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Mensaje por hemmo. Lun 15 Ene 2018, 11:50 am

Spoiler:
Sinopsis
Uno, no contestes el teléfono.
Dos, no lo dejes entrar.


Cansadas, este grupo de amigas decide decirle basta al amor y cambiar totalmente su forma de ser.

Ahora, mucho más bonitas y atrevidas que antes, tendrán que enfrentar el reto de seguir las nuevas reglas que han creado, intentando no volver a caer ni en el amor, ni en las tentaciones.

Tres, no seas su amiga.
Cuatro, dibuja un corazón en tu mejilla.

Reglas
♡ 1. Lo más importante entre nosotras es el respeto y la responsabilidad. Si tienen que pasar turno, por favor comuníquenlo para no estancar la historia.
♡  El periodo de subir es de dos semanas, con una semana más en caso que la requieran.
♡ La narración es en primera persona, del punto de vista del personaje que quieran abordar. El tiempo usado es el presente.
♡ La historia se desarrolla en Dumbo, NY.
♡ Todos los códigos pertenecen a Kida y Stark.

código de cabecera:

Escritoras
♡ hemmo. ♡ hypatia. ♡ Kida ♡ Stark. ♡  mieczyslaw ♡
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Última edición por visser. el Jue 10 Mayo 2018, 4:17 pm, editado 2 veces
hemmo.
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2 - new rules Empty ★ capítulo uno

Mensaje por hemmo. Lun 15 Ene 2018, 2:14 pm

Capítulo 01

Alek | Mich | Tony || By hemmo. || Sigue: hypatia.

Cuando conocí a Alek, no tenía idea de cuánto mi vida iba a cambiar. No pensé que su simple y corta presencia  pudiese calar tanto dentro de mí, a tal punto de no dejar de pensar en él en los últimos dos años. No estaba segura de decir que lo nuestro fue amor, pero sabía que era algo especial.  

Todo comenzó la primera semana de mi último año de preparatoria. Mamá estaba fuera de la ciudad y mi hermana Marisa se quedaría a dormir con su novio, por lo que tenía la casa solamente para mí y no se me ocurrió mejor idea que empezar el año escolar con una pequeña fiesta a la que solo asistirían mis amigas, sus novios y algunos amigos de sus novios para las que estábamos solteras. Por más ridículo que sonase, la idea era buena porque ahí conocí a Alek.

Eran las 02:35 a.m. cuando me acerqué a él. Era la única persona que yo no conocía allí y consideré un poco grosero echarlo. Él estaba tomando una cerveza Corona y mirando a la nada, como si estuviese analizando la escena de un grupo de chicos divirtiéndose.  Sin pensarlo, me senté a su lado.

— Puedes creer lo idiota que se ve Tom Walton ahí parado, intentando coquetearle a cualquier chica.

— Patético –simplemente dije y lo miré.

Era un muchacho un poco más grande que yo, aunque de contextura delgada, con el cabello platinado cubierto por una gorra fucsia. Podía ver tatuajes en sus manos y en su cuello, y no tenía cara de querer hacer amigos. Quizá por eso estaba solo.

Él también me observó.

— Soy Alek, ¿a qué debo el placer de tu presencia? –en cualquier otra ocasión esa frase me hubiese molestado pero ni siquiera me inmuté por eso.

— Michelle, la dueña de casa –pronuncié, mis mejillas enrojeciéndose un poco–. Creo que yo debería decir eso.

Alek sonrió.

— Soy un simple amigo de Tom Walton, soy nuevo en la ciudad y quería conocer más gente. Podríamos ser amigos, Michelle.

Me fijé bien en su rostro: los cabellos saliéndose de la gorra, la nariz larga, los labios pálidos y… lo único que podía pensar era que no entraba para nada en mis preferencias personales, pero había algo hipnótico en él.

— Mich –lo corregí–, y sí, creo que podríamos ser amigos, Alek.



Claramente, no terminamos como amigos aunque ambos decíamos que lo éramos. Nunca he tenido novio, pero Aleksander Platten Ingason era lo más cercano a uno. La misma noche en la que nos conocimos terminamos besándonos en las mismas sillas de mi patio donde empezó nuestra charla, y por un año entero seguimos así: estando juntos a escondidas, a veces venía a mi casa y charlábamos toda la noche, era la última persona con la que hablaba antes de dormir y la primera en cuando me despertaba. Alek se convirtió en algo más que un amigo, aunque creo que los dos estábamos bastante aterrados para dar un paso más, y cuando finalmente quisimos –o al menos, yo quise– asimilar nuestros sentimientos, él terminó yéndose a la otra punta del país y luego, a Europa para seguir sus sueños y yo me quedé aquí, con la idea fija de ir a la universidad y ser arquitecta algún día. No nos contactamos nunca más, a pesar que suelo ver su Instagram casi todos los días para saber algo de su vida, él también lo hace pero hasta el momento no me ha hablado. ¿Todo lo bueno tiene su fin? Exactamente, porque Alek me cambió mucho, cambió mis perspectivas e incluso muchas costumbres, y cuando él se fue me dejó aún más cambiada, como si se hubiese llevado todo de mí, dejándome vacía.

Me costó mucho recuperarme y volver a confiar en las personas, porque en el tiempo que Alek y yo estuvimos juntos, él era la primera persona a la que acudía para todo. Por más que mis amigas –en ese momento– me dijesen que la relación se había vuelto un poco tóxica, yo decidí no hacerles caso y seguí como si nada. Luego me arrepentí.

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Ahora, dos años después de todo eso, puedo decir sinceramente que sobreviví a una ruptura, y aunque no fue fácil, incluso he salido con algunos chicos. Ninguno era como Alek, pero la verdad es que no estoy segura si me hubiese gustado que se parecieran.

— Mich –mi hermana me llama. La miro–. ¿Te molestaría mucho ir a pagar la reserva de flores que pedí? No aceptan tarjeta de crédito, queda en la otra punta de la ciudad y tengo prueba de vestido hoy. ¡Por favor!

Asiento con la cabeza. Mi hermana se va a casar, ella y su novio llevan ocho años juntos y son el tipo de pareja al que aspiro alguna vez. Me recuerdan a Alek y a mí, espontáneos y divertidos; la única diferencia es que ellos son duraderos y reales.

— Lo haré, sólo dime la dirección y me pasaré por ahí.

Ella sonríe, mostrando sus grandes dientes blancos y corre a abrazarme con fuerza. Marisa no se parece en nada a mí, ella es más extrovertida y simpática, no tiene ningún problema en hacer amigos, y físicamente es un poco más alta, con el cabello castaño y varios lunares en su rostro. Además, siempre está sonriente. Walt, su novio, siempre dice que se enamoró de ella por su sonrisa.

— Eres la mejor –me dice–. ¿Ya conseguiste pareja para mi boda? Porque Walt tiene un hermano, quizás te interesaría…

La corto. No, no me interesaría.

— Irán mis amigas, creo que tengo suficiente compañía –pero a ella no parece importarle.

— Kelsey tiene cuatro primos, el mayor es gimnasta podría presentártelo… y el menor toca el bajo, creo que está en una banda.

— Me voy –tomo mis llaves y se las muestro–, ¿dónde me dijiste que era?

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Jamás pensé que usar el metro pudiese demorarme tanto. Es la primera vez que lo utilizo en años, porque generalmente camino a todos lados. Dumbo no es tan grande y a mí me gusta caminar, así que no soy de usar el transporte público. Excepto hoy.

Quejándome internamente por ir parada y acalorada, ato mi cabello en una coleta alta. Un muchacho que está sentado me ofrece el asiento, y por más que quiero decirle que no, acepto. El amontonamiento no es lo mío y lo único que provoca en mí es un tremendo dolor de cabeza.

— Siéntate –el extraño me dice, no logro verle la cara, solo la camisa celeste que está usando. Cierro los ojos fuertemente–. ¿Estás bien?

Muevo la cabeza. No es la primera vez que me pasa esto en el metro, cuando era pequeña lo detestaba y mamá tenía que llevarme en auto a todas partes porque una vez me descompuse estando con Marisa. Tuve mucha suerte que me dejasen en una estación cerca del hospital.

Tomo un sorbo de la botella de agua que llevo conmigo, esperando que el viaje termine rápido.

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Cuando llego a la florería Thornton, me sorprendo que en un edificio tan elegante no reciban tarjetas de crédito. La entrada es imponente, con dos columnas antes de la puerta doble y un pedestal de flores. Adentro, el ambiente no deja de sorprenderme: hay un montón de arreglos florales, pétalos en el suelo y todo destila un aroma delicioso. Quiero quedarme aquí por siempre.

Me acerco al mostrador. Hay un hombre de espaldas intentando guardar algo en una estantería. Viste una camisa celeste ajustada con diminutos puntos, su cabello es castaño y corto. No se percata de mi presencia hasta que se voltea, le sonrío y él parece avergonzado.

— Hola –me dice–. ¿Qué necesita?

No distingo su acento, pero sé que no es de aquí.

— Mi hermana reservó un arreglo para su boda, es la semana que viene.

— Ah, sí –suspira, ahora parece relajado. Sus ojos celestes me miran expectantes–. Vixen y Walton, ¿verdad?

Asiento con la cabeza. Él saca un papel y anota algo.

— ¿Pagarás con tarjeta o efectivo?

Frunzo el ceño. ¿Tarjeta? Cierro los ojos, recordando que Marisa dijo que no aceptaban tarjeta. Suspiro, medio enojada, cuando veo un enorme letrero que dice “ACEPTAMOS AMERICAN EXPRESS”.

— Efectivo –contesto e intento no parecer tan seria. Un vendedor no tiene por qué aguantar mi humor por una jugarreta de mi hermana mayor.

Luego de pagar, él procede a explicarme sobre el servicio. Aparentemente, él irá durante la mañana al hotel donde se realizará la boda para hacer las decoraciones antes de la ceremonia y se quedará ahí para controlar que todo siga en su lugar. Me río un poco cuando comenta que una vez, en una boda, la madre del novio tiró una vela que estaba en el suelo y casi incendió todo.

Casi sin darme cuenta, paso una hora conversando con el vendedor. Me doy cuenta que tengo que irme cuando una señora entra al lugar.

— Creo que tengo que irme, caminaré a casa y es algo largo.

— Mejor tómate un taxi –aconseja–, solo no te tomes el metro.

Alzo las cejas, preguntándome cómo podría saber lo que me pasó. No le doy importancia, suponiendo que a esta hora los metros estarán llenos y deben ser incómodos. De todas formas le sonrío.

— No lo haré, prefiero caminar. Hasta luego…

— Tony –me corta–. Nos vemos la semana que viene…

— Michelle –digo y con eso me voy.

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Al llegar a casa, Marisa me espera con varios vasos en la mesa. Todos tienen colores vibrantes. Me mira con una sonrisa, entusiasta.

— ¿Hiciste lo que te pedí? –Asiento con la cabeza–. Bueno, ahora te pediré que me ayudes a decidir que tragos van a haber en mi boda. Walt solo toma whisky y cerveza, pero yo pensé en algo más… colorido.

Me tiende una bebida azul. Ella sostiene una igual.

— Todavía no puedo beber legalmente –sostengo.

Se ríe.

— Como si nunca lo hubieras hecho –me da el vaso y brindamos–. Ah, Blue lagoon mi favorito. ¿Qué piensas?

Nada mal… nuestra tarde se pasa bebiendo tragos, tenemos que decidir al menos cuatro para que puedan servir. La mayoría lleva vodka, y aunque no es mi bebida favorita, admito que con distintos jugos queda bien. Por más que todavía no sea legal para beber, creo que un par de tragos no me hará mal.

Marisa saca su teléfono para tomarnos una foto y luego subirla a su historia de Instagram. Yo hago lo mismo, luego actualizo y una imagen captura mi atención. Es Aleksander, subido en un avión.

djaleksandr: dumbo allá voy ;)

Lo único que sé es que tengo varios problemas aquí. Y Aleksander Platten no será uno de ellos. No otra vez.


es el capítulo más horrible que escribí but lo hice en menos de dos horas y si no subía hoy me tenian que esperar al 1 de feb.
aquí empieza new rules


Última edición por dobre. el Jue 29 Mar 2018, 5:51 pm, editado 1 vez
hemmo.
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Mensaje por trunks Lun 15 Ene 2018, 2:50 pm

lali:


Última edición por mieczyslaw el Jue 25 Ene 2018, 4:28 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Jaeger. Lun 15 Ene 2018, 10:58 pm

lali beia 2 - new rules 1477071114
Jaeger.
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Mensaje por indigo. Mar 16 Ene 2018, 1:36 pm

Omg ya empezamos sdkhfdslgh 2 - new rules 1477071114
Leo el capítulo entre mañana y el jueves los finales no me dejan vivir En cuanto a mi capítulo, creo lo subiré la semana que viene :posmecallo:
indigo.
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Mensaje por indigo. Miér 17 Ene 2018, 6:03 am

Lali 2 - new rules 1796689324


Última edición por hypatia. el Dom 26 Ago 2018, 3:56 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Kida Dom 18 Feb 2018, 11:18 pm

Capítulo 02

Verónica Wilson | Cole Byrne || By Ally || Sigue: Stark.

… y así podemos tener por seguro que algunas veces seguir las tendencias, no es siempre la mejor opción.

– Listo – exclamé más en victoria para mí misma, aunque fue imposible que algunos a mi alrededor no voltearan a verme. Puede que lo dijera un poco más alto de lo que tenía planeado, pero no había podido evitarlo, llevaba días dándole vueltas al artículo y finalmente había podido terminarlo.

Miré el reloj en mi muñeca, faltaba por ahí de unos cuarenta minutos antes mi hora de salida, si me apresuraba a hablar con Lauren podría salir antes.

Revisé una vez más el artículo, intentando no pasar por alto ningún error, y al terminar se lo envié al correo. Terminé de arreglar mis cosas y tomé camino a su oficina, su puerta se encontraba abierta.

Toqué dos veces la puerta, esperando llamar su atención. Levantó la mirada de la pantalla de su computadora y me miró con una sonrisa, indicándome con un gesto que entrara.

– Ya te envié el archivo.
– Te tomaste tu tiempo – reclamó, dejando la oración en el aire, esperando una respuesta.
– Escribiría más rápido si me dejaras escribir sobre temas de política, investigación, ambiental… – dejé de hablar cuando empezó a golpetear sus uñas contra el escritorio – pero no es el lugar, es una revista de moda, lo entiendo.
– Deberías aprovechar la oportunidad, muchas desearían tu puesto y lo mantienes porque a pesar de tus quejas tienes una excelente redacción, pero no me presiones. – simplemente asentí, entendiendo que, esta vez, ella no esperaba una respuesta de mi parte – Si eso es todo, puedes irte. Me comunicaré de nuevo contigo cuando lea tu sección.

Salí de ahí antes de que cambiara de opinión.

Al salir del edificio, fui recibida con el conglomerado y ajetreado tráfico, tanto de humanos como de carros, que conformaban la ciudad de Nueva York. A muchos podrían parecerles tedioso, pero para mí era uno de los mayores encantos de la ciudad, más allá de decir que estaba acostumbrada a ello luego de vivir toda mi vida allí.

Logré hacerme camino entre la multitud hasta llegar al metro que me llevaría a Dumbo, que, aunque no tuviera tanto movimiento como Greenwich Village, siempre había una que otra actividad y a pesar de todo, era lo más cercano a un hogar.

-------------------------------------------

– Papá – llamé luego de entrar a su apartamento, cerré la puerta a mis espaladas y dejé mi bolso junto con las cartas que encontré afuera en el recibidor. No escuché respuesta, pero no le di mucha importancia y caminé a la cocina.

Como cada vez que llegaba no había mucho en su refrigerador, pero no podía reclamarle ya que yo tampoco podía jactarme de tener el mío repleto, si no fuera por la comida que Helen mantiene en él o las compras ocasionales que Cole me obliga a hacer se vería bastante parecido a este.

Metí algunas cosas que le había comprado en el camino, lavé unos cuantos platos y tazas que había en su lavabo y reciclé un par de botellas de cerveza que encontré su sala. Tomé la bolsa con la comida y lo fui a buscar en su oficina.

Se encontraba recostado en su silla, con los pies encima del escritorio, leyendo lo que parecía ser un manuscrito al mismo tiempo que le hacía unos cuantos apuntes. Terminé de entrar a la habitación, llamando su atención provocado que levantara la vista del libreto para verme, dedicándome una sonrisa.

– Te traje comida. – alcé la bolsa y se la mostré – Tienes que comer algo más que no sea cereal, cerveza y té. – bajó los pies, dejó el manuscrito en su escritorio y cruzó los brazos, mirándome divertido.
– ¿Ah sí? ¿Tú comes algo diferente? – a pesar de tantos años de vivir en América su voz todavía mantenía el acento inglés.
– No, normalmente no, pero ya vez que uno no sigue sus propios consejos. – Rodó los ojos y dejó escapar una risa.
– Eso no te lo puedo debatir – se levantó de su silla y se acercó, depositando un beso en mi frente y tomando la bolsa de mis manos – ¿Cómo está Cole? – preguntó al ver el sello tan característico del restaurante en la bolsa de papel.
– Ocupado como siempre, pero te envía saludos. Recogí tu correo de la entrada y lo dejé en el recibidor.
– Conmigo no te funciona cambiar de tema Ronnie, ¿Aún no has hablado con él? – dejó la bolsa en el escritorio, se sentó en el borde del mismo y cruzó sus brazos, de nuevo.
– No hay nada que hablar, así que no entiendo a qué te refieres. – me miró por unos segundos en los cuales ninguno de los dos dijo nada. Al final se rindió y caminó a sentarse de nuevo.
– Como quieras, pero mientras más tardes en aceptarlo peor será para los dos.
– De nuevo, no entiendo a qué te refieres. – me encogí de hombros y caminé a la salida.

Negué los pensamientos que sabía estaban por venir. Era lo último que necesitaba en este momento. Bien sabía que había una línea muy fina entre no entender o no querer, pero no quería seguir dándole vueltas. Me apoyé unos segundos en la puerta a mi espalda y suspiré resignada. Alcohol, necesitaba alcohol.

-------------------------------------------

Salí del bar mucho más temprano, mucha más sobria y mucho más cansada de lo que yo esperaba, pero realmente no quería seguir intentando alargar más una noche que rogaba terminar.

Bajé del ascensor y caminé los pocos metros por el pasillo hasta llegar a mi apartamento, saqué las llaves y quité el seguro para abrir la puerta, pero esta no cedió más que unos centímetros antes de detenerse. Miré por la pequeña abertura de la puerta, rogando que no fuera lo que yo pensaba. Resultó ser que sí lo era, el pestillo estaba cerrado.

No entendía por qué Helen se empeñaba en dejarme fuera de mí, y recalco, mí, apartamento si no volvía a una hora que ella creía correcta.

– Helen – grité mientras golpeaba la puerta una y otra vez – Helen por favor abre la puerta.

Luego de lo que pareció ser media hora, ya que el reloj del pasillo sólo indicaba que habían pasado diecisiete minutos, mostrando las 12: 07, me dejé deslizar por la pared hasta caer al suelo, mas continué tocando la puerta, perdiendo fuerza con cada golpe que daba.

Tiempo después suspiré derrotada, estaba claro que no abriría. Me levanté de mi lugar en el suelo, aunque sonara tentativo, nótese el sarcasmo, no podía quedarme todo el resto de la noche fuera de mi apartamento.

Miré el reloj del pasillo de nuevo, 1:15 de la mañana. No podría molestar a mis amigas a estas horas, no me atrevía a volver a la casa de mi padre y no me sentía con la fuerza necesaria para soportar el discurso de mi madre. Suspiré de nuevo y decidí que al final siempre terminaría en el mismo lugar de siempre.

-------------------------------------------

– Ni siquiera tengo que preguntar, ¿o sí? – me miró Gus con una ceja elevada al momento de abrir la puerta y verme apoyada en el marco de esta. Simplemente negué.
– No, la razón sigue siendo la misma – entré a su apartamento, escuchando como él cerraba la puerta a mis espaldas y seguía mis pasos.

Su apartamento era como mi segunda, ¿tercera?, casa. Aún no decidía si pasaba más tiempo en el hotel con Amoné o aquí con él. Ciertamente no podía decir que mi apartamento era la primera.

Seguí la luz que provenía de la sala y me dejé caer en el sillón, como la mayoría de veces que venía, el televisor estaba encendido, una película pausada se mostraba en la pantalla, y en la mesa de centro reposaban un tazón con palomitas a casi terminar y una cerveza.

Tomé el tazón y comencé a comer de él.

Gus desvió su camino a la cocina y llenó un vaso de agua antes de entregármelo y sentarse a mi lado.

– ¿Qué estás viendo? ¿Sigues con la lista? – asintió
– Ni siquiera merece que diga su nombre – dejé escapar una risa ante la falta de tacto, así era él cuando se trataba de películas – no, no rías, es triste, se supone que está en las primeras más vistas este mes según las redes sociales, ¿cómo pueden apreciar esto?
– ¿Entonces por qué la sigues viendo?
– Me niego a creer que toda la película sea así de mala. – tomó el control y le dio continuar.

Los actores, creo que principales, aparecieron en la pantalla. Parecía que venía una escena de amor, puesto que el hombre comenzaba a quitarse la camisa, no podía quejarme, estaba bastante bien. Se acercó a ella y la tomó en sus brazos, guiándola hasta la cama de la habitación. No habían pasado ni cinco minutos cuando Gus detuvo la película de nuevo.

– No, no, no – alejé la mirada de la pantalla para enfocarla en él. – Eso es lo que está mal, ¿lo estás viendo? – claro que lo veía, conocía a mi primo lo suficiente y había pasado bastante tiempo con él como para saber qué era lo que le molestaba. Negué, podía divertirme con esto un rato. – ¿Cómo que no? Pensé que eras más lista Ronnie – reí y el dejó escapar un sonido de frustración – ¿Acaso sentiste algo en esa escena?
– No, para nada, pero no me extraña, mira a quién le estás hablando.
– Muy graciosa, pero sabes a lo que me refiero, la música de fondo está mal, no te da la emoción, ni el sentimiento, no es la correcta. – retrocedió la película unos segundos antes al inicio de la escena, le quitó el volumen y caminó al piano que estaba a unos pocos metros. – Mira la escena esta vez.

Volteé la mirada al televisor. Gus empezó a tocar las teclas del piano. Las notas que emanaban del piano y llenaban la sala iban perfectamente con la escena, hasta el punto en el que realmente le estaba prestando atención a la película y fue como ver una totalmente diferente. Él realmente tenía talento para lo que hacía y debía admitir que reconocía porqué le pagaban tanto. Era una experiencia totalmente diferente.

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Luego de que la película terminara y que Gus perdiera un poco más su fe en la humanidad, tomé una camisa de su habitación y me dirigí a la de invitados que bien podía decir que era la mía. Me cambié, apagué la luz y me dejé caer en la cama.

Miré el techo por unos minutos antes de poder al fin conciliar el sueño, ciertos pensamientos aún rondando por mi cabeza, pensamientos que no me sentía dispuesta a aclarar y que probablemente nunca llegara a hacerlo, no obstante, la sonrisa en mi rostro al cerrar mis párpados estuvo más allá de mi control y sólo él podría lograr eso.

Me removí en la cama y, colocándome boca abajo, hundí mi cabeza en la almohada, ahogando un sonido de frustración. Estaba peor que la película de Gus.


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Mensaje por trunks Lun 19 Feb 2018, 9:28 am

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Mensaje por hemmo. Mar 20 Feb 2018, 7:55 pm

Respondo antes de comentar el capitulo de Ally 2 - new rules 1857533193
Alec bebé: muchas gracias por tu comentario :D supongo que momentáneamente todas odiamos a Alek, es particularmente alguien muy inestable y difícil, y sí, viene a complicarle la vida a nuestra Mich. Amo a Tony yo también, es un divino. Me alegro que te haya gustado<3
Kande divina: ¡tenemos que hacer más tramas! a mí me pasó lo de Mich, me gustó alguien por mucho tiempo omg ella es tan yo yyy sobre las cervezas, las únicas que tomo son las mexicanas, las encuentro suaves aunnnque las Stella no me disgustan. Europa es lo mejor, yo también me iría si tengo la posibilidad algún día omg 2 - new rules 285151902 2 - new rules 285151902 omg yo llevo desde la misma edad bebiendo aunque el año pasado tuve un problema de hígado not kidding y vomité todo por un tiempo así que dejé de tomar igualmente ahora me fui de vacaciones y fui feliz tomando<3 me alegro muchisimo que te haya gustado:D
Kate princess 2 - new rules 3277503925 : la verdad es que es una lástima que esto haya sido lo primero que leíste porque generalmente suelo escribir un poquito mejor, pero me alegro que te haya gustado mi forma de escribir 2 - new rules 2027361961 yo les digo #malek aunque no te voy a mentir me gustó #aletch es original :) y omgg hasta a mí me duele que a mitch le siga interesando alek después de tanto, aunque con Tony quién sabe 2 - new rules 285151902 me reí mucho con tu comentario y me alegro que te haya gustado, el próximo será mejor lo prometo.
Andy bonita: me alegro que te gustase!! yo también le veo futuro a Tony y Mich, aunque Alek también tiene sus cosas, (a pesar de ser un idiota) me alegra tenerte de lectora<3

ahora síii, a leer 2 - new rules 1857533193 2 - new rules 2841648573 2 - new rules 1857533193 2 - new rules 1477071114 2 - new rules 1477071114
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Mensaje por hemmo. Mar 20 Feb 2018, 8:23 pm

2 - new rules 2490737884 Ally 2 - new rules 2490737884 :
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Mensaje por indigo. Vie 23 Feb 2018, 12:47 pm

don't pick up the phone:


Capítulo 03.

Thelma Bane | Roy Blakeslee || By hypatia || Sigue: Stark.


Estaba orgullosa de que mi historial de desengaños amorosos se mantuviese vacío durante todo el instituto. Ahorré en pañuelos de papel, desvelos y celos. Ningún chico logró traspasarme la piel ni acribillarme los huesos. Salí con unos cuantos, es cierto. Pero, vaya: que ni corazones a boli en los cuadernos, ni palpitaciones, ni choques accidentales por los pasillos.

Para mí fue una hazaña, en serio. Podría haber figurado en un cancionero.

Lo que yo no sabía es que nunca se es demasiado mayor para el primer amor. Ya tengas quince que cincuenta, acaba llegando. Y te destruye…

Conozco a Roy Blakeslee desde niña. Su hermano Will y yo somos inseparables. Siempre llamó mi atención: los hermanos mayores tienen algo de fascinante y un noséqué envuelto en misterio que te atrae. He de confesar que mis primeras canciones están dedicadas a su ristra de lunares y a sus ojos marrones. Sin embargo, todo se reducía a un simple toque de atención en las entrañas. Durante años apenas hablamos. Casi no me atrevía a sostenerle la mirada. Roy tiene ese tipo de ojos que te traspasan la piel e incomodan.

La primera vez que me decidí a hablarle, en plan de verdad, fue al poco de que Mary Louise se marchase. Yo tenía dieciocho años y él veintiuno. Era uno de esos días en los que Roy estaba de un humor de perros y no había Dioses en el cielo ni humanos en la tierra capaces de frenarlo. Lo recuerdo a la perfección. Will y yo acabábamos de llegar a su casa después de pasar la tarde con Ronnie. Él estaba en el salón, con su padre. Discutían porque no había personal que pudiese cuidar de Sam mientras Roy estaba en la universidad. Y yo, que no tenía ni la más remota idea de cómo cuidar a un bebé, me ofrecí voluntaria. ¿Por qué lo hice? Pues no lo sé. Lo que sí sé es que Roy se me quedó mirando un rato con sus ojos taladradores. Creo que fue la primera vez que tomó consciencia real de que yo existía.

Así, sin comerlo ni beberlo, me convertí en una de las niñeras asiduas de su hija. Aunque ya hablábamos más, el tema principal era cómo se había portado Sam durante mi guardia. Así funcionó nuestra relación durante los tres años siguientes. Sin cambios hasta hace unos seis meses.

Los Blakeslee organizaron una fiesta en honor a la jubilación de Taissa, su abuela. El vecindario entero la adoramos, así que el jardín trasero se llenó de gente. Comimos, bebimos y bailamos bajo cientos de farolillos durante todo el día.

A mí me visitaron las musas en algún punto de la noche. Así que con mi cuaderno de canciones bajo el brazo me retiré a la azotea de la casa, a ver si podía sacar algo de provecho de aquel ramalazo de inspiración. Roy apareció poco después. Se disculpó con un escueto «¿Se puede?» y se sentó a mi lado. Me preguntó por lo que estaba escribiendo y ante mi respuesta me pidió ver la canción. Nunca permito que mis proyectos sean leídos, pero a Roy se lo permití.  Me sentí tremendamente diminuta en el lapso de tiempo que él sostuvo el cuaderno. No recuerdo si le gustó, ni de qué trataba la condenada la canción. Pero nos quedamos ahí toda la noche, hablando sobre el universo, teorías cósmicas, infinidad y finitud. Con la espalda apoyada contra la pared, el cuaderno entre los dos y las miradas en las estrellas. Hablamos hasta que amaneció. Conectamos. Tanto que cuando nos levantamos para marcharnos, antes de meternos en la casa: nos besamos. Así empezó. Cuando menos lo esperaba y sin siquiera esperarlo.

No contamos a nadie lo nuestro y eso lo hizo mil veces más emocionante. Sentía que compartíamos algo tan especial que debíamos quedárnoslo para nosotros. Los meses siguientes fueron maravillosos. Llenos de encuentros nocturnos, citas clandestinas y caricias secretas. Sentía que podíamos serlo todo. Que ya lo éramos. Ni siquiera necesitaba poner un nombre a lo que teníamos. ERROR COLOSAL. No hice preguntas. No me planteé nada. Di por hecho que para Roy significaba lo mismo que significaba él para mí. Por eso, cuando me dijo que ya no le apetecía seguir enrollándose conmigo a escondidas no lo entendí. Y pregunté y respondió «Nos lo hemos pasado bien, Thelma. Nada más». Ya está. Finalizó con la misma velocidad con la que comenzó.

La primera semana creí que iba a morirme de pena. A la segunda, me inundó la rabia. Lo que más me dolía era que me había permitido ser dependiente de un tío. Le brindé a Roy el poder de hundirme. De decidir qué hacer conmigo. Le regalé noches en vela, suspiros y corazones a boli en los cuadernos.

Pero aprendí la lección. El amor no sirve para nada. Así que nada de amor para mí. Había cometido un error que no pensaba repetir… Casi dos meses después puedo asegurar que estoy bien. Aún duele, pero no porque le eche de menos. Duele porque todavía me reprocho a mí misma haberle dado tanto a una persona que no lo merecía.

Sin embargo, en este preciso momento, puedo notar los escombros de mi corazón removerse en mi pecho cuando veo que Will toma la salida hacia Canal St. Acto seguido: unas ganas titánicas de estrangularlo con las cuerdas de su guitarra me apresan. Él finge no ser consciente del cambio que experimenta mi cuerpo. Que se me contraen todos los músculos, que se me estruja el estómago y que me sudan las manos.

Tamborilea con sus finos y largos dedos sobre el volante, tarareando la canción. Intenta no mirarme, pero le pillo haciéndolo de reojo. Le arranco el sombrero de la cabeza y comienzo a atizarle con él en la cara. Me da igual que podamos tener un accidente. Casi mejor. No quiero llegar.

—¡Para! ¡Para! —chilla. Trata de arrebatarme el sombrero sin quitar los ojos de la carretera. Consigue agarrarlo. Quedamos empate, con el sombrero aplastado sobre la palanca de cambios. Respiro con dificultad, acelerada—. ¿Te has vuelto loca?

Suelta el sombrero cuando piensa que no corre peligro de que le atice de nuevo y se centra en la carretera. Toma el desvío hacia la derecha en la intersección.

—Frena. Me marcho —ordeno, desabrochándome el cinturón al mismo tiempo que me contorsiono en busca de mi bolso, abandonado en los asientos traseros.

—Thelma, por favor. No te pongas así —suplica. Baja el volumen de la radio y se mete en el aparcamiento que está cerca del colegio de Sam.

En cuanto aparca me bajo del coche. Doy tal portazo que llamo la atención de una pareja de amigas que se encuentran al lado. Echo a andar, con zancadas furiosas, para buscar la boca de metro más cercana. Will intenta capturar mi atención pronunciando mi nombre a grito pelado. Sigo caminando. Consigo llegar a la entrada del parking antes de que el muy traidor me intercepte por el bolso. Mi espalda choca contra su cuerpo por la gravedad. Giro sobre mis pies para quedar frente a frente. Tiro de mi bolso para que lo suelte.

—Lo siento —pronuncia a media voz. El arrepentimiento aborda sus facciones angulosas. En este momento se parece demasiado a Roy. Hombros echados hacia delante y una expresión entre diversión y tragedia griega. La similitud no ayuda.

—Si esto es lo que entiendes por una sorpresa magnífica… —comienzo a citar sus palabras. Dientes apretados y ceño fruncido.

Me recogió en casa hace poco más de veinte minutos con esa excusa. Pero que no podía decirme lo que era para mantener la incertidumbre y que luego me hiciese el doble de ilusión. Así es Will, busca maneras de hacer feliz a la gente a través de los detalles más mundanos. Conmigo siempre lo consigue, por eso me he subido al coche sin titubear cuando ha pasado a recogerme. No puedo creerme que me haya traído aquí sabiendo cómo están las cosas. Junto a mis amigas, Will es el único que sabe mi desastre con Roy.

—¿Recuerdas a Park? El tío que conocimos el otro día —pregunta cuando se asegura de que no voy a salir corriendo de nuevo.

—No.

Entorna los ojos. Mi falta de memoria siempre le saca de quicio. No replica, sin embargo. Ahora no es el momento para tocarme las narices y lo sabe.

—Resulta que trabaja en Sound Record. —Su mención a la productora musical llama irremediablemente mi atención. Will se anima a continuar—: Me ha conseguido una entrevista con un productor musical. ¿Sabes lo que eso significa?

Lo sé. Y, dejando de lado la ensalada de emociones que tengo en el cuerpo: no puedo evitar ilusionarme. Llevamos años intentándolo. Hemos enviado cientos de maquetas, Will poniendo la voz y yo las letras: nada. Lo hemos intentado por separado, para ampliar las oportunidades: nada tampoco. He desesperado incontables veces, he querido darle una patada a mi sueño de trabajar como compositora y hacer caso a mis padres: apúntate a la universidad y echa a los pájaros de tu cabeza de una vez…

—¡Mierda, Will! ¡No me lo puedo creer! —Estoy a nada de darle un abrazo. Hasta que recuerdo que estoy a pocos metros del colegio de Sam y que me ha arrastrado hasta aquí a traición—. Un momento… Eso no explica que me hayas traicionado de esta manera.

Vuelvo a adoptar mi pose de enfado, me alejo unos pasos de él. Will junta las manos y se las acerca a los labios.

—El problema es que tengo la cita en media hora. Si no me marcho ya, no llegaré. —Mira hacia el colegio, de donde empiezan a salir los alumnos—. No hay nadie que pueda recoger a Sam. Te juro que lo he intentado. ¿De verdad te piensas que te haría esto si no fuese absolutamente necesario?

Observo a mi mejor amigo. Es el mismo chico que se lió con su hermano a puñetazos en cuanto se enteró de lo que había hecho. El chico que se va hasta la otra punta de la ciudad para traerme comida de mi restaurante favorito si tengo un mal día. Claro que no me haría daño a propósito. Me siento mal.

—No sé, Will… —cubro mi rostro con las manos, dividida como pocas veces en mi vida—. Ver a Sam, tener que llevarla a casa…

Quiero mucho a Sam, es una renacuaja de lo más especial. La echo de menos y cortar todo contacto con ella ha sido una de las decisiones más duras de mi vida. Sin embargo, continuar en su vida implica continuar en la de Roy. Y no puedo. No por el momento.

Will me sujeta por los hombros para infundirme seguridad.

—Roy no sale del trabajo hasta las seis de la tarde. Mi abuela llegará de sus clases de natación… —hace una pausa para mirar la hora en el móvil—en unos quince minutos. Dejas a Sam y te marchas.

Me cuesta la vida asentir con la cabeza. Aunque finalmente lo hago. Will salta de emoción y me abraza. Roy me ha robado muchas cosas, no voy a permitirme renunciar a lo que puede ser mi pase a la gloria por su culpa.

—Te llamo en cuanto acabe. Rézale a todo lo que sepas, Bane. Esta puede ser nuestra gran oportunidad.

Apunta hacia mí con el dedo mientras vuelve a introducirse en el parking, dejándome sola. No puedo reprimir una sonrisa. Inspiro valor y empiezo a caminar en dirección al colegio. Mientras camino me digo que todo lo que tengo que hacer es dejar a Sam sana y salva en casa. Sencillo y rápido.

Pd: No fue ni sencillo ni rápido...


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A codazos, consigo situarme en primera fila. La calle es estrecha y la mayoría de las madres tienen por costumbre hacer un corro para hablar sobre un nuevo producto para hacer la colada o de que el pan en tal panadería está a mejor precio que en la otras mientras agarran a sus retoños de la mochila para que no se les escapen. Odio tener que venir aquí, la gente no para de empujar y el ruido es tan elevado que pone de malhumor a cualquiera.

Al tiempo que busco la clase de Sam, me cierro la chaqueta hasta el cuello. El tiempo es frío y reseco. El corazón me bombea a toda potencia, estoy de los nervios. Hace más de un mes que no veo a Sam y no sé cómo reaccionará. No sé qué le habrá contado Roy y me arrepiento de no haber indagado un poco antes de que Will se marchase.

Unos minutos después, diviso al profesor de Sam. Los niños forman fila a su lado. Mi estómago da una voltereta. Aguardo con impaciencia hasta que sea Sam la que se sitúe al lado del profesor. Por suerte, la aglomeración comienza a disiparse y el espacio me ayuda a templar mis emociones.

Veo a Sam unos segundos después. Pequeña, guapa y agarrada a las asas de su mochila como si fuesen salvavidas.
Puede que su comportamiento desenfadado y que hable como una persona mayor en lugar de como una niña de cuatro años haga pensar a la gente que es una niña segura. Pero para las personas que la conocemos, sabemos que cuando no está Roy cerca o alguien de su familia, se pone de los nervios. Yo soy —o era— una de ésas personas de confianza. Me siento como una mierda por haberla dejado de lado y detesto aún más a Roy por ser el causante.

Muevo la mano para que el señor Peterson me localice. Sonríe y se agacha al tiempo que me señala para decírselo a Sam. Iniciamos contacto visual; me da otro vuelco al corazón. Paralizada, espero su reacción. Conociéndola, orgullosa como es, no me extrañaría que se negase a venirse conmigo.

«¿Y si eso pasa? ¿Y si tengo que llamar a Roy?».

Cuando veo que se le abre la boca de pura exaltación y que sus ojos se llenan de estrellas, vuelvo a respirar con normalidad. Sam echa a correr con los brazos extendidos. Me agacho para recibirla. Por poco me caigo al suelo de culo cuando me alcanza. Logro mantener el equilibrio y rodeo su diminuto cuerpo con mis brazos. Con ella aún encima me levanto para marcharme. No decimos nada, nos limitamos a abrazarnos. Sam con tanta fuerza que temo que me disloque el cuello. Cuánto la he echado de menos…

Después de cruzar la calle, la dejo en el suelo, porque ya pesa lo suyo. Se queda mirándome, embelesada. Yo aprovecho para colocarle la ropa, toda desordenada. Le peino la larga melena castaña. Es una niña preciosa: con dos enormes ojos entre verde y avellana, nariz respingona llena de pecas que se extienden a sus mejillas y un rostro en forma de melocotón que resulta adorable. Está un pelín más alta que la última vez que la vi.

Comienzo a pensar en que a saber todo lo que me he perdido de ella en este tiempo que no nos hemos visto. Se me parte el alma y el odio hacia su padre renace en mí. Yo nunca he sido de niños. Cuando mis tíos vienen de visita con sus retoños del demonio pongo excusas para ausentarme y no tener que aguantarlos. Pero sí soy de Sam. Es especial y te hace creer que tú también lo eres, te hace sentir privilegiado por formar parte de su mundo.

Extiendo la mano para que me la agarre. No sé qué decirle. Temo que la adrenalina por verme se le agote y comience con los reproches.

—¿Qué tal el colegio? —pregunto echando a andar hacia el metro.

—Hemos estudiado el océano —comienza a decir, dando saltitos en lugar de pasos—. Sobre el impato mediambital.

—Impacto medioambiental —la corrijo con tranquilidad.

Me mira con el ceño fruncido, molesta. Sam odia que la corrijan, es terca. Se parece demasiado a su padre.

—Claro, lo que he dicho. Impato mediambital —recalca haciendo oídos sordos a mis palabras—. Somos malas personas, Thelma.

Agacha la cabeza, conmovida.

—Para eso están los renacuajos como tú—. Le doy un toquecito en su nariz y consigo que se parta de la risa. Es muy sencillo hacer feliz a un niño. Tanto que me hace pensar en lo complicados y exigentes que nos volvemos al crecer—. Vuestra misión es arreglar los desastres que hemos creado nosotros.

—Vale.

Está yendo todo bastante bien. Es como si solo llevásemos un día sin vernos. Me entra la curiosidad. Conozco bien a Sam, es difícil engañarla y si se enfada contigo tienes que mover cielo y tierra para que te perdone. Me sorprende que se comporte así conmigo. Pero no me quejo.

Entramos al metro y esperamos a que llegue el tren hacia Dumbo. Sam parlotea sin cesar sobre lo que ha hecho en el recreo y yo disfruto de su genuinidad. Cuando estoy con ella, la nostalgia por volver a ser una niña es casi como una presencia sólida a mi espalda. No cesa de hablar ni un momento, ni siquiera cuando llega el tren. No está excesivamente lleno a esta hora, así que encontramos dos asientos libres.

Adoro el metro, dejando de lado el olor y el calor, es uno de mis sitios preferidos para componer. Mirar a las personas me inspira más que ninguna otra cosa. Tengo que concentrarme mucho en Sam para que mi imaginación no se dispare. En un punto, se queda callada. Mueve las piernas que le cuelgan en el vacío sobre el asiento al ritmo de una canción que solo ella conoce.

—Voy a decirte una cosa —comenta de pronto. Me mira con la barbilla alzada y ese aire de sabiduría insólita que la caracteriza. No voy a mentir, me preocupa lo que pueda decirme. Estoy acostumbrada a decepcionar a la gente, a mí misma la primera. Pero con Sam es diferente.

—Dime —restriego las palmas de las manos en los vaqueros.

—Ya sé que no has estado ocupada. Es la ecusa que pone papá siempre que una amiga deja de volver a casa—. Se me abre la boca en un ángulo imposible, a la vez que me sonrojo. ¡Está niña es de lo que no hay! —. Quiero que sabas que aunque papi y tú ya no seáis amigos nosotras podemos seguir siéndolo.

Tengo el buen juicio de no corregir las palabras que ha dicho mal. Me inclino hacia ella y le tomo el rostro con los dedos, para que me preste atención.

—Es complicado, Sammy…

—No lo es —asegura, tratando de rodearme la mano con sus diminutos dedos—. Eres la única persona que conozco que no eruta y te gusta ver programas de música y no de lucha libre.

Estoy a punto de decirle que no puede ser. Que hay cosas que ella todavía no puede entender y que yo no puedo explicarle porque no quiero que sepa que Roy es un idiota integral. Sin embargo, quiero tanto a esta niña, que digo lo siguiente:

—De acuerdo. —«Te vas a arrepentir, Thelma.»—. Haremos lo siguiente; le diré a tu tío Will que te traiga un par de veces por semana a casa. Pero sólo si tu padre está de acuerdo y si es mi casa o en cualquier otro sitio.

Sam da saltitos como una ardilla con exceso de café sobre el asiento. Me abraza por las costillas y me deja sin aire.

—¿Por qué no quieres venir a casa? —pregunta aun estrujándome.

—Es…

—…complicado, ya —termina por mí, imitándome con una vocecilla aguda.

Le planto un beso en la coronilla. Ojalá nunca llegue a entender por qué las cosas son complicadas.



Llegamos a Dumbo cuando el sol comienza a esconderse. La falta de luz enfría aún más el ambiente, así que abrigo bien a Sam. A medida que nos acercamos a su casa a mí el pulso me palpita más fuerte. Me aferro a las palabras de Will como un clavo ardiendo: «Roy no sale de trabajar hasta las seis. Roy no sale de trabajar hasta las seis…». Son solo las cuatro de la tarde. No pasará nada. Dejo a Sam y salgo de la zona de peligro. Tú puedes, Thelma… ¡Un momento! ¿No es la moto de Roy la que está aparcada en la entrada? Entro en pánico.

Me detengo en seco. Como Sam va de mi mano hago que la pobre rebote contra mis piernas. Con los labios fruncidos y los ojos arrugados, me dice:

—¿Qué haces?

Trago saliva.

—¿Sabes si tu padre se ha llevado la moto hoy a trabajar?

Sam mira hacia su casa, después vuelve a mirarme a mí. Un destello en sus ojos llama mi atención.

—No, tiene el coche del abuelo. Ha ido a dejarme con él.

Suelta mi mano y sale corriendo hacia la entrada. El aire regresa a mis pulmones, no sé qué hubiese hecho de encontrarse Roy allí. Probablemente cavar un túnel bajo tierra para evitar encontrármelo o apedrearle después de asegurarme de que Sam estuviese segura en su habitación. Corro para alcanzar a la niña.

—Ya he llamado al timbre —comenta cuando estoy subiendo las escaleras del porche.

Asiento, un poco sin aliento. Me apoyo en la barandilla esperando a que Taissa abra la puerta. Aunque lo de la moto solo ha sido un sobresalto tonto, no quiero estar aquí más tiempo del necesario. La puerta se abre por fin y…

—¡Papiiiiii!

Sam se cuelga de las piernas de Roy antes de que puede abrir la puerta por completo. Creo que me olvido de respirar o que estoy respirando tan fuerte que el pecho me baja y me sube a la velocidad de la luz. Se me cierran las manos alrededor de la barandilla de piedra, hago surcos en el yeso, me rompo una uña.

—¿Has visto quién ha venido a buscarme al cole? ¡Lo ves, lo ves! —chilla fuera de sí, me mira bocabajo, colgando de las rodillas de Roy.

Roy está paralizado observándome. Todo cuanto hace es sujetar a Sam por lo hombros para mantenerla pegada a su cuerpo y que no se caiga. Parpadea y fuerza una sonrisa para su hija.

—Cielo, métete dentro. Ahora voy a hacerte la merienda.

Sam sonríe, se suelta y recoge su mochila del suelo. Antes de meterse, se gira y cierra los ojos con fuerza. Es la manera que tiene de guiñar porque todavía no sabe cómo hacerlo con un solo ojo. En ese momento, comprendo que me ha engañado. Sabía que su padre estaba en casa, quería que nos viésemos. Voy a matarla…

Al desaparecer Sam, salgo del trance y comprendo que Roy se ha quedado porque quiere hablar conmigo. Me despego de la barandilla.

—Yo me voy —bisbiseo.

Por desgracia, Roy es rápido y tiene las piernas largas. Consigue interceptarme antes de que dé un paso. En cuanto nuestras pieles se rozan, saltan chispas, fuegos artificiales, se me incendia el cuerpo… yo qué sé. Y me odio por ello, porque entonces lo entiendo. Puede que le odie, que no tenga intención de dejarme utilizar otra vez, pero eso no quita que se me parta el suelo al verle, que mi corazón resucite y que me dé cuenta de que sigo queriéndole y que le echo de menos a él. No la farsa que de la que fuimos protagonistas.

Esto del amor es un puto sin sentido.

—Suéltame —logro decir, rechinando los dientes. No lo hace. Forcejeo hasta que logro separarme.

Roy no pronuncia palabra. Seguimos observándonos. Dos leones que tratan de adivinar sus intenciones. Está guapísimo —no puedo evitar fijarme—. Con su pelo oscuro despeinado, sus facciones marcadas y sus ojos perturbadores.

—¿Podemos hablar?

Mi parte más estúpida y masoquista diría que sí. Es la parte que está provocando que me tiemblen hasta las uñas y que desea que la conversación acabe en reconciliación. Por suerte para mi integridad, prima la parte racional. Es la que no va a dejarse atrapar otra vez, la que no piensa permitir que Roy la mangonee y haga con ella lo que quiera otra vez. Los errores se comenten una vez; si tropiezas con la misma piedra dos veces es porque lo eliges. Y yo me elijo a mí.

—No.

Doy la vuelta sobre mis pies y salgo corriendo de allí antes de darle la oportunidad de que intente detenerme una vez más. Cuando estoy lo suficientemente lejos, saco el móvil y le escribo un mensaje a Will: «Ya puedes conseguirnos esta oportunidad. Porque de lo contrario, voy a matarte».  


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No sé por qué mi cerebro pensó que era buena idea preguntarle a Thelma si podíamos hablar. ¿Por qué iba a querer hacerlo? Si después de todo soy el gilipollas integral que le rompió el corazón. La veo alejarse por la acera de enfrente, rápida y furiosa. Con todas las ganas de salir corriendo detrás, pero con el buen juicio de no hacerlo.

Permanezco embobado, con el fantasma de sus ojos grabado en mis retinas. Visualizo el odio y la decepción que desprendían al mirarme. Siento la necesidad de darle una patada a algo, a lo que sea. Pero entonces Sam me grita desde casa, con toda la fuerza de sus pulmones, que tengo que prepararle la merienda.

La encuentro sentada en el sofá, que la hace parecer más pequeña de lo que es, viendo un capítulo de Peppa Pig. Es el capítulo en el que se van al estanque de los patos. Es lo que tiene ser padre, que te comes con patatas todos los dibujos animados y al final acabas tú más enganchado a ellos que tu propia hija. Me detengo para depositar un beso en su cabecita y voy a la cocina, separada del salón solo por la isla del desayuno. Le preparo un sándwich de crema de cacahuete y rescato un brick de zumo de la nevera.

Ser padre con veinte años te hace crecer de golpe, especialmente si tu novia te abandona con un bebé de dos meses. Es complicado, agotador y al mismo tiempo, extraordinario. Cuando miro a Sam: comprendo otra vez que ella es lo mejor que haré en la vida. Y, aunque es difícil, nos las apañamos bien.

Al darme la vuelta, la veo sentada en uno de los taburetes, con los codos apoyados en la encimera y las manos sujetándole las mejillas. Tiene dibujada la sonrisa de «te vas a cagar, papá».

—¿Qué? —pregunto, depositando el zumo al lado del sándwich.

—¿Te ha hecho ilusión ver a Thelma?

Me agacho sobre la encimera para quedar a su misma altura. Conozco a mi hija, sé que de alguna manera se las ingeniado para que nos encontrásemos. Al ver la ilusión en sus ojos se me parte el alma. Llevo todo el mes intentando explicarle que es muy probable que Thelma no venga durante mucho tiempo a casa -o nunca más-. En momentos así me siento una mierda de padre, porque si Thelma no viene es culpa mía.

—No se suponía que iba a ir el tío Will a buscarte —la regaño, esquivando la pregunta como un campeón.

—No se ponía que iba a estar la abuela aquí —rebate.

Tiene razón. Pero se ha entretenido con sus amigas en clase de natación y me ha llamado por si podía salir antes del trabajo. Últimamente he estado muy ocupado con el proyecto para el hotel y casi no he tenido tiempo para estar con Sam, así que me ha parecido buena idea. Nunca me hubiese imaginado que, a mi edad, el colmo de la felicidad sería pasar la tarde con mi hija haciendo el tonto en lugar de estar quemando la ciudad con mis amigos.

—Suponía. —corrijo y le saco la lengua, mostrándole mi faceta más madura.

—Claro, lo que he dicho.

Me incorporo y agarro la merienda de Sam. Ella alza los brazos para que la lleve hasta el sofá. Se cuelga de mi cuello y haciendo malabares logro sentarme sin que no se me caigan las cosas ni Sam. Pasamos el resto de la tarde en el sofá: ella viendo la televisión y yo disfrutando mirando cómo se pringa la cara con la mantequilla de cacahuete y se ríe con Peppa Pig.

—Papá —me llama.

—Dime, cariño. —Está acurrucada contra mí y me mira desde abajo, pegada a mi costado.

—Ya sé que no necesitamos una mamá. —Se me encienden todas las alarmas, trato de ocultarlo—. Pero yo creo que Thelma es una buena cadidata.

La abrazo más fuerte, con ganas de protegerla de todas las cosas que escapan a mi control. Cuando era un bebé era más sencillo: se dedicaba a comer, berrear y gastar pañales. Ahora que es más mayor y que empieza a darse cuenta de las cosas, todo se complica. La veo mirar a los otros niños en el parque con sus madres muriéndose por de envidia. Y la entiendo. Yo tampoco tuve a mi madre. Deseaba como ella que alguna de las novias de mi padre se convirtiera en la sustituta con la que soñaba.

Por eso sé cómo se siente Sam y por eso me dan ganas de remover cielo y tierra para encontrar a Mary Louise y vea el daño que le ha hecho a nuestra hija.

—Sabes que aunque no encontremos una mamá, yo siempre voy a estar contigo —le digo, evitando también esta pregunta.

—Nos has respondido —reclama frunciendo el ceño.

Suspiro. Ya no es tan fácil distraerla…

—Es una buena candidata, sí. Pero las cosas son...

—Complicadas. Ella me ha dicho lo mismo. Pero es muy fácil —se queja, dándome un puñetazo en el muslo. Le gusta usarme de saco de boxeo—. Dos personas se gustan, están juntas y hacen bebés.

—Thelma y yo somos amigos, nada más —miento—. Sigue viendo Peppa Pig, anda.

—Vale. —«Has salido de esta, Roy».

Me pongo a pensar en Thelma inevitablemente. Empieza a pesarme, otra vez: lo capullo que fui. Aunque Sam esté loca con ella y quiera que sea su madre ella es la razón por la que lo hice.

Sé que Thelma Bane es la persona adecuada. Lo sé por cómo nos mirábamos. Porque con ella huiría y me dejaría encontrar. Es esa clase de persona que hace que tengas ganas de comerte el mundo y que lo ilumina todo con sus tonterías. Es un desastre que no tienes la necesidad de arreglar porque la quieres así, como es. Con ella he estado horas en silencio sin tener necesidad de formular una palabra. Creo que en eso consiste el amor, en ser capaz de estar en silencio con alguien.

Vamos, que, en definitiva: estoy loco por ella. El problema es que tengo mis cicatrices y una hija de cuatro años que se muere por encontrar una mamá. Sé que Thelma quiere a Sam, pero si las cosas salían mal y se acostumbraba demasiado a ella: lo pasaría fatal.

Mis decisiones afectan directamente a Sam. Así que me armé de valor y le hice creer a Thelma que los seis meses que estuvimos juntos fue más que un lío. Que éramos amigos, que ya me había cansado. Decidí cortar antes de que avanzásemos.  Antes de que Sam se diese cuenta de lo que ocurría. No podíamos seguir ocultándolo eternamente.

Como ya he dicho, Thelma Bane es la persona adecuada. Pero yo no puedo darme el lujo de enamorarme.


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Me mudé con Louise después de una de mis muchas discusiones con mis padres. Los quiero mucho y tenemos una gran relación. El problema es que son de esa clase de personas que como eslogan de un anuncio; «Persigue tus sueños» les parece un salto tácito y admirable hacia el vacío, pero si es una de sus hijas la que decide renunciar a la universidad para perseguir los suyos lo ven como una pérdida de tiempo. Llevan cuatro años azuzándome para que renuncie a la composición, lo relegue al departamento de Hobbies y Aficiones y me matricule para hacer algo de provecho.

Mi hermana, en cambio, hace que mis alas crezcan. Es mi fan número uno, quien me saca de la mierda hostia tras hostia. Es silencio entre tanto ruido.

Al abrir la puerta del apartamento un agradable a olor a magdalenas me envuelve. Se mezcla con el aroma asiduo a velas de vainilla y al incienso de coco que hay repartido por todas las esquinas de la casa. Cuesta a acostumbrarse, pero después de un año a mí me huele a hogar. Abandono mis pertenencias sobre el futón que nos sirve de sofá. La angustia que me ha acompañado durante todo el camino a casa se esfuma casi en su totalidad.

Me asomo a la cocina, allí encuentro a Louise, con una camiseta que utiliza como camisón, un delantal y descalza. Varias bandejas de magdalenas ocupan la encimera y ella se dedica a preparar la mezcla para otra tanda. Mi hermana siempre cocina para un regimiento, aunque en esta casa solo vivamos tres personas.

Sin anunciarle aún mi presencia, camino en silencio hasta ella y la abrazo por la espalda. Louise ni se inmuta, aunque le recorre un escalofrío: tengo el invierno pegado a la ropa. Escondo la cara en su omóplato y cierro los ojos.

—¿Qué te ha pasado? —pregunta con su voz rasgada. Posa sus manos manchadas de harina en mis muñecas.

—Will, Sam y Roy —abrevio.

Chasca la lengua y con delicadeza me despega de su cuerpo. Se da la vuelta y suspira cuando ve mi cara mustia. Acaricia mi mejilla y sonríe para darme ánimos. A veces me da por pensar que la única que ha crecido es ella: tiene su vida casi formada, está a punto de abrir la pastelería con la que ha soñado toda su vida, es feliz con ella misma y ha encontrado a Aza para compartir dicha felicidad. Si me comparo con ella, sigo siendo la misma adolescente estúpida a la que el mundo se la está comiendo con patatas fritas.

—Cuéntame.

—Primero dame una magdalena.

Louise niega con firmeza. En eso se parece mucho a mamá, no necesita hablar para mostrar su autoridad. A parte de que la muy condenada heredó sus preciosos ojos grises. Mientras que a mí me tocó el insulso color marrón de papá.

—Están ardiendo. Luego te duele la tripa.

—Puñetas —mascullo.

Mi hermana se sube a la encimera de un salto y aguarda a que comience a contarle mis dramas. Yo me siento en el suelo, pegada a la pared de enfrente. Tomo unos segundos para decidir cómo contárselo: intento adoptar un tono neutro, indiferente, para que no crea que ver a Roy me ha revuelto el alma. A pesar de que ha sido eso lo que ha ocurrido. Cuando termino de narrar me siento mejor, liberada.

Louise se muerde el labio, valorando mi expresión. Tiene la capacidad de leerme, por mucho que yo quiera ocultar mis sentimientos.

—Y bien. ¿Ha merecido la pena tanto revuelo?

No sabe lo que le agradezco que no preste atención a la parte en la que me he encontrado con Roy. Es lo que pretendo que sea: un accidente, un contratiempo del que me olvidaré con el paso de los días. Como si se tratase de un mal sueño.

—Will no me responde. Seguro que se está emborrachando con el productor. No sé si eso nos beneficia o no —confieso, jugando con un mechón de pelo.

—No te desanimes si no sale como esperas. Lo sueños cuestan trabajo. Tómatelo como si fuese una escalera, un escalón cada vez.

Cabeceo para darle la razón. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en que esta será otra desilusión más. Sé que tengo talento, al igual que Will, tiene una voz que podría llenar estadios. Pero el mundo rebosa de personas talentosas que no siempre logran brillar.

El ruido de la puerta principal nos sobresalta. Louise se baja de la encimera y se quita los restos de harina. Aza aún no ha aparecido y a mi hermana ya se le escapa una sonrisa bobalicona.

—¡Vilmaaaaaa, ya estoy en casa! —grita Aza asomando la cabeza por un lateral de la puerta.

Rompemos a reír. Aza suelta la misma broma cada vez que llega a casa, pero como las buenas canciones: nunca pasa de moda. Mi hermana corre a abrazarla y se funden en un apasionado beso. Fijo mi vista con las bandejas de las magdalenas, queriendo darles intimidad. Desde que Aza se mudó con nosotras unos meses atrás, me siento como un candelabro. Ellas hacen todo lo posible por integrarme, aunque debe resultarles agotador tener que controlarse. Yo intento hacerme notar poco, por eso paso la mayor parte del día fuera o en mi habitación. Por suerte, me mudo al hotel con Momo en unas semanas.

—Os dejo solas. —Levanto el culo del suelo.

Louise y Aza están abrazadas. A mí se me retuercen un poco los nervios. El amor parece tan simple con ellas. ¿Por qué yo tuve que enamorarme de un completo subnormal?

—No hace falta, saltamontes —asegura Aza, empleando su mote cariñoso.

La adoro. Desde su aspecto, con su pelo negro y rizado, sus abundantes pecas y su cuerpo pequeño —como de niña— hasta su personalidad explosiva y cariñosa. Recuerdo que cuando Louise me la presentó la amenacé diciéndole que, si no acababa con ella, dejaría de ser su hermana.

Hago un gesto desinteresado con los hombros caminando hacia ellas.

—Tranquilas, voy a convertir mis penas en canciones.

«Mentira». Llevo meses sin acabar una canción. He empezado muchas, pero ninguna consigue llegar a buen puerto. O bien escribo parte de la letra y no logro ubicarla en una melodía o, al revés.  Se debe a que no le encuentro provecho a gastar mi tiempo componiendo si mis canciones no le van a gustar a nadie importante. Es una mierda. Porque antes componía porque sí. Me daba igual si gustaban. El problema es que soy impaciente, no se me da bien esperar, ni dejar que las cosas sigan su curso natural. Cuando quiero algo, lo quiero de inmediato. Me aburro rápido de esperar. Igual que de las canciones: una me interesa un día y al otro estoy pensando en otra que podría ser mucho mejor. En ocasiones odio mi cabeza…

Aza alterna la mirada entre nosotras preguntándose que puede haberme pasado.

—Luego te lo cuento —informa Louise, dándole un beso en la coronilla.

Las sorteo en la puerta con intención de marcharme. Pero mi hermana me coge del brazo impidiendo mi camino. Vale, estoy hasta las narices de que hoy todo el mundo me sujete. Al final me van a salir moratones.

—¿Tú no tenías que estar en el hotel a esta hora?

Los ojos se me abren hasta el nacimiento del cabello. ¡Lo había olvidado! Le dije a Momo que después de acompañar a Will iría directamente al hotel para seguir con la reforma. ¿Qué me pasa en la cabeza? ¿Por qué soy tan despistada?

—Va a matarme —murmuro.

—¡Venga, márchate! —me apremia Aza, empujándome con suavidad.

Salgo corriendo hacia la puerta. Llego al metro en un tiempo récord y me subo al primer tren que va a Manhattan. Cuando busco el móvil para llamar a mi mejor amiga y decirle que ya voy para allá, me doy cuenta de que me lo he dejado olvidado en el futón. Junto con las llaves y la tarjeta del metro. A ver cómo salgo de aquí sin que me pare un guardia…

«No tienes remedio, Thelma».  


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He tenido que esperar diez minutos a que un chico me dejara pasar con él los tornos de seguridad. Después el muy baboso me ha pedido el número de teléfono como pago por su acción desinteresada. Casi hubiese sido mejor que un guardia me parase por colarme en el metro.

Por fin estoy en la puerta del hotel, admirando la fachada recién pintada. Desde fuera, tiene el aspecto de una mansión colonial. Es el típico lugar por el que pasarías rápidamente para no encontrarte con un fantasma. Con la nueva capa de pintura, presenta un aspecto reluciente, imponente y elegante.

Me acerco a las puertas giratorias. Como he olvidado el bolso, no tengo la copia de las llaves que me dio Momo. Pego la nariz al cristal para ver si encuentro a alguien en el vestíbulo que pueda abrirme. Un señor que viste un mono de obrero lleno de polvo pasa a los pocos minutos. Aporreo el cristal con todas mis fuerzas para llamar su atención. Al pobre hombre casi le da un infarto por el ruido. A medida que se acerca me doy cuenta de que es Sheldon, el jefe de obra que contrató Amoné para todas aquellas cosas que nosotras no éramos capaces de arreglar.

—Casi me matas del susto, Thelma —entorna la puerta lo suficiente para que quepa. El calor repentino quema mis mejillas congeladas.

—Lo siento, olvidé las llaves —paso a su lado tocándole el hombro a modo de agradecimiento.

—De todas formas, ya me marchaba —afirma limpiándose las manos en la pechera.

Camino hasta el centro del vestíbulo, que está remodelado en su totalidad. Hemos puesto alfombras con distintos estampados y una lámpara de araña que te hace pensar que en cualquier momento aparecerá Bestia pidiéndote un baile y la señora Pops se pondrá a cantar.

—¿No queda nadie? —pregunto oteando las inmediaciones.

—Amoné acaba de salir, pero volverá en un rato.

—Gracias, Sheldon.

Subo las escaleras, blancas y en forma de «y» griega.  En el descansillo, me desvió a la derecha por el siguiente tramo de escaleras. Camino por amplio pasillo, todavía forrado con plástico y lleno de material de pintura hasta la última habitación. Amoné tuvo la brillante idea de darles nombres de mujeres importantes en la historia en lugar de números a las habitaciones. Se suponía que yo me pasaría la tarde en esta, la Frida Kahlo, terminando de pintar.

Abro la puerta y le doy al interruptor. Me invade el olor a pintura y mis pasos suenan sobre el plástico. La mayoría de las habitaciones están terminadas, por suerte, mucha gente se ha prestado a ayudar a Momo con este proyecto.
Me deshago de la chaqueta, la sudadera y me descalzo. Agarro un rodillo de pintura y comienzo con la tarea. Ya solo me queda pintar la pared de la ventana y mañana podré empezar con la decoración. A parte de los nombres, la decoración de cada dormitorio estará relacionada con la mujer que le da nombre. Para la de Frida hemos elegido un naranja melocotón en las paredes y muebles de mimbre. Además de una alfombra de hilo con motivos étnicos, autorretratos para colgar sobre el cabezal de la cama y unas macetas con cactus.

He de reconocer que me da bastante miedo la idea de trabajar en el hotel. Mi mejor amiga se juega demasiado con esto y conociéndome, tengo muchas probabilidades de meter la pata.

Paso unas cuantas horas pintando mientras tarareo cientos de canciones —una pena haberme olvidado el teléfono—. Cuando termino, me siento en el suelo con las piernas cruzadas: exhausta y hambrienta. Fuera ya es noche cerrada y es muy posible que hayan cerrado el metro.

—Dichosos los ojos.

La sombra de Amoné se cierne sobre mí, a solo unos pasos de distancia.

—Jo, perdón.

—Creí que te había pasado algo, como no respondes mis mensajes ni mis llamadas.

Momo se deja caer a mi lado. Extiende las piernas por delante de mí y se apoya sobre los brazos, como si estuviese tomando el sol en la playa. Se la nota cansada, aunque últimamente siempre presenta el mismo aspecto. Con ojeras bajo sus ojos rasgados y una mueca de preocupación constante.

Puede que me dé miedo meter la pata hasta el fondo, pero no dudé ni un segundo en ofrecerme voluntaria para ayudarla. Amoné es para mí esa persona que te hace darte cuenta que sí puedes elegir a tu familia, que los apellidos y la sangre son diferentes, pero el vínculo que te une es más fuerte que cualquier partida de nacimiento. Haría cualquier cosa por ella.

—He tenido un contratiempo, mañana te cuento —asiente. Solo con mirarla sabe que no tengo ganas de hablar del tema—. ¿Dónde estabas? ¿Hay posibilidades de que haya ido a por comida? —pregunto a continuación, esperanzada.

Amoné se sobresalta cuando hablo. Mira hacia la ventana y frunce el ceño; estaba a kilómetros de distancia.

—Edward llega en unas semanas —murmura suspirando tan hondo que se lleva el oxígeno de toda la habitación.

Espero por si quiere completar la frase, en silencio, sin presiones. Sé que pasó algo con Edward que aún no me quiere contar, que, de alguna forma, fue el causante de que se marchase de Nueva York hace unos años y que su inminente presencia la turba tanto que parte de la Amoné que yo conozco se apaga.

Sin embargo, ser su mejor amiga no me da derecho a exigirle que me cuenta nada, por mucho que me preocupe o me pique la curiosidad. Amoné sabe que cuando esté lista aquí estaré para escucharla. Las amistades consisten en eso. En respetar silencios, en comprenderlos y en saber que cuando decidas romperlo habrá alguien que te escuche sin juzgarte.

Amoné se sacude la pesadumbre de los hombros y se incorpora, adoptando la misma posición que yo. Se hace un moño y sonríe.

—Las chicas vienen en un rato.

—¡Noche de chicas! —exclamo emocionada, a punto de aplaudir.

—Traen la cena, así que deja de alzar las cejas —me clava el dedo índice en la frente. No sé por qué, cuando tengo hambre, alzo las cejas.  

—Diles que traigan vino y, por lo menos, cinco bolsas de Jumper —ordeno señalando su teléfono, que acaba de sacer del bolsillo.

Momo pone los ojos en blanco.

—Debes tener el colesterol por las nubes. Así no llegas a vieja y nuestro sueño de jubilarnos en Jamaica se irá al traste.

—Te lo digo en serio —amenazo apuntándola con el dedo. Como me quede sin Jumper me las va a pagar—. Escribe a Mitch, que le da igual mi colesterol.

Aquí con Momo y con la noticia de que pronto llegarán mis amigas: me siento feliz y segura. Da igual que me vaya como el culo en la música y que siga enamorada como una estúpida de Roy Blakeslee. Si las tengo a mi lado, me inunda la sensación de que puedo comerme el mundo.


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Mensaje por Jaeger. Dom 25 Feb 2018, 3:34 pm

Todavía no leí ninguno de los dos capitulos porque quiero comentarlos mientras vaya leyendo. En estos días ya leo y comento y subo! Me falta un solo tramo 2 - new rules 1477071114
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Mensaje por indigo. Dom 25 Feb 2018, 4:56 pm

Ally:


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