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"El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada - Página 7 Empty Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada

Mensaje por aranzhitha Jue 12 Abr 2012, 10:24 am

awww que triste lo del papa de Joe
Siguela pronto
aranzhitha
aranzhitha


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"El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada - Página 7 Empty Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada

Mensaje por Julieta♥ Jue 12 Abr 2012, 3:58 pm

pobre rayis...no es justo
y joe se comporto como un canalla
se va a arrepentir, y q le duela jummm..eso no se le hace a una mujer
sigue!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Julieta♥


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"El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada - Página 7 Empty Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada

Mensaje por Nani Jonas Vie 13 Abr 2012, 8:14 am

Capitulo 19

Cuando los médicos se fueron, tras decir que su padre tendría que pasar la noche en observación para hacerle algunas pruebas, además de estabilizarlo y comenzar la medicación, Joe se giró hacia su hermana y habló suavemente.

—Intentaré ayudar un poco más de lo habitual, Lainey.

Pero ella se limitó a negar con la cabeza.

—Ayudas más que suficiente, Joe, de diferentes formas.

Se refería a dinero. Y a cuidar de la casa. Él suspiró y asintió ligeramente.

—¿Estaran bien si no me quedo?

—Sí. Vete. Sé que tienes trabajo por hacer.

—Muy bien —dijo y, después, miró a Davy—. Tengo que irme, colega. Pero, escucha, ¿qué te parece si hoy acabo pronto de trabajar, vamos al puerto deportivo y vemos cómo traen el pescado? Después iremos a por una pizza a Post Corner.

Los ojos de Davy se encendieron. Le encantaba observar las barcas que salían durante el día volviendo con la pesca. Y Post Corner Pizza era uno de sus sitios favoritos desde que eran niños.

—¡Genial!

—Todavía nos quedaremos un rato —dijo Elaine—, pero me aseguraré de estar en casa esta tarde.
Mientras Joe se dirigía hacia la puerta, ella lo agarró por la muñeca.

—¿Qué? Tengo que irme pitando si quiero llevar a Davy a tiempo para que vea el pescado.

Ella se puso de puntillas y le plantó un pequeño beso en la mejilla. A veces lo hacía, se volvía toda bondadosa con él, pero él sólo ponía los ojos en blanco. No le gustaba el melodrama.

—Y eso, ¿por qué?

—Sólo para que sepas que no siempre eres un mal hombre.

Volvió a poner los ojos en blanco y dijo:

—Caramba, gracias. —Pero le daba la impresión de que su expresión mostraba algo más dulce de lo que pretendía—. Tengo que irme —le dijo, y se dirigió hacia la puerta.

Como había decidido que sería un día corto, tenía que ir a casa y cambiarse, ir a casa de ________ y pintar todo lo posible. Mientras conducía, pensaba en lo que acababa de pasar; otro pequeño desastre en sus vidas, otro pequeño tornado que los azotaba y aún estaba por ver si derribaba algo.

«Maldito Henry Ash», pensó, dejando que una rabia conocida se formara en su interior mientras se dirigía a su piso. Sin el engaño de Henry, su padre nunca se habría convertido en el alcohólico inútil que era hoy en día. Su padre no tendría cardiomiopatía ni insuficiencia cardiaca. Davy tendría una vida normal y Elaine habría ido a la universidad, y todos habrían vivido más como lo hacía ________.

Maldición. No había pretendido volver a enfadarse por aquello. Pero olvidarlo entonces era imposible. Para cuando estuvo de nuevo en la furgoneta de camino a Bayview Drive, apretaba los dientes con frustración por toda su maldita vida y por el hombre que había hecho que diera un giro.

~~~~

Joe estaba teniendo un día terrible. Por supuesto, era lógico, teniendo en cuenta la forma en que había empezado, pero nada había ido bien tampoco desde que había llegado a casa de ________. Para empezar, había derramado medio bote de concha crudo en la parte trasera de su furgoneta, lo que, aparte de malgastar pintura, había causado un lío infernal. Había recogido todo lo que había podido con una tela protectora, pero tendría que hacer un trabajo mejor más tarde. Después, había tropezado con su maldita escalera y casi se rompe el tobillo. Más tarde, la primera vez que quiso beber agua se dio cuenta de que no había llevado nada porque su viaje al hospital le había estropeado su rutina normal de por la mañana; pero no quería pedírsela a _______.

De hecho, esperaba que no estuviera en casa, ya que no sabía cómo actuar con ella. Era sumamente consciente de que la última vez que la había visto, ella había estado maravillosamente desnuda y encima de él, y el recuerdo había despertado algo en su interior; pero había sido sólo sexo, ¿verdad? Además, la cosa con su padre aquella mañana y el haberse vuelto a enfadar con el padre de ella lo tenían en un estado de ánimo que no era muy propicio como para ser especialmente amable con nadie en aquel momento. Sólo esperaba poder convencerse de que debía estar de mejor humor para cuando recogiera a Davy aquella tarde.

Sin embargo, para cuando fueron las once, con el sol del verano de Florida brillando, necesitaba beber. Y podía ir corriendo al 7-Eleven, pero no quería perder tiempo, ya que se iba a ir temprano. Podía recurrir a usar la casa exterior, pero beber agua no purificada en aquella zona era como beber arena. Había alcanzado a ver brevemente a ________ a través de las ventanas más bajas aquel día, y daba la casualidad de que sabía que estaba en la cocina en aquel momento, así que, al final, pensó: «Qué narices, le pediré un vaso de agua helada. Eh intentaré controlar mi humor. No aludiré al viernes por la noche y, con un poco de suerte, ella tampoco lo hará». De cualquier forma, se dio cuenta de que tenía curiosidad por descubrir cómo reaccionaba al verlo. Sabía, por supuesto, que probablemente se había sentido herida cuando se marchó; suponía que aquello era lo que había pretendido, por más estúpido que hubiera sido. Pero no pensaba que ella quisiera hablar de ello.

Después de bajar por la escalera, llamó a la misma puerta trasera por la que la había llevado la otra noche, la misma puerta por la que había entrado sin que ella lo supiera en varias ocasiones. Cuando ella abrió, pareció asombrada, aunque él no sabía a quién más podía haber esperado en su puerta trasera.

—Hola —dijo ella en voz baja. No llegó a sonreír. No llegó a fruncir el ceño. Sonaba tensa.

—Hola. —Cambió el peso de un pie al otro, un poco desconcertado por lo guapa que era. No haberla visto en unos días había atenuado su recuerdo—. Oye, me he olvidado el refrigerador y hace un calor horrible ahí fuera. ¿Puedes darme un vaso de agua?

Ella asintió en silencio y caminó, descalza, por la zona del desayuno hasta la cocina. Joe la siguió, advirtiendo los shorts vaqueros que resaltaban sus piernas bronceadas y la ajustada camiseta que le abrazaba los pechos y le recordó lo magníficos que eran con nada abrazándolos excepto sus manos.

Llenó un vaso de agua helada y se lo pasó por encima de la encimera.

—Voy a estar trabajando arriba, así que dejaré la puerta de atrás sin cerrar. Si quieres más, puedes servirte tú mismo.

—De acuerdo. Gracias.

Entonces, permanecieron mirándose el uno al otro, como un flashback de todas las veces que se habían mirado a los ojos, hasta que unos alfileres de deseo comenzaron a hormiguear por la columna vertebral de Joe. Maldición.

No quería aquello, no quería seguir deseándola. Pero, ¿había pensado de verdad que una vez sería suficiente?

¿Había pensado que sofocaría el calor que crecía en su interior cada vez que estaba cerca de ella?

Quizás lo pensara. Quizás se había convencido a sí mismo de que el calor era sólo seducción, alguna forma de conquistarla, pero, como había comenzado a entender en la playa, había más que eso. Una parte de él pensó en alargar la mano hacia ella, tomarla allí mismo, en la encimera de la cocina. Pero otra parte de él pensó en Henry. Y en el palacio de la princesa. Y en todas las razones por las que estaba enfadado aquel día. En cierto modo, verla había calmado aquello, haciendo hueco al deseo, pero, por otro lado, lo había agitado, lo hacía sentir volátil, peligroso.

—¿Cómo... va la pintura? —ella cometió el error de preguntar, en el incómodo silencio.

—Fatal, la verdad. No sé quién plantó esos árboles tan cerca de la casa —señaló por encima del hombro al extremo oeste—, pero no sé cómo demonios voy a pintar ahí. —De hecho, era la cosa más reciente que le había cabreado y sabía que progresaría poco alrededor de los árboles antes de que fuera hora de recoger a Davy.

Ella tragó saliva, parecía nerviosa, pero su respuesta sonó más fuerte de lo que él podría haber esperado.

—Mira, viste el sitio antes de aceptar el trabajo. Sé que hubo un malentendido con el muro, pero esos árboles estaban ahí cuando le diste a Sadie tu presupuesto.

Maldita sea, se la estaba devolviendo. Y no tenía una respuesta inteligente, ya que ella tenía razón. Se acabó el vaso de agua y lo dejó sobre la encimera.

—Lo siento —murmuró.

Justo entonces, algo le hizo cosquillas en los tobillos y echó un vistazo hacia abajo para ver la esponjosa gata blanca de ________ restregándose contra él. Se movió para huir del maldito bicho, pero lo siguió, trazando un camino alrededor de una pierna.

—Para ya, gata.

—Sólo está siendo cariñosa.

—Es un incordio.

Pareciendo más enfadada aún por el insulto a la gata que por sus quejas de los árboles, se inclinó para recoger a la bola blanca de pelo en sus brazos.

—Ten cuidado, Izzy —dijo, mientras lo miraba con furia—. Puede que el hombre malo te dé una patada.

—Oye —dijo, totalmente indignado para entonces—, simplemente no me gustan los gatos. Y no necesito que uno se me cuelgue de todas partes.

—Bueno, entonces tal vez deberías buscar agua en otra parte, ya que la gata vive aquí y tú no.

—Perfecto—replicó. Harto de todo, se giró y se fue airado hacia la puerta trasera.

—¿Por qué me odias tanto?

Las palabras lo atravesaron y lo dejaron clavado en el sitio. Asombrado, se giró lentamente para mirarla.

—¿Qué?

—Ya me has oído. —Esta vez habló con voz más baja, aunque sus ojos lo apuñalaban—. ¿Por qué me odias?

Podía haberle dicho cualquier cosa, podía haberle dicho que tenía un día horrible, pero que no era nada personal. Sin embargo, suponía que ella tenía toda la razón al preguntar, y que él no tenía ninguna razón auténtica para seguir ocultando la verdad.

—No te odio a ti. Odio a tu padre.
Nani Jonas
Nani Jonas


http://misadatacionesnanijonas.blogspot.mx/

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Mensaje por aranzhitha Vie 13 Abr 2012, 9:12 am

aww le dijo que odia a su padre??? Que le dira la rayiz
Siguela!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por ☎ Jimena Horan ♥ Vie 13 Abr 2012, 5:21 pm

Siguelaaa!
Joe le dirá la verdad?
Como reaccionará la rayis :)
☎ Jimena Horan ♥
☎ Jimena Horan ♥


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Mensaje por Julieta♥ Vie 13 Abr 2012, 6:38 pm

noooooooooooo
la rayis va a saber q lo q hizo fue por venganza!!!!!
ushh ese joe es un patan..pero lo amooooo
sigue!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por Nani Jonas Sáb 14 Abr 2012, 8:01 am

Capitulo 20

Ladeó la cabeza, claramente estupefacta.
—¿A mi padre? ¿Por qué?
Él respiró hondo e intentó pensar por dónde debía empezar.
—Mi padre es John Jonas. —Esperó hasta ver reconocimiento en sus ojos, pero no sucedió, así que continuó—. Cuando tú y yo éramos niños, nuestros padres eran socios comerciales. ¿ A & J Construction? ¿Ahora Ash Builders? ¿Te suena?
Sus preciosos ojos azules se abrieron mucho y su mandíbula cayó mientras bajaba rápidamente la gata al suelo.
—¿Eres Joe? ¿Ese Joe?
—El mismo.
Parecía casi muda.
—Yo... me acuerdo de ti. Simplemente... no até cabos. Supongo que entonces no sabía el apellido de tu padre. Sólo lo conocía como John.
Durante un momento, Joe no supo por qué le estaba contando quién era, pero, ahora que se había acostado con ella, ahora que él sabía sus secretos, quizás algo había comenzado a inquietarle, haciendo que se preguntara cómo reaccionaría ella, si lo trataría con desdén. Sin embargo, todo lo que veía en sus ojos era una conmoción comprensible.
—Pero todavía no sé —dijo— por qué odias a mi padre.
Entonces le tocaba a Joe ladear la cabeza, confuso.
—Por lo que hizo. Porque le robó la mitad de la empresa a mi padre.
_______ juntó las cejas.
—¿Robó? ¿De qué estás hablando?
¿No lo sabía? Bueno, demonios, claro que no. Era una niña. De repente se sintió como un tonto, al dar por hecho que ella conocería los detalles.
—Sí —dijo él—. Eso es lo que ocurrió.
Ella se puso tensa.
—No sé qué quieres decir. Mi padre compró la parte de tu padre.
—_______, tu padre le pidió al mío que firmara unos papeles, pero le mintió acerca de lo que ponía. Henry afirmó que necesitaba la firma de mi padre en algunas cosas para operaciones comerciales rutinarias, y mi padre firmó, pero en realidad estaba cediendo por escrito su parte de A & J Construction.
Joe había sido testigo de todo él mismo. Su padre se había estado regodeando en la depresión por la muerte de su esposa y Henry había aparecido en la casa con los papeles que cambiarían su vida.
_______ contuvo la respiración; parecía estar a la defensiva.
—Entonces yo era una niña, pero una cosa que sé es que tu padre recibió una cantidad de dinero razonable por su mitad de la empresa. Una vez me encontré con los papeles, mientras revisaba unos archivos antiguos cuando empecé a trabajar para mi padre, y le pregunté a Sadie de qué iba la cosa. Ella todavía no trabajaba para Ash cuando pasó, pero sabía que eran de la compra de acciones.
—Mi padre no quería dinero. Quería su mitad de lo que había construido. Era todo lo que tenía, todo lo que teníamos, después de que mi madre muriera, y Henry se lo arrebató.
Ella negó con la cabeza inútilmente.
—Estoy segura de que te equivocas, Joe. No puedo discutirlo con precisión, porque no conozco los hechos, pero estoy segura de que mi padre no le arrebató nada al tuyo.
Joe se limitó a suspirar.
—Puedes creer lo que quieras. —Entonces, se giró y salió por la puerta.
~~~~
_______ se apoyó en la encimera para estabilizarse y, después, bajó la mirada hacia Isadora, que estaba lamiéndose la pata y pasándosela por el hocico.
—La verdad es que eres una traidora por lo que a él respecta —dijo. Después de todo, Izzy raras veces se frotaba contra los tobillos de ella, pero Joe Jonas entraba por la puerta y la gata enseguida estaba encima de él—. Y tampoco sé qué ves en él.
«O qué veo yo en él, para el caso».
Pero la verdad era que lo sabía. Monet. La rosa. El océano. Caricias tiernas y sentimientos innombrables en sus ojos. Aunque fuera pequeño, aquello era lo que la mantenía aferrada a sus sentimientos por él.
La acusación que acababa de hacer hacía que le girara la cabeza.
Había comenzado la conversación al decidir que era más digno parecer calmada y no afectada que despotricar sobre su último encuentro, pero él había aplastado rápidamente su dignidad. No podía creer que hubiera sido tan osada como para preguntarle por qué la odiaba, pero durante el fin de semana había tenido tiempo para volver a analizar todo lo que había pasado, y aquélla había sido la única conclusión real que podía extraer. Lo que no había esperado era la noticia de que fuera el mismo Joe que recordaba de cuando era niña. El Joe por el que había perdido la cabeza.
De hecho, se estaba empezando a acordar de que había sido el primero, el primerísimo chico que había despertado algún tipo de conciencia o interés femenino en ella, aunque fuera afecto infantil.
Recordaba un picnic de la empresa en el que había estado jugando en un tiovivo ella sola y se había caído torpemente en la mugre. El hijo mayor de John se había acercado, con una pelota de baloncesto gastada debajo del brazo, para ver si estaba bien, si necesitaba que fuera a buscar a su madre. Ella estaba bien, pero muerta de vergüenza, especialmente cuando le había sacudido la suciedad del culo de sus shorts rojos.
—Será mejor que tengas más cuidado —le dijo y, después, se fue paseando tranquilamente hasta una cancha de baloncesto vacía, y empezó a lanzar.
—¿Puedo mirar? —preguntó ella, después de ir tímidamente tras él.
Él se encogió de hombros y dijo:
—Claro.
Ella se sentó, con las piernas cruzadas a lo indio, en la hierba, al borde del cemento, y absorbió cada movimiento que él hacía, con su cuerpo larguirucho, que ya mostraba las primeras insinuaciones de músculos debajo de una piel bronceada y suave cada vez que saltaba o corría para hacer un lanzamiento. Lo había creído un dios.
Lo siguió a cierta distancia durante el resto del día y, cuando el picnic terminó con un gran partido de softball para los adultos, Joe también jugó. Cada vez que se adelantaba para batear, lo miraba con la adoración de una niña.
Dejó escapar un fuerte suspiro, sin poder llegar a creer que se hubiera acostado recientemente con el mismo tipo. Sexo sin sentido. El sexo de extraños. Aunque no fueran extraños exactamente, como ella había pensado. Y ella no había querido que siguieran siendo extraños cuando se había acabado. A su pesar, en aquel momento quería mucho más de él, sexual y emocionalmente.
Sintió el extraño impulso de salir y decirle que sentía lo que fuera que había pasado entre sus padres y, de hecho, fue hasta medio camino de la puerta antes de detenerse. Ella no lo había hecho, después de todo, y ni siquiera sabía si había algo que sentir, en realidad. Además, era un imbécil. Un imbécil que todavía le retorcía el corazón cada vez que se le venía a la mente, pero un imbécil de todas formas. Incluso cuando había estado despotricando sobre sus árboles, lo deseaba, deseaba conocer la misma plenitud de tenerlo dentro de ella. Deseaba conocer la misma pasión, el mismo calor que desataba en ella sin ni siquiera intentarlo. ¿Qué clase de tonta era ella?
«Monet».
Obviamente era la clase de tonta que daba demasiada importancia a una mención de pintores impresionistas.
«Me gusta la forma en que pueden tomar cualquier cosa y hacerla más bonita de lo que es en realidad».
A su pesar, el recuerdo de sus palabras devolvió algo de su fe en la bondad inherente de Joe. Tenía que estar allí, ¿verdad? «¿Verdad?».
Tras avanzar hasta el teléfono que había sobre la encimera de la cocina, _______ marcó el número de la oficina de su padre y se giró para apoyarse en la encimera, con el auricular bajo la oreja.
—Henry Ash —respondió.
—Hola, papá.
—_______, querida. ¿A qué debo el placer? ¿Buscas otro compañero para comer hoy?
Un vistazo rápido al reloj mostró que era casi mediodía.
—Eh... no. En realidad, le estaba dando vueltas a algo de hace mucho tiempo y esperaba que pudieras aclarármelo.
—¿De qué se trata?
—¿Recuerdas cuando compraste la parte de la empresa de John Jonas?
—Por supuesto. Fue el día que nació Ash Builders.


—¿Cómo sucedió aquello? Quiero decir, ¿por qué compraste la parte de John?
—¿Por qué lo preguntas?
—La verdad es que no hay ningún motivo —dijo vagamente y, después, atribuyó un suceso de hacía años a la semana anterior—. Es sólo que me encontré con los papeles de la compra total de acciones el otro día en unos archivos antiguos y me picó la curiosidad.
—Bueno —comenzó Henry con un suspiró—, la verdad es que fue una situación muy triste y complicada. La esposa de John acababa de morir. ¿Te acuerdas de eso?
—Sí. —Había sido su primer funeral.
—Después de aquello, John... se vino abajo. Simple mente no pudo sobrellevarlo. Y dejó de trabajar por completo. Tenía que recogerle las pelotas caídas y mantener las mías en el aire al mismo tiempo. Le hablé de ello en repetidas ocasiones, pero bebía mucho y ya no le importaba el negocio. Le di varios meses, esperando que se esforzara, pero no cambió nada. Fui a su casa cada semana para hablar de negocios, tener sus aportaciones, intentar que se volviera a implicar en la empresa, pero no supuso ninguna diferencia. Mientras tanto, se seguía llevando la mitad de los beneficios y yo me estaba deslomando. No parecía justo y yo no le veía fin a la situación. No llegaba a casa hasta las diez o las once cada noche. Apenas te veía a ti y mis horarios estaban volviendo loca a tu pobre madre.
—Así que le ofreciste comprar su parte —facilitó ______.
—Sí —dijo Henry—. Más de una vez, de hecho. Pero él parecía no oírme o me prometía repetidamente que las cosas iban a cambiar, sin resultados. Al final, sentí que no tenía más remedio que hacer algo drástico.
—¿Qué hiciste?
—Bueno, no me siento orgulloso de ello, cariño, pero la verdad es que lo obligué a que me cediera por escrito su mitad de la empresa. No fue difícil; siempre estaba borracho. Yo tomé un préstamo y le di un valor de mercado justo, para que no se sintiera como si yo lo hubiera engañado. Era lo mejor que podía hacer en aquel momento, yo no podía continuar como estaba.
_______ permaneció en silencio cuando él dejó de hablar. Podía ver su perspectiva de las cosas y se alegraba de que hubiera sido sincero con ella, pero también podía entender por qué Joe sentía rencor.
—¿Sigues ahí?
—Sí, papá, sigo aquí.
—Comprendes por qué tuve que tomar esa decisión, ¿verdad?
—Sí, supongo.
—Entonces, ¿por qué estás tan callada?
«Porque hirió a los hijos de John de tal manera que lo siguen sintiendo veinte años después». Pero estaba segura de que su padre no había pensado en eso. Era un hombre de negocios consumado, y no lo culpaba por ello. Tampoco iba a decirle que estaba en contacto con Joe Jonas; era demasiado complicado y no le veía sentido.
—Por nada —dijo finalmente—. Sólo estoy un poco sorprendida. No sabía lo que había pasado.
—Yo no quería que sucediera de esa forma. Casi me mata tener que hacer las cosas así. Después de todo, John y yo éramos amigos.
—¿Tienes idea de lo que sucedió con John? —preguntó ella—. ¿O con sus hijos? ¿Lo sabes?
—No —dijo, con voz un poco arrepentida—. Perdimos el contacto.
~~~~


—¿Qué les sirvo, chicos? —La camarera morena sonrió coquetamente a Davy y Joe. Llevaba una camiseta ancha metida en los shorts, pero Davy podía notar sus curvas. Tenía unos ojos grandes y brillantes, y sus abultados labios, pintados de un color entre el rosa y el rojo, le daban el impulso de tocarlos. Él le devolvió la sonrisa, pero se aseguró de no decir nada.
—Una pizza grande con pepperoni y extra de queso —pidió Joe—, y una jarra de Coca-Cola.
Cuando se hubo marchado, Joe dijo:
—Era una barracuda enorme, ¿eh, Davy? —Acababan de volver del puerto deportivo y todos los barcos habían conseguido buena pesca aquel día, pero el Misty II había llevado una barracuda tan alta como el hombre que la había pescado.
—Una grande —asintió Davy, pero dejó que su mirada cayera hacia el mantel de cuadros.
Enfrente de él, Joe suspiró.
—¿Aún estás deprimido, colega?
—Supongo. —El pescado y hasta la camarera habían distraído su mente del viaje al hospital de aquella mañana, pero sólo por breves espacios de tiempo. Cada vez que pensaba que se había librado de ello, volvía. Seguía recordando el frenético viaje hasta el apartamento de su papá en la oscuridad, y el viaje incluso más frenético al hospital, con horribles ruidos de resuello provenientes del asiento de atrás, mientras Elaine seguía diciendo:
—Aguanta, papá, llegaremos pronto. Aguanta. —Davy odiaba los hospitales, desde siempre, desde que se había hecho daño cuando era pequeño.
—Escúchame, Davy —dijo Joe con firmeza, así que alzó la vista. Joe tenía los ojos más fuertes que cualquiera que conociera y mirarlos siempre lo hacía sentirse seguro; lo envolvían como un abrazo—. Sé que esta mañana has pasado miedo, pero ahora todo está bien. No quiero que pienses en eso, ¿de acuerdo? Piensa en cosas mejores. Cuento contigo para eso, lo sabes.
No, no lo sabía.
—¿Qué quieres decir?
Joe ladeó la cabeza.
—De alguna forma, cuento contigo para ser feliz. Si no eres feliz, yo no soy feliz.
«No eres feliz de todas formas, Joe», pensó, pero no lo dijo, ya que Joe pensaba que era un secreto. Pero las palabras de su hermano le hicieron sentir importante, porque si algo podía hacerle feliz, quería hacerlo. Intentó apartar los pensamientos de aquella mañana y pensar en cosas mejores, como Joe había dicho. La camarera morena y sus labios como brillantes nubes. Daisy María Ramírez y sus delicados dedos.
La camarera llegó con dos vasos y una jarra de refresco. Se inclinó sobre la mesa para colocar los menús detrás del servilletero y él volvió a advertir sus curvas, una especie de paisaje viviente ante sus ojos.
Cuando se hubo marchado, habló en voz baja.
—¿Te parece bonita? —Quizá pudiera entrar en una conversación que lo ayudara de alguna manera con Daisy.
Joe echó un vistazo.
—Es agradable de ver. ¿Por qué?
Él negó con la cabeza.
—Sólo me lo preguntaba.
De vez en cuando, Joe sacaba el tema de las chicas, le decía que si alguna vez tenía alguna duda o quería preguntarle cualquier cosa, podía hacerlo; pero, hasta aquel momento, nunca lo había hecho y, de repente, le daba demasiada vergüenza hacerlo.
—¿Seguro? —preguntó Joe.
Aquélla era la oportunidad, pero simplemente no pudo aprovecharla.
—Sí —dijo, y sirvió Coca-Cola en ambos vasos.
—Oye, después de cenar, iremos al puente Sand Key, si quieres. —Siempre había delfines alrededor del puente, especialmente al anochecer.
—Genial —dijo Davy, sonriendo. Por fin se estaba quitando de la cabeza el hospital, y hablar de delfines era más fácil que hablar de chicas, en cualquier caso.
~~~~
_______ yacía en la cama aquella noche, sin poder dormir, y su mente creó una elaborada fantasía. Intentó fingir que el hombre de la fantasía tenía la misma cara atractiva, pero borrosa, de todas las demás fantasías, pero era mentira. Tenía la cara de Joe. Y, si era sincera consigo misma, aquella fantasía en concreto probablemente había nacido de su encuentro en la playa.
Suspirando, apartó las sábanas y avanzó por la oscuridad, bajando por el vestíbulo hasta su oficina, donde en cendió la lámpara del escritorio. Tras sacar el libro rojo de la estantería, agarró un bolígrafo azul y se acomodó en la silla en la que siempre se acurrucaba cuando hacía una entrada en el diario.
Una parte de ella odiaba el hecho de que fuera a escribir aquello, porque no trataba sólo sobre sexo y fantasía; también trataba sobre él y significaba que estaba creando un documento permanente sobre él en un sitio que, hasta entonces, había considerado una indulgencia que dependía nada más que de su mente, su imaginación. Pero quizás aquello la ayudara a sacarse a Joe Jonas de dentro. Derramar la fantasía en la página y acabar con aquello.
Estoy tumbada en una playa privada de prístina arena blanca y altísimas palmeras, en la que cientos de conchas marinas son arrastradas hacia la orilla, intactas. Las algas se mueven con la brisa, protegiendo las dunas. Descanso en la arena, con un vistoso pareo anudado a mis caderas y una viva flor de la isla adornando mi cabello; nada más. El sol me calienta los pechos, las piernas, la cara.
El sol es tan brillante que al principio sólo veo la silueta de un hombre emergiendo mojado y desnudo del océano, caminando hacia mí. Cuando se acerca, distingo piel aceitunada, labios carnosos y unos ojos dorados misteriosos que me miran como si pretendieran devorarme. El agua gotea por su oscuro cabello y deja su piel marcada.
Sus ojos nunca abandonan los míos mientras se acerca a mí y, después, se deja caer suavemente en sus rodillas, a horcajadas sobre mis piernas. Se inclina hacia adelante para cubrirme los pechos con unas manos grandes y bronceadas y el fuego hace que me arquee mientras los acaricia, con movimientos lentos, fluidos y hábiles. El suave ritmo resuena por mi cuerpo.
Tras volver a incorporarse, aparta osadamente mi pareo y desliza dos dedos dentro de mí, donde ya estoy húmeda para él. Me sacude la sensación de tener sólo aquella parte de él dentro de mí, aunque veo su deslumbrante y prominente erección. Empuja sus dedos una vez, dos veces, tres veces; entonces, aplica suavemente la humedad que hay en ellos en uno de mis pezones, dejando que yo tiemble ante el completo erotismo de ver cómo lo lame.
—Ponte a cuatro patas —dice con voz oscura y dominante.
Hago lo que me dice, dándome cuenta de que la marea está empezando a subir a nuestro alrededor, lentamente. Me baña los dedos, que están cerca del agua suavemente, y se marcha lentamente.


Tras levantarme el pareo, coloca las manos en mis caderas y me penetra, rápida, dura y suavemente. Grito ante el intenso placer y él comienza a entrar y salir mientras el agua vuelve a subir, alrededor de mis manos y mis rodillas.
Sus empujes se van volviendo más potentes y me van debilitando. Grito con cada uno, sintiéndolos en la punta de los dedos de las manos y los pies mientras el torrente de agua sube más y más, fluyendo hasta mis muñecas, rompiendo contra mis pantorrillas mientras él se empuja contra mí.
—Móntame —dice.
Entonces, estamos sentados en la espuma, con su maravillosa excitación aún dentro de mí, y me muevo sobre él mientras las olas rompen a nuestro alrededor y el agua cae entre nuestros cuerpos. Mi pareo cuelga, empapado, de mis caderas, retorciéndose en la corriente, y sus mojadas manos se deslizan por mis pechos y mi trasero, empujándome cada vez más cerca del éxtasis. Ambos llegamos a la vez al orgasmo mientras una ola rompe contra nosotros, fuerte y frenéticamente, y grito mientras las oleadas de mi interior rompen con igual violencia. Después, rodamos por la espuma, besándonos frenéticamente, con los miembros entrelazados, el pelo goteando y los cuerpos empapados.
Y, entonces, todo se queda milagrosamente tranquilo, como en el ojo de un huracán, y él me abraza fuerte mientras nos tumbamos en la suave arena blanca. Miro a mi alrededor para ver que la marea no está cerca, aún sigue a metros y horas de nosotros.

Después de cerrar el diario rojo con un suspiro y deslizarlo de nuevo en la estantería, _______ se mordió el labio. Todavía seguía deseando haber escrito algo más original (un tipo diferente de hombre, un lugar diferente) en vez de otra versión más de su dios del océano, un hombre que había saltado literalmente de la página hasta su vida. De hecho, ¿no había sido su voz la que había oído mientras escribía su fantasía? «Móntame». Sonaba como algo que él diría y, aunque normalmente no le gustaba la idea de una orden así, sabía que, si él lo decía, probablemente la excitaría.
Su cuerpo palpitó con más deseo aún que cuando se había levantado de la cama y tenía la sensación de que aquello no había hecho nada para sacarle a Joe de dentro. Si acaso, probablemente lo deseaba aún más.
Nani Jonas
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Mensaje por aranzhitha Sáb 14 Abr 2012, 9:52 am

awww Davy me encanta es un lindo,
Siguela!!!!
aranzhitha
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Mensaje por Nani Jonas Dom 15 Abr 2012, 9:57 pm

Capítulo 21

________ durmió hasta tarde el martes por la mañana, exhausta por una noche de poco sueño. Cuando, finalmente, se levantó y se puso en marcha, llamó a Phil para darle algunas cifras de beneficios anuales hasta la fecha y trabajó duro en su informe de cuentas por pagos mensuales hasta la hora de comer.

Normalmente le encantaba su trabajo, pero aquel día no podía concentrarse. Estaba centrada en Joe, por supuesto. La verdad era que había estado bastante centrada en Joe, de una u otra forma, desde que lo había conocido el pasado miércoles. Hacía menos de una semana. No parecía posible.

Los días que _______ no conseguía centrarse en su trabajo, solía tomarse un respiro, hacía algo útil en la casa y, para cuando había acabado, estaba lista para volver a centrarse en la contabilidad. «Así que, ¿qué hay que hacer por aquí?», se preguntó, mientras se sentaba en la mesa con un arroz con pollo hecho en el microondas.

Pensó en los comederos de pájaro que Joe había llenado para ella hacía unos días. No los había mirado desde entonces, pero sabía que la parte de atrás de su patio solía estar llena de pájaros que no se iban al norte a pasar el verano y podían apurar las semillas rápidamente, incluso en aquella época del año. También había visto algunas malas hierbas asomando entre el mantillo del jardin, y podía esperar hasta que viniera el chico del jardín a final de mes, pero la irritaban. Normalmente escardaba a mitad de mes para que las cosas estuvieran en orden.

Su primer pensamiento fue que Joe estaba ahí fuera y que quizás sería mejor hacer todo aquello alguna tarde, cuando él se hubiera marchado, especialmente teniendo en cuenta las palabras desagradables que habían intercambiado sobre sus padres el día anterior. Por otra parte, a él le quedaba mucho trabajo por hacer allí, y era ridículo que se sintiera atrapada en su casa. Así que, desde aquel momento, iba a hacer exactamente lo que quisiera cuando quisiera, a la mierda con Joe Jonas. Bueno, quizás no nadara desnuda en la piscina, se corrigió, pero probablemente nunca volvería a nadar desnuda en la piscina, de todas formas.

Después de obligarse a acabar unas cuantas tareas más de Ash, salió por la puerta trasera con la parte de arriba de un bikini viejo de color rosa y unos shorts caquis manchados, y el pelo en un recogido alto. Se había pensado dos veces lo de la parte de arriba del bikini, pero era lo que siempre se ponía para trabajar en el jardín y había más de treinta grados fuera. Estaba decidida a actuar de forma normal, a comportarse igual que si él no estuviera allí.

Tras ir al gran contenedor del patio en el que guardaba las herramientas del jardín, descubrió que Joe había metido allí la bolsa del alpiste, enrollada. Tras poner un poco en un cubo, fue hacia la parte trasera del jardín y lo vio por el rabillo del ojo, en lo alto de una escalera. Ya había pasado los árboles problemáticos y en aquel momento pintaba alrededor de la ventana de media luna.

Sin embargo, antes de llegar siquiera a la piscina, se detuvo y se giró. El impulso actuó y, si no hacía aquello en aquel momento, en aquel mismo momento, se iba a rajar. Consciente de que el corazón se le había acelerado, se acercó al pie de la escalera de Joe.

—Quería decirte que hablé con mi padre. —Ella miró hacia arriba, a su espalda, observó su musculoso brazo mover el rodillo por el estuco—. Le pregunté qué ocurrió cuando compró la parte de John.

Joe no dejó de trabajar, ni siquiera la miró.

—¿Qué dijo?

—Dijo... —Oh, Dios, ni siquiera había pensado cómo decirle aquello desde el pie de una escalera. Ya habría sido lo bastante duro cara a cara.

Finalmente, él dejó de mover el rodillo y miró hacia abajo.

—¿Qué dijo?

Ella tragó saliva, de repente nerviosa, pero intentando esconderlo.

—Dijo que, después de que muriera tu madre, tu padre no estaba haciendo ningún esfuerzo por la empresa. Dijo que ofreció comprar la parte de tu padre, pero que él ni siquiera quería hablar de ello y siguió prometiendo que cambiaría, pero nunca sucedió. Mi padre sintió que no tenía elección.

—¿Henry admitió que engañó a mi padre para que firmara?

Ella asintió.

—Bueno —dijo Joe—, creo que eso lo resume.

Siguió pintando, pero ella se quedó al pie de la escalera, mirándolo. Había más por decir. Su parte.

—Sé por qué lo hizo, pero no creo que estuviera bien. Yo... entiendo por qué estás enfadado.

—Muy bien —respondió brevemente Joe, sin mirarla.

Ella suspiró y, finalmente, se giró para marcharse. ¿ Qué había hecho? ¿Suplicarle que le gustara diciéndole que ella sentía su dolor? Sacudió la cabeza ante su estúpido intento de establecer un vínculo con él.

—¿Te dijo que construir pisos fue idea de mi padre?

La voz de Joe penetró en sus pensamientos y ella se detuvo y se giró. La mirada de Joe era oscura.

—¿Qué?

—La empresa pasaba por un mal momento y mi padre le dijo a Henry que pensaba que los pisos eran el futuro de A & J Builders. Consiguieron su primer contrato en Sand Key una semana antes de que mi madre muriera.

A _______ se le retorció el estómago. Todo el mundo sabía que los pisos habían enriquecido a Ash Builders, que las casas de lujo que construían no eran más que trabajo adicional. Los pisos que se alineaban en la costa y las bahías habían catapultado a Ash a su época dorada y los había dejado allí.

Ella no sabía qué decir y, finalmente, se decidió por:

—Lo siento, Joe. De verdad.

Él la miró largo rato, con sus ojos dorados tan penetrantes como siempre, hasta que finalmente asintió de forma apenas perceptible y dijo:

—Gracias.

Ella también lo miró, reconociendo aquel mismo calor lento que, como siempre, comenzaba a crearse de forma invisible entre ellos (incluso en aquel momento, ella estaba segura), ardiendo al borde de las llamas... hasta que señaló torpemente por encima de su hombro.

—Bueno, será mejor que... vaya a hacer algunas cosas.

—De acuerdo —dijo él.

Los latidos de su corazón todavía no se habían normalizado después de rellenar los comederos de pájaro y devolver el alpiste al contenedor. Le hormigueaban los pechos y un eco vacío de anhelo susurraba en su interior. Sin embargo, aquel simple «gracias» había hecho que la conversación valiera la pena. Él no dejaba que se viera a menudo, pero ella sabía que tenía razón: Joe Jonas tenía corazón, lo notaba latiendo bajo su exterior brusco.

Tras agarrar una bolsa de basura de dentro, comenzó a arrancar hierbas. Evitó deliberadamente el lado de la casa en el que Joe trabajaba, reprendiéndose por romper su nueva norma de no dejar que su presencia la inhibiera, pero simplemente no le apetecía volver a enfrentarse a él tan pronto.

Sin embargo, mientras trabajaba, recordó otros momentos en los que había notado aquella cierta suavidad tras el personaje duro que encarnaba. El simple acto de rellenar los comederos de pájaro, la forma en que la había defendido en la seudofiesta de la piscina, su afirmación de que la había llevado a la playa porque había visto cuánto la estaban molestando los demás hombres. No era solamente Monet y las rosas cósmicas del color del rubor. A veces lo veía en los gestos más simples, como en la dulce caricia que le había llevado a los labios después del sexo. Quizás aquello fuera lo que hacía que siguiera deseando, anhelando, más de aquel hombre. Quizás él le hubiera dado unas cuantas razones reales para creer que debajo de todo aquello estaba escondido el tipo de hombre cariñoso y generoso que soñaba con encontrar algún día.

Sin embargo, sólo pensarlo la hizo reír entre dientes. Si Joe pudiera leerle el pensamiento en aquel momento pensaría que era la mujer más ingenua, tonta e inexperta que existía. Pero no era ingenuidad, era anhelo, pura y simplemente. «Por favor, que haya más de él de lo que me deja ver».

Después de escardar, decidió cortar algunas rosas. Le encantaban sus rosas trepadoras, pero apenas las veía, ya que estaban a un lado de la casa, y tener la rosa de la fantasía de Joe en la repisa de la chimenea le había hecho pensar que debería llevar las suyas para disfrutarlas también. Además, aparte de hacerse ilusiones, parecía una buena idea para quitar de su campo de visión la rosa de Joe y sustituirla por algo que no tuviera nada que ver con él. Sólo esperaba poder obligarse a tirarla.

Tras agarrar unas tijeras de jardín de un cajón de la cocina y una cesta de mimbre del armario, salió por las puertas francesas hacia las rosas. Después de arrodillarse para cortar dos flores de color fucsia de cerca de la parte de abajo y colocarlas con cuidado en la cesta, se puso de pie para buscar otras de más arriba. Tras encontrar una cerca de la parte derecha de la enredadera, agarró el tallo y cortó por debajo. Después, al encontrar otra cerca de una gran abundancia de ellas, en el centro, la alcanzó y un dolor agudo le cortó el pulgar.

—¡Ah! —Apartó la mano bruscamente para ver una gran espina plana incrustada. Aquello era mucho peor que cuando se había pinchado el dedo con la rosa de Joe la otra noche; sangre brillante rodeaba la espina y dejaba una estela desde el pulgar hasta la muñeca. Soltando otro quejido, soltó las tijeras y corrió hasta la casa.

Mientras abría la puerta, mantuvo el pulgar que sangraba cerca de sí, esperando no gotear en la alfombra blanca mientras pasaba por ella para llegar a la cocina. Una vez allí, abrió el agua fría y mantuvo el pulgar debajo, esperando que aliviara el agudo escozor.

—¿Qué demonios ha pasado?

Ella miró hacia arriba bruscamente y se encontró con Joe corriendo hacia ella desde la puerta de atrás.

Apretando los dientes, apartó la mano de debajo del grifo para enseñársela y la volvió a meter debajo del agua corriente.

—Maldición —dijo él y, después, se acercó más—. Ven, déjame sacarla.

—No. —La espina estaba demasiado profunda; ni siquiera podía pensar en dejar que alguien la sacara en aquel momento.

—No seas chiquilina —dijo, pero su tono dulce suavizó las palabras.

Ella contuvo la respiración y miró al constante chorro de sangre que todavía seguía llevándose el agua. Estaba siendo una chiquilina y no le gustaba que Joe lo viera. Mientras apartaba la mano ligeramente, dijo:

—Hazlo sobre el fregadero.

El se acercó, mientras colocaba suavemente la mano herida en la palma de su mano.

Ella cerró los ojos y apretó más los dientes.

—Hazlo rápido.

_______ se tensó y, después, una nueva oleada de dolor la hirió y supo que la espina ya no estaba. Ambos miraron hacia el pulgar, que aún sangraba.

—Vuélvelo a meter debajo del agua —le ordenó y, después, tomó un puñado de servilletas de papel y fue al refrigerador. Lo oyó abrir una puerta y revolver el hielo, y volvió un minuto después con unos cuantos cubitos en forma de media luna envueltos en el papel—. Toma. —Mientras volvía a sujetarle la mano con cuidado en la palma de su mano al tiempo que apretaba firmemente el hielo contra su pulgar, dijo:

—La presión parará la hemorragia.

Ella evitó mirarlo y, en vez de eso, se centró en sus manos, entremezcladas, tocándose. Las de él eran cálidas, ásperas y bronceadas.

Se quedaron torpemente en silencio hasta que él echó un vistazo bajo las servilletas de papel para ver que la hemorragia se había casi detenido.

—¿Tienes agua oxigenada?

Con la tentación de mentir, admitió con recelo:

—Sí.

—¿Dónde?

—En el baño de arriba.

Cuando Joe le tomó la otra mano y comenzó a arrastrarla hacia las escaleras, ella dijo:

—Esto no es necesario?.

—Lo es —respondió él, mientras la arrastraba escaleras arriba—, a menos que quieras que se te infecte.

—¿Cómo sabe un hombre como tú lo que es el agua oxigenada?

—Un hombre como yo —le soltó por encima del hombro—, se pasó mucho tiempo limpiándole las cortaduras y arañazos a su hermano pequeño. Bueno, ¿dónde está?

Ella señaló el baño del vestíbulo, donde guardaba las cosas de primeros auxilios y, después, siguió a
Joe dentro.

—Debajo del lavabo.

Joe sólo la soltó el tiempo suficiente para buscar la botella y abrirla y, después, volvió a buscar su mano; le sujetó el pulgar sobre el pequeño lavabo mientras le esparcía el agua oxigenada en el corte. Ella siseó por el escozor.

—¿Vendas? —preguntó él.

Ella puso los ojos en blanco, ante lo sorprendentemente concienzudo que era, y señaló hacia un cajón del tocador.

—La verdad es que podría haber hecho esto yo misma —dijo, mientras él le envolvía la tirita en el pulgar.

—Pero creo que no lo habrías hecho —respondió él y, cuando sus ojos se encontraron, su expresión se suavizó—. ¿Te sigue doliendo?

—Ya no tanto —admitió, sintiéndose incluso más como una niña por exagerarlo tanto.

Tras girarse hacia el espejo, guardó el agua oxigenada de nuevo bajo el lavabo y dejó la caja de tiritas en el cajón, intentando ignorar lo cerca que seguían estando el uno del otro ahora que la mini crisis había acabado. La hacía pensar en otros momentos en los que habían estado así de cerca, incluso más cerca. «¿Por qué sigue aquí? ¿Por qué no se va?».

Cuando volvió a levantarse, Joe permanecía tan cerca que ella chocó con él, pero ninguno de ellos se movió. Sus ojos se encontraron en el amplio espejo.

Ella conocía aquella mirada. La atravesó instantánemente. La sintió en el corazón; la sintió entre los muslos. ¿Cómo habían cambiado tan rápidamente las cosas, en un instante? Ella lo miró en vano a través del espejo, presa de su mirada.

El deslizó, vacilando, una mano alrededor de su cintura, con los dedos abriéndose ligeramente sobre su estómago desnudo y, por vez primera, se arrepintió de llevar el top del bikini; sus pezones resaltaban visiblemente contra la lycra rosa. Cuando él le dio un delicado beso en el hombro, contuvo la respiración, mientras las sensaciones se esparcían por su interior.

Pero aquello no podía suceder, no, simplemente no podía pasar. Y ella iba a decir que no. Tenía que hacerlo.

Pero, entonces, ¿por qué arqueaba el cuello y le dejaba que lo besara? ¿Por qué se empapaba de aquellos besos dulces y apasionados como si estuviera perdida en el desierto y sus labios le entregaran gotas de agua?

Cuando sus manos subieron para acariciarle los pechos desde detrás, con sus pulgares barriendo deliciosamente sus puntas, como guijarros, supo que estaba perdida. Las caricias íntimas se extendieron en su interior, dejándola abrumada de puro placer.

—Joe.

—No hables, nena —susurró él, con voz gutural.

Pero ella quería... algo, no sabía el qué. ¿Comunicación? Sólo quería que a él le importara, aunque fuera un poco. Anhelaba destapar la dulzura en su interior.

—Joe, por favor...

Las manos de Joe se quedaron quietas sobre sus pechos y dejó de besarle el cuello para mirarla en el espejo.

—¿Quieres que pare?

Los labios de _______ temblaron. Aquello era un tremendo error. Y se podía perdonar a sí misma por un error así una vez, pero cómo podía permitirse volverlo a hacer, entregarse a él, sabiendo que él sólo...

—¿Quieres?

—No —susurró ella.
Nani Jonas
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Mensaje por Julieta♥ Dom 15 Abr 2012, 10:18 pm

uussshhhh
joe e smuy odioso!!!
la va a volver a dejar botada jummm...la rayis no aprendio
pero bueno nadie con un hombre asi lo haria jejeje
sigue!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Lun 16 Abr 2012, 5:27 pm

awww me encanto
Quiero que se arreglen y terminen juntos
Siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por ☎ Jimena Horan ♥ Mar 17 Abr 2012, 12:44 am

No la dejes así? Siguelaaa!
La rayis tomo una buena decisión ;)
☎ Jimena Horan ♥
☎ Jimena Horan ♥


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Mensaje por andreita Mar 17 Abr 2012, 3:08 pm

ay no puedo dcreer loq ue hizo el papa de la rayis ¬¬
deberian devolverle el dinro a ojoe

me encanta siguew
andreita
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Mensaje por Nani Jonas Miér 18 Abr 2012, 11:37 am

Capitulo 22

—Gracias a Dios —murmuró profundamente. Entonces, sus caricias se hicieron más duras y firmes; ella gritó cuando le pellizcó ligeramente los pezones mientras seguía regándole los hombros desnudos con más besos. Y, ahora que ella se había rendido, no había nada que hacer excepto disfrutarlo, beberlo, deleitarse con cada espléndido beso y caricia.
Cuando él deslizó una mano entre sus piernas, por encima de los shorts, ella suspiró de placer, moviéndose contra ella de forma instintiva. Él se inclinó hacia ella por detrás, y la firme columna de su excitación se apretó contra su trasero.
—Gírate —murmuró él; su voz sonaba tan sin aliento como se sentía ella.
Cuando lo tuvo de frente, ambos se abrieron camino en la cremallera del pantalón del otro. La necesidad fluyó en espiral por el cuerpo de ________, igual que la otra noche, igual que cada vez que estaba cerca de él. Lo liberó de sus vaqueros, saboreando la increíble sensación de tenerlo en la mano; ya no era demasiado tímida como para acariciarlo ahí. El le bajó los shorts y las braguitas hasta los pies y ella se desprendió de ellos.
Su cálido aliento llegó como un fuerte latido mientras la alzaba hasta el suave mármol, y ella abrió las piernas, totalmente preparada.
Sin embargo, él se detuvo y buscó en el bolsillo de atrás. Tras tirar de una cartera delgada, rebuscó en su interior hasta que sacó un paquete plano de aluminio. Por alguna razón, aquello la asombró.

—¿Los llevas al trabajo?
—Hay que estar preparado —afirmó, sin ni siquiera un atisbo de diversión, y ella se lo imaginó acostándose con amas de casa de toda Tampa Bay cuando se suponía que debía estarles pintando la casa.
—No lo usaste la otra vez.
—Lo sé, se me olvidó... no estaba preparado. La verdad es que no esperaba que las cosas sucedieran tan rápido.
Mientras él lo abría, ella agarró su muñeca.
—No.
Él buscó su mirada.
—¿Qué?
Ella se sentía desesperada, necesitada y salvaje, y no se iba a parar a analizarlo en aquel momento.
—Sólo... sólo he estado con unos cuantos hombres y sé que estoy bien. Y tomo la pildora. ¿Tú... tú...?
—Siempre he ido con cuidado —dijo él. Y ella lo creyó.
—Entonces no lo uses —le rogó—. Quiero sentirte, como la otra vez. Quiero sentirlo, cuando llegues dentro de mí.
Él respiró bruscamente mientras dejó que el condón cayera entre sus dedos. A ella le satisfacía haberlo sorprendido y quería sorprenderlo aún más.
—Ahora —dijo, mientras abría bien las piernas.
Él bajó la mirada hasta allí y ella apretó los dientes, frustrada, queriéndolo dentro de ella, pero también le gustaba el calor de sus ojos, así que no lo volvió a presionar.
—Eres increíble —le susurró él al oído mientras empujaba en su húmeda carne.
—Oh, sí —gimió ella, ante la perfecta intrusión.
Él empujó con golpes fuertes y constantes y ella acogió cada uno de ellos con un minúsculo gemido.
Joe liberó una mano de su trasero para alargarla hasta el top de su bikini, liberándole los pechos del elástico, y ella le subió la camiseta llena de manchas de pintura para que su pecho rozara contra el suyo. Envolvió su ancha espalda con los brazos, saboreando sentirlo, y se movieron juntos en un ritmo suave y continuo durante largo tiempo, con su respiración por único sonido.
La cálida fricción pronto se acumuló en el interior de _______, y supo que no tardaría en volver a suceder, que la dulce liberación la sacudiría como un maremoto, cubriéndola, ahogándola, durante unos cuantos magníficos segundos. Y entonces, gritó:
—Joe, me voy.
Y él susurró:
—Ah, sí, nena. —Mientras ella se agarraba a él como si fuera un salvavidas y ella fuera a la deriva en el mar.
Cuando las oleadas hubieron pasado finalmente y el mundo comenzó a parecer normal de nuevo, se dio cuenta rápidamente de que no lo era, porque Joe seguía dentro de ella, todavía empujando contra ella, con cada potente golpe reverberando en su interior.
—Acaba —le susurró, sin ni siquiera pensarse sus palabras—. Acaba dentro de mí.
—Empújame dentro de ti —susurró él, cálidamente, cerca de su oído—. Con fuerza.
Ella bajó las manos hasta su culo, deseando que no llevara pantalones, deseando poder sentir su carne desnuda en sus manos, y lo atrajo hacia ella con toda la fuerza y profundidad que pudo y, entonces, lo oyó gemir y supo que se estaba vaciando. Ella se quedó inmóvil para sentir las pequeñas y cálidas ráfagas en su interior.
Él también se quedó quieto y sus brazos se cerraron alrededor de ella, y se quedaron así durante un largo minuto al que ella quería aferrarse, asirse de alguna manera, impedir que terminara. Igual que la última vez que habían llegado a aquella parte. El corazón de Joe latió contra su pecho.
Pero, entonces, igual que la última vez, él se apartó sin mirarla, mientras se bajaba la camiseta y se volvía a abrochar los pantalones. Ella sintió cómo se le encogía el corazón, al ver lo rápido que había dejado de ser el centro de atención para Joe. Se sentía incluso peor que la otra noche; aquella vez sabía cómo acabarían las cosas y había dejado que sucediera de todas formas.
Y, mientras él caminaba hacia la puerta, una idea la sacudió.
—¿De eso se trata?
Él se detuvo y miró hacia atrás.
—¿Qué?
—De quién eres tú, quiénes son nuestros padres.
Aquella posibilidad acababa de penetrar en su mente.
—¿Por eso está pasando esto?
Joe se aseguró de que su expresión nunca cambiara y se encogió de hombros.
—No seas tan dramática, Princesa. No somos Romeo y Julieta precisamente.
—De eso se trata, precisamente. —Se volvió a colocar en su sitio el top del bikini y, después, los pantalones—. ¿Estás aquí sólo para utilizarme, Joe?
«Maldición», pensó él. No debería haberle dicho quién era. Se sintió transparente.
—No —dijo, preguntándose si era verdad o mentira—. No soy de esa clase de hombre.
—¿Qué clase de hombre eres? —preguntó ella, mientras se abrochaba los shorts y lo miraba acusadoramente a los ojos. Estaba preciosa, hasta con la ira brillando en la mirada. Y él tuvo la necesidad fugaz de volver con ella, tomarla entre sus brazos (más que una necesidad fugaz), pero tenía que ignorarla. No había sido fácil apartarse, pero ella era la hija de Henry Ash. Durante toda la vida, se las había arreglado bastante bien cuando se trataba de que no le importara ninguna mujer en especial, empantanarse en relaciones, y aquélla era, sin duda, la última mujer que podía comenzar a importarle de verdad. Ella había hecho que él quisiera importarle a ella, y Dios sabía que había sentimientos complicados hacia ella arremolinándose en el fondo de su mente, pero seguía sin creer que pudiera haber nada real entre dos personas de dos mundos tan diferentes.
—Mira, sabía quién eras cuando Sadie me llamó por este trabajo, pero estoy aquí para ganar dinero, eso es todo. El hecho de que tú y yo nos atraigamos no tiene nada que ver con eso. Sé que me dijiste en la playa que no te va el sexo ocasional, pero... me temo que eso es todo lo que puedo darte.
Ella apartó la mirada de él, hacia la pared, y él tuvo miedo de que llorara. Algo en su corazón se retorció tristemente, se giró y salió, dirigiéndose a las escaleras, para no tener que saber si lo hacía. Era un estupido, y él lo sabía.
Cuando llegó al pie de las escaleras, su gata blanca llegó trotando con un «miau».
—No empieces tú también conmigo —murmuró.
Una vez estuvo nuevamente fuera, se detuvo en el patio y soltó un largo suspiro. Maldita sea, estaba conmocionado. Estar dentro de ella era tan... ni siquiera sabía una palabra para expresarlo, pero era pasión, perfección, aspereza y... algo dulce, todo combinado.
Sería una buena idea marcharse, inmediatamente.

Reunió sus cosas lo más rápidamente que pudo y las tiró de cualquier manera en la furgoneta, intentando no pensar en cómo la había abrazado después, cómo no había querido realmente apartarse. Abrazarla había sido tan fácil... Llevarla a su cama también habría sido fácil. Pero apartarse era el único movimiento que sabía hacer.
Mientras salía del camino de entrada, miró a las ventanas de arriba, pensando que quizás la viera, aunque fuera fugazmente, mirando por ellas, pero no fue así. Mientras pisaba el acelerador y dejaba atrás la mansión de la princesa, se sintió fatal, y no sólo por haber actuado como un imbécil (por actuar casi siempre como un imbécil con ella), sino porque, en el fondo, sabía que preferiría estar allí con ella que conduciendo solo hasta su piso.


Disculpen la tardanza chicas
Nani Jonas
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Mensaje por andreita Miér 18 Abr 2012, 2:05 pm

pobre rayis :/
joe seimpre la dejas asi tirada
no me gusta eso ¬¬
dale sigue
andreita
andreita


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