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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
"Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Página 8 de 9. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
24
Había estado todo el día librando de maleza el terreno de una finca particular. Había formado parte de un pequeño grupo de cuatro hombres y se había alegrado de que Rodrigo no estuviera entre ellos. Le habría costado conversar con él sin contarle lo que estaba a punto de hacer. No quería adelantarle nada hasta que todo estuviera hecho.
Comenzaba a oscurecer cuando estacionaba junto a la acera, a pocos metros del piso. Tras la última maniobra miró el reloj calculando el tiempo del que disponía para ducharse y salir de nuevo.
—Estás muy silencioso hoy —dijo Rodrigo soltándose el cinturón de seguridad—. No es que seas el hombre más hablador del mundo, pero cuando algo te preocupa te conviertes en una tumba.
—Todo está bien —respondió a la vez que apagaba el motor y sacaba la llave.
—¿Estás seguro? —insistió tratando de verle los ojos.
Joe se volvió hacia él con una abierta y clara sonrisa que no dejó lugar a dudas.
—Estoy seguro. Todo está bien y a partir de esta noche será perfecto.
Rodrigo rio sacudiendo la cabeza. Le iba a preguntar cuál era el misterio que se traía entre manos, cuando su mirada tropezó con Bego, que estaba junto al portal. Se quedó sin aire y el corazón se le aceleró. La observó sin decir nada hasta que el propio Joe la vio y salió del coche. Él le imitó con apresuramiento.
Caminaron juntos hacia ella, que solo tenía ojos para Joe. Si hubiera mirado a ambos hubiera visto que las pupilas de uno brillaban, y las del otro, no; que a uno el corazón le golpeaba el pecho haciéndole temblar, y al otro no; que uno la contempló embobado cuando la tuvo enfrente, y el otro no.
—Te esperaba —dijo ella con voz vibrante, dirigiéndose a Joe—. Tengo algo importante que decirte.
La notó tensa como seda en un bastidor. Comprendió que le pasara después del modo en el que la había desatendido. Le iba a costar hallar las palabras con las que conseguir su perdón, aunque ella era un ser tan especial que presentía que le absolvería de todas formas.
—Me alegra verte —reveló con sinceridad.
Bego intentó sonreír, pero la rigidez de sus músculos no se lo permitió.
—Voy subiendo —dijo Rodrigo, incómodo y aturdido. Abrió el portal y, en lo que duró el último y breve segundo, la mirada afligida de ella se cruzó con la suya.
—Vamos y me lo cuentas arriba —propuso Joe—. No dispongo de mucho tiempo, pero podemos...
Ella introdujo las manos en los bolsillos, inquieta.
—No. Prefiero decírtelo aquí mismo —musitó, y cogió una gran cantidad de aire para confesar—: Lo he hecho por ti, porque te quiero.
La vio tragar, nerviosa, y le apartó el cabello del rostro sonriéndole con ternura.
—Has hecho muchas cosas por mí. No las olvidaré nunca.
—No lo has entendido —repitió temblando—. Sabía que tú no podrías hacerlo.
—¿De qué hablas? —murmuró negándose a aceptar lo que acababa de cruzar por su mente.
—Esa llamada. —De nuevo trató de sonreír—. Lo he hecho por ti.
La sangre se le congeló a Joe en las venas y el corazón comenzó a martillearle en las sienes. Durante un instante volvió a ver a _____ como la había contemplado por la mañana: sonriendo desde el arrebujo de sábanas mientras él se vestía. Había contenido la emoción al silenciarle los labios, pues lo que deseaba hablar con ella no podía decirse con prisa: era largo, dulce y delicado, que precisaba de un tiempo que entonces no tenía. Todo lo demás había dejado de parecerle importante: la traición, los años de presidio, su odio enfermizo. Porque al perderla había comprendido que nada le aterraba tanto como vivir sin ella. Y al recuperarla y amarla esa noche, envuelto en sus «te amo», se había arrepentido de haberla acallado todas las otras veces. No, no podía ser. No podía estar ocurriendo ahora, cuando iba a pedirle que hablaran del pasado durante horas, durante toda la noche, durante toda la vida si ella quería hacerlo, pero que supiera que aun sin sus explicaciones deseaba pasar a su lado el resto de esa vida.
—Eso no es cierto —dijo mientras empezaba a faltarle la respiración—. Dime que no lo es.
Bego se sobrecogió. Esa tarde se había preparado para todo, recordó mientras se abrazaba para detener sus temblores. Lo amaba tanto que todo valía, hasta perderlo, si así lo arrancaba de la destructiva influencia de quien acabaría siendo su perdición.
—Quería ayudarte antes de que esa mujer te hiciera más daño. —Vio cómo el rostro de Joe palidecía hasta asemejarse al blanco del papel—. Esto tenía que terminar.
—¡No! —aulló golpeando sus nudillos contra la áspera pared grisácea.
Desde que salió de la cama de _____, ese amanecer, llevaba soñando con regresar para abrazarla con fuerza, confesarle su amor y pedirle perdón por esa venganza que, ingenuamente, pensó que podría cumplir en ella.
—Me lo agradecerás, Joe. Sé que lo harás.
—¡Te dije que yo me ocuparía, maldita sea! —La sujetó por los brazos y la zarandeó mientras preguntaba—: ¿Cuándo lo has hecho? ¿Hace cuánto tiempo lo has hecho?
—Lo decidí ayer, cuando vi que...
Y dejó de escucharla.
Se giró para volver sobre sus pasos y Bego corrió para ponerse frente a él.
—No vayas —pidió angustiada, caminando hacia atrás porque él seguía avanzando—. Deja que pase. La policía puede estar allí y si te cogen con...
—Es mi problema —interrumpió sin detenerse—. Siempre ha sido mi problema.
Un problema que esta vez resolvería, pasara lo que pasase. Porque estaba dispuesto, una y mil veces estaría dispuesto, a volver al infierno de la cárcel para que ella no tuviera que hacerlo.
Ella se hizo a un lado, encogida de dolor y de frío.
Él se lanzó hacia el coche sin mirar una sola vez hacia atrás y salió haciendo chirriar las ruedas sobre el asfalto.
Condujo por la autopista con toda la urgencia que permitió el motor de su viejo Renault, atormentado por lo que pudiera estar ocurriendo en ese momento.
Accedió a Bilbao en pleno caos de la hora punta. Se destrozó los nervios hasta que alcanzó la zona y ya no tuvo paciencia para estacionar el coche. Lo detuvo en la plaza de Indautxu, medio invadiendo la acera. Le mataba la ansiedad por llegar. Salió dejando las llaves puestas y echó a correr por la calle Ercilla como un poseso. Avanzó sorteando transeúntes, tropezando y recuperando el equilibrio sin aminorar la frenética carrera.
Le faltaba el aliento cuando llegó a la tienda y entró ciego como un ciclón. Sintió alivio al encontrar todo en calma, pero no se detuvo. Hizo caso omiso a _____ y a Lourdes y pasó por su lado sin ver otra cosa que la puerta que conducía al almacén.
Las dos mujeres se miraron sorprendidas, pero solo _____ fue tras él. Lo encontró desplazando la escalera hacia el rincón del fondo.
—¿Qué ocurre? —preguntó a la vez que le asaltaba la angustia.
No respondió. No sabía si le quedaba tiempo para explicaciones. Su única obsesión consistía en sacar de allí la droga y dejarla a ella a salvo.
Subió los peldaños en dos zancadas. Apartó los rollos de tela de la última balda para introducir la mano hasta el fondo y sacó el paquete. Descendió y se paró brevemente frente a _____, que no dejaba de hacer preguntas.
—Te lo explicaré todo —aseguró apretando con los dedos el envoltorio transparente que siempre había tocado con guantes—. Ahora no puedo.
Ella le sujetó por el brazo al ver su intención de salir huyendo.
—¿Qué significa esto? ¿Qué llevas ahí? —preguntó temblorosa. Le resultaban reveladores el tamaño y la forma del bulto.
Joe, asfixiado aún por la carrera, le acarició la mejilla mirándola a los ojos. La preocupación los asemejaba al titanio del Guggen en una tarde de lluvia. Se conmovió hasta el fondo de su alma y sintió deseos de gritar que la amaba. ¿Cómo había sido tan necio de pensar, alguna vez, que podría herirla de algún modo? ¿Cómo había podido creer que dañaría a quien era y siempre sería su vida?
—Te lo explicaré —repitió en voz baja, comiéndosela con la mirada—. Ahora te pido que pase lo que pase confíes en mí. Por favor —susurró emocionado—, confía en mí.
Y la besó en la boca con una brevedad profunda y ansiosa.
—Me estás asustando —dijo _____ cuando la soltó.
Pero él ya no escuchaba. Salía con el corazón ascendiéndole hacia la garganta. Ahora su meta era llegar a casa sin que nadie le interceptara con la mercancía. Ahora era él, y únicamente él, quien se arriesgaba a pasar en la cárcel los años de condena que le quedaban y a sumar otros nueve por reincidir en el mismo delito.
Natuu! :happy:
Comenzaba a oscurecer cuando estacionaba junto a la acera, a pocos metros del piso. Tras la última maniobra miró el reloj calculando el tiempo del que disponía para ducharse y salir de nuevo.
—Estás muy silencioso hoy —dijo Rodrigo soltándose el cinturón de seguridad—. No es que seas el hombre más hablador del mundo, pero cuando algo te preocupa te conviertes en una tumba.
—Todo está bien —respondió a la vez que apagaba el motor y sacaba la llave.
—¿Estás seguro? —insistió tratando de verle los ojos.
Joe se volvió hacia él con una abierta y clara sonrisa que no dejó lugar a dudas.
—Estoy seguro. Todo está bien y a partir de esta noche será perfecto.
Rodrigo rio sacudiendo la cabeza. Le iba a preguntar cuál era el misterio que se traía entre manos, cuando su mirada tropezó con Bego, que estaba junto al portal. Se quedó sin aire y el corazón se le aceleró. La observó sin decir nada hasta que el propio Joe la vio y salió del coche. Él le imitó con apresuramiento.
Caminaron juntos hacia ella, que solo tenía ojos para Joe. Si hubiera mirado a ambos hubiera visto que las pupilas de uno brillaban, y las del otro, no; que a uno el corazón le golpeaba el pecho haciéndole temblar, y al otro no; que uno la contempló embobado cuando la tuvo enfrente, y el otro no.
—Te esperaba —dijo ella con voz vibrante, dirigiéndose a Joe—. Tengo algo importante que decirte.
La notó tensa como seda en un bastidor. Comprendió que le pasara después del modo en el que la había desatendido. Le iba a costar hallar las palabras con las que conseguir su perdón, aunque ella era un ser tan especial que presentía que le absolvería de todas formas.
—Me alegra verte —reveló con sinceridad.
Bego intentó sonreír, pero la rigidez de sus músculos no se lo permitió.
—Voy subiendo —dijo Rodrigo, incómodo y aturdido. Abrió el portal y, en lo que duró el último y breve segundo, la mirada afligida de ella se cruzó con la suya.
—Vamos y me lo cuentas arriba —propuso Joe—. No dispongo de mucho tiempo, pero podemos...
Ella introdujo las manos en los bolsillos, inquieta.
—No. Prefiero decírtelo aquí mismo —musitó, y cogió una gran cantidad de aire para confesar—: Lo he hecho por ti, porque te quiero.
La vio tragar, nerviosa, y le apartó el cabello del rostro sonriéndole con ternura.
—Has hecho muchas cosas por mí. No las olvidaré nunca.
—No lo has entendido —repitió temblando—. Sabía que tú no podrías hacerlo.
—¿De qué hablas? —murmuró negándose a aceptar lo que acababa de cruzar por su mente.
—Esa llamada. —De nuevo trató de sonreír—. Lo he hecho por ti.
La sangre se le congeló a Joe en las venas y el corazón comenzó a martillearle en las sienes. Durante un instante volvió a ver a _____ como la había contemplado por la mañana: sonriendo desde el arrebujo de sábanas mientras él se vestía. Había contenido la emoción al silenciarle los labios, pues lo que deseaba hablar con ella no podía decirse con prisa: era largo, dulce y delicado, que precisaba de un tiempo que entonces no tenía. Todo lo demás había dejado de parecerle importante: la traición, los años de presidio, su odio enfermizo. Porque al perderla había comprendido que nada le aterraba tanto como vivir sin ella. Y al recuperarla y amarla esa noche, envuelto en sus «te amo», se había arrepentido de haberla acallado todas las otras veces. No, no podía ser. No podía estar ocurriendo ahora, cuando iba a pedirle que hablaran del pasado durante horas, durante toda la noche, durante toda la vida si ella quería hacerlo, pero que supiera que aun sin sus explicaciones deseaba pasar a su lado el resto de esa vida.
—Eso no es cierto —dijo mientras empezaba a faltarle la respiración—. Dime que no lo es.
Bego se sobrecogió. Esa tarde se había preparado para todo, recordó mientras se abrazaba para detener sus temblores. Lo amaba tanto que todo valía, hasta perderlo, si así lo arrancaba de la destructiva influencia de quien acabaría siendo su perdición.
—Quería ayudarte antes de que esa mujer te hiciera más daño. —Vio cómo el rostro de Joe palidecía hasta asemejarse al blanco del papel—. Esto tenía que terminar.
—¡No! —aulló golpeando sus nudillos contra la áspera pared grisácea.
Desde que salió de la cama de _____, ese amanecer, llevaba soñando con regresar para abrazarla con fuerza, confesarle su amor y pedirle perdón por esa venganza que, ingenuamente, pensó que podría cumplir en ella.
—Me lo agradecerás, Joe. Sé que lo harás.
—¡Te dije que yo me ocuparía, maldita sea! —La sujetó por los brazos y la zarandeó mientras preguntaba—: ¿Cuándo lo has hecho? ¿Hace cuánto tiempo lo has hecho?
—Lo decidí ayer, cuando vi que...
Y dejó de escucharla.
Se giró para volver sobre sus pasos y Bego corrió para ponerse frente a él.
—No vayas —pidió angustiada, caminando hacia atrás porque él seguía avanzando—. Deja que pase. La policía puede estar allí y si te cogen con...
—Es mi problema —interrumpió sin detenerse—. Siempre ha sido mi problema.
Un problema que esta vez resolvería, pasara lo que pasase. Porque estaba dispuesto, una y mil veces estaría dispuesto, a volver al infierno de la cárcel para que ella no tuviera que hacerlo.
Ella se hizo a un lado, encogida de dolor y de frío.
Él se lanzó hacia el coche sin mirar una sola vez hacia atrás y salió haciendo chirriar las ruedas sobre el asfalto.
Condujo por la autopista con toda la urgencia que permitió el motor de su viejo Renault, atormentado por lo que pudiera estar ocurriendo en ese momento.
Accedió a Bilbao en pleno caos de la hora punta. Se destrozó los nervios hasta que alcanzó la zona y ya no tuvo paciencia para estacionar el coche. Lo detuvo en la plaza de Indautxu, medio invadiendo la acera. Le mataba la ansiedad por llegar. Salió dejando las llaves puestas y echó a correr por la calle Ercilla como un poseso. Avanzó sorteando transeúntes, tropezando y recuperando el equilibrio sin aminorar la frenética carrera.
Le faltaba el aliento cuando llegó a la tienda y entró ciego como un ciclón. Sintió alivio al encontrar todo en calma, pero no se detuvo. Hizo caso omiso a _____ y a Lourdes y pasó por su lado sin ver otra cosa que la puerta que conducía al almacén.
Las dos mujeres se miraron sorprendidas, pero solo _____ fue tras él. Lo encontró desplazando la escalera hacia el rincón del fondo.
—¿Qué ocurre? —preguntó a la vez que le asaltaba la angustia.
No respondió. No sabía si le quedaba tiempo para explicaciones. Su única obsesión consistía en sacar de allí la droga y dejarla a ella a salvo.
Subió los peldaños en dos zancadas. Apartó los rollos de tela de la última balda para introducir la mano hasta el fondo y sacó el paquete. Descendió y se paró brevemente frente a _____, que no dejaba de hacer preguntas.
—Te lo explicaré todo —aseguró apretando con los dedos el envoltorio transparente que siempre había tocado con guantes—. Ahora no puedo.
Ella le sujetó por el brazo al ver su intención de salir huyendo.
—¿Qué significa esto? ¿Qué llevas ahí? —preguntó temblorosa. Le resultaban reveladores el tamaño y la forma del bulto.
Joe, asfixiado aún por la carrera, le acarició la mejilla mirándola a los ojos. La preocupación los asemejaba al titanio del Guggen en una tarde de lluvia. Se conmovió hasta el fondo de su alma y sintió deseos de gritar que la amaba. ¿Cómo había sido tan necio de pensar, alguna vez, que podría herirla de algún modo? ¿Cómo había podido creer que dañaría a quien era y siempre sería su vida?
—Te lo explicaré —repitió en voz baja, comiéndosela con la mirada—. Ahora te pido que pase lo que pase confíes en mí. Por favor —susurró emocionado—, confía en mí.
Y la besó en la boca con una brevedad profunda y ansiosa.
—Me estás asustando —dijo _____ cuando la soltó.
Pero él ya no escuchaba. Salía con el corazón ascendiéndole hacia la garganta. Ahora su meta era llegar a casa sin que nadie le interceptara con la mercancía. Ahora era él, y únicamente él, quien se arriesgaba a pasar en la cárcel los años de condena que le quedaban y a sumar otros nueve por reincidir en el mismo delito.
Natuu! :happy:
Natuu!
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
odio a bego es una metidaaaaa :caliente: :enfadado: :caliente:
y joe q lindo la perdono y la iba a escucharrrr como lo amo
espero que no lo encuentre la policia con la droga seria muy injusto
sigue pronto plisssssssssss
y joe q lindo la perdono y la iba a escucharrrr como lo amo
espero que no lo encuentre la policia con la droga seria muy injusto
sigue pronto plisssssssssss
Julieta♥
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
cap cap cap
amo tu nove
wiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!!!!!!!!!
amo tu nove
wiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
25
Aún le temblaba el corazón cuando entró en casa, cerró la puerta y apoyó en ella la espalda. Hacía unos minutos que, sobre el puente, y tras asegurarse de que nadie le veía, había desgarrado el paquete para que el polvo blanco se esparciera al aire y acabara disuelto en las aguas del río. Pero ni siquiera después de eso se había sentido tranquilo.
La oscuridad de la noche se había colado por las ventanas. Un pálido resplandor se filtraba por la puerta entreabierta de la cocina aportando un poco de claridad al pasillo. Escuchó murmullo de voces, y, casi al instante, vio salir a Rodrigo y acercársele con gesto de preocupación.
—¿Estás bien? —le preguntó sin molestarse en encender ninguna luz.
—No estoy seguro. —Cogió aliento y se soltó la parka, necesitado de espacio para respirar.
—Ya que lo has hecho, espero que al menos hayas llegado a tiempo.
Joe asintió con los ojos fijos en la entrada a la cocina.
—¿Cómo está Bego? —preguntó, pesaroso de haber reaccionado de forma tan incontrolada con ella.
—Todo lo bien que se puede estar después de lo ocurrido. —Joe frunció los labios con impotencia—. No la culpes. Lo ha hecho porque te ama, como el resto de las cosas que ha hecho por ti.
—No podría culparla aunque quisiera —reconoció introduciendo las manos en los estrechos bolsillos de sus vaqueros—. Le debo demasiado.
—¿Por qué no lo dijiste? —reprochó al tiempo que se atusaba la perilla y le miraba fijamente a los ojos—. Si habías decidido que ya no joderías a esa poli, ¿por qué no lo dijiste? —insistió—. Bego no habría hecho esto y todos nos habríamos ahorrado una buena dosis de sufrimiento.
Joe cerró los párpados y echó la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en la puerta.
—He estado a punto de perderla —musitó sin fuerzas—. Ayer por la noche, al recuperarla, decidí que ningún estúpido odio volvería a alejarme de ella. No compensa —reveló, derrotado—. ¡Mi rencor resulta tan insignificante al lado del amor inmenso que siento por ella, que nada me compensaría perderla!
—¿Y por qué no estás diciéndoselo en este momento?
—Tenía que alejarme de la tienda, deshacerme del paquete, dejar pasar el tiempo por si aparecía la Ertzaintza... Y además tengo miedo —admitió con ojos brillantes—. Hoy mismo pensaba hablarle con sinceridad de lo que siento. Después iba a confesarle lo que en mi ceguera he estado a punto de hacer. Pero ya es tarde. Ahora ya lo sabe, y se ha enterado de la peor manera. —Inspiró a la vez que se frotaba el espacio entre los ojos—. Tengo miedo de haberlo estropeado todo, de que no quiera saber más de mí. Lo que he intentado hacerle es grave, muy grave, sobre todo si ignora que antes de causarle algún daño a ella me lo haría a mí mismo.
Rodrigo le apoyó la mano en el hombro, en su particular modo de infundir ánimos, y oprimió ligeramente.
—No esperes más para saber cómo están las cosas. Ve y cuéntaselo todo.
—Pero... tengo que hablar con Bego.
—Ella no necesita explicaciones, sino tiempo para aceptar lo que ya sabe —dijo dispuesto a no dejarle llegar hasta ella aunque insistiera—. Sal y arregla tu vida con quien debes hacerlo.
Joe resopló con fuerza. Comprendió que era Bego quien no quería verle en ese momento, y entendió sus motivos.
—Deséame suerte —pidió separándose de la puerta.
Rodrigo tiró de él, le pegó contra sí y ambos se unieron en un fuerte y emocionado abrazo. Pero todos los buenos deseos, compartidos sin que de sus bocas saliera palabra alguna, no lograron tranquilizarle. Tenía un mal presentimiento oprimiéndole la mente y el corazón.
El cerebro de _____ era un hervidero de preocupación y malos pensamientos. Si había tenido alguna duda sobre el contenido del paquete, esta desapareció al ver llegar a la Ertzaintza y tomar la tienda con un desproporcionado alarde de medios. Había dado la mano a Lourdes durante todo el tiempo que duró el registro, sorprendida y angustiada. Después, cuando se quedaron a solas, le costó tranquilizarla. Le había asegurado que Joe tendría una buena explicación, pero sabía que no era cierto. Había sido una solución momentánea para que dejara de preguntar, una pobre manera de retrasar la dolorosa verdad. Porque ya no podría seguir ocultándole su pasado delictivo.
Había llegado a casa con la esperanza de encontrarlo en cualquier esquina, en los jardines, en el portal. Había esperado que apareciera de entre las sombras y la abrazara para calmarle ese temblor del que no podía deshacerse, para que le susurrara al oído que todo estaba bien. Eso era todo cuanto necesitaba. Ninguna aclaración, ninguna promesa. Tan solo amor y un poco de consuelo.
No recordaba cuántas veces le había llamado por teléfono durante los últimos minutos, pero no se dejó vencer por el desánimo. Siguió insistiendo, segura de que en algún momento tenía que responder. Una vez más pulsaba el botón de rellamada cuando el sonido del timbre la sobresaltó. Soltó el teléfono sobre la mesa de la cocina y se lanzó hacia la puerta.
Suspiró decepcionada al encontrarse con el comisario, agitado y con la preocupación reflejada en el rostro. Aturdida, se dejó confortar por su largo y cálido abrazo. Inmóvil junto a su pecho, advirtió la angustia con la que le latía el corazón y la tensión que le endurecía los músculos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó en cuanto halló fuerzas para soltarla.
—Una simple anécdota —dijo ella mientras le daba la espalda y avanzaba por el pasillo. Necesitaba que la visita acabara antes de la llegada de Joe—. ¡Alguien facilitó a la Ertzaintza una información equivocada! —exclamó tratando inútilmente que sonara divertido.
Él la tomó por el brazo y la obligó a volverse.
—No es lo que me han contado. —Escrutó sus ojos con detenimiento—. No encontraron nada, pero el perro olfateó algo.
_____ recordó la angustia que había sentido al ver al pastor alemán señalar el lugar del que Joe había sacado el paquete. Volvió a temblar aparatosamente y se cruzó de brazos para controlarlo.
—No sé de qué te sorprendes, Carlos. ¿Cuántas veces ha recibido tu unidad confidencias erróneas? ¿Cuántas veces han salido a buscar algo que no existía?
Él apoyó el brazo en la pared y afiló la mirada.
—¿Y precisamente ocurre en tu tienda, donde ese delincuente está metido día sí y día también? —preguntó con desconfianza—. ¿De qué quieres convencerme? Los dos sabemos que te está utilizando de nuevo. Y esta vez está yendo más lejos haciendo que le guardes la mercancía. Solo Dios sabe qué te tiene preparado para más adelante.
—Por favor, Carlos. No hagamos un drama de esto. Quien te haya informado con tanta rapidez también te habrá dicho que no había nada en la tienda, absolutamente nada. Solo fue una desafortunada operación más.
Trató de reanudar el camino a la cocina, pero él volvió a sujetarla.
—No eres tan ingenua como quieres aparentar. —Acercó el rostro como si pretendiera leer en sus ojos—. ¿Qué te da ese cabrón para que se lo perdones todo? —preguntó consumido por unos irracionales celos.
—No me gustan tu tono ni tus formas, Carlos —exclamó apartándose—. Si vas a continuar así te pido que te marches y me dejes sola.
—Es lógico que me pregunte qué te da —insistió bloqueándole el paso—. Te juro que me encantaría saberlo. Llevo años tratando de llegar a ti, y aparece un vulgar maleante del que no deberías fiarte y pierdes la cabeza por él —chasqueó los labios con impaciencia—. Sí, _____, sí —susurró áspero—. Me pregunto una y mil veces qué es lo que ese tipo te da.
Ella le aguantó la mirada, apenada por él, inquieta por Joe.
—No es el delincuente que imaginas.
—No imagino, _____. Me baso en pruebas, en un juicio, en una sentencia. Y ahora también en lo que acaba de pasar —razonó intentando convencerla—. Te está utilizando, está haciendo que le guardes la mercancía. Te va a implicar —acusó sin apartar la vista—. Te va a implicar en toda su mierda y esta vez ni siquiera yo voy a poder ayudarte.
—Te repito que Joe no ha tenido nada que ver con lo ocurrido —dijo con rotundidad—. Está limpio.
—¿Cuántas veces me dijiste eso mismo antes de que le pilláramos? ¡Despierta, _____! —pidió sujetándola por ambos brazos—. La gente como él no cambia nunca y los que están a su lado pagan las consecuencias. Apártate de él de una vez para siempre.
_____ dio unos pasos atrás para que la soltara. Las lágrimas amenazaban con desatarse y no quería que la viera llorar. Mostrar debilidad era como aceptar que él tenía razón, y ella nunca haría eso.
—Quiero estar sola, por favor —dijo presintiendo que Joe no tardaría en aparecer—. No lo tomes a mal, pero quiero que te vayas y me dejes sola.
—Lo haré —aceptó encogiendo los hombros—. Te dejaré sola si es lo que quieres, pero antes tengo que comprobar algo. —Miró alrededor como si lo viera todo por primera vez—. Ese cabrón ha escondido mercancía también aquí —aseguró encaminándose con prisa hacia la habitación.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, alarmada y furiosa.
—Solo será un momento. No revolveré nada —dijo sin detenerse—. Dame unos minutos y la encontraré. Tengo buen olfato para esto.
Aterrada, fue tras él, le adelantó y se plantó ante la puerta.
—No quiero que busques porque no hay nada —advirtió colocando las manos a ambos lados del umbral—. Quiero que te vayas y me dejes en paz.
—Me quedaré más tranquilo si yo mismo lo compruebo —le rozó la mano con intención de apartarla.
—No vas a hacerlo a no ser que traigas una orden de registro —advirtió desafiándole con la mirada.
Él frunció el ceño, dolido.
—Por lo que veo, tu confianza en él no es tan firme como pretendes hacerme creer —opinó con sarcasmo—. Sabes que te utiliza, lo sabes, y a pesar de eso no haces nada por evitarlo. —Trató de mantener el control, pero su rabia fue más poderosa—. Al final va a resultar que es cierto; que ese desgraciado sabe cómo mantener satisfecha a una mujer.
—¡Lárgate de una vez! —vociferó tan molesta como furiosa—. ¿Es que no entiendes que quiero que te vayas?
—¡Maldito cabrón! —exclamó golpeando la pared con el puño cerrado—. Debió haber sido él quien recibiera el tiro en lugar de su hermano. Todos estaríamos mucho mejor. Pero lo pillaré en plena faena, _____, y entonces verás la clase de hombre que es. —Apretó la mandíbula y masculló algo entre dientes—. Estoy cerca, mucho más cerca de lo que imaginas.
—¡Déjalo en paz! —gritó con toda su alma—. ¡No ha hecho nada! —Pero Carlos ya descendía por la escalera haciendo caso omiso a sus voces—. ¡Aléjate tú de él! —continuó chillando desde la entrada—. ¡No ha hecho nada! ¡No ha hecho nada!
Pero ni gritos ni súplicas valdrían esta vez con Carlos, y ella lo sabía.
Cerró la puerta, arrimó la espalda a la madera y se escurrió hasta el suelo, envuelta en llanto. Su preocupación ya no era saber si Joe estaba mezclado en asuntos sucios. Ahora su angustia se centraba en que se mantuviera a salvo de la justicia, a salvo de la sagacidad del comisario.
Recordó la última conversación en su despacho antes de que todo ocurriera. Entonces ya amaba a Joe con toda su alma, creía ciegamente en su inocencia y compartía con él días enteros y noches completas.
—Está limpio —dice ella con vehemencia mientras le pasa el informe—. Quítale la vigilancia y deja de grabar sus conversaciones telefónicas, porque es el hombre más honrado que te puedas imaginar —afirma sentándose frente a él.
—¡Vaya! —dice Carlos sonriendo de modo forzado—. ¿Y todo eso lo has descubierto mientras le vigilabas desde el coche?
—En este tiempo no ha hecho otra cosa que trabajar y divertirse como cualquier joven normal —responde nerviosa.
La persistente mirada del comisario le hace sospechar que su relación ha dejado de ser un secreto.
—¿Tienes idea del lío en el que te estás metiendo? —presiona con preocupación. Ella siente que se queda sin aire—. Debí seguir mi instinto y apartarte de ese tipo cuando estuve a tiempo. Pero, iluso de mí, no quise provocar tu furia.
_____ se arrellana en el asiento, incómoda.
—¿Vas a retirarle la vigilancia y las escuchas? —insiste como si no hubiera oído sus recriminaciones.
El comisario resopla con impaciencia.
—¿Sabes qué te ocurrirá si se llega a saber lo que estás haciendo? —pregunta en un murmullo—. ¿Sabes que yo no debería callarme lo que sé?
Ella se mantiene firme, dispuesta a no mostrar su inquietud.
—Haz lo que tengas que hacer.
—Me duele que digas eso. Me ofende. —El brillo en sus ojos lo corrobora—. Sabes que te amo, y a estas alturas también sabes que haría cualquier cosa por ti. Pero me cuesta soportar que estés con un delincuente que antes o después será tu perdición. Me preocupas.
—No deberías hacerlo —asegura convencida—. Es honrado, Carlos. Respondería con mi vida por él.
Se apretó más contra la puerta y su llanto se hizo más intenso al recordar aquellas palabras. La seguridad le había durado poco. Unos días después de su enérgica defensa se sintió morir cuando le vio hacer movimientos extraños, visitar antros de delincuencia y sexo y finalmente esconder, en el hogar que compartía con su hermano pequeño, un paquete exactamente igual al que había sacado de la tienda esa misma tarde. En aquella ocasión su corazón se equivocó, y después de los años estaba ocurriendo lo mismo. Nada había cambiado. Ni su forma de engañarse ni la fuerza de sus sentimientos.
Natuu! :D
La oscuridad de la noche se había colado por las ventanas. Un pálido resplandor se filtraba por la puerta entreabierta de la cocina aportando un poco de claridad al pasillo. Escuchó murmullo de voces, y, casi al instante, vio salir a Rodrigo y acercársele con gesto de preocupación.
—¿Estás bien? —le preguntó sin molestarse en encender ninguna luz.
—No estoy seguro. —Cogió aliento y se soltó la parka, necesitado de espacio para respirar.
—Ya que lo has hecho, espero que al menos hayas llegado a tiempo.
Joe asintió con los ojos fijos en la entrada a la cocina.
—¿Cómo está Bego? —preguntó, pesaroso de haber reaccionado de forma tan incontrolada con ella.
—Todo lo bien que se puede estar después de lo ocurrido. —Joe frunció los labios con impotencia—. No la culpes. Lo ha hecho porque te ama, como el resto de las cosas que ha hecho por ti.
—No podría culparla aunque quisiera —reconoció introduciendo las manos en los estrechos bolsillos de sus vaqueros—. Le debo demasiado.
—¿Por qué no lo dijiste? —reprochó al tiempo que se atusaba la perilla y le miraba fijamente a los ojos—. Si habías decidido que ya no joderías a esa poli, ¿por qué no lo dijiste? —insistió—. Bego no habría hecho esto y todos nos habríamos ahorrado una buena dosis de sufrimiento.
Joe cerró los párpados y echó la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en la puerta.
—He estado a punto de perderla —musitó sin fuerzas—. Ayer por la noche, al recuperarla, decidí que ningún estúpido odio volvería a alejarme de ella. No compensa —reveló, derrotado—. ¡Mi rencor resulta tan insignificante al lado del amor inmenso que siento por ella, que nada me compensaría perderla!
—¿Y por qué no estás diciéndoselo en este momento?
—Tenía que alejarme de la tienda, deshacerme del paquete, dejar pasar el tiempo por si aparecía la Ertzaintza... Y además tengo miedo —admitió con ojos brillantes—. Hoy mismo pensaba hablarle con sinceridad de lo que siento. Después iba a confesarle lo que en mi ceguera he estado a punto de hacer. Pero ya es tarde. Ahora ya lo sabe, y se ha enterado de la peor manera. —Inspiró a la vez que se frotaba el espacio entre los ojos—. Tengo miedo de haberlo estropeado todo, de que no quiera saber más de mí. Lo que he intentado hacerle es grave, muy grave, sobre todo si ignora que antes de causarle algún daño a ella me lo haría a mí mismo.
Rodrigo le apoyó la mano en el hombro, en su particular modo de infundir ánimos, y oprimió ligeramente.
—No esperes más para saber cómo están las cosas. Ve y cuéntaselo todo.
—Pero... tengo que hablar con Bego.
—Ella no necesita explicaciones, sino tiempo para aceptar lo que ya sabe —dijo dispuesto a no dejarle llegar hasta ella aunque insistiera—. Sal y arregla tu vida con quien debes hacerlo.
Joe resopló con fuerza. Comprendió que era Bego quien no quería verle en ese momento, y entendió sus motivos.
—Deséame suerte —pidió separándose de la puerta.
Rodrigo tiró de él, le pegó contra sí y ambos se unieron en un fuerte y emocionado abrazo. Pero todos los buenos deseos, compartidos sin que de sus bocas saliera palabra alguna, no lograron tranquilizarle. Tenía un mal presentimiento oprimiéndole la mente y el corazón.
El cerebro de _____ era un hervidero de preocupación y malos pensamientos. Si había tenido alguna duda sobre el contenido del paquete, esta desapareció al ver llegar a la Ertzaintza y tomar la tienda con un desproporcionado alarde de medios. Había dado la mano a Lourdes durante todo el tiempo que duró el registro, sorprendida y angustiada. Después, cuando se quedaron a solas, le costó tranquilizarla. Le había asegurado que Joe tendría una buena explicación, pero sabía que no era cierto. Había sido una solución momentánea para que dejara de preguntar, una pobre manera de retrasar la dolorosa verdad. Porque ya no podría seguir ocultándole su pasado delictivo.
Había llegado a casa con la esperanza de encontrarlo en cualquier esquina, en los jardines, en el portal. Había esperado que apareciera de entre las sombras y la abrazara para calmarle ese temblor del que no podía deshacerse, para que le susurrara al oído que todo estaba bien. Eso era todo cuanto necesitaba. Ninguna aclaración, ninguna promesa. Tan solo amor y un poco de consuelo.
No recordaba cuántas veces le había llamado por teléfono durante los últimos minutos, pero no se dejó vencer por el desánimo. Siguió insistiendo, segura de que en algún momento tenía que responder. Una vez más pulsaba el botón de rellamada cuando el sonido del timbre la sobresaltó. Soltó el teléfono sobre la mesa de la cocina y se lanzó hacia la puerta.
Suspiró decepcionada al encontrarse con el comisario, agitado y con la preocupación reflejada en el rostro. Aturdida, se dejó confortar por su largo y cálido abrazo. Inmóvil junto a su pecho, advirtió la angustia con la que le latía el corazón y la tensión que le endurecía los músculos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó en cuanto halló fuerzas para soltarla.
—Una simple anécdota —dijo ella mientras le daba la espalda y avanzaba por el pasillo. Necesitaba que la visita acabara antes de la llegada de Joe—. ¡Alguien facilitó a la Ertzaintza una información equivocada! —exclamó tratando inútilmente que sonara divertido.
Él la tomó por el brazo y la obligó a volverse.
—No es lo que me han contado. —Escrutó sus ojos con detenimiento—. No encontraron nada, pero el perro olfateó algo.
_____ recordó la angustia que había sentido al ver al pastor alemán señalar el lugar del que Joe había sacado el paquete. Volvió a temblar aparatosamente y se cruzó de brazos para controlarlo.
—No sé de qué te sorprendes, Carlos. ¿Cuántas veces ha recibido tu unidad confidencias erróneas? ¿Cuántas veces han salido a buscar algo que no existía?
Él apoyó el brazo en la pared y afiló la mirada.
—¿Y precisamente ocurre en tu tienda, donde ese delincuente está metido día sí y día también? —preguntó con desconfianza—. ¿De qué quieres convencerme? Los dos sabemos que te está utilizando de nuevo. Y esta vez está yendo más lejos haciendo que le guardes la mercancía. Solo Dios sabe qué te tiene preparado para más adelante.
—Por favor, Carlos. No hagamos un drama de esto. Quien te haya informado con tanta rapidez también te habrá dicho que no había nada en la tienda, absolutamente nada. Solo fue una desafortunada operación más.
Trató de reanudar el camino a la cocina, pero él volvió a sujetarla.
—No eres tan ingenua como quieres aparentar. —Acercó el rostro como si pretendiera leer en sus ojos—. ¿Qué te da ese cabrón para que se lo perdones todo? —preguntó consumido por unos irracionales celos.
—No me gustan tu tono ni tus formas, Carlos —exclamó apartándose—. Si vas a continuar así te pido que te marches y me dejes sola.
—Es lógico que me pregunte qué te da —insistió bloqueándole el paso—. Te juro que me encantaría saberlo. Llevo años tratando de llegar a ti, y aparece un vulgar maleante del que no deberías fiarte y pierdes la cabeza por él —chasqueó los labios con impaciencia—. Sí, _____, sí —susurró áspero—. Me pregunto una y mil veces qué es lo que ese tipo te da.
Ella le aguantó la mirada, apenada por él, inquieta por Joe.
—No es el delincuente que imaginas.
—No imagino, _____. Me baso en pruebas, en un juicio, en una sentencia. Y ahora también en lo que acaba de pasar —razonó intentando convencerla—. Te está utilizando, está haciendo que le guardes la mercancía. Te va a implicar —acusó sin apartar la vista—. Te va a implicar en toda su mierda y esta vez ni siquiera yo voy a poder ayudarte.
—Te repito que Joe no ha tenido nada que ver con lo ocurrido —dijo con rotundidad—. Está limpio.
—¿Cuántas veces me dijiste eso mismo antes de que le pilláramos? ¡Despierta, _____! —pidió sujetándola por ambos brazos—. La gente como él no cambia nunca y los que están a su lado pagan las consecuencias. Apártate de él de una vez para siempre.
_____ dio unos pasos atrás para que la soltara. Las lágrimas amenazaban con desatarse y no quería que la viera llorar. Mostrar debilidad era como aceptar que él tenía razón, y ella nunca haría eso.
—Quiero estar sola, por favor —dijo presintiendo que Joe no tardaría en aparecer—. No lo tomes a mal, pero quiero que te vayas y me dejes sola.
—Lo haré —aceptó encogiendo los hombros—. Te dejaré sola si es lo que quieres, pero antes tengo que comprobar algo. —Miró alrededor como si lo viera todo por primera vez—. Ese cabrón ha escondido mercancía también aquí —aseguró encaminándose con prisa hacia la habitación.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, alarmada y furiosa.
—Solo será un momento. No revolveré nada —dijo sin detenerse—. Dame unos minutos y la encontraré. Tengo buen olfato para esto.
Aterrada, fue tras él, le adelantó y se plantó ante la puerta.
—No quiero que busques porque no hay nada —advirtió colocando las manos a ambos lados del umbral—. Quiero que te vayas y me dejes en paz.
—Me quedaré más tranquilo si yo mismo lo compruebo —le rozó la mano con intención de apartarla.
—No vas a hacerlo a no ser que traigas una orden de registro —advirtió desafiándole con la mirada.
Él frunció el ceño, dolido.
—Por lo que veo, tu confianza en él no es tan firme como pretendes hacerme creer —opinó con sarcasmo—. Sabes que te utiliza, lo sabes, y a pesar de eso no haces nada por evitarlo. —Trató de mantener el control, pero su rabia fue más poderosa—. Al final va a resultar que es cierto; que ese desgraciado sabe cómo mantener satisfecha a una mujer.
—¡Lárgate de una vez! —vociferó tan molesta como furiosa—. ¿Es que no entiendes que quiero que te vayas?
—¡Maldito cabrón! —exclamó golpeando la pared con el puño cerrado—. Debió haber sido él quien recibiera el tiro en lugar de su hermano. Todos estaríamos mucho mejor. Pero lo pillaré en plena faena, _____, y entonces verás la clase de hombre que es. —Apretó la mandíbula y masculló algo entre dientes—. Estoy cerca, mucho más cerca de lo que imaginas.
—¡Déjalo en paz! —gritó con toda su alma—. ¡No ha hecho nada! —Pero Carlos ya descendía por la escalera haciendo caso omiso a sus voces—. ¡Aléjate tú de él! —continuó chillando desde la entrada—. ¡No ha hecho nada! ¡No ha hecho nada!
Pero ni gritos ni súplicas valdrían esta vez con Carlos, y ella lo sabía.
Cerró la puerta, arrimó la espalda a la madera y se escurrió hasta el suelo, envuelta en llanto. Su preocupación ya no era saber si Joe estaba mezclado en asuntos sucios. Ahora su angustia se centraba en que se mantuviera a salvo de la justicia, a salvo de la sagacidad del comisario.
Recordó la última conversación en su despacho antes de que todo ocurriera. Entonces ya amaba a Joe con toda su alma, creía ciegamente en su inocencia y compartía con él días enteros y noches completas.
—Está limpio —dice ella con vehemencia mientras le pasa el informe—. Quítale la vigilancia y deja de grabar sus conversaciones telefónicas, porque es el hombre más honrado que te puedas imaginar —afirma sentándose frente a él.
—¡Vaya! —dice Carlos sonriendo de modo forzado—. ¿Y todo eso lo has descubierto mientras le vigilabas desde el coche?
—En este tiempo no ha hecho otra cosa que trabajar y divertirse como cualquier joven normal —responde nerviosa.
La persistente mirada del comisario le hace sospechar que su relación ha dejado de ser un secreto.
—¿Tienes idea del lío en el que te estás metiendo? —presiona con preocupación. Ella siente que se queda sin aire—. Debí seguir mi instinto y apartarte de ese tipo cuando estuve a tiempo. Pero, iluso de mí, no quise provocar tu furia.
_____ se arrellana en el asiento, incómoda.
—¿Vas a retirarle la vigilancia y las escuchas? —insiste como si no hubiera oído sus recriminaciones.
El comisario resopla con impaciencia.
—¿Sabes qué te ocurrirá si se llega a saber lo que estás haciendo? —pregunta en un murmullo—. ¿Sabes que yo no debería callarme lo que sé?
Ella se mantiene firme, dispuesta a no mostrar su inquietud.
—Haz lo que tengas que hacer.
—Me duele que digas eso. Me ofende. —El brillo en sus ojos lo corrobora—. Sabes que te amo, y a estas alturas también sabes que haría cualquier cosa por ti. Pero me cuesta soportar que estés con un delincuente que antes o después será tu perdición. Me preocupas.
—No deberías hacerlo —asegura convencida—. Es honrado, Carlos. Respondería con mi vida por él.
Se apretó más contra la puerta y su llanto se hizo más intenso al recordar aquellas palabras. La seguridad le había durado poco. Unos días después de su enérgica defensa se sintió morir cuando le vio hacer movimientos extraños, visitar antros de delincuencia y sexo y finalmente esconder, en el hogar que compartía con su hermano pequeño, un paquete exactamente igual al que había sacado de la tienda esa misma tarde. En aquella ocasión su corazón se equivocó, y después de los años estaba ocurriendo lo mismo. Nada había cambiado. Ni su forma de engañarse ni la fuerza de sus sentimientos.
Natuu! :D
Natuu!
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
noooo que triste
pero joe si ha cambiado
ese paquete solo fue por venganza
ese carlos me cae mal
es mas metido y autoritario con la rayis
que llegue ya joe para que puedan hablar y aclarar las cosas
sigue!!!!!!!!!!!!!!!!!
pero joe si ha cambiado
ese paquete solo fue por venganza
ese carlos me cae mal
es mas metido y autoritario con la rayis
que llegue ya joe para que puedan hablar y aclarar las cosas
sigue!!!!!!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
no puedo creerlo joe es muy tierno
alfin reconocio qe ama ala rayis
wiiiiiiiiii odio a carlos es un entrometido
siguela pronto plis
alfin reconocio qe ama ala rayis
wiiiiiiiiii odio a carlos es un entrometido
siguela pronto plis
Nani Jonas
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
Solo ire a comer y despues les subo el capítulo :)
Natuu!
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
wiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
cappppppppppppppppppp
cappppppppppppppppppp
Julieta♥
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
26
Joe esperó un rato en los jardines de Botica Vieja. Observó la calle desierta hasta tener la seguridad de que nadie le había seguido y que ni un alma respiraba a su alrededor. Su reloj marcaba las cinco de la mañana cuando cruzó la carretera. Se detuvo ante el portal, bien arrimado al edificio para no destacar en la oscuridad. Cogió oxígeno una y otra vez, con la mano comprimiendo su abdomen. Cogió oxígeno hasta que se sintió con fuerzas para pulsar el botón de llamada.
Arriba, _____ dormía sobre el mullido edredón blanco, con la luz de la lamparita encendida. No se había quitado la ropa, ni se había cubierto con una simple manta, porque su intención había sido esperar todo el tiempo necesario. Pero las lágrimas y el cansancio la habían vencido.
Abrió los ojos, sobresaltada por el sonido del timbre. Miró el reloj en la mesilla y su temor aumentó. Saltó de la cama y corrió hacia la puerta mientras se le evaporaba el oxígeno. Preguntó a la vez que oprimía el interruptor que desbloqueaba la entrada al portal. No recibió respuesta y salió al rellano. Los sonidos de un apresurado ascenso por la escalera alborotaron el reposo de la noche y terminaron de agitarle el corazón. Se llevó la mano al pecho temiendo que se le escapara en uno de sus angustiosos latidos.
Cuando alcanzó a verlo el aire regresó llenándole de golpe los pulmones. Pero siguió sintiendo ahogo. Ahogo de alivio, ahogo de emoción. De la misma emoción que paralizó a Joe a falta de un peldaño para alcanzar el rellano y a ella.
La miró como si la viera por primera vez. Estaba hermosa. Con la ansiedad y la preocupación vibrando en su cansado rostro, estaba delicadamente hermosa. La acarició con los ojos al tiempo que también él sentía en su piel y en su alma la caricia de su dulce mirada gris. La amaba. La amaba con desesperación y ahora sabía que la amaría hasta su último aliento.
Cerró los ojos al sentirla rodear su cuerpo y dejó escapar un profundo suspiro. Sus dedos se movieron con voluntad propia buscando tocarla, pero los crispó en dos puños y los obligó a permanecer inmóviles y esquivos. Porque amarla no consistía solo en decírselo y llenarla de besos, se recordó mientras se dejaba arrastrar por ella hacia el interior de la casa.
—¿Cuarenta y ocho horas son suficientes para ti? —le había preguntado Carmona hacía un rato. Él había asentido con un gesto, ahogado por las puñadas recibidas, casi todas en la boca del estómago—. Si nos fallas nos divertiremos con tu preciosa novia para olvidarnos del mal trago.
La sangre se le había encendido hasta calcinarle las venas, pero apretó los dientes pensando en que lo único que importaba era mantenerla a salvo.
—No... tengo novia —había conseguido decir con fatiga.
—¿Ah, no? —preguntó, sarcástico—. Y esa mujer a la que besas y manoseas en su tienda y en la calle, ¿quién es? ¿Una puta a la que pagas por follar?
—Algo parecido —respondió—. Es la maldita poli que me engañó y me encerró en la cárcel. Estoy preparando mi venganza.
—¡Qué conmovedor! —había dicho antes de sujetarle del cabello y tirarlo hacia atrás para mirarle a los ojos—. Pero no te creo. Por la cuenta que te tiene, haz bien las cosas. De no ser así, esa preciosidad será la encargada de compensarnos. Seguro que a alguno de estos pervertidos se le está poniendo dura deseando que falles.
Su carcajada soez y las risas cómplices de sus hombres le terminaron de llenar de terror y de cólera.
—Me harían un favor. —A duras penas había controlado su furia—. Acabar con una ex poli que tiene contactos con los cabrones de más rango en el cuerpo no es fácil. No me apetece demasiado volver a la trena.
Carmona le había respondido encajándole el puño en la boca del estómago, haciéndole doblarse y gritar de dolor buscando aire.
—Sabré si mientes —había dicho mientras se masajeaba los nudillos—. No ha nacido el hijo de puta que me engañe y viva para contarlo. Y no acostumbro a dar un final rápido a quien ha tratado de joderme —mencionó orgulloso—. El chiquito aquel, el amigo de tu hermano, descubrió lo que tarda en llegar la muerte cuando se la desea. —Recordarlo dibujó en su boca una sonrisa sádica—. ¿Cuánto crees que aguantaría tu chica? —Las risas de sus hombres le animaron a seguir—. ¿Cómo de buena es gritando? A estos cabrones depravados les gusta que las mujeres griten pidiendo clemencia. —Se acercó a su rostro para distinguirle el pavor en los ojos—. ¿Quieres que te cuente con qué saña las disfrutan antes de que las muy zorras se rompan?
El chirrido que sonó en su cerebro al apretar los dientes le devolvió al presente. Le martirizaba recordar las acciones que le había detallado aquel malnacido, le abrasaba desde las entrañas, pero a la vez le daba fuerzas. No dejaría que la rozara, no dejaría que la mirara siquiera, no dejaría que continuara respirando en el mismo mundo en el que ella lo hacía.
—Por fin estás aquí —oyó decir a _____, que seguía conduciéndole por el pasillo y rozándole la cara con los dedos como si le costara creerlo—. Te he esperado durante toda la noche, mi vida. —Joe retuvo al aliento al oír esas dos palabras, todavía extrañas, a las que ya no tendría tiempo de acostumbrarse—. ¡He pasado tanto miedo! Te he llamado cientos de veces, no cogías el teléfono y llegué a temer que te hubieran... —No pudo terminar la frase. Se sentía morir tan solo con imaginar que podían volver a detenerlo.
Él se paró ante la puerta abierta de la habitación, pero, tan preocupada estaba _____, que no notó su resistencia a dejarse llevar ni su tenaz silencio.
—¿Por qué has tenido que volver a hacerlo? —preguntó angustiada y sin dejar de acariciarle el rostro—. Creí que habías abandonado esas cosas, que todo había quedado en un error del pasado y que querías una nueva vida. No imaginas el dolor que sentí al verte con ese paquete.
En la mente de Joe resonó de nuevo la voz amenazante de Carmona. No podía seguir retrasando lo inevitable. Por más que le atormentara la idea de herirla, no le quedaba otra opción.
—No era para mí —musitó sin haberla apartado ni un instante de las retinas.
—¿Qué dices? —preguntó sorprendida—. ¿Qué cosa no era para ti?
—El plan era perfecto. Pero al final no he podido ser tan despiadado como lo fuiste tú.
Durante unos segundos ella le miró con los ojos abiertos de par en par, sin reconocer al dulce y apasionado hombre de la noche anterior. Después caminó hacia atrás, tambaleante, adentrándose en su habitación hasta que sus piernas tropezaron con la cama. Se dejó caer, abatida, y se cubrió el rostro con las manos. Pensó en que se había preocupado por acercarse a él, por abrigarle, por ayudarle a salir adelante, y que mientras lo hacía había ido olvidando el miedo que le causó comprobar la intensidad de su rencor en los primeros encuentros, la desconfianza que le provocaron sus acechos.
Joe aprovechó ese instante para apretar los dientes y suplicar que alguien le diera fuerzas para lo que aún le quedaba por decir.
—Veo que te has dado cuenta. Siempre fuiste bastante más lista que yo —opinó mostrando desprecio—. Era para ti —aclaró al entrar en el cuarto—. Mi regalo de despedida; mi particular modo de ajustar cuentas. Qué desquite tan estúpido, ¿verdad? De haber sido el peligroso delincuente que piensas que soy, la venganza me habría resultado más sencilla: un rápido y frío tiro entre los ojos habría bastado.
—¿Qué... quieres decir? —preguntó alzando la mirada.
—Que te equivocaste de hombre —bramó con la rabia con la que disfrazó su pena—, que no era a mí a quien buscabas, que me pillaste devolviendo algo que nunca fue mío.
_____ gimió dolorida y se llevó las manos al corazón. Que él fuera inocente lo hacía todo más incomprensible, más cruel. Día a día, durante cuatro largos años, había tratado de imaginar el tormento de su encierro. Ahora le resultaba imposible asimilar la desesperación que, saberse inocente, había ido sumando a ese injusto martirio.
—Buscábamos a Trazos —reveló, sobrecogida, con un casi imperceptible hilo de voz.
—Manu supo lo que era la ternura de una madre por mis pocos recuerdos. Los hizo suyos, igual que a veces hizo suyo el alias que me puso nuestra madre. Ya ves —simuló un gesto de sarcasmo—, tuvimos una mierda de vida y tú llegaste a jodérnosla del todo.
—Pero... pero tu abogado admitió todos los cargos.
—¿Crees que podía haber hecho otra cosa, como culpar de todo a mi hermano muerto? Seguramente ese es tu estilo, pero no es el mío —dijo esforzándose por que sonara a ofensa.
Ella hizo el esfuerzo de continuar, con las mejillas bañadas ya en lágrimas.
—¿Y por qué retiraste el paquete de la tienda? Debiste dejar que ocurriera, que todo este suplicio de años terminara de una vez.
—No vale la pena; tú no vales la pena —alegó destrozándose con cada sílaba.
—No lo hiciste porque me amas —se atrevió a decir—. Me lo dijiste anoche, a tu manera, con tus palabras.
—Mentí. —Se quedó sin aire y aspiró con fuerza—. Tú sabes bien lo sencillo que es mentir de esa forma.
—No te creo —insistió, pero su voz tembló ante el primer asomo de duda—. Puedo entender todos los reproches que quieras hacerme, los merezco, pero me amas. Sé que me amas y que por eso no has podido vengarte de mí.
Joe negó con silenciosa impotencia tragándose el deseo de confesarle que esa era la razón. Su única razón.
—¿Cómo puedes creer que te ame cuando tú...? —Cogió una gran cantidad de aire para continuar—. Tú no sabes lo que es amar de verdad. Si lo supieras no confundirías con amor lo poco que yo te di.
—Dices que no sé amar de verdad. —Se levantó mirándole con una tristeza ofendida—. Si no saber amar es agonizar porque la otra persona no está a tu lado; si no saber amar es querer olvidar todo cuanto fuiste porque eso es lo que te hizo perderle, entonces tienes razón —susurró—. No sé lo que es amar.
—No trates de confundirme —pidió con ahogo.
—Es la verdad. Yo también morí aquella desafortunada tarde —exclamó desgarrada—. Nunca...
—¡Calla! —ordenó, desesperado y dándole la espalda—. ¡No quiero oírte!
No era ahora cuando debía vencer la cobardía en la que se había refugiado y escuchar su explicación. No era ahora cuando tenía que descubrir que había estado demasiado ciego para creer en ella. Eso, que hacía unas horas le habría dado vida, ahora únicamente podía robarle las fuerzas que necesitaba para afrontar su destino.
—Ya no voy a callarme, Joe —amenazó asiéndole del brazo para que se volviera a mirarla—. No te traicioné. Jamás lo habría hecho. Aunque no quieras creerlo, te amaba demasiado.
Un simple movimiento le bastó para deshacerse de ella, inmovilizarle el rostro entre las manos y acercarse para murmurarle:
—El amor no se explica, se entrega. El amor de verdad es darlo todo por el otro. —Vio temblor de lágrimas en sus pupilas y deseó abrazarla, pero apretó los dientes y se contuvo—. Yo lo sé. Ahora lo sé mejor que nadie. Así que deja de contarme lo grande que era el amor que me tenías.
El brillo húmedo le atrapó como el barniz fresco paraliza las alas de una mariposa. Se quedó mirándola, con las manos comprimiéndole las mejillas, siendo doloroso testigo de cómo ella iba perdiendo la luz y la confianza en él.
—Te voy a dar un hijo —susurró de pronto—. Sí, estoy embarazada —añadió al ver su estupor—. Hace tan solo unas horas que lo sé. Y también sé que es un hijo concebido con amor, por mucho que insistas en manchar lo que los dos sentimos.
Joe dejó caer las manos, sin fuerzas. Millones de enfebrecidos aleteos le agitaron el pecho y cogió con urgencia una bocanada de aire para aquietarlos. La emoción le abrasó los ojos y ya no pudo verla con nitidez. Pensó en lo que para él suponía un hijo, un hijo de ella, un hijo del amor más grande que tendría nunca, un hermoso regalo que llegaba justo cuando todo tenía que cambiar. Trató de asimilarlo y la poca alma con la que subsistía se le extinguió. Porque un hijo de ella fortalecía su decisión y anulaba cualquier posibilidad de vuelta atrás.
Y, esa revelación que le llenaba de dicha se convirtió a su vez en el arma que estaba necesitando para arrancarla de su lado.
—El comisario se alegrará cuando le comuniques que va a ser padre. —_____ gimió, dolida e incrédula—. No te hagas la ofendida. Me consta que no soy el único que ha estado calentándote la cama.
Apenas lo manifestó apretó los puños reprochándose haber sido capaz de semejante bajeza.
—¿Cómo... te atreves? —dijo alzando las manos para golpearle.
Él la detuvo sujetándola por las muñecas.
—Solo estoy diciendo la verdad, y lo sabes.
—¡¿Qué verdad?! —clamó apartándole ya sin fuerzas—. ¡¿Qué verdad? Desde que te conocí no he estado con más hombre que contigo. Cuando me entregué a ti lo hice para siempre —aseguró con su último resto de orgullo.
Joe no pudo evitar sentir alivio. La posibilidad de que ella le hubiera guardado fidelidad le aturdía, que lo hubiera hecho también durante los años en los que no existió esperanza de que volvieran a encontrarse le desarmaba.
—Mientes, como siempre has hecho —aseguró ante la debilidad que le carcomía—. Ese poli no continuaría estando a tu lado si no le hubieras dado algo a cambio.
—No consigo entender qué te ha pasado desde anoche para...
—¡No hay nada que entender! —gritó con desesperación al comprender que aún tendría que seguir dañándola para convencerla—. No hay nada que entender. ¡Soy el hijo de puta que te ha seducido, te ha hecho un bastardo y ahora te está abandonando! Es así de simple —sentenció entre dientes—. ¿Puedes imaginar una venganza más satisfactoria que esta?
Ella se estremeció, sintió el temblor en las entrañas y se llevó las manos protectoras al vientre.
—Si me dejaras explicarte...
—Nada que venga de ti me interesa —aseguró en un susurro—. Hasta el odio se ha apagado y ya solo queda indiferencia. Ahora eres tú quien debería cultivar el resentimiento. Quiero que me odies —masculló como último y desesperado recurso—. Quiero que me odies con todas tus fuerzas. —Ella agachó la cara. Él le tomó la barbilla y se la levantó con rudeza—. ¿Me estás oyendo? Quiero que me odies hasta que el corazón se te vuelva hielo. Quiero que me odies como al insensible hijo de puta que soy.
—Si todo cuanto me dijiste anoche es mentira, ¿qué puede importarte lo que yo sienta por ti? ¿Por qué ese empeño en que te odie?
Joe flaqueó. Por un instante pensó en rebelarse, en borrarle todo ese dolor que le estaba infligiendo.
Una punzada en la magullada boca del estómago le dejó sin aire cuando comenzó a retroceder hacia la puerta. Estaba seguro de que si no se alejaba acabaría en sus brazos, le pediría perdón y le confesaría hasta qué punto inimaginable la adoraba. Se lo diría exactamente como había pensado hacer esa noche, antes de que el maldito Carmona cambiara de nuevo el rumbo de su vida.
—Porque el odio es la más angustiosa prisión que pueda existir —musitó caminando de espaldas, sin dejar de mirarla, de grabársela en las retinas y en el corazón—. No hay patio, no hay ventanas, no hay ni una mínima esperanza de libertad. El odio te hace resistir, te mantiene vivo, pero a la vez te va dejando sin alma. —Se mordió los labios al percibir en su boca el sabor salado de las lágrimas—. Quiero que me odies. Quiero que me odies hasta que no te quede alma.
Chicas quedan 3 capítulos y el epílogo para que la novela llegue a su fin :)
Natuu! :face:
Arriba, _____ dormía sobre el mullido edredón blanco, con la luz de la lamparita encendida. No se había quitado la ropa, ni se había cubierto con una simple manta, porque su intención había sido esperar todo el tiempo necesario. Pero las lágrimas y el cansancio la habían vencido.
Abrió los ojos, sobresaltada por el sonido del timbre. Miró el reloj en la mesilla y su temor aumentó. Saltó de la cama y corrió hacia la puerta mientras se le evaporaba el oxígeno. Preguntó a la vez que oprimía el interruptor que desbloqueaba la entrada al portal. No recibió respuesta y salió al rellano. Los sonidos de un apresurado ascenso por la escalera alborotaron el reposo de la noche y terminaron de agitarle el corazón. Se llevó la mano al pecho temiendo que se le escapara en uno de sus angustiosos latidos.
Cuando alcanzó a verlo el aire regresó llenándole de golpe los pulmones. Pero siguió sintiendo ahogo. Ahogo de alivio, ahogo de emoción. De la misma emoción que paralizó a Joe a falta de un peldaño para alcanzar el rellano y a ella.
La miró como si la viera por primera vez. Estaba hermosa. Con la ansiedad y la preocupación vibrando en su cansado rostro, estaba delicadamente hermosa. La acarició con los ojos al tiempo que también él sentía en su piel y en su alma la caricia de su dulce mirada gris. La amaba. La amaba con desesperación y ahora sabía que la amaría hasta su último aliento.
Cerró los ojos al sentirla rodear su cuerpo y dejó escapar un profundo suspiro. Sus dedos se movieron con voluntad propia buscando tocarla, pero los crispó en dos puños y los obligó a permanecer inmóviles y esquivos. Porque amarla no consistía solo en decírselo y llenarla de besos, se recordó mientras se dejaba arrastrar por ella hacia el interior de la casa.
—¿Cuarenta y ocho horas son suficientes para ti? —le había preguntado Carmona hacía un rato. Él había asentido con un gesto, ahogado por las puñadas recibidas, casi todas en la boca del estómago—. Si nos fallas nos divertiremos con tu preciosa novia para olvidarnos del mal trago.
La sangre se le había encendido hasta calcinarle las venas, pero apretó los dientes pensando en que lo único que importaba era mantenerla a salvo.
—No... tengo novia —había conseguido decir con fatiga.
—¿Ah, no? —preguntó, sarcástico—. Y esa mujer a la que besas y manoseas en su tienda y en la calle, ¿quién es? ¿Una puta a la que pagas por follar?
—Algo parecido —respondió—. Es la maldita poli que me engañó y me encerró en la cárcel. Estoy preparando mi venganza.
—¡Qué conmovedor! —había dicho antes de sujetarle del cabello y tirarlo hacia atrás para mirarle a los ojos—. Pero no te creo. Por la cuenta que te tiene, haz bien las cosas. De no ser así, esa preciosidad será la encargada de compensarnos. Seguro que a alguno de estos pervertidos se le está poniendo dura deseando que falles.
Su carcajada soez y las risas cómplices de sus hombres le terminaron de llenar de terror y de cólera.
—Me harían un favor. —A duras penas había controlado su furia—. Acabar con una ex poli que tiene contactos con los cabrones de más rango en el cuerpo no es fácil. No me apetece demasiado volver a la trena.
Carmona le había respondido encajándole el puño en la boca del estómago, haciéndole doblarse y gritar de dolor buscando aire.
—Sabré si mientes —había dicho mientras se masajeaba los nudillos—. No ha nacido el hijo de puta que me engañe y viva para contarlo. Y no acostumbro a dar un final rápido a quien ha tratado de joderme —mencionó orgulloso—. El chiquito aquel, el amigo de tu hermano, descubrió lo que tarda en llegar la muerte cuando se la desea. —Recordarlo dibujó en su boca una sonrisa sádica—. ¿Cuánto crees que aguantaría tu chica? —Las risas de sus hombres le animaron a seguir—. ¿Cómo de buena es gritando? A estos cabrones depravados les gusta que las mujeres griten pidiendo clemencia. —Se acercó a su rostro para distinguirle el pavor en los ojos—. ¿Quieres que te cuente con qué saña las disfrutan antes de que las muy zorras se rompan?
El chirrido que sonó en su cerebro al apretar los dientes le devolvió al presente. Le martirizaba recordar las acciones que le había detallado aquel malnacido, le abrasaba desde las entrañas, pero a la vez le daba fuerzas. No dejaría que la rozara, no dejaría que la mirara siquiera, no dejaría que continuara respirando en el mismo mundo en el que ella lo hacía.
—Por fin estás aquí —oyó decir a _____, que seguía conduciéndole por el pasillo y rozándole la cara con los dedos como si le costara creerlo—. Te he esperado durante toda la noche, mi vida. —Joe retuvo al aliento al oír esas dos palabras, todavía extrañas, a las que ya no tendría tiempo de acostumbrarse—. ¡He pasado tanto miedo! Te he llamado cientos de veces, no cogías el teléfono y llegué a temer que te hubieran... —No pudo terminar la frase. Se sentía morir tan solo con imaginar que podían volver a detenerlo.
Él se paró ante la puerta abierta de la habitación, pero, tan preocupada estaba _____, que no notó su resistencia a dejarse llevar ni su tenaz silencio.
—¿Por qué has tenido que volver a hacerlo? —preguntó angustiada y sin dejar de acariciarle el rostro—. Creí que habías abandonado esas cosas, que todo había quedado en un error del pasado y que querías una nueva vida. No imaginas el dolor que sentí al verte con ese paquete.
En la mente de Joe resonó de nuevo la voz amenazante de Carmona. No podía seguir retrasando lo inevitable. Por más que le atormentara la idea de herirla, no le quedaba otra opción.
—No era para mí —musitó sin haberla apartado ni un instante de las retinas.
—¿Qué dices? —preguntó sorprendida—. ¿Qué cosa no era para ti?
—El plan era perfecto. Pero al final no he podido ser tan despiadado como lo fuiste tú.
Durante unos segundos ella le miró con los ojos abiertos de par en par, sin reconocer al dulce y apasionado hombre de la noche anterior. Después caminó hacia atrás, tambaleante, adentrándose en su habitación hasta que sus piernas tropezaron con la cama. Se dejó caer, abatida, y se cubrió el rostro con las manos. Pensó en que se había preocupado por acercarse a él, por abrigarle, por ayudarle a salir adelante, y que mientras lo hacía había ido olvidando el miedo que le causó comprobar la intensidad de su rencor en los primeros encuentros, la desconfianza que le provocaron sus acechos.
Joe aprovechó ese instante para apretar los dientes y suplicar que alguien le diera fuerzas para lo que aún le quedaba por decir.
—Veo que te has dado cuenta. Siempre fuiste bastante más lista que yo —opinó mostrando desprecio—. Era para ti —aclaró al entrar en el cuarto—. Mi regalo de despedida; mi particular modo de ajustar cuentas. Qué desquite tan estúpido, ¿verdad? De haber sido el peligroso delincuente que piensas que soy, la venganza me habría resultado más sencilla: un rápido y frío tiro entre los ojos habría bastado.
—¿Qué... quieres decir? —preguntó alzando la mirada.
—Que te equivocaste de hombre —bramó con la rabia con la que disfrazó su pena—, que no era a mí a quien buscabas, que me pillaste devolviendo algo que nunca fue mío.
_____ gimió dolorida y se llevó las manos al corazón. Que él fuera inocente lo hacía todo más incomprensible, más cruel. Día a día, durante cuatro largos años, había tratado de imaginar el tormento de su encierro. Ahora le resultaba imposible asimilar la desesperación que, saberse inocente, había ido sumando a ese injusto martirio.
—Buscábamos a Trazos —reveló, sobrecogida, con un casi imperceptible hilo de voz.
—Manu supo lo que era la ternura de una madre por mis pocos recuerdos. Los hizo suyos, igual que a veces hizo suyo el alias que me puso nuestra madre. Ya ves —simuló un gesto de sarcasmo—, tuvimos una mierda de vida y tú llegaste a jodérnosla del todo.
—Pero... pero tu abogado admitió todos los cargos.
—¿Crees que podía haber hecho otra cosa, como culpar de todo a mi hermano muerto? Seguramente ese es tu estilo, pero no es el mío —dijo esforzándose por que sonara a ofensa.
Ella hizo el esfuerzo de continuar, con las mejillas bañadas ya en lágrimas.
—¿Y por qué retiraste el paquete de la tienda? Debiste dejar que ocurriera, que todo este suplicio de años terminara de una vez.
—No vale la pena; tú no vales la pena —alegó destrozándose con cada sílaba.
—No lo hiciste porque me amas —se atrevió a decir—. Me lo dijiste anoche, a tu manera, con tus palabras.
—Mentí. —Se quedó sin aire y aspiró con fuerza—. Tú sabes bien lo sencillo que es mentir de esa forma.
—No te creo —insistió, pero su voz tembló ante el primer asomo de duda—. Puedo entender todos los reproches que quieras hacerme, los merezco, pero me amas. Sé que me amas y que por eso no has podido vengarte de mí.
Joe negó con silenciosa impotencia tragándose el deseo de confesarle que esa era la razón. Su única razón.
—¿Cómo puedes creer que te ame cuando tú...? —Cogió una gran cantidad de aire para continuar—. Tú no sabes lo que es amar de verdad. Si lo supieras no confundirías con amor lo poco que yo te di.
—Dices que no sé amar de verdad. —Se levantó mirándole con una tristeza ofendida—. Si no saber amar es agonizar porque la otra persona no está a tu lado; si no saber amar es querer olvidar todo cuanto fuiste porque eso es lo que te hizo perderle, entonces tienes razón —susurró—. No sé lo que es amar.
—No trates de confundirme —pidió con ahogo.
—Es la verdad. Yo también morí aquella desafortunada tarde —exclamó desgarrada—. Nunca...
—¡Calla! —ordenó, desesperado y dándole la espalda—. ¡No quiero oírte!
No era ahora cuando debía vencer la cobardía en la que se había refugiado y escuchar su explicación. No era ahora cuando tenía que descubrir que había estado demasiado ciego para creer en ella. Eso, que hacía unas horas le habría dado vida, ahora únicamente podía robarle las fuerzas que necesitaba para afrontar su destino.
—Ya no voy a callarme, Joe —amenazó asiéndole del brazo para que se volviera a mirarla—. No te traicioné. Jamás lo habría hecho. Aunque no quieras creerlo, te amaba demasiado.
Un simple movimiento le bastó para deshacerse de ella, inmovilizarle el rostro entre las manos y acercarse para murmurarle:
—El amor no se explica, se entrega. El amor de verdad es darlo todo por el otro. —Vio temblor de lágrimas en sus pupilas y deseó abrazarla, pero apretó los dientes y se contuvo—. Yo lo sé. Ahora lo sé mejor que nadie. Así que deja de contarme lo grande que era el amor que me tenías.
El brillo húmedo le atrapó como el barniz fresco paraliza las alas de una mariposa. Se quedó mirándola, con las manos comprimiéndole las mejillas, siendo doloroso testigo de cómo ella iba perdiendo la luz y la confianza en él.
—Te voy a dar un hijo —susurró de pronto—. Sí, estoy embarazada —añadió al ver su estupor—. Hace tan solo unas horas que lo sé. Y también sé que es un hijo concebido con amor, por mucho que insistas en manchar lo que los dos sentimos.
Joe dejó caer las manos, sin fuerzas. Millones de enfebrecidos aleteos le agitaron el pecho y cogió con urgencia una bocanada de aire para aquietarlos. La emoción le abrasó los ojos y ya no pudo verla con nitidez. Pensó en lo que para él suponía un hijo, un hijo de ella, un hijo del amor más grande que tendría nunca, un hermoso regalo que llegaba justo cuando todo tenía que cambiar. Trató de asimilarlo y la poca alma con la que subsistía se le extinguió. Porque un hijo de ella fortalecía su decisión y anulaba cualquier posibilidad de vuelta atrás.
Y, esa revelación que le llenaba de dicha se convirtió a su vez en el arma que estaba necesitando para arrancarla de su lado.
—El comisario se alegrará cuando le comuniques que va a ser padre. —_____ gimió, dolida e incrédula—. No te hagas la ofendida. Me consta que no soy el único que ha estado calentándote la cama.
Apenas lo manifestó apretó los puños reprochándose haber sido capaz de semejante bajeza.
—¿Cómo... te atreves? —dijo alzando las manos para golpearle.
Él la detuvo sujetándola por las muñecas.
—Solo estoy diciendo la verdad, y lo sabes.
—¡¿Qué verdad?! —clamó apartándole ya sin fuerzas—. ¡¿Qué verdad? Desde que te conocí no he estado con más hombre que contigo. Cuando me entregué a ti lo hice para siempre —aseguró con su último resto de orgullo.
Joe no pudo evitar sentir alivio. La posibilidad de que ella le hubiera guardado fidelidad le aturdía, que lo hubiera hecho también durante los años en los que no existió esperanza de que volvieran a encontrarse le desarmaba.
—Mientes, como siempre has hecho —aseguró ante la debilidad que le carcomía—. Ese poli no continuaría estando a tu lado si no le hubieras dado algo a cambio.
—No consigo entender qué te ha pasado desde anoche para...
—¡No hay nada que entender! —gritó con desesperación al comprender que aún tendría que seguir dañándola para convencerla—. No hay nada que entender. ¡Soy el hijo de puta que te ha seducido, te ha hecho un bastardo y ahora te está abandonando! Es así de simple —sentenció entre dientes—. ¿Puedes imaginar una venganza más satisfactoria que esta?
Ella se estremeció, sintió el temblor en las entrañas y se llevó las manos protectoras al vientre.
—Si me dejaras explicarte...
—Nada que venga de ti me interesa —aseguró en un susurro—. Hasta el odio se ha apagado y ya solo queda indiferencia. Ahora eres tú quien debería cultivar el resentimiento. Quiero que me odies —masculló como último y desesperado recurso—. Quiero que me odies con todas tus fuerzas. —Ella agachó la cara. Él le tomó la barbilla y se la levantó con rudeza—. ¿Me estás oyendo? Quiero que me odies hasta que el corazón se te vuelva hielo. Quiero que me odies como al insensible hijo de puta que soy.
—Si todo cuanto me dijiste anoche es mentira, ¿qué puede importarte lo que yo sienta por ti? ¿Por qué ese empeño en que te odie?
Joe flaqueó. Por un instante pensó en rebelarse, en borrarle todo ese dolor que le estaba infligiendo.
Una punzada en la magullada boca del estómago le dejó sin aire cuando comenzó a retroceder hacia la puerta. Estaba seguro de que si no se alejaba acabaría en sus brazos, le pediría perdón y le confesaría hasta qué punto inimaginable la adoraba. Se lo diría exactamente como había pensado hacer esa noche, antes de que el maldito Carmona cambiara de nuevo el rumbo de su vida.
—Porque el odio es la más angustiosa prisión que pueda existir —musitó caminando de espaldas, sin dejar de mirarla, de grabársela en las retinas y en el corazón—. No hay patio, no hay ventanas, no hay ni una mínima esperanza de libertad. El odio te hace resistir, te mantiene vivo, pero a la vez te va dejando sin alma. —Se mordió los labios al percibir en su boca el sabor salado de las lágrimas—. Quiero que me odies. Quiero que me odies hasta que no te quede alma.
Chicas quedan 3 capítulos y el epílogo para que la novela llegue a su fin :)
Natuu! :face:
Natuu!
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
noooo qe cap tan triste odio a
carmona por su culpa todo se
arruino ai yo qiero qe ya esten juntos
y como qe solamente qedan 3 caps
no qiero qe termine pero qiero saber qe
va a pasar siguela plis
carmona por su culpa todo se
arruino ai yo qiero qe ya esten juntos
y como qe solamente qedan 3 caps
no qiero qe termine pero qiero saber qe
va a pasar siguela plis
Nani Jonas
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
nooooooooo...se me aguo el ojo, todo iba tan bn...pero que es lo que joe tiene para que carmona lo aseche y tras de todo lo trate asi!!!!!
nooooo y como es que ya se va a acabar....esta no ve es demasiado hermosa!!!!
y como dice nani quiero saber que pasa, pero no quiero q se acabe :) exigente yo jejeje
sigue!!!!!!!!!!
nooooo y como es que ya se va a acabar....esta no ve es demasiado hermosa!!!!
y como dice nani quiero saber que pasa, pero no quiero q se acabe :) exigente yo jejeje
sigue!!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
27
No había contado con que Rodrigo estuviera aún en casa. Había albergado la esperanza de que al fin, y por mucho que necesitara su ayuda, le mantendría alejado de su último problema. Pero se equivocó. Lo supo en cuanto comenzó a avanzar por el pasillo.
—¿Lo ha entendido? —La voz emergió de la cocina y tras ella asomó su amigo—. ¿Han hablado?, ¿todo está bien entre ustedes?
—Ahora no puedo, perdona.
—Es cierto; te has retrasado. Mejor me lo cuentas por el camino o no llegaremos a la hora.
—No voy a ir —dijo sin detener el paso—. Tengo algo que hacer.
—¡No jodas, hombre! —exclamó yendo tras él—. No puedes arriesgarte a perder el trabajo, así que déjate de tontadas. Si no has dormido esta noche ya lo harás cuando volvamos por la tarde.
Joe se paralizó en la entrada del cuarto y se dobló con un gemido. Rodrigo acudió en su ayuda con rapidez.
—¿Qué te duele? ¿Qué tienes? —preguntó, nervioso y sin saber qué hacer.
—Creo que me han roto una costilla —resopló con lentitud.
—¡¿Pero qué dices, de qué estás hablando?!
—De tres malditos hijos de puta —gimió al enderezarse—. Me han destrozado las entrañas.
—Deja que te mire —pidió mientras trataba de quitarle la parka. Joe se dejó ayudar, pero solo hasta deshacerse de la prenda.
—No hay tiempo. —Entró en su habitación—. Hay algo que debo encontrar.
Abrió el armario haciendo caso omiso a las preguntas de Rodrigo sobre quiénes le habían dado la paliza. Dos grandes cajas de cartón con el nombre de Manu pintado con grueso rotulador negro quedaron a la vista. Cogió la que estaba en la parte superior. Casi al instante aulló de dolor mientras doblaba las rodillas y él y la caja terminaban en el suelo.
—¡No seas cabezota! —protestó Rodrigo agachándose a su lado—. ¿Y si de veras tienes rota una costilla? ¡No tienes buen aspecto, joder!
Joe se quedó inmóvil y en unos segundos se le atenuó el dolor.
—Todo está bien —aseguró—. Tengo que encontrar algo entre las cosas de Manu.
—Primero deberíamos comprobar qué tienes. O mejor todavía, ir a urgencias a que te examine un médico.
Pero Joe ya no escuchaba. Había retirado el fleje de la caja que había mantenido escondida con el fin de evitarse un poco de sufrimiento. Como si los recuerdos se pudieran ocultar en algún sitio; como si los recuerdos no estuvieran siempre en ese corazón que se desangra día a día porque añora al ser que perdió.
Destaparla fue para él como una profanación. Le mortificó contemplar los libros, los discos, los cómics. Toda la vida de su hermano en dos simples bultos que cabían en el sobrante de un armario. En un lateral, entre el cartón y unas fotografías, sujeto por una goma elástica, un montoncito de entradas de cine, de conciertos, de partidos de fútbol. Recuerdos de grandes momentos; cosas simples que para él habían sido verdaderos tesoros.
Llevó los ojos a la oscuridad y dejó que su tristeza aflorara convertida en llanto silencioso, en desconsuelo.
—Joe... —musitó Rodrigo presionando con afecto sobre su hombro.
Él alzó su palma abierta para pedirle que esperara, que le diera unos segundos, que necesitaba las lágrimas para limpiar el dolor que le estaba matando por dentro.
Lloró sin levantar los párpados, sin ocultar sus lágrimas, sin enjugárselas, dejando que se derramaran sobre las pertenencias de su hermano mientras a él le iban resecando el corazón.
—Lo siento —susurró cuando pudo hablar—. Encontrarme con sus cosas me ha... —Respiró con fuerza para ahuyentar la congoja y el esfuerzo volvió a castigarle el magullado estómago. Lo soportó sin un gesto de dolencia—. Necesito encontrar algo aquí —dijo a la vez que comenzaba a sacar objetos y a dejarlos sobre la alfombra.
—Por favor, dime qué es lo que está pasando.
Joe suspiró sin detener la búsqueda.
—La vida, que sigue siendo una puta mierda —profirió con ira—. Da igual los planes que hagas, porque nada saldrá como esperas.
Las preguntas se le amontonaron a Rodrigo mientras le veía abrir fundas de discos compactos, mirarlos y diferenciarlos en dos montones.
—¿Qué buscas?
—No estoy seguro. Un CD —dijo mostrándole uno, escrito con rotulador—. Tengo hasta mañana para encontrar un CD que no contenga lo que aparenta.
—Pero... —Se frotó la perilla, pensativo—. Eso es algo que tendremos que comprobar en el ordenador, uno por uno. Y ahí hay muchos —opinó al inclinarse a observarlos.
—Yo lo haré. Tú vete al trabajo.
—¡Ni loco! —exclamó yendo hacia el armario para sacar la segunda caja. La dejó junto a la otra y se sentó en el suelo—. Te ayudo y me vas contando qué cojones está sucediendo ahora.
Durante unos segundos Joe le miró con agradecimiento.
—No sé cómo voy a pagarte todo lo que...
—A un amigo nunca se le debe nada. —Rasgó el precinto y levantó las solapas de cartón—. ¿Quiénes te han golpeado, qué está pasando?
—Pasa que todo llega a su fin en algún momento —comenzó a decir mientras volvía a oír la risa obscena de Carmona. El muy desgraciado no había dudado en dejarlo marchar, para que buscara el CD y se lo llevara, seguro de que podía manejarle a su antojo si en el juego la incluía a ella. Sabía bien que no existía infierno al que él no regresaría una y mil veces por protegerla.
—¡Por fin tenemos a ese cabrón! —exclamó el comisario descargando su puño en el capó delantero del coche. El golpe encontró eco en la sombría amplitud del parking—. No imaginas la euforia que siento.
El joven sin nombre, parado frente a él, sonreía satisfecho. El esperado final estaba cerca. En cuanto la operación finalizara con éxito el comisario le pagaría lo acordado y eliminaría sus antecedentes. Se lo había ganado con creces, pensaba al mirarle el gesto de triunfo. Se había jugado la vida al unirse a Carmona y sus hombres. Había delinquido como ellos lo hacían, había extorsionado, torturado, asesinado. Incluso, para no despertar sospechas, había participado en la paliza que entre todos dieron al infiltrado antes de ejecutarlo.
—Mañana por la noche Carmona será suyo, jefe —dijo ensanchando el pecho con orgullo—. Esta vez no habrá abogado que pueda arrebatárselo. Drogas recién llegadas de Colombia, armas y un muerto todavía caliente.
—¿Estás seguro de que el maldito Trazos estará entre ellos?
—Será la estrella de la reunión —indicó con mofa.
—¡Siempre lo he sabido! Siempre he tenido claro que ese hijo de puta seguía traficando. No imaginas cómo me alegra que seas tú quien me lo esté sirviendo en bandeja junto con el plato fuerte —rio a la vez que le señalaba con el dedo—. Esta vez no habrá tercer grado ni beneficios por buen comportamiento ni tomaduras de pelo de esas. Esta vez me cercioraré de que se pudra en la cárcel.
—¿Cárcel? —preguntó sorprendido—. Pero señor, ese hombre no podrá ir a la cárcel. Ese hombre estará muerto cuando la policía entre para detener a Carmona. Se lo he dicho. —Se apoyó en el coche, con los brazos sobre el pecho y entrecruzando los tobillos—: Ese tipo será el invitado de honor de esa fiesta. En realidad él será la fiesta.
—Pero no has quedado en que...
El móvil le vibró en el interior de un bolsillo del abrigo y se apartó unos pasos para atender la llamada. Era su inexperto agente Gómez, que le comunicaba que por fin había descubierto algo; algo que le iba a sorprender. «¿Y tan importante es que no puedes esperar hasta que nos veamos dentro de una hora en comisaría?», le preguntó con impaciencia y colgando sin darle ocasión a contestar.
—Explícame eso —dijo devolviendo el teléfono al bolsillo y regresando junto a su joven infiltrado.
—Al parecer, durante el tiempo en el que esos cabrones se han comportado como hermanitas de la caridad, han observado de lejos a ese Trazos. Le aseguro que lo que se traen con él es lo bastante importante como para no haberse arriesgado a mover ficha con la amenaza de un soplón en sus filas. Y, sabiendo cómo trabajan, ya puede imaginar lo que harán con un tipo que puede ser un peligro para ellos.
El comisario se frotó el mentón al tiempo que miraba alrededor, al desierto y seguro lugar en el que se habían citado. Joe muerto y el trabajo hecho por el propio Carmona, sería la solución perfecta y definitiva a sus problemas. Pero había algo que no terminaba de encajarle en esa historia.
—Cuéntame los pormenores de lo que están preparando para ese malnacido —pidió arrugando el ceño—. Y esta vez no olvides mencionar ningún detalle, por insignificante que parezca. Yo soy quien decide lo que importa y lo que no.
—¡No lo hagas, Joe, por favor! ¡No puedes hacerlo! —volvió a rogarle Bego sin poder contenerse.
Él posó la yema de su índice en sus labios y siseó con dulzura, igual que si tratara de acallar a un niño. Pero no fue ese gesto el que la silenció. Obedeció a la súplica que vio en sus ojos, al ruego de que no malgastaran los últimos segundos con palabras ya dichas cuando podían hacerlo con algo mucho más importante.
Una vez más ella se guardó las lágrimas. Comprimió los labios para disimular su congoja y le estrechó con fuerza, refugiando el rostro en su cuello.
Joe suspiró cuando la envolvió contra sí. La sintió temblar y le acarició el cabello mientras volvía a sisearle con mimo junto al oído. La consoló a la vez que él mismo robaba fuerzas de su amor desinteresado. Ella sabía entregar el alma en un abrazo, y él necesitaba empaparse de un poquito de esa alma por última vez.
Aún sentía el palpitar de esa ternura cuando salió de la casa. Caminó por la acera sin oír el ruido del tráfico, sin reparar en la gente que pasaba por su lado. Tenía el pensamiento en Bego. La expresión que le había visto en la despedida le había dado la seguridad de que lo conseguiría, que superaría el desengaño, que no tardaría en darse cuenta de que estaba mejor sin él.
Se detuvo en medio de la acera y miró al cielo. Se desplegaba encapotado y gris, como la mañana en la que recuperó un trozo de su libertad pero a él le resultó sereno y apacible. Se llenó los pulmones de esa calma, con los ojos cerrados, sin preocuparse de si entorpecía el paso de los transeúntes ni de quien pudiera pensar que era un loco. Se sentía extrañamente tranquilo, sin peso, sin amargura, sin odio. Únicamente el dolor por la pérdida de Manu seguía estando ahí, muy dentro. Pero ese le acompañaría siempre. Viviría y moriría con él. Igual que viviría y moriría con él el amor que sentía por _____.
«Espero que ella merezca todo ese amor», le había dicho Bego sin ningún resentimiento. Él no había respondido. Era algo que ni siquiera se había planteado. La amaba, tan solo la amaba, la amaba con todas sus fuerzas, la amaba con todo su ser.
_____ miró a través del cristal de la ventana alzando sus ojos a ese mismo cielo tan gris y atormentado como su propio ánimo. Sentada en la silla, colocó los brazos en la repisa y apoyó en ellos el mentón. En su gesto estaba el rastro de las dos noches de desvelo, las lágrimas, la desesperanza con la que había pasado a vivir cada minuto.
Suspiró, agotada. Tampoco ese día iría al trabajo. No tenía fuerzas. Las pocas que le habían quedado tras su amargo encuentro las había consumido hablando con Lourdes del pasado de Joe y sus años de injusta prisión. No había encontrado ningún sentido a seguir ocultándolo. Cualquier explicación que hubiera inventado para el paquete y la presencia de la policía hubiera sido bastante peor que la realidad. Al fin le había confesado cuál fue el daño irreparable que infligió al hombre que amaba.
Lloró en silencio, una mano sujetando un arrugado pañuelo de papel y la otra en la lisura de su vientre. En poco tiempo comenzaría a abultarse, a proteger el minúsculo corazoncito que ya latía dentro de sí. Y Joe no estaría a su lado para compartirlo. ¿Cómo iba a vivir sin él? ¿Cómo iba a vivir sin entender que le dijera esas cosas terribles después de que le hubiera abierto al fin su corazón? Apretó con fuerza los párpados aun sabiendo que tampoco eso la ayudaría a soportar el dolor.
Llamaron al timbre. Se secó las lágrimas con los restos del pañuelo, sin ninguna prisa. No le preocupaba que quien llamara se cansara de esperar y se fuera. Pero, lejos de eso, mientras caminaba por el pasillo frotándose las mejillas, el timbre sonó cuatro veces más. Solo había faltado que aporrearan la puerta, pensó mientras abría.
Se quedó inmóvil preguntándose qué hacía allí la última persona a la que había esperado encontrarse.
—Solo te robaré un minuto —dijo Bego humedeciéndose los labios con nerviosismo—. Quiero hablarte de Joe.
_____ comprimió los dedos sobre la manilla metálica.
—No tenemos nada de qué hablar —respondió en voz baja—. Puedes estar tranquila, porque no represento ninguna amenaza para ti.
—No se trata de eso.
—Da igual de qué se trate —interrumpió con suave firmeza—. No voy a comentar nada de él contigo. Pero, ya que estás aquí... —pareció dudar un instante—, me gustaría darte algo.
No le concedió tiempo a responder. Entró en casa y entornó la puerta para indicarle que aguardara fuera. En pocos segundos estaba de regreso, con una elegante tarjeta de visita entre los dedos. La observó, pensativa, y después se la tendió.
—Dásela a él. —Aguardó a que la cogiera—. Es de alguien que ha visto el trabajo que hizo en la casa de la playa. Es dueño de una famosa cadena de restaurantes a la que va a darle un cambio. Siempre se rodea de lo mejor, y ahora quiere a Joe. —La congoja le irrumpió de nuevo—. Dile que es una gran oportunidad. El cliente aceptará cualquier condición que él quiera ponerle.
—Me alegra comprobar que todavía te preocupas por él, pero las cosas no están como crees —dijo mientras guardaba la tarjeta en el bolsillo de su abrigo—. Joe no está conmigo. No me ama, nunca lo ha hecho.
Entonces reparó _____ en el aspecto lastimoso de Bego: ojos enrojecidos, párpados hinchados, oscuras y profundas ojeras. La deducción resultó demasiado evidente, pero no entendía el motivo por el que Joe la hubiera abandonado también a ella.
—Nunca me dijo que me amaba —confesó Bego—. Nunca me mintió. Fui yo misma quien lo hizo.
—No creo que debas contarme...
—Claro que debo —aseguró bajando la voz—. Él jamás fue mío y jamás lo será, pero siempre fue un gran amigo y no me gustaría perderlo del todo —le suplicó con la mirada—. Y eso es lo que va a ocurrir en unas horas, si tú no lo remedias.
—No entiendo qué quieres decir. Yo estoy fuera de su vida.
—Tú eres su vida —le corrigió con lágrimas en los ojos—. Tú eres su vida y ahora te necesita. Está metido en algo muy grave en lo que solo tú le puedes ayudar.
Las piernas de _____ flaquearon y se sujetó al borde de la puerta. La angustiosa mirada de Bego, más reveladora que cualquiera de sus palabras, la hizo estremecer. La fue escuchando en silencio y se sintió morir al comprender que el pasado regresaba, que la aciaga tarde en la que murió Manu volvería a repetirse.
Natuu!
—¿Lo ha entendido? —La voz emergió de la cocina y tras ella asomó su amigo—. ¿Han hablado?, ¿todo está bien entre ustedes?
—Ahora no puedo, perdona.
—Es cierto; te has retrasado. Mejor me lo cuentas por el camino o no llegaremos a la hora.
—No voy a ir —dijo sin detener el paso—. Tengo algo que hacer.
—¡No jodas, hombre! —exclamó yendo tras él—. No puedes arriesgarte a perder el trabajo, así que déjate de tontadas. Si no has dormido esta noche ya lo harás cuando volvamos por la tarde.
Joe se paralizó en la entrada del cuarto y se dobló con un gemido. Rodrigo acudió en su ayuda con rapidez.
—¿Qué te duele? ¿Qué tienes? —preguntó, nervioso y sin saber qué hacer.
—Creo que me han roto una costilla —resopló con lentitud.
—¡¿Pero qué dices, de qué estás hablando?!
—De tres malditos hijos de puta —gimió al enderezarse—. Me han destrozado las entrañas.
—Deja que te mire —pidió mientras trataba de quitarle la parka. Joe se dejó ayudar, pero solo hasta deshacerse de la prenda.
—No hay tiempo. —Entró en su habitación—. Hay algo que debo encontrar.
Abrió el armario haciendo caso omiso a las preguntas de Rodrigo sobre quiénes le habían dado la paliza. Dos grandes cajas de cartón con el nombre de Manu pintado con grueso rotulador negro quedaron a la vista. Cogió la que estaba en la parte superior. Casi al instante aulló de dolor mientras doblaba las rodillas y él y la caja terminaban en el suelo.
—¡No seas cabezota! —protestó Rodrigo agachándose a su lado—. ¿Y si de veras tienes rota una costilla? ¡No tienes buen aspecto, joder!
Joe se quedó inmóvil y en unos segundos se le atenuó el dolor.
—Todo está bien —aseguró—. Tengo que encontrar algo entre las cosas de Manu.
—Primero deberíamos comprobar qué tienes. O mejor todavía, ir a urgencias a que te examine un médico.
Pero Joe ya no escuchaba. Había retirado el fleje de la caja que había mantenido escondida con el fin de evitarse un poco de sufrimiento. Como si los recuerdos se pudieran ocultar en algún sitio; como si los recuerdos no estuvieran siempre en ese corazón que se desangra día a día porque añora al ser que perdió.
Destaparla fue para él como una profanación. Le mortificó contemplar los libros, los discos, los cómics. Toda la vida de su hermano en dos simples bultos que cabían en el sobrante de un armario. En un lateral, entre el cartón y unas fotografías, sujeto por una goma elástica, un montoncito de entradas de cine, de conciertos, de partidos de fútbol. Recuerdos de grandes momentos; cosas simples que para él habían sido verdaderos tesoros.
Llevó los ojos a la oscuridad y dejó que su tristeza aflorara convertida en llanto silencioso, en desconsuelo.
—Joe... —musitó Rodrigo presionando con afecto sobre su hombro.
Él alzó su palma abierta para pedirle que esperara, que le diera unos segundos, que necesitaba las lágrimas para limpiar el dolor que le estaba matando por dentro.
Lloró sin levantar los párpados, sin ocultar sus lágrimas, sin enjugárselas, dejando que se derramaran sobre las pertenencias de su hermano mientras a él le iban resecando el corazón.
—Lo siento —susurró cuando pudo hablar—. Encontrarme con sus cosas me ha... —Respiró con fuerza para ahuyentar la congoja y el esfuerzo volvió a castigarle el magullado estómago. Lo soportó sin un gesto de dolencia—. Necesito encontrar algo aquí —dijo a la vez que comenzaba a sacar objetos y a dejarlos sobre la alfombra.
—Por favor, dime qué es lo que está pasando.
Joe suspiró sin detener la búsqueda.
—La vida, que sigue siendo una puta mierda —profirió con ira—. Da igual los planes que hagas, porque nada saldrá como esperas.
Las preguntas se le amontonaron a Rodrigo mientras le veía abrir fundas de discos compactos, mirarlos y diferenciarlos en dos montones.
—¿Qué buscas?
—No estoy seguro. Un CD —dijo mostrándole uno, escrito con rotulador—. Tengo hasta mañana para encontrar un CD que no contenga lo que aparenta.
—Pero... —Se frotó la perilla, pensativo—. Eso es algo que tendremos que comprobar en el ordenador, uno por uno. Y ahí hay muchos —opinó al inclinarse a observarlos.
—Yo lo haré. Tú vete al trabajo.
—¡Ni loco! —exclamó yendo hacia el armario para sacar la segunda caja. La dejó junto a la otra y se sentó en el suelo—. Te ayudo y me vas contando qué cojones está sucediendo ahora.
Durante unos segundos Joe le miró con agradecimiento.
—No sé cómo voy a pagarte todo lo que...
—A un amigo nunca se le debe nada. —Rasgó el precinto y levantó las solapas de cartón—. ¿Quiénes te han golpeado, qué está pasando?
—Pasa que todo llega a su fin en algún momento —comenzó a decir mientras volvía a oír la risa obscena de Carmona. El muy desgraciado no había dudado en dejarlo marchar, para que buscara el CD y se lo llevara, seguro de que podía manejarle a su antojo si en el juego la incluía a ella. Sabía bien que no existía infierno al que él no regresaría una y mil veces por protegerla.
—¡Por fin tenemos a ese cabrón! —exclamó el comisario descargando su puño en el capó delantero del coche. El golpe encontró eco en la sombría amplitud del parking—. No imaginas la euforia que siento.
El joven sin nombre, parado frente a él, sonreía satisfecho. El esperado final estaba cerca. En cuanto la operación finalizara con éxito el comisario le pagaría lo acordado y eliminaría sus antecedentes. Se lo había ganado con creces, pensaba al mirarle el gesto de triunfo. Se había jugado la vida al unirse a Carmona y sus hombres. Había delinquido como ellos lo hacían, había extorsionado, torturado, asesinado. Incluso, para no despertar sospechas, había participado en la paliza que entre todos dieron al infiltrado antes de ejecutarlo.
—Mañana por la noche Carmona será suyo, jefe —dijo ensanchando el pecho con orgullo—. Esta vez no habrá abogado que pueda arrebatárselo. Drogas recién llegadas de Colombia, armas y un muerto todavía caliente.
—¿Estás seguro de que el maldito Trazos estará entre ellos?
—Será la estrella de la reunión —indicó con mofa.
—¡Siempre lo he sabido! Siempre he tenido claro que ese hijo de puta seguía traficando. No imaginas cómo me alegra que seas tú quien me lo esté sirviendo en bandeja junto con el plato fuerte —rio a la vez que le señalaba con el dedo—. Esta vez no habrá tercer grado ni beneficios por buen comportamiento ni tomaduras de pelo de esas. Esta vez me cercioraré de que se pudra en la cárcel.
—¿Cárcel? —preguntó sorprendido—. Pero señor, ese hombre no podrá ir a la cárcel. Ese hombre estará muerto cuando la policía entre para detener a Carmona. Se lo he dicho. —Se apoyó en el coche, con los brazos sobre el pecho y entrecruzando los tobillos—: Ese tipo será el invitado de honor de esa fiesta. En realidad él será la fiesta.
—Pero no has quedado en que...
El móvil le vibró en el interior de un bolsillo del abrigo y se apartó unos pasos para atender la llamada. Era su inexperto agente Gómez, que le comunicaba que por fin había descubierto algo; algo que le iba a sorprender. «¿Y tan importante es que no puedes esperar hasta que nos veamos dentro de una hora en comisaría?», le preguntó con impaciencia y colgando sin darle ocasión a contestar.
—Explícame eso —dijo devolviendo el teléfono al bolsillo y regresando junto a su joven infiltrado.
—Al parecer, durante el tiempo en el que esos cabrones se han comportado como hermanitas de la caridad, han observado de lejos a ese Trazos. Le aseguro que lo que se traen con él es lo bastante importante como para no haberse arriesgado a mover ficha con la amenaza de un soplón en sus filas. Y, sabiendo cómo trabajan, ya puede imaginar lo que harán con un tipo que puede ser un peligro para ellos.
El comisario se frotó el mentón al tiempo que miraba alrededor, al desierto y seguro lugar en el que se habían citado. Joe muerto y el trabajo hecho por el propio Carmona, sería la solución perfecta y definitiva a sus problemas. Pero había algo que no terminaba de encajarle en esa historia.
—Cuéntame los pormenores de lo que están preparando para ese malnacido —pidió arrugando el ceño—. Y esta vez no olvides mencionar ningún detalle, por insignificante que parezca. Yo soy quien decide lo que importa y lo que no.
—¡No lo hagas, Joe, por favor! ¡No puedes hacerlo! —volvió a rogarle Bego sin poder contenerse.
Él posó la yema de su índice en sus labios y siseó con dulzura, igual que si tratara de acallar a un niño. Pero no fue ese gesto el que la silenció. Obedeció a la súplica que vio en sus ojos, al ruego de que no malgastaran los últimos segundos con palabras ya dichas cuando podían hacerlo con algo mucho más importante.
Una vez más ella se guardó las lágrimas. Comprimió los labios para disimular su congoja y le estrechó con fuerza, refugiando el rostro en su cuello.
Joe suspiró cuando la envolvió contra sí. La sintió temblar y le acarició el cabello mientras volvía a sisearle con mimo junto al oído. La consoló a la vez que él mismo robaba fuerzas de su amor desinteresado. Ella sabía entregar el alma en un abrazo, y él necesitaba empaparse de un poquito de esa alma por última vez.
Aún sentía el palpitar de esa ternura cuando salió de la casa. Caminó por la acera sin oír el ruido del tráfico, sin reparar en la gente que pasaba por su lado. Tenía el pensamiento en Bego. La expresión que le había visto en la despedida le había dado la seguridad de que lo conseguiría, que superaría el desengaño, que no tardaría en darse cuenta de que estaba mejor sin él.
Se detuvo en medio de la acera y miró al cielo. Se desplegaba encapotado y gris, como la mañana en la que recuperó un trozo de su libertad pero a él le resultó sereno y apacible. Se llenó los pulmones de esa calma, con los ojos cerrados, sin preocuparse de si entorpecía el paso de los transeúntes ni de quien pudiera pensar que era un loco. Se sentía extrañamente tranquilo, sin peso, sin amargura, sin odio. Únicamente el dolor por la pérdida de Manu seguía estando ahí, muy dentro. Pero ese le acompañaría siempre. Viviría y moriría con él. Igual que viviría y moriría con él el amor que sentía por _____.
«Espero que ella merezca todo ese amor», le había dicho Bego sin ningún resentimiento. Él no había respondido. Era algo que ni siquiera se había planteado. La amaba, tan solo la amaba, la amaba con todas sus fuerzas, la amaba con todo su ser.
_____ miró a través del cristal de la ventana alzando sus ojos a ese mismo cielo tan gris y atormentado como su propio ánimo. Sentada en la silla, colocó los brazos en la repisa y apoyó en ellos el mentón. En su gesto estaba el rastro de las dos noches de desvelo, las lágrimas, la desesperanza con la que había pasado a vivir cada minuto.
Suspiró, agotada. Tampoco ese día iría al trabajo. No tenía fuerzas. Las pocas que le habían quedado tras su amargo encuentro las había consumido hablando con Lourdes del pasado de Joe y sus años de injusta prisión. No había encontrado ningún sentido a seguir ocultándolo. Cualquier explicación que hubiera inventado para el paquete y la presencia de la policía hubiera sido bastante peor que la realidad. Al fin le había confesado cuál fue el daño irreparable que infligió al hombre que amaba.
Lloró en silencio, una mano sujetando un arrugado pañuelo de papel y la otra en la lisura de su vientre. En poco tiempo comenzaría a abultarse, a proteger el minúsculo corazoncito que ya latía dentro de sí. Y Joe no estaría a su lado para compartirlo. ¿Cómo iba a vivir sin él? ¿Cómo iba a vivir sin entender que le dijera esas cosas terribles después de que le hubiera abierto al fin su corazón? Apretó con fuerza los párpados aun sabiendo que tampoco eso la ayudaría a soportar el dolor.
Llamaron al timbre. Se secó las lágrimas con los restos del pañuelo, sin ninguna prisa. No le preocupaba que quien llamara se cansara de esperar y se fuera. Pero, lejos de eso, mientras caminaba por el pasillo frotándose las mejillas, el timbre sonó cuatro veces más. Solo había faltado que aporrearan la puerta, pensó mientras abría.
Se quedó inmóvil preguntándose qué hacía allí la última persona a la que había esperado encontrarse.
—Solo te robaré un minuto —dijo Bego humedeciéndose los labios con nerviosismo—. Quiero hablarte de Joe.
_____ comprimió los dedos sobre la manilla metálica.
—No tenemos nada de qué hablar —respondió en voz baja—. Puedes estar tranquila, porque no represento ninguna amenaza para ti.
—No se trata de eso.
—Da igual de qué se trate —interrumpió con suave firmeza—. No voy a comentar nada de él contigo. Pero, ya que estás aquí... —pareció dudar un instante—, me gustaría darte algo.
No le concedió tiempo a responder. Entró en casa y entornó la puerta para indicarle que aguardara fuera. En pocos segundos estaba de regreso, con una elegante tarjeta de visita entre los dedos. La observó, pensativa, y después se la tendió.
—Dásela a él. —Aguardó a que la cogiera—. Es de alguien que ha visto el trabajo que hizo en la casa de la playa. Es dueño de una famosa cadena de restaurantes a la que va a darle un cambio. Siempre se rodea de lo mejor, y ahora quiere a Joe. —La congoja le irrumpió de nuevo—. Dile que es una gran oportunidad. El cliente aceptará cualquier condición que él quiera ponerle.
—Me alegra comprobar que todavía te preocupas por él, pero las cosas no están como crees —dijo mientras guardaba la tarjeta en el bolsillo de su abrigo—. Joe no está conmigo. No me ama, nunca lo ha hecho.
Entonces reparó _____ en el aspecto lastimoso de Bego: ojos enrojecidos, párpados hinchados, oscuras y profundas ojeras. La deducción resultó demasiado evidente, pero no entendía el motivo por el que Joe la hubiera abandonado también a ella.
—Nunca me dijo que me amaba —confesó Bego—. Nunca me mintió. Fui yo misma quien lo hizo.
—No creo que debas contarme...
—Claro que debo —aseguró bajando la voz—. Él jamás fue mío y jamás lo será, pero siempre fue un gran amigo y no me gustaría perderlo del todo —le suplicó con la mirada—. Y eso es lo que va a ocurrir en unas horas, si tú no lo remedias.
—No entiendo qué quieres decir. Yo estoy fuera de su vida.
—Tú eres su vida —le corrigió con lágrimas en los ojos—. Tú eres su vida y ahora te necesita. Está metido en algo muy grave en lo que solo tú le puedes ayudar.
Las piernas de _____ flaquearon y se sujetó al borde de la puerta. La angustiosa mirada de Bego, más reveladora que cualquiera de sus palabras, la hizo estremecer. La fue escuchando en silencio y se sintió morir al comprender que el pasado regresaba, que la aciaga tarde en la que murió Manu volvería a repetirse.
Natuu!
Natuu!
Re: "Antes y después de odiarte" (Joe&Tú) [Terminada]
siiiiiiiiiiii
lq rayis tiene que ir por el y salvarlo
sigue plisssssssssss
lq rayis tiene que ir por el y salvarlo
sigue plisssssssssss
Julieta♥
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