le agarró del pequeño brazo.
—¿Cuántas veces te han dicho que te quedes en tus propios aposentos?
Nicholas entró en pánico al darse cuenta de que Joseph todavía sostenía uno de los soldados en la mano. A pesar de que se los había dado a su hermano, sabía lo que pasaría si alguien lo viera en posesión de Joseph.
Su hermano sería castigado. Otra vez.
Queriendo sólo proteger a Joseph, Nicholas se lanzó desde el piso y lo tomó de la mano de Joseph.
Joseph le ofreció una pequeña sonrisa de gratitud antes de que se lo llevaran. —¡Tú! —Ryssa le desdeñó mientras miraba airadamente el juguete que sostenía —. Eres tan egoísta. Nunca piensas en nadie más que en ti mismo. ¿Qué daño habría hecho dejar que se quedara con un juguete? ¿Eh? —Gesticuló hacia los demás
esparcidos por el suelo—. Nada es suficiente para ti, ¿verdad? Siempre quieres más y no te importa de quien lo tomas.
Le arrancó el juguete de la mano, haciéndole un corte en la palma en el proceso, y salió de su habitación.
Afligido, Nicholas se quedó solo. Odiaba estar solo con una pasión que no tenía sentido. Muchas veces, se preguntaba si esto era debido al haber nacido con un hermano gemelo. Seguramente, los dioses no le habrían dado un hermano si ellos quisieran que siempre estuviera solo.
Y, sin embargo, la mayor parte de su vida la pasaba sin compañía.
Suspirando tristemente, Nicholas miró alrededor de la habitación que estaba llena de juguetes. Con mucho gusto los daría todos si pudiera tener una persona con quien jugar. Ryssa se negaba porque él no le caía bien y por ser un niño maloliente, y, según ella, era demasiado estúpido para seguir los juegos que ella jugaba con Joseph. Los
demás niños huían de él porque sus padres tenían miedo de que ellos le pudieran hacer daño, ya sea por accidente o a propósito, e incurrir en la ira de su padre. Joseph era el único que le daba la bienvenida como compañero de juegos.
Pero su padre exigía que permanecieran separados. Nicholas bajó la mirada hacia el juguete de su hermano y deseó con todo lo que poseía, que esto fuera diferente para ambos. Mejor hubiera sido que ellos nacieran de
agricultores pobres que tener que soportar la carga de esta desgraciada familia y su mezquindad.
Dejó a un lado el juguete. Más tarde, cuando todos durmieran, se lo devolvería a su hermano.
—¿Joseph? —susurró Nicholas, empujando a su dormido hermano para despertarlo. Lentamente, Joseph parpadeó hasta abrir los ojos. Frotándoselos con el puño, se sentó en la cama. Nicholas empujó el pan dulce en su rostro, haciendo que Joseph sonriera en el momento en que lo vio.
—No he traído miel lo siento. Pero... —Nicholas abrió su pequeña bolsa de tela para mostrar los higos azucarados que había cogido—. Me las arreglé para robar tus favoritos.
Los ojos plateados de Joseph se iluminaron.
—¡Gracias! Pero no deberías haberlo hecho. Podrían haberte pillado. Nicholas se encogió de hombros.
—No me hubieran hecho daño por esto. —Al menos no físicamente, las palizas estaban reservados para otras ofensas. Aunque había momentos en los que preferiría ser golpeado a escucharlos llamarle inútil u otros calificativos.
Alegre por haber ayudado a su hermano, Nicholas observó a Joseph mientras partía el pan. Ya que los habían enviado a los dos a la cama sin cenar, Joseph estaba muerto de hambre. Pero como de costumbre, Nicholas había sido incapaz de dormir así y una vez que el palacio se calmó, se coló en la despensa.
—¿Qué comiste? —preguntó Joseph.
—Pan... con tu miel. —Sonrió ampliamente con culpa.
Joseph se echó a reír.
—Eso estuvo mal por tu parte.
Nicholas indicó la pequeña bolsa.
—Pensé que preferirías tener los higos.
—Podrías haberme dejado elegir.
—Y no quería tener calambres en mi vientre. Olía tan bien, que no pude soportarlo más. Tuve que comer un poco de camino aquí. Lo siento. —Entonces voy a perdonarte. —Joseph le enseño el pan—. ¿Quieres más?
Sacudió la cabeza, declinando. A pesar de que todavía tenía hambre, sabía que Joseph tenía aún más.
Frunciendo el ceño mientras comía, Joseph inclinó la cabeza.
—¿No puedes dormir de nuevo?
—Lo intenté. —Morfeo guardaba rencor contra él por razones que sólo los dioses sabían. No importa lo mucho que Nicholas lo intentara, el sueño siempre lo eludía. Joseph se deslizó hacia atrás en su camastro, haciendo más espacio. Sumamente agradecido, Nicholas aceptó su tácita invitación y se acostó al lado de
Joseph.
A los pocos minutos, estaba profundamente dormido. Joseph terminó su comida y luego metió la bolsa en la túnica de Nicholas. Lamiendo la última parte del azúcar de los dedos, se acurrucó detrás de Nicholas, espalda con espalda, y colocó la planta de los pies al ras de las su hermano. Hasta donde podía recordar, habían dormido así cada vez que podían. A ninguno de los dos le gustaba estar solo o separados, y sin embargo su familia parecía decidida a que así fuera. Era algo que ninguno de ellos entendía.
Cuanto deseaban ambos poder quedarse solos juntos. Y Nicholas era al que más quería.
Su hermano era el único que lo trataba como si fuera normal. Nicholas no lo odiaba, como lo hacían sus padres, ni lo adoraba como si él fuera un dios encarnado como Ryssa era propensa a hacer. Eran hermanos. Jugaban. Se reían. Y peleaban por todo lo que valía la pena. Pero siempre que la lucha terminaba, podían quitarse el polvo y ser amigos de nuevo.
Por siempre y para siempre.
Cerrando los ojos, Joseph oyó las voces que tenía continuamente en la cabeza. Nicholas también las oía. Pero mientras Joseph sólo oía las de los dioses, Nicholas escuchaba esas y muchas, muchas más. Era una de las razones por las que su hermano tenía dificultades para dormir. Cuando estaban juntos, las voces en la cabeza de Nicholas dejaban de gritar y le dejaban el camino libre para descansar. Nicholas sólo podía oír los pensamientos de Joseph entonces, y él era cuidadoso con ellos. Pero al momento en que estaban separados, las voces volvían a Nicholas como una venganza. La constante falta de sueño hacía a su gemelo irritable casi todos los días y le daba terribles dolores de cabeza. Dolores de cabeza tan feroces que a veces su nariz sangraba por ello, y a menudo estaba mal del estómago. Nadie más entendía eso. Acusaban a Nicholas de fingir el dolor. Y ambos estaban aterrorizados de decir a los demás lo que oían. Todos menos Nicholas lo odiaban ya bastante. Joseph no tenía ningún deseo de darles otra causa. Cuando Nicholas había tratado de contarle lo de las voces a otros, había sido ridiculizado y castigado por mentir. Incluso Ryssa lo había acusado de que lo hacía para llamar la atención. Así que los dos habían aprendido a mantener el secreto y no decírselo a nadie. Nunca.
Había muchos secretos que los dos compartían.
Y se habían prometido uno al otro que un día, cuando hubieran crecido y nadie pudiera detenerlos, dejarían este lugar e irían a algún otro sitio donde la gente no los tratara tan mal. Al igual que su hermano gemelo, Joseph no podía esperar a que llegara ese día.
issadanger
Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
hoy les dejo un pequeño adelanto asi que a cometar mucho niñas
issadanger
Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
CAPÍTULO 4
9 de mayo, 9542 a.C.
—¡Siéntate derecho! Te sientas con los hombros caídos como el hijo de un pescador.
Nicholas se estremeció ante el tono iracundo de su padre y se enderezó inmediatamente en la incómoda silla de oro donde las piernas se le habían ido entumeciendo de colgar sobre el borde. Pero si las doblaba debajo de él, le enfadaría más que si se sentaba encorvado. Aunque su padre a menudo lo idolatraba,
especialmente cuando estaban en público, otras veces estaba tan enfadado que nada de lo que hiciese le complacía. A veces parecía que envidiase cada aliento que tomaba.
Hoy era definitivamente uno de esos días.
—¿Te aburrimos, muchacho?
Nicholas sacudió la cabeza rápidamente, resistiendo las ganas de gemir en voz alta ya que el dolor le taladraba el cráneo en una agonía absoluta. Siempre había odiado los dolores de cabeza y el de hoy era más intenso de lo normal e hizo que le fuese imposible concentrarse. Peor aún, se sentía como si quisiera vomitar en cualquier
momento. Eso a su padre le parecería imperdonable.
“¿Qué? ¿Eres una mujer embarazada, chico? Vomitas como tal. Aprende a controlar el estómago. Tienes que ser un hombre, por el amor de los dioses. Los hombres no vomitan a cada minuto. Se controlan a sí mismos y sus cuerpos en todo momento”.
El estómago se le revolvió violentamente, enviándole más dolor palpitante a la cabeza, lo cual le produjo más náuseas. El constante vaivén entre la cabeza y el estómago era suficiente para hacerle querer gritar de agonía. —¿Podría retirarme, Padre?
Su padre volvió a fulminarlo con una mirada furiosa.
—¿Con qué propósito?
—No me siento bien. —Un sustancial eufemismo.
—Ven aquí.
Nicholas se deslizó del pequeño trono y resistió el impulso de hacer una mueca ya que mil agujas le apuñalaron las dormidas piernas. Sabiendo que era mejor no dejar que viese el dolor que le causaba, cruzó la enorme tarima hacia el dorado trono de su padre. Era tan grande que la parte superior de la rubia cabeza apenas alcanzaba el
apoya brazos. Adornado con una estola blanca y morada, que combinaba con la clámide de Nicholas, el rey le dedicó una mirada suspicaz con el ceño fruncido. El pelo rubio y la barba de su padre brillaron bajo los destellos de la corona de hojas de oro que un día serían de Nicholas.
Como siempre hacían durante este día de la semana, habían pasado toda la mañana tratando los problemas y las preocupaciones de la nobleza, y la gente que quería una audiencia con el rey. Ya que esto era algo que Nicholas tendría que hacer una vez que gobernase este reino, en el último año su padre le había hecho quedarse y escuchar, de modo que pudiera usar su sabiduría una vez que heredase la corona.
Mientras Nicholas estuviera aquí, nunca debía moverse o hablar. Sólo observar. El "privilegio" de asistir a estas sesiones y la "alegría" de un instructor que vivía para golpearlo habían sido los únicos regalos de cumpleaños el verano pasado cuando había cumplido cinco años.
Con un feroz ceño arrugándole la cara, su padre le tocó la frente.
—No tienes fiebre. ¿Cuáles son tus síntomas?
—Me duele la cabeza.
Rodó los ojos.
—¿Y?
Quiero vomitar y estoy muy mareado. Pero sabía por experiencia que su padre sólo ridiculizaría esas quejas.
—Eso es todo, Padre. Pero el dolor es feroz.
Su padre le miró airadamente.
—Un día serás rey, muchacho. ¿Crees que detendrán una guerra o un motín
porque tienes un pequeño dolor de cabeza?
—No, señor. —Así es. El mundo no se detiene por algo tan trivial. Ahora siéntate y escucha. Observa tus futuras obligaciones. Tu gente es mucho más importante que tu aburrimiento y merecen toda tu atención.
Pero no era aburrimiento. Cada fragmento de luz o pequeño sonido le perforaba la cabeza con un dolor tan atroz que quería aplastar su propio cerebro. ¿Podría alguna vez alguien entender sus dolores de cabeza y cuánto le hacían sufrir? Lágrimas de dolor y frustración se le formaron, pero rápidamente parpadeó para
contenerlas. Hacía mucho tiempo que había aprendido que mientras su padre consolaría a Ryssa cada vez que se pusiese a llorar, nunca toleraría las lágrimas de su hijo. Nicholas debía ser un hombre, no una muchacha criada entre algodones... Tratando de no sacudir la cabeza mientras se movía, Nicholas regresó al asiento.
—¡Siéntate derecho! —vociferó su padre al instante.
Nicholas enderezó la espalda y se contrajo de dolor. No lo demostraría…
Pero era tan difícil no hacerlo. Tragándose la agonía, miró por la ventana para ver a Ryssa en el jardín con Joseph. Se estaban riendo mientras se perseguían mutuamente jugando. Lo que daría por estar afuera con ellos bajo la hermosa luz del sol.
No es que eso importara. Aunque no le doliera la cabeza, Ryssa no le balancearía así. Nunca se reiría con él o le haría cosquillas. Su amor estaba reservado únicamente para Joseph.
Girando la cabeza, intentó no pensar en ello cuando otra ola de miseria le perforó el cerebro. Nicholas se inclinó hacia adelante al mismo tiempo que la nariz comenzaba a sangrarle. ¡No! Por favor, ahora no... Por favor, dioses. Se apretó la nariz con la mano, tratando de contenerla antes de que su padre se diera cuenta.
—¿Majestad, está su Alteza bien? A Nicholas le inundó el pánico ante la pregunta del guardia que atrajo toda la
atención de su padre sobre él. La furia oscurecía la cara de su padre.
—¿Lo has hecho a propósito?
Sí, resueltamente me corté la nariz sin medio alguno, para molestarte, Padre. Así soy yo, un verdadero talento.
—No, Padre. Estaré bien. Es sólo otra hemorragia nasal. Se detendrá en unos minutos.
El rey curvó el labio en repugnancia.
—¡Mírate! Estás sucio. Deshonras a aquellos que están alrededor de ti o tu posición divinamente dada con tal sanguinolencia. —El rey sacudió la barbilla hacia el guardia que le había delatado y al ayuda de cámara de Nicholas que era el encargado de mantenerlo presentable e inmaculado en cualquier momento que estuviese en público
—. Lleva al príncipe a sus aposentos y encárgate de que sea aseado y cambiado.
Genial, sonaba como si fuese un bebé o un cachorro.
Se inclinaron antes de cruzar la habitación para colocarse ante él.
Ya temiendo lo que esto le acarrearía más adelante, Nicholas se mantuvo la nariz pellizcada y se deslizó fuera del asiento hacia su habitación. Mientras cruzaba el atrio de la sala del trono hacia el palacio principal, otra vez se detuvo para mirar a Joseph y Ryssa riendo y jugando en el jardín trasero. La hemorragia nasal empeoró al igual
que las voces que gritaban aún más alto que antes.
Las lágrimas le llenaron los ojos. Quería gritar por todo, y cuando Joseph se cayó y raspó las rodillas, Nicholas no pudo soportarlo más. Golpeó el suelo, agarrándose la pierna y llorando mientras el dolor lo abrumaba por completo. Por favor, dioses, por favor, dejadme morir...
Joseph llegó corriendo a su lado.
—¿Nicholas? ¿Estás bien?
No. Vivo en un estado de constante dolor físico que nadie entiende o tiene en consideración. Y estaba cansado de ello. ¿Queridos dioses, podría tener una sola hora donde algo no le doliese?
—¿Nicholas?
No podía responder a su hermano, no mientras le doliera tanto y de tantas maneras. En cambio, miró la sangre sobre la piel devastada de Joseph. Sintió la misma herida exacta en su propia rodilla y sabía que si se mirara la pierna, no tendría lesión para explicar el dolor punzante que sentía allí.
—No te lastimes otra vez, Joseph —susurró finalmente Nicholas—. Por favor.
Joseph frunció el ceño cuando Ryssa se le acercó y se arrodilló en el suelo al lado de Nicholas.
—¿Por qué estás tirado así?
Nicholas se levantó antes de que se burlase de su dolor.
—Me caí.
Ryssa inspeccionó el camino.
—No hay nada con lo que puedas tropezar. ¿Qué? ¿Viste a Joseph caerse y no pudiste soportar que tuviese cinco segundos de atención más que tú?
Nicholas la fulminó con la mirada mientras más agonía le taladraba el cráneo.
—Sí, eso es exactamente lo que pasó.
—¿Tienes otro dolor de cabeza? —preguntó Joseph. Nicholas asintió y luego se estremeció.
Ryssa se mofó.
—Padre dice que sólo pretendes escabullirte de tus responsabilidades.
Él hizo un gesto hacia la sucia túnica.
—¿Qué hay de la sangre que me cubre?
—Probablemente te heriste a ti mismo en busca de compasión. Te conozco. Lo estás haciendo para llamar la atención.
Él no era así... nunca.
Incapaz de lidiar con sus críticas, Nicholas se acunó el cráneo dolorido con la palma de la mano derecha y continuó hacia la habitación con el ayuda de cámara y el guardia a su estela.
Joseph comenzó a seguirlo, pero Ryssa lo detuvo.
—Déjalo ir, Joseph. Sólo te meterá en problemas como hace siempre. Venga. Vamos a jugar un rato más.
Horas más tarde, Nicholas estaba tumbado en la cama, haciendo todo lo posible para no moverse ni respirar. De repente, sintió una mano suave en el pelo. Al instante supo quién era. Sólo una persona podía ser tan amable o atenta con lo que a él le afectase.
—¿Joseph? —preguntó.
Sin responder, su hermano se metió en la cama detrás de él.
—¿Tu cabeza está mejor?
—No realmente. ¿La tuya?
—Me duele pero no tanto como a ti, creo. Todavía puedo funcionar con la mía.
—Joseph tocó los frescos moretones en la espalda desnuda de Nicholas que le latían aún más que la cabeza—. ¿Por qué te castigaron?
—Dejé las sesiones de la corte antes de tiempo. Como Ryssa, padre no cree que me duela la cabeza. Pensó que estaba tratando de evitar mis responsabilidades.
—Algo con lo que su padre no tenía absolutamente ninguna tolerancia.
Joseph puso los brazos alrededor de él y lo retuvo cerca.
—Lo siento, Nicholas.
—Gracias. —Nicholas no habló durante varios minutos mientras las voces en la cabeza finalmente se hicieron más débiles y el dolor craneal disminuyó lo suficiente para casi poder respirar normalmente—. ¿Acheron? ¿Por qué crees que puedo sentir
tu dolor, pero tú no sientes el mío?
—Ryssa diría que es la voluntad de los dioses.
¿Pero por qué? Nicholas sospechaba que no debía ser tan importante para los dioses como Joseph. Si no, ¿por qué sentiría las heridas de su hermano mientras Joseph era insensible a su dolor? Era como si los dioses quisieran asegurarse de que Nicholas protegiera a su hermano de todo daño. Como si fuera el cabeza de turco divinamente elegido para Joseph…
—¿Qué piensas tú, Joseph?
—No lo sé. No más de lo que entiendo por qué los dioses nos han abandonado a gente tan horrible cuando hablan tan fuerte en nuestras cabezas. No tiene sentido, ¿verdad? —Joseph giró y presionó la espalda y después los pies contra los de Nicholas. En el silencio de la oscura habitación,Joseph tomó la mano de Nicholas entre la suya—.Siento que Ryssa te trate tan mal. Cree que eres adorado y mimado mientras a mí me maltratan.
—¿Qué crees tú?
—Veo la verdad. Nuestros padres también desconfían de ti. Y aunque a veces son buenos contigo, son también muy, muy malos. Sí, lo eran. Y a diferencia de Joseph, él no podía quejarse. Nadie le creía cuando lo hacía. Se le acusaba de ser un mimado y, a continuación, despreciaban su dolor como insignificante, o peor, tomaban un placer perverso en su sufrimiento como si se lo mereciera porque era un príncipe mientras que ellos no. A veces pensaba que sería mejor ser Joseph. Por lo menos su hermano sabía qué recepción recibiría
siempre que sus padres estuvieran alrededor. Nicholas nunca lo sabía hasta que era demasiado tarde.
A veces su padre era cariñoso y otras veces...
Le atacaba como si odiase a Nicholas aún más que a Joseph. No tenía sentido y era muy confuso en su joven mente. Por esa razón, no quería estar cerca de ellos o de su hermana.
Era preferible evitarlos y la confusión que le causaban.
Suspirando, apretó la mano de Joseph y dejó que ese toque silenciase las voces que le impulsaban a suicidarse. Eran despiadados en sus insultos.
«Eres veneno. ¡Mientras vivas, vas a sufrir!»
Pero si él moría, Joseph, también moriría. La mujer sabia lo había proclamado cuando nacieron. Sus vidas estaban ligadas por los mismos dioses y no había manera de deshacerlo.
Tal vez por eso sufres. Los dioses estaban intentando hacerle matar a Joseph. A odiar a su hermano
para que Nicholas los asesinase a ambos. Tenía sentido de alguna manera. Tal vez pensaron que si torturaban a Nicholas lo suficiente, estaría tan cansado y desesperado como para matar a Joseph poniendo fin a su propia agonía. ¿Por eso tenían los ojos tan diferentes? ¿De modo que si mataba a su hermano, no miraría a sus propios ojos azules cuando lo hiciese?
Sin embargo, no podía odiar a la única persona que le quería. La única persona que podía consolarlo y calmar el mal en su cabeza. Dioses o no dioses, miseria o felicidad, Joseph era su hermano. Por siempre y para siempre. Era la única familia que tenía. Y lo que había aprendido en su corta vida era que no podía confiar en nadie. Ni
siquiera en los dioses. La gente mentía a su alrededor. Constantemente. Incluso en las pequeñas cosas. Sólo Joseph era honesto y digno de confianza. Sólo su hermano no intentaba hacerle daño o trataba de traicionarle ante su padre. Así que, ¿cómo podría lastimar a la única persona en la vida que lo trataba como algo más que un objeto para ser despreciado? La única persona que no sonreía en silenciosa satisfacción cuando
era herido.
—Te quiero, Joseph.
—Yo también te quiero, hermano.
Nicholas inclinó la cabeza hacia atrás hasta que la apoyó con la de Acheron y finalmente dejó caer las lágrimas que le habían nublado los ojos todo el día. Podía mostrárselas a Acheron. Su hermano lo entendía y nunca se burlaría. eso.
—¿Crees que alguna vez podremos salir de este lugar y encontrar la paz?
—No. Creo que hemos nacido para sufrir.
¿La parte más triste? Él también lo creía.
—Al menos nos tenemos el uno al otro.
Joseph asintió con la cabeza.
—Hermanos, por siempre y para siempre. Nunca serán capaces de quitarnos.
issadanger
Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
Estoy llorando!!!... Y ahora se que los únicos malos son aquellos dioses atlantes y la despreciable familia de ellos!!!!!...
chelis
Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
si chelis pero si no comentas mas nosigo subiendo :( q se hicieron mi lectorassssss
issadanger
Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA
OOOH!!1 TRATARE!!!.... EL TIEMPO AHORA NO ES MI ALIADO!!!!.. POR CONSIGUIENTE NO PUEDO COMENTAR COMO ANTES!!!!... PERO NO DEJE DE SUBIRLA!!!!.. PORFIIIIIISSSS!!!!... ESPERE MUCHO PARA PODER LEEERLAAAA!!!!!.....
chelis
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