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Un Beso en la Oscuridad (Nick y tu)

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Un Beso en la Oscuridad (Nick y tu)  Empty Un Beso en la Oscuridad (Nick y tu)

Mensaje por SoryJonas Jue 12 Ene 2012, 4:52 pm

Nombre: Un beso en la oscuridad
Autor: SoryJonas
Adaptación: Si, del libro un beso en la oscuridad de linda howard
Género: Drama y Romance,
Advertencias: hay partes subidas de tono
Otras Páginas: que yo sepa no.


_____ ha pasado muchos años al servicio de la CIA, y se ha convertido en la más eficiente y peligrosa asesina de la Agencia. Pero ahora, por primera vez, ha decidido romper las normas. La trágica muerte de sus antiguos colegas y de su hija adoptiva, las personas a las que más quería en el mundo, es algo que no puede perdonar, aunque eso implique desafiar a sus jefes y actuar por cuenta propia. Movida por un deseo de venganza irresistible, se convierte en una efectiva máquina de matar contra sus enemigos. Ahora no sólo se enfrenta a los criminales a quienes persigue, sino a la propia Agencia, que ha puesto a su mejor hombre tras su pista. Nick Jonas comprende muy bien los motivos de _____ pero sabe que su deber es traerla de vuelta... viva o muerta. Comienza una doble persecución llena de suspense, en la que la justicia, la lealtad y el deber mantienen un pulso a muerte entre los protagonistas.

SoryJonas
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Un Beso en la Oscuridad (Nick y tu)  Empty Re: Un Beso en la Oscuridad (Nick y tu)

Mensaje por raqel d' Jonas(NJJ<3 Jue 12 Ene 2012, 6:27 pm

nueva lectora esta super yo quierop cap. :oops:
raqel d' Jonas(NJJ<3
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Un Beso en la Oscuridad (Nick y tu)  Empty Re: Un Beso en la Oscuridad (Nick y tu)

Mensaje por SoryJonas Vie 13 Ene 2012, 3:59 pm

:hi: raquel dios ame tu foto de nick :arre: gracias :D, la nove es lo mismo que el libro solo cambian los personajes, mi novela propia hecha escrita y dirigida por mi es la de un error cometido que se vuelve un olvido (joe y tu) si la quieres leer o ver de que trata esta el link en mi firma :D
bueno como veo que eres la unica que ha comentado, te dedico el cap

Capítulo 1
París


___ inclinó la cabeza y sonrió a su compañero, Paul Nervi, mientras el maître la acomodaba en silencio y con elegancia en la mejor mesa del restaurante, al menos su sonrisa era genuina, aunque prácticamente era lo único auténtico en ella. El azul claro de sus ojos tenía el tono cálido del marrón castaño de las lentes de contac¬to, su rubia cabellera era ahora de color castaño visón, con algunos reflejos algo más pálidos. Cada día se retocaba un poco las raíces para que no se pudiera adivinar su verdadero tono. Para Paul Nervi ella era Denise Morel, que era un apellido bastante común en Francia, pero no tanto como para despertar sospechas en el subconsciente. Paul Nervi era receloso por naturaleza, cualidad que le había salvado la vida tantas veces que ni siquiera podía recor¬darlas. Pero si esa noche todo iba bien, su polla le llevaría a una trampa mortal. ¡Qué ironía!
Su pasado prefabricado no era muy meticuloso, no había tenido tiempo de preparárselo mejor. Esperaba que no mandara indagar mucho a su gente, que se le agotara la paciencia para escuchar todas las respuestas antes de hacer nada contra ella. Normalmente, si requería un pasado, en Langley se lo preparaban, pero está vez iba por cuenta propia. Había hecho lo que había podido con el tiempo del que había dispuesto. Probablemente, Kevin, el hijo mayor de Paul y el número dos de la organización Nervi, todavía estaría in¬dagando, no tenía mucho tiempo antes de que descubrieran que De¬nise Morel había aparecido de la nada tan sólo unos meses atrás.
—¡Ah! —Paul se sentó en la silla con un suspiro de satisfacción y devolviéndole la sonrisa. Era un hombre atractivo de cincuenta y pocos años, con facciones típicamente italianas, pelo negro brillante, ojos totalmente negros y una boca sensual. Le gus¬taba mantenerse en forma y su pelo todavía no había empezado a aclararse o también era tan cuidadoso como ella con los retoques. Estás especialmente atractiva esta noche, ¿todavía no te lo había dicho?
Tenía el típico encanto italiano. Era una lástima que fuera un despiadado asesino. Bueno, también lo era ella. En ese aspecto, hacían buena pareja, aunque esperaba que no estuvieran igualados. Ella necesitaba tener algo de ventaja, aunque fuera pequeña.
—Sí, lo has hecho —respondió ___, con una mirada dulce. Tenía un acento parisino, que había estado ensayando durante mucho tiempo—. Gracias, de nuevo.
El gerente del restaurante, monsieur Durand, se acercó a la mesa y se inclinó con una reverencia.
—Estamos encantados de tenerle de nuevo con nosotros, monsieur. Tengo buenas noticias: hemos conseguido una botella de Château Maximilien del ochenta y dos. Nos llegó ayer y cuando vi su nombre enseguida la reservé para usted.
—¡Excelente! —dijo Paul sonriendo. La cosecha de Burdeos del ochenta y dos había sido excepcional y quedaban muy pocas botellas. Las que había eran muy caras. Paul era un gran conocedor y estaba dispuesto a pagar cualquier precio por un vino especial. Más que eso, adoraba el vino. No adquiría las botellas sólo para coleccionarlas, sino para bebérselas, disfrutarlas y deshacerse en elo¬gios sobre sus sabores y aromas. Dirigió esa brillante sonrisa a ___—. Este vino es ambrosía, ya lo verás.
—Lo dudo —respondió ella con calma—. Nunca me ha gustado el vino. Había dejado claro desde el principio que era una francesa poco corriente a la que no le gustaba el vino. Sus gustos eran deplorablemente plebeyos. En realidad a ___ le gustaba el vino, pero para Paul no era ___, sino Denise Morel y Denise sólo bebía café o agua embotellada.
Paul se rió entre dientes.
—Ya lo veremos —dijo. No obstante, pidió café para ella.
Era su tercera cita con Paul, desde el principio ella había sido demasiado fría para su gusto y las dos primeras veces que él la había invitado a salir, había rechazado su oferta. Eso había sido un riesgo calculado, pensado para no levantar sospechas. Paul esta¬ba acostumbrado a que la gente reclamara su atención, su favor, no conocía el rechazo. La aparente falta de interés de Denise había despertado el suyo, ésa era la clave con la gente poderosa: siempre esperan que les vayan detrás. También se negó a ceder a sus gustos, como era el caso del vino. En sus dos citas anteriores, había intentado engatusarla para que probara su vino y ella se había negado tajantemente. Nunca había estado con una mujer que no hubiera intentado complacerle desde el principio y le intrigaba su actitud distante.
Odiaba estar con él, tener que sonreírle, hablarle, soportar el más mínimo roce. Casi siempre podía controlar su dolor y concentrarse en lo que tenía que hacer, pero a veces la ira y el sufrimiento la embargaban de tal modo que tenía que hacer un gran esfuerzo para no matarle con sus propias manos.
Ya le habría disparado si hubiera podido, pero estaba muy bien protegido. Antes de acercarse a él siempre la cacheaban, incluso en sus dos primeras citas que fueron en eventos sociales, también habían registrado a todos los invitados. Paul jamás subía a un coche en un espacio abierto, su chofer siempre le llevaba a lugares donde hubiera un pórtico para entrar y nunca iba a un sitio donde no pudiera salir del vehículo a cubierto. Si el lugar no reunía las condiciones adecuadas, no iba. ___ pensaba que debía tener una salida secreta y segura en su casa de París, a través de la cual podía entrar y salir sin que nadie lo supiera, pero si era así, todavía no la había descubierto.
Ese restaurante era su favorito, porque tenía una entrada privada cubierta que utilizaban la mayoría de los clientes. Era un establecimiento exclusivo, la lista de espera era larga y la mayor parte de las veces se hacía caso omiso de la misma. Los clientes pagaban bien por estar en un lugar familiar y seguro y el gerente ponía todos los medios para garantizar dicha seguridad. No había mesas cerca de las ventanas frontales, en su lugar había grandes macetas con flores. Columnas de ladrillo repartidas por todo el comedor impedían toda visión directa desde las ventanas. El resultado era un lugar acogedor y lujoso. Un ejército de camareros vestidos de negro servía las mesas, retirando copas de vino, vaciando ceniceros, sacando migas y, en general, satisfaciendo todos los deseos de los clientes muchas veces antes de que éstos los manifestaran. En la calle había vehículos con las puertas reforzadas, cristales a prueba de bala y bajos blindados. En los coches había guardaespaldas que vigilaban celosamente la calle y las ventanas de los edificios colindantes de posibles amenazas, reales o no.
La única forma de eliminar ese restaurante y a todos los clientes mafiosos sería con un misil teledirigido. Cualquier otra cosa dependería de la suerte y en el mejor de los casos sería impredecible. Por desgracia, no tenía un misil teledirigido.
El veneno estaba en el Burdeos que le servirían en breve y era tan potente que incluso medio vaso bastaría para terminar con él. El gerente se había esforzado mucho para conseguir ese vino para Paul, pero ___ se había esforzado mucho más para que cayera primero en sus manos y que después monsieur Durand se enterara de la existencia de la botella. Cuando supo que iban a ir a cenar a ese restaurante, permitió que se realizara la entrega de la misma.
Paul intentaría convencerla para que probara el vino, pero en realidad no esperaría que lo hiciera.
Lo que probablemente sí esperaba era compartir su cama con ella esa noche, pero estaba destinado a tener una nueva decepción. Su odio hacia él era tal que tuvo que realizar un soberbio esfuerzo de autocontrol para permitir que la besara y aceptar su proximidad con cierta calidez. Nada en el mundo podría conseguir que él consiguiera más que eso. Además, no quería estar con él cuando el vene¬no empezara a actuar, que sería a las cuatro u ocho horas de su ingestión si el doctor Speer estaba en lo cierto respecto a sus cálculos, para entonces ella estaría saliendo del país.
Cuando Paul se percatara de que algo iba mal, sería demasiado tarde, el veneno ya habría hecho la mayor parte de su trabajo, le habría afectado a los riñones, al hígado y al corazón. Padecería una insuficiencia masiva de todos los órganos. Tras la misma podría sobrevivir unas horas más o quizás un día entero hasta que su cuerpo perdiera la batalla. Kevin removería toda Francia para encontrar a Denise Morel, pero ella se habría vuelto a esfumar, al menos durante un tiempo. No tenía intención de permanecer desaparecida.
El veneno no era el arma que normalmente habría elegido, era la única que le quedaba debido a la obsesión de Paul por la seguridad. Ella prefería la pistola y la habría utilizado aún sabiendo que la habrían abatido en el acto, pero no había encontrado el modo de disimular un arma al acercarse a O. Si no estuviera trabajando por su cuenta, quizás… o quizás no. Paul había sobrevivido a varios in¬tentos de asesinato y de todos ellos había aprendido. Ni un francotirador podría alcanzarle. Matar a Paul Nervi implicaba utilizar veneno o un arma de destrucción masiva que también acabaría con quienes tuviera alrededor. A ___ no le hubiera importado matar a Kevin o a alguien más de su clan, pero Paul era lo bastante listo como para asegurarse de que siempre hubiera inocentes cerca de él. Ella era incapaz de matar de ese modo tan indiscriminado, en eso, no se parecía a Paul. Quizás ésa fuera la única diferencia, pero por su propia cordura, era algo que debía conservar.
Ahora tenía treinta y siete años. Hacía ese trabajo desde los dieciocho, durante algo más de la mitad de su vida había sido una asesina y además de las buenas, de ahí que llevara tanto tiempo en ese negocio. Al principio su edad había sido una ventaja, era tan joven y con un rostro tan inocente que casi nadie la había visto como una amenaza. Ya no contaba con esa ventaja, pero la experiencia le ha¬bía proporcionado otras. No obstante, esa misma experiencia también la había marcado, a veces hasta el punto de sentirse tan frágil como una cáscara de huevo agrietada: un poco más de presión y se rompería.
Quizás ya estaba rota y todavía no se había dado cuenta. Sentía que ya no le quedaba nada, que su vida era una desolada tierra yerma. Sólo podía ver su meta delante de ella: Paul Nervi iba a desaparecer y también el resto de su organización. Pero él era el primero, el más importante, porque había sido él quien había dado la orden de asesinar a las personas que más amaba. Después de este objetivo ya no podía ver nada más, ninguna esperanza, ni risa, ni amanecer. No le importaba nada la probabilidad de que quizás no sobreviviera a la misión que se había propuesto.
Eso en modo alguno la haría desistir de la misma. No era una suicida, sino una cuestión de orgullo profesional, se trataba de hacer el trabajo y salir limpia. Su corazón todavía albergaba la pequeña esperanza humana de que si podía resistir, un día ese terrible sufrimiento disminuiría y volvería a ser feliz. Esa esperanza era como una llama pequeña, pero brillante. Suponía que la esperanza era lo que mantenía vivas a la mayoría de las personas incluso en las situaciones más duras, la razón por la que tan pocas se rendían.
Dicho esto, no se engañaba respecto a la dificultad de su misión ni de sus oportunidades durante y después de la misma. Cuando hubiera finalizado el trabajo, desaparecería para siempre, suponiendo que siguiera viva. Los superiores de Washington no estarían contentos con ella por eliminar a Nervi. No sólo la buscaría Kevin, sino también su propia gente, y no pensaba que el resultado fue¬ra muy distinto si caía en manos de unos o de otros. Había desaparecido de la base, por así decirlo, lo que significaba que no sólo era prescindible —siempre había sido así— sino que su desaparición sería deseable. En resumen, no estaba en una situación demasiado prometedora.
No podía ir a su casa, en realidad ya no tenía casa. Podía poner en peligro la vida de su madre y de su hermana, por no hablar ya de la familia de su hermana. De todos modos hacía un par de años que no hablaba con ninguna de ellas… no, hacía más de cuatro años que no llamaba a su madre. Quizás cinco. Sabía que estaban bien, porque había estado velando por ellas, pero la dura realidad era que ya no pertenecía a su mundo, ni ellas podrían comprender el suyo. Lo cierto era que hacía casi una década que no veía a su familia. Eran parte del «antes» y ella se encontraba irremediablemente en el «después». Sus com¬pañeros de trabajo se habían convertido en su familia y les habían asesinado.
Desde el día en que salió a la luz que Paul Nervi estaba de¬trás de las muertes de sus amigos, sólo se había centrado en una cosa: en acercarse lo suficiente a él para asesinarle. Él ni siquiera había intentado ocultar que había dado la orden de matarlos, los había utilizado como castigo ejemplar para demostrar que acercarse a él no era una buena idea. No temía a la policía, con sus contactos era intocable por esa parte. Paul había hecho tantos favores a gente im-portante, no sólo en Francia sino en toda Europa, que podía actuar y, de hecho lo hacía, como le daba la gana.
De pronto se dio cuenta de que Paul le estaba hablando y que la miraba un tanto molesto al ver que ella no le prestaba atención.
—Lo siento —dijo ___ disculpándose—. Estoy preocupada por mi madre. Me ha llamado hoy y me ha dicho que se había caído por la escalera de su casa. Me ha querido tranquilizar diciéndome que no se había hecho daño, pero creo que es mejor que vaya a verla mañana para asegurarme. Ya tiene los setenta y la gente mayor se rompe los huesos con facilidad.
Fue una mentira ágil y no porque estuviera pensando en su verdadera madre. Paul era italiano hasta la médula, había adorado a su madre y comprendía la devoción familiar. Su expresión cambió al momento y se mostró preocupado.
—Sí, por supuesto, has de ir. ¿Dónde vive?
—En Toulouse —respondió, nombrando la ciudad más alejada posible de París que se le ocurrió, aunque todavía en Francia. Si le mencionaba Toulouse a Kevin, eso le proporcionaría unas horas mientras éste buscaba por el sur. Por supuesto, Kevin también podría pensar que había dicho esa ciudad para distraerlo, era cuestión de suerte que la treta funcionara. No podía preocuparse de lo que pensara el segundo de a bordo. Tenía que seguir su plan y esperar que funcionase.
—¿Cuándo regresarás?
—Pasado mañana, si todo va bien. Si no… —Se encogió de hombros.
—Entonces, tenemos que aprovechar bien esta noche. —La pasión que desprendían sus oscuros ojos reflejaba claramente sus intenciones.
___ no disimuló. Más bien se retiró un poco y levantó las cejas.
—Quizás sí —dijo fríamente—, quizás no. —Su tono le estaba transmitiendo que no ardía en deseos de acostarse con él.
Su frialdad no hizo más que aumentar su interés e intensificó el ardor en sus ojos. ___ pensaba que quizás su rechazo le recordara a sus días de juventud cuando había cortejado a su fallecida esposa, a la madre de sus hijos. Por lo que ella sabía, las jóvenes italianas de su generación guardaban celosamente su virginidad, quizás todavía lo hicieran. No había tenido oportunidad de relacionarse con chicas jóvenes de ningún país.
Se acercaron dos camareros, uno de ellos llevaba la preciada botella de vino como si de un valioso tesoro se tratara y el otro su café. Ella sonrió dando las gracias cuando le sirvieron el café y empezó a ponerse crema de leche pasando claramente de Paul mientras el camarero descorchaba la botella y le presentaba el tapón para que lo oliera. En realidad, su atención estaba totalmente puesta en la botella y en el ritual que estaba teniendo lugar. A los grandes catadores les encantaban estos rituales, que ella no entendía. Para ___, el úni¬co ritual era verter el vino en la copa y bebérselo. No tenía el menor interés en oler el corcho.
Cuando Paul hizo el gesto de aprobación, el camarero, solemnemente y muy consciente de su audiencia, vertió el vino tinto en la copa. ___ contuvo la respiración en el momento en que Paul movió la copa, olió su bouquet y dio un primer sorbo para catarlo.
—¡Ah! —dijo cerrando los ojos en un gesto de placer—. ¡Maravilloso!
El camarero se inclinó como si fuera personalmente responsable de esa exquisitez, dejó la botella sobre la mesa y se marchó.
—Tienes que probarlo —le dijo a ___.
—Sería un desperdició —respondió ella bebiéndose su café—. Para mí esto es un sabor agradable —dijo señalando la taza—. El vino… ¡Ug!
—Este vino te hará cambiar de parecer, te lo prometo.
—Eso mismo me han dicho otras veces y se han equivocado.
—Sólo un sorbo, para el sabor —estaba intentando convencerla y por primera vez vio la llama de su temperamento en sus ojos. Era Paul Nervi y no estaba acostumbrado a que nadie le dijera que no, sobre todo una mujer a la que había honrado fijándose en ella.
—No me gusta el vino.
—No has probado éste —dijo él, tomando la botella, vertiendo un poco en otra copa y ofreciéndosela—. Si no consideras que es un manjar de los dioses, jamás volveré a pedirte que pruebes otro vino. Te doy mi palabra.
Eso era cierto, puesto que estaría muerto. Igual que ella si probaba el vino.
Cuando se negó con la cabeza, salió su genio y puso bruscamente la copa sobre la mesa.
—No harás nada de lo que te pido —le dijo mirándola—. Me pregunto por qué estás aquí. Quizás debería liberarte de mi compañía y poner fin a esta velada ¿no crees?
Nada le habría gustado más si él hubiera bebido más vino. No pensaba que un sorbo bastara para hacer todo el trabajo. Se suponía que el veneno era supertóxico y ella había inyectado suficiente cantidad a través del corcho para liquidar a varios hombres de su constitución. Si le abandonaba en plena discusión, ¿qué pasaría con esa botella de vino descorchada? ¿Se la llevaría o la dejaría en la mesa? Con lo caro que era ese vino, sabía que no se tiraría. O se lo bebería otro cliente o bien se lo tomarían los empleados.
—Muy bien —dijo ella tomando la copa. Sin dudarlo se la llevó a la boca y dejó que le mojara los labios, pero no se lo tragó. ¿Podía el veneno ser absorbido a través de la piel? Estaba casi segura de que así era, el doctor Speer le había dicho que llevara guantes de látex cuando lo manipulara. Ahora temía que su noche fuera más intere¬sante si cabe, pero de un modo que no había planeado, aunque no podía hacer otra cosa. Ni siquiera podía tirar la botella al suelo porque los camareros entrarían inevitablemente en contacto con el vino mientras lo limpiaran.
No se molestó en disimular el estremecimiento que recorrió su cuerpo ante ese pensamiento y se apresuró a dejar de nuevo la copa sobre la mesa antes de secarse los labios con la servilleta, que luego dobló cuidadosamente para no tocar la zona manchada.
—¿Bien? —preguntó Paul con impaciencia, aunque había visto su gesto de desagrado.
—Uvas podridas —respondió ella encogiéndose de nuevo de hombros.
Se quedó atónito.
—¿Podridas? —No podía creer que no le gustara su exquisito no.
—Sí. Pero lo que yo saboreo es su procedencia, que por desgracia son uvas podridas. ¿Estás satisfecho? —Ella también dejó ver parte de su temperamento—. No me gusta que me intimiden.
—No ha sido ésa mi intención.
—Sí lo ha sido. Me has amenazado con no volver a verme.
Paul tomó otro sorbo de vino tomándose un tiempo para responder.
—Te pido disculpas —le dijo con delicadeza—. No estoy acos¬tumbrado a que…
—¿Te digan que no? —preguntó ella, imitándole bebiendo café. ¿Aceleraría la cafeína el efecto del veneno? ¿Lo ralentizaría la crema de leche?
Habría estado dispuesta a sacrificarse para asestarle un buen disparo en la cabeza, ¿por qué esto era diferente? Había reducido el riesgo todo lo que había podido, pero seguía habiendo un riesgo y el envenenamiento era una desagradable forma de morir.
Él encogió sus corpulentos hombros y la miró compungido.
—Justamente —dijo él, mostrando algo de su legendario encanto.
Cuando quería podía ser un hombre tremendamente encantador. Si no hubiera sabido quién era, posiblemente la hubiera seducido; de no haber estado al lado de tres tumbas ocupadas por los cuerpos de sus dos mejores amigos y de su hija adoptiva, puede que hubiera asu¬mido que en su trabajo la muerte era algo bastante normal. Averill y Tina conocían los riesgos cuando entraron en el juego, igual que ella, pero su hija Zia de trece años era inocente. ___ no podía olvidar a Zia, ni tampoco perdonar. No podía tomárselo con filosofía.
Tres horas más tarde, cuando ya habían consumido la deliciosa comida y toda la botella de vino recorría ahora el estómago de Paul, se levantaron para marcharse. Era justo después de media noche y el cielo de noviembre escupía volutas de nieve que se fundían inmediatamente al entrar en contacto con el suelo mojado. ___ sintió náuseas, pero bien podía deberse a la tensión a la que había es¬tado sometida durante la cena más que al veneno, que se suponía que debía empezar a actuar más tarde, no al cabo de tres horas.
—Creo que he comido algo que no me ha sentado bien —dijo ella al entrar al coche.
—No tienes que fingir encontrarte mal para no venir a casa conmigo.
—No estoy fingiendo —respondió ella ágilmente. El giró la cabeza para contemplar la iluminación parisina mientras recorrían las calles en coche. Afortunadamente se había bebido toda la botella, estaba segura de que de todos modos la habría dejado por imposible.
Apoyó la cabeza en el cojín y cerró los ojos. No, no era tensión. Las náuseas aumentaban por momentos. Sentía una presión en la parte posterior de la garganta.
—¡Para el coche! Creo que voy a vomitar.
El chofer frenó —era curioso cómo esa amenaza en particular le había hecho instintivamente ir en contra de su entrenamiento— y ella abrió la puerta del vehículo antes de que las ruedas se hubieran detenido por completo, sacó la parte superior de su cuerpo y vomi-tó en la alcantarilla. Notó una mano de Paul en su espalda y otra en su brazo sujetándola, aunque se mantenía a una distancia de se¬guridad para no exponerse a la línea de fuego.
Cuando los espasmos hubieron vaciado su estómago, se dejó caer de nuevo en el interior del vehículo y se secó la boca con el pa¬ñuelo que silenciosamente le había pasado Paul.
—Te pido disculpas —dijo ella, escuchando con sorpresa lo dé¬bil y temblorosa que sonaba su voz.
—Soy yo quien ha de pedírtelas a ti —respondió él—. No creía que realmente te encontraras mal. ¿Quieres que te lleve a ver a un médico? Puedo llamar al mío.
—No, creo que ahora me encuentro mejor —mintió ella—. Por favor, llévame a casa.
Así lo hizo, con muchas preguntas solícitas y la promesa de lla¬marla a primera hora de la mañana. Cuando por fin el conductor se detuvo delante del edificio donde tenía su apartamento de alquiler, tomó a Paul de la mano.
—Sí, por favor, llámame mañana, pero no me beses, puede que tenga algún virus. —Con esa conveniente excusa, se puso el abrigo y se apresuró a través de la nieve que empezaba a cuajar, sin mirar hacia atrás mientras se alejaba del coche.
Llegó a su apartamento y cayó en la primera silla que encontró. No podía recoger sus cosas y dirigirse al aeropuerto como había planeado en un principio. Quizás, después de todo eso fuera lo mejor. Ponerse en peligro era la mejor coartada. Si también estaba enferma debido al veneno, Kevin no sospecharía de ella, ni se preocuparía por lo que le había sucedido cuando se hubiera recuperado. En el supuesto de que sobreviviera.
Estaba muy tranquila mientras esperaba a que sucediera lo que tuviera que suceder.
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Mensaje por raqel d' Jonas(NJJ<3 Vie 13 Ene 2012, 5:31 pm

waa me da mucho gusto que te haya gustado mi foto esa es una de mis favoritas aun que tengo una gran lista XD y muchas grax por dedicarme el cap. de verdad grax. por cierto seguilaa porfas :)
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Mensaje por SoryJonas Dom 15 Ene 2012, 7:12 am

Capítulo 2


La puerta de su apartamento se abrió de golpe poco después de las nueve en punto de la mañana. Entraron tres hombres armados. ___ intentó levantar la cabeza pero, con un leve gemido, la dejó caer de nuevo sobre la alfombra que cubría el oscuro y pulido parqué.
Los rostros de los tres hombres flotaban delante de ella y uno se arrodilló girándole bruscamente la cara hacia él. Parpadeó e intentó enfocar. Kevin. ___ tragó saliva y le extendió la mano, pidiéndo¬le ayuda silenciosamente.
No estaba fingiendo. La noche había sido larga y dura. Había vomitado varias veces y había tenido fiebre y escalofríos. Había padecido fuertes dolores en el estómago que la habían postrado en el suelo en posición fetal, gimiendo de dolor. Durante un tiempo pensó que su dosis había sido letal, pero ahora parecía que los dolores estaban remitiendo. Todavía se encontraba demasiado débil y enfer¬ma para levantarse del suelo, estirarse en la cama y telefonear para pedir auxilio. Una vez intentó llegar hasta el teléfono, pero su esfuerzo llegó a destiempo y no pudo alcanzarlo.
Kevin maldijo en italiano, enfundó su arma y espetó una orden a uno de sus hombres.
___ hizo acopio de fuerzas y pudo susurrarle.
—No… te acerques demasiado. Puedo tener algo… contagioso.
—No —dijo él con su excelente francés—. No tienes nada contagioso. Momentos después le habían puesto una suave manta por encima, con la que Kevin la envolvió antes de tomarla en sus bra¬zos y levantarla con sorprendente facilidad.
Salió del apartamento y bajó por la escalera de atrás, donde estaba su coche esperando con el motor en marcha. El conductor saltó del vehículo al verle y abrió la puerta trasera.
___ fue introducida bruscamente en el coche, con Kevin a un lado y los otros dos hombres al otro. Su cabeza colgó hacia atrás apoyándose sobre el respaldo del asiento y cerró los ojos, empezó a gemir otra vez al sentir de nuevo un dolor agudo en el estómago. No tenía fuerzas para sostenerse y notaba que empezaba a caerse de lado. Kevin emitió un sonido de exasperación, pero se acomodó de modo que ella pudiera apoyarse en él.
Su malestar físico había embargado la mayor parte de su conciencia, pero le quedaba una parte clara y fría en su cerebro que per¬manecía alerta. Todavía no estaba fuera de peligro, ni por el veneno ni por Kevin. De momento, él se estaba reservando su juicio, eso era todo. Al menos la llevaba a algún sitio para que recibiera tratamiento médico, eso esperaba ella. Probablemente no la estaba lle¬vando a algún lugar alejado para matarla y deshacerse de su cuerpo, porque haberlo hecho en su casa habría sido mucho más fácil. ___ no sabía si alguien le habría visto sacándola de casa, pero había muchas probabilidades de que así fuera, aunque la había sacado por la puerta de atrás. Tampoco le importaba demasiado que alguien lo hu¬biera visto. Suponía que Paul estaría muerto o moribundo y que Kevin era ahora el jefe del clan de los Nervi; como tal habría heredado mucho poder, tanto económico como político. Paul había comprado a mucha gente.
___ intentaba mantener los ojos abiertos, fijarse en el camino que tomaba el conductor, pero se le cerraban los párpados. Al final, se rindió y dejó de intentarlo. No importaba adónde la llevara Kevin, tampoco podía hacer nada al respecto.
Los otros hombres que había en el coche estaban en silencio, no hacían ningún comentario banal. La atmósfera era pesada y tensa, cargada de dolor, preocupación o incluso rabia. No podía adivinarlo puesto que no mediaban palabra. Hasta el ruido exterior del trá¬fico parecía desvanecerse y desaparecer por completo.


Al acercarse el vehículo se abrió la verja de la residencia y, Tadeo, el chofer, introdujo el Mercedes blanco a través del espacio que quedaba, de sólo unos centímetros de margen a cada lado. Kevin es¬peró hasta detenerse bajo el pórtico y Tadeo saltó del coche para abrir la puerta de los pasajeros antes de tomar a Denise Morel. Su ca¬beza colgó hacia atrás y se dio cuenta de que se había desmayado. Su rostro tenía un tono amarillo blanquecino, los ojos miraban hacia arriba y desprendía el mismo olor que había notado en su padre.
El estómago de Kevin se encogió en un intento de contener su dolor. Todavía no se lo podía creer, Paul había muerto. Así de rápido. Aún no se había divulgado la noticia, pero sólo era cues¬tión de tiempo. Kevin no podría permitirse el lujo del duelo, tenía que actuar deprisa, consolidar su posición y tomar las riendas, antes de que sus rivales intentaran ganar posiciones como si de una jauría de lobos se tratase.
Cuando su médico particular dijo que la enfermedad de Paul parecía un envenenamiento por hongos, Kevin se movió con rapidez. Mandó a tres hombres al restaurante a buscar a monsieur Durand y llevarle a su residencia, mientras que él, con Tadeo al vo¬lante, se había llevado a Lamberto y a Cesare para ir a buscar a De¬nise Morel. Ella era la última persona que había visto a su padre antes de que éste cayera enfermo y el veneno era un arma de mujer, indirecta e indefinida, que dependía de la suerte y de la casualidad. Sin embargo, en este caso, había sido eficaz.
Pero si su padre había muerto por su causa, ella también se había envenenado en vez de abandonar el país. En realidad, no esperaba en¬contrarla en su apartamento, puesto que Paul le había dicho que se iba a Toulouse a visitar a su madre enferma; Kevin había pensa¬do que era una buena excusa. Parecía que haberse equivocado, o al menos la posibilidad de que así fuera, era lo bastante fuerte como para no matarla in situ.
Salió del vehículo y colocó sus manos debajo de los brazos de ___ para sacarla. Tadeo le ayudaba a sostenerla hasta que pudo pa¬sar la mano por debajo de sus rodillas y cogerla en brazos. Ella tenía una estatura normal, aproximadamente un metro sesenta y siete, pero estilizada; Kevin, a pesar de que en aquellos momentos ella era un peso muerto, la manejaba con facilidad.
—¿Todavía está Giordano? —preguntó, y recibió una respues¬ta afirmativa—. Dile que le necesito, por favor. —La llevó arriba a una de las habitaciones de invitados. Estaría mejor atendida en un hospital, pero Kevin no tenía ganas de responder a preguntas. Los funcionarios podían ser molestamente funcionarios. Y si moría, ha¬bría muerto, pero habría hecho todo lo que estaba dispuesto a hacer. No parecía que Vincenzo Giordano fuera médico, pues ya no prac¬ticaba la medicina y pasaba todo el tiempo en el laboratorio de las afueras de París que Paul había fundado. Quizás si Paul hubiera pedido ayuda antes y le hubieran llevado a un hospital, to¬davía estaría vivo. No obstante, Kevin no habría discutido la decisión de su padre de llamar a Giordano, ni aunque hubiera sido consciente de ello. La discreción lo era todo, cuando la vulnerabili¬dad estaba en juego.
Estiró a Denise en la cama y se quedó de pie mirándola, pre¬guntándose por qué se habría encaprichado tanto de ella su padre. No es que a Paul no le gustaran las mujeres, pero ésta no tenía nada de particular. Hoy lucía un aspecto terrible, su pelo estaba la¬cio y despeinado, tenía un terrible color a muerta, pero ni siquiera cuando iba arreglada era hermosa. Su rostro era demasiado delgado, austero e incluso tenía el labio superior un poco salido. No obstan¬te, esa mala posición dental hacía que su labio superior pareciera más grueso que el inferior y eso le proporcionaba una gracia que de otro modo no hubiera tenido.
París estaba lleno de mujeres mucho más atractivas y más ele¬gantes que Denise Morel, pero Paul la deseaba a ella, hasta el ex¬tremo de no haberla investigado lo suficiente antes de abordarla. Para su sorpresa, ella había rechazado sus dos primeras invitaciones y la impaciencia de Paul se había convertido en obsesión. ¿Su desmesurado interés por ella le había conducido a bajar la guardia? ¿Era esa mujer indirectamente responsable de su muerte?
Tan grande eran la pena y la rabia de Kevin que podría haberla estrangulado tan sólo ante esa posibilidad, pero bajo esos senti¬mientos había una voz fría que le decía que ella podría decirle algo que le conduciría al asesino.
Tenía que encontrar al autor del crimen y eliminarlo. El clan de los Nervi no podía permitir que la muerte de su padre quedara sin vengar, de lo contrario su reputación se vería gravemente lastimada. Puesto que ahora se estaba metiendo en el papel de su padre, no po¬día permitirse la menor duda sobre sus capacidades o determina¬ción. Tenía que encontrar a su enemigo. Por desgracia, las posibili¬dades eran infinitas. Cuando uno trata con la muerte y el dinero, el mundo entero está implicado. Puesto que Denise también se había intoxicado, debía incluso considerar si el autor o la autora podía ser alguna antigua amante celosa de su padre o algún ex amante de De¬nise.
El doctor Vincenzo Giordano golpeó educadamente en el marco de la puerta abierta y entró. Kevin le miró, el hombre tenía un aspecto demacrado, sus rizos generalmente impecables estaban de¬sordenados, como si se los hubiera estado estirando. El buen doctor había sido amigo de su padre desde su juventud y lloró sin ocultarlo cuando Paul falleció dos horas antes.
—¿Por qué no está muerta? —preguntó Kevin, señalando a ___ que estaba en la cama.
Vincenzo le tomó el pulso a Denise y la auscultó.
—Todavía puede morir —dijo pasándose una mano por su ago¬tado rostro—. Su ritmo cardíaco es demasiado rápido y débil. Pero quizás no ingirió tanto veneno como tu padre.
—¿Todavía cree que fueron setas?
—Dije que principalmente parecía una intoxicación por setas. Pero hay diferencias. Por una parte, la velocidad con la que ha ac¬tuado. Paul era un hombre fuerte y robusto, no se encontraba mal cuando llegó a casa, casi a la una de la madrugada. Murió seis horas más tarde. Las setas actúan más despacio, hasta las más mortífe¬ras necesitarían al menos dos días para matar a alguien. Los síntomas eran muy similares; la velocidad no.
—¿No era cianuro o estricnina?
—Estricnina, no. Los síntomas no son iguales. Y el cianuro mata en cuestión de minutos provocando convulsiones. Paul no tuvo convulsiones. Los síntomas de envenenamiento por arsénico son algo parecidos, pero también lo bastante distintos para descar¬tarlo.
—¿Existe algún modo de saber con seguridad qué se utilizó?
Vincenzo suspiró.
—Ni siquiera estoy seguro de que sea un veneno, podría tra¬tarse de algún virus, en cuyo caso todos habríamos estado expuestos.
—Entonces, ¿por qué no ha enfermado el chofer de mi padre? Si se trata de un virus que actúa en horas, él también debería estar en¬fermo ahora.
—He dicho que podría ser, no que lo fuera. Puedo hacer análi¬sis, si me permites examinar el hígado y los riñones de tu padre. Pue¬do comparar su sangre con la de… ¿Cómo se llama?
—Denise Morel.
—Ah, sí, ya me acuerdo. Me habló de ella. —Los oscuros ojos de Vincenzo estaban tristes—. Creo que estaba enamorado.
—¡Bah! Habría perdido el interés en ella. Siempre lo perdía. —Kevin movió la cabeza, como si se estuviera aclarando la mente—. Ya basta. ¿Puedes salvarla?
—No. Sobrevivirá o no. Pero yo no puedo hacer nada.
Kevin dejó a Vincenzo con sus pruebas y se fue a la habita¬ción del sótano donde sus hombres tenían retenido a monsieur Durand. El francés tenía muy mal aspecto, hileras de sangre caían de su nariz, pero principalmente los hombres de Kevin se habían concentrado en golpearle en el cuerpo, que era más doloroso y no tan visible.
—¡Señor Nervi! —dijo con voz ronca el gerente del restaurante al ver a Kevin y empezó a llorar desconsoladamente—. Por favor, sea lo que sea lo que haya sucedido, yo no sé nada. ¡Se lo juro!
Kevin tomó una silla y se sentó delante de monsieur Durand, recostándose y cruzando sus largas piernas.
—Mi padre comió algo en su restaurante la pasada noche que no le sentó bien —lo dijo minimizando al máximo lo ocurrido.
Una expresión de total desconcierto y asombro se reflejó en el rostro del francés. Kevin pudo leer sus pensamientos: ¿le estaban pegando hasta destrozarlo sólo porque Paul Nervi había tenido una indigestión?
—Pero, pero —farfulló monsieur Durand—. Le devolveré el di¬nero, por supuesto, sólo tenía que decírmelo. —Luego se atrevió a decir—. Esto no era necesario.
—¿Comió setas? —preguntó Kevin.
Otra mirada de asombro por parte del gerente.
—Él sabe que no. Pidió pollo con espárragos en salsa de vino y mademoiselle Morel tomó halibut. No, no había setas.
Uno de los hombres que había en la habitación era el chofer ha¬bitual de Paul, Fronte, se inclinó y le susurró a Kevin algo al oído. Kevin asintió con la cabeza.
—Fronte dice que mademoiselle Morel se encontró mal justo después de abandonar su restaurante. —Entonces, ella se puso en¬ferma primero, pensó él. ¿Había sido ella la primera en tomar el ve¬neno que ingirieron o bien había actuado antes en ella, por su com¬plexión más frágil?
—No fue mi comida, monsieur —Durand se sintió gravemente ofendido—. Ninguno de nuestros otros clientes se puso enfermo, ni hemos tenido ninguna queja. El halibut no estaba en mal estado y aunque lo hubiera estado, monsieur Nervi no lo comió.
—¿Qué comida compartieron?
—Nada —respondió rápidamente monsieur Durand—. Salvo, quizás a excepción del pan, aunque no vi que mademoiselle Morel comiera pan. El señor tomó vino, un Burdeos excepcional y la seño¬rita bebió café como de costumbre. El señor insistió en que probara el vino, pero no era del agrado de la señorita.
—Entonces, compartieron el vino.
—Sólo un pequeño sorbo. Como ya le he dicho, a ella no le gus¬taba. La señorita no bebe vino. —El gesto típicamente francés de encogerse de hombros daba a entender que no comprendía esa pecu¬liaridad de la señorita, pero que así era.
Pero aquella noche ella había bebido vino, aunque sólo hubiera sido un sorbo. ¿Era el veneno tan potente que bastaba con un sorbo para poner en peligro su vida?
—¿Quedó algo de vino?
—No, monsieur Nervi se lo bebió todo.
Lo cual era bastante normal. Paul tenía una gran capacidad para aguantar la bebida, por lo que bebía más que la mayoría de los italianos.
—La botella. ¿Todavía tiene la botella?
—Ahora estará en el contenedor de basura. , estoy seguro. Se en¬cuentra en la parte posterior del restaurante.
Kevin ordenó a dos de sus hombres que fueran a buscar la bo¬tella de Burdeos vacía al contenedor y que regresaran con monsieur Durand.
—Muy bien. Usted será mi invitado —le dijo con una fría sonrisa— hasta que esa botella y sus posos hayan sido analizados.
—Pero eso puede…
—Llevar días, sí, es cierto. Estoy seguro de que usted lo entien¬de. Quizás Vincenzo pueda obtener las respuestas en su laborato¬rio con mayor rapidez, pero eso está por ver.
Monsieur Durand dudó.
—Su padre… ¿está muy enfermo?
—No —respondió Kevin, levantándose—. Está muerto. —Una vez más las palabras atravesaron su corazón como si fueran flechas.


Al día siguiente, ___ sabía que viviría; el doctor Giordano necesitó otros dos días para llegar a esa misma conclusión. Ella precisó tres días enteros para poder levantarse de la cama y darse ese baño que tanto necesitaba. Le temblaban tanto las piernas que tuvo que aga¬rrarse a los muebles para poder llegar al baño, la cabeza le daba vuel¬tas y su visión todavía era un poco borrosa, pero sabía que ya había pasado lo peor.
Había intentado permanecer consciente a toda costa y había re¬chazado los medicamentos que le había dado el doctor Giordano para aliviarle el dolor y que pudiera dormir. Aunque se hubiera des¬mayado durante su estancia en lo que evidentemente era la mansión de los Nervi, no quería estar drogada. A pesar de su dominio del francés, no era su lengua nativa; y si hubiera estado sedada, podía ha¬ber salido su inglés americano. Ella fingía tener miedo a morir mientras dormía, les decía que sentía que podía luchar contra el veneno si estaba despierta y aunque el doctor Giordano sabía que médicamente eso era absurdo, había cedido a sus deseos. A veces, la condi¬ción mental del paciente era más importante para su recuperación que la condición física.
Cuando poco a poco pudo salir del magnífico cuarto de baño de mármol, Kevin estaba sentado en la silla que había junto a la cama, esperándola. Iba vestido todo de negro, con cuello alto y pantalones, un oscuro presagio en el dormitorio blanco y crema.
Inmediatamente, todos sus instintos se pusieron en estado de máxima alerta. No podía jugar con Kevin como lo había hecho con Paul. Por una parte, por listo que fuera Paul, su hijo lo era más, más duro, más astuto y eso era mucho decir. Por otra, Paul se sentía atraído hacia ella y Kevin no. Para el padre ella era una mujer más joven, una conquista, pero era tres años mayor que Kevin y además no le faltaban mujeres.
Llevaba sus propios pijamas que Kevin había cogido de su apartamento el día anterior, pero se alegraba de haber encontrado el grueso albornoz que había en un colgador del cuarto de baño. Kevin era uno de esos hombres claramente sexuales que hacían que las mujeres se fijaran mucho en él y ella no era inmune a esa faceta de su personalidad, aunque sabía suficientes cosas desagradables de él como para enfriarse. No era inocente de la mayoría de los críme¬nes que había cometido su padre, aunque sí lo era de los asesinatos que la habían llevado a su venganza personal; dio la coincidencia de que Kevin estaba en Sudamérica en aquellos momentos.
Llegó a la cama con dificultad, se sentó y se agarró a uno de los barrotes del pie de la cama. Tragó saliva y se dirigió a él.
—Me has salvado la vida. —Su voz era fina y débil. Ella era del¬gada y estaba enferma, no estaba en forma para protegerse.
Kevin se encogió de hombros.
—No, según parece. Vincenzo, el doctor Giordano, dijo que no había nada que pudiéramos hacer para ayudarte. Te has recuperado sola, aunque no sin secuelas. Una válvula del corazón, creo que dijo.
Ya lo sabía porque el doctor Giordano se lo había dicho esa misma mañana. Sabía que podía sucederle eso cuando se arriesgó.
—No obstante, tu hígado se recuperará. Hoy tienes mucho me¬jor aspecto.
—Nadie me ha contado lo que ha pasado. ¿Cómo supiste que estaba enferma? ¿Ha enfermado también Paul?
—Sí —respondió él—. Pero no se recuperó.
Como no iba a reaccionar con un «¡Bien!», deliberadamente pensó en Averill, Tina y Zia, una adolescente larguirucha, con un rostro brillante y alegre y una interminable verborrea. ¡Dios mío! ¡Cuánto la echaba de menos! Sintió una punzada en el centro de su corazón. Las lágrimas inundaron sus ojos y empezaron a caer por sus mejillas.
—Fue veneno —dijo Kevin, con una expresión y un tono de voz tan tranquilos como si estuviera hablando del tiempo. No obs¬tante, ella no se dejó engañar, sabía que tenía que estar furioso—. Estaba en la botella de vino. Parece ser un veneno sintético de diseño, muy potente; cuando aparecen los síntomas, ya es demasiado tarde. Monsieur Durand, el gerente del restaurante, nos ha dicho que probaste el vino.
—Sí, un sorbo. —Se secó las lágrimas de la cara—. No me gus¬ta el vino, pero Paul insistió y se estaba enfadando porque no quería probarlo, así que lo probé… sólo un sorbito, para complacerle. Era repulsivo.
—Has tenido suerte. Según Vincenzo, el veneno es tan fuerte que si hubieras bebido algo más, si el sorbo no hubiera sido tan pe¬queño, estarías muerta.
___ se estremeció recordando el dolor y los vómitos; se había puesto así de mal con tan sólo mojarse los labios, sin tragar ni un sorbo.
—¿Quién ha sido? Cualquiera podía haber bebido ese vino, ¿se trata de algún terrorista al que no le importaba quién muriera?
—Creo que mi padre era el objetivo, todo el mundo conocía su pasión por el vino. La cosecha del Château Maximilien del ochenta y dos es muy difícil de encontrar, sin embargo, la botella llegó mis¬teriosamente a manos de monsieur Durand el día antes de que mi pa¬dre hiciera la reserva en su restaurante.
—Pero podía haber ofrecido ese vino a otro cliente.
—¿Y arriesgarse a que mi padre se enterara de que no se lo ha¬bía ofrecido a él? No lo creo. Esto me hace pensar que el envene¬nador conoce muy bien a monsieur Durand, su restaurante y a su clientela.
—¿Cómo lo hizo? Descorcharon la botella delante de nosotros. ¿Cómo pudo alguien envenenar el vino?
—Supongo que utilizaría una aguja hipodérmica muy fina para inyectar el veneno a través del corcho. No se habría notado. Tam¬bién podría haber sucedido que el asesino dispusiera del equipo adecuado, hubiera descorchado la botella y la hubiera vuelto a cerrar. Para el gran consuelo de monsieur Durand, no creo que ni el ni el camarero que sirvió la mesa sean culpables.
___ llevaba tanto rato fuera de la cama que las piernas le empe¬zaban a temblar de debilidad. Kevin notó los temblores que ya se percibían por todo el cuerpo.
—Puedes quedarte hasta que te hayas recuperado por completo —dijo educadamente, mientras se ponía en pie—. Si necesitas algo sólo tienes que pedirlo.
—Gracias —respondió ella, acto seguido pronunció la mentira más grande de toda su vida—. Kevin, siento muchísimo lo de Paul. Era… era… —Era un asqueroso asesino hijo de puta, pero ahora era un asqueroso asesino muerto. Se las arregló para soltar al¬guna lágrima más, visualizando el rostro de Zia.
—Gracias por tus condolencias —dijo él sin expresar nada y sa¬lió de la habitación.
No interpretó una danza de la victoria, estaba demasiado débil y por lo que sabía había cámaras ocultas en la habitación. Se volvió a meter en la cama e intentó refugiarse en el sueño reparador, pero se sentía demasiado triunfal para quedarse dormida.
Parte de su misión había sido un éxito. Ahora lo que tenía que hacer era desaparecer antes de que Kevin descubriera que Denise Morel no existía.
SoryJonas
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Mensaje por raqel d' Jonas(NJJ<3 Lun 16 Ene 2012, 4:42 am

seguilaaa porfasss pobre de _______ ya me imagino lo que le habrá pasado :(
raqel d' Jonas(NJJ<3
raqel d' Jonas(NJJ<3


http://twitter.com/#!/raqel_JBROTHERS

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Mensaje por lovely last Lun 16 Ene 2012, 10:48 am

new reader siguela me encanta esta genial
lovely last
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Mensaje por SoryJonas Mar 17 Ene 2012, 7:59 pm

Capítulo 3


Dos días después, Kevin y su hermano menor, Joe, estaban ante las tumbas de sus padres en su casa de la infancia en Italia. Su madre y su padre estaban de nuevo juntos en la muerte como lo habían estado en vida. La tumba de Paul estaba cubierta de flo¬res, pero tanto Kevin como Joe habían cogido algunas de ellas y las habían puesto sobre la tumba de su madre.
El día era fresco, pero soleado y soplaba una ligera brisa. Joe se puso las manos en los bolsillos y miró el ciclo azul, su be¬llo rostro estaba abatido por el dolor.
—¿Qué harás ahora? —le preguntó a su hermano.
—Encontrar a quien lo hizo y acabar con él —dijo Kevin sin dudarlo. Ambos se dieron la vuelta y comenzaron a salir del cementerio.
—Pondré una esquela en la prensa sobre la muerte de papá, no podemos ocultarlo durante más tiempo. La noticia inquietará a algunas personas, se preguntaran sobre el estado de algunos de los acuerdos de los que ahora soy el responsable y tendré que encargarme de ellos. Puede que perdamos algunos ingresos, pero nada que no podamos afrontar. Las pérdidas serán a corto plazo, pero los beneficios de la vacuna no sólo las compensarán sino que las superarán en mucho.
—¿Ha compensado Vincenzo el tiempo perdido? —dijo Joe era más ejecutivo que su hermano Kevin y quien llevaba las finanzas desde sus oficinas en Suiza.
—No tanto como esperábamos, pero el trabajo progresa. Me ha asegurado que en verano habrá terminado.
—Entonces, va mejor de lo que pensaba, teniendo en cuenta todo lo que se perdió.
Un incidente en el laboratorio de Vincenzo había destruido la mayor parte de su actual proyecto.
—Tanto él como su equipo trabajan muchas horas.
Y más trabajarían si Kevin veía que se retrasaban. La vacuna era demasiado importante para permitir que Vincenzo no cumplie¬ra con los plazos.
—Mantenme informado de la situación —dijo Joe. Por mutuo acuerdo y por razones de seguridad, no volverían a estar jun¬tos hasta haber identificado y atrapado al asesino. Se giró y miró ha¬cia atrás para contemplar la nueva tumba, sus ojos se llenaron con la misma pena y rabia que sentía Kevin—. Todavía me cuesta creerlo —dijo casi susurrando.
—Lo sé. —Los dos hermanos se abrazaron sin ocultar su emo¬ción y se montaron en vehículos separados para regresar a su aero¬puerto privado, donde cada uno tomaría un jet corporativo para volver a su hogar. Kevin se había sentido más consolado con la pre¬sencia de su hermano menor, al estar con lo que le quedaba de su fa¬milia inmediata. A pesar de la triste razón de su encuentro, también había sentido que no estaba solo. Ahora los dos regresaban a sus im¬perios separados, pero vinculados, Joe para controlar el dinero, Kevin para encontrar al asesino de su padre y vengarse. Sabía que su hermano Joe le respaldaría en cualquier paso que diera.
Pero el hecho era que no había realizado ningún progreso en descubrir quién había asesinado a Paul. Vincenzo todavía esta¬ba analizando el veneno, lo cual podría darles una pista sobre su pro¬cedencia y Kevin había estado vigilando de cerca a sus rivales para ver algún indicio de que supieran lo de la muerte de su padre o algún cambio en sus patrones de conducta. Se podría pensar que sus socios menos fiables podrían ser los más sospechosos, pero Kevin no eli¬minaba a nadie por una simple sospecha. Podía tratarse incluso de alguien de su propio clan o de alguien del gobierno. Paul había estado metido en muchas cosas y era evidente que alguien quería lle¬varse todo el pastel. Kevin sólo tenía que averiguar quién era.
—Lleva a la señorita Morel a su casa —le dijo Kevin a Tadeo tras haber estado con ellos una semana. Ahora ya podía tenerse en pie y aunque rara vez salía de su habitación, no se sentía a gusto teniendo a una extraña bajo su techo. Todavía estaba ocupado consolidando su situación, por desgracia había un par de personas que creían que no era como su padre y se habían sentido impulsados a desafiar su autoridad, lo que a su vez había provocado su muerte y había cosas que una extraña no debía ver u oír. Se sentiría mejor cuando su casa volviera a ser su refugio inexpugnable.
El coche tardó sólo unos minutos en llegar y recoger a la mujer v sus pocas pertenencias. Cuando Tadeo se hubo marchado con la francesa, Kevin se dirigió al estudio de su padre y se sentó tras la inmensa mesa de despacho de madera tallada que tanto le gustaba a Paul. Tenía delante el informe de Vincenzo sobre el veneno ana¬lizado de los posos del vino. Lo había ojeado cuando se lo entregaron, pero ahora lo volvió a tomar para leerlo detenidamente y repa-sar todos los detalles.
Según Vincenzo, el veneno era de ingeniería química. Conte¬nía algunas propiedades de la orelanina, el veneno de la seta vene¬nosa galerina; ésa era la razón por la que al principio había sospe¬chado que se trataba de una intoxicación por setas. La orelanina atacaba a varios órganos, principalmente el hígado, los riñones, el corazón y el sistema nervioso, pero también era notablemente lenta. Los síntomas no aparecían hasta transcurridas diez horas o más, luego la víctima parecía recuperarse y moría al cabo de varios me¬ses. No existía un tratamiento o antídoto conocido para la orelani¬na. El veneno también había mostrado cierta relación con el minoxidil, por los efectos de la bradicardia, fallo cardíaco, hipotensión e insuficiencia respiratoria, lo cual haría que la víctima no pudiera recuperarse de la orelanina. El minoxidil actuaba deprisa, la orela¬nina despacio, de algún modo se habían combinado las dos propiedades de modo que se produjera un retraso, pero sólo de unas horas.
También según Vincenzo, sólo había unos pocos químicos en el mundo capaces de hacer ese trabajo y ninguno de ellos trabajaba en corporaciones farmacéuticas conocidas. Debido a la naturaleza de su trabajo eran muy caros y difíciles de contactar. Ese veneno en concreto, de semejante potencia como para que menos de una onza pudiera acabar con un hombre o una mujer de 70 kilos, costaría una pequeña fortuna.
Kevin se puso los dedos en los labios y empezó a darse pequeños golpecitos. La lógica le decía que el asesino que buscaba debía ser casi con toda seguridad un rival o alguien que buscara Ven¬ganza por alguna ofensa del pasado, pero el instinto le dirigía hacia Denise Morel. Había algo en ella que le disgustaba. No podía iden¬tificar la causa de su desagrado, hasta el momento sus investigacio¬nes le habían indicado que era justo lo que decía ser. Además, ella también había sido envenenada y había estado a punto de morir, lo que para cualquier persona racional demostraría que no era la cul¬pable. Además había llorado por la muerte de Paul.
Nada la señalaba a ella. El camarero que les había servido el vino era mucho más sospechoso, pero el interrogatorio exhaustivo de monsieur Durand y del camarero no había dado más resultados que el hecho de que monsieur Durand había puesto la botella en manos del camarero y había observado cómo la llevaba directamente a la mesa de Nervi. No, la persona que buscaba era la que había sumi¬nistrado la botella de vino a Durand y hasta el momento no había rastro de ella. La botella había sido suministrada por una empresa que no existía.
Por lo tanto, el asesino había sido bastante sofisticado en toda su gestión, había suministrado el veneno y el vino. Él —para conve¬niencia de Kevin pensaba que era un asesino, un «hombre»— ha¬bía investigado a su víctima y sus costumbres; sabía que Paul frecuentaba ese restaurante, que tenía una reserva y también que casi con toda seguridad monsieur Durand guardaría esa botella para su cliente más importante. El asesino también había podido presentar una imagen de una empresa legítima. Todo ello apuntaba aun nivel de profesionalidad que prácticamente acusaba a un «rival».
Sin embargo, todavía no podía dejar de sospechar de Denise.
No era probable, pero todavía podía ser un crimen pasional. Nadie estaba fuera de sospecha hasta que supiera con seguridad quién había matado a su padre. Lo que quiera que su padre hubiera visto en Denise, quizás también lo habría visto otro hombre y estu¬viera tan obsesionado como él.
En cuanto a las antiguas amantes de Paul… Kevin las re¬cordó una a una, pero las rechazó categóricamente como sospecho¬sas. Por una parte, Paul había sido como una abeja, había libado de todas las flores pero sin permanecer el tiempo suficiente con ninguna de ellas como para entablar una verdadera relación. Desde la muerte de su esposa, hacía unos veinte años, había sido un hom¬bre asombrosamente activo en lo que a romances se refería, pero ninguna mujer había llegado a ocupar un lugar en su corazón.
Además, Kevin investigaba a todas las mujeres que estaban con su padre. Ninguna de ellas había dado muestras de conductas obsesivas, ni tampoco habrían podido llegar a conocer la existencia de un veneno tan sofisticado, ni haber dispuesto de los medios para conseguirlo, y mucho menos de la extraordinariamente cara botella de vino. Volvería a investigarlas, para cerciorarse, pero estaba segu¬ro de que no encontraría nada. Sin embargo, ¿qué sabía de las per-sonas que habían formado parte del pasado de Denise?
Le había hecho preguntas al respecto, pero no le había dado nin¬gún nombre, simplemente le había dicho que no había nadie.
¿Significaba eso que durante toda su vida había vivido virtuosamente como una monja? No lo creía, aunque tampoco sabía con se¬guridad que hubiera rechazado las proposiciones de Paul. ¿Sig¬nificaba eso que había tenido amantes pero que ninguno era capaz de hacer algo así? No le importaba lo que ella pensase, quería llegar a sus propias conclusiones.
¡Ya estaba! ¿Por qué no le contaba nada de su pasado? ¿Por qué era tan reservada? Eso era lo que le preocupaba de ella, no tenía nin¬guna razón para no darle el nombre de nadie con el que hubiera es¬tado cuando era adolescente. ¿Estaría protegiendo a alguien? ¿Ten¬dría alguna sospecha de quién podía haber puesto el veneno en esa botella, sabiendo que a ella no le gustaba el vino y que jamás llegaría a probarlo?
No la había investigado tan a fondo como le hubiera gustado; primero porque su padre estaba demasiado impaciente para esperar y luego porque sus citas habían sido tan intrascendentes —hasta la última— que Kevin había abandonado la investigación. Ahora, sin embargo, tendría que averiguar todo lo posible sobre Denise Morel, incluso se enteraría de si había pensado en acostarse alguna vez con alguien. Si alguien estaba enamorado de ella, encontraría a ese hombre.
Descolgó el teléfono y marcó un número.
—Quiero que vigilen a mademoiselle Morel a todas horas. Si sale un centímetro de su puerta, quiero saberlo. Si alguien la llama o si ella llama a alguien, quiero que intervengan el teléfono. ¿Me han entendido? Bien.


En la intimidad del cuarto de baño de su habitación de invitados, ___ había trabajado duro para recobrar su fortaleza. Había regis¬trado a fondo el baño y no había descubierto ni cámaras, ni micró¬fonos, por lo que se sentía a salvo de ser observada en aquel espacio. Al principio sólo había sido capaz de hacer algunos estiramientos, pero se había obligado a más, a correr en el sitio aunque para ello tuviera que agarrarse al mármol del tocador para mantener el equili¬brio, hizo flexiones de brazos, de piernas y abdominales. Procuraba comer todo lo posible para acelerar su recuperación. Sabía que hacer esfuerzos podía ser peligroso, con una válvula del corazón dañada, pero era un riesgo calculado, como casi todo en su vida.
Lo primero que hizo al regresar a su apartamento fue registrarlo a fondo como había hecho en el cuarto de baño de los Nervi. Pue¬de que Kevin no sospechara de ella o que hubiera puesto micró¬fonos por todas partes desde el domingo mientras estaba enferma. No, si hubiera sospechado de ella ya la habría matado.
Eso no significaba que estuviera a salvo. Cuando le preguntó sobre sus antiguos amantes, supo que sólo le quedaban unos días para huir, porque investigaría más sobre su pasado y descubriría que éste no existía.
Si habían registrado su apartamento —y debía suponer que así había sido— los que lo habían hecho habían sido muy pulcros. Pero no habían encontrado el escondite donde guardaba sus cosas para huir o de lo contrario no estaría allí en esos momentos.
El antiguo edificio tenía chimeneas, que después de la segunda guerra mundial habían sido substituidas por radiadores. La chime¬nea de su apartamento había sido tapiada y ella había puesto un arcón delante. Una alfombra barata debajo del arcón servía para no rayar el suelo al moverlo y para desplazarlo sin hacer ruido. Tiró de la alfombra y se estiró en el suelo para comprobar el estado de los la¬drillos. Su obra de reparación casi no se notaba, ensució el mortero para que pareciera tan antiguo como el resto. Tampoco había polvo de mortero en el suelo que indicara que alguien había estado hurgando en los ladrillos.
Tomó un martillo y un cincel y se volvió a echar en el suelo, em¬pezó a picar cuidadosamente el mortero que rodeaba uno de los la¬drillos. Cuando estuvo flojo lo sacó, y así sucesivamente con el resto hasta que pudo pasar la mano por la cavidad de la chimenea y sacar , unas cajas y bolsas, todos los objetos estaban meticulosamen¬te envueltos en bolsas de plástico para que no se mancharan.
En una cajita guardaba los documentos con sus diferentes iden¬tidades: pasaportes, tarjetas de crédito, carnés de conducir, carnés de identidad, según la nacionalidad que eligiera. En una bolsa tenía tres pelucas. También tenía varias mudas de ropa, que las había ocultado porque eran más llamativas. Los zapatos ya era otra cosa, sencillamente había puesto los que necesitaba en su armario, amontonados junto a los otros. ¿Cuántos hombres prestarían atención a un mon¬tón de zapatos? También tenía dinero en efectivo, en euros, libras y dólares.
En la última bolsa había un teléfono móvil seguro. Lo conectó y comprobó el estado de la batería: bajo. Sacó el cargador y lo enchufó a un enchufe de la pared.
Estaba exhausta, el sudor cubría su frente. No se marcharía al día siguiente, todavía estaba demasiado débil. Se iría pasado maña¬na, tendría que moverse, hacerlo deprisa.
Hasta ahora había tenido suerte. Kevin había ocultado la noticia de la muerte de Paul durante varios días, lo cual le había proporcionado algún tiempo, pero cada minuto que pasaba aumentaba el peligro de que alguien de Langley viera una foto de Denise Morel, la escaneara y mandara por correo electrónico un informe dique, que, aparte del color de pelo y de los ojos, los rasgos de Denise Morel coincidían con los de Liliane Mansfield, asesina a sueldo para la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos. Entonces la CIA también le seguiría el rastro y la Agencia tenía recursos con los que Kevin no podía ni soñar. Por cuestiones prácticas Paul estaba donde estaba por bendición de la Agencia, nadie la miraría con piedad por haberlo sacado de en medio.
No se sabía quién daría primero con ella, si Kevin o algún otro agente de la CIA. Tendría más posibilidades con Kevin, porque probablemente la subestimaría. La Agencia no cometería ese error.
Puesto que resultaría extraño si no lo hiciera y porque quería comprobar si estaba siendo vigilada, se abrigó para protegerse del frío y salió a comprar al supermercado del barrio. Divisó a un vigi¬lante nada más salir del edificio; estaba sentado en un coche gris muy común aparcado a mitad de la manzana, tan pronto como ella salió, se cubrió el rostro con un periódico. Era un aficionado. Pero si ha¬bía uno al frente, también debía haber otro detrás. La buena noticia es que no había ningún hombre dentro del edificio, lo cual habría di¬ficultado más las cosas. No quería tener que saltar desde el tercer piso con lo débil que estaba.
Llevaba una bolsa de tela para comprar donde puso algunos productos y fruta. Un hombre de aspecto italiano, de lo más común, en el que sólo te fijarías si le estuvieras buscando, seguía su estela sin perderla de vista. Bueno ya había localizado a tres. Con tres bastaba para hacer un buen trabajo, pero no eran tantos como para no poder manejarlos.
Tras pagar en caja, regresó a su apartamento, procurando que su paso fuera lento y torpe. Caminaba con la cabeza baja, dando la ima¬gen de abatimiento, en lugar de la de una persona que está totalmen¬te alerta. Sus observadores pensarían que ella no era en absoluto cons¬ciente de ellos y además, que su salud era todavía muy precaria para moverse demasiado. Puesto que no eran muy hábiles en el tema de la vigilancia, eso suponía que en algún momento bajarían la guardia sin darse cuenta de ello, porque ella no significaba ninguna amenaza.
Cuando su teléfono móvil estuvo completamente cargado, se lo llevó al cuarto de baño y tiró de la cadena para enmascarar el soni¬do, en el supuesto de que hubiera algún micrófono parabólico enfo¬cado hacia su apartamento. Había muy pocas probabilidades, pero en su trabajo la paranoia les salvaba la vida. Reservó un billete de ida en primera para Londres, desconectó, volvió a llamar y con otra identidad, reservó un vuelo para Francia que partía a la media hora de su llegada, para regresar a París, donde absolutamente nadie es¬peraría encontrarla. Después de eso, ya vería, pero esa pequeña ma¬niobra le haría ganar algún tiempo.


Langley, Virginia

A primera hora de la mañana siguiente, una analista subalterna lla¬mada Susie Pollard se quedó atónita ante lo que el programa de reconocimiento facial le acababa de revelar. Imprimió el informe y luego se abrió paso entre el laberinto de cubículos hasta que se me¬tió en uno de ellos.
—Esto pinta interesante —dijo entregándole el informe a una superior, Wilona Jackson.
Wilona se puso las gafas en su sitio y ojeó rápidamente el docu¬mento.
—Tienes razón —respondió—. Buen trabajo, Susie. Voy a llevar esto arriba ahora mismo. —Se puso de pie. Era una mujer negra de un metro ochenta de estatura, facciones austeras y una actitud de «nada de chorradas» que rayaba la perfección en lo que respectaba a su esposo y sus cinco bulliciosos hijos. Decía que al no haber nin¬guna otra mujer en su casa tenía que estar por encima de todas las cosas. Eso mismo lo trasladaba a su trabajo, donde no toleraba nin¬guna tontería. Cualquier cosa que ella llevara arriba, inmediatamen¬te recibía atención o lo que fuera necesario.
A primera hora de la tarde, Franklin Vinay, el jefe de operacio¬nes, estaba leyendo el informe. Paul Nervi, el jefe de la organi¬zación Nervi —a la que no podía denominar corporación— había fallecido debido a una enfermedad desconocida. No se sabía la fecha exacta de su fallecimiento, pero sus hijos le habían enterrado en su tierra natal, Italia, antes de dar a conocer la noticia. La última vez que se le vio en público fue en un restaurante parisino, y había trans¬currido un lapso de cuatro días entre ese día y el del anuncio de su muerte. Aparentemente gozaba de buena salud, por lo que la enfer¬medad desconocida se habría producido con bastante rapidez. Por supuesto, los infartos y los accidentes vasculares cerebrales abatían a gente aparentemente sana todos los días.
Lo que hizo saltar la alarma fue el programa de reconocimiento facial, que decía que sin lugar a dudas, la nueva amiga de Nervi ha¬bía sido nada más ni nada menos que una de las mejores asesinas a sueldo para la CIA. Liliane Mansfield se había teñido de oscuro su pelo rubio y se había puesto lentes de contacto para oscurecer sus distintivos ojos azul claro, pero no cabía duda de que era ella.
Pero lo más alarmante fue el hecho de que unos pocos meses antes, dos de sus mejores amigos y su hija adoptiva habían muerto a manos de Nervi. Todo apuntaba a que ___ había salido del anoni¬mato para tomarse la justicia por su mano.
Ella sabía que la CIA no castigaría el crimen. Paul Nervi era un desagradable ejemplo del tipo de humano que merecía ser ajusticiado, pero había sido lo bastante listo para jugar en dos bandos y ser un comodín en zona neutral, precisamente como seguro de vida contra ese tipo de cosas. Había transmitido información de suma importancia y lo había hecho durante años. Ahora esa vía de información había desaparecido, quizás para siempre; tardarían años, en caso de que lo consiguieran, en desarrollar el mismo tipo de relación con su heredero. Kevin Nervi era muy suspicaz y no estaba preparado para formar ninguna sociedad. La única esperanza de Frank en esa dirección era que Kevin demostrara ser tan prag¬mático como su padre.
Frank odiaba trabajar con los Nervi. Tenían algunos negocios legales sí, pero eran como Jano: todo lo que hacían tenía dos caras, una buena y otra mala. Si sus investigadores estaban trabajando en una vacuna contra el cáncer, otro grupo en el mismo edificio trabajaba para crear un arma biológica. Donaban grandes cantidades a organi¬zaciones benéficas que hacían muchas obras sociales, pero también financiaban grupos terroristas que asesinaban indiscriminadamente.
Jugar en el mundo de la política era como hacerlo en una alcan¬tarilla. Tenías que ensuciarte para jugar. Personalmente, Frank se alegraba de la desaparición de Paul Nervi. No obstante, en su ámbito laboral, si Liliane Mansfield había tenido algo que ver en ello se vería obligado a hacer algo al respecto.
Sacó su archivo al que sólo se podía acceder con un código de seguridad y lo leyó. Su perfil psicológico decía que llevaba un par de años trabajando bajo cierta presión. Según su experiencia había dos tipos de agentes: los que hacían su trabajo sin más emoción que la que pondrían al matar una mosca y los que estaban convencidos del bien que hacían, pero a cuyo espíritu se le iba acabando la paciencia bajo la presión de los ataques constantes. ___ estaba en el segundo grupo. Era muy buena, una de las mejores, pero cada golpe le había dejado una huella. Hacía años que ya no hablaba con su familia y eso no era bue¬no. Eso haría que se sintiera aislada, desconectada de ese mismo mundo al que quería proteger. Bajo tales circunstancias, sus amigos del trabajo se habían convertido en algo más que amigos; eran su fa-milia adoptiva. Cuando fueron eliminados, quizás su atormentado espíritu tuvo la gota que colmó el vaso.
Frank sabía que algunos de sus colegas se reían de él por pensar en términos de espíritus, pero llevaba mucho tiempo en ese trabajo y no sólo sabía lo que veía, sino que lo entendía.
Pobre ___. Quizás debería haberla sacado del terreno de juego cuando empezó a dar muestras de agotamiento psicológico, pero ahora era demasiado tarde. Tenía que hacer frente a la situación que se había creado.
Tomó el teléfono y le dijo a su asistente que localizara a Nick Jonas, quien, maravilla de las maravillas, estaba justamente en el edi¬ficio. Las caprichosas Parcas debían haber decidido que la suerte le sonriera a Frank.
Unos cuarenta y cinco minutos más tarde, su asistente le anun¬ciaba que el señor Jonas estaba allí.
—Hazle pasar.
La puerta se abrió y Jonas entró tranquilamente. De hecho, siempre iba muy tranquilo. Caminaba como un cowboy sin rumbo y sin prisas por llegar a ninguna parte. Parecía que eso gustaba a las mujeres.
Jonas era una de esas personas bien parecidas que siempre esta¬ba de buen humor. Con una sonrisa inocente en la cara saludó y se sentó en la silla que Frank le indicó. Por alguna razón, la sonrisa fun¬cionó del mismo modo que su forma de entrar: a la gente le gustaba. Era un oficial superior tremendamente eficaz porque no levantaba sospechas. Puede que fuera un hombre feliz, tenía un modo de caminar que parecía la definición de la pereza, pero siempre hacía su trabajo. Había trabajado en Sudamérica durante la mayor parte de la última década, lo cual explicaba su color bronceado y su extrema y dura delgadez.
«Se le empieza a notar la edad —pensó Frank— pero, ¿no se nos empieza a notar a todos?» Lucía canas en las sienes y en el naci¬miento del pelo, que lo llevaba muy corto debido a un remolino re¬belde que tenía delante. Tenía algunas patas de gallo, surcos en la frente, arrugas en las mejillas, pero con su suerte, las damas proba¬blemente pensaran que era tan gracioso como su manera de andar. Gracioso. «¡Lo que son las cosas!» reflexionó Frank, estaba descri¬biendo mentalmente a uno de sus mejores agentes como gracioso.
—¿Qué sucede? —preguntó Jonas, estirando sus largas piernas mientras se relajaba, su espalda se curvó hasta prácticamente hun¬dirse en la silla. La compostura no era su fuerte.
—Tenemos una situación delicada en Europa. Una de nuestras agentes ha salido de la reserva y ha asesinado a un valioso colabora¬dor. Hemos de detenerla.
—¿Ella?
Frank puso el informe sobre la mesa. Jonas lo cogió y lo leyó rápidamente, luego se lo devolvió.
—Ya lo ha hecho. ¿Qué hay que detener?
—Paul Nervi no estaba solo en la situación que puso fin a la vida de los amigos de ___. Si está dispuesta a acabar con todos ellos, puede echar al traste toda nuestra red. Ya nos ha hecho un daño considerable al eliminar a Nervi.
Jonas hizo una mueca con la cara y se la frotó enérgicamente con las manos.
—¿No tienes ningún agente irascible y solitario, en un retiro forzoso y con alguna habilidad especial que le haga ser el único capaz de encontrar a la señorita Mansfield y detenerla en su cruzada?
Frank se mordió la mejilla por dentro para evitar reírse.
—¿Te parece que esto es una película?
—No es un delito tener esperanza.
—Considera tus esperanzas rotas.
—Muy bien, ¿qué me dices de John Medina? —los ojos azules de Jonas se estaban riendo mientras intentaba fastidiar a Frank.
—John está ocupado en Oriente Medio —dijo Frank con calma.
Su respuesta hizo que Jonas se incorporara en su asiento, todo indicio de pereza había desaparecido.
—Espera un momento. ¿Me estás diciendo que realmente exis¬te un Medina?
—Sí, existe un Medina.
—No hay ningún archivo sobre él —empezó a decir Jonas, lue¬go se dio cuenta, sonrió y dijo—: Vaya.
—Lo que quiere decir que lo has comprobado.
—¡Maldita sea! Todo el mundo que está en este negocio lo ha hecho.
—Ésa es la razón por la que no existen archivos informáticos. Para su protección. Como te iba diciendo, John está bien encubier¬to en Oriente Medio, y en cualquier caso, no le utilizaría para una recuperación.
—Lo que quiere decir que es más importante que yo. —Jonas tenía de nuevo esa sonrisa burlona en su rostro que indicaba que no se sentía ofendido.
—O que tiene otros talentos. Tú eres el hombre que necesito y volarás a París esta misma noche. Esto es lo que quiero que hagas.
SoryJonas
SoryJonas


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Mensaje por raqel d' Jonas(NJJ<3 Jue 19 Ene 2012, 7:36 am

seguilaa dios seguilaa :)
raqel d' Jonas(NJJ<3
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http://twitter.com/#!/raqel_JBROTHERS

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Mensaje por lovely last Sáb 21 Ene 2012, 4:10 pm

me encajta el cap siguela pronto plis
lovely last
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Mensaje por WhoIam13 Dom 22 Ene 2012, 4:50 pm

Nueeeeeeeeeeeeeeeva Lectoraaaaaaa lkaalskalskal
Me llamo Florencia C weee :Me encantaaaaaaaaaaa *-* Tienes que seguirla para ayer o habra serios incidentes 👶 Amo los libros de Linda estan llenos de suspenso y son historias realmente fasinantes :3 Esta me ha enamoraaaaaaaaaaaado por completo

Cuenta con mis comentarios ever!
Te pasas por mis noves?

WhoIam13
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Mensaje por WhoIam13 Miér 25 Ene 2012, 5:34 pm

Porfaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaavoooooooooooooooooor Siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
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