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"El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
espero que subas cap!
rapido :D
siguelaaaaaaa!
rapido :D
siguelaaaaaaa!
☎ Jimena Horan ♥
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capitulo 29
—Has hecho un buen trabajo esta noche, colega.
Davy sonrió, agitando la mano mientras Joe salía por la puerta de alambre. Acababan de pasar dos horas volviendo a colgar el canalón de la parte delantera de la casa y, aunque Davy sabía que no había hecho mucho más que sostener cosas y pasarle herramientas a Joe, le gustaba cuando su hermano decía cosas así. Habían trabajado hasta que oscureció y, después, bebieron té helado en la cocina. En ese momento se dejó caer en el sofá, sintiendo un cansancio agradable.
—No te pongas demasiado cómodo, tienes que ducharte.
Él levantó la vista para encontrarse con las manos de Elaine en las caderas, con una mancha de suciedad en la mejilla. Había estado en el jardín trabajando en sus parterres y la parte delantera de su camiseta también estaba manchada.
—Parece que tú la necesitas más que yo —dijo él, con una amplia sonrisa.
Ella se rió y los ojos le brillaron mientras le tiraba un guante de jardinería. Él lo agarró mientras ella decía:
—De acuerdo, tal vez vaya yo primero. —Después de volver a agarrar el guante, se dirigió a la parte de atrás de la casa; él la oyó dejar las herramientas en la caja de madera que Joe había hecho para ese tipo de cosas.
Contento por el aplazamiento, encendió el televisor y fue cambiando de canal, pero no pudo encontrar nada bueno. Durante los últimos días, de hecho, no encontraba nada que captara su atención. Y, cuando dejó el televisor e intentó leer, tampoco se pudo concentrar en eso, aunque sí que quería saber qué le pasaba a Jim Hawkins y a los piratas. Quizás siguiera preocupado por su padre, aunque Joe tenía razón: todo parecía ir bien. O quizás estuviera pensando en el departamento de floristería de Albertson's y en Daisy María Ramírez.
—Ah, Davy. —El alzó la vista mientras Elaine volvía a meter la cabeza en la sala, levantando el periódico—. Quería enseñarte esto antes. Pensé que te interesaría.
—¿Qué es?
—Un artículo sobre esa chica de Albertson's.
Dejó de respirar; el pecho le ardió.
—Ya sabes, la de la silla de ruedas.
Él asintió.
—Sí, ya sé.
—Hicieron un buen artículo sobre ella en la sección de Gente. —Pero Elaine frunció el ceño—. Tiene espina bífida.
—¿Qué es eso?
—Es un problema de la médula espinal, algo que pasa al nacer. El artículo lo explica. ¿Quieres verlo?
El asintió; temió haberlo hecho con demasiado entusiasmo. Pero ella no pareció darse cuenta, simplemente dejó caer el periódico en el sofá, al lado de Davy. Él esperó hasta que ella se hubo ido para agarrarlo y, cuando lo hizo, el corazón le volvió a arder y la calidez se extendió por su pecho. Allí estaba, Daisy María Ramírez, y la foto hasta era en color. Estaba sentada en su mesa, junto a algunas flores, sonriendo. Nunca antes había visto la sonrisa de Daisy y supo instantáneamente que daría cualquier cosa para que le sonriera así a él.
Sintiéndose más tranquilo cuando oyó la ducha al final de la sala, la miró durante un largo rato y, después, leyó el artículo. Daisy tenía veintidós años y vivía en Clearwater con sus padres y su hermana menor. La médula espinal no le había crecido bien antes de nacer, así que nunca había podido andar. Antes de trabajar en Albertson's, había trabajado en una floristería tres años, pero había quebrado.
El periodista la describía como una chica tímida y tranquila con una sonrisa encantadora. Davy estaba de acuerdo en lo de la sonrisa, y la parte de la timidez y la tranquilidad no le sorprendió. Era como papá y él: diferente.
Le encantaba preparar flores, según decía en el artículo, y también le gustaba leer libros e ir a la playa. Su corazón se hinchó al leer aquella última parte, ya que significaba que tenían cosas en común. Se sintió como si la conociera mucho mejor de lo que lo hacía, o como si quisiera conocerla, como si, quizás si ambos vencían su timidez, tuviera cosas que decirle; cosas importantes.
El escritor concluía diciendo: «Observar a Daisy creando un arreglo floral es un regalo para los ojos», y Davy deseó haber pensado en ello, ya que era tan cierto.
Seguía mirando fijamente la foto cuando la voz de Elaine resonó desde su dormitorio.
—La ducha está libre, Davy. Tienes que lavarte y prepararte para ir a la cama.
—De acuerdo —respondió gritando y, después, se llevó el periódico a su dormitorio y se agachó para deslizado bajo la cama, encima de los juegos que había allí.
Mientras se pasaba el jabón por el pecho bajo el agua caliente varios minutos después, todavía veía la sonrisa de Daisy en su mente. ¿Cómo podía hacer que le sonriera de aquella manera? Fue simulando situaciones en la cabeza, desde «¿Lo suficientemente caliente para ti?», hasta la frase de Joe «tienes buen aspecto, como siempre», pero sabía que nada de aquello funcionaría. Ni siquiera «bonitas flores»; simplemente no tenía valor. Quería pensar que ella vería en él lo que él veía en ella, que, después de decirse «hola» ella comprendería que eran almas gemelas, que sabían las mismas cosas, sentían las mismas cosas, pero, ¿y si aquello no sucedía? ¿Y si abría la boca y ella lo miraba de aquella forma tan familiar? ¿ Con la mirada de «eres raro» o la del cachorro que dormía?
Siguió pensando en el artículo. Pensó que era especial que un periódico te dedicara media página, y apostó a que ella se sentía orgullosa, aunque un poco avergonzada. Así era como él se sentiría.
Después de ponerse el pijama y darle las buenas noches a Elaine, se fue a su cuarto, sacó el periódico y pensó un poco más en hacer sonreír a Daisy. Y, cuando apagó la luz y se tumbó para dormirse, una idea comenzó a formársele en el fondo de la mente.
Cuando iba al colegio, conocía a una hermosa niña que se llamaba Lucy, y siempre se la había imaginado rodeada del oscuro cielo nocturno y de brillantes estrellas, como en la canción «Lucy en el cielo con diamantes». Pero no pensaba así en Daisy; no podía, en realidad, porque Daisy no era oscura como la noche. Daisy era luz del sol y flores. Hasta su nombre era una flor; una de las flores más sencillas y bonitas. Daisy era primavera y verano, color y textura. Lo hacía sentir como el primer momento en que el sol salía de entre las nubes y le acariciaba la cara.
Le iba a hacer algo, decidió, algo que dijera todo lo que él no podía decir; le iba a hacer un regalo. Aún no estaba seguro de qué sería exactamente, pero tenía que ser perfecto. Porque observarla arreglando flores era un regalo para sus ojos y quería darle algo igual de especial a cambio.
~~~~
Las mañanas eran el momento preferido de Joe para trabajar; aquellas pocas horas antes de que el calor tropical llegara con toda su fuerza. A menudo hacía más en aquel período de tiempo que en el resto del día.
La mañana siguiente se sentía más activo que de costumbre. La humedad de la mitad del verano todavía no había llegado; una breve lluvia por la noche había refrescado el aire. Le gustaba el nuevo color para las cornisas que le estaba poniendo a la casa de _______. Y era viernes.
A su pesar, se preguntó si acabaría de nuevo en la cama de ________ o si se irían cada uno por su lado hasta el lunes. De repente había cosas nuevas que sopesar. Nunca había pretendido prometerle que las cosas fueran a ser diferentes a partir de ese momento, pero, cuando ella se lo había preguntado, por alguna razón no pudo decepcionarla. De todas formas, prometerle que no la usaría por el sexo apenas equivalía a un compromiso, así que quizás pudiera arreglárselas. Tal vez pudiera acostarse con ella, divertirse con ella, disfrutarla, sin que las cosas fueran demasiado en serio. Aquél era el plan, en cualquier caso.
Continuó con su trabajo, centrándose en aplicar una capa homogénea de pintura en una de las columnas gemelas que sostenían la marquesina delantera de ________ mientras intentaba no pensar demasiado en la mujer de dentro. Es decir, hasta que ella abrió la puerta con un vaso de limonada en la mano. Su cabello recogido revelaba unos pómulos delicados y llevaba unos shorts blancos que resaltaban unas piernas bronceadas. A quién pretendía engañar; había estado pensando en ella, le gustara o no.
—La acabo de hacer. Pensé que te gustaría algo que no fuera agua.
Él bajó la brocha.
—Gracias. —Le agarró la bebida, con sus dedos rozándose ligeramente, y vació la mitad de un largo trago.
Rápidamente, se extendió un incómodo silencio y él se preguntó si su brevedad la estaba asustando, haciéndole pensar que las cosas habían vuelto a como eran antes, a pesar de lo que había dicho el día anterior. Se dijo a sí mismo que aún podía hacerlo, podía actuar como un estupido, y probablemente fuera inteligente hacerlo.
—Bueno. —Ella cambió su peso de un pie al otro—. Si quieres más, está en la nevera. No cerraré la puerta con llave.
—De acuerdo —dijo él mientras ella se giraba para marcharse. Entonces dijo—: Espera.
Sus ojos azules volvieron a posarse en los suyos y, por alguna razón, aquello lo paralizó. «Anoche te eché de menos». Las palabras le aparecieron en la mente, pero no podía decirlas. Aunque hubiera estado tumbado en la cama preguntándose qué estaría haciendo, deseando que estuviera a su lado.
Así que, en vez de eso, le agarró la mano y se acercó a ella, mientras bajaba la boca hasta la suya para darle un beso dulce y lento. Tal vez a ella le gustara hablar, pero él se seguía sintiendo más cómodo besando.
Cuando terminó, ella se mordió el labio, vacilante, y él intentó que su cara permaneciera libre de emociones. Sin embargo, cuando ella empezó a marcharse de nuevo, se oyó decir:
—¿Te gusta el agua?
Ella lo miró, inexpresiva.
—¿El agua?
—¿El océano? ¿Navegar?
Ella parpadeó, todavía vacilante.
—Sí. Quiero decir, claro que sí.
—¿Quieres hacerlo esta noche? ¿Hacer un crucero a la puesta del sol en unos de los veleros del puerto deportivo?
La sonrisita que iluminó su cara dio calidez a su alma de una forma totalmente inesperada.
—Me gustaría hacerlo, sí.
—De acuerdo —dijo él, un poco estupefacto ante lo fácil que era hacerla feliz.
Cuando la puerta se hubo cerrado tras ella, se bebió el resto de la limonada, dejó el vaso en el porche delantero y volvió al trabajo. Pero, ¿qué demonios acababa de hacer?
Acababa de pedirle una cita a la hija de Henry Ash, eso había hecho.
La primera vez que había mirado a ________ a los ojos, todo lo que había podido ver era a Henry y privilegio, cosas que deberían haber sido suyas. Sin embargo, cuando la miraba ahora, era diferente, y la verdad era que había sido más que sexo desde... bueno, desde la primera vez que se habían acostado. Una gran parte de Joe no podía creer que le acabara de pedir una cita (a aquella mujer con la que no tenía intención de comenzar una relación), pero, a su pesar, en otra parte de él manaba la ilusión.
~~~~
—Por Sadie —dijo ________, mientras alzaba su copa de vino y miraba a los atractivos ojos de Joe.
—Sadie... ¿de Ash? —preguntó él.
Descansaban en la larga y estrecha proa de una elegante goleta mientras serpenteaba desde la bahía hasta las aguas abiertas del golfo. Los gritos de las gaviotas competían con el sonido de las olas chocando contra el casco del barco.
_______ asintió y lanzó una mirada que sospechaba que era avergonzada.
—Si Sadie no te hubiera llamado para que me pintaras la casa, no estaríamos aquí.
—Supongo que no —concedió él, mientras brindaba con ella.
—Me encanta esto —dijo ella, dejando que sus ojos vagaran por el océano mientras el barco se balanceaba suavemente por el oleaje de la noche. Pero lo que realmente quería decir era «me encanta esta noche. Me encanta estar en este barco contigo, me ha encantado saber, sin que me lo dijeras, que lo organizaste para que lo tuviéramos para nosotros solos, aparte del capitán. Me encanta mirar tus ojos miel ahora mismo y saber que ambos queremos estar aquí».
Algo en su mundo había cambiado el día en que él llegó a su puerta con un aspecto sorprendentemente duro con una camiseta de color burdeos oscuro y vaqueros azules. Sólo cuando se habían embarcado en aquella cita se dio cuenta de que aquello se estaba convirtiendo de verdad en un idilio, del tipo que le quemaba el corazón de una forma mucho más profunda de lo que lo haría simplemente el sexo. Todavía no sabía si aquello iba a durar y le daba miedo siquiera comenzar a pensar en el futuro, pero había empezado a creer que el dolor que había soportado con Joe había valido la pena porque, de alguna manera, los había llevado allí. Y allí era un buen lugar, al menos por el momento.
—Por cierto, ayer hablé con Phil. Sobre Jeanne.
Los ojos de Joe se abrieron como platos, haciendo que ella se arrepintiera de mezclar romance con vida real.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—No, pero no te preocupes, no te metí de por medio. Le dije que yo lo vi con otra mujer en la fiesta.
—No me preocupaba por mí. Me preocupaba por ti.
—¿Por qué?
Él levantó las cejas.
—Bueno, apuesto a que no le gustó que metieras las narices en sus asuntos.
Ella sonrió, admitiéndolo.
—De hecho, no le gustó. Pero no podía saber que la estaba engañando y dejarlo pasar sin hacer algo.
—¿Qué dijo?
—Intentó actuar como si no fuera nada, me dijo que me lo estaba tomando demasiado en serio.
—Siempre he pensado —comenzó a decir, mientras levantaba la copa para tomar otro trago— que la vida ya es lo suficientemente complicada sin meterse en los problemas de los demás.
Cuando terminó, buscó sus ojos, pero ella sólo sonrió.
—A veces —respondió ella—, los demás necesitan ayuda de verdad y quizás ni siquiera lo sepan hasta que alguien más se mete.
Antes de que Joe pudiera responder, el callado capitán de mediana edad se acercó desde la parte trasera del elegante barco blanco y dejó una cesta de mimbre cubierta ante ellos.
—Su picnic al atardecer —dijo, sonriendo de una forma que hizo pensar a _______ que realmente disfrutaba de su trabajo o que quizás notaba el mismo romance en el aire que ella. En cualquier caso, le devolvió la sonrisa y, después, la desvió hacia Joe.
Dentro de la cesta, encontraron uvas, quesos, mini bocadillos, fruta fresca cortada y galletitas de té diminutas. Ella lo colocó todo entre ellos, en el mantel a cuadros que les proporcionaron y probó el brie en una galleta salada.
—Mmm —dijo—. Qué rico.
—¿Qué es? —preguntó Joe, mientras observaba el suave queso.
Ella sonrió abiertamente al darse cuenta de que él había ido directamente a por un trozo de simple cheddar.
—Brie. ¿Quieres?
—No. —Se metió un trozo de queso dorado brillante en la boca y ella no pudo evitar pensar que él preferiría estar comiéndose una hamburguesa, así que la conmovió saber que había organizado todo aquello por ella.
Ella untó el brie en otra galleta salada y alargó la mano.
—Pruébalo. —Seguía pareciendo que tenía dudas, hasta que ella lo reprendió con los ojos y dijo algo que él le había dicho a ella una vez—. No seas crío.
Él sonrió, juguetón, y dejó que ella deslizara la galleta en su boca. Ella lo observó masticar, tragar y regarlo con un largo trago de vino.
—¿Y bien?
—Creo que me ceñiré a las cosas a las que estoy acostumbrado.
—Bueno, yo creo que está delicioso.
La sonrisa le alcanzó los ojos.
—Por eso tú deberías comértelo.
La excursión continuó con charlas acerca del pasado, pequeñas cosas que recordaban el uno del otro de cuando ran pequeños, ________ recordando a aquel niño larguirucho de la cancha de baloncesto que se había vuelto tan ancho y musculoso. Hablaron de Isadora y _______ hizo prometer a Joe en broma que sería más amable con ella. Hablaron de Davy y él todavía no le quería dar pista alguna de cómo se había hecho daño su hermano, pero, igual que cada vez que habían hablado de él, vio amor en sus ojos. Ella sabía que, como anteriormente, él no se daba cuenta de que se estaba abriendo a ella, o habría parado, así que nunca dijo nada que se lo recordara. Vaciaron la botella de Chardonnay y abrieron otra, y un agradable dejo de embriaguez la hizo ser lo suficientemente osada como para introducir uvas juguetonamente en su expectante boca.
La brisa del mar azotó su fina falda tipo pareo mientras se abrazaba las rodillas y, cuando se hizo el silencio, echó un vistazo a la amplia y vacía playa que había a su derecha y, después, al horizonte de la izquierda. El sol se iba poniendo, dejando una magnífica puesta de sol de Florida que rayaba un cielo que, por lo demás, era apacible.
—¿Así era la noche en que Davy puso nombre a tu empresa?
Joe observó el horizonte durante un momento y, después, se giró hacia ella con una expresión dulce.
—Más o menos.
Permanecieron en silencio mientras la brillante bola naranja descendía por el borde del océano y, cuando desapareció, el cielo se tiñó de tonos más brumosos de malva y azul pálido. Mirando a unos ojos oscurecidos por el oscuro aire, ella se apoyó suavemente en él, y él la rodeó con un brazo.
—Joe, los dos últimos días han sido... realmente buenos. —Solía ser más elocuente, pero no sabía de qué otra forma expresar lo que sentía.
Él la miró, pero bajó la vista rápidamente.
—Sí —dijo en poco más que un susurro. Ella sabía que él no estaba acostumbrado a tales confesiones, aunque fueran así de simples, así que, igual que toda aquella noche, significaba más para ella por el esfuerzo que sabía que exigía.
Cuando el velero volvió al muelle, ella pensó que debería estar soñolienta a causa del vino que había tomado, pero seguía estando inquieta por lo que pasaría a continuación. El vino la había relajado, pero no había hecho nada para disminuir la energía sexual que corría por sus venas siempre que estaba en presencia de Joe.
Antes de abandonar el barco compartieron un beso lento y prolongado que la llenó de anhelos conocidos.
—¿Quieres llevarme a la cama ahora? —susurró, cuando sus labios apenas se habían despegado. El capitán amarraba el barco a escasos metros detrás de ellos.
—Ah, sí —dijo él, igual de suavemente, y pronto le dieron las gracias al capitán y caminaron por el muelle hacia el aparcamiento, tomados de la mano.
—O... —Se giró para mirarlo con una sonrisa juguetona—. ¿Es la cama demasiado aburrida para ti?
Un leve rastro de fuego ardió en sus ojos.
—No si tú estás en ella, Princesa.
—Has hecho un buen trabajo esta noche, colega.
Davy sonrió, agitando la mano mientras Joe salía por la puerta de alambre. Acababan de pasar dos horas volviendo a colgar el canalón de la parte delantera de la casa y, aunque Davy sabía que no había hecho mucho más que sostener cosas y pasarle herramientas a Joe, le gustaba cuando su hermano decía cosas así. Habían trabajado hasta que oscureció y, después, bebieron té helado en la cocina. En ese momento se dejó caer en el sofá, sintiendo un cansancio agradable.
—No te pongas demasiado cómodo, tienes que ducharte.
Él levantó la vista para encontrarse con las manos de Elaine en las caderas, con una mancha de suciedad en la mejilla. Había estado en el jardín trabajando en sus parterres y la parte delantera de su camiseta también estaba manchada.
—Parece que tú la necesitas más que yo —dijo él, con una amplia sonrisa.
Ella se rió y los ojos le brillaron mientras le tiraba un guante de jardinería. Él lo agarró mientras ella decía:
—De acuerdo, tal vez vaya yo primero. —Después de volver a agarrar el guante, se dirigió a la parte de atrás de la casa; él la oyó dejar las herramientas en la caja de madera que Joe había hecho para ese tipo de cosas.
Contento por el aplazamiento, encendió el televisor y fue cambiando de canal, pero no pudo encontrar nada bueno. Durante los últimos días, de hecho, no encontraba nada que captara su atención. Y, cuando dejó el televisor e intentó leer, tampoco se pudo concentrar en eso, aunque sí que quería saber qué le pasaba a Jim Hawkins y a los piratas. Quizás siguiera preocupado por su padre, aunque Joe tenía razón: todo parecía ir bien. O quizás estuviera pensando en el departamento de floristería de Albertson's y en Daisy María Ramírez.
—Ah, Davy. —El alzó la vista mientras Elaine volvía a meter la cabeza en la sala, levantando el periódico—. Quería enseñarte esto antes. Pensé que te interesaría.
—¿Qué es?
—Un artículo sobre esa chica de Albertson's.
Dejó de respirar; el pecho le ardió.
—Ya sabes, la de la silla de ruedas.
Él asintió.
—Sí, ya sé.
—Hicieron un buen artículo sobre ella en la sección de Gente. —Pero Elaine frunció el ceño—. Tiene espina bífida.
—¿Qué es eso?
—Es un problema de la médula espinal, algo que pasa al nacer. El artículo lo explica. ¿Quieres verlo?
El asintió; temió haberlo hecho con demasiado entusiasmo. Pero ella no pareció darse cuenta, simplemente dejó caer el periódico en el sofá, al lado de Davy. Él esperó hasta que ella se hubo ido para agarrarlo y, cuando lo hizo, el corazón le volvió a arder y la calidez se extendió por su pecho. Allí estaba, Daisy María Ramírez, y la foto hasta era en color. Estaba sentada en su mesa, junto a algunas flores, sonriendo. Nunca antes había visto la sonrisa de Daisy y supo instantáneamente que daría cualquier cosa para que le sonriera así a él.
Sintiéndose más tranquilo cuando oyó la ducha al final de la sala, la miró durante un largo rato y, después, leyó el artículo. Daisy tenía veintidós años y vivía en Clearwater con sus padres y su hermana menor. La médula espinal no le había crecido bien antes de nacer, así que nunca había podido andar. Antes de trabajar en Albertson's, había trabajado en una floristería tres años, pero había quebrado.
El periodista la describía como una chica tímida y tranquila con una sonrisa encantadora. Davy estaba de acuerdo en lo de la sonrisa, y la parte de la timidez y la tranquilidad no le sorprendió. Era como papá y él: diferente.
Le encantaba preparar flores, según decía en el artículo, y también le gustaba leer libros e ir a la playa. Su corazón se hinchó al leer aquella última parte, ya que significaba que tenían cosas en común. Se sintió como si la conociera mucho mejor de lo que lo hacía, o como si quisiera conocerla, como si, quizás si ambos vencían su timidez, tuviera cosas que decirle; cosas importantes.
El escritor concluía diciendo: «Observar a Daisy creando un arreglo floral es un regalo para los ojos», y Davy deseó haber pensado en ello, ya que era tan cierto.
Seguía mirando fijamente la foto cuando la voz de Elaine resonó desde su dormitorio.
—La ducha está libre, Davy. Tienes que lavarte y prepararte para ir a la cama.
—De acuerdo —respondió gritando y, después, se llevó el periódico a su dormitorio y se agachó para deslizado bajo la cama, encima de los juegos que había allí.
Mientras se pasaba el jabón por el pecho bajo el agua caliente varios minutos después, todavía veía la sonrisa de Daisy en su mente. ¿Cómo podía hacer que le sonriera de aquella manera? Fue simulando situaciones en la cabeza, desde «¿Lo suficientemente caliente para ti?», hasta la frase de Joe «tienes buen aspecto, como siempre», pero sabía que nada de aquello funcionaría. Ni siquiera «bonitas flores»; simplemente no tenía valor. Quería pensar que ella vería en él lo que él veía en ella, que, después de decirse «hola» ella comprendería que eran almas gemelas, que sabían las mismas cosas, sentían las mismas cosas, pero, ¿y si aquello no sucedía? ¿Y si abría la boca y ella lo miraba de aquella forma tan familiar? ¿ Con la mirada de «eres raro» o la del cachorro que dormía?
Siguió pensando en el artículo. Pensó que era especial que un periódico te dedicara media página, y apostó a que ella se sentía orgullosa, aunque un poco avergonzada. Así era como él se sentiría.
Después de ponerse el pijama y darle las buenas noches a Elaine, se fue a su cuarto, sacó el periódico y pensó un poco más en hacer sonreír a Daisy. Y, cuando apagó la luz y se tumbó para dormirse, una idea comenzó a formársele en el fondo de la mente.
Cuando iba al colegio, conocía a una hermosa niña que se llamaba Lucy, y siempre se la había imaginado rodeada del oscuro cielo nocturno y de brillantes estrellas, como en la canción «Lucy en el cielo con diamantes». Pero no pensaba así en Daisy; no podía, en realidad, porque Daisy no era oscura como la noche. Daisy era luz del sol y flores. Hasta su nombre era una flor; una de las flores más sencillas y bonitas. Daisy era primavera y verano, color y textura. Lo hacía sentir como el primer momento en que el sol salía de entre las nubes y le acariciaba la cara.
Le iba a hacer algo, decidió, algo que dijera todo lo que él no podía decir; le iba a hacer un regalo. Aún no estaba seguro de qué sería exactamente, pero tenía que ser perfecto. Porque observarla arreglando flores era un regalo para sus ojos y quería darle algo igual de especial a cambio.
~~~~
Las mañanas eran el momento preferido de Joe para trabajar; aquellas pocas horas antes de que el calor tropical llegara con toda su fuerza. A menudo hacía más en aquel período de tiempo que en el resto del día.
La mañana siguiente se sentía más activo que de costumbre. La humedad de la mitad del verano todavía no había llegado; una breve lluvia por la noche había refrescado el aire. Le gustaba el nuevo color para las cornisas que le estaba poniendo a la casa de _______. Y era viernes.
A su pesar, se preguntó si acabaría de nuevo en la cama de ________ o si se irían cada uno por su lado hasta el lunes. De repente había cosas nuevas que sopesar. Nunca había pretendido prometerle que las cosas fueran a ser diferentes a partir de ese momento, pero, cuando ella se lo había preguntado, por alguna razón no pudo decepcionarla. De todas formas, prometerle que no la usaría por el sexo apenas equivalía a un compromiso, así que quizás pudiera arreglárselas. Tal vez pudiera acostarse con ella, divertirse con ella, disfrutarla, sin que las cosas fueran demasiado en serio. Aquél era el plan, en cualquier caso.
Continuó con su trabajo, centrándose en aplicar una capa homogénea de pintura en una de las columnas gemelas que sostenían la marquesina delantera de ________ mientras intentaba no pensar demasiado en la mujer de dentro. Es decir, hasta que ella abrió la puerta con un vaso de limonada en la mano. Su cabello recogido revelaba unos pómulos delicados y llevaba unos shorts blancos que resaltaban unas piernas bronceadas. A quién pretendía engañar; había estado pensando en ella, le gustara o no.
—La acabo de hacer. Pensé que te gustaría algo que no fuera agua.
Él bajó la brocha.
—Gracias. —Le agarró la bebida, con sus dedos rozándose ligeramente, y vació la mitad de un largo trago.
Rápidamente, se extendió un incómodo silencio y él se preguntó si su brevedad la estaba asustando, haciéndole pensar que las cosas habían vuelto a como eran antes, a pesar de lo que había dicho el día anterior. Se dijo a sí mismo que aún podía hacerlo, podía actuar como un estupido, y probablemente fuera inteligente hacerlo.
—Bueno. —Ella cambió su peso de un pie al otro—. Si quieres más, está en la nevera. No cerraré la puerta con llave.
—De acuerdo —dijo él mientras ella se giraba para marcharse. Entonces dijo—: Espera.
Sus ojos azules volvieron a posarse en los suyos y, por alguna razón, aquello lo paralizó. «Anoche te eché de menos». Las palabras le aparecieron en la mente, pero no podía decirlas. Aunque hubiera estado tumbado en la cama preguntándose qué estaría haciendo, deseando que estuviera a su lado.
Así que, en vez de eso, le agarró la mano y se acercó a ella, mientras bajaba la boca hasta la suya para darle un beso dulce y lento. Tal vez a ella le gustara hablar, pero él se seguía sintiendo más cómodo besando.
Cuando terminó, ella se mordió el labio, vacilante, y él intentó que su cara permaneciera libre de emociones. Sin embargo, cuando ella empezó a marcharse de nuevo, se oyó decir:
—¿Te gusta el agua?
Ella lo miró, inexpresiva.
—¿El agua?
—¿El océano? ¿Navegar?
Ella parpadeó, todavía vacilante.
—Sí. Quiero decir, claro que sí.
—¿Quieres hacerlo esta noche? ¿Hacer un crucero a la puesta del sol en unos de los veleros del puerto deportivo?
La sonrisita que iluminó su cara dio calidez a su alma de una forma totalmente inesperada.
—Me gustaría hacerlo, sí.
—De acuerdo —dijo él, un poco estupefacto ante lo fácil que era hacerla feliz.
Cuando la puerta se hubo cerrado tras ella, se bebió el resto de la limonada, dejó el vaso en el porche delantero y volvió al trabajo. Pero, ¿qué demonios acababa de hacer?
Acababa de pedirle una cita a la hija de Henry Ash, eso había hecho.
La primera vez que había mirado a ________ a los ojos, todo lo que había podido ver era a Henry y privilegio, cosas que deberían haber sido suyas. Sin embargo, cuando la miraba ahora, era diferente, y la verdad era que había sido más que sexo desde... bueno, desde la primera vez que se habían acostado. Una gran parte de Joe no podía creer que le acabara de pedir una cita (a aquella mujer con la que no tenía intención de comenzar una relación), pero, a su pesar, en otra parte de él manaba la ilusión.
~~~~
—Por Sadie —dijo ________, mientras alzaba su copa de vino y miraba a los atractivos ojos de Joe.
—Sadie... ¿de Ash? —preguntó él.
Descansaban en la larga y estrecha proa de una elegante goleta mientras serpenteaba desde la bahía hasta las aguas abiertas del golfo. Los gritos de las gaviotas competían con el sonido de las olas chocando contra el casco del barco.
_______ asintió y lanzó una mirada que sospechaba que era avergonzada.
—Si Sadie no te hubiera llamado para que me pintaras la casa, no estaríamos aquí.
—Supongo que no —concedió él, mientras brindaba con ella.
—Me encanta esto —dijo ella, dejando que sus ojos vagaran por el océano mientras el barco se balanceaba suavemente por el oleaje de la noche. Pero lo que realmente quería decir era «me encanta esta noche. Me encanta estar en este barco contigo, me ha encantado saber, sin que me lo dijeras, que lo organizaste para que lo tuviéramos para nosotros solos, aparte del capitán. Me encanta mirar tus ojos miel ahora mismo y saber que ambos queremos estar aquí».
Algo en su mundo había cambiado el día en que él llegó a su puerta con un aspecto sorprendentemente duro con una camiseta de color burdeos oscuro y vaqueros azules. Sólo cuando se habían embarcado en aquella cita se dio cuenta de que aquello se estaba convirtiendo de verdad en un idilio, del tipo que le quemaba el corazón de una forma mucho más profunda de lo que lo haría simplemente el sexo. Todavía no sabía si aquello iba a durar y le daba miedo siquiera comenzar a pensar en el futuro, pero había empezado a creer que el dolor que había soportado con Joe había valido la pena porque, de alguna manera, los había llevado allí. Y allí era un buen lugar, al menos por el momento.
—Por cierto, ayer hablé con Phil. Sobre Jeanne.
Los ojos de Joe se abrieron como platos, haciendo que ella se arrepintiera de mezclar romance con vida real.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—No, pero no te preocupes, no te metí de por medio. Le dije que yo lo vi con otra mujer en la fiesta.
—No me preocupaba por mí. Me preocupaba por ti.
—¿Por qué?
Él levantó las cejas.
—Bueno, apuesto a que no le gustó que metieras las narices en sus asuntos.
Ella sonrió, admitiéndolo.
—De hecho, no le gustó. Pero no podía saber que la estaba engañando y dejarlo pasar sin hacer algo.
—¿Qué dijo?
—Intentó actuar como si no fuera nada, me dijo que me lo estaba tomando demasiado en serio.
—Siempre he pensado —comenzó a decir, mientras levantaba la copa para tomar otro trago— que la vida ya es lo suficientemente complicada sin meterse en los problemas de los demás.
Cuando terminó, buscó sus ojos, pero ella sólo sonrió.
—A veces —respondió ella—, los demás necesitan ayuda de verdad y quizás ni siquiera lo sepan hasta que alguien más se mete.
Antes de que Joe pudiera responder, el callado capitán de mediana edad se acercó desde la parte trasera del elegante barco blanco y dejó una cesta de mimbre cubierta ante ellos.
—Su picnic al atardecer —dijo, sonriendo de una forma que hizo pensar a _______ que realmente disfrutaba de su trabajo o que quizás notaba el mismo romance en el aire que ella. En cualquier caso, le devolvió la sonrisa y, después, la desvió hacia Joe.
Dentro de la cesta, encontraron uvas, quesos, mini bocadillos, fruta fresca cortada y galletitas de té diminutas. Ella lo colocó todo entre ellos, en el mantel a cuadros que les proporcionaron y probó el brie en una galleta salada.
—Mmm —dijo—. Qué rico.
—¿Qué es? —preguntó Joe, mientras observaba el suave queso.
Ella sonrió abiertamente al darse cuenta de que él había ido directamente a por un trozo de simple cheddar.
—Brie. ¿Quieres?
—No. —Se metió un trozo de queso dorado brillante en la boca y ella no pudo evitar pensar que él preferiría estar comiéndose una hamburguesa, así que la conmovió saber que había organizado todo aquello por ella.
Ella untó el brie en otra galleta salada y alargó la mano.
—Pruébalo. —Seguía pareciendo que tenía dudas, hasta que ella lo reprendió con los ojos y dijo algo que él le había dicho a ella una vez—. No seas crío.
Él sonrió, juguetón, y dejó que ella deslizara la galleta en su boca. Ella lo observó masticar, tragar y regarlo con un largo trago de vino.
—¿Y bien?
—Creo que me ceñiré a las cosas a las que estoy acostumbrado.
—Bueno, yo creo que está delicioso.
La sonrisa le alcanzó los ojos.
—Por eso tú deberías comértelo.
La excursión continuó con charlas acerca del pasado, pequeñas cosas que recordaban el uno del otro de cuando ran pequeños, ________ recordando a aquel niño larguirucho de la cancha de baloncesto que se había vuelto tan ancho y musculoso. Hablaron de Isadora y _______ hizo prometer a Joe en broma que sería más amable con ella. Hablaron de Davy y él todavía no le quería dar pista alguna de cómo se había hecho daño su hermano, pero, igual que cada vez que habían hablado de él, vio amor en sus ojos. Ella sabía que, como anteriormente, él no se daba cuenta de que se estaba abriendo a ella, o habría parado, así que nunca dijo nada que se lo recordara. Vaciaron la botella de Chardonnay y abrieron otra, y un agradable dejo de embriaguez la hizo ser lo suficientemente osada como para introducir uvas juguetonamente en su expectante boca.
La brisa del mar azotó su fina falda tipo pareo mientras se abrazaba las rodillas y, cuando se hizo el silencio, echó un vistazo a la amplia y vacía playa que había a su derecha y, después, al horizonte de la izquierda. El sol se iba poniendo, dejando una magnífica puesta de sol de Florida que rayaba un cielo que, por lo demás, era apacible.
—¿Así era la noche en que Davy puso nombre a tu empresa?
Joe observó el horizonte durante un momento y, después, se giró hacia ella con una expresión dulce.
—Más o menos.
Permanecieron en silencio mientras la brillante bola naranja descendía por el borde del océano y, cuando desapareció, el cielo se tiñó de tonos más brumosos de malva y azul pálido. Mirando a unos ojos oscurecidos por el oscuro aire, ella se apoyó suavemente en él, y él la rodeó con un brazo.
—Joe, los dos últimos días han sido... realmente buenos. —Solía ser más elocuente, pero no sabía de qué otra forma expresar lo que sentía.
Él la miró, pero bajó la vista rápidamente.
—Sí —dijo en poco más que un susurro. Ella sabía que él no estaba acostumbrado a tales confesiones, aunque fueran así de simples, así que, igual que toda aquella noche, significaba más para ella por el esfuerzo que sabía que exigía.
Cuando el velero volvió al muelle, ella pensó que debería estar soñolienta a causa del vino que había tomado, pero seguía estando inquieta por lo que pasaría a continuación. El vino la había relajado, pero no había hecho nada para disminuir la energía sexual que corría por sus venas siempre que estaba en presencia de Joe.
Antes de abandonar el barco compartieron un beso lento y prolongado que la llenó de anhelos conocidos.
—¿Quieres llevarme a la cama ahora? —susurró, cuando sus labios apenas se habían despegado. El capitán amarraba el barco a escasos metros detrás de ellos.
—Ah, sí —dijo él, igual de suavemente, y pronto le dieron las gracias al capitán y caminaron por el muelle hacia el aparcamiento, tomados de la mano.
—O... —Se giró para mirarlo con una sonrisa juguetona—. ¿Es la cama demasiado aburrida para ti?
Un leve rastro de fuego ardió en sus ojos.
—No si tú estás en ella, Princesa.
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capitulo 30
________ había desarrollado una idea de cuento de hadas de lo que sería el sexo a partir de ese momento. Después de sus dulces besos en el barco, de la relajada conversación que habían compartido durante el picnic, se lo imaginaba igual que lo había hecho cuando era una chica joven e ingenua: lento y dulce, con música romántica de fondo.
Pero no estaba destinado a ser. Para cuando el Jeep de Joe hubo aparcado en el camino de entrada de la casa de _______, ambos se apresuraron hasta la puerta y ella buscó las llaves a tientas mientras él la envolvía por detrás.
—Dios, cómo te deseo —susurró él mientras caían en a cama un momento después. Las cosas eran rápidas y frenéticas, sus gemidos llenaban el aire y, durante aquellos momentos que hacían que le hormigueara la columna vertebral, su mundo se convirtió sólo en sensaciones; la boca de Joe, las manos de Joe, Joe dentro de ella.
Fue sólo después cuando la parte dulce y tranquila sucedió, cuando ella menos se lo esperaba. Él estaba encima de ella, sus cuerpos todavía unidos, y él rozó, con la palma de su mano, su hombro, pecho, cadera, muslo, y vuelta a empezar. Enterrando su mano en su pelo, la besó; suave y dulcemente.
Minutos después, él dejó la cama, murmurando algo sobre el baño. «Y puede que se vaya ahora», se advirtió ella a sí misma. «Puede que vuelva a entrar, se ponga los vaqueros y se vaya a casa»
«Y no pasa nada si lo hace. No pasa nada porque no puedes esperar que se quede cada noche y, no importa lo que ocurra ahora, esta noche ha sido especial».
Ella cerró los ojos y se preparó para eso. Pero entonces sintió cómo se volvía a deslizar bajo las sábanas, apretando su cuerpo desnudo contra ella, justo antes de que le susurrara al oído:
—Mañana por la mañana tú haces el desayuno.
~~~~
—Bueno, ¿qué nos vas a preparar? —preguntó Joe mientras el sol entraba de lleno por la ventana de media luna—. Estoy hambriento. —Se dejó caer para mordisquearle un pecho, satisfecho cuando un sexy gruñido se escapó de la boca de _______.
—Para ser un hombre que quiere desayunar —susurró ella—, no es que me estés dando ningún incentivo para marcharme.
Un último beso en su fruncido pezón y volvió a alzar su cara hasta la de ella.
—Tienes razón. Ya he acabado. Ve a traernos algo de comida.
Ella rió ante su insistencia.
—¿Cómo te suenan unas tostadas?
—Genial.
—Puede que me lleve un rato. ¿Estás seguro de que no me echarás demasiado de menos?
—Te echaré de menos —dijo él—, pero, por unas tostadas, habrá valido la pena.
Ella se levantó desnuda de la cama y fue caminando descalza hasta una puerta corredera del armario, de donde recuperó la misma bata corta, sedosa y beige con la que la había visto la primera vez, haciéndole pensar lo mucho que habían cambiado las cosas desde entonces.
Él volvió a dormirse mientras ella no estaba y, antes de que se diera cuenta, ella colocaba la bandeja sobre él y volvía a gatear hasta la cama.
—Tiene buena pinta —dijo él, mientras se incorporaba, y sin decirle cuánto le gustaba tenerla tan cerca mientras desayunaban. Nunca había desayunado en la cama hasta que ________ apareció, pero podía verle el atractivo; algo en ello prolongaba la intimidad de la noche anterior. Por supuesto, aquello había disparado una señal de alarma en su cabeza; muchas de las cosas que habían pasado durante su cita habían disparado señales de alarma. Pero que le gustara aquello, incluso que le gustara ella, no significaba nada, se dijo. Aquello sólo era diversión, sexo, y mejor que dormir solo, eso era todo.
—Bueno, voy a comer con Carolyn hoy y primero iré de compras... así que, aunque odie arrastrarme fuera de la cama, será mejor que me mueva.
Sus planes le recordaron que era sábado y que él también tenía planes.
—Hoy tengo que trabajar en el calendario de la semana que viene y hacer saber a los chicos dónde tienen que estar. Después de eso, prometí a Davy que lo llevaría al cine, y la puerta del garaje de Elaine necesita una mano de pintura. —Esperaba que ella no le pidiera que volviera aquella noche. La verdad era que tenía mucho que hacer y, además, ya era hora de enviarle un mensaje para que entendiera que no se iba a convertir en algo fijo en su vida.
Afortunadamente, ella sólo respondió con:
—Parece un día ajetreado.
Terminaron de desayunar y, después, Joe le ofreció que se duchara primero, cansado de una semana sin parar. La siguiente vez que la vio, estaba sobre él, con un vestidito de playa muy mono.
—Tengo que darme prisa, pero quédate el tiempo que quieras. Tienes cara de sueño —añadió.
—Bueno, una belleza rubia que conozco me ha estado costando mucho sueño últimamente.
Ella sonrió y se inclinó para besarlo.
—Adiós, Joe —dijo con calidez.
Él la observó mientras avanzaba hasta la puerta, con el vestido agitándosele por los bien torneados muslos.
—Yo... ¿Qué? ¿Él, qué? Hablaré contigo pronto —terminó.
Cuando se hubo ido, él se quedó tendido en la cama, deseando volver a dormirse, pero su mente estaba demasiado despejada para entonces, demasiado alerta. Oyó cómo se levantaba la puerta del garaje y se volvía a cerrar. Escuchó el silencio de la casa. Pensó en lo tranquila que la casa no había estado en varias ocasiones la noche anterior, con el sonido de sus gemidos sustituyendo el silencio. Maldita sea, la verdad era que eran buenos en la cama, juntos.
Y tal vez en otros sitios también, tenía que admitirlo, aunque fuera de mala gana. Había disfrutado del crucero de la noche anterior, aunque se había alegrado de dejar atrás el tema de Phil; se sentía mal por habérselo contado.
Siempre había evitado involucrarse en los problemas de los demás, ya que no quería que nadie se metiera en sus asuntos. Y, aunque sabía que ________ sólo se implicaba porque le importaban Phil y Jeanne, sospechaba que, al final, se decepcionaría. No conocía bien a Phil, pero nunca le había parecido el tipo de tío que tenía remordimientos. Y los hombres que engañaban solían ser realmente buenos a la hora de justificarlo de algún modo.
Las partes que había habido después de aquello habían sido mejores. Volver a recordar aquellos días antes de que su madre muriera y, después, compartir una puesta de sol con la niña que se había convertido en una preciosa mujer, había sido como cerrar un círculo de su infancia. Se dijo repetidamente que sería mejor que tomara el control de aquella situación, que sería mejor que le dejara claro su postura, pero era difícil. Había habido momentos en que las cosas iban tan bien, la charla era tan fácil, que deseaba poder decirle que conocía sus fantasías. Aquello era imposible de mil formas diferentes, por supuesto, pero había comenzado a anhelar compartir las fantasías con ella, en más que una forma solitaria y distante.
Una pesada oleada de culpa lo atravesó mientras miraba hacia la puerta del dormitorio. Estaba solo y su libro de fantasías sexuales seguía descansando al otro lado de la sala, en su oficina.
Pero no podía hacerlo. Ya no quería herirla, y un libro así... bueno, había sabido desde el primer vistazo que provenía del lugar más profundo y secreto de su alma y que se estaba entrometiendo de una forma imperdonable.
Y aun así... anhelaba más de aquel lado secreto de ella. Quería saber más sobre los pensamientos apasionados de su princesa. Anhelaba el poder de hacer realidad más de aquellas fantasías, de darle cosas que ningún otro hombre haría ni podría, observar cómo sus ojos se encendían con la magia de vivir sus deseos más íntimos. Así de rápido, la tentación palpitó rítmicamente por su sangre. El atractivo de lo prohibido no le dejaba descansar, no le dejaba negarse.
A veces era casi fácil olvidar que ella no sabía que él leía sus fantasías, era fácil sentir que era simplemente algo que compartían. En aquel momento, era fácil decirse que, si lo supiera, no lo detendría, que querría que las leyera, querría que supiera exactamente cómo satisfacerla de la mejor forma.
Y quizás él fuera como uno de esos hombres que engañaban a su mujer, porque, cuanto más estaba tumbado ahí pensando en ello, más formas encontraba para justificarlo...
Hasta que se convirtió en algo contra lo que, simplemente, no podía seguir luchando. Hasta que, finalmente, apartó las sábanas y salió de la cama.
Chicas disculpen qe no les subi cap ayer aqi les dejo 2 caps de recompensa
________ había desarrollado una idea de cuento de hadas de lo que sería el sexo a partir de ese momento. Después de sus dulces besos en el barco, de la relajada conversación que habían compartido durante el picnic, se lo imaginaba igual que lo había hecho cuando era una chica joven e ingenua: lento y dulce, con música romántica de fondo.
Pero no estaba destinado a ser. Para cuando el Jeep de Joe hubo aparcado en el camino de entrada de la casa de _______, ambos se apresuraron hasta la puerta y ella buscó las llaves a tientas mientras él la envolvía por detrás.
—Dios, cómo te deseo —susurró él mientras caían en a cama un momento después. Las cosas eran rápidas y frenéticas, sus gemidos llenaban el aire y, durante aquellos momentos que hacían que le hormigueara la columna vertebral, su mundo se convirtió sólo en sensaciones; la boca de Joe, las manos de Joe, Joe dentro de ella.
Fue sólo después cuando la parte dulce y tranquila sucedió, cuando ella menos se lo esperaba. Él estaba encima de ella, sus cuerpos todavía unidos, y él rozó, con la palma de su mano, su hombro, pecho, cadera, muslo, y vuelta a empezar. Enterrando su mano en su pelo, la besó; suave y dulcemente.
Minutos después, él dejó la cama, murmurando algo sobre el baño. «Y puede que se vaya ahora», se advirtió ella a sí misma. «Puede que vuelva a entrar, se ponga los vaqueros y se vaya a casa»
«Y no pasa nada si lo hace. No pasa nada porque no puedes esperar que se quede cada noche y, no importa lo que ocurra ahora, esta noche ha sido especial».
Ella cerró los ojos y se preparó para eso. Pero entonces sintió cómo se volvía a deslizar bajo las sábanas, apretando su cuerpo desnudo contra ella, justo antes de que le susurrara al oído:
—Mañana por la mañana tú haces el desayuno.
~~~~
—Bueno, ¿qué nos vas a preparar? —preguntó Joe mientras el sol entraba de lleno por la ventana de media luna—. Estoy hambriento. —Se dejó caer para mordisquearle un pecho, satisfecho cuando un sexy gruñido se escapó de la boca de _______.
—Para ser un hombre que quiere desayunar —susurró ella—, no es que me estés dando ningún incentivo para marcharme.
Un último beso en su fruncido pezón y volvió a alzar su cara hasta la de ella.
—Tienes razón. Ya he acabado. Ve a traernos algo de comida.
Ella rió ante su insistencia.
—¿Cómo te suenan unas tostadas?
—Genial.
—Puede que me lleve un rato. ¿Estás seguro de que no me echarás demasiado de menos?
—Te echaré de menos —dijo él—, pero, por unas tostadas, habrá valido la pena.
Ella se levantó desnuda de la cama y fue caminando descalza hasta una puerta corredera del armario, de donde recuperó la misma bata corta, sedosa y beige con la que la había visto la primera vez, haciéndole pensar lo mucho que habían cambiado las cosas desde entonces.
Él volvió a dormirse mientras ella no estaba y, antes de que se diera cuenta, ella colocaba la bandeja sobre él y volvía a gatear hasta la cama.
—Tiene buena pinta —dijo él, mientras se incorporaba, y sin decirle cuánto le gustaba tenerla tan cerca mientras desayunaban. Nunca había desayunado en la cama hasta que ________ apareció, pero podía verle el atractivo; algo en ello prolongaba la intimidad de la noche anterior. Por supuesto, aquello había disparado una señal de alarma en su cabeza; muchas de las cosas que habían pasado durante su cita habían disparado señales de alarma. Pero que le gustara aquello, incluso que le gustara ella, no significaba nada, se dijo. Aquello sólo era diversión, sexo, y mejor que dormir solo, eso era todo.
—Bueno, voy a comer con Carolyn hoy y primero iré de compras... así que, aunque odie arrastrarme fuera de la cama, será mejor que me mueva.
Sus planes le recordaron que era sábado y que él también tenía planes.
—Hoy tengo que trabajar en el calendario de la semana que viene y hacer saber a los chicos dónde tienen que estar. Después de eso, prometí a Davy que lo llevaría al cine, y la puerta del garaje de Elaine necesita una mano de pintura. —Esperaba que ella no le pidiera que volviera aquella noche. La verdad era que tenía mucho que hacer y, además, ya era hora de enviarle un mensaje para que entendiera que no se iba a convertir en algo fijo en su vida.
Afortunadamente, ella sólo respondió con:
—Parece un día ajetreado.
Terminaron de desayunar y, después, Joe le ofreció que se duchara primero, cansado de una semana sin parar. La siguiente vez que la vio, estaba sobre él, con un vestidito de playa muy mono.
—Tengo que darme prisa, pero quédate el tiempo que quieras. Tienes cara de sueño —añadió.
—Bueno, una belleza rubia que conozco me ha estado costando mucho sueño últimamente.
Ella sonrió y se inclinó para besarlo.
—Adiós, Joe —dijo con calidez.
Él la observó mientras avanzaba hasta la puerta, con el vestido agitándosele por los bien torneados muslos.
—Yo... ¿Qué? ¿Él, qué? Hablaré contigo pronto —terminó.
Cuando se hubo ido, él se quedó tendido en la cama, deseando volver a dormirse, pero su mente estaba demasiado despejada para entonces, demasiado alerta. Oyó cómo se levantaba la puerta del garaje y se volvía a cerrar. Escuchó el silencio de la casa. Pensó en lo tranquila que la casa no había estado en varias ocasiones la noche anterior, con el sonido de sus gemidos sustituyendo el silencio. Maldita sea, la verdad era que eran buenos en la cama, juntos.
Y tal vez en otros sitios también, tenía que admitirlo, aunque fuera de mala gana. Había disfrutado del crucero de la noche anterior, aunque se había alegrado de dejar atrás el tema de Phil; se sentía mal por habérselo contado.
Siempre había evitado involucrarse en los problemas de los demás, ya que no quería que nadie se metiera en sus asuntos. Y, aunque sabía que ________ sólo se implicaba porque le importaban Phil y Jeanne, sospechaba que, al final, se decepcionaría. No conocía bien a Phil, pero nunca le había parecido el tipo de tío que tenía remordimientos. Y los hombres que engañaban solían ser realmente buenos a la hora de justificarlo de algún modo.
Las partes que había habido después de aquello habían sido mejores. Volver a recordar aquellos días antes de que su madre muriera y, después, compartir una puesta de sol con la niña que se había convertido en una preciosa mujer, había sido como cerrar un círculo de su infancia. Se dijo repetidamente que sería mejor que tomara el control de aquella situación, que sería mejor que le dejara claro su postura, pero era difícil. Había habido momentos en que las cosas iban tan bien, la charla era tan fácil, que deseaba poder decirle que conocía sus fantasías. Aquello era imposible de mil formas diferentes, por supuesto, pero había comenzado a anhelar compartir las fantasías con ella, en más que una forma solitaria y distante.
Una pesada oleada de culpa lo atravesó mientras miraba hacia la puerta del dormitorio. Estaba solo y su libro de fantasías sexuales seguía descansando al otro lado de la sala, en su oficina.
Pero no podía hacerlo. Ya no quería herirla, y un libro así... bueno, había sabido desde el primer vistazo que provenía del lugar más profundo y secreto de su alma y que se estaba entrometiendo de una forma imperdonable.
Y aun así... anhelaba más de aquel lado secreto de ella. Quería saber más sobre los pensamientos apasionados de su princesa. Anhelaba el poder de hacer realidad más de aquellas fantasías, de darle cosas que ningún otro hombre haría ni podría, observar cómo sus ojos se encendían con la magia de vivir sus deseos más íntimos. Así de rápido, la tentación palpitó rítmicamente por su sangre. El atractivo de lo prohibido no le dejaba descansar, no le dejaba negarse.
A veces era casi fácil olvidar que ella no sabía que él leía sus fantasías, era fácil sentir que era simplemente algo que compartían. En aquel momento, era fácil decirse que, si lo supiera, no lo detendría, que querría que las leyera, querría que supiera exactamente cómo satisfacerla de la mejor forma.
Y quizás él fuera como uno de esos hombres que engañaban a su mujer, porque, cuanto más estaba tumbado ahí pensando en ello, más formas encontraba para justificarlo...
Hasta que se convirtió en algo contra lo que, simplemente, no podía seguir luchando. Hasta que, finalmente, apartó las sábanas y salió de la cama.
Chicas disculpen qe no les subi cap ayer aqi les dejo 2 caps de recompensa
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
awwww Joe es tan lindo que romantico lo del barco
Y Davy ternurita esta enamorado que lindo
Siguela pronto!!
Y Davy ternurita esta enamorado que lindo
Siguela pronto!!
aranzhitha
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capítulo 31
Estoy tumbada en una cama, acurrucada en terciopelo lila, con abundantes almohadas esponjosas de color violeta protegiéndome la cabeza. Una tela blanca y diáfana cubre el dosel que hay sobre mí, con enredaderas de hiedra retorciéndose sin ningún orden. La habitación está llena de colores más suntuosos y muebles más lujosos, pero la cama es un mundo en sí misma, un paraíso privado, un jardín secreto.
Un hombre entra por unas altas puertas dobles con bordes dorados. Como yo, está desnudo; su pecho es musculoso, sus hombros, anchos, su piel está bronceada. Camina como un hombre que no teme a nada.
Tras sentarse a mi lado, me coloca un paquete entre las manos, un regalo. Tiro del lazo de terciopelo morado hasta que cae y levanto la tapa de la caja blanca. Dentro, encuentro tres pañuelos de seda de color violeta oscuro, tan suaves al tacto que me estremezco. Cuando miro abajo, veo que mi compañero ha entrado totalmente en erección al observarme desenvolver su ofrenda.
Alargo la mano y, lentamente, lo tomo en ella. Bajo mis dedos, es acero cubierto de seda. Cierra los ojos en un placer silencioso, y quiero darle más, así que lo envuelvo con uno de los pañuelos y deslizo seda contra seda, arriba y abajo por toda su longitud, hasta que gime.
—No más —dice finalmente, y yo retrocedo hasta la cama, sintiendo un cambio de poder contra el que no deseo protestar.
Él me monta, con su pene arqueándose, duro y horizontal, sobre mi estómago, mientras alarga la mano hasta la caja para tomar otro pañuelo y, después, alza suavemente mi mano derecha hasta el enrejado que hay sobre mi cabeza. Mientras me sujeta la muñeca, mi corazón se acelera con la conciencia de mi propia cautividad y, cuando ambas muñecas están envueltas en seda y atadas a la cama, sé que he renunciado a todo control. Quizás debería tener miedo, pero mi cuerpo palpita de expectación, acompañada por una confianza profunda y rotunda.
Alzándose sobre sus rodillas, alarga la mano hacia el tercer pañuelo, que está enredado entre nosotros. Lo pliega en su puño y busca mi mirada, haciendo que me pregunte qué va a hacer.
Observando mis pechos, despliega y tensa el pañuelo entre sus manos y, después, roza la tensa seda en sus sensibles cimas, haciendo que se tensen más mientras la sensación ondea a través de mí como réplicas de un terremoto.
Él observa mi reacción detenidamente y, sólo cuando todo temblor de placer ha amainado, arrastra lentamente toda la extensión de seda violeta entre mis muslos, con sus pliegues provocando mi carne anhelante. Me estremezco bajo la caricia de seda, las réplicas más potentes esta vez.
Él pañuelo de seda continúa extendido entre nosotros como una amenaza y una promesa, y me doy cuenta de que se está acercando cuando cubre mis ojos, tensándose hasta convertirse en negrura mientras es atada alrededor de mi cabeza. Ahora estoy totalmente bajo su control, incapaz de ver qué pasará a continuación, y un fino hilo de temor se entreteje a mi alrededor; pero me libero rápidamente de él, aún confiando, expectante, con el cuerpo temblando de deseo.
Y, entonces, todo sucede a la vez; mis pezones hormiguean con un calor feroz mientras los baña y los succiona, y su mano se hunde entre mis piernas, acariciándome donde estoy húmeda. Grito, pero todavía no me he adaptado a la avalancha de placer cuando se empuja profundamente en mi interior. Sus dedos todavía me acarician mientras se empuja en mi interior, y su boca nunca abandona mis pechos. Cada ión de mi cuerpo se estremece con un placer tan intenso que agita la tierra que hay debajo de mí, se apodera de mi ser, dejándome nada excepto una entrega total. Entonces, llegamos al orgasmo juntos, ambos gimiendo, y la última y más brutal oleada de réplicas retumba por mi sangre, hasta que todo se calma.
Y, entonces, sus manos están ahí, liberando suavemente mis muñecas antes de tirar del pañuelo que me cubre la cabeza. Los tira todos a un lado y se acomoda junto a mí en el terciopelo, tomándome entre sus brazos, dejándome prisionera de nada excepto los sentimientos.
La culpa luchaba contra el placer mientras Joe se imaginaba como el hombre de la escena. Pero, después de tener su dosis, la culpa alejó al placer del campo de batalla. Maldita sea, no debería estar leyendo aquello. Lo había sabido desde el principio, y se maldecía por su incapacidad de detenerse. Ahora que la tentación había pasado, todas sus racionalizaciones murieron, y no podía llegar a imaginarse cuánto daño le haría a ________ si lo supiera. El estómago se le revolvió de la vergüenza.
Tras cerrar el libro, se levantó para devolverlo al estante. Sin embargo, cuando lo volvió a colocar en su sitio, algo impidió que se deslizara dentro. Levantó el volumen rojo y observó... la rosa marchita de color rosa que le había dado, con los pétalos prensados entre capas plegadas de papel de cera. El corazón se le hinchó. Debía de haberse caído del diario cuando él lo había agarrado. La había guardado. Y la había guardado ahí.
Mientras la recogía, intentó decirse que el nudo que se le estaba formando en la garganta era sólo más culpa, o preocupación; porque tenía que volverla a poner en su sitío y, ¿qué pasaría si ella la había prensado en alguna página en concreto, como solía hacer su madre, y se daba cuenta de que la habían movido? Pero, en el fondo, sabía que estaba negando los sentimientos más profundos a los que no podía enfrentarse. Volvió a sentarse, dejando que el libro volviera a caer abierto en su regazo, y lo hojeó hasta encontrar la fantasía donde tenía más sentido guardar la rosa: la que trataba sobre la rosa. Colocó la rosa alisada en el centro del libro, lo cerró fuertemente y, cuando se levantó para devolverlo a su sitio de una vez por todas, intentó no sentir tanto. Intentó no preguntarse cómo podía haberla guardado, después de la forma en que la había dejado aquella noche. Intentó no preguntarse qué podía haber visto en él que le diera esperanzas, que la hiciera pensar que él era humano. Intentó no sentir el flujo de gratitud (y de algo más profundo) que lo derretía.
Después de controlarse, se movió hasta el escritorio de _______ y estaba a punto de apagar la lámpara cuando vio su nombre en una hoja de papel. Tras agarrarla, vio el nombre de su empresa, su dirección... y algunas cifras que no tenían sentido. Parecía una factura (de hecho, los trabajos enumerados eran los mismos de las facturas que había rellenado la semana pasada en O'Hanlon's), pero no era su factura, y las cantidades no estaban bien.
Asombrado, se volvió a sentar en la silla. Estudió la hoja detenidamente, examinando cada dato. La factura tenía su logotipo, pero la información de facturación estaba escrita a ordenador, mientras que él las enviaba a mano. Tenía fecha de la semana anterior, como debía ser, y pensó que quizás alguien de Ash había transcrito su factura en un programa de ordenador para manejarla mejor, ya que él estaba tan atrasado.
Pero no cuadraba, literalmente. Sin tomar la calculadora de ________, supuso que las cantidades presentadas por cada trabajo eran sólo un pequeño porcentaje más elevadas que sus honorarios reales, pero aun así...
—¿Qué demonios?
Su primer pensamiento fue localizar a _______ y preguntarle de dónde provenía aquella factura, explicarle que no era suya, que había algún tipo de error. Pero, cuanto más tiempo permanecía allí sentado, más claras se le iban haciendo las cosas, lentamente, parcialmente, a partir de comentarios que había hecho ella de pasada.
La primera vez que se vieron, ella le había dicho que sabía que no trabajaba barato, porque había visto sus facturas. De camino al puerto deportivo la noche anterior, había mencionado los costes en aumento de los subcontratistas que trabajaban para Ash, pero él había supuesto que se refería a otros que no fueran él. De repente se preguntó cuánto hacía que las facturas de Horizon eran demasiado altas.
Estudió el camino que tomaban sus facturas. Se las dejaba a Sadie y, desde ahí, pasaban a Phil. Sabía por ________ que las facturas que ella pagaba provenían de Phil, que él o su secretaria se las entregaba en la puerta cada pocos días. Phil era el denominador común, y un tipo en el que ya tenía razones para no confiar.
Tras volver a bajar la mirada hasta la factura falsa, pensó en los esfuerzos que debía de haber realizado Phil para que aquello funcionara, pero, por otra parte, quizás fuera sencillo. Joe no sabía de ordenadores, pero suponía que, una vez que Phil hubiera creado el impreso falso con su logotipo y dirección, probablemente fuera sólo cuestión de cambiar unos pocos números aquí y allá. Y, quizás si lo hacía con todos (________ había dicho que las tarifas de casi todo el mundo habían aumentado, después de todo), las facturas no parecieran tan exageradas como para que _______ o cualquier otra persona fuera a hacer más que cuestionar alguna de vez en cuando.
Así que Phil estaba robando de Ash Builders. Más concretamente, de Henry Ash.
—Qué fuerte —murmuró en el silencio de la oficina de _______. De nuevo, su primer impulso fue buscarla y explicarle lo que había encontrado. De alguna manera, ver su nombre en una factura falsa (y retocada), hacía que él se sintiera como una víctima. Pero, mientras soltaba el hondo aliento que había estado conteniendo, volvió a dejar la factura en el escritorio. Después de todo, Phil no lo estaba engañando a él; él tenía su cheque puntualmente cada semana por la cantidad exacta que él facturaba.
No, cuanto más pensaba en ello, más comprendía que la única persona a quien aquello hería era al padre de ________. Y, mientras apagaba la lámpara y salía tranquilamente al pasillo, Joe supo que, finalmente, había tropezado con la inesperada pizca de justicia para Henry Ash.
~~~~
—Sigue lijando, Davy —dijo Joe, mientras observaba cómo su hermano quitaba la pintura que se desconchaba de la puerta del garaje, bajo el caliente sol de mediodía—. Iré por la pintura.
—De acuerdo, Joe.
Joe se dirigió a la puerta delantera y atravesó la casita hasta la cocina, donde había debajo el bote que había llevado antes para enseñarle el color a Elaine. Mientras estaba allí, se detuvo para coger un par de refrescos de la nevera.
—Joelín, ¿dónde está el periódico? —murmuró Elaine, entrando tras él.
—¿Eh?
Él la oyó revolver entre la pila de periódicos que guardaban junto a la puerta de la cocina.
—Ah, nada. Es que no encuentro el periódico del jueves, y tenía un cupón que quería. ¿ Cómo va la puerta del garaje?
Él se giró de espaldas a la nevera para ver a su hermana, que llevaba vaqueros y un top sin mangas de color rojo que realzaba su figura más de lo habitual, y se dio cuenta de que, hasta ese momento, ni siquiera había sido consciente de que su hermana tuviera figura.
—Rayar y lijar ha sido lento, pero estamos a punto de comenzar a pintar.
—¿Y vas a llevar a Davy al cine después?
Él asintió.
—Probablemente también vayamos a cenar. —Para cuando hubiera terminado la película de la tarde, ambos estarían listos para cenar.
—¿Podrías hacerme un favor entonces? —Ella se inclinó en la encimera, junto a él—. ¿Podrías pasarte y ver cómo está papá?
Su mirada mordaz no necesitaba palabras.
—Lo siento, Joey. —Ella sacudió la cabeza—. Pero es que he ido cada día desde que fuimos a urgencias, además de llevarlo a la clínica de cardiología y al médico, y estoy un poco cansada.
Joe soltó un suspiro de remordimiento. Aunque sabía que su padre ahora tenía una «enfermedad» que tenían que vigilar, tenía que admitir que no había pensado en el hecho de que Elaine ya había empezado a hacerlo, y que él le había dicho que ayudaría.
Suponía que no era pedir demasiado, especialmente después de que ella añadiera:
—No tienes que quedarte. Sólo asegúrate de que esté bien y recuérdale que se tome su medicina. Está encima de la mesa de la cocina.
—Claro, Lainey —dijo él, mientras abría su bebida—. Le echaré un vistazo.
Ella sonrió.
—Gracias, Joe. Te lo agradezco.
Cuanto más la miraba, más se daba cuenta de que su pelo parecía más suave, más bonito que de costumbre, y podía jurar que llevaba un leve pintalabios.
—Eh... ¿tienes una cita o algo así esta tarde?
Un rubor del mismo color de su top subió por sus mejillas mientras bajaba la mirada.
—No. ¿Por qué?
Él se arrepintió de su suposición e intentó ventilarlo fácilmente.
—Es sólo que he pensado que estás guapa, eso es todo.
Ella alzó la mirada hasta encontrarse con la de Joe.
—Gracias. Supongo... que ya no me cuido demasiado. Sólo da la casualidad de que me has pillado en uno de mis mejores días.
Joe no supo qué decir. Dudaba que Elaine y él hubieran hablado de nada tan trivial como su aspecto desde que eran adolescentes. Parte de él quería decirle que debería cuidarse más, porque estaba guapa aquel día, pero, por otra parte, temía haber dicho demasiado ya, así que decidió que era más inteligente callarse.
—Además —añadió ella finalmente—, no es que conozca a muchos hombres precisamente.
Nunca había pensado mucho en ello, aparte de su fugaz pensamiento el otro día, cuando ________ le había preguntado si Elaine estaba casada.
—Supongo que es difícil, con Davy.
Ella se mordió el labio y asintió ligeramente, pero él pudo leer la culpa en sus ojos. Se había pasado toda su vida de adulta cuidando de su hermano y no estaba segura de que estuviera bien querer algo más.
—Oye, Lainey, si alguna vez quieres salir, aunque sólo sea con unas amigas o algo así, Davy podría quedarse conmigo. Quiero decir... si necesitaras algo de intimidad.
El rubor volvió a teñirle la cara.
—Gracias, Joe. Pero lo dudo.
Él tomó la pintura y los refrescos, colocando los botes uno encima del otro, antes de dirigirse hacia la puerta delantera. Mientras maniobraba hacia el calor sofocante, recordó a Elaine cuando tenía unos ojos más alegres y una sonrisa más rápida.
En el último año de instituto, se lo había llevado a su cuarto, había cerrado la puerta y le había enseñado una carta de la Universidad de Miami, que le otorgaba una beca parcial. Deberían haber estado contentos, pero, después de que él la hubiera leído, simplemente se miraron el uno al otro.
—Sólo la solicité porque el señor Hayes insistió —explicó, refiriéndose al orientador académico como si se disculpara—. Nunca pensé en serio que fueran a ofrecerme dinero.
—No, Lainey, es genial —dijo él—. Realmente genial. —Pero suponía que había delatado sus temores en su voz y deseaba haber podido ocultarlos mejor. El ya había dejado el colegio para conseguir un empleo después de que el dinero del trato de Double A se hubiera acabado. Así que no estaba seguro de cómo se las habría arreglado, cómo habría pintado lo suficiente para mantenerlos a todos, mientras cuidaba de su padre y de Davy al mismo tiempo... pero podría haber encontrado una forma.
Sin embargo, al final Elaine había decidido que no podía dejar a Davy. Joe nunca había aludido a sus preocupaciones, pero ella dijo que, si él iba a trabajar para alimentarlos a todos, lo mínimo que ella podía hacer era quedarse en casa y cuidar de su hermano.
—Quizás podrías asistir a clases nocturnas en algún sitio cercano —recordaba haberle dicho—, cuando yo pueda estar aquí con Davy.
—Sí, tal vez —había dicho ella. Pero nunca lo hizo.
Mientras Joe observaba el puño de Davy moverse en círculos con el papel de lija, se volvió a decir que Henry se merecía lo que Phil le estaba haciendo. Henry había engañado al padre de Joe y, en aquel momento, el nuevo socio de Henry lo estaba engañando a él. Parecía apropiado: lo que se hace, se paga. Las acciones de Henry de hacía tantos años habían conducido a aquello: un padre alcohólico con una enfermedad del corazón y una hermana y un hermano cuyas vidas nunca serían todo lo que podrían haber sido. En comparación, ver a Henry perder un poco de calderilla parecía algo sin importancia, aunque, de alguna manera, satisfactorio.
Y Joe no era el que estaba haciendo algo malo. De hecho, ni siquiera le incumbía.
—Tiene buen aspecto, Davy —dijo finalmente, liberándose de sus pensamientos—. Ahora empecemos a pintar para poder llegar a tiempo a la película. Sé que odias perderte los tráilers.
Estoy tumbada en una cama, acurrucada en terciopelo lila, con abundantes almohadas esponjosas de color violeta protegiéndome la cabeza. Una tela blanca y diáfana cubre el dosel que hay sobre mí, con enredaderas de hiedra retorciéndose sin ningún orden. La habitación está llena de colores más suntuosos y muebles más lujosos, pero la cama es un mundo en sí misma, un paraíso privado, un jardín secreto.
Un hombre entra por unas altas puertas dobles con bordes dorados. Como yo, está desnudo; su pecho es musculoso, sus hombros, anchos, su piel está bronceada. Camina como un hombre que no teme a nada.
Tras sentarse a mi lado, me coloca un paquete entre las manos, un regalo. Tiro del lazo de terciopelo morado hasta que cae y levanto la tapa de la caja blanca. Dentro, encuentro tres pañuelos de seda de color violeta oscuro, tan suaves al tacto que me estremezco. Cuando miro abajo, veo que mi compañero ha entrado totalmente en erección al observarme desenvolver su ofrenda.
Alargo la mano y, lentamente, lo tomo en ella. Bajo mis dedos, es acero cubierto de seda. Cierra los ojos en un placer silencioso, y quiero darle más, así que lo envuelvo con uno de los pañuelos y deslizo seda contra seda, arriba y abajo por toda su longitud, hasta que gime.
—No más —dice finalmente, y yo retrocedo hasta la cama, sintiendo un cambio de poder contra el que no deseo protestar.
Él me monta, con su pene arqueándose, duro y horizontal, sobre mi estómago, mientras alarga la mano hasta la caja para tomar otro pañuelo y, después, alza suavemente mi mano derecha hasta el enrejado que hay sobre mi cabeza. Mientras me sujeta la muñeca, mi corazón se acelera con la conciencia de mi propia cautividad y, cuando ambas muñecas están envueltas en seda y atadas a la cama, sé que he renunciado a todo control. Quizás debería tener miedo, pero mi cuerpo palpita de expectación, acompañada por una confianza profunda y rotunda.
Alzándose sobre sus rodillas, alarga la mano hacia el tercer pañuelo, que está enredado entre nosotros. Lo pliega en su puño y busca mi mirada, haciendo que me pregunte qué va a hacer.
Observando mis pechos, despliega y tensa el pañuelo entre sus manos y, después, roza la tensa seda en sus sensibles cimas, haciendo que se tensen más mientras la sensación ondea a través de mí como réplicas de un terremoto.
Él observa mi reacción detenidamente y, sólo cuando todo temblor de placer ha amainado, arrastra lentamente toda la extensión de seda violeta entre mis muslos, con sus pliegues provocando mi carne anhelante. Me estremezco bajo la caricia de seda, las réplicas más potentes esta vez.
Él pañuelo de seda continúa extendido entre nosotros como una amenaza y una promesa, y me doy cuenta de que se está acercando cuando cubre mis ojos, tensándose hasta convertirse en negrura mientras es atada alrededor de mi cabeza. Ahora estoy totalmente bajo su control, incapaz de ver qué pasará a continuación, y un fino hilo de temor se entreteje a mi alrededor; pero me libero rápidamente de él, aún confiando, expectante, con el cuerpo temblando de deseo.
Y, entonces, todo sucede a la vez; mis pezones hormiguean con un calor feroz mientras los baña y los succiona, y su mano se hunde entre mis piernas, acariciándome donde estoy húmeda. Grito, pero todavía no me he adaptado a la avalancha de placer cuando se empuja profundamente en mi interior. Sus dedos todavía me acarician mientras se empuja en mi interior, y su boca nunca abandona mis pechos. Cada ión de mi cuerpo se estremece con un placer tan intenso que agita la tierra que hay debajo de mí, se apodera de mi ser, dejándome nada excepto una entrega total. Entonces, llegamos al orgasmo juntos, ambos gimiendo, y la última y más brutal oleada de réplicas retumba por mi sangre, hasta que todo se calma.
Y, entonces, sus manos están ahí, liberando suavemente mis muñecas antes de tirar del pañuelo que me cubre la cabeza. Los tira todos a un lado y se acomoda junto a mí en el terciopelo, tomándome entre sus brazos, dejándome prisionera de nada excepto los sentimientos.
La culpa luchaba contra el placer mientras Joe se imaginaba como el hombre de la escena. Pero, después de tener su dosis, la culpa alejó al placer del campo de batalla. Maldita sea, no debería estar leyendo aquello. Lo había sabido desde el principio, y se maldecía por su incapacidad de detenerse. Ahora que la tentación había pasado, todas sus racionalizaciones murieron, y no podía llegar a imaginarse cuánto daño le haría a ________ si lo supiera. El estómago se le revolvió de la vergüenza.
Tras cerrar el libro, se levantó para devolverlo al estante. Sin embargo, cuando lo volvió a colocar en su sitio, algo impidió que se deslizara dentro. Levantó el volumen rojo y observó... la rosa marchita de color rosa que le había dado, con los pétalos prensados entre capas plegadas de papel de cera. El corazón se le hinchó. Debía de haberse caído del diario cuando él lo había agarrado. La había guardado. Y la había guardado ahí.
Mientras la recogía, intentó decirse que el nudo que se le estaba formando en la garganta era sólo más culpa, o preocupación; porque tenía que volverla a poner en su sitío y, ¿qué pasaría si ella la había prensado en alguna página en concreto, como solía hacer su madre, y se daba cuenta de que la habían movido? Pero, en el fondo, sabía que estaba negando los sentimientos más profundos a los que no podía enfrentarse. Volvió a sentarse, dejando que el libro volviera a caer abierto en su regazo, y lo hojeó hasta encontrar la fantasía donde tenía más sentido guardar la rosa: la que trataba sobre la rosa. Colocó la rosa alisada en el centro del libro, lo cerró fuertemente y, cuando se levantó para devolverlo a su sitio de una vez por todas, intentó no sentir tanto. Intentó no preguntarse cómo podía haberla guardado, después de la forma en que la había dejado aquella noche. Intentó no preguntarse qué podía haber visto en él que le diera esperanzas, que la hiciera pensar que él era humano. Intentó no sentir el flujo de gratitud (y de algo más profundo) que lo derretía.
Después de controlarse, se movió hasta el escritorio de _______ y estaba a punto de apagar la lámpara cuando vio su nombre en una hoja de papel. Tras agarrarla, vio el nombre de su empresa, su dirección... y algunas cifras que no tenían sentido. Parecía una factura (de hecho, los trabajos enumerados eran los mismos de las facturas que había rellenado la semana pasada en O'Hanlon's), pero no era su factura, y las cantidades no estaban bien.
Asombrado, se volvió a sentar en la silla. Estudió la hoja detenidamente, examinando cada dato. La factura tenía su logotipo, pero la información de facturación estaba escrita a ordenador, mientras que él las enviaba a mano. Tenía fecha de la semana anterior, como debía ser, y pensó que quizás alguien de Ash había transcrito su factura en un programa de ordenador para manejarla mejor, ya que él estaba tan atrasado.
Pero no cuadraba, literalmente. Sin tomar la calculadora de ________, supuso que las cantidades presentadas por cada trabajo eran sólo un pequeño porcentaje más elevadas que sus honorarios reales, pero aun así...
—¿Qué demonios?
Su primer pensamiento fue localizar a _______ y preguntarle de dónde provenía aquella factura, explicarle que no era suya, que había algún tipo de error. Pero, cuanto más tiempo permanecía allí sentado, más claras se le iban haciendo las cosas, lentamente, parcialmente, a partir de comentarios que había hecho ella de pasada.
La primera vez que se vieron, ella le había dicho que sabía que no trabajaba barato, porque había visto sus facturas. De camino al puerto deportivo la noche anterior, había mencionado los costes en aumento de los subcontratistas que trabajaban para Ash, pero él había supuesto que se refería a otros que no fueran él. De repente se preguntó cuánto hacía que las facturas de Horizon eran demasiado altas.
Estudió el camino que tomaban sus facturas. Se las dejaba a Sadie y, desde ahí, pasaban a Phil. Sabía por ________ que las facturas que ella pagaba provenían de Phil, que él o su secretaria se las entregaba en la puerta cada pocos días. Phil era el denominador común, y un tipo en el que ya tenía razones para no confiar.
Tras volver a bajar la mirada hasta la factura falsa, pensó en los esfuerzos que debía de haber realizado Phil para que aquello funcionara, pero, por otra parte, quizás fuera sencillo. Joe no sabía de ordenadores, pero suponía que, una vez que Phil hubiera creado el impreso falso con su logotipo y dirección, probablemente fuera sólo cuestión de cambiar unos pocos números aquí y allá. Y, quizás si lo hacía con todos (________ había dicho que las tarifas de casi todo el mundo habían aumentado, después de todo), las facturas no parecieran tan exageradas como para que _______ o cualquier otra persona fuera a hacer más que cuestionar alguna de vez en cuando.
Así que Phil estaba robando de Ash Builders. Más concretamente, de Henry Ash.
—Qué fuerte —murmuró en el silencio de la oficina de _______. De nuevo, su primer impulso fue buscarla y explicarle lo que había encontrado. De alguna manera, ver su nombre en una factura falsa (y retocada), hacía que él se sintiera como una víctima. Pero, mientras soltaba el hondo aliento que había estado conteniendo, volvió a dejar la factura en el escritorio. Después de todo, Phil no lo estaba engañando a él; él tenía su cheque puntualmente cada semana por la cantidad exacta que él facturaba.
No, cuanto más pensaba en ello, más comprendía que la única persona a quien aquello hería era al padre de ________. Y, mientras apagaba la lámpara y salía tranquilamente al pasillo, Joe supo que, finalmente, había tropezado con la inesperada pizca de justicia para Henry Ash.
~~~~
—Sigue lijando, Davy —dijo Joe, mientras observaba cómo su hermano quitaba la pintura que se desconchaba de la puerta del garaje, bajo el caliente sol de mediodía—. Iré por la pintura.
—De acuerdo, Joe.
Joe se dirigió a la puerta delantera y atravesó la casita hasta la cocina, donde había debajo el bote que había llevado antes para enseñarle el color a Elaine. Mientras estaba allí, se detuvo para coger un par de refrescos de la nevera.
—Joelín, ¿dónde está el periódico? —murmuró Elaine, entrando tras él.
—¿Eh?
Él la oyó revolver entre la pila de periódicos que guardaban junto a la puerta de la cocina.
—Ah, nada. Es que no encuentro el periódico del jueves, y tenía un cupón que quería. ¿ Cómo va la puerta del garaje?
Él se giró de espaldas a la nevera para ver a su hermana, que llevaba vaqueros y un top sin mangas de color rojo que realzaba su figura más de lo habitual, y se dio cuenta de que, hasta ese momento, ni siquiera había sido consciente de que su hermana tuviera figura.
—Rayar y lijar ha sido lento, pero estamos a punto de comenzar a pintar.
—¿Y vas a llevar a Davy al cine después?
Él asintió.
—Probablemente también vayamos a cenar. —Para cuando hubiera terminado la película de la tarde, ambos estarían listos para cenar.
—¿Podrías hacerme un favor entonces? —Ella se inclinó en la encimera, junto a él—. ¿Podrías pasarte y ver cómo está papá?
Su mirada mordaz no necesitaba palabras.
—Lo siento, Joey. —Ella sacudió la cabeza—. Pero es que he ido cada día desde que fuimos a urgencias, además de llevarlo a la clínica de cardiología y al médico, y estoy un poco cansada.
Joe soltó un suspiro de remordimiento. Aunque sabía que su padre ahora tenía una «enfermedad» que tenían que vigilar, tenía que admitir que no había pensado en el hecho de que Elaine ya había empezado a hacerlo, y que él le había dicho que ayudaría.
Suponía que no era pedir demasiado, especialmente después de que ella añadiera:
—No tienes que quedarte. Sólo asegúrate de que esté bien y recuérdale que se tome su medicina. Está encima de la mesa de la cocina.
—Claro, Lainey —dijo él, mientras abría su bebida—. Le echaré un vistazo.
Ella sonrió.
—Gracias, Joe. Te lo agradezco.
Cuanto más la miraba, más se daba cuenta de que su pelo parecía más suave, más bonito que de costumbre, y podía jurar que llevaba un leve pintalabios.
—Eh... ¿tienes una cita o algo así esta tarde?
Un rubor del mismo color de su top subió por sus mejillas mientras bajaba la mirada.
—No. ¿Por qué?
Él se arrepintió de su suposición e intentó ventilarlo fácilmente.
—Es sólo que he pensado que estás guapa, eso es todo.
Ella alzó la mirada hasta encontrarse con la de Joe.
—Gracias. Supongo... que ya no me cuido demasiado. Sólo da la casualidad de que me has pillado en uno de mis mejores días.
Joe no supo qué decir. Dudaba que Elaine y él hubieran hablado de nada tan trivial como su aspecto desde que eran adolescentes. Parte de él quería decirle que debería cuidarse más, porque estaba guapa aquel día, pero, por otra parte, temía haber dicho demasiado ya, así que decidió que era más inteligente callarse.
—Además —añadió ella finalmente—, no es que conozca a muchos hombres precisamente.
Nunca había pensado mucho en ello, aparte de su fugaz pensamiento el otro día, cuando ________ le había preguntado si Elaine estaba casada.
—Supongo que es difícil, con Davy.
Ella se mordió el labio y asintió ligeramente, pero él pudo leer la culpa en sus ojos. Se había pasado toda su vida de adulta cuidando de su hermano y no estaba segura de que estuviera bien querer algo más.
—Oye, Lainey, si alguna vez quieres salir, aunque sólo sea con unas amigas o algo así, Davy podría quedarse conmigo. Quiero decir... si necesitaras algo de intimidad.
El rubor volvió a teñirle la cara.
—Gracias, Joe. Pero lo dudo.
Él tomó la pintura y los refrescos, colocando los botes uno encima del otro, antes de dirigirse hacia la puerta delantera. Mientras maniobraba hacia el calor sofocante, recordó a Elaine cuando tenía unos ojos más alegres y una sonrisa más rápida.
En el último año de instituto, se lo había llevado a su cuarto, había cerrado la puerta y le había enseñado una carta de la Universidad de Miami, que le otorgaba una beca parcial. Deberían haber estado contentos, pero, después de que él la hubiera leído, simplemente se miraron el uno al otro.
—Sólo la solicité porque el señor Hayes insistió —explicó, refiriéndose al orientador académico como si se disculpara—. Nunca pensé en serio que fueran a ofrecerme dinero.
—No, Lainey, es genial —dijo él—. Realmente genial. —Pero suponía que había delatado sus temores en su voz y deseaba haber podido ocultarlos mejor. El ya había dejado el colegio para conseguir un empleo después de que el dinero del trato de Double A se hubiera acabado. Así que no estaba seguro de cómo se las habría arreglado, cómo habría pintado lo suficiente para mantenerlos a todos, mientras cuidaba de su padre y de Davy al mismo tiempo... pero podría haber encontrado una forma.
Sin embargo, al final Elaine había decidido que no podía dejar a Davy. Joe nunca había aludido a sus preocupaciones, pero ella dijo que, si él iba a trabajar para alimentarlos a todos, lo mínimo que ella podía hacer era quedarse en casa y cuidar de su hermano.
—Quizás podrías asistir a clases nocturnas en algún sitio cercano —recordaba haberle dicho—, cuando yo pueda estar aquí con Davy.
—Sí, tal vez —había dicho ella. Pero nunca lo hizo.
Mientras Joe observaba el puño de Davy moverse en círculos con el papel de lija, se volvió a decir que Henry se merecía lo que Phil le estaba haciendo. Henry había engañado al padre de Joe y, en aquel momento, el nuevo socio de Henry lo estaba engañando a él. Parecía apropiado: lo que se hace, se paga. Las acciones de Henry de hacía tantos años habían conducido a aquello: un padre alcohólico con una enfermedad del corazón y una hermana y un hermano cuyas vidas nunca serían todo lo que podrían haber sido. En comparación, ver a Henry perder un poco de calderilla parecía algo sin importancia, aunque, de alguna manera, satisfactorio.
Y Joe no era el que estaba haciendo algo malo. De hecho, ni siquiera le incumbía.
—Tiene buen aspecto, Davy —dijo finalmente, liberándose de sus pensamientos—. Ahora empecemos a pintar para poder llegar a tiempo a la película. Sé que odias perderte los tráilers.
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
awww Joe tienes que decirle a la rayita :x
Davy me encanta es bien tierno *-*
Siguela!!!
Davy me encanta es bien tierno *-*
Siguela!!!
aranzhitha
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
no ve joe que su silencio solo ara que la
rayis se enoje con el!!
siguelaaa!
rayis se enoje con el!!
siguelaaa!
☎ Jimena Horan ♥
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