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"El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capitulo 12
—¿Qué estás bebiendo?
________ desvió la mirada del guapo e impecablemente vestido hombre de negocios de pelo entrecano para echarle un vistazo a su bebida.
—Chardonnay —dijo secamente, molesta por su tono de ir a matar.
Él agitó vino tinto en una copa.
—Deberías probar el Merlot. Es exquisito.
—Quizás vaya a probarlo.
—Ah, me gustaría...
Pero ella nunca oyó el resto, porque ya estaba cruzando la gran sala de techo abovedado, lejos de él.
—Eh, nenita, ¿a qué vienen las prisas? —Una mano cayó sobre su muñeca, pero, afortunadamente, sólo se trataba de Phil. Ella alzó la mirada hacia sus pálidos ojos azules y su sonrisa. Como siempre, cada mechón de su pelo rubio oscuro estaba cuidadosamente en su sitio.
—Sólo me escapo de otro de tus molestos amigos.
—¿De cuál?
Ella señaló hacia la concurrida y bulliciosa sala.
—Aquel tipo de cuarenta y tantos que está de pie junto al estéreo, con pinta triste.
—Damon Blanchard —dijo Phil asintiendo brevemente—. Acaba de divorciarse.
—No me digas.
Él hizo una mueca.
—Vamos, no está tan mal. Es un hombre muy apuesto y tiene un yate de buen tamaño y, de repente, nadie con quien compartirlo.
—Nunca has tenido que rechazarlo, Phil. Pero, oye, si tanto te gusta, tal vez tú puedas compartir el yate con él.
Él le dedicó una amplia sonrisa.
—Muy gracioso, nenita.
—¿Has visto a Carolyn?
—Hace unos minutos estaba en el bar con Mike y Jimmy.
—Gracias —dijo, y fue en esa dirección. No elegiría a Mike y Jimmy como compañeros de fiesta, pero eran mejor que Damon Blanchard.
Sin embargo, cuando vio al trío, se paró en seco. Carolyn susurraba a Mike, con una mano en su mejilla, pero Jimmy se agarraba a ella por detrás, con ambos brazos alrededor de sus caderas. ________ seguía sin saber si se trataba de un trío o de un juego de tira y afloja, y no quería quedarse a averiguarlo.
—Caramba, ________ Ash, dichosos los ojos.
—¡Sadie! —dijo alegremente, mientras se giraba hacia la voz. Sospechaba que Sadie, la recepcionista de su padre durante los últimos quince años, y una abuela felizmente casada de sesenta años, se sentía igual de incómoda que ella en una de las fiestas de Phil. No obstante, el cabello plateado de Sadie le enmarcaba la cara con un peinado corto con mucho estilo, llevaba un traje pantalón muy veraniego que le sentaba muy bien y, a primera vista, nadie pensaría que estaba fuera de lugar. Igual que con la misma ________, suponía.
Después de conseguirle una bebida a Sadie, se situaron en un rincón de la enorme sala para hablar de trivialidades. Su padre todavía no había llegado y especularon sobre cuál de las mujeres con las que salía iría de su brazo.
—Tu padre —dijo Sadie— ha cambiado mucho con los años.
—Como si no lo supiera.
—Intenté arreglarle una cita con mi prima, Martha, pero no quería saber nada de ella. Dijo que era demasiado vieja. Tiene cuarenta y cinco años y es bastante atractiva...
—Pero papá ni siquiera mira a mujeres que tengan la mitad de su edad.
—Hombres —bromeó Sadie.
—Son unos cerdos —estuvo de acuerdo ________.
—Excepto mi Arthur.
________ sonrió.
—¿Por qué no lo has traído esta noche?
—¿Aquí? —Sadie rió—. Se pensaría que trabajo en un culebrón. El picnic anual es mucho más de su estilo —concluyó, con un guiño.
Con la pausa en la conversación, _________ inspeccionó la sala de nuevo, esta vez buscando a Joe Jonas. No había señales de él, lo que era tanto un alivio como... bueno, algo más que no sabía identificar, pero se negaba a llamarlo decepción. Lo que le recordaba...
—Por cierto, quería reñirte. —Entrecerró los ojos para mirar a Sadie—. Pero habías salido a comer ayer cuando me pasé.
Sadie no pareció nerviosa en lo más mínimo.
—¿Qué hice?
—Enviaste a ese hombre a mi casa.
—¿Ese hombre?
_______ alzó las cejas.
—No te hagas la tonta. ¿Joe Jonas? ¿El pintor?
—Alegra la vista, ¿eh?
Sadie mostró una sonrisa cómplice, pero ________ se limitó a negar con la cabeza.
—Sadie, de todos los pintores que trabajan para nosotros, ¿tenías que elegirlo a él?
—Pensaba que te estaba haciendo un favor —dijo con un guiño—. Pensaba que embellecería la fachada durante unos días.
A su pesar, ________ tuvo que reír, pero dijo:
—No necesito una fachada bonita y lo encuentro... agresivo.
Sadie se encogió de hombros.
—He hablado con él cuando deja sus facturas en la oficina y me parece normal. No es exactamente una persona cálida y acogedora, pero es normal. Quizás saques al animal que lleva dentro —añadió con una sonrisa sugerente.
—De acuerdo, ya es suficiente —avisó ________—. Dejemos el tema. Pero la próxima vez que necesite un sub-contratista y te pida ayuda, elige a alguien un poco menos... todo.
Sadie soltó una risita ahogada y _________ decidió que lo mejor era cambiar de tema, pero, al cabo de unos minutos, Sadie anunció que se iba y el estómago de ________ se encogió.
—¿Ya me dejas tirada? —Tenía pensado irse pronto, por supuesto, pero llevaba allí menos de una hora.
—Ya he hecho acto de presencia —dijo Sadie—. Pero ahora prefiero irme a casa con Arthur y ver qué ha encontrado con el detector de metales en la playa esta noche.
________ suspiró. Si ella tuviera un Arthur, también preferiría irse a casa.
—Deséame suerte entre las pirañas —dijo, mientras acompañaba a la otra mujer a la puerta.
—No te metas en el agua —bromeó Sadie.
Sin embargo, cuando se hubo marchado, ________ siguió su consejo, agarró otra copa de vino y se dirigió de vuelta al rincón en el que habían estado hablando un minuto antes, más que satisfecha de mezclarse con el paisaje el tiempo que fuera posible. Hasta se colocó ligeramente detrás de una palmera que había en una maceta.
Sólo un tipo la molestó.
—¿Te estás escondiendo, cariño? —preguntó, mientras apartaba las hojas de palmera. Era rubio, de unos treinta años y bastante mono, pero...
—Sí —dijo ella.
—¿De quién?
—De tipos que llaman «cariño» a mujeres que no conocen.
Él palideció y se marchó, y ella se enorgulleció de su atrevimiento, aunque sospechaba que sólo era el vino, que se le estaba subiendo a la cabeza.
Cuando ________ vio a la mujer de Phil, cruzó la sala llena de la «gente guapa» de Tampa Bay para alcanzarla.
—¡Eh! —dijo, mientras se acercaba a ella por detrás.
—Hola —dijo Jeanne, mientras se giraba para echarle una ojeada—. ¡Estás estupenda!
Ella se encogió de hombros.
—Gracias. —Jeanne siempre le hacía cumplidos por su ropa y le pedía consejos de moda, pero raras veces los seguía. En aquel momento, Jeanne llevaba colores brillantes que desentonaban más que se complementaban, y el pelo marrón, que le llegaba a los hombros, parecía colgar con demasiada sencillez, detrás de sus orejas.
—Siento no haberte podido saludar antes. Pero, por desgracia —añadió, mientras se ponía de puntillas para buscar por la sala—, no encuentro a Phil, o sería él el que saludara a todos sus amigos.
—Lo vi... bueno, no hace mucho. —________ inclinó la cabeza y sonrió ampliamente—. Pero Phil se mueve rápido, así que supongo que ahora podría estar en cualquier parte.
—Tú lo has dicho. Nunca he conocido a nadie con más energía que mi marido.
—Eh, Jeanne —se oyó una voz desde la sala de al lado—, ¿hay más canapés de gambas?
—Un momento —dijo, y se giró de nuevo hacia ________—. Bueno, si ves a Phil, dile que me localice; me iría bien algo de ayuda en la primera línea.
—Lo haré —prometió ________, y observó cómo Jeanne desaparecía por una puerta.
«Tirada de nuevo», pensó, «en una sala llena de buitres». Lo más fácil parecía ser volver a su leal rincón, así que hizo eso mismo, rellenó su copa de vino e intentó la retirada.
La oscuridad acababa de caer fuera, llenando las ventanas y volviendo la sala más misteriosa, cuando Joe Jonas apareció, vestido a juego con la noche con una camiseta negra ajustada, vaqueros crema y botas negras. Por una vez, no había ningún pañuelo en su cabeza y su pelo oscuro se veía sexy. _______ no se movió, pero el hecho de esconderse no impedía que estelas de conciencia la envolvieran. Tomó un sorbo de vino rápidamente, intentando sofocar las sensaciones en vano.
Esconderse tras una palmera tampoco impidió que Joe Jonas la encontrara: sus ojos conectaron con los de ella instantáneamente. Pero ella desvió la mirada rápidamente, sintiendo un impulso de supervivencia. Verlo allí, así (él sin ser ya un pintor, ella sin ser ya alguien que le pagaba por hacer un trabajo), era diferente, la asustaba incluso más de lo habitual. Sabía que alguna parte hedonista de ella había ansiado aquel momento, pero, ahora que era una realidad, el instinto la hacía querer correr.
—¿Qué hace una preciosa chica como tú en un rincón?
Desvió rápidamente la mirada hacia el tipo alto y moreno que había plantado una mano en la pared, sobre su hombro. Su pelo despeinado y las sandalias lo delataban como un tipo de playa.
«Evitar a hombres arrogantes como tú».
Sin embargo, aquella vez se mordió la lengua. Si largaba a aquel tipo con un insulto, volvería a estar sola. Entonces, quizás Joe se acercara, y no estaba lista para eso.
~~~~
La casa de Phíl Hudson se encontraba cobijada en un bosque de pinos que estaba salpicado de otras como ella, enormes refugios de ladrillo con innumerables aleros y curvas semejantes al estilo Tudor de los libros de historia. La urbanización parecía estar a un mundo de distancia del bullicio de la Ruta 19 a un lado, e igual de distante del océano, por el otro. Era curioso, pensó Joe, la gente de toda Norteamérica iba a Florida buscando un paraíso tropical, pero los ricos de aquel barrio en concreto parecían encontrar el trópico tan aburrido que habían decidido crear la ilusión de montañas y bosques en los que esconderse.
Pero se olvidó de todo aquello en el momento en que entró por la puerta principal abovedada y vio a _______, con aspecto más caliente que el sol de Florida un día a cuarenta grados. Con una minifalda negra y un jersey sin mangas que se le ceñía a los pechos deliciosamente, tenía un aspecto más que provocativo. Bisutería de cuentas negras rodeaba su cuello y sus muñecas, pero su cabello rubio permanecía libre de ornamentos, cayendo en cascada por su espalda como seda dorada.
Por supuesto, ella lo ignoraba.
Por una parte, aquello lo enojaba, al volver a levantar aquella frontera entre princesa y plebeyo. Pero, por otra, no le importaba. Siempre parecía nerviosa a su alrededor y aquello, en cierto modo, le hacía sentirse más seguro. Además, le daba tiempo para mirarla detenidamente, para observar a la princesa juerguista en acción.
En aquel momento, estaba coqueteando con un tipo bronceado y despeinado que la había arrinconado junto a una palmera. O suponía que aquello era coquetear, en cualquier caso. Cuando miró más de cerca, su sonrisa no alcanzaba aquellos ojos de terciopelo.
—________, querida —retumbó una voz profunda tras el hombre bronceado, y Joe vio nada menos que a Henry Ash acercarse a su hija, con una morena bien dotada vestida con un vestido rojo ceñido colgada del brazo.
—Hola, papá. —________ rodeó a su pretendiente para alcanzar a su padre.
—Cariño, ¿te acuerdas de Heather?
_________ frunció los labios en algo parecido a una sonrisa.
—Por supuesto. Hola, Heather.
La morena sonrió y se agarró a Henry un poco más mientras él se inclinaba hacia adelante para besar rápidamente a su hija en la mejilla. Joe observó detenidamente al hombre mientras hablaba con _________, asombrado por los cambios producidos en él, aunque sabía que no debería estarlo. El cabello de Henry se había vuelto plateado, sus hombros se habían ensanchado y su barriga había crecido. Las mandíbulas le colgaban mientras hablaba y la piel se le había vuelto pastosa por cambiar el trabajo en la construcción por la vida tras un escritorio. Por supuesto, todavía emanaba la misma seguridad; la edad y el deterioro no podían competir con el poder y la riqueza como para despojarlo de ella, suponía Joe. Aunque no fuera el joven y guapo empresario que Joe recordaba de su infancia, Henry Ash seguía siendo el hombre que lo tenía todo.
Y Joe era un hombre que acababa de recordar que quería evitar a Henry Ash, así que aprovechó la oportunidad para dirigirse al vestíbulo más cercano en busca de un baño.
Al ver una puerta entreabierta, se inclinó para echar un vistazo dentro. No era un baño, sino una oficina llena de muebles oscuros y de aspecto serio. Y la mujer que estaba sentada en el escritorio besando a Phil Hudson mientras él le acariciaba el pecho a través del vestido no era la mujer de Phil; lo sabía porque había oído a Jeanne Hudson presentarse a alguien unos minutos antes. Cualquier tipo de respeto que sintiera hacia Phil hasta el momento se desplomó.
Retrocedió en silencio y siguió avanzando por el vestíbulo, pero todas las demás puertas estaban cerradas. Estaba a punto de abandonar su búsqueda cuando una de las puertas se abrió de golpe. Carolyn y uno de los tipos (el rubio, más maleducado) salieron.
—¡Joe! —dijo ella alegremente, con la tez sonrojada—. ¿Qué tal?
—Estoy buscando el baño.
Hizo un gesto por encima del hombro hacia la puerta por la que acababan de salir, mientras guiñaba el ojo.
—Todo tuyo.
Dentro del lujoso baño, lleno de tonos burdeos profundos y montones de mármol, Joe advirtió un condón usado en la papelera. Dios, no había esperado que una fiesta de Ash Builders fuera tan salvaje.
Al volver a la gran sala con música atronadora y gente en grupos, buscó automáticamente a _________ y la encontró de pie junto a un hogar lo suficientemente grande como para montar una tienda de campaña dentro, tomando un sorbo de su copa de vino. Un hombre de aproximadamente la edad de Henry la miraba mientras hablaba, moviendo los ojillos rápidamente de su cara a sus pechos. Con aspecto de estar molesta, acabó por girarse, sólo para verse cara a cara inmediatamente con un tipo de mediana edad que guiñaba mucho los ojos y no paraba de tocarle los brazos. Asentía mientras el tipo hablaba, pero parecía irritada. Joe lo observaba todo, esperando ver lo que Lucky había visto, pero, si se pasaba por alto su forma de vestir, no lo veía, al menos no por el momento.
—Estás perdiendo el tiempo, amigo —dijo alguien a su derecha. Echó un vistazo para encontrarse con un tipo delgado de pelo marrón claro, más o menos de su edad, mirando con complicidad hacia _______. Joe también volvió a mirar a la princesa.
—Esa chica es una frígida. Creo que es lesbiana.
Joe alzó los ojos hacia el tipo de nuevo.
—¿Eso crees?
—Antes intenté algo y me ignoró totalmente.
Joe se inclinó ligeramente hacia adelante.
—¿Se te ha ocurrido pensar que es sólo contigo?
El tipo se rió.
—Es posible, pero no creo que le gusten los hombres. Mírala.
Joe miraba. Y era cierto, algo no funcionaba cuando pensaba en la valoración de Lucky, pero, por lo que respectaba al tipo que tenía al lado, era un idiota, claramente.
—Si no te importa —dijo Joe—, creo que lo intentaré.
Zigzagueó por la sala hasta que localizó la barra y pidió una cola con Jack Daniels. Aunque se lo bebía a pocos metros detrás de ________, sabía que ella aún no lo había visto.
—¿Te acuerdas de mí? —La voz pertenecía a un tipo pulcro que miraba ansiosamente a ________ a los ojos.
—Mmm... Jeff, ¿verdad? El amigo de Phil. —Ella asintió—. Sí, me acuerdo.
Jeff mostró una sonrisa dinámica.
—¿Sabías que quería pedirte una cita?
—No, no lo sabía. Pero no, gracias.
La cara se le cayó a los pies.
—¿Qué? ¿Así de rápido? —Intentó volver a recuperar la sonrisa—. ¿Ni siquiera me vas a dar una oportunidad?
—Lo siento, Jeff —respondió con total naturalidad—. Pero, la última vez que te vi, había una mujer desnuda en tu regazo usando los pechos para aceptar un billete de cinco dólares de tus dientes. Creo que era un regalo de cumpleaños. Me temo que esa situación marcó para siempre mi imagen de ti.
Tras eso, se giró y se marchó, y Joe tuvo que ahogar una carcajada. No se había dado cuenta de que la princesa tuviera tantas agallas.
Mientras seguía clavando los ojos en ella desde su sitio, cerca de la barra, vio al mismo viejo de antes acercársele, darle golpecitos en el hombro y conseguir arrinconarla contra la pared. Ella puso los ojos en blanco con claro disgusto, pero el viejo no se dio cuenta, demasiado ensimismado en sus pechos como para ver mucho más. Joe no podía soportar observarlo durante un minuto más; se acabó la bebida, dejó el vaso en la barra y cruzó la sala.
Posó una mano sobre el hombro de _________.
—Vamos a dar un paseo por la playa.
Su mandíbula casi se desencajó cuando lo miró, pero sus ojos permanecieron pegados felizmente a los suyos.
—La playa está a kilómetros de distancia.
—Lo sé. —Bajó la mano para tomar la suya—. Confía en mí.
—¿Qué estás bebiendo?
________ desvió la mirada del guapo e impecablemente vestido hombre de negocios de pelo entrecano para echarle un vistazo a su bebida.
—Chardonnay —dijo secamente, molesta por su tono de ir a matar.
Él agitó vino tinto en una copa.
—Deberías probar el Merlot. Es exquisito.
—Quizás vaya a probarlo.
—Ah, me gustaría...
Pero ella nunca oyó el resto, porque ya estaba cruzando la gran sala de techo abovedado, lejos de él.
—Eh, nenita, ¿a qué vienen las prisas? —Una mano cayó sobre su muñeca, pero, afortunadamente, sólo se trataba de Phil. Ella alzó la mirada hacia sus pálidos ojos azules y su sonrisa. Como siempre, cada mechón de su pelo rubio oscuro estaba cuidadosamente en su sitio.
—Sólo me escapo de otro de tus molestos amigos.
—¿De cuál?
Ella señaló hacia la concurrida y bulliciosa sala.
—Aquel tipo de cuarenta y tantos que está de pie junto al estéreo, con pinta triste.
—Damon Blanchard —dijo Phil asintiendo brevemente—. Acaba de divorciarse.
—No me digas.
Él hizo una mueca.
—Vamos, no está tan mal. Es un hombre muy apuesto y tiene un yate de buen tamaño y, de repente, nadie con quien compartirlo.
—Nunca has tenido que rechazarlo, Phil. Pero, oye, si tanto te gusta, tal vez tú puedas compartir el yate con él.
Él le dedicó una amplia sonrisa.
—Muy gracioso, nenita.
—¿Has visto a Carolyn?
—Hace unos minutos estaba en el bar con Mike y Jimmy.
—Gracias —dijo, y fue en esa dirección. No elegiría a Mike y Jimmy como compañeros de fiesta, pero eran mejor que Damon Blanchard.
Sin embargo, cuando vio al trío, se paró en seco. Carolyn susurraba a Mike, con una mano en su mejilla, pero Jimmy se agarraba a ella por detrás, con ambos brazos alrededor de sus caderas. ________ seguía sin saber si se trataba de un trío o de un juego de tira y afloja, y no quería quedarse a averiguarlo.
—Caramba, ________ Ash, dichosos los ojos.
—¡Sadie! —dijo alegremente, mientras se giraba hacia la voz. Sospechaba que Sadie, la recepcionista de su padre durante los últimos quince años, y una abuela felizmente casada de sesenta años, se sentía igual de incómoda que ella en una de las fiestas de Phil. No obstante, el cabello plateado de Sadie le enmarcaba la cara con un peinado corto con mucho estilo, llevaba un traje pantalón muy veraniego que le sentaba muy bien y, a primera vista, nadie pensaría que estaba fuera de lugar. Igual que con la misma ________, suponía.
Después de conseguirle una bebida a Sadie, se situaron en un rincón de la enorme sala para hablar de trivialidades. Su padre todavía no había llegado y especularon sobre cuál de las mujeres con las que salía iría de su brazo.
—Tu padre —dijo Sadie— ha cambiado mucho con los años.
—Como si no lo supiera.
—Intenté arreglarle una cita con mi prima, Martha, pero no quería saber nada de ella. Dijo que era demasiado vieja. Tiene cuarenta y cinco años y es bastante atractiva...
—Pero papá ni siquiera mira a mujeres que tengan la mitad de su edad.
—Hombres —bromeó Sadie.
—Son unos cerdos —estuvo de acuerdo ________.
—Excepto mi Arthur.
________ sonrió.
—¿Por qué no lo has traído esta noche?
—¿Aquí? —Sadie rió—. Se pensaría que trabajo en un culebrón. El picnic anual es mucho más de su estilo —concluyó, con un guiño.
Con la pausa en la conversación, _________ inspeccionó la sala de nuevo, esta vez buscando a Joe Jonas. No había señales de él, lo que era tanto un alivio como... bueno, algo más que no sabía identificar, pero se negaba a llamarlo decepción. Lo que le recordaba...
—Por cierto, quería reñirte. —Entrecerró los ojos para mirar a Sadie—. Pero habías salido a comer ayer cuando me pasé.
Sadie no pareció nerviosa en lo más mínimo.
—¿Qué hice?
—Enviaste a ese hombre a mi casa.
—¿Ese hombre?
_______ alzó las cejas.
—No te hagas la tonta. ¿Joe Jonas? ¿El pintor?
—Alegra la vista, ¿eh?
Sadie mostró una sonrisa cómplice, pero ________ se limitó a negar con la cabeza.
—Sadie, de todos los pintores que trabajan para nosotros, ¿tenías que elegirlo a él?
—Pensaba que te estaba haciendo un favor —dijo con un guiño—. Pensaba que embellecería la fachada durante unos días.
A su pesar, ________ tuvo que reír, pero dijo:
—No necesito una fachada bonita y lo encuentro... agresivo.
Sadie se encogió de hombros.
—He hablado con él cuando deja sus facturas en la oficina y me parece normal. No es exactamente una persona cálida y acogedora, pero es normal. Quizás saques al animal que lleva dentro —añadió con una sonrisa sugerente.
—De acuerdo, ya es suficiente —avisó ________—. Dejemos el tema. Pero la próxima vez que necesite un sub-contratista y te pida ayuda, elige a alguien un poco menos... todo.
Sadie soltó una risita ahogada y _________ decidió que lo mejor era cambiar de tema, pero, al cabo de unos minutos, Sadie anunció que se iba y el estómago de ________ se encogió.
—¿Ya me dejas tirada? —Tenía pensado irse pronto, por supuesto, pero llevaba allí menos de una hora.
—Ya he hecho acto de presencia —dijo Sadie—. Pero ahora prefiero irme a casa con Arthur y ver qué ha encontrado con el detector de metales en la playa esta noche.
________ suspiró. Si ella tuviera un Arthur, también preferiría irse a casa.
—Deséame suerte entre las pirañas —dijo, mientras acompañaba a la otra mujer a la puerta.
—No te metas en el agua —bromeó Sadie.
Sin embargo, cuando se hubo marchado, ________ siguió su consejo, agarró otra copa de vino y se dirigió de vuelta al rincón en el que habían estado hablando un minuto antes, más que satisfecha de mezclarse con el paisaje el tiempo que fuera posible. Hasta se colocó ligeramente detrás de una palmera que había en una maceta.
Sólo un tipo la molestó.
—¿Te estás escondiendo, cariño? —preguntó, mientras apartaba las hojas de palmera. Era rubio, de unos treinta años y bastante mono, pero...
—Sí —dijo ella.
—¿De quién?
—De tipos que llaman «cariño» a mujeres que no conocen.
Él palideció y se marchó, y ella se enorgulleció de su atrevimiento, aunque sospechaba que sólo era el vino, que se le estaba subiendo a la cabeza.
Cuando ________ vio a la mujer de Phil, cruzó la sala llena de la «gente guapa» de Tampa Bay para alcanzarla.
—¡Eh! —dijo, mientras se acercaba a ella por detrás.
—Hola —dijo Jeanne, mientras se giraba para echarle una ojeada—. ¡Estás estupenda!
Ella se encogió de hombros.
—Gracias. —Jeanne siempre le hacía cumplidos por su ropa y le pedía consejos de moda, pero raras veces los seguía. En aquel momento, Jeanne llevaba colores brillantes que desentonaban más que se complementaban, y el pelo marrón, que le llegaba a los hombros, parecía colgar con demasiada sencillez, detrás de sus orejas.
—Siento no haberte podido saludar antes. Pero, por desgracia —añadió, mientras se ponía de puntillas para buscar por la sala—, no encuentro a Phil, o sería él el que saludara a todos sus amigos.
—Lo vi... bueno, no hace mucho. —________ inclinó la cabeza y sonrió ampliamente—. Pero Phil se mueve rápido, así que supongo que ahora podría estar en cualquier parte.
—Tú lo has dicho. Nunca he conocido a nadie con más energía que mi marido.
—Eh, Jeanne —se oyó una voz desde la sala de al lado—, ¿hay más canapés de gambas?
—Un momento —dijo, y se giró de nuevo hacia ________—. Bueno, si ves a Phil, dile que me localice; me iría bien algo de ayuda en la primera línea.
—Lo haré —prometió ________, y observó cómo Jeanne desaparecía por una puerta.
«Tirada de nuevo», pensó, «en una sala llena de buitres». Lo más fácil parecía ser volver a su leal rincón, así que hizo eso mismo, rellenó su copa de vino e intentó la retirada.
La oscuridad acababa de caer fuera, llenando las ventanas y volviendo la sala más misteriosa, cuando Joe Jonas apareció, vestido a juego con la noche con una camiseta negra ajustada, vaqueros crema y botas negras. Por una vez, no había ningún pañuelo en su cabeza y su pelo oscuro se veía sexy. _______ no se movió, pero el hecho de esconderse no impedía que estelas de conciencia la envolvieran. Tomó un sorbo de vino rápidamente, intentando sofocar las sensaciones en vano.
Esconderse tras una palmera tampoco impidió que Joe Jonas la encontrara: sus ojos conectaron con los de ella instantáneamente. Pero ella desvió la mirada rápidamente, sintiendo un impulso de supervivencia. Verlo allí, así (él sin ser ya un pintor, ella sin ser ya alguien que le pagaba por hacer un trabajo), era diferente, la asustaba incluso más de lo habitual. Sabía que alguna parte hedonista de ella había ansiado aquel momento, pero, ahora que era una realidad, el instinto la hacía querer correr.
—¿Qué hace una preciosa chica como tú en un rincón?
Desvió rápidamente la mirada hacia el tipo alto y moreno que había plantado una mano en la pared, sobre su hombro. Su pelo despeinado y las sandalias lo delataban como un tipo de playa.
«Evitar a hombres arrogantes como tú».
Sin embargo, aquella vez se mordió la lengua. Si largaba a aquel tipo con un insulto, volvería a estar sola. Entonces, quizás Joe se acercara, y no estaba lista para eso.
~~~~
La casa de Phíl Hudson se encontraba cobijada en un bosque de pinos que estaba salpicado de otras como ella, enormes refugios de ladrillo con innumerables aleros y curvas semejantes al estilo Tudor de los libros de historia. La urbanización parecía estar a un mundo de distancia del bullicio de la Ruta 19 a un lado, e igual de distante del océano, por el otro. Era curioso, pensó Joe, la gente de toda Norteamérica iba a Florida buscando un paraíso tropical, pero los ricos de aquel barrio en concreto parecían encontrar el trópico tan aburrido que habían decidido crear la ilusión de montañas y bosques en los que esconderse.
Pero se olvidó de todo aquello en el momento en que entró por la puerta principal abovedada y vio a _______, con aspecto más caliente que el sol de Florida un día a cuarenta grados. Con una minifalda negra y un jersey sin mangas que se le ceñía a los pechos deliciosamente, tenía un aspecto más que provocativo. Bisutería de cuentas negras rodeaba su cuello y sus muñecas, pero su cabello rubio permanecía libre de ornamentos, cayendo en cascada por su espalda como seda dorada.
Por supuesto, ella lo ignoraba.
Por una parte, aquello lo enojaba, al volver a levantar aquella frontera entre princesa y plebeyo. Pero, por otra, no le importaba. Siempre parecía nerviosa a su alrededor y aquello, en cierto modo, le hacía sentirse más seguro. Además, le daba tiempo para mirarla detenidamente, para observar a la princesa juerguista en acción.
En aquel momento, estaba coqueteando con un tipo bronceado y despeinado que la había arrinconado junto a una palmera. O suponía que aquello era coquetear, en cualquier caso. Cuando miró más de cerca, su sonrisa no alcanzaba aquellos ojos de terciopelo.
—________, querida —retumbó una voz profunda tras el hombre bronceado, y Joe vio nada menos que a Henry Ash acercarse a su hija, con una morena bien dotada vestida con un vestido rojo ceñido colgada del brazo.
—Hola, papá. —________ rodeó a su pretendiente para alcanzar a su padre.
—Cariño, ¿te acuerdas de Heather?
_________ frunció los labios en algo parecido a una sonrisa.
—Por supuesto. Hola, Heather.
La morena sonrió y se agarró a Henry un poco más mientras él se inclinaba hacia adelante para besar rápidamente a su hija en la mejilla. Joe observó detenidamente al hombre mientras hablaba con _________, asombrado por los cambios producidos en él, aunque sabía que no debería estarlo. El cabello de Henry se había vuelto plateado, sus hombros se habían ensanchado y su barriga había crecido. Las mandíbulas le colgaban mientras hablaba y la piel se le había vuelto pastosa por cambiar el trabajo en la construcción por la vida tras un escritorio. Por supuesto, todavía emanaba la misma seguridad; la edad y el deterioro no podían competir con el poder y la riqueza como para despojarlo de ella, suponía Joe. Aunque no fuera el joven y guapo empresario que Joe recordaba de su infancia, Henry Ash seguía siendo el hombre que lo tenía todo.
Y Joe era un hombre que acababa de recordar que quería evitar a Henry Ash, así que aprovechó la oportunidad para dirigirse al vestíbulo más cercano en busca de un baño.
Al ver una puerta entreabierta, se inclinó para echar un vistazo dentro. No era un baño, sino una oficina llena de muebles oscuros y de aspecto serio. Y la mujer que estaba sentada en el escritorio besando a Phil Hudson mientras él le acariciaba el pecho a través del vestido no era la mujer de Phil; lo sabía porque había oído a Jeanne Hudson presentarse a alguien unos minutos antes. Cualquier tipo de respeto que sintiera hacia Phil hasta el momento se desplomó.
Retrocedió en silencio y siguió avanzando por el vestíbulo, pero todas las demás puertas estaban cerradas. Estaba a punto de abandonar su búsqueda cuando una de las puertas se abrió de golpe. Carolyn y uno de los tipos (el rubio, más maleducado) salieron.
—¡Joe! —dijo ella alegremente, con la tez sonrojada—. ¿Qué tal?
—Estoy buscando el baño.
Hizo un gesto por encima del hombro hacia la puerta por la que acababan de salir, mientras guiñaba el ojo.
—Todo tuyo.
Dentro del lujoso baño, lleno de tonos burdeos profundos y montones de mármol, Joe advirtió un condón usado en la papelera. Dios, no había esperado que una fiesta de Ash Builders fuera tan salvaje.
Al volver a la gran sala con música atronadora y gente en grupos, buscó automáticamente a _________ y la encontró de pie junto a un hogar lo suficientemente grande como para montar una tienda de campaña dentro, tomando un sorbo de su copa de vino. Un hombre de aproximadamente la edad de Henry la miraba mientras hablaba, moviendo los ojillos rápidamente de su cara a sus pechos. Con aspecto de estar molesta, acabó por girarse, sólo para verse cara a cara inmediatamente con un tipo de mediana edad que guiñaba mucho los ojos y no paraba de tocarle los brazos. Asentía mientras el tipo hablaba, pero parecía irritada. Joe lo observaba todo, esperando ver lo que Lucky había visto, pero, si se pasaba por alto su forma de vestir, no lo veía, al menos no por el momento.
—Estás perdiendo el tiempo, amigo —dijo alguien a su derecha. Echó un vistazo para encontrarse con un tipo delgado de pelo marrón claro, más o menos de su edad, mirando con complicidad hacia _______. Joe también volvió a mirar a la princesa.
—Esa chica es una frígida. Creo que es lesbiana.
Joe alzó los ojos hacia el tipo de nuevo.
—¿Eso crees?
—Antes intenté algo y me ignoró totalmente.
Joe se inclinó ligeramente hacia adelante.
—¿Se te ha ocurrido pensar que es sólo contigo?
El tipo se rió.
—Es posible, pero no creo que le gusten los hombres. Mírala.
Joe miraba. Y era cierto, algo no funcionaba cuando pensaba en la valoración de Lucky, pero, por lo que respectaba al tipo que tenía al lado, era un idiota, claramente.
—Si no te importa —dijo Joe—, creo que lo intentaré.
Zigzagueó por la sala hasta que localizó la barra y pidió una cola con Jack Daniels. Aunque se lo bebía a pocos metros detrás de ________, sabía que ella aún no lo había visto.
—¿Te acuerdas de mí? —La voz pertenecía a un tipo pulcro que miraba ansiosamente a ________ a los ojos.
—Mmm... Jeff, ¿verdad? El amigo de Phil. —Ella asintió—. Sí, me acuerdo.
Jeff mostró una sonrisa dinámica.
—¿Sabías que quería pedirte una cita?
—No, no lo sabía. Pero no, gracias.
La cara se le cayó a los pies.
—¿Qué? ¿Así de rápido? —Intentó volver a recuperar la sonrisa—. ¿Ni siquiera me vas a dar una oportunidad?
—Lo siento, Jeff —respondió con total naturalidad—. Pero, la última vez que te vi, había una mujer desnuda en tu regazo usando los pechos para aceptar un billete de cinco dólares de tus dientes. Creo que era un regalo de cumpleaños. Me temo que esa situación marcó para siempre mi imagen de ti.
Tras eso, se giró y se marchó, y Joe tuvo que ahogar una carcajada. No se había dado cuenta de que la princesa tuviera tantas agallas.
Mientras seguía clavando los ojos en ella desde su sitio, cerca de la barra, vio al mismo viejo de antes acercársele, darle golpecitos en el hombro y conseguir arrinconarla contra la pared. Ella puso los ojos en blanco con claro disgusto, pero el viejo no se dio cuenta, demasiado ensimismado en sus pechos como para ver mucho más. Joe no podía soportar observarlo durante un minuto más; se acabó la bebida, dejó el vaso en la barra y cruzó la sala.
Posó una mano sobre el hombro de _________.
—Vamos a dar un paseo por la playa.
Su mandíbula casi se desencajó cuando lo miró, pero sus ojos permanecieron pegados felizmente a los suyos.
—La playa está a kilómetros de distancia.
—Lo sé. —Bajó la mano para tomar la suya—. Confía en mí.
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
jaja me encanto como batea la rayiz a esos tipos y Joe que le vas a hacer en la playa jiji
Siguelaaa
Siguelaaa
aranzhitha
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
lo siento no me habia podido pasar por falta de tiempo!
ya me pongo al dia con los cqaps!!
& siguelaaa!
me fasinaa la nove!! :D
ya me pongo al dia con los cqaps!!
& siguelaaa!
me fasinaa la nove!! :D
☎ Jimena Horan ♥
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
aaahhh!!!!!!!!
que pase algo!!!!!!!!!!
ya es hora!!!!!!
sigue sigue!!!!!!!!!!!!!
que pase algo!!!!!!!!!!
ya es hora!!!!!!
sigue sigue!!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capítulo 13
_______ pensó que hubiera debido sorprenderse más al verse a sí misma acercarse a la motocicleta de Joe, pero las cosas estaban pasando con demasiada rapidez como para darse cuenta. Lo miró mientras le abrochaba la correa bajo la barbilla, con las yemas de los dedos rozando su piel. Sólo tenía un casco, pero insistió en que lo llevara ella. No podía ver las estrellas (los altos árboles de hojas perennes que rodeaban la casa de Phil tapaban el cielo), pero sentía la noche a su alrededor, tragándola. «Confía en mí», había dicho. Ella no había respondido, sino que, simplemente, lo había dejado llevarla de la mano a la oscuridad. A pesar del consejo de Sadie, se estaba metiendo en el agua con Joe Jonas.
Tras montarse en la motocicleta, le hizo un gesto para que hiciera lo mismo, y ella levantó la pierna sobre el asiento que había tras él, sin hacer caso de su corta falda. Tras bajar la mano, cerró un puño firme alrededor de su tobillo izquierdo, desnudo excepto por un círculo de cuentas y la fina tira de cuero que se extendía hasta el tacón, y lo levantó para enseñarle dónde colocar los pies. Echó un vistazo por encima del hombro durante el tiempo suficiente para que ella viera el brillo en sus oscuros ojos.
—Agárrame fuerte con los brazos y no te sueltes. Sin más elección, deslizó los brazos alrededor de su cintura. Nerviosa por montar en motocicleta por primera vez, unió las manos en la parte delantera, apretujándose contra él, presionando los pechos contra su espalda. En cualquier parte en que lo tocara, su cuerpo era como una pared de ladrillo, duro y esculpido, y sensaciones conocidas (deseo) le recorrían los muslos, los brazos, los pechos. Las fuertes vibraciones de la gran motocicleta que tenía bajo ella sólo se sumaban a todo lo que sentía.
—¿Lista?
—Sí. —Y fue sólo entonces, cuando Joe usó una bota para levantar el soporte antes de mover con cuidado la moto hacia el camino aislado y serpenteante que había delante de la casa de Phil, cuando _______ se dio cuenta de lo que era aquello. Capitulación.
No estaba orgullosa de ello; ya le dolía cómo se iba a sentir después, cuando él se fuera y ella estuviera sola. Pero, ¿por qué otra razón lo habría dejado sacarla de la casa y llevarla hasta una motocicleta con él? ¿Por qué otra razón iba a ir a toda velocidad en la noche con los brazos apretujando a aquel hombre que apenas conocía? Sólo podía significar que se estaba entregando a él.
«Pero, espera un momento. Sólo porque lo notas irresistiblemente sólido y bueno entre tus brazos no significa que vayas a acostarte con él. Te ha pedido que paseen por la playa. Eso es todo lo que le has prometido al ir con él. Nada más».
Tal vez la implicación de que hubiera más existiese, pero la elección seguía siendo de ella, y le pesaba. A pesar de sus acalorados encuentros con él, sabía en su corazón que Joe Jonas no era ningún bárbaro violador. Si decía que no, él lo aceptaría; lo sabía por instinto. «Confía en mí». Quizás eso fuera lo que él había querido decir. «Confía en mí, la decisión es tuya. Confía en mí para que te seduzca y creas que está bien».
Aquello la hacía estar menos asustada por una parte, pero más, por la otra. Significaba que la única persona a la que debía temer era a ella misma.
La motocicleta se inclinó cuando Joe pasó un semáforo en verde y giró a la derecha en la Altérnate 19 y en dirección norte hacia Tarpon Springs. La carretera estaba casi vacía y Joe agarró velocidad. Ella miró por encima de su hombro, todavía agarrada a él como si fueran amantes, y se olvidó de todos sus miedos, al menos por el momento. Mientras aceleraban a través del cálido aire nocturno, ella cerró los ojos y simplemente disfrutó: la brisa, la roca de masculinidad que había delante de ella, la salvaje sensación de aventura, incluso aunque fuera unida a la incertidumbre. A menudo pensaba en la libertad como una huida, de un grupo o de un chico con el que no quisiera estar. Pero la libertad aquella noche, para ________, consistía en volar hacia algo, un destino desconocido, y el corazón le latió con más fuerza cuando aceptó la incertidumbre con una ilusión casi ansiosa que no podía haber pronosticado.
Cuando abrió los ojos, habían salido de la Alternate 19 y, por primera vez, se preguntó dónde la llevaba. Cuando había dicho la playa, ella supuso que se refería a Clearwater, pero había ido en dirección contraria. Unos minutos después, zigzagueaban a través de señales de stop residenciales y pronto se acercaron a la entrada del Fred Howard Park, una playa que sólo la gente local conocía, una playa que cerraba cada noche, cuando oscurecía.
Cuando se acercaron lentamente a la barrera de acero que bajaba sobre la carretera cada noche, ella esperó que Joe soltara tacos, girara la moto y la llevara a otra parte. Pero, en vez de eso, sólo movió con cuidado la motocicleta por la acera y alrededor de la puerta, a través de los árboles altos y delgados que salpicaban el suelo llano, hasta que las ruedas volvieron a subirse a la carretera al otro lado.
Ella tragó saliva y se agarró más fuerte, al tomar conciencia de lo innegablemente solos que iban a estar allí. Mientras serpenteaban por el parque, su sentido de aislamiento se acrecentó. Y, cuando la motocicleta tocó la calzada elevada que llevaba a la pequeña playa de la isla, supo que podría pasar cualquier cosa entre ellos y nadie lo sabría jamás.
Momentos después, la moto fue frenando hasta detenerse en el gran aparcamiento rectangular, rodeada de palmeras oscuras y misteriosas y de arena por todas partes, con el motor apagándose para dejar un silencio desconcertante roto sólo por el sonido de la marea en la distancia. Ella se bajó de la motocicleta, respirando el aire salado, contenta de haber bebido el suficiente vino como para sofocar la mayor parte de su nerviosismo. El la siguió y ninguno de los dos dijo una palabra.
Ella comenzó a juguetear con la correa del casco, intentando abrirla, cuando, de repente, sintió los dedos de Joe ahí. Bajó las manos mientras él la liberaba hábilmente del casco. El levantó suavemente el casco de su cabeza y lo dejó en el asiento de cuero de la moto.
Mientras él le daba la espalda, ella se inclinó y echó la cabeza hacia atrás, la mejor forma de peinarse sin cepillo. Cuando miró hacia arriba, los ojos de Joe estaban sobre ella, a la luz de la luna. Sintió su mirada hambrienta en la unión de sus muslos, mientras todo en su interior palpitaba con locura.
«Tú decides, ________. Recuerda, tú decides».
Sin embargo, en aquel momento aquello no era demasiado tranquilizador.
Después de algunos segundos de pura tentación, de querer simplemente comenzar a besarse y tocarse, ella respiró profundamente y comenzó a caminar hacia la playa, con los tacones resonando sobre la acera.
Sin embargo, sabiendo que sería imposible cruzar la arena con las sandalias, se sentó en uno de los bancos de madera que bordeaban la pasarela y se inclinó para desatar la correa de la izquierda. Justo cuando estaba a punto de quitarse el zapato, Joe se agachó delante de ella y se lo quitó suavemente antes de que pudiera pensar siquiera en pararlo. Sus dedos rozaron ligeramente su pie y enviaron escalofríos por su espalda. Tras dejar el zapato sobre el banco, alargó la mano hacia el otro pie y desabrochó la correa con una precisión tan hábil que decía que aquéllos no eran los primeros zapatos de mujer que quitaba. _________ tuvo miedo de que su corazón se le saliera del pecho.
Cuando hubo acabado, ella tragó saliva fuertemente, respiró hondo, se puso en pie y cogió los zapatos.
—Déjalos aquí.
Ella lo miró, escéptica.
—¿Quién va a robarlos? —preguntó, y la tomó de la mano.
Pronto, sus pies descalzos se hundieron en la fresca arena de la noche y ella dejó que Joe la condujera al agua. Se detuvieron durante un momento mientras las olas subían y la marea bañaba sus pies antes de retirarse. Un ligero tirón en su mano y comenzaron a caminar por la orilla. Al darse cuenta de la falta de preocupación de Joe cuando el agua se encontraba con sus pesadas botas, ella agradeció las olas sobre sus pies, ya que la rítmica repetición la calmaba, de alguna manera. Le dio algo en lo que concentrarse, además del casi insoportable deseo que también amenazaba con arrastrarla.
Continuaron en silencio, con las olas rompiendo como el único sonido y, cuando la mirada de Joe viajaba lentamente hacia el agua oscura y, después, hacia las estrellas que salpicaban el oscuro espacio sobre sus cabezas, _________ también miraba. Se sentía pequeña, pero asombrada de estar compartiéndolo con él, de saber que ambos lo veían todo, que pensaban en la grandeza, el infinito, sin tener que decirlo. Ella quería apretar su mano más fuerte, pero se resistió.
En lugar de eso, se atrevió a sacar un tema que casi había olvidado. Cuando había salido a llenar los comederos de los pájaros después de que Joe se hubiera ido aquel día, ya estaban llenos.
—Gracias por llenar los comederos. —Se arrepintió de la suavidad de su voz.
Él la miró de reojo; extrañamente, parecía casi tímido.
—Me alegro de haber ayudado.
Mientras se acercaban a las rocas del extremo norte de la playa, Joe la condujo silenciosamente más arriba, de nuevo a la arena más suave. Se sentó, de cara al océano, así que ella se sentó junto a él. Él seguía sin mirarla, así que ella no lo miró tampoco y, juntos, miraron el agua, casi invisible, con la luz de la luna formando un arco brillante sobre ella.
—No parecías estar demasiado cómoda allí.
Sorprendida de que hubiera hablado, levantó los ojos hacia él, pero él seguía centrado en el océano.
—¿Dónde?
—En la fiesta.
Ella suspiró, pensó en mentir, pero abandonó la idea.
—No lo estaba.
—¿Y eso?
Ella también devolvió la mirada al océano. Hacía que la sinceridad fuera más fácil, y el vino, unido al surrealismo de la situación, hacía que fuera la única opción sensata.
—Demasiados hombres coqueteando conmigo. Demasiados hombres que creen que soy como Carolyn.
Pasmado por su comentario, Joe la miró de reojo.
—¿Cómo es Carolyn?
Ella se encontró con su mirada. Era la primera vez en un buen rato que se miraban.
—¿Lo dices en serio? Ya la has visto. Es...
—Salvaje —dijo él, cuando la voz de ella se desvaneció.
Ella respondió asintiendo y volvió a mirar el Golfo. Joe también lo hizo, y el silencio renovado le dio una oportunidad de pensar, de intentar decidir si la creía cuando decía que no era como Carolyn. Su comportamiento en la fiesta sin duda reflejaba la afirmación, pero cuando recordaba la forma en que lo había mirado junto al entramado de rosas o la noche anterior, en el patio, seguía siendo difícil convencerse de que fuera muy inocente.
Y no quería que lo fuera. Quería que fuera... cielos, era difícil ponerlo en palabras. Pensó que quizás quisiera que fuera una chica mala, quería que fuera exactamente como la chica que había redactado las entradas del libro rojo... pero de alguna forma, también quería ser el único destinatario. Quería que fuera una preciosa y caótica mezcla de inocencia y sexo que no podía existir realmente.
Se atrevió a mirarla y su voz fue más baja que antes.
—¿Y cómo eres tú?
Incluso con la pálida luz de la luna, pudo ver cómo sus mejillas se cubrían de color. Finalmente, se mordió el labio y soltó una risa breve y nerviosa.
—Un poco más complicada, supongo. A veces no me entiendo ni yo.
«Quiero entenderte. Dame la oportunidad de intentarlo».
Pero no pudo decir las palabras; sonaban demasiado sentimentales, y él no sabía cómo ser sentimental.
Ella parecía incómoda, como si se arrepintiera de haber sido tan abierta, y cambió de tema.
—El océano es precioso con la luna brillando sobre él.
El dejó que llevara la iniciativa y mantuvo su vista allí.
—Esta noche es un poco como un Monet.
—¿Conoces a Monet?
Él sintió que ella lo estaba mirando y respondió con una mirada de reojo.
—No soy un completo estúpido.
—No quería decir que lo fueras. Simplemente... —Se mordió el labio—. Así que te gustan los impresionistas, ¿eh?
Él respondió lentamente, pensativo.
—Me gusta la forma en que pueden tomar cualquier cosa y hacerla más bonita de lo que es en realidad. —Se preguntó cómo pintaría Monet su vida, su pasado, aquel momento. Tenía el vago deseo de hacer que fueran más bonitos. Y, entonces, sintió el pecho un poco vacío al darse cuenta de que quizás había sido él quien había sido demasiado abierto, de que había compartido demasiado.
Én un impulso, alargó la mano para tocar la pulsera de cuentas negras de su tobillo. La había visto cuando se había subido en la moto con él y, de nuevo, cuando le había quitado los zapatos.
—¿De qué está hecho esto? —Giró una de las pesadas y grumosas cuentas entre sus dedos.
—Hematita. Se supone que te conecta con la tierra.
—¿Con la tierra?
Ella se mordió el labio y mantuvo los ojos fijos en el agua negra. Las yemas de los dedos de Joe descansaron en la tobillera, en su suave piel.
—Se supone que te ayuda a mantenerte fiel a ti mismo, conectado a lo que te importa, ese tipo de cosas.
—¿Funciona? —«Aunque no seas como Carolyn, ¿puedo persuadirte para que te abras, para que te dejes llevar? ¿Sólo por mí?». Trazó suavemente una línea invisible a medio camino de su pantorrilla con el dedo, con la sensación de que ella había oído las preguntas silenciosas además de la que pronunció.
—No estoy segura. —Apartó sus piernas de él. Per manecieron en silencio otro momento, hasta que ella dijo, sin previo aviso:
—¿En qué otros sitios lo has hecho, aparte de a caballo?
El la miró y pudo ver cómo se ruborizaba aún más en aquel momento.
Ella negó con la cabeza.
—No sé por qué te he preguntado eso. Se me ha escapado. Olvídalo, ¿si?
Él no apartó los ojos de ella, no podía apartarlos.
—En el océano —dijo. Y la verdad es que lo había hecho en el océano, pero la respuesta le vino a la mente por lo que había leído en su libro. Recordó su mirada impresionada, seguida de una cautivada, cuando le había contado la mentira del caballo, y quería volver a arrancarle todas esas emociones.
Ella abrió la boca ligeramente por toda respuesta, con sus ojos del profundo color de la medianoche bajo la luna. Así que la reacción contenía menos fascinación y asombro aquella vez... sin embargo, la suficiente como para hacer que Joe se inclinara lentamente y la besara.
Sus labios rozaron los de ella, brevemente, suaves como una pluma. Cuando ella recuperó el aliento después, una montaña de deseo entró en erupción en el pecho de Joe.
La atrajo hacia él con una mano alrededor de su cuello y presionó más su boca contra sus delicados labios. La besó cálida y profundamente, deleitándose en la primera vez que la saboreaba totalmente, hasta que ella giró la cabeza bruscamente, dejando sus labios en su mejilla mientras se volvía rígida bajo su caricia.
Pero ella no se apartó, y se quedaron así durante un largo y silencioso momento. Él se fue haciendo consciente de la brisa marina en su cara, del pelo largo de ella que los rodeaba a ambos.
Movió lentamente su boca hacia la oreja de ________, escuchando el acalorado sonido de su propia respiración. Susurró lentamente:
—¿No te gustan mis besos?
—No es eso. Es...
—¿Qué, Princesa?
Ella se apartó, pero su cara permaneció a centímetros de la de Joe.
—¿Por qué me has llamado así?
Se le había escapado.
—Simplemente es lo que me recuerdas. Una princesa en su castillo. Preciosa e intocable.
—¿Intocable? —susurró ante la ironía de la situación.
—Eso era lo que veía, lo que pensaba. Pero deseaba tocarte, deseaba... conocerte. —Sus ojos permanecieron unidos por el calor, y la necesidad retumbaba en su interior—. Déjame besarte, Princesa.
_______ pensó que hubiera debido sorprenderse más al verse a sí misma acercarse a la motocicleta de Joe, pero las cosas estaban pasando con demasiada rapidez como para darse cuenta. Lo miró mientras le abrochaba la correa bajo la barbilla, con las yemas de los dedos rozando su piel. Sólo tenía un casco, pero insistió en que lo llevara ella. No podía ver las estrellas (los altos árboles de hojas perennes que rodeaban la casa de Phil tapaban el cielo), pero sentía la noche a su alrededor, tragándola. «Confía en mí», había dicho. Ella no había respondido, sino que, simplemente, lo había dejado llevarla de la mano a la oscuridad. A pesar del consejo de Sadie, se estaba metiendo en el agua con Joe Jonas.
Tras montarse en la motocicleta, le hizo un gesto para que hiciera lo mismo, y ella levantó la pierna sobre el asiento que había tras él, sin hacer caso de su corta falda. Tras bajar la mano, cerró un puño firme alrededor de su tobillo izquierdo, desnudo excepto por un círculo de cuentas y la fina tira de cuero que se extendía hasta el tacón, y lo levantó para enseñarle dónde colocar los pies. Echó un vistazo por encima del hombro durante el tiempo suficiente para que ella viera el brillo en sus oscuros ojos.
—Agárrame fuerte con los brazos y no te sueltes. Sin más elección, deslizó los brazos alrededor de su cintura. Nerviosa por montar en motocicleta por primera vez, unió las manos en la parte delantera, apretujándose contra él, presionando los pechos contra su espalda. En cualquier parte en que lo tocara, su cuerpo era como una pared de ladrillo, duro y esculpido, y sensaciones conocidas (deseo) le recorrían los muslos, los brazos, los pechos. Las fuertes vibraciones de la gran motocicleta que tenía bajo ella sólo se sumaban a todo lo que sentía.
—¿Lista?
—Sí. —Y fue sólo entonces, cuando Joe usó una bota para levantar el soporte antes de mover con cuidado la moto hacia el camino aislado y serpenteante que había delante de la casa de Phil, cuando _______ se dio cuenta de lo que era aquello. Capitulación.
No estaba orgullosa de ello; ya le dolía cómo se iba a sentir después, cuando él se fuera y ella estuviera sola. Pero, ¿por qué otra razón lo habría dejado sacarla de la casa y llevarla hasta una motocicleta con él? ¿Por qué otra razón iba a ir a toda velocidad en la noche con los brazos apretujando a aquel hombre que apenas conocía? Sólo podía significar que se estaba entregando a él.
«Pero, espera un momento. Sólo porque lo notas irresistiblemente sólido y bueno entre tus brazos no significa que vayas a acostarte con él. Te ha pedido que paseen por la playa. Eso es todo lo que le has prometido al ir con él. Nada más».
Tal vez la implicación de que hubiera más existiese, pero la elección seguía siendo de ella, y le pesaba. A pesar de sus acalorados encuentros con él, sabía en su corazón que Joe Jonas no era ningún bárbaro violador. Si decía que no, él lo aceptaría; lo sabía por instinto. «Confía en mí». Quizás eso fuera lo que él había querido decir. «Confía en mí, la decisión es tuya. Confía en mí para que te seduzca y creas que está bien».
Aquello la hacía estar menos asustada por una parte, pero más, por la otra. Significaba que la única persona a la que debía temer era a ella misma.
La motocicleta se inclinó cuando Joe pasó un semáforo en verde y giró a la derecha en la Altérnate 19 y en dirección norte hacia Tarpon Springs. La carretera estaba casi vacía y Joe agarró velocidad. Ella miró por encima de su hombro, todavía agarrada a él como si fueran amantes, y se olvidó de todos sus miedos, al menos por el momento. Mientras aceleraban a través del cálido aire nocturno, ella cerró los ojos y simplemente disfrutó: la brisa, la roca de masculinidad que había delante de ella, la salvaje sensación de aventura, incluso aunque fuera unida a la incertidumbre. A menudo pensaba en la libertad como una huida, de un grupo o de un chico con el que no quisiera estar. Pero la libertad aquella noche, para ________, consistía en volar hacia algo, un destino desconocido, y el corazón le latió con más fuerza cuando aceptó la incertidumbre con una ilusión casi ansiosa que no podía haber pronosticado.
Cuando abrió los ojos, habían salido de la Alternate 19 y, por primera vez, se preguntó dónde la llevaba. Cuando había dicho la playa, ella supuso que se refería a Clearwater, pero había ido en dirección contraria. Unos minutos después, zigzagueaban a través de señales de stop residenciales y pronto se acercaron a la entrada del Fred Howard Park, una playa que sólo la gente local conocía, una playa que cerraba cada noche, cuando oscurecía.
Cuando se acercaron lentamente a la barrera de acero que bajaba sobre la carretera cada noche, ella esperó que Joe soltara tacos, girara la moto y la llevara a otra parte. Pero, en vez de eso, sólo movió con cuidado la motocicleta por la acera y alrededor de la puerta, a través de los árboles altos y delgados que salpicaban el suelo llano, hasta que las ruedas volvieron a subirse a la carretera al otro lado.
Ella tragó saliva y se agarró más fuerte, al tomar conciencia de lo innegablemente solos que iban a estar allí. Mientras serpenteaban por el parque, su sentido de aislamiento se acrecentó. Y, cuando la motocicleta tocó la calzada elevada que llevaba a la pequeña playa de la isla, supo que podría pasar cualquier cosa entre ellos y nadie lo sabría jamás.
Momentos después, la moto fue frenando hasta detenerse en el gran aparcamiento rectangular, rodeada de palmeras oscuras y misteriosas y de arena por todas partes, con el motor apagándose para dejar un silencio desconcertante roto sólo por el sonido de la marea en la distancia. Ella se bajó de la motocicleta, respirando el aire salado, contenta de haber bebido el suficiente vino como para sofocar la mayor parte de su nerviosismo. El la siguió y ninguno de los dos dijo una palabra.
Ella comenzó a juguetear con la correa del casco, intentando abrirla, cuando, de repente, sintió los dedos de Joe ahí. Bajó las manos mientras él la liberaba hábilmente del casco. El levantó suavemente el casco de su cabeza y lo dejó en el asiento de cuero de la moto.
Mientras él le daba la espalda, ella se inclinó y echó la cabeza hacia atrás, la mejor forma de peinarse sin cepillo. Cuando miró hacia arriba, los ojos de Joe estaban sobre ella, a la luz de la luna. Sintió su mirada hambrienta en la unión de sus muslos, mientras todo en su interior palpitaba con locura.
«Tú decides, ________. Recuerda, tú decides».
Sin embargo, en aquel momento aquello no era demasiado tranquilizador.
Después de algunos segundos de pura tentación, de querer simplemente comenzar a besarse y tocarse, ella respiró profundamente y comenzó a caminar hacia la playa, con los tacones resonando sobre la acera.
Sin embargo, sabiendo que sería imposible cruzar la arena con las sandalias, se sentó en uno de los bancos de madera que bordeaban la pasarela y se inclinó para desatar la correa de la izquierda. Justo cuando estaba a punto de quitarse el zapato, Joe se agachó delante de ella y se lo quitó suavemente antes de que pudiera pensar siquiera en pararlo. Sus dedos rozaron ligeramente su pie y enviaron escalofríos por su espalda. Tras dejar el zapato sobre el banco, alargó la mano hacia el otro pie y desabrochó la correa con una precisión tan hábil que decía que aquéllos no eran los primeros zapatos de mujer que quitaba. _________ tuvo miedo de que su corazón se le saliera del pecho.
Cuando hubo acabado, ella tragó saliva fuertemente, respiró hondo, se puso en pie y cogió los zapatos.
—Déjalos aquí.
Ella lo miró, escéptica.
—¿Quién va a robarlos? —preguntó, y la tomó de la mano.
Pronto, sus pies descalzos se hundieron en la fresca arena de la noche y ella dejó que Joe la condujera al agua. Se detuvieron durante un momento mientras las olas subían y la marea bañaba sus pies antes de retirarse. Un ligero tirón en su mano y comenzaron a caminar por la orilla. Al darse cuenta de la falta de preocupación de Joe cuando el agua se encontraba con sus pesadas botas, ella agradeció las olas sobre sus pies, ya que la rítmica repetición la calmaba, de alguna manera. Le dio algo en lo que concentrarse, además del casi insoportable deseo que también amenazaba con arrastrarla.
Continuaron en silencio, con las olas rompiendo como el único sonido y, cuando la mirada de Joe viajaba lentamente hacia el agua oscura y, después, hacia las estrellas que salpicaban el oscuro espacio sobre sus cabezas, _________ también miraba. Se sentía pequeña, pero asombrada de estar compartiéndolo con él, de saber que ambos lo veían todo, que pensaban en la grandeza, el infinito, sin tener que decirlo. Ella quería apretar su mano más fuerte, pero se resistió.
En lugar de eso, se atrevió a sacar un tema que casi había olvidado. Cuando había salido a llenar los comederos de los pájaros después de que Joe se hubiera ido aquel día, ya estaban llenos.
—Gracias por llenar los comederos. —Se arrepintió de la suavidad de su voz.
Él la miró de reojo; extrañamente, parecía casi tímido.
—Me alegro de haber ayudado.
Mientras se acercaban a las rocas del extremo norte de la playa, Joe la condujo silenciosamente más arriba, de nuevo a la arena más suave. Se sentó, de cara al océano, así que ella se sentó junto a él. Él seguía sin mirarla, así que ella no lo miró tampoco y, juntos, miraron el agua, casi invisible, con la luz de la luna formando un arco brillante sobre ella.
—No parecías estar demasiado cómoda allí.
Sorprendida de que hubiera hablado, levantó los ojos hacia él, pero él seguía centrado en el océano.
—¿Dónde?
—En la fiesta.
Ella suspiró, pensó en mentir, pero abandonó la idea.
—No lo estaba.
—¿Y eso?
Ella también devolvió la mirada al océano. Hacía que la sinceridad fuera más fácil, y el vino, unido al surrealismo de la situación, hacía que fuera la única opción sensata.
—Demasiados hombres coqueteando conmigo. Demasiados hombres que creen que soy como Carolyn.
Pasmado por su comentario, Joe la miró de reojo.
—¿Cómo es Carolyn?
Ella se encontró con su mirada. Era la primera vez en un buen rato que se miraban.
—¿Lo dices en serio? Ya la has visto. Es...
—Salvaje —dijo él, cuando la voz de ella se desvaneció.
Ella respondió asintiendo y volvió a mirar el Golfo. Joe también lo hizo, y el silencio renovado le dio una oportunidad de pensar, de intentar decidir si la creía cuando decía que no era como Carolyn. Su comportamiento en la fiesta sin duda reflejaba la afirmación, pero cuando recordaba la forma en que lo había mirado junto al entramado de rosas o la noche anterior, en el patio, seguía siendo difícil convencerse de que fuera muy inocente.
Y no quería que lo fuera. Quería que fuera... cielos, era difícil ponerlo en palabras. Pensó que quizás quisiera que fuera una chica mala, quería que fuera exactamente como la chica que había redactado las entradas del libro rojo... pero de alguna forma, también quería ser el único destinatario. Quería que fuera una preciosa y caótica mezcla de inocencia y sexo que no podía existir realmente.
Se atrevió a mirarla y su voz fue más baja que antes.
—¿Y cómo eres tú?
Incluso con la pálida luz de la luna, pudo ver cómo sus mejillas se cubrían de color. Finalmente, se mordió el labio y soltó una risa breve y nerviosa.
—Un poco más complicada, supongo. A veces no me entiendo ni yo.
«Quiero entenderte. Dame la oportunidad de intentarlo».
Pero no pudo decir las palabras; sonaban demasiado sentimentales, y él no sabía cómo ser sentimental.
Ella parecía incómoda, como si se arrepintiera de haber sido tan abierta, y cambió de tema.
—El océano es precioso con la luna brillando sobre él.
El dejó que llevara la iniciativa y mantuvo su vista allí.
—Esta noche es un poco como un Monet.
—¿Conoces a Monet?
Él sintió que ella lo estaba mirando y respondió con una mirada de reojo.
—No soy un completo estúpido.
—No quería decir que lo fueras. Simplemente... —Se mordió el labio—. Así que te gustan los impresionistas, ¿eh?
Él respondió lentamente, pensativo.
—Me gusta la forma en que pueden tomar cualquier cosa y hacerla más bonita de lo que es en realidad. —Se preguntó cómo pintaría Monet su vida, su pasado, aquel momento. Tenía el vago deseo de hacer que fueran más bonitos. Y, entonces, sintió el pecho un poco vacío al darse cuenta de que quizás había sido él quien había sido demasiado abierto, de que había compartido demasiado.
Én un impulso, alargó la mano para tocar la pulsera de cuentas negras de su tobillo. La había visto cuando se había subido en la moto con él y, de nuevo, cuando le había quitado los zapatos.
—¿De qué está hecho esto? —Giró una de las pesadas y grumosas cuentas entre sus dedos.
—Hematita. Se supone que te conecta con la tierra.
—¿Con la tierra?
Ella se mordió el labio y mantuvo los ojos fijos en el agua negra. Las yemas de los dedos de Joe descansaron en la tobillera, en su suave piel.
—Se supone que te ayuda a mantenerte fiel a ti mismo, conectado a lo que te importa, ese tipo de cosas.
—¿Funciona? —«Aunque no seas como Carolyn, ¿puedo persuadirte para que te abras, para que te dejes llevar? ¿Sólo por mí?». Trazó suavemente una línea invisible a medio camino de su pantorrilla con el dedo, con la sensación de que ella había oído las preguntas silenciosas además de la que pronunció.
—No estoy segura. —Apartó sus piernas de él. Per manecieron en silencio otro momento, hasta que ella dijo, sin previo aviso:
—¿En qué otros sitios lo has hecho, aparte de a caballo?
El la miró y pudo ver cómo se ruborizaba aún más en aquel momento.
Ella negó con la cabeza.
—No sé por qué te he preguntado eso. Se me ha escapado. Olvídalo, ¿si?
Él no apartó los ojos de ella, no podía apartarlos.
—En el océano —dijo. Y la verdad es que lo había hecho en el océano, pero la respuesta le vino a la mente por lo que había leído en su libro. Recordó su mirada impresionada, seguida de una cautivada, cuando le había contado la mentira del caballo, y quería volver a arrancarle todas esas emociones.
Ella abrió la boca ligeramente por toda respuesta, con sus ojos del profundo color de la medianoche bajo la luna. Así que la reacción contenía menos fascinación y asombro aquella vez... sin embargo, la suficiente como para hacer que Joe se inclinara lentamente y la besara.
Sus labios rozaron los de ella, brevemente, suaves como una pluma. Cuando ella recuperó el aliento después, una montaña de deseo entró en erupción en el pecho de Joe.
La atrajo hacia él con una mano alrededor de su cuello y presionó más su boca contra sus delicados labios. La besó cálida y profundamente, deleitándose en la primera vez que la saboreaba totalmente, hasta que ella giró la cabeza bruscamente, dejando sus labios en su mejilla mientras se volvía rígida bajo su caricia.
Pero ella no se apartó, y se quedaron así durante un largo y silencioso momento. Él se fue haciendo consciente de la brisa marina en su cara, del pelo largo de ella que los rodeaba a ambos.
Movió lentamente su boca hacia la oreja de ________, escuchando el acalorado sonido de su propia respiración. Susurró lentamente:
—¿No te gustan mis besos?
—No es eso. Es...
—¿Qué, Princesa?
Ella se apartó, pero su cara permaneció a centímetros de la de Joe.
—¿Por qué me has llamado así?
Se le había escapado.
—Simplemente es lo que me recuerdas. Una princesa en su castillo. Preciosa e intocable.
—¿Intocable? —susurró ante la ironía de la situación.
—Eso era lo que veía, lo que pensaba. Pero deseaba tocarte, deseaba... conocerte. —Sus ojos permanecieron unidos por el calor, y la necesidad retumbaba en su interior—. Déjame besarte, Princesa.
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
santo dios rayiz deja que te bese Joe
Siguela!!!!!!
Siguela!!!!!!
aranzhitha
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Siii que la rayis deje qe la bese!
Siguelaaaa. :)
Siguelaaaa. :)
☎ Jimena Horan ♥
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capitulo 14
Mientras inclinaba ligeramente la boca sobre la suya, sintió cómo cambiaban las cosas, cómo se relajaba el cuerpo de _______; notó cómo se entregaba a lo que ella quería, a lo que ambos querían. El fuego se extendió lentamente por sus venas mientras la besaba suave y profundamente y, cuando ella deslizó sus brazos alrededor de su cuello, él dejó que sus manos encontraran su cintura, sus caderas; acarició y amasó sus dulces curvas con la misma cadencia lenta y caliente de sus besos. Cuando, instintivamente, abrió la boca, ella tomó la iniciativa y deslizó su lengua dentro. Él la rodeó cálidamente con la suya.
Cuando las cosas crecieron en intensidad de tal forma que dejaron de besarse durante un momento, sus caras permanecieron cerca y Joe la vio morderse el labio, presenció la pasión que desbordaba sus ojos, sintió el calor líquido fluyendo por cada poro de su cuerpo. No recordaba haberse puesto tan caliente sólo besando, abrazando.
—Madre mía —susurró.
—¿Q... qué? —dijo ella en voz baja y temblorosa.
Dios, cómo la deseaba. Deseaba hacerla temblar más, deseaba hacer que se retorciera contra él en un abandono que no había imaginado antes. No respondió, simplemente prosiguió con los dulces y acalorados besos que hacían que lenguas de fuego subieran por su espalda, bajaran por sus muslos, por sus brazos hasta las yemas de los dedos, mientras sus manos recorrían su cuerpo lentamente y, finalmente, dejaban caer suavemente la espalda de Lauren en la arena.
Joe nunca había oído nada más bonito que el sonido de su respiración; sus suspiros calientes y necesitados lo envolvían como terciopelo. Ni Monet podría haber mejorado aquello. Joe dejó que la palma de su mano se deslizara por su pecho y se preguntó si se lo estaba imaginando cuando ella lo cogió del cuello con más firmeza y lo besaba más fuerte. No, no se lo imaginaba; ella quería que la tocara. Un deseo profundo palpitaba entre ellos como algo vivo.
Él arrastró sus besos de sus labios a su mejilla, su esbelto cuello, que ella arqueó en señal de invitación. Bajando las manos firmemente por sus increíbles pechos, besó suavemente su pecho a través de la V de su jersey y, cuando sus manos encontraron el final de la tela, la levantó lentamente lo suficiente como para besarle el estómago suave y liso. Al mirar hacia arriba, encontró los ojos de su princesa cerrados en éxtasis, con los labios entreabiertos y aún emitiendo los sugerentes suspiros que lo estimulaban. Sus manos se enredaban en su pelo.
Con movimientos laboriosamente lentos, levantó la ceñida tela de su jersey por encima de sus redondos pechos y dejó que sus manos se cerraran sobre el encaje de color pálido que apenas escondía sus pezones. Pasó los pulgares sobre ellos y se endurecieron bajo su caricia.
Tras deslizar las manos por el lateral de sus pechos, besó dulcemente el suave encaje que los abrazaba y la desnuda y curvada carne sobre él. Bajo Joe, _______ jadeaba a cada caricia de sus labios. Ardiendo tanto por ella que apenas podía respirar, se preguntó si sentía su erección bajo los vaqueros, apretándose contra su pierna.
Siguió besándola a través del sujetador mientras bajaba una mano por su falda hasta la parte de atrás de su rodilla doblada y, después, dejó que sus dedos subieran deslizándose lentamente hacia la cara interior de su sedoso muslo. La respiración de _______ se volvió superficial mientras él le succionaba el pezón a través del encaje y, cuando sus dedos alcanzaron sus braguitas, las encontró empapadas. Soltó un gemido grave mientras enganchaba los dientes en la parte superior del sujetador y los usaba para bajar el encaje.
Sus ojos se encontraron sobre su pecho descubierto. Ella tenía un aspecto salvaje y él la deseaba con una intensidad rabiosa. Con sus miradas aún unidas, él arrastró la lengua lentamente por su pezón, duro como una perla, dejándolo húmedo bajo la caricia de la brisa del océano. Ella se estremeció y dejó que sus ojos se cerraran, volvió a echar la cabeza hacia atrás y él introdujo la cima rosada en su boca, chupando con el mismo ritmo lento que usaba para acariciarle entre las piernas.
Ella se movió contra su mano, se arqueó contra su boca, gimió, gimoteó y lo volvió loco conteniéndose, hasta que finalmente deslizó los dedos bajo sus braguitas, en la humedad. El placer en estado puro explotó en su interior ante la íntima caricia...
Y, entonces, ella lo apartó, apartó su mano de debajo de la falda y empujó su hombro con fuerza.
Él se levantó de encima de ella, con el corazón latiéndole a través de cada centímetro de su cuerpo. A pesar de su conversación minutos antes, se encontró asombrado de que ella hubiera detenido el potente calor que habían compartido. Pero entonces recordó a todos los tipos de la fiesta y la mezcla de disgusto y asco que había presenciado repetidamente en sus ojos. Y que se había definido como «complicada».
Fingiendo estar mirando al océano nuevamente, observó desde su visión periférica cómo ________ se incorporaba, se ajustaba el encaje de color pastel en su sitio y se bajaba el top.
—Lo siento si he hecho algo que no querías. Pero parecías... —Supo que la explicación estaba fallando incluso antes de que ella lo cortara con la mirada.
—¿Como Carolyn?
—Iba a decir que parecías querer lo mismo que yo.
—Bueno, no soy como ella. ¿No te lo acababa de decir?
Joe suspiró, preguntándose qué había ido mal. Un minuto antes habían estado totalmente absortos el uno en el otro y, al siguiente, ella actuaba como si él la hubiera atacado.
—Sí, pero yo...
—¿No te lo tragaste? ¿Te preguntabas por qué otra razón te iba a dejar traerme aquí?
Se giró para mirarla.
—Lo creas o no, no te he traído aquí para esto. —Y sólo en ese momento se dio cuenta de que era cierto; aunque pareciera mentira, la verdad era que no lo había hecho por eso. Incluso deseándola tanto, también quería algo más. Había dicho en serio lo que le había dicho hacía unos minutos; no sabía cuándo había comenzado, ni por qué, pero la verdad era que quería conocerla.
Ella lo miró de reojo.
—Entonces, ¿por qué?
Él aspiró y se guardó de desviar la mirada.
—Quería rescatarte. —Aunque las cosas habían cambiado desde que dejaron la fiesta, cuando se había acercado a ella había sido sin otro pensamiento que apartarla de la sala llena de hombres que la habían estado molestando.
_______ rió sin alegría.
—¿Cómo es eso que dicen? ¿Salir de Guatemala para meterse en Guatepeor?
—Lo siento. No planeé que las cosas salieran así. —Pero él pudo ver que ella no lo creía.
—¿Quieres saber la verdad sobre mí? —Ella rodeó con los brazos las rodillas levantadas.
—Sí —dijo él—, quiero saberla.
Ella miró al océano, parecía estarse pensando sus palabras.
—El hecho es que el sexo es especial para mí. Cuando lo hago con alguien, significa algo. Es como... una conexión especial, un regalo que sólo puedo dar a alguien que de verdad me importa. Nunca lo he hecho con un hombre con el que no tuviera una relación seria. Tal vez eso me haga anticuada, pero es como soy.
Él le lanzó una mirada indecisa, mientras bajaba la vista brevemente a su ropa y, después, se arriesgó a indicar lo obvio.
—No me malinterpretes, pero... no pareces una chica anticuada.
—¿Una chica no puede tener aspecto sexy sin querer dárselo a todos los hombres?
—No he dicho eso, yo sólo...
—¿Crees que parezco fácil porque decido llevar minifalda y tacones?
—No, sólo estoy... sorprendido, supongo. No hay muchas chicas como tú. Al menos no que yo las haya conocido.
—Bueno, siento que te hayas tropezado con una. Espero que no te arruinara la noche del todo.
Joe no sabía qué más decir. Principalmente porque realmente no la había querido llevar allí por eso, a pesar de sus planes para seducirla cuando había aceptado la invitación a la fiesta. Y tampoco había pretendido hacerla enfadar, pero era obvio que lo había hecho. Cada vez que abría la boca para intentar explicarse decía algo equivocado.
—Tal vez debas llevarme de vuelta a la fiesta ahora.
Su estómago se encogió.
—¿Estás segura de que quieres ir allí?
—Agarraré el coche y me iré a casa.
Él caminaba detrás de ella mientras ella caminaba con dificultad por la arena blanda, hacia el aparcamiento, sabiendo que había echado a perder algo con ella, pero sin saber exactamente por qué le importaba tanto. ¿Cuándo se habían mezclado sus sentimientos en aquello?
Cuando llegaron hasta sus zapatos, se sentó y se los puso mientras él esperaba de pie con las manos en los bolsillos, mirando entre los árboles hacia la calzada. Al llegar a la motocicleta, él le pasó el casco, vio cómo volvía a pelearse con la correa y dijo:
—Quita las manos, yo lo haré. —Después de abrocharla, se montó en la moto en silencio y esperó a que ella hiciera lo mismo.
Sentir cómo deslizaba sus manos alrededor de su cintura y se apretaba contra él fue una auténtica tortura. Quería volver a estar en la playa con ella, moviéndose dentro de ella, escuchándola gemir. Pero, entonces, se dijo que tenía que dejar de pensar en eso y tenía que salir pitando de allí como ella quería, así que empujó el soporte y despegó por la calzada, mientras el viento nocturno azotaba su cabello.
Mantuvo los ojos en la carretera, mientras lo único en lo que se centraba durante los siguientes minutos era devolverla a la casa de Phil, acabar con aquella funesta noche. Cuando volvieron, había más coches aparcados en la calle que cuando llegaron, así que no se molestó en buscar un sitio para aparcar; simplemente paró la moto al lado del BMW plateado descapotable y esperó mientras ella se bajaba. Como antes, se quedó de pie peleándose con la correa del casco y él dijo:
—Ven aquí. —Ella suspiró y le dejó desabrochárselo y quitarle el casco para ponérselo él.
Cuando él volvió a levantar la mirada, ella ya se alejaba caminando, con aquellos tacones tan sexy resonando con cada paso mientras se dirigía a su coche. No quería dejarla ir, no quería que las cosas acabaran así.
—_______ —dijo, por encima del zumbido del motor de la moto.
Ella se detuvo y miró hacia atrás.
—No pretendía enojarte.
—No lo has hecho. —Sonó demasiado flemática.
—Creo que lo he hecho.
—Oye —dijo ella, con un suspiro—, olvidémonos de esto, ¿si?
¿Olvidarlo? ¿Lo decía en serio? Probablemente él le había dicho esas mismas palabras a otras mujeres antes, mujeres con las que no quería estar más de una noche, pero no podía creer que ________ pensara que el calor que habían generado fuera tan fácil de olvidar.
—A partir de mañana por la mañana —continuó—, volverás a ser sólo mi pintor, nada más. ¿De acuerdo?
Él se limitó a mirarla fijamente en la oscuridad mientras un puño invisible comenzaba a apretarle el pecho lentamente. Deseaba poder verla mejor, deseaba que ella pudiera verlo a él. Deseaba que pudiera ver el dolor y la ira que comenzaban a hervir en su interior mientras él dejaba que quemaran cualquier cosa más tierna que pudiera haber empezado a sentir. Sus palabras resonaron en su cabeza y hasta se ampliaron. «Sólo serás mi pintor. Mi criado. El hombre que está tan por debajo de mí que tu boca en mi pecho, tu mano entre mis piernas, es algo que hay que olvidar».
—_______, querida, ¿eres tú? —La voz de Henry Ash resonó desde la calzada que se adentraba en la carretera al otro lado del coche de _______ y conducía a la puerta principal de la casa de Phil. _______ se giró para mirar y Nick sólo pudo distinguir la imponente silueta de Henry mientras hablaba con otro hombre, con la morena delgada aún pegada a su lado.
—Sí, papá, soy yo. —Ella rodeó el Z4 y se dirigió camino abajo hacia su padre.
—¿Con quién estás ahí fuera?
—Con nadie, papá —respondió ella—. Nadie.
Joe respiró hondo y apretó y destensó los puños lentamente, intentando que sus palabras no le afectaran. Pero algunas cosas nunca cambiaban, parecía. Para los Ash, los Jonas no eran nadie. Cerró los ojos, intentando aplastar la sensación de aquellas viejas cicatrices, que parecían abrirse incluso más en aquel momento.
«Tal vez aún pueda ser alguien para ti, Princesa».
Había ido allí aquella noche simplemente queriendo seducirla, pero, al llegar a la orilla del océano, había dejado que sus deseos se transformaran gradualmente en algo más profundo que simplemente atracción, calor, pasión compartida. Y, de repente, pensó que entendía por qué le había importado que ella se alejara de él en la playa, con sus delicados pies levantando arena a cada paso. Le había importado porque quería mostrarle que era lo suficientemente bueno para ella, que la merecía; y, a su pesar, en aquel momento lo quería aún más, después de lo que acababa de pasar en la playa y de las cosas que acababa de decir.
Tras dejar que sus manos se cerraran con firmeza sobre el manillar de la moto, Joe arrancó y aceleró en la noche, sabiendo que todo acababa de cambiar. Aquella noche ella le había generado un deseo aplastante de mostrarle que él le podía importar. Y, después de aquella noche, también sabía exactamente cómo conseguirlo.
Mientras inclinaba ligeramente la boca sobre la suya, sintió cómo cambiaban las cosas, cómo se relajaba el cuerpo de _______; notó cómo se entregaba a lo que ella quería, a lo que ambos querían. El fuego se extendió lentamente por sus venas mientras la besaba suave y profundamente y, cuando ella deslizó sus brazos alrededor de su cuello, él dejó que sus manos encontraran su cintura, sus caderas; acarició y amasó sus dulces curvas con la misma cadencia lenta y caliente de sus besos. Cuando, instintivamente, abrió la boca, ella tomó la iniciativa y deslizó su lengua dentro. Él la rodeó cálidamente con la suya.
Cuando las cosas crecieron en intensidad de tal forma que dejaron de besarse durante un momento, sus caras permanecieron cerca y Joe la vio morderse el labio, presenció la pasión que desbordaba sus ojos, sintió el calor líquido fluyendo por cada poro de su cuerpo. No recordaba haberse puesto tan caliente sólo besando, abrazando.
—Madre mía —susurró.
—¿Q... qué? —dijo ella en voz baja y temblorosa.
Dios, cómo la deseaba. Deseaba hacerla temblar más, deseaba hacer que se retorciera contra él en un abandono que no había imaginado antes. No respondió, simplemente prosiguió con los dulces y acalorados besos que hacían que lenguas de fuego subieran por su espalda, bajaran por sus muslos, por sus brazos hasta las yemas de los dedos, mientras sus manos recorrían su cuerpo lentamente y, finalmente, dejaban caer suavemente la espalda de Lauren en la arena.
Joe nunca había oído nada más bonito que el sonido de su respiración; sus suspiros calientes y necesitados lo envolvían como terciopelo. Ni Monet podría haber mejorado aquello. Joe dejó que la palma de su mano se deslizara por su pecho y se preguntó si se lo estaba imaginando cuando ella lo cogió del cuello con más firmeza y lo besaba más fuerte. No, no se lo imaginaba; ella quería que la tocara. Un deseo profundo palpitaba entre ellos como algo vivo.
Él arrastró sus besos de sus labios a su mejilla, su esbelto cuello, que ella arqueó en señal de invitación. Bajando las manos firmemente por sus increíbles pechos, besó suavemente su pecho a través de la V de su jersey y, cuando sus manos encontraron el final de la tela, la levantó lentamente lo suficiente como para besarle el estómago suave y liso. Al mirar hacia arriba, encontró los ojos de su princesa cerrados en éxtasis, con los labios entreabiertos y aún emitiendo los sugerentes suspiros que lo estimulaban. Sus manos se enredaban en su pelo.
Con movimientos laboriosamente lentos, levantó la ceñida tela de su jersey por encima de sus redondos pechos y dejó que sus manos se cerraran sobre el encaje de color pálido que apenas escondía sus pezones. Pasó los pulgares sobre ellos y se endurecieron bajo su caricia.
Tras deslizar las manos por el lateral de sus pechos, besó dulcemente el suave encaje que los abrazaba y la desnuda y curvada carne sobre él. Bajo Joe, _______ jadeaba a cada caricia de sus labios. Ardiendo tanto por ella que apenas podía respirar, se preguntó si sentía su erección bajo los vaqueros, apretándose contra su pierna.
Siguió besándola a través del sujetador mientras bajaba una mano por su falda hasta la parte de atrás de su rodilla doblada y, después, dejó que sus dedos subieran deslizándose lentamente hacia la cara interior de su sedoso muslo. La respiración de _______ se volvió superficial mientras él le succionaba el pezón a través del encaje y, cuando sus dedos alcanzaron sus braguitas, las encontró empapadas. Soltó un gemido grave mientras enganchaba los dientes en la parte superior del sujetador y los usaba para bajar el encaje.
Sus ojos se encontraron sobre su pecho descubierto. Ella tenía un aspecto salvaje y él la deseaba con una intensidad rabiosa. Con sus miradas aún unidas, él arrastró la lengua lentamente por su pezón, duro como una perla, dejándolo húmedo bajo la caricia de la brisa del océano. Ella se estremeció y dejó que sus ojos se cerraran, volvió a echar la cabeza hacia atrás y él introdujo la cima rosada en su boca, chupando con el mismo ritmo lento que usaba para acariciarle entre las piernas.
Ella se movió contra su mano, se arqueó contra su boca, gimió, gimoteó y lo volvió loco conteniéndose, hasta que finalmente deslizó los dedos bajo sus braguitas, en la humedad. El placer en estado puro explotó en su interior ante la íntima caricia...
Y, entonces, ella lo apartó, apartó su mano de debajo de la falda y empujó su hombro con fuerza.
Él se levantó de encima de ella, con el corazón latiéndole a través de cada centímetro de su cuerpo. A pesar de su conversación minutos antes, se encontró asombrado de que ella hubiera detenido el potente calor que habían compartido. Pero entonces recordó a todos los tipos de la fiesta y la mezcla de disgusto y asco que había presenciado repetidamente en sus ojos. Y que se había definido como «complicada».
Fingiendo estar mirando al océano nuevamente, observó desde su visión periférica cómo ________ se incorporaba, se ajustaba el encaje de color pastel en su sitio y se bajaba el top.
—Lo siento si he hecho algo que no querías. Pero parecías... —Supo que la explicación estaba fallando incluso antes de que ella lo cortara con la mirada.
—¿Como Carolyn?
—Iba a decir que parecías querer lo mismo que yo.
—Bueno, no soy como ella. ¿No te lo acababa de decir?
Joe suspiró, preguntándose qué había ido mal. Un minuto antes habían estado totalmente absortos el uno en el otro y, al siguiente, ella actuaba como si él la hubiera atacado.
—Sí, pero yo...
—¿No te lo tragaste? ¿Te preguntabas por qué otra razón te iba a dejar traerme aquí?
Se giró para mirarla.
—Lo creas o no, no te he traído aquí para esto. —Y sólo en ese momento se dio cuenta de que era cierto; aunque pareciera mentira, la verdad era que no lo había hecho por eso. Incluso deseándola tanto, también quería algo más. Había dicho en serio lo que le había dicho hacía unos minutos; no sabía cuándo había comenzado, ni por qué, pero la verdad era que quería conocerla.
Ella lo miró de reojo.
—Entonces, ¿por qué?
Él aspiró y se guardó de desviar la mirada.
—Quería rescatarte. —Aunque las cosas habían cambiado desde que dejaron la fiesta, cuando se había acercado a ella había sido sin otro pensamiento que apartarla de la sala llena de hombres que la habían estado molestando.
_______ rió sin alegría.
—¿Cómo es eso que dicen? ¿Salir de Guatemala para meterse en Guatepeor?
—Lo siento. No planeé que las cosas salieran así. —Pero él pudo ver que ella no lo creía.
—¿Quieres saber la verdad sobre mí? —Ella rodeó con los brazos las rodillas levantadas.
—Sí —dijo él—, quiero saberla.
Ella miró al océano, parecía estarse pensando sus palabras.
—El hecho es que el sexo es especial para mí. Cuando lo hago con alguien, significa algo. Es como... una conexión especial, un regalo que sólo puedo dar a alguien que de verdad me importa. Nunca lo he hecho con un hombre con el que no tuviera una relación seria. Tal vez eso me haga anticuada, pero es como soy.
Él le lanzó una mirada indecisa, mientras bajaba la vista brevemente a su ropa y, después, se arriesgó a indicar lo obvio.
—No me malinterpretes, pero... no pareces una chica anticuada.
—¿Una chica no puede tener aspecto sexy sin querer dárselo a todos los hombres?
—No he dicho eso, yo sólo...
—¿Crees que parezco fácil porque decido llevar minifalda y tacones?
—No, sólo estoy... sorprendido, supongo. No hay muchas chicas como tú. Al menos no que yo las haya conocido.
—Bueno, siento que te hayas tropezado con una. Espero que no te arruinara la noche del todo.
Joe no sabía qué más decir. Principalmente porque realmente no la había querido llevar allí por eso, a pesar de sus planes para seducirla cuando había aceptado la invitación a la fiesta. Y tampoco había pretendido hacerla enfadar, pero era obvio que lo había hecho. Cada vez que abría la boca para intentar explicarse decía algo equivocado.
—Tal vez debas llevarme de vuelta a la fiesta ahora.
Su estómago se encogió.
—¿Estás segura de que quieres ir allí?
—Agarraré el coche y me iré a casa.
Él caminaba detrás de ella mientras ella caminaba con dificultad por la arena blanda, hacia el aparcamiento, sabiendo que había echado a perder algo con ella, pero sin saber exactamente por qué le importaba tanto. ¿Cuándo se habían mezclado sus sentimientos en aquello?
Cuando llegaron hasta sus zapatos, se sentó y se los puso mientras él esperaba de pie con las manos en los bolsillos, mirando entre los árboles hacia la calzada. Al llegar a la motocicleta, él le pasó el casco, vio cómo volvía a pelearse con la correa y dijo:
—Quita las manos, yo lo haré. —Después de abrocharla, se montó en la moto en silencio y esperó a que ella hiciera lo mismo.
Sentir cómo deslizaba sus manos alrededor de su cintura y se apretaba contra él fue una auténtica tortura. Quería volver a estar en la playa con ella, moviéndose dentro de ella, escuchándola gemir. Pero, entonces, se dijo que tenía que dejar de pensar en eso y tenía que salir pitando de allí como ella quería, así que empujó el soporte y despegó por la calzada, mientras el viento nocturno azotaba su cabello.
Mantuvo los ojos en la carretera, mientras lo único en lo que se centraba durante los siguientes minutos era devolverla a la casa de Phil, acabar con aquella funesta noche. Cuando volvieron, había más coches aparcados en la calle que cuando llegaron, así que no se molestó en buscar un sitio para aparcar; simplemente paró la moto al lado del BMW plateado descapotable y esperó mientras ella se bajaba. Como antes, se quedó de pie peleándose con la correa del casco y él dijo:
—Ven aquí. —Ella suspiró y le dejó desabrochárselo y quitarle el casco para ponérselo él.
Cuando él volvió a levantar la mirada, ella ya se alejaba caminando, con aquellos tacones tan sexy resonando con cada paso mientras se dirigía a su coche. No quería dejarla ir, no quería que las cosas acabaran así.
—_______ —dijo, por encima del zumbido del motor de la moto.
Ella se detuvo y miró hacia atrás.
—No pretendía enojarte.
—No lo has hecho. —Sonó demasiado flemática.
—Creo que lo he hecho.
—Oye —dijo ella, con un suspiro—, olvidémonos de esto, ¿si?
¿Olvidarlo? ¿Lo decía en serio? Probablemente él le había dicho esas mismas palabras a otras mujeres antes, mujeres con las que no quería estar más de una noche, pero no podía creer que ________ pensara que el calor que habían generado fuera tan fácil de olvidar.
—A partir de mañana por la mañana —continuó—, volverás a ser sólo mi pintor, nada más. ¿De acuerdo?
Él se limitó a mirarla fijamente en la oscuridad mientras un puño invisible comenzaba a apretarle el pecho lentamente. Deseaba poder verla mejor, deseaba que ella pudiera verlo a él. Deseaba que pudiera ver el dolor y la ira que comenzaban a hervir en su interior mientras él dejaba que quemaran cualquier cosa más tierna que pudiera haber empezado a sentir. Sus palabras resonaron en su cabeza y hasta se ampliaron. «Sólo serás mi pintor. Mi criado. El hombre que está tan por debajo de mí que tu boca en mi pecho, tu mano entre mis piernas, es algo que hay que olvidar».
—_______, querida, ¿eres tú? —La voz de Henry Ash resonó desde la calzada que se adentraba en la carretera al otro lado del coche de _______ y conducía a la puerta principal de la casa de Phil. _______ se giró para mirar y Nick sólo pudo distinguir la imponente silueta de Henry mientras hablaba con otro hombre, con la morena delgada aún pegada a su lado.
—Sí, papá, soy yo. —Ella rodeó el Z4 y se dirigió camino abajo hacia su padre.
—¿Con quién estás ahí fuera?
—Con nadie, papá —respondió ella—. Nadie.
Joe respiró hondo y apretó y destensó los puños lentamente, intentando que sus palabras no le afectaran. Pero algunas cosas nunca cambiaban, parecía. Para los Ash, los Jonas no eran nadie. Cerró los ojos, intentando aplastar la sensación de aquellas viejas cicatrices, que parecían abrirse incluso más en aquel momento.
«Tal vez aún pueda ser alguien para ti, Princesa».
Había ido allí aquella noche simplemente queriendo seducirla, pero, al llegar a la orilla del océano, había dejado que sus deseos se transformaran gradualmente en algo más profundo que simplemente atracción, calor, pasión compartida. Y, de repente, pensó que entendía por qué le había importado que ella se alejara de él en la playa, con sus delicados pies levantando arena a cada paso. Le había importado porque quería mostrarle que era lo suficientemente bueno para ella, que la merecía; y, a su pesar, en aquel momento lo quería aún más, después de lo que acababa de pasar en la playa y de las cosas que acababa de decir.
Tras dejar que sus manos se cerraran con firmeza sobre el manillar de la moto, Joe arrancó y aceleró en la noche, sabiendo que todo acababa de cambiar. Aquella noche ella le había generado un deseo aplastante de mostrarle que él le podía importar. Y, después de aquella noche, también sabía exactamente cómo conseguirlo.
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
la rayis fue muy cruel con el pobre joe
jumm ahora el plan cual es seducirla ???
sigue!!!!!!!!!!!!!!!!
jumm ahora el plan cual es seducirla ???
sigue!!!!!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
julieta_black escribió:la rayis fue muy cruel con el pobre joe
jumm ahora el plan cual es seducirla ???
sigue!!!!!!!!!!!!!!!!
siii lo trata muy feo
andreita
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