Conectarse
Últimos temas
miembros del staff
Beta readers
|
|
|
|
Equipo de Baneo
|
|
Equipo de Ayuda
|
|
Equipo de Limpieza
|
|
|
|
Equipo de Eventos
|
|
|
Equipo de Tutoriales
|
|
Equipo de Diseño
|
|
créditos.
Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
"Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
Página 7 de 9. • Comparte
Página 7 de 9. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
ohhhhhh
que es lo que tiene joe que quiere carmona
la relacion seguira asi???
el se vengara realmente????
sigue!!!!!!!!!!!!!!!!
que es lo que tiene joe que quiere carmona
la relacion seguira asi???
el se vengara realmente????
sigue!!!!!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
bego me cae super mal por nesia
y qe lindo joe qe qiere proteger ala rayis
espero se arrepienta de la venganza
siguela plis
y qe lindo joe qe qiere proteger ala rayis
espero se arrepienta de la venganza
siguela plis
Nani Jonas
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii lo estare esperando
Nani Jonas
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
21
Estacionó el coche junto a la Casa Torre de Ariz, a pocos metros del piso de Joe. Salió del vehículo abrochándose el abrigo y consultó su reloj de pulsera: las ocho de la mañana. Después miró al cielo. Amanecía un precioso día frío y nublado pero sin amenaza de lluvia. El día perfecto para pasear por la playa escuchando el sonido el mar; para sentarse en la arena y contemplar el horizonte en silencio; para charlar abrazados, refugiándose del viento.
Le alegraba que Joe hubiera aceptado su idea de pasar el domingo en la playa de Cuberris. Tenía maravillosos recuerdos de aquel lugar en el que se produjo su primer acercamiento, y pensaba que volver allí era lo que necesitaban. Tenía la esperanza de que él se relajaría hasta permitirle hablar del pasado, de que por fin la dejaría explicarse y, tal vez, comenzaría también a perdonarla. Esa expectativa le ilusionaba tanto que la excitación había hecho que madrugara mucho más de lo necesario.
La esplendorosa sonrisa se le extinguió en los labios cuando llegó al portal y la vio. La reconoció a pesar del tiempo transcurrido. La encontró más hermosa a pesar de que siempre le pareció la mujer más perfecta que había visto. Se quedó inmóvil mientras ella, altiva y desafiante, abría la puerta y se detenía obstaculizándole la entrada.
—¡Qué sorpresa! —pronunció en voz baja—. Este piso está muy concurrido esta mañana.
_____ percibió su tono provocador, pero no respondió. No quería discutir. Sentía lástima por ella. Sabía lo que era amar sin esperanzas de ser correspondida.
—¿Me dejas pasar, por favor? —pidió con amabilidad.
Pero Bego estaba tan furiosa como dolida. Acababa de descubrir el motivo del indiferente recibimiento que le había dedicado Joe, y sobre todo de la absurda discusión que había terminado con su imprevista visita.
—Ya que compartimos un interés común, permite que te dé un consejo —dijo con un chispeo de perversidad en sus ojos negros—: No subas inmediatamente. Da unas vueltecitas por el barrio para dar tiempo a que se enfríe su cama. —Sonrió al descender a la acera para marcharse, y en cuanto le dio la espalda la sonrisa desapareció y sus ojos reflejaron el dolor y la impotencia que en realidad sentía.
_____ apretó los párpados mientras el taconeo se iba perdiendo en la distancia. Se encogió, muerta de amargor y de frío. ¿En qué momento se atrevió a albergar alguna tonta esperanza con respecto a Joe? Se había acercado a él para ayudarle y, tal vez, para ayudarse a sí misma poniendo un poco de paz también en su alma. Debería haber centrado sus esfuerzos en eso, sin dejarse llevar por la emoción de descubrir que él la seguía amando.
Porque la amaba. Estaba segura de que la amaba a pesar del odio, a pesar de Bego, a pesar de todo.
Sin embargo, se quedó allí durante interminables minutos soportando la baja temperatura, preguntándose si debía subir o era más prudente regresar a casa.
Aún dudaba cuando, un rato después, Joe abrió la puerta y la miró con desconcierto.
—¡Vaya! —exclamó, aturdido—. Te has adelantado casi una hora. Pero lo arreglo en cinco minutos —aseguró mientras caminaba hacia atrás torpemente. Alzó la mano para disculparse y se precipitó hacia su cuarto.
_____ suspiró para darse ánimos. Encontrarlo con los pies descalzos, los vaqueros desabrochados y el torso desnudo le había provocado una punzada gélida en el corazón.
Miró a su alrededor, temerosa de encontrar cualquier cosa que le recordara a Bego, y fue tras él siguiendo la estela que su olor a recién duchado había dejado por el pasillo. Se detuvo a la entrada de la habitación y miró la cama deshecha.
—Perdona el desorden —pidió, azorado, mientras sacaba un suéter del armario—. Me he levantado muy pronto, pero me he entretenido dibujando.
Ella volvió la vista hacia el escritorio. La figura de una mujer desnuda ocupaba toda una lámina. Se acercó para apreciarlo mejor. Era ella, acostada lánguidamente sobre una indefinida y esponjosa superficie blanca. Estaba bella; más bella de lo que se había sentido nunca. La luz que llegaba en oblicuo desde la ventana le permitió apreciar que algunas líneas estaban profundamente incrustadas en el papel, como si hubieran sido trazadas con demasiada impetuosidad. Tal vez con rabia. Quizá con esa rabia que ella había dejado de ver y que por eso había creído extinguida.
Se sobresaltó al notar a Joe a su espalda. Cerró los ojos mientras sentía sus dedos recogiéndole con suavidad el cabello y dejándolo caer hacia delante por uno de sus hombros.
—¿Hay algo que te preocupa? —musitó en voz baja.
Ella negó con un movimiento de cabeza. No podía dejar de imaginarlo con Bego entre esas sábanas enredadas. Al sentir el calor de sus labios sobre la nuca se le erizó la piel, se apartó bruscamente y se dirigió a la puerta, pero se detuvo a medio camino.
—¿Qué ocurre? —volvió a preguntar observando con atención su espalda tensa.
—Nada, pero... he estado pensando que... no... no tiene ningún sentido que pasemos el día en Cuberris —dijo escondiendo sus temblorosos dedos en los bolsillos.
Joe se acercó sin dejar de mirarla y se colocó frente a ella.
—Algo ha cambiado desde ayer por la noche. ¿Qué es? —Sus ojos castaños se encendieron—. ¿Has estado con él? —preguntó consumido por unos repentinos celos.
—No sé de quién hablas. —Se mostró confundida.
—Claro que lo sabes. ¿Has estado con el comisario?
—¿Por qué me haces esa pregunta?
Joe comprimió los labios con fuerza. Que ella evitara responderle fue para él la más sólida confirmación.
—Por nada —respondió, mortificado y furioso—. También yo creo que es ridículo que tú y yo vayamos a esa playa o a cualquier otra. Para lo que nos juntamos nos basta con un simple colchón —apuntilló mordaz, y sin apartar los ojos de los suyos se hizo a un lado para dejarla ir.
_____ le mantuvo la mirada unos segundos. No podía creer que estuviera siendo tan cruel. Tomó aire, dispuesta a demostrarle que no había conseguido humillarla.
—Estoy de acuerdo. —Alzó la barbilla ocultando el dolor que la quebraba por dentro—. Cualquier punto de apoyo sirve para nuestros revolcones.
Se apartó, con cuidado de no rozarle, y se volvió hacia la salida con paso digno.
Joe caminó tras ella, muy cerca, observándola en silencio, conteniendo el impulso de retenerla y gastarle la boca hasta borrar lo que los dos acababan de decir.
Sintió ahogo cuando en el salón la vio recoger el abrigo y el bolso.
—Posa para mí —pidió al no resistir la sensación de pérdida.
Ella se volvió, sorprendida. Le miró tratando de reconocer la aspereza de hacía un instante. En su lugar encontró el amor torturado de siempre.
—¿Ahora? —Su voz fue como un murmullo emocionado.
—Ahora —respondió con un susurro—. Posa para mí como lo hiciste entonces.
_____ comprimió contra sí las prendas, y los segundos que tardó en responder se le hicieron a Joe eternos.
—No. No voy a hacerlo mientras no hablemos —declaró sin ánimo de provocarle—. Esta vez no.
Firme en su intención de irse, caminó hacia el pasillo y la entrada. Joe reaccionó con rapidez, pero en lugar de detenerla se adelantó y se interpuso entre ella y la puerta. Le acarició la mejilla con el dorso de los dedos y susurró, seductor:
—No seas niña. —Trató de sonreír, pero el corazón le latía en la garganta—. Quédate y posa para mí.
—Quieres que pose para ti —musitó con tristeza—. Quieres que corresponda a tus caricias cada vez que se te antoja, que sonría contigo cuando tienes un buen día y que casi no respire cuando llegas áspero y resentido —inspiró hondo y con suavidad—. Y siempre hago todo eso que deseas. ¿Pero qué pasa con lo que yo quiero? —Le vio tensarse mientras ella concluía—: No, Joe. No voy a posar para ti mientras no me dejes explicarte lo que pasó.
Pero él no podía dejarla hablar. Tenía miedo de que con unas pocas palabras le hiciera dudar de lo que vio, de lo que sintió aquella tarde; de la verdad en la que llevaba apoyando su desdichada vida durante los últimos años.
—Como quieras —dijo _____ ante su obstinado silencio.
El corazón de Joe se aceleró pidiéndole que la detuviera, la mirara a los ojos y le dijera que estaba dispuesto a oír lo que ella quisiera contarle. Pero él se negó ese deseo. Se quedó inmóvil mientras ella pasaba por su lado y alcanzaba la puerta.
_____ salió sin mirarle. Se iba con la falsa dignidad con la que trataba de ocultar lo utilizada y herida que se sentía. Estaba haciendo lo único que podía hacer, lo que debió haber hecho hacía mucho tiempo. Sin embargo, alejarse de él le provocaba el mismo dolor que si se le arrancaran a pedazos las entrañas.
—Espero que te vaya bien —dijo desde el rellano—. Espero que todo te vaya bien.
No hubo más palabras, ni siquiera una última mirada.
Joe cerró y la soledad volvió a llenar la casa, volvió a asfixiarle, volvió a sumirle en las sombras.
Crispó los puños y maldijo en voz baja. Cuando eso no le bastó trató de desahogar su impotencia golpeando con los nudillos sobre la puerta una vez, y otra, y otra...
El agente Gómez se detuvo ante el despacho y se examinó el uniforme. Se ajustó los puños y los cuellos de la camisa y alzó la mano para llamar. Se arrepintió en el último instante. Tosió para aclararse la voz. Volvió a coger aire y se santiguó dos veces. Después golpeó la puerta con los nudillos y abrió.
El comisario, sentado ante su escritorio, levantó la cabeza y le miró con gesto agrio.
—Si no me traes las noticias que espero, mejor desapareces sin abrir la boca —espetó, furioso.
—Señor. —Volvió a carraspear—. No es fácil conseguir la información que me ha pedido sin...
—¡No te he preguntado por las dificultades que encuentras al hacer tu trabajo! ¡Te he dicho que hables únicamente si tienes algo importante que comunicarme!
Durante unos segundos el joven policía pareció dudar. Al final se arriesgó a continuar dando su informe.
—Como me dio libertad para seguir al sujeto, lo he hecho unas cuantas veces. Puedo decirle que desde hace un tiempo pasa muchas noches en un piso de Deusto que...
—¡Ya basta! —Se puso en pie al tiempo que golpeaba la mesa con los puños—. Estoy cansado de tu ineptitud. Está claro que me equivoqué contigo.
—Pero señor, yo...
—¡Tú, nada! —continuó gritando—. No estoy de humor para aguantar majaderías de un novato que no sabría decirme ni cuál es su mano derecha. Aléjate de mi vista o juro que no respondo de mí —amenazó entre dientes.
—Sí, señor —acató cuadrándose antes de salir de forma precipitada.
El comisario se dejó caer con brusquedad en el asiento. Apoyó la espalda en el respaldo y con aire ausente se frotó el mentón.
Se sentía furioso, frustrado, impotente. El último mes estaba siendo un infierno. No podía soportar que _____ estuviera viéndose con aquel tipo. Eran muchas las veces, en las últimas semanas, que se había contenido para no abordarlo de nuevo. Le mataba el deseo de darle un buen escarmiento para que se le quitaran las ganas de acercarse a ella.
La impotencia y los celos le consumían. La amaba con toda su alma. Si perderla era duro, perderla por que se fuera con aquel delincuente de oscuras intenciones le resultaba insoportable. Necesitaba que ese maldito regresara a prisión antes de que le hiciera daño, pero ya había comprendido que el agente Gómez no iba a ser quien le facilitara las pruebas necesarias. Le había hecho perder un tiempo precioso que el condenado Joe no había desperdiciado.
Se frotó con los dedos el espacio entre los ojos. Llevaba demasiado tiempo sin dormir, demasiado tiempo tenso, demasiado tiempo furioso. Su capacidad para centrarse en el trabajo estaba bajo mínimos, su paciencia estaba llegando a su fin.
Natuu! :hi:
Le alegraba que Joe hubiera aceptado su idea de pasar el domingo en la playa de Cuberris. Tenía maravillosos recuerdos de aquel lugar en el que se produjo su primer acercamiento, y pensaba que volver allí era lo que necesitaban. Tenía la esperanza de que él se relajaría hasta permitirle hablar del pasado, de que por fin la dejaría explicarse y, tal vez, comenzaría también a perdonarla. Esa expectativa le ilusionaba tanto que la excitación había hecho que madrugara mucho más de lo necesario.
La esplendorosa sonrisa se le extinguió en los labios cuando llegó al portal y la vio. La reconoció a pesar del tiempo transcurrido. La encontró más hermosa a pesar de que siempre le pareció la mujer más perfecta que había visto. Se quedó inmóvil mientras ella, altiva y desafiante, abría la puerta y se detenía obstaculizándole la entrada.
—¡Qué sorpresa! —pronunció en voz baja—. Este piso está muy concurrido esta mañana.
_____ percibió su tono provocador, pero no respondió. No quería discutir. Sentía lástima por ella. Sabía lo que era amar sin esperanzas de ser correspondida.
—¿Me dejas pasar, por favor? —pidió con amabilidad.
Pero Bego estaba tan furiosa como dolida. Acababa de descubrir el motivo del indiferente recibimiento que le había dedicado Joe, y sobre todo de la absurda discusión que había terminado con su imprevista visita.
—Ya que compartimos un interés común, permite que te dé un consejo —dijo con un chispeo de perversidad en sus ojos negros—: No subas inmediatamente. Da unas vueltecitas por el barrio para dar tiempo a que se enfríe su cama. —Sonrió al descender a la acera para marcharse, y en cuanto le dio la espalda la sonrisa desapareció y sus ojos reflejaron el dolor y la impotencia que en realidad sentía.
_____ apretó los párpados mientras el taconeo se iba perdiendo en la distancia. Se encogió, muerta de amargor y de frío. ¿En qué momento se atrevió a albergar alguna tonta esperanza con respecto a Joe? Se había acercado a él para ayudarle y, tal vez, para ayudarse a sí misma poniendo un poco de paz también en su alma. Debería haber centrado sus esfuerzos en eso, sin dejarse llevar por la emoción de descubrir que él la seguía amando.
Porque la amaba. Estaba segura de que la amaba a pesar del odio, a pesar de Bego, a pesar de todo.
Sin embargo, se quedó allí durante interminables minutos soportando la baja temperatura, preguntándose si debía subir o era más prudente regresar a casa.
Aún dudaba cuando, un rato después, Joe abrió la puerta y la miró con desconcierto.
—¡Vaya! —exclamó, aturdido—. Te has adelantado casi una hora. Pero lo arreglo en cinco minutos —aseguró mientras caminaba hacia atrás torpemente. Alzó la mano para disculparse y se precipitó hacia su cuarto.
_____ suspiró para darse ánimos. Encontrarlo con los pies descalzos, los vaqueros desabrochados y el torso desnudo le había provocado una punzada gélida en el corazón.
Miró a su alrededor, temerosa de encontrar cualquier cosa que le recordara a Bego, y fue tras él siguiendo la estela que su olor a recién duchado había dejado por el pasillo. Se detuvo a la entrada de la habitación y miró la cama deshecha.
—Perdona el desorden —pidió, azorado, mientras sacaba un suéter del armario—. Me he levantado muy pronto, pero me he entretenido dibujando.
Ella volvió la vista hacia el escritorio. La figura de una mujer desnuda ocupaba toda una lámina. Se acercó para apreciarlo mejor. Era ella, acostada lánguidamente sobre una indefinida y esponjosa superficie blanca. Estaba bella; más bella de lo que se había sentido nunca. La luz que llegaba en oblicuo desde la ventana le permitió apreciar que algunas líneas estaban profundamente incrustadas en el papel, como si hubieran sido trazadas con demasiada impetuosidad. Tal vez con rabia. Quizá con esa rabia que ella había dejado de ver y que por eso había creído extinguida.
Se sobresaltó al notar a Joe a su espalda. Cerró los ojos mientras sentía sus dedos recogiéndole con suavidad el cabello y dejándolo caer hacia delante por uno de sus hombros.
—¿Hay algo que te preocupa? —musitó en voz baja.
Ella negó con un movimiento de cabeza. No podía dejar de imaginarlo con Bego entre esas sábanas enredadas. Al sentir el calor de sus labios sobre la nuca se le erizó la piel, se apartó bruscamente y se dirigió a la puerta, pero se detuvo a medio camino.
—¿Qué ocurre? —volvió a preguntar observando con atención su espalda tensa.
—Nada, pero... he estado pensando que... no... no tiene ningún sentido que pasemos el día en Cuberris —dijo escondiendo sus temblorosos dedos en los bolsillos.
Joe se acercó sin dejar de mirarla y se colocó frente a ella.
—Algo ha cambiado desde ayer por la noche. ¿Qué es? —Sus ojos castaños se encendieron—. ¿Has estado con él? —preguntó consumido por unos repentinos celos.
—No sé de quién hablas. —Se mostró confundida.
—Claro que lo sabes. ¿Has estado con el comisario?
—¿Por qué me haces esa pregunta?
Joe comprimió los labios con fuerza. Que ella evitara responderle fue para él la más sólida confirmación.
—Por nada —respondió, mortificado y furioso—. También yo creo que es ridículo que tú y yo vayamos a esa playa o a cualquier otra. Para lo que nos juntamos nos basta con un simple colchón —apuntilló mordaz, y sin apartar los ojos de los suyos se hizo a un lado para dejarla ir.
_____ le mantuvo la mirada unos segundos. No podía creer que estuviera siendo tan cruel. Tomó aire, dispuesta a demostrarle que no había conseguido humillarla.
—Estoy de acuerdo. —Alzó la barbilla ocultando el dolor que la quebraba por dentro—. Cualquier punto de apoyo sirve para nuestros revolcones.
Se apartó, con cuidado de no rozarle, y se volvió hacia la salida con paso digno.
Joe caminó tras ella, muy cerca, observándola en silencio, conteniendo el impulso de retenerla y gastarle la boca hasta borrar lo que los dos acababan de decir.
Sintió ahogo cuando en el salón la vio recoger el abrigo y el bolso.
—Posa para mí —pidió al no resistir la sensación de pérdida.
Ella se volvió, sorprendida. Le miró tratando de reconocer la aspereza de hacía un instante. En su lugar encontró el amor torturado de siempre.
—¿Ahora? —Su voz fue como un murmullo emocionado.
—Ahora —respondió con un susurro—. Posa para mí como lo hiciste entonces.
_____ comprimió contra sí las prendas, y los segundos que tardó en responder se le hicieron a Joe eternos.
—No. No voy a hacerlo mientras no hablemos —declaró sin ánimo de provocarle—. Esta vez no.
Firme en su intención de irse, caminó hacia el pasillo y la entrada. Joe reaccionó con rapidez, pero en lugar de detenerla se adelantó y se interpuso entre ella y la puerta. Le acarició la mejilla con el dorso de los dedos y susurró, seductor:
—No seas niña. —Trató de sonreír, pero el corazón le latía en la garganta—. Quédate y posa para mí.
—Quieres que pose para ti —musitó con tristeza—. Quieres que corresponda a tus caricias cada vez que se te antoja, que sonría contigo cuando tienes un buen día y que casi no respire cuando llegas áspero y resentido —inspiró hondo y con suavidad—. Y siempre hago todo eso que deseas. ¿Pero qué pasa con lo que yo quiero? —Le vio tensarse mientras ella concluía—: No, Joe. No voy a posar para ti mientras no me dejes explicarte lo que pasó.
Pero él no podía dejarla hablar. Tenía miedo de que con unas pocas palabras le hiciera dudar de lo que vio, de lo que sintió aquella tarde; de la verdad en la que llevaba apoyando su desdichada vida durante los últimos años.
—Como quieras —dijo _____ ante su obstinado silencio.
El corazón de Joe se aceleró pidiéndole que la detuviera, la mirara a los ojos y le dijera que estaba dispuesto a oír lo que ella quisiera contarle. Pero él se negó ese deseo. Se quedó inmóvil mientras ella pasaba por su lado y alcanzaba la puerta.
_____ salió sin mirarle. Se iba con la falsa dignidad con la que trataba de ocultar lo utilizada y herida que se sentía. Estaba haciendo lo único que podía hacer, lo que debió haber hecho hacía mucho tiempo. Sin embargo, alejarse de él le provocaba el mismo dolor que si se le arrancaran a pedazos las entrañas.
—Espero que te vaya bien —dijo desde el rellano—. Espero que todo te vaya bien.
No hubo más palabras, ni siquiera una última mirada.
Joe cerró y la soledad volvió a llenar la casa, volvió a asfixiarle, volvió a sumirle en las sombras.
Crispó los puños y maldijo en voz baja. Cuando eso no le bastó trató de desahogar su impotencia golpeando con los nudillos sobre la puerta una vez, y otra, y otra...
El agente Gómez se detuvo ante el despacho y se examinó el uniforme. Se ajustó los puños y los cuellos de la camisa y alzó la mano para llamar. Se arrepintió en el último instante. Tosió para aclararse la voz. Volvió a coger aire y se santiguó dos veces. Después golpeó la puerta con los nudillos y abrió.
El comisario, sentado ante su escritorio, levantó la cabeza y le miró con gesto agrio.
—Si no me traes las noticias que espero, mejor desapareces sin abrir la boca —espetó, furioso.
—Señor. —Volvió a carraspear—. No es fácil conseguir la información que me ha pedido sin...
—¡No te he preguntado por las dificultades que encuentras al hacer tu trabajo! ¡Te he dicho que hables únicamente si tienes algo importante que comunicarme!
Durante unos segundos el joven policía pareció dudar. Al final se arriesgó a continuar dando su informe.
—Como me dio libertad para seguir al sujeto, lo he hecho unas cuantas veces. Puedo decirle que desde hace un tiempo pasa muchas noches en un piso de Deusto que...
—¡Ya basta! —Se puso en pie al tiempo que golpeaba la mesa con los puños—. Estoy cansado de tu ineptitud. Está claro que me equivoqué contigo.
—Pero señor, yo...
—¡Tú, nada! —continuó gritando—. No estoy de humor para aguantar majaderías de un novato que no sabría decirme ni cuál es su mano derecha. Aléjate de mi vista o juro que no respondo de mí —amenazó entre dientes.
—Sí, señor —acató cuadrándose antes de salir de forma precipitada.
El comisario se dejó caer con brusquedad en el asiento. Apoyó la espalda en el respaldo y con aire ausente se frotó el mentón.
Se sentía furioso, frustrado, impotente. El último mes estaba siendo un infierno. No podía soportar que _____ estuviera viéndose con aquel tipo. Eran muchas las veces, en las últimas semanas, que se había contenido para no abordarlo de nuevo. Le mataba el deseo de darle un buen escarmiento para que se le quitaran las ganas de acercarse a ella.
La impotencia y los celos le consumían. La amaba con toda su alma. Si perderla era duro, perderla por que se fuera con aquel delincuente de oscuras intenciones le resultaba insoportable. Necesitaba que ese maldito regresara a prisión antes de que le hiciera daño, pero ya había comprendido que el agente Gómez no iba a ser quien le facilitara las pruebas necesarias. Le había hecho perder un tiempo precioso que el condenado Joe no había desperdiciado.
Se frotó con los dedos el espacio entre los ojos. Llevaba demasiado tiempo sin dormir, demasiado tiempo tenso, demasiado tiempo furioso. Su capacidad para centrarse en el trabajo estaba bajo mínimos, su paciencia estaba llegando a su fin.
Natuu! :hi:
Natuu!
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
sigo diciendolo no soporto a bego y ahora
tampoco al comisario y joe tiene qe hacer
algo no puede dejar qe la rayis se aleje de el
siguela pronto plis
tampoco al comisario y joe tiene qe hacer
algo no puede dejar qe la rayis se aleje de el
siguela pronto plis
Nani Jonas
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
que fastidio ese comisario ussshhh
y q le pasa a bego..ella desde el principio sabia que joe estaba obsecionado con la rayis( ya fuera por amor o por odio..obsecion es obsecion)
siguelaaaaaaaaaaaaa
como la dejas ahi!!!!!!!!!!!!!
y q le pasa a bego..ella desde el principio sabia que joe estaba obsecionado con la rayis( ya fuera por amor o por odio..obsecion es obsecion)
siguelaaaaaaaaaaaaa
como la dejas ahi!!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
22
Decenas de desiguales bolas de papel arrebujado estaban por el suelo. Como emergiendo de entre ellas destacaban los pies descalzos de Joe. Con el cuerpo desnudo, igual que cuando la miraba dormir y la pintaba en su cuaderno, trazaba suaves líneas sobre una nueva lámina. Solo una tenue luz, procedente de la pequeña lámpara del escritorio, rompía las sombras de la noche derramándose sobre sus nudillos lastimados y los rasgos de _____ que iba descubriendo el carboncillo: el delicado arco de sus cejas, sus ligeras pestañas, sus seductores labios entreabiertos...
... hasta que cogió la hoja entre las manos y la arrugó con rabia, arrojándola después contra las que cubrían el entramado de madera.
Llevaba tres días de tormento y tres noches de infierno. El cansancio no le dejaba dormir, sus pensamientos no le dejaban dormir, comprender que ya no sabía vivir sin ella no le dejaba dormir.
Se echó sobre el respaldo, la silla crujió y por un momento temió despertar a Rodrigo. Apagó la luz, regresó a tenderse sobre las sábanas revueltas y cerró los ojos.
¿Por qué se desesperaba? La tenía donde quería; desde hacía tiempo una simple llamada de teléfono le separaba de la satisfacción final, y toda su angustia se centraba en que la había perdido. En que la había perdido a pesar de no haberla tenido nunca.
¿Dónde estaba quedando su odio, su afán de revancha?... En el olvido. Por mucho que se obstinara en continuar con sus planes, era consciente de que los estaba sumiendo en el olvido. Y si perdía lo que durante años fue su razón de ser y de existir, ¿qué le quedaría? Si perdía eso y además no la tenía a ella, vivir o morir iba a ser algo que no volvería a importarle.
Tenía que centrarse si no quería volverse loco; tenía que recordar qué quería y por qué, y hacerlo de una vez por todas. Y para eso debía pensar en ella como en la zorra que le jodió la vida y no como en la mujer con la que se moría por estar.
Tenía que hacerlo.
Sin embargo, se levantó de nuevo, se acercó al escritorio y encendió la luz. Cogió entre los dedos el carboncillo y comenzó a trazar el arco perfecto de una ceja. Llevaba a esa mujer tan encajada en el pensamiento que podía dibujarla sin necesidad de verla. Era respirar lo que le costaba hacer cuando no la tenía al lado.
—¿Qué ocurre? —preguntó Rodrigo asomando el torso desnudo tras la puerta.
Joe soltó el carboncillo y dirigió hacia él los ojos, cansados y enrojecidos.
—He tratado de no hacer ruido. Siento haberte despertado.
Rodrigo no necesitó comprobar qué contenían los folios desperdigados por el suelo; sabía bien lo que su amigo, en los últimos días, dibujaba y destrozaba sin descanso.
—Llevas noches sin salir y andas de un lado a otro como un alma en pena —comentó apoyando el peso de su cuerpo en el quicio de la puerta—. ¿Qué está pasando?
—Nada importante. —Hincó los codos en la mesa y se frotó los párpados.
—Esto se te está yendo de las manos —dijo con preocupación—. Lo sabes, ¿verdad?
—Es cansancio —aseguró volviéndose hacia el rostro inacabado de _____—. Solo cansancio. Llevo algunas noches durmiendo mal.
Como si esa explicación lo hubiera dejado todo resuelto, recuperó el lápiz y comenzó a trazar las líneas del suave y delicado cuello. Rodrigo le observó durante un rato, pensativo. Iba a continuar con las preguntas cuando le vio arrugar el dibujo con arrebato, arrojarlo al suelo y comenzar con un nuevo folio. Entonces suspiró con impotencia y desapareció en la oscuridad del pasillo llevándose con él su preocupación.
Rodrigo hizo el café en silencio mientras Bego deambulaba por la casa. Estaba cansado de verla sufrir por Joe, igual que estaba cansado de verlo a él destrozar su vida a causa de su obsesión por la mujer equivocada. No entendía tanta ceguera cuando el amor le parecía algo tan claro y hermoso como la luz. Él sabía a quién amaba y sabía que la amaría hasta su último aliento, incluso tal vez también después. Soñaba con ella, fantaseaba con ella, y, a veces, la miraba a los ojos, le enjugaba las lágrimas con los dedos y la consolaba con palabras cariñosas.
No era todo lo que deseaba hacer, pero sí era todo cuanto podía permitirse con la mujer de su mejor amigo por mucho que este no la mereciera.
Dejó las dos tazas con café en la mesa. Una frente a la silla donde ella había dejado el abrigo y el bolso. La otra justo al lado. Después salió en su busca.
La encontró mirando la habitación de Joe desde la puerta abierta, resistiéndose a pasar al interior.
—Lo siento —susurró él con dulzura, apoyando la espalda en el otro lado del marco.
Ella pareció despertar del amargo aturdimiento.
—He perdido la cuenta de las veces que me has dicho palabras como esas.
—Me gustaría hacer mucho más, pero... —mesó su perilla con gesto preocupado—, pero no es fácil. —Resopló para serenar su frustración—. ¡Si al menos pudiera sacudir a ese descerebrado hasta hacerle entrar en razón!
Bego volvió la mirada hacia la habitación y la dejó clavada en la cama.
—¿Cuántas noches duerme fuera de casa?
—Todas. Hay veces que regresa de madrugada, otras lo hace justo para cambiarse y salir hacia el trabajo. Pero algo está ocurriendo, porque las tres últimas ni siquiera ha salido. No le veo bien y comienzo a estar preocupado. Temo que...
Se angustió al verla coger aire y expulsarlo una y otra vez, pero aguardó al comprender que lo hacía para soportar las ganas de llorar.
Tras unos interminables segundos, ella pareció recomponerse. Pasó al interior, con los brazos cruzados, mirándolo todo con expresión triste.
—Sé que debería desistir —confesó en voz baja—. Pero no voy a hacerlo. Cuando esa poli desaparezca de su vida volverá a necesitarme. Él todavía no lo sabe, pero yo sé que volverá a necesitarme.
—¿Y el daño que te estás haciendo mientras tanto?
—¿Y el daño que me haré si lo pierdo? ¿Y el daño que esa mujer le está haciendo a él? —Las lágrimas comenzaron a rodar de nuevo por sus mejillas—. ¡Acabas de decirme que no está bien!
Rodrigo maldijo entre dientes y se adelantó hacia ella. La envolvió entre sus brazos y dejó que llorara refugiada en su pecho empapándole la camisa y reblandeciéndole el corazón.
—No dejes que ningún hombre te haga sufrir así, Bego —musitó aproximando los labios a su oído—. No se lo permitas nunca a nadie. A nadie.
Ella comenzó a sollozar con más fuerza, él comprimió los párpados mientras se ahogaba en la impotencia de no saber cómo ayudarla.
Se sorprendió al sentirla de pronto rígida. La soltó y siguió la dirección de su mirada: el escritorio.
Bego se acercó despacio, sin apartar los ojos del dibujo en blanco y negro que ocupaba toda una lámina. La cogió entre los dedos y observó la imagen de una hermosa mujer desnuda. Se le escapó un gemido al reconocerla y la soltó como si de un tizón encendido se hubiera tratado.
Abrió la carpeta que encontró en un extremo de la mesa. Estaba llena de ella. La había pintado de mil maneras diferentes, pero siempre hermosa, dulce, perfecta. Ver aquel exceso le rompió el corazón: a ella no la había pintado nunca, ni siquiera con un rápido trazado en un simple pedazo de papel.
—Es _____ —susurró con un hilo de voz.
—Solo son dibujos —dijo Rodrigo al intuir su sufrimiento.
—No —musitó—. Son mucho más de lo que puedes ver. De nuevo se está dejando el alma en esa mujer de la que solamente recibe dolor.
Se estaba dejando el alma que a ella no le había abierto ni por un instante.
Sollozó cubriéndose la boca con las manos. Se preguntó qué iba a quedar de él cuando todo hubiera terminado. Nada, se respondió. Si seguía entregándose de ese modo no quedaría nada. Volvería a hundirse en el abismo en el que había permanecido los últimos años. Y esta vez sería para no salir jamás.
Furiosa, decepcionada y profundamente preocupada por él, pasó las manos por la mesa arrojándolo todo por los aires.
—¡Se acabó! —Apretó la mandíbula y se bebió las lágrimas—. Para todo existe un límite.
—Bego... —musitó tratando de calmarla con un abrazo.
—¡No! —Se apartó y fue hacia la puerta—. Sé muy bien lo que tengo que hacer. Y te juro que lo haré sin dudar.
Salió dejando a Rodrigo inmóvil y consternado, mirando los preciados dibujos de Joe esparcidos por el suelo.
Tras el último vómito bajó la tapa del inodoro y siguió arrodillada en el suelo, por si le volvían las ganas. Llevaba sintiéndose mal los tres mismos días que llevaba sin ver a Joe. Podía parecer exagerado, pero ella encontraba lógico que a la vez que se le iba muriendo el corazón se le enfermara también el cuerpo.
¿Qué iba a hacer ahora, para saber de él, si ya les había entregados los diseños y había cobrado por ellos? ¿Qué podía hacer, si hasta las felicitaciones del cliente le había transmitido? ¿Qué iba a hacer, cuando ya lo había hecho todo para estar cerca de él y nada había funcionado? No debió albergar ninguna esperanza. En su lugar debió haber tenido presente que la herida que deja una traición tan grande nunca termina de sanar.
Sonó el timbre de la puerta al mismo tiempo que le llegó otra arcada. Su estómago se retorció sin hallar nada más que expulsar. Se puso en pie, se mojó la cara y se enjuagó la boca en el lavabo. Se secó con una pequeña toalla, mirándose en el espejo. Estaba horrible, con la piel blanquecina y unas oscuras y hundidas ojeras. Era el aspecto mortecino de quien no se encuentra el alma.
Se frotó las mejillas mientras dejaba que sonara el timbre, y el corazón volvió a latirle resucitado cuando le pareció escuchar la voz de Joe.
Caminó por el pasillo sin encender la luz, con las manos sobre el pecho, conteniendo la respiración y amortiguando el sonido de sus pasos.
—Abre, _____. Por favor, abre —le oyó decir con voz apagada.
Se paró junto a la puerta agonizando en contradicciones. Quería verle, mirarle a los ojos, hablarle... pero aún era pronto para eso. La herida era demasiado reciente y demasiado dolorosa. Temía que le faltarían fuerzas para estar ante él sin echarse a sus brazos buscando su consuelo.
Por eso se quedó quieta, rogando por que se cansara de llamar y se fuera.
—Abre un momento —volvió a pedir tras la puerta—. Tenemos que hablar.
Hablar. Le estaba pidiendo, en tono dulce y afligido, que hablaran. Al fin aceptaba que hablar era el primer paso que debían dar; el primero que debieron haber dado desde el principio. Y la esperanza volvió a asomar con timidez en su herido corazón.
Le temblaban los dedos cuando descorrió el cerrojo y tiró de la manilla. Él apareció con una sombra de cansancio en sus ojos castaños, y, ella, conteniendo la respiración, retrocedió para dejarle espacio.
—He luchado por no venir —se justificó parándose de frente—. Te juro que lo he intentado con todas mis fuerzas.
—Tampoco para mí está siendo fácil —reconoció, expectante.
—Entonces ¿por qué lo hiciste; por qué me echaste de tu lado? —La sintió dudar, y por un momento creyó que podría convencerla—. Olvidemos lo ocurrido. Volvamos a estar como antes.
—¡No! Como antes no —negó enérgicamente con la cabeza—. Si de verdad queremos estar juntos, primero debemos hablar de lo que...
—¿Por qué vuelves una y otra vez a lo mismo? ¿No te das cuenta de que tu insistencia es lo que lo ha estropeado todo? —preguntó con desaliento—. Estábamos bien cuando no tocabas el maldito pasado.
—¡¿Bien?! —exclamó, aturdida—. ¿A qué llamas estar bien? ¿A lo que aseguraste que podíamos hacer en cualquier sucio colchón? ¿A que llegaras aquí cada noche con el único propósito de que me abriera de piernas para ti?
Él acusó el golpe, y la rabia no le dejó ver que lo había merecido.
—No me pareció que te quejaras ninguna de las veces —respondió a la defensiva.
La observación, aunque cierta, la hirió profundamente recordándole cuál sería el tipo de relación que tendrían si le aceptaba con sus condiciones. Volvería a pasar a su lado las horas que él quisiera y del modo en el que se le antojara; volvería a amarle en silencio cuando a él no le apeteciera escuchar sus «te amo». ¿Y cuánto tiempo más se sostendría esa locura?... Probablemente hasta que él se decidiera a escoger entre el amor y el odio que sentía por ella.
—¿A esto te referías al decir que teníamos que hablar? —preguntó en tono acusador para después apretar los párpados y pedir—: ¡Vete! ¡Vete y no vuelvas!
—¿Por qué me reprochas algo que los dos quisimos hacer? —Se acercó hasta que pudo sentirla respirar—. Es más. ¿Por qué me reprochas algo que te mueres por volver a hacer?
Le apartó un mechón, sujetándolo tras la oreja, y hundió con sensualidad los dedos en su cabello.
—Por favor, Joe. —Temblaba por fuera y por dentro—. Esto es absurdo.
—¿Acariciar es absurdo? —musitó al tiempo que alcanzaba el punto en la nuca que sabía que le erizaba la piel.
—No deberías haber venido —insistió tratando de ignorar su contacto—. Vete, por favor.
Él no se movió. La tenía frente a sí, protestando con dureza mientras su piel respondía a sus caricias.
—¿A quién obedezco? —susurró, seductor—. ¿A tu boca, que me pide que me vaya, o a tu cuerpo que suplica que me quede? ¿Cuál de los dos miente, _____?
—Tal vez ninguno de los dos. —Sacó fuerzas para apartarse y fue hacia la puerta. La abrió y esperó a que él se volviera.
El aire frío procedente de la escalera le azotó a Joe la espalda, que tensó la mandíbula y se maldijo tanto por lo que había dicho como por lo que había callado. Cuando se volvió, ambos se miraron a los ojos; ella tratando de mostrarse firme, él sin poder disimular su indecisión.
—_____...
—Ya nos lo hemos dicho todo —sentenció con tristeza—. Ahora quiero que te vayas; quiero que te olvides de mí; quiero que encuentres a quien sepa hacerte feliz, porque los dos sabemos que yo nunca seré esa persona.
Joe bajó la cabeza lamentando la estúpida ceguera con la que había vuelto a estropearlo todo. Avanzó con la intención de no rogar, de no suplicar, de alejarse de ella. Sin embargo, apenas atravesó el umbral y pisó la alfombrilla de bienvenida, volvió a detenerse. Le oprimía la sensación de que una vez que se fuera no habría vuelta atrás... y no estaba dispuesto a perderla, aunque para ello tuviera que tragarse la obstinación y el orgullo.
—_____... —volvió a susurrar al tiempo que se volvía a mirarla y se encontraba con sus húmedos ojos grises.
Y al instante ella cerró la puerta, dejándolo fuera de su casa y fuera de su vida.
Después se quedó allí, quieta, llorando por la última y amarga despedida. Habría sido fácil aceptarle; demasiado fácil y con el tiempo demasiado doloroso para los dos. Pero esos pensamientos no la consolaron.
Respiró por la boca entreabierta al sentir que le regresaban las náuseas y se sujetó con las manos el estómago revuelto. Su cuerpo volvía a enfermar en cuanto él se alejaba.
—Sé que estás ahí —le oyó decir, al otro lado, y bajó los párpados mientras el corazón le palpitaba de nuevo en la garganta.
El de Joe no encontraba espacio donde latir: se moría. Moría golpeándole con apasionamiento, como si le castigara porque no le hubiera dicho todo lo que sentía. Y con mayor apasionamiento hubiera aporreado él la puerta de no haber sabido que eso no le ayudaría a recobrarla, sino a terminar de perderla. Por eso se contuvo y dio en la madera suaves toques con el dorso de los dedos.
—Sé que estás ahí. —Inspiró despacio, refrenando la congoja—. Escúchame, por favor.
Luchaba contra la promesa, que una vez se hizo, de mostrarle su rencor pero jamás su debilidad; esa debilidad que era y siempre sería ella. Ante, tal vez, su última oportunidad, jugaba al fin su última carta, esa que en su afán de protegerse nunca usó: la verdad que llevaba escondida en lo más profundo de su alma; esa verdad que había estado negándose también a sí mismo.
—Sé que estás ahí —repitió una vez más, con la frente pegada a la puerta—. Puedo sentirte. Nunca he necesitado verte para saber que estás cerca de mí... —Tragó, pero su garganta siguió estando seca y la humedad continuó anegándole los ojos—. Entiendo que me estés echando. De verdad lo entiendo, pero... pero entiéndeme también a mí. Me cuesta confesarte esto... Me cuesta la misma vida confesarte que... que te necesito. —Dos gruesas lágrimas resbalaron bajo sus pestañas—. ¡Dios, _____, te necesito con desesperación, te necesito y no sé por qué! Ni siquiera me atrevo a preguntármelo. —Golpeó la puerta con el puño, suavemente, desalentado porque no llegaba respuesta—. No hay nada en esta vida que me importe, salvo estar contigo.
Esperó, pero nada cambió al otro lado, ni un movimiento ni un sonido. Sentía la inmovilidad de _____ como si estuviera viéndola. Lo que no percibía era su llanto, dulce y silencioso, ni la emoción que no le dejaba moverse ante esa extraña y esperada declaración de amor.
—Ya lo ves —dijo rozando con los dedos el borde por el que la puerta no terminaba de abrirse—. Después de los años vuelves a tenerme en tus manos.
Suspiró derrotado. No sabía qué más decir, ni cómo suplicarle para que pusiera fin a su tormento. Si no le escuchaba solo le quedaba volver sobre sus pasos; regresar al vacío en el que se iba a perpetuar su vida sin ella.
Acarició la madera, como la habría acariciado a ella de no haber mediado la puerta, y se tensó al percibir una vibración.
Lentamente el borde comenzó a separarse del marco, y un sonido, como de agonía, salió de la garganta de Joe. Pudo ver, entonces, tras el cristal nebuloso de sus lágrimas, el rostro que amaba mientras los húmedos ojos grises se clavaban en los suyos. Cogió aire a la vez que avanzaba hacia ella, y una vez dentro cerró la puerta con el pie. Sin dejar de mirarla le acarició la mejilla con la palma abierta. _____ suspiró al sentir el roce, sonrió y alzó su pequeña mano para posarla en la suya, grande y fuerte y a pesar de ello temblorosa.
La emoción espesó el aire, dejando sus pulmones incapaces de tomar oxígeno. Pero ellos respiraban ya por los ojos, que se les iban llenando de la imagen del otro que, durante tres días, habían anhelado más de lo que podría hacerlo nadie en una vida entera.
Y ninguno pudo ya contenerse. Ella le echó los brazos al cuello y él la envolvió con desesperación entre los suyos.
—Te amo —susurró _____ en medio de besos con sabor salado a lágrimas.
Él tragó y la besó de nuevo, temeroso y deseoso de oírla, temeroso y deseoso de volver a creerla.
Natuu!
... hasta que cogió la hoja entre las manos y la arrugó con rabia, arrojándola después contra las que cubrían el entramado de madera.
Llevaba tres días de tormento y tres noches de infierno. El cansancio no le dejaba dormir, sus pensamientos no le dejaban dormir, comprender que ya no sabía vivir sin ella no le dejaba dormir.
Se echó sobre el respaldo, la silla crujió y por un momento temió despertar a Rodrigo. Apagó la luz, regresó a tenderse sobre las sábanas revueltas y cerró los ojos.
¿Por qué se desesperaba? La tenía donde quería; desde hacía tiempo una simple llamada de teléfono le separaba de la satisfacción final, y toda su angustia se centraba en que la había perdido. En que la había perdido a pesar de no haberla tenido nunca.
¿Dónde estaba quedando su odio, su afán de revancha?... En el olvido. Por mucho que se obstinara en continuar con sus planes, era consciente de que los estaba sumiendo en el olvido. Y si perdía lo que durante años fue su razón de ser y de existir, ¿qué le quedaría? Si perdía eso y además no la tenía a ella, vivir o morir iba a ser algo que no volvería a importarle.
Tenía que centrarse si no quería volverse loco; tenía que recordar qué quería y por qué, y hacerlo de una vez por todas. Y para eso debía pensar en ella como en la zorra que le jodió la vida y no como en la mujer con la que se moría por estar.
Tenía que hacerlo.
Sin embargo, se levantó de nuevo, se acercó al escritorio y encendió la luz. Cogió entre los dedos el carboncillo y comenzó a trazar el arco perfecto de una ceja. Llevaba a esa mujer tan encajada en el pensamiento que podía dibujarla sin necesidad de verla. Era respirar lo que le costaba hacer cuando no la tenía al lado.
—¿Qué ocurre? —preguntó Rodrigo asomando el torso desnudo tras la puerta.
Joe soltó el carboncillo y dirigió hacia él los ojos, cansados y enrojecidos.
—He tratado de no hacer ruido. Siento haberte despertado.
Rodrigo no necesitó comprobar qué contenían los folios desperdigados por el suelo; sabía bien lo que su amigo, en los últimos días, dibujaba y destrozaba sin descanso.
—Llevas noches sin salir y andas de un lado a otro como un alma en pena —comentó apoyando el peso de su cuerpo en el quicio de la puerta—. ¿Qué está pasando?
—Nada importante. —Hincó los codos en la mesa y se frotó los párpados.
—Esto se te está yendo de las manos —dijo con preocupación—. Lo sabes, ¿verdad?
—Es cansancio —aseguró volviéndose hacia el rostro inacabado de _____—. Solo cansancio. Llevo algunas noches durmiendo mal.
Como si esa explicación lo hubiera dejado todo resuelto, recuperó el lápiz y comenzó a trazar las líneas del suave y delicado cuello. Rodrigo le observó durante un rato, pensativo. Iba a continuar con las preguntas cuando le vio arrugar el dibujo con arrebato, arrojarlo al suelo y comenzar con un nuevo folio. Entonces suspiró con impotencia y desapareció en la oscuridad del pasillo llevándose con él su preocupación.
Rodrigo hizo el café en silencio mientras Bego deambulaba por la casa. Estaba cansado de verla sufrir por Joe, igual que estaba cansado de verlo a él destrozar su vida a causa de su obsesión por la mujer equivocada. No entendía tanta ceguera cuando el amor le parecía algo tan claro y hermoso como la luz. Él sabía a quién amaba y sabía que la amaría hasta su último aliento, incluso tal vez también después. Soñaba con ella, fantaseaba con ella, y, a veces, la miraba a los ojos, le enjugaba las lágrimas con los dedos y la consolaba con palabras cariñosas.
No era todo lo que deseaba hacer, pero sí era todo cuanto podía permitirse con la mujer de su mejor amigo por mucho que este no la mereciera.
Dejó las dos tazas con café en la mesa. Una frente a la silla donde ella había dejado el abrigo y el bolso. La otra justo al lado. Después salió en su busca.
La encontró mirando la habitación de Joe desde la puerta abierta, resistiéndose a pasar al interior.
—Lo siento —susurró él con dulzura, apoyando la espalda en el otro lado del marco.
Ella pareció despertar del amargo aturdimiento.
—He perdido la cuenta de las veces que me has dicho palabras como esas.
—Me gustaría hacer mucho más, pero... —mesó su perilla con gesto preocupado—, pero no es fácil. —Resopló para serenar su frustración—. ¡Si al menos pudiera sacudir a ese descerebrado hasta hacerle entrar en razón!
Bego volvió la mirada hacia la habitación y la dejó clavada en la cama.
—¿Cuántas noches duerme fuera de casa?
—Todas. Hay veces que regresa de madrugada, otras lo hace justo para cambiarse y salir hacia el trabajo. Pero algo está ocurriendo, porque las tres últimas ni siquiera ha salido. No le veo bien y comienzo a estar preocupado. Temo que...
Se angustió al verla coger aire y expulsarlo una y otra vez, pero aguardó al comprender que lo hacía para soportar las ganas de llorar.
Tras unos interminables segundos, ella pareció recomponerse. Pasó al interior, con los brazos cruzados, mirándolo todo con expresión triste.
—Sé que debería desistir —confesó en voz baja—. Pero no voy a hacerlo. Cuando esa poli desaparezca de su vida volverá a necesitarme. Él todavía no lo sabe, pero yo sé que volverá a necesitarme.
—¿Y el daño que te estás haciendo mientras tanto?
—¿Y el daño que me haré si lo pierdo? ¿Y el daño que esa mujer le está haciendo a él? —Las lágrimas comenzaron a rodar de nuevo por sus mejillas—. ¡Acabas de decirme que no está bien!
Rodrigo maldijo entre dientes y se adelantó hacia ella. La envolvió entre sus brazos y dejó que llorara refugiada en su pecho empapándole la camisa y reblandeciéndole el corazón.
—No dejes que ningún hombre te haga sufrir así, Bego —musitó aproximando los labios a su oído—. No se lo permitas nunca a nadie. A nadie.
Ella comenzó a sollozar con más fuerza, él comprimió los párpados mientras se ahogaba en la impotencia de no saber cómo ayudarla.
Se sorprendió al sentirla de pronto rígida. La soltó y siguió la dirección de su mirada: el escritorio.
Bego se acercó despacio, sin apartar los ojos del dibujo en blanco y negro que ocupaba toda una lámina. La cogió entre los dedos y observó la imagen de una hermosa mujer desnuda. Se le escapó un gemido al reconocerla y la soltó como si de un tizón encendido se hubiera tratado.
Abrió la carpeta que encontró en un extremo de la mesa. Estaba llena de ella. La había pintado de mil maneras diferentes, pero siempre hermosa, dulce, perfecta. Ver aquel exceso le rompió el corazón: a ella no la había pintado nunca, ni siquiera con un rápido trazado en un simple pedazo de papel.
—Es _____ —susurró con un hilo de voz.
—Solo son dibujos —dijo Rodrigo al intuir su sufrimiento.
—No —musitó—. Son mucho más de lo que puedes ver. De nuevo se está dejando el alma en esa mujer de la que solamente recibe dolor.
Se estaba dejando el alma que a ella no le había abierto ni por un instante.
Sollozó cubriéndose la boca con las manos. Se preguntó qué iba a quedar de él cuando todo hubiera terminado. Nada, se respondió. Si seguía entregándose de ese modo no quedaría nada. Volvería a hundirse en el abismo en el que había permanecido los últimos años. Y esta vez sería para no salir jamás.
Furiosa, decepcionada y profundamente preocupada por él, pasó las manos por la mesa arrojándolo todo por los aires.
—¡Se acabó! —Apretó la mandíbula y se bebió las lágrimas—. Para todo existe un límite.
—Bego... —musitó tratando de calmarla con un abrazo.
—¡No! —Se apartó y fue hacia la puerta—. Sé muy bien lo que tengo que hacer. Y te juro que lo haré sin dudar.
Salió dejando a Rodrigo inmóvil y consternado, mirando los preciados dibujos de Joe esparcidos por el suelo.
Tras el último vómito bajó la tapa del inodoro y siguió arrodillada en el suelo, por si le volvían las ganas. Llevaba sintiéndose mal los tres mismos días que llevaba sin ver a Joe. Podía parecer exagerado, pero ella encontraba lógico que a la vez que se le iba muriendo el corazón se le enfermara también el cuerpo.
¿Qué iba a hacer ahora, para saber de él, si ya les había entregados los diseños y había cobrado por ellos? ¿Qué podía hacer, si hasta las felicitaciones del cliente le había transmitido? ¿Qué iba a hacer, cuando ya lo había hecho todo para estar cerca de él y nada había funcionado? No debió albergar ninguna esperanza. En su lugar debió haber tenido presente que la herida que deja una traición tan grande nunca termina de sanar.
Sonó el timbre de la puerta al mismo tiempo que le llegó otra arcada. Su estómago se retorció sin hallar nada más que expulsar. Se puso en pie, se mojó la cara y se enjuagó la boca en el lavabo. Se secó con una pequeña toalla, mirándose en el espejo. Estaba horrible, con la piel blanquecina y unas oscuras y hundidas ojeras. Era el aspecto mortecino de quien no se encuentra el alma.
Se frotó las mejillas mientras dejaba que sonara el timbre, y el corazón volvió a latirle resucitado cuando le pareció escuchar la voz de Joe.
Caminó por el pasillo sin encender la luz, con las manos sobre el pecho, conteniendo la respiración y amortiguando el sonido de sus pasos.
—Abre, _____. Por favor, abre —le oyó decir con voz apagada.
Se paró junto a la puerta agonizando en contradicciones. Quería verle, mirarle a los ojos, hablarle... pero aún era pronto para eso. La herida era demasiado reciente y demasiado dolorosa. Temía que le faltarían fuerzas para estar ante él sin echarse a sus brazos buscando su consuelo.
Por eso se quedó quieta, rogando por que se cansara de llamar y se fuera.
—Abre un momento —volvió a pedir tras la puerta—. Tenemos que hablar.
Hablar. Le estaba pidiendo, en tono dulce y afligido, que hablaran. Al fin aceptaba que hablar era el primer paso que debían dar; el primero que debieron haber dado desde el principio. Y la esperanza volvió a asomar con timidez en su herido corazón.
Le temblaban los dedos cuando descorrió el cerrojo y tiró de la manilla. Él apareció con una sombra de cansancio en sus ojos castaños, y, ella, conteniendo la respiración, retrocedió para dejarle espacio.
—He luchado por no venir —se justificó parándose de frente—. Te juro que lo he intentado con todas mis fuerzas.
—Tampoco para mí está siendo fácil —reconoció, expectante.
—Entonces ¿por qué lo hiciste; por qué me echaste de tu lado? —La sintió dudar, y por un momento creyó que podría convencerla—. Olvidemos lo ocurrido. Volvamos a estar como antes.
—¡No! Como antes no —negó enérgicamente con la cabeza—. Si de verdad queremos estar juntos, primero debemos hablar de lo que...
—¿Por qué vuelves una y otra vez a lo mismo? ¿No te das cuenta de que tu insistencia es lo que lo ha estropeado todo? —preguntó con desaliento—. Estábamos bien cuando no tocabas el maldito pasado.
—¡¿Bien?! —exclamó, aturdida—. ¿A qué llamas estar bien? ¿A lo que aseguraste que podíamos hacer en cualquier sucio colchón? ¿A que llegaras aquí cada noche con el único propósito de que me abriera de piernas para ti?
Él acusó el golpe, y la rabia no le dejó ver que lo había merecido.
—No me pareció que te quejaras ninguna de las veces —respondió a la defensiva.
La observación, aunque cierta, la hirió profundamente recordándole cuál sería el tipo de relación que tendrían si le aceptaba con sus condiciones. Volvería a pasar a su lado las horas que él quisiera y del modo en el que se le antojara; volvería a amarle en silencio cuando a él no le apeteciera escuchar sus «te amo». ¿Y cuánto tiempo más se sostendría esa locura?... Probablemente hasta que él se decidiera a escoger entre el amor y el odio que sentía por ella.
—¿A esto te referías al decir que teníamos que hablar? —preguntó en tono acusador para después apretar los párpados y pedir—: ¡Vete! ¡Vete y no vuelvas!
—¿Por qué me reprochas algo que los dos quisimos hacer? —Se acercó hasta que pudo sentirla respirar—. Es más. ¿Por qué me reprochas algo que te mueres por volver a hacer?
Le apartó un mechón, sujetándolo tras la oreja, y hundió con sensualidad los dedos en su cabello.
—Por favor, Joe. —Temblaba por fuera y por dentro—. Esto es absurdo.
—¿Acariciar es absurdo? —musitó al tiempo que alcanzaba el punto en la nuca que sabía que le erizaba la piel.
—No deberías haber venido —insistió tratando de ignorar su contacto—. Vete, por favor.
Él no se movió. La tenía frente a sí, protestando con dureza mientras su piel respondía a sus caricias.
—¿A quién obedezco? —susurró, seductor—. ¿A tu boca, que me pide que me vaya, o a tu cuerpo que suplica que me quede? ¿Cuál de los dos miente, _____?
—Tal vez ninguno de los dos. —Sacó fuerzas para apartarse y fue hacia la puerta. La abrió y esperó a que él se volviera.
El aire frío procedente de la escalera le azotó a Joe la espalda, que tensó la mandíbula y se maldijo tanto por lo que había dicho como por lo que había callado. Cuando se volvió, ambos se miraron a los ojos; ella tratando de mostrarse firme, él sin poder disimular su indecisión.
—_____...
—Ya nos lo hemos dicho todo —sentenció con tristeza—. Ahora quiero que te vayas; quiero que te olvides de mí; quiero que encuentres a quien sepa hacerte feliz, porque los dos sabemos que yo nunca seré esa persona.
Joe bajó la cabeza lamentando la estúpida ceguera con la que había vuelto a estropearlo todo. Avanzó con la intención de no rogar, de no suplicar, de alejarse de ella. Sin embargo, apenas atravesó el umbral y pisó la alfombrilla de bienvenida, volvió a detenerse. Le oprimía la sensación de que una vez que se fuera no habría vuelta atrás... y no estaba dispuesto a perderla, aunque para ello tuviera que tragarse la obstinación y el orgullo.
—_____... —volvió a susurrar al tiempo que se volvía a mirarla y se encontraba con sus húmedos ojos grises.
Y al instante ella cerró la puerta, dejándolo fuera de su casa y fuera de su vida.
Después se quedó allí, quieta, llorando por la última y amarga despedida. Habría sido fácil aceptarle; demasiado fácil y con el tiempo demasiado doloroso para los dos. Pero esos pensamientos no la consolaron.
Respiró por la boca entreabierta al sentir que le regresaban las náuseas y se sujetó con las manos el estómago revuelto. Su cuerpo volvía a enfermar en cuanto él se alejaba.
—Sé que estás ahí —le oyó decir, al otro lado, y bajó los párpados mientras el corazón le palpitaba de nuevo en la garganta.
El de Joe no encontraba espacio donde latir: se moría. Moría golpeándole con apasionamiento, como si le castigara porque no le hubiera dicho todo lo que sentía. Y con mayor apasionamiento hubiera aporreado él la puerta de no haber sabido que eso no le ayudaría a recobrarla, sino a terminar de perderla. Por eso se contuvo y dio en la madera suaves toques con el dorso de los dedos.
—Sé que estás ahí. —Inspiró despacio, refrenando la congoja—. Escúchame, por favor.
Luchaba contra la promesa, que una vez se hizo, de mostrarle su rencor pero jamás su debilidad; esa debilidad que era y siempre sería ella. Ante, tal vez, su última oportunidad, jugaba al fin su última carta, esa que en su afán de protegerse nunca usó: la verdad que llevaba escondida en lo más profundo de su alma; esa verdad que había estado negándose también a sí mismo.
—Sé que estás ahí —repitió una vez más, con la frente pegada a la puerta—. Puedo sentirte. Nunca he necesitado verte para saber que estás cerca de mí... —Tragó, pero su garganta siguió estando seca y la humedad continuó anegándole los ojos—. Entiendo que me estés echando. De verdad lo entiendo, pero... pero entiéndeme también a mí. Me cuesta confesarte esto... Me cuesta la misma vida confesarte que... que te necesito. —Dos gruesas lágrimas resbalaron bajo sus pestañas—. ¡Dios, _____, te necesito con desesperación, te necesito y no sé por qué! Ni siquiera me atrevo a preguntármelo. —Golpeó la puerta con el puño, suavemente, desalentado porque no llegaba respuesta—. No hay nada en esta vida que me importe, salvo estar contigo.
Esperó, pero nada cambió al otro lado, ni un movimiento ni un sonido. Sentía la inmovilidad de _____ como si estuviera viéndola. Lo que no percibía era su llanto, dulce y silencioso, ni la emoción que no le dejaba moverse ante esa extraña y esperada declaración de amor.
—Ya lo ves —dijo rozando con los dedos el borde por el que la puerta no terminaba de abrirse—. Después de los años vuelves a tenerme en tus manos.
Suspiró derrotado. No sabía qué más decir, ni cómo suplicarle para que pusiera fin a su tormento. Si no le escuchaba solo le quedaba volver sobre sus pasos; regresar al vacío en el que se iba a perpetuar su vida sin ella.
Acarició la madera, como la habría acariciado a ella de no haber mediado la puerta, y se tensó al percibir una vibración.
Lentamente el borde comenzó a separarse del marco, y un sonido, como de agonía, salió de la garganta de Joe. Pudo ver, entonces, tras el cristal nebuloso de sus lágrimas, el rostro que amaba mientras los húmedos ojos grises se clavaban en los suyos. Cogió aire a la vez que avanzaba hacia ella, y una vez dentro cerró la puerta con el pie. Sin dejar de mirarla le acarició la mejilla con la palma abierta. _____ suspiró al sentir el roce, sonrió y alzó su pequeña mano para posarla en la suya, grande y fuerte y a pesar de ello temblorosa.
La emoción espesó el aire, dejando sus pulmones incapaces de tomar oxígeno. Pero ellos respiraban ya por los ojos, que se les iban llenando de la imagen del otro que, durante tres días, habían anhelado más de lo que podría hacerlo nadie en una vida entera.
Y ninguno pudo ya contenerse. Ella le echó los brazos al cuello y él la envolvió con desesperación entre los suyos.
—Te amo —susurró _____ en medio de besos con sabor salado a lágrimas.
Él tragó y la besó de nuevo, temeroso y deseoso de oírla, temeroso y deseoso de volver a creerla.
Natuu!
Natuu!
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
ai qe hermoso cap joe fue a buscar ala rayis
le dijo qe la necesita y ella le dio una oportunidad
wiiiiiiiiiiiii jajaja pobres rodrigo y bego ambos sufren
mucho natu porfavor sube un cap mas qiero saber qe sige
plis
le dijo qe la necesita y ella le dio una oportunidad
wiiiiiiiiiiiii jajaja pobres rodrigo y bego ambos sufren
mucho natu porfavor sube un cap mas qiero saber qe sige
plis
Nani Jonas
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
que hermoso cap
enserio senti dolor y angustia casi lloro, se me alcanzaron a aguar mis ojitos jejejeje
nooooooooooo
bego la va a denunciar mendiga vieja
eso es lo que tiene planeado verdad???
sigue plissssssssssss
no seas cruelllll
necesito leer masssssssssssssss
sigue sigue sigue!!!!!!!!!!!!
enserio senti dolor y angustia casi lloro, se me alcanzaron a aguar mis ojitos jejejeje
nooooooooooo
bego la va a denunciar mendiga vieja
eso es lo que tiene planeado verdad???
sigue plissssssssssss
no seas cruelllll
necesito leer masssssssssssssss
sigue sigue sigue!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
23
—¡No puedo! ¡Dios, no puedo pararla!
Sus gritos de auxilio le desgarran la garganta.
La sangre surge a borbotones por entre sus dedos. Mana caliente mientras el cuerpo agujereado se va quedando frío. Sus manos no abarcan a tapar el hueco. La viscosidad roja continúa escapando y robándose la vida.
—¡Nooo! —brama de nuevo Joe.
Y esta vez abre los ojos de golpe y los clava en las sombras oscilantes del techo.
Jadeó angustiado. De nuevo, despertar de esa pesadilla no le provocó ningún alivio. Nada le desgarraba tanto como recordar con plena conciencia.
Miró a su izquierda. _____ continuaba profundamente dormida. Eso significaba que tampoco esta vez había gritado en voz alta.
Las sábanas entre las que unas horas antes la había amado, sellando su reconciliación, ahora se le pegaban al cuerpo y le estorbaban.
Se levantó, con cuidado de no despertarla, y se acercó a la ventana. La luz de las farolas se filtraba por entre las cortinas iluminando a jirones su brillante piel desnuda. Apartó el visillo, posó su abrasada frente en la agradable frialdad del cristal y volvió a cerrar los ojos. Su pensamiento retrocedió hasta aquella tarde, hasta el instante en el que detuvo el coche en el polígono industrial, en la calle que discurría entre la pequeña ladera de tierra y las naves más antiguas y apartadas.
—Yo llevare la bolsa —dice Manu mientras miran hacia los dos coches que aguardan a escasos cien metros.
—¡Deja de fastidiar! —Le increpa sin sospechar que ya no tendrá ocasión de disculparse—. ¡Yo soy el mayor, yo llevo la bolsa, yo hablo y tú no te mueves de mi lado y no dices ni media palabra!
Manu resopla mostrando contrariedad, pero no protesta. Sale del coche y espera pacientemente a que su hermano coja la bolsa de deporte del maletero.
—¡¿Qué haces?! —vuelve a gritarle Joe cuando llega a su lado y le ve con las manos bajo la cazadora vaquera—. ¿Quieres que nos maten? Mantenlas alejadas del cuerpo o pensarán que vas a sacar un arma y nos freirán a tiros.
Otra vez obedece de forma instantánea y silenciosa, con la inquietud pintada en su joven rostro.
Caminan a la par, con la vista al frente y el corazón en constante estado de alarma. Sopla un aire fuerte, extrañamente helador para estar a primeros de septiembre, piensa Joe. Y cada vez que una fría ráfaga le azota el rostro su preocupación se va ahuecando como el tejido de una vela desplegada al viento.
Llevan recorrida la mitad del camino cuando ven salir a los hombres, que se colocan flanqueando a Carmona. Tras la intimidante hilera de matones quedan los vehículos, con los conductores preparados y los motores encendidos.
Joe se sobrecoge ante el despliegue. Le sudan las manos y las comprime con fuerza sobre el asa de la bolsa.
—Tranquilo —dice mirando de reojo a su hermano.
Consigue mostrar aplomo cuando se detiene frente a ellos. A pesar de la angustia tiene confianza en que todo va a salir bien. Aunque se hubiera sentido mejor haciendo eso en solitario y con Manu aguardando en casa, a salvo. Pero que él esté presente es una condición que por más que lo ha intentado no le han permitido discutir.
El de la cicatriz se adelanta para cogerle la bolsa. La abre, inspecciona el interior y se lo muestra a Carmona.
La tensión crece. El narcotraficante les mira en silencio durante unos segundos.
—Aquí no está todo. —Su sonrisa templada alarma a Joe—. ¡¿Qué les parece?¡—pregunta con sarcasmo a sus hombres—. El hijo de puta este cree que me la puede pegar a mí.
Se vuelve hacia su hermano. Sus miradas se cruzan un instante para constatar que en las dos late el mismo desconcierto, el mismo temor a no poder controlar lo que esté a punto de llegar.
Y así es, pero no del modo en el que han temido.
Todo se precipita de una manera irreal e inimaginable. Unas milésimas de segundo que vive con una agonizante lentitud.
Unas piedras ruedan por la pequeña ladera y él gira la cabeza. Piensa que alguien que se esconde en lo alto ha tropezado. Otro de los hombres de Carmona. Pero debe de ser el único que no entiende lo que ocurre. Lo descubre cuando escucha la voz del policía ordenándoles que suelten las armas y levanten los brazos a la vez que se oyen disparos y el chirrido de neumáticos de coches abandonando con precipitación el lugar. Después más motores y sirenas que evidencian una persecución.
Siente que el cielo se abate sobre él. El kilo de cocaína está a sus pies y en una bolsa que le pertenece. Mira un instante a su hermano para infundirle calma. No va a permitir que pase ni un día de prisión por eso. Él es su responsabilidad como también lo son las consecuencias de lo que han hecho.
Alza las manos a la primera orden. Ya tienen suficientes problemas encima para añadir alguno más. Pero vuelve a escuchar al policía, ahora en un tono más alarmante y alterado.
—¡Suelta el arma! ¡Suelta el arma!
Sorprendido por la insistencia se vuelve hacia Manu. En ese momento le ve sacar la mano de debajo de la cazadora. Empuña una pistola.
Un frío mortal le congela las venas y le constriñe los músculos, pero se lanza hacia él con un grito que le destroza la tráquea. Quiere hacerle bajar el arma, interponerse entre él y los policías. Pero no llega a tiempo.
Suenan dos ensordecedores estallidos y Manu cae.
El dolor y la incredulidad le atraviesan el cerebro y el corazón. Hinca de un golpe las rodillas en el suelo. Le retira el pelo de la cara, asustado, sin saber qué hacer. Le palpa con dedos temblorosos el cuello, el pecho.
—¡Oh, Dios! —gime cuando sus manos se cubren de sangre viscosa y caliente a la vez que un violento tirón en su hombro le lanza hacia atrás.
Al instante se encuentra con la presión de una bota sobre la cabeza que le obliga a morder la tierra y las manos contra la espalda.
—¡No! —aúlla con desesperación al sentir el frío metal de las esposas en las muñecas—. Tengo que ayudar a mi hermano. ¡Malditos cabrones! —Se revuelve tratando inútilmente de liberarse—. ¡Déjenme ayudar a mi hermano!
Expulsa aire con alivio al escuchar la orden de soltarlo. Mira fugazmente en dirección a esa autoritaria voz mientras los policías le abren las esposas. Ese hombre le resulta familiar.
En cuanto se ve libre de ataduras se precipita hacia Manu. Le aparta con rapidez la cazadora y ve la sangre salir de su pecho a borbotones. Grita pidiendo una ambulancia al tiempo que tapona el orificio con sus manos.
—Tranquilo —pronuncia a pesar de que la angustia le ahoga—. Todo va a salir bien. —Manu niega con un levísimo gesto—. Deja de llevarme la contraria aunque sea por esta vez —ruega con una dolorosa sonrisa.
—Tú... siempre sueles... tener razón —concede con voz entrecortada.
—Te recordaré más de una vez esto que acabas de decir. —Manu gime de dolor, pero él no deja de apretar sobre la herida—. Tranquilo —repite—. Te van a llevar a un hospital. —Y girando la cabeza un instante vuelve a gritar—: ¡Malditos cabrones! ¡¿Es que nadie ha pedido la puta ambulancia?!
—Lo... siento... —balbucea Manu con los párpados entrecerrados. Dos lágrimas se deslizan por sus sienes hasta perderse entre su cabello café—. La he... jodido bien.
—Soy yo quien te ha fallado. —Aparta una mano de la herida para coger la que él le tiende. Está helada, temblorosa—. Pero ahora no hables. Ahorra fuerzas. —Traga para no llorar—. Ya me perdonarás cuando esto haya pasado.
—Me... muero... hermano...
Un escalofrío le recorre la espalda. Vuelve a gritar reclamando la ambulancia. La rapidez con la que Manu va palideciendo le angustia.
—No digas tonterías. Hemos salido de cosas peores. De esta solo te quedará una cicatriz con la que podrás presumir con las chicas. —Trata de bromear. Pero Manu se va quedando sin fuerzas. Los dos lo saben—. No te duermas. Ahora llegan en tu ayuda. —Y vuelve a levantar la cabeza—. ¡¿Dónde está la ambulancia, hijos de puta?! ¡¿Van a dejar que muera como un perro?!
Con las manos cerrando el hueco por el que se le va la vida a Manu, busca con los ojos al hombre que ha ordenado que le soltaran. Tiene la esperanza de que vuelva a ayudarle, pero no está en el mismo lugar. Con el corazón encogido de angustia sigue mirando a su alrededor.
Lo encuentra a pocos metros, a su espalda.
Pero ya no está solo.
Las palabras suplicando ayuda se le apagan en la boca. El viento le aborda de cara ahogándole, estremeciéndole. El mismo aire vigoroso que le enreda a ella su larga melena castaña y la eleva al cielo.
Por un instante fugaz la recuerda junto a ese hombre, en su piso. «Es un amigo», resuena de nuevo en su mente. «Es un amigo.» Y entonces comprende que ha sido un pobre incauto que ha caído en la trampa más vieja del mundo.
—¡Está llegando la ambulancia! —escucha gritar. Y la humedad vela sus ojos hasta que se le emborrona la figura rígida e impasible de _____.
Se vuelve hacia su hermano. Le cuesta sujetar las lágrimas para que él no las vea. Su dolor es tan grande, tan intenso, que llega a creer que le acabará estallando el corazón.
—Tengo... frío... —susurra Manu tiritando sin fuerzas.
Joe se quita el anorak alternando las manos para no dejar de presionar sobre el flujo de sangre, y le cubre como puede con él.
—No me dejes —le pide a la desesperada—. No puedes abandonarme. Resiste un poco más. Solo un poco más.
Manu hace el esfuerzo de alzar los párpados. Una dulce sonrisa se forma en sus labios, tan blancos como el resto de su piel.
—Al fin... conoceré a... ama.
—¡No, Manu, no! ¡Aún falta mucho para eso! —grita sabiendo que ya es inútil—. ¡No me hagas esto, maldita sea!
Algo parecido a un suspiro escapa de la boca de Manu. Sus ojos castaños, inmóviles como cristales, reflejan el gris tormentoso del cielo.
Joe aúlla de dolor, recoge entre sus brazos el cuerpo inerte y lo estrecha contra su pecho mientras solloza con desgarro.
El corazón le estalla en pedazos y una sombra fría, dolorosa y amarga se extiende por su cuerpo y su mente.
Una sombra que, ahora, después de los años, seguía llevando dentro como si formara parte de su ser.
El vidrio de la ventana había perdido su frialdad y ya no le aliviaba, pero continuó pegado a él, con los ojos cerrados. Manu había sido su responsabilidad y nunca podría perdonarse no haber sabido cuidarlo. Debió haber muerto él aquella tarde. Debió haber muerto él en su lugar, se dijo mientras volvía la cabeza para mirarla dormir. Habría sido más justo y no habría pasado por el terrible dolor de perderlo. Además, se habría ahorrado descubrir la despiadada traición de _____.
Se acercó despacio y se detuvo junto a la cama. Ella dormía con placidez y respiraba con tal suavidad que tuvo que aguzar el oído para escucharla. Contempló un instante sus hombros desnudos y alzó con cuidado el edredón para cubrirla hasta el cuello.
No podía explicarse dónde le nacía esa destructiva necesidad de ella, pero estaba dispuesto a terminar con ese tormento. Lo había decidido hacía horas, mientras sujetándole las manos sobre la almohada la hacía gritar para él. Ella había encontrado espacio entre jadeos para repetirle una y otra vez que le amaba, y él, en lugar de atraparle la boca para silenciarla, había aceptado que esa noche y ese instante marcaban el final.
Ahora, cuando de puntillas se acercaba el amanecer y él iba a salir de esa casa, reafirmarse en su decisión le devolvió un poco de la calma que había perdido recordando la muerte de Manu.
Comenzaba a vestirse cuando ella abrió los ojos y le sonrió, somnolienta.
Trató de hablar, pero él le posó dos dedos sobre los labios y siseó hasta acallarla. Esa mañana no quería conversaciones de última hora. Prefería vestirse en silencio mirándola sonreír arrebujada bajo el edredón. Esa mañana, más que ninguna otra, necesitaba llevarse esa dulce imagen consigo.
Natuu! :happy:
Sus gritos de auxilio le desgarran la garganta.
La sangre surge a borbotones por entre sus dedos. Mana caliente mientras el cuerpo agujereado se va quedando frío. Sus manos no abarcan a tapar el hueco. La viscosidad roja continúa escapando y robándose la vida.
—¡Nooo! —brama de nuevo Joe.
Y esta vez abre los ojos de golpe y los clava en las sombras oscilantes del techo.
Jadeó angustiado. De nuevo, despertar de esa pesadilla no le provocó ningún alivio. Nada le desgarraba tanto como recordar con plena conciencia.
Miró a su izquierda. _____ continuaba profundamente dormida. Eso significaba que tampoco esta vez había gritado en voz alta.
Las sábanas entre las que unas horas antes la había amado, sellando su reconciliación, ahora se le pegaban al cuerpo y le estorbaban.
Se levantó, con cuidado de no despertarla, y se acercó a la ventana. La luz de las farolas se filtraba por entre las cortinas iluminando a jirones su brillante piel desnuda. Apartó el visillo, posó su abrasada frente en la agradable frialdad del cristal y volvió a cerrar los ojos. Su pensamiento retrocedió hasta aquella tarde, hasta el instante en el que detuvo el coche en el polígono industrial, en la calle que discurría entre la pequeña ladera de tierra y las naves más antiguas y apartadas.
—Yo llevare la bolsa —dice Manu mientras miran hacia los dos coches que aguardan a escasos cien metros.
—¡Deja de fastidiar! —Le increpa sin sospechar que ya no tendrá ocasión de disculparse—. ¡Yo soy el mayor, yo llevo la bolsa, yo hablo y tú no te mueves de mi lado y no dices ni media palabra!
Manu resopla mostrando contrariedad, pero no protesta. Sale del coche y espera pacientemente a que su hermano coja la bolsa de deporte del maletero.
—¡¿Qué haces?! —vuelve a gritarle Joe cuando llega a su lado y le ve con las manos bajo la cazadora vaquera—. ¿Quieres que nos maten? Mantenlas alejadas del cuerpo o pensarán que vas a sacar un arma y nos freirán a tiros.
Otra vez obedece de forma instantánea y silenciosa, con la inquietud pintada en su joven rostro.
Caminan a la par, con la vista al frente y el corazón en constante estado de alarma. Sopla un aire fuerte, extrañamente helador para estar a primeros de septiembre, piensa Joe. Y cada vez que una fría ráfaga le azota el rostro su preocupación se va ahuecando como el tejido de una vela desplegada al viento.
Llevan recorrida la mitad del camino cuando ven salir a los hombres, que se colocan flanqueando a Carmona. Tras la intimidante hilera de matones quedan los vehículos, con los conductores preparados y los motores encendidos.
Joe se sobrecoge ante el despliegue. Le sudan las manos y las comprime con fuerza sobre el asa de la bolsa.
—Tranquilo —dice mirando de reojo a su hermano.
Consigue mostrar aplomo cuando se detiene frente a ellos. A pesar de la angustia tiene confianza en que todo va a salir bien. Aunque se hubiera sentido mejor haciendo eso en solitario y con Manu aguardando en casa, a salvo. Pero que él esté presente es una condición que por más que lo ha intentado no le han permitido discutir.
El de la cicatriz se adelanta para cogerle la bolsa. La abre, inspecciona el interior y se lo muestra a Carmona.
La tensión crece. El narcotraficante les mira en silencio durante unos segundos.
—Aquí no está todo. —Su sonrisa templada alarma a Joe—. ¡¿Qué les parece?¡—pregunta con sarcasmo a sus hombres—. El hijo de puta este cree que me la puede pegar a mí.
Se vuelve hacia su hermano. Sus miradas se cruzan un instante para constatar que en las dos late el mismo desconcierto, el mismo temor a no poder controlar lo que esté a punto de llegar.
Y así es, pero no del modo en el que han temido.
Todo se precipita de una manera irreal e inimaginable. Unas milésimas de segundo que vive con una agonizante lentitud.
Unas piedras ruedan por la pequeña ladera y él gira la cabeza. Piensa que alguien que se esconde en lo alto ha tropezado. Otro de los hombres de Carmona. Pero debe de ser el único que no entiende lo que ocurre. Lo descubre cuando escucha la voz del policía ordenándoles que suelten las armas y levanten los brazos a la vez que se oyen disparos y el chirrido de neumáticos de coches abandonando con precipitación el lugar. Después más motores y sirenas que evidencian una persecución.
Siente que el cielo se abate sobre él. El kilo de cocaína está a sus pies y en una bolsa que le pertenece. Mira un instante a su hermano para infundirle calma. No va a permitir que pase ni un día de prisión por eso. Él es su responsabilidad como también lo son las consecuencias de lo que han hecho.
Alza las manos a la primera orden. Ya tienen suficientes problemas encima para añadir alguno más. Pero vuelve a escuchar al policía, ahora en un tono más alarmante y alterado.
—¡Suelta el arma! ¡Suelta el arma!
Sorprendido por la insistencia se vuelve hacia Manu. En ese momento le ve sacar la mano de debajo de la cazadora. Empuña una pistola.
Un frío mortal le congela las venas y le constriñe los músculos, pero se lanza hacia él con un grito que le destroza la tráquea. Quiere hacerle bajar el arma, interponerse entre él y los policías. Pero no llega a tiempo.
Suenan dos ensordecedores estallidos y Manu cae.
El dolor y la incredulidad le atraviesan el cerebro y el corazón. Hinca de un golpe las rodillas en el suelo. Le retira el pelo de la cara, asustado, sin saber qué hacer. Le palpa con dedos temblorosos el cuello, el pecho.
—¡Oh, Dios! —gime cuando sus manos se cubren de sangre viscosa y caliente a la vez que un violento tirón en su hombro le lanza hacia atrás.
Al instante se encuentra con la presión de una bota sobre la cabeza que le obliga a morder la tierra y las manos contra la espalda.
—¡No! —aúlla con desesperación al sentir el frío metal de las esposas en las muñecas—. Tengo que ayudar a mi hermano. ¡Malditos cabrones! —Se revuelve tratando inútilmente de liberarse—. ¡Déjenme ayudar a mi hermano!
Expulsa aire con alivio al escuchar la orden de soltarlo. Mira fugazmente en dirección a esa autoritaria voz mientras los policías le abren las esposas. Ese hombre le resulta familiar.
En cuanto se ve libre de ataduras se precipita hacia Manu. Le aparta con rapidez la cazadora y ve la sangre salir de su pecho a borbotones. Grita pidiendo una ambulancia al tiempo que tapona el orificio con sus manos.
—Tranquilo —pronuncia a pesar de que la angustia le ahoga—. Todo va a salir bien. —Manu niega con un levísimo gesto—. Deja de llevarme la contraria aunque sea por esta vez —ruega con una dolorosa sonrisa.
—Tú... siempre sueles... tener razón —concede con voz entrecortada.
—Te recordaré más de una vez esto que acabas de decir. —Manu gime de dolor, pero él no deja de apretar sobre la herida—. Tranquilo —repite—. Te van a llevar a un hospital. —Y girando la cabeza un instante vuelve a gritar—: ¡Malditos cabrones! ¡¿Es que nadie ha pedido la puta ambulancia?!
—Lo... siento... —balbucea Manu con los párpados entrecerrados. Dos lágrimas se deslizan por sus sienes hasta perderse entre su cabello café—. La he... jodido bien.
—Soy yo quien te ha fallado. —Aparta una mano de la herida para coger la que él le tiende. Está helada, temblorosa—. Pero ahora no hables. Ahorra fuerzas. —Traga para no llorar—. Ya me perdonarás cuando esto haya pasado.
—Me... muero... hermano...
Un escalofrío le recorre la espalda. Vuelve a gritar reclamando la ambulancia. La rapidez con la que Manu va palideciendo le angustia.
—No digas tonterías. Hemos salido de cosas peores. De esta solo te quedará una cicatriz con la que podrás presumir con las chicas. —Trata de bromear. Pero Manu se va quedando sin fuerzas. Los dos lo saben—. No te duermas. Ahora llegan en tu ayuda. —Y vuelve a levantar la cabeza—. ¡¿Dónde está la ambulancia, hijos de puta?! ¡¿Van a dejar que muera como un perro?!
Con las manos cerrando el hueco por el que se le va la vida a Manu, busca con los ojos al hombre que ha ordenado que le soltaran. Tiene la esperanza de que vuelva a ayudarle, pero no está en el mismo lugar. Con el corazón encogido de angustia sigue mirando a su alrededor.
Lo encuentra a pocos metros, a su espalda.
Pero ya no está solo.
Las palabras suplicando ayuda se le apagan en la boca. El viento le aborda de cara ahogándole, estremeciéndole. El mismo aire vigoroso que le enreda a ella su larga melena castaña y la eleva al cielo.
Por un instante fugaz la recuerda junto a ese hombre, en su piso. «Es un amigo», resuena de nuevo en su mente. «Es un amigo.» Y entonces comprende que ha sido un pobre incauto que ha caído en la trampa más vieja del mundo.
—¡Está llegando la ambulancia! —escucha gritar. Y la humedad vela sus ojos hasta que se le emborrona la figura rígida e impasible de _____.
Se vuelve hacia su hermano. Le cuesta sujetar las lágrimas para que él no las vea. Su dolor es tan grande, tan intenso, que llega a creer que le acabará estallando el corazón.
—Tengo... frío... —susurra Manu tiritando sin fuerzas.
Joe se quita el anorak alternando las manos para no dejar de presionar sobre el flujo de sangre, y le cubre como puede con él.
—No me dejes —le pide a la desesperada—. No puedes abandonarme. Resiste un poco más. Solo un poco más.
Manu hace el esfuerzo de alzar los párpados. Una dulce sonrisa se forma en sus labios, tan blancos como el resto de su piel.
—Al fin... conoceré a... ama.
—¡No, Manu, no! ¡Aún falta mucho para eso! —grita sabiendo que ya es inútil—. ¡No me hagas esto, maldita sea!
Algo parecido a un suspiro escapa de la boca de Manu. Sus ojos castaños, inmóviles como cristales, reflejan el gris tormentoso del cielo.
Joe aúlla de dolor, recoge entre sus brazos el cuerpo inerte y lo estrecha contra su pecho mientras solloza con desgarro.
El corazón le estalla en pedazos y una sombra fría, dolorosa y amarga se extiende por su cuerpo y su mente.
Una sombra que, ahora, después de los años, seguía llevando dentro como si formara parte de su ser.
El vidrio de la ventana había perdido su frialdad y ya no le aliviaba, pero continuó pegado a él, con los ojos cerrados. Manu había sido su responsabilidad y nunca podría perdonarse no haber sabido cuidarlo. Debió haber muerto él aquella tarde. Debió haber muerto él en su lugar, se dijo mientras volvía la cabeza para mirarla dormir. Habría sido más justo y no habría pasado por el terrible dolor de perderlo. Además, se habría ahorrado descubrir la despiadada traición de _____.
Se acercó despacio y se detuvo junto a la cama. Ella dormía con placidez y respiraba con tal suavidad que tuvo que aguzar el oído para escucharla. Contempló un instante sus hombros desnudos y alzó con cuidado el edredón para cubrirla hasta el cuello.
No podía explicarse dónde le nacía esa destructiva necesidad de ella, pero estaba dispuesto a terminar con ese tormento. Lo había decidido hacía horas, mientras sujetándole las manos sobre la almohada la hacía gritar para él. Ella había encontrado espacio entre jadeos para repetirle una y otra vez que le amaba, y él, en lugar de atraparle la boca para silenciarla, había aceptado que esa noche y ese instante marcaban el final.
Ahora, cuando de puntillas se acercaba el amanecer y él iba a salir de esa casa, reafirmarse en su decisión le devolvió un poco de la calma que había perdido recordando la muerte de Manu.
Comenzaba a vestirse cuando ella abrió los ojos y le sonrió, somnolienta.
Trató de hablar, pero él le posó dos dedos sobre los labios y siseó hasta acallarla. Esa mañana no quería conversaciones de última hora. Prefería vestirse en silencio mirándola sonreír arrebujada bajo el edredón. Esa mañana, más que ninguna otra, necesitaba llevarse esa dulce imagen consigo.
Natuu! :happy:
Natuu!
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
nooooooooooooooo
va a hacer la llamada!!!!!
la va a acusar!!!!!!!
niña como la dejas ahi!!!!
sigue!!!!!!!!!!!
va a hacer la llamada!!!!!
la va a acusar!!!!!!!
niña como la dejas ahi!!!!
sigue!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Página 7 de 9. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
Temas similares
» Antes de la fama 2da temporada ( zayn y tu ) [Terminada]
» Despues de ti (Parte II) Larry Stylinson TERMINADA
» "Despues De Ti"- Joe y tu Terminada
» 13 Años Después. Terminada
» Antes de la fama (zayn y tu ) terminada
» Despues de ti (Parte II) Larry Stylinson TERMINADA
» "Despues De Ti"- Joe y tu Terminada
» 13 Años Después. Terminada
» Antes de la fama (zayn y tu ) terminada
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
Página 7 de 9.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
» My dearest
Lun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick
» Sayonara, friday night
Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
» in the heart of the circle
Dom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.
» air nation
Miér 06 Nov 2024, 10:08 am por hange.
» life is a box of chocolates
Mar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon
» —Hot clown shit
Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.