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"El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
chicas perdonenme por favor por todo este tiempo
qe no les e subido capitulos me qede sin internet
y no tenia forma de avisarles pero ya regrese ahora
les subire un maraton como recompensa por la tardanza
las qiero
qe no les e subido capitulos me qede sin internet
y no tenia forma de avisarles pero ya regrese ahora
les subire un maraton como recompensa por la tardanza
las qiero
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
awww gracias a dios ya regresaste
Nos estabamos volviendo locas porque no subias
Pero ya nos vas a recompensar
Nos estabamos volviendo locas porque no subias
Pero ya nos vas a recompensar
aranzhitha
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capítulo 43
Fue como un golpe en el estómago. Joe no podía respirar.
Su padre estaba allí, de pie, llorando, explicando, pero Joe no podía oír, asimilar ni pensar.
—No sabía lo que estaba haciendo, hijo. Estaba enfadado, molesto, fuera de mí. No pensé, no lo planeé, simplemente... lo hice. Y entonces, y entonces...
Joe oyó sus propias palabras, en un susurro.
—Pensaste que era yo. —«Que era yo a quien golpeabas, era yo a quien querías herir, era yo a quien no querías. Davy era inocente. Y yo era culpable. Iba para mí».
—Por favor, perdóname, por favor, compréndelo. No estaba en mis cabales, sólo estaba golpeando lo más cercano. Nunca pensé en lo que estaba haciendo, simplemente estaba furioso, sólo...
Las palabras se fueron desvaneciendo y, en algún momento, su padre se había arrodillado, con la cara bañada en lágrimas. Joe se sentía fuera de lugar, fuera del tiempo, como si aquel momento no existiera en realidad, como si su cuerpo no fuera el suyo. No podía pasar más tiempo allí, no podía soportar mirar a aquel hombre postrado ni un segundo más. Había oído todo lo que necesitaba, todo lo que podía soportar. Se giró y salió.
Unas largas zancadas lo condujeron hacia la puerta del garaje, hacia una lluvia intensa que apenas notó. Había ido hasta allí con su motocicleta, pero no se habría molestado en ponerse el casco si no hubiera sido porque no tenía otra forma de llevarlo. Se vio tentado a tirarlo contra el asfalto roto y acelerar, pero, incluso en aquel momento, recordó que le había costado caro y que los Jonas habían aprendido a no derrochar, a no tirar las cosas, que el dinero era precioso y escaso.
Un minuto después, volaba por la carretera sin pensar en el límite de velocidad, apenas consciente de que había adelantado a un coche más que por el vago recuerdo de un claxon sonando mientras dejaba el aparcamiento de Sea Shanties. La fuerte lluvia caía sobre sus brazos desnudos como perdigones minúsculos, pero lo ignoró, a toda velocidad por la oscura y brillante carretera, en dirección a ninguna parte.
Había hecho lo mismo después de que hubieran vuelto del hospital, recordó. Davy aún estaba allí, pero se habían ido a casa para dormir un poco. Joe había abierto la puerta del coche y, sin decirle una palabra a nadie, se había ido a toda velocidad por la suave noche de Florida, calle abajo hasta la carretera principal. Debía de haber recorrido kilómetros sin detenerse nunca, sin aminorar la velocidad, sin siquiera saber por qué. Había vuelto a la casa muy tarde, andando todo el camino de vuelta. La casa estaba tranquila, con su padre y Elaine dormidos, y nadie le había preguntado por aquello nunca.
Nadie le preguntaba nada nunca a nadie en su casa y, por eso, Joe se había pasado veinte años sin saber que él había sido el auténtico objetivo, sin saber que Davy sólo había sido un transeúnte inocente. Davy le había salvado la vida a Joe al entrar en aquel garaje. Y él había perdido la de Davy al no guardar un bate de béisbol.
Las luces brillantes de una tienda de licores iluminaban la húmeda noche y lo atrajeron impulsivamente al aparcamiento vacío. El sitio parecía muy cutre; no le extra naba no haberse dado cuenta de que existía antes, ni que nadie más comprara bebida allí aquella noche. «Apuesto a que Davy se ha dado cuenta de que existe. Apuesto a que mañana podría preguntárselo, podría decir: "Eh, ¿conoces esa tiendecita de licores que hay en Alt 19, con el cartel amarillo y las letras rojas?", y Davy diría "Sí" instantáneamente».
Entró, resguardándose de la lluvia, calado hasta los huesos, se quitó el casco y vio a una pelirroja de treinta y tantos años tras el mostrador, mirándolo. «Jeremy», de Pearl Jam, sonaba en una radio que había a la derecha de la mujer, con sus desgarradoras notas destrozando a Joe cuando menos lo necesitaba. La mujer se llevó un cigarrillo a los labios y lo miró, dubitativa.
—No es una noche para salir con la Harley, vaquero.
El no respondió, se limitó a dirigirse a los estantes, fuera de su vista, y agarró una botella de Jack Daniel's. Tras dejarla caer pesadamente en el mostrador, alargó la mano para agarrar la billetera y puso un billete de veinte empapado al lado. El humo se mezcló con el aroma almizcleño de su perfume mientras ella marcaba la venta.
Ella presionó el cambio en la palma de su mano, lenta y deliberadamente. El advirtió unas uñas largas, rojas y matadoras.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
El alzó la mirada de mala gana hacia ella, preguntándose si parecería estar muy deshecho, preguntándose si había estado llorando y si se notaba, o si simplemente parecía lluvia corriéndole por la cara.
—Perfectamente.
—No parece que estés perfectamente, cielo. —Ella ladeó la cabeza, mostrando unos sugerentes ojos verdes—. ¿Necesitas compañía? ¿Aparte de esa botella, me refiero?
En la mente de Joe apareció lo que le había dicho a _________ justo la noche anterior, sobre acostarse con alguien para aliviar el dolor. A veces era así, una mujer disponible cuando estaba dolido, alguien sin nombre, sin cara, un sitio en el que derramarse y, después, marcharse. Otras veces era un poco menos trágico; alguna chica que conocía, sin ningún dolor en concreto excepto el general que siempre vivía en su interior, algo que hacer, un sitio en el que estar, algo que lo alejara de la realidad durante un rato.
Mantuvo los ojos fijos en la pelirroja todo el tiempo y ella probablemente supuso que él estaba pensando en la oferta. Pero nunca respondió, al final, tomó la fina bolsa de papel y salió por la puerta.
Se sentó en la moto, abrió el whisky y tomó un largo trago. Le escaldó la garganta y lo calentó por dentro; el calor se esparció por el pecho, los brazos, el estómago. Calor... así es como siempre pensaba en lo que _________ y él compartían cuando se miraban, se deseaban, se tenían. El calor de ese mismo momento era muchísimo más vacío.
—Cielo. —El alzó la mirada para ver que la pelirroja lo miraba desde la puerta—. Entra para resguardarte de la lluvia.
—No puedo —dijo él. Entonces, miró la botella que tenía en la mano y la dejó en el agrietado y húmedo asfalto. Después de volver a ponerse el casco, puso en marcha la moto y se volvió a ir, dirigiéndose a casa de ________ y dejando atrás el Jack Daniel's, como la víctima de otra decisión impulsiva. Recurrir a ________ era una alternativa mucho mejor que recurrir a la bebida, como siempre lo había hecho su padre. La pelirroja tenía razón: necesitaba compañía. Simplemente, no la suya.
Se dirigió a toda velocidad a Bayview Drive, incluso se saltó un semáforo en rojo cuando vio que no pasaba ningún coche. La lluvia lo golpeaba, pero ya no lo sentía. Cuando llegó al umbral de ________, presionó el timbre hasta que la oyó correr a toda prisa para abrir.
Se quedó boquiabierta cuando lo vio; él sólo podía imaginarse el aspecto que tenía para entonces. Sus preciosos labios temblaron.
—¿Qué ocurre, Joe ¿Qué ha pasado?
Él tragó el nudo que tenía en la garganta, pero la voz le salió entrecortada.
—Pensaba que era yo.
—¿Qué?
Hablar era una lucha.
—Cuando golpeó a Davy, pensaba que era yo. Iba para mí.
Los ojos de _________ se abrieron muchísimo mientras alargaba una mano para taparse la boca.
—Oh, Dios, Entra. —Tras alargar la mano para agarrarlo del brazo, lo atrajo hacia adentro, para resguardarlo de la lluvia.
Fue como un golpe en el estómago. Joe no podía respirar.
Su padre estaba allí, de pie, llorando, explicando, pero Joe no podía oír, asimilar ni pensar.
—No sabía lo que estaba haciendo, hijo. Estaba enfadado, molesto, fuera de mí. No pensé, no lo planeé, simplemente... lo hice. Y entonces, y entonces...
Joe oyó sus propias palabras, en un susurro.
—Pensaste que era yo. —«Que era yo a quien golpeabas, era yo a quien querías herir, era yo a quien no querías. Davy era inocente. Y yo era culpable. Iba para mí».
—Por favor, perdóname, por favor, compréndelo. No estaba en mis cabales, sólo estaba golpeando lo más cercano. Nunca pensé en lo que estaba haciendo, simplemente estaba furioso, sólo...
Las palabras se fueron desvaneciendo y, en algún momento, su padre se había arrodillado, con la cara bañada en lágrimas. Joe se sentía fuera de lugar, fuera del tiempo, como si aquel momento no existiera en realidad, como si su cuerpo no fuera el suyo. No podía pasar más tiempo allí, no podía soportar mirar a aquel hombre postrado ni un segundo más. Había oído todo lo que necesitaba, todo lo que podía soportar. Se giró y salió.
Unas largas zancadas lo condujeron hacia la puerta del garaje, hacia una lluvia intensa que apenas notó. Había ido hasta allí con su motocicleta, pero no se habría molestado en ponerse el casco si no hubiera sido porque no tenía otra forma de llevarlo. Se vio tentado a tirarlo contra el asfalto roto y acelerar, pero, incluso en aquel momento, recordó que le había costado caro y que los Jonas habían aprendido a no derrochar, a no tirar las cosas, que el dinero era precioso y escaso.
Un minuto después, volaba por la carretera sin pensar en el límite de velocidad, apenas consciente de que había adelantado a un coche más que por el vago recuerdo de un claxon sonando mientras dejaba el aparcamiento de Sea Shanties. La fuerte lluvia caía sobre sus brazos desnudos como perdigones minúsculos, pero lo ignoró, a toda velocidad por la oscura y brillante carretera, en dirección a ninguna parte.
Había hecho lo mismo después de que hubieran vuelto del hospital, recordó. Davy aún estaba allí, pero se habían ido a casa para dormir un poco. Joe había abierto la puerta del coche y, sin decirle una palabra a nadie, se había ido a toda velocidad por la suave noche de Florida, calle abajo hasta la carretera principal. Debía de haber recorrido kilómetros sin detenerse nunca, sin aminorar la velocidad, sin siquiera saber por qué. Había vuelto a la casa muy tarde, andando todo el camino de vuelta. La casa estaba tranquila, con su padre y Elaine dormidos, y nadie le había preguntado por aquello nunca.
Nadie le preguntaba nada nunca a nadie en su casa y, por eso, Joe se había pasado veinte años sin saber que él había sido el auténtico objetivo, sin saber que Davy sólo había sido un transeúnte inocente. Davy le había salvado la vida a Joe al entrar en aquel garaje. Y él había perdido la de Davy al no guardar un bate de béisbol.
Las luces brillantes de una tienda de licores iluminaban la húmeda noche y lo atrajeron impulsivamente al aparcamiento vacío. El sitio parecía muy cutre; no le extra naba no haberse dado cuenta de que existía antes, ni que nadie más comprara bebida allí aquella noche. «Apuesto a que Davy se ha dado cuenta de que existe. Apuesto a que mañana podría preguntárselo, podría decir: "Eh, ¿conoces esa tiendecita de licores que hay en Alt 19, con el cartel amarillo y las letras rojas?", y Davy diría "Sí" instantáneamente».
Entró, resguardándose de la lluvia, calado hasta los huesos, se quitó el casco y vio a una pelirroja de treinta y tantos años tras el mostrador, mirándolo. «Jeremy», de Pearl Jam, sonaba en una radio que había a la derecha de la mujer, con sus desgarradoras notas destrozando a Joe cuando menos lo necesitaba. La mujer se llevó un cigarrillo a los labios y lo miró, dubitativa.
—No es una noche para salir con la Harley, vaquero.
El no respondió, se limitó a dirigirse a los estantes, fuera de su vista, y agarró una botella de Jack Daniel's. Tras dejarla caer pesadamente en el mostrador, alargó la mano para agarrar la billetera y puso un billete de veinte empapado al lado. El humo se mezcló con el aroma almizcleño de su perfume mientras ella marcaba la venta.
Ella presionó el cambio en la palma de su mano, lenta y deliberadamente. El advirtió unas uñas largas, rojas y matadoras.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
El alzó la mirada de mala gana hacia ella, preguntándose si parecería estar muy deshecho, preguntándose si había estado llorando y si se notaba, o si simplemente parecía lluvia corriéndole por la cara.
—Perfectamente.
—No parece que estés perfectamente, cielo. —Ella ladeó la cabeza, mostrando unos sugerentes ojos verdes—. ¿Necesitas compañía? ¿Aparte de esa botella, me refiero?
En la mente de Joe apareció lo que le había dicho a _________ justo la noche anterior, sobre acostarse con alguien para aliviar el dolor. A veces era así, una mujer disponible cuando estaba dolido, alguien sin nombre, sin cara, un sitio en el que derramarse y, después, marcharse. Otras veces era un poco menos trágico; alguna chica que conocía, sin ningún dolor en concreto excepto el general que siempre vivía en su interior, algo que hacer, un sitio en el que estar, algo que lo alejara de la realidad durante un rato.
Mantuvo los ojos fijos en la pelirroja todo el tiempo y ella probablemente supuso que él estaba pensando en la oferta. Pero nunca respondió, al final, tomó la fina bolsa de papel y salió por la puerta.
Se sentó en la moto, abrió el whisky y tomó un largo trago. Le escaldó la garganta y lo calentó por dentro; el calor se esparció por el pecho, los brazos, el estómago. Calor... así es como siempre pensaba en lo que _________ y él compartían cuando se miraban, se deseaban, se tenían. El calor de ese mismo momento era muchísimo más vacío.
—Cielo. —El alzó la mirada para ver que la pelirroja lo miraba desde la puerta—. Entra para resguardarte de la lluvia.
—No puedo —dijo él. Entonces, miró la botella que tenía en la mano y la dejó en el agrietado y húmedo asfalto. Después de volver a ponerse el casco, puso en marcha la moto y se volvió a ir, dirigiéndose a casa de ________ y dejando atrás el Jack Daniel's, como la víctima de otra decisión impulsiva. Recurrir a ________ era una alternativa mucho mejor que recurrir a la bebida, como siempre lo había hecho su padre. La pelirroja tenía razón: necesitaba compañía. Simplemente, no la suya.
Se dirigió a toda velocidad a Bayview Drive, incluso se saltó un semáforo en rojo cuando vio que no pasaba ningún coche. La lluvia lo golpeaba, pero ya no lo sentía. Cuando llegó al umbral de ________, presionó el timbre hasta que la oyó correr a toda prisa para abrir.
Se quedó boquiabierta cuando lo vio; él sólo podía imaginarse el aspecto que tenía para entonces. Sus preciosos labios temblaron.
—¿Qué ocurre, Joe ¿Qué ha pasado?
Él tragó el nudo que tenía en la garganta, pero la voz le salió entrecortada.
—Pensaba que era yo.
—¿Qué?
Hablar era una lucha.
—Cuando golpeó a Davy, pensaba que era yo. Iba para mí.
Los ojos de _________ se abrieron muchísimo mientras alargaba una mano para taparse la boca.
—Oh, Dios, Entra. —Tras alargar la mano para agarrarlo del brazo, lo atrajo hacia adentro, para resguardarlo de la lluvia.
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capitulo 44
Cuando Joe se despertó a la mañana siguiente, los brazos de ________ lo rodeaban, cálidos. Estaban tumbados en su cama, y él llevaba sólo ropa interior. No habían tenido relaciones sexuales, pero él recordaba cómo ella le había despojado de la ropa húmeda y lo había envuelto en una gruesa toalla. Recordaba que lo besó, en la mejilla, la frente, y él recordaba devolverle los besos, cálidos, profundos y fuertes, porque, en ocasiones, las palabras seguían siendo más difíciles de encontrar que los besos, y cada uno lo había apartado un poco más del apartamento de su padre. Se alegraba de que no hubieran tenido relaciones sexuales, porque el sexo con _________ nunca había sido un modo de escapar del dolor, ni una sola vez, no la primera vez, y ni siquiera la última vez, después de la cena en casa de Elaine. Incluso cuando no había querido que fuera nada bueno, nada afectivo, estar con ________ siempre comportaba aquello: emociones. Siempre.
En aquel momento, el sol entraba por la ventana de media luna, y él supo que ella lo había estado abrazando toda la noche. La seda de su pijama se frotó, resbaladiza, contra su piel, mientras ella se movía para mirarlo a los ojos.
—Eh —dijo ella en voz baja. Lo hizo pensar en su madre, en el tono dulce y cariñoso que usaba cuando él estaba enfermo o triste.
—Hola. —Él le devolvió la mirada, pero no fue fácil. Nunca había sido bueno a la hora de mostrar su vulnerabilidad.
—¿Has dormido bien?
Él asintió.
—¿Quieres tortitas hoy? —Ella sonrió con optimismo—. Técnicamente creo que te toca a ti hacer el desayuno, pero te lo voy a perdonar.
—No. No te vayas aún. —Aparte de su vulnerabilidad, era estupendo sentirla apretada contra él. Cuando ella le lanzó una mirada curiosa, él dijo:
—Prefiero morirme de hambre antes que dejarte ir ahora mismo.
Toda la diversión se desvaneció de los ojos de _________.
—¿Podrás perdonarme alguna vez, Joe?
Él sacudió la cabeza, confuso.
—¿El qué, Princesa?
—Nunca debí sugerirte que hablaras con tu padre.
—No, me alegro de saber la verdad, por fin. Sabe Dios que ya era hora.
Ella le acarició el pelo.
—¿Cómo estás? —le preguntó, su expresión era más inquisidora que las palabras, y él comenzó a recordar más cosas que le había dicho la noche anterior, acerca de culparse a sí mismo por toda la vida de Davy, decir que nunca se perdonaría a sí mismo y, ¿por qué no había podido guardar el maldito bate? La rabia de su padre, por supuesto, estaba causada por mucho más que un bate, pero aquello había sido el desencadenante. Ella había dicho cosas tranquilizadoras para calmarlo, pero él no sabía el qué, apenas lo había oído, aunque sabía que ella había llorado, y él había llorado, y había seguido diciendo, insistiendo:
—Yo no lloro. Nunca lloro. —Porque no podía creer que lo estuviera haciendo delante de ella.
Intentó formular una respuesta para ella.
—Mejor que anoche —fue lo mejor que se le ocurrió.
—Algo es algo. —Ella intentó sonreír.
—Es sólo un dolor antiguo de una forma nueva, eso es todo. Se me clava más profundamente que antes, y tal vez siempre lo hará a partir de ahora... pero sobreviviré.
—Quiero que hagas algo más que sobrevivir, Joe. —Ella sonaba preocupada.
—Ven aquí. —Él se movió para atraerla hacia sus brazos y darle un beso en el nacimiento del pecho, donde se curvaba bajo la seda—. Estaré bien. —Ella lo ayudaría a estar bien. No dijo aquella parte, pero lo sabía. Sólo tenerla para poder recurrir a ella, tenerla para que lo abrazara toda la noche... ella veía cosas en él, le hacía ver cosas en él que nunca había visto solo.
~~~~
_______ se vistió, tomó a Joe por las muñecas y lo levantó de la cama. Era casi mediodía y él no se había movido, lo cual era comprensible, pero ella pensaba que ya era hora.
—Vamos fuera a tomar un brunch.
—¿Brunch? —Él la miró con escepticismo.
—Ya sabes, un desayuno tardío, un almuerzo temprano. Hacen un brunch riquísimo en La Gallina Amarilla.
—La Gallina Amarilla, ¿eh?
Ella sabía que él probablemente pasaba conduciendo por la pintoresca casa victoriana convertida en restaurante cada día de su vida, pero seguramente nunca se había parado allí. Ella asintió y lo empujó hacia la ducha.
—Voy a agarrar tu ropa de la secadora y, entonces, podremos irnos.
Mientras Joe estaba en la ducha, el teléfono sonó; su padre llamó para invitarla a una fiesta improvisada que se hacía en su casa aquella noche.
—Pensé que sería inteligente hacer que todo el mundo se animara otra vez después del fiasco de Phil, demostrarles que todo va bien en Ash Builders.
—Es una buena idea, pero no podré ir, papá. Lo siento. —Sabía que su respuesta confundía a Henry, pero ni siquiera se había planteado aceptar.
—Puedes traer a Joe, presentarlo -respondió él. Bien pensado, pero aquello era algo que _________ quería ahorrarse para un momento en el que Joe y ella estuvieran más de humor—. Creo que es importante que estés aquí —añadió—. Después de todo, eres crucial para nuestro futuro, cada día más.
Ella suspiró.
—Me temo que este fin de semana no es buen momento. En otra ocasión, ¿de acuerdo?
Rara vez había oído a su padre sonar más desconcertado que cuando finalmente dijo:
—¿Qué es tan importante que no puede esperar?
Tras respirar hondo, ella decidió que era hora de decirle la verdad a su padre y hacerse cargo de la situación.
—Papá, sabes lo importante que es la empresa para mí y sabes que siempre trabajaré duro y haré todo lo que pueda por Ash Builders, pero...
-¿Sí?
—Me temo que tus fiestas a veces son un poco salvajes para mi gusto, igual que las de Phil. Y, sinceramente, creo que deberíamos pensar en hacer que cualquier reunión relacionada con Ash sea un poco más profesional en el futuro. Por la misma razón por la que no queríamos que el asunto con Phil llegara a los medios de comunicación. Es importante proteger nuestra imagen, incluso entre nuestros empleados.
Su padre permaneció en silencio durante un momento antes de admitir, finalmente:
—Probablemente tengas razón.
—Yo también lo creo. Además de eso, no puedes esperar que nadie, incluida yo, se sienta obligado a ir a una fiesta con tan poca antelación. Así que, aunque creo que es genial que intentes subir la moral, y te quiero a ti y a la empresa igual que siempre, no estaré allí esta noche.
Tras una breve duda, su padre rió.
—Creo que me acabas de poner en mi sitio, cariño.
—Papá, no es eso. Es sólo que... ya es hora de que hable por mí misma, que diga lo que pienso. Si no, ¿cómo voy a dirigir la compañía nunca?
Al otro lado de la línea, Henry Ash rió entre dientes.
—Entendido, cariño. No espero verte en la fiesta y... bueno, tal vez la próxima vez que nos reunamos puedas resumirme lo que crees que constituye un evento profesional.
Ella sonrió.
—Me encantará hacerlo.
Cuando empezaban a despedirse, ________ dijo:
—Papá, una cosa más. Sobre Joe. Gracias por... aceptarlo como parte de mi vida.
—Como él me indicó, no creo que tuviera elección. —Su tono siguió siendo alegre, pero planeaba la larga y triste historia entre John y él.
—Aun así, no tenías que invitarlo a tu fiesta tan pronto, pero lo hiciste, y la próxima vez te prometo que te tomaré la palabra. Por cierto —añadió, en un tono más suave—, conocí al padre de Joe.
Ella casi pudo sentir cómo las entrañas de su padre se contraían, incluso por teléfono.
—¿Cómo está?
Ella tragó saliva, intentando pensar en cuánto debía explicar. La mayor parte, decidió, ya no era asunto de Henry.
—No estaba bien. Y, sólo para que lo sepas. —Su tono siguió siendo suave a pensar de lo que estaba a punto de decir—. No me gusta cómo obtuviste su mitad de la empresa.
—A mí tampoco —admitió él en voz baja.
—Pero es cosa del pasado, y probablemente sea hora de enterrarlo —le aseguró. Esperaba que Joe también pudiera enterrarlo. Realmente no había otra opción si él quería ser feliz.
Después del brunch, _________ convenció a Joe para pasar por casa de Davy y Elaine, diciendo que quería conocerlos mejor, y la verdad era que quería, pero también pensó que sería bueno para él estar con otras personas que lo querían en aquel momento, que sería bueno que viera que la vida continuaba, que nada había cambiado entre la noche anterior y ese mismo día. Elaine y ella se sentaron en la terraza de la parte de atrás, a una vieja y pesada mesa metálica, bebiendo té helado, mientras Davy y Joe jugaban a softball en el patio trasero y Joe comentó al menos tres veces que tomaria pintura blanca en aerosol para la mesa y las sillas de Elaine. Elaine parecía un poco nerviosa al principio, pero se le pasó rápidamente, mientras charlaban del trabajo de Joe y del gran trabajo que había hecho pintando la casa de _________, y hasta aprovechó la oportunidad para decir que tenían que ir a visitarla para hacer una barbacoa algún día. Sin embargo, lo que era más importante era que Joe parecía relajado mientras Davy y él se pasaban la pelota, por primera vez en los últimos dos días.
Después, aquella misma tarde, acabaron de vuelta en casa de _________, en la piscina. Cuando Joe admitió que Davy, Elaine y él siempre habían soñado con tener una piscina como la suya, ella dijo rápidamente:
—Haremos que la barbacoa sea una fiesta en la piscina.
—¿Barbacoa? —Él permaneció tumbado, flotando en una colchoneta al borde de la piscina, mientras ella se arrodillaba para darle un refresco.
—Sí, he invitado a Elaine y Davy a venir algún día.
Ella no estaba segura de si a él le gustaría la idea, pero, en respuesta, él se incorporó, le puso una mano en la nuca y la atrajo hacia abajo, hacia un beso cálido.
—Eres increíblemente buena conmigo —dijo él, en voz baja y suave.
Ella le sonrió. Su beso y la parte de su mundo que había experimentado la noche anterior y aquel mismo día la llenaban de un nuevo tipo de calor; algo tan cómodo y seguro como sensual. Ella formaba parte de su vida en aquel momento de una forma que no lo había hecho antes.
—Hay más de donde vino ese beso —le provocó.
-¿Sí?
—Ah, sí. —Le volvió a agarrar la lata de refresco de la mano y la colocó en el suelo, a su lado y, después, se abalanzó sobre la colchoneta, encima de él. Se volcó salpicando, salieron a la superficie, riendo, y Jo la siguió hasta el extremo poco profundo, donde la atrajo hacia un abrazo húmedo.
Los ojos de Joe eran todo calor para cuando alargó la mano hacia la nuca de _________ para desatarle el bikini. Cayó sobre su estómago, descubriendo sus senos al ardiente sol, a sus posesivas manos. Él los capturó, los apretó, los amasó, haciéndola gemir entre el hambriento beso que le daba.
Mientras dejaba que sus besos fueran bajando hasta que lamía, succionaba y mordisqueaba dulcemente sus pezones, hundió las manos bajo el agua para bajarle la braguita del bikini. Ella también le bajó las bermudas y envolvió su erección con la mano en cuanto la liberó. El gimió y el calor de su mirada se transformó en puro fuego mientras la sujetaba al borde de la piscina y se agarraba a cada lado.
Inclinándose, apoyó su dura columna contra la grieta de entre sus muslos como una promesa, hasta que ella abrió las piernas para él y él se abrió camino, cumpliendo su promesa. Incluso sin una laguna polinesia, había convertido en realidad otra fantasía más.
Echando la cabeza hacia atrás, absorbió la cálida caricia del sol mientras Joe la acariciaba debajo de una forma mucho más brusca. Disfrutó del momento, de las siempre increíble sensaciones de tenerlo dentro de ella, del sol, del agua y de la perfección de su vida. Y, mientras él le hacía el amor apasionadamente, ella recordó algo que él había dicho antes, durante el brunch. «Siento haberte dejado la otra noche. No te lo volveré a hacer».
No era «te amo», pero, por alguna razón, fue casi igual de bueno y recordarlo en aquel momento hacía que la forma en que le hacía el amor fuera aún más dulce.
Cuando Joe se despertó a la mañana siguiente, los brazos de ________ lo rodeaban, cálidos. Estaban tumbados en su cama, y él llevaba sólo ropa interior. No habían tenido relaciones sexuales, pero él recordaba cómo ella le había despojado de la ropa húmeda y lo había envuelto en una gruesa toalla. Recordaba que lo besó, en la mejilla, la frente, y él recordaba devolverle los besos, cálidos, profundos y fuertes, porque, en ocasiones, las palabras seguían siendo más difíciles de encontrar que los besos, y cada uno lo había apartado un poco más del apartamento de su padre. Se alegraba de que no hubieran tenido relaciones sexuales, porque el sexo con _________ nunca había sido un modo de escapar del dolor, ni una sola vez, no la primera vez, y ni siquiera la última vez, después de la cena en casa de Elaine. Incluso cuando no había querido que fuera nada bueno, nada afectivo, estar con ________ siempre comportaba aquello: emociones. Siempre.
En aquel momento, el sol entraba por la ventana de media luna, y él supo que ella lo había estado abrazando toda la noche. La seda de su pijama se frotó, resbaladiza, contra su piel, mientras ella se movía para mirarlo a los ojos.
—Eh —dijo ella en voz baja. Lo hizo pensar en su madre, en el tono dulce y cariñoso que usaba cuando él estaba enfermo o triste.
—Hola. —Él le devolvió la mirada, pero no fue fácil. Nunca había sido bueno a la hora de mostrar su vulnerabilidad.
—¿Has dormido bien?
Él asintió.
—¿Quieres tortitas hoy? —Ella sonrió con optimismo—. Técnicamente creo que te toca a ti hacer el desayuno, pero te lo voy a perdonar.
—No. No te vayas aún. —Aparte de su vulnerabilidad, era estupendo sentirla apretada contra él. Cuando ella le lanzó una mirada curiosa, él dijo:
—Prefiero morirme de hambre antes que dejarte ir ahora mismo.
Toda la diversión se desvaneció de los ojos de _________.
—¿Podrás perdonarme alguna vez, Joe?
Él sacudió la cabeza, confuso.
—¿El qué, Princesa?
—Nunca debí sugerirte que hablaras con tu padre.
—No, me alegro de saber la verdad, por fin. Sabe Dios que ya era hora.
Ella le acarició el pelo.
—¿Cómo estás? —le preguntó, su expresión era más inquisidora que las palabras, y él comenzó a recordar más cosas que le había dicho la noche anterior, acerca de culparse a sí mismo por toda la vida de Davy, decir que nunca se perdonaría a sí mismo y, ¿por qué no había podido guardar el maldito bate? La rabia de su padre, por supuesto, estaba causada por mucho más que un bate, pero aquello había sido el desencadenante. Ella había dicho cosas tranquilizadoras para calmarlo, pero él no sabía el qué, apenas lo había oído, aunque sabía que ella había llorado, y él había llorado, y había seguido diciendo, insistiendo:
—Yo no lloro. Nunca lloro. —Porque no podía creer que lo estuviera haciendo delante de ella.
Intentó formular una respuesta para ella.
—Mejor que anoche —fue lo mejor que se le ocurrió.
—Algo es algo. —Ella intentó sonreír.
—Es sólo un dolor antiguo de una forma nueva, eso es todo. Se me clava más profundamente que antes, y tal vez siempre lo hará a partir de ahora... pero sobreviviré.
—Quiero que hagas algo más que sobrevivir, Joe. —Ella sonaba preocupada.
—Ven aquí. —Él se movió para atraerla hacia sus brazos y darle un beso en el nacimiento del pecho, donde se curvaba bajo la seda—. Estaré bien. —Ella lo ayudaría a estar bien. No dijo aquella parte, pero lo sabía. Sólo tenerla para poder recurrir a ella, tenerla para que lo abrazara toda la noche... ella veía cosas en él, le hacía ver cosas en él que nunca había visto solo.
~~~~
_______ se vistió, tomó a Joe por las muñecas y lo levantó de la cama. Era casi mediodía y él no se había movido, lo cual era comprensible, pero ella pensaba que ya era hora.
—Vamos fuera a tomar un brunch.
—¿Brunch? —Él la miró con escepticismo.
—Ya sabes, un desayuno tardío, un almuerzo temprano. Hacen un brunch riquísimo en La Gallina Amarilla.
—La Gallina Amarilla, ¿eh?
Ella sabía que él probablemente pasaba conduciendo por la pintoresca casa victoriana convertida en restaurante cada día de su vida, pero seguramente nunca se había parado allí. Ella asintió y lo empujó hacia la ducha.
—Voy a agarrar tu ropa de la secadora y, entonces, podremos irnos.
Mientras Joe estaba en la ducha, el teléfono sonó; su padre llamó para invitarla a una fiesta improvisada que se hacía en su casa aquella noche.
—Pensé que sería inteligente hacer que todo el mundo se animara otra vez después del fiasco de Phil, demostrarles que todo va bien en Ash Builders.
—Es una buena idea, pero no podré ir, papá. Lo siento. —Sabía que su respuesta confundía a Henry, pero ni siquiera se había planteado aceptar.
—Puedes traer a Joe, presentarlo -respondió él. Bien pensado, pero aquello era algo que _________ quería ahorrarse para un momento en el que Joe y ella estuvieran más de humor—. Creo que es importante que estés aquí —añadió—. Después de todo, eres crucial para nuestro futuro, cada día más.
Ella suspiró.
—Me temo que este fin de semana no es buen momento. En otra ocasión, ¿de acuerdo?
Rara vez había oído a su padre sonar más desconcertado que cuando finalmente dijo:
—¿Qué es tan importante que no puede esperar?
Tras respirar hondo, ella decidió que era hora de decirle la verdad a su padre y hacerse cargo de la situación.
—Papá, sabes lo importante que es la empresa para mí y sabes que siempre trabajaré duro y haré todo lo que pueda por Ash Builders, pero...
-¿Sí?
—Me temo que tus fiestas a veces son un poco salvajes para mi gusto, igual que las de Phil. Y, sinceramente, creo que deberíamos pensar en hacer que cualquier reunión relacionada con Ash sea un poco más profesional en el futuro. Por la misma razón por la que no queríamos que el asunto con Phil llegara a los medios de comunicación. Es importante proteger nuestra imagen, incluso entre nuestros empleados.
Su padre permaneció en silencio durante un momento antes de admitir, finalmente:
—Probablemente tengas razón.
—Yo también lo creo. Además de eso, no puedes esperar que nadie, incluida yo, se sienta obligado a ir a una fiesta con tan poca antelación. Así que, aunque creo que es genial que intentes subir la moral, y te quiero a ti y a la empresa igual que siempre, no estaré allí esta noche.
Tras una breve duda, su padre rió.
—Creo que me acabas de poner en mi sitio, cariño.
—Papá, no es eso. Es sólo que... ya es hora de que hable por mí misma, que diga lo que pienso. Si no, ¿cómo voy a dirigir la compañía nunca?
Al otro lado de la línea, Henry Ash rió entre dientes.
—Entendido, cariño. No espero verte en la fiesta y... bueno, tal vez la próxima vez que nos reunamos puedas resumirme lo que crees que constituye un evento profesional.
Ella sonrió.
—Me encantará hacerlo.
Cuando empezaban a despedirse, ________ dijo:
—Papá, una cosa más. Sobre Joe. Gracias por... aceptarlo como parte de mi vida.
—Como él me indicó, no creo que tuviera elección. —Su tono siguió siendo alegre, pero planeaba la larga y triste historia entre John y él.
—Aun así, no tenías que invitarlo a tu fiesta tan pronto, pero lo hiciste, y la próxima vez te prometo que te tomaré la palabra. Por cierto —añadió, en un tono más suave—, conocí al padre de Joe.
Ella casi pudo sentir cómo las entrañas de su padre se contraían, incluso por teléfono.
—¿Cómo está?
Ella tragó saliva, intentando pensar en cuánto debía explicar. La mayor parte, decidió, ya no era asunto de Henry.
—No estaba bien. Y, sólo para que lo sepas. —Su tono siguió siendo suave a pensar de lo que estaba a punto de decir—. No me gusta cómo obtuviste su mitad de la empresa.
—A mí tampoco —admitió él en voz baja.
—Pero es cosa del pasado, y probablemente sea hora de enterrarlo —le aseguró. Esperaba que Joe también pudiera enterrarlo. Realmente no había otra opción si él quería ser feliz.
Después del brunch, _________ convenció a Joe para pasar por casa de Davy y Elaine, diciendo que quería conocerlos mejor, y la verdad era que quería, pero también pensó que sería bueno para él estar con otras personas que lo querían en aquel momento, que sería bueno que viera que la vida continuaba, que nada había cambiado entre la noche anterior y ese mismo día. Elaine y ella se sentaron en la terraza de la parte de atrás, a una vieja y pesada mesa metálica, bebiendo té helado, mientras Davy y Joe jugaban a softball en el patio trasero y Joe comentó al menos tres veces que tomaria pintura blanca en aerosol para la mesa y las sillas de Elaine. Elaine parecía un poco nerviosa al principio, pero se le pasó rápidamente, mientras charlaban del trabajo de Joe y del gran trabajo que había hecho pintando la casa de _________, y hasta aprovechó la oportunidad para decir que tenían que ir a visitarla para hacer una barbacoa algún día. Sin embargo, lo que era más importante era que Joe parecía relajado mientras Davy y él se pasaban la pelota, por primera vez en los últimos dos días.
Después, aquella misma tarde, acabaron de vuelta en casa de _________, en la piscina. Cuando Joe admitió que Davy, Elaine y él siempre habían soñado con tener una piscina como la suya, ella dijo rápidamente:
—Haremos que la barbacoa sea una fiesta en la piscina.
—¿Barbacoa? —Él permaneció tumbado, flotando en una colchoneta al borde de la piscina, mientras ella se arrodillaba para darle un refresco.
—Sí, he invitado a Elaine y Davy a venir algún día.
Ella no estaba segura de si a él le gustaría la idea, pero, en respuesta, él se incorporó, le puso una mano en la nuca y la atrajo hacia abajo, hacia un beso cálido.
—Eres increíblemente buena conmigo —dijo él, en voz baja y suave.
Ella le sonrió. Su beso y la parte de su mundo que había experimentado la noche anterior y aquel mismo día la llenaban de un nuevo tipo de calor; algo tan cómodo y seguro como sensual. Ella formaba parte de su vida en aquel momento de una forma que no lo había hecho antes.
—Hay más de donde vino ese beso —le provocó.
-¿Sí?
—Ah, sí. —Le volvió a agarrar la lata de refresco de la mano y la colocó en el suelo, a su lado y, después, se abalanzó sobre la colchoneta, encima de él. Se volcó salpicando, salieron a la superficie, riendo, y Jo la siguió hasta el extremo poco profundo, donde la atrajo hacia un abrazo húmedo.
Los ojos de Joe eran todo calor para cuando alargó la mano hacia la nuca de _________ para desatarle el bikini. Cayó sobre su estómago, descubriendo sus senos al ardiente sol, a sus posesivas manos. Él los capturó, los apretó, los amasó, haciéndola gemir entre el hambriento beso que le daba.
Mientras dejaba que sus besos fueran bajando hasta que lamía, succionaba y mordisqueaba dulcemente sus pezones, hundió las manos bajo el agua para bajarle la braguita del bikini. Ella también le bajó las bermudas y envolvió su erección con la mano en cuanto la liberó. El gimió y el calor de su mirada se transformó en puro fuego mientras la sujetaba al borde de la piscina y se agarraba a cada lado.
Inclinándose, apoyó su dura columna contra la grieta de entre sus muslos como una promesa, hasta que ella abrió las piernas para él y él se abrió camino, cumpliendo su promesa. Incluso sin una laguna polinesia, había convertido en realidad otra fantasía más.
Echando la cabeza hacia atrás, absorbió la cálida caricia del sol mientras Joe la acariciaba debajo de una forma mucho más brusca. Disfrutó del momento, de las siempre increíble sensaciones de tenerlo dentro de ella, del sol, del agua y de la perfección de su vida. Y, mientras él le hacía el amor apasionadamente, ella recordó algo que él había dicho antes, durante el brunch. «Siento haberte dejado la otra noche. No te lo volveré a hacer».
No era «te amo», pero, por alguna razón, fue casi igual de bueno y recordarlo en aquel momento hacía que la forma en que le hacía el amor fuera aún más dulce.
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capitulo 45
—¿Qué te pareció la novia de Joe? —le preguntó Elaine a Davy mientras conducían hasta Albertson's. Estaría más lleno un sábado por la tarde, había dicho antes, pero tenía que comprar unas cuantas cosas, ya que no había podido entrar con él el otro día. Al llegar a la última parte, le había guiñado el ojo.
—Bonita —dijo él. ________ era más bonita que cualquier mujer que hubiera visto antes, por no decir hablado. Le recordaba a una muñeca perfecta a tamaño natural—. Y simpática. —Tan simpática que se había sentido cómodo con ella inmediatamente, lo suficientemente como para enseñarle sus peces sin que nadie lo sugiriera. No lo había mirado como si fuera diferente y aquello había hecho que le gustara inmediatamente.
—A mí también me lo pareció —dijo Elaine.
Mientras conducían, él pensó en cómo notaba que la tormenta que había dentro de Joe se debilitaba. No era algo que cualquiera pudiera ver (probablemente ni siquiera Elaine pudiera), pero él conocía a Joe de formas que nadie más lo hacía, así que, para él, era fácil. Se había pasado la mayor parte de su vida observando los movimientos seguros de su hermano, su actitud de hacerse cargo de todo y los ojos oscuros que se suavizaban sólo para él. Pero algo en aquellos ojos había cambiado últimamente. Se habían vuelto un poco más dulces de alguna forma que él sabía por naturaleza que no tenía nada que ver con él. Y no era algo temporal, momentáneo. Era como si le hubieran hecho algún tipo de cirugía plástica a Joe, pero por dentro. Quizás en el corazón. Pensó que quizás fuera por _________, especialmente porque ahora entendía mejor que nunca cómo te podía afectar una chica.
Todavía estaba pensando en Joe mientras empujaba un carrito dentro de Alberton's, con Elaine al lado, y lo siguiente que ocurrió fue que vio a Daisy. Ella alzó la vista, sus ojos se encontraron y él sonrió. No había pretendido hacerlo, no lo había planeado, simplemente lo hizo.
Y ella le devolvió la sonrisa.
Fue como si le hubieran ensartado luces de Navidad por todo el cuerpo y alguien las acabara de encender, como si el cielo se hubiera abierto ante él y fuera un jardín con una chica llamada Daisy sentada en el centro.
Elaine lo tomó de la muñeca cuando ya habían pasado.
—¿Lo has visto?
Él no tenía ni idea de qué hablaba ella, todavía estaba ocupado sonriendo y esperando que el corazón no se le derritiera en el pecho.
—¿Eh?
—¿Has visto tu marco? Está colgado en la pared, detrás del mostrador de la floristería.
—¿En serio?
Ella asintió, entusiasmada. Entonces, lo agarró con más firmeza. Dejaron de andar y Elaine lo miró con los ojos muy abiertos.
—Deberías volver. Deberías hablar con ella. Ahora.
—¿Eh? —volvió a decir él. La mera sugerencia hacía que aquellas luces de Navidad provocaran un cortocircuito dentro de él. Después de todo, había obtenido aquello con lo que soñaba: se había ganado la sonrisa de Daisy María Ramírez. No quería arriesgarse a echar a perder un momento tan perfecto con algo tan poco importante (o, en su caso, tan arriesgado) como las palabras.
Sin embargo, la mirada de Elaine era prácticamente de loca.
—Oye, sé que da miedo, pero si lo haces ahora, sin pensarlo, si simplemente vas hasta ella y le dices «hola», irá bien. Te lo prometo.
La última parte fue lo que lo convenció. Igual que Joe, Elaine nunca le mentía.
—¿De verdad? ¿Lo prometes?
Ella asintió solemne y lentamente y una garantía tan firme de su hermana, por alguna razón, hizo que fuera valiente, hizo que se lo creyera. Ella tenía razón. Podía hacerlo.
Así que, sin otra palabra, respiró hondo, nervioso, y caminó de nuevo hasta la sección de floristería, sin aflojar nunca el paso, sin permitirse planificar nada ni pensar más allá de los fuertes latidos de su corazón. Un momento más tarde, estaba ante Daisy María Ramírez; ella lo miraba, expectante, y él deseó no haber nacido nunca. Pero, entonces, recordó la sonrisa que le había dedicado hacía sólo un minuto y dejó que le devolviera algo de su coraje recién encontrado.
—Hola —dijo él.
—Hola. —Su voz era tan dulce y bonita como su delicada cara. Y tampoco lo miraba de forma extraña; al menos aún no.
Él señaló detrás de ella, al marco de margaritas.
—Lo hice para ti.
Ella le echó un vistazo y se volvió a girar hacia él, con los ojos brillando como si hubiera tejido las margaritas de seda él mismo.
—¿Hiciste tú el Jardín de Daisy?
El pecho de Davy le chisporroteó por la forma en que ella lo miraba. Se sentía como si pudiera estallar en pedazos en cualquier momento, así que se centró en seguir estando tranquilo, en contenerse. Entonces, asintió.
Ella se mordió el labio, pensativa, mientras abría más los ojos, que se le pusieron más redondos.
—Es precioso.
«Tú eres preciosa».
—Me... alegro de que te guste.
Justo entonces, la mirada de Daisy cruzó el amplio pasillo principal hasta la cara severa de una mujer mayor que la observaba. Bajó la voz.
—La verdad es que ahora no puedo hablar. Tengo que trabajar.
Por vez primera, Davy advirtió la variedad de flores extendida en la mesa ante ella. Y ni siquiera tuvo que repasar las frases que había practicado en su cabeza para proponer:
—¿Puedo mirar? Me gusta verte juntar flores.
Ella le dedicó otra sonrisa que le llegó al estómago.
—Sí, puedes mirar.
Y, mientras ella convertía las flores en arte ante los ojos apasionados de Davy, le dolía el corazón, pero de una forma realmente buena, porque ella todavía no lo había mirado como si fuera raro ni un cachorro, y él sabía que siempre había tenido razón. Supo que a ella no le importaba que fuera diferente.
~~~~
El domingo por la mañana, Joe se despertó y se encontró a ________ de pie junto a la cama, duchada y vestida, demasiado temprano.
—Tengo que ir a la oficina.
Mientras se sacudía el sueño, se levantó sobre un codo.
—¿Qué pasa?
—Acabo de saber que los cheques de los subcontratistas no se enviaron por correo el viernes, después de que me fuera. La impresora se estropeó y no la arreglaron hasta ayer. Andrea, la mujer que normalmente los envía, no puede ir.
—¿No puede esperar hasta mañana?
Ella negó con la cabeza, con los mechones rubios brillándole en los hombros.
—Quiero meterlos en el buzón que hay fuera de la oficina hoy. Así puede que a todos sólo les llegue un día tarde en vez de dos. Sé que la mayoría de la gente necesita de verdad el cheque.
Era cierto, él no podía pagar a sus chicos hasta que tuviera el cheque de Ash.
—¿Quieres que vaya contigo? Si es sólo ensobrar, puedo ayudar.
Ella sonrió dulcemente.
—Gracias, Joe, pero Sadie también viene. Las dos conocemos la rutina así que, juntas, deberíamos poder quitárnoslo de en medio en una hora o dos. Sigue durmiendo y habré vuelto antes de que te enteres.
Sin embargo, cuando hubo desaparecido por la puerta, Joe no podía dormir. Se duchó y se vistió, contento de haber empezado a guardar algo de ropa en su casa, y buscó algo en la cocina para hacerse el desayuno, que se comió al lado de la piscina.
Había estado pensando, y no sólo en su familia. Aparte de Davy y, quizás, de su madre, nunca había conocido a nadie que entregara su amor tan abiertamente, de una forma tan confiada, como ________ se lo había dado. No había más que verlo, sentado allí, comiéndose su comida junto a su piscina, como si viviera allí. Ella lo había convertido en una parte constante de su vida sin cuestionarse siquiera cuánto tiempo estaría allí, qué le daría a cambio, si la amaba. Lo único que le había pedido era que se quedara a pasar la noche después de acostarse juntos.
Y la verdad era que, si, había acabado tomando mucho de aquella mujer. No sólo sexo, sino su compasión, su paciencia, su confianza en él... una confianza que... demonios, ni siquiera sabía de dónde provenía, sólo sabía que ella le daba tanto y él le daba tan poco... Porque también había tomado algo más de ella, algo que nunca podría devolverle. Había tomado aquellos pensamientos íntimos de su diario. Una y otra vez, había tomado sus secretos, sus fantasías. Las había usado para atraerla y, más tarde, las había usado sólo para hacer que pensara que él era especial, que ellos eran especiales juntos.
Y, si Joe había aprendido algo de ________, era que los secretos no eran buenos. Incluso después de lo que se había enterado de su padre el viernes por la noche, seguía alegrándose de haberle hecho frente de una vez por todas, sólo para decir: «Sé lo que hiciste, papá. Me acuerdo. Ocurrió».
Y, de igual forma que la rabia hacia su padre lo había estado consumiendo por dentro, tomar de ________ también lo estaba consumiendo. Incluso mientras le hacía el amor el día anterior en la piscina, se había sentido como si le estuviera quitando, como si estuviera fingiendo, como si ella pensara que él era algo que no era realidad. Temía que siempre iba a sentirse como si le estuvieran arrebatando algo hasta que le dijera la verdad.
Tras respirar hondo, agarró los platos de su desayuno y los llevó dentro y, después, se dirigió lentamente hacia las escaleras. Cuando llegó a lo alto, entró en el oscuro y silencioso espacio en el que ella trabajaba, cuyo ambiente le apestaba ya a sexo, fantasía y a la emoción prohibida de conocer sus pensamientos. Había ido hasta allí con un plan.
No sabía si era lo más inteligente que podía hacer, pero era la única forma que se le ocurría de hacerle saber la verdad. Después de todo, ya había pensado antes en decírselo, pero no pudo encontrar las palabras, no podía sacarlas. Así que decidió que tal vez pudiera decírselo con su propia fantasía. Si añadía su fantasía a su diario, una fantasía del día que se conocieron, ella la encontraría. Y quizás la ayudara, de alguna manera, a entender el encanto que el diario tenía para él y, al mismo tiempo, le mostraría que no tenía que avergonzarse ni... ser demasiado inclemente.
Sabía que estaba tentando mucho la suerte, pero, después de la forma en que lo había abrazado la otra noche, después del profundo amor que había vertido en él cuando más lo necesitaba... cada caricia, cada roce lo había alejado más del límite, había evitado que se viniera abajo. Simplemente sentía que no tenía elección, tenía que decir la verdad ya, y aquélla era la forma.
Cuando acabó de escribir, iba a marcar la página con la rosa prensada y a dejarlo en el escritorio, donde ella lo viera, donde ella supiera que alguien lo había colocado. Entonces, descubriría su fantasía y se daría cuenta de que no pasaba nada, de que ambos tenían fantasías y de que no quería que el hecho de que él conociera las suyas se siguiera interponiendo entre ellos.
Tras tomar un bolígrafo azul de su escritorio, avanzó hasta el estante y extrajo el libro rojo. Después de poner a un lado cuidadosamente la rosa en papel de cera, se sentó en la misma silla de siempre y abrió el diario por páginas que ya había visto una vez anteriormente, las vacías de la parte de atrás. Observó la primera página en blanco durante un minuto, sin saber bien cómo empezar... entonces, giró algunas páginas llenas de tinta en busca de inspiración. Aunque la inspiración significara un último pecado.
En aquella fantasía, ella estaba tumbada en una playa y un hombre salía del océano para hacerle el amor mientras la marea subía a su alrededor. Cada detalle sexual llenaba sus sentidos y, como siempre, leer sus palabras lo excitaba enormemente. También lo ayudó a pensar cómo capturar su propia fantasía en el papel.
Finalmente, volvió a girar a la página en blanco y comenzó a escribir, mientras el estómago se le agitaba con cada palabra.
Entro en su casa y nos miramos mientras le aparto la bata de los hombros. Ella se deshace el lazo a la altura de su cintura y lo deja caer al suelo. Debajo, lleva un camisón de satén verde que termina en sus muslos y se le adhiere a los pechos, unos pechos que quiero besar instantáneamente.
Alargo la mano hasta los finos tirantes de sus hombros, bajándolos. El camisón se desliza hasta su cintura y, después, cae hasta sus pies, dejándola desnuda, con un cuerpo incluso más increíble de lo que imaginaba. Le levanto los pechos en mis manos y, después, los beso, suavemente, al principio y, después, los succiono mientras ella gime y comienza a frotarme la erección a través de los pantalones.
Entonces, nos tumbamos en una cama, ambos desnudos, y ella se coloca sobre mí, provocándome con las manos, los pezones, los dientes. La deseo más de lo que haya deseado jamás a ninguna mujer. Lo supe desde el primer momento en que nuestros ojos se encontraron.
Sus labios son como seda, bajando y deslizándose sobre mi, y no puedo pensar con claridad, apenas puedo respirar. Ella me mira mientras...
—¿Joe? ¿Qué estás...?
La sangre en las venas de Joe se heló.
Alzó la cabeza a tiempo de ver cómo el horror llenaba los ojos de ________ cuando vio lo que él tenía en la mano.
—¿Qué te pareció la novia de Joe? —le preguntó Elaine a Davy mientras conducían hasta Albertson's. Estaría más lleno un sábado por la tarde, había dicho antes, pero tenía que comprar unas cuantas cosas, ya que no había podido entrar con él el otro día. Al llegar a la última parte, le había guiñado el ojo.
—Bonita —dijo él. ________ era más bonita que cualquier mujer que hubiera visto antes, por no decir hablado. Le recordaba a una muñeca perfecta a tamaño natural—. Y simpática. —Tan simpática que se había sentido cómodo con ella inmediatamente, lo suficientemente como para enseñarle sus peces sin que nadie lo sugiriera. No lo había mirado como si fuera diferente y aquello había hecho que le gustara inmediatamente.
—A mí también me lo pareció —dijo Elaine.
Mientras conducían, él pensó en cómo notaba que la tormenta que había dentro de Joe se debilitaba. No era algo que cualquiera pudiera ver (probablemente ni siquiera Elaine pudiera), pero él conocía a Joe de formas que nadie más lo hacía, así que, para él, era fácil. Se había pasado la mayor parte de su vida observando los movimientos seguros de su hermano, su actitud de hacerse cargo de todo y los ojos oscuros que se suavizaban sólo para él. Pero algo en aquellos ojos había cambiado últimamente. Se habían vuelto un poco más dulces de alguna forma que él sabía por naturaleza que no tenía nada que ver con él. Y no era algo temporal, momentáneo. Era como si le hubieran hecho algún tipo de cirugía plástica a Joe, pero por dentro. Quizás en el corazón. Pensó que quizás fuera por _________, especialmente porque ahora entendía mejor que nunca cómo te podía afectar una chica.
Todavía estaba pensando en Joe mientras empujaba un carrito dentro de Alberton's, con Elaine al lado, y lo siguiente que ocurrió fue que vio a Daisy. Ella alzó la vista, sus ojos se encontraron y él sonrió. No había pretendido hacerlo, no lo había planeado, simplemente lo hizo.
Y ella le devolvió la sonrisa.
Fue como si le hubieran ensartado luces de Navidad por todo el cuerpo y alguien las acabara de encender, como si el cielo se hubiera abierto ante él y fuera un jardín con una chica llamada Daisy sentada en el centro.
Elaine lo tomó de la muñeca cuando ya habían pasado.
—¿Lo has visto?
Él no tenía ni idea de qué hablaba ella, todavía estaba ocupado sonriendo y esperando que el corazón no se le derritiera en el pecho.
—¿Eh?
—¿Has visto tu marco? Está colgado en la pared, detrás del mostrador de la floristería.
—¿En serio?
Ella asintió, entusiasmada. Entonces, lo agarró con más firmeza. Dejaron de andar y Elaine lo miró con los ojos muy abiertos.
—Deberías volver. Deberías hablar con ella. Ahora.
—¿Eh? —volvió a decir él. La mera sugerencia hacía que aquellas luces de Navidad provocaran un cortocircuito dentro de él. Después de todo, había obtenido aquello con lo que soñaba: se había ganado la sonrisa de Daisy María Ramírez. No quería arriesgarse a echar a perder un momento tan perfecto con algo tan poco importante (o, en su caso, tan arriesgado) como las palabras.
Sin embargo, la mirada de Elaine era prácticamente de loca.
—Oye, sé que da miedo, pero si lo haces ahora, sin pensarlo, si simplemente vas hasta ella y le dices «hola», irá bien. Te lo prometo.
La última parte fue lo que lo convenció. Igual que Joe, Elaine nunca le mentía.
—¿De verdad? ¿Lo prometes?
Ella asintió solemne y lentamente y una garantía tan firme de su hermana, por alguna razón, hizo que fuera valiente, hizo que se lo creyera. Ella tenía razón. Podía hacerlo.
Así que, sin otra palabra, respiró hondo, nervioso, y caminó de nuevo hasta la sección de floristería, sin aflojar nunca el paso, sin permitirse planificar nada ni pensar más allá de los fuertes latidos de su corazón. Un momento más tarde, estaba ante Daisy María Ramírez; ella lo miraba, expectante, y él deseó no haber nacido nunca. Pero, entonces, recordó la sonrisa que le había dedicado hacía sólo un minuto y dejó que le devolviera algo de su coraje recién encontrado.
—Hola —dijo él.
—Hola. —Su voz era tan dulce y bonita como su delicada cara. Y tampoco lo miraba de forma extraña; al menos aún no.
Él señaló detrás de ella, al marco de margaritas.
—Lo hice para ti.
Ella le echó un vistazo y se volvió a girar hacia él, con los ojos brillando como si hubiera tejido las margaritas de seda él mismo.
—¿Hiciste tú el Jardín de Daisy?
El pecho de Davy le chisporroteó por la forma en que ella lo miraba. Se sentía como si pudiera estallar en pedazos en cualquier momento, así que se centró en seguir estando tranquilo, en contenerse. Entonces, asintió.
Ella se mordió el labio, pensativa, mientras abría más los ojos, que se le pusieron más redondos.
—Es precioso.
«Tú eres preciosa».
—Me... alegro de que te guste.
Justo entonces, la mirada de Daisy cruzó el amplio pasillo principal hasta la cara severa de una mujer mayor que la observaba. Bajó la voz.
—La verdad es que ahora no puedo hablar. Tengo que trabajar.
Por vez primera, Davy advirtió la variedad de flores extendida en la mesa ante ella. Y ni siquiera tuvo que repasar las frases que había practicado en su cabeza para proponer:
—¿Puedo mirar? Me gusta verte juntar flores.
Ella le dedicó otra sonrisa que le llegó al estómago.
—Sí, puedes mirar.
Y, mientras ella convertía las flores en arte ante los ojos apasionados de Davy, le dolía el corazón, pero de una forma realmente buena, porque ella todavía no lo había mirado como si fuera raro ni un cachorro, y él sabía que siempre había tenido razón. Supo que a ella no le importaba que fuera diferente.
~~~~
El domingo por la mañana, Joe se despertó y se encontró a ________ de pie junto a la cama, duchada y vestida, demasiado temprano.
—Tengo que ir a la oficina.
Mientras se sacudía el sueño, se levantó sobre un codo.
—¿Qué pasa?
—Acabo de saber que los cheques de los subcontratistas no se enviaron por correo el viernes, después de que me fuera. La impresora se estropeó y no la arreglaron hasta ayer. Andrea, la mujer que normalmente los envía, no puede ir.
—¿No puede esperar hasta mañana?
Ella negó con la cabeza, con los mechones rubios brillándole en los hombros.
—Quiero meterlos en el buzón que hay fuera de la oficina hoy. Así puede que a todos sólo les llegue un día tarde en vez de dos. Sé que la mayoría de la gente necesita de verdad el cheque.
Era cierto, él no podía pagar a sus chicos hasta que tuviera el cheque de Ash.
—¿Quieres que vaya contigo? Si es sólo ensobrar, puedo ayudar.
Ella sonrió dulcemente.
—Gracias, Joe, pero Sadie también viene. Las dos conocemos la rutina así que, juntas, deberíamos poder quitárnoslo de en medio en una hora o dos. Sigue durmiendo y habré vuelto antes de que te enteres.
Sin embargo, cuando hubo desaparecido por la puerta, Joe no podía dormir. Se duchó y se vistió, contento de haber empezado a guardar algo de ropa en su casa, y buscó algo en la cocina para hacerse el desayuno, que se comió al lado de la piscina.
Había estado pensando, y no sólo en su familia. Aparte de Davy y, quizás, de su madre, nunca había conocido a nadie que entregara su amor tan abiertamente, de una forma tan confiada, como ________ se lo había dado. No había más que verlo, sentado allí, comiéndose su comida junto a su piscina, como si viviera allí. Ella lo había convertido en una parte constante de su vida sin cuestionarse siquiera cuánto tiempo estaría allí, qué le daría a cambio, si la amaba. Lo único que le había pedido era que se quedara a pasar la noche después de acostarse juntos.
Y la verdad era que, si, había acabado tomando mucho de aquella mujer. No sólo sexo, sino su compasión, su paciencia, su confianza en él... una confianza que... demonios, ni siquiera sabía de dónde provenía, sólo sabía que ella le daba tanto y él le daba tan poco... Porque también había tomado algo más de ella, algo que nunca podría devolverle. Había tomado aquellos pensamientos íntimos de su diario. Una y otra vez, había tomado sus secretos, sus fantasías. Las había usado para atraerla y, más tarde, las había usado sólo para hacer que pensara que él era especial, que ellos eran especiales juntos.
Y, si Joe había aprendido algo de ________, era que los secretos no eran buenos. Incluso después de lo que se había enterado de su padre el viernes por la noche, seguía alegrándose de haberle hecho frente de una vez por todas, sólo para decir: «Sé lo que hiciste, papá. Me acuerdo. Ocurrió».
Y, de igual forma que la rabia hacia su padre lo había estado consumiendo por dentro, tomar de ________ también lo estaba consumiendo. Incluso mientras le hacía el amor el día anterior en la piscina, se había sentido como si le estuviera quitando, como si estuviera fingiendo, como si ella pensara que él era algo que no era realidad. Temía que siempre iba a sentirse como si le estuvieran arrebatando algo hasta que le dijera la verdad.
Tras respirar hondo, agarró los platos de su desayuno y los llevó dentro y, después, se dirigió lentamente hacia las escaleras. Cuando llegó a lo alto, entró en el oscuro y silencioso espacio en el que ella trabajaba, cuyo ambiente le apestaba ya a sexo, fantasía y a la emoción prohibida de conocer sus pensamientos. Había ido hasta allí con un plan.
No sabía si era lo más inteligente que podía hacer, pero era la única forma que se le ocurría de hacerle saber la verdad. Después de todo, ya había pensado antes en decírselo, pero no pudo encontrar las palabras, no podía sacarlas. Así que decidió que tal vez pudiera decírselo con su propia fantasía. Si añadía su fantasía a su diario, una fantasía del día que se conocieron, ella la encontraría. Y quizás la ayudara, de alguna manera, a entender el encanto que el diario tenía para él y, al mismo tiempo, le mostraría que no tenía que avergonzarse ni... ser demasiado inclemente.
Sabía que estaba tentando mucho la suerte, pero, después de la forma en que lo había abrazado la otra noche, después del profundo amor que había vertido en él cuando más lo necesitaba... cada caricia, cada roce lo había alejado más del límite, había evitado que se viniera abajo. Simplemente sentía que no tenía elección, tenía que decir la verdad ya, y aquélla era la forma.
Cuando acabó de escribir, iba a marcar la página con la rosa prensada y a dejarlo en el escritorio, donde ella lo viera, donde ella supiera que alguien lo había colocado. Entonces, descubriría su fantasía y se daría cuenta de que no pasaba nada, de que ambos tenían fantasías y de que no quería que el hecho de que él conociera las suyas se siguiera interponiendo entre ellos.
Tras tomar un bolígrafo azul de su escritorio, avanzó hasta el estante y extrajo el libro rojo. Después de poner a un lado cuidadosamente la rosa en papel de cera, se sentó en la misma silla de siempre y abrió el diario por páginas que ya había visto una vez anteriormente, las vacías de la parte de atrás. Observó la primera página en blanco durante un minuto, sin saber bien cómo empezar... entonces, giró algunas páginas llenas de tinta en busca de inspiración. Aunque la inspiración significara un último pecado.
En aquella fantasía, ella estaba tumbada en una playa y un hombre salía del océano para hacerle el amor mientras la marea subía a su alrededor. Cada detalle sexual llenaba sus sentidos y, como siempre, leer sus palabras lo excitaba enormemente. También lo ayudó a pensar cómo capturar su propia fantasía en el papel.
Finalmente, volvió a girar a la página en blanco y comenzó a escribir, mientras el estómago se le agitaba con cada palabra.
Entro en su casa y nos miramos mientras le aparto la bata de los hombros. Ella se deshace el lazo a la altura de su cintura y lo deja caer al suelo. Debajo, lleva un camisón de satén verde que termina en sus muslos y se le adhiere a los pechos, unos pechos que quiero besar instantáneamente.
Alargo la mano hasta los finos tirantes de sus hombros, bajándolos. El camisón se desliza hasta su cintura y, después, cae hasta sus pies, dejándola desnuda, con un cuerpo incluso más increíble de lo que imaginaba. Le levanto los pechos en mis manos y, después, los beso, suavemente, al principio y, después, los succiono mientras ella gime y comienza a frotarme la erección a través de los pantalones.
Entonces, nos tumbamos en una cama, ambos desnudos, y ella se coloca sobre mí, provocándome con las manos, los pezones, los dientes. La deseo más de lo que haya deseado jamás a ninguna mujer. Lo supe desde el primer momento en que nuestros ojos se encontraron.
Sus labios son como seda, bajando y deslizándose sobre mi, y no puedo pensar con claridad, apenas puedo respirar. Ella me mira mientras...
—¿Joe? ¿Qué estás...?
La sangre en las venas de Joe se heló.
Alzó la cabeza a tiempo de ver cómo el horror llenaba los ojos de ________ cuando vio lo que él tenía en la mano.
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capítulo 46
Había momentos en la vida que avanzaban a cámara dolorosamente lenta. Normalmente, cuando sufrías una conmoción; a veces, cuando soportabas una herida que te hacía agonizar. Para ________, aquello fue ambas cosas, y todo a su alrededor parecía borroso, cada segundo se alargaba de una forma imposible ante ella.
Joe tenía el aspecto de lo que era (un hombre al que habían pillado haciendo algo horrible) mientras cerraba de golpe el diario.
—No... no oí la puerta del garaje.
«¿No oyó la puerta del garaje? ¿Ésa era su excusa?». Pero otro torrente de conmoción la invadió cuando se dio cuenta del horror aún más profundo: ya lo había hecho antes, había leído su diario antes y contaba con el sonido de la puerta del garaje para avisarlo de que ella estaba en casa.
Ella no pudo hacer otra cosa que mirarlo boquiabierta, con los labios temblando y todo en ella debilitándose. No se molestó en explicar que había aparcado fuera, simplemente pensando en entrar corriendo y ver si quería salir a comer fuera; su estado de ánimo alegre y despreocupado pertenecía a un pasado lejano.
Él se puso en pie.
—________, yo... —Ella retrocedió un paso, no quería estar cerca de él. Ni siquiera sabía ya quién era él.
—Oh, Dios. —Oyó las palabras susurradas que salieron de su boca cuando la conmoción dio paso a la lógica, y las piezas empezaron a encajar de una forma espantosa. La rosa, lavarle el pelo, la forma en que le había separado los muslos en la piscina, todo...
Ella había pensado que era magia, había pensado que era una conexión de almas, pero sólo había sido aquello, un hombre que le mentía, todo ese tiempo, que invadía sus pensamientos, robaba su mundo privado.
Entonces ahogó un grito. «Una vez lo hice a caballo». ¡Y ella se lo había creído! Aquello se remontaba atrás en el tiempo, antes incluso de que se hubieran tocado.
—________, nena... —Él volvió a avanzar, alzando una mano, intentando acariciarle la mejilla, pero ella se giró. Salió de la estancia, tambaleante, deambulando sin rumbo fijo, caminando rápida o lentamente (no lo sabía) y, finalmente, se encontró en su dormitorio. «No me sigas, no me sigas», pensó, pero lo sintió detrás de cerca, lo suficientemente cerca como para tocarlo o abofetearlo, pero sólo quería huir de él.
Se lanzó en la cama, boca abajo, agarrando una almohada, y deseó que las lágrimas no llegaran, pero lo hicieron. Cerró los ojos e intentó fingir que él no estaba a su lado, diciéndole que lo sentía, pidiéndole perdón, intentando explicar... sólo quería que se marchara, quería estar sola, quería llorar y guardar luto.
—Vete —dijo, entre lágrimas.
—Princesa... —Aquel apelativo cariñoso la hería en aquel momento—. Por favor, nena, escúchame.
Después de un largo y lloroso momento intentando no oír su voz, finalmente sacó la conclusión de que no se iba a ir, así que se giró en la cama para mirarlo. Él estaba allí, de pie... su dios del océano; mucho más que eso en aquel momento, y mucho menos.
Joe la miró a los ojos, reconoció el odio y la traición y supo que estaba condenado. Era la forma en que él miraba a su padre. Nada que él pudiera decir sería suficiente para que ella lo perdonara, quizás porque no debía ser perdonado.
Pero en aquel momento le estaba dando una oportunidad, así que tenía que intentarlo, tenía que ser totalmente sincero, tenía que encontrar una forma de convertir sus sentimientos en palabras. Aun así, el corazón le latía como un tambor en el pecho, porque sabía que la verdad era devastadora y horrible.
—Cariño, cuando vine, quería... ver tu vida, cómo era lo que pensaba que yo debía haber tenido. Pero todo eso cambió cuando llegué a conocerte. Ya no pude sentirme así y todas esas cosas antiguas se alejaron.
«Cuando encontré tu diario, sabía que estaba mal leerlo». —En un impulso, alargó la mano para acariciarle el cabello, porque el dolor en sus ojos lo estaba desgarrando—. Pero la verdad era que no podía parar de leerlo, porque me encantaba conocer esa cara de ti, me encantaba poder hacer realidad tus fantasías, me encantaba ver lo sexy que eras y lo bien que estábamos juntos.
Rezó para que ella estuviera entendiendo sus palabras, que tuvieran sentido, incluso aunque supiera que era imposible. Ella lo miró con furia y le apartó la mano.
—Así que tenías envidia. Querías herirme. —Le temblaba la voz.
«No, nunca quise herirte». Aquélla era la respuesta que ella necesitaba oír, la que tenía sentido dar. «Pero di la verdad, maldita sea». Según él lo veía, la verdad era lo único a lo que podía aferrarse, aunque fuera débil.
—No me proponía herirte... hasta que me hiciste sentir como un criado, alguien por debajo de ti —dijo en voz baja, lleno de vergüenza—. Incluso entonces no tenía planificado herirte, y no pude seguir haciéndolo porque empezaste a importarme. ¿No lo he demostrado?
Ella parecía incrédula.
—¿Demostrado? ¿Leyendo mis secretos?
—Estando aquí, para ti. Ayudándote a descubrir lo que Phil estaba haciendo, yendo a ver a tu padre contigo, abrazándote después. —Su voz se volvió dulce—. Haciéndote el amor.
Aquello casi convenció a ________. Joe no era un hombre que usara palabras como «hacer el amor». Pero la herida era tan reciente y estaba tan abierta... y pensar en cuánto tiempo había estado pasando aquello y en que cada vez que se habían acostado, Joe había dejado que creyera en algo tan poderoso y tan falso, en última instancia. Y pensar en lo estúpida que había pensado él que era, y qué tonta. Y pensar en cuánto placer había obtenido viéndola sucumbir ante él, y todo porque sabía exactamente lo que ella quería; porque ella se lo había dicho con papel y tinta.
—Lo que has demostrado, Joe, es que todo lo que pensaba que teníamos era mentira. Una mentira tras otra.
Entonces, justo cuando pensaba que el corazón no le podía doler más, notó otra punzada. ¿No le había dado él la respuesta, la explicación? «Quería ver tu vida, lo que pensaba que yo debía tener». Se sentó en la cama, mirándolo a los ojos, unos ojos que escondían tan bien las cosas, que enmascaraban tan bien la verdad. Habló lentamente.
—Viniste para llevarte lo que pensabas que era tuyo, ¿no? Viniste para robar Ash Builders. ¿Creías que te casarías conmigo y lo harías todo tuyo, Joe? ¿Era eso? ¿Ése era el gran plan?
Joe abrió la boca y levantó las cejas con incredulidad.
—________, no. Nunca pensé en... —Se quedó sin palabras, mientras negaba con la cabeza.
La verdad era que nunca lo había visto con un aspecto tan asombrado, pero Joe Jonas había demostrado ser buen actor y ella no se lo iba a tragar.
—Deja de mentir, Joe.
—Cariño, cuando estamos juntos en la cama, cuando estoy dentro de ti... cielos, sabes que eso no es mentira. Lo sabes.
—Ya no sé nada. —Sacudió la cabeza con vehemencia—. Excepto que nunca me habían humillado tanto. Ni me habían mentido tanto. Ni me habían utilizado tanto. —Maldita sea, las lágrimas se cernían de nuevo tras sus ojos mientras la brutal verdad la volvía a golpear. Cada vez que se habían acostado no había significado nada... igual que la primera vez. Incluso aquella vez, antes de ese mismo día, había parecido especial por aquella maldita rosa de color rosa pálido. Pero, en aquel momento, cada vez que se habían acariciado, que se habían movido juntos, que se habían mirado a los ojos, no significaba absolutamente nada.
—Vete de mi casa, Joe.
Él parecía exasperado.
—No estás escuchando nada de lo que te intento decir. Ni siquiera intentas entenderlo.
Ella sacudió la cabeza, sintiéndose totalmente decidida, totalmente en su derecho. No podía creerse que tuviera la cara de actuar como si ella le debiera algo, y mucho menos comprensión.
—Quiero que te vayas. Ahora. Y no quiero volver a verte nunca. ¿Entiendes tú eso?
—¿Así que esto es todo? ¿Así quieres dejar las cosas?
—Esto es todo.
Los ojos de Joe se entrecerraron sobre ella mientras retrocedía lentamente, mientras decía con voz triste:
—Sabía que nunca sería lo suficientemente bueno para ti.
—No tiene nada que ver con eso, y lo sabes.
Él negó con la cabeza.
—Yo tampoco lo pensaba, pero ahora no estoy seguro. Estaba ahí, escribiendo en tu diario, intentando confesarlo todo y decirte la verdad. Y supongo que, en el fondo, pensaba de verdad que me perdonarías, porque pensaba que te conocía. Pensaba que tu bondad sería suficiente como para subsanar mis errores. Pero eres igual de mala que yo ahora, mirando el pasado en vez del presente. Me juzgas por eso, por quién era cuando vine en vez de por quién soy hoy.
Joe se giró y salió y ella se volvió a lanzar en la cama. No podía encontrarle sentido a sus palabras, no podía sopesarlas con ningún tipo de lógica. Todo lo que conocía era una devastación que se tragaba cualquier otro sentimiento. ¿En serio había pensado que ella podría perdonarle? ¿Aquello? Por otra parte, suponía que había demostrado ser bastante tonta, así que, ¿por qué no iba a esperar él más de lo mismo?
~~~~
________ pasó el resto del domingo en una extraña bruma. Echó más de una siesta, comió comida chatarra y pasó un montón de tiempo sentada en el sofá, abrazando a Izzy que, para variar, la dejó. Sólo podía imaginar que la gata sentía, de alguna manera, su desesperación y sabía que más le valía no abandonarla en aquel momento.
El lunes, se despertó con la sensación inmediata de estar sola. Nadie estaba a su lado en la cama ni usaba su ducha mientras ella estaba tumbada oyendo el sonido del agua; nadie estaba pintándole la casa. El trabajo había terminado. Todo había terminado. La soledad, algo que antaño había querido, se le antojaba casi insoportable.
Había trabajo por hacer, así que lo hizo, aunque su corazón apenas estaba en sus tareas. No se molestó en quitarse el pijama. Al entrar en su oficina, quitó de en medio rápidamente todo lo que le recordara la reciente presencia de Joe allí. Después de agarrar el libro, encontró la rosa envuelta en papel de cera en el suelo y los metió en la papelera. Entonces, se sumergió en el negocio de la contabilidad hasta mediodía, cuando se sintió lo suficientemente al día como para tomarse libre el resto del día.
Porque, por mucho que lo intentara, su ruptura con Joe la afectaba, fuerte y pesadamente. Hacer como si no hubiera ocurrido, como si fuera cualquier otro día, era imposible. Llamó a Carolyn a la peluquería, quien prometió llevar una comida grasienta y algo de chocolate de postre.
Cuando llegó, frunció el ceño al encontrar a ________ todavía en pijama y la hizo subir, exigiendo que se pusiera unos shorts. _________ sólo suspiró y dijo:
—Me alegro de que estés aquí.
Se sentaron en el sofá con Izzy y comieron Big Macs con patatas fritas y, en lugar de contarle a Carolyn toda la fea verdad sobre Joe, lo que hubiera supuesto dar a conocer que tenía un diario sexual, _________ se limitó a contarle la historia de J & A Construction, concluyendo con:
—Resultó no ser la persona que yo pensaba. Sólo vino para fisgonear en mi vida, para usarme por lo que mi padre le hizo al suyo hace veinte años.
Carolyn sólo la miró boquiabierta.
—Qué estupido. Toma, cómete el resto de mis patatas.
________ las aceptó y se metió unas cuantas en la boca.
—Oye —dijo Carolyn, mostrando una sonrisa optimista—, Mike y otros chicos irán a Howard Park esta tarde. Voleibol, windsurf, hamburguesas a la parrilla... ¿Por qué no vamos? Te animará, te quitará de la cabeza al pintor.
________ sabía que Carolyn lo hacía con buena intención y Mike le caía mejor que la mayoría de los amigos de Carolyn, pero...
—No quiero más fiestas, gracias.
Carolyn parecía estupefacta.
—¿Significa esto que vas a hibernar el resto de tu vida sólo por un hombre?
—No, esto ni siquiera tiene nada que ver con Joe. Es sólo que... he comprendido que no me gustan mucho las fiestas; el ambiente no es para mí. Así que ya no me voy a obligar a ser ese tipo de persona.
—Ah.
Carolyn frunció el ceño, así que _________ añadió rápidamente:
—Pero tú ve. No tienes que quedarte aquí conmigo, en serio. Comer y hablar un rato me ha ayudado un montón.
Su amiga suspiró y la abrazó, algo poco propio de ella.
—No me voy a ningún lado, _________.
—¿No te echará de menos Mike, y no lo echarás tú de menos? —________ ladeó la cabeza.
—Probablemente. —Carolyn sonrió—. Sólo para que lo sepas, él y yo nos vemos... en exclusiva ahora. Me... me gusta mucho, y yo también le gusto a él. Creo que ve más allá de la parte de mí que el resto del mundo ve, por alguna razón, ¿sabes a qué me refiero?
________ le devolvió la sonrisa.
—Eso es maravilloso, Carolyn, de verdad. Me alegro mucho por ti.
—Pero —Carolyn ladeó la cabeza con una sonrisa reconfortante— tú me necesitas más que él ahora, así que hagamos cosas de chicas.
________ levantó las cejas, inquisitiva.
—Vamos a comprar revistas de chicas —dijo Carolyn—, y, después, nos tumbamos en la piscina y probamos las muestras de perfume que vienen dentro y hacemos los test de moda. Después, podemos pintarnos las uñas, rizarnos el pelo la una a la otra y alquilar pelis.
________ tuvo que reírse. Para su sorpresa, sonaba como un día perfectamente maravilloso, inmaduro y terapéutico.
Después de que Carolyn llamara a Mike, _________ dijo:
—¿Sabes?, antes de conocer a Joe, mi vida me parecía un poco vacía, como si siempre deseara cosas que no estaban a mi alcance y dejara que la vida me dominara, pensando que si, de alguna manera, siguiera la corriente al resto del mundo, encontraría lo que faltaba. Pero, después de enamorarme de él y saber cosas de su familia y de su vida, me di cuenta de lo afortunada que soy, de todo lo que doy por hecho. Conocerlo... hizo mi vida más plena.
—Porque estabas enamorada.
________ asintió mientras, por dentro, hacía una mueca.
—Fui tan tonta...
—No, fuiste tan afortunada —la corrigió Carolyn—. ¿Sabes?, tengo tanta envidia. Incluso ahora. Daría cualquier cosa por tener algo así, aunque fuera por un tiempo.
—Tal vez pronto lo tengas, con Mike.
Era tarde por la noche antes de que Carolyn se marchara finalmente y _________ no podía negar que estar con ella la había ayudado de verdad. Sus vidas habían ido en direcciones diferentes, pero su amistad, no.
Había momentos en la vida que avanzaban a cámara dolorosamente lenta. Normalmente, cuando sufrías una conmoción; a veces, cuando soportabas una herida que te hacía agonizar. Para ________, aquello fue ambas cosas, y todo a su alrededor parecía borroso, cada segundo se alargaba de una forma imposible ante ella.
Joe tenía el aspecto de lo que era (un hombre al que habían pillado haciendo algo horrible) mientras cerraba de golpe el diario.
—No... no oí la puerta del garaje.
«¿No oyó la puerta del garaje? ¿Ésa era su excusa?». Pero otro torrente de conmoción la invadió cuando se dio cuenta del horror aún más profundo: ya lo había hecho antes, había leído su diario antes y contaba con el sonido de la puerta del garaje para avisarlo de que ella estaba en casa.
Ella no pudo hacer otra cosa que mirarlo boquiabierta, con los labios temblando y todo en ella debilitándose. No se molestó en explicar que había aparcado fuera, simplemente pensando en entrar corriendo y ver si quería salir a comer fuera; su estado de ánimo alegre y despreocupado pertenecía a un pasado lejano.
Él se puso en pie.
—________, yo... —Ella retrocedió un paso, no quería estar cerca de él. Ni siquiera sabía ya quién era él.
—Oh, Dios. —Oyó las palabras susurradas que salieron de su boca cuando la conmoción dio paso a la lógica, y las piezas empezaron a encajar de una forma espantosa. La rosa, lavarle el pelo, la forma en que le había separado los muslos en la piscina, todo...
Ella había pensado que era magia, había pensado que era una conexión de almas, pero sólo había sido aquello, un hombre que le mentía, todo ese tiempo, que invadía sus pensamientos, robaba su mundo privado.
Entonces ahogó un grito. «Una vez lo hice a caballo». ¡Y ella se lo había creído! Aquello se remontaba atrás en el tiempo, antes incluso de que se hubieran tocado.
—________, nena... —Él volvió a avanzar, alzando una mano, intentando acariciarle la mejilla, pero ella se giró. Salió de la estancia, tambaleante, deambulando sin rumbo fijo, caminando rápida o lentamente (no lo sabía) y, finalmente, se encontró en su dormitorio. «No me sigas, no me sigas», pensó, pero lo sintió detrás de cerca, lo suficientemente cerca como para tocarlo o abofetearlo, pero sólo quería huir de él.
Se lanzó en la cama, boca abajo, agarrando una almohada, y deseó que las lágrimas no llegaran, pero lo hicieron. Cerró los ojos e intentó fingir que él no estaba a su lado, diciéndole que lo sentía, pidiéndole perdón, intentando explicar... sólo quería que se marchara, quería estar sola, quería llorar y guardar luto.
—Vete —dijo, entre lágrimas.
—Princesa... —Aquel apelativo cariñoso la hería en aquel momento—. Por favor, nena, escúchame.
Después de un largo y lloroso momento intentando no oír su voz, finalmente sacó la conclusión de que no se iba a ir, así que se giró en la cama para mirarlo. Él estaba allí, de pie... su dios del océano; mucho más que eso en aquel momento, y mucho menos.
Joe la miró a los ojos, reconoció el odio y la traición y supo que estaba condenado. Era la forma en que él miraba a su padre. Nada que él pudiera decir sería suficiente para que ella lo perdonara, quizás porque no debía ser perdonado.
Pero en aquel momento le estaba dando una oportunidad, así que tenía que intentarlo, tenía que ser totalmente sincero, tenía que encontrar una forma de convertir sus sentimientos en palabras. Aun así, el corazón le latía como un tambor en el pecho, porque sabía que la verdad era devastadora y horrible.
—Cariño, cuando vine, quería... ver tu vida, cómo era lo que pensaba que yo debía haber tenido. Pero todo eso cambió cuando llegué a conocerte. Ya no pude sentirme así y todas esas cosas antiguas se alejaron.
«Cuando encontré tu diario, sabía que estaba mal leerlo». —En un impulso, alargó la mano para acariciarle el cabello, porque el dolor en sus ojos lo estaba desgarrando—. Pero la verdad era que no podía parar de leerlo, porque me encantaba conocer esa cara de ti, me encantaba poder hacer realidad tus fantasías, me encantaba ver lo sexy que eras y lo bien que estábamos juntos.
Rezó para que ella estuviera entendiendo sus palabras, que tuvieran sentido, incluso aunque supiera que era imposible. Ella lo miró con furia y le apartó la mano.
—Así que tenías envidia. Querías herirme. —Le temblaba la voz.
«No, nunca quise herirte». Aquélla era la respuesta que ella necesitaba oír, la que tenía sentido dar. «Pero di la verdad, maldita sea». Según él lo veía, la verdad era lo único a lo que podía aferrarse, aunque fuera débil.
—No me proponía herirte... hasta que me hiciste sentir como un criado, alguien por debajo de ti —dijo en voz baja, lleno de vergüenza—. Incluso entonces no tenía planificado herirte, y no pude seguir haciéndolo porque empezaste a importarme. ¿No lo he demostrado?
Ella parecía incrédula.
—¿Demostrado? ¿Leyendo mis secretos?
—Estando aquí, para ti. Ayudándote a descubrir lo que Phil estaba haciendo, yendo a ver a tu padre contigo, abrazándote después. —Su voz se volvió dulce—. Haciéndote el amor.
Aquello casi convenció a ________. Joe no era un hombre que usara palabras como «hacer el amor». Pero la herida era tan reciente y estaba tan abierta... y pensar en cuánto tiempo había estado pasando aquello y en que cada vez que se habían acostado, Joe había dejado que creyera en algo tan poderoso y tan falso, en última instancia. Y pensar en lo estúpida que había pensado él que era, y qué tonta. Y pensar en cuánto placer había obtenido viéndola sucumbir ante él, y todo porque sabía exactamente lo que ella quería; porque ella se lo había dicho con papel y tinta.
—Lo que has demostrado, Joe, es que todo lo que pensaba que teníamos era mentira. Una mentira tras otra.
Entonces, justo cuando pensaba que el corazón no le podía doler más, notó otra punzada. ¿No le había dado él la respuesta, la explicación? «Quería ver tu vida, lo que pensaba que yo debía tener». Se sentó en la cama, mirándolo a los ojos, unos ojos que escondían tan bien las cosas, que enmascaraban tan bien la verdad. Habló lentamente.
—Viniste para llevarte lo que pensabas que era tuyo, ¿no? Viniste para robar Ash Builders. ¿Creías que te casarías conmigo y lo harías todo tuyo, Joe? ¿Era eso? ¿Ése era el gran plan?
Joe abrió la boca y levantó las cejas con incredulidad.
—________, no. Nunca pensé en... —Se quedó sin palabras, mientras negaba con la cabeza.
La verdad era que nunca lo había visto con un aspecto tan asombrado, pero Joe Jonas había demostrado ser buen actor y ella no se lo iba a tragar.
—Deja de mentir, Joe.
—Cariño, cuando estamos juntos en la cama, cuando estoy dentro de ti... cielos, sabes que eso no es mentira. Lo sabes.
—Ya no sé nada. —Sacudió la cabeza con vehemencia—. Excepto que nunca me habían humillado tanto. Ni me habían mentido tanto. Ni me habían utilizado tanto. —Maldita sea, las lágrimas se cernían de nuevo tras sus ojos mientras la brutal verdad la volvía a golpear. Cada vez que se habían acostado no había significado nada... igual que la primera vez. Incluso aquella vez, antes de ese mismo día, había parecido especial por aquella maldita rosa de color rosa pálido. Pero, en aquel momento, cada vez que se habían acariciado, que se habían movido juntos, que se habían mirado a los ojos, no significaba absolutamente nada.
—Vete de mi casa, Joe.
Él parecía exasperado.
—No estás escuchando nada de lo que te intento decir. Ni siquiera intentas entenderlo.
Ella sacudió la cabeza, sintiéndose totalmente decidida, totalmente en su derecho. No podía creerse que tuviera la cara de actuar como si ella le debiera algo, y mucho menos comprensión.
—Quiero que te vayas. Ahora. Y no quiero volver a verte nunca. ¿Entiendes tú eso?
—¿Así que esto es todo? ¿Así quieres dejar las cosas?
—Esto es todo.
Los ojos de Joe se entrecerraron sobre ella mientras retrocedía lentamente, mientras decía con voz triste:
—Sabía que nunca sería lo suficientemente bueno para ti.
—No tiene nada que ver con eso, y lo sabes.
Él negó con la cabeza.
—Yo tampoco lo pensaba, pero ahora no estoy seguro. Estaba ahí, escribiendo en tu diario, intentando confesarlo todo y decirte la verdad. Y supongo que, en el fondo, pensaba de verdad que me perdonarías, porque pensaba que te conocía. Pensaba que tu bondad sería suficiente como para subsanar mis errores. Pero eres igual de mala que yo ahora, mirando el pasado en vez del presente. Me juzgas por eso, por quién era cuando vine en vez de por quién soy hoy.
Joe se giró y salió y ella se volvió a lanzar en la cama. No podía encontrarle sentido a sus palabras, no podía sopesarlas con ningún tipo de lógica. Todo lo que conocía era una devastación que se tragaba cualquier otro sentimiento. ¿En serio había pensado que ella podría perdonarle? ¿Aquello? Por otra parte, suponía que había demostrado ser bastante tonta, así que, ¿por qué no iba a esperar él más de lo mismo?
~~~~
________ pasó el resto del domingo en una extraña bruma. Echó más de una siesta, comió comida chatarra y pasó un montón de tiempo sentada en el sofá, abrazando a Izzy que, para variar, la dejó. Sólo podía imaginar que la gata sentía, de alguna manera, su desesperación y sabía que más le valía no abandonarla en aquel momento.
El lunes, se despertó con la sensación inmediata de estar sola. Nadie estaba a su lado en la cama ni usaba su ducha mientras ella estaba tumbada oyendo el sonido del agua; nadie estaba pintándole la casa. El trabajo había terminado. Todo había terminado. La soledad, algo que antaño había querido, se le antojaba casi insoportable.
Había trabajo por hacer, así que lo hizo, aunque su corazón apenas estaba en sus tareas. No se molestó en quitarse el pijama. Al entrar en su oficina, quitó de en medio rápidamente todo lo que le recordara la reciente presencia de Joe allí. Después de agarrar el libro, encontró la rosa envuelta en papel de cera en el suelo y los metió en la papelera. Entonces, se sumergió en el negocio de la contabilidad hasta mediodía, cuando se sintió lo suficientemente al día como para tomarse libre el resto del día.
Porque, por mucho que lo intentara, su ruptura con Joe la afectaba, fuerte y pesadamente. Hacer como si no hubiera ocurrido, como si fuera cualquier otro día, era imposible. Llamó a Carolyn a la peluquería, quien prometió llevar una comida grasienta y algo de chocolate de postre.
Cuando llegó, frunció el ceño al encontrar a ________ todavía en pijama y la hizo subir, exigiendo que se pusiera unos shorts. _________ sólo suspiró y dijo:
—Me alegro de que estés aquí.
Se sentaron en el sofá con Izzy y comieron Big Macs con patatas fritas y, en lugar de contarle a Carolyn toda la fea verdad sobre Joe, lo que hubiera supuesto dar a conocer que tenía un diario sexual, _________ se limitó a contarle la historia de J & A Construction, concluyendo con:
—Resultó no ser la persona que yo pensaba. Sólo vino para fisgonear en mi vida, para usarme por lo que mi padre le hizo al suyo hace veinte años.
Carolyn sólo la miró boquiabierta.
—Qué estupido. Toma, cómete el resto de mis patatas.
________ las aceptó y se metió unas cuantas en la boca.
—Oye —dijo Carolyn, mostrando una sonrisa optimista—, Mike y otros chicos irán a Howard Park esta tarde. Voleibol, windsurf, hamburguesas a la parrilla... ¿Por qué no vamos? Te animará, te quitará de la cabeza al pintor.
________ sabía que Carolyn lo hacía con buena intención y Mike le caía mejor que la mayoría de los amigos de Carolyn, pero...
—No quiero más fiestas, gracias.
Carolyn parecía estupefacta.
—¿Significa esto que vas a hibernar el resto de tu vida sólo por un hombre?
—No, esto ni siquiera tiene nada que ver con Joe. Es sólo que... he comprendido que no me gustan mucho las fiestas; el ambiente no es para mí. Así que ya no me voy a obligar a ser ese tipo de persona.
—Ah.
Carolyn frunció el ceño, así que _________ añadió rápidamente:
—Pero tú ve. No tienes que quedarte aquí conmigo, en serio. Comer y hablar un rato me ha ayudado un montón.
Su amiga suspiró y la abrazó, algo poco propio de ella.
—No me voy a ningún lado, _________.
—¿No te echará de menos Mike, y no lo echarás tú de menos? —________ ladeó la cabeza.
—Probablemente. —Carolyn sonrió—. Sólo para que lo sepas, él y yo nos vemos... en exclusiva ahora. Me... me gusta mucho, y yo también le gusto a él. Creo que ve más allá de la parte de mí que el resto del mundo ve, por alguna razón, ¿sabes a qué me refiero?
________ le devolvió la sonrisa.
—Eso es maravilloso, Carolyn, de verdad. Me alegro mucho por ti.
—Pero —Carolyn ladeó la cabeza con una sonrisa reconfortante— tú me necesitas más que él ahora, así que hagamos cosas de chicas.
________ levantó las cejas, inquisitiva.
—Vamos a comprar revistas de chicas —dijo Carolyn—, y, después, nos tumbamos en la piscina y probamos las muestras de perfume que vienen dentro y hacemos los test de moda. Después, podemos pintarnos las uñas, rizarnos el pelo la una a la otra y alquilar pelis.
________ tuvo que reírse. Para su sorpresa, sonaba como un día perfectamente maravilloso, inmaduro y terapéutico.
Después de que Carolyn llamara a Mike, _________ dijo:
—¿Sabes?, antes de conocer a Joe, mi vida me parecía un poco vacía, como si siempre deseara cosas que no estaban a mi alcance y dejara que la vida me dominara, pensando que si, de alguna manera, siguiera la corriente al resto del mundo, encontraría lo que faltaba. Pero, después de enamorarme de él y saber cosas de su familia y de su vida, me di cuenta de lo afortunada que soy, de todo lo que doy por hecho. Conocerlo... hizo mi vida más plena.
—Porque estabas enamorada.
________ asintió mientras, por dentro, hacía una mueca.
—Fui tan tonta...
—No, fuiste tan afortunada —la corrigió Carolyn—. ¿Sabes?, tengo tanta envidia. Incluso ahora. Daría cualquier cosa por tener algo así, aunque fuera por un tiempo.
—Tal vez pronto lo tengas, con Mike.
Era tarde por la noche antes de que Carolyn se marchara finalmente y _________ no podía negar que estar con ella la había ayudado de verdad. Sus vidas habían ido en direcciones diferentes, pero su amistad, no.
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capitulo 47
Después de despedirse, cerrar la puerta y agacharse para acariciar a Isadora, ________ miró escaleras arriba, hacia la puerta de su oficina. No había querido mirar después de que Joe se marchara, ni anoche, ni aquella mañana (había estado demasiado paralizada, rabiosa, y todo lo demás), pero recordó lo que él le había dicho antes de irse. Había escrito algo en su diario.
Cuando había empezado a aceptar, poco a poco, lo que había ocurrido, había aumentado su curiosidad por lo que podría decir, qué mensaje le habría dejado.
Así que, tras respirar hondo, subió las escaleras.
Después de tomar el libro rojo de la papelera, se sentó, se preparó, lo abrió por la parte de atrás, donde una letra desconocida llenaba la página, y comenzó a leer.
Hombros... pechos... boca... su propia fantasía.
Lo leyó una y otra vez, intentando entender por qué lo había escrito ahí. Por una parte, parecía la mayor invasión de todas, imponer su fantasía donde sólo debían estar las suyas. Desde luego, por más razones de las que podía decir, nunca podría escribir otra palabra en aquel libro. Sin embargo, claramente, escribir en su diario sexual había sido su admisión de culpa, como decir «he estado aquí, dentro de tus secretos».
Intentar explicárselo llevó nuevas lágrimas a sus ojos, recordar lo feliz que había sido con él, lo llena de confianza que había estado, pensar que mirarle a los ojos y hacerle el amor había sido mágico, con o sin rosas de color rosa pálido ni dioses del océano. El no era perfecto, ni mucho menos, pero ella había visto más allá, al hombre que había escondido dentro. No obstante, él había traicionado su confianza de una forma muy profunda y estar enamorada de él en aquel momento sólo dolía. Nunca le había pedido mucho; nunca le había pedido que la amara. Pensaba que no le podría hacer daño si no pedía nada, si no esperaba mucho. Pero se había equivocado totalmente.
Leyó la entrada una vez más y se sintió como una burra por haber tardado tanto en entender que provenía de la mañana que se conocieron, cuando había ido a su puerta por vez primera. Él recordaba lo que ella llevaba puesto, hasta el detalle del camisón verde que no había visto totalmente. Suspiró, recordando cómo se había sentido ella aquella mañana, después de ver a su pintor; había renovado en silencio su promesa de no relacionarse con ningún otro chico sexy que sólo quisiera una cosa.
Tal vez al final Joe hubiera querido más, pero debería haberse escuchado. Los acontecimientos recientes le habían demostrado que era mucho más capaz, mucho más independiente de lo que se había dado cuenta, pero perder a Joe como lo había hecho la dejó preguntándose si se recuperaría de ese tipo de desolación.
Joe se había pasado la noche del lunes trabajando en facturas, lo que le dejó la noche del martes libre para ir a la ferretería, comprar pintura en aerosol y pasarse por casa de Elaine.
Se decía que, si se mantenía ocupado, no pensaría tanto en ________, no se sentiría tan vacío cada vez que recordara que ya no estaba en su vida. No podía pasarse por su casa cada vez que le apeteciera, no podía hablarle del día que él había tenido, ni del de ella, no podía darle un beso para saludarla, ni para despedirse, ni para darle las buenas noches. «Ya basta» se ordenó, mientras agitaba el bote de pintura blanca, sentado en el patio trasero de Elaine, junto a una silla tumbada de lado en una cama de papel de periódico.
El problema, pensó mientras empezaba a pulverizar, radicaba en hacer lo que se pasaba la mayor parte de su tiempo haciendo: pintar. Demasiado tiempo para pensar, demasiado tiempo, maldición. La noche anterior no había estado tan mal, sentado en O'Hanlon's, anotando números, sumándolos, repasando su trabajo; requería concentración y dejaba menos opción a que su mente vagara.
No era que no hubiera pensado en ella; lo había hecho. Había pensado en que las facturas que tenía en la mano pronto pasarían a las suyas, y se preguntó en cómo la haría sentir ver su nombre y su letra. ¿Melancólica y llena de anhelo, o sólo traicionada? Había sido aún más extraño preparar una factura para el trabajo que había hecho en su casa, escribir su nombre y dirección, introducirla en un sobre con ventanilla y saber que las últimas semanas se reducían tan sólo a una factura en el correo. Casi había pensado en no cobrarle, en un esfuerzo loco para compensar lo que había hecho, pero se lo pensó mejor por dos razones. Ella probablemente no agradeciera el gesto y lo más seguro sería que le pagara igualmente. Y las palabras que él había dicho al despedirse eran cier tas: ella también lo había decepcionado a él. No sabía si tenía derecho a sentirse así; probablemente no. Pero, a pesar de lo que seguía diciéndose, en el fondo había pensado que ella creía en él. Lo suficiente como para comprender, lo suficiente como para perdonar, lo suficiente como para seguir adelante. Le había dolido descubrir que estaba equivocado.
Aunque, a pesar de que intentaba endosarle parte de la culpa a la princesa, el estómago se le contraía al recordar cuánto la había herido, la horrible forma en que lo había mirado, como si fuera la personificación del diablo.
Mientras giraba la silla para conseguir un ángulo mejor, la puerta corredera se abrió tras él y alzó la vista. Mierda. Su padre. Cuando Joe se había presentado sin avisar, Elaine le había avisado de que su padre iría a comer pollo frito y que no había invitado a Joe porque sabía que iba a decir que no. Sintió tentaciones de marcharse, pero pensó: «Demonios, no me puedo pasar el resto de mi vida huyendo del viejo, evitándolo». De todas formas, nunca lo conseguía.
—Joey, ¿puedo hablar contigo un momento?
Joe suspiró, sin alzar la vista.
—Claro.
Por el rabillo del ojo, vio a su padre intentando ponerse en cuclillas a su lado, pero el esfuerzo resultó ser demasiado, así que se quedó de pie, bajando sólo la voz.
—Nunca debería haber dicho lo que te dije la otra noche.
«Deja de evitarlo». Joe dejó de pintar para mirar arriba, pero su cara no reflejaba ningún sentimiento.
—Me alegro de que lo hicieras. Me alegro de saber la verdad.
Su padre parecía nervioso, lo que era comprensible.
—He hecho un montón de cosas horribles en mi vida, pero lo que le hice a Davy... ésa fue la peor.
Joe puso los ojos en blanco.
—Menudo eufemismo.
El viejo cambió el peso de un zapato gastado al otro.
—¿Me odias, Joey?
Joe casi podía sentir lo rápido que le latía el corazón a su padre. ¿O era su propio corazón? Pensó en la palabra: odio. Parecía un sentimiento demasiado parecido al amor para que Joe quisiera confirmarlo, y demasiado alejado de la compasión para que fuera preciso.
—No —dijo finalmente, mientras volvía a centrarse en su trabajo.
Agitó el bote y observó cómo el metal que tenía delante se volvía blanco y brillante, y escuchó a su padre respirando con dificultad y poniéndose emotivo. Por último, su padre soltó un largo y profundo suspiro y dio palmaditas en el hombro de Joe. Habló con voz entrecortada.
—Cuidas muy bien de Elaine y Davy.
Joe sólo asintió ligeramente, mientras volvía a girarse hacia el trabajo de pintura y su padre se dirigió al interior de la casa.
~~~~
—Joe, ¿hay alguna posibilidad de que te quedes con Davy este viernes por la noche? —preguntó Elaine, mientras se limpiaba la boca con una servilleta. Todos estaban sentados a la mesa en silencio, así que la petición parecía inesperada.
Él dejó el muslo en el plato.
—Claro. ¿Por qué?
Un ligero velo rosa subió a las mejillas de Elaine.
—Tengo... una cita. —Él levantó las cejas y Elaine sacudió la cabeza con nerviosismo—. Nada importante, de verdad, sólo un hombre que trabaja en Albertson's. Es el carnicero. Se llama Paul.
Joe asintió, asombrado agradablemente.
—Eso está muy bien, Elaine.
—Paul tiene un tic en el ojo izquierdo cuando habla con Elaine —añadió Davy con una sonrisa—, pero siempre sonríe cuando le da la carne.
Al final de la mesa, hasta su padre empezó a hablar.
—Deberías salir más, Elaine.
—Bueno, la verdad es que se lo debo a Joe. —Le lanzó una tímida mirada de agradecimiento—. Podría haberle dicho que no, podría haber estado demasiado nerviosa, si no me hubieras hecho empezar a preguntarme... qué más hay ahí fuera.
—¿Así que no estás nerviosa? —preguntó Joe.
Elaine puso los ojos en blanco.
—Claro que estoy nerviosa.
—Ponte aquella falda —dijo él—. La que llevabas la semana pasada.
Elaine asintió y le dio las gracias en voz baja, y él pensó en lo agradable que era ver a su hermana emocionada por algo.
—Quizás ________ y tú podrian llevar a Davy al cine —sugirió Elaine.
El estómago se le volvió a contraer mientras se metía puré de patata en la boca. Se centró en el salero y la pimienta que había justo delante de él, dos conchas marinas de cristal que Davy había elegido en una tienda de Tarpon Springs.
—No. Hemos terminado.
Notó la reacción en toda la mesa, aunque nadie habló durante un momento.
—¿Por qué? —dijo finalmente Elaine.
Él deseó que no se lo hubiera preguntado, o deseó tener otra respuesta que no fuera la verdad. Pero no tenía fuerzas para inventarse nada.
—Cree que la utilizaba para vengarme de Henry Ash.
Su padre se estremeció.
—¿Henry Ash?
Joe levantó la mirada lentamente.
—Es la hija de Henry Ash, papá.
Su padre miró fijamente con los ojos cansados e inyectados en sangre.
—Y empecé a verla porque quería averiguar cómo era su vida. Y porque estaba resentido con ella después de lo que Henry te hizo y por cómo arruinó lo que quedaba de nuestras vidas cuando mamá murió.
Acababa de hacerlo, había puesto la verdad sobre la mesa, para variar. Notó la mirada feroz de Elaine, la confusión de su hermano, pero se centró en su padre, cuyo labio inferior había empezado a temblar, un precursor común del llanto.
—No lo hagas, papá —dijo Joe suavemente, mientras dejaba el tenedor en el plato.
Su padre no dijo nada, no hizo nada, se quedó sentado, quieto como una piedra, y Joe supo que estaba intentando ser fuerte, por una vez. Joe respetó el esfuerzo, quizás porque era lo único que su padre le había dado para respetarlo en muchísimo tiempo.
Así que tal vez debería haberse callado en aquel momento, pero, al estar allí sentado a la mesa con su familia, una familia que avanzaba a ciegas por la vida sin ni siquiera reconocer la verdad, se dio cuenta de que seguía teniendo cosas dentro (cosas grandes, duras y complejas), y no pensaba hacerlo más.
—Debería haberte dicho esto en el porche y no haber estropeado la cena, pero tengo que decirlo ahora y así podemos acabar. —Respiró hondo y miró a los ojos vidriosos de su padre—. Eres mi padre, no importa lo que hagas, seguirás siendo mi padre. Y cuando yo era pequeño, eras genial. Ahora aquellos días parecen de otro mundo, de otra vida... pero, aun así, no puedo dejar de quererte, viejo. —Joe hizo una pausa, consciente de que su voz se había vuelto temblorosa. «Acaba esto»—. Aun así, tienes que entender que nada de lo que hagas podrá compensar jamás lo que le pasó a Davy o lo que me dijiste el otro día.
Elaine susurró «¿qué?», pero Joe la ignoró.
—Me convertiste en un hombre duro, papá. Un hombre que busca lo malo de la vida en vez de lo bueno, y también lo malo de las personas. Un hombre que buscó lo malo en una mujer inocente, sin ningún motivo. Ya ni siquiera tiene sentido en mi cabeza, pero eso es lo que hice.
Se sintió más fuerte en cuanto hubo dicho todo lo que quería decir y estaba seguro de que su padre se vendría abajo en cualquier momento, pero, para sorpresa de Joe, no lo hizo.
En lugar de eso, su padre alzó los ojos hacia él.
—Sé que tengo la culpa de muchas cosas, Joey. Pero no seas como yo, no dejes que las cosas que has perdido te lleven a la ruina. Eres más fuerte que yo, siempre lo has sido. No dejes que la vida te dé golpes.
Joe oyó las palabras alto y claro, las asimiló, las absorbió. Pero no tenía respuesta, así que, finalmente, simplemente asintió, mordió su muslo de pollo nuevamente y farfulló:
—Siento haber fastidiado la cena.
—No pasa nada —dijo Elaine dulcemente.
No volvieron a hablar de ello, pero, después de cenar, lílaine sirvió pedazos de una tarta que había comprado en Alberton's y eso recordó a Joe que su hermana tenía una cita con el carnicero, y le hizo sentir algo de esperanza por el futuro de Elaine. Los cuatro se sentaron en la sala de estar y vieron una telecomedia, tras lo cual Joe y Davy jugaron a las cartas en la mesa de café mientras Elaine miraba, y su padre se quedó dormido en el viejo sillón reclinable que había al otro lado de la sala.
Joe no podía decir que le recordara a tiempos mejores, sino a tiempos familiares. A momentos después de que lo hubieran perdido todo, pero habían seguido adelante juntos, tomándose cada momento como venía, robando pedazos de alegría y satisfacción de donde podían, de un postre compartido, de un juego de cartas, de una tarde tranquila sin gritos ni dolor.
Aquella noche se marchó con algo de sentido de la aceptación. Porque su padre le había dicho algo que él ya sabía, pero oírlo lo hacía parecer más real. Era más fuerte que su padre. Aunque no se había comportado así con ________, usando mentiras y engaños para fraguar una relación con ella. Habría dado cualquier cosa por volver atrás y cambiarlo, para cambiar muchas cosas.
«Te amo». ¿Habría sido eso tan difícil de decir? ¿Habría cambiado algo si ella supiera que era eso lo que sentía? Mientras los faros cortaban la cálida noche de Florida en su camino a casa, supo que era verdad, especialmente en aquel momento, en que estaba sin ella.
Pero, demonios, quizás no habría importado. Habría pensado que era sólo una mentira más. Deseaba saber cómo mostrarle las cosas que no podía decir, pero estaba claro que también había fallado en eso.
Después de despedirse, cerrar la puerta y agacharse para acariciar a Isadora, ________ miró escaleras arriba, hacia la puerta de su oficina. No había querido mirar después de que Joe se marchara, ni anoche, ni aquella mañana (había estado demasiado paralizada, rabiosa, y todo lo demás), pero recordó lo que él le había dicho antes de irse. Había escrito algo en su diario.
Cuando había empezado a aceptar, poco a poco, lo que había ocurrido, había aumentado su curiosidad por lo que podría decir, qué mensaje le habría dejado.
Así que, tras respirar hondo, subió las escaleras.
Después de tomar el libro rojo de la papelera, se sentó, se preparó, lo abrió por la parte de atrás, donde una letra desconocida llenaba la página, y comenzó a leer.
Hombros... pechos... boca... su propia fantasía.
Lo leyó una y otra vez, intentando entender por qué lo había escrito ahí. Por una parte, parecía la mayor invasión de todas, imponer su fantasía donde sólo debían estar las suyas. Desde luego, por más razones de las que podía decir, nunca podría escribir otra palabra en aquel libro. Sin embargo, claramente, escribir en su diario sexual había sido su admisión de culpa, como decir «he estado aquí, dentro de tus secretos».
Intentar explicárselo llevó nuevas lágrimas a sus ojos, recordar lo feliz que había sido con él, lo llena de confianza que había estado, pensar que mirarle a los ojos y hacerle el amor había sido mágico, con o sin rosas de color rosa pálido ni dioses del océano. El no era perfecto, ni mucho menos, pero ella había visto más allá, al hombre que había escondido dentro. No obstante, él había traicionado su confianza de una forma muy profunda y estar enamorada de él en aquel momento sólo dolía. Nunca le había pedido mucho; nunca le había pedido que la amara. Pensaba que no le podría hacer daño si no pedía nada, si no esperaba mucho. Pero se había equivocado totalmente.
Leyó la entrada una vez más y se sintió como una burra por haber tardado tanto en entender que provenía de la mañana que se conocieron, cuando había ido a su puerta por vez primera. Él recordaba lo que ella llevaba puesto, hasta el detalle del camisón verde que no había visto totalmente. Suspiró, recordando cómo se había sentido ella aquella mañana, después de ver a su pintor; había renovado en silencio su promesa de no relacionarse con ningún otro chico sexy que sólo quisiera una cosa.
Tal vez al final Joe hubiera querido más, pero debería haberse escuchado. Los acontecimientos recientes le habían demostrado que era mucho más capaz, mucho más independiente de lo que se había dado cuenta, pero perder a Joe como lo había hecho la dejó preguntándose si se recuperaría de ese tipo de desolación.
Joe se había pasado la noche del lunes trabajando en facturas, lo que le dejó la noche del martes libre para ir a la ferretería, comprar pintura en aerosol y pasarse por casa de Elaine.
Se decía que, si se mantenía ocupado, no pensaría tanto en ________, no se sentiría tan vacío cada vez que recordara que ya no estaba en su vida. No podía pasarse por su casa cada vez que le apeteciera, no podía hablarle del día que él había tenido, ni del de ella, no podía darle un beso para saludarla, ni para despedirse, ni para darle las buenas noches. «Ya basta» se ordenó, mientras agitaba el bote de pintura blanca, sentado en el patio trasero de Elaine, junto a una silla tumbada de lado en una cama de papel de periódico.
El problema, pensó mientras empezaba a pulverizar, radicaba en hacer lo que se pasaba la mayor parte de su tiempo haciendo: pintar. Demasiado tiempo para pensar, demasiado tiempo, maldición. La noche anterior no había estado tan mal, sentado en O'Hanlon's, anotando números, sumándolos, repasando su trabajo; requería concentración y dejaba menos opción a que su mente vagara.
No era que no hubiera pensado en ella; lo había hecho. Había pensado en que las facturas que tenía en la mano pronto pasarían a las suyas, y se preguntó en cómo la haría sentir ver su nombre y su letra. ¿Melancólica y llena de anhelo, o sólo traicionada? Había sido aún más extraño preparar una factura para el trabajo que había hecho en su casa, escribir su nombre y dirección, introducirla en un sobre con ventanilla y saber que las últimas semanas se reducían tan sólo a una factura en el correo. Casi había pensado en no cobrarle, en un esfuerzo loco para compensar lo que había hecho, pero se lo pensó mejor por dos razones. Ella probablemente no agradeciera el gesto y lo más seguro sería que le pagara igualmente. Y las palabras que él había dicho al despedirse eran cier tas: ella también lo había decepcionado a él. No sabía si tenía derecho a sentirse así; probablemente no. Pero, a pesar de lo que seguía diciéndose, en el fondo había pensado que ella creía en él. Lo suficiente como para comprender, lo suficiente como para perdonar, lo suficiente como para seguir adelante. Le había dolido descubrir que estaba equivocado.
Aunque, a pesar de que intentaba endosarle parte de la culpa a la princesa, el estómago se le contraía al recordar cuánto la había herido, la horrible forma en que lo había mirado, como si fuera la personificación del diablo.
Mientras giraba la silla para conseguir un ángulo mejor, la puerta corredera se abrió tras él y alzó la vista. Mierda. Su padre. Cuando Joe se había presentado sin avisar, Elaine le había avisado de que su padre iría a comer pollo frito y que no había invitado a Joe porque sabía que iba a decir que no. Sintió tentaciones de marcharse, pero pensó: «Demonios, no me puedo pasar el resto de mi vida huyendo del viejo, evitándolo». De todas formas, nunca lo conseguía.
—Joey, ¿puedo hablar contigo un momento?
Joe suspiró, sin alzar la vista.
—Claro.
Por el rabillo del ojo, vio a su padre intentando ponerse en cuclillas a su lado, pero el esfuerzo resultó ser demasiado, así que se quedó de pie, bajando sólo la voz.
—Nunca debería haber dicho lo que te dije la otra noche.
«Deja de evitarlo». Joe dejó de pintar para mirar arriba, pero su cara no reflejaba ningún sentimiento.
—Me alegro de que lo hicieras. Me alegro de saber la verdad.
Su padre parecía nervioso, lo que era comprensible.
—He hecho un montón de cosas horribles en mi vida, pero lo que le hice a Davy... ésa fue la peor.
Joe puso los ojos en blanco.
—Menudo eufemismo.
El viejo cambió el peso de un zapato gastado al otro.
—¿Me odias, Joey?
Joe casi podía sentir lo rápido que le latía el corazón a su padre. ¿O era su propio corazón? Pensó en la palabra: odio. Parecía un sentimiento demasiado parecido al amor para que Joe quisiera confirmarlo, y demasiado alejado de la compasión para que fuera preciso.
—No —dijo finalmente, mientras volvía a centrarse en su trabajo.
Agitó el bote y observó cómo el metal que tenía delante se volvía blanco y brillante, y escuchó a su padre respirando con dificultad y poniéndose emotivo. Por último, su padre soltó un largo y profundo suspiro y dio palmaditas en el hombro de Joe. Habló con voz entrecortada.
—Cuidas muy bien de Elaine y Davy.
Joe sólo asintió ligeramente, mientras volvía a girarse hacia el trabajo de pintura y su padre se dirigió al interior de la casa.
~~~~
—Joe, ¿hay alguna posibilidad de que te quedes con Davy este viernes por la noche? —preguntó Elaine, mientras se limpiaba la boca con una servilleta. Todos estaban sentados a la mesa en silencio, así que la petición parecía inesperada.
Él dejó el muslo en el plato.
—Claro. ¿Por qué?
Un ligero velo rosa subió a las mejillas de Elaine.
—Tengo... una cita. —Él levantó las cejas y Elaine sacudió la cabeza con nerviosismo—. Nada importante, de verdad, sólo un hombre que trabaja en Albertson's. Es el carnicero. Se llama Paul.
Joe asintió, asombrado agradablemente.
—Eso está muy bien, Elaine.
—Paul tiene un tic en el ojo izquierdo cuando habla con Elaine —añadió Davy con una sonrisa—, pero siempre sonríe cuando le da la carne.
Al final de la mesa, hasta su padre empezó a hablar.
—Deberías salir más, Elaine.
—Bueno, la verdad es que se lo debo a Joe. —Le lanzó una tímida mirada de agradecimiento—. Podría haberle dicho que no, podría haber estado demasiado nerviosa, si no me hubieras hecho empezar a preguntarme... qué más hay ahí fuera.
—¿Así que no estás nerviosa? —preguntó Joe.
Elaine puso los ojos en blanco.
—Claro que estoy nerviosa.
—Ponte aquella falda —dijo él—. La que llevabas la semana pasada.
Elaine asintió y le dio las gracias en voz baja, y él pensó en lo agradable que era ver a su hermana emocionada por algo.
—Quizás ________ y tú podrian llevar a Davy al cine —sugirió Elaine.
El estómago se le volvió a contraer mientras se metía puré de patata en la boca. Se centró en el salero y la pimienta que había justo delante de él, dos conchas marinas de cristal que Davy había elegido en una tienda de Tarpon Springs.
—No. Hemos terminado.
Notó la reacción en toda la mesa, aunque nadie habló durante un momento.
—¿Por qué? —dijo finalmente Elaine.
Él deseó que no se lo hubiera preguntado, o deseó tener otra respuesta que no fuera la verdad. Pero no tenía fuerzas para inventarse nada.
—Cree que la utilizaba para vengarme de Henry Ash.
Su padre se estremeció.
—¿Henry Ash?
Joe levantó la mirada lentamente.
—Es la hija de Henry Ash, papá.
Su padre miró fijamente con los ojos cansados e inyectados en sangre.
—Y empecé a verla porque quería averiguar cómo era su vida. Y porque estaba resentido con ella después de lo que Henry te hizo y por cómo arruinó lo que quedaba de nuestras vidas cuando mamá murió.
Acababa de hacerlo, había puesto la verdad sobre la mesa, para variar. Notó la mirada feroz de Elaine, la confusión de su hermano, pero se centró en su padre, cuyo labio inferior había empezado a temblar, un precursor común del llanto.
—No lo hagas, papá —dijo Joe suavemente, mientras dejaba el tenedor en el plato.
Su padre no dijo nada, no hizo nada, se quedó sentado, quieto como una piedra, y Joe supo que estaba intentando ser fuerte, por una vez. Joe respetó el esfuerzo, quizás porque era lo único que su padre le había dado para respetarlo en muchísimo tiempo.
Así que tal vez debería haberse callado en aquel momento, pero, al estar allí sentado a la mesa con su familia, una familia que avanzaba a ciegas por la vida sin ni siquiera reconocer la verdad, se dio cuenta de que seguía teniendo cosas dentro (cosas grandes, duras y complejas), y no pensaba hacerlo más.
—Debería haberte dicho esto en el porche y no haber estropeado la cena, pero tengo que decirlo ahora y así podemos acabar. —Respiró hondo y miró a los ojos vidriosos de su padre—. Eres mi padre, no importa lo que hagas, seguirás siendo mi padre. Y cuando yo era pequeño, eras genial. Ahora aquellos días parecen de otro mundo, de otra vida... pero, aun así, no puedo dejar de quererte, viejo. —Joe hizo una pausa, consciente de que su voz se había vuelto temblorosa. «Acaba esto»—. Aun así, tienes que entender que nada de lo que hagas podrá compensar jamás lo que le pasó a Davy o lo que me dijiste el otro día.
Elaine susurró «¿qué?», pero Joe la ignoró.
—Me convertiste en un hombre duro, papá. Un hombre que busca lo malo de la vida en vez de lo bueno, y también lo malo de las personas. Un hombre que buscó lo malo en una mujer inocente, sin ningún motivo. Ya ni siquiera tiene sentido en mi cabeza, pero eso es lo que hice.
Se sintió más fuerte en cuanto hubo dicho todo lo que quería decir y estaba seguro de que su padre se vendría abajo en cualquier momento, pero, para sorpresa de Joe, no lo hizo.
En lugar de eso, su padre alzó los ojos hacia él.
—Sé que tengo la culpa de muchas cosas, Joey. Pero no seas como yo, no dejes que las cosas que has perdido te lleven a la ruina. Eres más fuerte que yo, siempre lo has sido. No dejes que la vida te dé golpes.
Joe oyó las palabras alto y claro, las asimiló, las absorbió. Pero no tenía respuesta, así que, finalmente, simplemente asintió, mordió su muslo de pollo nuevamente y farfulló:
—Siento haber fastidiado la cena.
—No pasa nada —dijo Elaine dulcemente.
No volvieron a hablar de ello, pero, después de cenar, lílaine sirvió pedazos de una tarta que había comprado en Alberton's y eso recordó a Joe que su hermana tenía una cita con el carnicero, y le hizo sentir algo de esperanza por el futuro de Elaine. Los cuatro se sentaron en la sala de estar y vieron una telecomedia, tras lo cual Joe y Davy jugaron a las cartas en la mesa de café mientras Elaine miraba, y su padre se quedó dormido en el viejo sillón reclinable que había al otro lado de la sala.
Joe no podía decir que le recordara a tiempos mejores, sino a tiempos familiares. A momentos después de que lo hubieran perdido todo, pero habían seguido adelante juntos, tomándose cada momento como venía, robando pedazos de alegría y satisfacción de donde podían, de un postre compartido, de un juego de cartas, de una tarde tranquila sin gritos ni dolor.
Aquella noche se marchó con algo de sentido de la aceptación. Porque su padre le había dicho algo que él ya sabía, pero oírlo lo hacía parecer más real. Era más fuerte que su padre. Aunque no se había comportado así con ________, usando mentiras y engaños para fraguar una relación con ella. Habría dado cualquier cosa por volver atrás y cambiarlo, para cambiar muchas cosas.
«Te amo». ¿Habría sido eso tan difícil de decir? ¿Habría cambiado algo si ella supiera que era eso lo que sentía? Mientras los faros cortaban la cálida noche de Florida en su camino a casa, supo que era verdad, especialmente en aquel momento, en que estaba sin ella.
Pero, demonios, quizás no habría importado. Habría pensado que era sólo una mentira más. Deseaba saber cómo mostrarle las cosas que no podía decir, pero estaba claro que también había fallado en eso.
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capitulo 48
El día siguiente era miércoles, tres semanas desde que Joe había aparecido por primera vez en el umbral de _________. Parecía que hiciera mucho más, pensó él mientras pintaba el dormitorio del piso de un edificio completamente nuevo de muchas plantas de Sand Key. Parecía imposible que hubiera entrado y salido de su vida en menos tiempo del que se tarda en girar la hoja del calendario.
Mientras Joe volvía a llenar su bandeja de pintura, pensó en su vida de los últimos días. Aparte de cenar con su familia la noche anterior, había pintado sin parar, día y noche. Cuando no había estado pintando las habitaciones de ese enorme edificio, o pintando el juego de mesa y sillas del patio de Elaine, había estado en casa, en el cuarto de invitados, mirando el océano y llenando los viejos lienzos de su armario. Poco después de las primeras dos pinturas, hasta había agarrado algunas pinturas acrílicas que había usado de niño, para no tener que preocuparse de que la pintura se resquebrajara. Lo que había empezado como un pasatiempo, calmándole el alma, tranquilizándole la conciencia, se había convertido, de alguna manera, en una misión. Azules, rosas y violetas explotaban en el lienzo en lo que parecía un trabajo de amor fuera de lugar.
Al final, tendría una colección de pinturas que no significaban nada para nadie excepto para él. Tal vez algún día esperaba que significaran algo para _________, si alguna vez reunía el valor para mostrárselas. Y, extrañamente, hasta eso se había convertido en una idea en concreto cuando era demasiado tarde. Pensó que era como conducir a lo loco por una carretera a ninguna parte, pero había seguido de todas formas, mojando los pinceles, tapando el espacio en blanco.
La siguiente vez que miró el reloj ya había pasado la hora de dejar de trabajar. Había trabajado alejado del resto de los chicos y suponía que se habían acostumbrado tanto a no tenerlo alrededor durante las últimas semanas, que se habían olvidado de decirle que ya recogían aquel día.
Recogió sólo un poco, ya que estaría de vuelta al día siguiente, continuando desde donde lo había dejado, y después, vagó por los solitarios pasillos y tomó el ascensor hasta la planta baja.
Un muro familiar de calor y humedad lo golpeó cuando salió al duro sol y se abrió camino entre los escombros de las obras que llenaban el aparcamiento, aún sin asfaltar. La parte más calurosa del verano había llegado y no amainaría hasta el otoño.
Acababa de abrir la puerta de su furgoneta cuando oyó el sonido de pisadas en la gravilla y miró a su alrededor.
Dos adolescentes que necesitaban una ducha le tiraban piedras a un gran gato atigrado que estaba literalmente arrinconado.
—¡Eh! —les gritó Joe. Durante una milésima de segundo se preguntó por qué, pero después pensó: «Demonios, se me ha acabado pegando lo de Davy».
Los dos chicos dejaron de tirar gravilla y alzaron la vista, sobresaltados.
El los miró con furia, contento de ver miedo en sus ojos.
—Dejen en paz al gato.
—¡Vete a la mierda! —gritó uno de los chicos. Bueno, se acabó el miedo.
Cualquiera de los chicos podría haber sido Joe a esa edad, pero ya se había enojado y quería asustarlos. Mientras volvían a arrojar piedrecitas al gato, él se inclinó con calma en la parte de atrás de la furgoneta, rebuscó y sacó una llave inglesa grande. Tras situarse donde pudieran verlo, dijo:
—Que dejen en paz al gato. Ahora.
Los chicos se miraron y uno de ellos dejó que el puñado de gravilla que había cogido cayera al suelo, levantando una nube de polvo.
Joe comenzó a caminar hacia ellos.
—Largense de aquí. —Alzó la voz, junto con la palanca que agarraba—. ¡Que se larguen!
Finalmente, los dos demostraron tener algo de sentido común; el otro tiró las piedras machacadas al suelo y ambos se fueron corriendo hacia la carretera, aunque murmuraron algunas palabrotas.
Joe volvió a meter la herramienta en la furgoneta y empezó a subirse al asiento del conductor, cuando se dio cuenta de que el gato no se había movido, parecía estar helado en el sitio.
—Miau —dijo cuando él lo miró.
Cerró la puerta y encendió el motor. Subió el aire acondicionado y puso la radio. Volvió a echarle un vistazo al gato. Vio a través de la ventanilla el «miau» silencioso que ya no podía oír.
—Maldición —murmuró, mientras abría la puerta.
Un momento después, volvió a la furgoneta, con el dócil gato en brazos. Lo dejó en el asiento del acompañante, donde se quedó, aunque estaba un poco nervioso. Joe miró largo rato al gato mientras comenzaba a maniobrar por los baches de las obras y vio que tenía una oreja raída y le faltaban un par de pedazos de pelo.
—Una vida dura, ¿eh? —dijo ociosamente, mientras giraba hacia la carretera principal—. Bueno, no dejes que te destrocen el espíritu, colega.
Fue más o menos cuando llegó al puente que llevaba a Clearwater Bridge cuando pensó: «¿Qué demonios voy a hacer con este gato?» Primero pensó en Davy, pero a Elaine le daría algo. Después, pensó en un refugio de animales, pero había oído que mataban a los animales si nadie los quería. No se había molestado en salvar al gato sólo para firmar su orden de ejecución.
Sacudió la cabeza. «¿Cuándo había pasado aquello? ¿Cuándo se había vuelto tan humano?».
Mientras cruzaba hasta el continente y zigzagueaba por la ciudad, Joe pensó en la única persona a la que le gustaban los gatos que conocía. Y resultaba que iba a pasar por Bayview Drive en unos minutos.
Giró sin pensárselo mucho, pero, mientras conducía por el lujoso barrio y se acercaba a su casa, se le fue formando un pequeño nudo en la garganta. «No quiero volver a verte nunca». Ella había dicho eso, ¿y él tenía la cara de presentarse en su casa tres días después? ¿Y sólo habían sido tres días? Parecían más bien tres semanas, o tres meses.
No frenó en su camino de entrada, sino que estacionó en la calle. Por alguna razón, aquello parecía menos agresivo. Se preguntó si estaría dentro, si miraría por la ventana y vería su furgoneta, si abriría la puerta, siquiera.
«Sólo estoy aquí para traer un gato», se dijo, mientras alargaba la mano para agarrar al gato atigrado. «No estoy aquí para molestarla, para suplicarle que me perdone ni para seducirla con mis ojos. Sólo para traer un gato».
—Aquí hay una gata muy mona —le dijo distraídamente al gato atigrado mientras lo rodeaba con el brazo—, pero no tengas demasiadas esperanzas, dudo que seas su tipo. Son de dos mundos diferentes.
Joe se sintió como un extraño de nuevo mientras avanzaba por el camino de ladrillo de ________, subía el escalón con cautela y hacía sonar el timbre. Aquel lugar le volvía a parecer enorme y extraño, el hogar de la Princesa de Ash Builders.
Cuando abrió la puerta, la cara de ________ cambió; claramente no había mirado por la mirilla. Como en tantas otras ocasiones, Joe quería regañarla por eso, pero se lo guardó para sí mismo y, en vez de eso, comenzó a hablar de por qué estaba allí.
—Mira, ya sé que no quieres volver a verme, y no te culpo, pero me he encontrado este gato. —Levantó el gato atigrado ligeramente—. Unos chicos se estaban metiendo con él y eres la única persona que conozco a la que le gustan los gatos. Puedo llevarlo al refugio de animales, pero pensé que igual lo sacrifican. Y, además, pensé que a Izzy no le vendría mal un hombre en su vida. —Le echó un vistazo a la gata blanca, que asomaba entre los tobillos de ________, y bajó la voz—. A menos que pienses que está demasiado desaliñado para ella.
La mirada de _________ bajó de Joe al gato y alargó la mano, tomandolo suavemente.
—No, no está demasiado desaliñado.
El leve roce de la mano de ________ contra su brazo lo atravesó como una descarga eléctrica. Había esperado no sentirlo, no mirarla y desearla, a ella, su corazón, su cuerpo y su alma, pero, por desgracia, verla sólo confirmaba lo mucho que la amaba y que había perdido lo mejor que había entrado jamás en su vida. Durante un momento fugaz incluso pensó en decírselo, pero había ido hasta allí para llevar un gato, no para seguir suplicando por un perdón que no merecía.
—Bueno, gracias por quedarte con el gato —dijo. Después, se giró para marcharse.
Cuando reunió el valor para mirar por encima del hombro, varios pasos más tarde, la puerta ya se había cerrado silenciosamente tras él. Una sensación de soledad se apoderó de él mientras se volvía a meter en la furgoneta, sin ni siquiera el gato por compañía, en aquel momento. Y suponía que podía ir a ver a Davy y Elaine, pero no era aquello lo que necesitaba en ese momento. En lugar de eso, se fue a casa, comió algo rapido, abrió un tubo de pintura etiquetada como FERN y agarró sus pinceles.
Listo chicas espero les guste el maraton y ya no les pongo mas porqe solamente le qedan tres caps para qe termine espero les guste las qiero
El día siguiente era miércoles, tres semanas desde que Joe había aparecido por primera vez en el umbral de _________. Parecía que hiciera mucho más, pensó él mientras pintaba el dormitorio del piso de un edificio completamente nuevo de muchas plantas de Sand Key. Parecía imposible que hubiera entrado y salido de su vida en menos tiempo del que se tarda en girar la hoja del calendario.
Mientras Joe volvía a llenar su bandeja de pintura, pensó en su vida de los últimos días. Aparte de cenar con su familia la noche anterior, había pintado sin parar, día y noche. Cuando no había estado pintando las habitaciones de ese enorme edificio, o pintando el juego de mesa y sillas del patio de Elaine, había estado en casa, en el cuarto de invitados, mirando el océano y llenando los viejos lienzos de su armario. Poco después de las primeras dos pinturas, hasta había agarrado algunas pinturas acrílicas que había usado de niño, para no tener que preocuparse de que la pintura se resquebrajara. Lo que había empezado como un pasatiempo, calmándole el alma, tranquilizándole la conciencia, se había convertido, de alguna manera, en una misión. Azules, rosas y violetas explotaban en el lienzo en lo que parecía un trabajo de amor fuera de lugar.
Al final, tendría una colección de pinturas que no significaban nada para nadie excepto para él. Tal vez algún día esperaba que significaran algo para _________, si alguna vez reunía el valor para mostrárselas. Y, extrañamente, hasta eso se había convertido en una idea en concreto cuando era demasiado tarde. Pensó que era como conducir a lo loco por una carretera a ninguna parte, pero había seguido de todas formas, mojando los pinceles, tapando el espacio en blanco.
La siguiente vez que miró el reloj ya había pasado la hora de dejar de trabajar. Había trabajado alejado del resto de los chicos y suponía que se habían acostumbrado tanto a no tenerlo alrededor durante las últimas semanas, que se habían olvidado de decirle que ya recogían aquel día.
Recogió sólo un poco, ya que estaría de vuelta al día siguiente, continuando desde donde lo había dejado, y después, vagó por los solitarios pasillos y tomó el ascensor hasta la planta baja.
Un muro familiar de calor y humedad lo golpeó cuando salió al duro sol y se abrió camino entre los escombros de las obras que llenaban el aparcamiento, aún sin asfaltar. La parte más calurosa del verano había llegado y no amainaría hasta el otoño.
Acababa de abrir la puerta de su furgoneta cuando oyó el sonido de pisadas en la gravilla y miró a su alrededor.
Dos adolescentes que necesitaban una ducha le tiraban piedras a un gran gato atigrado que estaba literalmente arrinconado.
—¡Eh! —les gritó Joe. Durante una milésima de segundo se preguntó por qué, pero después pensó: «Demonios, se me ha acabado pegando lo de Davy».
Los dos chicos dejaron de tirar gravilla y alzaron la vista, sobresaltados.
El los miró con furia, contento de ver miedo en sus ojos.
—Dejen en paz al gato.
—¡Vete a la mierda! —gritó uno de los chicos. Bueno, se acabó el miedo.
Cualquiera de los chicos podría haber sido Joe a esa edad, pero ya se había enojado y quería asustarlos. Mientras volvían a arrojar piedrecitas al gato, él se inclinó con calma en la parte de atrás de la furgoneta, rebuscó y sacó una llave inglesa grande. Tras situarse donde pudieran verlo, dijo:
—Que dejen en paz al gato. Ahora.
Los chicos se miraron y uno de ellos dejó que el puñado de gravilla que había cogido cayera al suelo, levantando una nube de polvo.
Joe comenzó a caminar hacia ellos.
—Largense de aquí. —Alzó la voz, junto con la palanca que agarraba—. ¡Que se larguen!
Finalmente, los dos demostraron tener algo de sentido común; el otro tiró las piedras machacadas al suelo y ambos se fueron corriendo hacia la carretera, aunque murmuraron algunas palabrotas.
Joe volvió a meter la herramienta en la furgoneta y empezó a subirse al asiento del conductor, cuando se dio cuenta de que el gato no se había movido, parecía estar helado en el sitio.
—Miau —dijo cuando él lo miró.
Cerró la puerta y encendió el motor. Subió el aire acondicionado y puso la radio. Volvió a echarle un vistazo al gato. Vio a través de la ventanilla el «miau» silencioso que ya no podía oír.
—Maldición —murmuró, mientras abría la puerta.
Un momento después, volvió a la furgoneta, con el dócil gato en brazos. Lo dejó en el asiento del acompañante, donde se quedó, aunque estaba un poco nervioso. Joe miró largo rato al gato mientras comenzaba a maniobrar por los baches de las obras y vio que tenía una oreja raída y le faltaban un par de pedazos de pelo.
—Una vida dura, ¿eh? —dijo ociosamente, mientras giraba hacia la carretera principal—. Bueno, no dejes que te destrocen el espíritu, colega.
Fue más o menos cuando llegó al puente que llevaba a Clearwater Bridge cuando pensó: «¿Qué demonios voy a hacer con este gato?» Primero pensó en Davy, pero a Elaine le daría algo. Después, pensó en un refugio de animales, pero había oído que mataban a los animales si nadie los quería. No se había molestado en salvar al gato sólo para firmar su orden de ejecución.
Sacudió la cabeza. «¿Cuándo había pasado aquello? ¿Cuándo se había vuelto tan humano?».
Mientras cruzaba hasta el continente y zigzagueaba por la ciudad, Joe pensó en la única persona a la que le gustaban los gatos que conocía. Y resultaba que iba a pasar por Bayview Drive en unos minutos.
Giró sin pensárselo mucho, pero, mientras conducía por el lujoso barrio y se acercaba a su casa, se le fue formando un pequeño nudo en la garganta. «No quiero volver a verte nunca». Ella había dicho eso, ¿y él tenía la cara de presentarse en su casa tres días después? ¿Y sólo habían sido tres días? Parecían más bien tres semanas, o tres meses.
No frenó en su camino de entrada, sino que estacionó en la calle. Por alguna razón, aquello parecía menos agresivo. Se preguntó si estaría dentro, si miraría por la ventana y vería su furgoneta, si abriría la puerta, siquiera.
«Sólo estoy aquí para traer un gato», se dijo, mientras alargaba la mano para agarrar al gato atigrado. «No estoy aquí para molestarla, para suplicarle que me perdone ni para seducirla con mis ojos. Sólo para traer un gato».
—Aquí hay una gata muy mona —le dijo distraídamente al gato atigrado mientras lo rodeaba con el brazo—, pero no tengas demasiadas esperanzas, dudo que seas su tipo. Son de dos mundos diferentes.
Joe se sintió como un extraño de nuevo mientras avanzaba por el camino de ladrillo de ________, subía el escalón con cautela y hacía sonar el timbre. Aquel lugar le volvía a parecer enorme y extraño, el hogar de la Princesa de Ash Builders.
Cuando abrió la puerta, la cara de ________ cambió; claramente no había mirado por la mirilla. Como en tantas otras ocasiones, Joe quería regañarla por eso, pero se lo guardó para sí mismo y, en vez de eso, comenzó a hablar de por qué estaba allí.
—Mira, ya sé que no quieres volver a verme, y no te culpo, pero me he encontrado este gato. —Levantó el gato atigrado ligeramente—. Unos chicos se estaban metiendo con él y eres la única persona que conozco a la que le gustan los gatos. Puedo llevarlo al refugio de animales, pero pensé que igual lo sacrifican. Y, además, pensé que a Izzy no le vendría mal un hombre en su vida. —Le echó un vistazo a la gata blanca, que asomaba entre los tobillos de ________, y bajó la voz—. A menos que pienses que está demasiado desaliñado para ella.
La mirada de _________ bajó de Joe al gato y alargó la mano, tomandolo suavemente.
—No, no está demasiado desaliñado.
El leve roce de la mano de ________ contra su brazo lo atravesó como una descarga eléctrica. Había esperado no sentirlo, no mirarla y desearla, a ella, su corazón, su cuerpo y su alma, pero, por desgracia, verla sólo confirmaba lo mucho que la amaba y que había perdido lo mejor que había entrado jamás en su vida. Durante un momento fugaz incluso pensó en decírselo, pero había ido hasta allí para llevar un gato, no para seguir suplicando por un perdón que no merecía.
—Bueno, gracias por quedarte con el gato —dijo. Después, se giró para marcharse.
Cuando reunió el valor para mirar por encima del hombro, varios pasos más tarde, la puerta ya se había cerrado silenciosamente tras él. Una sensación de soledad se apoderó de él mientras se volvía a meter en la furgoneta, sin ni siquiera el gato por compañía, en aquel momento. Y suponía que podía ir a ver a Davy y Elaine, pero no era aquello lo que necesitaba en ese momento. En lugar de eso, se fue a casa, comió algo rapido, abrió un tubo de pintura etiquetada como FERN y agarró sus pinceles.
Listo chicas espero les guste el maraton y ya no les pongo mas porqe solamente le qedan tres caps para qe termine espero les guste las qiero
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
awww fue tan lindo
Nos llevo de la felicidad a la tristesa
Joe es tan lindo :arre: pero para que le mintio
Pobre Joe todo lo que ha tenido que sufrir y ahora tampoco tiene a la rayiz :(
Tambien pobre rayita como se entero awww
Gracias por el maraton :)
Siguela!!!
Nos llevo de la felicidad a la tristesa
Joe es tan lindo :arre: pero para que le mintio
Pobre Joe todo lo que ha tenido que sufrir y ahora tampoco tiene a la rayiz :(
Tambien pobre rayita como se entero awww
Gracias por el maraton :)
Siguela!!!
aranzhitha
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capitulo 49
No podía decir cuándo exactamente se había dado cuenta, si había sido una explosión de conciencia enorme, como el Big Bang en su cabeza, o si había evolucionado con el tiempo, como pequeñas piezas de un puzle encajando lentamente. Se había pasado la noche del miércoles pintando en casa, y también la noche del jueves, hasta pasada la medianoche, ni siquiera pensando en que tenía que levantarse temprano, ansioso por acabar la última obra de su colección.
Quizás había sido entonces cuando se había dado cuenta, al tomar firme conciencia de que era la última. Y, como en una de las primeras, de varias semanas antes, los tonos de azul dominaban, pero aquel cuadro parecía más intensamente vivo, más lleno de movimiento, con olas de espuma blanca salpicando la pálida arena. No era que los colores de ninguno de sus cuadros fueran el centro, ni que las olas o la arena fueran los elementos que hacían que los cuadros estuvieran vivos. Sí, si no lo había tenido claro antes, aquel momento fue el definitivo. Comprender qué los hacía vivos.
Y comprender lo que los hacía parecer vivos, por alguna razón, le hizo tener claro lo que tenía que hacer, por qué los había pintado. No había sido una carretera a ninguna parte. Tal vez una carretera hacia el rechazo y el desengaño, pero no a ninguna parte.
Aparte de ________, la única otra persona realmente rica que conocía era Dale Gold, propietario de Gold Homes, un constructor que hacía casas a medida en Pasco County. Sólo había hecho unos cuantos trabajos para Gold (estaba demasiado al norte), pero, hacía más o menos un año, había trabajado todo un fin de semana de vacaciones en el exterior de una de las casas de Gold como un favor, porque necesitaba tenerlo rápido. Joe había quedado satisfecho con la paga de horas extras que se había ganado, pero a Gold le había caído simpático Joe y hasta lo invitó a un par de reuniones de la empresa en su casa de primera línea de mar, cerca de Tarpon Springs. Cada vez que veía al hombre de mediana edad cuyas sienes grises le daban un aspecto digno, le daba palmaditas a joe en la espalda, decía que era un pedazo de trabajador y añadía: «Si alguna vez necesitas algo, lo que sea, soy tu hombre».
Joe no solía pedir favores, pero, el viernes a la hora de la comida, llamó a Dale y tuvo la suerte de encontrarlo en la oficina.
—¿Te acuerdas de cuando me dijiste que, si alguna vez necesitaba algo, te lo pidiera?
—Claro, Joe. ¿Qué puedo hacer por ti? —La actitud siempre optimista de Dale le recordaba a Phil Hudson, si no fuera porque Dale siempre le había parecido más competente y más sincero.
—La verdad es que es algo grande —le avisó—. Necesito que me prestes un par de cosas. Sólo por un día, más o menos.
—Dime el qué. —Dale no pareció en absoluto preocupado, lo que lo tranquilizó.
—Una de tus lanchas rápidas —comenzó con cautela—, y tu isla. —Dale había mencionado una vez que tenía una minúscula isla en el golfo, a varios kilómetros de la costa, a la que llevaba a su familia de excursión a la playa privada.
—No me digas más, Joe, amigo. Estaré en casa a eso de las seis, pásate cuando quieras a partir de esa hora.
«Maldición», pensó Joe, cuando hubo colgado el teléfono un minuto después, «ha sido demasiado fácil». Y quizás en el fondo hasta había esperado que Gold le diría que no y le impediría llevar a cabo el loco plan que sus propios cuadros le habían sembrado en la cabeza.
Sin embargo, estaba sucediendo, así que tenía que confiar en sí mismo y no sentirse desalentado por las dudas de toda una vida. Tenía que mostrar a ________ lo que sentía exactamente de una vez por todas.
~~~~
—Bueno, Davy —dijo cuando recogió a su hermano pequeño aquella noche—, espero que no tuvieras pensado nada especial para esta noche, porque he planeado una pequeña aventura y necesito tu ayuda para realizarla. ¿Qué me dices?
—Lo que quieras, Joe —dijo Davy con su sonrisa de siempre.
Mientras trabajaban aquella noche, transportando los cuadros tapados a la isla, Joe y Davy hablaron, sobre un montón de cosas. Joe se asombró al saber que a su hermano le gustaba una chica que trabajaba en Albertson's y que había llegado hasta a hacerle un regalo, algo que parecía tan hermoso que sabía que sólo Davy podría haberlo hecho. Davy dijo que estaba reuniendo valor para invitarla a ver los delfines en Sand Key Bridge una noche y Joe se ofreció voluntario para llevarlos, mientras notaba cómo se le contraía el corazón por su hermano pequeño de una forma que no había sucedido antes. Davy también le dijo a Joe que acababa de terminar de leer La isla del tesoro y preguntó a Joe si lo llevaría al festival de piratas de Tampa en febrero, una petición que lo tomó tan desprevenido como la parte de la chica.
—¿Desde cuándo te gustan los festivales?
—No lo sé. Supongo que es lo que siempre me dices, tengo que salir más.
Estaban conversando tan bien que Joe se encontró explicando (sin ciertos detalles íntimos y también sin mostrarle los cuadros a Davy) lo que iba a hacer al día siguiente para reconquistar a ________.
—¿Crees que estoy loco? —le preguntó cuando terminó.
—No —dijo Davy—. Creo que ella se lleva la tormenta que hay dentro de ti.
Ni siquiera tuvo que preguntar a Davy qué quería decir con eso; lo entendió. Y se aferró a las palabras de Davy y a la firme confianza de Joe en él, esperando y rezando para poder recuperar también la confianza de ________.
Cuando Joe llamó valientemente a la puerta de _________ la tarde siguiente, no obtuvo respuesta. El corazón le latió aún más rápido mientras pensaba: «Por favor, que esté en casa». Hacer aquello no era fácil para él, pero ya que había llegado tan lejos, no podía imaginarse volverse, no realizar su plan. Tenía que hacer que ________ lo viera completamente, que viera cómo él la veía a ella, tenía que hacerle entender lo que no podía expresar con palabras.
Tras soltar un suspiro, rodeó la casa como ya lo había hecho una vez, un viernes por la noche, aquella vez que sostenía una rosa de color rosa pálido. Pero en aquel momento ya no había artimañas. «Sólo di lo que sientes». Si había conseguido hacerlo con su padre la otra noche, seguro que tenía que poder hacerlo con ________.
La localizó flotando en la piscina, con un bikini floreado que le resultaba familiar ciñéndose a sus curvas. Verla llenó a Joe de una enorme sensación de expectación, pero, en vez de sobresaltarla, fue caminando en silencio hasta el patio y se apoyó en el marco de la puerta, preparado para tener paciencia, preparado para esperar lo que hiciera falta para hacer las cosas bien con ella aquella vez.
espero les guste este cap plis comenten
No podía decir cuándo exactamente se había dado cuenta, si había sido una explosión de conciencia enorme, como el Big Bang en su cabeza, o si había evolucionado con el tiempo, como pequeñas piezas de un puzle encajando lentamente. Se había pasado la noche del miércoles pintando en casa, y también la noche del jueves, hasta pasada la medianoche, ni siquiera pensando en que tenía que levantarse temprano, ansioso por acabar la última obra de su colección.
Quizás había sido entonces cuando se había dado cuenta, al tomar firme conciencia de que era la última. Y, como en una de las primeras, de varias semanas antes, los tonos de azul dominaban, pero aquel cuadro parecía más intensamente vivo, más lleno de movimiento, con olas de espuma blanca salpicando la pálida arena. No era que los colores de ninguno de sus cuadros fueran el centro, ni que las olas o la arena fueran los elementos que hacían que los cuadros estuvieran vivos. Sí, si no lo había tenido claro antes, aquel momento fue el definitivo. Comprender qué los hacía vivos.
Y comprender lo que los hacía parecer vivos, por alguna razón, le hizo tener claro lo que tenía que hacer, por qué los había pintado. No había sido una carretera a ninguna parte. Tal vez una carretera hacia el rechazo y el desengaño, pero no a ninguna parte.
Aparte de ________, la única otra persona realmente rica que conocía era Dale Gold, propietario de Gold Homes, un constructor que hacía casas a medida en Pasco County. Sólo había hecho unos cuantos trabajos para Gold (estaba demasiado al norte), pero, hacía más o menos un año, había trabajado todo un fin de semana de vacaciones en el exterior de una de las casas de Gold como un favor, porque necesitaba tenerlo rápido. Joe había quedado satisfecho con la paga de horas extras que se había ganado, pero a Gold le había caído simpático Joe y hasta lo invitó a un par de reuniones de la empresa en su casa de primera línea de mar, cerca de Tarpon Springs. Cada vez que veía al hombre de mediana edad cuyas sienes grises le daban un aspecto digno, le daba palmaditas a joe en la espalda, decía que era un pedazo de trabajador y añadía: «Si alguna vez necesitas algo, lo que sea, soy tu hombre».
Joe no solía pedir favores, pero, el viernes a la hora de la comida, llamó a Dale y tuvo la suerte de encontrarlo en la oficina.
—¿Te acuerdas de cuando me dijiste que, si alguna vez necesitaba algo, te lo pidiera?
—Claro, Joe. ¿Qué puedo hacer por ti? —La actitud siempre optimista de Dale le recordaba a Phil Hudson, si no fuera porque Dale siempre le había parecido más competente y más sincero.
—La verdad es que es algo grande —le avisó—. Necesito que me prestes un par de cosas. Sólo por un día, más o menos.
—Dime el qué. —Dale no pareció en absoluto preocupado, lo que lo tranquilizó.
—Una de tus lanchas rápidas —comenzó con cautela—, y tu isla. —Dale había mencionado una vez que tenía una minúscula isla en el golfo, a varios kilómetros de la costa, a la que llevaba a su familia de excursión a la playa privada.
—No me digas más, Joe, amigo. Estaré en casa a eso de las seis, pásate cuando quieras a partir de esa hora.
«Maldición», pensó Joe, cuando hubo colgado el teléfono un minuto después, «ha sido demasiado fácil». Y quizás en el fondo hasta había esperado que Gold le diría que no y le impediría llevar a cabo el loco plan que sus propios cuadros le habían sembrado en la cabeza.
Sin embargo, estaba sucediendo, así que tenía que confiar en sí mismo y no sentirse desalentado por las dudas de toda una vida. Tenía que mostrar a ________ lo que sentía exactamente de una vez por todas.
~~~~
—Bueno, Davy —dijo cuando recogió a su hermano pequeño aquella noche—, espero que no tuvieras pensado nada especial para esta noche, porque he planeado una pequeña aventura y necesito tu ayuda para realizarla. ¿Qué me dices?
—Lo que quieras, Joe —dijo Davy con su sonrisa de siempre.
Mientras trabajaban aquella noche, transportando los cuadros tapados a la isla, Joe y Davy hablaron, sobre un montón de cosas. Joe se asombró al saber que a su hermano le gustaba una chica que trabajaba en Albertson's y que había llegado hasta a hacerle un regalo, algo que parecía tan hermoso que sabía que sólo Davy podría haberlo hecho. Davy dijo que estaba reuniendo valor para invitarla a ver los delfines en Sand Key Bridge una noche y Joe se ofreció voluntario para llevarlos, mientras notaba cómo se le contraía el corazón por su hermano pequeño de una forma que no había sucedido antes. Davy también le dijo a Joe que acababa de terminar de leer La isla del tesoro y preguntó a Joe si lo llevaría al festival de piratas de Tampa en febrero, una petición que lo tomó tan desprevenido como la parte de la chica.
—¿Desde cuándo te gustan los festivales?
—No lo sé. Supongo que es lo que siempre me dices, tengo que salir más.
Estaban conversando tan bien que Joe se encontró explicando (sin ciertos detalles íntimos y también sin mostrarle los cuadros a Davy) lo que iba a hacer al día siguiente para reconquistar a ________.
—¿Crees que estoy loco? —le preguntó cuando terminó.
—No —dijo Davy—. Creo que ella se lleva la tormenta que hay dentro de ti.
Ni siquiera tuvo que preguntar a Davy qué quería decir con eso; lo entendió. Y se aferró a las palabras de Davy y a la firme confianza de Joe en él, esperando y rezando para poder recuperar también la confianza de ________.
Cuando Joe llamó valientemente a la puerta de _________ la tarde siguiente, no obtuvo respuesta. El corazón le latió aún más rápido mientras pensaba: «Por favor, que esté en casa». Hacer aquello no era fácil para él, pero ya que había llegado tan lejos, no podía imaginarse volverse, no realizar su plan. Tenía que hacer que ________ lo viera completamente, que viera cómo él la veía a ella, tenía que hacerle entender lo que no podía expresar con palabras.
Tras soltar un suspiro, rodeó la casa como ya lo había hecho una vez, un viernes por la noche, aquella vez que sostenía una rosa de color rosa pálido. Pero en aquel momento ya no había artimañas. «Sólo di lo que sientes». Si había conseguido hacerlo con su padre la otra noche, seguro que tenía que poder hacerlo con ________.
La localizó flotando en la piscina, con un bikini floreado que le resultaba familiar ciñéndose a sus curvas. Verla llenó a Joe de una enorme sensación de expectación, pero, en vez de sobresaltarla, fue caminando en silencio hasta el patio y se apoyó en el marco de la puerta, preparado para tener paciencia, preparado para esperar lo que hiciera falta para hacer las cosas bien con ella aquella vez.
espero les guste este cap plis comenten
Nani Jonas
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