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Mensaje por Julieta♥ Mar 12 Jun 2012, 9:49 pm

Nombre: ♥️ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥️
Autor: Sarah MacLean
Adaptación: sip..
Genero: Drama, romance y partes hot
Advertencias: nop ninguna por mi parte :D
En otras paginas: tal vez ya que es una adaptacion



Nueve reglas que romper para conquistar a un granuja:
1. Besar a alguien… apasionadamente.
2. Fumar puros y beber whisky.
3. Montar a horcajadas.
4. Practicar esgrima.
5. Asistir a un duelo.
6. Disparar una pistola.
7. Jugar a las cartas (en un club de caballeros).
8. Bailar todos los bailes en una fiesta.
9. Ser considerada hermosa. Una sola vez



Bueno nenitas traigo esta nueva nove que es de epoca y espero que les guste a mi me encanto y quiero compartirla con ustedes ;)
Julieta♥
Julieta♥


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♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION Empty Re: ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION

Mensaje por Julieta♥ Mar 12 Jun 2012, 9:56 pm

Prólogo



Aclaro que cuando aparezca "____*" es el sobrenombre o mas bien como suelen llamarla sus amigos y familiares ;)

Londres, Inglaterra Abril, 1813

Lady _____ Hartwell parpadeó para intentar deshacerse de las lágrimas mientras huía del salón de baile de Worthington House y de la escena más humillante de una larga lista de escenas humillantes. Agradeció el frío aire nocturno al bajar con rapidez la escalinata de mármol. La esencia de la primavera flotaba a su alrededor cuando aceleró el paso para llegar a las sombras de los jardines en penumbra. Una vez que se sintió a salvo, emitió un largo suspiro y caminó más despacio. Su madre se desmayaría si descubriera que su hija mayor había salido al exterior sin una acompañante adecuada, pero a ella le resultaba imposible permanecer un minuto más en el interior de esa horrible estancia. Su primera temporada estaba resultando un absoluto fracaso y no hacía ni siquiera un mes que había debutado. ____* , la hija mayor de los condes de Allendale, debería haber sido por derecho propio la joven más hermosa del baile; había sido educada desde la cuna para destacar en ese mundo, la habían instruido para conocer a la perfección los pasos de baile más elegantes, para lucir los mejores modales y una espléndida belleza. Ese era el problema, por supuesto. _____* era una buena bailarina y hacía gala de una educación impecable, pero ¿una belleza? Pragmática como era, sabía mejor que nadie que no se la podía considerar así.
«Tendría que haber supuesto que sería un desastre», pensó, mientras se dejaba caer en un banco de mármol en el interior del laberinto de los jardines de los Worthington.
Hacía tres horas que había comenzado el baile y todavía no se le había acercado un pretendiente adecuado. Tras ser abordada por dos reconocidos cazadotes, uno mortalmente aburrido y otro que ya había cumplido los setenta años, ____* no pudo seguir fingiendo que lo estaba pasando bien. Era evidente que para la sociedad ella solo tenía el valor de su dote y su ascendencia, y que el resultado no era lo suficientemente atractivo para conseguir una pareja de baile con la que disfrutar de verdad. No, lo cierto era que ____* se había pasado la mayor parte de la temporada siendo ignorada por los solteros más elegibles, codiciados y jóvenes.
Suspiró.
Esta noche había sido todavía peor. Como si no fuera suficiente con resultar visible solo para los más aburridos y viejos, hoy había notado sobre ella la mirada del resto de la sociedad.

—No debería haber permitido nunca que mamá me convenciera para ponerme esta monstruosidad —masculló para sí misma, bajando la mirada a su vestido. La cintura le quedaba muy apretada, y el corpiño, muy justo, además de resultar casi incapaz de contener unos pechos que, por otro lado, eran mucho más grandes de lo que dictaba la moda. Estaba segura de que ninguna bella del baile había sido coronada luciendo aquel anaranjado tono crepuscular. Ni un vestido tan horrible.
Su madre le había asegurado que la prenda había sido confeccionada siguiendo la última moda y, cuando ____* le sugirió que la forma del vestido no era la más adecuada para su figura, la condesa la convenció de que estaba equivocada y de que estaría radiante como un atardecer. La aturdida joven había permitido que la modista la hiciera girar una y otra vez, pinchándola, empujándola y estrujándola hasta conseguir ajustarle el vestido. Y, cuando por fin observó su transformación en el espejo de la modista, no le había quedado más remedio que mostrarse de acuerdo con ellas. Con aquel vestido parecía un atardecer. Un atardecer sorprendentemente feo.
Se rodeó con los brazos para protegerse del frío nocturno y cerró los ojos llena de mortificación.

—No puedo regresar. Tendré que quedarme a vivir aquí para siempre.

Se oyó una profunda risa ahogada entre las sombras. ____* se levantó con rapidez y contuvo el aliento, sorprendida. Apenas pudo distinguir la figura de un hombre a pocos metros mientras trataba de sosegar los desbocados latidos de su corazón. Antes de que se le ocurriera siquiera huir, las palabras escaparon de sus labios, impulsadas por toda la ira y la frustración que sentía.

—No es adecuado que se acerque a la gente en la oscuridad, señor. No es propio de un caballero.
—Mis disculpas —respondió él con rapidez, con una profunda voz de tenor que le hizo estremecerse—. Por supuesto, uno podría sostener la opinión de que ocultarse en las sombras no es exactamente una actitud propia de una dama.
—Ah, en eso se equivoca. No estoy ocultándome en las sombras. Estoy escondida entre ellas. Es algo muy distinto —dijo mientras retrocedía en la oscuridad.
—No voy a delatarla —susurró él, leyendo su mente mientras avanzaba—. Puede dejarse ver. Está realmente atrapada.

____* sintió el seto espinoso en la espalda en el mismo momento en que él se cernió amenazadoramente sobre ella, y supo que el hombre tenía razón. Suspiró con irritación. ¿Le podría ocurrir algo más aquella noche? Justo entonces él quedó iluminado por la luz de la luna y ella averiguó su identidad. En ese momento se respondió a sí misma: «Algo mucho peor.»
Su acompañante no era otro que el marqués de Ralston, un hombre fascinante y devastadoramente atractivo que estaba considerado uno de los libertinos más notorios de Londres. Su escandalosa reputación conjuntaba a la perfección con aquella pecaminosa sonrisa que, en ese momento, estaba dirigida a ____*.

—Oh, no… —musitó, sin ser capaz de ocultar la desesperación en su voz. No podía permitir que la viera. No así, embutida en un armazón rígido como si fuera un ganso de Navidad. Un ganso de Navidad anaranjado como un brillante atardecer.
—¿Qué ocurre, chiquilla? —El perezoso afecto de las palabras la ruborizó mientras buscaba una vía de escape. Ahora, estaba lo suficientemente cerca como para tocarla y se cernía sobre ella, unos quince centímetros más alto. Por primera vez en mucho tiempo, ____* se sintió pequeña. Delicada, incluso. «Tengo que escapar.»
—Debo… debo irme. Si me encontraran aquí… con usted… —Dejó la frase en el aire. Él ya sabía lo que ocurriría.
—¿Quién es usted? —El marqués entrecerró los ojos en la oscuridad, examinándole los rasgos—. Espere… —____* casi vio sus pupilas brillando en la penumbra al reconocerla—. Es la hija de Allendale. La he visto antes.
Ella no pudo contener una sarcástica respuesta.
—Estoy segura de ello, milord. Es difícil pasarme por alto. —Se cubrió la boca inmediatamente, conmocionada por haber hablado con tanta franqueza.
Él se rió entre dientes.
—Sí. Bueno, no es el tipo de vestido que más le favorece.
—Qué diplomático es usted —dijo ella sin poder contener una risita—. Lo admito, parezco un albaricoque.
Ahora, él se rió abiertamente.
—Una comparación muy apropiada. Pero me pregunto, ¿es realmente tan malo parecer un albaricoque? —El marqués le indicó que debería volver a sentarse en el banco y, tras vacilar un momento, ella lo hizo.
—Probablemente, no. —____* esbozó una amplia sonrisa, sorprendida por no sentirse tan humillada como cabría esperar al comprobar que coincidía en su apreciación. No, lo cierto es que en cierta manera lo encontró liberador—. Mi madre… bueno, se muere por vestir a su hija como una muñequita de porcelana. Por desgracia, a mí no me favorece. No sabe las ganas que tengo de que mi hermana crezca y sea ella el objeto de todas sus atenciones.
Él se sentó a su lado en el banco.
—¿Cuántos años tiene su hermana? —le preguntó.
—Ocho —dijo ____* con pesar.
—Ah, entiendo.
—Una declaración comedida. —La joven observó el cielo estrellado—. Ya sé que cuando ella debute me habré quedado para vestir santos.
—¿Qué le hace pensar eso?
Ella lo miró de reojo.
—Aunque aprecio mucho su caballerosidad al fingir ignorancia, milord, nos está insultando a ambos. —Él no respondió, y ella se miró fijamente las manos antes de continuar—. Mis posibilidades de elección son bastante limitadas.
—¿Y eso?
—Al parecer tengo que elegir entre hombres arruinados, viejos o mortalmente aburridos —dijo ella, enumerando con los dedos mientras hablaba.
Él se rió entre dientes.
—Encuentro difícil creerlo.
—Oh, es verdad. No soy el tipo de joven que atrae a los caballeros. Cualquiera con ojos en la cara puede verlo.
—Yo tengo ojos y no lo veo. —Su voz era intensa, ronca y suave como el terciopelo cuando alargó la mano para acariciarle la mejilla.
____* contuvo el aliento, siendo intensamente consciente del efecto de la caricia.
Se apoyó en su mano, incapaz de evitarlo, cuando él le asió la barbilla.
—¿Cómo se llama? —le preguntó con suavidad.
Ella se estremeció, sabiendo lo que se avecinaba.
—____ —____* cerró los ojos, avergonzada de poseer un nombre tan extravagante. Un nombre que nadie, salvo una madre intensamente romántica y obsesionada por Shakespeare, le habría puesto a una niña.
—____… —Él saboreó el nombre en los labios—. ¿Cómo la mujer de Julio César?
La joven se sonrojó mientras asentía con la cabeza.
El hombre sonrió.
—Voy a tener que interesarme por sus padres. Un nombre atrevido, sin duda.
—Un nombre horrible.
—Tonterías. ____ fue emperatriz de Roma, era fuerte, hermosa y más inteligente que la mayoría de los hombres que la rodeaban. Intuyó el futuro y se enfrentó con valor al asesinato de su marido. Es una tocaya digna de tener en cuenta. —Le agitó la barbilla con firmeza mientras hablaba.
____* no pudo añadir nada ante tan francas palabras. Antes de que pudiera pensar qué responder, él continuó hablando:
—Bueno, debo irme. Y usted, lady ____, debe regresar al baile con la cabeza bien alta. ¿Cree que será capaz? —Le dio un toque final a la barbilla y se levantó, haciendo que ____* fuera consciente del frío.
Lo miró y asintió con la cabeza, asombrada.
—Sí, milord.
—Buena chica. —El marqués se inclinó sobre ella y le susurró al oído, acariciándole la nuca con su respiración y calentándola en la fría noche de abril—. Recuerde, es una emperatriz. Compórtese como tal y no les quedará más remedio que considerarla así. Yo ya lo hago… —Se interrumpió, y ella contuvo el aliento, esperando sus palabras—: Alteza.

Y dicho eso, se alejó, perdiéndose en la profundidad del laberinto y dejando a ____* con una amplia y absurda sonrisa en la cara. No se lo pensó dos veces antes de seguirlo, pues ansiaba estar de nuevo junto a él. En ese momento, lo habría seguido a cualquier parte; aquel príncipe entre los hombres no se había fijado en su dote ni en su horrible vestido, sino en ella.
«Si yo soy una emperatriz, él es el único hombre digno de ser mi emperador.»
No tuvo que llegar demasiado lejos para verlo. Unos metros más adelante, el laberinto desembocaba en un claro donde había una enorme fuente adornada con querubines.
Allí, bañado por el resplandor de la luna, estaba su príncipe de anchos hombros y largas piernas. ____* contuvo el aliento al verlo… Era exquisito, como si él también hubiera sido tallado en mármol.
Entonces se dio cuenta de que había una mujer entre sus brazos y abrió la boca en silencio. Luego se cubrió los labios con la mano y abrió mucho los ojos. En sus diecisiete años de vida, no había presenciado algo tan… asombrosamente escandaloso.
La luz de la luna dotaba a la amante del marqués de un aire etéreo con aquel pálido cabello dorado y aquel vestido, como una pálida telaraña resplandeciente en la oscuridad. ____* retrocedió entre las sombras y miró los setos a su alrededor, deseando no haberlo seguido, pero incapaz de no continuar observando el abrazo de los amantes… ¡Santo Dios, menudo beso!
Y, en lo más profundo de su interior, la sorpresa juvenil fue reemplazada por el lento ardor de los celos. Nunca en su vida había deseado ser otra persona, pero, por un momento, se imaginó que era ella la que estaba entre sus brazos, la que entrelazaba los dedos entre sus cabellos oscuros. Que era su cuerpo el que acariciaban y moldeaban aquellas manos firmes; sus labios los que mordía; sus gemidos los que inundaban la brisa nocturna como una caricia.
Mientras miraba cómo la boca masculina recorría la larga columna de la garganta de la mujer, ____* recorrió con los dedos el mismo camino en su cuello, incapaz de contenerse, imaginando que era él quien le hacía aquella leve caricia. Observó extasiada que el marqués llevaba la mano al suave corpiño que dibujaba la figura de su amante y que trazaba el delicado borde antes de deslizarlo hacia abajo para dejar al descubierto un pecho firme y pequeño. Los dientes del hombre destellaron malévolamente en la oscuridad cuando bajó la vista hacia aquel montículo perfecto, susurrando una sola palabra: «precioso», antes de acercar los labios a la oscura punta, erizada por el gélido aire y el ardiente abrazo.
Extasiada, la mujer dejó caer la cabeza hacia atrás, incapaz de controlar el placer que estaba alcanzando. ____* no pudo apartar la vista del espectáculo que se desarrollaba ante ella mientras continuaba acariciándose el pecho con la mano, notando cómo su propia cima se endurecía bajo la seda del vestido e imaginando que eran la mano y la boca del marqués lo que sentía.

—Joseph…

El nombre que la mujer gimió, sin poder contenerse, flotó en el claro arrancando a ____* de su ensueño. Avergonzada, dejó caer la mano y se alejó de la escena. Recorrió el laberinto a la carrera, desesperada por escapar, y llegó por fin al banco de mármol donde había comenzado todo aquello. Se dobló sobre sí misma jadeando, avergonzada de su comportamiento. Las damas no escuchaban a escondidas. Sobre todo, no espiaban ese tipo de encuentros.
Además, aquellas fantasías no le hacían ningún bien.
Ignoró una punzada de pesar devastador cuando se dio cuenta de la realidad. El magnífico marqués de Ralston jamás sería suyo, ni nadie como él. Tuvo la aguda certeza de que todo lo que él le había dicho antes no era cierto, solo mentiras que un consumado seductor había elegido con sumo cuidado para conseguir aliviar su dolor y alejarla, despreocupadamente, del lugar donde se había citado con una encantadora belleza. Él no creía una palabra de lo que le había susurrado.
No, ella no era ____, la emperatriz de Roma. Era la misma ____* corriente de siempre. Y nunca sería otra cosa.



espero les guste...y ps espero sus comentarios ;)
Julieta♥
Julieta♥


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♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION Empty Re: ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION

Mensaje por Julieta♥ Miér 13 Jun 2012, 4:33 pm

Capítulo 1



Londres, Inglaterra Abril, 1823

Lo despertó un incesante golpeteo. Al principio lo ignoró e integró en sus sueños la fuente de aquel irritante sonido.
Transcurrió un buen rato y un tenso silencio cayó sobre el dormitorio.
Joseph St. Jonas, marqués de Ralston, percibió la tenue luz del amanecer que inundaba decadentemente la estancia. Durante un momento, permaneció quieto, observando los elegantes matices de las paredes del dormitorio decoradas con papel de seda y cornisas doradas, un colorido refugio para el placer sensual.
Girándose hacia la exuberante hembra que tenía al lado, esbozó una sonrisa cuando ella arqueó su ansioso y desnudo cuerpo hacia el suyo, y se dejó sumir, dada la temprana hora y la calidez de la mujer, en una beatífica somnolencia.
Se quedó inmóvil y cerró los ojos, deslizando las yemas de los dedos por el hombro desnudo de su compañera de cama mientras la elegante mano femenina coqueteaba con los duros músculos de su torso; la dirección que tomaron los dedos era una oscura y erótica promesa de placer. Entonces, la caricia se hizo más fuerte y firme, y él recompensó la habilidad de la mujer con un ronco gruñido de deseo.
El intenso y constante golpeteo comenzó a sonar de nuevo en la pesada puerta de roble.

—¡Basta! —

Joseph abandonó la cama de su amante, dispuesto a enfrentarse con quien fuera para que los dejaran en paz durante el resto de la mañana. Apenas terminó de abrocharse la bata de seda, abrió bruscamente la puerta con una florida maldición.
En el umbral aguardaba su hermano mellizo, impecablemente vestido y arreglado, como si fuera normal ir a buscarlo a casa de su amante al romper el alba. Detrás de Nicholas St. Jonas había un lacayo.

—Milord, he intentado detenerlo… —farfullaba el hombre sin cesar antes de que Joseph interrumpiera sus palabras con una gélida mirada.
—Déjenos solos.
Nick observó cómo el lacayo se escabullía, y arqueó una ceja con diversión.
—Había olvidado lo encantador que resultas por las mañanas, Joe.
—En nombre de Dios, ¿qué te trae aquí a estas horas?
—He pasado antes por Ralston House —se excusó Nick—. Al ver que no estabas allí, he supuesto que este sería el lugar donde me resultaría más fácil encontrarte. —Apartó la mirada de su mellizo y la clavó en la mujer que se había sentado en el centro de la enorme cama. Nick la saludó con un gesto de cabeza y una amplia e indolente sonrisa—. Nastasia, mis disculpas por la interrupción.
La belleza griega se estiró, sensual y provocativamente, como una gata en celo, permitiendo que la sábana que sostenía contra su cuerpo con falsa modestia se deslizara ligeramente, dejando al descubierto un delicioso pecho.
—Lord Nicholas —intentó engatusarlo con una provocativa sonrisa—, le aseguro que no me importa en lo más mínimo. Quizá le gustaría unirse a nosotros —hizo una sugerente pausa—, para desayunar.
Nick sonrió apreciativamente.
—Una oferta tentadora.
—Nick, si tan necesitado estás de una mujer —le azuzó Joseph , ignorando el intercambio entre su hermano y su amante—, estoy seguro de que podríamos haberte encontrado una sin necesidad de que perturbaras mi descanso.
Nick se apoyó en el marco de la puerta, clavando la mirada en Nastasia durante un buen rato antes de devolver la atención a Joseph.
—¿Tu descanso, hermano?
Joseph se apartó de la puerta en dirección al palanganero en la esquina de la estancia, donde se inclinó para lavarse la cara.
—Te estás divirtiendo, ¿verdad?
—Inmensamente.
—Nick, te concedo unos segundos para que me digas por qué estás aquí antes de que olvide que eres mi hermano menor y te mate.
—Es interesante lo mucho que viene al caso esa frase —dijo Nick como quien no quiere la cosa—. En realidad es tu posición como hermano mayor la razón de que me encuentre aquí ahora.
Joseph alzó la cabeza y miró fijamente a su mellizo mientras se le deslizaban por la cara diminutas gotitas de agua.
—Figúrate, Joe, resulta que tenemos una hermana.


—Una hermanastra —afirmó Joseph con firmeza mirando fijamente al abogado, en espera de que el hombre recuperara el valor y le explicara todas las circunstancias que rodeaban aquella sorprendente noticia. Joe había perfeccionado aquella táctica de intimidación en los peores garitos de juego de Londres y suponía que de esa manera conseguiría que el hombrecillo hablara de una vez.
Estaba en lo cierto.
—Yo… es decir, milord…
Joseph le dio la espalda, atravesando el estudio para servirse una copa.
—Suéltelo de una vez, hombre. No tengo todo el día.
—Su madre…
—Mi madre, si es que se puede llamar de esa manera a la deshumanizada criatura que nos parió, abandonó Inglaterra para establecerse en el Continente hace más de veinticinco años. —Hizo girar el líquido ambarino en la copa con una mirada de aburrimiento—. ¿Por qué debemos creer que esa chica es nuestra hermana y no una charlatana ansiosa de aprovecharse de nuestra buena voluntad?
—Su padre era un comerciante veneciano que poseía dinero más que de sobra, fortuna que ella ha heredado. —El abogado hizo una pausa para colocarse las gafas mientras miraba a Joseph de reojo—. Milord, la chica no tiene ninguna razón para mentir sobre su nacimiento. De hecho, y con todos mis respetos, parece que ella hubiera preferido que no les comunicara su existencia.
—Entonces, ¿por qué hace esto?
—No tiene más familia, aunque me han comentado que algunos amigos están dispuestos a acogerla. Sin embargo, según los documentos que obran en mi poder, esto es obra de su madre. Fue la antigua marquesa quien, antes de abandonarlos, pidió al padre de la chica… —se interrumpió, inseguro—… que se encargara de enviarla aquí en el caso de… de que él falleciera. Su madre estaba segura de que usted… —se aclaró la voz—. De que lo consideraría una obligación familiar.
Joseph sonrió, aunque no le encontró ni pizca de gracia.

—No deja de ser irónico que nuestra madre haya apelado a nuestro sentido de la obligación familiar, ¿verdad?
El abogado fingió no entender el comentario.
—En efecto, milord. Pero, si me permite decirlo, la chica ya está aquí y es muy dulce. No sé qué hacer con ella. —No dijo nada más, pero el significado de sus palabras fue elocuente: «No estoy seguro de si debería dejarla en sus manos.»
—Por supuesto, debe quedarse aquí —aseguró Nick finalmente, recibiendo una mirada de agradecimiento del abogado y otra irritada de su hermano—. Nosotros la acogeremos. Supongo que debe de sentirse muy afectada.
—En efecto, milord —convino el abogado al notar la amabilidad en los ojos de Nick.
—No me había percatado de que eras tú quien tomaba las decisiones en esta familia, hermano —dijo Joseph , que arrastró las palabras con la mirada clavada en el abogado.
—Solo me limito a acortar la agonía de Wingate —respondió Nick, con la aprobación del abogado—. Sabemos de sobra que no rechazarás a alguien de tu sangre.
Por supuesto, Nick estaba en lo cierto. Joseph St. Jonas, séptimo marqués de Ralston, nunca rechazaría a su hermana a pesar de sentir un profundo deseo de hacerlo. Ralston se pasó la mano por el pelo negro y maldijo para sus adentros a su madre, a la que no había visto desde hacía décadas.
Esta se había casado a una edad muy temprana —apenas dieciséis años— y había tenido a los mellizos al año siguiente. Una década después había huido al Continente, dejando a sus hijos y a su marido sumidos en la desesperación. Si se tratara de cualquier otra mujer, Joe habría podido sentir cierta simpatía por ella; habría comprendido sus miedos y perdonado su deserción. Pero él había presenciado el pesar de su padre y sufrido el dolor que su pérdida le había causado. Finalmente, el hombre reemplazó la tristeza por cólera. Pasaron muchos años antes de que se aplacara la furia en que se había sumido y pudiera hablar de ella sin gritar.
Descubrir ahora que había tenido otra familia había reabierto la herida. Le enfurecía que hubiera tenido otro hijo —una niña, nada menos—, y que también la hubiera dejado abandonada cuando era pequeña. Por supuesto, ella había estado en lo cierto: él se encargaría de su familia. Haría lo que fuera necesario para enmendar los pecados de su madre. Y quizá fuera esa parte de la situación la que más amargura le producía, que su madre le conociera tan bien. Que todavía estuvieran conectados.
Dejó la copa sobre la mesa, ocupando de nuevo su lugar detrás del ancho escritorio de caoba.
—¿Dónde se encuentra la chica, Wingate?
—Creo que la han hecho esperar en la salita verde, milord.
—Bien, pues que venga aquí. —Nick se acercó a la puerta, la abrió y le indicó a un lacayo que fuera a buscarla.
En el tenso silencio que siguió, Wingate se alisó el chaleco, lleno de nerviosismo.
—Ehh… ¿me permite, milord? —Joe le lanzó una mirada irritada—. Es una buena chica. Muy dulce.
—Sí. Ya lo ha mencionado. En contra de lo que parece creer, Wingate, no soy un ogro que se coma a las jovencitas. —Se interrumpió por un momento y curvó los labios en una mueca sardónica—. Al menos no a las jovencitas de mi familia.
La llegada de su hermana impidió que Joe disfrutara de la desaprobación del abogado. Se puso en pie cuando se abrió la puerta y entornó los ojos cuando unas pupilas color avellana, extrañamente familiares, se clavaron en él desde el otro lado de la estancia.
Julieta♥
Julieta♥


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♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION Empty Re: ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION

Mensaje por helado00 Miér 13 Jun 2012, 8:00 pm

holaaa!! 1º lectora!!!
vaya pero que caracte se carga ehh!!
askdhkhkashk siguelaa :D
helado00
helado00


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♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION Empty Re: ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION

Mensaje por Julieta♥ Miér 13 Jun 2012, 9:25 pm

helado00 escribió:holaaa!! 1º lectora!!!
vaya pero que caracte se carga ehh!!
askdhkhkashk siguelaa :D

BIENVENIDA
gracias por pasarte
y en honor a mi primera lectora ;) subo otro cap
Julieta♥
Julieta♥


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♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION Empty Re: ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION

Mensaje por Julieta♥ Miér 13 Jun 2012, 9:30 pm

CAPITULO 2



—Santo Dios… —Las palabras de Nick reflejaron a la perfección los pensamientos de Joe.

No había ninguna duda de que aquella chica era su hermana. Además de sus ojos, del mismo color miel-avellana que los de ellos, compartía con los mellizos la firme barbilla y el oscuro pelo rizado. Era el vivo retrato de su madre… Alta, delgada y hermosa, con un innegable fuego en la mirada. Joe maldijo para sus adentros.
Nick fue el primero en recobrar la compostura y se inclinó en una profunda reverencia.

—Enchanté, señorita Juliana. Soy tu hermano, Nicholas St. Jonas. Y este —señaló a Ralston—, es nuestro hermano Joseph, el marqués de Ralston.
Ella hizo una graciosa reverencia y se señaló a sí misma cuando se irguió.
—Soy Juliana Fiori. Lo confieso, no esperaba que fuerais… —hizo una pausa, buscando la palabra—, gemelli. Perdonad, no conozco la palabra en inglés.
Nick sonrió.
—Mellizos. No, imagino que nuestra madre tampoco contaba con gemelli.
El hoyuelo en la mejilla de Juliana fue una réplica exacta del de Nick.
—Como usted ha dicho, es realmente espectacular —le dijo al abogado.
—Sí. Bueno —carraspeó Wingate, captando la atención de todos—, si no me necesitan, me retiro. —El hombrecillo miró a Nick y luego a Ralston, ansioso por recobrar la libertad.
—Puede irse, Wingate —ordenó Ralston en tono gélido—. De hecho, lo espero ansiosamente.

El abogado retrocedió al tiempo que se inclinaba en una rápida reverencia, como si temiera que no lograría escapar si tardaba demasiado en hacerlo. En cuanto salió de la estancia, Nick se giró hacia Juliana.

—No te dejes engañar por Joe, no es tan malo como parece. Pero algunos días le gusta jugar a ser el señor de la heredad.
—Soy el señor de la heredad —señaló Ralston secamente.
Nick le guiñó el ojo a su hermana.
—Me lleva solo cuatro minutos, pero no puede evitar recordármelo cada vez que puede.
Juliana le brindó a Nick una sonrisa antes de clavar sus ojos miel-avellana claro en el hermano mayor.
—Milord, me gustaría irme.
Jod asintió con la cabeza.
—Es comprensible. Ordenaré que trasladen tus cosas a una de las habitaciones del piso de arriba. Debes de estar cansada tras un viaje tan largo.
—No, no lo entiendes. Me gustaría irme de Inglaterra. Quiero regresar a Venecia. —Como ni Joe ni Nick dijeron una palabra, ella continuó, moviendo las manos mientras hablaba con un acento cada vez más marcado a medida que la emoción se adueñaba de su discurso—. Os lo aseguro, no comprendo por qué mi padre ordenó que viniera aquí. Allí tengo amigos que me darían la bienvenida en su casa sin…
Joe la miró fijamente.
—Te quedarás aquí.
—Mi scusi, milord, prefiero que no sea así.
—Me temo que no tienes otra opción.
—No puedes obligarme a quedarme aquí. No es mi lugar. No con vosotros… No en… Inglaterra —escupió la palabra como si se tratara de algo apestoso.
—Olvidas que eres medio inglesa, Juliana —le recordó Nick, divertido.
—¡No! ¡Soy italiana! —Sus ojos miel.avellana brillaron con intensidad.
—Y tu carácter lo demuestra, gatita —aseguró Joe lentamente—. Pero eres el vivo retrato de nuestra madre.
Juliana miró las paredes.
—¿Retratos? ¿De nuestra madre? ¿Dónde?
Nick se rió entre dientes, fascinado por el malentendido.
—No. No encontrarás retratos suyos aquí. Joe quería decir que te pareces a nuestra madre. Lo cierto es que sois como dos gotas de agua.
Juliana cortó el aire con una mano.
—No te atrevas a repetir tal cosa. Nuestra madre era una… —Se interrumpió y en el silencio que cayó pesadamente sobre la estancia resonó un mudo epíteto.
Ralston torció los labios en una sonrisa sardónica.
—Por lo que veo hemos encontrado un tema en el que estamos totalmente de acuerdo.
—No puedes obligarme a que me quede.
—Me temo que sí. Ya he firmado los papeles. Estás bajo mi tutela hasta que te cases.
Ella abrió los ojos como platos.
—Eso es imposible. Mi padre jamás habría permitido tal cosa, sabía que no tengo intención de casarme.
—¿Por qué? —preguntó Nick.
Juliana se volvió hacia él.
—Pensaba que lo entenderíais mejor que nadie. No pienso cometer los mismos pecados de mi madre.
Joe entrecerró los ojos.
—No hay ninguna razón para que hicieras tal cosa…
—Pues si no te importa, ni siquiera pienso permitir que surja la oportunidad, milord. Seguramente podremos llegar a un acuerdo.
En ese momento, Joe tomó una decisión.
—¿Conociste a nuestra madre?
Juliana se mantuvo erguida y orgullosa, sosteniendo la mirada de Ralston sin vacilar.
—Nos abandonó hace casi diez años. ¿No hizo lo mismo con vosotros?
Ralston asintió con la cabeza.
—Ni siquiera habíamos cumplido diez años.
—Entonces imagino que ninguno de nosotros tres siente demasiado cariño por ella.
—En efecto.
Se quedaron inmóviles durante un buen rato, cada uno perdido en sus pensamientos. Joe fue el primero en hablar.
—Voy a hacer un trato contigo. —Juliana negó con la cabeza, pero Ralston alzó la mano, deteniendo sus palabras—. Te quedarás dos meses, eso no es negociable. Si pasado ese tiempo sigues prefiriendo regresar a Italia, haré los preparativos para que así sea.
Ella ladeó la cabeza como si estuviera considerando la oferta y las salidas que tenía. Por fin, asintió con un gesto, mostrándose de acuerdo.
—Dos meses. Ni un día más.
—Puedes elegir el dormitorio que prefieras en el piso de arriba, hermanita.
Ella le hizo una profunda reverencia.
—Grazie, milord.
—¿Cuántos años tienes? —La voz de Nick la detuvo cuando ya se dirigía hacia la puerta del estudio.
—Veinte.
Nick lanzó una fugaz mirada a su hermano antes de hablar.
—Vamos a tener que presentarte en sociedad.
—No creo que sea necesario cuando solo voy a permanecer aquí ocho semanas. —El énfasis que imprimió a las últimas palabras fue imposible de confundir.
—Lo discutiremos cuando llegue el momento. —Ralston puso punto final a la conversación y la escoltó hasta la puerta, que abrió para llamar al mayordomo—. Jenkins, por favor, escolte arriba a la señorita Juliana y que alguien le ayude a instalarse. —Se volvió hacia Juliana—. Tienes una doncella, ¿no?
—Sí —dijo ella, con los labios curvados con diversión—. ¿Debo recordarte que fueron los romanos los que civilizaron este país?
Ralston arqueó las cejas.
—Piensas convertirte en un reto, ¿verdad?
Juliana sonrió angelicalmente.
—Me he mostrado de acuerdo en quedarme, milord, no en que vaya a hacerlo de buena gana.
Él se volvió hacia Jenkins.
—Vivirá con nosotros de ahora en adelante.
Juliana negó con la cabeza, sosteniendo la mirada de su hermano.
—Solo durante dos meses.
Joe meneó la cabeza y rectificó sus palabras.
—Vivirá aquí por el momento.
El mayordomo ni siquiera parpadeó ante tan sorprendente anuncio.
—De acuerdo, milord —dijo, sin alterar el tono. Y ordenó a varios lacayos que se apresuraran a subir los baúles de Juliana antes de guiar a la joven escaleras arriba.
Satisfecho de que se estuvieran cumpliendo sus órdenes, Ralston cerró la puerta del estudio y se volvió hacia Nick, que estaba apoyado en el aparador con una indolente sonrisa en la cara.
—Bien hecho, hermano —señaló Nick—. Si la sociedad sospechara que tienes un sentido tan profundo de la obligación familiar… tu reputación como ángel caído quedaría destrozada.
—Yo que tú no diría ni una palabra más.
—De veras, es reconfortante. El marqués de Ralston y toda su maldad, sometidos por una jovencita.
Ralston le dio la espalda a su hermano para cruzar el estudio en dirección al escritorio.
—¿No tienes algo que hacer en algún sitio? ¿Alguna estatua que limpiar? ¿Alguna anciana en Bath desesperada por que identifiques un pedazo de mármol?
Nick extendió las piernas y cruzó los tobillos, negándose a seguirle la corriente a su hermano.
—De hecho, así es. Sin embargo, tendrán que esperar, así como mis legiones de seguidores, porque pienso pasar la tarde contigo.
—No te molestes.
Nick se puso serio.
—¿Qué ocurrirá dentro de dos meses? ¿Cuando ella todavía quiera irse y tú no estés dispuesto a permitírselo? —Como Ralston no respondió, Nick continuó—: No ha sido fácil para ella. Que su madre la abandonara tan joven… y luego perder a su padre.
—No es tan diferente de lo que nos ocurrió a nosotros. —Ralston fingió desinterés mientras buscaba algo en el montón de la correspondencia—. De hecho, según recuerdo, nosotros perdimos a papá al mismo tiempo que a mamá.
Nick le sostuvo la mirada.
—Nos teníamos el uno al otro, Joe. Ella no tiene a nadie. Deberías ponerte en su lugar, acaba de perder todo lo que tenía, todos a los que ama.

Ralston miró a Nick mientras se abandonaba a los sombríos recuerdos de su infancia compartida. Los mellizos habían sobrevivido a la ausencia de su madre y a la desesperación de su padre. Su infancia no había sido agradable, pero Nick tenía razón…, se habían tenido el uno al otro. Y eso había marcado la diferencia.

—Lo único que aprendí de nuestros padres es que el amor está sobrevalorado. Lo único que importa son las responsabilidades. El honor. Será bueno que Juliana lo aprenda cuando aún es joven. Ahora nos tiene a nosotros. Y es probable que ella considere que no es nada, pero tendrá que ser suficiente.
Los hermanos se mantuvieron en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos.
—Será difícil que la sociedad la acepte —concluyó Nick.

Ralston maldijo por lo bajo, reconociendo la verdad que encerraban las palabras de su hermano.
Como descendiente de una mujer que ni siquiera se había divorciado, Juliana no sería aceptada por la sociedad. En el mejor de los casos, era la hija de una dama desterrada que tendría que enfrentarse a la reputación manchada de su madre y, en el peor, era la bastarda que una marquesa descarriada había tenido con su amante italiano.

—Será cuestionada su legitimidad —volvió a hablar Nick.
Joe meditó la cuestión durante un buen rato.
—Si nuestra madre se llegó a casar con su padre, significa que la marquesa abrazó el catolicismo en Italia y la Iglesia católica no reconocería un matrimonio realizado según el rito anglicano.
—Ah, entonces quienes somos ilegítimos somos nosotros. —Las palabras de Nick estuvieron acompañadas de una irónica sonrisa.
—Al menos para los italianos, sí —ironizó Joe —. Por fortuna, somos ingleses.
—Excelente. Por lo menos para nosotros —respondió Nick—, pero ¿y para Juliana? Habrá muchos que se negarán a tratar con ella. No les agradará codearse con la hija de una mujer manchada. Y católica, nada menos.
—Por principios, nunca la aceptarán. No podemos cambiar el hecho de que su padre es un burgués.
—Quizá deberíamos presentarla como una prima lejana en vez de una hermanastra.
La respuesta de Ralston fue taxativa.
—Ni hablar. Es nuestra hermana. La presentaremos como tal y nos enfrentaremos a lo que sea necesario.
—Es ella la que tendrá que enfrentarse a las consecuencias. —Nick miró a su hermano mientras esas palabras flotaban en el aire—. La temporada pronto estará en su apogeo. Si queremos tener éxito, nuestras actividades tendrán que ser las correctas. Nuestra reputación será la suya.
Ralston entendió lo que quería decir. Tendría que poner fin a su arreglo con Nastasia; una cantante de ópera conocida por su indiscreción.
—Hablaré con Nastasia hoy mismo.
Nick asintió con la cabeza antes de añadir:
—Y Juliana deberá tener una madrina. Alguien con una reputación intachable.
—Sí, yo he pensado lo mismo.
—Siempre podemos recurrir a tía Phyllidia. —Nick se estremeció, como siempre que mencionaba a la hermana de su padre quien, a pesar de ostentar opiniones muy personales y enfrentarse descaradamente a ciertas instituciones, era una duquesa viuda muy respetada por la sociedad.
El «no» de Ralston fue breve y conciso. Phyllidia no sería capaz de manejar una situación tan delicada como aquella: una misteriosa hermanastra que había aparecido en Ralston House al principio de la temporada.
—No servirá ninguna mujer de nuestra familia.
—Entonces ¿a quién recurriremos?
Los dos mellizos se miraron a los ojos; su determinación y compromiso eran similares.
Pero solo uno era marqués y sus palabras no dejaron lugar a dudas.
—Encontraré a alguien.
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por helado00 Jue 14 Jun 2012, 2:25 pm

askdhsakdhskadhkasd un cap en mi honor!! que bonitooo :hug: :happy: :z: :oops: :bounce:
yo uqerer más!! y pobre julianna D: no me imagino lo que se ha de sentir!!
te digo algo, no se porque pense que su hermanita iba a ser demi .__. estoy loca hahahahahasiguela :D
helado00
helado00


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Mensaje por Julieta♥ Jue 14 Jun 2012, 5:54 pm

CAPÍTULO 3



Entonces, con un estallido de lágrimas, la joven corrió directamente hacia él, rodeó con los brazos el cuello de Ulises y le cubrió de besos la frente y las mejillas antes de hablar.
—Heme aquí, vos lograsteis conquistar mi corazón, inflexible como es.
En el corazón de Ulises surgió otro deseo aparte del de lamentarse; y lloró, estrechando entre sus brazos a su querida y fiel esposa.



____* Hartwell interrumpió su lectura y emitió un largo suspiro de satisfacción. El sonido resonó en el silencio en la biblioteca de Allendale House, a donde había escapado horas antes en busca de una buena lectura. En opinión de ____* un buen libro requería una inolvidable historia de amor… y Homero cumplía las expectativas.
«Oh, Ulises», pensó ella con ternura, pasando una página amarillenta de aquel ejemplar con cubierta de piel mientras se enjugaba una lágrima. «Veinte años después, por fin de vuelta en los brazos de su amor. Un reencuentro merecido donde los haya. De los mejores libros que he leído.»
Interrumpió su lectura y recostó la cabeza sobre el mullido respaldo del sillón, suspirando. Inhaló el rico aroma de sus queridos y bien cuidados volúmenes antiguos mientras imaginaba que era la protagonista de aquella historia en particular… Una esposa amada, el objeto de una búsqueda heroica, la mujer cuyo amor había inspirado a su marido a luchar contra el cíclope, a resistir a las sirenas, a conquistar lo que fuera necesario para alcanzar una sola meta: regresar a su lado.
¿Cómo sería ser como ella, una mujer cuya belleza sin par fuera recompensada por el amor del más importante héroe de su tiempo? ¿Cómo sería recibir al único hombre que posee tu corazón? ¿Y cómo sería en la cama? Una pícara sonrisa curvó los labios de ____* cuando aquel atrevido pensamiento atravesó su mente. «Oh, Ulises, desde luego.»
Se rió por lo bajo. Si el resto del mundo supiera que lady ____ Hartwell, la correcta e intachable solterona tenía esos entretenidos, arraigados y, sin duda, impropios pensamientos sobre héroes de papel… Suspiró de nuevo, recriminándose, para sus adentros con vehemencia. Era consciente de que era una tontería soñar con hombres que solo habitaban en las páginas de los libros. Aquel era un hábito terrible, y ella llevaba haciéndolo demasiado tiempo.
Había comenzado la primera vez que leyó Romeo y Julieta, cuando tenía doce años, y había seguido haciéndolo con pequeños y grandes personajes —desde Beowulf o Hamlet hasta Tristán y otros protagonistas más sombríos de novelas góticas, sin importar la calidad que destilaran esas páginas—; las fantasías de ____* sobre ídolos de papel eran absolutamente democráticas.
Cerró los ojos y se imaginó muy lejos de esa estancia de techo alto llena de innumerables libros y documentos pertenecientes a la larga lista de condes de su familia. Soñó que era Penélope en vez de la hermana solterona del conde Allendale y que estaba tan profundamente enamorada de Ulises que había despreciado a todos los demás pretendientes.
Conjuró mentalmente a su héroe. Ella estaba sentada ante un telar; él, en el umbral de la puerta. Era fácil imaginar su aspecto físico, pues había tenido el mismo una y otra vez durante la última década.
Alto, de complexión imponente, fibroso, con un pelo espeso y oscuro que impulsaba a todas las mujeres a acariciarlo y unos ojos miel-avellana del mismo tono que de la bruma del mar por el que había navegado Ulises durante veinte años. La mandíbula firme, pero con un hoyuelo que solo aparecía cuando sonreía. ¡Y qué sonrisa…!, prometía picardía y placer a partes iguales.
Sí… Todos sus héroes estaban destinados a tener el mismo aspecto que el único hombre con el que había soñado: Joseph St. Jonas, marqués de Ralston. Cualquiera pensaría que tras una década debería haber prescindido de su fantasía, pero parecía que tenía inclinación por aquel granuja a pesar de sí misma y que estaba condenada a pasarse el resto de su vida imaginándoselo como su Marco Antonio particular, siendo ella Cleopatra.
Soltó una carcajada ante el símil. Dejando a un lado el hecho de que llevara el nombre de una emperatriz, habría que estar realmente loco para comparar a lady ____ Hartwell con Cleopatra. Para empezar, ____* jamás había dejado incapacitado a un hombre con su belleza, algo en lo que Cleopatra había sido toda una experta. Cleopatra no había tenido su pelo y sus vulgares ojos castaños. La soberana de Egipto tampoco había sido descrita como rellenita. Y no era capaz de imaginarse que Cleopatra se hubiera quedado sin bailar en ninguna de las veladas sociales. Además, estaba segura de que la insigne emperatriz jamás se había puesto una cofia de encaje.
Desafortunadamente, no podía decir ninguna de esas cosas cuando se refería a sí misma.
Pero, en este momento, era Penélope, y Ralston, el arrebatador Ulises, que había fijado su cama marital a un olivo que él mismo había sembrado. Se ruborizó cuando la fantasía continuó y él se acercó a ella y a esa cama legendaria, quitándose lentamente la túnica y dejando al descubierto un pecho bronceado por los años pasados bajo el sol del mar Egeo, un torso que podría estar tallado en mármol. Cuando él llegó hasta ella y la rodeó con sus brazos, imaginó que la envolvía aquel calor masculino que le hacía sentirse pequeña con su tamaño. Él había pasado años esperando ese momento… y ella también.
Él le deslizó las manos por la piel, creando un rastro de fuego allí donde la tocaba, y ____* imaginó que se recostaba sobre ella para besarla. Podía sentir su cuerpo apretándose contra el suyo, sus manos en la cara, sus labios firmes y sensuales obligándola a separar los de ella poco a poco hasta reclamar su boca en un beso abrasador. Entonces, él comenzaba a susurrarle palabras de amor al oído, frases que ella apenas lograba entender.
—¡____*!
Se levantó de golpe del sillón haciendo caer el libro, sobresaltada por aquel estruendo que provenía del otro lado de la puerta. Se llevó la mano a la garganta con el corazón desbocado y deseó para sus adentros que quienquiera que fuera se largara y la dejara disfrutar de su ensueño. El pensamiento fue fugaz y se disolvió mientras emitía un suspiro. ____* Hartwell jamás hacía nada que no fuera impecablemente correcto. Nunca dejaría de responder cuando la llamaran, por mucho que le gustase hacerlo.
La puerta de la biblioteca se abrió de repente y entró su hermana, pletórica de energía y excitación.
—¡____*! ¡Aquí estás! ¡Llevo horas buscándote!
____* miró la ansiosa y brillante cara de su hermana y no pudo evitar sonreír. Mariana siempre había sido una hechicera fuerza de la naturaleza, constantemente en ebullición, y a quien adoraba todo el mundo en cuanto la conocía. Con dieciocho años era la incomparable de la temporada, la debutante que había obtenido todas las atenciones de la sociedad, que había terminado por apodarla «el Ángel Allendale».
Al verla ahora iluminada por los rayos del sol que entraban en la biblioteca, envuelta en etéreo chifón de color dorado, con aquella dulce sonrisa y los bucles castaños perfectamente peinados, ____* entendía perfectamente por qué la sociedad londinense adoraba a su hermana. Era difícil no hacerlo.
Incluso aunque tal perfección podía dejar en evidencia a una hermana mayor mucho menos perfecta.
—¿Para qué me necesitas, Mari? —dijo ____* con una provocadora sonrisa—. ¡Creo que te las has arreglado bastante bien tú sola!
Un profundo rubor se extendió por el delicado cutis de porcelana de Mariana, algo que ____* habría envidiado por su recato y uniformidad si ella misma no llevase padeciendo tales sonrojos durante toda su vida.
—¡____*! ¡No me lo puedo creer! ¡Llevo todo el día pellizcándome! —Mariana atravesó corriendo la estancia y se dejó caer en el sillón de cuero frente a su hermana—. ¡Se me ha declarado! —continuó en un tono deslumbrado y soñador—. ¿Te lo puedes creer? ¿No es maravilloso?
«Él» era, en este caso, James Talbott, sexto duque de Rivington y el soltero más codiciado de toda Gran Bretaña. Joven, guapo, rico y con título, al duque le había bastado con mirar una sola vez a Mariana en uno de los bailes de pretemporada, para caer rendido a sus pies. Tras un cortejo incesante, Rivington había acudido a Allendale House esa misma mañana para pedir su mano. ____* apenas había logrado contener su diversión ante el nerviosismo del duque; a pesar de su título y riqueza, la respuesta de Mariana le producía gran ansiedad, pero eso solo hacía que ____* lo apreciara todavía en mayor medida.
—Claro que me lo creo, querida —se rió—. Cuando ha llegado le brillaban los ojos como estrellas… Un brillo muy parecido al que lucen los tuyos en este momento. —Mariana inclinó la cabeza con timidez mientras ____* continuaba—. Tienes que contármelo todo, ¿cómo se siente una después de haber atrapado a un hombre que la ama tantísimo? ¡Y un duque nada menos!
—¡Oh, ____*! —estalló Mariana—. No me importa nada el título de James, ¡solo él! ¿A que es el hombre más maravilloso de la tierra?
—¡Y un duque nada menos! —Las dos jóvenes se giraron con sorpresa ante aquellas palabras, pronunciadas en un tono de excitación apenas contenida desde la puerta de la biblioteca. ____* suspiró al recordar qué la había llevado a esconderse allí a primera hora de la mañana.
Su madre.
—¡____*! ¿Has oído la maravillosa noticia?
Preguntándose para sus adentros cuántas veces más tendría que responder a esa cuestión a lo largo del día, ____* abrió la boca para contestar. Sin embargo no fue lo suficientemente rápida.
—¡Rivington se ha enamorado profundamente de Mariana! ¿Te imaginas? ¡Un duque enamorado de nuestra Mariana!
Una vez más, ____* se dispuso a contestar, pero no llegó a hacerlo.
—¡Hay tanto que hacer! ¡Tenemos que planificar la boda! ¡Organizar el baile y la cena de compromiso! ¡Diseñar los menús! ¡Enviar las invitaciones! Eso por no mencionar el vestido de novia. ¡Y el ajuar! ¡Oh, Mariana!
Mientras una dicha absoluta inundaba la cara de la condesa viuda, la de Mariana adquiría una expresión de profundo terror. ____* contuvo una sonrisa y se dispuso a rescatar a su hermana.
—Mamá, Rivington se ha declarado esta mañana. ¿No crees que deberíamos dejar que Mariana disfrutara un poco de esta ocasión tan trascendental? —En su tono se percibió una cierta jocosidad cuando continuó, lanzándole a su hermana una mirada cómplice—. ¿Quizá un par de días?
Fue como si no hubiera dicho nada. La condesa viuda siguió hablando, en un tono cada vez más alto y agudo.
—¡Y tú, ____*! ¡Tendremos que elegir con mucho cuidado el vestido que llevarás!
¡Oh, no! La condesa viuda era hábil para muchas cosas, pero elegir la ropa que le quedara bien a su hija mayor no era una de ellas. Si ____* no lograba distraer a su madre pronto, estaría destinada a asistir a la boda de su hermana embutida en una monstruosidad con plumas y turbante a juego.
—Pienso que deberíamos centrarnos primero en otras cosas, ¿no crees, mamá? ¿Por qué no organizas esta noche una cena informal para celebrarlo? —Se interrumpió y esperó durante un momento para ver si su madre picaba el anzuelo.
—¡Qué idea tan maravillosa!
____* suspiró para sus adentros, satisfecha por haber desviado su atención con tanta rapidez.
—¡Debería hacerla! Solo asistiría la familia, por supuesto, porque el anuncio oficial se hará en el baile de compromiso, pero creo que celebrar una cena informal esta noche es lo más adecuado. ¡Oh! ¡Hay un montón de cosas que hacer! ¡Debo enviar las invitaciones y hablar con la cocinera! —La condesa viuda se volvió y corrió hacia la puerta, llena de excitación. En el umbral, se detuvo en seco y se volvió bruscamente. Incapaz de contener su alegría, con la cara roja y la respiración jadeante, exclamó—: ¡Oh, Mariana! —Y, dicho eso, se marchó.
En el silencio que siguió a la partida de su madre, Mariana continuó sentada, aturdida por la escena que acababa de tener lugar. ____* no pudo evitar sonreír.
—No habrás pensado que iba a ser fácil, ¿verdad, Mari? Después de todo, mamá lleva treinta y dos años esperando para organizar una boda, justo desde que Benedick nació. Y ahora, gracias a ti, verá cumplido su sueño.
—No creo que pueda sobrevivir a esto —dijo Mariana, meneando la cabeza, todavía aturdida—. ¿Quién era esa mujer?
—Una madre con una boda en perspectiva.
—Santo Dios —susurró Mariana, deslumbrada—. ¿Cuánto tiempo crees que se comportará así?
—No estoy segura, pero supongo que casi toda la temporada.
—¿¡Toda la temporada!? ¿No hay manera de evitarlo?
—Hay una… —____* se interrumpió para dar un efecto dramático a sus palabras.
Mariana no pudo contener su impaciencia.
—¿Cuál?
—¿Crees que Rivington se fugaría contigo a Gretna Green?
Mariana gimió por lo bajo mientras ____* estallaba en carcajadas.
Aquella iba a ser una temporada extraordinariamente entretenida.
Aquella iba a ser la temporada más horrible de su vida.

Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por Julieta♥ Jue 14 Jun 2012, 5:55 pm

CAPITULO 4



____* se mantuvo inmóvil en una esquina de la salita donde, después de la cena y de los rituales de los cigarros durante la sobremesa para los hombres y los cotilleos para las mujeres, se reunió toda la familia para cubrir a Mariana y a su duque de los mejores deseos. Docenas de velas derramaban sobre la estancia un tenue brillo e iluminaban a los asistentes, trasformando el espacio en un escenario íntimo. Por lo general ____* adoraba los acontecimientos que se desarrollaban en aquella sala, pues eran ocasiones felices que la inundaban de entrañables recuerdos.
Sin embargo, aquella noche no estaba ocurriendo así. Ahora, lamentaba el momento en que se le había ocurrido sugerir una cena íntima e informal. Esta noche, los antepasados que la observaban desde los retratos que cubrían las paredes parecían burlarse de ella.
____* se tragó un suspiro y forzó una sonrisa cuando tía Beatrice se acercó a ella con una expresión radiante. Sabía exactamente lo que iba a decirle y también sabía que era inevitable.
—¿No es maravilloso? ¡Qué feliz pareja! ¡Qué buen enlace!
—En efecto, tía —canturreó ____*, girando la cabeza para mirar al futuro matrimonio. Había descubierto a lo largo de la velada que observar lo felices que parecían Mariana y Rivington hacía que le resultara más fácil soportar ese tipo de conversación. Solo un poco más fácil—. Es un placer ver a Mariana tan contenta.
La anciana apoyó una de sus arrugadas manos en el brazo de ____*. «Ahora es cuando se lanza al ataque», pensó la joven para sus adentros, apretando los dientes.
—¡Estoy segura de que tu madre estará encantada de tener por fin una boda que planear! —cacareó la mujer con diversión—. Después de todo, si solo os tuviéramos en cuenta a ti y a Benedick, no habría garantía de que lo llegara a hacer algún día.
____* forzó una risita mientras miraba desesperada a su alrededor en busca de socorro, daba igual de dónde proviniera si con ello conseguía librarse de una lista interminable de impertinentes y maleducados parientes. En las tres horas transcurridas desde que los invitados habían llegado para la cena, había mantenido la misma conversación con una docena de personas distintas. La cena en sí había resultado especialmente dura, puesto que había estado sentada entre la testaruda abuela de Rivington y un primo particularmente cruel; ambos parecían creer que su estado de soltería era un tema muy interesante. Ella misma estaba empezando a considerar que no había una sola persona en ninguna de las dos familias que poseyera una pizca de tacto. ¿Pensarían realmente que no le ofendía que le recordaran de manera tan insistente que era una vieja solterona polvorienta que se había quedado para vestir santos? Parecía que no.
No viendo manera de deshacerse de su tía en un futuro cercano, le hizo gestos con la mano al lacayo que pasaba con una bandeja llena de copas de jerez. Cogió una y se volvió hacia la anciana.
—¿Puedo ofrecerte una, tía Beatrice?
—¡Santo Dios, no! No soporto ese brebaje. —Había una nota de indignación en su tono—. ¿Sabes, ____? Beber en sociedad puede conseguir que se manche tu reputación.
—¿De veras? Bueno, creo que esta noche no debo preocuparme por eso, ¿no estás de acuerdo?
—No, supongo que tu reputación no corre ningún riesgo, ____. —Tía Beatrice le dio una palmadita en el brazo con inconsciente condescendencia—. Qué tragedia lo tuyo, ¿verdad? ¿Quién lo iba a decir? Nunca hubiera supuesto que te quedarías soltera con una dote como la tuya.
La insinuación de que ella solo habría logrado casarse gracias a su dote hizo que se estremeciera de furia. Antes de que pudiera responder, la anciana continuó hablando:
—Y ahora, a tu edad, debemos perder ya las esperanzas. Es realmente imposible imaginar que alguien pida tu mano. A menos, claro está, que se trate de un anciano caballero en busca de compañía mientras espera que llegue su final. Sí, quizá esa sea la solución.
Una imagen atravesó como un relámpago la mente de ____*, una agradable fantasía en la que tía Beatrice se encontraba sumergida en una bañera de vino dulce. Concentrándose en su ensueño, depositó cuidadosamente la copa en la bandeja y se volvió hacia la anciana, que seguía conjeturando sobre su soltería.
—Por supuesto, tu figura no ayuda nada, ____. Después de todo, hace ya tiempo que pasaron los días en los que estaban de moda las mujeres de Rubens.
____* permaneció callada. No era posible que aquella odiosa mujer hubiera dicho lo que ella acababa de escuchar.
—¿Has considerado seguir una dieta a base de huevos cocidos y col? He oído que funciona a las mil maravillas. A lo mejor entonces parecerías más… menos sana. —Siguió cacareando tía Beatrice, que ya comenzaba a divertirse y parecía haber olvidado cualquier tipo de educación—. ¡Quizá entonces podríamos encontrar un marido para ti!
____* tenía que escapar antes de infligir serios daños a un anciano miembro de su familia o de volverse loca. Se disculpó sin mirar a tía Beatrice a los ojos, pues no podía garantizar no decirle nada espantoso a aquella horrible mujer.
—Perdona, tía, pero tengo que ir a… a la cocina. —No le importó que la excusa no tuviera sentido debido a que hacía mucho rato que había terminado la cena; sencillamente, tenía que escapar de allí.
Conteniendo las lágrimas, ____* huyó al cercano estudio de su hermano, donde tenía la certeza de que no la molestarían invitados indeseables. Se guió por la luz de la luna que entraba por el enorme ventanal que ocupaba una pared del estudio y se acercó al aparador, donde cogió una copa y una botella de jerez antes de dirigirse al sillón situado en una esquina de lo que durante mucho tiempo había sido el santuario de los hombres de la familia Allendale.
«Esta noche tendrá que servir para los propósitos de una Allendale», pensó, soltando un hondo suspiro mientras se servía un jerez y dejaba la pesada licorera de cristal en el suelo. Luego pasó las piernas por el brazo del sillón y se arrellanó en el asiento.
—¿Por qué suspiras así, hermanita?
____* dio un leve respingo y giró la cabeza hacia el imponente escritorio de caoba que dominaba la estancia. Observó la oscura figura que se ocultaba detrás y sonrió ampliamente en medio de la penumbra.
—Me has asustado.
—Sí, bueno, perdona que no me disculpe, pero esta es mi guarida, no la tuya. —Benedick Hartwell, conde de Allendale, se levantó y atravesó la estancia para sentarse en otro sillón frente a ____*—. Espero que tengas una buena razón para estar aquí o tendré que chivarme.
—¿Ah, sí? Sería interesante ver cómo logras revelar mi huida sin que se den cuenta de la tuya —bromeó.
—Cierto. —Benedick sonrió, mostrando sus dientes blancos—. Bueno, entonces puedes quedarte.
—Gracias. —Hizo un brindis con su copa—. Eres todo corazón.
Benedick hizo girar el whisky en su propio vaso mientras ____* bebía antes de relajarse en el sillón, cerrando los ojos y disfrutando de aquel apacible silencio.
—Bueno, ¿qué te ha traído aquí? —dijo él finalmente.
—Tía Beatrice —respondió ____* sin abrir los ojos.
—¿Qué ha hecho ahora esa vieja urraca?
—¡Benedick!
—¿Acaso vas a decirme que no has pensado nunca que se parece muchísimo a un ave de esa clase?
—Pensarlo es una cosa y decirlo en voz alta otra distinta.
Benedick se rió.
—Eres demasiado educada para tu bien. ¿Qué es lo que te ha dicho nuestra estimada y reverenciada tía para hacerte huir a un cuarto oscuro?
Ella suspiró y rellenó la copa.
—No ha hecho nada que no hayan hecho los demás miembros de las dos familias, solo que ella ha sido más grosera.
—Ah, ha hablado del matrimonio.
—Lo cierto es que me ha dicho… —Hizo una pausa, respiró hondo—. No, no le daré el placer de repetirlo.
—Puedo suponerlo.
—No, Benny, no puedes. —Bebió un sorbo de jerez—. Maldición, si hubiera sabido cómo sería la soltería, me habría casado con el primero que se me declaró.
—El primer hombre que se te declaró fue un vicario idiota.
—No deberías hablar mal del clero.
Benedick emitió un bufido y dio un buen trago a su whisky.
—Bueno. Me habría casado con el segundo que se declaró. Geoffrey era muy atractivo.
—____*, si no lo hubieras rechazado tú, lo habría hecho papá. Era un jugador empedernido y un bebedor infatigable. Recuerda que murió en un garito de juego, por el amor de Dios.
—Ah, pero entonces sería viuda. Nadie se mete con las viudas.
—Sí, bueno, no estoy muy seguro de eso, pero si prefieres pensar así… —Benedick hizo una pausa—. ¿De verdad desearías haberte casado con uno de ellos?
____* dio otro sorbo, paladeando el licor con la lengua un buen rato mientras consideraba la pregunta.
—No, no me habría casado con ninguno de los que me lo pidieron —aseguró—. No me gustaría ser considerada solo una posesión de algún hombre horrible que hubiera contraído matrimonio conmigo por dinero o por estar relacionado con el conde de Allendale… Pero no me habría negado a un matrimonio por amor.
Benedick se rió entre dientes.
—Sí, bien, un matrimonio por amor es algo completamente diferente, pero no ocurre todos los días.
—No —convino ella, y los dos permanecieron en silencio. Luego, tras un largo rato de meditación, ____* volvió a intervenir—: Lo cierto es que… lo que realmente me gustaría es ser un hombre.
—¿Perdón?
—¡En serio! Por ejemplo, si te dijera que te vas a pasar los próximos tres meses escuchando comentarios hirientes por culpa de la boda de Mari, ¿qué opinarías?
—Diría «¡qué demonios!» y evitaría el tema.
____* utilizó la copa de jerez para subrayar sus palabras.
—¡Exacto! ¡Porque eres un hombre!
—Un hombre que ha tenido éxito evitando una gran cantidad de acontecimientos que lo habrían llevado a cambiar su estado civil.
—Benedick —dijo ____* con franqueza, estirando el cuello—, la única razón por la que has podido evitar esos acontecimientos es porque eres un hombre. Desafortunadamente, yo no juego con las mismas reglas.
—¿Por qué no?
—Porque soy una mujer y no puedo dejar de asistir a los bailes, las cenas, los tés y la modista. ¡Oh, Santo Dios! No sabes lo que es ir a la modista a que te tomen medidas. Voy a tener que volver a sufrir en carne propia todas esas horribles miradas compasivas mientras le confeccionan a Mariana su vestido de novia. ¡Oh, Dios mío! —Se cubrió los ojos como para no ver la escena.
—Aun así. No encuentro la razón por la que no puedas eludir todos esos horribles acontecimientos. De acuerdo, tienes que asistir al baile de compromiso, a la boda… pero olvida todo lo demás.
—¡No puedo hacer eso!
—Insisto, ¿por qué no?
—Las mujeres decentes no dejan de acudir a esos acontecimientos, igual que no tienen un amante. ¡Tengo que preocuparme por mi reputación!
Ahora fue él quien bufó.
—Vaya disparate, ____. Tienes veintiocho años.
—No es muy caballeroso mencionar mi edad. Y sabes de sobra que no me gusta nada que me llamen ____.
—Pues vas a volver a oírlo. Tienes veintiocho años, estás soltera y posees, probablemente, la reputación más inmaculada de Londres, sin importar tu sexo y edad. Por el amor de Dios, ¿cuándo fue la última vez que acudiste a algún lugar sin esa cofia de encaje?
Ella le lanzó una mirada airada.
—Mi reputación es todo lo que tengo. Eso es lo que estoy tratando de decirte, Benedick. —Se inclinó para servirse otra copa de jerez.
—Por supuesto, tienes razón. Es todo lo que posees ahora, pero podrías tener más. ¿Por qué no arriesgarte y obtenerlo?
—¿Me estás alentando a manchar nuestra buena reputación? —preguntó ____* llena de incredulidad, paralizada, con la licorera en una mano y la copa en la otra.
Benedick arqueó una ceja ante la imagen. ____* puso la licorera en el suelo.
—¿Te das cuenta de que si hago eso, tú, como conde, sufrirás las consecuencias?
—No te estoy sugiriendo que te eches un amante, ____*. Ni estoy animándote a que provoques una escena. Solo sostengo la opinión de que deberías preocuparte un poco de ti misma en vez de… er, bueno, en vez de hacerlo tanto por tu reputación. Te aseguro que si te saltas esos odiosos acontecimientos que rodean las bodas, no vas a afectar al condado de ninguna manera.
—Claro, y ya que estoy, ¿por qué no beber whisky o fumar puros?
—Exacto, ¿por qué no?
—No hablas en serio.
—____*, te aseguro que la casa no se nos caerá encima si haces algo de eso. Aunque no sé si realmente lo disfrutarías. —El silencio se extendió entre ellos durante varios minutos antes de que continuara hablando—: ¿Qué más querrías hacer?
Ella meditó cuidadosamente la respuesta a esa pregunta. ¿Y si realmente no hubiera repercusiones? ¿Qué le gustaría hacer entonces?
—No lo sé. Jamás me había planteado esa cuestión.
—Bueno, pues plantéatela ahora. ¿Qué harías?
—Todo lo que pudiera. —La respuesta surgió con rapidez sorprendiéndoles a ambos, pero una vez que dijo las palabras, ____* se dio cuenta de que eran ciertas—. No quiero ser conocida por mi impecable comportamiento. Tienes razón. Veintiocho años de perfección son demasiados. —Se rió al oírse decir eso, y él la imitó.
—Entonces, ¿qué harías?
—Me desharía de la cofia de encaje.
—Qué alarde de atrevimiento —se mofó él—. Venga, ____, puedes ser más creativa. Recuerda, tus acciones no tendrán repercusiones, dime tres cosas que te gustaría hacer en casa.
Ella sonrió, acurrucándose en el sillón y entregándose al juego con entusiasmo.
—Aprender esgrima.
—Vamos bien —la alentó—, ¿qué más?
—¡Asistir a un duelo!
—¿Por qué detenerse ahí? Usa esas recién adquiridas habilidades para participar en uno —le sugirió él.
Ella arrugó la nariz.
—Creo que no me gustaría hacerle daño a nadie.
—Ah —dijo Benedick con seriedad—, hemos dado con uno de tus límites.
—Eso parece. Pero creo que me gustaría disparar una pistola, solo que sin apuntar a nadie.
—Hay mucha gente que disfruta de esa actividad en particular —comentó él—. ¿Qué más?
Ella levantó la mirada al techo mientras pensaba.
—Aprender a montar a horcajadas.
—¿En serio?
____* asintió con la cabeza.
—Sí. La silla de amazona es muy incómoda.
Él se rió ante su expresión de desdén.
—Lo haría… —La joven se interrumpió cuando otra idea cruzó como un relámpago por su mente. «Besar a alguien.» Bueno, eso no podía decírselo a su hermano—. Haría todas las cosas que los hombres dais por supuestas. Y más —aseguró—. Por ejemplo, ¡jugaría a las cartas! ¡En un club de caballeros!
—Oh, oh… ¿Cómo te las arreglarías?
____* lo pensó durante un momento.
—Supongo que tendría que hacerme pasar por un hombre.
Él negó con la cabeza, divertido.
—Esa fascinación por Shakespeare que tiene mamá al final afectará a nuestras vidas. —Ella soltó una risita tonta mientras él añadía—: Creo que ese sería el límite en esa cuestión. Los condes de Allendale podrían perder sus privilegios en White's si lo hicieras.
—Bueno, por suerte para ti no es mi intención colarme en White's. Ni hacer ninguna de esas cosas. —¿Era decepción lo que teñía su voz?
Una vez más el silencio cayó sobre ambos hermanos mientras los dos se perdían en sus pensamientos. Finalmente, Benedick levantó la copa en un brindis silencioso y se la llevó a los labios. Se detuvo antes de llegar a la boca y le tendió el vaso en una oferta silenciosa. Por un fugaz momento, ____* consideró cogerla, a sabiendas de que la oferta de Benedick no era más que un dedo de whisky en el fondo de la copa.
Finalmente negó con la cabeza. Benedick se bebió lo que quedaba.
—Lo siento —dijo mientras se levantaba del sillón—, me encantaría saber que has corrido un par de riesgos, hermanita.
El comentario, dicho descuidadamente mientras se iba, resonó en los oídos de ____*. De hecho, apenas oyó la seca pregunta que siguió.
—¿Crees que estoy a salvo si salgo de aquí? ¿O tendremos que escondernos hasta la boda?
Ella negó con la cabeza distraídamente.
—Creo que tú estás a salvo, pero ándate con cuidado —respondió ella.
—¿Vienes conmigo?
—No, gracias. Creo que me quedaré aquí mientras recapacito sobre si me gustaría vivir ciertas aventuras.
Él sonrió complacido.
—Excelente. Hazme saber si al final decides zarpar rumbo a Oriente mañana por la mañana.
Ella le respondió con una sonrisa.
—Sí, serás el primero en saberlo.
Después, Benedick salió, dejando a ____* sumida en sus pensamientos.

Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por Julieta♥ Jue 14 Jun 2012, 6:00 pm

CAPITULO 5




La joven permaneció sentada un buen rato, atenta a los sonidos de la casa —la salida de los invitados, la familia retirándose a sus dormitorios, los sirvientes recogiendo las estancias utilizadas para la velada— mientras en su mente resonaban una y otra vez los comentarios de su hermano y se preguntaba: «¿Y si…?»
¿Y si pudiera tener una vida distinta del tedioso y serio aburrimiento que vivía actualmente? ¿Y si pudiera hacer todas las cosas con las que había soñado? ¿Qué se lo impedía en realidad?
A lo largo de sus veintiocho años de existencia, jamás había pensado en sí misma. Su reputación era impecable, pues durante ese tiempo solo se había preocupado de mantener su nombre impoluto. No es que estuviera dispuesta a tirarlo todo por la borda y destruir su reputación. No es que planeara hacer nada que no hiciera un caballero respetable de la sociedad un día cualquiera sin darle la mayor importancia. Si ellos podían hacerlo, ¿por qué ella no?
Se llevó las manos a la cabeza y retiró las horquillas que aseguraban la cofia de encaje. Una vez suelta, se la quitó y la larga melena cayó sobre su espalda. Entonces desenredó los mechones con los dedos mientras recapacitaba sobre su vida. ¿Cuándo había comenzado a ponerse esas cofias de encaje? ¿Cuándo había perdido la ilusión de vestirse a la moda? ¿Cuándo se había convertido en la clase de persona que se escondía para escapar de la malicia de tía Beatrice?
Se puso en pie, algo indecisa, y se acercó lentamente a la chimenea mientras estrujaba la cofia entre las manos, sintiéndose poderosa por la intoxicante combinación del jerez y la conversación mantenida con Benedick. Bajó la mirada a las brasas moribundas y sintió como si el siseo de las ascuas se burlara de ella.
¿Qué haría si pudiera cambiarlo todo?
Sin darse tiempo para pensarlo, lanzó la cofia al fuego. Durante un buen rato no pasó nada; el trozo de encaje permaneció allí, con su nívea blancura contrastando con los leños oscuros. Entonces comenzó a preguntarse si debería recuperar la prenda, aunque no pudo hacerlo porque empezó a arder.
Contuvo el aliento mientras las llamas anaranjadas engullían el encaje, y le resultó imposible no inclinarse para observar mejor cómo la tela cobraba vida propia, retorciéndose y oscureciéndose hasta que no fue más que una bola de fuego.
Cuando el encaje desapareció, ____* comenzó a reírse, sintiéndose renovada y escandalosa… Como si fuera capaz de hacer cualquier cosa que hubiera imaginado.
Se giró sobre los talones y atravesó el estudio hacia el escritorio del conde. Se sentó y, tras encender una vela, abrió el cajón de arriba y sacó un papel en blanco. Lo alisó con la mano, observando la superficie color marfil antes de asentir enfáticamente con la cabeza, abrir el tintero de plata y coger una pluma.
Sumergió a punta en la tinta negra y pensó en todas las cosas que haría… si tuviera valor.
La primera era evidente y, aunque no había querido compartirla antes con Benedick, consideró que debía ser honesta consigo misma y ponerla por escrito. Después de todo, era lo único que realmente lamentaba no haber hecho nunca.
Apoyó la pluma en el papel y escribió con determinación y seguridad:

Besar a alguien.

Levantó la mirada tan pronto como escribió las palabras. Como si temiera que pudieran descubrirla garabateando algo tan escandaloso. Luego volvió a mirar el papel y ladeó la cabeza. No parecía suficiente ¿verdad? «Besar a alguien» no parecía captar exactamente la esencia de lo que quería.
Se mordisqueó el labio inferior y añadió otra palabra:

Besar a alguien… apasionadamente.

____* soltó el aire que ni siquiera sabía que contenía.
«Ahora no puedes detenerte —pensó—, ya has escrito lo más indecente.»
Las siguientes sentencias salieron con facilidad tras la conversación mantenida con Benedick.

Fumar puros y beber whisky.
Montar a horcajadas.
Practicar esgrima.
Asistir a un duelo.
Disparar una pistola.
Jugar a las cartas (en un club de caballeros).


Tras aquella oleada de actividad, ____* alzó la cabeza y se recostó en la silla, mirando las palabras que había escrito. Una leve sonrisa curvó sus labios mientras sopesaba cada frase; se imaginó en una de las estancias llenas de humo de White's, jugando a las cartas en otra, practicando esgrima o discutiendo sobre el duelo al que asistiría a la mañana siguiente. La imagen le hizo emitir una risa ahogada. «¡Figúrate!»
Casi lo dejó así, con aquellos siete deseos que había pensado con tanta rapidez. Pero por encima de todo, aquella lista contenía sus más secretos anhelos, y aún tenía algunos más. Era la oportunidad de ser honesta consigo misma; de escribir las cosas que más desesperadamente le gustaría experimentar. Cosas que jamás había confesado ante nadie, ni siquiera ante sí misma. Con un profundo suspiró volvió a mirar la lista, sabiendo que lo siguiente sería lo más difícil de escribir.
—Vamos allá —dijo con voz firme, como si se preparara para entrar en batalla. Y volvió a apoyar la pluma sobre el papel.

Bailar todos los bailes en una fiesta.

Curvó los labios con leve desprecio. «Bueno, ____*, eso prueba que no es más que una lista imaginaria.» Adoraba bailar. Siempre lo había hecho. Cuando era niña, solía salir sigilosamente de su dormitorio para espiar los bailes que ofrecían sus padres. Encima del salón de baile, giraba y giraba al ritmo de la música mientras se imaginaba con un hermoso vestido de seda que rivalizara con los que formaban remolinos abajo. Bailar era lo que más ansiaba cuando la presentaron en sociedad, pero, según habían pasado los años, las invitaciones habían ido dejando de llegar. No había bailado desde… bueno, desde hacía mucho tiempo. Demasiado tiempo.
Allí, en la oscuridad, se permitió admitir que todos esos años esperando invitaciones para bailar en los salones de Londres se habían cobrado su precio. Odiaba ser un florero, pero jamás había sido otra cosa. Y, en los diez años transcurridos desde su debut, se había acomodado hasta tal punto en el rol de testigo de la elegancia social que no podía imaginarse como ejemplo de ella. Por supuesto, jamás había sido un modelo a seguir. Las mujeres que captaban la atención de la sociedad eran hermosas, y ____* era demasiado corriente, demasiado rellenita, demasiado aburrida para ser considerada hermosa. Parpadeando para contener las lágrimas, escribió la siguiente frase.

Ser considerada hermosa, una sola vez.

Era lo más improbable de la lista… Solo podía recordar una vez, un momento fugaz en su vida, en el que se había acercado vagamente a esa meta. Pero al recordar aquella noche, hacía ya tanto tiempo, cuando el marqués de Ralston le había hecho sentirse hermosa, tuvo la certeza de que él no la había percibido así. No, él solo fue un hombre que hizo lo que pudo para que una jovencita se sintiera mejor consigo misma antes de escapar a una cita nocturna. Sin embargo, en ese momento le había hecho sentirse hermosa. Como una emperatriz. ¡Cómo deseaba volver a ser tan inocente! ¡Cómo anhelaba volver a sentirse ____ otra vez!
Por supuesto, no era posible. Solo un entretenimiento absurdo.
Con un suspiro, ____* se puso en pie y, tras doblar el papel con mucho cuidado, lo guardó en el interior del corpiño del vestido y cerró el tintero. Sopló la vela y se encaminó silenciosamente a la puerta. Estaba a punto de salir del estudio y dirigirse a su habitación, cuando oyó un ruido allí fuera… un sonido sordo y extraño.
Abrió la puerta con sigilo, solo una rendija, y miró con atención el oscuro pasillo, entrecerrando los ojos para aguzar la vista. La penumbra le impedía ver nada, pero supo que no estaba sola. Le llegó una suave risita.
—Estás preciosa esta noche. Perfecta. Sin duda el ángel Allendale.
—Estás obligado a decirlo… debes halagar a tu prometida.
—Mi prometida. —La reverencia con que pronunció esas palabras fue evidente—. Mi futura duquesa… Mi amor…
El resto de la frase quedó ahogado por un suspiro femenino, y ____* se llevó la mano a la boca para contener la risa al darse cuenta de que Mariana y Rivington se encontraban en el pasillo en penumbra. Se quedó paralizada y agrandó los ojos sin saber qué hacer. ¿Debía cerrar la puerta sigilosamente y esperar a que se fueran para salir? ¿Fingir tropezarse con ellos accidentalmente e interrumpir lo que a todas luces era una cita de amantes?
Sus pensamientos quedaron interrumpidos por una exclamación.
—¡No! ¡Nos pillarán!
—¿Y qué? —Las palabras fueron acompañadas por una entrecortada risa masculina.
—Supongo que entonces tendrá que casarse conmigo, excelencia. —____* abrió los ojos como platos ante la sensualidad que rezumaba el tono de su hermana menor. ¿Cuándo se había convertido Mariana en una mujer seductora?
Rivington gimió en la oscuridad.
—Haré cualquier cosa que consiga que te metas en mi cama con más rapidez.
Entonces le tocó el turno de reírse a Mariana, algo completamente inadecuado. Luego hubo un silencio roto únicamente por suaves susurros de labios y caricias.
____* se quedó boquiabierta. Sí, definitivamente debía cerrar la puerta.
«Entonces ¿por qué no lo hacía?»
Porque no era justo.
No era justo que su hermanita pequeña —quien la había admirado durante años, quien había recurrido a ella en busca de consejo, guía y amistad durante tanto tiempo— experimentara ese nuevo mundo del amor.
Mariana había sido su venganza, la incomparable de la temporada, y se había sentido muy orgullosa de ella. Y cuando Mari había captado la atención de Rivington, lo celebró por ella.
Y se alegró profundamente.
Pero ¿cómo seguir sintiéndose feliz cuando Mariana vivía la vida que deseaba para sí misma? Todo estaba cambiando. Mariana haría lo que ella no había hecho nunca. Se casaría, tendría hijos y formaría su propia familia para, por fin, envejecer en los brazos de un hombre que la amaba. Y mientras, ____* se quedaría para vestir santos en Allendale House.
«Hasta que Benedick encuentre una esposa y te releguen al campo. Sola.»
____* se tragó las lágrimas, negándose a sentir lástima por sí misma ante la felicidad de Mariana. Se movió para cerrar la puerta y dar privacidad a los amantes.
Sin embargo, antes de que lo hiciera, oyó jadear a Mariana.
—No, Riv, no podemos. Mi madre nos mataría si le estropeamos la ocasión de organizar una boda.
Rivington gimió suavemente.
—Tiene dos hijos más.
—Sí, pero… —Hubo una pausa y ____* no tuvo que ver a su hermana para leerle los pensamientos. «¿Qué posibilidades había de que alguno de los dos se casara próximamente?»
—Benedick se acabará casando —aseguró Rivington, en tono jocoso—. Solo está retrasándolo todo lo posible.
—No es Benedick quien me preocupa.
—Mari, ya lo hemos discutido innumerables veces. Será bienvenida en Fox Haven.
____* se quedó boquiabierta ante la mención de la heredad de Rivington. ¿Se referían a ella? ¿A ella? ¿Habían discutido sobre su destino? ¿Como si fuera una niña huérfana a la que hubiera que acoger?
«Como si fueras una solterona sin perspectivas.» Algo que, por supuesto, sí que era. Cerró la boca.
—Será una tía maravillosa —añadió Rivington.
«Excelente. Ya ha encasquetado sus futuros herederos a la tía solterona.»
—Sería una madre maravillosa —suspiró Mariana, haciendo que a ____* se le llenaran los ojos de lágrimas. Intentó ignorar el tiempo verbal que había utilizado su hermana mientras Mari añadía—, desearía que pudiera haber tenido lo que tenemos nosotros. Se lo merece tanto…
Rivington suspiró.
—En efecto. Pero me temo que solo ella puede cambiar su vida. Si sigue siendo tan… —Hizo una pausa buscando la palabra, y ____* aguzó el oído, inclinándose en un ángulo tan antinatural que estuvo a punto de perder el equilibrio—, pasiva… jamás lo conseguirá.
«¿Pasiva?»
____* imaginó a Mariana mostrando su acuerdo con la cabeza.
—____* necesita una aventura, pero, por supuesto, no la buscará.
Hubo una larga pausa en la que sus palabras —carentes de malicia pero aun así dolorosas— resonaron alrededor de ____*, sofocándola con el peso de su significado. Y por un momento, no pudo respirar ni contener las lágrimas.
—Quizá te gustaría tener a ti una aventura, hermosa mía. —Rivington había recuperado el tono sensual, y Mariana respondió con una incontenible risita nerviosa. ____* cerró la puerta quedamente; no quería oír más.
Ojalá pudiera borrar lo que había escuchado con tanta facilidad.
«Pasiva.» Qué horrible palabra. Qué terrible sensación. Pasiva, corriente y poco aventurera, destinada a una vida aburrida, seria y nada interesante. Contuvo las lágrimas mientras apoyaba la frente contra la fría puerta de caoba y sopesaba las posibilidades reales de cambiar los acontecimientos.
Respiró hondo varias veces, intentando tranquilizarse a pesar de que la poderosa combinación de jerez y emociones amenazaba con hacerle sucumbir.
No quería ser esa mujer de la que hablaban. No se consideraba así. Pero de alguna manera se había convertido en ella, había perdido de vista sus sueños y, sin darse cuenta, había elegido aquella vida monótona y seria en lugar de otra más aventurera.
Y encima, su hermana menor estaba solo a unos metros, a punto de buscarse la ruina social mientras ____* jamás había sido besada.
Era suficiente para emborracharse.
Por supuesto, esa noche había estado a punto de hacerlo.
Era suficiente para que se pusiera manos a la obra.
Metió la mano en el corpiño y sacó el papel doblado que había guardado solo unos minutos antes. Jugó con él al tiempo que consideraba su siguiente movimiento.
Podía irse a la cama, podía dejarse llevar por las lágrimas y el jerez y, peor todavía, podía pasarse el resto de su vida lamentando su falta de acción sabiendo que los que la rodeaban la consideraban «pasiva».
O podía cambiar.
Podía realizar lo que había anotado en esa lista.
«Ahora. Esta misma noche.»
Se puso un mechón de pelo detrás de la oreja, recordando que se había deshecho de la cofia de encaje.
Esa noche comenzaría con uno de los retos anotados. Algo que la podría convertir en la nueva ____* que quería ser.
Respiró hondo, abrió la puerta del estudio y salió al oscuro pasillo de Allendale House sin importarle ya si se tropezaba accidentalmente con Mariana y Rivington. De hecho, apenas fue consciente de que se habían marchado.
De todas maneras, no tenía tiempo para ellos, pensó mientras subía la escalinata de mármol en dirección a su dormitorio. Se tenía que cambiar de ropa.
Lady ____ iba a salir.
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por helado00 Vie 15 Jun 2012, 4:27 pm

ksadkjddhkhasdkas pobre rayis u.u'
pero bueno,e se es el espiritu femenino a cambia ry ser otra se ha dicho!! kjhkhkjashdad :P
helado00
helado00


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Mensaje por aranzhitha Vie 15 Jun 2012, 5:52 pm

hola!!! Nueva lectora!!!
Me encanta :)
Espero que la rayiz cambien y les enseñe a los demas que no es pasiva!!!
Siguela!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por nadiatayMiley Vie 15 Jun 2012, 9:16 pm

Nueva lectora!!!! :D
Porfa sigue pronto :'3
nadiatayMiley
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Mensaje por Julieta♥ Sáb 16 Jun 2012, 1:00 pm

aranzhitha escribió:hola!!! Nueva lectora!!!
Me encanta :)
Espero que la rayiz cambien y les enseñe a los demas que no es pasiva!!!
Siguela!!

BIENVENIDA !!!

gracias por leer y comentar
espero te siga gustando tanto o mas que a mi :D
en la noche subo cap
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por Julieta♥ Sáb 16 Jun 2012, 1:01 pm

nadiatayMiley escribió:Nueva lectora!!!! :D
Porfa sigue pronto :'3

BIENVENIDA!!!
gracias por pasarte y comentar
en la noche subo cap
espero te siga gustando :D
Julieta♥
Julieta♥


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