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Mensaje por indigo. Sáb 29 Dic 2018, 12:26 pm

Just keep swimming:
indigo.
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Mensaje por Jaeger. Mar 01 Ene 2019, 9:01 pm

baby The Lonely Hearts Club. - Página 5 1477071114 :
Jaeger.
Jaeger.


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Mensaje por Jaeger. Mar 01 Ene 2019, 9:04 pm

Quien seguia?
Jaeger.
Jaeger.


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Mensaje por hange. Vie 04 Ene 2019, 6:23 pm


CANDEEEE The Lonely Hearts Club. - Página 5 1477071114
hange.
hange.


http://www.wattpad.com/user/EmsDepper
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Mensaje por hange. Vie 04 Ene 2019, 6:25 pm

seguia Lau pero...ya no está The Lonely Hearts Club. - Página 5 2333868493
hange.
hange.


http://www.wattpad.com/user/EmsDepper
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Mensaje por indigo. Dom 06 Ene 2019, 4:24 am

Hola beshas The Lonely Hearts Club. - Página 5 1477071114 Que se me olvidó avisar bc Dory siempre, que Milu (kane) se ha incorporado a la nc y tomará el turno de Lau The Lonely Hearts Club. - Página 5 3136398239 Ya anda escribiendo su capítulo:hearteyes:
Pd: Bienvenido Margarito.
indigo.
indigo.


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Mensaje por Jaeger. Dom 06 Ene 2019, 12:57 pm

Holiss! Bienvenida Milu The Lonely Hearts Club. - Página 5 2841648573
Jaeger.
Jaeger.


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Mensaje por hange. Dom 06 Ene 2019, 1:15 pm

Bienvenidaaaa Miluuuu The Lonely Hearts Club. - Página 5 1796689324 The Lonely Hearts Club. - Página 5 1796689324 
hange.
hange.


http://www.wattpad.com/user/EmsDepper
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Mensaje por katara. Dom 06 Ene 2019, 3:08 pm

Holi chicas ! Muchas gracias por la bienvenida  The Lonely Hearts Club. - Página 5 1857533193 siempre es lindo volver a una nc  The Lonely Hearts Club. - Página 5 1054092304 en estos días subiré capi  The Lonely Hearts Club. - Página 5 1477071114
katara.
katara.


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Mensaje por Jaeger. Dom 06 Ene 2019, 6:53 pm

Te esperamos ansiosas, Milu The Lonely Hearts Club. - Página 5 1477071114
Jaeger.
Jaeger.


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Mensaje por katara. Miér 09 Ene 2019, 11:05 pm

CATULO 04

PERSONAJES: Laia, Declan, Siena, Teo || ESCRITO POR: kane.



Renunciar nunca había estado dentro de sus creencias, hasta ese entonces. Laia Ligea sabía que el caos que se había producido no había sido su culpa. Sin embargo, entre los principios básicos que manejaba y los miedos que se acumulaban a la puerta de sus decisiones, su primer impulso fue recoger los trozos machacados de su corazón roto, unirlos con banditas y rescatar a la persona causante de todo aquello. 

Al comienzo, creyó que podía solucionarlo. Su mejor amigo volvería, todo quedaría en el pasado y el amor que se tenían sería más fuerte que todas aquellas decisiones que él estaba tomando en su beneficio. Se convenció de que, con los ecos de un amor que ya no tenía mañana, podría volver a su vida. Pero nada de ello sucedió.
 
Laia volvió cada vez que lo creyó necesario, dejando caer bandita tras bandita, pieza por pieza de su corazón para recuperarlo, dispuesta a dejar en el olvido el caos que le había revuelto hasta el cabello. Pero él ya no la amaba. 

Y para su corazón ya era tarde, había perdido una parte de sí misma que sabía nunca recuperaría. 

Los cambios en su vida se avecinaron abruptamente. Comenzó la universidad, dejó su hogar atrás e inevitablemente no volvió a verlo. 

Una mañana como cualquier otra, Laia recorrió los pasillos de la Universidad como patinadora. Había despertado de buen humor aquél día y creía que nada podía arruinarlo, ni siquiera la hora extra de Informática que el profesor le había asignado cuando corrigió sus desastrosos trabajos. 

- Asique ahora te dedicas al patinaje, Princesa del hielo – guiñó un ojo su mejor amiga, haciendo referencia a la película adolescente. 

- Al menos así sacaría un sobresaliente en mi clase de Física, ¿no lo crees? 

- Como si lo necesitaras – refutó haciendo a un costado los mechones rubios que caían sobre su frente – Hablando de eso…

- Otra vez necesitas ayuda, ¿no es así?

- Oye, oye, que no todos somos superdotados – la apuntó con el índice mientras fruncía el ceño y hacía girar las telas caleidoscópicas de su falda acampanada. 

Sienna Levis era tan creativa como nula en la ciencia. Su gran talento era el diseño y la física su mayor terror. Eran tan opuestas, que la atracción era sumamente fuerte. En tan solo meses de amistad, se habían vuelto prácticamente inseparables. Convivir con Sienna había sido todo un problema, llegar a desafiar su espíritu indomable, aún más. Su mejor amiga era una mancha de pintura vibrante sobre un lienzo puro, dos extremos de una soga, ambos polos, tan cambiante que ni el más talentoso de los camaleones podría descubrir el secreto de su camuflaje. Sin embargo, conectar con ella había sido de lo más fácil, sin entenderlo, eran las dos caras de una misma moneda, cada una la mitad de una persona.

Negar que la susodicha se había convertido en familia en tan poco tiempo era negarse a sí misma la verdad. Se habían encontrado en el momento exacto – según ella había sido una especie de destino que las conectaba -, Laia con el amor como enemigo mortal y un par de heridas que aún no cicatrizaban, y Sienna solitaria y libre, había encontrado un hogar por primera vez. 

- De todas formas – continuó Sienna con su tono cantarín -, solo te busqué para recordarte que esta tarde iremos a la feria y no existe no que sepa aceptar ¿entendido?

- ¿Por qué me haces esto? – gruñó golpeándose con el lomo del tomo I de Física en la frente – sabes que odio las ferias – respondió con un mohín. 

- Vamos Lai, habrá un puesto de artículos de pintura, ¡Y escuché que tienen piedras de humor! – Exclamó la rubia con emoción. Lo extravagante le hacía justicia. – Además, he visto contigo "El hombre que conocía el infinito" ya más de diez veces, me debes el favor – continuó acusándola.  

- ¡Pero es mi película favorita! Y no es un favor, yo me fumo todos los inciensos que prendes en las habitaciones, las huellas de pintura que dejas en el parqué, las sesiones de reiki, las de yoga…

- Vendrás y punto, ¿lo sabes? – sonrió suavizando su expresión. 

- Me harás los dibujos para los apuntes de Física – terció la morocha. 

- Trato hecho. 

Y con un apretón de manos, se selló lo que sería el comienzo de unos cuantos dolores de cabeza, sin contar los del corazón. 

Laia colocó sus audífonos y reprodujo la primera canción. Highway to hell sonó y no le pareció más conveniente. Había llegado unos cuantos minutos más temprano a la clase de Informática con la esperanza de que bajase la inspiración divina de Mark Zuckerberg y los ángeles cantaran y un montón de chorradas más con tal de que pudiera entender la mitad de su tarea. 

- ¿Enrollada Ligea?

Unos ojos brillantes la observaron con atención, asomándose detrás del monitor. 

- Para nada Calvati – respondió ensimismada en la lista de pasos que había anotado en el cuadernillo. ¿Iba por el quinto? ¿el cuarto? Ya ni tenía idea de qué debía teclear. 

- Deje que le ayude Princesa Leia – bromeó su mejor amigo con el apodo que meses atrás le había dado luego de una extensa maratón de Star Wars. 

- Ya te he dicho que no, Teo, debo aprender sola. Además, ya has intentado millones de veces y sabes que soy un caso perdido – se recostó con un suspiró en la silla de la sala de informática, aquella que le dejaba dolores en el huesito dulce tarde tras tarde. 

Teo Calvati era su mano derecha dentro de la facultad de ciencias exactas. Había sido el único hombre que había podido entrar en su vida luego de su nuevo comienzo en Nueva York. Era más que su confidente, con Teo podía pasar horas hablando de los misterios del universo sin aburrirse, pasear por los parques de la ciudad por las noches y escuchar música. Definía a Teo como su cable a tierra, y él le correspondía en el sentimiento. 

- Ya te irá bien Lai, un par de códigos y ediciones no pueden derrotar a una princesa, ¿no? 

- Cierto – guiñó el ojo y siguió su tarea derrotada. 

- ¿Sabes que te haría más feliz? – preguntó el pelinegro con una sonrisa de autosuficiencia en el rostro. La conocía tan bien. - ¿dulces? – se respondió agitando la bolsita de golosinas frente al monitor brillante. 

- ¡Oh por dios!  pero si es ambrosía – exclamó con ironía mientras tomaba con emoción los dulces y abrazaba a Teo – te amo, te amo, te amo muchísimo Teo. 

- Ya Lai – le correspondió el abrazo encantado -. Suerte y que no te coma el teclado. 

Teo se despidió con una cálida sonrisa y un beso en la coronilla de Laia. Algún día podría domar esas teclas. Pero hoy no era tal día.

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No lo podía creer. Se había dejado arrastrar aquella tarde lluviosa a través de las calles atestadas de autos y peatones ruidosos y acelerados. A Laia nunca le habían agradado las grandes ciudades, evitaba las horas pico y los días lluviosos por tal motivo. La combinación resultaba en un hormiguero de personas de malhumor que gruñía a cada quien se cruzaba en su camino, y no le atraía para nada. 

Sin embargo, con el cabello crispado y unas gotitas cayéndole por el cuello, se abrió paso entre la gente siguiéndole el rastro a Sienna, quien más que emocionada recorría saltarina las tiendas coloridas de la feria a las afueras de Nueva York. 

- ¡Wow! ¡Laia, ven aquí! – Exclamó su amiga, enfundada en un vestido de encaje blanco y un sombrero de paja – Mira al hombre, eh, ¿tienes algo para decir en contra de su talento?

Sienna sabía, por experiencia, que todo lo que parecía magia, para Laia siempre tenía una explicación. Y a ella le encantaba sacarla de sus casillas preguntando por ello. 

Un señor entrado en años con la piel curtida y unos tatuajes añejos y desgastados se hallaba a los pies de una cama de clavos con el torso desnudo y los brazos extendidos demostrando su valentía. 

- Vamos Sienna, creí que te había enseñado bien. Al fin y al cabo, eres mi discípula – bromeó Lai antes de pinchar la burbuja en la que se sumergía su compañera. 

- ¡Adelante Grinch de la ciencia, arruina mis sueños! – exageró llevando su puño al corazón. 

- Vale – suspiró –, la presión que hace el hombre sobre la camilla de clavos es igual a la fuerza sobre la superficie, cuanta más superficie disponga, es decir, cuanto más de su cuerpo apoye sobre los clavos, menos presión hará sobre los mismos – explicó con orgullo. Si había algo que a Laia le encantaba era dar clases, y Sienna había sido su alumna fallida desde el minuto cero. 

- No entendí un pepino, pero fue interesante – elevó los hombros indignada mientras se acercaba a la multitud que rodeaba al hombre del espectáculo - ¡Farsante! ¡Mi amiga física te acaba de dejar en pañales! 

- ¡Sienna! – Exclamó Lai con los ojos desorbitados mientras su mejor amiga continuaba gritándole al hombre. Salir con ella siempre terminaba en vergüenza.  

- ¡Métete los clavos por el culo! 

La multitud comenzó a esparcirse en busca de la muchacha agresiva enfundada en sombrero de paja. Al hombre de los clavos se le había sumado un adolescente con antorchas prendidas fuego. Y eso solo significaba una cosa: huir. 

- ¡Corre! 

Laia tomó a Sienna de la muñeca y comenzaron a correr a toda prisa. En un principio la artista se resistió hasta que vio las bolas de fuego en su búsqueda y huyó como alma que lleva el diablo. Corrieron entre polleras acampanadas y vendedores ambulantes, esquivando a toda prisa las pelucas de rastas que impedían ver el camino a la salida. Era, por lejos, la feria más excitante que recorrerían en sus vidas. 

Como si fuera poco, los materiales de Sienna comenzaron a romper las bolsas de tela a medida que se abrían paso a la salida. La preciosa piedra de humor que pendía de un débil hilo cayó de su cuello y se perdió entre una multitud de piernas. 

- ¡El collar! – gritó Sienna deteniéndose. 

- ¿Nos persigue Lava boy y tú te detienes por un estúpido collar? ¡Vamos Sienna! – respondió Lai tirando de ella a la vez que observaba al chico de las antorchas acercándose. 

- Pero era mi piedra del humor Lai – lloriqueó. 

- Sal de aquí, yo la busco – cedió con cansancio. 

Laia se internó nuevamente entre aquella multitud de hippies que la miraban raro, tal y como estaba, sudada y con la cara como un tomate. Deshizo los últimos pasos buscando como pudo el collar. Esa estúpida piedra le cobraría la vida si el hombre de los clavos la encontraba. 

Las personas empujaban y la lluvia comenzó a molestar nuevamente. Pensaba que nada podría empeorar aquella situación. 

Y entonces, sucedió lo imposible. 

Lo vio, y sus ojos recorrieron su rostro enrojecido con precaución, como si estuviera examinando una bomba de tiempo, lo cual estaba segura que era. Había olvidado lo que era observar sus cuencas verdes, encandilantes, y sentir como un huracán se comía su interior, principalmente su corazón. 

Después de tantos meses, estaba allí y entre sus dedos sostenía el collar de Sienna. 

No pudo pensar. Dio media vuelta y huyó. 

Lamentablemente, no podía huir para siempre, y el tiempo solo se lo diría. 

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Sienna había crecido con el universo como su hogar. Siempre había tenido a su alcance un telescopio en su balcón, y cada noche, era objeto de suspiros por parte de su propietaria. La artista conocía cada constelación y, como prueba de ello, las dibujaba constantemente en su cuaderno de cuero. Había tenido talento desde pequeña, pero la pasión era aquello que motorizaba sus sentidos y daba rienda suelta a sus creaciones. 

Nunca había sentido ese tirón de añoranza y pertenencia. Ese espíritu libre que la caracterizaba la llevaba a recorrer los sinfines del mundo, sin temor. Y allí había terminado, en un sinfín bastante cliché, estudiando en Nueva York y con una compañera de cuarto escéptica y huidiza. Sin embargo, lo que nunca imaginas no ha de ser siempre malo, Laia se convirtió en un lazo irrompible y la ciudad de los sueños estaba por darle el amor más leal de su vida. 

- ¡Laia! Por Buda, estaba a punto de llamar a emergencias, pensé que te estaban practicando acupuntura – tironeó del brazo de la susodicha para captar su atención, pero no obtuvo respuesta - ¿Lai?

- ¡Déjame, por favor!

Los ojos chocolates de Laia brillaban bajo las lágrimas, que caían luego a borbotones por su rostro. Hipeaba casi sin aire y miraba a su mejor amiga con una tristeza profunda. 

- Pero Lai, ¿qué te sucedió? – la miró con compasión y tomó con fragilidad los hombros de su amiga. 

- Yo, él, el collar, ¡No lo sé! Pasó todo tan rápido. 

- ¿Él quién?

- Tenemos que irnos – la morocha la tomó de la mano en un subidón de energía y ambas caminaron rápidamente calle abajo.

Sienna sabía que cuando algo rondaba en la mente de Lai, las cosas podían ponerse intensas y explosivas. Con respecto a ella, solo podía dejarse llevar por su amiga sin rechistar. Respetaba sus tiempos, cuando estaba decidida a hablar, lo hacía, pero era tiempo de correr al parecer. 

Desde el mismísimo momento en que dejaron la feria atrás, Sienna se había convertido, por descarte, en el adulto responsable entre ambas. Cuidar de Ligea en ese estado de zombi era un desafío, no divisaba el tránsito y empujaba a cada quien se metía en su camino, incluso un pequeño cachorro resguardándose de la lluvia sufrió las consecuencias cuando avanzó inocentemente entre ellas. Que Buda te acompañe pequeño, pensó la rubia. 

En todos aquellos meses de convivencia, la artista había reparado en la personalidad tan arraigada a la tierra que dejaba vislumbrar su compañera. Era todo mente, mucho cuerpo y cerebro, sin embargo, poco corazón. Sabía el poco afecto que podía demostrar y lo antisocial que podía volverse Lai con tan solo un mínimo disgusto, pero a pesar de haber afrontado situaciones de las más diversas – como la vez que huyeron de un grupo de drogadictos solo porque Sienna quería una aguja para coser su chaqueta – nunca había enseñado aquella cara. El dolor se había dejado entrever, finalmente, en su persona fría. 

Para Sienna, las energías lo eran todo. Vivía de los mantras, las meditaciones, el yoga, el reiki y afirmaba en otra vida haber sido sanadora, por ende, había visto todas las temporadas de Outlander y tomado anotaciones, como si se dejara la vida en ello. Pero, en ese momento, todo lo que ocurría a su alrededor le era tan ajeno como si fuese animal de otro corral. La verdad era que estaba acostumbrada a liarse con chicos, pero en la búsqueda de su libertad, había olvidado una cosa muy importante: amar. 

El cielo no paraba de tronar y las luces de la calle se confundían con las del cielo amenazador. Parecía que aquél día, todos los dioses de las tormentas se habían confabulado con el humor de su mejor amiga, hasta los más bellos pájaros habían huido a sus nidos a protegerse de la lluvia. 

Luego de minutos corriendo, y ya sintiendo los pulmones arder, ambas decidieron parar bajo el follaje de un árbol que cubría eficazmente las primeras baldosas de un pequeño puente en un parque, a esas horas solitario. 

Sienna recogió las telas blanquecinas de su vestido de encaje que pesaban horrores gracias a la lluvia. Se sentaron con pesadumbre, aun resoplando y con las piernas colgando sobre el agua. Bajo sus pies, un pequeño arroyo se removía levemente arrastrando algunas pequeñas ramas, casi hipnótico. 

Finalmente, con un suspiro, tomó las riendas de la situación. 

- Sabes que no quiero presionarte Lai, pero me gustaría saber por qué estoy empapada a las orillas de un arroyo luego de correr kilómetros.

- Lo siento, en verdad – colocó ojos de cachorrito y dejó que volvieran a empañarse en lágrimas.
 
- Está bien, yo estoy aquí para seguirte, no juzgarte – comenzó Sienna – ¿quieres hablar?

- Es… complicado, no puedo hablar de él tan fácilmente. 

- Se trata de un muchacho, siempre es complicado - respondió poniendo los ojos en blanco para colocar una sonrisa.

Sienna le dio un leve empujoncito con el hombro, y a Laia la invadió ese calorcito de amistad que solo sentía con su mejor amiga y, en defecto, con Teo. Lai no podía parar de retorcerse los dedos y trenzarse el cabello, los fantasmas de una vida que parecía tan lejana, volvían a rodearla. 

- Lo único que puedo decirte es que nunca había sentido tanto como con él, no era el simple hecho de sentir amor, era una ráfaga de sensaciones, como si un súper poder ampliara tus capacidades sensoriales. Entonces dejaba de ser Laia la chica inteligente y sencilla, a sus ojos era simplemente Laia, sin rótulos o etiquetas. Libre… 

- Es decir, estabas súper coladísima por él – respondió la rubia bajo la mirada atenta de su amiga, no podía evitar la pena que sentía al verla enjugar sus ojos color tierra – bueno, es que esto del amor no lo engancho muy bien. 

- Para que entiendas, es como si todos los lienzos del mundo donde pudieras pintar, de repente vinieran con un dibujo preseleccionado, ya no puedes plasmar lo que quieres, sentir lo que deseas, decir lo que tienes por decir. 

- Qué horror… - aceptó verdaderamente espantada ante la idea. 

- Así me siento yo sin él – admitió con pesadumbre mientras revolvía los pies en el arroyo. 

- Pero, sabes que puedes ser esa Laia aún sin ese chico, ¿no? 

- Lo he intentado, de mil maneras, ya no sé quién más ser.

Sienna sentía que a su mejor amiga se la había tragado una de las nubes oscuras del cielo, sus ojos tristes e inanimados le quitaban ese espíritu alegre que sabía estaba en ella. Todo su cuerpo se había encogido en el borde de aquél puente, dejando pequeños rastros de Laia en aquella niña pequeña y deprimida. 

A cada palabra que musitaba, Sienna se convencía a sí misma con mayor intensidad que nunca, NUNCA se enamoraría. 

- Tienes que meditar conmigo, ya te lo he dicho – sugirió. 

- Sienna… - advirtió la morocha con una mirada enfurecida. 

- Ya, a lo que voy es que esa Laia que tú crees no existe o se ha ocultado detrás de la luz enceguecedora de alguien más, aún es visible de a ratos: cuando ríes, eres feliz, bromeas y no cumples con algún deber que solo tú te has impuesto. Tienes una vibración especial cuando eres Laia Ligea en verdad, libérate del recuerdo, no te encadenes a él. 

- No puedo desprenderme de la idea de que he sido insuficiente hasta para la persona que más me ha amado – confesó haciéndose aún más pequeña bajo la llovizna que el viejo árbol no podía detener. 

- Lai, no hay vasos llenos o vacíos en el amor, quien te ama lo ha de hacer con todo de sí y por todo lo que eres. Pero, aunque suene un trabalenguas, eres lo que crees que eres y la energía que proyectas al universo. Si te colocas en ese rincón oscuro donde pareces una pequeña niña insegura, así te verán. 

- Gracias por ese apoyo, amiga – respondió con los ánimos por el suelo. 

- No ibas a pretender que mienta y te de unas palmaditas en la espalda mientras lloras por un idiota, ¿no? – sonrió como solo ella sabía, proyectando calidez.

- De acuerdo… - rezongó sorbiendo la nariz – tienes razón. 

- No, el universo la tiene. 

- ¡Tú y el endemoniado universo!

- Somos sabios – elevó las cejas con sorna y abrazó a la morocha con ternura. 

Entonces, como una señal previamente pactada, un folleto colorido impactó contra el rostro de Sienna, haciéndola chillar de la sorpresa. 

- ¡Oh por el santo universo! ¡Mira, Laia es una maldita señal! ¡Es el destino! – gritaba con la voz ahogada y pataleando la escasa agua del arroyo. 

- ¿De qué rayos estás hablando esta vez? 

Sin necesidad de pensarlo dos veces, el título “El club de los corazones solitarios” le produjo un pequeño dolor de cabeza (si no habían sido los gritos de la rubia), y entendió entonces que sea lo que sea estuviera allá arriba, estaba enviándole un mensaje. 

- Ya está decidido, iremos al Club de los corazones solitarios – exclamó con un dejo de orden en la voz. 

- Yupi… 

Lo que ambas no sabían era que el club les haría saber cuán brillantes pueden ser nuestros corazones, aún solitarios. 

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Si había algo de lo que Declan estaba seguro, era que la vida le había jugado un par de cartas, y en todas las partidas había perdido olímpicamente. Sin embargo, en vez de luchar en contra de la marea alta, había dejado que todos aquellos juegos de azar lo ahogaran poco a poco. 

En un principio, se había tenido que acostumbrar a los destinos impredecibles, los aviones y los nuevos hogares. Con el tiempo, acostumbró a tener pocas pertenencias en su dormitorio y una valija preparada para la ocasión. Se había cerrado a sentir realmente un lugar de pertenencia, y poco a poco, el Declan verdadero fue escondiéndose en máscaras cada vez más grandes, hasta que ya no fue el mismo. 

Entonces, sucedió lo esperado, sus padres se separaron, su padre volvió a volar a otro destino por trabajo y solo quedó la pieza de una familia que antes había sido feliz. Pero de Declan no quedaban fuerzas para cambiar, y ni su nuevo hogar en Kansas o su rota familia podrían devolverlo a la vida. 

Hasta que llegó Laia. Y desde ahí todo cambió. 

- ¡Nix! ¿Puedes salir del baño? Llevo esperando una eternidad, carajo – siseó entre dientes mientras daba pequeños saltos en la puerta de la habitación. 

No llevaba ni dos días con su hermana y ya estaba pensando en cómo empaquetarla y devolverla a Kansas.

- Lo siento Dec, pero yo te advertí que necesitaba dos horas para mi belleza matutina – respondió con la voz ahogada bajo el secador de cabello. 

- Dos horas necesitarás para arreglarte la cara si no sales en este momento – amenazó – me meo, Nix. 

- Por dios, que gruñón – respondió la pelinegra cuando salió envuelta en un albornoz – así de agresivo no le gustarás a nadie. Menos con esa cara tan fea – acotó por lo bajo. 

- ¡Dos horas solo para ducharte! – exclamó al ver la figura de su hermana melliza aún envuelta en toallas y con gotitas cayéndole por los hombros –  hablaremos de esto más tarde, Nixie. 

- Oye, no eres papá – comentó apuntándolo con un cepillo de dientes – ¡Y no me llames así!

- Lo siento – comenzó con una sonrisa traviesa – Nixie… 

Declan se atrevió a mirarla una última vez mientras su hermana apuntaba un pequeño neceser a su cabeza. Tan rápido como entornó los ojos, él cerró la puerta del baño.

- ¡Idiota! – se escuchó en la habitación como su hermana refunfuñaba por lo bajo. 

Touché pensó Declan antes de hacer sus necesidades.

Abrió la regadera y al sentir las gotas de agua completamente congelada – una maña que tenía desde pequeño –, comenzó a relajarse. El día que estaban por atravesar era un completo infierno: una nueva rutina. Ya sabía lo que sentiría, y adaptarse a un nuevo lugar no le agradaba en lo absoluto. Pero como siempre, la fuerza magnética de Nix lo había arrastrado, y sabía que no podría separarse tanto de su hermana ni aunque quisiera. 

Declan reconocía que había comenzado a sentir pánico en el momento exacto en que su melliza se había quitado los tacones para conducir. Y no porque su sentido de orientación fuera peor que un GPS en Marte, sino porque tenía miedo de volver a atravesar la misma historia como un disco rayado. Ciudad nueva y Universidad nueva no ameritaba cometer los mismos errores. 

- Ahora, esto es Nueva York no puedes hacer como si condujeras un tractor en el campo – aclaró antes de ver como su hermana encendía el auto. 

No había dudas de que, por dentro, aun siendo ateo, estaba rezando para llegar sanos y salvos. 

- Lo sé, cargué el destino en Google Maps e iré sin prisas, todavía tenemos una hora – respondió Nix mientras se arreglaba el cabello en el retrovisor – todo irá bien.

Dios, yo sé que no te caigo bien, pero sálvanos, pensó Declan. 

En el momento en que Nixie apretó el acelerador, todas las ganas de vivir se esfumaron del cuerpo de ambos. Las calles de Nueva York eran una gran locura, como si el inframundo se hubiese congestionado y las almas en pena vagaran en busca de venganza, todas gruñonas y con prisas. Se habían desviado un par de cruces y la pelinegra estaba atada al volante con el miedo escurriéndose en todo su voluptuoso cuerpo. En cambio, Declan sentía unas fervientes ganas de ahorcarla.

- ¡Deja de mirarme así o me pondré más nerviosa! – gritó sosteniendo con fuerza el volante, quebrándose unas uñas en el proceso. 

- ¿Y cómo quieres que te mire? si te has pasado más de cinco semáforos en rojo y casi atropellas a una anciana.

- ¿Quién diría que habría ancianas en Nueva York eh? – bromeó para reducir la tensión palpable entre su hermano y ella. 

- Más te vale encontrar el camino de vuelta a la Universidad – bramó Declan lanzando flechas imaginarias de sus ojos verdes –. Mañana me tomaré el autobús – susurró. 

- ¡Claro que encontraré el camino! – meneó su coleta indignada – como no te calmes chocaré a una anciana y te culparé – lo acusó quitando los ojos de las calles atestadas. 

- ¡Nix mira al frente! 

Lo que sucedió luego fue un desmadre. El ruido de ambos autos colisionar fue atronador, aunque solo habían chocado las trompas de los mismos. Los latigazos seguidos por un fuerte dolor en el cuello y los bocinazos del resto del tránsito, sacaron de ensoñación a los mellizos, que aun desorientados, hicieron lo posible para salir del auto. 

- ¡Pero si tenías que ser mujer! – bramó el otro conductor. 

Declan inspeccionó los abollones de ambos coches antes de dirigir la mirada a su hermana, que sana y salva, se encogía detrás de su figura masculina. Ya se llevaría una gran regañina, pero primero, nadie insultaba a Nix, solo él. 

- Disculpa, pero el semáforo estaba en rojo para ambos coches – acotó Declan cruzando los brazos sobre el pecho. Todavía sentía las cienes palpitar, pero se esforzaba por mantener la compostura. 

- ¡Y una mierda! ¿Sabes cuánto sale el arreglo? – bramó el muchacho pelinegro.
 
- Por Dios, te daré el número del seguro, ahora cálmate – hizo acopio de todas sus fuerzas para evitar una discusión, sabía que en una pelea saldría perdiendo. 

Antes de continuar, escribió el número del seguro en el teléfono del muchacho, y este, comenzó a relajarse poco a poco. Declan lo inspeccionó antes de seguir la charla, tenía que hacerse la idea de cuánto dolería un golpe de aquél tipo si las cosas se ponían feas. El joven tendría su edad, con el cabello negro azabache al ras, con un estilo militar que no le agradaba. A pesar de no ser más alto que él, tenía una contextura física mayor, y estaba furioso, lo sabía por la forma en que guiaba sus ojos azules como queriendo lanzarle un relámpago a su hermana. A decir verdad, él también quería hacerlo. 

- En cuanto a ti, princesa, la próxima vez conduce un auto de juguete – la miró despectivo mientras se alejaba. 

En ese momento, lejos del estado de shock en el que se encontraba segundos antes, un subidón de energía recorrió el cuerpo de Nixie, y controlada por la bronca, le propinó una buena cachetada al sujeto.

- ¡Estás loca! – exclamó el conductor llevándose la mano al rostro. 

- Es momento de irnos – sugirió Declan subiéndose nuevamente al auto. 

Por arte de magia, y porque conducía Declan, esta vez llegaron a la Universidad. A salvo, pero no del todo sanos. 

Los pasillos solitarios de la Universidad de Nueva York, le dieron la bienvenida con solemnidad. Aquella facultad era inmensa, y solo era un cuarto de los edificios. El espacio hacía sentir infinito a cualquiera que caminara por allí por primera vez. Y así se sintieron los mellizos. 

En cuanto llegaron, Declan se separó de Nix. Sentía un tirón en la ceja y no sabía a qué se debía, aunque no tenía muchas ganas de averiguarlo, en cuanto se hubiese lastimado encerraría a su hermana en el baño por la eternidad. 

Luego de perderse un millón de veces, la vez millón uno encontró los baños de hombre. Se observó al espejo y se veía cansado, como si un camión lo hubiera atropellado (casi). Tenía una brecha en la ceja derecha y un poco de sangre le caía por el rostro. 

- Y no fue capaz de avisarme – bufó resignado, había estado a punto de encontrarse con el decano con aquella pinta. 

Logró limpiar la herida con un poco de alcohol en gel y, después de maldecir, ya seguro de que a su hermana le estaría hirviendo las orejas, salió en busca del decanato de tecnología. 

Había estado a punto de perderse de no ser porque miraba embelesado las aulas repletas de computadoras de alta calidad y completamente equipadas. Se detuvo en una para observar detalladamente. 

Pasaron pocos segundos hasta que se dio cuenta de que no estaba solo. Una joven le daba la espalda sentada completamente absorta en su trabajo. No alcanzaba a verle el rostro, pero una vaga sensación fugaz le recorrió el cuerpo de pies a cabeza. A su lado, el muchacho al que habían chocado en coche minutos antes, le sonreía con ternura. 

Se sintió fuera de lugar, como si estuviera rompiendo un momento íntimo entre dos personas. Y así, aún con el cosquilleo en el pecho, siguió su camino. 

Decir que el día había salido del todo mal, era una afirmación poco acertada. Sí, todo había comenzado en reversa con el accidente, luego la brecha en la ceja, y el hecho de que llegó quince minutos tarde a la reunión. Sin embargo, las clases lo habían sumido en un trance del que todavía no podía despertar, amaba su carrera y estaba seguro de sus decisiones. O al menos lo estaba hasta que acompañó a Nix a la feria. 

- Es bellísimo, mira – lo apremió su hermana con sus ojos grises brillando de emoción. 

- Si, si, como digas, yo solo aprecio que me estoy mojando hasta el culo – se quejó mientras recorrían el décimo puesto de la feria artesanal. 

- Son solo unas gotitas – le respondió Nix con una sonrisa angelical – compro mis pinturas y nos vamos, Aquaman – se burló mientras sostenía unas botellitas repletas de acrilicos brillantes. 

Con el humor por el subsuelo, dirigió la mirada más allá del puesto, esperando que su hermana decidiera dejar de torturarlo. 

La verdad era que la feria estaba atestada de gente. Los colores y las prendas excéntricas parecían ser el derecho de admisión por allí. 

Estaba a punto de molestar a Nix nuevamente, cuando una melena rubia le azotó el rostro. 

- ¡Oye! – gritó con indignación. 

Lo único que le faltaba: comer pelos. 

Sin embargo, la cosa no quedó allí. Lo que sí logró llamarle la atención, fue la muchacha que venía detrás. 

La misma sensación le electrificó el cuerpo entero y el corazón comenzó a latirle a mil. No podía ser, porque ya nadie podía hacerlo sentir así, estaba completamente seguro. Pero en el momento en que le dio lugar a la duda, corrió tras ella. 

Con cada paso, sentía que estaba equivocándose. Nadie podría volver a causarle todo aquello que se había empeñado en dejar de sentir y que, poco a poco, evadió. Había elevado los muros desde el minuto cero en que había dejado Kansas dos años atrás. Sin embargo, parecía que aquellos muros no habían resistido al espacio – tiempo. 

Entonces, la vio. 

Tenía el cabello color tierra crispado por la lluvia y el ceño fruncido, con la mirada perdida, como si buscase algo. De pronto, Declan pisó una pequeña piedra. La recogió con precaución, parecía amazonita, frágil y brillante, del color de sus ojos. 

Laia lo miró y una sombra de recuerdos se instauró en su mirada. Declan sintió en aquél momento que un relámpago lo había partido al medio y tronado en su corazón. 

Estaban allí, pero, esta vez, ella era la que huía de él. 

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Mensaje por katara. Sáb 12 Ene 2019, 8:08 pm

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Mensaje por indigo. Dom 13 Ene 2019, 6:09 am

Entrega especial para Margarito:
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Mensaje por hange. Dom 13 Ene 2019, 10:24 am

Milu, estaré comentándote pronto The Lonely Hearts Club. - Página 5 1796689324
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Mensaje por Jaeger. Dom 13 Ene 2019, 5:27 pm

Yo también estaré comentando pronto The Lonely Hearts Club. - Página 5 1477071114
Jaeger.
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