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"Dominada por el deseo" (Joe y tu) Terminada
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Dominada por el deseo" (Joe y tu) Terminada
Capítulo 6
Veinte minutos después de que Joe le cerrara la puerta en las narices, ________se hallaba delante del espejo antiguo que colgaba en la pared del dormitorio estudiando su imagen. Parecía notablemente serena para ser una mujer cuyas rodillas todavía temblaban por los orgasmos con tal intensidad que un equipo sísmico hubiera notado las réplicas.
Con la cara lavada y el pelo recogido en una trenza austera, no parecía muy sexy, aunque las ceñidas ropas de fulana de cuero color púrpura eran, desafortunadamente, difíciles de ignorar.
Pero no podía coger nada del armario de Joe, era demasiado íntimo. Mordiéndose el labio, ________vaciló. No podía permitirse el lujo de andar por ahí con unas ropas que eran como una invitación al sexo. Puede que si ella dejara de emitir esas vibraciones, él pasara de ella. Si no...
Ella se encontraría jodida —literalmente— otra vez.
Y lo que era peor aún, lo más probable es que le gustara tanto como la primera vez.
Suspirando, ________se paseó por la estancia. De todas maneras, ¿qué diablos le pasaba a Joe? Acababan de tener una increíble sesión de sexo, y él salía corriendo. Por supuesto, si no lo hubiera hecho él, hubiera sido ella quien se habría apresurado a poner una puerta de por medio entre ellos. Pero, aun así...
Joe la confundía. La desquiciaba. Después de todo, ella tenía a un acosador siguiéndole los pasos. Y acababa de permitir que un hombre dominante la empalara contra una puerta y la condujera a dos vertiginosos orgasmos —sin contar los dos que se había proporcionado ella misma unos instantes antes— en tan sólo quince minutos.
Había deseado rendirse a él, obedecer al murmullo ronco y excitante de su voz en el oído; era tan diferente, pero a la vez tan natural que no había podido resistirse. Había recibido cada orden susurrada como si él hubiera derramado puro deseo líquido sobre su piel hasta filtrarse en su sangre. En aquellos momentos, Joe había conseguido que todo aquello fuera asombroso. Y perfectamente normal. Tan correcto que le había dolido. A pesar de no acabar de aceptar lo que era, lo necesitaba. La sensación de conexión con Joe la había privado del sentido común, y la había hecho pegarse a él como si fuera un salvavidas en un huracán.
Apenas había podido mantenerse intacta mientras el placer que Joe le proporcionaba rompía todas sus barreras físicas. Parecía como si él le exigiera algo más que la rendición de su cuerpo. Aunque no se lo había dado, había logrado mantener sus defensas con uñas y dientes por muy poco. La había dejado temblorosa y atontada. Pero no la había subyugado.
Después, Joe había huido de ella, arrancándola bruscamente de su mundo de ensueño. Estaba en medio de quién-sabe-donde con un hombre que conocía hacía sólo dos días, con ropa prestada y metida de lleno en una pesadilla sin fin. Pero era él quien salía corriendo. Caramba, quizás hacer el amor con una cliente estaba prohibido para los guardaespaldas.
Con un suspiro de impaciencia, le dio la espalda al espejo. El señor Macho Cajún lo tenía claro si pensaba que volverían a tener relaciones sexuales. Puede que sus caricias hicieran que le corriera el deseo por las venas, que la embriagaran como el vino más potente, pero ella no iba a arriesgarse a convertirse en una adicta al sexo repitiendo la función.
Aunque sólo con pensar en ello, su cuerpo suplicaba por repetir, se suavizaba y se empapaba ante la perspectiva de experimentar de nuevo el ardor sexual de Joe y su poder controlador.
¡Qué estupidez! No era sólo que Joe buscara relaciones temporales, sino que además lo único que sabía de él lo definía como un auténtico chico malo.
Sinceramente, ¡no necesitaba eso!
________oyó en el pasillo el clic de la cerradura de una puerta al abrirse. Por las fuertes pisadas, supo que Joe había salido de la habitación. Puede que fuera una reacción infantil, pero no estaba de humor para enfrentarse a él en ese momento. No ahora. Todavía no. No quería que supiera cómo le afectaba su rechazo. Se metió en la cama y fingió dormir mientras Joe recorría el pasillo. Se detuvo ante la puerta del dormitorio, pero ________no abrió los ojos. Ver en ese momento esa cara sensual, burlándose de ella con el conocimiento carnal de su cuerpo o su irritación —o ambas cosas a la vez— no iba a ponerla de mejor humor. Dejaría que Romeo desayunara solo. Pensar ahora en comer le atraía tanto como la comida de perro.
Tras un largo momento, continuó el sonido de los pasos de Joe por el pasillo. Oyó una serie de pitidos electrónicos, y una señal de llamada. Un teléfono con manos libres. ¿A quién estaría llamando a las siete y media de la mañana?
Se levantó y cruzó el dormitorio de puntillas para echar un vistazo. Joe estaba allí, con una taza de café en una mano y una tostada en la otra. Y contemplaba el teléfono con una expresión irritada.
—¡Jesús, Joe!—exclamó una voz ronca masculina—. ¿Dormir va en contra de tu religión o es que piensas que si tú estás despierto lo estará también todo el mundo?
________no pudo evitar oírlos hablar. No era como si Joe estuviera tratando de mantener esa conversación en privado. ¿Con quién demonios estaba hablando Joe y por qué? El hombre del teléfono tenía razón: ¿por qué lo había llamado tan temprano?
—No he pegado ojo en toda la noche, Deke. Así que de cualquier manera tú has dormido más que yo. Deja de protestar.
—¿Ahora haces turnos de vampiro?
—¿Quieres abrirte las muñecas y hacer una donación para comprobarlo?
—Qué gracioso. Si que estás de mal humor por las mañanas. ¿Poco sexo últimamente. .. o quizá demasiado?
________sintió que un rubor avergonzado le inundaba la piel. «Por favor, que Joe no haya llamado a algún amigote para jactarse de mí». Ése sería el golpe final a sus fantasías, al sentido común que se había evaporado con la neblina del deseo, dejándola desnuda y mojada mientras era usada contra la puerta por un total desconocido.
Joe gruñó.
—Deja de comportarte como un estúpido y sé un buen compañero. Estoy en la cabaña del pantano. Con una mujer que está siendo acosada por un pirado. Necesito que hagas algunas investigaciones.
________soltó un suspiro de alivio.
—No fastidies. ¿Una mujer acosada por un pirado?—repitió el hombre que Joe había llamado Deke—. ¿Cuándo te contrató?
—Ayer, cuando el acosador la tiroteó a plena luz del día en medio de la multitud. Yo estaba sentado a menos de dos metros de ella.
—Santo Dios... Cuéntame lo que sabes.
Con rapidez, Joe le proporcionó la información que ________le había dado a él al amanecer. Toda la información salvo los detalles de su vida sexual, que gracias a Dios se guardó para sí mismo. A pesar de ese pequeño respiro, se sintió invadida por la mortificación y por una furia incontenible. Caramba, ya que estaba, podía anunciarlo en una de esas vallas publicitarias de la autopista para asegurarse de que todo el mundo supiera las cosas salvajes que había hecho en el pasado.
Y para colmo, Joe había pasado a formar parte de la larga lista. ¿Qué demonios había hecho?
Tras ofrecerse a enviar por fax las últimas fotos que tomó el acosador, Joe colgó el teléfono. Se paseó por la estrecha habitación de un lado a otro, luego se volvió hacia el pasillo, su cara, apenas visible por el hueco de la puerta, revelaba sus propósitos.
________regresó de un salto a la cama y volvió a fingir que dormía mientras oía el ruido de sus pasos acercándose.
—Merde —gruñó él, luego se dio la vuelta.
________no sabía demasiado francés, pero sí el suficiente para saber que él había dicho algo por lo que su madre estaría encantada de lavarle la boca con jabón.
Unos momentos después, oyó otra vez el tono de marcado y la señal de llamada. ¿A quién estaría llamando ahora? ¿Acaso esperaba que todo el mundo estuviera levantado a esa hora?
—¿Oui?
—Buenos días, grand-pére.
—Hola jovencito. ¿Cómo está ta jolie fille?
—Se llama ________—dijo, obligándose a mostrarse paciente—. Ya te lo he dicho antes, y no es mía.
—Tal vez sí, tal vez no. El tiempo lo dirá, ¿verdad? ¿Tiene el pelo rojo bajo la peluca?
Joe vaciló. Brice explotaría el tema del pelo si se lo contaba. Aunque eso no significara nada.
«¿Y tampoco significa nada la conexión que has sentido con ella cuando estabas sepultado hasta la empuñadura en su cálido y resbaladizo interior? ¿O la sensación de querer permanecer allí dentro hasta poseerla por completo?»
¿Era sólo buen sexo o la razón por la que estaba tan determinado a volver a poseerla era que ella hubiera contenido una parte de sí misma? Tenía que ser eso o que había perdido la cabeza.
—No te he llamado para hablar sobre el pelo de ________.
—¿Lo tiene o no lo tiene? —se jactó el anciano para después estallar en carcajadas.
—Grand-pére...
—Te lo dije. Te lo dije ayer mismo. Esos sueños significan algo.
El anciano no iba a parar hasta que lo admitiera.
—Vale, sí. Tiene el pelo rojo. ¿Ya estás contento?
—Très bon —dijo Brice con aire satisfecho—. ¿Ya está mejor vestida, ta jolie fille?
—Bueno, por eso te he llamado en realidad. ¿Podrías comprar algo de ropa de la talla treinta y ocho y traérmela a la cabaña?
—De acuerdo. Iré después de comer con tu tía Cheré.
—Vale. Ropa práctica y de abrigo, grand-pere. Nada de sorpresas.
—¿Por qué te preocupan tanto las sorpresas? Te llevaré lo que necesitas.
El tiempo transcurrió lentamente. ________se saltó el desayuno y se bañó de nuevo.
Joe permaneció encerrado en la habitación del final del pasillo, recorriendo la estancia con fuertes zancadas que ________no pudo evitar escuchar.
¿Qué era lo que le preocupaba tanto? El acosador no había dado señales de vida, y Joe ya había obtenido lo que quería. Desde su punto de vista, parecía una situación sumamente ventajosa por ambas partes.
________no había sido tan afortunada. Había logrado mantener una parte de sí misma fuera del alcance de Joe —o eso pensaba—, pero según transcurría el tiempo no podía evitar el anhelo, cada vez más profundo y creciente, que le instaba a tocarle. ________temía haberle entregado a Joe un pedazo de su alma. Y eso, no pintaba nada bien.
Al mediodía, se hizo un sandwich. Las únicas bebidas que encontró en la nevera de Joe eran botellas de agua y cerveza. En un día normal, ________se hubiera inclinado por el agua. Pero ese día escogió agradecida la cerveza y volvió de nuevo al dormitorio, para tumbarse lánguidamente en la cama. Se pasaba las horas intentando no pensar en Joe, en la forma en que la había tocado, con su voz resonando en su cabeza y su cuerpo, que parecía tener ideas propias, ansiando que la poseyera. Olvidar el ardiente placer parecía resultarle imposible, sobre todo cuando ni siquiera podía cerrar los ojos sin sentir la boca de Joe en sus pezones y su miembro penetrándola. No cuando no podía olvidar su exigente e irresistible voz, ni esos seductores ojos oscuros.
Esos pensamientos la llenaban de un renovado deseo. Un deseo espeso y burbujeante, que se arremolinaba en su interior hasta formar un insistente latido. Le dolía el clítoris, y no se podía creer cuan mojados e inflamados tenía los pliegues de su carne. Nunca se había sentido controlada por las hormonas, ¿por qué ahora sí?
________ pensó en masturbarse otra vez, pero se contuvo. No quería que la volviera a pillar. La mortificación casi la había matado una vez, pero dos veces y en el mismo día... hizo una mueca. Aun así, quizás mereciera la pena arriesgarse si con ello lograba extinguir el fuego que la embargaba.
Pero mucho se temía que ese fuego sólo podría apagarlo Joe.
Un golpe en la puerta de la cabaña la sobresaltó. Miró con rapidez el reloj de la mesilla de noche. Eran casi las cuatro y media de la tarde.
Joe abrió la puerta de su escondrijo y recorrió con rapidez el pasillo. Al pasar por la puerta de su dormitorio se detuvo y le lanzó una mirada ardiente, una mirada que le decía que recordaba cada beso, cada caricia... y que en lo que a él concernía no había sido suficiente. ________echó una rápida mirada a su musculoso pecho cubierto por una ceñida camiseta negra, y más abajo y... Oh, caramba. Estaba duro. Ese bulto no dejaba lugar a dudas.
El deseo se estrelló en su vientre. Levantó la mirada hacia la de él.
—Hablaremos después.
Sobre el sexo. No lo dijo, pero las palabras flotaron en el aire.
—No tenemos nada de que hablar —protestó ella automáticamente.
Hablar de sexo sólo conseguiría que deseara tenerlo con Joe otra vez. Una mala idea. Aun así, estaba más obsesionada con él de lo que lo había estado jamás por un hombre... incluso más que con el que había pretendido casarse una vez. Tenía que deshacerse de ese acosador, averiguar quien era y regresar a su trabajo y a su vida en L.A.
—Tenemos mucho de que hablar. Ahora ven a conocer a mi abuelo.
________ se cruzó de brazos, negándose a dar un paso.
Cualquier satisfacción que hubiera sentido al ver que Joe rechinaba los dientes, desapareció cuando él cruzó la estancia con la intención de agarrarla y arrastrarla a la puerta reflejada en su cara. Si la tocaba, sólo querría que siguiera haciéndolo. El deseo que hervía en su interior ya era demasiado ardiente y peligroso. Y eso la hizo sentir tan furiosa que podría echar fuego por la boca.
—No me toques. —Se apartó de él—. Puedo ir yo sola.
—Entonces mueve ese precioso trasero antes de que te lo caliente.
________ entrecerró los ojos.
—No lo harás.
Él bufó.
—¿Quieres ponerme a prueba?
No. Mejor no. Podía ver la intención de levantarle la minifalda púrpura para calentarle el trasero escrita en esos ojos oscuros y desafiantes y en su postura agresiva.
Pensar que se atrevería a hacerlo la escandalizó. Por desgracia, también la excitó. Y más deseo líquido mojó el diminuto tanga que llevaba puesto, recubriendo a fondo su sexo con cada paso que daba. Rezó para que él no se diera cuenta.
—Eres un bastardo —mascullo al pasar junto a Joe para dirigirse a la sala de la cabaña.
—Si esperabas al Príncipe Azul, lo siento. Está con su novio —dijo Joe con sarcasmo mientras la seguía para abrir la puerta principal.
Al otro lado había un anciano con dos bolsas en las manos. Al instante, ________ vio cómo sería Joe dentro de cincuenta años. Delgado, con el espeso pelo plateado y chispeantes ojos oscuros, el hombre entró en la cabaña con una sonrisa cosquilleándole en los labios.
—Joe —lo saludó—. Tu tía Cheré te manda un beso y una barra de pan casero.
Metió la mano en una de las bolsas y sacó un envase de plástico. ________ olió la levadura del pan que se mezclaba con el aroma de la vegetación del pantano en ese templado día de febrero. Era diferente a todo lo que había olido. Inundaba sus sentidos. Nada con Joe se parecía a algo que hubiera experimentado antes.
Antes de poder digerir el pensamiento, el anciano se acercó a ella con una sonrisa traviesa.
—________, soy Brice Boudreaux, el grand-pere materno de Joe.
Le tendió la mano y ella extendió la suya para estrecharla. Pero en vez de eso, el abuelo de Joe se llevó su mano a los labios y le dio un beso. A pesar de la incomodidad de conocer a un anciano vestida con prendas de cuero púrpura que apenas la cubrían, ________no pudo evitar devolverle la sonrisa. Hubiera apostado lo que fuera a que en su día había tenido un montón de suerte con todo aquello que llevara faldas.
—________ O'Malley.
La afilada mirada color café se clavó en los cabellos de ________.
—Una hermosa muchacha irlandesa con cabellos fogosos. A Joe le encanta el pelo rojo, ¿te lo ha dicho?
Ella no se atrevió a mirar a Joe, no al sentir que se le ruborizaban las mejillas. ¿Le pasaría algo con las pelirrojas? Eso explicaría la extraña conversación que había oído antes sin querer.
—Grand-pére—advirtió Joe—. Deja de meter cizaña y dale la bolsa.
________ miró la bolsa y supo que la ropa que había en su interior era para ella. Deseaba ponérsela ya, no vestir más ese atavío que alentaba su imprudencia y la hacía ser más consciente de su sexualidad que otras prendas de vestir.
Brice no tenía prisa por darle la bolsa.
—Todo a su tiempo. ¿Acaso no puede un anciano sentarse un minuto y conversar con una chica bonita?
Le dirigió a Joe una mirada desafiante, luego arrastró los pies hacia el sofá, dejando caer lentamente sus viejos huesos sobre un cojín. Después colocó la bolsa entre sus pies y palmeó el asiento a su lado.
—Ven —le dijo a ________—. Siéntate con este anciano, sí, y déjale recordar los días en que le podía pedir un baile a una jolie fille.
________le dirigió una mirada a Joe para que le tradujera, arqueando una ceja interrogativamente.
—Chica bonita —soltó con un suspiro de resignación—. Y no te dejes engañar por esa parodia de anciano. Es listo como una ardilla.
Brice pareció enfurruñado.
—A este jovencito se le suele olvidar que tengo ya ochenta y dos años.
—Y a grand-pére se le suele olvidar que yo no soy idiota —dijo Joe con una sonrisa cariñosa.
________ observó ese intercambio de palabras, consciente del amor y el afecto que sentían el uno por el otro, con un poco de envidia. Su padre biológico jamás había querido saber nada de ella, así que suponía que sus abuelos paternos no sabían ni que existía. Y sus abuelos maternos habían repudiado a su madre al quedarse embarazada sin estar casada. Habían muerto poco antes de que ________ cumpliera diez años, sin que se hubieran reconciliado. Nunca había tenido un abuelo, y menos uno como Brice.
El anciano palmeó el sofá de nuevo y le lanzó una mirada esperanzada. Incapaz de resistirse, ________ sucumbió a su encanto.
Joe gimió.
—Es un pescador experto. Acaba de ponerte un cebo, y ya te ha atrapado.
«Debe de ser un rasgo familiar», pensó ella para sus adentros.
—Tal vez la he atrapado para ti, jovencito —respondió Brice—. Por culpa del ejército, esos buenos modales que tu maman te enseñó no son lo que solían ser. Sin mi ayuda, no creo que ________ deje que te acerques a ella.
________ se quedó paralizada, luego soltó lentamente el aire para relajarse. El anciano no podía saber lo que había sucedido entre Joe y ella esa misma mañana. Gracias a Dios...
Pero una simple mirada en dirección a Joe, y ________ supo que estaba metida en problemas. Él le dirigía una mirada dura y caliente que la obligaba a recordar y que prometía más, bastante más, hasta que ella se ahogara en el placer. Un ansia voraz resonó en su vientre, haciendo eco entre sus piernas, y sintió que de nuevo se le hinchaban los pezones.
________se mordió los labios para no gemir. Ya era demasiado malo no poder contener el rubor que le inundó las mejillas.
Brice pasó la mirada de Joe a ella. Una nueva sonrisa bailoteó en sus labios, haciendo que se le moviera el canoso bigote. Parecía muy complacido.
—¿Eres católica, ________?
La pregunta la tomó por sorpresa.
—Me... me considero creyente. Sí.
Joe gimió.
—Grand-pére, la religión que profese ________ no es de tu incumbencia.
—Con el tiempo podría serlo. —Se palmeó la rodilla y se puso en pie con una maniobra sorprendentemente ágil para darle la bolsa mientras esbozaba una sonrisa ladina.
—Sácale partido. —Brice señaló la bolsa con la cabeza y le guiñó un ojo.
Luego le dio a Joe una palmadita en el hombro y prácticamente corrió hacia la puerta.
Veinte minutos después de que Joe le cerrara la puerta en las narices, ________se hallaba delante del espejo antiguo que colgaba en la pared del dormitorio estudiando su imagen. Parecía notablemente serena para ser una mujer cuyas rodillas todavía temblaban por los orgasmos con tal intensidad que un equipo sísmico hubiera notado las réplicas.
Con la cara lavada y el pelo recogido en una trenza austera, no parecía muy sexy, aunque las ceñidas ropas de fulana de cuero color púrpura eran, desafortunadamente, difíciles de ignorar.
Pero no podía coger nada del armario de Joe, era demasiado íntimo. Mordiéndose el labio, ________vaciló. No podía permitirse el lujo de andar por ahí con unas ropas que eran como una invitación al sexo. Puede que si ella dejara de emitir esas vibraciones, él pasara de ella. Si no...
Ella se encontraría jodida —literalmente— otra vez.
Y lo que era peor aún, lo más probable es que le gustara tanto como la primera vez.
Suspirando, ________se paseó por la estancia. De todas maneras, ¿qué diablos le pasaba a Joe? Acababan de tener una increíble sesión de sexo, y él salía corriendo. Por supuesto, si no lo hubiera hecho él, hubiera sido ella quien se habría apresurado a poner una puerta de por medio entre ellos. Pero, aun así...
Joe la confundía. La desquiciaba. Después de todo, ella tenía a un acosador siguiéndole los pasos. Y acababa de permitir que un hombre dominante la empalara contra una puerta y la condujera a dos vertiginosos orgasmos —sin contar los dos que se había proporcionado ella misma unos instantes antes— en tan sólo quince minutos.
Había deseado rendirse a él, obedecer al murmullo ronco y excitante de su voz en el oído; era tan diferente, pero a la vez tan natural que no había podido resistirse. Había recibido cada orden susurrada como si él hubiera derramado puro deseo líquido sobre su piel hasta filtrarse en su sangre. En aquellos momentos, Joe había conseguido que todo aquello fuera asombroso. Y perfectamente normal. Tan correcto que le había dolido. A pesar de no acabar de aceptar lo que era, lo necesitaba. La sensación de conexión con Joe la había privado del sentido común, y la había hecho pegarse a él como si fuera un salvavidas en un huracán.
Apenas había podido mantenerse intacta mientras el placer que Joe le proporcionaba rompía todas sus barreras físicas. Parecía como si él le exigiera algo más que la rendición de su cuerpo. Aunque no se lo había dado, había logrado mantener sus defensas con uñas y dientes por muy poco. La había dejado temblorosa y atontada. Pero no la había subyugado.
Después, Joe había huido de ella, arrancándola bruscamente de su mundo de ensueño. Estaba en medio de quién-sabe-donde con un hombre que conocía hacía sólo dos días, con ropa prestada y metida de lleno en una pesadilla sin fin. Pero era él quien salía corriendo. Caramba, quizás hacer el amor con una cliente estaba prohibido para los guardaespaldas.
Con un suspiro de impaciencia, le dio la espalda al espejo. El señor Macho Cajún lo tenía claro si pensaba que volverían a tener relaciones sexuales. Puede que sus caricias hicieran que le corriera el deseo por las venas, que la embriagaran como el vino más potente, pero ella no iba a arriesgarse a convertirse en una adicta al sexo repitiendo la función.
Aunque sólo con pensar en ello, su cuerpo suplicaba por repetir, se suavizaba y se empapaba ante la perspectiva de experimentar de nuevo el ardor sexual de Joe y su poder controlador.
¡Qué estupidez! No era sólo que Joe buscara relaciones temporales, sino que además lo único que sabía de él lo definía como un auténtico chico malo.
Sinceramente, ¡no necesitaba eso!
________oyó en el pasillo el clic de la cerradura de una puerta al abrirse. Por las fuertes pisadas, supo que Joe había salido de la habitación. Puede que fuera una reacción infantil, pero no estaba de humor para enfrentarse a él en ese momento. No ahora. Todavía no. No quería que supiera cómo le afectaba su rechazo. Se metió en la cama y fingió dormir mientras Joe recorría el pasillo. Se detuvo ante la puerta del dormitorio, pero ________no abrió los ojos. Ver en ese momento esa cara sensual, burlándose de ella con el conocimiento carnal de su cuerpo o su irritación —o ambas cosas a la vez— no iba a ponerla de mejor humor. Dejaría que Romeo desayunara solo. Pensar ahora en comer le atraía tanto como la comida de perro.
Tras un largo momento, continuó el sonido de los pasos de Joe por el pasillo. Oyó una serie de pitidos electrónicos, y una señal de llamada. Un teléfono con manos libres. ¿A quién estaría llamando a las siete y media de la mañana?
Se levantó y cruzó el dormitorio de puntillas para echar un vistazo. Joe estaba allí, con una taza de café en una mano y una tostada en la otra. Y contemplaba el teléfono con una expresión irritada.
—¡Jesús, Joe!—exclamó una voz ronca masculina—. ¿Dormir va en contra de tu religión o es que piensas que si tú estás despierto lo estará también todo el mundo?
________no pudo evitar oírlos hablar. No era como si Joe estuviera tratando de mantener esa conversación en privado. ¿Con quién demonios estaba hablando Joe y por qué? El hombre del teléfono tenía razón: ¿por qué lo había llamado tan temprano?
—No he pegado ojo en toda la noche, Deke. Así que de cualquier manera tú has dormido más que yo. Deja de protestar.
—¿Ahora haces turnos de vampiro?
—¿Quieres abrirte las muñecas y hacer una donación para comprobarlo?
—Qué gracioso. Si que estás de mal humor por las mañanas. ¿Poco sexo últimamente. .. o quizá demasiado?
________sintió que un rubor avergonzado le inundaba la piel. «Por favor, que Joe no haya llamado a algún amigote para jactarse de mí». Ése sería el golpe final a sus fantasías, al sentido común que se había evaporado con la neblina del deseo, dejándola desnuda y mojada mientras era usada contra la puerta por un total desconocido.
Joe gruñó.
—Deja de comportarte como un estúpido y sé un buen compañero. Estoy en la cabaña del pantano. Con una mujer que está siendo acosada por un pirado. Necesito que hagas algunas investigaciones.
________soltó un suspiro de alivio.
—No fastidies. ¿Una mujer acosada por un pirado?—repitió el hombre que Joe había llamado Deke—. ¿Cuándo te contrató?
—Ayer, cuando el acosador la tiroteó a plena luz del día en medio de la multitud. Yo estaba sentado a menos de dos metros de ella.
—Santo Dios... Cuéntame lo que sabes.
Con rapidez, Joe le proporcionó la información que ________le había dado a él al amanecer. Toda la información salvo los detalles de su vida sexual, que gracias a Dios se guardó para sí mismo. A pesar de ese pequeño respiro, se sintió invadida por la mortificación y por una furia incontenible. Caramba, ya que estaba, podía anunciarlo en una de esas vallas publicitarias de la autopista para asegurarse de que todo el mundo supiera las cosas salvajes que había hecho en el pasado.
Y para colmo, Joe había pasado a formar parte de la larga lista. ¿Qué demonios había hecho?
Tras ofrecerse a enviar por fax las últimas fotos que tomó el acosador, Joe colgó el teléfono. Se paseó por la estrecha habitación de un lado a otro, luego se volvió hacia el pasillo, su cara, apenas visible por el hueco de la puerta, revelaba sus propósitos.
________regresó de un salto a la cama y volvió a fingir que dormía mientras oía el ruido de sus pasos acercándose.
—Merde —gruñó él, luego se dio la vuelta.
________no sabía demasiado francés, pero sí el suficiente para saber que él había dicho algo por lo que su madre estaría encantada de lavarle la boca con jabón.
Unos momentos después, oyó otra vez el tono de marcado y la señal de llamada. ¿A quién estaría llamando ahora? ¿Acaso esperaba que todo el mundo estuviera levantado a esa hora?
—¿Oui?
—Buenos días, grand-pére.
—Hola jovencito. ¿Cómo está ta jolie fille?
—Se llama ________—dijo, obligándose a mostrarse paciente—. Ya te lo he dicho antes, y no es mía.
—Tal vez sí, tal vez no. El tiempo lo dirá, ¿verdad? ¿Tiene el pelo rojo bajo la peluca?
Joe vaciló. Brice explotaría el tema del pelo si se lo contaba. Aunque eso no significara nada.
«¿Y tampoco significa nada la conexión que has sentido con ella cuando estabas sepultado hasta la empuñadura en su cálido y resbaladizo interior? ¿O la sensación de querer permanecer allí dentro hasta poseerla por completo?»
¿Era sólo buen sexo o la razón por la que estaba tan determinado a volver a poseerla era que ella hubiera contenido una parte de sí misma? Tenía que ser eso o que había perdido la cabeza.
—No te he llamado para hablar sobre el pelo de ________.
—¿Lo tiene o no lo tiene? —se jactó el anciano para después estallar en carcajadas.
—Grand-pére...
—Te lo dije. Te lo dije ayer mismo. Esos sueños significan algo.
El anciano no iba a parar hasta que lo admitiera.
—Vale, sí. Tiene el pelo rojo. ¿Ya estás contento?
—Très bon —dijo Brice con aire satisfecho—. ¿Ya está mejor vestida, ta jolie fille?
—Bueno, por eso te he llamado en realidad. ¿Podrías comprar algo de ropa de la talla treinta y ocho y traérmela a la cabaña?
—De acuerdo. Iré después de comer con tu tía Cheré.
—Vale. Ropa práctica y de abrigo, grand-pere. Nada de sorpresas.
—¿Por qué te preocupan tanto las sorpresas? Te llevaré lo que necesitas.
El tiempo transcurrió lentamente. ________se saltó el desayuno y se bañó de nuevo.
Joe permaneció encerrado en la habitación del final del pasillo, recorriendo la estancia con fuertes zancadas que ________no pudo evitar escuchar.
¿Qué era lo que le preocupaba tanto? El acosador no había dado señales de vida, y Joe ya había obtenido lo que quería. Desde su punto de vista, parecía una situación sumamente ventajosa por ambas partes.
________no había sido tan afortunada. Había logrado mantener una parte de sí misma fuera del alcance de Joe —o eso pensaba—, pero según transcurría el tiempo no podía evitar el anhelo, cada vez más profundo y creciente, que le instaba a tocarle. ________temía haberle entregado a Joe un pedazo de su alma. Y eso, no pintaba nada bien.
Al mediodía, se hizo un sandwich. Las únicas bebidas que encontró en la nevera de Joe eran botellas de agua y cerveza. En un día normal, ________se hubiera inclinado por el agua. Pero ese día escogió agradecida la cerveza y volvió de nuevo al dormitorio, para tumbarse lánguidamente en la cama. Se pasaba las horas intentando no pensar en Joe, en la forma en que la había tocado, con su voz resonando en su cabeza y su cuerpo, que parecía tener ideas propias, ansiando que la poseyera. Olvidar el ardiente placer parecía resultarle imposible, sobre todo cuando ni siquiera podía cerrar los ojos sin sentir la boca de Joe en sus pezones y su miembro penetrándola. No cuando no podía olvidar su exigente e irresistible voz, ni esos seductores ojos oscuros.
Esos pensamientos la llenaban de un renovado deseo. Un deseo espeso y burbujeante, que se arremolinaba en su interior hasta formar un insistente latido. Le dolía el clítoris, y no se podía creer cuan mojados e inflamados tenía los pliegues de su carne. Nunca se había sentido controlada por las hormonas, ¿por qué ahora sí?
________ pensó en masturbarse otra vez, pero se contuvo. No quería que la volviera a pillar. La mortificación casi la había matado una vez, pero dos veces y en el mismo día... hizo una mueca. Aun así, quizás mereciera la pena arriesgarse si con ello lograba extinguir el fuego que la embargaba.
Pero mucho se temía que ese fuego sólo podría apagarlo Joe.
Un golpe en la puerta de la cabaña la sobresaltó. Miró con rapidez el reloj de la mesilla de noche. Eran casi las cuatro y media de la tarde.
Joe abrió la puerta de su escondrijo y recorrió con rapidez el pasillo. Al pasar por la puerta de su dormitorio se detuvo y le lanzó una mirada ardiente, una mirada que le decía que recordaba cada beso, cada caricia... y que en lo que a él concernía no había sido suficiente. ________echó una rápida mirada a su musculoso pecho cubierto por una ceñida camiseta negra, y más abajo y... Oh, caramba. Estaba duro. Ese bulto no dejaba lugar a dudas.
El deseo se estrelló en su vientre. Levantó la mirada hacia la de él.
—Hablaremos después.
Sobre el sexo. No lo dijo, pero las palabras flotaron en el aire.
—No tenemos nada de que hablar —protestó ella automáticamente.
Hablar de sexo sólo conseguiría que deseara tenerlo con Joe otra vez. Una mala idea. Aun así, estaba más obsesionada con él de lo que lo había estado jamás por un hombre... incluso más que con el que había pretendido casarse una vez. Tenía que deshacerse de ese acosador, averiguar quien era y regresar a su trabajo y a su vida en L.A.
—Tenemos mucho de que hablar. Ahora ven a conocer a mi abuelo.
________ se cruzó de brazos, negándose a dar un paso.
Cualquier satisfacción que hubiera sentido al ver que Joe rechinaba los dientes, desapareció cuando él cruzó la estancia con la intención de agarrarla y arrastrarla a la puerta reflejada en su cara. Si la tocaba, sólo querría que siguiera haciéndolo. El deseo que hervía en su interior ya era demasiado ardiente y peligroso. Y eso la hizo sentir tan furiosa que podría echar fuego por la boca.
—No me toques. —Se apartó de él—. Puedo ir yo sola.
—Entonces mueve ese precioso trasero antes de que te lo caliente.
________ entrecerró los ojos.
—No lo harás.
Él bufó.
—¿Quieres ponerme a prueba?
No. Mejor no. Podía ver la intención de levantarle la minifalda púrpura para calentarle el trasero escrita en esos ojos oscuros y desafiantes y en su postura agresiva.
Pensar que se atrevería a hacerlo la escandalizó. Por desgracia, también la excitó. Y más deseo líquido mojó el diminuto tanga que llevaba puesto, recubriendo a fondo su sexo con cada paso que daba. Rezó para que él no se diera cuenta.
—Eres un bastardo —mascullo al pasar junto a Joe para dirigirse a la sala de la cabaña.
—Si esperabas al Príncipe Azul, lo siento. Está con su novio —dijo Joe con sarcasmo mientras la seguía para abrir la puerta principal.
Al otro lado había un anciano con dos bolsas en las manos. Al instante, ________ vio cómo sería Joe dentro de cincuenta años. Delgado, con el espeso pelo plateado y chispeantes ojos oscuros, el hombre entró en la cabaña con una sonrisa cosquilleándole en los labios.
—Joe —lo saludó—. Tu tía Cheré te manda un beso y una barra de pan casero.
Metió la mano en una de las bolsas y sacó un envase de plástico. ________ olió la levadura del pan que se mezclaba con el aroma de la vegetación del pantano en ese templado día de febrero. Era diferente a todo lo que había olido. Inundaba sus sentidos. Nada con Joe se parecía a algo que hubiera experimentado antes.
Antes de poder digerir el pensamiento, el anciano se acercó a ella con una sonrisa traviesa.
—________, soy Brice Boudreaux, el grand-pere materno de Joe.
Le tendió la mano y ella extendió la suya para estrecharla. Pero en vez de eso, el abuelo de Joe se llevó su mano a los labios y le dio un beso. A pesar de la incomodidad de conocer a un anciano vestida con prendas de cuero púrpura que apenas la cubrían, ________no pudo evitar devolverle la sonrisa. Hubiera apostado lo que fuera a que en su día había tenido un montón de suerte con todo aquello que llevara faldas.
—________ O'Malley.
La afilada mirada color café se clavó en los cabellos de ________.
—Una hermosa muchacha irlandesa con cabellos fogosos. A Joe le encanta el pelo rojo, ¿te lo ha dicho?
Ella no se atrevió a mirar a Joe, no al sentir que se le ruborizaban las mejillas. ¿Le pasaría algo con las pelirrojas? Eso explicaría la extraña conversación que había oído antes sin querer.
—Grand-pére—advirtió Joe—. Deja de meter cizaña y dale la bolsa.
________ miró la bolsa y supo que la ropa que había en su interior era para ella. Deseaba ponérsela ya, no vestir más ese atavío que alentaba su imprudencia y la hacía ser más consciente de su sexualidad que otras prendas de vestir.
Brice no tenía prisa por darle la bolsa.
—Todo a su tiempo. ¿Acaso no puede un anciano sentarse un minuto y conversar con una chica bonita?
Le dirigió a Joe una mirada desafiante, luego arrastró los pies hacia el sofá, dejando caer lentamente sus viejos huesos sobre un cojín. Después colocó la bolsa entre sus pies y palmeó el asiento a su lado.
—Ven —le dijo a ________—. Siéntate con este anciano, sí, y déjale recordar los días en que le podía pedir un baile a una jolie fille.
________le dirigió una mirada a Joe para que le tradujera, arqueando una ceja interrogativamente.
—Chica bonita —soltó con un suspiro de resignación—. Y no te dejes engañar por esa parodia de anciano. Es listo como una ardilla.
Brice pareció enfurruñado.
—A este jovencito se le suele olvidar que tengo ya ochenta y dos años.
—Y a grand-pére se le suele olvidar que yo no soy idiota —dijo Joe con una sonrisa cariñosa.
________ observó ese intercambio de palabras, consciente del amor y el afecto que sentían el uno por el otro, con un poco de envidia. Su padre biológico jamás había querido saber nada de ella, así que suponía que sus abuelos paternos no sabían ni que existía. Y sus abuelos maternos habían repudiado a su madre al quedarse embarazada sin estar casada. Habían muerto poco antes de que ________ cumpliera diez años, sin que se hubieran reconciliado. Nunca había tenido un abuelo, y menos uno como Brice.
El anciano palmeó el sofá de nuevo y le lanzó una mirada esperanzada. Incapaz de resistirse, ________ sucumbió a su encanto.
Joe gimió.
—Es un pescador experto. Acaba de ponerte un cebo, y ya te ha atrapado.
«Debe de ser un rasgo familiar», pensó ella para sus adentros.
—Tal vez la he atrapado para ti, jovencito —respondió Brice—. Por culpa del ejército, esos buenos modales que tu maman te enseñó no son lo que solían ser. Sin mi ayuda, no creo que ________ deje que te acerques a ella.
________ se quedó paralizada, luego soltó lentamente el aire para relajarse. El anciano no podía saber lo que había sucedido entre Joe y ella esa misma mañana. Gracias a Dios...
Pero una simple mirada en dirección a Joe, y ________ supo que estaba metida en problemas. Él le dirigía una mirada dura y caliente que la obligaba a recordar y que prometía más, bastante más, hasta que ella se ahogara en el placer. Un ansia voraz resonó en su vientre, haciendo eco entre sus piernas, y sintió que de nuevo se le hinchaban los pezones.
________se mordió los labios para no gemir. Ya era demasiado malo no poder contener el rubor que le inundó las mejillas.
Brice pasó la mirada de Joe a ella. Una nueva sonrisa bailoteó en sus labios, haciendo que se le moviera el canoso bigote. Parecía muy complacido.
—¿Eres católica, ________?
La pregunta la tomó por sorpresa.
—Me... me considero creyente. Sí.
Joe gimió.
—Grand-pére, la religión que profese ________ no es de tu incumbencia.
—Con el tiempo podría serlo. —Se palmeó la rodilla y se puso en pie con una maniobra sorprendentemente ágil para darle la bolsa mientras esbozaba una sonrisa ladina.
—Sácale partido. —Brice señaló la bolsa con la cabeza y le guiñó un ojo.
Luego le dio a Joe una palmadita en el hombro y prácticamente corrió hacia la puerta.
aranzhitha
Re: "Dominada por el deseo" (Joe y tu) Terminada
Me encanta el capitulo que viene*-*
Asajdlkdhf y amo a ese abuelo, te juro que lo amo.
Este libro es lo mejor, es uno de mis favoritooos (':
Es muy demasiado emocionante volver a leerlo*-* sjdfgds
Sorry si no paso muy seguido, esque el tiempo no me deja, pero nunca dejaré de pasarme c: sdjf
Tines que seguirlaaa! Esque es taan buena la historia skajfdg c: okyá.
Eso, siguelaaa prontitoooo♥ Adios :B
Asajdlkdhf y amo a ese abuelo, te juro que lo amo.
Este libro es lo mejor, es uno de mis favoritooos (':
Es muy demasiado emocionante volver a leerlo*-* sjdfgds
Sorry si no paso muy seguido, esque el tiempo no me deja, pero nunca dejaré de pasarme c: sdjf
Tines que seguirlaaa! Esque es taan buena la historia skajfdg c: okyá.
Eso, siguelaaa prontitoooo♥ Adios :B
CrazyxJonas
Re: "Dominada por el deseo" (Joe y tu) Terminada
sjoasjoajs q lindoo el abuelo de joe xd
siguelaa pliis
dedicame un capii
recuerdame q soy tu lectora fiell 99 c:
Saludos :hi:
siguelaa pliis
dedicame un capii
recuerdame q soy tu lectora fiell 99 c:
Saludos :hi:
CariitoJonas15
Re: "Dominada por el deseo" (Joe y tu) Terminada
en una chance que tenga te dedico todo un maraton completo vale :) es que ahora tengo mucha tarea pero te lo prometo 8)CariitoJonas15 escribió:sjoasjoajs q lindoo el abuelo de joe xd
siguelaa pliis
dedicame un capii
recuerdame q soy tu lectora fiell 99 c:
Saludos :hi:
aranzhitha
Re: "Dominada por el deseo" (Joe y tu) Terminada
Capi dedicado a todas mis lectoras pero en especial a CariitoJonas :) después les subo mas
Continuación........
«Sácale partido», había dicho el abuelo de Joe. Pasando la yema del dedo por el suave bustier con ribetes de encaje dorado y el tanga a juego, ________ se hizo una idea aproximada de qué partido había pensado Brice que podría sacarle. Algo que probablemente implicaría algunos actos lascivos con Joe... actos que ella se podía imaginar vagamente.
Mascullando por lo bajo, ________ permanecía en el dormitorio de Joe aún vestida con las prendas de cuero púrpura que Alyssa le había dejado, mientras intentaba decidir qué ponerse. Brice le había llevado tres juegos de ropa interior, a cada cual más sexy. Y nada más.
—¡Maldita sea, ________! —gritó Joe a través de la puerta—. Te he llamado para cenar hace diez minutos. ¿Cuánto tiempo tardas en vestirte?
—Pues no es tiempo suficiente para resolver cómo vestirme adecuadamente con los artículos que me trajo tu abuelo.
—¿Qué diablos? —Joe abrió la puerta de golpe y entró en la habitación.
Cuando vio las prendas que había sobre la cama, se quedó paralizado mientras su mirada vagaba sobre el bustier con ribetes dorados, el corsé negro con ligueros y medias hasta el muslo y el sujetador color burdeos con un ribete dorado y tan recortado que apenas podría contener los pezones. Todos con su correspondiente tanga de encaje.
—¿Es todo lo que ha traído?
—Tú sabrás.
—Qué hijo de perra. —La expresión de Joe se debatía entre la molestia y la diversión.
—No son ni cómodos ni prácticos —señaló ella, compartiendo su molestia pero no su diversión.
Joe giró la cabeza y clavó la mirada en ella. Oh, Santo Cielo... El calor ardía en las profundidades oscuras de esos ojos del color del chocolate derretido, del mismo color que la cálida tierra. Supo en ese momento que él estaba imaginándola con cada uno de esos juegos de ropa interior.
Y lo que era peor aún, ella se imaginaba poniéndoselos para Joe. Imaginaba su reacción. Si la enorme erección que presionaba contra la bragueta de los vaqueros era una indicación, él estaba más que interesado. Pensarlo la excitó más de lo que debería. Su vagina se contrajo de deseo y necesidad. Por debajo del cuero, los pezones de ________ presionaron contra el sujetador.
—Definitivamente no son cómodos —convino él—. Prácticos... bueno, eso depende del propósito.
—Como no estoy aquí para rodar una peli porno, evidentemente no son nada prácticos. ¿Es una broma o un error?
—Ninguna de las dos cosas.
—Quiere que nosotros... —Los ojos de _______ se agrandaron cuando la verdad le subió la tensión.
—¿Follemos como conejos? Seguro. Está a favor de cualquier cosa que me persuada de volver a casarme.
¿Volver a casarse? Su primer pensamiento fue que, a pesar de que sólo conocía a Joe hacía veinticuatro horas, no le había parecido de los que se casaban. El segundo fue que jamás habría imaginado que ya había estado casado.
— ¿Estuviste casado?
A su lado, él se enderezó y se puso tenso.
—Por muy poco tiempo. Me divorcié hace tres años. Fin de la conversación.
_________ frunció el ceño. Podía ser el fin de la conversación, pero no el fin de las emociones de Joe. Estaba claro que su divorcio aún tenía el poder de hacerle daño o de disgustarle. Pero sabiamente, lo dejó pasar. La vida de Joe no era asunto suyo. Ahondar en el pasado de ese hombre sólo serviría para que sintiera más curiosidad por él. Aunque no podía evitar preguntarse qué había sucedido.
—Escoge uno —le espetó, señalando la lencería de la cama—. Te prestaré mi bata y un par de calcetines, luego ven a cenar. La comida se enfría.
________ quiso decirle que se quedaría vestida tal y como estaba, pero ya se había puesto el sol y tenía frío. Y la ropa que vestía no era la más apropiada para mantener las distancias con Joe. Eso sin mencionar que el tanga que llevaba puesto estaba demasiado mojado y se adhería a sus pliegues carnosos... un recordatorio constante del deseo que la embargaba.
—Gracias —murmuró.
Él gruñó mientras buscaba la bata y unos calcetines en el armario, se los tiró y se marchó.
_______ cogió los artículos que parecían menos provocativos. Cruzó el pasillo y entró en el baño con el tanga y el bustier dorados en la mano para cambiarse.
El nuevo tanga era diminuto. Una tira le rodeaba la cadera, y la otra le dividía las nalgas hasta unirse con el minúsculo trozo de encaje que le cubría escasamente el sexo. El espejo del baño le mostraba de manera explícita que esa prenda tan escandalosamente femenina sólo servía para enmarcar los rizos rojos de su pubis, del mismo color fogoso de su pelo. Estaba diseñado para atraer de inmediato los ojos de un hombre hacía el montículo de una mujer. Los ojos de Joe.
Una mezcla de miedo y deseo colisionaron en su vientre.
«No, eso no está bien».
Mortificada, ________ se quitó el sujetador que Alyssa le había dejado. El bustier cubría todavía menos que el sujetador, si es que eso era posible. También con un ribete dorado, era muy escotado, quedándole sólo un centímetro por encima de los pezones. Tenía aros que ofrecían un suave soporte bajo los senos, y realzaba su escote. Un delicado ribete de encaje decoraba el borde superior e inferior de la prenda, y acababa recogido en forma de lazo entre los pechos, acentuando los tensos pezones contra la fina tela.
________ estaba segura de que jamás había vestido nada tan sexy en su vida. La seguridad de que Joe podría provocarle múltiples orgasmos la hacía sentir muy consciente de sí misma como mujer. E imaginar su reacción ante esa ropa... la excitaba sobremanera.
Su imaginación tenía que tomarse un descanso.
Sin embargo, por mucho que odiara admitirlo, era algo más que los orgasmos. Con Joe, había sentido una delirante libertad diferente a cualquier cosa que hubiera tenido con otro amante. La libertad de tener todo lo que ella deseara. La aceptación absoluta de sus deseos. A pesar de que su cabeza le decía que esas necesidades no eran correctas, le dolía todo el cuerpo. Podía no comprender totalmente lo que deseaba con tanta desesperación, pero Joe sí lo sabía. Ese conocimiento se reflejaba en el fuego de los ojos masculinos, y en las cosas que le decía. Joe podría darle todo aquello con lo que ella había fantaseado. Además de la seguridad que sentía aquí con él, como si el acosador estuviera a un millón de kilómetros, animándola a explorar ese lado oscuro con su enigmático y enfurecido protector.
Tenía que controlarse. Las fantasías sólo eran fantasías, y en realidad ella no quería realizar todos esos actos que surgían en lo más profundo de su imaginación. De veras que no.
Con manos temblorosas, ______ se envolvió en la bata de Joe. Se anudó el cinturón, y se puso los enormes calcetines antes de dirigirse a la cocina para cenar, esperando parecer muy poco deseable.
Al llegar a la cocina, vio que Joe había preparado una espesa sopa con arroz y trozos de carne, y había dispuesto además el pan casero de su tía y un plato con mantequilla. Había ensalada en otra fuente. Y un gran vaso de agua helada al lado de su plato.
Joe, por otro lado, agarraba una botella de whisky y la miraba como si fuera algo tentador, incapaz de ocultarle por completo el hambre feroz que brillaba en sus ojos y que le decía que quería desnudarla, enterrarse en ella hasta hacerla gritar. Al parecer, la bata le parecía de lo más atractiva.
—He hecho pollo con gumbo —dijo con voz ronca mientras deslizaba la mirada por su cara hasta el cuello y la escasa piel visible del escote. Joe se acomodó en su silla—. ¿Has probado el gumbo alguna vez?
Ella negó con la cabeza, preguntándose —aunque no quería hacerlo—, si él estaría tan increíble y apetitosamente duro.
—Es espeso y picante.
Como el aire que había entre ellos. Como la carne con que la había llenado esa misma mañana.
Temblando, _______ apartó la mirada y se concentró en el gumbo. Tenía que dejar de pensar en ese tipo de cosas. Pero no podía comer, era demasiado consciente de la mirada de Joe mientras seguía sujetando la botella de whisky en la mano.
________ tragó y sintió que se le aceleraba el pulso.
—Me estás mirando fijamente.
Él asintió con la cabeza.
—Así es, cher.
—Pues lo único que vas a ver es esta enorme bata.
Joe dejó el whisky a un lado. De repente, ella sintió que Joe arrastraba su silla sobre el suelo de madera para acercarla a él. Bajó la vista y vio que él había enganchado el pie en la pata de la silla para atraerla a su lado e inundarla con ese olor cálido y picante.
—Bueno, claro que te miro fijamente. En primer lugar, soy un hombre, y tú eres una mujer muy hermosa. En segundo lugar, no hago más que preguntarme cuál de esas prendas tan sexys llevas puesta debajo de la bata. Y en tercer y último lugar, sé con exactitud qué se siente cuando te corres en torno a mi polla.
____________ contuvo el aire mientras el deseo se estrellaba contra ella, dejándola sin aliento. Estaba claro que si alguien tenía que conservar el control aquí tendría que ser ella.
No eran buenas noticias, ya que no tenía demasiado.
Él se inclinó y le acarició con la nariz la sensible piel del oído. _______ temblaba cuando él le dijo:
—Te sentí húmeda y estrecha, cher. Fue un polvo espectacular. Te doblegaste a mis órdenes como si hubieras nacido para someterte. Con naturalidad. No he pensado más que en atarte y en pasarme la mañana, la tarde y la noche buscando maneras de hacer que te corras hasta que tengas la garganta en carne viva por los gritos, y a pesar de ello sigas pidiéndome más.
Directo. Gráfico. Escandaloso. Sus palabras deberían de haberla repugnado. La feminista que había dentro de ella debería sentirse ofendida de que la considerara un objeto sexual. Pero no fue tan afortunada.
Joe era una tortura para su mente; arrogante, exigente, difícil. Pero también encarnaba todas sus fantasías; caliente, indomable, decidido a tenerla y a obligarla a experimentar cada fantasía picante que su mente febril había conjurado.
Una nueva humedad le empapó el tanga, y el clítoris comenzó a dolerle de nuevo.
________ cerró los ojos. Esto tenía que parar o si no acabaría cediendo. Y no estaba segura de poder vivir con las consecuencias —o consigo misma— si lo hacía.
— Joe, sólo quiero entrevistarte para un programa de televisión sobre el estilo de vida que llevas, no invitarte a que me cuentes cada uno de esos pensamientos que acechan en los oscuros recovecos de tu mente. Si no puedes guardártelos para ti mismo, deberías llevarme hasta mi coche. Yo... regresaré a Houston y...
—¿A esperar que te encuentre el acosador? ¿A esperar que te viole? ¿Qué te dispare? ¿Qué te mate? Ya hemos discutido esto antes. Estás mucho más segura aquí, en medio del pantano, rodeada de sofisticados sistemas de seguridad y con un guardaespaldas personal, mientras mi amigo Deke realiza un perfil sobre él. En cuanto sepamos algo, podremos resolver quién es ese psicópata e ir a por él. Hasta entonces, creo que lo más inteligente será que te quedes aquí. A no ser, claro está, que estés más asustada del sexo que del acosador.
Maldita sea, había escogido el peor momento posible para ser razonable y lógico.
—Claro que no. Es que me haces sentir incómoda.
—La verdad es la que te hace sentir incómoda, yo sólo te la digo. Te deseo. Tú me deseas. Es así de simple.
—Lo simplificas demasiado, grandullón.
Él agarró la botella de whisky y tomó otro largo trago. _______ observó con fascinación el movimiento oscilante de su nuez al tragar.
Cuando se acabó la botella, la dejó sobre la mesa.
—No puedes mentir, cher. Tus ojos me dicen que quieres ser atada y poseída a menudo. Y que quieres que sea yo el que lo haga.
Intentando apartar la mente del deseo que le ardía en el cerebro, ________ negó con la cabeza.
—Mira, los dos teníamos necesidades esta mañana y lo solucionamos. Después, echaste a correr como si tuviera la lepra. Parecía que no eras capaz de poner la suficiente distancia entre los dos. Si no lo has conseguido, yo lo haré. Hemos terminado.
—¿En serio lo crees, nena? Lo hicimos, cierto, y fue impresionante —le dijo, taladrándola con esa oscura mirada y obligándola a escuchar y a que comprendiera—. Si no me hubiera ido, te habría llevado a la cama, te habría atado y no te habría soltado hasta que te hubiera tomado por todos lados y haber descubierto cada uno de tus sensibles lugares secretos, y la forma de hacerte perder la cabeza.
_________ se quedó sin aliento. Eso no debería excitarla. La idea de él tocándola por todas partes, exigiéndole una mamada y, si lo había entendido bien, sexo anal, no debería hacerla temblar de excitación. La curiosidad y las fantasías calientes eran una cosa, la realidad... otra muy diferente.
Pero no podía negar el deseo que la asaltaba con la fuerza de un invasor, haciendo que su clítoris latiera con una necesidad ardiente, provocando que le dolieran los pezones.
Igual que no podía negar que si intentaba marcharse de allí y volver a Houston, el psicópata que la perseguía podría intentar matarla otra vez. Y esa vez, podría tener éxito.
Soltó un suspiro tembloroso. Era un infierno, estaba atrapada con un hombre capaz de proporcionarle un placer asombroso y de someterla a cada uno de los deseos prohibidos que se había negado hasta ese momento. Maldita sea, ella se había estado negando esas necesidades desde que Andrew la rechazara, había luchado contra ese lado oscuro hasta que le dolió. Pero simplemente no podía pasar de todo y abrirse de piernas ante el primer desconocido, sin importar qué nuevas sensaciones despertara éste en su cuerpo.
—No niego que estoy mucho más segura aquí que en Houston o en Los Angeles. No soy estúpida, y sé que no puedo luchar contra un hombre que no he visto y no comprendo.
—¿Pero?
—Quiero que las cosas se queden en un nivel platónico. Se supone que tengo que entrevistarte. Y tú protegerme. No quiero más cosas de esas que dijiste antes. Nos pasamos de la raya esta mañana.
Joe se acercó más, hasta que ella sintió su aliento en la boca. Tenía un débil olor a whisky y a especias.
—¿Nivel platónico?
—Ya sabes. Algo educado y amistoso. —_______ intentó apartar la silla. Él no se lo permitió—. Nada de sexo.
—Sé lo que quieres decir, __________. ¿Por qué crees que deberíamos negarnos a tener el mejor sexo del mundo?
—No quiero lo mismo que tú. No me va... no me va tu rollo.
__________ centró la atención en su comida. Las cosas serían más fáciles si ella pudiera decirle que sus deseos eran retorcidos y depravados. Si lo hería, quizás consiguiera alejarlo de ella con mayor rapidez. Pero tras haber sufrido ese tipo de comentarios en su propia carne, no podía hacerle lo mismo a él.
«Tampoco tienes demasiado talento para mentir», le susurró una vocecita en su cabeza. __________ cerró los ojos para no oírla.
—Y... —continuó ella—, a pesar de lo que ocurrió esta mañana, no soy una persona a la que le vaya el sexo indiscriminado.
Joe no abrió la boca durante un largo minuto. Sólo la miró fijamente, como intentando descifrar cada uno de los pensamientos de ________. No la tocó. Sólo la miró... una mirada dura, ardiente, como si estuviera recopilando y procesando cada una de las fantasías que ella había tenido. El deseo que se reflejaba en su cara derribaba las defensas de __________, despertando su rebelde imaginación, su clítoris, que aún palpitaba en silencio, y la inexplicable atracción que su alma sentía por él.
Maldita sea, tenía que apartarse de él ya. _____________ se cerró las solapas de la bata con intención de levantarse.
Joe le puso la mano en el brazo, manteniéndola en el lugar.
—¿Son ésas las únicas razones? ¿Qué no te gusta el sexo indiscriminado y que vas a mentirte a ti misma hasta convencerte que no te gusta la manera en que te follo?
—Quiero que dejes de decir esas cosas escandalosas y que recuerdes nuestra relación profesional.
—¿Quieres decir que quieres que te prometa que no te voy a tocar? —Su presa se hizo más fuerte.
—Sí, eso es lo que quiero decir.
Alzando la barbilla y con la determinación asomando a sus ojos, ________ esperó resultar convincente. Esperaba que Joe no tuviera ni idea de que el corazón amenazaba con salírsele del pecho. Su cercanía, su olor y sus caricias le recordaban el placer y la euforia que había sentido cuando lo había tenido profundamente enterrado en su interior.
—Sí, claro, eso es lo que tú dices, pero, simplemente, no me lo creo. — Joe se rió, fue una risa irónica que se completó con una sonrisa burlona—. ¿Qué te da miedo, cher? Si no te excito, entonces, cuando te toque, di que no. Si no te interesa no te resultará demasiado difícil negarte.
—¡No tengo por qué hacerlo! —le espetó _________—. No me gustas. ¿No puedes comportarte como un caballero y aceptarlo?
—Con una química como la que hay entre nosotros, no. Incluso aunque quisiera mantener las manos apartadas de ti, algo que no quiero, sólo sería cuestión de tiempo que acabara penetrándote profundamente con mi polla, una y otra vez.
—¡Para ya, maldita sea! Eso no es cierto. No voy acostándome con cualquier hombre que se me ponga por delante.
Él le deslizó la mano por el brazo, hasta el hombro, luego se movió hacia el pecho. El pulgar de Joe encontró un pezón duro y le dio un ligero toquecito, como para apostillar algo. Ella se quedó sin aliento, luego se mordió los labios como si acabara de darse cuenta de su enorme error. Joe le dirigió una sonrisa pícara, la clase de sonrisa que sólo la mojaba aún más. Entre eso y su caricia, él la había excitado con la misma facilidad que si hubiera encendido la luz. El duro latido entre los muslos era algo que ella no podía ignorar.
—Claro que no. Pero todas las cosas se pueden ver desde dos puntos de vista diferentes —le dijo—. Tal y como yo lo veo, mi trabajo consiste en protegerte. Pero también voy a demostrarte lo que tu cuerpo desea tan ardientemente y ayudarte a ser honesta contigo misma. Eso —le acarició otra vez el duro centro de su seno— será todo un placer para mi.
Luego la soltó y se levantó, con el plato de gumbo en la mano.
—Tal vez te estés engañando sobre lo que quiero —barbotó mientras él se alejaba—. ¿Lo has pensado? Tal vez estés completamente equivocado.
Joe se detuvo, se giró y la inmovilizó con una mirada tan afilada que le detuvo el corazón.
—Si ése fuera el caso, tu no estarías tan mojada por mí, y yo no sabría que ya has mojado dos tangas en veinticuatro horas. :twisted:
Continuación........
«Sácale partido», había dicho el abuelo de Joe. Pasando la yema del dedo por el suave bustier con ribetes de encaje dorado y el tanga a juego, ________ se hizo una idea aproximada de qué partido había pensado Brice que podría sacarle. Algo que probablemente implicaría algunos actos lascivos con Joe... actos que ella se podía imaginar vagamente.
Mascullando por lo bajo, ________ permanecía en el dormitorio de Joe aún vestida con las prendas de cuero púrpura que Alyssa le había dejado, mientras intentaba decidir qué ponerse. Brice le había llevado tres juegos de ropa interior, a cada cual más sexy. Y nada más.
—¡Maldita sea, ________! —gritó Joe a través de la puerta—. Te he llamado para cenar hace diez minutos. ¿Cuánto tiempo tardas en vestirte?
—Pues no es tiempo suficiente para resolver cómo vestirme adecuadamente con los artículos que me trajo tu abuelo.
—¿Qué diablos? —Joe abrió la puerta de golpe y entró en la habitación.
Cuando vio las prendas que había sobre la cama, se quedó paralizado mientras su mirada vagaba sobre el bustier con ribetes dorados, el corsé negro con ligueros y medias hasta el muslo y el sujetador color burdeos con un ribete dorado y tan recortado que apenas podría contener los pezones. Todos con su correspondiente tanga de encaje.
—¿Es todo lo que ha traído?
—Tú sabrás.
—Qué hijo de perra. —La expresión de Joe se debatía entre la molestia y la diversión.
—No son ni cómodos ni prácticos —señaló ella, compartiendo su molestia pero no su diversión.
Joe giró la cabeza y clavó la mirada en ella. Oh, Santo Cielo... El calor ardía en las profundidades oscuras de esos ojos del color del chocolate derretido, del mismo color que la cálida tierra. Supo en ese momento que él estaba imaginándola con cada uno de esos juegos de ropa interior.
Y lo que era peor aún, ella se imaginaba poniéndoselos para Joe. Imaginaba su reacción. Si la enorme erección que presionaba contra la bragueta de los vaqueros era una indicación, él estaba más que interesado. Pensarlo la excitó más de lo que debería. Su vagina se contrajo de deseo y necesidad. Por debajo del cuero, los pezones de ________ presionaron contra el sujetador.
—Definitivamente no son cómodos —convino él—. Prácticos... bueno, eso depende del propósito.
—Como no estoy aquí para rodar una peli porno, evidentemente no son nada prácticos. ¿Es una broma o un error?
—Ninguna de las dos cosas.
—Quiere que nosotros... —Los ojos de _______ se agrandaron cuando la verdad le subió la tensión.
—¿Follemos como conejos? Seguro. Está a favor de cualquier cosa que me persuada de volver a casarme.
¿Volver a casarse? Su primer pensamiento fue que, a pesar de que sólo conocía a Joe hacía veinticuatro horas, no le había parecido de los que se casaban. El segundo fue que jamás habría imaginado que ya había estado casado.
— ¿Estuviste casado?
A su lado, él se enderezó y se puso tenso.
—Por muy poco tiempo. Me divorcié hace tres años. Fin de la conversación.
_________ frunció el ceño. Podía ser el fin de la conversación, pero no el fin de las emociones de Joe. Estaba claro que su divorcio aún tenía el poder de hacerle daño o de disgustarle. Pero sabiamente, lo dejó pasar. La vida de Joe no era asunto suyo. Ahondar en el pasado de ese hombre sólo serviría para que sintiera más curiosidad por él. Aunque no podía evitar preguntarse qué había sucedido.
—Escoge uno —le espetó, señalando la lencería de la cama—. Te prestaré mi bata y un par de calcetines, luego ven a cenar. La comida se enfría.
________ quiso decirle que se quedaría vestida tal y como estaba, pero ya se había puesto el sol y tenía frío. Y la ropa que vestía no era la más apropiada para mantener las distancias con Joe. Eso sin mencionar que el tanga que llevaba puesto estaba demasiado mojado y se adhería a sus pliegues carnosos... un recordatorio constante del deseo que la embargaba.
—Gracias —murmuró.
Él gruñó mientras buscaba la bata y unos calcetines en el armario, se los tiró y se marchó.
_______ cogió los artículos que parecían menos provocativos. Cruzó el pasillo y entró en el baño con el tanga y el bustier dorados en la mano para cambiarse.
El nuevo tanga era diminuto. Una tira le rodeaba la cadera, y la otra le dividía las nalgas hasta unirse con el minúsculo trozo de encaje que le cubría escasamente el sexo. El espejo del baño le mostraba de manera explícita que esa prenda tan escandalosamente femenina sólo servía para enmarcar los rizos rojos de su pubis, del mismo color fogoso de su pelo. Estaba diseñado para atraer de inmediato los ojos de un hombre hacía el montículo de una mujer. Los ojos de Joe.
Una mezcla de miedo y deseo colisionaron en su vientre.
«No, eso no está bien».
Mortificada, ________ se quitó el sujetador que Alyssa le había dejado. El bustier cubría todavía menos que el sujetador, si es que eso era posible. También con un ribete dorado, era muy escotado, quedándole sólo un centímetro por encima de los pezones. Tenía aros que ofrecían un suave soporte bajo los senos, y realzaba su escote. Un delicado ribete de encaje decoraba el borde superior e inferior de la prenda, y acababa recogido en forma de lazo entre los pechos, acentuando los tensos pezones contra la fina tela.
________ estaba segura de que jamás había vestido nada tan sexy en su vida. La seguridad de que Joe podría provocarle múltiples orgasmos la hacía sentir muy consciente de sí misma como mujer. E imaginar su reacción ante esa ropa... la excitaba sobremanera.
Su imaginación tenía que tomarse un descanso.
Sin embargo, por mucho que odiara admitirlo, era algo más que los orgasmos. Con Joe, había sentido una delirante libertad diferente a cualquier cosa que hubiera tenido con otro amante. La libertad de tener todo lo que ella deseara. La aceptación absoluta de sus deseos. A pesar de que su cabeza le decía que esas necesidades no eran correctas, le dolía todo el cuerpo. Podía no comprender totalmente lo que deseaba con tanta desesperación, pero Joe sí lo sabía. Ese conocimiento se reflejaba en el fuego de los ojos masculinos, y en las cosas que le decía. Joe podría darle todo aquello con lo que ella había fantaseado. Además de la seguridad que sentía aquí con él, como si el acosador estuviera a un millón de kilómetros, animándola a explorar ese lado oscuro con su enigmático y enfurecido protector.
Tenía que controlarse. Las fantasías sólo eran fantasías, y en realidad ella no quería realizar todos esos actos que surgían en lo más profundo de su imaginación. De veras que no.
Con manos temblorosas, ______ se envolvió en la bata de Joe. Se anudó el cinturón, y se puso los enormes calcetines antes de dirigirse a la cocina para cenar, esperando parecer muy poco deseable.
Al llegar a la cocina, vio que Joe había preparado una espesa sopa con arroz y trozos de carne, y había dispuesto además el pan casero de su tía y un plato con mantequilla. Había ensalada en otra fuente. Y un gran vaso de agua helada al lado de su plato.
Joe, por otro lado, agarraba una botella de whisky y la miraba como si fuera algo tentador, incapaz de ocultarle por completo el hambre feroz que brillaba en sus ojos y que le decía que quería desnudarla, enterrarse en ella hasta hacerla gritar. Al parecer, la bata le parecía de lo más atractiva.
—He hecho pollo con gumbo —dijo con voz ronca mientras deslizaba la mirada por su cara hasta el cuello y la escasa piel visible del escote. Joe se acomodó en su silla—. ¿Has probado el gumbo alguna vez?
Ella negó con la cabeza, preguntándose —aunque no quería hacerlo—, si él estaría tan increíble y apetitosamente duro.
—Es espeso y picante.
Como el aire que había entre ellos. Como la carne con que la había llenado esa misma mañana.
Temblando, _______ apartó la mirada y se concentró en el gumbo. Tenía que dejar de pensar en ese tipo de cosas. Pero no podía comer, era demasiado consciente de la mirada de Joe mientras seguía sujetando la botella de whisky en la mano.
________ tragó y sintió que se le aceleraba el pulso.
—Me estás mirando fijamente.
Él asintió con la cabeza.
—Así es, cher.
—Pues lo único que vas a ver es esta enorme bata.
Joe dejó el whisky a un lado. De repente, ella sintió que Joe arrastraba su silla sobre el suelo de madera para acercarla a él. Bajó la vista y vio que él había enganchado el pie en la pata de la silla para atraerla a su lado e inundarla con ese olor cálido y picante.
—Bueno, claro que te miro fijamente. En primer lugar, soy un hombre, y tú eres una mujer muy hermosa. En segundo lugar, no hago más que preguntarme cuál de esas prendas tan sexys llevas puesta debajo de la bata. Y en tercer y último lugar, sé con exactitud qué se siente cuando te corres en torno a mi polla.
____________ contuvo el aire mientras el deseo se estrellaba contra ella, dejándola sin aliento. Estaba claro que si alguien tenía que conservar el control aquí tendría que ser ella.
No eran buenas noticias, ya que no tenía demasiado.
Él se inclinó y le acarició con la nariz la sensible piel del oído. _______ temblaba cuando él le dijo:
—Te sentí húmeda y estrecha, cher. Fue un polvo espectacular. Te doblegaste a mis órdenes como si hubieras nacido para someterte. Con naturalidad. No he pensado más que en atarte y en pasarme la mañana, la tarde y la noche buscando maneras de hacer que te corras hasta que tengas la garganta en carne viva por los gritos, y a pesar de ello sigas pidiéndome más.
Directo. Gráfico. Escandaloso. Sus palabras deberían de haberla repugnado. La feminista que había dentro de ella debería sentirse ofendida de que la considerara un objeto sexual. Pero no fue tan afortunada.
Joe era una tortura para su mente; arrogante, exigente, difícil. Pero también encarnaba todas sus fantasías; caliente, indomable, decidido a tenerla y a obligarla a experimentar cada fantasía picante que su mente febril había conjurado.
Una nueva humedad le empapó el tanga, y el clítoris comenzó a dolerle de nuevo.
________ cerró los ojos. Esto tenía que parar o si no acabaría cediendo. Y no estaba segura de poder vivir con las consecuencias —o consigo misma— si lo hacía.
— Joe, sólo quiero entrevistarte para un programa de televisión sobre el estilo de vida que llevas, no invitarte a que me cuentes cada uno de esos pensamientos que acechan en los oscuros recovecos de tu mente. Si no puedes guardártelos para ti mismo, deberías llevarme hasta mi coche. Yo... regresaré a Houston y...
—¿A esperar que te encuentre el acosador? ¿A esperar que te viole? ¿Qué te dispare? ¿Qué te mate? Ya hemos discutido esto antes. Estás mucho más segura aquí, en medio del pantano, rodeada de sofisticados sistemas de seguridad y con un guardaespaldas personal, mientras mi amigo Deke realiza un perfil sobre él. En cuanto sepamos algo, podremos resolver quién es ese psicópata e ir a por él. Hasta entonces, creo que lo más inteligente será que te quedes aquí. A no ser, claro está, que estés más asustada del sexo que del acosador.
Maldita sea, había escogido el peor momento posible para ser razonable y lógico.
—Claro que no. Es que me haces sentir incómoda.
—La verdad es la que te hace sentir incómoda, yo sólo te la digo. Te deseo. Tú me deseas. Es así de simple.
—Lo simplificas demasiado, grandullón.
Él agarró la botella de whisky y tomó otro largo trago. _______ observó con fascinación el movimiento oscilante de su nuez al tragar.
Cuando se acabó la botella, la dejó sobre la mesa.
—No puedes mentir, cher. Tus ojos me dicen que quieres ser atada y poseída a menudo. Y que quieres que sea yo el que lo haga.
Intentando apartar la mente del deseo que le ardía en el cerebro, ________ negó con la cabeza.
—Mira, los dos teníamos necesidades esta mañana y lo solucionamos. Después, echaste a correr como si tuviera la lepra. Parecía que no eras capaz de poner la suficiente distancia entre los dos. Si no lo has conseguido, yo lo haré. Hemos terminado.
—¿En serio lo crees, nena? Lo hicimos, cierto, y fue impresionante —le dijo, taladrándola con esa oscura mirada y obligándola a escuchar y a que comprendiera—. Si no me hubiera ido, te habría llevado a la cama, te habría atado y no te habría soltado hasta que te hubiera tomado por todos lados y haber descubierto cada uno de tus sensibles lugares secretos, y la forma de hacerte perder la cabeza.
_________ se quedó sin aliento. Eso no debería excitarla. La idea de él tocándola por todas partes, exigiéndole una mamada y, si lo había entendido bien, sexo anal, no debería hacerla temblar de excitación. La curiosidad y las fantasías calientes eran una cosa, la realidad... otra muy diferente.
Pero no podía negar el deseo que la asaltaba con la fuerza de un invasor, haciendo que su clítoris latiera con una necesidad ardiente, provocando que le dolieran los pezones.
Igual que no podía negar que si intentaba marcharse de allí y volver a Houston, el psicópata que la perseguía podría intentar matarla otra vez. Y esa vez, podría tener éxito.
Soltó un suspiro tembloroso. Era un infierno, estaba atrapada con un hombre capaz de proporcionarle un placer asombroso y de someterla a cada uno de los deseos prohibidos que se había negado hasta ese momento. Maldita sea, ella se había estado negando esas necesidades desde que Andrew la rechazara, había luchado contra ese lado oscuro hasta que le dolió. Pero simplemente no podía pasar de todo y abrirse de piernas ante el primer desconocido, sin importar qué nuevas sensaciones despertara éste en su cuerpo.
—No niego que estoy mucho más segura aquí que en Houston o en Los Angeles. No soy estúpida, y sé que no puedo luchar contra un hombre que no he visto y no comprendo.
—¿Pero?
—Quiero que las cosas se queden en un nivel platónico. Se supone que tengo que entrevistarte. Y tú protegerme. No quiero más cosas de esas que dijiste antes. Nos pasamos de la raya esta mañana.
Joe se acercó más, hasta que ella sintió su aliento en la boca. Tenía un débil olor a whisky y a especias.
—¿Nivel platónico?
—Ya sabes. Algo educado y amistoso. —_______ intentó apartar la silla. Él no se lo permitió—. Nada de sexo.
—Sé lo que quieres decir, __________. ¿Por qué crees que deberíamos negarnos a tener el mejor sexo del mundo?
—No quiero lo mismo que tú. No me va... no me va tu rollo.
__________ centró la atención en su comida. Las cosas serían más fáciles si ella pudiera decirle que sus deseos eran retorcidos y depravados. Si lo hería, quizás consiguiera alejarlo de ella con mayor rapidez. Pero tras haber sufrido ese tipo de comentarios en su propia carne, no podía hacerle lo mismo a él.
«Tampoco tienes demasiado talento para mentir», le susurró una vocecita en su cabeza. __________ cerró los ojos para no oírla.
—Y... —continuó ella—, a pesar de lo que ocurrió esta mañana, no soy una persona a la que le vaya el sexo indiscriminado.
Joe no abrió la boca durante un largo minuto. Sólo la miró fijamente, como intentando descifrar cada uno de los pensamientos de ________. No la tocó. Sólo la miró... una mirada dura, ardiente, como si estuviera recopilando y procesando cada una de las fantasías que ella había tenido. El deseo que se reflejaba en su cara derribaba las defensas de __________, despertando su rebelde imaginación, su clítoris, que aún palpitaba en silencio, y la inexplicable atracción que su alma sentía por él.
Maldita sea, tenía que apartarse de él ya. _____________ se cerró las solapas de la bata con intención de levantarse.
Joe le puso la mano en el brazo, manteniéndola en el lugar.
—¿Son ésas las únicas razones? ¿Qué no te gusta el sexo indiscriminado y que vas a mentirte a ti misma hasta convencerte que no te gusta la manera en que te follo?
—Quiero que dejes de decir esas cosas escandalosas y que recuerdes nuestra relación profesional.
—¿Quieres decir que quieres que te prometa que no te voy a tocar? —Su presa se hizo más fuerte.
—Sí, eso es lo que quiero decir.
Alzando la barbilla y con la determinación asomando a sus ojos, ________ esperó resultar convincente. Esperaba que Joe no tuviera ni idea de que el corazón amenazaba con salírsele del pecho. Su cercanía, su olor y sus caricias le recordaban el placer y la euforia que había sentido cuando lo había tenido profundamente enterrado en su interior.
—Sí, claro, eso es lo que tú dices, pero, simplemente, no me lo creo. — Joe se rió, fue una risa irónica que se completó con una sonrisa burlona—. ¿Qué te da miedo, cher? Si no te excito, entonces, cuando te toque, di que no. Si no te interesa no te resultará demasiado difícil negarte.
—¡No tengo por qué hacerlo! —le espetó _________—. No me gustas. ¿No puedes comportarte como un caballero y aceptarlo?
—Con una química como la que hay entre nosotros, no. Incluso aunque quisiera mantener las manos apartadas de ti, algo que no quiero, sólo sería cuestión de tiempo que acabara penetrándote profundamente con mi polla, una y otra vez.
—¡Para ya, maldita sea! Eso no es cierto. No voy acostándome con cualquier hombre que se me ponga por delante.
Él le deslizó la mano por el brazo, hasta el hombro, luego se movió hacia el pecho. El pulgar de Joe encontró un pezón duro y le dio un ligero toquecito, como para apostillar algo. Ella se quedó sin aliento, luego se mordió los labios como si acabara de darse cuenta de su enorme error. Joe le dirigió una sonrisa pícara, la clase de sonrisa que sólo la mojaba aún más. Entre eso y su caricia, él la había excitado con la misma facilidad que si hubiera encendido la luz. El duro latido entre los muslos era algo que ella no podía ignorar.
—Claro que no. Pero todas las cosas se pueden ver desde dos puntos de vista diferentes —le dijo—. Tal y como yo lo veo, mi trabajo consiste en protegerte. Pero también voy a demostrarte lo que tu cuerpo desea tan ardientemente y ayudarte a ser honesta contigo misma. Eso —le acarició otra vez el duro centro de su seno— será todo un placer para mi.
Luego la soltó y se levantó, con el plato de gumbo en la mano.
—Tal vez te estés engañando sobre lo que quiero —barbotó mientras él se alejaba—. ¿Lo has pensado? Tal vez estés completamente equivocado.
Joe se detuvo, se giró y la inmovilizó con una mirada tan afilada que le detuvo el corazón.
—Si ése fuera el caso, tu no estarías tan mojada por mí, y yo no sabría que ya has mojado dos tangas en veinticuatro horas. :twisted:
aranzhitha
Re: "Dominada por el deseo" (Joe y tu) Terminada
Mi goshh!!!
Graciias por dedicarmelaa 99
que amor tu :P
Joe porq tiene q ser tan malditamente SEXYY
me mojoooo :$$
sjaosjajsoajs
Siguelaaaa :hi:
Graciias por dedicarmelaa 99
que amor tu :P
Joe porq tiene q ser tan malditamente SEXYY
me mojoooo :$$
sjaosjajsoajs
Siguelaaaa :hi:
CariitoJonas15
Re: "Dominada por el deseo" (Joe y tu) Terminada
O.O
ok ese cap si me dejo sin palabras xD
ok ese cap si me dejo sin palabras xD
.Lu' Anne Lovegood.
Re: "Dominada por el deseo" (Joe y tu) Terminada
Es cortito lo siento después les subo mas
Continuación...
Era una mañana neblinosa. Los rayos del sol atravesaban el pantano con una luz difusa que iluminaba el porche y a la pequeña figura femenina de cabellos fogosos que había en él, vestida con una oscura camisa de hombre. Su camisa.
Sentía satisfacción y anhelo. Esperanza y deseo. Y lujuria. Todo eso lo provocaba ella con sólo inclinar la cabeza. Ella curvó la boca en una sonrisa feliz. Y él quería verla así, feliz y protegida.
Jamás había amado tanto a nadie en su vida.
Esa mujer misteriosa era suya. Joe lo sabía tan bien como conocía su propio nombre.
Sólo por una vez quería verle la cara. Después de seis meses de sueños fútiles y de despertarse duro y dolorido, de sentir ese anhelo por una mujer que jamás había visto, necesitaba saber quién era.
«Date la vuelta», exigió en silencio.
Lentamente, casi con demasiada lentitud, ella se volvió hacia él. Una delicada oreja, un cuello grácil, una mandíbula terca, una piel blanca como la porcelana. Era más de lo que había visto nunca de esa mujer, pero aún no estaba satisfecho. Quería verla entera. Ella siguió girándose lentamente. Una mejilla sonrojada...
Joe se despertó de golpe. ¡Maldita sea! Esa vez había estado tan cerca. Tan cerca..., pero aún no le había visto la cara.
Se revolvió en el sofá y abrió los ojos para echarle un vistazo al reloj de pulsera. Poco más de medianoche. ¿Y ahora qué?
Estaba tumbado en el sofá, jadeando, rechinando los dientes ante la acerada erección que siempre seguía a ese sueño. La maldita cosa lo atormentaba con frecuencia esos días, casi todas las noches durante las últimas dos semanas. ¿Por qué?
No cabía duda de que su abuelo y sus locas teorías sobre amantes destinados a estar juntos para siempre eran una sandez. Tenían que serlo. Si hubiera una mujer destinada para él, no se torturaría con sueños. Sencillamente la buscaría y la reclamaría. Y probaría que ella no era más que otra mujer a la que dejar al final. Fin de la historia.
Joe era perfectamente feliz con esa explicación, pero... ¿por qué si el sueño era irrelevante la mujer tenía el pelo igual que ________? ¿Por qué sentía que ________ era algo más que un medio para vengarse?
Dejando de lado esos pensamientos, Joe parpadeó, intentando despejarse. La noche anterior no había dormido ni siquiera un par de horas. Esa noche no sería diferente. Tener esos sueños y a ________ bajo su techo no le ayudaría a mantenerse descansado.
Y a juzgar por la erección que pulsaba dentro de sus boxers como si fuera un insistente dolor de muelas —sin olvidar su desvelo—, no iba a dormir mucho más esa noche.
Levantándose y desperezándose, Joe suspiró y se puso los vaqueros con una mueca de disgusto. De inmediato, pensó en _________.
¿Por qué no la podía dejar en paz? Ya había conseguido llevar a cabo una gran parte de la venganza, y le había enviado el correo a Brandon Ross con la prueba de que había estado tan adentro de la mujer de su enemigo como un hombre podía llegar a estarlo. Su venganza sería completa tan pronto como ________ le dijera a ese bastardo desleal que no pensaba casarse con él.
Pero, ¿y si no lo hacía? Había montones de mujeres que darían cualquier cosa por casarse con uno de los estimados hijos del senador Ross. Brandon tenía dinero, poder, buena apariencia y contactos, pero jamás tendría una carrera política. Joe se iba a asegurar de que así fuera.
Sin embargo, eso no resolvía sus problemas. Si ________ y Brandon no se distanciaban, la venganza quedaría incompleta. Debía de ser por eso por lo que ahora no se sentía demasiado victorioso.
Joe se paseó de arriba abajo, mientras se mesaba el pelo corto y despeinado, con frustración.
Tal vez estaba enfocando las cosas de manera equivocada. Brandon sólo tendría que echarle un vistazo al vídeo que le había enviado esa mañana, para que los celos comenzaran a corroerle. No tenía dudas. Cuando un hombre salía con una mujer como _________, quería tenerla para él solo y la idea de que disfrutara del sexo con otro hombre jamás se le pasaría por la cabeza. Una vez que Brandon tuviera tiempo para atormentarse con la prueba visual de la infidelidad de _________ —con él, además—, su estúpido orgullo le exigiría que la dejara.
Frunciendo el ceño, Joe se dio cuenta del error táctico del plan. Si era Brandon quien la abandonaba, ________ podría salir herida. Sólo con pensar en la angustia que eso le provocaría, le hacía querer desollarse a sí mismo con un látigo.
Que Brandon dejara a _________ no sólo le haría daño a ella, sino que no satisfaría el odio que sentía por Brandon. Para que Joe tuviera éxito, ________ debía darse cuenta de que se merecía a alguien mejor, alguien que la comprendiera, un hombre que pudiera darle lo que su mente y su cuerpo deseaban tan ardientemente. Tendría que admitir que Brandon no podía satisfacerla. Y Joe creía que debía ser él quien tuviera que demostrárselo.
¿Cómo podía convencerla de que dejara a Brandon?
Saliendo de la sala en dirección al único dormitorio de la cabaña, Joe abrió la puerta.
Maldición. ________ había apartado inconscientemente las sábanas, y dormía destapada. Joe deseó que estuviera desnuda. Y aunque no lo estaba, no le faltaba mucho. Sólo tenía puesto el bustier y el tanga dorado a juego. La luz de la luna, que iluminaba la habitación, le bañaba los dulces pezones suavemente rosados y el fogoso vello rojizo de su sexo con su suave luz plateada. Resaltaba las cosas que más le gustaban de su cuerpo y que le hacían querer aullar a la luna.
Se moría por meterse en esa cama, en ese cuerpo, otra vez, era algo que necesitaba tanto como respirar. Centró la vista en esas partes que se moría por tocar.
Pero su deseo no se detenía ahí. Y temía que comenzara a tratarse de algo más que una venganza.
Su miembro estaba deseoso de volver a poseer a _______, de cualquier manera en que los hiciera gritar a los dos de placer... El deseo era como una explosión candente que atravesaba su erección y su mente. Era realmente extraño. No debía obsesionarse con ello. Una mujer dispuesta era una buena manera de pasar un buen rato.
Esto... era algo más.
Perdía el control de su cuerpo al pensar en instruir a ________ sobre su sexualidad, sobre los deseos que la invadían hasta hacerla sudar y gemir de placer. Deseaba mostrarle cómo aceptar cualquier cosa que a él se le antojara, que compartiera el placer físico y mental.
Las probabilidades de que eso ocurriera... Joe negó con la cabeza. ________ no se rendiría fácilmente sin luchar, y él no estaba dispuesto a obligarla. Sencillamente quería mostrarle la satisfacción que encontraría en la sumisión.
Entrando en el dormitorio, Joe encendió algunas velas, luego se dejó caer en la silla de la esquina y la miró fijamente, acomodando distraídamente la longitud inquebrantable de su miembro en los vaqueros.
¿Cómo podría tentarla para que probara el lado salvaje con él y enseñarle de esa manera, que podría sentirse libre y sumisa tal como ella quería y al mismo tiempo sentirse bien consigo misma? ¿Cómo podría convencerla de que dejara a Brandon y así poder lograr la venganza que llevaba planeando tres malditos años? ¿Cómo obligarla a darle esa parte de sí misma que había reprimido antes, la parte que —estaba seguro— no le había dado nunca a ningún hombre?
Una sonrisa traviesa curvó sus labios cuando se le ocurrió una idea. Simple, directa y efectiva. Ansioso por llevarla a la práctica, se dirigió a su estudio y cogió un par de suaves cintas de terciopelo.
Había llegado el momento de jugar...
Continuación...
Era una mañana neblinosa. Los rayos del sol atravesaban el pantano con una luz difusa que iluminaba el porche y a la pequeña figura femenina de cabellos fogosos que había en él, vestida con una oscura camisa de hombre. Su camisa.
Sentía satisfacción y anhelo. Esperanza y deseo. Y lujuria. Todo eso lo provocaba ella con sólo inclinar la cabeza. Ella curvó la boca en una sonrisa feliz. Y él quería verla así, feliz y protegida.
Jamás había amado tanto a nadie en su vida.
Esa mujer misteriosa era suya. Joe lo sabía tan bien como conocía su propio nombre.
Sólo por una vez quería verle la cara. Después de seis meses de sueños fútiles y de despertarse duro y dolorido, de sentir ese anhelo por una mujer que jamás había visto, necesitaba saber quién era.
«Date la vuelta», exigió en silencio.
Lentamente, casi con demasiada lentitud, ella se volvió hacia él. Una delicada oreja, un cuello grácil, una mandíbula terca, una piel blanca como la porcelana. Era más de lo que había visto nunca de esa mujer, pero aún no estaba satisfecho. Quería verla entera. Ella siguió girándose lentamente. Una mejilla sonrojada...
Joe se despertó de golpe. ¡Maldita sea! Esa vez había estado tan cerca. Tan cerca..., pero aún no le había visto la cara.
Se revolvió en el sofá y abrió los ojos para echarle un vistazo al reloj de pulsera. Poco más de medianoche. ¿Y ahora qué?
Estaba tumbado en el sofá, jadeando, rechinando los dientes ante la acerada erección que siempre seguía a ese sueño. La maldita cosa lo atormentaba con frecuencia esos días, casi todas las noches durante las últimas dos semanas. ¿Por qué?
No cabía duda de que su abuelo y sus locas teorías sobre amantes destinados a estar juntos para siempre eran una sandez. Tenían que serlo. Si hubiera una mujer destinada para él, no se torturaría con sueños. Sencillamente la buscaría y la reclamaría. Y probaría que ella no era más que otra mujer a la que dejar al final. Fin de la historia.
Joe era perfectamente feliz con esa explicación, pero... ¿por qué si el sueño era irrelevante la mujer tenía el pelo igual que ________? ¿Por qué sentía que ________ era algo más que un medio para vengarse?
Dejando de lado esos pensamientos, Joe parpadeó, intentando despejarse. La noche anterior no había dormido ni siquiera un par de horas. Esa noche no sería diferente. Tener esos sueños y a ________ bajo su techo no le ayudaría a mantenerse descansado.
Y a juzgar por la erección que pulsaba dentro de sus boxers como si fuera un insistente dolor de muelas —sin olvidar su desvelo—, no iba a dormir mucho más esa noche.
Levantándose y desperezándose, Joe suspiró y se puso los vaqueros con una mueca de disgusto. De inmediato, pensó en _________.
¿Por qué no la podía dejar en paz? Ya había conseguido llevar a cabo una gran parte de la venganza, y le había enviado el correo a Brandon Ross con la prueba de que había estado tan adentro de la mujer de su enemigo como un hombre podía llegar a estarlo. Su venganza sería completa tan pronto como ________ le dijera a ese bastardo desleal que no pensaba casarse con él.
Pero, ¿y si no lo hacía? Había montones de mujeres que darían cualquier cosa por casarse con uno de los estimados hijos del senador Ross. Brandon tenía dinero, poder, buena apariencia y contactos, pero jamás tendría una carrera política. Joe se iba a asegurar de que así fuera.
Sin embargo, eso no resolvía sus problemas. Si ________ y Brandon no se distanciaban, la venganza quedaría incompleta. Debía de ser por eso por lo que ahora no se sentía demasiado victorioso.
Joe se paseó de arriba abajo, mientras se mesaba el pelo corto y despeinado, con frustración.
Tal vez estaba enfocando las cosas de manera equivocada. Brandon sólo tendría que echarle un vistazo al vídeo que le había enviado esa mañana, para que los celos comenzaran a corroerle. No tenía dudas. Cuando un hombre salía con una mujer como _________, quería tenerla para él solo y la idea de que disfrutara del sexo con otro hombre jamás se le pasaría por la cabeza. Una vez que Brandon tuviera tiempo para atormentarse con la prueba visual de la infidelidad de _________ —con él, además—, su estúpido orgullo le exigiría que la dejara.
Frunciendo el ceño, Joe se dio cuenta del error táctico del plan. Si era Brandon quien la abandonaba, ________ podría salir herida. Sólo con pensar en la angustia que eso le provocaría, le hacía querer desollarse a sí mismo con un látigo.
Que Brandon dejara a _________ no sólo le haría daño a ella, sino que no satisfaría el odio que sentía por Brandon. Para que Joe tuviera éxito, ________ debía darse cuenta de que se merecía a alguien mejor, alguien que la comprendiera, un hombre que pudiera darle lo que su mente y su cuerpo deseaban tan ardientemente. Tendría que admitir que Brandon no podía satisfacerla. Y Joe creía que debía ser él quien tuviera que demostrárselo.
¿Cómo podía convencerla de que dejara a Brandon?
Saliendo de la sala en dirección al único dormitorio de la cabaña, Joe abrió la puerta.
Maldición. ________ había apartado inconscientemente las sábanas, y dormía destapada. Joe deseó que estuviera desnuda. Y aunque no lo estaba, no le faltaba mucho. Sólo tenía puesto el bustier y el tanga dorado a juego. La luz de la luna, que iluminaba la habitación, le bañaba los dulces pezones suavemente rosados y el fogoso vello rojizo de su sexo con su suave luz plateada. Resaltaba las cosas que más le gustaban de su cuerpo y que le hacían querer aullar a la luna.
Se moría por meterse en esa cama, en ese cuerpo, otra vez, era algo que necesitaba tanto como respirar. Centró la vista en esas partes que se moría por tocar.
Pero su deseo no se detenía ahí. Y temía que comenzara a tratarse de algo más que una venganza.
Su miembro estaba deseoso de volver a poseer a _______, de cualquier manera en que los hiciera gritar a los dos de placer... El deseo era como una explosión candente que atravesaba su erección y su mente. Era realmente extraño. No debía obsesionarse con ello. Una mujer dispuesta era una buena manera de pasar un buen rato.
Esto... era algo más.
Perdía el control de su cuerpo al pensar en instruir a ________ sobre su sexualidad, sobre los deseos que la invadían hasta hacerla sudar y gemir de placer. Deseaba mostrarle cómo aceptar cualquier cosa que a él se le antojara, que compartiera el placer físico y mental.
Las probabilidades de que eso ocurriera... Joe negó con la cabeza. ________ no se rendiría fácilmente sin luchar, y él no estaba dispuesto a obligarla. Sencillamente quería mostrarle la satisfacción que encontraría en la sumisión.
Entrando en el dormitorio, Joe encendió algunas velas, luego se dejó caer en la silla de la esquina y la miró fijamente, acomodando distraídamente la longitud inquebrantable de su miembro en los vaqueros.
¿Cómo podría tentarla para que probara el lado salvaje con él y enseñarle de esa manera, que podría sentirse libre y sumisa tal como ella quería y al mismo tiempo sentirse bien consigo misma? ¿Cómo podría convencerla de que dejara a Brandon y así poder lograr la venganza que llevaba planeando tres malditos años? ¿Cómo obligarla a darle esa parte de sí misma que había reprimido antes, la parte que —estaba seguro— no le había dado nunca a ningún hombre?
Una sonrisa traviesa curvó sus labios cuando se le ocurrió una idea. Simple, directa y efectiva. Ansioso por llevarla a la práctica, se dirigió a su estudio y cogió un par de suaves cintas de terciopelo.
Había llegado el momento de jugar...
aranzhitha
Re: "Dominada por el deseo" (Joe y tu) Terminada
Y como la dejas ahi??????
Tienes que seguirla!!!
Please!!!!!
Tienes que seguirla!!!
Please!!!!!
Vanee LovatoD'Jonas
Re: "Dominada por el deseo" (Joe y tu) Terminada
disculpen que no haiga puesto capis pero pronto les pronde maraton,
aranzhitha
Re: "Dominada por el deseo" (Joe y tu) Terminada
Capítulo 7
________ se despertó lentamente, emergiendo de la neblina de un sueño erótico en el estaba tumbada desnuda sobre la hierba bajo la luz de la luna, los brazos descuidadamente por encima de la cabeza, mientras los tirones en sus sensibles pezones creaban una piscina de dulce placer entre sus piernas. Se retorció. Los rayos plateados de la luna le acariciaban los brazos, el vientre, la parte superior de sus muslos con una suave caricia. Gimió.
Las hojas de los árboles se movían con una ligera brisa veraniega, rozándole los pechos y los sensibles pezones. Una y otra vez las hojas encontraban el camino a su cuerpo, un ligero roce que avivaba lentamente su necesidad sensual.
Una hoja con un borde afilado le recorrió el cuerpo. Un pequeño aguijonazo en la dura cima de su seno la sorprendió. Intentó apartar la hoja, pero fue reemplazada por una cálida caricia, y una oleada repentina de deseo entre las piernas. Otra hoja le pellizcó el otro pezón y una nueva oleada de deseo la atravesó. Se arqueó ante el suave dolor y de nuevo fue premiada con una inundación de calor y humedad.
El dolor entre sus muslos se convirtió en un latido, un redoble de tambores dentro de su cuerpo que exigía liberación. ________ gimió, cambiando de posición.
Debajo de ella, la hierba le pareció extrañamente suave. Intentó incorporarse, pero fue incapaz de moverse. Otra hoja se paseó por su seno izquierdo, suave, sedoso, ligeramente tierno. Fue seguida con rapidez por un brusco pellizco en el pezón.
El dolor duró un instante, y fue reemplazado por una necesidad despiadada y apremiante en las tensas cimas de sus pechos. Se arqueó, buscando que se repitiera, mientras otra hoja bajaba por su vientre y rozaba suavemente su monte de Venus.
Las sensaciones se amontonaron, una sobre otra, hasta que su cuerpo exigió más. Intentó moverse, tocarse, sólo para descubrir que no podía. Otra hoja se prendió de un pezón, todavía con más dureza que antes. Gimió. El sudor le humedeció la piel entre los senos y la espesa humedad se convirtió en un latido interminable entre sus piernas.
________ abrió los ojos y se deshizo de los últimos vestigios de sueño, descubriendo con rapidez que sus pechos no estaban siendo atormentados por las hojas, sino por la suave lengua de Joe, seguida por eróticos mordisquitos de sus dientes.
Antes de saber siquiera qué hacía, ________ se arqueó hacia arriba, ofreciendo silenciosamente a un Joe de mirada ardiente los sensibles pezones, ignorando de esa manera cualquier cosa que su mente pudiera haber decidido.
—Eso es, nena —murmuró él apasionadamente entre sus pechos.
La luz de las velas resplandecía suavemente sobre su piel cuando ella se recorrió el cuerpo con la mirada y se dio cuenta de que él le había abierto el bustier, exponiendo por completo los montículos gemelos y sus duras cimas.
Como a cámara lenta, ________ lo observó bajar la boca hacia ella otra vez. Sus anchos y fornidos hombros cubrieron la luz de la luna y la hicieron más consciente de él. Ella tiró de sus brazos y piernas, desesperada por abrazarle, pero descubrió que estaba firmemente atada a los cuatro postes de la cama de Joe.
Por Dios, estaba completamente a su merced. La comprensión la invadió con una especie de placer oscuro que la asustó.
La alarma retumbó en su vientre como un trueno. El duro grillete del deseo amenazó con ahogarla. Ese hombre la excitaba de tal manera que se le hacía difícil respirar y aniquilaba cualquier pensamiento racional.
¿Por qué la afectaba tanto Joe Jonas y su manera de acariciarla?
Él ignoró sus contoneos y depositó sobre sus pechos un reguero de besos suaves, endureciendo y humedeciendo las excitadas cimas con atrevidos golpecitos de su lengua. La calidez de su duro pecho rozaba levemente su vientre, y el cuerpo femenino reaccionaba de manera febril ante la seda ardiente de su piel, de su boca. Los pezones se tensaron aún más hasta que se convirtieron en dos cimas enrojecidas y erectas, suplicándole que continuara haciéndoles cualquier cosa que él deseara.
Como respuesta, Joe le pellizcó los pezones, retorciéndolos ligeramente. Un amalgama de dolor y placer le hicieron gritar su nombre.
—Aquí estoy, cher, para cumplir cada una de tus más íntimas fantasías.
El deseo sacudió el cuerpo de ________ que se retorció bajo su boca cuando él reanudó la sensual tortura en sus pezones. Ella contuvo el aliento cuando la lengua de Joe rodeó una de las palpitantes cimas.
Gimió. Ese hombre conseguía que se le retorcieran las entrañas, convirtiéndola en una ninfómana. En una mujer que estaba dispuesta a decir que sí a casi cualquier cosa.
Joe no quería simplemente darle placer; quería controlarla, someterla, convertirla en la lasciva y depravada mujer que Andrew le había acusado de ser. Jamás se había considerado la esclava de ningún hombre. Y no iba a empezar a serlo ahora.
—No —jadeó—. Detente. No he accedido a esto. Y tampoco lo quiero.
Él deslizó un par de dedos por la hendidura expuesta de su sexo. ________ sabía que estaba más que mojada. Estaba vergonzosamente húmeda e hinchada. Y dolorida. Su caricia sólo consiguió que más humedad llenara su sexo.
Joe soltó una risita ronca y erótica. Su torso musculoso se tensaba con cada movimiento y la parte más salvaje de ________ ansiaba poner las manos sobre ese cuerpo para sentir toda su vitalidad.
—Tu boca dice una cosa, pero tu cuerpo te desmiente —la desafió con un susurro burlón—. ¿Estás segura de que no quieres esto?
—¿Acaso estás sordo? Te he dicho que no —lo acusó—. Aún crees que soy una sumisa.
—No, no lo creo.
________ arqueó una de sus cejas rojas, luchando contra los escalofríos de placer que sacudían su cuerpo y aniquilaban su sentido común.
—Bueno. ¿Por fin un poco de sensatez?
—Cher, yo no creo que seas sumisa. Sé que lo eres.
Lo miró boquiabierta, luego cerró la boca de golpe. ¡Bastardo! Bien. Pues si él pensaba eso, ella prefería quedarse con su propia opinión, muchas gracias.
Joe atrapó de nuevo sus pezones y se los pellizcó.
—Detente. No te he dado permiso.
Al instante, la sonrisa masculina desapareció.
—No pienso pedirte permiso, deja de hacerte la estrecha. La mujer valiente que corrió conmigo después de que le disparasen, la mujer audaz que fue capaz de disfrazarse para desaparecer en una ciudad extraña con un hombre que sólo conocía desde hacía unos minutos..., demonios, la mujer que habla de sexo en la tele... ésa es la mujer que tú eres, no la que siempre está huyendo de sí misma.
Sus palabras fueron como una bofetada en la cara. Se retorció otra vez, intentando liberarse con todas sus fuerzas. ¡La había llamado cobarde por intentar mantenerse cuerda! Increíble.
—No estoy huyendo de mí misma. ¡Huyo de ti! Quiero que me protejas, no que me ataques.
Dirigiéndole una sonrisa afilada, Joe le bajó la mano por el estómago, sobre la cadera, en un suave contraste con las inquebrantables ataduras que le sujetaban las muñecas y los tobillos. Que lo condenaran por parecer tan cálido y viril sin camisa, y por confundirla. Podía hacer que lo deseara y sentirse deseada a la vez. Y eso la enfurecía. ¡Maldición! Joe estaba utilizando su experiencia para acorralarla, para nublarle el juicio, para reducir a añicos su sentido común.
Y ella tenía que ser fuerte para no picar el anzuelo.
—Era yo quien estaba contra la puerta esta mañana —replicó—. No estoy huyendo y no me hago la estrecha. Pero tú quieres algo de mí que no puedo darte.
—Bien, eras tú esta mañana, pero no del todo. Podrías someterte por completo si te mostraras tal y como eres en realidad. Pero te contienes. Sí, me di cuenta; no parezcas tan sorprendida. Esa parte de ti, profunda y oscura, que quiere ser dominada y tomada, es lo que me has negado. La que niegas que exista. Tienes valor para enfrentarte a ese maldito acosador que intenta matarte, pero no para aceptar el placer que puedo ofrecerte.
________ ignoró la oleada de calor que le provocaron esas palabras, y la visión de la gruesa erección que presionaba la bragueta de los vaqueros. Se concentró en la cólera que sentía.
—El que tantas mujeres hayan sido tus esclavas sexuales, no quiere decir que todas las demás tengamos que tumbarnos y abrirnos de piernas cuando así lo desees.
—Tú quieres someterte porque estás cansada de ser fuerte, porque si te acuestas con alguien no quieres tener que indicarle qué es lo que te gusta o que no. Quieres un hombre que sepa comprenderte y darte lo que necesitas sin tener que pedírselo.
—¿Eres una versión pervertida del doctor Phil?
—Vigila esa boquita, cher. Tengo una mordaza, y sé cómo usarla —gruñó él.
Ante esa amenaza ronca, ________ cerró la boca. La furia y el deseo burbujeaban en su interior, amenazando con estallar.
—Escúchame. Lo que tú necesitas es a un hombre lo suficientemente fuerte como para que te obligue a rendirte en la cama. No has probado tu lado oscuro, cher. Sé que obedecerás perfectamente a todo lo que te pida. Lo noto, lo veo en ti.
Esa confianza en sí mismo y el poder físico que destilaba, hacían estragos en sus sentidos. Qué el Cielo la ayudara. Joe parecía convencido de cada palabra que decía. ________ se estremeció. Durante la mayor parte de su vida, había tenido deseos y fantasías. Había sentido curiosidad. ¿No le pasaba lo mismo a todo el mundo? Pero eso no quería decir que ella quisiera que esas fantasías se convirtiesen en realidad.
Negó con la cabeza.
—Si dejarás de ver reflejadas en mí tus retorcidas necesidades, verías que soy sólo una chica normal.
Joe tensó los hombros y los brazos, apretando los dientes.
Luego su expresión se suavizó hasta que no quedó ni rastro de cólera ni de cualquier otra emoción. Simplemente se inclinó y aflojó los nudos de la muñeca izquierda, luego los de la derecha. Repitió el proceso con los tobillos, teniendo mucho cuidado de no tocarla siquiera. Con rapidez, ella estuvo desatada y libre, ya no estaba a su merced.
Una extraña emoción la golpeó con fuerza, como si estuviera... vacía. Despojada. ________ dobló las rodillas hacia el pecho y observó cómo Joe se ponía la camiseta. No la miró... lo cierto es que evitaba mirarla. Era como si ella ya no existiera. Se sintió muy sola a pesar de que él seguía en la habitación, recogiendo las cuerdas de terciopelo.
—Joe —farfulló, sin saber qué decir. ________ sólo sabía que su indiferencia le hacía daño.
— ¿Sí?
Dios, esa expresión. Podía haber estado hablando con cualquiera... con un perfecto desconocido, y sobre algo tan banal como el clima.
La ironía de la situación inflamó su temperamento.
—¡Hablando de hacerse el estrecho! Cómo no obtienes lo que quieres, yo recibo frialdad por tu parte, ¿no?
El regresó a la cama y se sentó a medio metro de ella. No la tocó, y ________ deseó que lo hiciera.
¿Qué demonios le pasaba?
—Si no estás dispuesta a ser quién sabes que eres, yo sólo puedo darte lo que me pedías: una relación estrictamente platónica y profesional.
________ sabía que debía alegrarse. En el fondo de su ser no era una sumisa. Tener algunas fantasías de vez en cuando no la convertían en la marioneta de un dominante. En realidad no estaba interesada en eso.
¿Pero por qué entonces una parte de ella ansiaba borrar sus palabras y regresar al momento en que se había despertado y hallado sus pechos desnudos y excitados, mientras Joe se inclinaba para lamer sus pezones con esa lengua abrasadora?
«Sí, ¿y qué quieres hacer al respecto? ¿Abrirte de piernas como disculpa?» Honestamente, ________ no sabía la respuesta. Lo que sí sabía era que no podía dejar que esa conversación terminara con esta frialdad entre ellos.
—Estás enfadado.
—Resignado —corrigió Joe—. Vas a esconderte de ti misma sin intentarlo. Dejaré que vuelvas a dormir.
Allí de pie, le dirigió una mirada de pesar, luego le dio la espalda.
________ clavó la mirada en esos hombros anchos y en esa piel dorada. Poder, control, inteligencia, paciencia. Todo lo que había querido siempre en un hombre. E iba a dejar que se marchara.
¿La convertía eso en una cobarde? ¿O sería que Joe se le había metido en la cabeza y no podía pensar con claridad?
Se mordió los labios para no responder, pero las palabras atravesaron su mente y salieron rápidamente por su boca.
—Bueno. A veces tengo... pensamientos de sumisión. Nada serio.
Joe se detuvo y la miró de nuevo, con una expresión cuidadosamente vacía.
—Continúa.
Consciente de su desnudez, ________ se rodeó firmemente las rodillas con los brazos para ocultar los pechos desnudos.
—Mentiría si te dijera que la idea nunca se me ha pasado por la cabeza. Pero me conozco. Yo no soy así en realidad.
—¿Por qué piensas eso?
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué no debería pensarlo?
—No has sido sumisa con tus anteriores amantes. ¿Cómo puedes saber si lo eres o no sin haberlo probado por lo menos una vez? La realidad puede ser todavía mejor que tus fantasías.
Los pensamientos se apelotonaron en la cabeza de ________. Él estaba equivocado. A ________ sólo le bastaba oler las coles para saber que no le gustaban.
Era una pobre analogía. La verdad era que no quería volver a pasar por la vergüenza que había sentido con Andrew, o por el horror que sentiría si su madre supiera que había sucumbido a ese tipo de deseos.
Y había otra razón. La idea la tentaba más que cualquier otra cosa. Temía que al final le creara adicción.
Joe se acercó un poco más, haciendo que le resultara difícil pensar con lógica. Olía genial. A hombre y especias, a cipreses y cuero, y a piel caliente que envolvía unos músculos tan tensos que ella bien podría rebotar en ellos. Ese hombre era puro sexo andante.
¿Y si probaba a someterse? A él. Sólo una vez.
Si le gustaba, Andrew estaría en lo cierto. No sería... normal, ¿o sí lo sería?
—Casi puedo oír esos pensamientos que bullen en tu cabecita, cher. Piensas demasiado cuando todo es muy simple.
—¡No, no lo es! Es mi cuerpo, mi... —________ sacudió la cabeza intentando encontrar las palabras correctas.
—¿Tu vida? ¿La imagen que tienes de ti misma? Lo sé. ¿Pero prefieres saber que fuiste lo suficientemente audaz como para probarlo o tener que admitir que estabas tan asustada que huiste antes de meter un pie en el agua?
¿Por qué demonios la presionaba así?
—¡Para! Esto es sólo por ti. Tú sólo quieres mantener relaciones sexuales conmigo.
El le dirigió una sonrisa contrita... una que le hizo curvar los dedos de los pies.
—Es cierto que te deseo, mais. Nunca te lo he ocultado. Pero tampoco quiero que seas desgraciada cuando la verdad podría liberarte.
—No me siento desgraciada. ¡Me encanta mi vida!
—Estoy seguro de que te encanta tu vida. Con excepción del sexo. Si quieres descubrir la verdad, pasa una noche conmigo —la desafió—. Sólo una, a mi manera. Mañana, si no te ha gustado, no habrá nada más que decir. No volveré a tocarte.
Señor, la desafiaba a descubrir la verdad, una que podría estallarle en las narices.
________ suspiró. Joe tenía razón. Nunca le había gustado el sexo, nunca había explorado esa parte de sí misma llena de sueños febriles. Tal vez. Tal vez esos dos hechos estaban relacionados. Tal vez había llegado el momento de saciar su curiosidad. Si se permitía experimentar esas fantasías, podría borrarlas de su mente una vez que las hubiera satisfecho.
Y si Joe sólo quería utilizarla... Bueno, ¿por qué no podía utilizarlo ella a su vez? Como un alocado experimento científico. Él no era precisamente desagradable a la vista, y cuando estuviera enterrado profundamente en su interior, el placer sería lo suficientemente intenso como para hacerla perder la cabeza. Con su ayuda, podría deshacerse del fastidioso deseo de ser dominada sexualmente por un hombre. Luego podría volver a su vida normal y liberarse de las calumnias de Andrew y, algún día tal vez, iniciar una nueva relación con la cabeza bien alta.
—No soy cobarde, ni sumisa. Tómame y te lo demostraré.
La cogió de la mano.
—Necesitas averiguarlo de una vez por todas.
Pasara lo que pasase, por la mañana los dos sabrían la verdad. Joe se daría cuenta entonces de que estaba equivocado. ________ asintió con la cabeza.
—Necesitamos una palabra segura —dijo Joe
—Cierto —________ no fingió no entenderle. Había leído lo suficiente para saber a qué se refería—. Si digo la palabra «pantano», te detendrás.
Joe asintió con la cabeza, y el pelo oscuro cayó sobre su ancha frente.
—Si dices «pantano», lo dejamos. Pero antes de usar esa palabra, tienes que estar segura de que no puedes soportarlo más. Una ligera incomodidad no es suficiente. Ya sea física o mental. Voy a cuestionar todas tus creencias sobre el sexo. Voy a pedirte más de lo que nunca has dado de ti misma. No hay lugar para esconderse, ________. Quiero que quede totalmente claro. ¿Estás preparada para esto?
—No. ¿Para demostrarte que te equivocas conmigo? Sí.
Joe luchó por contener una sonrisa.
—Vale.
Y con eso, se levantó y se quitó la camiseta. Enderezó los hombros y la expresión de su cara cambió. Un aire de autoridad, impenetrable e intimidante, lo rodeó. Tan excitante como un relámpago, tan enérgico como un trueno.
________ se estremeció a la vez que se decía a sí misma que debía ser fuerte.
—Ya conoces las reglas, ________. Yo soy el Amo. Todo lo que diga es ley. Harás lo que te diga, cuando te diga, y como te diga. Sin titubeos. Sencillamente lo haces.
El sostuvo las tiras de terciopelo en las manos, acariciándolas con el pulgar. ________ intentó olvidar la sensación de esas tiras en sus muñecas y tobillos, sujetándola con fuerza para que él hiciera con ella lo que quisiera. Sólo ese pensamiento hizo que se le retorciera el vientre de lujuria.
No, no, no. Eso no era erótico, sólo era... extraño.
Una fugaz sonrisa apareció en la boca de Joe cuando la pilló mirando las ataduras de terciopelo.
—Muy bien.
Un escalofrío bajó por la espalda de ________ que apartó la mirada. Pero ya era demasiado tarde. El había visto cómo miraba las tiras. La voz de Joe, extraordinariamente ronca, le exigió con rudeza: —Quítate el tanga.
Joe observó cómo ________ vacilaba, todavía rodeándose las rodillas con los brazos, debatiendo mentalmente si debía o no acatar su orden. Normalmente, ese tipo de vacilaciones, serían una ofensa punible. Pero todo eso era nuevo para ella, su mente todavía se resistía al dominio que su cuerpo suplicaba. Por ahora, sería paciente con ella... tanto como le fuera posible. Pero saber que ________ pronto estaría bajo su cuerpo, totalmente abierta para que él pudiera hacer todo lo que quisiera con ella, desafiaba su autocontrol.
Tragándose un nudo de lujuria, la miró con una expresión dura.
—Cuando doy una orden, espero que sea obedecida de inmediato. Quítate el tanga o usa la palabra de seguridad.
________ se mordió ese exuberante labio inferior. Al verlo, el miembro de Joe pulsó en el interior de los vaqueros. Dios, quería esa boquita alrededor de él, que esos labios plenos se abrieran para tomarle, mientras penetraba su boca profundamente, que esa pequeña lengua le lamiera el glande. «Paciencia», se dijo a sí mismo.
—Pensaba... ¿no me vas a besar al menos?
Maldición era demasiado naïve. Tenía mucho que aprender para llegar a ser una buena sumisa. Y él se moría de ganas por enseñarle.
Algunas veces eso significaba jugar duro.
—Me estás cuestionando —la advirtió—. Si yo pensara que es el momento adecuado para un beso, te lo habría ordenado. Te estás comportando como una petite fille, una niña demasiado asustada para afrontar sus propios deseos. Y me estás haciendo perder el tiempo. —Joe le dio la espalda.
Dio un paso hacia la puerta, y luego otro. Y comenzó a preguntarse si esa jugada le saldría mal.
—¡Un momento! Estoy asustada. Esto es nuevo para mí. Y... —le dijo ella suavemente— y no quiero que lo parezca.
Joe se volvió hacia ella. Por fin, un poco de sinceridad. Era un paso adelante.
—¿Cómo me tienes que llamar aquí? —la desafió.
—Señor. —La palabra salió temblorosa de sus labios, y lo atizó como el fuego, enviando una ardiente oleada de deseo a su pene.
Para recompensarla, se acercó a su lado y le ahuecó la mejilla con la palma de la mano.
—Tienes que enfrentarte a ti misma, cher. Yo no soy tu enemigo. Yo sólo voy a ayudarte.
—Es que no puedo dejar de pensar que...
—Ya conoces las reglas. No pienses. Simplemente obedece.
Ella suspiró.
—Nunca he sido buena obedeciendo órdenes, señor. Pregúntale a mi madre.
Sonriendo, él le prometió:
—Jamás te pediré que limpies tu habitación o que saques la basura. Obedecerme a mí será bastante más fácil.
________ lo miró y asintió con la cabeza temblorosamente, con la inocencia y la necesidad brillando en sus ojos azules.
El corazón de Joe dio un vuelco. Maldición, era tan hermosa, tan tímida. Había algo en ella que le hacía querer tomarla de todas las maneras posibles, mientras le decía lo perfecta que era. Una locura...
Apartándose, cambió la expresión divertida de su cara por una severa y se cruzó de brazos.
—Es tu última oportunidad. Quítate el tanga, ________.
Ella se quedó inmóvil durante un instante antes de soltar un profundo suspiro y estirarse sobre la cama, exponiendo sus exuberantes y pálidos pechos enmarcados por el bustier. Sus pezones todavía estaban duros y rosados por los labios de Joe.
Una nueva oleada de lujuria le golpeó en el vientre y bajó hasta sus testículos cuando ella le dirigió una mirada indecisa, luego enganchó los pulgares en la tira de encaje de sus caderas. Lentamente, tan lentamente que él pensó que se moriría de tanto contener el aliento, ________ comenzó a bajarse el tanga, exhibiendo más piel perfecta salpicada con diminutas pecas.
Luego expuso el ardiente vello que protegía su sexo. Joe apretó la mandíbula. Ansiaba saborearla. Ella ya estaba húmeda. Completamente mojada y preparada. Saberlo lo mataba.
Por fin, dejó caer la prenda al suelo. ________ se enderezó, dirigiéndole una mirada indecisa, pero armándose de valor echó los hombros hacia atrás e irguió la cabeza. Joe sabía por la manera en que se movía que estaba conteniendo el deseo de cubrirse los pechos con el bustier que le colgaba de los hombros y taparse con las manos la unión de las piernas, pero no lo hizo. Su respeto por ella creció... igual que crecía el ansia de tenerla completamente a su merced.
—Recoge el tanga.
________ clavó los ojos en él, frunciendo un poco el ceño mientras buscaba la lógica a su petición. Tenía que conseguir que dejara esos hábitos.
—No quiero repetirlo —la advirtió.
Con la expresión divida entre la confusión y la resignación, se inclinó y recogió el tanga, luego lo sostuvo contra los pechos desnudos. Tenía el ardiente pelo rojo suelto sobre los hombros. Y esa boca roja, que haría que Angelina Jolie se sintiera orgullosa, tenía los labios húmedos y abiertos. Un dulce rubor se extendió por sus mejillas.
Joecontuvo el aliento. Maldita sea, era tan hermosa. Era un desperdicio que fuera de Brandon Ross. Pensar en llenarla de placer hasta que gritara su nombre, resquebrajaba su autocontrol. Se ponía más duro por segundos. Tenía que contenerse. De otra manera, no podría darle lo que ella necesitaba... lo que los dos necesitaban.
—Dame el tanga, cher.
Tragando con fuerza, ella extendió la mano indecisa con la prenda de seda y tiras doradas. El miedo y el ansia por complacer se reflejaban en su cara, y le estrujaron el corazón. Tenía que apaciguarla y excitarla. Equilibrar sus respuestas. Era la única manera de conseguir que se dejara llevar.
Joe tomó el tanga y cerró el puño sobre él. Estaba húmedo. E incluso a veinte centímetros de su nariz, podía oler el aroma a deseo que desprendía la prenda. El nudo de lujuria de su vientre se retorció con tanta fuerza que apenas pudo respirar.
—Estás mojada.
________ no dijo nada, sólo se lo quedó mirando con esos enormes ojos del color del mar Caribe, que se agrandaban más a cada segundo que pasaba.
—Respóndeme, ________. Sí o no.
—Sí —tomó aliento.
—¿Sí, qué? —la apremió.
—Sí... señor.
Aún no lo decía con fluidez, pero lo haría. La tendría a su merced hasta que lo hiciera. Alternando entre la suavidad y la severidad. Conservando un delicado equilibrio. Mantenerla excitada e indecisa, sería un placer para él.
—Bien. Me encanta que estés mojada. Pienso mantenerte así toda la noche.
Ella absorbió sus palabras, tensándose levemente. Con las pupilas totalmente dilatadas. Con las areolas tensas y arrugadas alrededor de los pezones. Se pasó la lengua por el pleno labio inferior. El miembro de Joe palpitó de impaciencia.
—Joe...
—No me llames así. Si tengo que recordártelo otra vez, te azotaré el trasero.
________ frunció el ceño. Tensó la mandíbula. Quería soltarle algún comentario mordaz. Pero simplemente se lo tragó.
Joe sonrió para sí. ________ estaba aprendiendo. Lenta, pero segura...
—Sí, señor.
—Bien. Quítate el bustier.
________ accedió casi sin vacilar. Casi. No era perfecto, pero iban progresando.
La suave reprimenda que le venía a la boca murió cuando ella expuso la línea delgada de su torso, el vientre plano, los hombros gráciles, la curva llena de sus pechos. Joe nunca hubiera pensado que fuera posible, pero su miembro se endureció todavía más con una oleada de sangre nueva.
—Dámelo —exigió.
De nuevo, hubo una demora antes de cumplir la orden. Satisfecho por el momento, lanzó las prendas a la silla. Cuando se giró hacia ________, vio que volvía a pasarse la lengua por esos labios provocativos.
Maldita mujer, estaba poniendo a prueba su paciencia y autocontrol. Ahora, la primera vez que iba a tenerla bajo su dominación, tenía que controlar a ________ por completo. No podía vacilar. No podía mostrar debilidad, ni falta de control, sólo una seguridad que no admitía negativas.
Reafirmar su dominación era la clave para persuadirla de que hiciera caso a las necesidades de su cuerpo. Era la única manera en que podría quitársela a ese bastardo de Brandon. Luego, después de que la hubiera tomado, después de que se entregara por completo, después de que admitiera que necesitaba a un hombre autoritario y de que dejara a su novio, él se quedaría satisfecho.
—Ponte de rodillas, cher.
La mirada de ________ voló a la de él, sus ojos azules mostraban una interesante mezcla de pánico y lujuria. Estaba procesando la orden, intentando averiguar lo que él quería. Pero ya lo sabía.
Tal como él sabía que ella podría usar la palabra de seguridad en vez de hacer cualquier cosa que le pidiera. Pensarlo lo irritó. Quería —necesitaba— sentir su lengua acariciándole el pene, abriendo sus labios para tomarle. Quería ver su adoración, su sumisión, su aceptación, su excitación.
—¿Señor?
—No te he dado permiso para hablar. Sigue mis indicaciones o usa la palabra de seguridad.
El mohín de la boca y el ceño fruncido de ________ le dijeron sin palabras que se sentía rebelde y frustrada. Pero sus ojos, puros lagos de deseo, reflejaban su excitación.
Esa expresión revelaba todo lo que a él le gustaba de ella. Su dicotomía —sus inocentes experiencias y sus necesidades licenciosas—, lo conducían a un peligroso estado de lujuria. A un deseo arrollador que no podía recordar haber sentido antes. Eso iba más allá de la necesidad psicológica de querer controlar, más allá del puro deseo físico por una mujer. En ese momento, quería poseerla en cuerpo y alma.
De repente, Joese preguntó si antes de dejarla ir podría tomar a ________ todas las veces que fueran necesarias para arrancarla de su alma.
Al fin, ella bajó la mirada, y se puso de rodillas lentamente.
Estaba tan cerca que Joe podía sentir su aliento en el miembro, aprisionado en la bragueta de sus vaqueros. Le costó cada pizca de autocontrol no arrancarse los pantalones de un tirón, para así sentir su aliento y su boca directamente en él. Pensarlo le provocó una oleada de lujuria que hizo palpitar su erección todavía más.
—Mucho mejor. Como recompensa, puedes hablar. ¿Qué querías decir, ________?
—No sé demasiado sobre el sexo oral.
—¿Cómo sabes que es eso lo que quiero?
—Lo supuse. Si es eso lo que quieres, creo que deberías de saber que la única vez que lo hice, él no...
—¿Se corrió en tu boca?
Un nuevo rubor inundó las mejillas de ________.
—No.
La información golpeó de lleno en el vientre de Joe. Así que el puritano de Brandon no había encontrado satisfacción en esa hermosa boca inspiradora de pecados. Sabía, por el encuentro de esa mañana contra la puerta, que la idea la excitaba. Y quería que ________ experimentara los actos que la excitaban. Pero saber que sería el primer hombre que dejaría su simiente en la boca de ________ le tensaba los testículos, y hacía que su lujuria fuera todavía más apremiante. Era primitivo, posesivo e ilógico, pero había algo en él que reaccionaba salvajemente ante el conocimiento de que ningún otro hombre la hubiera tomado de esa manera.
Al bajar la mirada descubrió que ________ no sentía rechazo por esa demanda, sino incertidumbre. La ansiedad hacía que el azul de sus ojos destacara en la pálida cara. Ella se mordió el labio inferior con nerviosismo.
—Mi responsabilidad como Amo no es sólo darte órdenes, sino guiarte y darte placer. Se trata de confianza. Debes confiar en mí, cher. Te ayudaré, te daré lo que necesitas. ¿Entiendes?
La mirada de ________ abandonó su rostro, y bajó por su torso hasta detenerse en la insistente erección que empujaba contra la bragueta de los vaqueros, justo delante de su cara. Sacó de nuevo la lengua para humedecerse el labio inferior.
Joe contuvo el aliento, inundado por los pensamientos de que, pronto, esa lengua rosada lamería su glande. La lujuria le retorció el vientre, convirtiéndolo en un nudo tenso de necesidad. ¡Merde! La deseaba tanto que era una tortura.
—Sí..., señor.
Joe apenas logró mascullar una respuesta antes de desabrocharse los vaqueros y bajarse la cremallera. Su miembro saltó libre a su mano y lentamente se acarició la gruesa longitud. ________ miró fijamente la carne dura con una expresión vacilante y ardiente. Quería tocarle; su cara tenía la misma expresión que un niño ante el escaparate de una confitería. Empuñando su miembro, esperó mientras observaba cómo los ávidos ojos femeninos seguían su mano.
Cuando una gota le perló el glande y ella se humedeció los labios, Joe ahuecó la cabeza de ________ con su mano libre. Las suaves hebras sedosas de su pelo resbalaron entre sus dedos cuando bajó la mano a la nuca. Luego acarició la suave piel de la mandíbula y la atrajo lentamente hacia su miembro.
—Chúpamela, ________. A fondo.
Con lentitud, la boca femenina se acercó a su miembro. La mirada de ________ buscó la suya mientras se preparaba para tomarlo en su boca. Joe contuvo el aliento. Dios, no podía apartar la vista de ella, no podía dejar de observar cómo esos labios rojos y sensuales se preparaban para envolverlo. Sintió que una fiebre delirante lo inundaba mientras se imaginaba lo caliente y sedosa que sería su boca.
Al fin, ella acogió el hinchado glande que todavía rezumaba humedad. La mirada de ________ jamás vaciló mientras cerraba los labios en torno a él y le arrasaba con la lengua la sensible parte inferior, enviando un cegador escalofrío de placer a la espalda de Joe. Él apretó los dientes para contener un gemido.
Ella se detuvo y se retiró un poco. Él se lo permitió, pero tensó la mano en su nuca como advertencia. Esa lengua rosada humedeció de nuevo su glande, y luego sus propios labios. Joe la observó, enfebrecido por la caliente mirada de ________, llena de inocencia y asombro, y de deseo por experimentar todo aquello que finalmente se había superpuesto a sus miedos y dudas.
Esa visión hizo que Joe tuviera que contenerse con todas sus fuerzas para no bombear salvajemente en esa boca. Respiró hondo.
—Más profundo, cher. Hasta la garganta.
Ella asintió con la cabeza, rozando con la lengua la punta hinchada de su pene. ________ abrió más la boca para abarcar tanto cuánto pudiera. El cálido y resbaladizo cielo de su boca envolvió la mitad de la longitud, acunándola con la lengua. Joe gimió. Ella sacudió la cabeza, moviéndola para intentar tomar todavía más.
La sensación de que lo envolvía, de la imagen de ________ llenándose la boca con su carne, lo llevaron peligrosamente cerca del clímax. Le apretó la nuca al empujar otro centímetro más en las dulces profundidades de su boca.
________ se retiró un poco, luego deslizó sus labios abarcando más longitud, casi hasta el fondo de su garganta, acompañando el movimiento con un gemido. El sonido vibró dentro de él. El placer subió por su miembro, y le rodeó el escroto como una prensa. Se inclinó cuando ________ levantó la mano hasta los testículos y los ahuecó con esos dedos suaves.
Maldición, tenía buenos instintos.
Joe se tensó de nuevo, luchando contra el deseo de desatar su lujuria, de penetrar en su boca en una búsqueda irreflexiva de placer, dejándose llevar por la ebullición que comenzaba en su escroto. Esa lenta exploración lo estaba matando al mismo tiempo que lo doblegaba. Curvó los dedos de los pies contra el suelo de madera.
¿Cómo diantres podía mantener el control con esos labios hinchados y esa boca tensa, succionándole hasta despojarlo de la cordura?
El glande chocó finalmente contra el fondo de la garganta, añadiendo una nueva dimensión a su placer. Incapaz de contenerse, cerró los ojos y gimió, admitiendo su necesidad.
—Eso es, cher. Así. Succióname profundamente.
Al abrir los ojos de nuevo, Joe se encontró a ________ inclinada sobre su miembro con los ojos cerrados. Su actitud era casi reverente, mientras lo tomaba por completo. Luego se fue retirando con una lenta pasada de la lengua. Tan condenamente lenta, que Joe creyó que perdería la cabeza y el control antes de que ella volviera a acoger en su boca toda la longitud.
Estaba al límite; los fluidos recorrían su cuerpo en una desesperada prisa por alcanzar el orgasmo. Cada músculo de su cuerpo temblaba, mientras le agarraba el pelo con ambas manos, exigiendo más.
—Más rápido. Rodéame con esa dulce lengua. Venga...
Ante sus palabras, ________ estableció un ritmo más rápido, pero no tanto como para que Joe no pudiera sentir cada surco de su lengua. Todavía era lo suficientemente lento como para despojarlo por completo de su capacidad de raciocinio; no podía ni recordar su maldito nombre.
Que no lo tomara en su boca ya no era una opción. Enterrando las manos en sus cabellos empujó entre los labios plenos y suaves, hasta el fondo de su garganta.
—Trágame —exigió con la voz ronca—. Cuando esté en el fondo de tu garganta, trágame.
Y asombrosamente, lo hizo. Cada vez que él se hundía. Con un ritmo perfecto como si fuera una auténtica profesional. Nunca había sentido nada tan asombroso.
Demonios, esa mujer iba a destrozarle con ese orgasmo.
El sudor le resbaló por las sienes y la espalda al intentar resistir la creciente presión de sus testículos. No podría negarse el placer demasiado tiempo. La oleada oscura y el dolor acuciante le exigían que cediera. Se contuvo, apretando los dientes cada vez que la lengua de ________ lamía el glande, cada vez que hundía las ruborizadas mejillas para succionarlo.
Joe quería detener ese clímax rugiente, disfrutar de ese pálpito, dulce como la miel, un poco más. Se retiró de su boca, conteniendo el aliento para no sentirse invadido por su perfume, necesitando un momento para no ser bombardeado por las sensaciones que provocaba la sedosa lengua que lamía su miembro.
Cuando abandonó su boca con un suave plof, ella gimió y se lamió los labios, dirigiéndole una tórrida mirada que le imploraba al mismo tiempo que lo desafiaba.
—Por favor, señor. —Fijó la mirada hambrienta en su miembro, abriendo la boca.
Joe tomó su erección con la mano, pasando el pulgar por el glande húmedo, luego metió el dedo mojado en la boca abierta.
—¿Quieres más de esto?
Aspiró profundamente cuando ella lamió la humedad de la yema del pulgar. Joe no podía apartar la vista de sus mejillas sonrosadas.
—Sí, señor.
—Dime qué es lo que quieres.
—Quiero tomarte en la boca, señor.
—¿Qué parte de mí? —rugió Joe, torturándolos a ambos con largas pasadas de su mano por la erecta longitud.
La mirada de ________ quería comérselo vivo.
—Tu miembro, señor. Déjame tomarlo en la boca.
—Hasta ahora, no has seguido muy bien mis instrucciones.
—Lo haré, señor.
—Haré que cumplas esa promesa, ________. —Le agarró la nuca de nuevo—. Succióname.
«L'aide de ciel me», pensó él mientras cedía al deseo de empujar en la boca de ________ otra vez con un fuerte gemido que podría haber sacudido la cabaña hasta los cimientos. «Qué el cielo me ayude».
De nuevo, no pudo resistir el deseo de follarle la boca. Su ritmo profundo e insistente la llenaba, exigiendo que lo tomara una y otra vez. La observó; los labios hinchados, las mejillas sonrosadas, los ojos entrecerrados mientras lo saboreaba. Tenía los pezones más duros que nunca. Verlos le hacía estallar la mente, lo despojaba del control.
Joe se tensó de nuevo, la presión de sus testículos era casi dolorosa mientras luchaba por contener el clímax, retrasando lo que parecía un inevitable y explosivo final.
________ abrió los ojos, dirigiéndole una mirada inquisitiva y seductora, buscando su aprobación. Dulcemente le rogó que siguiera empujando, alentándolo con la promesa de un éxtasis que él jamás había conocido.
Esa mirada destruyó el poco control que le quedaba. El clímax bajó por su espalda, ardió en sus testículos, y explotó en su pene. El desgarrador placer hizo que exclamara el nombre de ________ con un grito ronco, que se convirtió en una letanía mientras el éxtasis sacudía su cuerpo con un estremecimiento tras otro.
Débilmente, a través del martilleo de su corazón, oyó el borboteo de ________.
—Trágalo —dijo con voz ronca, frotando una de sus manos contra el largo cuello de ________ —. Trágalo todo, cher.
Con una dulce sumisión —por el momento—, ella lo hizo. Pero Joe no se engañaba. La sonrisa que asomaba a los labios de ________ le hablaba de su prisa por excitarlo, por doblegarlo, por despojarlo de sus aceradas defensas.
Se retiró de las dulces profundidades de su boca y se quitó los vaqueros. Una dulce saciedad lo embargaba, mientras recuperaba el control. Ahora, podría derribar las defensas de ________ y devolverle el favor. Ahora, podría conseguir su rendición, desnudar su alma, y asegurarse de que hacer el amor con Brandon Ross no volvería a estar en su lista de prioridades.
Jadeando, cansada pero dispuesta, ________ clavó los ojos en Joe mientras se ponía de pie. Él dejó a un lado los vaqueros y se volvió hacia ella con la mirada ardiente. El corte militar del pelo de Joe sólo acentuaba la cara angulosa, la mandíbula firme con la sombra de barba, y el hoyuelo del mentón. La deliciosa vista no se detenía ahí.
________ dejó vagar la mirada por los hombros fornidos, los sólidos y marcados pectorales, la línea tensa de sus músculos. Bajó los ojos al tesoro de su ingle.
Incluso relajado, su pene era grande. Cuando estaba erecto habría avergonzado a la mayoría de los hombres.
Y ella lo había conquistado. El enorme y poderoso Joe había sucumbido ante ella. ¿Sería esa irresistible sensación de poder la razón por la que a él le gustaba dominar?
________ se humedeció los labios, consciente de ese poder. A pesar de su impresión inicial, no se detuvo a interrogarle. No preguntó si lo había hecho bien o mal, ya tendría tiempo para ello más tarde. En ese momento le dirigió una picara sonrisa. Había sobrevivido al reto de someterse sin sufrir ni un solo rasguño. No se había sentido como una marioneta sin pies ni cabeza acatando sus órdenes. Había sido más bien como seguir las pistas para saber exactamente cómo controlarle y satisfacerle.
—Pareces contenta contigo misma.
________ intentó borrar la sonrisa de su cara, pero no pudo. No quería ocultar su satisfacción, eso sólo lo provocaría. Así que se encogió de hombros.
—Piensas que esto es un juego, ________. Que has ganado y que yo he perdido y que todo se acabó. Que ya no tienes que temer someterte a mí.
La suave risa de Joe le dio la primera indicación de que había juzgado mal la situación. La sonrisa de ________ vaciló.
—Cher, no hemos hecho más que empezar. Te prometo que te habrás sometido a mí antes de que acabe la noche.
El susurro la golpeó en el vientre, volviendo a despertar su desconcierto. ¿No lo había hecho ya? Cada uno de los tíos con los que había estado, bueno..., Andrew, por ejemplo, habría necesitado ocho horas de sueño y un buen tazón de Wheaties antes de estar preparado de nuevo. Y Andrew se había considerado un sprinter. ¿Acaso Joeera un corredor de maratón?
El pensamiento inundó su vientre con una incomoda y apremiante lujuria.
—Arrodíllate en la cama. —La voz la arrancó de sus pensamientos.
________ se despertó lentamente, emergiendo de la neblina de un sueño erótico en el estaba tumbada desnuda sobre la hierba bajo la luz de la luna, los brazos descuidadamente por encima de la cabeza, mientras los tirones en sus sensibles pezones creaban una piscina de dulce placer entre sus piernas. Se retorció. Los rayos plateados de la luna le acariciaban los brazos, el vientre, la parte superior de sus muslos con una suave caricia. Gimió.
Las hojas de los árboles se movían con una ligera brisa veraniega, rozándole los pechos y los sensibles pezones. Una y otra vez las hojas encontraban el camino a su cuerpo, un ligero roce que avivaba lentamente su necesidad sensual.
Una hoja con un borde afilado le recorrió el cuerpo. Un pequeño aguijonazo en la dura cima de su seno la sorprendió. Intentó apartar la hoja, pero fue reemplazada por una cálida caricia, y una oleada repentina de deseo entre las piernas. Otra hoja le pellizcó el otro pezón y una nueva oleada de deseo la atravesó. Se arqueó ante el suave dolor y de nuevo fue premiada con una inundación de calor y humedad.
El dolor entre sus muslos se convirtió en un latido, un redoble de tambores dentro de su cuerpo que exigía liberación. ________ gimió, cambiando de posición.
Debajo de ella, la hierba le pareció extrañamente suave. Intentó incorporarse, pero fue incapaz de moverse. Otra hoja se paseó por su seno izquierdo, suave, sedoso, ligeramente tierno. Fue seguida con rapidez por un brusco pellizco en el pezón.
El dolor duró un instante, y fue reemplazado por una necesidad despiadada y apremiante en las tensas cimas de sus pechos. Se arqueó, buscando que se repitiera, mientras otra hoja bajaba por su vientre y rozaba suavemente su monte de Venus.
Las sensaciones se amontonaron, una sobre otra, hasta que su cuerpo exigió más. Intentó moverse, tocarse, sólo para descubrir que no podía. Otra hoja se prendió de un pezón, todavía con más dureza que antes. Gimió. El sudor le humedeció la piel entre los senos y la espesa humedad se convirtió en un latido interminable entre sus piernas.
________ abrió los ojos y se deshizo de los últimos vestigios de sueño, descubriendo con rapidez que sus pechos no estaban siendo atormentados por las hojas, sino por la suave lengua de Joe, seguida por eróticos mordisquitos de sus dientes.
Antes de saber siquiera qué hacía, ________ se arqueó hacia arriba, ofreciendo silenciosamente a un Joe de mirada ardiente los sensibles pezones, ignorando de esa manera cualquier cosa que su mente pudiera haber decidido.
—Eso es, nena —murmuró él apasionadamente entre sus pechos.
La luz de las velas resplandecía suavemente sobre su piel cuando ella se recorrió el cuerpo con la mirada y se dio cuenta de que él le había abierto el bustier, exponiendo por completo los montículos gemelos y sus duras cimas.
Como a cámara lenta, ________ lo observó bajar la boca hacia ella otra vez. Sus anchos y fornidos hombros cubrieron la luz de la luna y la hicieron más consciente de él. Ella tiró de sus brazos y piernas, desesperada por abrazarle, pero descubrió que estaba firmemente atada a los cuatro postes de la cama de Joe.
Por Dios, estaba completamente a su merced. La comprensión la invadió con una especie de placer oscuro que la asustó.
La alarma retumbó en su vientre como un trueno. El duro grillete del deseo amenazó con ahogarla. Ese hombre la excitaba de tal manera que se le hacía difícil respirar y aniquilaba cualquier pensamiento racional.
¿Por qué la afectaba tanto Joe Jonas y su manera de acariciarla?
Él ignoró sus contoneos y depositó sobre sus pechos un reguero de besos suaves, endureciendo y humedeciendo las excitadas cimas con atrevidos golpecitos de su lengua. La calidez de su duro pecho rozaba levemente su vientre, y el cuerpo femenino reaccionaba de manera febril ante la seda ardiente de su piel, de su boca. Los pezones se tensaron aún más hasta que se convirtieron en dos cimas enrojecidas y erectas, suplicándole que continuara haciéndoles cualquier cosa que él deseara.
Como respuesta, Joe le pellizcó los pezones, retorciéndolos ligeramente. Un amalgama de dolor y placer le hicieron gritar su nombre.
—Aquí estoy, cher, para cumplir cada una de tus más íntimas fantasías.
El deseo sacudió el cuerpo de ________ que se retorció bajo su boca cuando él reanudó la sensual tortura en sus pezones. Ella contuvo el aliento cuando la lengua de Joe rodeó una de las palpitantes cimas.
Gimió. Ese hombre conseguía que se le retorcieran las entrañas, convirtiéndola en una ninfómana. En una mujer que estaba dispuesta a decir que sí a casi cualquier cosa.
Joe no quería simplemente darle placer; quería controlarla, someterla, convertirla en la lasciva y depravada mujer que Andrew le había acusado de ser. Jamás se había considerado la esclava de ningún hombre. Y no iba a empezar a serlo ahora.
—No —jadeó—. Detente. No he accedido a esto. Y tampoco lo quiero.
Él deslizó un par de dedos por la hendidura expuesta de su sexo. ________ sabía que estaba más que mojada. Estaba vergonzosamente húmeda e hinchada. Y dolorida. Su caricia sólo consiguió que más humedad llenara su sexo.
Joe soltó una risita ronca y erótica. Su torso musculoso se tensaba con cada movimiento y la parte más salvaje de ________ ansiaba poner las manos sobre ese cuerpo para sentir toda su vitalidad.
—Tu boca dice una cosa, pero tu cuerpo te desmiente —la desafió con un susurro burlón—. ¿Estás segura de que no quieres esto?
—¿Acaso estás sordo? Te he dicho que no —lo acusó—. Aún crees que soy una sumisa.
—No, no lo creo.
________ arqueó una de sus cejas rojas, luchando contra los escalofríos de placer que sacudían su cuerpo y aniquilaban su sentido común.
—Bueno. ¿Por fin un poco de sensatez?
—Cher, yo no creo que seas sumisa. Sé que lo eres.
Lo miró boquiabierta, luego cerró la boca de golpe. ¡Bastardo! Bien. Pues si él pensaba eso, ella prefería quedarse con su propia opinión, muchas gracias.
Joe atrapó de nuevo sus pezones y se los pellizcó.
—Detente. No te he dado permiso.
Al instante, la sonrisa masculina desapareció.
—No pienso pedirte permiso, deja de hacerte la estrecha. La mujer valiente que corrió conmigo después de que le disparasen, la mujer audaz que fue capaz de disfrazarse para desaparecer en una ciudad extraña con un hombre que sólo conocía desde hacía unos minutos..., demonios, la mujer que habla de sexo en la tele... ésa es la mujer que tú eres, no la que siempre está huyendo de sí misma.
Sus palabras fueron como una bofetada en la cara. Se retorció otra vez, intentando liberarse con todas sus fuerzas. ¡La había llamado cobarde por intentar mantenerse cuerda! Increíble.
—No estoy huyendo de mí misma. ¡Huyo de ti! Quiero que me protejas, no que me ataques.
Dirigiéndole una sonrisa afilada, Joe le bajó la mano por el estómago, sobre la cadera, en un suave contraste con las inquebrantables ataduras que le sujetaban las muñecas y los tobillos. Que lo condenaran por parecer tan cálido y viril sin camisa, y por confundirla. Podía hacer que lo deseara y sentirse deseada a la vez. Y eso la enfurecía. ¡Maldición! Joe estaba utilizando su experiencia para acorralarla, para nublarle el juicio, para reducir a añicos su sentido común.
Y ella tenía que ser fuerte para no picar el anzuelo.
—Era yo quien estaba contra la puerta esta mañana —replicó—. No estoy huyendo y no me hago la estrecha. Pero tú quieres algo de mí que no puedo darte.
—Bien, eras tú esta mañana, pero no del todo. Podrías someterte por completo si te mostraras tal y como eres en realidad. Pero te contienes. Sí, me di cuenta; no parezcas tan sorprendida. Esa parte de ti, profunda y oscura, que quiere ser dominada y tomada, es lo que me has negado. La que niegas que exista. Tienes valor para enfrentarte a ese maldito acosador que intenta matarte, pero no para aceptar el placer que puedo ofrecerte.
________ ignoró la oleada de calor que le provocaron esas palabras, y la visión de la gruesa erección que presionaba la bragueta de los vaqueros. Se concentró en la cólera que sentía.
—El que tantas mujeres hayan sido tus esclavas sexuales, no quiere decir que todas las demás tengamos que tumbarnos y abrirnos de piernas cuando así lo desees.
—Tú quieres someterte porque estás cansada de ser fuerte, porque si te acuestas con alguien no quieres tener que indicarle qué es lo que te gusta o que no. Quieres un hombre que sepa comprenderte y darte lo que necesitas sin tener que pedírselo.
—¿Eres una versión pervertida del doctor Phil?
—Vigila esa boquita, cher. Tengo una mordaza, y sé cómo usarla —gruñó él.
Ante esa amenaza ronca, ________ cerró la boca. La furia y el deseo burbujeaban en su interior, amenazando con estallar.
—Escúchame. Lo que tú necesitas es a un hombre lo suficientemente fuerte como para que te obligue a rendirte en la cama. No has probado tu lado oscuro, cher. Sé que obedecerás perfectamente a todo lo que te pida. Lo noto, lo veo en ti.
Esa confianza en sí mismo y el poder físico que destilaba, hacían estragos en sus sentidos. Qué el Cielo la ayudara. Joe parecía convencido de cada palabra que decía. ________ se estremeció. Durante la mayor parte de su vida, había tenido deseos y fantasías. Había sentido curiosidad. ¿No le pasaba lo mismo a todo el mundo? Pero eso no quería decir que ella quisiera que esas fantasías se convirtiesen en realidad.
Negó con la cabeza.
—Si dejarás de ver reflejadas en mí tus retorcidas necesidades, verías que soy sólo una chica normal.
Joe tensó los hombros y los brazos, apretando los dientes.
Luego su expresión se suavizó hasta que no quedó ni rastro de cólera ni de cualquier otra emoción. Simplemente se inclinó y aflojó los nudos de la muñeca izquierda, luego los de la derecha. Repitió el proceso con los tobillos, teniendo mucho cuidado de no tocarla siquiera. Con rapidez, ella estuvo desatada y libre, ya no estaba a su merced.
Una extraña emoción la golpeó con fuerza, como si estuviera... vacía. Despojada. ________ dobló las rodillas hacia el pecho y observó cómo Joe se ponía la camiseta. No la miró... lo cierto es que evitaba mirarla. Era como si ella ya no existiera. Se sintió muy sola a pesar de que él seguía en la habitación, recogiendo las cuerdas de terciopelo.
—Joe —farfulló, sin saber qué decir. ________ sólo sabía que su indiferencia le hacía daño.
— ¿Sí?
Dios, esa expresión. Podía haber estado hablando con cualquiera... con un perfecto desconocido, y sobre algo tan banal como el clima.
La ironía de la situación inflamó su temperamento.
—¡Hablando de hacerse el estrecho! Cómo no obtienes lo que quieres, yo recibo frialdad por tu parte, ¿no?
El regresó a la cama y se sentó a medio metro de ella. No la tocó, y ________ deseó que lo hiciera.
¿Qué demonios le pasaba?
—Si no estás dispuesta a ser quién sabes que eres, yo sólo puedo darte lo que me pedías: una relación estrictamente platónica y profesional.
________ sabía que debía alegrarse. En el fondo de su ser no era una sumisa. Tener algunas fantasías de vez en cuando no la convertían en la marioneta de un dominante. En realidad no estaba interesada en eso.
¿Pero por qué entonces una parte de ella ansiaba borrar sus palabras y regresar al momento en que se había despertado y hallado sus pechos desnudos y excitados, mientras Joe se inclinaba para lamer sus pezones con esa lengua abrasadora?
«Sí, ¿y qué quieres hacer al respecto? ¿Abrirte de piernas como disculpa?» Honestamente, ________ no sabía la respuesta. Lo que sí sabía era que no podía dejar que esa conversación terminara con esta frialdad entre ellos.
—Estás enfadado.
—Resignado —corrigió Joe—. Vas a esconderte de ti misma sin intentarlo. Dejaré que vuelvas a dormir.
Allí de pie, le dirigió una mirada de pesar, luego le dio la espalda.
________ clavó la mirada en esos hombros anchos y en esa piel dorada. Poder, control, inteligencia, paciencia. Todo lo que había querido siempre en un hombre. E iba a dejar que se marchara.
¿La convertía eso en una cobarde? ¿O sería que Joe se le había metido en la cabeza y no podía pensar con claridad?
Se mordió los labios para no responder, pero las palabras atravesaron su mente y salieron rápidamente por su boca.
—Bueno. A veces tengo... pensamientos de sumisión. Nada serio.
Joe se detuvo y la miró de nuevo, con una expresión cuidadosamente vacía.
—Continúa.
Consciente de su desnudez, ________ se rodeó firmemente las rodillas con los brazos para ocultar los pechos desnudos.
—Mentiría si te dijera que la idea nunca se me ha pasado por la cabeza. Pero me conozco. Yo no soy así en realidad.
—¿Por qué piensas eso?
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué no debería pensarlo?
—No has sido sumisa con tus anteriores amantes. ¿Cómo puedes saber si lo eres o no sin haberlo probado por lo menos una vez? La realidad puede ser todavía mejor que tus fantasías.
Los pensamientos se apelotonaron en la cabeza de ________. Él estaba equivocado. A ________ sólo le bastaba oler las coles para saber que no le gustaban.
Era una pobre analogía. La verdad era que no quería volver a pasar por la vergüenza que había sentido con Andrew, o por el horror que sentiría si su madre supiera que había sucumbido a ese tipo de deseos.
Y había otra razón. La idea la tentaba más que cualquier otra cosa. Temía que al final le creara adicción.
Joe se acercó un poco más, haciendo que le resultara difícil pensar con lógica. Olía genial. A hombre y especias, a cipreses y cuero, y a piel caliente que envolvía unos músculos tan tensos que ella bien podría rebotar en ellos. Ese hombre era puro sexo andante.
¿Y si probaba a someterse? A él. Sólo una vez.
Si le gustaba, Andrew estaría en lo cierto. No sería... normal, ¿o sí lo sería?
—Casi puedo oír esos pensamientos que bullen en tu cabecita, cher. Piensas demasiado cuando todo es muy simple.
—¡No, no lo es! Es mi cuerpo, mi... —________ sacudió la cabeza intentando encontrar las palabras correctas.
—¿Tu vida? ¿La imagen que tienes de ti misma? Lo sé. ¿Pero prefieres saber que fuiste lo suficientemente audaz como para probarlo o tener que admitir que estabas tan asustada que huiste antes de meter un pie en el agua?
¿Por qué demonios la presionaba así?
—¡Para! Esto es sólo por ti. Tú sólo quieres mantener relaciones sexuales conmigo.
El le dirigió una sonrisa contrita... una que le hizo curvar los dedos de los pies.
—Es cierto que te deseo, mais. Nunca te lo he ocultado. Pero tampoco quiero que seas desgraciada cuando la verdad podría liberarte.
—No me siento desgraciada. ¡Me encanta mi vida!
—Estoy seguro de que te encanta tu vida. Con excepción del sexo. Si quieres descubrir la verdad, pasa una noche conmigo —la desafió—. Sólo una, a mi manera. Mañana, si no te ha gustado, no habrá nada más que decir. No volveré a tocarte.
Señor, la desafiaba a descubrir la verdad, una que podría estallarle en las narices.
________ suspiró. Joe tenía razón. Nunca le había gustado el sexo, nunca había explorado esa parte de sí misma llena de sueños febriles. Tal vez. Tal vez esos dos hechos estaban relacionados. Tal vez había llegado el momento de saciar su curiosidad. Si se permitía experimentar esas fantasías, podría borrarlas de su mente una vez que las hubiera satisfecho.
Y si Joe sólo quería utilizarla... Bueno, ¿por qué no podía utilizarlo ella a su vez? Como un alocado experimento científico. Él no era precisamente desagradable a la vista, y cuando estuviera enterrado profundamente en su interior, el placer sería lo suficientemente intenso como para hacerla perder la cabeza. Con su ayuda, podría deshacerse del fastidioso deseo de ser dominada sexualmente por un hombre. Luego podría volver a su vida normal y liberarse de las calumnias de Andrew y, algún día tal vez, iniciar una nueva relación con la cabeza bien alta.
—No soy cobarde, ni sumisa. Tómame y te lo demostraré.
La cogió de la mano.
—Necesitas averiguarlo de una vez por todas.
Pasara lo que pasase, por la mañana los dos sabrían la verdad. Joe se daría cuenta entonces de que estaba equivocado. ________ asintió con la cabeza.
—Necesitamos una palabra segura —dijo Joe
—Cierto —________ no fingió no entenderle. Había leído lo suficiente para saber a qué se refería—. Si digo la palabra «pantano», te detendrás.
Joe asintió con la cabeza, y el pelo oscuro cayó sobre su ancha frente.
—Si dices «pantano», lo dejamos. Pero antes de usar esa palabra, tienes que estar segura de que no puedes soportarlo más. Una ligera incomodidad no es suficiente. Ya sea física o mental. Voy a cuestionar todas tus creencias sobre el sexo. Voy a pedirte más de lo que nunca has dado de ti misma. No hay lugar para esconderse, ________. Quiero que quede totalmente claro. ¿Estás preparada para esto?
—No. ¿Para demostrarte que te equivocas conmigo? Sí.
Joe luchó por contener una sonrisa.
—Vale.
Y con eso, se levantó y se quitó la camiseta. Enderezó los hombros y la expresión de su cara cambió. Un aire de autoridad, impenetrable e intimidante, lo rodeó. Tan excitante como un relámpago, tan enérgico como un trueno.
________ se estremeció a la vez que se decía a sí misma que debía ser fuerte.
—Ya conoces las reglas, ________. Yo soy el Amo. Todo lo que diga es ley. Harás lo que te diga, cuando te diga, y como te diga. Sin titubeos. Sencillamente lo haces.
El sostuvo las tiras de terciopelo en las manos, acariciándolas con el pulgar. ________ intentó olvidar la sensación de esas tiras en sus muñecas y tobillos, sujetándola con fuerza para que él hiciera con ella lo que quisiera. Sólo ese pensamiento hizo que se le retorciera el vientre de lujuria.
No, no, no. Eso no era erótico, sólo era... extraño.
Una fugaz sonrisa apareció en la boca de Joe cuando la pilló mirando las ataduras de terciopelo.
—Muy bien.
Un escalofrío bajó por la espalda de ________ que apartó la mirada. Pero ya era demasiado tarde. El había visto cómo miraba las tiras. La voz de Joe, extraordinariamente ronca, le exigió con rudeza: —Quítate el tanga.
Joe observó cómo ________ vacilaba, todavía rodeándose las rodillas con los brazos, debatiendo mentalmente si debía o no acatar su orden. Normalmente, ese tipo de vacilaciones, serían una ofensa punible. Pero todo eso era nuevo para ella, su mente todavía se resistía al dominio que su cuerpo suplicaba. Por ahora, sería paciente con ella... tanto como le fuera posible. Pero saber que ________ pronto estaría bajo su cuerpo, totalmente abierta para que él pudiera hacer todo lo que quisiera con ella, desafiaba su autocontrol.
Tragándose un nudo de lujuria, la miró con una expresión dura.
—Cuando doy una orden, espero que sea obedecida de inmediato. Quítate el tanga o usa la palabra de seguridad.
________ se mordió ese exuberante labio inferior. Al verlo, el miembro de Joe pulsó en el interior de los vaqueros. Dios, quería esa boquita alrededor de él, que esos labios plenos se abrieran para tomarle, mientras penetraba su boca profundamente, que esa pequeña lengua le lamiera el glande. «Paciencia», se dijo a sí mismo.
—Pensaba... ¿no me vas a besar al menos?
Maldición era demasiado naïve. Tenía mucho que aprender para llegar a ser una buena sumisa. Y él se moría de ganas por enseñarle.
Algunas veces eso significaba jugar duro.
—Me estás cuestionando —la advirtió—. Si yo pensara que es el momento adecuado para un beso, te lo habría ordenado. Te estás comportando como una petite fille, una niña demasiado asustada para afrontar sus propios deseos. Y me estás haciendo perder el tiempo. —Joe le dio la espalda.
Dio un paso hacia la puerta, y luego otro. Y comenzó a preguntarse si esa jugada le saldría mal.
—¡Un momento! Estoy asustada. Esto es nuevo para mí. Y... —le dijo ella suavemente— y no quiero que lo parezca.
Joe se volvió hacia ella. Por fin, un poco de sinceridad. Era un paso adelante.
—¿Cómo me tienes que llamar aquí? —la desafió.
—Señor. —La palabra salió temblorosa de sus labios, y lo atizó como el fuego, enviando una ardiente oleada de deseo a su pene.
Para recompensarla, se acercó a su lado y le ahuecó la mejilla con la palma de la mano.
—Tienes que enfrentarte a ti misma, cher. Yo no soy tu enemigo. Yo sólo voy a ayudarte.
—Es que no puedo dejar de pensar que...
—Ya conoces las reglas. No pienses. Simplemente obedece.
Ella suspiró.
—Nunca he sido buena obedeciendo órdenes, señor. Pregúntale a mi madre.
Sonriendo, él le prometió:
—Jamás te pediré que limpies tu habitación o que saques la basura. Obedecerme a mí será bastante más fácil.
________ lo miró y asintió con la cabeza temblorosamente, con la inocencia y la necesidad brillando en sus ojos azules.
El corazón de Joe dio un vuelco. Maldición, era tan hermosa, tan tímida. Había algo en ella que le hacía querer tomarla de todas las maneras posibles, mientras le decía lo perfecta que era. Una locura...
Apartándose, cambió la expresión divertida de su cara por una severa y se cruzó de brazos.
—Es tu última oportunidad. Quítate el tanga, ________.
Ella se quedó inmóvil durante un instante antes de soltar un profundo suspiro y estirarse sobre la cama, exponiendo sus exuberantes y pálidos pechos enmarcados por el bustier. Sus pezones todavía estaban duros y rosados por los labios de Joe.
Una nueva oleada de lujuria le golpeó en el vientre y bajó hasta sus testículos cuando ella le dirigió una mirada indecisa, luego enganchó los pulgares en la tira de encaje de sus caderas. Lentamente, tan lentamente que él pensó que se moriría de tanto contener el aliento, ________ comenzó a bajarse el tanga, exhibiendo más piel perfecta salpicada con diminutas pecas.
Luego expuso el ardiente vello que protegía su sexo. Joe apretó la mandíbula. Ansiaba saborearla. Ella ya estaba húmeda. Completamente mojada y preparada. Saberlo lo mataba.
Por fin, dejó caer la prenda al suelo. ________ se enderezó, dirigiéndole una mirada indecisa, pero armándose de valor echó los hombros hacia atrás e irguió la cabeza. Joe sabía por la manera en que se movía que estaba conteniendo el deseo de cubrirse los pechos con el bustier que le colgaba de los hombros y taparse con las manos la unión de las piernas, pero no lo hizo. Su respeto por ella creció... igual que crecía el ansia de tenerla completamente a su merced.
—Recoge el tanga.
________ clavó los ojos en él, frunciendo un poco el ceño mientras buscaba la lógica a su petición. Tenía que conseguir que dejara esos hábitos.
—No quiero repetirlo —la advirtió.
Con la expresión divida entre la confusión y la resignación, se inclinó y recogió el tanga, luego lo sostuvo contra los pechos desnudos. Tenía el ardiente pelo rojo suelto sobre los hombros. Y esa boca roja, que haría que Angelina Jolie se sintiera orgullosa, tenía los labios húmedos y abiertos. Un dulce rubor se extendió por sus mejillas.
Joecontuvo el aliento. Maldita sea, era tan hermosa. Era un desperdicio que fuera de Brandon Ross. Pensar en llenarla de placer hasta que gritara su nombre, resquebrajaba su autocontrol. Se ponía más duro por segundos. Tenía que contenerse. De otra manera, no podría darle lo que ella necesitaba... lo que los dos necesitaban.
—Dame el tanga, cher.
Tragando con fuerza, ella extendió la mano indecisa con la prenda de seda y tiras doradas. El miedo y el ansia por complacer se reflejaban en su cara, y le estrujaron el corazón. Tenía que apaciguarla y excitarla. Equilibrar sus respuestas. Era la única manera de conseguir que se dejara llevar.
Joe tomó el tanga y cerró el puño sobre él. Estaba húmedo. E incluso a veinte centímetros de su nariz, podía oler el aroma a deseo que desprendía la prenda. El nudo de lujuria de su vientre se retorció con tanta fuerza que apenas pudo respirar.
—Estás mojada.
________ no dijo nada, sólo se lo quedó mirando con esos enormes ojos del color del mar Caribe, que se agrandaban más a cada segundo que pasaba.
—Respóndeme, ________. Sí o no.
—Sí —tomó aliento.
—¿Sí, qué? —la apremió.
—Sí... señor.
Aún no lo decía con fluidez, pero lo haría. La tendría a su merced hasta que lo hiciera. Alternando entre la suavidad y la severidad. Conservando un delicado equilibrio. Mantenerla excitada e indecisa, sería un placer para él.
—Bien. Me encanta que estés mojada. Pienso mantenerte así toda la noche.
Ella absorbió sus palabras, tensándose levemente. Con las pupilas totalmente dilatadas. Con las areolas tensas y arrugadas alrededor de los pezones. Se pasó la lengua por el pleno labio inferior. El miembro de Joe palpitó de impaciencia.
—Joe...
—No me llames así. Si tengo que recordártelo otra vez, te azotaré el trasero.
________ frunció el ceño. Tensó la mandíbula. Quería soltarle algún comentario mordaz. Pero simplemente se lo tragó.
Joe sonrió para sí. ________ estaba aprendiendo. Lenta, pero segura...
—Sí, señor.
—Bien. Quítate el bustier.
________ accedió casi sin vacilar. Casi. No era perfecto, pero iban progresando.
La suave reprimenda que le venía a la boca murió cuando ella expuso la línea delgada de su torso, el vientre plano, los hombros gráciles, la curva llena de sus pechos. Joe nunca hubiera pensado que fuera posible, pero su miembro se endureció todavía más con una oleada de sangre nueva.
—Dámelo —exigió.
De nuevo, hubo una demora antes de cumplir la orden. Satisfecho por el momento, lanzó las prendas a la silla. Cuando se giró hacia ________, vio que volvía a pasarse la lengua por esos labios provocativos.
Maldita mujer, estaba poniendo a prueba su paciencia y autocontrol. Ahora, la primera vez que iba a tenerla bajo su dominación, tenía que controlar a ________ por completo. No podía vacilar. No podía mostrar debilidad, ni falta de control, sólo una seguridad que no admitía negativas.
Reafirmar su dominación era la clave para persuadirla de que hiciera caso a las necesidades de su cuerpo. Era la única manera en que podría quitársela a ese bastardo de Brandon. Luego, después de que la hubiera tomado, después de que se entregara por completo, después de que admitiera que necesitaba a un hombre autoritario y de que dejara a su novio, él se quedaría satisfecho.
—Ponte de rodillas, cher.
La mirada de ________ voló a la de él, sus ojos azules mostraban una interesante mezcla de pánico y lujuria. Estaba procesando la orden, intentando averiguar lo que él quería. Pero ya lo sabía.
Tal como él sabía que ella podría usar la palabra de seguridad en vez de hacer cualquier cosa que le pidiera. Pensarlo lo irritó. Quería —necesitaba— sentir su lengua acariciándole el pene, abriendo sus labios para tomarle. Quería ver su adoración, su sumisión, su aceptación, su excitación.
—¿Señor?
—No te he dado permiso para hablar. Sigue mis indicaciones o usa la palabra de seguridad.
El mohín de la boca y el ceño fruncido de ________ le dijeron sin palabras que se sentía rebelde y frustrada. Pero sus ojos, puros lagos de deseo, reflejaban su excitación.
Esa expresión revelaba todo lo que a él le gustaba de ella. Su dicotomía —sus inocentes experiencias y sus necesidades licenciosas—, lo conducían a un peligroso estado de lujuria. A un deseo arrollador que no podía recordar haber sentido antes. Eso iba más allá de la necesidad psicológica de querer controlar, más allá del puro deseo físico por una mujer. En ese momento, quería poseerla en cuerpo y alma.
De repente, Joese preguntó si antes de dejarla ir podría tomar a ________ todas las veces que fueran necesarias para arrancarla de su alma.
Al fin, ella bajó la mirada, y se puso de rodillas lentamente.
Estaba tan cerca que Joe podía sentir su aliento en el miembro, aprisionado en la bragueta de sus vaqueros. Le costó cada pizca de autocontrol no arrancarse los pantalones de un tirón, para así sentir su aliento y su boca directamente en él. Pensarlo le provocó una oleada de lujuria que hizo palpitar su erección todavía más.
—Mucho mejor. Como recompensa, puedes hablar. ¿Qué querías decir, ________?
—No sé demasiado sobre el sexo oral.
—¿Cómo sabes que es eso lo que quiero?
—Lo supuse. Si es eso lo que quieres, creo que deberías de saber que la única vez que lo hice, él no...
—¿Se corrió en tu boca?
Un nuevo rubor inundó las mejillas de ________.
—No.
La información golpeó de lleno en el vientre de Joe. Así que el puritano de Brandon no había encontrado satisfacción en esa hermosa boca inspiradora de pecados. Sabía, por el encuentro de esa mañana contra la puerta, que la idea la excitaba. Y quería que ________ experimentara los actos que la excitaban. Pero saber que sería el primer hombre que dejaría su simiente en la boca de ________ le tensaba los testículos, y hacía que su lujuria fuera todavía más apremiante. Era primitivo, posesivo e ilógico, pero había algo en él que reaccionaba salvajemente ante el conocimiento de que ningún otro hombre la hubiera tomado de esa manera.
Al bajar la mirada descubrió que ________ no sentía rechazo por esa demanda, sino incertidumbre. La ansiedad hacía que el azul de sus ojos destacara en la pálida cara. Ella se mordió el labio inferior con nerviosismo.
—Mi responsabilidad como Amo no es sólo darte órdenes, sino guiarte y darte placer. Se trata de confianza. Debes confiar en mí, cher. Te ayudaré, te daré lo que necesitas. ¿Entiendes?
La mirada de ________ abandonó su rostro, y bajó por su torso hasta detenerse en la insistente erección que empujaba contra la bragueta de los vaqueros, justo delante de su cara. Sacó de nuevo la lengua para humedecerse el labio inferior.
Joe contuvo el aliento, inundado por los pensamientos de que, pronto, esa lengua rosada lamería su glande. La lujuria le retorció el vientre, convirtiéndolo en un nudo tenso de necesidad. ¡Merde! La deseaba tanto que era una tortura.
—Sí..., señor.
Joe apenas logró mascullar una respuesta antes de desabrocharse los vaqueros y bajarse la cremallera. Su miembro saltó libre a su mano y lentamente se acarició la gruesa longitud. ________ miró fijamente la carne dura con una expresión vacilante y ardiente. Quería tocarle; su cara tenía la misma expresión que un niño ante el escaparate de una confitería. Empuñando su miembro, esperó mientras observaba cómo los ávidos ojos femeninos seguían su mano.
Cuando una gota le perló el glande y ella se humedeció los labios, Joe ahuecó la cabeza de ________ con su mano libre. Las suaves hebras sedosas de su pelo resbalaron entre sus dedos cuando bajó la mano a la nuca. Luego acarició la suave piel de la mandíbula y la atrajo lentamente hacia su miembro.
—Chúpamela, ________. A fondo.
Con lentitud, la boca femenina se acercó a su miembro. La mirada de ________ buscó la suya mientras se preparaba para tomarlo en su boca. Joe contuvo el aliento. Dios, no podía apartar la vista de ella, no podía dejar de observar cómo esos labios rojos y sensuales se preparaban para envolverlo. Sintió que una fiebre delirante lo inundaba mientras se imaginaba lo caliente y sedosa que sería su boca.
Al fin, ella acogió el hinchado glande que todavía rezumaba humedad. La mirada de ________ jamás vaciló mientras cerraba los labios en torno a él y le arrasaba con la lengua la sensible parte inferior, enviando un cegador escalofrío de placer a la espalda de Joe. Él apretó los dientes para contener un gemido.
Ella se detuvo y se retiró un poco. Él se lo permitió, pero tensó la mano en su nuca como advertencia. Esa lengua rosada humedeció de nuevo su glande, y luego sus propios labios. Joe la observó, enfebrecido por la caliente mirada de ________, llena de inocencia y asombro, y de deseo por experimentar todo aquello que finalmente se había superpuesto a sus miedos y dudas.
Esa visión hizo que Joe tuviera que contenerse con todas sus fuerzas para no bombear salvajemente en esa boca. Respiró hondo.
—Más profundo, cher. Hasta la garganta.
Ella asintió con la cabeza, rozando con la lengua la punta hinchada de su pene. ________ abrió más la boca para abarcar tanto cuánto pudiera. El cálido y resbaladizo cielo de su boca envolvió la mitad de la longitud, acunándola con la lengua. Joe gimió. Ella sacudió la cabeza, moviéndola para intentar tomar todavía más.
La sensación de que lo envolvía, de la imagen de ________ llenándose la boca con su carne, lo llevaron peligrosamente cerca del clímax. Le apretó la nuca al empujar otro centímetro más en las dulces profundidades de su boca.
________ se retiró un poco, luego deslizó sus labios abarcando más longitud, casi hasta el fondo de su garganta, acompañando el movimiento con un gemido. El sonido vibró dentro de él. El placer subió por su miembro, y le rodeó el escroto como una prensa. Se inclinó cuando ________ levantó la mano hasta los testículos y los ahuecó con esos dedos suaves.
Maldición, tenía buenos instintos.
Joe se tensó de nuevo, luchando contra el deseo de desatar su lujuria, de penetrar en su boca en una búsqueda irreflexiva de placer, dejándose llevar por la ebullición que comenzaba en su escroto. Esa lenta exploración lo estaba matando al mismo tiempo que lo doblegaba. Curvó los dedos de los pies contra el suelo de madera.
¿Cómo diantres podía mantener el control con esos labios hinchados y esa boca tensa, succionándole hasta despojarlo de la cordura?
El glande chocó finalmente contra el fondo de la garganta, añadiendo una nueva dimensión a su placer. Incapaz de contenerse, cerró los ojos y gimió, admitiendo su necesidad.
—Eso es, cher. Así. Succióname profundamente.
Al abrir los ojos de nuevo, Joe se encontró a ________ inclinada sobre su miembro con los ojos cerrados. Su actitud era casi reverente, mientras lo tomaba por completo. Luego se fue retirando con una lenta pasada de la lengua. Tan condenamente lenta, que Joe creyó que perdería la cabeza y el control antes de que ella volviera a acoger en su boca toda la longitud.
Estaba al límite; los fluidos recorrían su cuerpo en una desesperada prisa por alcanzar el orgasmo. Cada músculo de su cuerpo temblaba, mientras le agarraba el pelo con ambas manos, exigiendo más.
—Más rápido. Rodéame con esa dulce lengua. Venga...
Ante sus palabras, ________ estableció un ritmo más rápido, pero no tanto como para que Joe no pudiera sentir cada surco de su lengua. Todavía era lo suficientemente lento como para despojarlo por completo de su capacidad de raciocinio; no podía ni recordar su maldito nombre.
Que no lo tomara en su boca ya no era una opción. Enterrando las manos en sus cabellos empujó entre los labios plenos y suaves, hasta el fondo de su garganta.
—Trágame —exigió con la voz ronca—. Cuando esté en el fondo de tu garganta, trágame.
Y asombrosamente, lo hizo. Cada vez que él se hundía. Con un ritmo perfecto como si fuera una auténtica profesional. Nunca había sentido nada tan asombroso.
Demonios, esa mujer iba a destrozarle con ese orgasmo.
El sudor le resbaló por las sienes y la espalda al intentar resistir la creciente presión de sus testículos. No podría negarse el placer demasiado tiempo. La oleada oscura y el dolor acuciante le exigían que cediera. Se contuvo, apretando los dientes cada vez que la lengua de ________ lamía el glande, cada vez que hundía las ruborizadas mejillas para succionarlo.
Joe quería detener ese clímax rugiente, disfrutar de ese pálpito, dulce como la miel, un poco más. Se retiró de su boca, conteniendo el aliento para no sentirse invadido por su perfume, necesitando un momento para no ser bombardeado por las sensaciones que provocaba la sedosa lengua que lamía su miembro.
Cuando abandonó su boca con un suave plof, ella gimió y se lamió los labios, dirigiéndole una tórrida mirada que le imploraba al mismo tiempo que lo desafiaba.
—Por favor, señor. —Fijó la mirada hambrienta en su miembro, abriendo la boca.
Joe tomó su erección con la mano, pasando el pulgar por el glande húmedo, luego metió el dedo mojado en la boca abierta.
—¿Quieres más de esto?
Aspiró profundamente cuando ella lamió la humedad de la yema del pulgar. Joe no podía apartar la vista de sus mejillas sonrosadas.
—Sí, señor.
—Dime qué es lo que quieres.
—Quiero tomarte en la boca, señor.
—¿Qué parte de mí? —rugió Joe, torturándolos a ambos con largas pasadas de su mano por la erecta longitud.
La mirada de ________ quería comérselo vivo.
—Tu miembro, señor. Déjame tomarlo en la boca.
—Hasta ahora, no has seguido muy bien mis instrucciones.
—Lo haré, señor.
—Haré que cumplas esa promesa, ________. —Le agarró la nuca de nuevo—. Succióname.
«L'aide de ciel me», pensó él mientras cedía al deseo de empujar en la boca de ________ otra vez con un fuerte gemido que podría haber sacudido la cabaña hasta los cimientos. «Qué el cielo me ayude».
De nuevo, no pudo resistir el deseo de follarle la boca. Su ritmo profundo e insistente la llenaba, exigiendo que lo tomara una y otra vez. La observó; los labios hinchados, las mejillas sonrosadas, los ojos entrecerrados mientras lo saboreaba. Tenía los pezones más duros que nunca. Verlos le hacía estallar la mente, lo despojaba del control.
Joe se tensó de nuevo, la presión de sus testículos era casi dolorosa mientras luchaba por contener el clímax, retrasando lo que parecía un inevitable y explosivo final.
________ abrió los ojos, dirigiéndole una mirada inquisitiva y seductora, buscando su aprobación. Dulcemente le rogó que siguiera empujando, alentándolo con la promesa de un éxtasis que él jamás había conocido.
Esa mirada destruyó el poco control que le quedaba. El clímax bajó por su espalda, ardió en sus testículos, y explotó en su pene. El desgarrador placer hizo que exclamara el nombre de ________ con un grito ronco, que se convirtió en una letanía mientras el éxtasis sacudía su cuerpo con un estremecimiento tras otro.
Débilmente, a través del martilleo de su corazón, oyó el borboteo de ________.
—Trágalo —dijo con voz ronca, frotando una de sus manos contra el largo cuello de ________ —. Trágalo todo, cher.
Con una dulce sumisión —por el momento—, ella lo hizo. Pero Joe no se engañaba. La sonrisa que asomaba a los labios de ________ le hablaba de su prisa por excitarlo, por doblegarlo, por despojarlo de sus aceradas defensas.
Se retiró de las dulces profundidades de su boca y se quitó los vaqueros. Una dulce saciedad lo embargaba, mientras recuperaba el control. Ahora, podría derribar las defensas de ________ y devolverle el favor. Ahora, podría conseguir su rendición, desnudar su alma, y asegurarse de que hacer el amor con Brandon Ross no volvería a estar en su lista de prioridades.
Jadeando, cansada pero dispuesta, ________ clavó los ojos en Joe mientras se ponía de pie. Él dejó a un lado los vaqueros y se volvió hacia ella con la mirada ardiente. El corte militar del pelo de Joe sólo acentuaba la cara angulosa, la mandíbula firme con la sombra de barba, y el hoyuelo del mentón. La deliciosa vista no se detenía ahí.
________ dejó vagar la mirada por los hombros fornidos, los sólidos y marcados pectorales, la línea tensa de sus músculos. Bajó los ojos al tesoro de su ingle.
Incluso relajado, su pene era grande. Cuando estaba erecto habría avergonzado a la mayoría de los hombres.
Y ella lo había conquistado. El enorme y poderoso Joe había sucumbido ante ella. ¿Sería esa irresistible sensación de poder la razón por la que a él le gustaba dominar?
________ se humedeció los labios, consciente de ese poder. A pesar de su impresión inicial, no se detuvo a interrogarle. No preguntó si lo había hecho bien o mal, ya tendría tiempo para ello más tarde. En ese momento le dirigió una picara sonrisa. Había sobrevivido al reto de someterse sin sufrir ni un solo rasguño. No se había sentido como una marioneta sin pies ni cabeza acatando sus órdenes. Había sido más bien como seguir las pistas para saber exactamente cómo controlarle y satisfacerle.
—Pareces contenta contigo misma.
________ intentó borrar la sonrisa de su cara, pero no pudo. No quería ocultar su satisfacción, eso sólo lo provocaría. Así que se encogió de hombros.
—Piensas que esto es un juego, ________. Que has ganado y que yo he perdido y que todo se acabó. Que ya no tienes que temer someterte a mí.
La suave risa de Joe le dio la primera indicación de que había juzgado mal la situación. La sonrisa de ________ vaciló.
—Cher, no hemos hecho más que empezar. Te prometo que te habrás sometido a mí antes de que acabe la noche.
El susurro la golpeó en el vientre, volviendo a despertar su desconcierto. ¿No lo había hecho ya? Cada uno de los tíos con los que había estado, bueno..., Andrew, por ejemplo, habría necesitado ocho horas de sueño y un buen tazón de Wheaties antes de estar preparado de nuevo. Y Andrew se había considerado un sprinter. ¿Acaso Joeera un corredor de maratón?
El pensamiento inundó su vientre con una incomoda y apremiante lujuria.
—Arrodíllate en la cama. —La voz la arrancó de sus pensamientos.
aranzhitha
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