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Se encontro 1 resultado para 32

Memorias de una vida miserable |Terminada|

Capítulo #32.

Cuando las cosas se vuelven sospechosas durante muchos días, siempre llegará el último en el que todo se desata explosivamente y todas las preguntas hallan sus respuestas.
 
Hubo un tiempo más o menos largo, no sé cuándo me di cuenta, en el que algo extraño parecía estarse tramando en un grupo de presos condenados a cadena perpetua. Se les podía hallar cuchicheando o hablando en clave porque no se le encontraba el sentido a lo que decían, seguramente era un código inventado por ellos el que empleaban en sus discusiones. El punto es que poco después de la primera vez que los vi reunidos, noté cierta actividad extraña en las rejas de la zona sin techar.
 
Ignoré los hechos por un par de semanas, pero cuando ya era más frecuente cacharlos agachados frente a la rejilla mientras ningún vigilante los observaba, las cosas me fueron muy sospechosas como para no comentarlo. Por supuesto, a Richard no le pareció la gran cosa. Sí se había percatado de eso, sólo no le paraba porque nada tenía que ver con él. Por una vez, decidí seguir su pensar. Si yo no estaba involucrado, ¿para qué preocuparme? Claro que no duró, una semana más pasó para que todo fuese contestado.
 
Todo comenzó en la hora del almuerzo. La rutina no había cambiado, cada uno recogía su bandeja y se servía de lo que quería para luego sentarse a comerlo. El detalle estuvo en la cantidad de alimento que ocupaba cada una.
 
—¿No crees que la mayoría va a comer muy poco? —Richard opinó, extrañado de las elecciones del mayor grupo.
 
—Finalmente te has fijado en algo primero que yo —resalté, era una verdad difícil de creer—. Es cierto, jamás me llenaría con eso.
 
—Es como si se hubiesen puesto de acuerdo para almorzar muy poco, ¿no crees?
 
—Sí. ¿Por qué lo habrán hecho? Dudo que sea una casualidad.
 
—Ni idea. ¿Para pasar más tiempo afuera?
 
Ninguna idea encajaba del todo y ninguna teoría fue la correcta.
 
Todo parecía ir en calma hasta que se escucharon ruidos provenientes del pasillo principal, el de las celdas, los cuales eran similares a los de una disputa. La minoría que quedábamos almorzando nos preguntábamos qué ocurría. Yo detuve el masticar para oír bien los gritos lejanos, ninguno totalmente entendible.
 
—¿Eso es lo que creo? —Richard se levantó a botar a la basura los residuos de su comida.
 
—Si te refieres a una pelea, también lo creo.
 
—¡Hay que ir a ver! —exclamó con las cejas alzadas y con los puños en el centro de su pecho.
 
—¡¿Qué?! —Mi ceja izquierda se elevó por el fruncimiento de la derecha—. ¡No! ¡Con nuestro historial de peleas, definitivamente esta es una malísima idea!
 
—¿Por qué? Sólo iremos a curiosear, luego nos devolvemos acá a salvo.
 
—No te apoyo, arriésgate tú solo. —Crucé los brazos. Ni loco iba a exponerme así.
 
—De acuerdo, iré yo solo.
 
Se marchó tan tranquilamente como lo dijo. ¿Debería preocuparme? Tomé el trago de agua que restaba en el vaso y me volví a sentar a esperarlo.
 
—¡El impredecible!  —Ese anuncio sobresalió, seguido de un alboroto incomprensible. Lo único que supe fue que probablemente él estaba en problemas.
 
Corrí siguiendo las voces hasta divisar un tumulto naranja a unos diez metros. Mis piernas frenaron con sólo eso, como si hubiesen sabido que avanzar más iba a ser peligroso. Apenas era posible diferenciar una persona con la otra, ¡era como toda la población de la cárcel junta en un pequeño espacio de cuatro por cuatro!
 
Las personas retrocedieron simultáneamente, se vieron como una onda expansiva alrededor de un centro indistinguible. Yo también di unos cuantos pasos atrás. Ovaciones y gritos, nada preciso. Estaba confundido, no encontraría a Richard en un grupo tan enorme. Antes de convertirme en parte de ese enredo, di la vuelta y quise reproducir mi recorrido en reversa, sólo que más hombres se aproximaron y como si hubiese estado obligado, me empujaron al revoltijo.
 
¡Era casi imposible ubicarse entre tantos cuerpos, no había espacio personal, para nada! ¿Qué se suponía que estaba pasando? Sólo captaba los avances y los retrocesos, el alboroto y la quietud fluctuante.
 
—¡¿Estás por ahí?! —vociferé por ver si al menos él estaba cerca.
 
—¡No me sueltan! —Alcancé a escuchar varios metros a mi derecha. Bien, al menos quizás lo hallaría.
 
Me abrí paso con los brazos y las piernas entre los reos, tropezando con la gran mayoría, golpes entre empujones y patadas, muy pocos se apartaban.
 
—¡Ahora! —avisó alguien.
 
Enseguida, las ondas expansivas se repitieron, esa vez acompañadas de sonidos de caídas. Por la separación originada por ello, tuve el chance de ir rápido hasta casi el frente. No llegué a la primera fila por el asombro de identificar sangre en las manos de un flacuchento de cara sádica en el medio del círculo, mucho menos al también reconocer el cuchillo improvisado con un cepillo de dientes del cual goteaba el líquido rojo que recorría sus dedos. Sí, sabía que no era real, pero igual el brote fue inevitable.
 
Lo próximo, sólo veía pies. Mis ojos estaban muy cerca del suelo, sin embargo, mi cuerpo estaba elevado de él. Ahí me di cuenta de que me habían tirado también, porque muchos estaban en las mismas en el área central.
 
—¡Deja de temblar y quítate de encima! —Se deslizó quien tenía abajo. Ah, con razón estaba más incómodo de lo que estaría acostado en el piso. Eso sí, como tiempo no me dio para reaccionar, choqué con el suelo cuando se libró de mí.
 
Por segundos había olvidado lo que me hacía temblar, mi inmovilidad retornó al detallar una gota roja en la superficie, luego otra y otra descendiendo muy cerca de la primera, lo cual me hizo elevar la mirada para redescubrir su fuente: el cepillo de dientes afilado.
 
¡Muévete!
 
No entendía nada, fue como si todo y nada existiera a la vez. Estaba ahí, pero a la vez no me sentía ahí. Una película proyectándose frente a mis ojos en tres dimensiones, exactamente así lo percibía.
 
¡Leonardo, es contigo! ¡Muévete! —La mención de mi nombre en su forma completa me hizo regresar a la realidad. El armado se acercaba lentamente con una sonrisa espeluznante en su rostro a mí.
 
—¿Qué es lo que te tiene pálido, ah? —Ojalá nunca hubiese hablado. Tenía ese tipo de voz que te preguntas cómo puedes borrar la sección de tu memoria donde se alojó—. ¿Espero a que seas traslúcido o hago ver de una vez lo que tienes dentro?
 
En serio, ¿alguien sabe cómo borrar una sección de memoria? En este momento estoy entrando en pánico de sólo recordar su chueca sonrisa y lo mínimos que sus ojos se ponían cuando se burlaba —de seguro eso era lo que hacía— internamente de mí.
 
Tranquilo, Leonardo. Sólo no te preguntes de dónde salió la sangre.
 
Muchas gracias por el consejo, me ha servido perfectamente para analizar de dónde ha salido la sangre.
 
—¡¿No te vas a mover?! —Richard se impacientó y arremetió contra el posible desquiciado, tumbándolo de un solo puñetazo—. ¡¿Querías morir?! —Se agachó frente a mí para sacudirme.
 
—¡¿No le viste el cuchillo?! —Aún no apartaba mis ojos del tipo, en cualquier momento podía recuperarse y contraatacar.
 
—¡Es una navaja de afeitar en un cepillo de dientes! —respondió como si fuese poco.
 
—¡Pero es un cuchillo! —No era capaz de pensar en orden—. ¡Se está levantando! —Señalé antes de intentar huir gateando entre las piernas del público.
 
—Ustedes no van a huir —aseguró Jason, atravesándose con su hermano.
 
¡¿Cuándo llegaron ellos aquí?!
 
—¿Olvidaste cómo ponerte de pie? —bromeó Joseph. Yo me paré de inmediato.
 
—¡No! —Aún temblaba, las piernas querían actuar por sí solas infinidad de acciones que no se realizaron.
 
—¿Qué opinas de ese de ahí? —preguntó por un naranja inerte en el suelo que, al fijarme bien, tenía una puñalada en la pierna con mucho rojo alrededor.
 
—¿Está muerto? —susurré, no llamaría la atención.
 
—Qué bueno que te diste cuenta, porque así acabarán muchos hoy aquí mismo.
 
¿Eso fue un puño en mi cara? ¿Por qué no me caí? ¿Qué estoy haciendo pateándoles el estómago? ¿Por qué recibo aclamaciones de los demás? ¿Por qué estoy tan asustado y exaltado a la vez?
 
¿Me estoy dejando llevar por la energía de este lugar?
 
Un grito gutural frenó todo en su duración e instantes siguientes. Al segundo caído le perforaron el estómago con el arma improvisada. La pausa finalizó a la par con su último suspiro.
 
¿Qué está pasando aquí?
 
Entonces se oyeron pasos apresurados hacia nuestra dirección y hacia la contraria. No supe de quiénes fueron los segundos, pero los primeros eran los vigilantes que al fin se hacían presentes. Aun así, la pelea se hizo más catastrófica. Perdí la cuenta de cuántos yacían en el suelo sin razón alguna, de cuántos golpes recibí y esquivé, de cuántos infligí a pesar de saber que debía detenerme antes de que un azul oscuro se me adelantara.
 
Cuando estaban a punto de llegar a donde yo estaba, por algún motivo casi todos los oficiales corrieron hacia el patio. Por curiosos, dos tercios del combate se disiparon y los siguieron, incluido yo. Al ser saludados por los intensos rayos del sol, la imagen que lo explicó todo fue una reja destrozada en su parte inferior, vigilantes halando a un preso que se había quedado a mitad del camino entre el encierro y la libertad y otros naranjas consiguiendo sus sueños de reintegrarse a la sociedad que había descansado de ellos.
 
—¿Así que todo esto fue un escape? —inquirí cuando sentí que Richard también observaba la  escena.
 
—Vaya acto de distracción el que montaron.
 
Algo más de una docena se fugaron, algo menos de media docena fueron asesinados en el espectáculo de engaño y muchas docenas resultaron heridas. Entre los fugados estaban todos los que había visto conversando en clave las semanas anteriores.
 
El acceso al patio fue restringido mientras se reforzaba la reja. Se interrogó a una buena parte de los presos por el plan, sobre todo a los que se les notaban señales de haber peleado. A mí me llegaron a preguntar, pero lo único que sabía era que eso fue planeado por los que se escaparon.
 
Fue cuando una vez se me ocurrió preguntarle a Marc en una de sus visitas si conocía algo del tema que todo cobró sentido.
 
Durante las semanas previas, la actividad extraña en las rejas que yo había notado eran ellos aflojándolas y rompiéndolas para abrir un túnel entre el suelo y el metal, así lograrían deslizarse entre ellos y reencontrarse con el exterior. El día de la escapada habían acordado y regado la noticia de almorzar lo menos posible porque habían descubierto que el cambio de turno de los vigilantes se daba a los diez minutos del timbre, así que debían estar ya listos para ese momento. Por eso fue que la contienda duró tanto, la iniciaron con ausencia de los otros uniformados. La idea fue que, al apenas entrar ellos toparse con tal desorden, todos estuviesen tan enfocados en disolverlo que los de más atrás, quienes formularon todo, pudiesen escabullirse sin ser vistos hasta el patio y luego la ciudad. Esos fueron los pasos que no identifiqué al momento. Les funcionó hasta que un vigilante sospechó que algo tan grande debía ser una distracción.
 

Actualmente, casi un año después, seis de los victoriosos continúan siendo buscados.
por Spencer
el Jue 19 Feb 2015, 10:22 am
 
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Argumento: Memorias de una vida miserable |Terminada|
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