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● Una chispa de Amor ● «Joseph&Tu» Terminada!
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: ● Una chispa de Amor ● «Joseph&Tu» Terminada!
Capitulo 11
-¿Es ese tu cuñado?
Joseph miró por encima del hombro para comprobar lo que había distraído a _____, y mal¬dijo en silencio al ver la camioneta plateada que sorteaba los baches del camino.
-No -respondió, al tiempo que la soltaba. En cualquier otro momento, habría estado agradecido por la aparición de Brant Wakefield. Era uno de sus mejores amigos, y habría podido ayudarlo a reparar el corral. Además, si no hu¬biera sido por las habilidades como torero de Brant, Joseph estaría enterrado en alguna tumba, en vez de estar abrazando a la mujer más deseable que había visto en su vida.
Pero la llegada de Brant suponía un medio para que _____ abandonase el rancho. Dos días atrás, lo que más deseaba Joseph era disponer de un medio de transporte. En esos momentos, era lo último que quería.
-¿Quién es? -le preguntó ella.
-Brant Wakefield. Un viejo amigo.
-Bueno, sea quien sea, me alegro de verlo.
-Yo también -mintió él. Alargó un brazo para alisarle los cabellos que le había despeinado.
-¿Debería ir a mirarme a un espejo? -le pre¬guntó ella.
-Estás preciosa —respondió él con una sonrisa.
-No, quiero decir si...
-Tienes buen aspecto -le aseguró.
No iba a decirle que tenía los labios hinchados por el beso y las mejillas enrojecidas por la pasión. Si lo hiciera, _____ desaparecería en el interior de la casa, y Joseph quería que estuviese allí con él, para demostrarle a Brant que esa mujer no estaba disponible.
-Joe, viejo zorro ¿cómo estás? -gritó Brant mientras bajaba lentamente de la camioneta.
-Parece que mejor que tú, Wakefield —respon¬dió Joseph, señalando la rodilla de su amigo-. ¿Cómo se llamaba el toro que acabó contigo?
Brant se acercó cojeando a ellos.
-Crees que lo sabes todo, ¿no es verdad, Adams? -le preguntó con una sonrisa.
-¿Me equivoco?
-No -Brant suspiró y se rascó la rodilla-. Tuve que lidiar otra vez con Kamikaze. Joseph soltó un silbido.
-Es uno de los peores... Siempre intenta cor¬near a los vaqueros que arroja al suelo.
-En efecto -dijo Brant asintiendo, y se volvió hacia _____-. ¿Quién es esta encantadora dama? Sin pensar, Joseph rodeó a _____ por la cintura y los presentó.
-Brant fue el torero que impidió a Triturador acabar conmigo -añadió.
-Es un placer conocerlo, señor Wakefield -dijo _____ estrechándole la mano-. Ahora, si me discul¬pan, les dejaré hablando de los viejos tiempos mientras voy a preparar unos sandwiches. Se que¬dará a comer, ¿verdad, señor Wakefield?
-Por supuesto, señorita Broderick -Brant es¬bozó una sonrisa que irrito a Joseph-. Pero llá-mame Brant.
-Solo si tú me llamas _____ -respondió ella, y se encaminó hacia la casa.
Joseph tragó saliva al ver cómo se alejaba. El modo en que movía las caderas al andar era irre¬sistiblemente sexy.
-Bonita vista, ¿eh? -dijo Brant.
-La mejor que he visto —respondió Joseph, sin pensar en lo que decía.
-¿Cuánto tiempo lleváis juntos?
-Es mi asistenta.
Su amigo contempló el porche combado y los plásticos que cubrían las ventanas y los huecos del tejado.
-Claro... Lo que tú digas, Joe -se apoyó con¬tra la valla-. Entonces, ¿no te importaría si yo...?
-Déjala en paz, Wakefield -le advirtió Joseph. Agarró la camisa que estaba en lo alto de la valla y se la puso—. Has conseguido a más mujeres de las que merecías. No necesitas otra.
-Eres un condenado mentiroso -dijo Brant, riendo-. No puedes ocultar lo que te preocupa esa mujer, así que será mejor que confieses.
Joseph se metió la camisa por la cintura de los vaqueros y negó con la cabeza.
-A veces,, me irritas sobremanera, Wakefield. Brant soltó otra carcajada.
-Lo mismo me dicen Morgan y Colt.
-Pues tienen razón -Joseph sonrió. Si conse¬guía desviar el tema hacia la familia de Brant, tal vez cesaran las preguntas sobre _____-. ¿Cómo es¬tán tus hermanos?
Brant se encogió de hombros.
-Como siempre. Morgan sigue intentando des¬cubrir quién heredó el rancho del viejo Tug Shackley. Está empeñado en comprarlo y así expan¬dirle Lonetree por el oeste. Y Colt se ha hecho jinete de toros. Es miembro de los Professional
Bull Riders.
-Creía que solo montaba broncos salvajes -dijo Joseph, mientras recogía las herramientas.
-Dijo que se ganaba mucho más montando to¬ros que caballos.
-Sí, lo mismo pensé yo hace tiempo -vio cómo Brant se rascaba el soporte que tenía en la pierna-. Por cierto, ¿a quién tuviste que salvar de Kamikaze?
La sonrisa de Brant desapareció al instante.
-A mi hermano.
-¿A Colt?
-Casi todos los jinetes optarían por perder el rodeo con tal de no montar a esa bestia. Pero Colt no.
-Comprendo que no quisiera abandonar. Yo mismo solo lo hice en un par de ocasiones. Es muy duro pagar tu participación, y luego ver cómo el toro sale al ruedo sin ti.
-Estoy de acuerdo. Pero con algunos toros es cuestión de vida o muerte —Brant miró al hori-zonte-. Me alegro de haber estado allí aquel día.
-Tú te hiciste polvo la rodilla. ¿Qué le pasó a Colt?
-Salió sin un rasguño -respondió Brant con una sonrisa.
A Joseph no lo sorprendió. Brant era uno de los mejores toreros que había visto.
-Los sandwiches están listos, por si queréis en¬trar ya a comer -anunció _____ desde el porche.
-Vamos para allá -respondió Joseph, y él y Brant se dirigieron hacia la casa. Levantó la vista al cielo, y vio que los nubarrones que se acercaban habían cambiado de dirección y se movían hacia el sur-. A propósito, ¿qué tienes pensado hacer hoy, Wakefield?
-Nada en particular -respondió Brant enco¬giéndose de hombros.
Joseph sonrió y le dio una palmadita en la es¬palda.
-Pues ahora ya tienes algo.
-Supongo que eso responde a mi pregunta -dijo _____, viendo cómo los dos hombres acaba¬ban con los sandwiches.
-¿Qué pregunta? -dijo Joseph limpiándose con una servilleta.
-Si os gustaban o no los sandwiches de crema de cacahuete y mermelada.
Los dos amigos se echaron a reír.
-Cuando empezamos a competir en los rodeos, solo vivíamos de sandwiches de crema de ca¬cahuete y mermelada -dijo Joseph.
-Salvo en aquellas ocasiones en las que podía¬mos permitirnos un poco de queso y alguna que otra golosina —añadió Brant.
-O cuando conseguíamos reunir el dinero sufi¬ciente para una hamburguesa.
-Sí -Brant soltó una risita-, era como ir a un restaurante de cinco tenedores.
A _____ le gustaba oírlos hablar de sus experien¬cias, pero no podía evitar compararlos.
Físicamente, los dos eran altos, muy atractivos, y con unos cuerpos que llamarían la atención de cualquier mujer. Los dos tenían los ojos azules y un carácter tranquilo y amistoso. Pero ahí acaba¬ban las semejanzas.
Joseph tenía el cabello rubio oscuro, mientras que el de Brant era negro, pero no era esa la prin¬cipal diferencia que _____ veía en ellos. No, lo que más la desconcertaba era la reacción que ella misma tenía hacia ellos. Cuando le estrechó la ma¬no a Brant, no sintió nada del cálido hormigueo que experimentaba con Joseph, cuya sola presen¬cia en la misma habitación que ella bastaba para
que el corazón le diera un vuelco.
-¿Algunas vez has montado toros salvajes, Brant? -preguntó, con cuidado de evitar la mirada de Joseph.
-¡No, por Dios! -pareció sobresaltarse ante la pregunta—. No tengo tan poca cabeza. Siempre he sido un torero.
-Creía que eso era algo típico de España y México -dijo, levantándose de la mesa para retirar los platos—. No sabía que participaban también en los rodeos.
-No es la misma clase de toreros, cielo -dijo Joseph-. Brant se enfrenta al toro para distraerlo de un vaquero derribado.
-Suena muy peligroso -dijo ella, esperando que la voz no le temblara. Siempre que Joseph la llamaba «cielo» la dejaba sin aire.
-No tanto -dijo Brant.
-No le hagas caso -replicó Joseph-. Hay docenas de vaqueros que le deben la vida a este hom¬bre, incluido yo. Por eso nunca encontrarás a un jinete de toros que no hable con gratitud y orgullo de un torero.
-¡Caray, Joe! No sabía cuánto significaba para ti -dijo Brant con una sonrisa maliciosa. Joseph se echó a reír y se levantó.
-No dejes que se te suba a la cabeza, Wakefield. Tu ego ya tiene el tamaño de Texas, y no quiero ser yo quien te lo infle aún más. Me sorprende que el sombrero te siga encajando en la cabeza.
-Estás celoso porque soy yo quien siempre con¬sigue a todas las chicas que quiero -dijo Brant, guiñándole un ojo a _____.
-¿Como esa rubia de Tucson? —replicó Joseph.
-¿Por qué has tenido que recordármela? -pre¬guntó Brant con un gemido.
-Solo es la punta del iceberg -Joseph abrió la puerta y salió al porche—. Y aquella vez en Albuquerque, cuando...
_____ los vio salir y caminar hacia el corral, char¬lando y riendo. No había duda de que eran muy buenos amigos.
Se le hizo un nudo en la garganta y las lágrimas amenazaron con afluir a sus ojos. Hasta hacía un año, ella también había tenido una amiga de ver¬dad. Charlotte Turner había sido como una her¬mana para ella, a quien hubiera podido confiarle cualquier cosa.
O, al menos, eso había creído... hasta que Char¬lotte usó contra ella el terrible secreto de su infer¬tilidad.
Charlotte se había quedado embarazada de Eric, porque sabía lo importante que era para él tener un hijo propio... y porque además se habían enamorado.
_____ agarró la escoba y empezó a barrer. Pen¬sar en su vieja amiga sacaba a la luz los mejores re¬cuerdos de su vida, y también los más dolorosos.
Pero, por encima de todo, demostraba que su opinión sobre las personas nunca había sido de fiar.
-¿Es ese tu cuñado?
Joseph miró por encima del hombro para comprobar lo que había distraído a _____, y mal¬dijo en silencio al ver la camioneta plateada que sorteaba los baches del camino.
-No -respondió, al tiempo que la soltaba. En cualquier otro momento, habría estado agradecido por la aparición de Brant Wakefield. Era uno de sus mejores amigos, y habría podido ayudarlo a reparar el corral. Además, si no hu¬biera sido por las habilidades como torero de Brant, Joseph estaría enterrado en alguna tumba, en vez de estar abrazando a la mujer más deseable que había visto en su vida.
Pero la llegada de Brant suponía un medio para que _____ abandonase el rancho. Dos días atrás, lo que más deseaba Joseph era disponer de un medio de transporte. En esos momentos, era lo último que quería.
-¿Quién es? -le preguntó ella.
-Brant Wakefield. Un viejo amigo.
-Bueno, sea quien sea, me alegro de verlo.
-Yo también -mintió él. Alargó un brazo para alisarle los cabellos que le había despeinado.
-¿Debería ir a mirarme a un espejo? -le pre¬guntó ella.
-Estás preciosa —respondió él con una sonrisa.
-No, quiero decir si...
-Tienes buen aspecto -le aseguró.
No iba a decirle que tenía los labios hinchados por el beso y las mejillas enrojecidas por la pasión. Si lo hiciera, _____ desaparecería en el interior de la casa, y Joseph quería que estuviese allí con él, para demostrarle a Brant que esa mujer no estaba disponible.
-Joe, viejo zorro ¿cómo estás? -gritó Brant mientras bajaba lentamente de la camioneta.
-Parece que mejor que tú, Wakefield —respon¬dió Joseph, señalando la rodilla de su amigo-. ¿Cómo se llamaba el toro que acabó contigo?
Brant se acercó cojeando a ellos.
-Crees que lo sabes todo, ¿no es verdad, Adams? -le preguntó con una sonrisa.
-¿Me equivoco?
-No -Brant suspiró y se rascó la rodilla-. Tuve que lidiar otra vez con Kamikaze. Joseph soltó un silbido.
-Es uno de los peores... Siempre intenta cor¬near a los vaqueros que arroja al suelo.
-En efecto -dijo Brant asintiendo, y se volvió hacia _____-. ¿Quién es esta encantadora dama? Sin pensar, Joseph rodeó a _____ por la cintura y los presentó.
-Brant fue el torero que impidió a Triturador acabar conmigo -añadió.
-Es un placer conocerlo, señor Wakefield -dijo _____ estrechándole la mano-. Ahora, si me discul¬pan, les dejaré hablando de los viejos tiempos mientras voy a preparar unos sandwiches. Se que¬dará a comer, ¿verdad, señor Wakefield?
-Por supuesto, señorita Broderick -Brant es¬bozó una sonrisa que irrito a Joseph-. Pero llá-mame Brant.
-Solo si tú me llamas _____ -respondió ella, y se encaminó hacia la casa.
Joseph tragó saliva al ver cómo se alejaba. El modo en que movía las caderas al andar era irre¬sistiblemente sexy.
-Bonita vista, ¿eh? -dijo Brant.
-La mejor que he visto —respondió Joseph, sin pensar en lo que decía.
-¿Cuánto tiempo lleváis juntos?
-Es mi asistenta.
Su amigo contempló el porche combado y los plásticos que cubrían las ventanas y los huecos del tejado.
-Claro... Lo que tú digas, Joe -se apoyó con¬tra la valla-. Entonces, ¿no te importaría si yo...?
-Déjala en paz, Wakefield -le advirtió Joseph. Agarró la camisa que estaba en lo alto de la valla y se la puso—. Has conseguido a más mujeres de las que merecías. No necesitas otra.
-Eres un condenado mentiroso -dijo Brant, riendo-. No puedes ocultar lo que te preocupa esa mujer, así que será mejor que confieses.
Joseph se metió la camisa por la cintura de los vaqueros y negó con la cabeza.
-A veces,, me irritas sobremanera, Wakefield. Brant soltó otra carcajada.
-Lo mismo me dicen Morgan y Colt.
-Pues tienen razón -Joseph sonrió. Si conse¬guía desviar el tema hacia la familia de Brant, tal vez cesaran las preguntas sobre _____-. ¿Cómo es¬tán tus hermanos?
Brant se encogió de hombros.
-Como siempre. Morgan sigue intentando des¬cubrir quién heredó el rancho del viejo Tug Shackley. Está empeñado en comprarlo y así expan¬dirle Lonetree por el oeste. Y Colt se ha hecho jinete de toros. Es miembro de los Professional
Bull Riders.
-Creía que solo montaba broncos salvajes -dijo Joseph, mientras recogía las herramientas.
-Dijo que se ganaba mucho más montando to¬ros que caballos.
-Sí, lo mismo pensé yo hace tiempo -vio cómo Brant se rascaba el soporte que tenía en la pierna-. Por cierto, ¿a quién tuviste que salvar de Kamikaze?
La sonrisa de Brant desapareció al instante.
-A mi hermano.
-¿A Colt?
-Casi todos los jinetes optarían por perder el rodeo con tal de no montar a esa bestia. Pero Colt no.
-Comprendo que no quisiera abandonar. Yo mismo solo lo hice en un par de ocasiones. Es muy duro pagar tu participación, y luego ver cómo el toro sale al ruedo sin ti.
-Estoy de acuerdo. Pero con algunos toros es cuestión de vida o muerte —Brant miró al hori-zonte-. Me alegro de haber estado allí aquel día.
-Tú te hiciste polvo la rodilla. ¿Qué le pasó a Colt?
-Salió sin un rasguño -respondió Brant con una sonrisa.
A Joseph no lo sorprendió. Brant era uno de los mejores toreros que había visto.
-Los sandwiches están listos, por si queréis en¬trar ya a comer -anunció _____ desde el porche.
-Vamos para allá -respondió Joseph, y él y Brant se dirigieron hacia la casa. Levantó la vista al cielo, y vio que los nubarrones que se acercaban habían cambiado de dirección y se movían hacia el sur-. A propósito, ¿qué tienes pensado hacer hoy, Wakefield?
-Nada en particular -respondió Brant enco¬giéndose de hombros.
Joseph sonrió y le dio una palmadita en la es¬palda.
-Pues ahora ya tienes algo.
-Supongo que eso responde a mi pregunta -dijo _____, viendo cómo los dos hombres acaba¬ban con los sandwiches.
-¿Qué pregunta? -dijo Joseph limpiándose con una servilleta.
-Si os gustaban o no los sandwiches de crema de cacahuete y mermelada.
Los dos amigos se echaron a reír.
-Cuando empezamos a competir en los rodeos, solo vivíamos de sandwiches de crema de ca¬cahuete y mermelada -dijo Joseph.
-Salvo en aquellas ocasiones en las que podía¬mos permitirnos un poco de queso y alguna que otra golosina —añadió Brant.
-O cuando conseguíamos reunir el dinero sufi¬ciente para una hamburguesa.
-Sí -Brant soltó una risita-, era como ir a un restaurante de cinco tenedores.
A _____ le gustaba oírlos hablar de sus experien¬cias, pero no podía evitar compararlos.
Físicamente, los dos eran altos, muy atractivos, y con unos cuerpos que llamarían la atención de cualquier mujer. Los dos tenían los ojos azules y un carácter tranquilo y amistoso. Pero ahí acaba¬ban las semejanzas.
Joseph tenía el cabello rubio oscuro, mientras que el de Brant era negro, pero no era esa la prin¬cipal diferencia que _____ veía en ellos. No, lo que más la desconcertaba era la reacción que ella misma tenía hacia ellos. Cuando le estrechó la ma¬no a Brant, no sintió nada del cálido hormigueo que experimentaba con Joseph, cuya sola presen¬cia en la misma habitación que ella bastaba para
que el corazón le diera un vuelco.
-¿Algunas vez has montado toros salvajes, Brant? -preguntó, con cuidado de evitar la mirada de Joseph.
-¡No, por Dios! -pareció sobresaltarse ante la pregunta—. No tengo tan poca cabeza. Siempre he sido un torero.
-Creía que eso era algo típico de España y México -dijo, levantándose de la mesa para retirar los platos—. No sabía que participaban también en los rodeos.
-No es la misma clase de toreros, cielo -dijo Joseph-. Brant se enfrenta al toro para distraerlo de un vaquero derribado.
-Suena muy peligroso -dijo ella, esperando que la voz no le temblara. Siempre que Joseph la llamaba «cielo» la dejaba sin aire.
-No tanto -dijo Brant.
-No le hagas caso -replicó Joseph-. Hay docenas de vaqueros que le deben la vida a este hom¬bre, incluido yo. Por eso nunca encontrarás a un jinete de toros que no hable con gratitud y orgullo de un torero.
-¡Caray, Joe! No sabía cuánto significaba para ti -dijo Brant con una sonrisa maliciosa. Joseph se echó a reír y se levantó.
-No dejes que se te suba a la cabeza, Wakefield. Tu ego ya tiene el tamaño de Texas, y no quiero ser yo quien te lo infle aún más. Me sorprende que el sombrero te siga encajando en la cabeza.
-Estás celoso porque soy yo quien siempre con¬sigue a todas las chicas que quiero -dijo Brant, guiñándole un ojo a _____.
-¿Como esa rubia de Tucson? —replicó Joseph.
-¿Por qué has tenido que recordármela? -pre¬guntó Brant con un gemido.
-Solo es la punta del iceberg -Joseph abrió la puerta y salió al porche—. Y aquella vez en Albuquerque, cuando...
_____ los vio salir y caminar hacia el corral, char¬lando y riendo. No había duda de que eran muy buenos amigos.
Se le hizo un nudo en la garganta y las lágrimas amenazaron con afluir a sus ojos. Hasta hacía un año, ella también había tenido una amiga de ver¬dad. Charlotte Turner había sido como una her¬mana para ella, a quien hubiera podido confiarle cualquier cosa.
O, al menos, eso había creído... hasta que Char¬lotte usó contra ella el terrible secreto de su infer¬tilidad.
Charlotte se había quedado embarazada de Eric, porque sabía lo importante que era para él tener un hijo propio... y porque además se habían enamorado.
_____ agarró la escoba y empezó a barrer. Pen¬sar en su vieja amiga sacaba a la luz los mejores re¬cuerdos de su vida, y también los más dolorosos.
Pero, por encima de todo, demostraba que su opinión sobre las personas nunca había sido de fiar.
.Lu' Anne Lovegood.
Re: ● Una chispa de Amor ● «Joseph&Tu» Terminada!
Capitulo 12
Los truenos se oían a lo lejos, mientras Joseph examinaba con orgullo las reparaciones en el co¬rral. Con la ayuda de Brant, habían colocado tres postes, el resto de las tablas y una nueva puerta. En unas pocas horas habían realizado el mismo trabajo que, junto a _____, le habría llevado todo un día.
-Gracias, Wakefield -le dijo, mientras recogía las herramientas-. Te debo una.
-De nada, hombre -Brant se puso la camisa, que había dejado colgada en un poste, y miró a su alrededor-. Por cierto, ¿qué ha pasado aquí? Me dijiste que habías comprado un rancho que nece¬sitaba un poco de trabajo. Pero esto parece casi en ruinas.
-La explicación solo tiene un nombre -dijo Joseph con sarcasmo.
-No me lo digas -Brant soltó una carcajada-. Whiskers, ¿verdad?
Cuando Joseph terminó de explicarle todo lo que había hecho el viejo, a Brant se le saltaban las lágrimas de tanto reír.
-Antes de que te vayas, necesito tu ayuda para algo más.
-¿Además de llevaros a _____ y a ti de vuelta a la civilización? -preguntó Brant.
A Joseph se le hizo un nudo en el estómago. No había querido pensar en eso, pero no había forma de evitarlo.
-Seguramente, _____ querrá irse -se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en la gar-ganta-. Pero creo que yo me quedaré a terminar las reparaciones, antes de que llegue el ganado.
-Estupendo -Brant esbozó una sonrisa mal¬vada-. Eso me dará una hora más o menos, para conocer mejor a _____ de camino a Amarillo.
-Te lo advierto...
-Tranquilo, Adams -dijo riendo-. Solo quería ver hasta dónde estás dispuesto a llegar.
-Yo no...
-Vamos, no he nacido ayer -lo interrumpió Brant-. Y, a menos que haya perdido mi instinto, os veo a los dos igual de interesados.
-Te equivocas, Wakefield.
Brant cruzó los brazos al pecho y negó con la cabeza.
-No lo creo. ¿Qué te apuestas a que decide que¬darse contigo cuando yo me vaya?
-¿Aquel toro te golpeó en la cabeza además de destrozarte la rodilla?
-No -la sonrisa de Brant era tan irritante que Joseph sintió deseos de estrangularlo.
-Mira a tu alrededor, Wakefield. ¿Qué mujer en su sano juicio querría estar con un hombre que solo tiene un rancho en ruinas y el dinero justo para mantenerlo?
-Una mujer enamorada.
—Ahora sí que estoy seguro de que el toro te dio en la cabeza.
La risa de su amigo a punto estuvo de enloque¬cerlo.
—Espera a ver lo que ocurre mañana. Si _____ no se queda contigo, volveré la semana que viene y te ayudaré a cercar todos los pastos que quieras. Y los dos sabemos lo que detesto trabajar con alam¬bres.
-Pase lo que pase, vendrás a ayudar -dijo Joseph con convicción.
—Cierto, pero tenía que negociar con algo... Y ahora, dime, ¿qué es eso otro para lo que necesitas ayuda?
-No vas a creerlo.
—Prueba.
-Tenemos que hacer una jaula para un ratón -agarró un rollo de alambre y se lo tiró.
—Tienes razón —dijo Brant negando con la ca¬beza—. No te creo.
A la mañana siguiente, _____ les sirvió café en las tazas.
-Quiero daros las gracias por haber hecho la jaula y haber atrapado al ratón -les dijo, recor¬dando cómo la noche antes habían buscado al ani¬mal por todas partes hasta encontrarlo-. Tal vez ahora pueda dedicarme a hacer algo que no sea a vigilarme los pies.
-No hay de qué -respondió alegremente Brant, entre bocado y bocado de magdalena de nueces-. Joseph me ha dicho que el otro día intentó trepar por tu pierna.
-Me temo que di un espectáculo -dijo ella, es¬tremeciéndose-. ¿Verdad, Joseph?
El asintió sin decir nada, y ella se preguntó si habría tomado la decisión correcta. Joseph lle¬vaba muy callado toda la mañana.
Lo mejor era descubrirlo cuanto antes, pensó con decisión.
-Joseph —dijo, tras aclararse la garganta-. Ten¬go que pedirte una cosa.
El dejó lentamente la taza del café sobre la mesa.
-¿Qué necesitas?
«A ti», le dijo a _____ una traicionera voz inte¬rior.
-Si no tienes inconveniente, me gustaría que¬darme hasta que tu cuñado traiga el ganado. Ten¬go que cumplir el trato con el señor Penn -se apresuró a añadir, antes de que Joseph se hiciera una idea equivocada.
Sabía que era una excusa muy pobre y que ha¬bía perdido el poco sentido común que le que¬daba, pero tras pasar la noche en vela, pensando si debía o no dejar la Triple Bar... y a Joseph, había llegado a una conclusión. Quería quedarse con él. Y el único modo que tenía para ello era esgrimir el trato con el señor Penn.
El alivio la invadió cuando vio una sonrisa en los labios de Joseph.
-Me parece muy bien, cielo -le dijo, con su tono sensual de siempre.
La risita de Brant se transformó en una tos cuando su bota chocó con la de Joseph bajo la mesa.
-No me iré hasta después del almuerzo -dijo, bajando una mano para rascarse la espinilla-. Si cambias de idea, dímelo.
-Dudo que eso ocurra -dijo Joseph, mirándola a los ojos-. _____ merece llevarse un trozo de la piel de Whiskers, por lo que le ha hecho pasar.
_____ vio cómo Brant esbozaba una enigmática sonrisa.
-De acuerdo, entonces -dijo Brant al tiempo que se levantaba-. Vamos, Joe. Antes de irme, tenemos que vaciar de trastos las cuadras.
Cuatro horas más tarde, Joseph y _____ se des¬pedían de Brant desde el porche. A Joseph le gus¬taba que su amigo lo visitara a menudo, pero no en esos momentos de su vida, y se alegraba de ver cómo se iba en su camioneta.
Le quedaban tres o cuatro días con _____, antes de que llegaran Richard y Whiskers. Sabía que la atracción que ambos sentían no tenía ningún fu¬turo, pero quería pasar con ella todo el tiempo que fuera posible, antes de que se marchara para siempre de su lado.
-Brant es muy agradable -dijo ella-. Me alegra que haya podido ayudarte a reparar el corral y el granero.
-No se me ocurre ninguna otra persona a quien quisiera tener cerca en un terremoto -corroboró Joseph.
No quería hablar de Brant ni del rancho; tomó a _____ de la mano y bajó los escalones del porche.
-Vamos, cielo. Tengo una sorpresa para ti en el granero.
_____ le dedicó una encantadora y turbadora sonrisa.
-No será otra de tus inofensivas criaturas, ¿ver¬dad?
-Claro que no. Es algo que creo que te va a gus¬tar. Brant y yo lo encontramos mientras limpiába¬mos las cuadras -cuando llegaron a la puerta del granero, le tapó los ojos con la mano-. Ahora re¬cuerda que no es perfecto y es probable que no es¬tés acostumbrada. Pero, aun así, es mejor que lo que tenemos.
-¿Me estás diciendo que tenga la mente abier¬ta? —le preguntó, riendo.
-Más o menos -dijo él, riendo también. La llevó hasta el centro del granero y apartó la mano de sus ojos-. ¿Qué te parece?
-¿Es eso lo que creo que es? -preguntó ella, con el rostro iluminado por una sonrisa de felici-dad.
-Por supuesto. Es una bañera antigua. Cuando la haya limpiado a fondo, la llevaré a la casa, y así podrás tomar un baño de verdad, en vez de usar una palangana y una esponja.
La reacción de _____ fue lo máximo que él espe¬raba que fuera. Le echó los brazos al cuello, y le dio un beso que lo animó a buscar otros tesoros ocultos en el granero que la hicieran tan feliz.
Los truenos se oían a lo lejos, mientras Joseph examinaba con orgullo las reparaciones en el co¬rral. Con la ayuda de Brant, habían colocado tres postes, el resto de las tablas y una nueva puerta. En unas pocas horas habían realizado el mismo trabajo que, junto a _____, le habría llevado todo un día.
-Gracias, Wakefield -le dijo, mientras recogía las herramientas-. Te debo una.
-De nada, hombre -Brant se puso la camisa, que había dejado colgada en un poste, y miró a su alrededor-. Por cierto, ¿qué ha pasado aquí? Me dijiste que habías comprado un rancho que nece¬sitaba un poco de trabajo. Pero esto parece casi en ruinas.
-La explicación solo tiene un nombre -dijo Joseph con sarcasmo.
-No me lo digas -Brant soltó una carcajada-. Whiskers, ¿verdad?
Cuando Joseph terminó de explicarle todo lo que había hecho el viejo, a Brant se le saltaban las lágrimas de tanto reír.
-Antes de que te vayas, necesito tu ayuda para algo más.
-¿Además de llevaros a _____ y a ti de vuelta a la civilización? -preguntó Brant.
A Joseph se le hizo un nudo en el estómago. No había querido pensar en eso, pero no había forma de evitarlo.
-Seguramente, _____ querrá irse -se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en la gar-ganta-. Pero creo que yo me quedaré a terminar las reparaciones, antes de que llegue el ganado.
-Estupendo -Brant esbozó una sonrisa mal¬vada-. Eso me dará una hora más o menos, para conocer mejor a _____ de camino a Amarillo.
-Te lo advierto...
-Tranquilo, Adams -dijo riendo-. Solo quería ver hasta dónde estás dispuesto a llegar.
-Yo no...
-Vamos, no he nacido ayer -lo interrumpió Brant-. Y, a menos que haya perdido mi instinto, os veo a los dos igual de interesados.
-Te equivocas, Wakefield.
Brant cruzó los brazos al pecho y negó con la cabeza.
-No lo creo. ¿Qué te apuestas a que decide que¬darse contigo cuando yo me vaya?
-¿Aquel toro te golpeó en la cabeza además de destrozarte la rodilla?
-No -la sonrisa de Brant era tan irritante que Joseph sintió deseos de estrangularlo.
-Mira a tu alrededor, Wakefield. ¿Qué mujer en su sano juicio querría estar con un hombre que solo tiene un rancho en ruinas y el dinero justo para mantenerlo?
-Una mujer enamorada.
—Ahora sí que estoy seguro de que el toro te dio en la cabeza.
La risa de su amigo a punto estuvo de enloque¬cerlo.
—Espera a ver lo que ocurre mañana. Si _____ no se queda contigo, volveré la semana que viene y te ayudaré a cercar todos los pastos que quieras. Y los dos sabemos lo que detesto trabajar con alam¬bres.
-Pase lo que pase, vendrás a ayudar -dijo Joseph con convicción.
—Cierto, pero tenía que negociar con algo... Y ahora, dime, ¿qué es eso otro para lo que necesitas ayuda?
-No vas a creerlo.
—Prueba.
-Tenemos que hacer una jaula para un ratón -agarró un rollo de alambre y se lo tiró.
—Tienes razón —dijo Brant negando con la ca¬beza—. No te creo.
A la mañana siguiente, _____ les sirvió café en las tazas.
-Quiero daros las gracias por haber hecho la jaula y haber atrapado al ratón -les dijo, recor¬dando cómo la noche antes habían buscado al ani¬mal por todas partes hasta encontrarlo-. Tal vez ahora pueda dedicarme a hacer algo que no sea a vigilarme los pies.
-No hay de qué -respondió alegremente Brant, entre bocado y bocado de magdalena de nueces-. Joseph me ha dicho que el otro día intentó trepar por tu pierna.
-Me temo que di un espectáculo -dijo ella, es¬tremeciéndose-. ¿Verdad, Joseph?
El asintió sin decir nada, y ella se preguntó si habría tomado la decisión correcta. Joseph lle¬vaba muy callado toda la mañana.
Lo mejor era descubrirlo cuanto antes, pensó con decisión.
-Joseph —dijo, tras aclararse la garganta-. Ten¬go que pedirte una cosa.
El dejó lentamente la taza del café sobre la mesa.
-¿Qué necesitas?
«A ti», le dijo a _____ una traicionera voz inte¬rior.
-Si no tienes inconveniente, me gustaría que¬darme hasta que tu cuñado traiga el ganado. Ten¬go que cumplir el trato con el señor Penn -se apresuró a añadir, antes de que Joseph se hiciera una idea equivocada.
Sabía que era una excusa muy pobre y que ha¬bía perdido el poco sentido común que le que¬daba, pero tras pasar la noche en vela, pensando si debía o no dejar la Triple Bar... y a Joseph, había llegado a una conclusión. Quería quedarse con él. Y el único modo que tenía para ello era esgrimir el trato con el señor Penn.
El alivio la invadió cuando vio una sonrisa en los labios de Joseph.
-Me parece muy bien, cielo -le dijo, con su tono sensual de siempre.
La risita de Brant se transformó en una tos cuando su bota chocó con la de Joseph bajo la mesa.
-No me iré hasta después del almuerzo -dijo, bajando una mano para rascarse la espinilla-. Si cambias de idea, dímelo.
-Dudo que eso ocurra -dijo Joseph, mirándola a los ojos-. _____ merece llevarse un trozo de la piel de Whiskers, por lo que le ha hecho pasar.
_____ vio cómo Brant esbozaba una enigmática sonrisa.
-De acuerdo, entonces -dijo Brant al tiempo que se levantaba-. Vamos, Joe. Antes de irme, tenemos que vaciar de trastos las cuadras.
Cuatro horas más tarde, Joseph y _____ se des¬pedían de Brant desde el porche. A Joseph le gus¬taba que su amigo lo visitara a menudo, pero no en esos momentos de su vida, y se alegraba de ver cómo se iba en su camioneta.
Le quedaban tres o cuatro días con _____, antes de que llegaran Richard y Whiskers. Sabía que la atracción que ambos sentían no tenía ningún fu¬turo, pero quería pasar con ella todo el tiempo que fuera posible, antes de que se marchara para siempre de su lado.
-Brant es muy agradable -dijo ella-. Me alegra que haya podido ayudarte a reparar el corral y el granero.
-No se me ocurre ninguna otra persona a quien quisiera tener cerca en un terremoto -corroboró Joseph.
No quería hablar de Brant ni del rancho; tomó a _____ de la mano y bajó los escalones del porche.
-Vamos, cielo. Tengo una sorpresa para ti en el granero.
_____ le dedicó una encantadora y turbadora sonrisa.
-No será otra de tus inofensivas criaturas, ¿ver¬dad?
-Claro que no. Es algo que creo que te va a gus¬tar. Brant y yo lo encontramos mientras limpiába¬mos las cuadras -cuando llegaron a la puerta del granero, le tapó los ojos con la mano-. Ahora re¬cuerda que no es perfecto y es probable que no es¬tés acostumbrada. Pero, aun así, es mejor que lo que tenemos.
-¿Me estás diciendo que tenga la mente abier¬ta? —le preguntó, riendo.
-Más o menos -dijo él, riendo también. La llevó hasta el centro del granero y apartó la mano de sus ojos-. ¿Qué te parece?
-¿Es eso lo que creo que es? -preguntó ella, con el rostro iluminado por una sonrisa de felici-dad.
-Por supuesto. Es una bañera antigua. Cuando la haya limpiado a fondo, la llevaré a la casa, y así podrás tomar un baño de verdad, en vez de usar una palangana y una esponja.
La reacción de _____ fue lo máximo que él espe¬raba que fuera. Le echó los brazos al cuello, y le dio un beso que lo animó a buscar otros tesoros ocultos en el granero que la hicieran tan feliz.
.Lu' Anne Lovegood.
Re: ● Una chispa de Amor ● «Joseph&Tu» Terminada!
Capitulo 13
_____ retiró de la hornilla el último cazo de agua caliente, mientras escuchaba música clásica en su reproductor de CD a pilas, y lo vertió en la bañera. Luego, añadió un poco de agua fría para conseguir la temperatura deseada, y también una generosa cantidad de sales de baño. Un intenso olor a rosas llenó la habitación.
Se recogió la melena y se la sujetó con una horquilla. Mientras el agua se calentaba, había aprovechado para desnudarse y ponerse un albornoz, de modo que ya solo quedaba una cosa por hacer antes de encender las velas y meterse en la bañera. Tenía que encontrar una manera de cerrar la puerta, para impedir que Joseph pudiera entrar accidentalmente.
No era que no confiase en él, pero Joseph no sabía que iba a darse un baño. Había sido ella quien había bombeado el agua, aprovechando que estaba sola en la casa. La intranquilizaba un poco tener la bañera en un rincón de la cocina, pero era donde estaba la estufa de queroseno. En cualquier otra habitación hacía demasiado frío.
Respiró profundamente y miró a su alrededor. ¿Qué podría utilizar para asegurar la puerta? No tenía cerradura, lo cual le había extrañado mucho cuando llegó a la casa. Pero, mientras más pensaba en ello, más convencida estaba de que a los habitantes que vivieron allí mucho tiempo atrás no les había parecido necesario. La casa estaba muy apartada de la carretera y muy lejos de cualquier vecino. Aparte de ella y Joseph, no había un alma en muchos kilómetros a la redonda.
Mientras buscaba alguna forma de bloquear la puerta, vio algunas cajas grandes que aún no habían vaciado. Perfecto. Eran lo suficientemente pesadas para asegurar su intimidad.
Levantó la toalla que había colgado en la puerta, y se aseguró de que Joseph seguía en el granero. Soltó un suspiro de alivio al ver cómo un cubo oxidado salía volando por la puerta y aterrizaba en el creciente montón de objetos desechables. Joseph estaba tan empeñado en limpiar el granero que no era probable que acabase pronto.
Sonrió y apiló las pesadas cajas contra la puerta. A continuación, encendió las velas y se quitó el albornoz. Se metió en la bañera y se sentó. Era bastante pequeña, por lo que tuvo que flexionar las rodillas, pero la sensación del agua sobre sus brazos y pecho era maravillosa. Mientras se frotaba con la esponja, pensó que aquel era el mejor baño que había tomado en su vida, sobre todo después de haber estado varios días lavándose con una palangana.
Se recostó y aspiró la fragancia de rosas, deleitándose con la suave música de Chopin. Cerró los ojos, extasiada de placer. Ni siquiera una estancia en un balneario de lujo podría relajarla más de lo que estaba en aquellos momentos.
Cuando un trueno resonó en la distancia, Joseph arrojó otro trasto al montón y miró hacia arriba. Las nubes ya cubrían por completo el cielo, y en pocos minutos empezaría a llover. A menos que quisiera ponerse a esquivar rayos, lo mejor sería volver a la casa.
Se restregó las manos en los vaqueros y miró hacia su nuevo hogar. De momento no era gran cosa, pero Joseph no tenía duda de que acabaría siéndolo. De hecho, desde que Brant y él repararon la columna del porche trasero, la casa ofrecía un aspecto mucho mejor. Al menos, ya no tenía que agachar la cabeza cuando subía los escalones de la entrada.
Una oleada de orgullo le invadió el pecho. Por primera vez en su vida, tenía algo suyo. Una casa de verdad, no una vivienda portátil. Su familia había viajado como nómadas de un rodeo a otro, siendo su padre domador de bueyes y luego torero.
Pero, finalmente, Joseph había tomado la decisión de echar raíces. Y estaba encantado con su decisión.
Solo deseaba que _____ no hubiera visto el rancho tal y como estaba en esos momentos. Hubiera preferido que llegase un poco más tarde, cuando se hubieran acabado todas las reparaciones. Tal vez entonces...
Sacudió la cabeza. No tenía sentido pensar en eso. _____ no quería formar parte de su vida ni de un rancho en ruinas. Además, no era el momento de pensar en una esposa. Cuando decidiera buscar una mujer, tendría un rancho del que estar orgulloso, y podría ofrecer algo más que un techo con goteras y una bañera antigua.
Al subir los escalones del porche se detuvo al escuchar música. ¿De dónde habría sacado _____ un reproductor? Sonrió al pensar en su gigantesca Samsonite. De aquella maleta podría sacar cualquier cosa...
Pero aquello era otra prueba de las diferencias que había entre ambos. A _____ le gustaba la música clásica, mientras que él prefería la música country.
Giró el pomo, pero no pudo abrir la puerta. Sonrió al ver la toalla que cubría el cristal. A las mujeres les gustaban las cortinas, y _____ se había preocupado de encontrar algo similar.
Pero ¿por qué se había encerrado dentro? Tal vez quisiera sorprenderlo con algún toque femenino en la decoración, pensó mientras golpeaba el cristal.
-¿_____?
No hubo respuesta, aunque lo más probable era que no lo oyese, pues la música del reproductor sonaba muy alta.
Volvió a llamar y empujó con más fuerza. La puerta se abrió un par de centímetros.
-_____, déjame entrar.
Tampoco esa vez hubo respuesta.
¿Qué estaba pasando? ¿Se habría caído mientras colgaba cosas en la ventana? ¿Estaría herida?
Una sucesión de dramáticas situaciones se le pasó por la cabeza... todas ellas con _____ inconsciente en el suelo.
Se echó hacia atrás y cargó con todas sus fuerzas contra la puerta. Esta se abrió, y Joseph irrumpió en la cocina, entre un montón de grandes cajas.
-¿_____? —gritó mientras se levantaba.
La luz de las velas en el rincón más lejano de la cocina le llamó la atención... y entonces sintió como si hubiera recibido un mazazo. Allí estaba, sentada en la vieja bañera, completamente desnuda y más hermosa que cualquier mujer.
_____ parpadeó varias veces para orientarse. Es¬taba claro que se había quedado dormida mientras tomaba el baño. Cuando lo vio, soltó un chillido y, para decepción de Joseph, se apresuró a cubrirse. Pero la bañera era muy pequeña, y era imposible ocultarse bajo el agua.
-¿Qué haces aquí? -le preguntó, con las meji¬llas coloradas-. Creía que estabas limpiando el granero.
Joseph tuvo que hacer un enorme esfuerzo para reprimir una sonrisa. _____ estaba tan her-mosa en la bañera, con su sedosa melena recogida y sus voluptuosos pechos medio escondidos bajo el agua...
El deseo de sonreír se esfumó al comprobar la poca profundidad del agua. Ni siquiera llegaba a cubrir los pezones de _____, duros y erguidos como puntas de coral. A Joseph le resultó imposible apartar la mirada. Y tampoco quería apartarla.
Vestida, _____ era preciosa. Pero desnuda, con su piel satinada reluciendo a la luz de las velas, era la auténtica visión de todo lo que una mujer debe¬ría ser... suave, sensual y seductora más allá de las palabras.
El calor le recorrió el cuerpo y la región infe¬rior de su anatomía se endureció, como era de esperar.
-Ha... eh... ha empezado a llover -dijo, metiendo las manos en los bolsillos delanteros para aliviar algo la presión de la entrepierna.
Sabía que ella había percibido su erección, pero, en vez de apartar la mirada, parecía tan fascinada como él. Joseph dio un paso adelante,
En aquel momento un relámpago iluminó la cocina, seguido por el fuerte retumbo de un trueno. Ambos dieron un respingo, y Joseph volvió de golpe a la realidad. ¿Qué demonios estaba haciendo? Le había dicho que podía confiar en él, y estaba dispuesto a cumplir con su palabra... aunque fuera incapaz de respirar y el corazón le latiera a un ritmo frenético.
Se dio la vuelta y se esforzó para tomar aire mientras se dirigía hacia la puerta.
-Estaré en el porche -le dijo entre dientes-. Cuando te hayas vestido, avísame y vendré a vaciar la bañera.
_____ esperó a que Joseph apartara las cajas y cerrase la puerta a su paso. Entonces agarró la toalla y se levantó. ¿Qué demonios le había ocurrido?
Las mejillas le ardían, y tuvo que morderse el la¬bio para reprimir un gemido mientras se secaba vigorosamente. Que el Cielo la ayudara... Había querido que Joseph la viese desnuda. Había querido que la deseara tanto como ella lo deseaba a él. Y su deseo parecía ser evidente, a juzgar por el bulto en sus vaqueros y el fuego de su mirada.
Gracias a Dios, el trueno la había devuelto el sentido común. Pero ¿cómo iba a mirarlo otra vez a la cara? ¿Acaso estaba tan desesperada que le había insinuado a Joseph que le hiciera el amor?
Se puso unos vaqueros y una sudadera azul, y secó el agua que había derramado al sentarse en la bañera. Apagó las velas y encendió el farol. Los nubarrones del cielo oscurecían el interior de la cocina más de lo normal. Necesitaba luz para ver, pero las velas eran demasiado románticas e íntimas...
-Ya puedes entrar -le dijo, al tiempo que abría la puerta.
No pudo mirarlo mientras él vaciaba la bañera. Las mejillas aún le ardían de humillación, por la forma tan desvergonzada en que había actuado cuando él la contemplaba. Pero lo que más la asus¬taba era cómo se había sentido al ver el deseo brillando en sus intensos ojos azules.
Tras verter en el exterior el último cubo, Joseph fue hacia la bomba y empezó a sacar agua.
-Si no te importa, creo que tomaré un baño y me afeitaré mientras haya luz.
Ella asintió y se dispuso a salir de la cocina.
-Claro... Me quedaré en el salón hasta que aca¬bes.
-¿Sabes? No hay nada de lo que avergonzarse -dijo él, mientras colocaba un recipiente con agua sobre la hornilla.
¡Santo Dios!, pensó _____ horrorizada. ¿Tan transparente era?
-Por favor, vamos a olvidarlo...
De repente, se encontró abrazada por detrás.
-Cielo, ni aunque viviera cien años podría olvidar la visión de tu bonito cuerpo -le murmuró al oído.
El tono profundo y apasionado de su declaración le produjo a _____ una punzada de deseo en el pecho que amenazó con ahogarla.
-Joseph, no puedo...
-Está bien, cielo -la interrumpió, acercándola más a él-. Como ya te dije, puedes confiar en mí.
Te he dado mi palabra de que no pasará nada que no quieras que pase.
El problema no era no que no confiase en él, sino en que ella misma empezara a desear las cosas que nunca podría tener.
Se soltó de su abrazo y se alejó.
-¿_____?
-Estaré en el salón -le dijo sin volverse-. Avísame cuando estés vestido y vendré a preparar la cena.
_____ retiró de la hornilla el último cazo de agua caliente, mientras escuchaba música clásica en su reproductor de CD a pilas, y lo vertió en la bañera. Luego, añadió un poco de agua fría para conseguir la temperatura deseada, y también una generosa cantidad de sales de baño. Un intenso olor a rosas llenó la habitación.
Se recogió la melena y se la sujetó con una horquilla. Mientras el agua se calentaba, había aprovechado para desnudarse y ponerse un albornoz, de modo que ya solo quedaba una cosa por hacer antes de encender las velas y meterse en la bañera. Tenía que encontrar una manera de cerrar la puerta, para impedir que Joseph pudiera entrar accidentalmente.
No era que no confiase en él, pero Joseph no sabía que iba a darse un baño. Había sido ella quien había bombeado el agua, aprovechando que estaba sola en la casa. La intranquilizaba un poco tener la bañera en un rincón de la cocina, pero era donde estaba la estufa de queroseno. En cualquier otra habitación hacía demasiado frío.
Respiró profundamente y miró a su alrededor. ¿Qué podría utilizar para asegurar la puerta? No tenía cerradura, lo cual le había extrañado mucho cuando llegó a la casa. Pero, mientras más pensaba en ello, más convencida estaba de que a los habitantes que vivieron allí mucho tiempo atrás no les había parecido necesario. La casa estaba muy apartada de la carretera y muy lejos de cualquier vecino. Aparte de ella y Joseph, no había un alma en muchos kilómetros a la redonda.
Mientras buscaba alguna forma de bloquear la puerta, vio algunas cajas grandes que aún no habían vaciado. Perfecto. Eran lo suficientemente pesadas para asegurar su intimidad.
Levantó la toalla que había colgado en la puerta, y se aseguró de que Joseph seguía en el granero. Soltó un suspiro de alivio al ver cómo un cubo oxidado salía volando por la puerta y aterrizaba en el creciente montón de objetos desechables. Joseph estaba tan empeñado en limpiar el granero que no era probable que acabase pronto.
Sonrió y apiló las pesadas cajas contra la puerta. A continuación, encendió las velas y se quitó el albornoz. Se metió en la bañera y se sentó. Era bastante pequeña, por lo que tuvo que flexionar las rodillas, pero la sensación del agua sobre sus brazos y pecho era maravillosa. Mientras se frotaba con la esponja, pensó que aquel era el mejor baño que había tomado en su vida, sobre todo después de haber estado varios días lavándose con una palangana.
Se recostó y aspiró la fragancia de rosas, deleitándose con la suave música de Chopin. Cerró los ojos, extasiada de placer. Ni siquiera una estancia en un balneario de lujo podría relajarla más de lo que estaba en aquellos momentos.
Cuando un trueno resonó en la distancia, Joseph arrojó otro trasto al montón y miró hacia arriba. Las nubes ya cubrían por completo el cielo, y en pocos minutos empezaría a llover. A menos que quisiera ponerse a esquivar rayos, lo mejor sería volver a la casa.
Se restregó las manos en los vaqueros y miró hacia su nuevo hogar. De momento no era gran cosa, pero Joseph no tenía duda de que acabaría siéndolo. De hecho, desde que Brant y él repararon la columna del porche trasero, la casa ofrecía un aspecto mucho mejor. Al menos, ya no tenía que agachar la cabeza cuando subía los escalones de la entrada.
Una oleada de orgullo le invadió el pecho. Por primera vez en su vida, tenía algo suyo. Una casa de verdad, no una vivienda portátil. Su familia había viajado como nómadas de un rodeo a otro, siendo su padre domador de bueyes y luego torero.
Pero, finalmente, Joseph había tomado la decisión de echar raíces. Y estaba encantado con su decisión.
Solo deseaba que _____ no hubiera visto el rancho tal y como estaba en esos momentos. Hubiera preferido que llegase un poco más tarde, cuando se hubieran acabado todas las reparaciones. Tal vez entonces...
Sacudió la cabeza. No tenía sentido pensar en eso. _____ no quería formar parte de su vida ni de un rancho en ruinas. Además, no era el momento de pensar en una esposa. Cuando decidiera buscar una mujer, tendría un rancho del que estar orgulloso, y podría ofrecer algo más que un techo con goteras y una bañera antigua.
Al subir los escalones del porche se detuvo al escuchar música. ¿De dónde habría sacado _____ un reproductor? Sonrió al pensar en su gigantesca Samsonite. De aquella maleta podría sacar cualquier cosa...
Pero aquello era otra prueba de las diferencias que había entre ambos. A _____ le gustaba la música clásica, mientras que él prefería la música country.
Giró el pomo, pero no pudo abrir la puerta. Sonrió al ver la toalla que cubría el cristal. A las mujeres les gustaban las cortinas, y _____ se había preocupado de encontrar algo similar.
Pero ¿por qué se había encerrado dentro? Tal vez quisiera sorprenderlo con algún toque femenino en la decoración, pensó mientras golpeaba el cristal.
-¿_____?
No hubo respuesta, aunque lo más probable era que no lo oyese, pues la música del reproductor sonaba muy alta.
Volvió a llamar y empujó con más fuerza. La puerta se abrió un par de centímetros.
-_____, déjame entrar.
Tampoco esa vez hubo respuesta.
¿Qué estaba pasando? ¿Se habría caído mientras colgaba cosas en la ventana? ¿Estaría herida?
Una sucesión de dramáticas situaciones se le pasó por la cabeza... todas ellas con _____ inconsciente en el suelo.
Se echó hacia atrás y cargó con todas sus fuerzas contra la puerta. Esta se abrió, y Joseph irrumpió en la cocina, entre un montón de grandes cajas.
-¿_____? —gritó mientras se levantaba.
La luz de las velas en el rincón más lejano de la cocina le llamó la atención... y entonces sintió como si hubiera recibido un mazazo. Allí estaba, sentada en la vieja bañera, completamente desnuda y más hermosa que cualquier mujer.
_____ parpadeó varias veces para orientarse. Es¬taba claro que se había quedado dormida mientras tomaba el baño. Cuando lo vio, soltó un chillido y, para decepción de Joseph, se apresuró a cubrirse. Pero la bañera era muy pequeña, y era imposible ocultarse bajo el agua.
-¿Qué haces aquí? -le preguntó, con las meji¬llas coloradas-. Creía que estabas limpiando el granero.
Joseph tuvo que hacer un enorme esfuerzo para reprimir una sonrisa. _____ estaba tan her-mosa en la bañera, con su sedosa melena recogida y sus voluptuosos pechos medio escondidos bajo el agua...
El deseo de sonreír se esfumó al comprobar la poca profundidad del agua. Ni siquiera llegaba a cubrir los pezones de _____, duros y erguidos como puntas de coral. A Joseph le resultó imposible apartar la mirada. Y tampoco quería apartarla.
Vestida, _____ era preciosa. Pero desnuda, con su piel satinada reluciendo a la luz de las velas, era la auténtica visión de todo lo que una mujer debe¬ría ser... suave, sensual y seductora más allá de las palabras.
El calor le recorrió el cuerpo y la región infe¬rior de su anatomía se endureció, como era de esperar.
-Ha... eh... ha empezado a llover -dijo, metiendo las manos en los bolsillos delanteros para aliviar algo la presión de la entrepierna.
Sabía que ella había percibido su erección, pero, en vez de apartar la mirada, parecía tan fascinada como él. Joseph dio un paso adelante,
En aquel momento un relámpago iluminó la cocina, seguido por el fuerte retumbo de un trueno. Ambos dieron un respingo, y Joseph volvió de golpe a la realidad. ¿Qué demonios estaba haciendo? Le había dicho que podía confiar en él, y estaba dispuesto a cumplir con su palabra... aunque fuera incapaz de respirar y el corazón le latiera a un ritmo frenético.
Se dio la vuelta y se esforzó para tomar aire mientras se dirigía hacia la puerta.
-Estaré en el porche -le dijo entre dientes-. Cuando te hayas vestido, avísame y vendré a vaciar la bañera.
_____ esperó a que Joseph apartara las cajas y cerrase la puerta a su paso. Entonces agarró la toalla y se levantó. ¿Qué demonios le había ocurrido?
Las mejillas le ardían, y tuvo que morderse el la¬bio para reprimir un gemido mientras se secaba vigorosamente. Que el Cielo la ayudara... Había querido que Joseph la viese desnuda. Había querido que la deseara tanto como ella lo deseaba a él. Y su deseo parecía ser evidente, a juzgar por el bulto en sus vaqueros y el fuego de su mirada.
Gracias a Dios, el trueno la había devuelto el sentido común. Pero ¿cómo iba a mirarlo otra vez a la cara? ¿Acaso estaba tan desesperada que le había insinuado a Joseph que le hiciera el amor?
Se puso unos vaqueros y una sudadera azul, y secó el agua que había derramado al sentarse en la bañera. Apagó las velas y encendió el farol. Los nubarrones del cielo oscurecían el interior de la cocina más de lo normal. Necesitaba luz para ver, pero las velas eran demasiado románticas e íntimas...
-Ya puedes entrar -le dijo, al tiempo que abría la puerta.
No pudo mirarlo mientras él vaciaba la bañera. Las mejillas aún le ardían de humillación, por la forma tan desvergonzada en que había actuado cuando él la contemplaba. Pero lo que más la asus¬taba era cómo se había sentido al ver el deseo brillando en sus intensos ojos azules.
Tras verter en el exterior el último cubo, Joseph fue hacia la bomba y empezó a sacar agua.
-Si no te importa, creo que tomaré un baño y me afeitaré mientras haya luz.
Ella asintió y se dispuso a salir de la cocina.
-Claro... Me quedaré en el salón hasta que aca¬bes.
-¿Sabes? No hay nada de lo que avergonzarse -dijo él, mientras colocaba un recipiente con agua sobre la hornilla.
¡Santo Dios!, pensó _____ horrorizada. ¿Tan transparente era?
-Por favor, vamos a olvidarlo...
De repente, se encontró abrazada por detrás.
-Cielo, ni aunque viviera cien años podría olvidar la visión de tu bonito cuerpo -le murmuró al oído.
El tono profundo y apasionado de su declaración le produjo a _____ una punzada de deseo en el pecho que amenazó con ahogarla.
-Joseph, no puedo...
-Está bien, cielo -la interrumpió, acercándola más a él-. Como ya te dije, puedes confiar en mí.
Te he dado mi palabra de que no pasará nada que no quieras que pase.
El problema no era no que no confiase en él, sino en que ella misma empezara a desear las cosas que nunca podría tener.
Se soltó de su abrazo y se alejó.
-¿_____?
-Estaré en el salón -le dijo sin volverse-. Avísame cuando estés vestido y vendré a preparar la cena.
.Lu' Anne Lovegood.
Re: ● Una chispa de Amor ● «Joseph&Tu» Terminada!
Capitulo 14
Joseph secó el plato que _____ le había dado y lo guardó en el armario. No soportaba la tristeza que ensombrecía sus bonitos ojos marrones, ni el silencio que se interponía entre ellos. En las dos últimas horas apenas le había dirigido la palabra.
-Gracias por la cena -le dijo, intentando una vez más iniciar una conversación-. No es puede hacer mucho con una hornilla como esta, pero la carne enlatada estaba riquísima.
—De nada —dijo ella mientras pasaba un trapo por la encimera-. ¿Te importaría vaciar el barreño?
Mientras Joseph vertía el agua en el exterior, se preguntó cómo podría volver a la camaradería que habían compartido los días anteriores. Sabía que _____ ya no se sentía turbada por que la hubiera pillado en la bañera, pero no podía comprender su tristeza.
La lluvia golpeaba el tejado del porche. Si el tiempo ayudara, podría sacarla y enseñarle algu¬nas de las cosas que había encontrado en el granero. Cosas que seguramente la harían sonreír, como la lámpara con forma de bailarina hawaiana, o el castillo hecho con cientos de tapones pegados. Pero la tormenta no parecía que fuese a amainar.
Volvió a entrar en la cocina sumido en sus pensamientos. ¿Qué podría hacer para levantarle el ánimo?
Miró a su alrededor y se fijó en el reproductor de CDs que estaba sobre una caja.
-¿_____? -la llamó con una sonrisa. Ella levantó la vista del libro que estaba leyendo y lo miró—. ¿Te importaría si uso tu reproductor de CDs?
-Pues claro que no -se levantó y quitó el CD de música clásica-. ¿Vas a escucharlo aquí?
-No, creo que me lo llevaré al salón —agarró el aparato y salió de la cocina. No quiso preguntarle a _____ si quería acompañarlo, pues antes tenía que ocuparse de varias cosas.
Dejó el reproductor sobre una caja de madera y quitó la cuerda que usaban para tender la ropa. Por suerte, el salón era grande, por lo que tendrían mucho espacio para moverse.
Cuando acabó de prepararlo todo, ya había oscurecido por completo.
-¿Dónde has puesto las velas? -le preguntó mientras entraba en la cocina.
-Están junto a la bomba -le respondió, mirándolo con curiosidad-. ¿Por qué?
-Necesito luz para no tropezarme y romperme el cuello.
-¿Quieres llevarte el farol? -le ofreció ella.
-No, te hace falta para leer. _____ lo vio agarrar todas las velas y salir al vestíbulo. ¿Para que necesitaría tantas?
Al escuchar la música country que llegaba del salón, se encogió de hombros y volvió a concentrarse en el libro. Cuanto menos pensara en Joseph Adams, mejor.
Pero cuando vio que estaba leyendo la misma página por tercera vez, desistió y cerró el libro.
La vergüenza inicial que había sentido cuando Joseph la encontró desnuda había dado paso a una profunda tristeza. El la deseaba y ella lo deseaba, pero si hacían el amor, no podría confiar en sí misma para no enamorarse desesperadamente. Y si el deseo que la invadía era significativo, era precisamente eso lo que le estaba ocurriendo.
Algo en su interior le decía que Joseph era el hombre que demostraba ser... alguien honesto, fiel y trabajador. Pero ella ya había confiado en sus instintos con anterioridad, y no podía volver a cometer el mismo error.
Había juzgado mal a su marido y a su mejor amiga, de quienes ni siquiera había sospechado que tenían una aventura. No se enteró hasta que Eric le pidió el divorcio. Quería casarse con Charlotte porque estaban esperando un hijo.
—_____, cielo, ¿estás bien? —le preguntó Joseph por encima del hombro.
Ella lo miró y vio la preocupación en su rostro. Había estado tan inmersa en sus pensamientos que no lo había oído entrar en la cocina.
—Sí, muy bien.
—¿Estás segura? —insistió él—. Pareces muy distante.
—Creo que lo estaba -reconoció ella, forzando una sonrisa.
-¿Y ya estás de vuelta? -le devolvió la sonrisa, y a _____ le dio un vuelco el corazón.
-Sí -apenas podía respirar.
-Me alegro. Tengo que llevarte a un sitio esta noche.
Fuera no dejaban de caer rayos. ¿Adonde podría llevarla con aquella tormenta?
El la tomó de la mano y la hizo levantarse. Un cálido hormigueo le recorrió el brazo al sentir el contacto.
-¿Tendría el honor de acompañarme al salón, señorita?
Ella se echó a reír al ver su expresión maliciosa, y lo siguió por el vestíbulo.
-¿De qué se trata? -le preguntó, alzando la voz para hacerse oír por encima de la música.
Cuando llegaron al salón, él hizo un amplio movimiento con el brazo y se inclinó para susurrarle algo al oído.
-Sea bienvenida a la sala de baile de la Triple Bar, señorita.
A _____ se le pusieron los ojos como platos, y tuvo que llevarse una mano a la boca para sofocar un gemido. Joseph había encendido todas las velas y había extendido una sábana sobre una caja para hacer las veces de mesa. Dos pequeñas cajas de madera estaban colocadas a ambos lados de la mesa, en cuyo centro había una vela en una botella de cerveza.
Los ojos se le llenaron de lágrimas por la emoción. Nunca había visto algo tan romántico.
-¿Te gusta? -le preguntó él, esperanzado.
Ella asintió y tuvo que tragar saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la gar¬ganta.
-Joseph, esto es lo más bonito que ha hecho alguien por mí -se puso de puntillas y le dio un beso en la mandíbula-. Gracias.
Joseph le acarició la mejilla con el dorso de la mano. En esos momentos, _____ le parecía la mujer más sexy del mundo.
-Me alegra que te guste -la miró en silencio du¬rante varios segundos, hasta esbozar una sonrisa burlona-. Esta noche está lleno, pero creo que he visto una mesa libre por ahí -apuntó hacia la caja con la sábana.
-Sí, tienes razón -corroboró ella, encantada de que Joseph quisiera animar la conversación.
Joseph la llevó a la mesa y, tras acomodarla en la caja, miró a su alrededor.
-El camarero debe de tener el día libre, así que tendré que ir yo mismo al bar. ¿Qué te apetece?
-Tomaré lo mismo que tú.
Él sonrió y se tocó el ala del sombrero.
-Vuelvo enseguida.
En pocos minutos estuvo sentado frente a ella, con dos envases de zumo con sendas pajitas.
-Me he pedido una cerveza, pero pensé que tú preferirías vino.
-Buena elección -dijo ella sonriéndole. La canción que sonaba en el reproductor acabó, y empezó otra a continuación.
-¿Te gustaría bailar?
-Me temo que no soy muy buena bailando country -respondió ella negando con la cabeza. El se puso en pie y la tomó de la mano.
-Vamos, es muy fácil. Yo te enseñaré. _____ se levantó y lo siguió al centro de la habi-tación.
-Te lo advierto; es muy probable que te pise.
-Eso va a ser muy difícil, ya que vamos a hacer el Stroll- dijo él, riendo.
-¿Stroll?
Joseph asintió y le pasó un brazo por los hombros.
-Es un baile tradicional de Texas -le explicó dónde y cómo debía situar las manos y cómo eran los pasos.
Dieron una vuelta completa al salón, antes de que ella se diera cuenta de que lo estaba haciendo bien.
-Es muy divertido -dijo riendo-, y no es tan difícil como pensaba.
-Ya te dije que era muy fácil -respondió él con una sonrisa, y siguieron dando vueltas.
Cuando acabó el CD y el reproductor pasó al siguiente, Joseph le había enseñado, además del Stroll, el Two-Step y un par de bailes más.
-Es realmente divertido -dijo ella sin aliento.
-¿Quieres descansar un poco? -le preguntó él, llevándola hacia la mesa.
_____ se sentó y tomó un sorbo de zumo.
-Joseph, ¿te importa que te haga una pre¬gunta?
-Dispara -dijo él, tomando un largo sorbo por la pajita.
-¿Por qué llevas puesto el sombrero cuando bailas? De hecho, desde que estoy aquí, creo que solo te he visto sin él en un par de ocasiones.
Joseph se encogió de hombros.
-Ningún texano podría bailar el Stroll o el Two—Step sin el sombrero -le explicó, como si fuera lo más razonable del mundo—. Solo hay un par de cosas que haría sin él.
_____ podía imaginarse una de esas dos cosas, y la sensual sonrisa de Joseph le dijo que su suposición era correcta.
-¿Alguna vez has intentado bailar sin sombrero? -le preguntó, esperando que no notase el rubor en sus mejillas.
-Nunca.
-¿Por qué no?
Joseph dejó el zumo y esbozó una encantadora sonrisa.
-Es como Sansón y sus cabellos. Era lo que le daba su fuerza. Lo mismo pasa con un vaquero. Con el sombrero es un bailarín fantástico, pero si se lo quita es un patoso —se inclinó hacia delante, como si fuera a revelar un secreto-. Además, le da muy buen aspecto.
_____ se echó a reír.
-El sombrero es lo que da tanta seguridad, ¿no es cierto?
-Más o menos.
Una canción lenta empezó a sonar, y Joseph se levantó y le tendió la mano.
-¿Estás lista para bailar algo más lento?
_____ asintió y lo volvió a seguir hasta la improvisada pista de baile. Se sentía embriagada por su olor masculino y el calor de su mano.
Él le agarró las manos y se las puso sobre sus anchos hombros. A continuación, deslizó un muslo entre sus piernas y la abrazó por la cintura.
Mientras se movían por la habitación, él la miraba fijamente, y con el ala del sombrero le rozaba la cabeza. Era una sensación tan íntima que _____ contuvo la respiración.
Los relámpagos seguían iluminando la estancia, acompañados por el retumbar de los truenos, pero ella apenas lo notaba.
-¿Joseph?
-¿Sí?
-¿Qué estamos haciendo? -le preguntó con un hilo de voz.
-Estamos bailando -le respondió sin apartar la mirada.
-No, quiero decir...
Él le puso un dedo en los labios.
-Solo estamos bailando, cielo.
Ella intentó concentrarse en la música, en vez de pensar en el hombre que la abrazaba. Pero fue un error, porque la letra de la canción era tan provocativa como el baile.
Joseph le acarició la espalda, despertando hasta la última célula de su cuerpo. _____ apoyó la cabeza contra su hombro y tuvo que esforzarse para que no se le olvidara respirar.
Pero cuando él llevó la mano hasta su pecho y empezó a masajearle el pezón, fue incapaz de tomar aire. Las rodillas le temblaron, mientras una ola de intenso calor se concentraba en la parte inferior del estómago.
El temporal arreciaba en el exterior, pero no podía compararse a la tormenta que rugía en el interior de su cuerpo. Joseph le sujetó el trasero con la otra mano y la apretó más contra él, presionando su erección contra ella, quien, a pesar de tener los ojos cerrados, seguía viendo destellos de luz.
Cuando acabó la canción, hizo ademán de separarse, pero él la retuvo con fuerza.
-Deja que te abrace un poco más, cielo -le dijo con voz ronca.
Era una locura, pero era exactamente lo que ella quería que hiciera.
-¿Joseph?
-Si me pides que te suelte, te prometo que lo haré -le aseguró, rozando sus labios con los suyos.
_____ se encontró atrapada en el calor del beso, y separó los labios para recibir su lengua voraz.
El deseo contra el que había luchado desde que conoció a Joseph había plantado en su interior una dolorosa necesidad que solo él podía curar. Lo deseaba más de lo que había deseado a cualquier otro hombre.
-¿_____?
Ella se echó hacia atrás y lo miró durante unos interminables segundos, antes de asumir la derrota ante el deseo. El modo en que había dicho su nombre y la pasión que ardía en sus ojos azules le decían que quería exactamente lo mismo que ella.
Le había dicho que un vaquero solo se quitaba el sombrero para hacer dos cosas. Y ella estaba segura de cuál era una de esas dos cosas.
Respiró profundamente y sonrió.
-Joseph, quítate el sombrero.
Joseph secó el plato que _____ le había dado y lo guardó en el armario. No soportaba la tristeza que ensombrecía sus bonitos ojos marrones, ni el silencio que se interponía entre ellos. En las dos últimas horas apenas le había dirigido la palabra.
-Gracias por la cena -le dijo, intentando una vez más iniciar una conversación-. No es puede hacer mucho con una hornilla como esta, pero la carne enlatada estaba riquísima.
—De nada —dijo ella mientras pasaba un trapo por la encimera-. ¿Te importaría vaciar el barreño?
Mientras Joseph vertía el agua en el exterior, se preguntó cómo podría volver a la camaradería que habían compartido los días anteriores. Sabía que _____ ya no se sentía turbada por que la hubiera pillado en la bañera, pero no podía comprender su tristeza.
La lluvia golpeaba el tejado del porche. Si el tiempo ayudara, podría sacarla y enseñarle algu¬nas de las cosas que había encontrado en el granero. Cosas que seguramente la harían sonreír, como la lámpara con forma de bailarina hawaiana, o el castillo hecho con cientos de tapones pegados. Pero la tormenta no parecía que fuese a amainar.
Volvió a entrar en la cocina sumido en sus pensamientos. ¿Qué podría hacer para levantarle el ánimo?
Miró a su alrededor y se fijó en el reproductor de CDs que estaba sobre una caja.
-¿_____? -la llamó con una sonrisa. Ella levantó la vista del libro que estaba leyendo y lo miró—. ¿Te importaría si uso tu reproductor de CDs?
-Pues claro que no -se levantó y quitó el CD de música clásica-. ¿Vas a escucharlo aquí?
-No, creo que me lo llevaré al salón —agarró el aparato y salió de la cocina. No quiso preguntarle a _____ si quería acompañarlo, pues antes tenía que ocuparse de varias cosas.
Dejó el reproductor sobre una caja de madera y quitó la cuerda que usaban para tender la ropa. Por suerte, el salón era grande, por lo que tendrían mucho espacio para moverse.
Cuando acabó de prepararlo todo, ya había oscurecido por completo.
-¿Dónde has puesto las velas? -le preguntó mientras entraba en la cocina.
-Están junto a la bomba -le respondió, mirándolo con curiosidad-. ¿Por qué?
-Necesito luz para no tropezarme y romperme el cuello.
-¿Quieres llevarte el farol? -le ofreció ella.
-No, te hace falta para leer. _____ lo vio agarrar todas las velas y salir al vestíbulo. ¿Para que necesitaría tantas?
Al escuchar la música country que llegaba del salón, se encogió de hombros y volvió a concentrarse en el libro. Cuanto menos pensara en Joseph Adams, mejor.
Pero cuando vio que estaba leyendo la misma página por tercera vez, desistió y cerró el libro.
La vergüenza inicial que había sentido cuando Joseph la encontró desnuda había dado paso a una profunda tristeza. El la deseaba y ella lo deseaba, pero si hacían el amor, no podría confiar en sí misma para no enamorarse desesperadamente. Y si el deseo que la invadía era significativo, era precisamente eso lo que le estaba ocurriendo.
Algo en su interior le decía que Joseph era el hombre que demostraba ser... alguien honesto, fiel y trabajador. Pero ella ya había confiado en sus instintos con anterioridad, y no podía volver a cometer el mismo error.
Había juzgado mal a su marido y a su mejor amiga, de quienes ni siquiera había sospechado que tenían una aventura. No se enteró hasta que Eric le pidió el divorcio. Quería casarse con Charlotte porque estaban esperando un hijo.
—_____, cielo, ¿estás bien? —le preguntó Joseph por encima del hombro.
Ella lo miró y vio la preocupación en su rostro. Había estado tan inmersa en sus pensamientos que no lo había oído entrar en la cocina.
—Sí, muy bien.
—¿Estás segura? —insistió él—. Pareces muy distante.
—Creo que lo estaba -reconoció ella, forzando una sonrisa.
-¿Y ya estás de vuelta? -le devolvió la sonrisa, y a _____ le dio un vuelco el corazón.
-Sí -apenas podía respirar.
-Me alegro. Tengo que llevarte a un sitio esta noche.
Fuera no dejaban de caer rayos. ¿Adonde podría llevarla con aquella tormenta?
El la tomó de la mano y la hizo levantarse. Un cálido hormigueo le recorrió el brazo al sentir el contacto.
-¿Tendría el honor de acompañarme al salón, señorita?
Ella se echó a reír al ver su expresión maliciosa, y lo siguió por el vestíbulo.
-¿De qué se trata? -le preguntó, alzando la voz para hacerse oír por encima de la música.
Cuando llegaron al salón, él hizo un amplio movimiento con el brazo y se inclinó para susurrarle algo al oído.
-Sea bienvenida a la sala de baile de la Triple Bar, señorita.
A _____ se le pusieron los ojos como platos, y tuvo que llevarse una mano a la boca para sofocar un gemido. Joseph había encendido todas las velas y había extendido una sábana sobre una caja para hacer las veces de mesa. Dos pequeñas cajas de madera estaban colocadas a ambos lados de la mesa, en cuyo centro había una vela en una botella de cerveza.
Los ojos se le llenaron de lágrimas por la emoción. Nunca había visto algo tan romántico.
-¿Te gusta? -le preguntó él, esperanzado.
Ella asintió y tuvo que tragar saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la gar¬ganta.
-Joseph, esto es lo más bonito que ha hecho alguien por mí -se puso de puntillas y le dio un beso en la mandíbula-. Gracias.
Joseph le acarició la mejilla con el dorso de la mano. En esos momentos, _____ le parecía la mujer más sexy del mundo.
-Me alegra que te guste -la miró en silencio du¬rante varios segundos, hasta esbozar una sonrisa burlona-. Esta noche está lleno, pero creo que he visto una mesa libre por ahí -apuntó hacia la caja con la sábana.
-Sí, tienes razón -corroboró ella, encantada de que Joseph quisiera animar la conversación.
Joseph la llevó a la mesa y, tras acomodarla en la caja, miró a su alrededor.
-El camarero debe de tener el día libre, así que tendré que ir yo mismo al bar. ¿Qué te apetece?
-Tomaré lo mismo que tú.
Él sonrió y se tocó el ala del sombrero.
-Vuelvo enseguida.
En pocos minutos estuvo sentado frente a ella, con dos envases de zumo con sendas pajitas.
-Me he pedido una cerveza, pero pensé que tú preferirías vino.
-Buena elección -dijo ella sonriéndole. La canción que sonaba en el reproductor acabó, y empezó otra a continuación.
-¿Te gustaría bailar?
-Me temo que no soy muy buena bailando country -respondió ella negando con la cabeza. El se puso en pie y la tomó de la mano.
-Vamos, es muy fácil. Yo te enseñaré. _____ se levantó y lo siguió al centro de la habi-tación.
-Te lo advierto; es muy probable que te pise.
-Eso va a ser muy difícil, ya que vamos a hacer el Stroll- dijo él, riendo.
-¿Stroll?
Joseph asintió y le pasó un brazo por los hombros.
-Es un baile tradicional de Texas -le explicó dónde y cómo debía situar las manos y cómo eran los pasos.
Dieron una vuelta completa al salón, antes de que ella se diera cuenta de que lo estaba haciendo bien.
-Es muy divertido -dijo riendo-, y no es tan difícil como pensaba.
-Ya te dije que era muy fácil -respondió él con una sonrisa, y siguieron dando vueltas.
Cuando acabó el CD y el reproductor pasó al siguiente, Joseph le había enseñado, además del Stroll, el Two-Step y un par de bailes más.
-Es realmente divertido -dijo ella sin aliento.
-¿Quieres descansar un poco? -le preguntó él, llevándola hacia la mesa.
_____ se sentó y tomó un sorbo de zumo.
-Joseph, ¿te importa que te haga una pre¬gunta?
-Dispara -dijo él, tomando un largo sorbo por la pajita.
-¿Por qué llevas puesto el sombrero cuando bailas? De hecho, desde que estoy aquí, creo que solo te he visto sin él en un par de ocasiones.
Joseph se encogió de hombros.
-Ningún texano podría bailar el Stroll o el Two—Step sin el sombrero -le explicó, como si fuera lo más razonable del mundo—. Solo hay un par de cosas que haría sin él.
_____ podía imaginarse una de esas dos cosas, y la sensual sonrisa de Joseph le dijo que su suposición era correcta.
-¿Alguna vez has intentado bailar sin sombrero? -le preguntó, esperando que no notase el rubor en sus mejillas.
-Nunca.
-¿Por qué no?
Joseph dejó el zumo y esbozó una encantadora sonrisa.
-Es como Sansón y sus cabellos. Era lo que le daba su fuerza. Lo mismo pasa con un vaquero. Con el sombrero es un bailarín fantástico, pero si se lo quita es un patoso —se inclinó hacia delante, como si fuera a revelar un secreto-. Además, le da muy buen aspecto.
_____ se echó a reír.
-El sombrero es lo que da tanta seguridad, ¿no es cierto?
-Más o menos.
Una canción lenta empezó a sonar, y Joseph se levantó y le tendió la mano.
-¿Estás lista para bailar algo más lento?
_____ asintió y lo volvió a seguir hasta la improvisada pista de baile. Se sentía embriagada por su olor masculino y el calor de su mano.
Él le agarró las manos y se las puso sobre sus anchos hombros. A continuación, deslizó un muslo entre sus piernas y la abrazó por la cintura.
Mientras se movían por la habitación, él la miraba fijamente, y con el ala del sombrero le rozaba la cabeza. Era una sensación tan íntima que _____ contuvo la respiración.
Los relámpagos seguían iluminando la estancia, acompañados por el retumbar de los truenos, pero ella apenas lo notaba.
-¿Joseph?
-¿Sí?
-¿Qué estamos haciendo? -le preguntó con un hilo de voz.
-Estamos bailando -le respondió sin apartar la mirada.
-No, quiero decir...
Él le puso un dedo en los labios.
-Solo estamos bailando, cielo.
Ella intentó concentrarse en la música, en vez de pensar en el hombre que la abrazaba. Pero fue un error, porque la letra de la canción era tan provocativa como el baile.
Joseph le acarició la espalda, despertando hasta la última célula de su cuerpo. _____ apoyó la cabeza contra su hombro y tuvo que esforzarse para que no se le olvidara respirar.
Pero cuando él llevó la mano hasta su pecho y empezó a masajearle el pezón, fue incapaz de tomar aire. Las rodillas le temblaron, mientras una ola de intenso calor se concentraba en la parte inferior del estómago.
El temporal arreciaba en el exterior, pero no podía compararse a la tormenta que rugía en el interior de su cuerpo. Joseph le sujetó el trasero con la otra mano y la apretó más contra él, presionando su erección contra ella, quien, a pesar de tener los ojos cerrados, seguía viendo destellos de luz.
Cuando acabó la canción, hizo ademán de separarse, pero él la retuvo con fuerza.
-Deja que te abrace un poco más, cielo -le dijo con voz ronca.
Era una locura, pero era exactamente lo que ella quería que hiciera.
-¿Joseph?
-Si me pides que te suelte, te prometo que lo haré -le aseguró, rozando sus labios con los suyos.
_____ se encontró atrapada en el calor del beso, y separó los labios para recibir su lengua voraz.
El deseo contra el que había luchado desde que conoció a Joseph había plantado en su interior una dolorosa necesidad que solo él podía curar. Lo deseaba más de lo que había deseado a cualquier otro hombre.
-¿_____?
Ella se echó hacia atrás y lo miró durante unos interminables segundos, antes de asumir la derrota ante el deseo. El modo en que había dicho su nombre y la pasión que ardía en sus ojos azules le decían que quería exactamente lo mismo que ella.
Le había dicho que un vaquero solo se quitaba el sombrero para hacer dos cosas. Y ella estaba segura de cuál era una de esas dos cosas.
Respiró profundamente y sonrió.
-Joseph, quítate el sombrero.
.Lu' Anne Lovegood.
Re: ● Una chispa de Amor ● «Joseph&Tu» Terminada!
Capitulo 15
-¿Estás segura? -le preguntó Joseph. Le había dado un vuelco el corazón, pero no quería que _____ se lamentara por aquello a la mañana siguiente.
Ella alargó un brazo y le quitó el sombrero Resistol.
-De lo único que podría arrepentirme es de no hacer el amor -le dijo dulcemente.
Joseph buscó alguna sombra de duda en su expresión, y al no encontrar ninguna, la atrajo hacia él y escondió la cara en su melena rojiza. La confianza que había visto en los brillantes ojos marrones de _____ le había hecho hincar la rodilla. Estaba dispuesto a hacer de aquella la noche más memorable de su vida, o morir en el intento.
La soltó y fue hacia el reproductor para cambiar el CD. La música clásica que _____ había es¬tado escuchando mientras se bañaba inundó la habitación. Joseph apagó todas las velas menos una y la tomó de la mano.
Caminaron en silencio hacia el dormitorio. Una vez allí, Joseph dejó la vela sobre una caja y volvió a abrazar a _____. Entonces acercó su boca a la suya y, sin decir palabra, le hizo saber cuánto podía confiar en él.
Ella separó los labios, ansiosa por recibirlo, y aquello excitó a Joseph mucho más que cualquier otra cosa. _____ le estaba demostrando que lo de¬seaba tanto como él a ella, y que ambos estaban atrapados en la magia del momento.
Cuando deslizó la lengua en el interior de su boca, notó que se estremecía y que le rodeaba el cuello con los brazos para entrelazar los dedos en su pelo. Su cálido contacto y los gemidos de placer que emitía le hirvieron la sangre a Joseph. Nunca se había excitado tanto por un simple beso.
Se movió para aliviar la presión que sentía en los vaqueros, y, agarrándola por el trasero, la levantó y la colocó sobre sus caderas. Quería que supiera lo que le provocaba; quería que se diera cuenta del poder que ejercía sobre él.
Deslizó las manos por debajo de la sudadera y las llevó hasta sus pechos.
-No llevas sujetador -le dijo al sentir los pezones endurecidos.
Ella negó lentamente con la cabeza.
-Me vestí con tanta prisa que... lo olvidé.
-Me alegro -respondió, al tiempo que le masajeaba los pezones con los pulgares.
-Mmm... —susurró ella cerrando los ojos.
-¿Te gusta?
-S... sí.
-Pues te va a gustar todavía más -le aseguró, y bajó las manos para tirar de la sudadera hacia arri¬ba.
Ella levantó los brazos para facilitarle la tarea. Cuando la prenda cayó al suelo, Joseph ahogó un gemido. El fugaz vistazo que tuvo de sus pechos en la bañera no podía compararse a la extraordinaria visión que se le ofrecía en esos momentos.
Los sostuvo en las manos, y bajó la boca para lamer las puntas erguidas.
-Son tan suaves y tan dulces... -susurró, levantando la cabeza-. Eres preciosa.
-Y tú también -respondió ella con voz jadeante.
-Los hombres son demasiado planos y angulosos —dijo él con una sonrisa.
-Joseph... quítate la camisa, por favor. Sin perder un segundo, Joseph agarró los fal-dones de la camisa y la abrió de un fuerte tirón. Nunca hasta entonces había estado tan agrade¬cido de las camisas con botones automáticos.
Cuando ella puso sus cálidas manos sobre su pecho, el corazón le latió con tanta fuerza que no le hubiera extrañado que se le rompieran un par de costillas. Respiró profundamente, mientras ella deslizaba las palmas sobre sus anchos pectorales, pero la respiración se le cortó cuando las manos llegaron a los músculos del estómago y los dedos empezaron a introducirse por la cintura de los vaqueros. Soltó un gemido y le agarró las manos.
-Si sigues así, voy a sufrir un ataque al corazón.
-Me gusta tocarte —dijo ella con una sonrisa arrebatadoramente sensual.
-Y a mí me gusta tocarte a ti, cielo –respondió él, inclinándose para quitarle los zapatos y los calcetines. Con la mirada fija en sus ojos, le quitó los vaqueros y tiró de las braguitas sobre sus caderas y esbeltas piernas.
A continuación, terminó de desnudarse él mismo, con cuidado de no mirarla hasta quitarse las botas, calcetines, vaqueros y calzoncillos. Sabía dónde estaba su límite... y sabía que estaba a punto de traspasarlo.
Se irguió en toda su estatura y, tras arrojar la ropa sobre la de _____, se volvió hacia ella. Se le hizo un nudo en la garganta y el aire se le atascó en los pulmones. La luz de la vela relucía en la piel satinada de _____ con un suave resplandor, que resaltaba sus pechos, firmes y voluptuosos, su estrecha cintura y la redondeada curva de sus caderas.
Fuera, la lluvia y los rayos seguían cayendo, pero ellos apenas lo notaban.
Cuando un relámpago iluminó el poderoso cuerpo de Joseph, _____ contuvo la respiración, y el pulso le resonó en los oídos con tanta fuerza como el trueno que siguió.
La anchura de los hombros y de aquel pecho escultural disminuía gradualmente hacia los cos¬tados y las estrechas caderas. _____ tragó saliva al bajar la mirada. El miembro viril se erguía a través de una mata de rizos oscuros. Ciertamente, en el caso de Joseph se cumplía la proporción entre los pies de un hombre y otras partes de su anatomía.
Lo miró a los ojos y él percibió su inseguridad.
-Tranquila, cielo -dio un paso adelante y la tomó en sus brazos-. Todo va a salir muy bien –le susurró al oído.
El tacto de piel contra piel, de dureza masculina contra suavidad femenina, hizo vibrar de de¬seo hasta la última célula de su cuerpo.
-Ha pasado mucho tiempo desde la última vez -confesó ella, preguntándose si esa voz tan ronca podría ser la suya.
El le puso un dedo bajo la barbilla y le hizo levantar la cabeza.
-Confías en mí, ¿verdad, _____?
-Sí -la sonrisa de Joseph la derretía por dentro.
-Vamos a hacerlo muy despacio, como debe ha¬cerse...
Antes de que ella pudiera decirle que era exactamente eso lo que quería, él tomó posesión de su boca. La lengua se deslizó entre los labios, provocándole una corriente de deseo electrificado que alcanzó sus partes más íntimas. Todos los pensa¬mientos abandonaron su cabeza, mientras se exta¬siaba con el hombre que iba a hacerle el amor.
Joseph le besó los pechos y se introdujo los pezones en la boca. A _____ le temblaron las rodillas y tuvo que aferrarse a él para no caer.
-Con calma, cielo -le dijo, mirándola. La pasión que vio en sus ojos y la promesa implícita de culminación liberaron los sentimientos que _____ mantenía encerrados en su interior, y, en aquel momento, supo que se había enamorado
de él.
-Joseph, por favor...
Él la tendió sobre la cama. Aparentemente, había entendido el ruego inacabado.
-Necesito ponerme protección -dijo, mientras se volvía hacia el montón de ropa que estaba en el suelo.
-No hace falta -dijo ella tranquilamente.
-¿Usas algún método anticonceptivo? -le pre¬guntó con expresión de duda.
Ella asintió, invadida por una profunda tristeza. Se sentía incapaz de confesarle que no podía tener hijos.
El la tomó en brazos y se tumbó a su lado. La miró a los ojos y le dio un beso lleno de ternura, mientras con la mano la acariciaba suavemente. A _____ se le llenaron los ojos de lágrimas, y se olvidó de cualquier método de protección y de su infertilidad. Con sus caricias y sus besos, Joseph había conseguido eliminar todos sus miedos y temores.
El deslizó una mano por su cadera y hacia la cara interna del muslo. Y cuando rozó el borde del vello púbico, y con los dedos palpó la humedad de sus pliegues, el éxtasis la invadió en un indescriptible torbellino de placer.
Las sensaciones que le provocaba eran tan intensas que _____ agarró la sábana y se arqueó hacia arriba.
-¿Te gusta, cielo? -le preguntó, al tiempo que deslizaba un dedo en su interior para comprobar si estaba lista. Ella apretó fuertemente los párpados y luchó por mantener la cordura.
-Joseph, por favor...
Sin darle tiempo a que terminara su ruego, le separó los muslos con la rodilla y se inclinó sobre ella. Al sentir el extremo de su miembro endurecido, _____ se tensó, anticipándose para la inminente invasión.
-Abre los ojos, _____ -ella obedeció y él le clavó la mirada-. Relájate. Vamos a hacerlo despacio y bien.
Los ojos le ardían de deseo, pero _____ pensó que estaba esperando hasta asegurarse de que ella estuviera preparada para hacer el amor.
-¿Confías en mí para que tenga cuidado? -le preguntó.
Ella asintió sin dudarlo. En aquel momento, confiaba en Joseph más de lo que nunca había confiado en nadie.
Lentamente, él presionó hacia delante con tanto cuidado que ella pensó que iba a morirse de placer. Cuando la penetró por completo, _____ sintió cómo temblaba en su interior, como si se estuviera conteniendo. El corazón se le hinchó de amor ante aquel sacrificio.
Joseph permaneció inmóvil, y ella supo que lo hacía para darle tiempo a encontrar su posición. La estaba ayudando por encima de sus propias necesidades. Se preocupaba por ella...
Le tomó la cara entre las manos y le sonrió.
-Hazme el amor, Joseph.
Joseph emitió un gemido que salió de lo más profundo de su pecho.
-Será un placer, cielo -se echó hacia atrás y volvió a avanzar-. Y te doy mi palabra de que también lo será para ti.
El creciente ritmo de sus embestidas hizo que la tormenta interior de _____ rivalizara con el temporal que arreciaba en el exterior. Lo abrazó con fuerza, mientras las espirales de calor que la recorrían se hacían más y más abrasadoras y luminosas, hasta que ocuparon su mente por completo y lo único de lo que fue consciente fue del amor que sentía por él.
Un relámpago iluminó la estancia y pareció que la atmósfera se cargaba de expectación. El tiempo se detuvo, mientras Joseph intensificaba la tempestad in crescendo, y _____ no estaba segura de si lo que atronaba en sus oídos eran los truenos del exterior o los latidos de su propio corazón. Cuando, finalmente, se abandonó al clímax, la ardiente marea de pasión la cubrió con olas de in¬contenible satisfacción que surgían de su alma.
Momentos después, oyó que Joseph soltaba un profundo gemido y sintió cómo se estremecía al liberar su esencia dentro de ella. Cuando se desplomó, apretó los brazos alrededor de él para mantenerlo sujeto hasta que la tormenta de sexo amainara del todo.
La respiración de Joseph se fue calmando, hasta que él se incorporó a medias y se apoyó sobre los codos.
-¿Estás bien? -le preguntó, apartándole un mechón de la mejilla.
-Me siento increíble -cerró los ojos y se estiró-. Ha sido la mejor experiencia de mi vida.
-La mía también -se tumbó de costado y la atrajo hacia él-. La próxima vez...
-¿Va a haber una próxima vez? -sintió un hormigueo de emoción al ver la promesa de sus ojos azules.
-Oh, por supuesto.
-¿Cuándo?
-En cuanto me recupere, cielo -respondió él riendo.
-¿Y cuánto tiempo piensa que va a llevarle eso, señor Adams?
-Unos cinco segundos, señorita Broderick. Ella le rodeó el cuello con los brazos y esperó un momento antes de sonreír.
-Se acabó el tiempo, vaquero.
-¿Estás segura? -le preguntó Joseph. Le había dado un vuelco el corazón, pero no quería que _____ se lamentara por aquello a la mañana siguiente.
Ella alargó un brazo y le quitó el sombrero Resistol.
-De lo único que podría arrepentirme es de no hacer el amor -le dijo dulcemente.
Joseph buscó alguna sombra de duda en su expresión, y al no encontrar ninguna, la atrajo hacia él y escondió la cara en su melena rojiza. La confianza que había visto en los brillantes ojos marrones de _____ le había hecho hincar la rodilla. Estaba dispuesto a hacer de aquella la noche más memorable de su vida, o morir en el intento.
La soltó y fue hacia el reproductor para cambiar el CD. La música clásica que _____ había es¬tado escuchando mientras se bañaba inundó la habitación. Joseph apagó todas las velas menos una y la tomó de la mano.
Caminaron en silencio hacia el dormitorio. Una vez allí, Joseph dejó la vela sobre una caja y volvió a abrazar a _____. Entonces acercó su boca a la suya y, sin decir palabra, le hizo saber cuánto podía confiar en él.
Ella separó los labios, ansiosa por recibirlo, y aquello excitó a Joseph mucho más que cualquier otra cosa. _____ le estaba demostrando que lo de¬seaba tanto como él a ella, y que ambos estaban atrapados en la magia del momento.
Cuando deslizó la lengua en el interior de su boca, notó que se estremecía y que le rodeaba el cuello con los brazos para entrelazar los dedos en su pelo. Su cálido contacto y los gemidos de placer que emitía le hirvieron la sangre a Joseph. Nunca se había excitado tanto por un simple beso.
Se movió para aliviar la presión que sentía en los vaqueros, y, agarrándola por el trasero, la levantó y la colocó sobre sus caderas. Quería que supiera lo que le provocaba; quería que se diera cuenta del poder que ejercía sobre él.
Deslizó las manos por debajo de la sudadera y las llevó hasta sus pechos.
-No llevas sujetador -le dijo al sentir los pezones endurecidos.
Ella negó lentamente con la cabeza.
-Me vestí con tanta prisa que... lo olvidé.
-Me alegro -respondió, al tiempo que le masajeaba los pezones con los pulgares.
-Mmm... —susurró ella cerrando los ojos.
-¿Te gusta?
-S... sí.
-Pues te va a gustar todavía más -le aseguró, y bajó las manos para tirar de la sudadera hacia arri¬ba.
Ella levantó los brazos para facilitarle la tarea. Cuando la prenda cayó al suelo, Joseph ahogó un gemido. El fugaz vistazo que tuvo de sus pechos en la bañera no podía compararse a la extraordinaria visión que se le ofrecía en esos momentos.
Los sostuvo en las manos, y bajó la boca para lamer las puntas erguidas.
-Son tan suaves y tan dulces... -susurró, levantando la cabeza-. Eres preciosa.
-Y tú también -respondió ella con voz jadeante.
-Los hombres son demasiado planos y angulosos —dijo él con una sonrisa.
-Joseph... quítate la camisa, por favor. Sin perder un segundo, Joseph agarró los fal-dones de la camisa y la abrió de un fuerte tirón. Nunca hasta entonces había estado tan agrade¬cido de las camisas con botones automáticos.
Cuando ella puso sus cálidas manos sobre su pecho, el corazón le latió con tanta fuerza que no le hubiera extrañado que se le rompieran un par de costillas. Respiró profundamente, mientras ella deslizaba las palmas sobre sus anchos pectorales, pero la respiración se le cortó cuando las manos llegaron a los músculos del estómago y los dedos empezaron a introducirse por la cintura de los vaqueros. Soltó un gemido y le agarró las manos.
-Si sigues así, voy a sufrir un ataque al corazón.
-Me gusta tocarte —dijo ella con una sonrisa arrebatadoramente sensual.
-Y a mí me gusta tocarte a ti, cielo –respondió él, inclinándose para quitarle los zapatos y los calcetines. Con la mirada fija en sus ojos, le quitó los vaqueros y tiró de las braguitas sobre sus caderas y esbeltas piernas.
A continuación, terminó de desnudarse él mismo, con cuidado de no mirarla hasta quitarse las botas, calcetines, vaqueros y calzoncillos. Sabía dónde estaba su límite... y sabía que estaba a punto de traspasarlo.
Se irguió en toda su estatura y, tras arrojar la ropa sobre la de _____, se volvió hacia ella. Se le hizo un nudo en la garganta y el aire se le atascó en los pulmones. La luz de la vela relucía en la piel satinada de _____ con un suave resplandor, que resaltaba sus pechos, firmes y voluptuosos, su estrecha cintura y la redondeada curva de sus caderas.
Fuera, la lluvia y los rayos seguían cayendo, pero ellos apenas lo notaban.
Cuando un relámpago iluminó el poderoso cuerpo de Joseph, _____ contuvo la respiración, y el pulso le resonó en los oídos con tanta fuerza como el trueno que siguió.
La anchura de los hombros y de aquel pecho escultural disminuía gradualmente hacia los cos¬tados y las estrechas caderas. _____ tragó saliva al bajar la mirada. El miembro viril se erguía a través de una mata de rizos oscuros. Ciertamente, en el caso de Joseph se cumplía la proporción entre los pies de un hombre y otras partes de su anatomía.
Lo miró a los ojos y él percibió su inseguridad.
-Tranquila, cielo -dio un paso adelante y la tomó en sus brazos-. Todo va a salir muy bien –le susurró al oído.
El tacto de piel contra piel, de dureza masculina contra suavidad femenina, hizo vibrar de de¬seo hasta la última célula de su cuerpo.
-Ha pasado mucho tiempo desde la última vez -confesó ella, preguntándose si esa voz tan ronca podría ser la suya.
El le puso un dedo bajo la barbilla y le hizo levantar la cabeza.
-Confías en mí, ¿verdad, _____?
-Sí -la sonrisa de Joseph la derretía por dentro.
-Vamos a hacerlo muy despacio, como debe ha¬cerse...
Antes de que ella pudiera decirle que era exactamente eso lo que quería, él tomó posesión de su boca. La lengua se deslizó entre los labios, provocándole una corriente de deseo electrificado que alcanzó sus partes más íntimas. Todos los pensa¬mientos abandonaron su cabeza, mientras se exta¬siaba con el hombre que iba a hacerle el amor.
Joseph le besó los pechos y se introdujo los pezones en la boca. A _____ le temblaron las rodillas y tuvo que aferrarse a él para no caer.
-Con calma, cielo -le dijo, mirándola. La pasión que vio en sus ojos y la promesa implícita de culminación liberaron los sentimientos que _____ mantenía encerrados en su interior, y, en aquel momento, supo que se había enamorado
de él.
-Joseph, por favor...
Él la tendió sobre la cama. Aparentemente, había entendido el ruego inacabado.
-Necesito ponerme protección -dijo, mientras se volvía hacia el montón de ropa que estaba en el suelo.
-No hace falta -dijo ella tranquilamente.
-¿Usas algún método anticonceptivo? -le pre¬guntó con expresión de duda.
Ella asintió, invadida por una profunda tristeza. Se sentía incapaz de confesarle que no podía tener hijos.
El la tomó en brazos y se tumbó a su lado. La miró a los ojos y le dio un beso lleno de ternura, mientras con la mano la acariciaba suavemente. A _____ se le llenaron los ojos de lágrimas, y se olvidó de cualquier método de protección y de su infertilidad. Con sus caricias y sus besos, Joseph había conseguido eliminar todos sus miedos y temores.
El deslizó una mano por su cadera y hacia la cara interna del muslo. Y cuando rozó el borde del vello púbico, y con los dedos palpó la humedad de sus pliegues, el éxtasis la invadió en un indescriptible torbellino de placer.
Las sensaciones que le provocaba eran tan intensas que _____ agarró la sábana y se arqueó hacia arriba.
-¿Te gusta, cielo? -le preguntó, al tiempo que deslizaba un dedo en su interior para comprobar si estaba lista. Ella apretó fuertemente los párpados y luchó por mantener la cordura.
-Joseph, por favor...
Sin darle tiempo a que terminara su ruego, le separó los muslos con la rodilla y se inclinó sobre ella. Al sentir el extremo de su miembro endurecido, _____ se tensó, anticipándose para la inminente invasión.
-Abre los ojos, _____ -ella obedeció y él le clavó la mirada-. Relájate. Vamos a hacerlo despacio y bien.
Los ojos le ardían de deseo, pero _____ pensó que estaba esperando hasta asegurarse de que ella estuviera preparada para hacer el amor.
-¿Confías en mí para que tenga cuidado? -le preguntó.
Ella asintió sin dudarlo. En aquel momento, confiaba en Joseph más de lo que nunca había confiado en nadie.
Lentamente, él presionó hacia delante con tanto cuidado que ella pensó que iba a morirse de placer. Cuando la penetró por completo, _____ sintió cómo temblaba en su interior, como si se estuviera conteniendo. El corazón se le hinchó de amor ante aquel sacrificio.
Joseph permaneció inmóvil, y ella supo que lo hacía para darle tiempo a encontrar su posición. La estaba ayudando por encima de sus propias necesidades. Se preocupaba por ella...
Le tomó la cara entre las manos y le sonrió.
-Hazme el amor, Joseph.
Joseph emitió un gemido que salió de lo más profundo de su pecho.
-Será un placer, cielo -se echó hacia atrás y volvió a avanzar-. Y te doy mi palabra de que también lo será para ti.
El creciente ritmo de sus embestidas hizo que la tormenta interior de _____ rivalizara con el temporal que arreciaba en el exterior. Lo abrazó con fuerza, mientras las espirales de calor que la recorrían se hacían más y más abrasadoras y luminosas, hasta que ocuparon su mente por completo y lo único de lo que fue consciente fue del amor que sentía por él.
Un relámpago iluminó la estancia y pareció que la atmósfera se cargaba de expectación. El tiempo se detuvo, mientras Joseph intensificaba la tempestad in crescendo, y _____ no estaba segura de si lo que atronaba en sus oídos eran los truenos del exterior o los latidos de su propio corazón. Cuando, finalmente, se abandonó al clímax, la ardiente marea de pasión la cubrió con olas de in¬contenible satisfacción que surgían de su alma.
Momentos después, oyó que Joseph soltaba un profundo gemido y sintió cómo se estremecía al liberar su esencia dentro de ella. Cuando se desplomó, apretó los brazos alrededor de él para mantenerlo sujeto hasta que la tormenta de sexo amainara del todo.
La respiración de Joseph se fue calmando, hasta que él se incorporó a medias y se apoyó sobre los codos.
-¿Estás bien? -le preguntó, apartándole un mechón de la mejilla.
-Me siento increíble -cerró los ojos y se estiró-. Ha sido la mejor experiencia de mi vida.
-La mía también -se tumbó de costado y la atrajo hacia él-. La próxima vez...
-¿Va a haber una próxima vez? -sintió un hormigueo de emoción al ver la promesa de sus ojos azules.
-Oh, por supuesto.
-¿Cuándo?
-En cuanto me recupere, cielo -respondió él riendo.
-¿Y cuánto tiempo piensa que va a llevarle eso, señor Adams?
-Unos cinco segundos, señorita Broderick. Ella le rodeó el cuello con los brazos y esperó un momento antes de sonreír.
-Se acabó el tiempo, vaquero.
.Lu' Anne Lovegood.
Re: ● Una chispa de Amor ● «Joseph&Tu» Terminada!
Capitulo 15
Joseph se volvió para abrazar a _____, pero solo se encontró con un espacio vacío. Abrió los ojos para buscarla, pero los rayos de sol que entraban por la ventana le hicieron volver a cerrarlos. Soltó una maldición y se sentó en el borde de la cama para recoger su ropa.
Entonces oyó la música que llegaba desde al¬guna parte de la casa y no pudo evitar una sonrisa de oreja a oreja. _____ había puesto uno de los CDs con los que habían bailado la noche ante¬rior... precisamente el último que había sonado antes de que hicieran el amor.
El recuerdo de lo sucedido lo abrasó por den¬tro. Habían hecho el amor varias veces seguidas, y aún deseaba más.
Sacudió la cabeza. ¿Cómo iba a trabajar en el rancho si lo único que quería era poseer a _____ hasta la extenuación?
Respiró hondo y desechó esos pensamientos. No tenía nada para ofrecerle, salvo la promesa de que algún día el rancho sería maravilloso. Y eso no bastaba. Una mujer como _____ merecía mucho más de lo que él podía darle.
Pero se negaba a aceptar esa realidad. Tenían de tiempo hasta que Richard y Whiskers se presenta¬ran, y era eso en lo que debía concentrarse... en cuántas veces y de cuántas formas iban a hacer el amor en los días que les quedaban juntos.
De pronto oyó unas voces masculinas que salían de la cocina. ¡Maldición! Richard y Whiskers habían llegado antes de lo previsto. Y aunque era eso lo que más había deseado cuatro días atrás, era lo úl¬timo que quería en esos momentos.
Caminó lentamente hacia la cocina, y allí en¬contró a su cuñado y a Whiskers, sentados a la mesa mientras tomaban café con _____.
-¿Te apetece una taza de café, Joseph? -le pre¬guntó ella al verlo en la puerta. Un destello de pá¬nico le brillaba en los ojos.
-Gracias -dijo asintiendo, y se sentó en una caja que arrastró desde un rincón-. Por cierto, acabo de poner la barra en el armario de tu habitación -le dijo con una sonrisa, esperando que enten¬diera el verdadero significado de la frase. No le importaba lo que pensaran de él, pero quería pro¬teger a _____ de los rumores y críticas, y si eso im-plicaba mentir, lo haría gustoso.
_____, sonrió, aliviada de que a Joseph se le hu¬biera ocurrido una excusa para justificar su ausen¬cia a la llegada de Whiskers y Richard.
-Gracias. Al fin podré colgar mi ropa.
-Whiskers -intervino Richard-, ¿no tienes algo que decirles a Joseph y a _____? El viejo carraspeó antes de hablar.
-Bueno, supongo que no tengo otra opción...
-Whiskers -le advirtió Richard.
-Demonios, Richard, deja que lo haga a mi ma¬nera -gruñó y se volvió hacia _____-. Siento mu¬cho haberla dejado aquí con Joe. No sé lo que me pasó. Fue algo mezquino y no debería haberlo hecho.
Joseph vio cómo Whiskers agachaba la cabeza, y supo que estaba conteniendo la risa. Conocía de¬masiado bien al viejo, y estaba seguro de que no se creía ni una sola palabra de las que había dicho. Además, en la supuesta disculpa no lo había in¬cluido a él.
-Es cierto, señor Penn —dijo _____—. No debería habernos hecho esto a ninguno de los dos, pero lo hecho hecho está -le dio a Whiskers una palmadita en el brazo-. Lo olvidaremos todo si promete que no volverá a hacerlo.
Whiskers levantó la cabeza con tanta brusquedad que a Joseph le extrañó que no se rompiera el cuello.
-Le doy mi palabra, señorita _____ -le dijo con una amplia sonrisa desdentada.
Joseph y Richard tosieron al mismo tiempo para disimular la risa. Era la mayor tontería que le ha¬bían oído al viejo.
-¿Dónde están Fátima y los chicos? -preguntó Joseph.
-En casa -respondió su cuñado, poniéndose en pie-. Los chicos pillaron un resfriado en Disneyworid, y Fátima tiene la gripe intestinal. Pensó que con este tiempo lo mejor sería que se quedaran los tres en casa.
-Vaya... quería que _____ conociese a Fátima -dijo Joseph sin pensar.
Tan pronto como fue consciente de lo que ha¬bía dicho, quiso morderse la lengua. Tanto Richard como Whiskers sabían lo cercano que se sentía Joseph a su hermana, y lo significativo que era que quisiera presentársela a _____.
-Será mejor que llevemos el ganado al corral -se apresuró a decir para cambiar de tema. Se le¬vantó y alargó el brazo para agarrar el sombrero, pero no estaba en el gancho donde siempre lo col¬gaba antes de acostarse.
-¿Dónde está tu sombrero, Joe? -le preguntó Whiskers con un brillo de malicia en los ojos.
-Creo que anoche te lo dejaste en el salón -dijo _____-. Voy a buscarlo.
En cuanto salió de la cocina, Whiskers se echó a reír.
-Solo se me ocurre una razón por la que un hombre no colgaría su sombrero en la percha an¬tes de irse a la cama.
-Estaba muy cansado -replicó Joseph, lan¬zando una dura mirada a los dos hombres.
Whiskers volvió a reír y le palmeó el hombro mientras pasaba a su lado.
-Sí, y yo soy un toro con vinagre corriendo por las venas.
-Vamos, Whiskers -dijo Richard, sonriente-. Vaya¬mos a descargar el camión antes de que os metáis en problemas.
Apenas habían salido de la cocina cuando _____ volvió a entrar.
-Gracias -le dijo, tendiéndole el sombrero a Joseph—. Muchas gracias por la excusa que has dado por no estar presente a su llegada.
-¿Cuánto tiempo llevaban aquí antes de que yo me levantara? -le preguntó él, poniéndose el som¬brero.
-Cinco minutos, más o menos.
Él la agarró y la estrechó entre sus brazos.
-¿Cómo te sientes esta mañana, cielo?
-Maravillosamente bien -lo rodeó por la cin¬tura y apoyó la cabeza en su hombro.
-Me alegro -la besó en el pelo-. Yo también me siento genial.
-Joseph.
-¿Qué, cielo?
_____ dudo antes de responder. En los últimos días, Joseph no había mencionado nada sobre si ella debía quedarse una vez que Richard y Whiskers trajeran el ganado. Y a ella no se le ocurría nin¬guna razón para quedarse en la Triple Bar... salvo que no quería dejar a Joseph. Dejó escapar un suspiro y decidió que no era buena idea sacar el tema. No quería correr el riesgo de encontrarse con una respuesta negativa.
-Será mejor que vayas a ayudarlos con el ga¬nado, antes de que vengan a buscarte.
-No tienes nada que hacer en la casa -dijo él-. ¿Por qué no vienes y ves la futura fuente de ingre¬sos del rancho?
-Claro -aceptó ella, encantada de que Joseph quisiera enseñarle sus planes de futuro.
Al salir, _____ vio un enorme tráiler cargado de ganado, junto al corral en el que Joseph y Brant habían estado trabajando. Al lado había otro ca¬mión más pequeño.
-Joe, ¿dónde quieres que ate los caballos? -le preguntó Whiskers.
-He preparado un par de cuadras en el granero -respondió Joseph, mientras ayudaba a Richard a ba¬jar el portón trasero del tráiler-. Déjalos allí.
Mientras Whiskers guiaba a dos hermosos caba¬llos alazanes hacia el granero, una docena de vacas y becerros bajó trotando por la rampa del tráiler y entró en el corral. _____ se quedó fascinada por la habilidad de Joseph. Era obvio que había traba¬jado con ganado toda su vida.
-Vas a tener problemas con esa -dijo Richard, se¬ñalando con la cabeza a una becerra que se había apartado al extremo más alejado del corral.
-¿Por qué? -Joseph cerró la puerta y miró al animal que Richard le indicaba.
-Anoche su madre se quedó atrapada en el fan¬go del arroyo. Cuando mis hombres la encontraron ya era demasiado tarde -Richard fue a la cabina del camión y sacó un cubo con un biberón atado a un lado y una bolsa de comida para animales-. Han intentado darle de comer, pero no han te¬nido suerte.
-Sí, ya he visto que faltaba esa vaca que dejó de amamantar a su cría antes de tiempo -respondió Joseph.
_____ no sabía cómo podía estar tan seguro de qué vaca faltaba. A ella le parecían todas iguales. Pero eso no importaba, pues otra idea empezaba a ocurrírsele.
-¿Qué hay que hacer para cuidarla? -les pre¬guntó a los dos hombres.
-Tendré que preparar su comida especial y ali¬mentarla cada pocas horas -dijo Joseph-. Maldita sea... No tengo tiempo para darle el biberón a una cría.
_____ se mordió el labio e intentó reunir todo el coraje posible. Sabía que tendría que irse en un futuro cercano, pero aún no.
-¿Ayudaría si me quedo un poco más y me ocupo de la becerra?
Aqui les dejo este pequeño maraton, espero que lo disfruten. Sorry por dejarlas abandonadas pero pff* he estado muy ocupada u.u En fin, disfruten el maraton! XOXO
Joseph se volvió para abrazar a _____, pero solo se encontró con un espacio vacío. Abrió los ojos para buscarla, pero los rayos de sol que entraban por la ventana le hicieron volver a cerrarlos. Soltó una maldición y se sentó en el borde de la cama para recoger su ropa.
Entonces oyó la música que llegaba desde al¬guna parte de la casa y no pudo evitar una sonrisa de oreja a oreja. _____ había puesto uno de los CDs con los que habían bailado la noche ante¬rior... precisamente el último que había sonado antes de que hicieran el amor.
El recuerdo de lo sucedido lo abrasó por den¬tro. Habían hecho el amor varias veces seguidas, y aún deseaba más.
Sacudió la cabeza. ¿Cómo iba a trabajar en el rancho si lo único que quería era poseer a _____ hasta la extenuación?
Respiró hondo y desechó esos pensamientos. No tenía nada para ofrecerle, salvo la promesa de que algún día el rancho sería maravilloso. Y eso no bastaba. Una mujer como _____ merecía mucho más de lo que él podía darle.
Pero se negaba a aceptar esa realidad. Tenían de tiempo hasta que Richard y Whiskers se presenta¬ran, y era eso en lo que debía concentrarse... en cuántas veces y de cuántas formas iban a hacer el amor en los días que les quedaban juntos.
De pronto oyó unas voces masculinas que salían de la cocina. ¡Maldición! Richard y Whiskers habían llegado antes de lo previsto. Y aunque era eso lo que más había deseado cuatro días atrás, era lo úl¬timo que quería en esos momentos.
Caminó lentamente hacia la cocina, y allí en¬contró a su cuñado y a Whiskers, sentados a la mesa mientras tomaban café con _____.
-¿Te apetece una taza de café, Joseph? -le pre¬guntó ella al verlo en la puerta. Un destello de pá¬nico le brillaba en los ojos.
-Gracias -dijo asintiendo, y se sentó en una caja que arrastró desde un rincón-. Por cierto, acabo de poner la barra en el armario de tu habitación -le dijo con una sonrisa, esperando que enten¬diera el verdadero significado de la frase. No le importaba lo que pensaran de él, pero quería pro¬teger a _____ de los rumores y críticas, y si eso im-plicaba mentir, lo haría gustoso.
_____, sonrió, aliviada de que a Joseph se le hu¬biera ocurrido una excusa para justificar su ausen¬cia a la llegada de Whiskers y Richard.
-Gracias. Al fin podré colgar mi ropa.
-Whiskers -intervino Richard-, ¿no tienes algo que decirles a Joseph y a _____? El viejo carraspeó antes de hablar.
-Bueno, supongo que no tengo otra opción...
-Whiskers -le advirtió Richard.
-Demonios, Richard, deja que lo haga a mi ma¬nera -gruñó y se volvió hacia _____-. Siento mu¬cho haberla dejado aquí con Joe. No sé lo que me pasó. Fue algo mezquino y no debería haberlo hecho.
Joseph vio cómo Whiskers agachaba la cabeza, y supo que estaba conteniendo la risa. Conocía de¬masiado bien al viejo, y estaba seguro de que no se creía ni una sola palabra de las que había dicho. Además, en la supuesta disculpa no lo había in¬cluido a él.
-Es cierto, señor Penn —dijo _____—. No debería habernos hecho esto a ninguno de los dos, pero lo hecho hecho está -le dio a Whiskers una palmadita en el brazo-. Lo olvidaremos todo si promete que no volverá a hacerlo.
Whiskers levantó la cabeza con tanta brusquedad que a Joseph le extrañó que no se rompiera el cuello.
-Le doy mi palabra, señorita _____ -le dijo con una amplia sonrisa desdentada.
Joseph y Richard tosieron al mismo tiempo para disimular la risa. Era la mayor tontería que le ha¬bían oído al viejo.
-¿Dónde están Fátima y los chicos? -preguntó Joseph.
-En casa -respondió su cuñado, poniéndose en pie-. Los chicos pillaron un resfriado en Disneyworid, y Fátima tiene la gripe intestinal. Pensó que con este tiempo lo mejor sería que se quedaran los tres en casa.
-Vaya... quería que _____ conociese a Fátima -dijo Joseph sin pensar.
Tan pronto como fue consciente de lo que ha¬bía dicho, quiso morderse la lengua. Tanto Richard como Whiskers sabían lo cercano que se sentía Joseph a su hermana, y lo significativo que era que quisiera presentársela a _____.
-Será mejor que llevemos el ganado al corral -se apresuró a decir para cambiar de tema. Se le¬vantó y alargó el brazo para agarrar el sombrero, pero no estaba en el gancho donde siempre lo col¬gaba antes de acostarse.
-¿Dónde está tu sombrero, Joe? -le preguntó Whiskers con un brillo de malicia en los ojos.
-Creo que anoche te lo dejaste en el salón -dijo _____-. Voy a buscarlo.
En cuanto salió de la cocina, Whiskers se echó a reír.
-Solo se me ocurre una razón por la que un hombre no colgaría su sombrero en la percha an¬tes de irse a la cama.
-Estaba muy cansado -replicó Joseph, lan¬zando una dura mirada a los dos hombres.
Whiskers volvió a reír y le palmeó el hombro mientras pasaba a su lado.
-Sí, y yo soy un toro con vinagre corriendo por las venas.
-Vamos, Whiskers -dijo Richard, sonriente-. Vaya¬mos a descargar el camión antes de que os metáis en problemas.
Apenas habían salido de la cocina cuando _____ volvió a entrar.
-Gracias -le dijo, tendiéndole el sombrero a Joseph—. Muchas gracias por la excusa que has dado por no estar presente a su llegada.
-¿Cuánto tiempo llevaban aquí antes de que yo me levantara? -le preguntó él, poniéndose el som¬brero.
-Cinco minutos, más o menos.
Él la agarró y la estrechó entre sus brazos.
-¿Cómo te sientes esta mañana, cielo?
-Maravillosamente bien -lo rodeó por la cin¬tura y apoyó la cabeza en su hombro.
-Me alegro -la besó en el pelo-. Yo también me siento genial.
-Joseph.
-¿Qué, cielo?
_____ dudo antes de responder. En los últimos días, Joseph no había mencionado nada sobre si ella debía quedarse una vez que Richard y Whiskers trajeran el ganado. Y a ella no se le ocurría nin¬guna razón para quedarse en la Triple Bar... salvo que no quería dejar a Joseph. Dejó escapar un suspiro y decidió que no era buena idea sacar el tema. No quería correr el riesgo de encontrarse con una respuesta negativa.
-Será mejor que vayas a ayudarlos con el ga¬nado, antes de que vengan a buscarte.
-No tienes nada que hacer en la casa -dijo él-. ¿Por qué no vienes y ves la futura fuente de ingre¬sos del rancho?
-Claro -aceptó ella, encantada de que Joseph quisiera enseñarle sus planes de futuro.
Al salir, _____ vio un enorme tráiler cargado de ganado, junto al corral en el que Joseph y Brant habían estado trabajando. Al lado había otro ca¬mión más pequeño.
-Joe, ¿dónde quieres que ate los caballos? -le preguntó Whiskers.
-He preparado un par de cuadras en el granero -respondió Joseph, mientras ayudaba a Richard a ba¬jar el portón trasero del tráiler-. Déjalos allí.
Mientras Whiskers guiaba a dos hermosos caba¬llos alazanes hacia el granero, una docena de vacas y becerros bajó trotando por la rampa del tráiler y entró en el corral. _____ se quedó fascinada por la habilidad de Joseph. Era obvio que había traba¬jado con ganado toda su vida.
-Vas a tener problemas con esa -dijo Richard, se¬ñalando con la cabeza a una becerra que se había apartado al extremo más alejado del corral.
-¿Por qué? -Joseph cerró la puerta y miró al animal que Richard le indicaba.
-Anoche su madre se quedó atrapada en el fan¬go del arroyo. Cuando mis hombres la encontraron ya era demasiado tarde -Richard fue a la cabina del camión y sacó un cubo con un biberón atado a un lado y una bolsa de comida para animales-. Han intentado darle de comer, pero no han te¬nido suerte.
-Sí, ya he visto que faltaba esa vaca que dejó de amamantar a su cría antes de tiempo -respondió Joseph.
_____ no sabía cómo podía estar tan seguro de qué vaca faltaba. A ella le parecían todas iguales. Pero eso no importaba, pues otra idea empezaba a ocurrírsele.
-¿Qué hay que hacer para cuidarla? -les pre¬guntó a los dos hombres.
-Tendré que preparar su comida especial y ali¬mentarla cada pocas horas -dijo Joseph-. Maldita sea... No tengo tiempo para darle el biberón a una cría.
_____ se mordió el labio e intentó reunir todo el coraje posible. Sabía que tendría que irse en un futuro cercano, pero aún no.
-¿Ayudaría si me quedo un poco más y me ocupo de la becerra?
Continuara
Aqui les dejo este pequeño maraton, espero que lo disfruten. Sorry por dejarlas abandonadas pero pff* he estado muy ocupada u.u En fin, disfruten el maraton! XOXO
.Lu' Anne Lovegood.
Re: ● Una chispa de Amor ● «Joseph&Tu» Terminada!
Nueva lectora :study:
Me encantaron los capis...
jajaja la rayis se las arreglo para quedarse un poco mas
me necanta siguela pronto
Me encantaron los capis...
jajaja la rayis se las arreglo para quedarse un poco mas
me necanta siguela pronto
zai
Re: ● Una chispa de Amor ● «Joseph&Tu» Terminada!
siiiiiiiiiii alfin lo hicieron y la rayis se las
arreglo para poder qedarse ahora solo
falta qe Joe acepte aunqe es ovio qe
dira qe si siguela plis
arreglo para poder qedarse ahora solo
falta qe Joe acepte aunqe es ovio qe
dira qe si siguela plis
Nani Jonas
Re: ● Una chispa de Amor ● «Joseph&Tu» Terminada!
Nueva lectora, que bueno que la continuaste!
Creadora
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