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♥ Al Viejo Estilo ♥... (Joe & Tu)...Adaptación - Página 4 Empty Re: ♥ Al Viejo Estilo ♥... (Joe & Tu)...Adaptación

Mensaje por Julieta♥ Jue 12 Abr 2012, 3:20 pm

CAPITULO 05




Invitado se estremeció por el miedo y la furia. Tiró la caja de cigarros, que se estrelló contra el suelo de madera con un impacto sordo. Miró fijamente las vigas, arrastrada por el pánico y el desconsuelo. Todo. Lo había perdido todo. ¿Qué iba a hacer? No podía quedarse allí. No podía vivir entre las amenazas constantes de Royce y sus imposiciones. No podía someterse a su dominio.
No podía casarse con él ni iba a hacerlo.
Se quedó un rato sopesando la situación. Tenía muchos bienes, entre otros, acciones del banco y una participación de la fábrica de ladrillos, pero no tenía ni un céntimo en efectivo que pudiera utilizar ese día o la semana siguiente o el mes siguiente sin revelar su plan.
¿Cómo se había enterado Royce de que tenía ese dinero? ¿La había espiado? ¿Inspeccionaba periódicamente el desván y otras habitaciones? Le alteraba la magnitud de ese poder misterioso que tenía. Bajó las escaleras angostas y recorrió el pasillo, pero no se lo encontró. Entró en su habitación y se lavó las manos y la cara con el agua templada que había quedado de la mañana. Miró alrededor con repugnancia y se lo imaginó revolviendo sus cosas. ¿Cuándo lo hacía? Ella sólo se ausentaba una hora de la casa. Pero él sabía a qué hora.
Se cepilló el pelo y se lo recogió en un moño. Se puso glicerina en las manos y en la cara y se miró en el espejo oval que había sobre el lavabo. Su palidez había dejado paso a un arrebol de ira y los sentimientos que se adueñaban de ella la incitaban a hacer algo.
No iba a rendirse todavía.
Tyler seguía dormido plácidamente en su cuarto. Lo arropó con la colcha por encima de los hombros y bajó a reunirse con los vecinos que seguían allí ajenos al drama que se representaba en la casa de los Sutherland.
—Nora —dijo al ver a la mujer, que estaba limpiando un poco de ensalada de patata que había caído en la alfombra del comedor—. Deja eso y acompáñame.
Nora dio la esponja y el barreño a Marian y agarró la mano que le había ofrecido Invitado.
—¡Por favor! —exclamó Invitado animadamente, mientras la llevaba hacia el recibidor—. Quiero que todos oigáis lo que voy a decir.
Los invitados que estaban en la sala y el comedor también podían oírla y todos se quedaron en silencio y expectantes.
—Primero, quiero agradeceros a todos que hayáis venido y vuestras oraciones, flores y comida. Todos sabéis cuánto le gustaba a Jenny Lee estar rodeada de amigos y familia. Todos erais especiales para ella. Aun así, hay algunas personas que han sido especialmente amables y que se han entregado mucho durante estos años. Me gustaría dedicar un minuto para agradecérselo —se alisó nerviosamente la falda—. Casi todos os acordaréis del doctor Jonas. Fue una bendición para los Sutherland. Todavía lo echo de menos y estoy segura de que a muchos de vosotros os pasará lo mismo.
Los asistentes asintieron con la cabeza. Vio a Joe, que estaba al lado de George Atwell, que hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza.
—Más recientemente —siguió Invitado —, el doctor McKee fue el médico de Jenny. Ella confiaba en él y él hacía todo lo posible para confortarla. Doctor McKee, tiene un corazón bondadoso.
Kerwin McKee, con las manos en los bolsillos, se miró la punta de los zapatos y el hombre que tenía al lado le dio una palmada en el hombro.
—Me gustaría que se quedara con la escribanía de mi padre —le dijo Invitado —. Está tallada en ébano y tiene un humidificador y otras piezas que pueden encajar en la mesa de su despacho.
—No hace falta... señorita Invitado —replicó el médico.
—No discuta. A Jenny le habría gustado que se la quedara y a mí también —insistió Invitado mientras se daba la vuelta hacia su amiga—. Seguramente, todos sabréis la bendición que ha sido Nora para mi familia. Siempre estuvo al lado de mi madre y nos ayudó a Jenny y a mí con la enfermedad de nuestro padre. No podría haber salido adelante sin ella. No tengo forma de agradecer tanta entrega incondicional.
Los ojos de Nora se empañaron de lágrimas y su marido le rodeó la cintura con el brazo.
—Tu madre era mi amiga más querida —replicó Nora entre sollozos, antes de sacar un pañuelo para sonarse la nariz—. Habría estado muy orgullosa de ti.
Invitado dejó a un lado las emociones que amenazaban con tirar por tierra su propósito. Tenía que salvar a Tyler y a ella misma y haría lo que tenía que hacer.
—También tengo algo para ti, Nora. Para que sepas cuánto te quieren los Sutherland.
Invitado avanzó un poco por el pasillo y varias personas se apartaron para dejarla pasar. Descolgó el cuadro de Horace Vernet y se lo llevó a Nora.
—Siempre te gustó y queremos que te lo quedes.
Se oyeron los susurros y algunos murmullos de los testigos.
Nora miró a Invitado con sorpresa, pero su gesto cauteloso no podía disimular lo complacida que estaba.
—¡ Qué regalo tan generoso! —exclamó con una sonrisa vacilante por las lágrimas —. Nunca había soñado con tener algo tan bonito.
—Es todo tuyo.
Invitado miró alrededor y vio sonrisas y algunas lágrimas. Siguió mirando hasta que encontró a Royce en la puerta del comedor. Tenía el ceño muy fruncido y el cuello congestionado debajo de la camisa blanca. Se acordó de cuando la agarró del cuello y de su placer jactancioso al robarle sus bienes. Todavía podía hacer algo para salvarse.
—Como los rumores se divulgan muy deprisa —siguió ella mirando un instante a su cuñado, antes de mirar hacia otro lado—, quiero que todos lo oigáis en persona. Tyler y yo nos instalaremos provisionalmente en un hotel. Mi hermana ya no está aquí y Nora tampoco vendrá todos los días. Sería inadecuado que mi cuñado y yo viviéramos bajo el mismo techo. No quiero que mi cuñado se preocupe por cuestiones domésticas y por eso, Tyler irá a la escuela como siempre y yo me ocuparé de él como es habitual. No hemos tenido tiempo para hacer planes definitivos ni para pensar las cosas y... Bueno, la verdad es que necesito alejarme una temporada de aquí, donde tengo recuerdos tan recientes —Invitado no tuvo que fingir la emoción.
—Es natural, cariño —dijo la señorita Fletcher—. Tendréis mucho tiempo para decidir lo que vais a hacer cuando los dos hayáis pasado el duelo.
Invitado asintió con la cabeza y los demás invitados la animaron con palabras de apoyo.
Edward Phillips, el dueño del banco, se volvió hacia Royce y apoyó una mano en su hombro. Royce apartó su mirada inquietante de Invitado y Luther Vernon lo tapó.
Ella nunca había sabido qué hacía Luther para estar en la nómina de la fábrica de ladrillos. No vestía como un obrero y casi siempre acompañaba a Royce. Sin embargo, cada vez que preguntaba sobre la gestión de la empresa recibía la orden despectiva de que no se entrometiera en el camino de Royce.
Había ganado esa jugada. Había conseguido un par de meses como mucho. Royce no se opondría a su decisión pública de respetar el decoro, pero estaría contando los minutos que faltaban para que pasaran las semanas de luto. Entonces, echaría el resto y ella tendría que tener un plan. Todavía tenía tiempo para reunir algo de dinero para el billete de tren y el viaje... si encontraba trabajo.
Sólo había una persona a la que podía pedir ayuda para encontrar un empleo sin que Royce se enterara. Lo buscó con la mirada y lo encontró. Parecía prestar atención al reverendo Miller, pero estaba pendiente de ella. Iba a depositar su última esperanza en Joseph Jonas .

Joe se quedó parado en el pasillo. Oyó un torrente de quejas que salía de la cocina del hotel acompañado por golpes de todo tipo de cacharros contra el suelo.
—Te diré que lleva media hora gritando así —le comunico Quay —. Phoebe fue a buscarme, pero cuando asomé la cabeza por la puerta empezó a tirarme sartenes.
Joe miró la puerta enorme y deseó poder marcharse hasta que pasara la tormenta. Sin embargo, tenía que aplacar el genio de Lilibelle.
—Me ocuparé. Vete a comprobar el pedido que han traído por el callejón.
—Gracias, jefe.
Quay había desaparecido antes de que Joe pudiera decir una palabra más.
Joe miró su reloj de bolsillo y se alegró de que ya no hubiera nadie desayunando ni en el vestíbulo. Avanzó por el pasillo hasta la puerta de la cocina, se detuvo un instante y la abrió.
—¿Qué significa todo este follón, Lily? Las chicas están aterradas. ¿Quieres ahuyentar a las ayudantes de cocina?
—Quiero preparar filetes de salmón con salsa de mostaza para la cena de esta noche, pero no puedo hacer filetes de salmón si no tengo salmón.
Lilibelle gesticuló furiosamente con la cuchara de madera que tenía en la mano. El mandil blanco que cubría su imponente figura no sólo dejaba claro que era el doble de grande que cualquier otra persona que trabajaba en la cocina, sino que también era el doble de limpia. Además, era muy escrupulosa con los menús que había programado.
—Entiendo tu desesperación —concedió Joe con toda la seriedad que pudo —. ¿Es la receta con perejil y mantequilla que me gusta tanto?
—¡Ésa misma! —golpeó el fogón de hierro fundido con la cuchara de madera, que salió volando por los aires—. El tren ha venido y se ha marchado y Pool dice que no han traído salmón. Le he dicho cuatro cosas y lo he mandado a la oficina de telégrafos.
—Bueno, el proveedor se merece eso, si no mucho más, por defraudarte.
Joe rodeó la enorme mesa de trabajo que lo separaba de la cocinera, recogió un cazo, y miró hacia la puerta trasera y las cajas que había fuera.
—¿Qué han traído? —preguntó él.
—¡Pato! —gritó ella mientras golpeaba una sartén contra la mesa de madera.
—Supongo que el pato tarda más en hacerse que el salmón —dijo él con un tono que quiso parecer pensativo.
—Hay que asarlo lentamente.
Ella se volvió, agarró un paño blanco y se lo pasó por el rostro congestionado.
—¿Cómo se hace la salsa que lo acompaña?
—Con vino, corteza de naranja, un poco de salsa Worcestershire y cayena. Aunque eso no es todo.
—Parece demasiado sabroso para ser verdad. Además, haces un arroz maravilloso.
Ella recogió la cuchara de madera del suelo con un gruñido y farfulló algo.
—Me parece que el pato podría ser una solución para la cena de hoy —le dijo él—. Podrás hacer salmón en cuanto ese proveedor incompetente atienda bien tu pedido, me ocuparé personalmente.
—Deberían hacer un descuento por las molestias —afirmó ella agitando un dedo regordete.
—También me ocuparé de eso.
—Entonces, no pierdas el tiempo y déjame trabajar. ¿Dónde están esas niñas ridículas que deberían estar pelando manzanas?
—Creo que las has aterrado, Lily. Recuerda que a algunas les han pegado un poco. Se esconden cuando la ira se desborda y las cosas empiezan a volar.
Él la miró con franqueza y ella aceptó su ecuanimidad con un gesto de la cabeza.
—Si ves a esas florecillas del campo por ahí, diles que no voy a arrancarles la cabeza de un bocado.
—Se lo diré.
Joe fue al comedor y se encontró a Nadine e Yvonne doblando servilletas e intentando pasar desapercibidas.
—Lo siento —dijo él señalando con un dedo por encima del hombro—. Ya está tranquila. Dadle un par de minutos y comportaos como si no hubiera pasado nada. ¿Estáis bien?
Las dos chicas asintieron. Joe también hizo un gesto con la cabeza para disculparse, agarró el sombrero y fue hacia la puerta.
En el vestíbulo vio a una mujer en el mostrador con un montón de cajas de sombreros al lado. Su corazón la reconoció con el pulso alterado, antes de que sus ojos mandaran la información al cerebro.
—Señorita Sutherland...
—Buenos días —ella se dio la vuelta.
—No la esperaba tan pronto.
El funeral de su hermana había sido el día anterior. Ella miró a Ward, el recepcionista, que había rellenado unas líneas en el libro de registros y estaba buscando una llave.
—No me demoro al hacer lo que hay que hacer —replicó ella.
—Entonces, tenemos algo en común. ¿Qué tal está Tyler?
—Esta mañana está tranquilo. Quería ir a la escuela y no he visto motivo para impedírselo.
—Se parece a usted al afrontar las cosas.
—Es posible.
—Le ayudaré con el resto de las cosas.
—Hay un carro afuera —le explicó ella.
—¿Con dos hombres fuertes? —preguntó él con una sonrisa.
—Muchas veces viajo con varios hombres fuertes —contestó ella —, pero hoy sólo he traído uno. ¿Bastará?
—Depende del tamaño de sus baúles.
—Mis baúles son famosos por haber hecho llorar a más de un hombre adulto. A lo mejor quiere buscar refuerzos.
Él apartó la mirada de los ojos resplandecientes de ella y la posó en Ward, que había dejado la llave en el mostrador.
—Vaya a la habitación.... —Joe se calló.
—Veinte —terminó Ward.
—A la habitación veinte —repitió Joe—. Yo haré todo lo que pueda por no llorar.
Ella sonrió aparentemente divertida con las bromas
—Estaré esperando. ¿En qué piso está la habitación veinte?
—En el tercero —respondieron Joe y Ward a la vez.
—Seguro que me gustará la vista —comentó ella.
Joe salió a la calle. Si seis baúles indicaban algo, había llevado equipaje suficiente para quedarse varias semanas, si no meses. Miró fijamente el baúl más pequeño con la intención de entrar en calor antes de empezar con los más grandes, pero el muchacho que estaba esperando saltó al carro y le dio precisamente uno de ésos.
—Tercer piso —le dijo Joe mientras se lo echaba al hombro.
Cuando los dos ya habían hecho dos viajes, se miraron en silencio y cada uno agarró un asa para compartir el peso.
—Falta uno —le dijo a Invitado cuando volvía a salir de la habitación.
El conductor del carro y él volvieron a mirarse. —El último —le animó Joe. —El último —confirmó el chico, que estaba sudando.
Tuvieron que dejar el baúl en el primer descansillo para recuperar el resuello y luego otra vez cuando llegaron a lo alto de las escaleras. Los dos pusieron cara de póquer y entraron con la carga en la habitación de Invitado como si fuera el primer baúl.
Ella le dio varias monedas al chico y a Joe le dio las gracias. El chico se marchó mirando de soslayo a Joe y dejó la puerta abierta.
Ella tenía una de las habitaciones más amplias; con dos camas, una sala, una mesa plegable y un escritorio. Además, delante de la chimenea de ladrillo había una alfombra trenzada y dos butacas.
—No sabía que tuviera un hotel tan bonito —le dijo ella—. Naturalmente, había comido en el comedor, pero nunca había visto las habitaciones.
—No todas son tan espléndidas, pero usted pidió una grande.
—Pasaré la factura a la empresa.
—No tengo inconveniente —Joe fue hacia la puerta—. Le dejaré que deshaga el equipaje. Si necesita cualquier cosa, dígaselo a Ward.
—Joe...
A él le encantó el sonido de su nombre al tutearle. Se detuvo y se dio la vuelta.
—Señorita...
—Me gustaría hablar contigo. Por favor. La puerta seguía abierta y nadie podría hacer conjeturas si pasaba por el pasillo. —¿De qué se trata?
Ella se quitó el sombrero de paja y buscó algún sitio donde dejarlo. Encontró una percha detrás de la puerta, pero al colgarlo se acercó a él. Tenía el pelo moreno y brillante y ese día lo llevaba recogido en un moño bastante suelto y los rizos le caían por la espalda. Además, se había colocado un ramillete de pequeñas flores de tela. Fue un necio al fijarse en ese detalle tan femenino.
—¿Podría ocupar algún puesto mientras estoy aquí?
—¿Un puesto? —preguntó él. —Un empleo.
Era sabido que ella había trabajado en la Sutherland Company hasta que renunció para cuidar a su hermana. Su familia era la propietaria de la fábrica y de otras propiedades inmobiliarias en el pueblo. ¿Por qué le pedía un empleo?
—¿Qué pasa con la fábrica?
—¿Qué quieres decir?
—Suponía que si quisieras trabajar, podrías volver al trabajo que tenías allí o buscarte otro.
—No voy a trabajar en la fábrica —ella debió de darse cuenta de la perplejidad de Joe porque siguió—: Es complicado. Aceptaré cualquier trabajo que me des. Sé cocinar, limpiar o hacer camas.
—No me parecen trabajos a los que estés acostumbrada.
—Al contrario —se frotó las manos en la falda—. Durante meses lo único que he hecho es cocinar, limpiar y hacer camas.
—La mayoría de las mujeres que están aquí eran unas desdichadas cuando llegaron. No son... como las que acostumbras a tratar.
Ella se puso muy recta.
—¿Crees que me considero superior a tus empleadas? Te garantizo que no causaré problemas.
—No creo que fueras a hacerlo.
—Si no vas a contratarme, véndeme un permiso. Trabajaré con otra persona.
—No hay nada aquí. Casi siempre, los trabajos están en otros estados.
La arruga de su frente indicó una leve duda.
—Necesito algún ingreso. Tendré que encontrar un empleo en alguna parte si no vas a ayudarme.
Sus ojos de color ámbar denotaban firmeza, pero ¿por qué iba a llevarse a su sobrino a algún sitio desconocido si allí tenía un hogar y una empresa?
—No te enojes —le pidió él—. Hoy ya he tenido que lidiar con una mujer temperamental. Si estás dispuesta a trabajar por el mismo salario que las demás camareras, puedes empezar a trabajar mañana a primera hora de la mañana.
—Lo estoy —respondió ella inmediatamente.
—Seguirás las instrucciones de Ada Harper y ella te dirá por dónde tienes que empezar. Sobre todo, lavandería y limpieza de habitaciones, si te parece bien.
—Me parece muy bien. Gracias.
—Perfecto. El desayuno y la comida se sirven en la cocina. Sírvete y siéntate en el extremo norte del comedor. Deja una nota en la pizarra para que preparen el envase con comida para el niño. El niño y tú también podéis cenar en el comedor. Los empleados también suelen reunirse en el ala norte para cenar, pero no hay ninguna regla.
—Otra cosa —añadió ella.
Él se quedó en silencio. Ella juntó las manos y levantó la barbilla para mirarlo a los ojos.
—No quiero que mi cuñado sepa que estoy trabajando aquí. Él... no entendería la necesidad que tengo de mantenerme ocupada.
La situación le pareció muy resbaladiza. Ella quería un empleo y no quería que Royce Dunlap se enterara. Todo el asunto le parecía muy extraño, pero la seriedad de su expresión le dijo que era muy importante para ella. Había algo en la vulnerabilidad delicada de su boca y en su bravuconería forzada que le tocaban en lo más frágil de sus entrañas. Se comportaba de una forma muy extraña cuando estaba con ella y tema que tener cuidado.
—¿Puede quedar entre nosotros? —insistió ella—. No te pido que obligues a los demás empleados a que hagan un juramento de silencio. No creo que tengan interés en decírselo a nadie que vaya a contárselo a Royce. Sólo necesito unas semanas. Por favor...
Ese «por favor» lo consiguió. Lo dijo sin aliento y de una forma casi íntima.
—No pienso hablar con él del asunto.
—Gracias.
Percibió el alivio en el relajo de su cuerpo y en el brillo de sus ojos. Unos ojos del color de la miel más pura. Ayudar a esa mujer lo había afectado más de lo que debería haberlo afectado. Si tenía en cuenta cuánto lo alteraba, la reacción de su cuerpo era muy peligrosa. Fue hacia la puerta con la esperanza de no tener que arrepentirse de nada de aquello. Esa mujer había conseguido que se hiciera preguntas y mantuviera secretos. ¿Qué más conseguiría?
—De nada —dijo él—. Eso creo...
Julieta♥
Julieta♥


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♥ Al Viejo Estilo ♥... (Joe & Tu)...Adaptación - Página 4 Empty Re: ♥ Al Viejo Estilo ♥... (Joe & Tu)...Adaptación

Mensaje por Julieta♥ Jue 12 Abr 2012, 3:22 pm

CAPITULO 06




Invitado escuchó la respiración de Tyler en la oscuridad de la noche. Su cama era cómoda y las sábanas olían a jabón de sosa. Hacía una noche muy agradable y la corriente, fresca y suave, entraba por la ventana medio abierta y sacudía las cortinas de algodón antes de acariciarle la cara y los brazos. No había nada en la habitación ni en el clima que le impidiera dormir, pero estaba completamente despierta.
Quizá esa inquietud desconocida se debiera a la leve libertad que disfrutaba. Se sentía, por primera vez desde hacía meses, como si pudiera respirar profundamente. El tiempo que iban a pasar allí sólo sería un breve desahogo, pero aun así sintió una esperanza muy alentadora.
Había dormido muy pocas noches fuera de su casa de la calle Walnut y siempre había sido por estar de viaje con sus padres y en los últimos tiempos con Jenny Lee. Le asustaba estar completamente sola con Tyler y sentirse responsable de su futuro y bienestar. Sin embargo, el amor que sentía por él le daba valor para tomar las decisiones más complicadas y desafiar al hombre que quería controlar sus vidas.
Royce no sentía más cariño por Tyler que el que había sentido por Jenny y sus aproximaciones a ella sólo estaban motivadas por la codicia y el afán de poder. Si la deseaba, sólo era por el control económico y el poder que alcanzaría si la conseguía. Sintió un escalofrío por todo el cuerpo al pensar en las aspiraciones rastreras de su cuñado.
Invitado se destapó, se levantó y se puso la bata de algodón que había dejado a los pies de la cama. Fue a la ventana y abrió un poco las cortinas para mirar la oscuridad de la noche. Los ruidos amortiguados del salón habían cesado hacía una hora, más o menos, y era una noche cálida y silenciosa. El cielo estaba tachonado de estrellas y el aroma a salvia flotaba en el aire. Cerró la ventana al pensar que podría refrescar más adelante. Sacó las zapatillas del armario, se las puso y salió de la habitación. Cerró la puerta con llave, por la seguridad de Tyler, y se la guardó en el bolsillo. Recorrió el pasillo y bajó las escaleras hasta llegar al vestíbulo vacío y tenuemente iluminado por una lámpara de aceite colgada de la pared. Se acordó de la hilera de butacas de enea con almohadones que había en el porche. Salió y se apoyó en la barandilla del porche para observar la calle silenciosa y el inmenso cielo oscuro.
Muchas veces, Jenny y ella, de niñas, habían sacado unos camastros al porche y habían pasado noches de verano hablando de las estrellas y sus futuros. Invitado había tirado por la borda su futuro hacía años y Jenny había cometido el error de ceder al encanto sutil y engañoso de Royce. Sintió una opresión en el pecho por sus sueños malogrados.
Entonces, nunca se imaginó un futuro sin Jenny. Una oleada de pánico la dominó al darse cuenta de la responsabilidad que tenía y se llevó los dedos a los labios.
—¿Te pasa algo...?
Invitado se dio la vuelta al oír esa voz profunda detrás de ella y se encontró con Joe. El corazón le dio un vuelco.
—No —contestó ella mientras tomaba aliento para serenarse—. No podía dormir, nada más.
—¿Está bien tu habitación?
—Sí, naturalmente. Es muy bonita. Es que... me cuesta adaptarme.
Él se acercó a la barandilla y se sentó en ella con un muslo encima y el otro pie en el suelo.
—Por la pérdida de tu hermana...
Ella se cerró la bata debajo de la barbilla. —Sobre todo.
—Nunca he sabido por qué cayó tan enferma.
—Tuvo escarlatina de pequeña. Tu padre y otros médicos dijeron que le había debilitado el corazón.
—Es un misterio por qué hay gente a la que todas las cosas le encajan perfectamente durante toda su vida y otra que tiene que afrontar el doble de complicaciones. Hace pensar cómo se iguala todo al final... si se iguala.
Fue un pensamiento profundo para un hombre que parecía tan rudo. ¿Se refería a ella o a sí mismo? No tuvo la confianza de preguntárselo.
Él se encogió de hombros como si tampoco lo supiera.
Ella notó algo tácito en el ambiente... algo que él no estaba diciendo... algo que ella no estaba reconociendo...
—Lo único que sabemos de los demás es lo que nos permiten ver —dijo ella al cabo de un rato.
—A no ser que ahondemos un poco —replicó él—. O que lleguemos a conocerlos mejor. Él había conseguido sorprenderla otra vez. —¿Eres un filósofo?
Él se rió y ella, al oírlo, se sintió cómoda por primera vez desde hacía varios días.
—Cualquiera que haya pasado bastantes noches alrededor de una fogata en el campo es un filósofo.
—¿Has estado alrededor de muchas?
—Pasé mi juventud conduciendo ganado, jugando a las cartas y escuchando a los mayores. Luego, pasé por el ejército.
—Siempre me has parecido muy misterioso —reconoció ella—. Cuando llegaste a Silver Bend después de tanto tiempo, se dijeron muchas cosas. Hubo quien dijo que tu padre y tú nunca os habíais llevado bien. Otros dijeron que tenías un espíritu errante muy acusado que tenías que satisfacer.
—¿Estás ahondando? —preguntó él.
—Si estuviera haciéndolo, ¿me dejarías ver otro aspecto de ti?
Fueron unas palabras mucho más atrevidas de lo que había pretendido. Notó que las mejillas le abrasaban y se alegró de que la noche la protegiera.
—Me marché cuando tenía trece años porque no soportaba ver cómo mi padre bebía todas las noches hasta quedar amodorrado.
Invitado , sorprendida por tanta franqueza, se volvió para mirarlo.
—Oí decir que bebía —reconoció ella—, pero no supe si creerlo o no.
—Era verdad.
—Nunca afectó a su forma de cuidar a mi madre y mi hermana.
—Siempre fue un buen médico —Joe asintió con la cabeza—, aunque no un buen padre. El remordimiento lo atormentaba y no podía aguantar la vida.
—Me sorprende.
Ella tuvo que preguntarse por aquel hombre que había visto tantas veces y que no había conocido bien.
—¿Te sorprende que lo diga o que pueda ser verdad? —preguntó Joe
—No dudo que sea verdad. No tengo motivos para dudar de ti. Me sorprende el hecho en sí. No sabía nada.
—Todos tenemos cosas en nuestro pasado que no vamos aireando. No sería bueno hacerlo.
El tenía razón. Lo hecho, hecho estaba. Ella se acercó a la barandilla donde estaba sentado, levantó la mirada al cielo negro e interminable y se fijó en la luna amarillenta.
—De modo que yo te producía curiosidad cuando otros hablaban... —siguió él.
—Un poco.
—Tú también me producías curiosidad. Me preguntaba por qué venías al pueblo todos los días a la misma hora.
—A tomar un té.
—Lo sé, pero ¿por qué?
—Mi hermana se empeñó en que todos los días me dedicara un poco de tiempo a mí misma.
—La cuidaste mucho tiempo. Sí.
—Nunca te casaste.
—¿Estás constatando un hecho o preguntando el motivo? ¿Acaso no era evidente el motivo?
—No era una acusación —se defendió él con tranquilidad—. Sólo una observación.
—¿La gente habla de que no tenga marido o es una curiosidad tuya?
—Creo que es mera curiosidad. Eres de una buena familia; inteligente; más que bonita...
Ella volvió a notar que le ardían las mejillas ante esas palabras y su forma de mirarla.
—Yo diría que has puesto el listón un poco demasiado alto —concluyó él.
Ella tuvo que reírse.
—La verdad es que he estado demasiado ocupada para conocer otros hombres que no sean los que mi cuñado lleva a cenar a casa de vez en cuando y casi todos están casados.
—No siempre fue así, ¿verdad? —él la agarró de la mano—. Me refiero a antes de que Jenny Lee cayera enferma, cuando trabajabas en la fábrica de ladrillos. Seguro que entonces tendrías pretendientes.
El delicado contacto de él derribó más barreras.
—Uno o dos...
—Ya estamos llegando a algo concreto.
Ella sucumbió a su seductora voz. La oscuridad de la noche y su voz persuasiva hicieron brotar los sentimientos y las palabras.
—Hubo uno especial.
Él le acarició el dorso de la mano con el pulgar y ella sintió un cosquilleo por todo el brazo. —¿Cómo se llamaba?
Hacía años que ella no decía su nombre en voz alta. La idea de decirlo en ese momento le produjo vértigo, como si estuviera en el borde de un precipicio.
—Forest —consiguió decir ella—. Mi padre no tenía hijos varones y lo apreciaba mucho. Lo tomó bajo su tutela y le enseñó el funcionamiento de la empresa.
—Creía que Royce era su protegido.
—Royce fue su segunda alternativa —replicó ella con cierta satisfacción—. Yo tenía dotes para las cuentas y era la contable de mi padre. Cuando me ocupaba de eso entramos como socios en el ferrocarril y el banco.
—Impresionante.
—A mi padre no se lo pareció.
Él se inclinó hacia los jóvenes. Primero Forest y luego Royce.
—¿Amabas a Forest?
Las heridas profundamente cerradas se abrieron dentro de ella.
—Creí que sí.
—¿Qué pasó?
Le pareció natural agarrarlo de la mano, como si fuera un gesto silencioso de confianza mutua.
—Se marchó del pueblo sin decir nada. Desapareció... para siempre.
Su padre la acusó de haberlo expulsado, pero no se lo dijo a Joe. Era doloroso, todavía le dolía que su padre la hubiera acusado de haber perdido a su favorito. No sabía qué había hecho mal, a menos que entregar su corazón hubiera sido un error.
—Siempre me he preguntado si volvería a verlo, pero Silver Bend en un punto minúsculo en el mundo que hay más allá de Montana. Puede estar en cualquier sitio.
—Fue un necio.
Joe lo dijo con tanta convicción que a ella se le llenaron los ojos de lágrimas. Él debió de notar su reacción porque tiró de ella, que dejó que la acercara tanto que sus muslos se rozaron y él le rodeó la cintura con el otro brazo. Tenía la cara un poco más baja que la de ella. Con la calidez de la palma de la mano contra la espalda, la acercó más todavía, le soltó la mano y la arropó con su calor y su fuerza. Ella no se opuso ni quiso hacerlo. Al sentirse rodeada por sus brazos, unas perlas sedosas y abrasadoras le recorrieron todo el cuerpo. La sensación de liberación fue como una promesa que había estado esperando cumplir.
Ella no tenía ningún motivo para negarse ese placer ni tenía nada más que perder. Aceptó su beso, entrelazó los dedos en su pelo y se deleitó con sus labios y la calidez de su boca. Se deleitó con el contacto de sus manos en la cintura, que se deslizaron hacia las caderas cuando se levantó para abrazarla con más fuerza. Invitado anhelaba cariño y delicadeza... que alguien la aceptara y la deseara por sí misma. Tanto anhelo estuvo a punto de abochornarla, pero le dio igual. Era su momento, su instante de satisfacción, y estaba dispuesta a aprovecharlo.
Se oyó un disparo y un golpe sordo. Joe se sacudió y dejó escapar una exclamación contra sus labios. Acto seguido, mientras la madera se astillaba encima de ellos, la tumbó sobre el suelo del porche y la cubrió con su cuerpo. A Invitado le latía el corazón con tanta fuerza que casi no pudo oír la respiración de él. Joe se tumbó a un lado.
—Arrástrate hasta la puerta y entra en el hotel.
Se hizo un silencio sepulcral. Nada se movía. Quiso obedecerle, pero no quería que la oyeran.
Detrás de ellos, la persiana que cubría la ventana de salón se abrió un poco y un objeto oscuro cayó al porche. Joe se estiró, agarró la cartuchera de cuero con la mano izquierda y sacó un revólver con un cañón muy largo.
—Adentro; inmediatamente —le ordenó él.
Le luz de la luna le iluminó una mancha oscura en la manga derecha de su camisa blanca.
—Estás herido.
—Todavía no lo noto —replicó él—. Vete adentro y que nadie se acerque a las ventanas.
Le costó reptar hasta que se levantó el camisón y la bata por encima de las rodillas. El se mantuvo a su lado, agarró el picaporte de la puerta, la abrió y volvió a cerrarla cuando ella estuvo dentro.
Joe miró desde detrás de la columna. No lo protegía mucho, pero las sombras lo ayudaban. Esperó unos minutos, pero no pudo distinguir nada raro en la penumbra de la calle. Lo más probable era que el disparo hubiera salido de entre los dos edificios de enfrente. Saltó la barandilla del porche y corrió agachado hacia la tienda de ultramarinos que había en la esquina. El pistolero esperaría que tomara el callejón hacia el este y saliera por el otro lado cerca del salón.
Él, sin embargo, cruzó la calle hacia el oeste y corrió hasta salir por el fondo del callejón. Se acercó agachado a la acera y al notar el brazo entumecido se preguntó si sería capaz de acertar a algo o alguien. Todavía tenía que cruzar la calle principal en algún momento y echó a correr para esconderse detrás de los edificios del lado sur. —¿Quién está ahí?
Joe reconoció a Yale Baxter, que vivía encima de su tienda de utensilios en la esquina. Yale llevaba puestos los calzones y la camiseta y portaba un Winchester. Joe contestó en voz baja.
—Soy Joe. Alguien ha disparado contra el hotel.
—¿Hay alguien herido?
—Me han dado en el brazo y empieza dolerme como un diablo.
Otras dos personas armadas aparecieron por la acera de enfrente, junto al salón de té.
—Yale... Joe... ¿Sois vosotros?
Joe contestó en voz baja. George Atwell y el sheriff Haglar cruzaron la calle. George llevaba unos pantalones con tirantes sobre los hombros desnudos y Warren iba completamente vestido, como si no se hubiera acostado todavía.
—Alguien ha disparado a Joe —les explicó Yale.
—Hemos recorrido todo el callejón por este lado —replicó Warren—. Quien haya sido se fue hace rato.
—O ha vuelto a meterse —añadió George.
—¿Quién podría querer disparate? —preguntó Warren.
—Enfurecí bastante a ese tal Baslow —contestó él.
—La semana pasada comprobé que estaba en el rancho donde debía estar —dijo Warren.
—Vamos a llevarte al médico —Yale hizo un gesto con el cañón del rifle—. Tiene que darte unos puntos —rodeó a Joe —. No se ve sangre por detrás.
Joe se puso en marcha.
—Fantástico.
Algunos vecinos se había arremolinado en la puerta del hotel; un par de ellos llevaban faroles y casi todos, rifles.
Lilibelle y las demás mujeres habían salido al porche del hotel y Joe distinguió a Bonnie Jacobson con su camisón de franela que se acercaba a él.
—El doctor McKee está esperándote.
Yale acompañó a Joe a la consulta del médico, que estaba a una manzana de allí. A Joe se le hizo un nudo en el estómago cuando vio la pequeña casa cuadrada de madera.
—¿Vas a desmayarte? —le preguntó Yale.
Joe se puso muy recto y tomó aliento.
Podía hacerlo. Podía entrar y no ver la sangre ni oír los gritos que formaban parte de sus recuerdos más lúgubres. No tenía diez años. —Estoy bien.
Etta McKee había pintado las paredes de amarillo y había colgado cortinas de cuadros en todas las ventanas. La casa no se parecía nada a la que aparecía en sus pesadillas.
La sala de reconocimiento era como la recordaba. En las paredes había armarios de madera y por todos lados había frascos de cristal con instrumental médico.
—Veamos qué tenemos aquí.
Kerwin se puso las gafas. Tenía el pelo castaño de punta por un lado, como si acabara de levantarse. Cortó la manga de Jonas.
—La bala sigue dentro.
Etta entró con una botella de whisky mediada y un vaso pequeño. Sirvió una buena cantidad y lo dejó en la mesa con un golpe.
—Joe no bebe —le dijo Yale antes de tomar el vaso y vaciarlo de un sorbo.
Joe se sentó en una silla.
—Sácala.
Cerró los ojos y pensó en esos momentos tan efímeros que había pasado con Invitado antes de que empezaran a silbar las balas.
Yale fue a la habitación de al lado para tomar café con Etta mientras Joe maldecía entre los dientes apretados. Cuarenta minutos y varios cientos de juramentos después, Joe salió con el hombro desnudo vendado y el brazo en cabestrillo. Se dirigió a la mujer del médico con un gesto de la cabeza. —Perdóneme, señora.
—Yo estaba allí cuando Laura Brinkley dio a luz a sus gemelos la semana pasada —Etta agitó una mano —. Los juramentos de esa mujer podrían sonrojar a un trampero. Descanse un poco.
—Sí, señora.
Todo el mundo había vuelto a sus camas y la calle estaba en silencio, excepto por el ruido de sus botas sobre los tablones de la acera.
—Hemos llegado justo a tiempo —comentó Yale.
Joe se tambaleó un poco cuando estaban a unos metros del hotel, cuando las primeras gotas de lluvia cayeron con fuerza sobre sus cabezas y hombros.

Invitado estaba sentada en las escaleras acompañada por Lilibelle, que estaba sentada en una silla que había llevado del comedor.
—¿Tu chico ha dormido durante todo el lío? —preguntó Lilibelle.
—Sí, lo he comprobado un par de veces. Tyler puede dormir pase lo que pase.
Al oír los pasos en el porche, Invitado se levantó y fue hacia allí apresuradamente, mientras Lily se tomaba algo más de tiempo para levantarse. Joe, inusitadamente pálido, se iba apoyado pesadamente en otro hombre y los dos cruzaron trabajosamente la puerta.
—Se pondrá bien —las tranquilizó el hombre—. El médico le ha sacado la bala.
—Súbalo a sus habitaciones, señor Baxter —le pidió Lily —. Ve por delante, Invitado . Yo no voy a volver a subir esas escaleras esta noche.
Invitado había ayudado a Lily y a Phoebe a hacer la cama con un juego suplementario de sábanas. También habían calentado agua para que se lavara. Sus aposentos ocupaban todo el fondo del segundo piso y consistían en un cuarto de estar grande y un dormitorio aparte. Los muebles eran de una madera oscura y compacta, sólidos, pero sencillos.
Invitado abrió la puerta y se quedó dentro mientras el hombre entraba detrás de Joe.
—Estoy bien.
Joe tenía la piel oscura en contraste con el vendaje.
—Tómate el brebaje que te ha dado el médico —le recordó Baxter.
Joe asintió con la cabeza y el hombre se marchó.
—Hay agua caliente —le comunicó Invitado .
Él dejó el revólver en el tocador y la miró a los ojos desde el espejo oval.
—¿Estás bien?
—Perfectamente —ella se acercó—. Déjame que te ayude.
Ella agarró un paño, lo empapó y luego lo escurrió en la palangana. Tenía manchas de sangre seca en el brazo. Invitado las limpió delicadamente con el paño húmedo.
—He oído decir que no has encontrado a nadie.
—Se largó.
—¿Había pasado algo parecido antes? ¿Tienes alguna idea de quién ha podido ser?
—Lo primero que se me ocurrió fue Baslow.
Ella también lo había pensado. Ese hombre se puso furioso con Joe.
—¿Quieres lavarte la cara?
Joe asintió con la cabeza. Ella enjabonó el paño y se lo pasó. Cuando se hubo lavado, ella lo enjuagó y se lo devolvió. Él se limpió la cara con cierta desgana.
—Espera.
Ella agarró el paño y le limpió bien la cara. Él cerró los ojos y ella, al acercarse, le rozó con los pechos los dedos que le salían del cabestrillo.
Sus ojos abiertos y su mirada oscura la abrasaron. Sintió un calor creciente por todo el cuerpo. El beso que se habían dado estaba muy presente en sus pensamientos, pero le pareció que Joe tenía cosas más apremiantes en la cabeza.
Un relámpago iluminó el fondo de la habitación seguido por el estruendo de un trueno. Empezó a secarlo con la toalla. Tenía la frente sudorosa.
—¿Dónde está la medicina? —preguntó ella.
El sacó un frasco pequeño del bolsillo.
—Una cucharada.
—Iré a por una cuchara.
Bajó y entró a tientas en la cocina para buscarla. La lluvia golpeaba rítmicamente la chimenea de los fogones mientras ella revolvía en cajones y armarios. Cuando volvió, Joe estaba tumbado de espaldas en la cama con un pie cruzado por encima del otro, sin haberse quitado las botas, y un gesto sombrío en la boca.
Ella midió la dosis.
—Yo me la tomaré.
Joe se incorporó, tomó la cuchara de su mano y los dedos se rozaron. Una gota cayó en sus pantalones. Ella cerró el frasco y lo dejó a un lado.
—Te ayudaré a quitarte las botas.
Él le ofreció una pierna detrás de la otra y ella tiró hasta que lo descalzó. Incómoda, se preguntó si también querría que le quitara los pantalones.
—Iré a buscar a alguien para que te ayude con lo demás.
—Puedo desvestirme solo —le tranquilizó él —. Acércate antes.
Ella dio un paso vacilante hasta el borde de la cama. El se reclinó con los ojos cerrados, pero la tomó de la mano y ella no se opuso.
—Tienes que descansar —dijo ella.
—Dime si vas a fingir que no ha pasado nada para saber a qué atenerme.
Ella tardó un minuto en aclarar sus ideas.
—No creo que pudiera fingir tan bien —contestó ella.
Pasara lo que pasase, aquel beso arrebatador y su abrazo ardiente la acompañarían para siempre.
Él abrió los ojos y la miró.
—Me alegro de saberlo.
Ella debería haberle dicho en ese instante que era imposible que hubiera algo más entre ellos. Él tenía que saber que sólo se quedaría el tiempo que tardara en reunir el dinero para el viaje. Sin embargo, era tarde, estaba dolorido y tenía que descansar. La burbuja en la que ella flotaba estallaría pronto y tenía unas horas para soñar, hasta que la realidad volviera a ser su presencia más inmediata. Y no quería olvidar ese beso.
Julieta♥
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Mensaje por chelis Jue 12 Abr 2012, 5:43 pm

AAAII QUE LINDOOOOO!!
PERO QUIEN LE DISPAROOOOO????
chelis
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http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por lorenitajonas Jue 12 Abr 2012, 10:02 pm

quien le disparado a joe para mi que fue el desgraciado de royce :evil:


sigue pronto la nove esta muy emocionante :)
lorenitajonas
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Mensaje por berenice_89 Jue 12 Abr 2012, 11:03 pm

lorenitajonas escribió:quien le disparado a joe para mi que fue el desgraciado de royce :evil:


sigue pronto la nove esta muy emocionante :)

ESTOY DE ACUERDO¡¡¡¡
berenice_89
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Mensaje por Nani Jonas Vie 13 Abr 2012, 8:32 am

qien disparo? anda sube mas plis
Nani Jonas
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http://misadatacionesnanijonas.blogspot.mx/

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Mensaje por Julieta♥ Vie 13 Abr 2012, 6:46 pm

CAPITULO 07




A la mañana siguiente, Invitado se enteró de que Ada Harper llevaba trabajando en el hotel desde que se construyó. Le contó que estuvo casada hasta que, hacía cinco años, su marido la abandonó con sus dos hijos pequeños. Luego, trabajó como una muía en una explotación minera, que acabó cerrándose, y el poco dinero que le quedaba la llevó hasta allí. Estaba dispuesta a dar a sus hijos en adopción para que no se murieran de hambre cuando Joe la contrató. En esos momentos, su familia vivía en una casita bastante sólida y tenía una vaca y media docena de gallinas.
—Mis chicos van a la escuela y en otoño trabajan en los ranchos —le contó a Invitado—. Serán unos jóvenes como es debido.
Invitado y Tyler habían conocido a sus hijos, Matt y Daniel, durante la cena del día anterior.
Eran unos chicos educados de once y trece años, que hablaban con respeto a su madre y con amabilidad a Tyler. La historia de Ada consiguió que Invitado tuviera la esperanza de poder criar a un hijo y conseguir que fuera bueno. Aunque para su desdicha, ella iba a alejarse del sitio y del hombre que habían sido la tabla de salvación de Ada.
Ese día, disfrutó haciendo las camas, quitando el polvo de las habitaciones y encerando los muebles. Eran tareas sencillas, pero se mantenía ocupada y ganaba un salario.
A las tres miró el broche con el reloj y se preguntó si Bonnie la echaría de menos esa tarde. Tampoco le había dicho a Ada que iría a recoger a Tyler a la escuela. La buscó, pero no la encontró y le preguntó a Ward dónde podría encontrar a Joe.
—Estará en su despacho del salón, señorita.
Tenía tiempo y se aseó. Se puso el sombrero y salió del hotel hacia el Silver Star. Las dos puertas batientes y esmaltadas en verde estaban abiertas y enganchadas a la pared exterior y otras dos puertas de caoba estaban cerradas e iluminadas por el sol de la tarde. Invitado abrió una y entró.
Nunca había entrado en el salón. Antes de que Joe lo comprara y reformara, había sido un garito de mala fama repleto de vagabundos y maleantes, que de vez en cuando salían pegando tiros por la calle principal y que solían maltratar a las mujeres de mala reputación que trabajaban allí.
Cuando observó el interior, se dio cuenta de que no quedaban restos de ese pasado. La luz que entraba por las ventanas relucientes y las contraventanas de lamas creaba efectos muy bonitos sobre el suelo de roble limpio y encerado. Había tres hombres sentados a una mesa y otros dos jugaban a las cartas en el fondo de la habitación.
Ella había oído decir que Joe lo había concebido para recibir a una clientela respetable. Seguía habiendo señoras en el pueblo que pensaban que cualquier establecimiento que vendiera alcohol era un escándalo, pero el ayuntamiento agradecía los tributos que ese rentable negocio aportaba a sus arcas.
—Buenas tardes, señorita —le saludó el hombre alto y delgado que estaba detrás de la barra—. ¿Qué desea?
—He venido a hablar con el señor Jonas.
El hombre fue hasta el extremo abierto de la barra y señaló un pasillo.
—La segunda puerta.
Le dio las gracias, recorrió el pasillo hasta esa puerta y llamó suavemente con los nudillos. —Adelante.
Invitado abrió la puerta. Joe estaba junto a la ventana con sus característicos pantalones oscuros y su camisa azul claro. Se sujetaba con la mano el brazo en cabestrillo. Ella se dio cuenta de que la vista era el edifico de ladrillos de al lado.
—Invitado ... ¿Pasa algo? —preguntó él cuando se dio la vuelta.
—No, nada. Me he olvidado de decirle a la señora Harper que me ausentaré mientras voy a recoger a Tyler de la escuela. No la he encontrado por ningún lado.
—Ve —replicó él lacónicamente.
Tenía el pelo como si se hubiera pasado los dedos por él media docena de veces y una expresión severa.
—¿Te duele el brazo? —preguntó ella.
—Como... —se contuvo lo que iba a decir y asintió con la cabeza—. Ha venido el médico y me ha dicho que tengo fiebre y que guarde reposo.
—Entonces, deberías estar en la cama.
Él, con el ceño fruncido, señaló hacia un montón de papeles y un libro de cuentas que había sobre el escritorio.
—Tengo demasiado trabajo.
—¿No puede esperar unos días?
Él negó con la cabeza.
—Tengo que preparar las nóminas y hay un lío con un par de pedidos.
—Yo puedo hacerlo —replicó ella mirando el libro de cuentas. —¿Las nóminas?
—La verdad es que soy bastante eficiente. ¿Quieres que eche una ojeada?
Él dudó un instante, pero asintió con la cabeza.
—Me imagino que has hecho unas cuantas nóminas, ¿no?
—Unas cuantas —repitió ella con una sonrisa.
Él esbozó media sonrisa por su ironía.
—Vete a recoger a tu sobrino. A partir de hoy, si te parece bien, los hijos de Harper pueden traerlo de la escuela.
—A Tyler empieza a darle vergüenza que vaya a buscarlo —reconoció ella —. Seguro que le gustará venir con unos chicos mayores.
—Ve a recogerlo. Dile a Ada que vas a ayudarme aquí. Pídeles a Matt y Danny que vigilen a Tyler hasta la cena. Él puede ayudarlos con sus tareas.
—¿Es seguro? —preguntó ella.
—Lily es un perro ladrador pero poco mordedor. Le llevan leña y le sacan agua. Ella les dará galletas bajo cuerda.
Tranquila ya, fue hacia la puerta y se paró para mirarlo otra vez.
—¿Has tomado la medicina?
—Me da sueño. La tomaré por la noche.
Invitado salió del Silver Star y volvió por la calle principal. Bonnie, desde el otro lado de la calle, abrió la puerta y la llamó.
—¡Buenas tardes, Invitado ! Te he echado de menos hoy.
Invitado miró a los dos lados y cruzó la calle.
—Seguramente, no vendré a tomar té durante un tiempo.
No le apeteció dar más explicaciones. Dijera lo que dijera, parecería raro. No quería mentir,
pero tampoco quería decirle a Bonnie que estaba trabajando.
—Bueno, pasa cuando quieras —respondió Bonnie.
—Lo haré, gracias.
Siguió otra manzana y cruzó hacia la zona con césped donde estaba la escuela. Los niños ya estaban saliendo y Tyler la vio inmediatamente.
—Jimmy Jeffries ha traído una culebra en un frasco grande —le contó él. —Dios mío.
—Tenía rayas amarillas. Danny dijo que era una serpiente de campo y a lo mejor nosotros podemos encontrar una.
Los Harper los seguían a unos metros y Invitado se dio la vuelta para que participaran en la conversación.
—Hay hierbas altas pasado el callejón que hay detrás del almacén. Seguro que ahí hay culebras —le explicó Danny.
—¿Sabes distinguir las culebras inofensivas de la peligrosas?
—Sí —contestó Matt muy ufano—. Joe nos enseñó hace tiempo, cuando supo que algunas veces jugábamos allí.
Invitado asintió con la cabeza, pero sin estar muy convencida de que cazar culebras fuera un entretenimiento seguro.
Les comentó lo que había dicho Joe sobre que cuidaran a Tyler, esperó a que entraran en el hotel y siguió hacia el salón.
Joe estaba sentado a la mesa de los jugadores de cartas. Se levantó y la acompañó al despacho.
—He pensado que podríamos llevarnos esto al hotel para que puedas trabajar allí. —Como prefieras.
—Lo más probable es que la gente te vea venir aquí. Me parece más prudente si quieres mantener en secreto que estás trabajando.
—Te lo agradezco.
A Joe la palpitaba todo el brazo. Cuanto más le doliera la herida y hubiera más cosas que no podía hacer, más se desesperaría a lo largo del día. Aunque le fastidiara reconocer que la necesitaba, la ayuda de Invitado sería muy importante.
—¿Qué tal Tyler?
Tyler no había hablado de Jenny ni había dicho nada de volver a la casa o de ver a Royce.
—Está contento por el cambio y los chicos Harper son mayores y divertidos. Creo que le vendrán bien. Sólo estoy un poco preocupada por dejarlos andar por ahí —echó una ojeada a un montón de facturas y las ordenó un poco mientras hablaba—. ¿Pueden cazar culebras sin que les pase nada?
Joe se rió por las arrugas de preocupación que tenía en el ceño.
—Es un niño. Le vendrá bien.
—¿No son serpientes de cascabel?
—No son tan corrientes por aquí como las culebras. Les gusta el sol y por eso suelen estar a la vista. Son depredadoras que cazan al acecho y evitan a las personas. Además, avisan con el cascabel.
Ella abrió los ojos como platos y él no supo si la explicación había sido perjudicial.
—Si ves una —siguió Joe—, no le hagas caso y ella te dejará en paz. No te pican si no las molestas o intentas agarrarlas. Matt y Danny lo saben. Se lo enseñarán a Tyler.
Ella lo miró con curiosidad.
—¿Por qué sabes todo eso?
—Porque fui niño.
—¿Cómo aprenden los niños esas cosas?
Joe apiló dos libros de cuentas y pasó la pluma y la tinta a Invitado .
—Como las niñas aprenden a celebrar reuniones de té. Por instinto, me imagino.
Ella agarró todo lo que pudo y Joe le pidió a Quay que lo ayudara a llenar un par de cajas y a llevarlas al hotel.
Contó con Ward para ordenar el cuarto que había detrás de la recepción y le dio instrucciones para que quitara las cajas de cartón y las sillas hasta que desenterraron el viejo escritorio. El cuarto, que en un principio se pensó para ser un despacho, estaba apartado del bullicio del vestíbulo y del comedor, pero se había convertido en almacén de objetos inútiles. Él estaba seguro de que Invitado estaba acostumbrada a ambientes mucho más opulentos.
—Mañana habrán limpiado el cuarto —le dijo él.
—Te recuerdo que yo soy la encargada de la limpieza —replicó ella con una sonrisa.
—No lo serás durante una semana o dos. Eres mi mano derecha.
Ella miró la mano que asomaba por el cabestrillo y sus ojos se pusieron inusitadamente brillantes. ¿Iba a llorar?
Ward entró y dejó otra caja de archivos.
—¿Aquí, jefe?
—Sí, gracias.
Invitado se quitó el sombrero y se colocó a un lado hasta que Ward se marchó.
—¿He dicho algo...? —preguntó Joe.
Ella negó con la cabeza, pero no lo miró a los ojos.
—Hacer llorar a una mujer no me alegra el día —comentó él con cierta sorna.
Ella dejó la pluma y el tintero en el escritorio.
—Jenny me dijo una vez que era su mano derecha. No en sentido literal, como lo has dicho tú, sino porque no podía manejarse sin mí.
Él no supo qué decir. Siempre que había hablado con ella había sido un ejemplo de firmeza. Le costaba percibir su dolor.
—Si necesitas un poco de tiempo... antes de empezar a trabajar con esto... antes de empezar a trabajar en general...
—No. Necesito trabajar.
¿Mantenerse ocupada? Entonces, ¿por qué su cuñado lo censuraría? Había notado su apremio más de una vez. Su insistencia indicaba que necesitaba sinceramente el dinero, aunque él no podía entender por qué. Intuía que había algo en su situación que no se veía a simple vista. Algo que ella no decía.
Después de tantas tardes mirándola cuando iba al salón de té, le pareció una casualidad que estuviera allí.
Un mechón de pelo negro se le había soltado y le colgaba a lo largo de la cara. El se fijó en la forma delicada de su ceja y en la curva de su mejilla y notó una punzada de alarma en las entrañas. Era demasiado vulnerable, demasiado ingenua para saber sus desenfrenados pensamientos cuando le miraba el principio de los pechos bajo la blusa blanca y desviaba la atención hacia la curva de sus labios. ¿Qué tenía que lo alteraba? El tenía que reconocer su debilidad por las mujeres, pero era un instinto protector, una necesidad que surgió una noche de hacía veinticinco años, la noche que no pudo ayudar a la mujer que lo necesitaba a él.
Eso era distinto. Efectivamente, se sentía protector hacia Invitado , pero más bien... se sentía atraído por ella con una fascinación irresistible... aunque con cautela, como si fuera una polilla revoloteando cerca de una llama.
—Hoy no se trabaja —decidió él —. Si empezamos mañana, tendremos tiempo de preparar las nóminas.
Ella abrió los ojos color ámbar y lo miró con perplejidad. Sus ojos y su pelo formaban una combinación extraña. ¿Fue la noche anterior cuando la besó? No debería haberlo hecho. Quería hacerlo otra vez. Quería satisfacer esa necesidad abrumadora de llegar a ella de alguna manera. Ese anhelo era lo más desconcertante que había sentido en su vida.
Fue a una balda junto a la puerta y agarró dos llaves que estaban entre el polvo. Le ofreció una.
—Si esta noche no puedes dormir y te apetece, baja y ordena el cuarto como quieras.
Ella agarró la llave con mucho cuidado de que sus dedos no rozaran los de él y, como si hubiera adivinado sus pensamientos disparatados, retrocedió y salió apresuradamente.

Esa noche, en un alarde de sensatez, se tomó la medicina temprano y durmió como un tronco.
Un alarido lo despertó.
Joe se dio la vuelta, hacia su costado sano, y miró con los ojos entrecerrados a Francine Kluver.
—¿Qué pasa...?
—¡No sabía que estuviera dormido! Nunca había estado aquí cuando he venido a hacer la cama. Lo siento, señor Jonas. Debí habérmelo imaginado cuando vi que la jarra de agua caliente seguía junto a la puerta.
La camarera se había dado la vuelta y hablaba por encima del hombro. Él se tapó con la sábana, pero sintió un dolor muy intenso en el costado derecho. Soltó un gruñido y se sentó en el borde de la cama.
—¿Qué hora es?
—Las ocho y media más o menos —contestó ella.
—¿Por favor, podrías traerme el agua y luego una taza de café?
—¿Quiere que la recaliente?
Él negó con la cabeza, pero se dio cuenta de que ella no estaba mirándolo.
—No.
—Voy.
Ella salió, cerró la puerta y al cabo de unos segundos volvió con el agua y mirando hacia otro lado.
—Tome.
Francine dejó la jarra en el escritorio, salió corriendo y cerró la puerta con un portazo.
Joe vertió el agua templada en una palangana de porcelana, mojó un paño, se lavó y se secó. Tardó más de lo habitual al sólo poder usar la mano izquierda. Luego, hizo jabón de afeitar en un cuenco y se lo extendió por la cara. Como pudo, tomó la navaja, la abrió e intentó pasársela por la barba. Se cortó y soltó una maldición cuando llamaron a la puerta.
—Pasa. Déjala ahí, ya iré a por ella.
—¿A por qué vendrás?
Invitado fue hacia la voz de Jonas. La noche anterior había limpiado y ordenado y esa mañana, temprano, había empezado con los libros de cuentas. Había algunas cosas que tenía que aclarar antes de cuadrar las cuentas.
Entró y se paró en seco al ver a Jonas de pie delante del tocador enorme. En lo primero que se fijó fue en la longitud de sus piernas, luego, en la arrebatadora redondez de su trasero desnudo y en la anchura de sus hombros. El pulso se le paró con la misma brusquedad que sus pies.
El espejo colgaba de un marco de roble y reflejado en él pudo ver su rostro curtido, sus ojos oscuros que la miraban fijamente y su pecho granítico. Recuperó el pulso, pero muy acelerado.
—¿Qué pasa? ¿Mi cuarto es la estación de tren esta mañana?
—¡Dijiste que pasara!
—¡Creía que eras Francine!
Dejó la navaja en el cuenco con agua y sacudió la cabeza.
¿Permitía que la camarera pelirroja entrara en su habitación cuando estaba desnudo?
—¡No es eso! —añadió él como si hubiera adivinado sus pensamientos —. ¡Creía que te quedarías fuera!
—¡Dijiste que pasara! —repitió ella. —Va a traerme café —le explicó él.
Invitado se dio la vuelta y fue a la sala sin poder quitarse de la cabeza su cuerpo esbelto y musculoso. No olvidaría esa imagen el resto de su vida.
—Invitado ... —la llamó él.
—Voy a bajar al despacho.
—Iré enseguida.
—Tómatelo con calma.
Ella salió al pasillo y se apoyó contra la pared con la mano en el pecho y las mejillas ardiendo. Francine apareció llevando una bandeja con una taza y un plato tapado. Se miraron. ¿Joe tenía algún asunto con esa joven?
—¿Ha entrado ahí? —le preguntó Francine con los ojos como platos.
Invitado asintió con la cabeza.
—¿Está levantado el señor Jonas?
¿El señor Jonas...?
—Sí, claro.
—¿Está enfadado?
—Creo que sí.
Francine hizo un gesto con la cabeza.
—¿Quiere llevarle la bandeja?
Invitado negó con la cabeza.
—¿Le importaría esperarme aquí mientras se la llevo?
—De acuerdo.
Francine sujetó bien la bandeja, llamó a la puerta, la abrió y habló en voz muy alta.
—¡Traigo la bandeja, señor Jonas! Voy a entrar.
La cautela de su voz hizo gracia a Invitado y le pareció una situación cómica.
—¿Habías entrado antes?
Francine giró la cabeza y la miró.
—Creía que no estaba y entré a hacer la cama. Seguía ahí tumbado —volvió a dirigirse hacia dentro de la habitación—. Dejaré la bandeja en la mesa. El café está recién hecho y caliente.
—Gracias —contestó él—. Olvidaremos lo que ha pasado esta mañana, ¿verdad?
—Sí, señor Jonas. Ya lo he olvidado.
Francine salió precipitadamente al pasillo y cerró la puerta. Miró a Invitado y ésta vio que la preocupación se disipaba de su rostro y que arrugaba los labios como si estuviera conteniendo una sonrisa. Invitado también tuvo ganas de reírse. La dos se dieron la vuelta y fueron corriendo hacia la escalera antes de que se echaran a reír incontroladamente. Se contuvieron mientras bajaban y doblaban el descansillo, pero soltaron la carcajada en cuanto llegaron a la cocina. Invitado se rió hasta que se le saltaron las lágrimas. Fue una liberación maravillosa. Hacía muchos años que no se reía con tantas ganas y sintió cierto remordimiento de que fuera a costa de Jonas.
—¿Qué es tan divertido? —preguntó Lilibelle que estaba revolviendo algo en un puchero—. Me vendría bien reírme un poco.
Francine se puso recta, se secó los ojos con el delantal y se recompuso, pero no pudo dejar de sonreír mientras limpiaba la mesa donde, al parecer, había preparado el desayuno de Joe.
Invitado tampoco contestó a Lilibelle y tomó una bocanada de aire. Con un paso más vivo, fue hacia el vestíbulo y hacía el despacho donde la esperaban los documentos.
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por lorenitajonas Vie 13 Abr 2012, 7:20 pm

hasta yo me pongo asi si veo a joe en esas fachas solo que creo que no me taparía mejor trataría de ver mejor todo ese cuerpo :twisted: :oops:


siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
lorenitajonas
lorenitajonas


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Mensaje por berenice_89 Vie 13 Abr 2012, 7:51 pm

lo vio desnudommmm delicioso heheh
berenice_89
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Mensaje por Nani Jonas Sáb 14 Abr 2012, 8:22 am

ai qe genial lo vio desnudo
siguela plis
Nani Jonas
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http://misadatacionesnanijonas.blogspot.mx/

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Mensaje por andreita Sáb 14 Abr 2012, 9:51 am

JAJAJAJA LA RAYIS SE PONDRIA CELOSIITA??
AJAJJA ME ENCANTA
SIGUE
andreita
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Mensaje por berenice_89 Sáb 14 Abr 2012, 10:08 am

siguela¡¡¡
berenice_89
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Mensaje por lorenitajonas Sáb 14 Abr 2012, 10:46 pm

siguelaaaaaaaaaaaa
lorenitajonas
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Mensaje por andreita Dom 15 Abr 2012, 8:55 am

:x :D
andreita
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Mensaje por Julieta♥ Dom 15 Abr 2012, 4:03 pm

CAPITULO 08




Joe apareció media hora más tarde, recién afeitado y con pequeños cortes por toda la mandíbula. Ella lo había esperado con un cosquilleo en el estómago. ¿Cómo podría mirarlo a la cara sin morirse de vergüenza? ¿Cómo podría volver a mirarlo alguna vez y no imaginárselo como acababa de verlo?¿Cómo podría dejar de pensar en Joe sin nada encima salvo jabón de afeitar?
—¿Te has cortado? —fue lo primero que se le ocurrió decir.
—Me he afeitado con la mano izquierda. —Yo podría...
Invitado fue a decir que podría haberlo ayudado, pero se dio cuenta de que era un disparate más en una situación bastante embarazosa de por sí.
—¿Qué te parece si comentamos lo sucedido y luego lo olvidamos para que no te ruborices cada vez que nos veamos y mires hacia otro lado?
Ella dejó la pluma en la escribanía de mármol, se puso una mano sobre otra y lo miró directamente a los ojos.
—¿Qué hay que comentar?
Una vez que le había prestado toda su atención, él apretó los labios y luego los arrugó con una expresión que hizo que ella sospechara que no sabía muy bien cómo abordar el asunto. Los cortes, cubiertos de alumbre, todavía le escocían, pero no eran nada comparados con el dolor que le palpitaba en el brazo y el hombro.
—¿Quieres que me disculpe? —preguntó ella.
—No —el desvió la mirada un instante, pero volvió a mirarla—. Soy yo quien lamenta haberte turbado.
—No fue culpa de nadie —le tranquilizó ella —. No he sufrido un sofoco, no voy a tener pesadillas y no voy a eludirte. No me pasa nada.
—¿De verdad? —De verdad.
—Perfecto —concluyó él asintiendo.
—Sin embargo, has hecho bien en practicar tus disculpas conmigo porque vas a tener que disculparte otra vez.
El captó la indirecta.
—¿También tengo que disculparme con Francine?
—Estoy pensando en organizar una sociedad de mujeres —respondió ella—. De mujeres que han visto desnudo a Joseph Jonas. Ya somos dos, pero si pregunto por ahí, estoy segura de que podría reclutar algunas más.
Él abrió sus ojos un instante y luego, se echó a reír.
—Es asombroso que una mujer respetable diga algo así —replicó él entre risas.
Ella no pudo evitar reírse también. Al fin y al cabo, su perplejidad ante su repentina aparición era graciosa.
—Bueno, te has reído. Estabas tomándotelo demasiado en serio. ¿Ya podemos ponernos con las nóminas?
Así de fácilmente, el suceso de esa mañana se convirtió en algo cómico para los dos.
Mientras trabajaban, él atendió a sus ideas y le pidió su opinión más de una vez. Le pareció imposible no comparar su respeto y condescendencia hacia sus ideas con la obstinación de su padre al creer que ella sólo podía seguir las directrices de otros.
Cuando pararon para comer, él la invitó a acompañarlo en el comedor. Ella le preguntó sobre un pedido en concreto que se entregó mal hacía unos días.
—Eso es trabajo y estamos comiendo —contestó él con una sonrisa algo tensa.
Ella supuso que el brazo le dolía.
Ward apareció en el comedor acompañado de Luther Vernon. Ward los vio en la mesa y los señaló. Luther fue hacia ellos.
Era un hombre muy grande y llevaba un traje negro, con camisa blanca, que debían haberle hecho a medida.
—Tienes visita —le avisó Invitado .
Jonas dejó el tenedor y levantó la mirada.
—Buenas tardes, señor Vernon.
Luther llevaba el sombrero en una mano y un papel doblado en la otra.
Jonas...
—¿Me trae algo?
Él alargó la mano con el papel.
—Tengo un mensaje para la señorita Sutherland.
Invitado se limpió la mano con la servilleta y tomó el papel.
—Esperaré su respuesta —añadió Vernon.
Invitado lo observó y reconoció el papel y el sello que había usado siempre su padre.
Al verlo lo añoró, pero también sintió una punzada de miedo en el corazón. Royce se había adueñado de todo lo que alguna vez fue bueno en su vida y lo había transformado en algo rastrero.
Rompió el lacre y abrió el mensaje.

Estaré a las siete en punto en el comedor para cenar contigo. Que Tyler esté acostado. No voy a interferir en su horario.

Una rabia inmensa se adueñó de ella ante esa exigencia. Seguramente, la habría escrito cómodamente sentado en la butaca de su padre, con su pluma y como si fuera alguien importante. Un hombre de verdad tenía que ganarse el respeto y Royce sólo podía ganarse la aversión. Él, más que dirigirla, dominaba a la gente. Invitado respiró hondo y el miedo aplacó su indignación.
Miró a Joe que, aunque parecía mostrar cierta curiosidad, miraba educadamente su plato. Luther seguía esperando.
Royce sabía que no se negaría. Seguía dominándola aunque se hubiera ido de la casa. Ella no podía oponerse. El secreto que conocía podía destrozarle la vida, como un arma cargada. Se había convertido en un hombre influyente en el pueblo; era el hombre que manejaba los hilos y el dinero de Sutherland. Se regocijaba con el poder que eso le daba.
—Dígale que lo esperaré a las siete.
Luther se dio la vuelta y se marchó.
Invitado se guardó la nota en el bolsillo.
—Mi cuñado va a cenar conmigo.
—Seguramente eche de menos al niño.
Ella no dijo nada, pero se dio cuenta de que Joe casi no había tocado el pollo y los fideos que tenía en el plato. Invitado le pasó el dorso de la mano por la mejilla. Joe la miró con sorpresa.
—Estás ardiendo. Deberías estar descansando.
—Estoy muy cansado, desde luego.
—¿Por qué no te tumbas después de comer? Eso sí, cierra la puerta con llave...
Él sonrió con desgana, bebió un poco de agua y echó una ojeada a las camareras y los clientes.
—Buena idea.
Invitado terminó de comer y los dos salieron del comedor. Joe fue hacia las escaleras.
La reacción de ella a la nota, invitación o lo que fuera había sido inquietante. Su expresión cambió en cuanto vio a Vernon. Cada vez que observaba algo así, su curiosidad por ella era mayor. Al principio, Invitado había sido cautelosa con él, pero le agradaba que ya pareciera cómoda. Incluso bromeaba y de vez en cuando le hacía frente. Le fastidiaba que hubiera cosas que no sabía de ella. No tenía derecho a indagar, pero sí podía observarla. Decidió fijarse bien en ella y en todas las actividades que le afectaban... pero por el momento tenía que descansar.

Invitado le preguntó a Ada si esa noche Tyler podría pasar una hora o así con sus hijos y ella estuvo encantada.
—¿Vives muy lejos del hotel? —preguntó Invitado .
—Nuestra casa está detrás de la del médico y Etta —le explicó Ada—. Por el este da a la calle Birch, pero Daniel puede llevarlo.
—No, un paseo después de cenar me vendrá bien.
Invitado le dio las gracias cuando estuvo segura de que tener a Tyler en su casa no le sería una molestia.
Durante el resto de la tarde, cada vez que pensaba en Royce sentía náuseas. Se tranquilizó pensando que el comedor del hotel era un sitio público. A su cuñado le importaban las apariencias y aprovecharía esa ocasión para que parecieran dos personas que compartían el mismo dolor.
—Ni siquiera vale el plomo de la bala que le metería en la cabeza —se dijo en voz alta.
Sin embargo, se quedó atónita por la idea y por la virulencia de su aversión. Tenía que dominar sus sentimientos por el bien de Tyler.
Seguía repitiéndose eso mismo unas horas más tarde, cuando se estaba cepillando el pelo y Tyler hacía sus tareas. Él terminó una suma en la pizarra y se la enseñó.
—Eres un chico muy listo.
Invitado se acercó a él, lo agarró de la barbilla y le pasó el pulgar por la mejilla llena de pecas.
—Mamá siempre me decía lo mismo —Tyler dejó la pizarra y la tiza y se quedó mirando la mesa—. Echo de menos a mamá y echo de menos mi cuarto.
Invitado se arrodilló a su lado para que la mirara. Apoyó las manos en sus rodillas y lo miró a los ojos azules y empañados de lágrimas.
—Ya lo sé, cariño. Yo también la echo de menos.
Una lágrima le rodó por la mejilla y le arrancó otro trozo de su maltrecho corazón.
—Tú no te pondrás enferma, ¿verdad, tía Invitado ?
Su miedo a perderla afianzó su decisión para que eso no pasara.
—No te preocupes por eso. No me pondré enferma y no te dejaré. Jamás.
Él se inclinó hacia delante y le rodeó el cuello con los brazos como había hecho tantas veces cuando era más pequeño, tirándole del pelo, pero a ella no le importó. No se tomaba su confianza a la ligera. Haría todo lo que pudiera para darle una vida confortable. Llamaron a la puerta. Invitado lo besó en la mejilla y se levantó.
—Seguramente sea Daniel. Pórtate bien en casa de la señora Harper. Iré a buscarte más tarde.
—Sí, mamá.
Daniel y Tyler se marcharon y ella terminó de arreglarse. Se puso el broche con el reloj y un cuello de encaje que había hecho Jenny Lee.
Se sentó en un rincón del comedor alejado de la cocina y de donde se sentaban los demás empleados. Desde allí podía ver el vestíbulo y vio a Ward que saludaba a unos huéspedes. Royce apareció a las siete y ella pudo ver cómo le daba el bombín a Ward, que lo guardó debajo del mostrador. Su cuñado la vio y fue hacia la mesa.
—Buenas noches, querida.
Su tono cortés se contradijo con la forma amenazante de mirarla de arriba abajo. Alineó los cubiertos a su gusto y se puso la servilleta en el regazo.
La reacción de ella a su saludo y a su mirada ofensiva no pudo oírse, pero se estremeció de los pies a la cabeza.
El agarró la carta y la leyó con detenimiento. El hotel compraba carne y verduras frescas y Lilibelle hacía unos menús bien combinados. Las raciones eran abundantes y sabrosas. Invitado se preguntó qué podría criticar.
—Jonas tendrá que poner una pistola en la cabeza de sus clientes para cobrar estos precios.
Invitado miró hacia otro lado. Ella ya había visto los precios y sabía lo que iba a pedir. Vio que Joe entraba en el comedor con Silas Bowers, el director del periódico del Sil ver Bend, el Big Sky Sentinel. Se sentaron tres mesas a la derecha de la suya y los dos miraron a la vez.
Se intercambiaron unos saludos corteses y su cuñado incluso se levantó para estrechar la mano de Silas. Joe ofreció a Royce la mano derecha apoyada en el cabestrillo. Royce se la agitó con fuerza. Al verlo, Invitado hizo una mueca de dolor, pero Joe mantuvo una sonrisa educada.
Royce no sería evidentemente grosero delante de Silas ni de cualquier otro testigo. Se cuidaba mucho de causar buena impresión. Volvió a sentarse y posó la mano sobre la de Invitado con un gesto que quiso parecer tranquilizador, aunque ella sabía que era de dominación. Quiso apartarla bruscamente, pero hizo un esfuerzo por contenerse.
—Me fastidiaste mucho con lo del cuadro de Vernet, Invitado . Fue una estupidez por tu parte.
—Era lo mínimo que podía hacer por Nora.
—Tenías que saber que pagarías por ello.
Nadine se acercó a la mesa.
—¿Qué tal están? ¿Qué desean?
—Muy bien, gracias —contestó Invitado —. Yo tomaré trucha con arroz y té, por favor.
Royce pidió carne asada.
Nadine fue a tomar el pedido de otra mesa.
Ed Phillips, el banquero, y su mujer se sentaron a una mesa cerca de ellos. Royce lo saludó como si fuera un buen amigo y charlaron un momento antes de volver a dirigirse a Invitado .
—Voy a recortar tu tregua en treinta días —le dijo él en voz baja.
—¿Qué quieres decir? —preguntó ella con precaución.
—He adelantado la fecha de nuestra boda. Tienes dos meses para prepararte. La anunciaremos a finales de junio y nos casaremos a finales de julio.
Ella, estupefacta, hizo todo lo posible por no levantar la voz.
—¡Eso es un escándalo! Mi hermana falleció hace unos días.
—Hace mucho más tiempo que no contaba. Pasó una eternidad en su lecho de muerte, hizo interminable ese tormento tan fastidioso, pero no tenía una existencia pública. La mayoría de la gente no la había visto desde hacía meses.
A Invitado le hirvió la sangre de furia ante una insensibilidad tan inhumana. Quiso golpearlo con algo muy grande y pesado.
—Si hubiera algo de justicia en este mundo, tendría que caerte un rayo en este instante.
—Como sabes bien, el fuego es muy tentador —Royce sonrió—. Me cuesta contener las manos cuando hablas de esa manera.
Invitado sintió que iba a desmayarse. Con discreción, mojó la esquina de la servilleta en la copa de agua fría y se la pasó por las sienes y la base del cuello. Todavía podía llevar a cabo su plan. Le quedarían seis salarios por cobrar para poder apañárselas antes de que tuviera que salir corriendo. Seis semanas para lidiar con ese hombre y fingir que estaba cediendo a su chantaje. Podía hacerlo.
—Te preocupa lo que piensa la gente —dijo ella—, pero pensará que traicionas a Jenny si anuncias que vas a casarte conmigo tan pronto.
—Bobadas. Entenderán que un hombre necesita una esposa y respetarán que me preocupe tanto por mi familia como para mantenerla unida.
Las imágenes que se le pasaron por la cabeza hicieron que quisiera salir corriendo y gritando. Sin embargo, no podía hacerlo. Tenía que ocuparse de Tyler. Miró furtivamente a Joe y comprobó que él también estaba mirándolos. Ella consiguió esbozar una sonrisa muy leve.
Royce se dio cuenta y volvió a agarrarla de la mano.
—Lo lamentarás muchísimo si me enojas. Además, tu moral laxa no es atractiva. Mantente alejada de ese hombre. No le gustarías si supiera todo lo que yo sé. Tienes suerte de que yo te quiera. Pero es verdad que mis anhelos son algo menos... convencionales.
Nadine les llevó sus platos y Invitado retiró la mano y se la limpió con la servilleta; le habría gustado tener agua y jabón.
La trucha estaba deliciosa, pero tenía el estómago tan revuelto que casi no la probó. Royce, en cambio, comió con ganas. Cuando terminó, se pasó la servilleta por el bigotito y se bebió el café.
Cuando Nadine volvió, Royce le dio instrucciones para que pasara la factura a Sutherland.
—Y añade las cenas de los Phillips. Vuestras cenas corren de mi cuenta —le dijo a Ed.
La pareja se lo agradeció con una sonrisa. Naturalmente, fue una forma de darle coba al banquero. Invitado se enfureció porque utilizara el dinero de Sutherland a su antojo. Royce tenía que mantener a ese hombre de su lado para el futuro.
—Una buena inversión —le dijo a Invitado .
Ella miró a otro lado. Era una inversión de mal gusto. Una inversión que nunca habría hecho su padre.
—¿No va a comer más? —le preguntó Nadine.
—Está deliciosa, pero no tengo hambre —contestó Invitado .
—Mi querida cuñada está pasándolo mal —intervino Royce—. El sufrimiento debilita mucho, ya sabes... Me apena ver a Invitado en este estado. Por eso quiero acompañarla siempre que puedo.
Nadine asintió con la cabeza y retiró los platos.
—¿Ya podemos irnos? —le preguntó Royce mientras se levantaba.
—Creo que voy a quedarme a tomar otra taza de té —contestó ella lo suficientemente alto para que la pareja de la mesa de al lado la oyera —. El té me reconforta.
Aunque la miró con ojos asesinos, inclinó la cabeza educadamente.
—Muy bien, querida. Que pases una buena noche y mándame buscar si necesitas cualquier cosa.
Volvió a hablar un rato con Ed y se marchó.
Nadine le había llevado una tetera de porcelana. Ella se sirvió una taza de té y se echó un azucarillo. Cuando estuvo segura de que Royce estaba bastante lejos, se levantó para marcharse.
Joe y Silas habían terminado de cenar y charlaban animadamente en el vestíbulo.
Invitado fue a su despacho, abrió la puerta con su llave y tomó el chal que había dejado en el respaldo de la silla.
Joe vio a Invitado que se dirigía hacia la puerta. Su actitud rígida durante la cena lo había dejado perplejo. Algunas de las miradas que había dirigido a Royce habían sido muy elocuentes.
—¿Vas a salir? —le preguntó.
Silas había salido un momento antes.
—Voy a recoger a Tyler a casa de Ada —contestó ella.
—Espérame. Tengo que pasar a ver al médico y está de camino.
Joe se inclinó detrás del mostrador para tomar su sombrero y se lo puso.
La brisa fresca de la noche le pareció muy agradable a Joe, pero Invitado se puso el chal por encima de la cabeza. Se había fijado en que ella cambiaba completamente cuando Royce Dunlap estaba cerca. Parecía... molesta cuando lo miraba o hablaba con él. Incluso enfurecida, pero eso no encajaba con lo que él sabía de su carácter. Además, le inquietaban los fugaces brillos de pánico que se reflejaban en sus ojos cuando se mencionaba a su cuñado.
—¿Va todo bien? —le preguntó él.
—Sí, claro.
Enfilaron la calle principal y pasaron por la ventana del Big Sky Sentinel, que estaba oscuro.
Unos metros después, las puertas batientes del Silver Star dejaban salir la luz y la alegre música del piano. Reconoció la versión que Curly Jack hacía de Golden Sippers. Cruzaron la calle y Joe señaló hacia la manzana siguiente.
—Quiero ver al médico un momento.
Ella lo acompañó hacia la casita cuadrada. Joe se paró al llegar al bordillo para dominar las imágenes que lo abrumaban cada vez que iba allí. Había estado ya la noche que le pegaron un tiro. Había comprobado cómo había cambiado ese sitio a lo largo de los años, pero todavía no se le habían borrado los recuerdos del trauma. Cada vez que veía esa casa, cada vez que pensaba en su infancia, rememoraba aquella noche.

Julieta♥
Julieta♥


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