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No Te Escondas (N. Jonas y Tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: No Te Escondas (N. Jonas y Tu)
esto se esta poniendo cada dia mas interesante tienes que seguirla...cuidate
haydeejOnaz
Re: No Te Escondas (N. Jonas y Tu)
hey! chicas como estan!!
pues como todos los dias vengo a dejarles su cap espero que les guste!!!! las quiero!! :hug:
«Demasiado tarde, demasiado tarde. Llego demasiado tarde.» La frase se repetía en la mente de _____ una y otra vez mientras se abría paso entre la multitud. No podía ver nada entre tantos hombres; todos eran altísimos y morenos. Y todos estaban muy enfadados.
«Están enfadados conmigo.» Consiguió pasar delante del primer hombre y se detuvo en seco. A sus pies yacía Cynthia Adams. Muerta. «Demasiado tarde.» Uno de los hombres se agachó, metió la mano en el destripado cadáver de Cynthia y le arrancó el corazón; lo sostenía en la mano, y seguía latiendo.
—Cógelo —le ordenó. Los ojos azules del hombre brillaban en la oscuridad de la noche.
—No, no. —Ella retrocedió. El corazón aún palpitaba. La sangre chorreaba entre los dedos del hombre y caía sobre el pálido rostro de Cynthia. Y mientras la sangre iba salpicando su rostro, los ojos de Cynthia se abrieron de golpe y la miraron. Una mirada apagada y vacía.
_____ se dio media vuelta con un grito contenido en la garganta. Pero se quedó petrificada. La policía. «Vienen a por mí.» Los hombres uniformados llegaban hasta donde su mirada podía alcanzar. Ojos acusadores. «Corre. Despiértate. Mierda, despiértate y corre.»
—_____. Mierda, _____, despierta.
Oyó un grito; era muy agudo y denotaba terror. Se percató de que procedía de su propia boca. _____ levantó la cabeza de la mesa del comedor y abrió los ojos de golpe; aún lo veía todo borroso. Pestañeó varias veces y sus ojos enfocaron la imagen de un rostro. Le resultaba familiar. Ojos castaños; cabello bermejo, muy corto. Unos dedos le retiraron los tapones de los oídos. Unas manos fuertes agarraron su rostro. Su tacto era real, cálido.
«Zac.» Zac estaba allí. Estaba a salvo. No se la llevarían. Ese día no.
Seguía teniendo el pulso desbocado, pero volvía a respirar.
—Dios, Zac.
Zac Carter sostenía su rostro entre sus manos de cirujano; sus hábiles dedos le rodeaban el cráneo mientras con el pulgar le acariciaba las mejillas, aguardando a que se recobrara. _____ asintió con gesto trémulo y se recostó en la silla. Él tomó otra silla y se sentó a horcajadas mientras la observaba con detenimiento.
—Estoy bien. He tenido una pesadilla, eso es todo.
—Ya. —Él bajó los dedos hasta su carótida y los mantuvo allí mientras le tomaba el pulso.
—Te he dicho que estoy bien. —Se retiró el pelo del rostro—. Solo ha sido una pesadilla.
—Gritabas tan fuerte que te he oído desde el rellano. Mierda, _____, me has dado un susto de muerte. Menos mal que tenía la llave, si no habría tenido que avisar a la policía. —Se estremeció—. Parecía que te estuvieran arrancando las entrañas.
Ella dio un respingo al recordar vívidamente el corazón del sueño.
—No tiene gracia, Zac.
—No pretendía hacer ningún chiste. —Sus cejas rojizas se unieron en un ceño de preocupación y desconcierto—. Menudo sueño. ¿Qué ha pasado?
_____ se puso en pie, y le fastidió notar que las rodillas se le doblaban como si fueran de goma.
—¿Cómo es que has venido?
—Estaba preocupado por ti. Has avisado a Amy de que no ibas a venir a comer y no me has llamado para decirme que estabas bien. He estado llamándote toda la tarde pero no contestabas, así que me he acercado hasta aquí al terminar el turno.
—He desconectado el teléfono para poder dormir.
—No estabas durmiendo —observó él.
Lo había intentado, varias veces, pero el maldito sueño la despertaba una y otra vez. Aunque no había gritado ninguna vez más, que supiera.
—Ahora sí.
—Ya. En la mesa, con la cara encima del teclado del ordenador. Pues me parece que a esos chismes electrónicos no les van muy bien las babas. ¿Qué está pasando, _____?
Él la siguió con la mirada mientras ella probaba a dar un paso en dirección a la cocina y luego otro.
—¿No te lo ha contado Amy?
—No. Solo me ha dicho que tenías un problemilla y se ha marchado para recogerte, acompañarte a casa, ayudarte a meterte en la cama y arroparte bien. Pero me parece que la cosa es un poco más grave.
—Vaya con el secreto profesional. Así que Amy sabe ser discreta. Bueno es saberlo. —_____ llegó hasta el frigorífico y se apoyó en la puerta, aún temblorosa—. Voy a servirme un vaso de vino. ¿Quieres otro?
Él la había seguido y ahora estaba apoyado en la puerta de la cocina con el entrecejo fruncido.
—No. ¿De qué secreto profesional hablas? Amy me ha dicho que se te había estropeado el coche.
—Pues lo ha dicho para no contarte que he solicitado sus servicios. —_____ dio con el sacacorchos y se alegró de tener algo entre las manos para no temblar tanto—. Soy sospechosa.
Zac frunció el entrecejo aún más.
—¿Cómo? ¿De un crimen?
_____ soltó una risa nerviosa mientras extraía el tapón de corcho de la botella.
—Y menudo crimen. Sírvelo tú, ¿quieres? Todavía me tiemblan las manos. —Él le sirvió un vaso y _____ lo vació de tres ruidosos tragos—. Más.
Zac obedeció en silencio y ella se llevó el vaso al comedor y volvió a sentarse cómodamente en la silla.
—Anoche se suicidó una paciente mía.
—¿Tiene que ver con la llamada que recibiste? ¿Por eso me pediste que te acompañara?
Ella sacudió la mano.
—Sí, pero habría acabado pasando de todos modos, así que no tengas remordimientos. Siéntate, cariño. Voy a contarte una cosa.
Él se sentó y ella se lo contó todo, desde la mirada acusadora de los ojos de Jonas hasta el encuentro con la joven periodista al salir de la comisaría.
Zac permaneció unos momentos sin decir absolutamente nada.
—Menuda locura —soltó al fin.
_____ se echó a reír.
—Supongo que es una palabra tan apropiada como cualquier otra. —Empujó su vaso hasta que chocó con la botella que él había depositado en la mesa—. Más, por favor.
Él le sirvió el que ya era el cuarto vaso.
—¿Te han acusado?
—Aún no. Estaría bien que te quedaras en la ciudad. Tal vez te necesite para que testifiques en mi favor.
Él frunció el entrecejo.
—No le encuentro la gracia, _____.
Ella ladeó la cabeza.
—No tenía intención de hacerme la graciosa. Tengo problemas serios. —Señaló las cintas magnetofónicas apiladas junto a su radiocasete—. Y en ninguna cinta he encontrado nada que me dé una pista. Cynthia no mencionó a nadie en concreto en ninguna de las sesiones, y eso que hay grabadas cinco horas. Lo he transcrito todo palabra por palabra.
Zac respiró hondo, pensativo.
—¿Y ahora qué?
_____ se encogió de hombros.
—Lo primero es terminarme el vino. Luego tengo que dormir, en condiciones. Espero que tanto vino me deje grogui y no vuelva a tener ese estúpido sueño. Mañana le llevaré las transcripciones a Jonas. Después, si durante la noche no ha dado con nada que le sirva para arrestarme, iré al hospital y pasaré consulta. —Volvió a encogerse de hombros—. A partir de ahí, todo son conjeturas.
—¿Estás segura de que es eso lo que quieres hacer?
Ella esbozó una sonrisa ladeada y empezó a dar golpecitos con una uña en la botella casi vacía; había bebido lo bastante para sentirse contentilla.
—Ya lo he hecho. Llevo cuatro vasos.
—_____ —Zac le dirigió una mirada de advertencia—, me refiero a si te parece sensato darle al detective esa información. Puede que fuera uno de los que te fastidió el contrato.
—Es posible. De hecho, es probable. Aun así, Miller y él son mi única oportunidad de que todo esto se resuelva, por ahora. Si ellos lo arruinan, hablaré con su jefe. A Spinnelli sigo cayéndole bien. De momento será mejor que colabore con los detectives. —Apoyó la cabeza en el respaldo de la silla y cerró los ojos—. Zac, a Cynthia Adams la mataron; está tan claro como si la hubieran empujado literalmente por el balcón. Si tengo oportunidad de ayudar a Jonas a descubrir quién ha sido, todo esto se terminará y yo podré retomar mi vida. —Se esforzó por ponerse en pie, y esa vez agradeció que él la ayudara—. Ahora necesito dormir. —Se apoyó en el hombro de Zac y regresó al dormitorio.
Ella soltó una risita cuando él la empujó para meterla en la cama y le quitó los calcetines. _____ se apoyó sobre los codos y le sonrió. Zac era muy atractivo, y había oído más de un rumor sobre lo hábil que era con las manos al margen de la cirugía. Pero ellos no eran más que amigos, entre ambos no había nada de química. Después de Amy, Zac era el mejor amigo de _____; además, estaba comprometido y era hombre de una sola relación. Aun así, no pudo resistir la tentación de provocarlo.
—Hace mucho tiempo que no me acuesto con un hombre, Zac. ¿Seguro que no quieres quedarte?
Él le sonrió.
—Es una proposición tentadora, _____. Pero ¿qué diría Robin?
Ella cerró los ojos.
—No tiene de qué preocuparse, estás a salvo de mis terribles garras. —Soltó otra risita. Se sentía lo bastante reconfortada y relajada para encontrarse a gusto—. Dile a Robin que no te he puesto un dedo encima. —Se acurrucó en la almohada, y exhaló un suspiro cuando él le retiró el pelo de la cara. Empezaba a adormilarse—. Otra vez me toca dormir sola.
Zac vaciló.
—_____.
Ella abrió un ojo. La expresión de él le transmitió a _____ pesadumbre y a la vez hizo que, inesperadamente, una profunda nostalgia invadiera su corazón. Era el vino, se dijo. «Porque lo de ese hijo de p*uta lo tengo superadísimo.» Hacía más de un año que no se acostaba con Justin Parks, y no lo echaba de menos. Por lo que a ella respectaba, podía irse al carajo. Sin embargo, sí que echaba de menos... estar con alguien, suponía. Se removió un poco y aquel pensamiento se esfumó. Al día siguiente tendría tiempo de sobras para reflexionar sobre su vida. «Sobre todo si Jonas consigue detenerme.»
—Estoy bien, Zac. Ve a casa con Robin. Cierra la puerta con llave y no dejes que Bella salga. —Como si hubiera oído su nombre, la gatita parda de _____ se subió a la cama de un salto, se enroscó junto a ella en la almohada y empezó a emitir un fuerte ronroneo.
—Llámame mañana, _____.
El sueño la estaba venciendo. Por fin. Menos mal.
—De acuerdo.
pues como todos los dias vengo a dejarles su cap espero que les guste!!!! las quiero!! :hug:
Domingo, 12 de marzo, 23.30 horas.
«Demasiado tarde, demasiado tarde. Llego demasiado tarde.» La frase se repetía en la mente de _____ una y otra vez mientras se abría paso entre la multitud. No podía ver nada entre tantos hombres; todos eran altísimos y morenos. Y todos estaban muy enfadados.
«Están enfadados conmigo.» Consiguió pasar delante del primer hombre y se detuvo en seco. A sus pies yacía Cynthia Adams. Muerta. «Demasiado tarde.» Uno de los hombres se agachó, metió la mano en el destripado cadáver de Cynthia y le arrancó el corazón; lo sostenía en la mano, y seguía latiendo.
—Cógelo —le ordenó. Los ojos azules del hombre brillaban en la oscuridad de la noche.
—No, no. —Ella retrocedió. El corazón aún palpitaba. La sangre chorreaba entre los dedos del hombre y caía sobre el pálido rostro de Cynthia. Y mientras la sangre iba salpicando su rostro, los ojos de Cynthia se abrieron de golpe y la miraron. Una mirada apagada y vacía.
_____ se dio media vuelta con un grito contenido en la garganta. Pero se quedó petrificada. La policía. «Vienen a por mí.» Los hombres uniformados llegaban hasta donde su mirada podía alcanzar. Ojos acusadores. «Corre. Despiértate. Mierda, despiértate y corre.»
—_____. Mierda, _____, despierta.
Oyó un grito; era muy agudo y denotaba terror. Se percató de que procedía de su propia boca. _____ levantó la cabeza de la mesa del comedor y abrió los ojos de golpe; aún lo veía todo borroso. Pestañeó varias veces y sus ojos enfocaron la imagen de un rostro. Le resultaba familiar. Ojos castaños; cabello bermejo, muy corto. Unos dedos le retiraron los tapones de los oídos. Unas manos fuertes agarraron su rostro. Su tacto era real, cálido.
«Zac.» Zac estaba allí. Estaba a salvo. No se la llevarían. Ese día no.
Seguía teniendo el pulso desbocado, pero volvía a respirar.
—Dios, Zac.
Zac Carter sostenía su rostro entre sus manos de cirujano; sus hábiles dedos le rodeaban el cráneo mientras con el pulgar le acariciaba las mejillas, aguardando a que se recobrara. _____ asintió con gesto trémulo y se recostó en la silla. Él tomó otra silla y se sentó a horcajadas mientras la observaba con detenimiento.
—Estoy bien. He tenido una pesadilla, eso es todo.
—Ya. —Él bajó los dedos hasta su carótida y los mantuvo allí mientras le tomaba el pulso.
—Te he dicho que estoy bien. —Se retiró el pelo del rostro—. Solo ha sido una pesadilla.
—Gritabas tan fuerte que te he oído desde el rellano. Mierda, _____, me has dado un susto de muerte. Menos mal que tenía la llave, si no habría tenido que avisar a la policía. —Se estremeció—. Parecía que te estuvieran arrancando las entrañas.
Ella dio un respingo al recordar vívidamente el corazón del sueño.
—No tiene gracia, Zac.
—No pretendía hacer ningún chiste. —Sus cejas rojizas se unieron en un ceño de preocupación y desconcierto—. Menudo sueño. ¿Qué ha pasado?
_____ se puso en pie, y le fastidió notar que las rodillas se le doblaban como si fueran de goma.
—¿Cómo es que has venido?
—Estaba preocupado por ti. Has avisado a Amy de que no ibas a venir a comer y no me has llamado para decirme que estabas bien. He estado llamándote toda la tarde pero no contestabas, así que me he acercado hasta aquí al terminar el turno.
—He desconectado el teléfono para poder dormir.
—No estabas durmiendo —observó él.
Lo había intentado, varias veces, pero el maldito sueño la despertaba una y otra vez. Aunque no había gritado ninguna vez más, que supiera.
—Ahora sí.
—Ya. En la mesa, con la cara encima del teclado del ordenador. Pues me parece que a esos chismes electrónicos no les van muy bien las babas. ¿Qué está pasando, _____?
Él la siguió con la mirada mientras ella probaba a dar un paso en dirección a la cocina y luego otro.
—¿No te lo ha contado Amy?
—No. Solo me ha dicho que tenías un problemilla y se ha marchado para recogerte, acompañarte a casa, ayudarte a meterte en la cama y arroparte bien. Pero me parece que la cosa es un poco más grave.
—Vaya con el secreto profesional. Así que Amy sabe ser discreta. Bueno es saberlo. —_____ llegó hasta el frigorífico y se apoyó en la puerta, aún temblorosa—. Voy a servirme un vaso de vino. ¿Quieres otro?
Él la había seguido y ahora estaba apoyado en la puerta de la cocina con el entrecejo fruncido.
—No. ¿De qué secreto profesional hablas? Amy me ha dicho que se te había estropeado el coche.
—Pues lo ha dicho para no contarte que he solicitado sus servicios. —_____ dio con el sacacorchos y se alegró de tener algo entre las manos para no temblar tanto—. Soy sospechosa.
Zac frunció el entrecejo aún más.
—¿Cómo? ¿De un crimen?
_____ soltó una risa nerviosa mientras extraía el tapón de corcho de la botella.
—Y menudo crimen. Sírvelo tú, ¿quieres? Todavía me tiemblan las manos. —Él le sirvió un vaso y _____ lo vació de tres ruidosos tragos—. Más.
Zac obedeció en silencio y ella se llevó el vaso al comedor y volvió a sentarse cómodamente en la silla.
—Anoche se suicidó una paciente mía.
—¿Tiene que ver con la llamada que recibiste? ¿Por eso me pediste que te acompañara?
Ella sacudió la mano.
—Sí, pero habría acabado pasando de todos modos, así que no tengas remordimientos. Siéntate, cariño. Voy a contarte una cosa.
Él se sentó y ella se lo contó todo, desde la mirada acusadora de los ojos de Jonas hasta el encuentro con la joven periodista al salir de la comisaría.
Zac permaneció unos momentos sin decir absolutamente nada.
—Menuda locura —soltó al fin.
_____ se echó a reír.
—Supongo que es una palabra tan apropiada como cualquier otra. —Empujó su vaso hasta que chocó con la botella que él había depositado en la mesa—. Más, por favor.
Él le sirvió el que ya era el cuarto vaso.
—¿Te han acusado?
—Aún no. Estaría bien que te quedaras en la ciudad. Tal vez te necesite para que testifiques en mi favor.
Él frunció el entrecejo.
—No le encuentro la gracia, _____.
Ella ladeó la cabeza.
—No tenía intención de hacerme la graciosa. Tengo problemas serios. —Señaló las cintas magnetofónicas apiladas junto a su radiocasete—. Y en ninguna cinta he encontrado nada que me dé una pista. Cynthia no mencionó a nadie en concreto en ninguna de las sesiones, y eso que hay grabadas cinco horas. Lo he transcrito todo palabra por palabra.
Zac respiró hondo, pensativo.
—¿Y ahora qué?
_____ se encogió de hombros.
—Lo primero es terminarme el vino. Luego tengo que dormir, en condiciones. Espero que tanto vino me deje grogui y no vuelva a tener ese estúpido sueño. Mañana le llevaré las transcripciones a Jonas. Después, si durante la noche no ha dado con nada que le sirva para arrestarme, iré al hospital y pasaré consulta. —Volvió a encogerse de hombros—. A partir de ahí, todo son conjeturas.
—¿Estás segura de que es eso lo que quieres hacer?
Ella esbozó una sonrisa ladeada y empezó a dar golpecitos con una uña en la botella casi vacía; había bebido lo bastante para sentirse contentilla.
—Ya lo he hecho. Llevo cuatro vasos.
—_____ —Zac le dirigió una mirada de advertencia—, me refiero a si te parece sensato darle al detective esa información. Puede que fuera uno de los que te fastidió el contrato.
—Es posible. De hecho, es probable. Aun así, Miller y él son mi única oportunidad de que todo esto se resuelva, por ahora. Si ellos lo arruinan, hablaré con su jefe. A Spinnelli sigo cayéndole bien. De momento será mejor que colabore con los detectives. —Apoyó la cabeza en el respaldo de la silla y cerró los ojos—. Zac, a Cynthia Adams la mataron; está tan claro como si la hubieran empujado literalmente por el balcón. Si tengo oportunidad de ayudar a Jonas a descubrir quién ha sido, todo esto se terminará y yo podré retomar mi vida. —Se esforzó por ponerse en pie, y esa vez agradeció que él la ayudara—. Ahora necesito dormir. —Se apoyó en el hombro de Zac y regresó al dormitorio.
Ella soltó una risita cuando él la empujó para meterla en la cama y le quitó los calcetines. _____ se apoyó sobre los codos y le sonrió. Zac era muy atractivo, y había oído más de un rumor sobre lo hábil que era con las manos al margen de la cirugía. Pero ellos no eran más que amigos, entre ambos no había nada de química. Después de Amy, Zac era el mejor amigo de _____; además, estaba comprometido y era hombre de una sola relación. Aun así, no pudo resistir la tentación de provocarlo.
—Hace mucho tiempo que no me acuesto con un hombre, Zac. ¿Seguro que no quieres quedarte?
Él le sonrió.
—Es una proposición tentadora, _____. Pero ¿qué diría Robin?
Ella cerró los ojos.
—No tiene de qué preocuparse, estás a salvo de mis terribles garras. —Soltó otra risita. Se sentía lo bastante reconfortada y relajada para encontrarse a gusto—. Dile a Robin que no te he puesto un dedo encima. —Se acurrucó en la almohada, y exhaló un suspiro cuando él le retiró el pelo de la cara. Empezaba a adormilarse—. Otra vez me toca dormir sola.
Zac vaciló.
—_____.
Ella abrió un ojo. La expresión de él le transmitió a _____ pesadumbre y a la vez hizo que, inesperadamente, una profunda nostalgia invadiera su corazón. Era el vino, se dijo. «Porque lo de ese hijo de p*uta lo tengo superadísimo.» Hacía más de un año que no se acostaba con Justin Parks, y no lo echaba de menos. Por lo que a ella respectaba, podía irse al carajo. Sin embargo, sí que echaba de menos... estar con alguien, suponía. Se removió un poco y aquel pensamiento se esfumó. Al día siguiente tendría tiempo de sobras para reflexionar sobre su vida. «Sobre todo si Jonas consigue detenerme.»
—Estoy bien, Zac. Ve a casa con Robin. Cierra la puerta con llave y no dejes que Bella salga. —Como si hubiera oído su nombre, la gatita parda de _____ se subió a la cama de un salto, se enroscó junto a ella en la almohada y empezó a emitir un fuerte ronroneo.
—Llámame mañana, _____.
El sueño la estaba venciendo. Por fin. Menos mal.
—De acuerdo.
Andrea P. Jonas:)
Re: No Te Escondas (N. Jonas y Tu)
siento a comentar tanto pero la escuela =$ a es mala =)
me encanta la novela siguelaaaa
me encanta la novela siguelaaaa
Dorin
Re: No Te Escondas (N. Jonas y Tu)
holaaa mis niñas perdon por no subirles estos dias!!! pero esque mañana empiezo exámenes :x y como es el ultimo semestre y la segunda unidad tengo que sacar buenas calificaciones y estudiar mucho! porque si repruebo alguna materia no me graduo :roll: y creo que eso a mi papas no les gustaría mucho :P en fin... tratare de subirles hoy... si no pues les prometo subirles maraton! ok! bueno chicas las quiero!! :hug:
Andrea P. Jonas:)
Re: No Te Escondas (N. Jonas y Tu)
holaaa me encanta la novela cada vez me quedo mas loca con lo q leo esta increible sigue pronto no aguanto x saber q mas pasara
ElitzJb
Re: No Te Escondas (N. Jonas y Tu)
holaa!! chiacas pooor fiin! tengo un poco de tiempo para subirles cap! no puedo subirles el maraton que les prometi y la verdad es que no se cuando pueda subirlo pero les prometo que tendran su maraton ok! bueno chicas espero que les guste el cap de hoy! las quiero!!! :hug:
"Daniel Morris, seis años y dos meses de edad. Causa de la muerte: asfixia. En los pulmones se han encontrado restos de fibra correspondientes a una almohada de espuma."
«Mierda.»
Nicholas soltó el informe del forense sobre su mesa de trabajo y se tragó la bilis que se le había subido a la garganta. El c*abrón del padre había ahogado a su hijo con una almohada, luego le había roto el cuello y lo había tirado por la escalera para ocultar el crimen. Nicholas apretó los dientes. Encima, la madre del pequeño le había seguido la corriente, y eso aún empeoraba las cosas. Cerró los ojos y tomó aire por la nariz. «Cálmate. No conseguirás hacerle justicia al niño si pierdes los nervios.» Oía la voz de Milller en su cabeza, firme y tranquilizadora, igual que cuando ambos, codo con codo, habían presenciado cómo el forense cerraba la cremallera de la bolsa que contenía el pequeño cadáver el viernes por la noche.
«Caray.» Tragó saliva y frunció los labios; detestaba notar que se le humedecían los ojos. «Piensa en otra cosa, en cualquier otra cosa.» Pensó en Cynthia Adams y en _____ Rossi. Había cumplido la promesa que le había hecho a Danielle y se había centrado solo en Adams, en descubrir quién deseaba su muerte. Se había presentado en la asesoría financiera en la que trabajaba la chica para averiguar por dónde solía dejarse caer en su tiempo libre. Se estremeció al reparar en lo inapropiada que resultaba la expresión.
Decidió seguir la pista de los lirios. Seguro que en la tienda recordarían quién había comprado tantas flores, y...
—¿Detective?
La voz que irrumpió sin previo aviso hizo que se levantara de un salto. Al alzar la mirada vio a _____ Rossi de pie junto a su mesa con cara de preocupación. El pulso, que había empezado a recuperar su ritmo normal, volvió a acelerársele de golpe y por unos instantes todo cuanto pudo oír fue el bombeo de su propia sangre. El martilleo persistía mientras miraba a la chica de arriba abajo.
Ese día iba vestida como una profesional y llevaba un abrigo de color tabaco en el brazo. Había sustituido los vaqueros ajustados y la chaqueta roja de piel por un entallado traje pantalón gris marengo que le confería un aspecto más formal. Ya no lucía los rizos rebeldes; se había alisado el pelo y lo llevaba recogido en la nuca, aunque había dejado unos cuantos mechones sueltos para suavizar sus facciones. El maquillaje era más discreto, nada de pintalabios carmín. La única nota de color la proporcionaba una bufanda de seda roja anudada al cuello con holgura. En lugar de las botas de tacón de aguja lucía unos prácticos mocasines planos muy brillantes. Parecía una modelo de portada vestida de Empresaria del Año; de no haber visto el aspecto tan extremado del día anterior no creería posible tal transformación.
La cuestión era que llevara o no indumentaria formal, fuera o no una lagarta calculadora, resultara o no sospechosa... al mirarla se le hacía la boca agua, lo que la convertía en una mujer peligrosa, de las que se miran pero no se tocan, daba igual quiénes fueran sus devotos. Nicholas volvió a levantar la vista hasta cruzarla con la de ella.
—Doctora Rossi, no he oído el timbre del ascensor.
Ella había soportado el escrutinio sin pronunciar palabra.
—Es que he subido por la escalera. Detective Jonas, siento molestarle tan temprano —dijo en tono suave—. Esta mañana tengo que pasar consulta y antes quería dejarle esto. No iba a subir, pero el oficial de guardia me ha dicho que estaba en el despacho y me ha hecho pasar.
Alzó un hombro y con expresión irónica añadió:
—Supongo que no ha oído las noticias.
Nicholas señaló la silla que había junto a su mesa.
—¿Le apetece un café?
—¿De su cafetera? —La chica esbozó una sonrisa ladeada y Nicholas se sintió atraído por ella a la vez que trataba con todas sus fuerzas de evitarlo—. Seguro que quiere envenenarme. No, gracias, detective. —Volvió a ponerse seria y sacó de su maletín un sobre de papel manila—. Me quedé hasta tarde transcribiendo las cinco últimas visitas que hice a Cynthia Adams. He pensado que podrían servir para... arrojar un poco de luz mientras investigan su muerte.
No era eso lo que esperaba que dijera, pero de todos modos tomó el sobre y vació su contenido en la mesa. Había un montón de hojas mecanografiadas y cinco cintas magnetofónicas.
—¿Graba las visitas?
—No todas, solo las de algunos pacientes, y siempre con su permiso.
—Así que Cynthia Adams le dio permiso para grabarla.
—Al principio, no. Cuando empezó a acudir a la consulta negaba los aspectos más desviados de su conducta. Me contó lo de las citas.
—Lo de los amantes.
—Lo de las relaciones de una sola noche —lo corrigió—. Pero en la siguiente visita lo negó todo. Por eso la convencí de que me permitiera grabar la conversación, para que luego pudiera oír lo que me había contado. —Su expresión se tornó sombría—. Se quedó... destrozada. Pero al menos nos sirvió para tratar el verdadero problema.
Aquella mujer no era para nada tal como esperaba. Supuso que Danielle no se hubiera sorprendido, ni tampoco Milller, ni Spinnelli.
—Se refiere a la depresión.
—Sí. Tenía que controlarla porque influía en el resto de su conducta.
—Como en el intento de suicidio de hace un año.
—Y en su parafilia... su adicción al sexo —aclaró—. Para Cynthia era una compulsión, posiblemente se tratara de una forma de controlar a los hombres y a su propio cuerpo al mismo tiempo.
—Porque su padre había abusado de ella.
—Sí. Casi nunca invitaba a su casa dos veces al mismo hombre, por mucho que él insistiera.
Nicholas tomó el montón de papeles y empezó a hojearlos.
—¿Quién insistió?
—Unos cuantos. He subrayado los nombres de los que sé que lo hicieron, pero Cynthia no me facilitó los apellidos, y creo que la mitad de las veces se inventaba los nombres.
—Entonces, ¿cómo sabe que el resto era verdad?
Rossi exhaló un suspiro, parecía cansada.
—Uno de los medicamentos que tomaba puede causar hepatotoxicidad, así que tenía que hacerse análisis de sangre con frecuencia. El hígado no estaba afectado, pero le encontraron gonorrea, la había contraído una de esas noches. Quién sabe a cuántos hombres contagió. Por ley, me vi obligada a denunciarlo al Departamento de Sanidad. Hablé con una tal señorita Tuttle, ella se ocupó del caso de Cynthia. Acordamos que le contaría a mi paciente lo de la enfermedad de transmisión sexual y también que había dado parte de ello. —Respiró hondo—. Cynthia se enfadó muchísimo conmigo por haber vulnerado su privacidad. Me aseguró a grito pelado que eso le costaría el puesto de trabajo. Fue la penúltima vez que la vi. Me juró que no volvería.
—Pero la visitó una vez más, o sea que sí que volvió.
—Sí. Se había despertado junto a un hombre y no recordaba haber estado flirteando con él.
—Es decir que no controlaba qué había pasado.
—Exacto. Se asustó tanto que fue a verme. Le cambié la medicación y le dije que volviera a visitarme al cabo de una semana, pero no apareció por la consulta.
—Por eso fue a su casa.
—Sí, pero no estaba, o no me contestó. —Entrecerró un poco los ojos—. Es normal que encontraran mis huellas dactilares en el timbre, es posible que las hubiera incluso en el marco de la puerta de entrada, pero ni siquiera llegué a tocar la manilla esa noche, detective. Le pedí a un colega que me acompañara por si había algún problema.
Era lo mismo que había dicho el día anterior durante el interrogatorio.
—¿Suele hacerlo? Lo de pedirle a alguien que la acompañe.
—Sí, siempre. O voy acompañada o no voy. —Cerró los ojos—. El sábado pasado fue una excepción, ninguna de las personas a quienes suelo avisar estaba disponible.
Nicholas sacó su cuaderno.
—¿A quién avisó el sábado, doctora?
Ella abrió los ojos.
—Primero llamé a Harrison Ernst, mi compañero de trabajo, pero no lo encontré en casa. Luego probé con Zachary Carter, pero tampoco estaba. Es cirujano, trabaja en el County. No querrá hablar con ustedes. Es un buen amigo y está bastante molesto por todo lo ocurrido.
Nicholas anotó el nombre y trató de no pensar en los celos que lo atenazaban. Así que había estado liada con Milller y ahora salía con el tal Carter. Bueno, daba igual.
—Cuénteme lo de la llamada que recibió el sábado.
—Llegué a casa a las doce y seis minutos. Anoche miré los números de teléfono grabados en el contestador, pero la llamada aparecía con identidad oculta. Puede comprobarlo si quiere. Por el sonido, parecía hecha desde un móvil, se oía ruido de fondo. La voz era de mujer, joven.
—¿De qué edad?
—No era una adolescente pero tampoco de mediana edad, al menos no me lo pareció. No me dijo cómo se llamaba, solo dijo que era vecina de Cynthia Adams y me aconsejó que fuera a su casa porque la chica estaba de pie en la barandilla del balcón y amenazaba con arrojarse al vacío.
Nicholas arrugó la frente mientras lo anotaba.
—¿Dijo que Adams amenazaba con arrojarse al vacío?
—Sí, creo que esas fueron sus palabras exactas. ¿Por qué?
—Porque hay testigos que dicen que no habló con nadie. Se limitó a acercarse a la barandilla, volverse de espaldas y dejarse caer.
El rostro de Rossi se tensó de forma apenas perceptible. Si Nicholas no hubiera estado pendiente de su gesto, no lo habría notado. El sábado no le había prestado suficiente atención. Estaba demasiado enfadado por varios motivos y dio por hecho que su fría expresión traslucía sus sentimientos. No tendría que haberse dejado engañar por las apariencias; normalmente no lo hacía, mierda. Pero existían pruebas.
—¿Cómo cree que fueron a parar sus huellas dactilares a casa de Adams, doctora?
Ella sacudió la cabeza, despacio.
—No lo sé. Me he estrujado los sesos tratando de encontrar una explicación. —Miró su reloj—. Tengo que marcharme, detective. Aquí tiene mi tarjeta, he anotado el móvil detrás, pero no lo llevo nunca encima mientras paso consulta. Si necesita hablar conmigo, mi secretaria sabrá cómo localizarme. —Se puso en pie y se arregló la bufanda. Vaciló un instante y luego volvió a fijar la mirada en él—. No tenía intención de husmear en su mesa, detective, pero he visto el informe forense que estaba leyendo cuando he entrado, el del niño.
Nicholas entrecerró los ojos. Notó afluir la sangre a sus mejillas.
—No era asunto suyo, doctora. Y sigue sin serlo.
—Ya lo sé. Solo quiero decirle que... lo siento. En su trabajo le toca ver de todo, y supongo que a veces se pone de mal humor aunque no quiera.
Lo estaba absolviendo. Qué ironía.
—A usted también le toca ver de todo.
La sonrisa de ella denotaba tristeza y menosprecio por sí misma.
—No es lo mismo, yo no trato a niños pequeños. Cuando empecé a ejercer intenté trabajar con niños maltratados y no fui capaz. —Ladeó la cabeza sin apartar la mirada—. Le sorprende.
A Nicholas no le hacía ninguna gracia ser tan transparente.
—Un poco, sí.
—No confía en los psiquiatras.
—Usted hace su trabajo, doctora, y yo el mío.
Los labios de ella se curvaron.
—Que me ocupe de los pacientes y le deje en paz, vaya. Tiene razón, detective. —Se puso el abrigo mientras él la observaba; se moría de ganas de ayudarla, pero su cerebro le ordenaba que se estuviera quieto—. Si recuerdo algo más, me pondré en contacto con usted. ¿Me avisará si encuentran mis huellas dactilares en alguna otra parte?
Él sonrió aun sin quererlo.
—Lo haré. Gracias por venir. Ah... mi cuñada le manda saludos.
La chica asintió.
—Danielle es una buena amiga. Dele también los míos.
Se dirigió a la puerta que daba a la escalera, pero se detuvo en seco. Allí estaba Milller, con las manos en los bolsillos y el entrecejo fruncido.
—_____, no esperaba encontrarte aquí.
—No pensaba subir. —Se abrió paso, pero Milller se volvió para seguirla; la asió del brazo y le dirigió una mirada penetrante.
—Lo siento, _____. No tendría siquiera que habérseme pasado por la cabeza una cosa así.
Incluso desde la otra punta del despacho, Nicholas se estremeció al observar que ella cerraba los ojos y que su voz recobraba la serenidad. De nuevo era la mujer que había pronunciado ante el tribunal las palabras que habían servido para dejar en libertad a un asesino. Poco a poco, ella apartó el brazo para librarse de Milller.
—No, no tendría que habérsete pasado por la cabeza. Ahí he dejado un poco de información para que le eches un vistazo. Que tengas un buen día, Joe.
Dicho eso, se marchó y dejó a Milller con la mano extendida y la expresión sombría.
El hombre se dio media vuelta, se dejó caer en la silla y se quedó mirando la mesa de trabajo un rato antes de ver el informe forense del pequeño Danny Morris. Tragó saliva.
—Maldición, sí que empezamos bien el día.
Nicholas sirvió café para ambos y se sentó en el borde de la mesa de Milller, situada justo frente a la suya.
—Milller, cuéntame qué pasó entre Rossi y tú. Danielle me ha dicho que sabes que el año pasado sufrió una agresión.
Milller rodeó la taza con ambas manos.
—Hace frío fuera.
—Hace un momento aquí también se respiraba bastante frialdad.
—Diablos —repitió Milller. Pero dio un resoplido y se arrellanó en la silla—. Unas dos semanas antes del juicio de Green, a _____ le pidieron que examinara a otro sospechoso.
—Debió de ser antes de que le rescindieran el contrato con la fiscalía.
Milller levantó la cabeza al instante.
—Sí, ocurrió antes. El tipo al que tenía que examinar era muy mal actor. Había asesinado a su casera y al marido inválido de esta. El hombre decía padecer esquizofrenia, pero en opinión del fiscal del estado solo llevaba un colocón. El abogado defensor pensaba alegar que no estaba en su sano juicio. Era una mole. —Milller guardó silencio durante unos segundos, luego sacudió la cabeza—. Cuando entró llevaba grilletes y esposas. _____ se sentó lo más lejos posible de él. Lo había arrestado yo, así que tuve que quedarme al otro lado del cristal, con el fiscal... Patrick Hurst. Pero en la sala había un guardia. El tipo miró a _____ de arriba abajo. —Milller volvió la cabeza y sus labios se fruncieron en una mueca de disgusto—. El muy c*abrón, parecía que la odiara, ¿te lo imaginas?
—Sí. —De hecho, Nicholas se avergonzaba un poco de ello—. ¿Qué hizo el sospechoso?
—Esperó el momento apropiado para saltar al otro lado de la mesa y agredirla. —Milller dejó la taza en la mesa—. Le rodeó la garganta con la cadena de las esposas y estuvo a punto de romperle el cuello.
Nicholas se estremeció.
—¿Y qué hizo el guardia?
Milller se mordió la parte interior de la mejilla.
—Actuó enseguida, pero ese bruto tenía a _____. Yo tardé menos de quince segundos en entrar y ya la había agredido. Le dio la vuelta y le golpeó la cabeza contra la pared de hormigón, la arrinconó y empezó a asfixiarla. Nunca olvidaré la expresión de los ojos de _____, creía que aquel día iba a morir.
—¿Fuiste tú quien le quitó de encima al tipo?
—Entre el forense y yo, y dos guardias. Para entonces, ya había perdido el conocimiento. Tenía un brazo roto y una fisura en el cráneo. Aún tiene la marca de la cadena en el cuello.
Nicholas recordó la vistosa bufanda que llevaba puesta por la mañana y comprendió el motivo. La idea de que un asesino la hubiera agarrado por el cuello lo puso furioso.
—Así que la acompañaste al hospital y te quedaste un rato con ella.
—Sí. Avisé a su hermano, y esa misma noche tomó un avión desde Filadelfia. Al día siguiente me acerqué para ver cómo estaba y empezamos a charlar. Bueno, de hecho ella no podía hablar; tenía que anotar las frases en un cuaderno porque le habían quedado afectadas las cuerdas vocales. Al cabo de unos cuantos días recobró la voz. —Milller esbozó una sonrisa—. Me recordaba a mi hermana pequeña, descarada como ella sola. Nos hicimos... amigos.
—¿Aún te la recuerda?
Milller arqueó las cejas.
—¿A mi hermana? Sí. —Se recostó en el respaldo de la silla y observó el rostro de Nicholas con detenimiento—. ¿A ti también te recuerda a la tuya, Nicholas?
Se le pasó por la cabeza mentir, pero al final decidió no hacerlo.
—No.
Milller soltó una risita.
—Vaya, vaya.
—Vuelve a decirlo y te la ganarás.
—¿Por qué? Sabes muy bien que no ha sido ella. Aclararemos el asunto y tendrás el campo libre.
—Déjalo correr, Milller. —Las mujeres como _____ Rossi costaban muchísimo de mantener. Nicholas extendió el brazo hacia atrás y alcanzó una hoja de la impresora—. Tengo una lista de todas las floristerías en un radio de ocho kilómetros desde casa de Cynthia Adams. He pensado que podríamos averiguar si alguien ha comprado muchos lirios hace poco.
—Dame la mitad. —Milller aguardó a que Nicholas volviera a su mesa antes de añadir—: No tiene pareja.
Nicholas, que estaba a punto de marcar el primer número, se detuvo en seco.
—¿Qué?
—Que no tiene pareja. La tuvo, pero se acabó.
«Déjalo estar, Jonas», le dictaba la parte sensata de su cerebro, pero la parte más estúpida no estaba de acuerdo. Se removió en la silla y miró a Milller, que no le prestaba ninguna atención y había marcado ya el primer número de la lista. Excitado, y molesto por ello, Nicholas llamó a cinco floristerías; cuando hubo terminado colgó de golpe el teléfono.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
—Sabes muy bien a qué me refiero —dijo Nicholas entre dientes—. No seas estupido.
Milller lo miró sonriente. Qué engreído.
—Rompió con su novio dos semanas antes de la boda. —La sonrisa de Milller se desvaneció—. La gente decía que él la engañaba.
Nicholas sacudió la cabeza sin saber qué contestar. Según parecía, tenía más cosas en común con _____ Rossi de las que se imaginaba en un principio.
—Pues menudo idiota.
—En eso estamos de acuerdo. ¿Has averiguado algo de los lirios?
—Han vendido rosas, claveles... pero lirios no. Por lo menos no tantos como vimos en el piso.
—Es probable que los comprara en varios sitios. Vamos a llamar a diez establecimientos y luego nos acercaremos hasta la asesoría financiera donde Adams trabajaba.
—Ya veo que tienes un plan.
—Dime, Samantha —respondió con más brusquedad de la que pretendía, y torció el gesto al pisar un charco y mojarse el pie hasta el tobillo. Se cobijó bajo la marquesina que había frente al hospital psiquiátrico y notó un escalofrío mientras sacudía el zapato, probablemente deteriorado sin remedio, para eliminar el agua sucia y helada. Hacía una mañana horrible, fría y lluviosa, en total sintonía con su estado de ánimo.
—¿Qué ocurre? —preguntó más calmada.
—Esta mañana ha recibido unas cuantas llamadas, doctora.
Otro escalofrío recorrió la espalda de _____, pero esta vez no tenía nada que ver con la fría lluvia; reprimió lo que a buen seguro habría sido una palabra malsonante.
—¿De quién?
—De periodistas. Uno llamaba del Tribune y otro del Channel Eight. Querían saber qué opina del artículo que sobre el caso ha publicado el Bulletin esta mañana.
Un dolor agudo se propagó por su cabeza. «El Bulletin.» Le vino a la mente la imagen de la joven de ojos grises con la larga trenza rubia.
—Déjame adivinarlo. Es cosa de Joanna Carmichael.
—No, quien firma el artículo es Cyrus Bremin; pero... sí, el nombre de Carmichael aparece en las fotos. Así, ¿no ha visto el artículo?
«Fotos.» El dolor se volvió tres veces más intenso.
—No. ¿Habla muy mal del caso?
—Fatal. También ha recibido dos llamadas de un tal doctor Fenwick, del consejo de cualificaciones profesionales. Quiere que se ponga en contacto con él de inmediato. —Samantha le dictó el número de un tirón—. Le he explicado que esta mañana tenía que pasar consulta en el hospital, pero ha insistido.
A _____ se le revolvió el estómago mientras grababa el número.
—¿Ha llamado alguien más?
—La señora Brown sufre ataques de pánico. Le he pedido que lo consultara con el doctor Gryce. El señor Winslow ha llamado tres veces; no ha querido hablar con nadie que no fuera usted. Se ha puesto histérico, así que le he dado visita para las tres.
—Gracias. —Guardó el teléfono en el bolsillo. Tenía el corazón tan acelerado que pensaba que iba a salírsele del pecho. Echó un rápido vistazo a su alrededor. Al otro lado de la calle había una serie de máquinas expendedoras de periódicos.
Cruzó el semáforo en rojo, lo que le valió unos cuantos bocinazos y gritos airados. Al recoger el periódico de la máquina le temblaban las manos. «En portada.» Aparecía en portada.
La lluvia caía sobre su cabeza y le estaba empapando el abrigo, pero era incapaz de moverse. Su propio rostro la miraba desde la portada del periódico junto a una espantosa fotografía de Cynthia Adams, en la que esta yacía ensartada en un hierro en una calle de Chicago. Solo faltaba el titular que estaba a punto de hacer que se le desbocara el corazón: PSIQUIATRA DE PRESTIGIO IMPLICADA EN EL SUICIDIO DE UNA PACIENTE.
Volvió a sonar el móvil y respondió con voz acartonada.
—Rossi.
—Soy Amy. ¿Has visto el Bulletin de esta mañana?
—Sí.
Ambas guardaron silencio mientras la lluvia seguía cayendo a cántaros.
—¿Dónde estás, _____?
De algún modo la realidad volvió a poner en funcionamiento la mente de _____; impulsada por otro arrebato de furia sofocante, se espabiló y tiró el periódico a la papelera más próxima. Tenía pacientes a quienes visitar y no podía perder el tiempo plantada bajo la lluvia como una insensata. Volvió a cruzar la calle con paso enérgico, pero esta vez aguardó a que el semáforo se pusiera verde. La lluvia la traía sin cuidado; total, ya estaba calada hasta los huesos.
—Ahora tengo que pasar consulta, Amy, pero parece que luego me esperan en el consejo de cualificaciones profesionales, y creo que mi abogada tendrá que acompañarme.
—Dime el lugar y la hora y allí estaré.
_____ notó cierta tirantez en la garganta y se la aclaró con decisión.
—Gracias.
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[size=18]—Ya estoy en casa.
Joanna Carmichael levantó la vista de la página de deportes y casi se atragantó con los Choco Krispies. Su novio estaba plantado en medio del salón, empapado por la lluvia; en una mano llevaba un montón de periódicos y en la otra un enorme ramo de flores amarillas. Exhibía una de esas sonrisas amplias y sensibleras que solo solía lucir tras una sesión de sexo.
—¿Qué has hecho, Keith?
—Te traigo un regalito.
El montón de periódicos aterrizó en la mesa con un golpe sordo que agitó la leche del bol. Debía de haber comprado por lo menos veinte ejemplares del Bulletin, cada uno de los cuales constituía una patente muestra de la traición de su editor. En todos ellos era Cyrus Bremin quien firmaba su artículo. «Mi artículo.» Schmidt le había prometido que publicaría un artículo suyo, pero no que aparecería su firma, pensó Joanna con amargura.
Keith se sacudió el agua como un perro y luego le tendió el ramo de flores con un ademán majestuoso.
—He pensado que te gustaría enviar unos cuantos recortes a tu familia.
Y una mierda. Apretó los dientes.
—Keith, ese no es mi artículo.
La sonrisa del chico se desvaneció mientras permanecía allí plantado, sosteniendo las flores que ella se negaba a aceptar.
—Pues claro que sí. Y aparece en portada.
—Es de Bremin —le espetó—. Lo firma él por ser el jefe del departamento de investigación periodística. El asqueroso de Schmidt le cedió mi artículo.
—Tu nombre aparece junto a las fotografías —dijo él en tono tranquilo mientras dejaba a un lado las flores. La alegría se había borrado por completo de su rostro.
—Las fotografías... —repitió ella con desdén—. Yo no soy fotógrafa, soy periodista, y si tuvieras un ápice de sentido común verías la diferencia.
Él se alisó el pelo mojado.
—Me parece que tengo bastante sentido común, Jo. Veo la diferencia, pero también veo que tu nombre aparece en la portada de un periódico de prestigio. Eso era cuanto querías, cuanto necesitabas para demostrarle a tu padre de qué eras capaz por ti misma. Ya podemos marcharnos a casa.
Joanna arrojó los periódicos al suelo. La alusión a su padre y la actitud condescendiente que tanto la exasperaba la puso a cien.
—No estoy ni mucho menos preparada para marcharme a casa, Keith. No lo estaré hasta que mi nombre destaque en portada.
Durante unos instantes, el chico permaneció quieto y se limitó a mirarla con aquel gesto que siempre la avergonzaba.
—Has hecho algo bueno, Jo. Has desenmascarado a una doctora que perjudicaba a sus propios pacientes. Si fueras capaz de dejar a un lado tu ego, tal vez te darías cuenta de que tengo razón. He tenido mucha paciencia contigo. Por fin tu nombre aparece en portada; me prometiste que en cuanto lo lograras regresaríamos a Atlanta. Jo, quiero irme a casa.
—Pues vete. —Indignada, se levantó para depositar el bol en el fregadero—. Pero te marcharás solo. No pienso abandonar esta ciudad hasta que mi nombre destaque. —Se fijó en el nombre de Cyrus Bremin, que parecía hacerle burla desde la pila de periódicos del suelo—. Tengo que ganarme la confianza de Schmidt. En medio de su airada ebullición, una idea empezó a tomar forma. Una exclusiva con Rossi me servirá. Me dijo que la llamara. —Al levantar la mirada vio a Keith retirarse al dormitorio y la invadió un súbito sentimiento de culpa—. Keith, siento haberte contestado mal. Es que estoy muy cabreada.
Él asintió sin volverse.
—No te olvides de poner las flores en agua. Siempre se te olvida y se mueren.
Joanna se sacudió de encima el malestar. Keith acabaría volviendo a su lado; en los seis años que llevaban de relación, siempre lo había hecho. Ahora tenía que centrarse en lo que realmente importaba. Tenía que convencer a Rossi para que le concediera una exclusiva. No resultaría fácil tras haberse publicado aquel artículo, pero siempre podía echarle la culpa a Bremin y limpiar así su reputación. Tal vez surtiera efecto. Además, así le demostraría a su padre que estaba equivocado. Era capaz de abrirse camino en el mundo periodístico sin su ayuda, y también sería capaz de ocupar el puesto que le correspondía en el negocio familiar gracias a los méritos que se había ganado a pulso.
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Capitulo 5
Lunes, 13 de marzo, 7.40 horas.
"Daniel Morris, seis años y dos meses de edad. Causa de la muerte: asfixia. En los pulmones se han encontrado restos de fibra correspondientes a una almohada de espuma."
«Mierda.»
Nicholas soltó el informe del forense sobre su mesa de trabajo y se tragó la bilis que se le había subido a la garganta. El c*abrón del padre había ahogado a su hijo con una almohada, luego le había roto el cuello y lo había tirado por la escalera para ocultar el crimen. Nicholas apretó los dientes. Encima, la madre del pequeño le había seguido la corriente, y eso aún empeoraba las cosas. Cerró los ojos y tomó aire por la nariz. «Cálmate. No conseguirás hacerle justicia al niño si pierdes los nervios.» Oía la voz de Milller en su cabeza, firme y tranquilizadora, igual que cuando ambos, codo con codo, habían presenciado cómo el forense cerraba la cremallera de la bolsa que contenía el pequeño cadáver el viernes por la noche.
«Caray.» Tragó saliva y frunció los labios; detestaba notar que se le humedecían los ojos. «Piensa en otra cosa, en cualquier otra cosa.» Pensó en Cynthia Adams y en _____ Rossi. Había cumplido la promesa que le había hecho a Danielle y se había centrado solo en Adams, en descubrir quién deseaba su muerte. Se había presentado en la asesoría financiera en la que trabajaba la chica para averiguar por dónde solía dejarse caer en su tiempo libre. Se estremeció al reparar en lo inapropiada que resultaba la expresión.
Decidió seguir la pista de los lirios. Seguro que en la tienda recordarían quién había comprado tantas flores, y...
—¿Detective?
La voz que irrumpió sin previo aviso hizo que se levantara de un salto. Al alzar la mirada vio a _____ Rossi de pie junto a su mesa con cara de preocupación. El pulso, que había empezado a recuperar su ritmo normal, volvió a acelerársele de golpe y por unos instantes todo cuanto pudo oír fue el bombeo de su propia sangre. El martilleo persistía mientras miraba a la chica de arriba abajo.
Ese día iba vestida como una profesional y llevaba un abrigo de color tabaco en el brazo. Había sustituido los vaqueros ajustados y la chaqueta roja de piel por un entallado traje pantalón gris marengo que le confería un aspecto más formal. Ya no lucía los rizos rebeldes; se había alisado el pelo y lo llevaba recogido en la nuca, aunque había dejado unos cuantos mechones sueltos para suavizar sus facciones. El maquillaje era más discreto, nada de pintalabios carmín. La única nota de color la proporcionaba una bufanda de seda roja anudada al cuello con holgura. En lugar de las botas de tacón de aguja lucía unos prácticos mocasines planos muy brillantes. Parecía una modelo de portada vestida de Empresaria del Año; de no haber visto el aspecto tan extremado del día anterior no creería posible tal transformación.
La cuestión era que llevara o no indumentaria formal, fuera o no una lagarta calculadora, resultara o no sospechosa... al mirarla se le hacía la boca agua, lo que la convertía en una mujer peligrosa, de las que se miran pero no se tocan, daba igual quiénes fueran sus devotos. Nicholas volvió a levantar la vista hasta cruzarla con la de ella.
—Doctora Rossi, no he oído el timbre del ascensor.
Ella había soportado el escrutinio sin pronunciar palabra.
—Es que he subido por la escalera. Detective Jonas, siento molestarle tan temprano —dijo en tono suave—. Esta mañana tengo que pasar consulta y antes quería dejarle esto. No iba a subir, pero el oficial de guardia me ha dicho que estaba en el despacho y me ha hecho pasar.
Alzó un hombro y con expresión irónica añadió:
—Supongo que no ha oído las noticias.
Nicholas señaló la silla que había junto a su mesa.
—¿Le apetece un café?
—¿De su cafetera? —La chica esbozó una sonrisa ladeada y Nicholas se sintió atraído por ella a la vez que trataba con todas sus fuerzas de evitarlo—. Seguro que quiere envenenarme. No, gracias, detective. —Volvió a ponerse seria y sacó de su maletín un sobre de papel manila—. Me quedé hasta tarde transcribiendo las cinco últimas visitas que hice a Cynthia Adams. He pensado que podrían servir para... arrojar un poco de luz mientras investigan su muerte.
No era eso lo que esperaba que dijera, pero de todos modos tomó el sobre y vació su contenido en la mesa. Había un montón de hojas mecanografiadas y cinco cintas magnetofónicas.
—¿Graba las visitas?
—No todas, solo las de algunos pacientes, y siempre con su permiso.
—Así que Cynthia Adams le dio permiso para grabarla.
—Al principio, no. Cuando empezó a acudir a la consulta negaba los aspectos más desviados de su conducta. Me contó lo de las citas.
—Lo de los amantes.
—Lo de las relaciones de una sola noche —lo corrigió—. Pero en la siguiente visita lo negó todo. Por eso la convencí de que me permitiera grabar la conversación, para que luego pudiera oír lo que me había contado. —Su expresión se tornó sombría—. Se quedó... destrozada. Pero al menos nos sirvió para tratar el verdadero problema.
Aquella mujer no era para nada tal como esperaba. Supuso que Danielle no se hubiera sorprendido, ni tampoco Milller, ni Spinnelli.
—Se refiere a la depresión.
—Sí. Tenía que controlarla porque influía en el resto de su conducta.
—Como en el intento de suicidio de hace un año.
—Y en su parafilia... su adicción al sexo —aclaró—. Para Cynthia era una compulsión, posiblemente se tratara de una forma de controlar a los hombres y a su propio cuerpo al mismo tiempo.
—Porque su padre había abusado de ella.
—Sí. Casi nunca invitaba a su casa dos veces al mismo hombre, por mucho que él insistiera.
Nicholas tomó el montón de papeles y empezó a hojearlos.
—¿Quién insistió?
—Unos cuantos. He subrayado los nombres de los que sé que lo hicieron, pero Cynthia no me facilitó los apellidos, y creo que la mitad de las veces se inventaba los nombres.
—Entonces, ¿cómo sabe que el resto era verdad?
Rossi exhaló un suspiro, parecía cansada.
—Uno de los medicamentos que tomaba puede causar hepatotoxicidad, así que tenía que hacerse análisis de sangre con frecuencia. El hígado no estaba afectado, pero le encontraron gonorrea, la había contraído una de esas noches. Quién sabe a cuántos hombres contagió. Por ley, me vi obligada a denunciarlo al Departamento de Sanidad. Hablé con una tal señorita Tuttle, ella se ocupó del caso de Cynthia. Acordamos que le contaría a mi paciente lo de la enfermedad de transmisión sexual y también que había dado parte de ello. —Respiró hondo—. Cynthia se enfadó muchísimo conmigo por haber vulnerado su privacidad. Me aseguró a grito pelado que eso le costaría el puesto de trabajo. Fue la penúltima vez que la vi. Me juró que no volvería.
—Pero la visitó una vez más, o sea que sí que volvió.
—Sí. Se había despertado junto a un hombre y no recordaba haber estado flirteando con él.
—Es decir que no controlaba qué había pasado.
—Exacto. Se asustó tanto que fue a verme. Le cambié la medicación y le dije que volviera a visitarme al cabo de una semana, pero no apareció por la consulta.
—Por eso fue a su casa.
—Sí, pero no estaba, o no me contestó. —Entrecerró un poco los ojos—. Es normal que encontraran mis huellas dactilares en el timbre, es posible que las hubiera incluso en el marco de la puerta de entrada, pero ni siquiera llegué a tocar la manilla esa noche, detective. Le pedí a un colega que me acompañara por si había algún problema.
Era lo mismo que había dicho el día anterior durante el interrogatorio.
—¿Suele hacerlo? Lo de pedirle a alguien que la acompañe.
—Sí, siempre. O voy acompañada o no voy. —Cerró los ojos—. El sábado pasado fue una excepción, ninguna de las personas a quienes suelo avisar estaba disponible.
Nicholas sacó su cuaderno.
—¿A quién avisó el sábado, doctora?
Ella abrió los ojos.
—Primero llamé a Harrison Ernst, mi compañero de trabajo, pero no lo encontré en casa. Luego probé con Zachary Carter, pero tampoco estaba. Es cirujano, trabaja en el County. No querrá hablar con ustedes. Es un buen amigo y está bastante molesto por todo lo ocurrido.
Nicholas anotó el nombre y trató de no pensar en los celos que lo atenazaban. Así que había estado liada con Milller y ahora salía con el tal Carter. Bueno, daba igual.
—Cuénteme lo de la llamada que recibió el sábado.
—Llegué a casa a las doce y seis minutos. Anoche miré los números de teléfono grabados en el contestador, pero la llamada aparecía con identidad oculta. Puede comprobarlo si quiere. Por el sonido, parecía hecha desde un móvil, se oía ruido de fondo. La voz era de mujer, joven.
—¿De qué edad?
—No era una adolescente pero tampoco de mediana edad, al menos no me lo pareció. No me dijo cómo se llamaba, solo dijo que era vecina de Cynthia Adams y me aconsejó que fuera a su casa porque la chica estaba de pie en la barandilla del balcón y amenazaba con arrojarse al vacío.
Nicholas arrugó la frente mientras lo anotaba.
—¿Dijo que Adams amenazaba con arrojarse al vacío?
—Sí, creo que esas fueron sus palabras exactas. ¿Por qué?
—Porque hay testigos que dicen que no habló con nadie. Se limitó a acercarse a la barandilla, volverse de espaldas y dejarse caer.
El rostro de Rossi se tensó de forma apenas perceptible. Si Nicholas no hubiera estado pendiente de su gesto, no lo habría notado. El sábado no le había prestado suficiente atención. Estaba demasiado enfadado por varios motivos y dio por hecho que su fría expresión traslucía sus sentimientos. No tendría que haberse dejado engañar por las apariencias; normalmente no lo hacía, mierda. Pero existían pruebas.
—¿Cómo cree que fueron a parar sus huellas dactilares a casa de Adams, doctora?
Ella sacudió la cabeza, despacio.
—No lo sé. Me he estrujado los sesos tratando de encontrar una explicación. —Miró su reloj—. Tengo que marcharme, detective. Aquí tiene mi tarjeta, he anotado el móvil detrás, pero no lo llevo nunca encima mientras paso consulta. Si necesita hablar conmigo, mi secretaria sabrá cómo localizarme. —Se puso en pie y se arregló la bufanda. Vaciló un instante y luego volvió a fijar la mirada en él—. No tenía intención de husmear en su mesa, detective, pero he visto el informe forense que estaba leyendo cuando he entrado, el del niño.
Nicholas entrecerró los ojos. Notó afluir la sangre a sus mejillas.
—No era asunto suyo, doctora. Y sigue sin serlo.
—Ya lo sé. Solo quiero decirle que... lo siento. En su trabajo le toca ver de todo, y supongo que a veces se pone de mal humor aunque no quiera.
Lo estaba absolviendo. Qué ironía.
—A usted también le toca ver de todo.
La sonrisa de ella denotaba tristeza y menosprecio por sí misma.
—No es lo mismo, yo no trato a niños pequeños. Cuando empecé a ejercer intenté trabajar con niños maltratados y no fui capaz. —Ladeó la cabeza sin apartar la mirada—. Le sorprende.
A Nicholas no le hacía ninguna gracia ser tan transparente.
—Un poco, sí.
—No confía en los psiquiatras.
—Usted hace su trabajo, doctora, y yo el mío.
Los labios de ella se curvaron.
—Que me ocupe de los pacientes y le deje en paz, vaya. Tiene razón, detective. —Se puso el abrigo mientras él la observaba; se moría de ganas de ayudarla, pero su cerebro le ordenaba que se estuviera quieto—. Si recuerdo algo más, me pondré en contacto con usted. ¿Me avisará si encuentran mis huellas dactilares en alguna otra parte?
Él sonrió aun sin quererlo.
—Lo haré. Gracias por venir. Ah... mi cuñada le manda saludos.
La chica asintió.
—Danielle es una buena amiga. Dele también los míos.
Se dirigió a la puerta que daba a la escalera, pero se detuvo en seco. Allí estaba Milller, con las manos en los bolsillos y el entrecejo fruncido.
—_____, no esperaba encontrarte aquí.
—No pensaba subir. —Se abrió paso, pero Milller se volvió para seguirla; la asió del brazo y le dirigió una mirada penetrante.
—Lo siento, _____. No tendría siquiera que habérseme pasado por la cabeza una cosa así.
Incluso desde la otra punta del despacho, Nicholas se estremeció al observar que ella cerraba los ojos y que su voz recobraba la serenidad. De nuevo era la mujer que había pronunciado ante el tribunal las palabras que habían servido para dejar en libertad a un asesino. Poco a poco, ella apartó el brazo para librarse de Milller.
—No, no tendría que habérsete pasado por la cabeza. Ahí he dejado un poco de información para que le eches un vistazo. Que tengas un buen día, Joe.
Dicho eso, se marchó y dejó a Milller con la mano extendida y la expresión sombría.
El hombre se dio media vuelta, se dejó caer en la silla y se quedó mirando la mesa de trabajo un rato antes de ver el informe forense del pequeño Danny Morris. Tragó saliva.
—Maldición, sí que empezamos bien el día.
Nicholas sirvió café para ambos y se sentó en el borde de la mesa de Milller, situada justo frente a la suya.
—Milller, cuéntame qué pasó entre Rossi y tú. Danielle me ha dicho que sabes que el año pasado sufrió una agresión.
Milller rodeó la taza con ambas manos.
—Hace frío fuera.
—Hace un momento aquí también se respiraba bastante frialdad.
—Diablos —repitió Milller. Pero dio un resoplido y se arrellanó en la silla—. Unas dos semanas antes del juicio de Green, a _____ le pidieron que examinara a otro sospechoso.
—Debió de ser antes de que le rescindieran el contrato con la fiscalía.
Milller levantó la cabeza al instante.
—Sí, ocurrió antes. El tipo al que tenía que examinar era muy mal actor. Había asesinado a su casera y al marido inválido de esta. El hombre decía padecer esquizofrenia, pero en opinión del fiscal del estado solo llevaba un colocón. El abogado defensor pensaba alegar que no estaba en su sano juicio. Era una mole. —Milller guardó silencio durante unos segundos, luego sacudió la cabeza—. Cuando entró llevaba grilletes y esposas. _____ se sentó lo más lejos posible de él. Lo había arrestado yo, así que tuve que quedarme al otro lado del cristal, con el fiscal... Patrick Hurst. Pero en la sala había un guardia. El tipo miró a _____ de arriba abajo. —Milller volvió la cabeza y sus labios se fruncieron en una mueca de disgusto—. El muy c*abrón, parecía que la odiara, ¿te lo imaginas?
—Sí. —De hecho, Nicholas se avergonzaba un poco de ello—. ¿Qué hizo el sospechoso?
—Esperó el momento apropiado para saltar al otro lado de la mesa y agredirla. —Milller dejó la taza en la mesa—. Le rodeó la garganta con la cadena de las esposas y estuvo a punto de romperle el cuello.
Nicholas se estremeció.
—¿Y qué hizo el guardia?
Milller se mordió la parte interior de la mejilla.
—Actuó enseguida, pero ese bruto tenía a _____. Yo tardé menos de quince segundos en entrar y ya la había agredido. Le dio la vuelta y le golpeó la cabeza contra la pared de hormigón, la arrinconó y empezó a asfixiarla. Nunca olvidaré la expresión de los ojos de _____, creía que aquel día iba a morir.
—¿Fuiste tú quien le quitó de encima al tipo?
—Entre el forense y yo, y dos guardias. Para entonces, ya había perdido el conocimiento. Tenía un brazo roto y una fisura en el cráneo. Aún tiene la marca de la cadena en el cuello.
Nicholas recordó la vistosa bufanda que llevaba puesta por la mañana y comprendió el motivo. La idea de que un asesino la hubiera agarrado por el cuello lo puso furioso.
—Así que la acompañaste al hospital y te quedaste un rato con ella.
—Sí. Avisé a su hermano, y esa misma noche tomó un avión desde Filadelfia. Al día siguiente me acerqué para ver cómo estaba y empezamos a charlar. Bueno, de hecho ella no podía hablar; tenía que anotar las frases en un cuaderno porque le habían quedado afectadas las cuerdas vocales. Al cabo de unos cuantos días recobró la voz. —Milller esbozó una sonrisa—. Me recordaba a mi hermana pequeña, descarada como ella sola. Nos hicimos... amigos.
—¿Aún te la recuerda?
Milller arqueó las cejas.
—¿A mi hermana? Sí. —Se recostó en el respaldo de la silla y observó el rostro de Nicholas con detenimiento—. ¿A ti también te recuerda a la tuya, Nicholas?
Se le pasó por la cabeza mentir, pero al final decidió no hacerlo.
—No.
Milller soltó una risita.
—Vaya, vaya.
—Vuelve a decirlo y te la ganarás.
—¿Por qué? Sabes muy bien que no ha sido ella. Aclararemos el asunto y tendrás el campo libre.
—Déjalo correr, Milller. —Las mujeres como _____ Rossi costaban muchísimo de mantener. Nicholas extendió el brazo hacia atrás y alcanzó una hoja de la impresora—. Tengo una lista de todas las floristerías en un radio de ocho kilómetros desde casa de Cynthia Adams. He pensado que podríamos averiguar si alguien ha comprado muchos lirios hace poco.
—Dame la mitad. —Milller aguardó a que Nicholas volviera a su mesa antes de añadir—: No tiene pareja.
Nicholas, que estaba a punto de marcar el primer número, se detuvo en seco.
—¿Qué?
—Que no tiene pareja. La tuvo, pero se acabó.
«Déjalo estar, Jonas», le dictaba la parte sensata de su cerebro, pero la parte más estúpida no estaba de acuerdo. Se removió en la silla y miró a Milller, que no le prestaba ninguna atención y había marcado ya el primer número de la lista. Excitado, y molesto por ello, Nicholas llamó a cinco floristerías; cuando hubo terminado colgó de golpe el teléfono.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
—Sabes muy bien a qué me refiero —dijo Nicholas entre dientes—. No seas estupido.
Milller lo miró sonriente. Qué engreído.
—Rompió con su novio dos semanas antes de la boda. —La sonrisa de Milller se desvaneció—. La gente decía que él la engañaba.
Nicholas sacudió la cabeza sin saber qué contestar. Según parecía, tenía más cosas en común con _____ Rossi de las que se imaginaba en un principio.
—Pues menudo idiota.
—En eso estamos de acuerdo. ¿Has averiguado algo de los lirios?
—Han vendido rosas, claveles... pero lirios no. Por lo menos no tantos como vimos en el piso.
—Es probable que los comprara en varios sitios. Vamos a llamar a diez establecimientos y luego nos acercaremos hasta la asesoría financiera donde Adams trabajaba.
—Ya veo que tienes un plan.
[size=18]Lunes, 13 de marzo, 8.30 horas.
_____ gruñó al dejar el paraguas y sacarse el móvil del bolsillo después de oírlo sonar por tercera vez en pocos minutos. Qué insistente. Al mirar la pantalla descubrió que se trataba de su secretaria.—Dime, Samantha —respondió con más brusquedad de la que pretendía, y torció el gesto al pisar un charco y mojarse el pie hasta el tobillo. Se cobijó bajo la marquesina que había frente al hospital psiquiátrico y notó un escalofrío mientras sacudía el zapato, probablemente deteriorado sin remedio, para eliminar el agua sucia y helada. Hacía una mañana horrible, fría y lluviosa, en total sintonía con su estado de ánimo.
—¿Qué ocurre? —preguntó más calmada.
—Esta mañana ha recibido unas cuantas llamadas, doctora.
Otro escalofrío recorrió la espalda de _____, pero esta vez no tenía nada que ver con la fría lluvia; reprimió lo que a buen seguro habría sido una palabra malsonante.
—¿De quién?
—De periodistas. Uno llamaba del Tribune y otro del Channel Eight. Querían saber qué opina del artículo que sobre el caso ha publicado el Bulletin esta mañana.
Un dolor agudo se propagó por su cabeza. «El Bulletin.» Le vino a la mente la imagen de la joven de ojos grises con la larga trenza rubia.
—Déjame adivinarlo. Es cosa de Joanna Carmichael.
—No, quien firma el artículo es Cyrus Bremin; pero... sí, el nombre de Carmichael aparece en las fotos. Así, ¿no ha visto el artículo?
«Fotos.» El dolor se volvió tres veces más intenso.
—No. ¿Habla muy mal del caso?
—Fatal. También ha recibido dos llamadas de un tal doctor Fenwick, del consejo de cualificaciones profesionales. Quiere que se ponga en contacto con él de inmediato. —Samantha le dictó el número de un tirón—. Le he explicado que esta mañana tenía que pasar consulta en el hospital, pero ha insistido.
A _____ se le revolvió el estómago mientras grababa el número.
—¿Ha llamado alguien más?
—La señora Brown sufre ataques de pánico. Le he pedido que lo consultara con el doctor Gryce. El señor Winslow ha llamado tres veces; no ha querido hablar con nadie que no fuera usted. Se ha puesto histérico, así que le he dado visita para las tres.
—Gracias. —Guardó el teléfono en el bolsillo. Tenía el corazón tan acelerado que pensaba que iba a salírsele del pecho. Echó un rápido vistazo a su alrededor. Al otro lado de la calle había una serie de máquinas expendedoras de periódicos.
Cruzó el semáforo en rojo, lo que le valió unos cuantos bocinazos y gritos airados. Al recoger el periódico de la máquina le temblaban las manos. «En portada.» Aparecía en portada.
La lluvia caía sobre su cabeza y le estaba empapando el abrigo, pero era incapaz de moverse. Su propio rostro la miraba desde la portada del periódico junto a una espantosa fotografía de Cynthia Adams, en la que esta yacía ensartada en un hierro en una calle de Chicago. Solo faltaba el titular que estaba a punto de hacer que se le desbocara el corazón: PSIQUIATRA DE PRESTIGIO IMPLICADA EN EL SUICIDIO DE UNA PACIENTE.
Volvió a sonar el móvil y respondió con voz acartonada.
—Rossi.
—Soy Amy. ¿Has visto el Bulletin de esta mañana?
—Sí.
Ambas guardaron silencio mientras la lluvia seguía cayendo a cántaros.
—¿Dónde estás, _____?
De algún modo la realidad volvió a poner en funcionamiento la mente de _____; impulsada por otro arrebato de furia sofocante, se espabiló y tiró el periódico a la papelera más próxima. Tenía pacientes a quienes visitar y no podía perder el tiempo plantada bajo la lluvia como una insensata. Volvió a cruzar la calle con paso enérgico, pero esta vez aguardó a que el semáforo se pusiera verde. La lluvia la traía sin cuidado; total, ya estaba calada hasta los huesos.
—Ahora tengo que pasar consulta, Amy, pero parece que luego me esperan en el consejo de cualificaciones profesionales, y creo que mi abogada tendrá que acompañarme.
—Dime el lugar y la hora y allí estaré.
_____ notó cierta tirantez en la garganta y se la aclaró con decisión.
—Gracias.
/size]
Lunes, 13 de marzo, 8.30 horas.
[size=18]—Ya estoy en casa.
Joanna Carmichael levantó la vista de la página de deportes y casi se atragantó con los Choco Krispies. Su novio estaba plantado en medio del salón, empapado por la lluvia; en una mano llevaba un montón de periódicos y en la otra un enorme ramo de flores amarillas. Exhibía una de esas sonrisas amplias y sensibleras que solo solía lucir tras una sesión de sexo.
—¿Qué has hecho, Keith?
—Te traigo un regalito.
El montón de periódicos aterrizó en la mesa con un golpe sordo que agitó la leche del bol. Debía de haber comprado por lo menos veinte ejemplares del Bulletin, cada uno de los cuales constituía una patente muestra de la traición de su editor. En todos ellos era Cyrus Bremin quien firmaba su artículo. «Mi artículo.» Schmidt le había prometido que publicaría un artículo suyo, pero no que aparecería su firma, pensó Joanna con amargura.
Keith se sacudió el agua como un perro y luego le tendió el ramo de flores con un ademán majestuoso.
—He pensado que te gustaría enviar unos cuantos recortes a tu familia.
Y una mierda. Apretó los dientes.
—Keith, ese no es mi artículo.
La sonrisa del chico se desvaneció mientras permanecía allí plantado, sosteniendo las flores que ella se negaba a aceptar.
—Pues claro que sí. Y aparece en portada.
—Es de Bremin —le espetó—. Lo firma él por ser el jefe del departamento de investigación periodística. El asqueroso de Schmidt le cedió mi artículo.
—Tu nombre aparece junto a las fotografías —dijo él en tono tranquilo mientras dejaba a un lado las flores. La alegría se había borrado por completo de su rostro.
—Las fotografías... —repitió ella con desdén—. Yo no soy fotógrafa, soy periodista, y si tuvieras un ápice de sentido común verías la diferencia.
Él se alisó el pelo mojado.
—Me parece que tengo bastante sentido común, Jo. Veo la diferencia, pero también veo que tu nombre aparece en la portada de un periódico de prestigio. Eso era cuanto querías, cuanto necesitabas para demostrarle a tu padre de qué eras capaz por ti misma. Ya podemos marcharnos a casa.
Joanna arrojó los periódicos al suelo. La alusión a su padre y la actitud condescendiente que tanto la exasperaba la puso a cien.
—No estoy ni mucho menos preparada para marcharme a casa, Keith. No lo estaré hasta que mi nombre destaque en portada.
Durante unos instantes, el chico permaneció quieto y se limitó a mirarla con aquel gesto que siempre la avergonzaba.
—Has hecho algo bueno, Jo. Has desenmascarado a una doctora que perjudicaba a sus propios pacientes. Si fueras capaz de dejar a un lado tu ego, tal vez te darías cuenta de que tengo razón. He tenido mucha paciencia contigo. Por fin tu nombre aparece en portada; me prometiste que en cuanto lo lograras regresaríamos a Atlanta. Jo, quiero irme a casa.
—Pues vete. —Indignada, se levantó para depositar el bol en el fregadero—. Pero te marcharás solo. No pienso abandonar esta ciudad hasta que mi nombre destaque. —Se fijó en el nombre de Cyrus Bremin, que parecía hacerle burla desde la pila de periódicos del suelo—. Tengo que ganarme la confianza de Schmidt. En medio de su airada ebullición, una idea empezó a tomar forma. Una exclusiva con Rossi me servirá. Me dijo que la llamara. —Al levantar la mirada vio a Keith retirarse al dormitorio y la invadió un súbito sentimiento de culpa—. Keith, siento haberte contestado mal. Es que estoy muy cabreada.
Él asintió sin volverse.
—No te olvides de poner las flores en agua. Siempre se te olvida y se mueren.
Joanna se sacudió de encima el malestar. Keith acabaría volviendo a su lado; en los seis años que llevaban de relación, siempre lo había hecho. Ahora tenía que centrarse en lo que realmente importaba. Tenía que convencer a Rossi para que le concediera una exclusiva. No resultaría fácil tras haberse publicado aquel artículo, pero siempre podía echarle la culpa a Bremin y limpiar así su reputación. Tal vez surtiera efecto. Además, así le demostraría a su padre que estaba equivocado. Era capaz de abrirse camino en el mundo periodístico sin su ayuda, y también sería capaz de ocupar el puesto que le correspondía en el negocio familiar gracias a los méritos que se había ganado a pulso.
[color=white]
Andrea P. Jonas:)
Re: No Te Escondas (N. Jonas y Tu)
OOOOOOOOOOOOOOOOOHHH!!!!
ESTO ESTA MUUYY INTERESANTEEEE!!!
AAAIII
PORFAAAA
PON MAAAAASS
ESTO ESTA MUUYY INTERESANTEEEE!!!
AAAIII
PORFAAAA
PON MAAAAASS
chelis
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