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Once Upon a Time

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Once Upon a Time - Página 2 Empty Re: Once Upon a Time

Mensaje por indigo. Miér 03 Jul 2019, 1:37 pm

Bellas, termino de escribir para otra nc y ya me pongo con esta.
Perdón por la tardanza Once Upon a Time - Página 2 1022085747
indigo.
indigo.


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Once Upon a Time - Página 2 Empty Re: Once Upon a Time

Mensaje por Bart Simpson Miér 03 Jul 2019, 1:48 pm

Descuida, Kate. Te esperamos Once Upon a Time - Página 2 1857533193

___________________________________________

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Bart Simpson
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Once Upon a Time - Página 2 Empty Re: Once Upon a Time

Mensaje por indigo. Dom 28 Jul 2019, 10:02 am

En unas horas subo el capítulo Once Upon a Time - Página 2 3136398239
indigo.
indigo.


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Once Upon a Time - Página 2 Empty Re: Once Upon a Time

Mensaje por hange. Dom 28 Jul 2019, 11:36 am

Once Upon a Time - Página 2 3275125450 Once Upon a Time - Página 2 3275125450 Once Upon a Time - Página 2 3275125450
hange.
hange.


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Once Upon a Time - Página 2 Empty Re: Once Upon a Time

Mensaje por indigo. Dom 28 Jul 2019, 2:01 pm

Jalou:



Capítulo 02.

Elowen & Oliver.

gxnesis.



Todos los niños crecen, sin excepción. Sé que todo el mundo vive ese terrorífico momento en el que deja de ver espadas en los palos, ya no espía juguetes desde el armario para ver si cobran vida y pasa de largo por el parque. Hay que avanzar, nos guste o no.

Yo no me di cuenta, me lo dijeron mis padres. «Basta ya de juegos, tienes que crecer». Cuando era niña lo que quería ser de mayor, era seguir siendo niña. Sin embargo, me fiaba de mis padres. Así que obedecía. Abandoné el palo en un rincón e hice lo que me pidieron.

Claro que no sabía todas las consecuencias que traería. Ni que, en el proceso, perdería mucho más que la habilidad de ver mundos en objetos inanimados. A veces me preguntó qué hubiera pasado de haberme negado. Me consuela la remota posibilidad de que las cosas pudieran ser diferentes.

Me pierdo en la fantasía de que pudo existir un Nunca Jamás para sobrellevar esta suerte de broma que llaman crecer…

—Elowen, termínate el desayuno.

Aparto la vista de la ventana para dar una rápida ojeada a Nana. Pincho una frambuesa con el tenedor y mastico desganada. Así sucesivamente, hasta que no queda una sola pieza de fruta en el plato. Mataría por un bol de cereales de chocolate.

Nana se interpone en mi visión para retirar el servicio. Me veo envuelta en su aroma a naftalina y jabón. Cierro los ojos e inspiro. Recuerdo cuando me sentaba en su regazo de niña para cepillarme el pelo después de darme un baño.

—Espérame aquí.

Asiento cuando sus tacones comienzan a repiquetear en las baldosas. Regresa a penas unos momentos después con la Tablet casi pegada a la nariz ganchuda. Se toquetea en el pecho en busca de las gafas.

—Las tienes en la cabeza.

—Qué despiste —suspira resignada colocándoselas.

Retengo el aliento mientras Nana pasa el dedo por la Tablet. Cruzo los dedos por debajo de la mesa en una plegaria silenciosa por que la lista de tareas no sea excesivamente larga. Solo quiero un día tranquilo antes del comienzo de las clases.

—Comencemos…

Nana empieza a cantar como quien anuncia el número de la lotería. Enumero con la mano la cantidad de compromisos:

1. Clase de primeros auxilios de 9:00 a 12:00.
2. Almuerzo, ensalada sin sal y merluza a la plancha de 12:15 a 12:45.  
3. Tomar el té en el club con Mary-Jane y Babette de 15:00 a 16:00 (Muestra especial interés por el compromiso de Mary-Jane, tu padre tiene negocios en auge con el suyo).
4. Maquillaje y peluquería con Moira de 16:00 a 17:00 (Ha roto con su nuevo novio, sin comentarios relacionados).
5. Supervisar el evento de 18:00 a 20:00.

Mi mundo es clasista, ordenado y sujeto a las apariencias. Cualquier comportamiento que se aleje un mínimo de estos estándares es considerado un escándalo que afectaría irremediablemente al intachable renombre que tenemos los Fowler. Ese es el epicentro de mi universo. Mantener el prestigio de mi familia, ser la hija, novia y estudiante perfecta. No hay espacio para Elowen como individua. Solo para Elowen Fowler.

Para asegurar que todo ello se cumple mi madre organiza hasta el más mínimo detalle de mi vida. Qué como, cuánto estudio, con quién me relaciono y cómo debo vestir. Si el número de respiraciones que realizo por minuto fueran influyentes, estoy segura que también procuraría controlarlas. «No respires tanto, respirar es para ordinarios ¿Quieres que la gente vaya hablando de ti?».

A veces tengo la impresión que mi vida es una burda imitación de una serie sobre aristócratas. Que más que la empresa familiar, heredaré un país entero. Pero hoy es un buen día, me han sobrado dedos de la mano cuando suelo agotar incluso los de los pies. Así que no puedo más que sentirme agradecida.

Nana se da unos toquecitos bajo el labio, pensativa. Los ojos verdes le brillan como dos bolas de jade antes la luz de la pantalla.

—Te he conseguido casi una hora entre el almuerzo y la modista —anuncia satisfecha y sus finos labios sonríen—. La señora Virginia quería que revisaras las gráficas de ventas del mes pasado, pero la he disuadido para que lo traslade a mañana.  

—Gracias, Nana.

Me inclino para darle un beso en la frente arrugada al levantarme. Nana era mi niñera cuando todavía se me tenía permitido ser niña. Ahora sus funciones han variado y debe vigilar que cumplo con los acometidos de mis padres. Niñera ascendida a vigilante. Si le preguntas a cualquiera, dirá que es una señora glacial que esconde cadáveres de perros en el desván. Si me preguntas a mí, diré que hubo un tiempo en el que la llamaba mamá y que llevo años preguntándome cuál es su verdadero nombre. Bajo su rectitud y seriedad, es todo dulzura.

Una de las razones por las que no quería crecer era tener que separarme de Nana. Sus regañinas, las canciones de cuna rusas que tarareaba mientras me trenzaba el pelo y que siempre permitiese cinco minutos extra de juegos. Fui muy celosa cuando nació Jesse y estuve obligada a compartirla con mi hermanito.

Con la perspectiva que me han dado los años, hubiera sacrificado ver a Nana a diario solo por una pizca de libertad.

—Nos encontraremos esta noche en el evento del club. —Nana me sigue de cerca cuando me encamino hacia la puerta.

—Odias estar rodeada de personas.

—La señora Virginia necesita que me asegure que hablas con las personas correctas —enuncia monocorde al son de sus tacones.

Me permito una mueca de disconformidad. Procuro ignorar los coletazos de rabia porque no sirven. Vivo como vivo y no hay nada que pueda cambiarlo. Pero que mi madre me trate como una niña cuando ha mostrado tanto empeño porque sea adulta es casi un insulto. Conozco mis obligaciones y la razón por las que las cumplo. Hacer pasar a Nana un rato incómodo es innecesario.

—La señora Virginia no tiene por qué enterarse que no vienes —insinúo cuando me giro para mirarla al llegar a la puerta.

Observo en sus facciones un atisbo de travesura. Este se mantiene mientras me aparta el pelo lacio a la espalda y elimina las arrugas invisibles de mi vestido. Odio los vestidos, siempre tengo la impresión que el bajo se me quedará enganchado en las braguitas después de ir al baño o que un viento travieso lo levantará en plena calle.
Pero mi madre posee el retrógrado pensamiento de que los pantalones son masculinos, así que se ha asegurado que no haya ninguno en mi armario.

—Su madre se entera de todo —reniega finalmente asintiendo para sí en conformidad con mi aspecto. Puede que trafique con el tiempo para conseguirme un poco de libertad. Pero Nana sigue siendo tan fiel a mi madre como una súbdita a su reina.

—¿Conoces a Miller? El vicepresidente de la agencia de seguros que nos encontramos en todas partes. —Nana asiente y advierto cierto rubor en sus mejillas que me deja petrificada momentáneamente—. He llegado a la conclusión que es un agente de encubierto contratado por mamá.

—Esa imaginación tuya…

Acaricia mi mejilla pesarosa. Sé que piensa que mi imaginación no es más que una carga que solo aumenta el pesar. Sin importar las veces que sueñe con otras posibilidades, mi realidad continuará indemne. Para Nana no hay nada más doloroso que las posibilidades.

—Mamá haría cualquier cosa por asegurar sus intereses.

—El señor Miller es todo un caballero. —De nuevo el rubor en las mejillas afiladas. Nana no ha mostrado el mínimo interés en un hombre desde que la conozco.

Entonces comprendo.

—¡Nana! ¡Te sientes atraída por él! —La señalo con la boca abierta y se me escapan unos cuantos saltitos de alegría. Me reprimo tanto que a veces las emociones me vienen multiplicadas.

Nana se ruboriza aún más y abre la puerta para que me marche sin pronunciar palabra. No es mi intención burlarme. Pero Nana no posee vida más allá de su trabajo. Sería estupendo que encontrara a alguien con quien despejarse de esta barbarie en la que nos vemos envueltas. Y el señor Miller no se dedica a mirar el culo de jovencitas en el club. Lo que lo convierte en un gran candidato.

La imaginación de la que habla Nana se me dispara y ya puedo verlos charlando esta noche en el pasillo. Paseando por el río una tarde de domingo agarrados de la mano. Sería tan romántico…

—Llegarás tarde —interrumpe mis fantasías recuperada por completo. Fría y afilada como el invierno de su país natal. Cuando se enfada es más rusa que nunca.

—¡Te gusta! —repito.

—Nos vemos esta noche.

Nana me empuja fuera de la casa y cierra la puerta tras de mí con más fuerza de la necesaria. Bajo las escaleras dando saltos, enérgica como no suelo serlo. Visualizo a Nana y Miller en mi cabeza. Esta noche tengo que asegurarme de que se encuentren.

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La vivienda de mi familia está en el 3495 de Loraine Dr., a quince minutos en coche de cualquier civilización. Delimita con las montañas a la espalda y con el río Bitterroot por la derecha. Los fines de semana la pradera se llena de turistas y lugareños que se reúnen para hacer picnics a la orilla del río. En las noches de verano ¬¬el silencio abandona la ladera para dar paso a conversaciones, conciertos espontáneos y las risas atolondradas de adolescentes que se internan en los matorrales para montárselo sin ser vistos.

Los escucho desde mi ventana por las noches. Es la primera vez que estoy aquí cuando todavía es verano y observar el manto fulgurante de estrellas se ha convertido en mi pasatiempo preferido. Son tantas que parecen tocar las puntas oscuras de las montañas. A menudo me imagino internándome entre ellas para no volver. Es un pensamiento tan atractivo como terrorífico.

Abandono las montañas por la carretera que conduce a la ciudad. Enciendo la radio y subo el aire acondicionado. Más o menos a cada kilómetro distintas estructuras majestuosas salpican el desdibujado paisaje. Son las casas de las personas a las que me veo obligada a frecuentar. Mi vida social aquí no dista mucho de la que llevo en Seattle. La única diferencia radica en que, al menos, no tengo a mi madre pegada al hombro siseándome comentarios avinagrados.

Cuando aún vivía en Seattle la idea de estudiar en Missoula resultaba romántica y liberadora. Pensé que tendría cuatro años de tregua antes de tomar el mando de la empresa, además de todos los extras que conlleva esa responsabilidad. Descubrirme a mí misma, acudir a seminarios que nada tuvieran que ver con mi carrera, escaparme a algún festival de música y probar las cervezas artesanales. Quizás vivir una fugaz aventura amorosa… Ser más que Elowen Fowler, obediente y recta.

Me daba igual que el destino universitario también fuera imposición de papá. Yo seguía notando el cosquilleo de la libertad en la piel. Pero al final nada fue como esperaba. Fui una ingenua. Por supuesto que mis padres no aflojarían la correa.

El sol ilumina la punta del reloj que forma parte del edificio administrativo de la universidad. Reluciente como un diamante entre las copas de los árboles. Enfilo el camino hacia la facultad de Medicina. Al ser verano el campus tiene un aire de abandono. Salvo por los estudiantes que necesitan recuperar materias, los trabajadores de administración y los que tomamos cursos de verano, que en conjunto no somos muchos, no hay nadie.

Nana tuvo la idea de que me apuntara a un curso de primeros auxilios. He pasado el verano encerrada en el despacho con mi padre. Me habría apuntado a la guerra de ser necesario. No sé qué hizo para convencerlos, pero funcionó. Claro que también se han asegurado que no tenga un rato libre después del curso. Dios no quiera que me divierta un poco.

—Hola, El.

Alhelí está sentada junto al aula donde se imparte el curso, situada en el piso inferior de la facultad, en medio de un amplio pasillo de paredes de madera de la que cuelgan fotografías y pinturas. La acompañan Susanne y Ariel, que también están apuntadas.

Me siento empequeñecer al verlas, con el estómago hecho una bola de puro nerviosismo. Las manos comienzan a sudarme. Puedo pasar horas sin que me tiemble un solo átomo en compañía de Mary-Jane y Babette, entre sus remilgos y competiciones por ver quién es mejor en todo, esquivando las lascivias veladas en sus comentarios. Pero me convierto en un flan cuando tengo que estar en compañía de personas que no pertenecen al circo de la alta sociedad.

Aquí no debo interpretar ningún papel. Puesto que me he olvidado de quién soy cuando no interpreto a Elowen Fowler, me siento irremediablemente perdida. Por lo que me limito a interpretar ese papel. Al fin y al cabo, es terreno seguro.

—Buenos días. —Saludo a Alhelí con una sonrisa diminuta. Me quedo quieta frente al trío de chicas, balanceándome incómoda, sin saber muy bien dónde mirar ni si añadir otro comentario. La misma escena cada mañana.

—Oh, Mary Sue está aquí.  

Susanne alza la vista momentáneamente del libro que devora para clavarme la fuerza de su mirada rasgada. Una sonrisa suspicaz acude a sus labios. Sé que no le caigo bien y aunque me siento prejuzgada tampoco puedo echárselo en cara. Pues ella me juzga en base a lo que muestro. La chica remilgada, educada en exceso, displicente y puede que hasta cierto punto altiva.

—¿Quién?

Ariel aterriza en el mundo de nuevo. Siempre anda metida en su cabeza y no muestra especial interés en lo que hay a su alrededor. A penas hemos tenido trato, pero es amable, cálida y yo se lo agradezco.

—Elowen —explica Alhelí. Pasa el dedo por la pantalla del móvil con gesto impaciente. Tampoco presta atención.

—¿Y por qué la llamas Mary Sue? —inquiere Ariel curiosa. Me sonríe a modo de saludo tras girarse fugazmente
hacia mí.

Susanne pone los ojos en blanco y le apoya una mano en el hombro con cariño.

—Déjalo.

Me mordisqueo una uña agachando la cabeza. Susanne no me trata mal, pero no tiene problemas en dejar entrever con ironía que no aprueba mi forma de ser. Ni las compañías que frecuento, la he visto discutir con James en innumerables ocasiones. A veces me gustaría decirle: «A mí tampoco me gusta, pero adaptarse o morir».

El resto de alumnos que toman el curso se introducen al aula en pequeños grupos. La profesora Martínez, a cargo del curso de primero auxilios, aparece en el pasillo momentos después. Susanne pega un salto.

—Hora de salvar la vida de los maniquís.

—Encomiable labor —bromea Alhelí, quien se guarda el móvil en el bolsillo. Un aire de derrota y apremio se le posa entre sus cortos rizos morenos.

—Brigada de Salvamento de Maniquís preparadas para el servicio.

Ariel se une al intercambio de bromas realizando un cómico gesto militar. Entre risas se introducen en el aula. Las sigo con cierta pesadumbre cargada a los hombros. En una vida en la que no tuviera unos padres patológicamente controladores, yo podría formar parte de un grupo de amigas así.



Paso las clases teóricas enfrascada en ellas. Tomando apuntes de forma metódica. Tras el breve descanso que nos dan a las once, pasamos a las clases prácticas del curso. Hoy toca aprender a realizar un RCP avanzada. La profesora nos coloca por parejas y a mí me toca con Susanne. Advierto la molestia en sus ojos cuando arrastra la esterilla a mi lado. Se coloca de rodillas en paralelo a mi cuerpo, por lo que comprendo que yo seré la persona en situación de peligro.

Me tumbo sobre la espalda y extiendo las extremidades. Entrecierro los ojos por la luz del flexo. La profesora comienza a pasar entre las parejas para supervisar la realización del ejercicio. Susanne y yo somos de las últimas, por lo que nos toca esperar.

Mi compañera saca un libro de su mochila y se pone a leer sin miramientos. Trago saliva incomodada por la posición y su presencia. Conozco a Susanne desde hace dos años y lo único que sé a ciencia cierta de ella es que siempre anda con un libro a mano. Muchos de los títulos los he leído también. En ocasiones he querido comentarlos con ella. Pero nunca me he atrevido porque está el pequeño detalle de que no le gusto.

De pronto recuerdo la fiesta de bienvenida que se celebró en honor al regreso de Peter hace un par de días —a la que sí tenía permitido acudir porque era la casa de los Walker— y el incidente con su hermana en la piscina. He de reconocer que estuvo bien. Al menos entretenido de ver. No hay nada mejor que observar los rostros horrorizados de las personas que no conocen mayor escándalo que el de un vestido de segunda mano.

—¿Qué miras?

Susanne asoma los ojos por encima del libro con una marcada ceja de interrogación. Enrojezco al darme cuenta que me he quedado mirándola fijamente.

—Discúlpame.

—No has hecho nada para ofenderme.

—Estaba mirándote. —Me rasco la sien buscando tener las manos ocupadas.

Baja más el libro, hasta que se le ve la nariz respingona.

—Y te he preguntado el motivo por el cual lo hacías, nada más.

—Lo siento.

—¡Otra vez! —Cierra el libro con fuerza y profundo hastío.

Me incorporo para no sentirme tan indefensa. Trato de sentarme sin que se me levante el vestido. Tengo que relajarme un poco. Dejar de sentir que estoy siendo sometida a un examen exhaustivo. Aunque es exactamente lo que hace Susanne. Me prueba para reafirmarse en los juicios que tiene de mí. Me veo acogida por la necesidad de demostrar que, en realidad, no soy esa chica remilgada que muestro. Que soy más. Que Elowen está enterrada entre los huesos.

—Es complicado hablar contigo.

La pillo desprevenida. Yo me pillo desprevenida.

—¿Cómo dices?

Pierdo un poco de valor. Lucho con la necesidad de la falsedad y las sonrisas impostadas de siempre. «Estás por encima. Eres mejor. Es envidia, demuestra que no te afecta». Casi puedo escuchar la voz de mamá susurrando a mi oído. Pero decido ignorarla por una vez.  

—Que es complicado hablar contigo —repito en un murmullo. La cabeza gacha y un dedo enroscado en el pelo.
Miro cautelosa. Susanne se queda ojiplática unos segundos. Carraspea y en la tensión de sus hombros avecino su ataque.

—¿Por qué?

Debería quedarme callada. Permitir a Susanne que me vea como le plazca porque tampoco anda muy desencaminada. Pero este repentino e inusitado arranque de sinceridad toma el control. Me veo impelida por la necesidad de mantener una conversación real.

—Bueno, para empezar, me tratas como si fuera una princesita altiva con unicornios de colores en el cerebro.

—¿Ah, no lo eres? —dice irónica entrecerrando los ojos.

«Sí lo eres».

—Y te piensas que soy como Stella Walker solo porque me has visto con ella —añado ignorando su anterior comentario porque rebatirlo sería ahondar en unas aguas que a Susanne no le van a interesar—. Ni siquiera me cae bien ¿Las has visto? Creo que ni Peter la soporta y él es…

—La persona más agradable del mundo —finaliza Susanne con una sonrisa suspicaz. Menos a la defensiva. Me relajo un poco.

—Como tu hermana.

Susanne pone los ojos en blanco.

—Tan agradables que nos dejan en peor posición que el ser más detestable del planeta.

Es una broma, sin injurias ni sarcasmos. Me siento estúpida por emocionarme sin remedio. Quizás me preocupe demasiado la opinión que tengan sobre mí los demás.

—Heathcliff resultaría hasta simpático. —Señalo el libro que descansa en su regazo con la barbilla. Se trata de Cumbres Borrascosas.

Susanne cuadra los hombros.

—¿Qué opinas de él?

—Pienso que las malas experiencias no deberían ser una justificación para que tratemos mal a los demás. —Susanne asiente—. Quizás han sufrido tanto como tú o están sufriendo en ese momento. Que no lo muestren no quiere decir que todo vaya bien.

—Por normal general, me caen bien las personas que no veneran a Heathcliff. Prueba superada, Mary Sue.

—¿Era una prueba?

Por detrás de la espalda de Susanne veo a la profesora, que ya solo se encuentra a una fila de distancia.

—No, no —aclara meneando la melena castaña. Después vuelve a mirarme con escrutinio, supongo que sacando sus conclusiones. Me pongo en alerta otra vez. Susanne suspira—. Quizás no tengas unicornios en el cerebro.

Sonrío y ella alza un dedo incisivo.

—Aunque sigo pensando que eres una princesita.

—No puedo rebatirlo.

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Paso el resto de las clases hablando con Susanne sobre libros y eso me eleva el humor. No soy tan ingenua como para creer que este es el comienzo de una amistad. Pero hablar con ella sin sentir su ojo inquisitorio ha sido agradable.

Después del almuerzo camino con Alhelí hacia la biblioteca. Su turno está a punto de comenzar y yo he de devolver unos libros. Nos acompaña el sol picante de mediodía y un aire caliente que bloquea las respiraciones profundas.
Alhelí rodea anuncios en el periódico con una determinación apabullante. Ni siquiera se fija por dónde camina, casi parece haber olvidado que lo hace. Mordisquea la tapa del boli con nerviosismo. Sus marcadas cejas negras describen un arco descendente que le arruga el rostro. Lleva todo el día dispersa y mascullando palabras inteligibles para sí.

Fuera del círculo habitual, Alhelí es la persona con la que más relación tengo —si es que puede catalogarse como tal
—. Como Alhelí trabaja en la biblioteca y yo paso la mayor parte del tiempo allí, terminamos por congeniar. Solo hablamos de trivialidades y del peso de las clases, pero al igual que ha ocurrido con Susanne, es agradable mantener conversaciones sin etiqueta con personas reales de vez en cuando.  

Sé bien que las amistades fuera de mi mundo no están a mi alcance. No las considero imposibles, pero sí inverosímiles. Tendrían que pasar un exhaustivo proceso de investigación por parte de mis padres, quienes por regla no aceptan a nadie que no posea un apellido reconocido. No quiero hacer pasar nadie el mal trago. Además, dudo que alguien quisiera mantener una amistad con una chica que debe pedir permiso hasta para comerse un dónut.

Es tan ridículo que da risa. Pero no hay nada que pueda hacer. Todo esto lo hago por Jesse y Max. Así que supongo que reírme de mi vida de chica del siglo XVIII es lo único que queda.

—¿Estás bien? —pregunto dubitativa al ver que Alhelí se sumerge más en el estrés.

Parpadea desorientada al escuchar mi voz. El bolígrafo queda suspendido a mitad de un círculo torcido. Ambos objetos caen a sus costados.

—La vieja Petra se ha marchado —anuncia en un apretón de dientes.  

—Qué descarada… —Me solidarizo porque veo que la afecta y es lo que suelo hacer, decir lo que el resto espera escuchar. Con la única diferencia que los problemas de Alhelí no me dan igual—. ¿Debería conocerla?

Nunca ha mencionado a alguien con ese nombre. Alhelí suspira al tiempo que guarda el periódico en su mochila.

—Vivía con ella y ha decido mudarse en el último momento —explica frunciendo los labios. Se peina los rizos de forma mecánica—. ¿Sabes lo que eso significa? —Le indico que no tengo la más remota idea meneando la cabeza—. ¡Que debo encontrar un apartamento en menos de una semana si no quiero acabar en la calle!

—Lo lograrás, no hay de qué preocuparse.

Le sonrío con optimismo. Me da una mueca de disgusto a cambio. He metido la pata, comienzo a notar el pulso palpitar con nerviosismo. En momentos como estos, extraño las pautas de comportamiento.

—¡Claro que hay de qué preocuparse! —vuelve a exclamar dando punzadas en el periódico. Se le dibuja una expresión tan asesina como derrotada—. Si no encuentro compañeros de piso tendré que volver a vivir con mis padres. No puedo trabajar más de lo que ya lo hago sin que afecte a mis clases. —Recita de carrerilla a medida que su rostro moreno adquiere un tono rojo.

«Desconsiderada». Agacho la mirada avergonzada por haberle restado importancia a su problema. Me quejo de mis padres, pero en muchos aspectos soy igual que ellos.

—Perdona, llevo con un humor de perros desde que nací. —Alhelí procura esbozar una sonrisa.

Alcanzamos la biblioteca en medio de la conversación. Mi acompañante está a punto de entrar cuando me veo acogida por un impulso y la sostengo por el codo para detenerla. Alhelí me mira con el ceño fruncido y la mano en el pomo de la puerta.

—Si lo necesitas, puedes quedarte en mi casa hasta que encuentres otro lugar.

Aprieta los labios observándome de arriba abajo. Vaya tontería acabo de decir. Soy una completa desconocida. Es más, quizás solo es amable conmigo porque se ha dado cuenta que siempre estoy sola. Pero de ahí a quedarse en mi casa…

—Es enorme. —«Ahora parece que se lo estás echando en cara, retrasada». Me mordisqueo el labio y le suelto el brazo al ver que sigo aferrándola. Escondo las manos a la espalda—. Me refiero, que ni siquiera tendrías que cruzarte conmigo.

Alhelí parpadea. Deseo que se abra el suelo y me trague en ese momento.

—¿Por qué no querría cruzarme contigo? —Ladea el rostro.

Trato de serenarme.

—No sé.

—Gracias por la oferta —dice al fin con una sonrisa sincera y deslumbrante que le ilumina los ojos. Ahora es ella quien me da un apretón en el brazo—. Si me veo sola y abandonada bajo la lluvia…

—Aquí casi no llueve.

—Ese era mi intento por hacer una hipérbole, El —bromea medio riendo.

—Ah.

Me sonrojo.

—Como decía, tendré en cuenta tu oferta.

—Bien.

Entramos a la biblioteca y me doy cuenta de lo que acabo de hacer. Si mis padres se enteran que he metido a alguien en casa sin su permiso pensarán que lo siguiente que haré será hacerme un piercing. Podría convencer a Nana para que no dijera nada.  Noto ese cosquilleo atractivo que me acoge cada que se presenta la posibilidad de hacer algo que mis padres no aprobarían. Aunque nunca llegue a hacerlo.

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—Es un diseño exclusivo.

El anillo de Mary-Jane reluce sobre la mesa. Al igual que su sonrisa que, por supuesto, carga con ese aire de recochineo sempiterno. Lleva media hora parloteando acerca de la pedida de mano. Lo exclusiva y magnífica que será la boda y todo el dinero que va a gastarse. A estas alturas, desearía medir dos centímetros para poder ahogarme en la copa de vino a la que doy vueltas con la mano.

—MJ, es precioso —Babette se lleva una mano al pecho con ensoñación sobrecogida.

Mary-Jane guarda la mano en su regazo como dando a entender que se acabó el espectáculo. La malicia acude a su rostro angelical cuando mira a Babette.

—Pierde los kilos de más que te sobran… ¡Seguro que así encuentras novio pronto! —dice empalagosa y sugestionada.

Si no la conociera diría que está genuinamente preocupada por Babette. La nombrada enrojece y muerde un macarón ante la desaprobatoria mirada de Mary-Jane. Me pellizco el muslo para no decir nada.

Así como me noto incómoda alejada de este mundo, odio ser partícipe de él. A cada minuto transcurrido noto que las paredes del salón de té de Hijas de América se repliegan sobre mí. Rodeada de mesas ornamentadas con manteles blancos, centros florales que hacen que me pique la nariz y columnas de madera gruesa que resaltan al lado de las paredes con papel floral. Lo que más me perturba son los murmullos generales del resto de asistentes. Es como el silbido de una mosca especialmente pesada que me hace preguntarme si alguna de esas conversaciones irá por mí. Si correrá algún rumor en el que sea la protagonista, este termine por llegar a mi madre y apriete más la cadena de mi cuello.

—Mamá ha contratado a un entrenador personal para ponerme en forma. —Se justifica Babette alejando el plato de los dulces para no tentarse. Mary-Jane continúa inquisitiva en su forma de mirarla—. Y también a un chef especializado en cocina macrobiótica.

—Si dejas de ponerte ciega a bollos cuando tomas el té quizás surta efecto. —Mary-Jane extiende la mano por encima de la mesa, el que tiene el anillo de pedida para que se vea bien, y sujeta la mano de Babette—. Ay, solo te lo digo porque es cuestión de tiempo que todos los buenos partidos acaben emparejados.

—Lo sé. —Babette casi parece a punto de llorar.

—Piensa en Eric…

Me es imposible continuar al margen cuando nombra al amor platónico de Babette. Dirijo una sonrisa deslumbrante de mosquita muerta a Mary-Jane antes de pronunciar las siguientes palabras:

—Lleva razón.

Babette se gira hacia mí alarmada, creyendo que voy a unirme a la arpía mayor en sus ataques vestidos de rancios empalagos.

—Mary-Jane tuvo que operarse la nariz para que Arnold la hiciera caso ¡Y ahora van a casarse!

La aludida me mira con la mandíbula apretada. Pero es una señorita, las señoritas no insultan ni alzan la voz y mucho menos a la hora del té. Así que se limita a sonreír para transmitirme su odio. Aquí todo lo comunicamos con sonrisas. Babette me lanza una mirada de agradecimiento.

Por unos momentos, la música clásica que baila por el salón es lo único que se escucha entre nosotras. Mi amistad con estas dos chicas comenzó hace cuatro años. Mamá organizó una reunión con todas las chicas trofeo de mi edad que formaban parte de la alta sociedad de Missoula. Cada una de las presentes tenía un interés financiero o social para mi familia. Pero las elegidas para convertirse en mis mejores amigas fueron las chicas que tengo delante.
Mary-Jane Chesnut pertenece a una familia de magnates que forman parte de la junta de accionistas de nuestra empresa. Por lo que debía convertirse en mi objetivo principal. Es una chica rosa: delicada como la flor y punzante como sus espinas. Siempre lleva la melena rubia recogida en una coleta y tiene unos ojos azules cortantes. Después está Babette Reign, cuya familia es dueña de la empresa de lácteos a la que mi padre lleva haciendo las campañas publicitarias años. Que no tiene la apariencia física ni la belleza requerida en este mundo. Menuda y con curvas, pero con un rostro amable y unos preciosos ojos marrones. Babette es dulce, soñadora e ingenua, sin ápices de maldad, salvo cuando intenta seguirle la corriente a Mary-Jane. Cuanto desea es que un chico se fije en ella, vivir el cuento de hadas para el que la han preparado y criar un puñado de niños al lado de su príncipe azul.

Ambas han sido educadas para que su mayor meta sea encontrar un marido que las mantenga. Sin aspiraciones profesionales, ni crecimiento personal. Quizás hasta tenga que dar las gracias a mis padres porque quieren combinar lo de la chica trofeo con el asunto de heredera.

—Sin embargo, Elowen… —comienza a decir Mary-Jane en busca de algún aspecto de mi persona con el que pueda devolvérmela.

—No tengo nada que operarme, gracias por la preocupación —replico con amabilidad. Se me da muy bien ser la princesita altiva.

—…lleva seis años de noviazgo con Teo y aun no le ha pedido matrimonio —ignora mi intervención. A continuación, bebe de su copa sin dejar de mirarme.

Mary-Jane cree que me afectará la falta de anillo en mi índice. No sabe que lo mío con Teo lleva arreglado desde la primera cita que mi madre me organizó con él. El anillo llegará el año que viene. Cuando nos graduemos en la universidad y empecemos a trabajar en las empresas de nuestras familias, que están aliadas desde antes que naciéramos. Todo forma parte de un plan trazado con minucia.

«Un año para que sea inevitable». Sufro vértigo y unas acuciantes ganas de salir corriendo para perderme en las montañas que observo cada noche desde mi habitación.

—Teo adora a Elowen, se casarán pronto. —Babette me devuelve la ayuda intercediendo por mí. Le tiembla la barbilla. Alinearse en contra de Mary-Jane siempre le ha dado miedo.

—Solo asegúrate que la boda no se celebre cerca de la mía. Las dos no podemos ostentar el título de la boda del año.

—No osaría —aseguro.

Mary-Jane menea la cola de caballa cuando estira la espalda. El anillo cae sobre la mesa con un deliberado gesto involuntario.

—¿Os he dicho ya que tenemos pensado celebrar la boda en París?

«Ojalá me aplastara la lámpara de araña que tintinea sobre mi cabeza».  

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Moira se suena la nariz a cada tirabuzón que me hace en el pelo. La pobre hace lo que puede por no derrumbarse aquí en medio. Hijas de América cuenta con un espacio en el que las socias del club pueden arreglarse antes de los eventos. Dos filas de tocadores y butacas se enfrentan a lo largo de la estancia. Al fondo hay varios lavadores de pelo, mientras que junto a la puerta han habilitado un pequeño espacio con sofás donde pasar el rato.

A parte de nosotras, dos butacas por la derecha, está Elena Hastings. Pertenece al comité de celebraciones y eventos del club desde hace treinta años. Es la persona que más galas benéficas, subastas y bailes temáticos ha realizado. De hecho, dentro de unos meses se celebrará una cena en honor a su labor. En este lugar cualquier pretexto es bueno para reunirse todos en un salón y pasar horas lanzándose injurias.

Elena es una de mis jefas. Mi madre pensó que estaría bien que tuviera una actividad extraescolar para despejarme. Por lo que trabajo ayudando a organizar los eventos con el comité. Me encargo del catering, la distribución de asientos y de supervisar que no haya errores. Soy tan buena en mi trabajo que quieren hacerme miembro del comité. Mi madre se lo tomó como un gran alago. Yo rezo para que no se les ocurra organizar ninguna fiesta.

Mientras Elena ladra órdenes a su estilista y Moira intenta guardar la compostura, me pierdo entre las páginas de mi libro preferido: Peter Pan y Wendy. Es un bálsamo, sumergirme en la historia me hace rememorar épocas menos estrictas a pesar del dolor que siento porque se encuentren en el pasado. Durante mi infancia estuve convencida que llegaría el día en el que Peter aparecería para llevarme a Nunca Jamás. Incluso dejaba el pestillo de la ventana abierto para que pudiera entrar. Estaba determinada a convertirme en la primera niña perdida de la historia. Pero me hice mayor. Como narra James «Nosotros también hemos estado allí y aún recordamos el murmullo de las olas, aunque no volveremos a desembarcar jamás».  

Mi teléfono empieza a vibrar en la superficie del tocador. Extiendo la mano procurando no mover la cabeza. Hay una llamada entrante de Teo, descuelgo.

—Buenas tardes, novia mía. —El tono solemne e irónico de Teo al otro lado de la línea me arranca una sonrisa.

—Mi querido caballero andante —digo modulando la voz para que las orejas cotillas de Elena no capten la conversación.

—¿Por qué hablas tan bajo? —imita el sonido de mi voz.

—El águila vuela a medianoche.

Es la frase que utilizamos cuando nos encontramos rodeados de oídos descarados. Somos el cotilleo preferido de los mayores. No hay que cause más sensacionalismo que una pareja joven. Así de aburridos están.  

—Tengo que contarte la última idea de mis padres. —Siento que el buen humor se escapa de su garganta—. Esta vez se han superado.

Descruzo y vuelvo a cruzar las piernas. No sé por qué me da que la idea me incluye a mí de alguna forma. Ya en la primera cita, Teo y yo nos dimos cuenta que lo nuestro no iría más allá de la amistad. Así que hicimos un trato, fingiríamos delante de nuestros padres que estábamos enamorados y luego cada uno se dedicaría a hacer su vida hasta que no tuviéramos más remedio que casarnos. A partir de entonces veríamos cómo manejar la situación.

Teo estudia Finanzas en Nueva York. Por suerte para él, sus padres no le organizan la vida con tanto empeño y tiene la oportunidad de divertirse un poco. Desde que estamos en la universidad a penas nos vemos, pero nos llamamos de forma regular para hablar sobre las ideas disparatadas de nuestros padres. En este juego mío de fijarme en lo que es bueno en mi vida, Teo entra en esa categoría. Es la única persona con la que me muestro sin maquillaje, pues él me entiende bien. Podrían haberme emparejado con un narcisista pusilánime, así que tener que pasar la vida unida a Teo creo que no está tan mal.

—Cuéntame.

Teo suspira agitado.

—Están muy preocupados porque la distancia afecte a nuestra relación.

—Hace solo dos semanas que no nos vemos.

Pasamos el verano juntos en Chicago cuando no debíamos estar encerrados en nuestras respectivas empresas.

—¡Díselo a ellos! —Me sobresalto por el chillido—. Lo siento, no pretendía gritarte —interrumpo para decirle que no se preocupe y lo animo a que me cuente lo que ocurre—. Quieren que me mude a Missoula y termine allí la carrera. Así podremos disfrutar de muchos ratos de calidad en pareja.

Se me seca la boca al tiempo que empieza a borbotearme la sangre. Seguro que nuestros padres lo tenían planeado desde hace tiempo. Puedo imaginarlos elucubrando planes en sus cenas. A veces pienso que nos ven como meros monigotes.

—¿Wen?

La voz de Teo me trae de vuelta. Observo que Moira suelta lágrimas silenciosas a borbotones. Le paso un pañuelo y le sonrío desde el espejo. La mujer me da unas palmaditas a la espalda como agradecimiento.

—Nada de lo que has dicho ha servido para que cambien de idea, ¿verdad?

—Me ha faltado amenazarlos con tirarme a la carretera, pero nada ha sido efectivo.

Ignoro las ganas de romper cosas que se acoplan en mis manos. Aprieto los labios y estrujo el teléfono. Este año es el último que tenemos y nuestros padres nos lo han arrebatado.

—¿Cuándo vienes?

—La semana que viene.

Juego con el dobladillo de la bata de seda. Es como si me hubieran caído cinco kilos de hormigón sobre los hombros.

—Wen, lo siento mucho —asegura Teo con pesadumbre.

—No es tu culpa.

—A lo mejor conmigo allí te dejan un poco en paz. —Como siempre, trata de encontrar el lado positivo—. Se nos ocurrirá algo para poner la situación a nuestro favor.

Hago caso a sus palabras. Puede que tenga razón. Si mis padres piensan que pasaré todos los ratos libres en compañía de Teo la lista de tareas disminuirá.

—Nana les dirá que nos escapamos por las noches a darnos el lote en los matorrales detrás de mi casa.

—¡No, por Dios! —ríe Teo, tiene un tintineo estridente y descarado que me encanta—. Serían capaces de comprarnos un hotel. Los ricos nos damos el lote con glamour.

Me uno a su risa, aunque la mía es más comedida.

—Hasta la semana que viene. —Me despido a continuación. Por el rabillo del ojo compruebo que Elena tiene la cabeza inclinada en mi dirección. No quiero que escuche nada que pueda suponerme un problema.

—¿El águila sigue volando a medianoche?

—Correcto.

—Nos vemos pronto.

Cuando cuelga, me quedo mirando mi reflejo en el espejo. Un rostro sin emociones del que no se puede leer nada. Un recipiente vacío. Me pregunto cuántos tejemanejes más soportaré antes de ceder a Elowen Fowler y que Elowen desaparezca del espejo para siempre.

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Paso una hora recibiendo a los asistentes en la puerta embutida en mi ridículo vestido de pedrería negra que se me raspa la piel de los brazos y la espalda. Las familias van llegando en tandas de tres y todo es una locura. Mientras un empleado conduce a las niñas a los jardines —bien escoltadas por sus niñeras— yo me encargo de indicar a sus padres la mesa que les corresponde para la cena. Todo esto sin perder la sonrisa ni removerme incómoda en los tacones.

El evento de esta noche está dirigido a las niñas. Las futuras socias del club. En los jardines se ha montado todo un espectáculo para ellas. Una carpa con comida donde podrán sentarse a cenar después de pasar por las diversas actividades que les han organizado. Un photocall temático donde pueden vestirse de princesas, el puesto de maquillaje, una carpa más pequeña donde les enseñarán a tomar el té correctamente; espectáculo de luces, globos con forma de animales y otra serie de llamativos entretenimientos. Además de un cuentacuentos.

Las actividades y el evento en sí están diseñados para que las niñas tengan bien claras sus aspiraciones. Observo a las pequeñas caminar hacia el jardín con sus voluminosos vestidos y se me parte el corazón. Parece mentira que en una época de cambio sigan ocurriendo cosas como estas.

—Señorita Elowen.

Regreso a la realidad al escuchar la voz de Nana. Acaba de traspasar las dobles puertas de madera del vestíbulo. Se ha vestido con un traje de chaqueta y falda en color verde que resalta sus ojos. El moño bien hecho estirándole las arrugas y…

—¿Te has puesto maquillaje? —inquiero caminando con ella hacia el guardarropa que hay en la parte derecha del vestíbulo.

Nana mira nerviosa hacia atrás alisándose la chaqueta. «Está buscando al señor Miller». Finge que no ha escuchado mi pregunta. Conmovida, siento ganas de abrazarla. Pero me contengo, puesto que Nana sería capaz de castigarme en una silla durante horas.  

—El señor Miller está en el salón de la cena —susurro cómplice tras entregar el abrigo a la persona a cargo del guardarropa y recoger la consigna.

Nana se escandaliza brevemente por mi comentario. Dirige una mirada furtiva en derredor por si alguien ha escuchado. Casi parece que fuera un crimen que un hombre llame su atención. Procuro no reírme.

—Estás muy guapa.

—Solo me he vestido acorde a la ocasión.

Pongo los ojos en blanco y le tiendo la consigna.

—Buscaré tu asiento —comento mirando el gráfico en el que está el dibujo de las mesas.

—¡Cómo se te ocurre darme un sitio en la mesa! —exclama acercándose a mí.

—Eres mi invitada, te sentarás conmigo. —Odio que piense que no tiene lugar aquí porque solo es una empleada. Da mil vueltas a las personas de este círculo y deseo tratarla como se merece. No podría estar sentada cenando mientras Nana se queda de pie pegada a la pared.

—Gracias al cielo, por fin te encuentro.

Alzo la mirada de la pantalla justo cuando Emily Garrison se me lanza encima. Nana da un paso atrás con sumisión. El aroma a colonia cara mezclado con laca impacta en mis fosas nasales. Emily es otra de las mujeres que dirige el comité. Vive obsesionada con la perfección y no tiene reparos en mostrar su desprecio hacia las personas que no aprueba.

—Una incompetente ha situado a los Villanueva en la misma mesa que los Perrin. —Agarra mi hombro como queriendo sacarme la sangre con sus afiladas uñas—. ¿Es que ya nadie sabe leer un simple gráfico? Asumo que tenemos dos minutos antes que Rodrigo y Archivald monten un escándalo.

Sus ojos verdes suplican porque arregle el desastre. Me asombra lo poco resolutiva que puede llegar a ser una persona cuando está acostumbrada a que se lo hagan todo.

—Tranquila. —Busco una sonrisa cálida e imprimo preocupación impostada ante la situación. Miro el gráfico de nuevo—. Mandaré a alguien a que coloque a las familias en sus posiciones iniciales.

—Menudo error ¿Qué dirán de nosotras? —Emily se retuerce las manos.

—El señor Villanuela juega al pádel todos los domingos, en compensación tendrá reservada su pista predilecta durante todo el mes. Mientras que la señora Perrin le ofreceremos un tratamiento completo y exclusivo en el balneario.

Suelto de carrerilla al tiempo que las ideas acuden a mi cabeza. Lo único bueno de pasar la vida aquí metida es que conozco a todos y si se presentan situaciones como estas, encuentro soluciones.

—¡Eres un ángel! —Emily da una palmada y me mira con aprobación—. Otra cosa más, es hora que salga el cuentacuentos. Por favor, querida, ve a buscarlo.

—¿Dónde está? —pregunto mientras sigo buscando la mesa en la que debe sentarse Nana. Muevo el pie derecho intentando frenar el dolor por culpa del tacón.

—En la sala que hay junto a los baños de esta planta.

Asiento.

—Ahora mismo.

Emily da media vuelta casi arrollando a Nana, quien masculla una disculpa y agacha la cabeza cuando no ha sido su culpa. Me muerdo los carrillos para no decir nada ante la mirada de desprecio de Emily.

—Se te da muy bien este trabajo —comenta Nana orgullosa.

—¡Aquí estás!

Le doy la mano para conducirla al salón de actos donde se realiza la cena. Nana me sigue a regañadientes entre la multitud. Voy saludando y deseando una buena velada a los presentes hasta que llegamos al destino. Dentro del cual hay tal alboroto que dan ganas de taparse los oídos. Suelto a Nana para acercarme a uno de los camareros, le indico lo que debe hacer con los Villanueva y los Perrin, además de pedirle que acompañe a Nana a la mesa dos.

—Vendré en cuando pueda —aseguro a mi niñera cuando mira nerviosa al desfile de vestimentas exclusivas del interior—. Tienes una sorpresa aguardándote.

—¿Qué has hecho?

—Ya lo verás.

Me alejo por el pasillo para que no me agarre y me obligue a confesar. Es posible que, debido a nuestra conversación esta mañana, haya hecho unos ajustes de última hora en la distribución de los asientos y el señor Miller esté sentado con nosotras.

Llego a la sala en la que está el cuentacuentos casi sin aliento y con la única meta en la vida de poder sentarme y sacarme los malditos tacones. Me recoloco el vestido a la par que golpeo la puerta.

—¡Adelante! —entona una fuerte voz masculina.

—Necesitamos que…

Empiezo a pronunciar cuando abro la puerta, pero me acallo a mí misma cuando encuentro al dueño de la voz.

—¿Tengo que salir?

Encuentro a un chico más o menos de mi edad sentado en el suelo. Con una llamativa melena pelirroja que le cae sobre lisa sobre las orejas. Gruesas cejas acompañadas por dos ojos de color avellana, expresivos y grandes. Su rostro es cuadrado, con una boca grande y mandíbula marcada. Además de una nariz respingona que le infiere cierto aire infantil. Y va vestido de hada…, el motivo por el que me he quedado callada. Lleva un vestido azul celeste que parece a punto de estallar por sus músculos, unas alas de gasa a la espalda y una tiara a la cabeza. Se está atando unas zapatillas de deporte en ese momento mientras me mira.

Carraspeo. Solo es un chico vestido de hada. Mi hermano Max se disfraza de Elsa todo el tiempo. No sé por qué me ha impresionado tanto.

—Esto, sí —consigo comunicar.

—¡Genial! —Se levanta de un salto y se acerca a la silla donde hay una bolsa de deporte abierta. De donde empieza a sacar una peluca de rizos negros, un parche de pirata, botas y una espada de plástico—. Dame unos segundos.

—Claro.

Camino a su encuentro por si necesita ayuda para cargar con los accesorios. Cuanto antes salga al jardín, menos probabilidades existen de que Emily colapse y mande a alguien menos amable a por él.

—Mi compañera no ha podido venir —explica examinando el estado de la espada de plástico. Se gira hacia a mí con el objeto extendido y debo apartarme para que no me dé en la frente. El chico es una cabeza más alto que yo y debo estirar el cuello—. Espero que no sea un problema.

—¿Tu compañera? —Parezco estúpida repitiendo lo que acaba de decir.

Enarbola con la espada asintiendo. En la cercanía me fijo más en sus ojos, que desprenden un brillo dominante y travieso. Todo él desprende energía. Una que resulta aplastante.

—Tiene gastroenteritis, un desastre.

—No te preocupes —aseguro bien abrazada a mi Tablet. Sin comprender por qué entra en tantos detalles.

—Pero sigo necesitando una compañera. No puedo hacer de malvado pirata si soy el hada madrina. —Me lo cuenta como si yo pudiera entender el dilema al que se enfrenta. Ladea la cabeza para observarme, dejando caer la espada al costado. Me encojo ante su mirada—. ¡Se me ha ocurrido una idea!

«Está chalado», entona mi subconsciente. Es como si estuviera hablando con una persona que hablase un idioma diferente al mío.

—¿Crees que podrías dejar de estar tan rígida y ayudarme?

Mi mandíbula se desencaja sin remedio. «¿Acaba de llamarme rígida?». El cuentacuentos extiende las manos y debo apartarme de nuevo por la espada.

—No hay nada malo en estar rígida, así no te sale chepa —asegura con una sonrisa que le arruga todo el rostro—. Pero los piratas se mueven más… ¿Tienes experiencia haciendo de pirata?

El chico parlotea y parlotea incesante mientras yo procuro juntar dos pensamientos coherentes. Parece que me he subido a una montaña rusa, donde todo va demasiado rápido como para centrar la atención.

—De pequeña jugaba a los piratas —comento.

—Podría servir. Discúlpame. —El chico hada se acerca a mí petrificada y desconcertada persona para sacarme la Tablet de los brazos para colocarla en una de las sillas.

Acabo de ofrecerme —creo— para hacer de pirata con un chiflado que me ha llamado rígida sin un solo ápice de vergüenza. La noche ha tomado un giro que no esperaba. Me tira la peluca con poca delicadeza, a duras penas consigo que no se me caiga al suelo. Intento colocármela sin destrozar el recogido que me ha hecho Moira.

Cuando levanto la cabeza de nuevo tengo al chico a dos centímetros de mí con el parche preparado: me lo coloca sin pedir permiso. No he conocido persona más descarada en mi vida. Reparo en el olor que emana de su cuerpo, loción para el afeitado y clavo.

—¿Qué tengo que hacer? —pregunto tras apartarme de él con el corazón desbocado. Esto se convierte en una buena idea en el momento en el que mis pies abandonan los tacones y me enfundo las botas planas.

—Me llamo Oliver.

—Esa no era la pregunta.

—Ya, pero quería presentarme.

«Definitivamente, chalado».

—Elowen Fowler.

—Muy contundente. —Medita haciéndose con una varita que está en el suelo. A continuación, vuelve a centrar los ojos en mí—. Vamos a improvisar —responde por finalmente.

Trago saliva. Llevo sin hacer algo espontáneo tantos años que casi he olvidado el significado de esa palabra. Estar disfrazándome de pirata es, seguramente, lo más temerario que he hecho desde los once años. Y va a ser una catástrofe. ¿En qué estaría pensando? Haré el ridículo delante de las niñas, el chiflado y me convertiré en el hazmerreír del club. «Mamá me asesinará si se entera».

Oliver se sitúa de nuevo frente a mí. Estoy a punto de sacarme el parche, recuperar la visión y el buen juicio y olvidarme de esto, cuando habla:

—Es un juego de niños, no hay de qué preocuparse.

Levanto la cabeza. De nuevo esa sonrisa sincera que no oculta, sino que demuestra transparencia. Pero yo me quedo atrapada en la primera frase. Manida en mi memoria de todas las veces que la he leído.

—Peter Pan —bisbiseo para mí.

—Soy Oliver, te lo acabo de decir —contrapone resoplando, como si fuera lenta de entendederas.

—Olvídalo.

Se encoge de hombros dando un paso atrás. Extiende la mano que no sostiene la varita para ofrecérmela. La miro como si los secretos del universo estuvieras contenidos en las líneas que se entrecruzan en la palma. Es una locura y no hago locuras. No improviso, ni me salgo de las pautas.

«Y dentro de un año ni siquiera tendrás oportunidad de hacerlo». Este es mi último año para hacer algo que merezca la pena recordar cuando me vea aplastada. Jugar a hadas y piratas en Hijas de América con un hechizante y tarado desconocido parece una buena anécdota que rememorar.

Respiro hondo agarrando la espada que descansa a mi lado. Acepto la mano de Oliver antes de que la rectitud se interponga. Sus dedos se cierran alrededor de mi mano con firmeza y tira de mí para incorporarme.

—¿Preparada? —pregunta sin soltarme.

Me tiemblan las piernas.

—Preparada.

El rostro de Oliver se tiñe con un color que anuncia problemas. Antes que me dé cuenta echa a correr arrastrándome a mí con él. Me agarro la peluca para que no salga disparada. En el pasillo, esquivamos a los empleados y socios, quienes exclaman y maldicen cuando nos ven pasar a toda velocidad.

En mi pecho estalla un chisporroteo acallado durante años. Cálido, reverberante y emocionante. Es el sabor de la aventura, la chispa vivaz de cuando todo parecía posible. Donde no había listas, ni directrices. Cuando todavía creía posible viajar a Nunca Jamás.

Y todo esto, solo porque estoy corriendo de la mano de este desconocido en un sitio donde alzar la voz se considera una falta de respeto.

Oliver me mira por encima del hombro un segundo. Un pensamiento involuntario acude a mi cabeza: tal vez, no todos los niños crecen.  
indigo.
indigo.


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Mensaje por Jaeger. Mar 30 Jul 2019, 8:39 pm

No dejes nunca de soñar Once Upon a Time - Página 2 1477071114
Jaeger.
Jaeger.


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Mensaje por Bart Simpson Miér 07 Ago 2019, 2:59 am


Una chica vale más que veinte chicos  Once Upon a Time - Página 2 4098373783 :

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Mensaje por hange. Mar 21 Ene 2020, 7:38 pm


en nombre de oliver pan y Wen:
hange.
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Mensaje por hange. Dom 12 Jul 2020, 1:48 pm

¡HOLA!:




Capítulo 03

Alhelí Mendoza & Sam Alemani

Ritza.





En el reino de los inmigrantes, donde existen muchas desaventuras y se pasa demasiado trabajo, ser la mayor de tres hermanas es una desgracia. De por si, ser mayor y ser mujer es un tema en la sociedad en general. Todos los errores de los progenitores primerizos los experimenta la mayor —mucho más cuando es una hija no querida, un accidente. Y además de todo eso, cuando vienen las demás hermanas, es obligada a actuar más como una segunda mama en vez de una niña. Por eso, cuando tuve un poco mas de conciencia, había decidido una verdad absoluta sobre mi vida:

La mala suerte me persigue. Desde que nací. Es algo con lo que he aprendido a lidiar, para bien y para mal.

—¡Maldita sea! —chillo, extendiendo los brazos al frente.

Logro amortiguar un poco mi caída, pero aun así siento el ardor caliente de mis rodillas recién raspadas. ¿Por qué no me puse rodilleras? Logro girarme para sentarme de culo en el asfalto, que se siente caliente y suelto un siseo cuando me pongo las manos sobre las rodillas. Con todo y que utilicé una licra gruesa.

—¡Te dije que no doblaras el pie así!
—¿Estás bien?

Entre risotadas, mis hermanas se acercan trotando. Iris se agacha a mi lado para ayudarme a ponerme de pie.

—No doblé nada —suelto un bufido, aceptando su ayuda—, se dobló solo.
—Pues eso no fue lo que pareció —Silene chasquea la lengua—. Vamos, hay que intentarlo otra vez.
—No, ya estoy harta —sacudo la cabeza con energía.

Automáticamente empiezan a tratar de convencerme. Por mucho que griten, estoy más concentrada en el sudor que me baja por el cuello y en el ardor de mis rodillas y de las palmas de mis manos.

—¡Vamos, Al! —Silene intenta zarandearme, pero patino lejos de ella.
—Ya casi lo tienes —insiste Iris.
—Ustedes y yo sabemos que no tengo nada —sonrío de lado—. Yo las grabo y ustedes lo hacen, no hay problema.

Llego hasta uno de los bancos del parque y me dejo caer bruscamente en la madera, porque aparentemente, no tengo idea de cómo detenerme con esta mierda. Empiezo a quitarme los patines y a regañadientes, Iris me pasa la mochila con los zapatos.

Se supone debería ocupar mi tiempo en reunir la mayor cantidad de dinero posible antes de irme a tomar el curso de verano —pero aun así me convencieron de hacer un estúpido reto de Tiktok. “Seremos las tres mejor porque nos parecemos muchos”.

Para mi es una exageración. Silene e Iris sí —son mellizas. Yo estoy fuera de la ecuación, solo compartimos el mismo padre.

—¡No te vas a volver buena en un día! —Silene sigue discutiendo, cruzada de brazos.
—Por si se te olvida, tenemos dos semanas en esto —aprieto los labios mientras me amarro los cordones—. No voy a torcerme un pie por uno de sus videos.
—A mi me tomó seis años ser buena montando skate —Iris rueda los ojos—, y todavía me caigo.
—Pero a ti te gusta el skate —enarco una ceja—, hay una diferencia.
—Ugh, eres demasiado terca-
—¡Ey, lo intenté! Ya vámonos, tengo que ir a trabajar.

Refunfuñando, me hacen caso. A veces soy la única que puede hacerlas reaccionar, aunque tenga que usar la fuerza. Todavía no comprendo por qué quieren que esté: soy menos alta, mi cabello es corto y mi piel es más marrón-oliva oscura que caramelo —en cambio ellas son casi una copia de cabello marrón, gran estatura y piel marrón. El único parecido es nuestra nariz y no se va a ver en el video.

La caminata a la casa es corta. El parque queda a unos diez minutos, en los que intento no concentrarme en la incomodidad de mis rodillas.

—Entonces…—comienza Silene después de un momento en silencio—, ¿te vas el domingo?
—Sí, el curso de verano empieza el lunes —balanceo los patines en mis manos—, ¿por qué?
—¿Dónde te vas a quedar? —inquiere Iris, a mi izquierda.
—En la casa de siempre —me encojo de hombros—. Tengo hasta el final del curso para buscar otro lugar donde quedarme, hay tiempo.

Hay otra pausa luego de eso. Las miro de reojo: Iris con sus ojeras más grandes que las mías, concentrada en el asfalto; y Silene, que está pasando la mano por sus rizos. Suelto un suspiro largo y ruedo los hombros.

—¿Qué pasa? —levanto las cejas.
—Nada, es que… —Iris sacude la cabeza— ¿Estás segura de que vas a encontrar dónde quedarte?
—Claro, hay muchos lugares de acogida en la zona universitaria —muevo mi cabeza, intentando refrescarme—. Estaré bien.
—¿Y si es muy caro? La señora Petra siempre te daba descuento —Silene aprieta los labios.
—Hey, tengo dinero ahorrado lo suficiente —sonrío de lado—. ¿Qué les pasa?

Silene baja la cabeza y suspira, mientras Iris mete las manos en los bolsillos de sus pantalones deportivos. A una cuadra podemos ver nuestra casa y me tranquiliza un poco ver que no hay ningún auto en el parqueo —excepto el de las mellizas.

—Nada. Pase lo que pase, siempre puedes quedarte con nosotras —Silene me pasa un brazo por los hombros—. Estaremos en el campus de la universidad, pero si no es mucho tiempo, no creo que seguridad nos diga nada.
—Exacto, no dudes en decirnos nada.
—Ugh —ruedo los ojos—, gracias, pero no se preocupen. Estaré bien.

Estamos entrando a la casa cuando entiendo todo. Iris está cerrando la puerta mientras yo dejo los patines en el recibidor, cuando Silene se me acerca, con la boca torcida en una mueca.

—¿No has pensado preguntarle a papa si puede…?
—Sabes que no —la interrumpo, intentando controlar mi voz—. Está fuera de la cuestión.
—¡Pero es injusto!
—Silene…—Iris se le acerca, pero yo hablo primero.
—Ustedes ganaron la beca deportiva este año, ¿bien? Son menos gastos, pero no significa que sean pocos —me cruzo de brazos—. Solo concéntrense en empezar la universidad y no se preocupen por mi, ya tengo un año en esto. ¿Okay?

Mis hermanas miran varios puntos de la casa antes de mirarme a los ojos. También tenemos los mismos ojos: redondos y oscuros. Aprieto los labios y las fulmino con la mirada, esperando una respuesta.

—¿Okay? —insisto, con fuerza.
—…Sí —sueltan, aunque con los dientes apretados.
—Bien, voy a trabajar, nos vemos en la noche.

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Voy a mi habitación, la única en el primer piso y me meto a la ducha. Siento un sabor amargo en la boca de solo pensar que están ocupando su mente en eso en vez de preocuparse por tener todo listo para empezar la Universidad. Preocupar mantener esa media beca y sus buenas notas es lo único que debería importarles ahora mismo.

Somos tres. No hay dinero para que todas podamos estudiar. Simplemente hay que lidiar con eso.

Me pongo el uniforme lila de la cafetería y ajusto mis rizos detrás de una bandana morada, para no distraerme. Iris se ofrece a llevarme, pero solo son diez minutos caminando, así que agarro mi bolso y emprendo la caminata.

La verdad, se preocupan más de lo que deben. Magnolia ha sido lo suficientemente buena por darme más paga de la necesaria por ayudarla en la cafetería durante solo dos semanas —y fue quien me había conseguido hospedaje con la señora Petra durante mi primer año de universidad. Es una buena madrastra, y si pudiera, me habría ayudado más. Concentrarme en que Alan es demasiado imbécil para ayudarme solo va a traerme mala vida.

Alcanzo la cafetería unos minutos antes de mi turno de la tarde-noche. Como es verano, hay mucha mas gente de la usual, generalmente adolescentes que antes venían al salir tarde del colegio. “Pequeños sabores” es un local pintoresco y totalmente hecho de madera cuya especialidad son bocadillos y postres. Hay pocos empleados y no es tan famoso, pero fue uno de mis primeros trabajos y se ha mantenido como uno fijo cada vez que vuelvo de vacaciones a casa.

Entro por la parte de atrás, tratando de ver si necesito ajustar algo de la camiseta o los pantalones. Me topo con uno de los meseros llamado Diego, sacando la basura, que me sonríe con sus dientes torcidos y me espera para que entremos juntos.

—Que bueno que llegaste, estamos súper llenos —comenta, luego de saludarme—. Creo que trajeron a todos los niños de un campamento de deporte y ahí están, todos sudados pidiendo donas como locos.
—Genial, eso significa más dinero —mascullo, descolgando mi bolso—. ¿Magnolia esta aquí?
—Si, esta en la cocina. ¿Vas a entrar de una vez?
—Si, solo voy a lavarme las manos y listo.

Entramos al local y a pesar de que es poco, puedo escuchar el bullicio de los clientes. La parte trasera se compone de un pasillo que lleva a la oficina administrativa, la cocina pegada al mostrador, el almacén y un pequeño cuarto donde nos metemos para descansar y almorzar.

Diego sigue adelante hacia la puerta del mostrador y yo me meto a la izquierda, directo a mi casillero y al baño. Trabajar en la cafetería también tiene la ventaja de que es en la tarde y solo cuatro veces a la semana —no como el último trabajo de restaurante que tuve en Missoula, donde tuve que renunciar porque las horas no me dejaban tiempo para nada.

Dejo mis cosas en el casillero, me coloco el delantal y meto el cuaderno en uno de los bolsillos. El reloj da las 4:30 cuando avanzo hasta la última puerta del pasillo, que da al local. “Pequeños sabores” ocupa alrededor de diez mesas de 4 a 6 sillas. En el extremo derecho, los adolescentes de los que habla Diego han juntado al menos cuatro mesas.

—Hola, Alhelí —me saluda Ceci, detrás de la caja del mostrador— ¿Quieres ir a atender a esos niños? Diego huyó diciendo que te habías ofrecido.

Suelto una risita y asiento, buscando a Diego con la mirada. Está del otro lado del local, atendiendo a una pareja de personas mayores.   Solo estamos nosotros dos, así que asumo que Xavi, el otro mesero, ya se ha ido.

—No te preocupes, yo los atiendo —le guiño un ojo—. ¿Estas hasta que cerremos hoy?
—Sí compañera —hace una sonrisa que es más como una mueca.

La campana de la puerta suena, así que la dejo en lo que recibe a nuevos clientes. Saco el cuaderno de mi bolsillo y me acerco hasta la mesa. Son un grupo mezclado de niños, de seguro no más de quince años —al menos eso creo, últimamente me parece que todos los niños crecen más rápido que en mi época (que no fue hace tanto).

—¡Buenas tardes! ¿Están listos para ordenar? —sonrío una vez en frente de la mesa.
—¡Si! Yo quiero dos donas, un pudín de chocolate y-
—Espera, idiota, yo voy primero-
—¡No! Dijimos que era por orden de edad-
—No griten, ¡shhh!

Internamente, ruedo los ojos y comprendo por qué Diego huyó. Pero en una mesa más alejada veo a un grupo de adultos mirar a los niños entre divertidos y avergonzados, así que asumo que son padres de algunos. Piensa en la propina, Alhelí.

—Muy bien, miren lo que haremos —hablo lo suficientemente fuerte para interrumpirlos—. Uno por uno. Me van diciendo su nombre y lo que quieren, vamos a empezar por aquí hacia la derecha —indico a la niña más cerca de mí. ¿Bien?

Me responde un coro de “bien” y “ok”, así que pongo manos a la obra. Una vez terminada la orden, se la paso a Ceci para que la mande a la cocina. Poco tiempo después me voy a atender a otro grupo de jóvenes. La tarde y la noche pasan en eso, entre clientes y clientes —propinas y propinas. En verano la gente parece ser más feliz y usualmente me pagan más propinas. ¿Tal vez sea el clima o porque no hay escuela?

Cuando es hora de cerrar, Magnolia sale con el chef principal de la cocina y van hacia el mostrador, para quitar los bocadillos más viejos y reemplazarlos con otros. Los saludo con una inclinación de cabeza mientras limpio el desastre del grupo de adolescentes.

—Alhelí —levanto la cabeza para mirar a Magnolia—. Cuando termines eso, pasa por mi oficina por favor, ¿puedes? —sonríe dulcemente.
—Claro.

Sigo limpiando la mesa, rociando casi todo el spray para quitar el residuo pegajoso de refresco derramado. Diego se acerca a ayudarme, recogiendo los vasos.

—¿Por qué te lo dice tan formal? Si viven juntas —comenta, ladeando la cabeza.
—De todos modos, esto es un trabajo —me encojo de hombros—. Es solo ética.
—Aja, ¿vas a hacer algo este fin de semana antes de irte? —cuestiona, acumulando platos— Ceci y yo pensamos que podríamos ir a un bar o algo así.
—Todavía no tengo 21, Diego —me pongo derecha—. No puedo-
—No puedes comprar alcohol, nadie dijo nada de consumir —susurra, interrumpiéndome—. Además, es porque te vas demasiado rápido para la universidad.
— Ugh, lo voy a pensar…
—No nos dejes en el aire como siempre —me fulmina con la mirada y se da la vuelta para llevar los platos y vasos a la cocina.

Suspiro y termino de limpiar las mesas, para luego colocarlas cada una en su posición. Son alrededor de las 10 cuando acabamos de limpiar todo. Ceci y Diego se van a la habitación de los casilleros, los cocineros terminan de arreglar los bocadillos y almacenar todo y yo toco en la oficina de Magnolia.

—Pase.

La oficina de Magnolia es acogedora y decorada con colores lila y beige, manteniendo el ambiente calmado y fresco del resto del local. Me acerco hasta una de las sillas de tela beige y me siento frente a ella.

—Hola, Alhelí. Espera un momento.

Asiento sin decir nada. Magnolia es tan hermosa como las mellizas —o debería ser al revés, supongo. Tiene la piel más oscura y el cabello rizado casi siempre lo lleva corto, con pollina. Frunce el ceño mientras busca algo en la gaveta de su escritorio y me fijo en una de las fotos que tiene colgada. Estamos las tres con ella, en el parque. Silene siempre ha discutido porque no sacó sus ojos avellana, pero después de ahí eran casi idénticas.

—Toma, esto es tuyo.

Me entrega un sobre blanco. Aprieto los labios, tomándolo entre mis dedos y mirando hacia dentro. Ni siquiera empiezo a contar bien los billetes.

—Pero se supone que mi paga es mañana…
—Mañana estás libre —me sonríe—. Te vas este fin de semana, así que decidí adelantar todo-
—Pero —vuelvo a mirar el sobre—, creo que aquí hay más de lo acordado. ¿Puedes revisar…? —extiendo el sobre hacia ella.
—Alhelí, es tuyo —empuja mi mano con el sobre hacia mí—. Te lo has ganado.
—Solo he venido dos semanas.
—Dos semanas que han sido extremadamente ocupadas y en las que hemos tenido recorte de meseros por el verano —Magnolia se recuesta en su silla y enarca una ceja—. Así que, como empleadora, he decidido darte una paga en acuerdo con tu desempeño.

Frunzo el ceño y vuelvo a fijar la vista en el sobre. Me pasan muchas cosas por la cabeza. La primera es que de seguro lo está haciendo por pena, pero detesto pensar en eso.

—¿Por qué? —mascullo, dejando el sobre en mi regazo.
—Déjate ayudar —Magnolia se inclina sobre el escritorio y deja de sonreír—. No puedo ayudarte a conseguir renta en el campus porque es demasiado caro, así que puedo hacer esto al menos-
—Sí, pero-
—Listo, nos vamos. Ya es tarde —me interrumpe, poniéndose de pie.
—Pero-
—Alhelí, nos vamos —toma su bolso del estante y saca las llaves del local.

Rechino los dientes y me quedo sentada, mirando el sucio de mis pantalones negros, hasta que escucho el rechine de la puerta abriéndose. Suspiro y me levanto, apretando el sobre entre mis dedos. Junto con la propina de hoy, es mucho más dinero del que esperé.

—…Gracias —mascullo, con la voz algo ronca y el rostro caliente.
—Siempre, mi niña —Magnolia me da un apretón de manos.

Le sonrío sin mostrar los dientes y me voy al casillero a buscar mi bolso, en lo que ella cierra la tienda y confirme que todo lo que está bien tiene que estar bien. Intento no ponerme a pensar mucho en todo mientras meto el dinero en mi bolso y me quito el delantal.

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Como no tengo trabajo, hago lo que me paso haciendo cada vez que tengo tiempo libre en el verano: leer y ver series. Me acuesto tarde releyendo El castillo ambulante de Howl, con el soundtrack de fondo, perdiéndome en el bonito mundo de Sophie y deseando tener poderes mágicos y vivir en un reino donde me pagaran por dar pociones a la gente.

Me gusta trabajar los sábados porque así no tengo que desayunar en la casa. Puedo irme antes de que todo el mundo se levante. Pero hoy no hay trabajo, así que nada evite que salga a la cocina a buscar desayuno y encuentre a Magnolia y Alan, mi padre. Las mellizas probablemente estén durmiendo.

—Buenos días —murmuro, estrujándome los ojos.

Voy directo a la nevera y saco la leche para servirme cornflakes. Magnolia me saluda con una sonrisa y mi padre asiente con la cabeza. Solo digo buenos días a Magnolia, pero no agrego eso. No vale la pena.

—¿A que hora te vas mañana, cariño? —pregunta Magnolia.  
—A las 11, ¿por qué?
—Estábamos pensando en llevarte…

Pauso un momento, con el cartón de leche en el aire. Los miro de soslayo. Mi padre esta bebiendo su café y mirando la Tablet, mientras Magnolia me mira con una sonrisa forzada. “Estábamos”, si claro.

—No es necesario, ya tengo el ticket del bus —intento sonreírle—, pero gracias.
—Ah, bueno —el rostro de Magnolia se cae—. Esta bien.

Por un momento me siento un poco culpable, pero sacudo la cabeza y me voy hacia mi habitación, desayuno en mano. Lo último que quiero es durar dos horas en el mismo vehículo que Alan. Nuestras interacciones se redujeron considerablemente después de nuestra última discusión, donde perdí los estribos y lo mandé a la mierda por pretender que dejara la universidad.

Se me pasa la mañana completa entre libros y series. Tirada en la esquina de mi habitación, en una silla con una manta arriba. Silene e Iris se la pasan grabando el tiktok, así que no me obligan a hacer nada con ellas. Horas después, Silene abre la puerta de mi habitación con un estruendo. Pongo pausa a la serie Bodyguard, sin moverme de mi posición. Ella me da un vistazo y se tira en mi cama, con los brazos cruzados.

—Muy bien, basta de trabajar todo el verano y ver películas y series en netflix toda la noche —anuncia, con la voz fuerte.
—¿Eh? —me estrujo los ojos, tratando de deshacerme del ardor que tienen.
—Lo que escuchas —Iris entra, con menos prisa—. Has pasado prácticamente todo el verano trabajando, viendo netflix y encerrada.
—No veo el problema de eso —me encojo de hombros, pasándome una mano por el cabello.
—¡Pues nosotras si! —chilla Silene, frunciendo el ceño— Mañana te vas a la Universidad y cuando nos toque entrar, todo el mundo estará muy ocupado como para salir por un buen tiempo.
—Claro que no —chasqueo la lengua y me siento derecha, dejando la laptop a un lado—. Y van a estar en el campus, podemos- espera, ¿dijiste salir?
—Si, salir —Iris enarca una ceja—. Y no hablamos de ir al parque o a explorar museos.

Ruedo los ojos y me paso ambas manos por el rostro con pesadez. Mis hermanas se sonríen entre si y vuelven a mirarme. En ese momento, me recuerda a todas las bromas que hacían cuando eran pequeñas y tenia que gritarles y amenazarlas para que parasen un poco.

—¿Qué quieren? —entrecierro los ojos.
—Lo haces sonar como si fuera algo malo —Silene sonríe, aleteando una de sus manos.
—Que vayas con nosotras a un festival de música indie —Iris aplaude, moviendo todo su cabello desordenado en el proceso—. Es nuevo y pequeño, y conseguí entradas para que vayamos todas.
—¿Música indie? —junto las cejas— Sile, a ti no te gusta esta música. Entonces-
—Estoy tratando de probar cosas nuevas —me interrumpe y hace un puchero—, ¡no me juzgues!
—¿Y cómo conseguiste las entradas? —me cruzo de brazos.
—Un regalo, no son tan caras, por lo nuevo —Iris se encoge de hombros— ¿Eso significa que irás? —se acerca a sentarse junto a mí.
—Es un tal vez. ¿Segura de que es pequeño? —me llevo una mano a la nuca— Porque si va mucha gente…—me estremezco.
—Si, muy segura. ¿Entonces vas a ir? —insiste, inclinándose hacia mi— Dependemos de ti.

Dejo caer los hombros. Magnolia tiene esta regla de no dejarlas ir a ningún lugar así a menos que sea con algún adulto responsable —lo cual entiendo perfectamente. Aunque yo no me sienta adulta. Asiento con lentitud y ambas chillan con la misma emoción; inusual pero posible. Se levantan para irse a no se donde y yo me acomodo para continuar viendo mi querido Bodyguard.

—¡Ah, una cosa más! —Silene se detiene— Es esta noche. Nos vamos a las 7.  

Se me desencaja la quijada y las miro en silencio, provocando que se vayan a toda prisa de la habitación. Me quedo un momento tirada, contemplando mis opciones. Como ir a tirarles los patines encima, pero desisto.

Miro la hora en mi vieja laptop. Son las 3. Suelto un suspiro y vuelvo a acomodarme —tengo un par de horas antes de tener que empezar a alistarme.

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A las siete estamos todas en la cocina, tomando agua antes de irnos. Magnolia esta allí, para despedirse, mientras que mi padre esta metido en la habitación —lo cual esta súper bien por mi. Me entretengo viendo como Silene se toma selfies en la sala, mientras Iris textea con el grupo de amigos que le consiguió las entradas.

—Toma, Ali —Magnolia me extiende las llaves del auto.
—No entiendo —enarco una ceja, tomando las llaves.
—Conduce tú, no me agrada mucho que conduzcan de noche todavía —sonríe de lado—. Ya sabemos como se ponen.
—Sí, pero ¿no hay problema? —les doy un vistazo a ellas y a las llaves— Mejor preguntar-
—No hay problema, es de todas —Iris me interrumpe, poniendo el celular en el bolsillo.
—Es de ustedes dos-
—Lo siento, te vamos a ignorar —comenta Silene, colocando su celular en su cartera—. ¿Nos vamos?

Ruedo los ojos e ignoro la sonrisa que me da Magnolia. No se me olvidan las palabras de Alan, que el auto es de las mellizas. Pero como sea. Prefiero quedarme callada y evitar una discusión cuando estoy emocionada por ir a ver el festival, aunque sea un rato.

Cuando llegamos al lugar, un cosquilleo empieza a crecer paulatinamente en mi estómago. Y aumenta al tamaño de una bola de bolos cuando vamos a la entrada, donde revisan que no carguemos nada sospechoso. Miro hacia todos lados, las decoraciones con luces de neón y diferentes plantas y garabatos. Comienzo a sentir ganas de explorarlo todo, aunque no pienso despegarme mucho de las mellizas. Hay más gente de lo que pensé.  

Avanzamos entre las personas y no me doy cuenta de que Silene e Iris se acercan a un grupo específico de chicos hasta que están en mi cara. Aprieto los dedos formando puños y los meto en los bolsillos de mi chaqueta jean. Iris me mira de reojo y se aleja un poco cuando ve mi mirada.

—¿Me explicas? —susurro, mientras Silene se nos adelanta.
—El tipo pelirrojo es la razón por la cual ella esta “abriendo sus gustos” —Iris se encoge de hombros—. Yo vine por la música. Y uno de ellos es lindo, ¿Quién sabe?
—Ugh —levanto la mirada al cielo—. Solos vamos.

Iris engancha su brazo con el mío y terminamos de acercarnos al grupo. Son dos chicas y cinco chicos. Me pregunto si por eso me dijo que usaríamos shorts hoy. A Silene le encanta engatusar a todo el mundo, incluyéndome.

—Ya conocen a Iris, es igual que yo, pero un poco mas fea —Silene le saca la lengua a su melliza y ella se lo devuelve—. Y Alhelí, nuestra hermana mayor.

Agito mi brazo libre y sonrío sin mostrar los dientes. Intentando no fulminar a Sile con la mirada. Comienza a presentarlos desde el mas lejos de ella hasta el pelirrojo, que está pegado a su costado.

—Estos son Tommy, Will, Elena, Sophie, Fernando, Bryan y Ned.
—Mucho gusto —inclino la cabeza levemente.

Recuerdo algunas caras del instituto de las mellizas, pero otros no sé de dónde son y tampoco creo que vaya a recordarlos en un par de días.  O tal vez en un par de horas. Así que suspiro y me trago todas las ganas de irme a explorar por mi cuenta. Haberme avisado habría sido mejor, así me preparo mentalmente a que tendría que conocer —y hablar—, con alguien además de ellas dos.

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El festival es bastante entretenido, para mi suerte (o desgracia, aun lo estoy decidiendo). Hay varios escenarios donde se presentan artistas simultáneamente y están divididos por géneros musicales. Primero vamos a pop rock indie, y luego a una mezcla entre techno y musical tropical que hace que las mellizas bailen tan raro que lloro de la risa.

Me mantengo cerca de Iris y Silene —oh, sorpresa—, se la pasa entre nosotras y el chico Ned. Realmente sus amigos no son desagradables, pero no hablamos mucho, lo cual no me causa ningún problema. En un momento de la noche, Ceci y Diego me mandan un mensaje diciendo que pasaran por aquí a eso de las 10 y que lo usarían como despedida para mi —lo cual tampoco es malo.

—Vamos a comer algo, ¿Qué dicen? —anuncia Helen o Elena, no me acuerdo.
—Si, el área de foodtrucks esta del otro lado, creo —comenta Silene.
—¿Crees que haya sushi?
—El sushi es jodidamente caro y asqueroso, mejor hot dogs.

Pierdo el hilo de la conversación. Comienzan a caminar hablando sobre toda la comida y bebida posiblemente disponible. Cuando llegamos a los puestos de comida y veo que todos tienen una enorme fila, me giro hacia Iris.

—Voy al baño, ¿ok? —me remuevo en mi sitio.
—Si, sí. ¿Qué quieres de comer?
—Hot dog. Aquí esta mi dinero —le paso la billetera rápido—. ¿Se quedarán haciendo fila aquí primero?
—Claro, tu tranquila.

Tardo un buen rato encontrando los baños, principalmente porque camino sin rumbo hasta encontrar uno de los mapas que señalizan “estás en este punto”. Cuando termino de hacer mis necesidades, me lavo las manos con gel antibacterial al menos tres veces. Al salir, siento un revoloteo incomodo en el estómago —hay mucha más gente que antes moviéndose por el festival. Miro hacia ambos lados, tratando de recordar todas las vueltas que di para llegar hasta aquí desde el área de comida.  

Avanzo por la derecha, donde veo un cartel con el mapa del lugar y saco mi celular para enviarle un mensaje a las mellizas. Si me envían su ubicación en vivo, es mucho más fácil para mí llegar hasta allí. También le tomo una foto al mapa que señaliza que estoy más o menos a mitad de camino.  

—¡Hola! ¿Estás perdida? —un hombre aparece a mi lado, gritando por encima del bullicio.  

Sus ojos están medio rojos y el olor a alcohol me llega tan rápido que me arden los ojos un poco. Pretendo echarme hacia detrás, cuando alguien mas me cierra el camino.  

—¿Podemos ayudarte con algo? —cuestiona otro, con los brazos en las caderas.

Se me encienden todas las alarmas y sacudo la cabeza, apretando mi celular entre mi mano. De inmediato, retrocedo hacia el resto de las personas que transcurren por el área.

—No, ¡todo bien! —intentó sonreír— No se preocupen.  
—Eh, ¿estás segura?

El otro hombre alarga el brazo para acercarse a mí, con una sonrisa siniestra que no me da buena espina. Sin pensarlo, me meto el celular en el bolso y me doy la vuelta. Me meto casi corriendo al área de baños portátiles otra vez y me escabullo por detrás, con el corazón en la boca. Logró salir por el otro lado de los baños y me quedo plantada contra un árbol, respirando entrecortadamente.

Una vez que miro hacia todos lados y no veo ningún rostro conocido, decido sacar el celular otra vez para volver a mensajear a las mellizas. Marcarles sería estúpido con todo este gentío, pero también lo intento —aunque no contestan. Aprieto los labios y fijo la vista en mi pantalla, como si eso fuera apresurar las cosas.

Estoy tan concentrada en eso y mirando por encima de mi hombro que no me doy cuenta de que casi voy a chocar con alguien, hasta que casi me estampo con sus botas. Salto en mi lugar, retrocediendo unos pasos, con la mano en el pecho.  

—¡Que mierda…!

Levanto la mirada, lista para correr. Ah, no son los tipos de antes. Pero sigue siendo un tipo.

—¡Perdona! No quise asustarte —exclama, levantando ambos brazos y se echa un poco para atrás.

Tardo un momento en recuperarme, tratando de nivelar la respiración. Los faroles de luces me dejan verlo un poco: es bastante alto, el mentón marcado y la camisa de seda y estampado de flores mas extravagante que he visto en la noche. Me sonríe amablemente, aun con los brazos como diciendo “vengo en paz”.  

—Si, um… ¿necesitas algo? —inquiero, ladeando la cabeza.
—Necesitar no, pero…

Tiene un aspecto de ricachón. Su perfume me llega hasta donde estoy y nada de su ropa es desgastada. Y estoy segura de que tiene delineador negro en los ojos.

—Solo quería invitarte a una cerveza, chica chamisa —inclina la cabeza y su sonrisa parece de un comercial.  
—¿Chica chamisa…? —alzo ambas cejas y luego miro hacia las flores de mi camiseta— Oh, nadie nunca había adivinado eso —murmuro, volviendo a mirarlo.
—¿Qué dices?
—No, gracias —sacudo la cabeza e intento sonar amable—. Estoy yendo donde mis hermanas.

Y sería el perfecto momento para que me respondan. ¿Dónde están mis poderes sacados de un comic cuando los necesito? ¿Y para que se le acercan a alguien desconocido de la forma mas extraña posible “si son inofensivos”? Me llegan a la cabeza todos los episodios de True Crime que he escuchado.

—Oh, puedo acompañarte, si quieres —se ofrece, empezando a acercarse otra vez.
—¡No! —exclamo y se sobresalta— Digo, eh, no te preocupes. No hay problema —doy un paso hacia atrás, desviando la mirada—, pero gracias.
—Tranquila —su sonrisa parece volverse compasiva—, no te voy a hacer nada.  

Me mira como con pena y se me calienta el rostro. Mis ganas de correr aumentan considerablemente. Cuando mi celular emite una vibración entre mis dedos, creo que veo la luz.

—Eh, bueno, ya me voy. ¡Adiós!

Salgo casi corriendo de allí, otra vez. Abro el celular para responder el mensaje de Iris, con dedos temblorosos. Me anuncia que mis amigos también llegaron. Me dan ganas de mirar hacia atrás, a ver si el tipo de la camisa elegante sigue ahí, pero me aguanto. No parecía un psicópata, pero una nunca sabe a estas alturas de juego.  

Encuentro a Ceci y a Diego inmediatamente. Primero porque Ceci tiene unos tenis con colores neón y segundo porque Diego tiene el cabello teñido de verde, que se ve brillante por las luces del lugar. Están todos sentados en una mesa, comiendo y conversando. Iris me pasa el hotdog (aunque ya no tengo mucha hambre) y voy a sentarme junto a Ceci y Diego.

—¿No te lo vas a comer? —inquiere Diego, mirando mi hotdog.
—No. ¿Lo quieres?
—Cómetelo —ordena Ceci, en voz baja—. Lo vas a necesitar —se inclina hacia mi.
—¿Por qué…?

Ambos se miran con una sonrisa liviana, que no me alivia nada. Después, Diego me pasa su vaso de refresco y me dice que lo pruebe. Casi lo escupo: No sabe a refresco.

—¿Qué mierda…? —mascullo.
—¡Controla tu cara! —Ceci me da un manotazo— Lo último que queremos es que nos descubran. Aquí venden el alcohol demasiado caro.
—Ya les dije que no puedo, no soy mayor —frunzo el ceño—, y estoy conduciendo.
—Yo conduzco después, soy más grande —Diego guiña un ojo y me empuja el hotdog—. Ahora cena para que podamos tomar en paz.
—¿Cuál es el afán? —inquiero, tomando el hotdog— No entiendo.
—Te han tenido trabajando el poco tiempo que vienes aquí, eso es lo que no entiendo —Diego chasquea la lengua—, incluso horas extra.
—Yo me ofrecí y me pagaron bien.
—Claro, bien dice —Ceci rueda los ojos—. No haces nada más que trabajar y aunque no está mal, también debe haber tiempo de ocio.
—Lo dice la ciencia —agrega Diego.
—Estoy haciendo ocio ahora mismo —ruedo los ojos y le doy un mordisco a mi comida—, sin necesidad de beber. Solo quieren una excusa para verme alocada.
—Sí, eso también —Ceci me sonríe y da un largo trago a su refresco—. ¡Ahora come!

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Casi dos meses han pasado y todavía no encuentro un lugar donde quedarme que no me cobre un riñón. No por no buscar. He ido a ver alrededor de doce lugares diferentes —todos con problemas demasiados grandes para ignorar. No estoy tan desesperada —o estaba, esta semana estoy reconsiderando todo. Me rehúso a volver a casa y seguir atrasando mi carrera. Vivir debajo del puente se está volviendo una imagen tentadora.

Según la señora Petra, la dueña de la casa, tengo hasta el lunes para mudarme antes de que la empresa a quien le vendió la casa vaya a apoderarse de todo. Tengo mi ropa empacada en maletas y poco mas, porque no tenia ninguna pertenencia además de mi bicicleta.

Suelto un resoplido mientras espero a que termine mi turno en la biblioteca de la universidad. Tendría que empezar a ver a cuantos dólares me dejan un airbnb cerca de la universidad.

—¿Qué te hizo el pobre libro? —me dan un codazo.

Sacudo la cabeza, despejando la mente. Susanne y yo nos encontramos organizando libros recién traídos de la sección de diseño, hasta que llegue la hora de irme. Me dedica su sonrisa burlona y alza una ceja gruesa, antes de voltearse y seguir subiendo libros a estantillas.

—Nada, que aun no encuentro donde quedarme —mascullo, pasándole dos libros mas—. Se me van a caer los pelos del estrés.
—¿Qué paso con las chicas del departamento del otro día? —inquiere, colocando libros de forma rápida y mecánica.
—Fui. Son fumadoras crónicas —arrugo la cara—. Olía a nicotina por todos lados —me estremezco.
—¿Y eso que? No huele tan mal —Susanne se ríe de mi cara, quitándome mas libros.
—Si, porque te gusta —tuerzo la boca—. Y encima, el polvo que había en los estantes… ¡asco!
—Eres demasiado quisquillosa —suelta una carcajada.
—No, solo pido decencia —coloco mas libros en el estante—. ¿Tienes el periódico de hoy? Tengo que ver si encuentro algún lugar mas.
—Claro, te lo paso cuando salgamos de aquí.
—Gracias —alargo la palabra.

Justo antes de que tengamos que irnos y cerrar por hoy, alguien entra a devolver un libro. Le sonrío a Elowen, mientras Susanne se va a recoger los libros que hay fuera de lugar y a apagar las computadoras. Elowen la saluda con la mano y se acerca hasta mi, tan impecable y bien vestida como siempre.

—Vine a traer esto, ¿todavía están recibiendo personas? —murmura, sacando el libro de su bolso.
—Claro, no hay problema —estiro el brazo con dejadez— ¿Cómo estás, todo bien? —empiezo a chequear que todo ande bien, como dice el protocolo.
—Si —me da una sonrisa sin mostrar sus dientes—, todo perfecto.

Frunzo los labios, pero decido quedarme callada. No sé si le agrade que me ponga a chusmear sobre su vida, cuando usualmente hablamos de cosas superficiales. Así que, dejando el libro de lado, apoyo los codos en el mostrador y cambio de tema.

—Oye, sobre lo de ofrecerme tu casa para quedarme…—carraspeo, rascándome el cuello—. Si no encuentro algo para este fin de semana, acepto. Solo por unos días, tampoco quiero-
—¡No molestarías, para nada! —Elowen se apresura a decir— No te preocupes. Donde vivo es-

Se calla abruptamente y se sonroja, como si se lo pensara mejor. Alzo ambas cejas. ¿Es que, una mansión? Porque eso es lo que me espero, por como habló la otra vez.

—El punto es, que no molestarías a nadie —espeta al final, con una sonrisa pequeña—. Solo avísame y te preparo todo.
—Eres un amor, gracias —le doy un apretón de hombros—. Susanne y yo vamos a ir a tomar café un rato antes de irnos, ¿quieres acompañarnos?
—Sí —su sonrisa se agranda levemente—, aunque solo sería por un rato.

El café queda casi a una cuadra de la universidad. Se llama Liquid Planet Grille y es un café acogedor en temática y espacio. Tiene varias secciones: lo primero que se ve es una con mesas y sillas de madera oscura, con una chimenea con la pared de la izquierda. Al otro lado hay una barra con banquetas altas, donde las personas se sientan solas o en pareja.

El mostrador esta en el fondo, rectangular y de la misma madera oscura que las mesas y sillas. El techo está decorado con cordones de lunes de navidad, sin importar la época. Junto a la barra hay una puerta a donde se va al área no techada, donde hay mesas cuadradas negras y rojas. Nos dirigimos allí, tomando una mesa para cuatro.

Cada una ordena café con un bocadillo y en poco tiempo, estamos hablando de personajes literarios. Por un momento me sorprende que Susanne haya dejado de llamarla Mary Sue, y sonrío cuando empiezan a argumentar los pros y contras de la literatura clásica versus las lecturas populares de la actualidad.

—A pesar de haber sido bueno para su época, Crepúsculo vino a hacerle un daño al mundo —comenta Elowen, dando un sorbo de su café.
—¿Qué dices? —Susanne inclina la cabeza, sonriendo— Si Eduardo es lo más romántico que hay en este mundo. ¿No te diste cuenta?
—Más romántico son los power rangers —suelto, terminando de comer mi dona.
—Estamos hablando de libros, no me desconcentres con los power rangers —Susanne me fulmina con la mirada y luego pasa a Elowen—. ¿Qué me dices de los clásicos infantiles, como Alicia y Peter Pan?

Elowen parece como si le hubieran encendido un foco adentro. Se le abren los ojos a todo dar y sonríe como nunca la he visto sonreír. Le doy una mirada de reojo a Susanne, que también sonríe ante la reacción de la chica.

—Pues, Peter Pan es….

Su celular interrumpe la conversación. El bombillo se apaga rápidamente. La curiosidad me hace querer preguntarle qué sucede, pero me muerdo el interior de la mejilla.

—Me tengo que ir —suspira y deja caer los hombros—. Nos vemos, gracias por el café.
—No hay de qué —Susanne le guiña un ojo.
—Hablamos de Peter Pan otro día —sonrío.
—Voy a darles mi parte del dinero-
—No, no, invitamos nosotras —interrumpo, aleteando la mano en el aire.
—Exacto, luego te lo cobramos —Susanna suelta una carcajada, bromeando.

Elowen nos da una inclinación de cabeza y sonríe un poco, como siempre y empieza a teclear algo en su celular. Toma su café y justo cuando se levanta para irse, Oliver está llegando a sentarse con nosotras. Casi se chocan, pero Elowen está enfrascada con su celular y Oliver como siempre, anda por el mundo como un tornado que no presta atención a casi nada.

Oliver se deja caer con brusquedad en la silla, se da unas palmadas en las rodillas y nos sonríe —tan lleno de energía como siempre.

—Estuve pensando en teñirme las cejas —anuncia, sin flaquear la sonrisa.
—Mentiroso —arrugo la nariz—. Dijiste que te ibas a teñir el cabello.
—¿Por qué cada vez que hablan, saltan con una locura? —Susanne rueda los ojos y sacude la cabeza.
—Eso depende de cuál sea tu definición de cordura —replica Oliver.
—No es la misma que la tuya, probablemente —Susanne alza la barbilla y arruga la nariz—. Por ejemplo-
—Tu tampoco eres cuerda, querida Susie —la interrumpe, tomando de su café sin permiso.
—¡Ey! —le da un manotazo y se lo arrebata— No toques mi preciado café, chusma. Y yo soy lo mas juicioso de este grupo.
—Creo que debes darte en el pecho por calumniar así —levanto una ceja al mismo tiempo que Oliver se carcajea.

La fastidiamos unos minutos más sobre todas las locuras que ha hecho —principalmente de los líos en que se ha metido en nuestra pequeña ciudad. Cuando Oliver vuelve con nuestra segunda ronda de café, decido continuar con mi investigación.

—¿Alguno ha encontrado otro anuncio de trabajo? —mascullo, mientras dejo mi celular en la mesa— Que no sea en un centro de llamadas ni nada de eso, por favor.
—¿Acaso no trabajaras en el bar cuando vuelvan a abrir? —Oliver levanta una ceja, dando un sorbo de su café.

El bar de Missi Hot ha sido mi trabajo por unos seis meses. Cerraron en verano para hacer remodelaciones, con la expectativa de abrir en septiembre. Me dejaron trabajar allí a pesar de que al entrar aun no tenia 21, primero porque mentí en la entrevista y necesitaban de verdad personas, y segundo porque mi jefe me amenazó con ponerme un delito legal si me atrapaba consumiendo alcohol. Todos salimos ganando, mas o menos.

—Ese es el objetivo, no trabajar ahí cuando abran —suspiro, tomando de mi café—. Quiero tener un horario de dormida decente en este semestre, ¿sabes?
—Pero el bar fue donde nos conocimos, Alhelí —Oliver se lleva las manos a la cara, con una mueca llena de tristeza—. ¿Quién será mi porrista en las noches de billar?
—Ya tienes porristas sin mi ayuda —ruedo los ojos.
—¡Pero no me dan cerveza gratis! —lloriquea, con exageración.
—Eres un jodido interesado —interviene Susanne, soltando una carcajada—. Solo quieres seguir teniendo cervezas gratis.
—A ti también te da, no te hagas la loca —Oliver la fulmina con la mirada.
—Los dos son unos aprovechados —interrumpo, rodando los ojos—. Si no encuentro otro, volveré al bar cuando abran…así que si ven algo me dicen.
—No, yo quiero que te quedes en el bar —Oliver me da una sonrisa de oreja a oreja.
—Imbécil.

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La profesora Martínez termina la presentación sobre las conclusiones de los usos de DEA (desfibrilador externo automático) y RCP, practicas que hicimos la clase anterior. Empieza a pasar la lista, casi dando por finalizada la clase. La observo, cruzada de brazos, con la mente entre la clase y mis problemas.  

—Muy bien, gente, la semana que viene será nuestra última clase —anuncia la maestra, poniéndose de pie—. Ya saben que tendremos un examen teórico y uno practico. En la pantalla verán que hay que traer y estudiar para cada uno, ¿bien? —dice, señalando hacia el proyector— Cualquier duda que tengan, hoy es el día.

Unos cuantos payasos sueltan comentarios de alivio y victoria, haciendo sonreír a la profesora. Comienzo a anotar todo lo mas rápido que puedo, mas concentrada en salir de aquí antes de que se haga de noche. Básicamente es estudiar todas las unidades que nos dieron desde que empezó el curso y estar preparadas para una demostración del RCP en situaciones aleatorias y el uso del DEA cuando hay una persona en paro cardiaco (no responde, no respira y no tiene pulso).

Al acabar la clase, los demás estudiantes se dispersan. Me despido de las chicas y salgo casi corriendo del aula. Estoy cruzando la entrada del edificio cuando pasos me alcanzan.

—Alhelí, espera.

Me giro para encontrarme con Thiago, tendiéndome el periódico donde había encerrado los últimos departamentos que encontré que buscan hospedar personas. El papel con mis últimas esperanzas, literalmente. Lo acepto, sonriendo. Thiago es un chico moreno con pecas que ha sido mi compañero de ejercicio en algunas clases del curso, y otras veces lo veo porque dura horas haciendo tareas en las computadoras de la biblioteca.

—¡Ah, gracias! —enrollo el periódico y lo meto en mi mochila— Me muero si pierdo esto.
—De nada —se rasca la mejilla—. Eh, vi que estas marcando lugares de acogida…
—Si —cierro la mochila de golpe y levanto las cejas—, ¿Por qué? ¿Conoces alguno?
—De echo si, en el que yo me quedo —me sonríe y yo me quedo boquiabierta—. Tenemos una habitación disponible, si te interesa.

Reacciono casi tirándome encima suyo, agarrándolo por los hombros.

—¿Qué? ¿Por qué no me habías dicho antes? —exclamo, sin poder contenerme.
—Eh, nunca me preguntaste… —me mira extrañado.
—Cierto, lo siento —me alboroto los rizos—. Bueno, ¿Dónde es, cómo es? ¡Dime todo!
—Dame tu número y así te paso todo —dice, riéndose—. Usualmente no ponemos publicidad, porque nos gusta mas personas recomendadas personalmente.
—Oh, tiene sentido —asiento, sacando mi celular del bolsillo—. Uno no sabe que clase de gente pueda aparecer.
—Exacto.

Le tiendo mi celular para que guarde su numero y se escriba por whatsapp. Estoy casi saltando sobre mis pies de la emoción. Espero que no sea muy caro, aunque a estas alturas de juego, estoy preguntándome si debo aumentar mi presupuesto o no.

—¿Es una casa o cómo? —inquiero, cuando me devuelve el celular.
—Es una residencia, mas o menos. La habilitaron para que sirviera como hospedaje, en este caso de estudiantes —me explica, mientras caminamos a la salida—. Aunque ninguno lo es: excepto yo. Y bueno, tu, si te decides.
—¿Y el resto? —guardo el celular en mi bolsillo.
—En total somos cuatro. Tres hombres y una mujer —señala al celular en mi bolsillo—. Cuando hable con Charlie, quien maneja las finanzas, te digo de precio y esas cosas. También te mando fotos, pero probablemente quieras venir a ver qué tal.
—¡Pero claro! —aplaudo— Si quieres, hasta mañana mismo. Donde me quedo solo me dieron unos días más para mudarme, porque vendieron la propiedad a una compañía.
—De acuerdo, pues esta noche te escribo con todos los detalles.
—¡Gracias, Thiago! —aplaudo y entrelazo mis dedos— Oye, ¿y no sabes si hay un trabajo cerca?
—¿No trabajas en la biblioteca ya? —junta las cejas.
—Sí, pero necesitaré otro —me encojo de hombros—. Ya sabes, la vida del pobre.

Suelta un suspiro y sacude la cabeza, con un amague de sonrisa en la cara.

—Si, lo entiendo…—se acomoda la mochila en el hombro—. Si encuentro algún anuncio, te digo.
—Bien —sonrío de lado—. Bueno, me tengo que ir a buscar trabajo —agarro las cuerdas de mi mochila, girándome hacia la salida—. Voy a estar esperando tu mensaje, ¡gracias otra vez!
—Cuídate.

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Voy de buen humor a buscar trabajo. Intento en varios restaurantes y cafés cerca de la universidad, que pueda ir y venir en bicicleta sin morir en el intento. Pero en ninguno hay vacantes, así que me toca devolverme a la casa de la señora Petra con las manos vacías.

La casa es bastante grande y vieja, de hecho. La ha vendido para un emprendedor que quiere hacer no sé qué cosa, un negocio o un condominio de habitaciones —y le interesa un terreno cerca del campus universitario. Que, en este caso, son menos de cinco minutos en auto.

Es un bloque rectangular con techos empinados, totalmente decorada como si fuera de madera procesada y pintada de gris oscuro y beige. Cuando le ofrecieron el dinero, la señora Petra agarró sus gatos y se fue a otro estado sin pensarlo. La casa no me dolería tanto, pero el jardín si. En el año que estuve quedándome en esta casa, logré sembrar varios arbustos de flores llamativas en la parte trasera de la casa. Poco a poco, lo he estado transformando en mi pequeño santuario —hasta que vino esto a arruinarlo todo.

Me quito los zapatos y avanzo por la casa, que se siente mas enorme y con mas eco. Dejo la mochila en uno de los pocos muebles que quedan allí y cruzo a la cocina para sacar agua en la regadera.  Meto los pies en unas balerinas y salgo al patio, justo a la pared trasera de la casa. Allí donde había sembrado orquídeas, lavanda, margaritas y un par de enredaderas en la parte de arriba.

Me agacho un poco para regar las plantas, soltando un suspiro largo.

—Ustedes si están bien —murmuro, con pesadez—. No tienen que moverse para ningún lado.

Sigo regando cada sección de plantas con paciencia. En un momento, tengo que volver a buscar de la llave de fuera de la casa.

—Realmente, no tienen que hacer nada —ladeo la cabeza—. Solo florecer, cuando se les pega la gana.

Tengo la costumbre de hablarles por la abuela de las mellizas. Siempre la veía echarle agua y murmurarles: feliz cuando estaban floreciendo bien, sermoneándolas cuando estaban “portándose mal”. No sé qué clase de magia no magia es esa, pero ella juraba que funcionaba. Al final, empecé a hacerlo sin darme cuenta.

—¿Denme un poco de suerte para encontrar una casa, sí?

Vuelvo a entrar en la casa, dejando los zapatos en la esquina de la puerta trasera. Avanzo hasta las escaleras y subo a mi habitación: lo único que parece habitado en la casa, a medias. Una de mis dos maletas esta totalmente cerrada y sellada, mientras que de la otra he ido sacando y metiendo ropa según voy a la universidad.

Cuando salgo del baño, con la cabeza mojada en una toalla y la mente despejada, me siento muy literalmente a esperar que Thiago me escriba. Estoy comiendo cereal con leche cuando recibo una llamada; pero mis hombros se caen cuando solo veo que es Silene. Presiono aceptar y de inmediato tengo a mis mellizas en la pantalla.

—¡Tenemos buenas noticias para ti! —chilla Silene, acaparando la mayoría de la cámara.
—Ey, no me tapes —Iris la empuja.
—¿Me gané la loto? —inquiero, con la boca llena.
—Para eso tienes que jugarla —Silene rueda los ojos—. En fin, las noticias…—hace una pausa extrema.
—Dile de una buena vez —gruñe Iris, haciéndose un moño alto—, o le digo yo.
—Exacto —me como otro bocado.
—Aish, que par de odiosas son —Silene se cruza de brazos, pero no deja de sonreír—. ¡Nos van a dejar llevarnos el auto hasta la uni!

El bocado de cereal se queda en el aire, y la leche cae devuelta al plato. Luego decido masticar lentamente y no abrir la boca hasta tragar.

—Vaya, que reacción —Iris apoya el mentón en su mano.
—No, no, no esta mal, esta genial —me apresuro a decir, limpiándome la boca—. Pero, ¿Cómo le van a echar gasolina?
—Uh…
—Eh…

No puedo ignorar la punzada en mi estomago. Probablemente, Alan vaya a incluir el monto de gasolina en su mesada. Mientras yo ando en búsqueda de otro trabajo para poder costearme lo que no cubre mi beca. Iris y Selene se miran, una de esas tantas miradas que uno cree que pueden ser telépatas o algo por el estilo.

—Ya. Solo recuerden no irse a festejar como locas —las señalo con la cuchara—. Tienen 18, no 21. Y esto no es una película.
—Alhelí…
—¿Cuándo vienen? ¿Resolvieron todos los tramites de la beca? —interrumpo y me atraganto con el cereal.

Selene suelta un suspiro e Iris abre la boca, como queriendo discutir. Pero al final, me responden y logramos cambiar de tema a algo mas ameno. No necesito otra discusión por causa de Alan, mucho menos con ellas dos. Estoy hablándoles sobre las fiestas en fraternidades —o amenazándolas, más bien—, cuando me llega una notificación de Thiago. Abro los ojos como dos platos y me apresuro a abrir la conversación.

—Me tengo que ir, chicas —interrumpo a Silene en su defensa de las fiestas—. Hablamos otro día.
—¿Pasó algo? —inquieren al mismo tiempo.
—No, no, todo bien —sonrío, con el celular pegado en la cara—. Mándenle saludos a Mag-mamá. ¡Bye!

Me discuten, pero no las dejo acabar, les tiro un beso y tranco la llamada. Voy corriendo hasta mi mochila y saco la computadora, lista para hacer cálculos en Excel según los precios que me diga Thiago.



Última edición por Ritza. el Miér 15 Jul 2020, 4:03 pm, editado 1 vez
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Mensaje por hange. Dom 12 Jul 2020, 1:49 pm


Capítulo 03

Alhelí Mendoza & Sam Alemani

Ritza.





No duermo nada de nada, pero por la emoción.

—¡Bienvenida a la Residencia de Howl!
—¿A la qué? —me quedo boquiabierta.

Anoche me envió imágenes de la casa, ¿o edificio? Pero no estaban las letras. Delante de mi se impone una enorme casa, de tres plantas, de color azul claro con baldosas blancas. En el porche delantero está escrito en palabras serif y mayúscula: HOWL’S RESIDENCE.

—¿Por qué te sorprende tanto? —Thiago interrumpe mis pensamientos.
—Porque hay un libro…y una película… —murmuro y me mira con el ceño fruncido—. Olvídalo, te enseño luego.
—Eh…okay. Ven, Charlie está adentro y te daré un tour.

Subo los pocos escalones y lo sigo hasta la entrada. Hay un jardín delantero pequeño y un garaje, justo como en la foto. Según nuestra conversación de ayer, Charlie y Samuel son los encargados de la casa. Pero en cuanto a finanzas se refiere, Charlie maneja el dinero. La verdad es que $190 mensual por la habitación con baño incluido me pareció demasiado genial y todo lo que me dijo después de ahí, lo acepte con una sonrisa de Cheshire.

Por eso estoy en pie a las 7 de la mañana y en la casa, antes de tener que irme al turno de la biblioteca. Madrugar es bueno a veces. Estoy considerando mudarme incluso si hay cinco capas de polvo en los estantes —solo tengo que limpiar. ¡Queda a 10 minutos! 15, máximo.

—Esta es Alhelí —Thiago indica hacia mi con la mano extendida—. Este es Charlie, uno de los dueños de la casa.
—Bienvenida —Charlie suelta algo parecido a un gruñido, aunque no se ve enojado.
—Gracias, es un placer.

Charlie es acho y un poco más bajo que yo, con el cabello corto y de un naranja brillante e intenso. Cuando empieza a introducirme la casa, me doy cuenta de que no está enojado: su timbre de voz es alto, fuerte, a veces parece que está enojado pero la verdad es que habla así en todo momento —incluso cuando sonríe, señalando mis nervios.

—Tranquila, esto no es una evaluación —suelta, sonriendo de lado—. Thiago me habló muy bien de ti.
—Eh, ¿en serio? —me muerdo los labios, balanceándome un poco en mis talones.
—Prosigamos —interrumpe Thiago, rascándose la nuca y pasando hacia la sala.

Charlie suelta una risotada estruendosa y yo no puedo evitar sonreír. Mi sonrisa no se borra cuando avanzamos, observando la casa.

En total, la residencia esta dividida en dos pisos y una azotea. Está rodeada de un patio mas o menos mediano, mas ancho en la parte delantera y trasera que en los lados. Al entrar, lo primero que hay es un pequeño recibidor, donde hay un espejo, espacio para dejar los zapatos y colgar abrigos, llaves y paraguas. Luego hay una entrada que da con la sala comedor a la derecha, la cocina a la izquierda y un pasillo al fondo.

La sala-comedor primero tiene la sala, que esta marcada con un sillón enorme en forma de L de color beige con cojines naranja. Delante hay una mesa de café cuadrada y negra, y una televisión pantalla plana contra la pared de color naranja pálido. En la pared del fondo de la derecha, la que se conecta con el frente de la casa, hay un ventanal enorme con cortinas blanco y naranja suave.

En cada esquina hay tarros de flores. Plantas que no sé distinguir si son falsas o reales, pero da igual, el da un toque maravilloso y cada vez me emociono mas.

—Usualmente, cada uno come donde sea de aquí, por su lado —Charlie va explicando mientras avanzamos por el suelo de madera, ellos descalzos y yo con medias—. Hay veces en los que comemos todos juntos, claro.

El comedor se encuentra luego del sillón, y esta dividido con una especie de biombo decorativo de color blanco, con un diseño de ramas de arboles. El comedor es enorme: de madera, rectangular, con ocho sillas.

Desde la entrada, a la izquierda esta la cocina. Es abierta, separada con un desayunador de cemento y mármol, donde caben al menos cuatro personas (dos de cada lado). Las repisas, gabinetes y estantes son de madera clara y superficie superior de mármol. Y es tan grande como para que estén tres o cuatro personas al mismo tiempo sin chocarse.

Una ventana al lado de la nevera da con una parte del patio y la cerca que divide del otro edificio. Hay una puerta al fondo de la cocina, que lleva al área de lavado. Hay un pequeño armario donde están todas las herramientas de limpieza y la lavadora-secadora.

—Usualmente tenemos un día en el que todos nos turnamos para lavar la ropa —indica Charlie—, y esta puerta de aquí lleva al patio, donde puedes tender si quieres, aunque generalmente usamos la secadora.
—Bien —asiento—, ¿Cómo se saben todos los horarios de cada uno?
—Ahora te enseño —dice Thiago, cuando volvemos a la cocina.

Avanzamos por la casa. Entre la sala y la cocina, en el fondo, hay un pasillo donde se extiende el resto de la casa. La primera puerta, justo cuando acaba la cocina, es un medio baño. Siguiendo esta pared izquierda están las escaleras hacia el segundo piso y una pizarra enorme de marcador. Paso la mirada por todos lados, fijándome en los diferentes tipos de letras y colores. “¡Tengo vacaciones este día, veamos una peli!” “Recuerden los cumpleaños de…” “Hay que buscar un repetidor de wifi.”

—Aquí tenemos escritos las cosas mas relevantes de todos —anuncia Thiago, posicionándose junto a la pizarra como un profesor—. Escribes tu nombre y el anuncio. A veces es que no nos molesten, cuando tengo exámenes, por ejemplo. Otra es cuando alguno se va de viaje o si hay un cumpleaños. Las cosas fijas están de este lado.

La pizarra esta dividida entre material para escribir y el otro es carboard, donde hay un calendario del año clavado y varios horarios, tarjetas de negocios y anuncios. El horario de lavado esta allí.

Creo que me enamoré. Casi lo digo en voz alta, pero me detengo. ¿Por qué nunca encontré esta casa antes? Siempre tenía que pedir permiso al menos una semana antes de usar la lavadora porque la señora Petra se quejaba del ruido y de la luz que gastaba —cuando yo siempre la pagaba.

—Cuando quieras, pones algo aquí y así todos saben qué sucede —termina de explicar.
—Me encanta —le sonrío de oreja a oreja—. ¿Qué son estas puertas?
—Bueno, aquí vamos a lo que más te interesa —interviene Charlie, volviendo a tomar el mando del tour.

Seguimos el pasillo, cruzando por la apertura de las escaleras y la pizarra, para una puerta que tiene un color verde claro. Charlie da unos toques con sus nudillos en la madera.

—Esta sería tu habitación.

Me quedo boquiabierta cuando entro. Es mucho más grande de lo que pensé. Mucho más grande que la que tenía con Petra o muchas de las que vi en estos últimos meses. Tiene la cama “full” en la esquina del fondo derecho con su mesita de noche, junto a un ventanal que da con parte del patio y la cerca que divide el edificio de al lado. A la izquierda hay un escritorio y una silla vacía, ambos de madera clara. Hay un estante rectangular de varios niveles del mismo material —me pregunto si habrán sacado todo eso de Ikea.

Me quedo mirando toda la habitación, dando una vuelta de 360 grados. Junto a la puerta y a la izquierda, esta el armario y un pequeño gabinete de tres niveles. Me detengo cuando veo que Charlie abre una puerta, de la pared del lado derecho.

—Este es el baño.

Casi corro y choco con Charlie, ahogándome con mi propia saliva. Este me mira como si me hubiera salido otra cabeza.

—Thiago no mencionó que yo tendría baño propio —explico, observándolo todo.
—Ah, bueno, es un olvidadizo a veces —Charlie chasquea la lengua.

El baño no es grande ni pequeño. Con lavamanos e inodoro en buenas condiciones. La cortina de la ducha es de un tono amarillo desgastado, que puedo cambiar cuando quiera. La ducha dentro se ve decente y limpia, con baldosas azul cielo.

Salimos otra vez al pasillo. En la pared del frente y más al fondo hay otra puerta. Charlie me explica que es el espacio que él y Samuel (el otro dueño de la casa), utilizan de estudio en casa u oficina la mitad del tiempo. Y luego, otra puerta que da con el patio trasero.

—Primero te muestro el resto de la casa y luego venimos al patio, si te parece —dice Charlie, caminando hacia las escaleras, seguido de Thiago—. Y así tomamos los zapatos para tu salida.
—Claro, claro.

Dejo que Charlie suba primero y Thiago se queda unos momentos, deteniéndome. Me mira con una sonrisa dulce y alza las cejas.

—Entonces, ¿Qué te parece hasta ahora?
—¡Me fascina! —grito lo mas bajo que puedo— Dios, te debo un café. O cinco. No importa —Thiago suelta una carcajada.
—No me debes nada —inclina la cabeza hacia las escaleras—. Vamos.

En el segundo piso son todo habitaciones. Cuento seis puertas en total. Las primeras habitaciones, frente a la otra, es la de Thiago y el baño que usan el y Charlie. Junto a Thiago, esta la habitación de Charlie. Y en el fondo y un poco más alejada, la habitación de Samuel, que tiene su baño integrado y por eso la puerta esta mas lejos.

—¿Por qué? —cuestiono, ladeando la cabeza.
—La casa es de su familia —Charlie se encoje de hombros—. Y Samuel es demasiado desastroso como para que alguien soporte compartir baño con él.
—¿Desastroso cómo? —frunzo el ceño. ¿Cómo mis hermanas? Porque eran un terremoto cuando están arreglándose para algo.
—Mejor no saber —Thiago suspira.

Del otro lado de la pared, donde esta el baño común, la única habitación es de la otra huésped: una chica llamada Remy. Pasamos en silencio, porque esta durmiendo. La de ella también tiene un baño integrado. Y la otra puerta es la que tiene las escaleras angostas que llevan hacia la azotea.

Subo emocionada por las escaleras, casi dando saltos. Estoy saltando sobre las puntas de mis pies y casi le digo a Charlie que me diga el número de cuenta para depositarle ya mismo y que si podría mudarme tan rápido como puedo ir a la casa y devolverme —pero recuerdo que tengo que ir a trabajar y se me pasa.

—Esta es la azotea, donde venimos a relajarnos y ocasionalmente a hacer fiestas pequeñas —anuncia Thiago, extendiendo sus brazos.

Me detengo en la entrada, observando todo. Es un espacio bastante enorme. En un lado, hay un kiosko de madera: tiene un mueble pequeño, pufs y una hamaca de varios colores tropicales. ¡Una hamaca! En otro lado esta la parrillada. El resto es espacio abierto, con un borde de cemento que me llega hasta por encima del ombligo que evita que las personas se caigan.

Lo que no evita es que me pegue del borde, inspirando el aire matutino y mirando con una sonrisa todo lo que puedo de Missoula. El área de casas y edificios, el área mas metropolitana, donde se encuentra la universidad. Suelto un suspiro largo, relajando los brazos.

—Me encanta todo esto… —murmuro.

Lo último que vemos es el patio trasero. Que no tiene mucho, mas que césped y algunos arbustos típicos plantados. Cuando Charlie me dice que puedo plantar lo que quiera, casi me le tiro encima y le doy un abrazo. Volvemos al interior de la casa y nos sentamos en el comedor, para hablar sobre el pago y el resto de las reglas de vivienda. Al final, logro hacer un trato con él, para beneficio de todos: Pagaré solo 140 al mes, por limpiar toda la casa (el primer piso) unas pocas veces al mes —incluso solo una, si es necesario.

—Solo necesitamos que alguien limpie, aunque sea una vez al mes —explica.

Esa vez si lo abrazo. También abrazo a Thiago. De haber estado el resto de los huéspedes allí, probablemente también los habría abrazado —aunque puede que eso sea mi emoción hablando.

Quedamos en que me mudaría tan pronto saliera del trabajo: es decir, viernes por la tarde-noche. Solo necesito un taxi con un buen baúl, porque todas mis pertenencias caben en dos maletas y mi mochila. En el camino hacia mi nueva casa —me encanta pensar eso—, le escribo a Oliver y Susanne, explicándoles que estoy libre de ser tirada a la calle y no necesitan robarse los periódicos que encuentren para seguir buscando casa. También me seguro de avisarle a Elowen y de agradecerle por ofrecerme su hogar.

Cuando llego en la noche, la otra huésped me espera junto a Thiago y Charlie. Remy es una maquilladora profesional, de estatura baja, con un cuerpo medio musculoso —como si fuera atleta. Su cabello es tan largo y sedoso que me recuerdan a Jasmine de la película animada. Tiene la piel marrón tostada y la nariz grande y perfilada, con cejas gruesas y ojos marrón claro.

—¡Bienvenida!  —me saluda con energía, estrechándome la mano y dándome un beso en la mejilla— Quería conocerte esta mañana, pero no me llevo bien con horas tempranas cuando no tengo que trabajar —suelta una risita energética.
—No te preocupes —sonrío—, y gracias.
—Estudias con Thiago, entonces ¿eh? —dice, caminando a mi lado mientras avanzamos hacia mi nueva habitación.
—Tomamos el verano juntos, si —asiento.
—Dame una —interviene Thiago, agarrando una de mis maletas y adelantándose para abrir la puerta—. Limpié un poco ayer cuando te fuiste, pero eres libre de limpiar otra vez si quieres.
—No debiste —le doy un codazo suave—, pero gracias.
—¿Ya cenaste? Podemos pedir algo —Remy avanza por la habitación, tomando mi mochila.
—Traje mi merienda del almuerzo, no se preocupen.

Dentro de todo, me ayudan a desempacar y a ordenar algunas cosas. Remy me presta un juego de sábanas de color coral y Thiago se asegura que el agua caliente pase a mi ducha. Charlie me da la bienvenida y luego se tranca en la oficina, trabajando en no sé qué. Me hago una nota mental de preguntarle.

Terminamos de ordenar la mayoría de las cosas casi a las 10 de la noche. Nos distraemos hablando de todo. Remy me cuenta de su negocio. Es maquilladora freelance y trabaja en un Salón Spa varias veces a la semana. Thiago estudia publicidad y cuenta que conoció a Charlie y a Samuel porque hizo una pasantía con ellos hace un año.

—Ah, ¿entonces ellos son publicistas? —inquiero, mientras organizo la ropa en el armario.
—Algo así, dan servicios de estrategias de comunicación, campañas de publicidad, cosas así —explica Thiago, sentando en la silla del escritorio—. Es como un tipo de mentoría creativa.
—Entiendo. ¿Y sigues trabajando para ellos?
—Nah —sacude la cabeza—, por ahora no puedo porque llevo muchos créditos.
—Aun así los ayuda de vez en cuando —interviene Remy desde la cama, rodando los ojos—. Es el bebé de la casa y abusan de él –
—No exageres, Rem —Thiago suelta una risita.
—¿El bebé? —inquiero, colgando más ropa y girándome hacia ellos— ¿Cuántos años tienen todos?
—Bueno, yo tengo 27 —anuncia Remy, sonriendo de lado. Abro la boca en forma de “O”—. Lo sé, soy la diosa de la juventud —echa su cabello hacia un lado, alzando la barbilla—. Charlie tiene 29, Sam 26. Thiago tiene 21.
—¿Y tú? —inquiere Thiago.
—Um, 20 —me rasco la cabeza.
—¡Wa, ahora tú eres la bebé! —Remy aplaude y suelta una risotada.
—No lo soy —aprieto los labios y vuelvo a colgar mi ropa.
—Wow, se siente bien no ser al único que le digan eso —suspira Thiago.

Lo fulmino con la mirada y el me saca la lengua. Cuando acabo con mi ropa, me ayudan a poner las maletas encima del armario y se despiden por la noche, cada uno subiendo a su habitación.

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Paso mi primera noche con relativa tranquilidad. Thiago insiste en pedir pizza para que cenemos todos juntos y podamos conocernos un poco. Sin embargo, están todos menos el dueño de la casa. Según Charlie, el tal Samuel había estado de viaje hacia donde su familia por esta semana y volvería en algún momento en el fin de semana. Por lo que dejamos eso para después. Antes de dormir, me obligo a escribir por el grupo de “familia” que tenemos en whatsapp, anunciando que oficialmente tengo donde quedarme. No doy muchos detalles: que es cerca de la universidad y son varias personas, y que es barato. Apago el celular sin ver si me responden.

El sábado, estoy en pie a las 8 am, como siempre. Después de haber empezado a trabajar con Magnolia desde los quince, nunca me pude sacar el horario de trabajar los sábados temprano. Decido bajar y hacer pan tostado con bacon y huevos, que el resto pueda calentar cuando sea que se levanten.

No me molesto en cambiarme del pijama, que es un juego decente de pantalones cortos, camiseta de girasoles y medias gris. Cuando salgo de la habitación, no hay ni un alma merodeando por la casa y el segundo piso está en total silencio. Suelto un suspiro y me meto a la cocina.  

Me pongo los audífonos y pongo un playlist de Kendrick Lamar, empezando a trabajar. Charlie me había explicado donde está lo esencial: las ollas, calderos y sartenes debajo de la estufa y de la repisa junto a esta. Los huevos encima de la otra repisa. Los cubiertos en una de las gavetas de la repisa de frente a la estufa. La carne en el refrigerador.

Tarareo el coro de King Kunta mientras bato los huevos, esperando que el aceite se caliente. Me quito uno de los audífonos para escuchar cuándo empiece a sonar.

—¿Quién eres tú?
—¡Eh!

Me giro tan rápido que casi se me cae el bowl con los huevos. Trastabillo, gritando por lo bajo y logro sujetar el bowl a tiempo. Y cuando miro a quién ha hablado, quiero intercambiar lugares con los huevos. ¡Es el tipo del festival! Ahí, de pie junto al desayunador, con llaves en mano y un bolso en el hombro.

—¿Qué rayos?  —mascullo, sin aliento.

Dejo el bowl en la encimera y me saco los audífonos, tratando de calmar mi corazón. Tiene que ser él. Aunque me fijo en que tiene la cara llena de pecas —la luz no me dejó ver eso la otra vez. Y esta vez no tiene delineador en los ojos, aunque está vestido con una camisa de seda rojo vino.

—Lo siento —se mueve desde la entrada de la cocina, dejando el bolso en el desayunador—.  Oh, espera… ¿dónde te he visto antes? —me mira de pies a cabeza.
—Uh...

Me quedo tiesa. No sé por qué espero que no me reconozca. Aprieto los dientes, pensando en qué responder.

—¡Eres la chica chamisa! —chasquea los dedos varias veces— Del festival indie en Deer Lodge, ¿cierto?
—...Sí —dejo caer los hombros y me rasco la cabeza, alborotando mi cabello—. Qué memoria.
—Pues claro, huiste de mí como alma que lleva el diablo —dice, pero con tono de voz agradable y yo quiero enterrarme viva—. ¿Por qué huiste?

El chasquido del aceite me salva. Me giro con brusquedad, bajo un poco el fuego y vierto los huevos en el sartén. Chasqueo la lengua, es improbable que se tome bien el hecho de que le diga que pensé que era un acosador. Asumiendo que también vive aquí, lo último que quiero es algún mal gusto.

—No huí —logro decir, por encima de los huevos—. Solo estaba rápido.
—Hmm, ¿y por qué estabas rápido?

Frunzo el ceño, revolteando el huevo. ¿Para qué tantas preguntas?

Me espanto cuando se acerca a mi lado con uno de los cuchillos y una tabla. Un olor a jazmín se mezcla con el aceite de la cocina. Y me espanto un poco más cuando agarra el bacon y empieza a picarlo con destreza.

—Uh...¿qué haces? —miro del bacon hacia él.
—¿Ayudándote a hacer desayuno? —ladea la cabeza— Digo, eso estabas haciendo, ¿no?
—Sí —vuelvo a atender mi huevo—, gracias.
—No hay de qué —sonríe sin mostrar los dientes—. Entonces, ¿me vas a responder lo de tu rapidez?

Fulmino al huevo con la mirada, apagando el sartén y alejándome a buscar dónde echarlo. Su sonrisa no es desagradable, pero es como si fuera de cristal y fría.

—Nope —mascullo, sacando un bowl de la despensa.

Deja salir una risa corta y se queda en silencio por un momento, cortando bacon. Los pasos de alguien bajando las escaleras interrumpen el silencio y poco tiempo después, Thiago entra bostezando a la cocina, pausando cuando nos ve allí.

—Buenos días —se estruja la cara—. Oh, hola Sam.

¿Sam? ¿Samuel el dueño de la casa? Me quedo boquiabierta, pero estampo mis labios con fuerza con rapidez. Mierda y más mierda. Ahora sí es verdad que no me atrevo a decirle que pensé que era un loco pervertido, o que estaba borracho y sin juicio. Me muerdo los labios y evito la mirada de "Samuel", que saluda a Thiago pero sigue mirándome con ojos entrecerrados y una mueca de diversión. En cambio, le paso otro sartén y busco los panes para empezar a tostarlos.

—Esta es Alhelí, la nueva huésped —dice Thiago, indicando hacia mí con su mentón—. ¿O ya se conocieron?
—Eh, no-
—No, pero nos habíamos topado una vez —Sam echa el bacon en otro sartén y se lava las manos—. Encantado, Alhelí. Puedes decirme Sam.

Me extiende una de sus manos. Resignada, la estrecho e intento no fijarme mucho en su sonrisa de Colgate. Su presencia es menos difícil de ignorar, porque esta bastante cerca y el olor a jazmín se me graba más en la cabeza a medida que pasan los segundos.

—Igualmente —murmuro, y vuelvo a prestar atención a las tostadas.

Thiago se sirve un vaso de agua y se apoya en el desayunador. También está con su pijama. Y luego está Sam: vestido como si fuera a ir a un restaurante antes de las 9 de la mañana, mientras fríe bacon y saca los platos de los gabinetes.

—¿En serio? ¿Dónde? —curiosea Thiago.

Me quedo callada, colocando tostadas en cada plato a medida que van saliendo de la tostadora.

—El festival de música con el que trabajé hace como dos meses, ¿recuerdas?
—Ah, ¿pero eso no es en Deer Lodge?
—Allá vivo —me encojo de hombros—. Fui por unas semanas antes de que empezara el curso de la universidad.
—Ah, eso explica por qué faltaste el primer día —comenta Thiago, chasqueando la lengua.
—Si, tuve...complicaciones para salir a tiempo —tuerzo los labios, recordando la resaca inducida por Diego y Ceci.
—¿Entonces van a la misma universidad? —interviene Sam, apagando la estufa.
—Sí...aunque no tengo idea de que estudias —Thiago me mira, juntando las cejas—. Nos conocimos en el curso.
—Botánica —sonrío un poco—, se me olvidó mencionarlo anoche.
—Ah, ya veo porque no te había visto antes —Thiago pone la mano en su mentón—, tenemos casi nada de clases en común.

Momentos después, Thiago sale, llevando los platos hasta la mesa. Empiezo a tapar el resto de la comida, para cuando los demás bajen a desayunar y no se llenen de hormigas.

—Eso explica las flores —Sam me pasa por el lado, tomando el plato que falta—, chica chamisa que huyó de mí.

Dejo caer los brazos con brusquedad y luego los pongo en jarras, mirando su espalda.

—Tengo nombre —mascullo—, Samuel.

Observo su espalda crisparse como un gato y se gira hacia mí. Me parece ver algo de irritación en sus ojos, pero luego vuelve a sonreír como antes, como un cristal que cubre todo.

—Prefiero Sam, por favor —inclina la cabeza hacia mi.
—Y yo mi nombre, gracias —enarco una ceja, y cambio de peso en una de mis piernas.

Intento no decir más nada, o no hablar con irritación. Porque es el dueño y lo ultimo que quiero es quedar mal con él. Así que cuando me sonríe otra vez, pero esta vez con un poco más de suavidad, suelto aire por la nariz aliviada. Después de eso, Sam vuelve a coger su plato y se encamina hacia la mesa, sentándose junto a Thiago.

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Ese día no tengo turno en la biblioteca, así que pretendo aprovecharlo al máximo y así poder hacer nada el domingo. Nada consistiendo en ver netflix todo el día.

Luego de desayunar y asegurarme que el primer piso esta vacío (Thiago volvió a dormir y Sam no tengo idea y no quiero saber), lo primero que hago es ducharme y ponerme ropa para trabajar: pantalones deportivos largos y una camiseta de Nike verde neón. Salgo a la sala a pasadas las 10, con mi playlist listo. Solo por si acaso, me dejo un solo audífono puesto, en caso de que Sam decida volver a darme un susto de muerte.

Preparo mini sándwiches para todos y los dejo encima de la estufa, cubiertos por un pedazo de papel mantequilla.  Realmente Charlie me dijo que podría limpiar cuando quisiera, no hay prisa. Sin embargo, es mejor ahora que nunca: así aseguro tener buenos puntos con todos y me distraigo de todo. No quiero responder ninguno de los mensajes de mi familia, que consisten en detalles sobre dónde y con quién vivo ahora. Más porque Alan terminaría sabiéndolo y no me interesa que lo sepa.

Me encamino hacia el cuarto de lavado, donde hay un pequeño closet con todas las herramientas de limpieza. Escoba, cubetas, trapeador y los detergentes. También hay una aspiradora, pero la única alfombra que hay esta debajo de la mesa y se ve nueva, así que no la saco. Saco la escoba y el recogedor y me voy a la sala.

Me pongo los headset y dejo mi celular en el desayunador de la cocina para fácil alcance. Comienzo recogiendo todo lo que hay en el medio con el playlist de Kendrick Lamar en mis oídos. Acomodo los cojines de los muebles y pongo las sillas en su posición correcta.

Empiezo a barrer toda la casa. Desde la entrada, hasta la cocina, la sala y el baño de visitas. También lo paso por mi habitación, aunque Thiago dijo que la limpio desde que supo que me mudaría, así que no planeo trapear ahí. La otra habitación casi frente a la mía, “el home studio”, esta cerrado con llave por lo que lo ignoro.

Saco dos cubetas de agua cuando me toca trapear: una para recoger toda la peste y otra para pasarle con detergente oloroso. A medida que iba barriendo, me doy cuenta de lo que dice Thiago. Debajo de los muebles hay montones de polvo y detrás de los estantes también. Muevo las plantas de sus esquinas, notando que hay que cambiarles el agua y despolvar todas las esquinas de la casa.

Para cuando he movido todos los cuadros, decido tomarme un corto receso para tomar agua. Me hago una media cola con lo que da de mi cabello corto y estoy tomando agua cuando Charlie baja las escaleras. Escucho un silbido de sorpresa, mirando cómo pasa sus ojos por toda la sala. Los muebles están de lado, las plantas fuera de lugar y los cuadros encima de la mesa.

—¿Qué pasa aquí, un terremoto? —Charlie alza una ceja, terminando de bajar las escaleras.
—Estoy limpiando —digo, secándome los labios—. Tienen un desastre aquí abajo.
—¡Ja! —suelta un resoplido mezclado con una risa— Si crees que esto es un desastre, deberías ver la habitación de Sam.
—¿Es tan malo? —inquiero, dejando mi termo en el desayunador.
—No quieres saber —musita, igual que Thiago hace unos días, y sacude la cabeza— ¡Sandwiches y bacon con huevo! ¿Hiciste eso? —me voltea a mirar y asiento— Ah, me caes bien, Alhelí.

Ruedo los ojos y me vuelvo a colocar los headsets. Sigo con mi trabajo, primero dedicándome a despolvar las esquinas antes de empezar a trapear. Coloco los cuadros donde están y muevo los tarros que son de tierra a sus lugares. Dejo los de agua encima de la mesa, para cambiarla mas tarde.

Charlie se dedica a mirarme mientras desayuna (a las 11 de la mañana, pero yo no juzgo), sentado en el desayunador. Ocasionalmente, me hace preguntas, así que muevo uno de las entradas de audio para poder escucharlo bien.

—¿Por qué empezaste a limpiar desde hoy? —dice, entre bocados— Nunca conocí a nadie de tu edad tan entusiasmado por limpiar.
—No me llevas tantos años —lo miro de reojo—. Y solo hago mi trabajo. Mientras más rápido, mejor.

Muevo una de las cubetas contra la pared, para que nadie fuera a chocarla por equivocación. Aunque espero que a nadie se le ocurra bajar mientras trapeo. Aprieto los labios, mirando a Charlie.

—Oye, no te muevas de ahí hasta que termine de trapear, ¿esta bien? —coloco los brazos en jarras.
—¿Y por qué tan estricta? —hace un puchero.
—No vas a ensuciar mi piso mientras esta mojado —chasqueo la lengua.

Charlie refunfuña, pero no creo que este enojado de verdad. Porque sigue haciéndome preguntas con un tono de voz amistoso. Que hace cuánto estoy en la universidad y de dónde vengo.

Empiezo a pasarle el trapeador primero a la cocina, por si las moscas. Charlie sube los pies en el taburete a su lado y se dedica a jugar en su celular.

—¿De Deer Lodge, eh? —inquiere— Sam y yo trabajamos con unas personas de allá hace un tiempo, como dos meses.
—¿Eh, trabajas con Sam? —hago una pausa en mi trapeo— Ah, Thiago lo menciono. ¿Hablas del festival de música?
—¡Sí, ese mismo! —Charlie sonríe—. Espera, ¿Cómo lo sabes?
—Um…estuve allí —termino de pasarle por última vez a la cocina antes de secar con la otra agua—. Y vi a Sam allí, aunque fue breve. ¿Tu también estabas allí?
—¿Qué? Oooh, que coincidencia —asiente varias veces—. Sí, estaba allí. Pero, espera- ¿serás tú la chica que me contó Sam que huyó de él?

Me quedo tiesa a medio agachar para exprimir el trapeador. La mirada brillante de Charlie me hace desviar la mira, para volver a exprimir.

—No…
—Vaya, qué mal mentirosa eres —suelta una carcajada—. ¡Así que eras tú! Mira, el pobre estaba tan ofendido, pensó que había echo algo raro —explica, riéndose más.

Ruedo los ojos y suelto un bufido, mientras me acerco para terminar de secar la cocina.

—No huí —argumento con voz temblorosa, sin mirarlo—, solo fue un malentendido.
—Le diste en el ego tan grande que tiene —Charlie sigue riéndose con energía—. Cuéntame, ¿por qué escapaste? ¿te asustaron sus maniobras escurridizas?
—¿De qué hablas? —termino de trapear y me apoyo en el palo.
—Porque Sam es-
—No es bueno hablar de la gente a sus espaldas, ¿saben?

Sam aparece sonriendo por el pasillo que da a las escaleras, haciendo que Charlie y yo saltemos en nuestros lugares. ¿Cuándo bajó? Ahora tiene puesto unos pantalones anchos de tela suave y una camiseta blanca. Me dan ganas de ver su closet, su ropa es demasiado bonita.

—Jodido fantasma —Charlie le saca el dedo del medio—. Solo estoy queriendo llegar al fondo del asunto, nada más.
—Eres un mentiroso y te encanta joder —Sam le da un apretón en el hombro, sin dejar de sonreír—. Hola otra vez, Alhelí.
—…Hola —mascullo, sin entenderlo.

Decido agarrar el trapeador e irme a cambiar el agua de la cubeta sucia al cuarto de lavar. Cuando vuelvo, arrastrando la cubeta y el trapeador, Sam está encima del otro taburete, tomando de los sándwiches que dejó Charlie en la cubierta.

—Veo que ya estás arrasando con todo —comenta Sam, enarcando una ceja—. Moviste mis flores.
—Había demasiado polvo en las esquinas —me encojo de hombros y aprieto los labios—, no es mi culpa.
—¿Y las de la mesa?
—Hay que cambiarles el agua o se van a morir —chasqueo la lengua.
—Las compra porque son bonitas, es un imbécil —interviene Charlie, encogiéndose de hombros—. Luego se olvida de cuidarlas.
—¿Estás buscando hacerme quedar mal? —Sam tuerce los labios.

Paso de largo hacia la sala, queriendo terminar rápido antes de que todos decidan bajar a la sala. Charlie habla siempre alto y con un tono de voz arisco, mientras que Sam le responde con un sarcasmo casi imperceptible y suave, como si tuviera toda la paciencia del mundo. Siguen discutiendo por unos momentos hasta que empiezo a trapear por detrás de los muebles.

—¿Mataste a mis arañas? —escucho que Sam pregunta.

Dejo de trapear para mirarlo con una ceja enarcada y los ojos un poco abiertos. ¿Acaso tiene arañas de mascotas? Sam esta señalando hacia el cepillo desempolvador tirado encima de la alfombra.

—Las arañas de las esquinas de las casas —repite, con lentitud—, ¿las mataste?

Me quedo mirándolo, esperando a que me diga que es un chiste. Miro a Charlie, esperando a que él lo haga también. Pero Charlie rueda los ojos y yo intento no juzgarlos demasiado.

—No… —entrecierro los ojos—, solo despolvé y se fueron solas.
—Ah…que bien —Sam relaja sus hombros—. No las mates, por favor.
—¿Por qué? —frunzo los labios.
—Prefiero que no lo hagas —se encoge de hombros.
—¿Qué clase de respuesta es esa?
—Tú tampoco eres muy dada a responder —enarca una ceja, sonriendo de lado y luego se encoge de hombros—. No le hacen daño a nadie, eso es todo.

¿No qué…? ¿Qué diablos?Decido no responder.

Suelto un resoplido por lo bajo y vuelvo a mi trapeo intenso, decidiendo ponerme los audífonos en ambas orejas cuando Sam y Charlie empiezan a hablar de cosas que suenan a su trabajo. Limpio debajo de los muebles, debajo de los estantes y debajo de las sillas. Por todo el suelo que puedo encontrar. Tengo que pasarle varias veces y cambiar el agua dos, porque el suelo esta más sucio de lo que pienso. Cuando termino, estoy empapada del sudor y creo que es pasado el mediodía.

Sam y Charlie se habían ido de la sala en algún momento a su oficina. Termino de tirar toda el agua sucia por la puerta que da al patio, lavo el trapeador y lo dejo de pie contra la pared de fuera. Me llevo el termo de agua lleno para la habitación, donde me doy una ducha larga y me tiro a la cama. Caigo dormida en poco tiempo, con el soundtrack de Black Panther en mis audífonos.

Me duermo pensando que tal vez mi mala suerte está llegando a sus etapas finales. Que me está dando un respiro.

hange.
hange.


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Mensaje por indigo. Miér 02 Sep 2020, 1:11 pm

As Shakespeare once said, wig:
indigo.
indigo.


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