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Noches de baile en el infierno

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Noches de baile en el infierno Empty Noches de baile en el infierno

Mensaje por Carstairs Sáb 25 Ene 2014, 4:44 pm

Ficha

  • Titulo: Noches de baile en el infierno.
  • Autor: 5 buenas escritoras inventaron las historias y yo las adapte para ustedes.
  • Adaptación: El libro se llama igual.
  • Genero: Fantasía.
  • Contenido: Drama, peleas, romance, etc.
  • Advertencias: No.
  • Otras paginas: No.





Cinco historias de amor y seducción donde se impone la fuerza de lo paranormal: desde vampiros exterminadores hasta ángeles luchando contra demonios.
Y es que a veces un baile de fin de curso puede resultar inolvidable...
Carstairs
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https://murodelapoesia.wordpress.com/

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Mensaje por Carstairs Sáb 25 Ene 2014, 11:32 pm

La hija de la exterminadora


Noches de baile en el infierno Tumblr_mqt568Jsnl1swfw2go1_500
 
Invitado
 
El corazón me late al ritmo de la música. Noto el bajo en el pecho: pum, pum. A causa de la neblina que produce el hielo seco y los haces de luz intermitente que caen desde el techo de la discoteca, es difícil distinguir algo en la estancia, llena de cuerpos que se contorsionan.
Sin embargo, sé que él está aquí. Lo percibo.
Por eso agradezco esta confusión de cuerpos a mi alre­dedor. Me mantienen fuera del alcance de sus ojos... y de sus sentidos. De otro modo, ya habría olfateado mi presencia. De­tectan el olor del miedo a varios metros de distancia.
Pero no estoy asustada. Qué va.
Bueno; a lo mejor un poco.
En todo caso, llevo conmigo mi ballesta Excalibur Vixen 86 m/s con una flecha Easton XX75 de cincuenta centímetros de longitud (reemplacé la punta original, de oro, por otra de fresno tallada a mano). Ya la amartillé, y bastará con ejercer una leve presión con el dedo para disparar.
Nunca sabrá qué lo golpeó.
Y con suerte, tampoco ella.
Lo importante es lograr un ángulo de tiro despejado —lo cual va a ser difícil en medio de esta muchedumbre— y no desperdiciar la flecha. Es muy probable que tenga una sola oportunidad. O doy en el blanco... o me convierto en uno.
"Apunta siempre al pecho —me decía mi madre—. Es la parte más voluminosa del cuerpo, la zona a la que es más sen­cillo dirigir el tiro. Desde luego, si eliges el pecho en lugar de un muslo o un brazo, lo más probable es que la herida resulte mortal... De nada te va a servir herir a tu enemigo. Lo único que cuenta es acabar con él."
A eso vine aquí esta noche: a acabar con él.
Es evidente que Clari me odiará si descubre lo que va a ocurrir, si se entera de que seré yo quien lo haga.
¿Pero qué otra cosa se podía esperar? Es imposible que crea que me voy a quedar sentada sin hacer nada mientras observo cómo arruina su vida.
"Conocí a un chico —me anunció hoy, entusiasmada, a la hora de comer, mientras esperábamos en la fila del mostrador de las ensaladas—. Dios, Invitado, no te imaginas qué guapo es. Se llama Louis. Tiene los ojos más azules que hayas visto en tu vida."
Lo que la mayoría de la gente no advierte en Clari es que, detrás de su apariencia atolondrada —por decirlo claramen­te—, late el corazón de una amiga de verdad. A diferencia de las demás chicas de Saint Eligius, Clari jamás me ha puesto mala cara por el hecho de que mi padre no sea un director general o un cirujano plástico.
Está bien, está bien. Es cierto que, cuando habla, no hago caso de las tres cuartas partes de lo que dice, pues en general su conversación toca temas que no me interesan, como cuánto le costó un bolso Prada que compró en Saks aprovechando las ofertas de fin de temporada o qué tatuaje piensa hacerse en el nacimiento de la espalda la próxima vez que vaya a Cancún.
Sin embargo, aquello me llamó la atención.
—Clari —le dije—, ¿y qué pasa con Zayn?
Es que, desde que Zayn logró, por fin, reunir el valor ne­cesario para invitarla a salir, él es lo único en lo que Clari ha pensado a lo largo de este año. Bueno, él y las rebajas de Prada o los tatuajes en la espalda.
—Eso se acabó —contestó Clari mientras comenzaba a servirse lechuga—. Esta noche voy a salir con Louis; me llevará al Swig. Dice que nos van a dejar entrar: está en la lista vip.
No fue precisamente que ese tipo, quien fuera, hubiera dicho que estaba en la lista vip de la discoteca más exclusiva y moderna del centro de Manhattan lo que provocó que se me erizaran los cabellos de la nuca.
A ver si me explico: Clari es muy guapa. Si a alguien le su­cede que se le presenta un desconocido que resulta pertenecer a la lista vip más codiciada de la ciudad, ese alguien es Clari.
Lo que me alucinó fue, en realidad, lo de Zayn. Y es que Clari adora a Zayn. Son la pareja perfecta de la escuela. Ella es hermosísima, él es un as de los deportes... Lo suyo es la quin­taesencia del amor adolescente.
Por eso no me cuadró lo que me estaba diciendo.
— Clari, ¿cómo puedes decir que entre Zayn y tú ya no hay nada? —inquirí—. Están juntos desde siempre —o, al menos, desde que yo llegué a Saint Eligius, en septiembre, momento en el que Clari fue la primera (y, hasta la fecha, casi se podría decir que la única) de la clase en dirigirme la palabra—, y el baile de fin de cursos es este fin de semana.
—Lo sé -respondió Clari, con un suspiro feliz—. Voy con Louis.
—Lou...
En ese momento me di cuenta. Quiero decir, me di cuen­ta de todo.
— Clari —le dije—, mírame.
Ella bajó los ojos, porque no soy muy alta. Pero, como decía mi madre, también soy rápida, y de repente lo vi todo. Vi lo que tenía que haber visto desde el principio: ese brillo le­vemente vidrioso en los ojos, la expresión adormecida, la boca lacia, síntomas que, con los años, he aprendido a identificar.
No podía creerlo: él había llegado hasta mi mejor amiga. Hasta mi única amiga.
En fin. ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Sentarme y per­mitir que se la llevara?
Esta vez no.
Imagino que pensarás que ver a una chica con una ba­llesta en la pista de baile de la discoteca más famosa de Man­hattan no es algo que vaya a pasar inadvertido. Pero, claro, al fin y al cabo se trata de Manhattan. Además, esta gente se la está pasando muy bien y no tiene tiempo de fijarse en mí. Incluso...
Dios. Es él. Por increíble que parezca, lo estoy viendo en carne y hueso...
A su hijo, más bien.
Es más guapo de lo que me había imaginado: cabellos de un marrón claro, ojos azules, armoniosos labios de estrella de cine y una espalda de un kilómetro de ancho. Es alto, también; aunque, claro, si los comparo conmigo, todos los chicos me parecen altos.
De todos modos, si es como su padre, entonces creo que lo logré. Que por fin lo logré.
Imagino. Todavía no...
Oh, no. Ya se dio cuenta de que lo estoy mirando. Se vuelve hacia mí...
Ahora o nunca. Estoy levantando la ballesta.
"Adiós, Louis Tomlinson. Adiós para siempre."
Pero justo en el momento en que tengo el triángulo blan­co de su camiseta en la mirilla, ocurre algo inaudito: un repen­tino estallido de color rojo cereza se materializa en la zona a la que estaba apuntando.
Claro que todavía no he apretado el gatillo.
Y los de su raza, que yo sepa, no sangran.
— ¿Qué pasa, Louis? —le pregunta Clari, bailando a su alrededor.
— ¡Maldición! — veo que Louis alza una mirada atur­dida desde la mancha escarlata de su camiseta hasta el rostro de Clari —. Alguien me disparó.
Es cierto. Alguien le disparó.
Pero no fui yo.
Y hay algo más que tampoco tiene sentido: está sangrando. No es posible.
Sin saber qué hacer, abrazo la Vixen y me oculto tras una columna cercana. Necesito recomponerme, planear el próximo movimiento. Lo que sucede es irreal. Es imposible que me haya equivocado sobre él: he investigado. No cabe duda: el hecho de que esté en Manhattan; que, de entre toda la gente, haya elegido a mi mejor amiga; la expresión aturdida del rostro de Clari; todo.
Todo excepto lo que acaba de pasar.
Y allí estaba yo, mirando. Tenía un tiro inmejorable, y lo desperdicié.
Así es, y si sangra, pertenece a la raza humana. ¿O no?
Sin embargo, si es humano y acaban de dispararle, ¿por qué sigue de pie?
Dios.
Lo peor de todo es que... me vio. Estoy segura de haber sentido su mirada de reptil. ¿Qué hará ahora? ¿Vendrá por mí? Si viene, la culpa será toda mía. Mamá me dijo que nunca hiciera esto. Siempre me advirtió que un cazador jamás debe salir solo. ¿Por qué no le hice caso? ¿En qué estaba pensando?
Claro, ése es el problema: no usé la cabeza. Permití que mis emociones me dominaran. No podía dejar que le ocurrie­ra a Clari lo que le ocurrió a mamá.
Y ahora voy a pagar por ello.
Igual que mamá.
Agazapada, sumida en la angustia, trato de no imaginar la reacción de papá cuando la policía de Nueva York toque el timbre de nuestra puerta a las cuatro de la mañana para pedirle que vaya a la morgue a identificar el cuerpo de su hija. Tendré la garganta abierta, y quién sabe cuántas atrocidades más habrá padecido mi maltratado cuerpo. Y todo porque no me quedé en casa a redactar mi trabajo para la clase de la pro­fesora Gregory, Historia de Estados Unidos (tema: la campaña contra el alcohol durante el clima bélico previo a la guerra de Secesión, dos mil palabras, a doble espacio, para el lunes), como debería haber hecho.
La música cambia de estilo. Oigo a Clari gritar:
-Pero ¿a dónde vas?
Oh, no: viene hacia mí.
Y además quiere que sepa que viene. Está jugando conmi­go… tal y como su padre jugó con mi madre antes de que le hiciera... bueno, lo que le hizo.
Luego se produce un extraño sonido, una especie de "¡puf!", seguido por un nuevo "¡maldición!".
"¿Qué está pasando?"
—Louis —la voz de Clari tiene un matiz de incredulidad—. Alguien te está arrojando... ¡salsa de tomate!
¿Cómo? ¿Acaba de decir... "salsa de tomate"?
Y después, cuando me doy la vuelta para echar un vistazo a lo que Clari acaba de afirmar, lo veo.
No a Louis: al que le disparó.
Y me cuesta trabajo creer lo que ven mis ojos.

¿Qué hace él aquí?
Carstairs
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Noches de baile en el infierno Empty Re: Noches de baile en el infierno

Mensaje por Carstairs Dom 26 Ene 2014, 9:26 pm

Harry

Todo es culpa de Zayn. Él fue quien dijo que debíamos seguirlos esta noche.
Yo le respondí:
—¿Por qué?
—Porque hay algo malo con ese tipo —repuso Zayn.
Es imposible que Ted haya, podido darse cuenta de eso. Louis apareció de la nada en el departamento de Clari, en Park Avenue, la noche anterior, y Zayn no lo conocía. ¿Cómo es posible que sepa algo de él, aunque sea un poco?
Cuando se lo hice notar, él contestó:
—Oye, ¿ya lo viste bien?
Tengo que admitir que Zayn tiene un poco de razón, por­que el tipo ése parece haber salido directamente de un catá­logo de revista, o algo así. A nadie le inspira confianza alguien tan, digamos, perfecto.
Pese a todo, a mí no me gusta eso de andar siguiendo a la gente. Para nada. Aun en el caso de que, como dijo Zayn, fuera para evitar que Clari se metiera en problemas. Ya sé que Clari es la novia de Zayn... o ex novia, ahora, gracias a Louis.
Y sí, es cierto, no es que ella sea muy lista.
Sin embargo, ¿seguirlos a ella y al tipo con el que se ha enredado? Eso me pareció una pérdida de tiempo aún mayor que el trabajo de dos mil palabras a doble espacio que tengo que presentarle a la profesora Gregory el lunes en clase de Historia.
Zayn tenía que irse y me sugirió que llevara la Beretta de nueve milímetros.
Lo curioso es que, aunque se trate de una pistola de agua, las réplicas tan bien hechas como ésa están prohibidas en Manhattan.
Por eso hasta el momento nunca había tenido oportuni­dad de usarla mucho. Cosa que Zayn sabía.
Imagino que por ese motivo siguió insistiendo en lo gra­ciosísimo que sería empapar al tipo. Sabía que yo no sería capaz de resistirme.
Lo de la salsa de tomate fue idea mía.
De acuerdo, sí, es una ocurrencia bastante infantil.
¿Pero qué demonios iba a hacer yo un viernes por la no­che? Mejor eso que el trabajo de Historia.
En fin, le dije a Zayn que me sumaba a su plan siempre y cuando yo me encargara de disparar. Zayn aceptó sin dudarlo. —Es que tengo que averiguarlo, hermano —dijo, meneando la cabeza.
—¿Averiguar qué?
—Qué es lo que tiene el tal Louis —respondió— que yo no tenga.
Es cierto que se lo pude haber dicho. Es decir: es bastante evidente qué es lo que tiene Tomlinson que Zayn no tiene. Zayn está de buen ver y todo eso, pero no es un modelo de revista.
Aun así, no dije nada. A Zayn le había afectado mucho el asunto, y yo más o menos comprendía el motivo. Porque Clari es una de esas chicas, ¿entiendes? Una de ésas con grandes ojos castaños y grandes... bueno, me refiero también a otras partes.
Mejor cambiar de tema por consideración a mi hermana, Verónica, quien dice que tengo que dejar de considerar a las mujeres como objetos sexuales y empezar a ver en ellas a las futuras compañeras que se solidarizarán con nosotros en la inevitable lucha por la supervivencia que habrá en el postapocalíptico (téma al que Verónica dedicó su te­sis, ya que presiente que el Apocalipsis ocurrirá en algún mo­mento de la próxima década, debido al fanatismo religioso y los desastres naturales que golpean el país, circunstancias que estuvieron presentes en la caída de Roma y en la desaparición de otras civilizaciones).
Así es como Zayn y yo acabamos en el Swig —por fortuna, el tío de Zayn, Wren, es proveedor de licores de ese local, y gracias a él pudimos entrar; y no sólo eso, sino que, además, no nos obligaron a pasar por el detector de metales— dispa­rándole salsa de tomate a Louis Tomlinson con mi réplica de la Beretta de nueve milímetros. Sé que yo debía haber estado en casa concentrado en el trabajo que debía presentarle a la profesora Gregor pero ¿no es verdad que siempre es bueno divertirse un poco?
Y vaya que fue divertido ver aquellas manchas rojas ex­tendiéndose por el pecho de Louis. Zayn se rió por primera vez desde que Clari le mandó aquel mensaje de texto a la hora del almuerzo, en el que le decía que tendría que ir al baile solo, porque ella iría con Louis.
Todo iba a pedir de boca... hasta que vi a Louis mirando una columna situada a un costado de la pista de baile. Algo raro estaba pasando. Teniendo en cuenta la dirección de la que procedía el ataque de salsa de tomate, tendría que habernos mirado a nosotros, que estábamos sentados en nuestro privado vip (gracias, tío Wren).
Entonces advertí que alguien se ocultaba detrás. Detrás de la columna, quiero decir.
Y no se trataba de cualquier persona, sino de Invitado, esa chica nueva de la clase de Historia, la que no habla con nadie excepto con Clari.
Tiene una ballesta en las manos.
Nada menos que una ballesta.
¿Y cómo diablos logró pasar la ballesta por el detector de metales? Es imposible que conozca al tío de Zayn.
En fin, tampoco importa: lo único que importa es que Louis está observando la columna, tras la cual Invitado se agacha como si creyera que la puede ver a través del cemento. Hay algo en el modo en que la está mirando que me hace... Bueno, lo único que sé es que quiero que deje de mirarla así.
—Imbécil —murmuro. Sobre todo por Louis. Pero tam­bién por mí, un poco. Luego apunto y vuelvo a disparar.
—¡Paf! —exclama Zayn alegremente—. ¿Viste eso? ¡Justo en el culo!
Eso basta para que se fije en nosotros. Se da la vuel­ta, y de repente me entero de lo que son unos ojos verdadera­mente relampagueantes. O sea, como en los libros de Stephen King, ¿sabes? Jamás había visto nada parecido.
Eso es lo que se ve en la cara, que no nos quita la vista de encima. Sus ojos relampaguean, ni más ni menos.
"Vamos —pienso, como si me estuviera dirigiendo a Louis—, acércate. Ven aquí, Tomlinson. ¿Quieres pelea? Te vas a en­contrar con algo más que salsa de tomate, imbécil."
No es muy cierto, la verdad, pero qué más da. Louis no se acerca.
En cambio, desaparece.
No me refiero a que da media vuelta y sale de la discoteca. Quiero decir que el tipo está ahí y que, de pronto... en fin: deja de estar. Por un segundo la niebla del hielo seco parece intensifi­carse, y cuando se aclara ya no hay nadie bailando junto a Clari.
—Toma —digo, poniendo la Beretta en la mano de Zayn.
—¿Pero qué...? — Zayn escudriña la pista de baile—. ¿Dón­de está?
Pero yo ya me puse en marcha.
—Llévate a Clari —le grito—, y espérame en la entrada.
Zayn masculla una bonita sarta de palabrotas al oírme, pero nadie le presta atención. La música está demasiado alta y aquí la gente se la está pasando muy bien. Es decir, si nadie se enteró de que le estábamos disparando salsa de tomate a un tipo ni de que, además, el tipo se evaporó así nada más, difícilmente van a fijarse en las palabrotas de Zayn.
Llego a la columna y bajo la vista.
Allí está ella, jadeando como si acabara de correr una ma­ratón o algo así. Abraza la ballesta como si ésta fuera un amu­leto. No tiene ni rastro de color en las mejillas.
—Ey —le digo con tranquilidad. No quiero espantarla. A pesar de todo, se espanta. Al oír mi voz se pone de pie de un salto y me clava unos ojos muy abiertos y asustados.
—Oye, cálmate —le digo—. Ya se fue, ¿sabes?
—¿Se fue? —me mira con esos ojos verdes, tan verdes como el césped de Central Park en mayo. El terror que hay en ellos es evidente—. ¿Cómo? ¿Qué?
—Que desapareció —anuncio con un gesto de increduli­dad—. Vi cómo te miraba. Y le disparé.
—¿Qué hiciste?
Veo que el miedo en su expresión se esfuma con la misma rapidez que el propio Louis. Pero, a diferencia de éste, algo lo reemplaza: la ira. Invitado está muy enojada.
—Dios mío, Harry —dice—. ¿Acaso estás loco? ¿Tienes la más mínima idea de quién es ese tipo?
—Sí —le contesto. La verdad es que Invitado se ve muy gua­pa cuando se enoja. Es increíble que no me haya dado cuenta hasta ahora. Por otro lado, es la primera vez que la veo enojada. Y no me extraña, porque no hay mucho en la clase de la profe­sora Gregory que pueda provocar algún tipo de emoción—. El nuevo ligue de Clari. Es grotesco. ¿Viste sus pantalones?
Invitado sólo sacude la cabeza.
—¿Qué estás haciendo aquí? —me pregunta, un poco pasmada.
—Por lo visto, lo mismo que tú —respondo, echándole un vistazo a la ballesta—. Sólo que tú tienes más potencia de tiro. ¿De dónde la sacaste? Creía que ese tipo de arma estaba prohibida en Manhattan.
—Pues mira quién habla —responde ella, en referencia a la Beretta.
Levanto las manos como si me estuviera rindiendo.
—Oye, sólo era salsa de tomate. Pero lo que veo en el ex­tremo de esa flecha no es precisamente una ventosa. Con eso puedes hacer mucho daño... —Ésa es la idea —dice Invitado.
Y hay tanto rencor en su voz —mamá sigue pidíendonos a Verónica y a mí que usemos un lenguaje menos directo para expresarnos— que lo capto enseguida. Como si lo estuviera viendo.
Louis es su ex.
Tengo que admitir que, ahora que me dí cuenta, me siento un poco raro. O sea, porque me gusta Invitado. Es bastante lista —nunca se equivoca cuando la profesora Gregory le hace preguntas en clase—, y la verdad es que el hecho de que siem­pre esté con la tonta de Clari prueba que no es indiferente. La mayoría de las chicas de Saint Eligius procuran ignorar a Clari, sobre todo desde que circuló por la escuela aquella foto toma­da con un teléfono celular en la que se veía lo que Zayn y ella habían estado haciendo en el baño en cierta fiesta.
En mi opinión, nada malo.
Sin embargo, estoy un poco decepcionado. Hubiera creí­do que alguien como Invitadotendría mejor gusto y no saldría con una persona como Louis Tomlinson.

Lo cual viene a demostrar que lo que Verónica dice de mí es cierto: lo que me falta saber sobre las mujeres podría llenar un rio.
Carstairs
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Noches de baile en el infierno Empty Re: Noches de baile en el infierno

Mensaje por Carstairs Lun 03 Feb 2014, 8:22 pm

Invitado
 
Esto es increíble. Es decir, que me encuentre aquí, en el callejón del Swig, hablando con Harry Styles, el que se sienta detrás de mí en la clase de Historia de la profesora Gregory. Por no mencionar a Zayn Mailk, el mejor amigo de Harry.
Y ex de Clari, dicho sea de paso.
El mismo al que Clari se esfuerza tanto por ignorar.
Guardé la flecha con punta de fresno en el bolso. Ahora sé que ahí se quedará. No habrá exterminio esta noche.
Aunque imagino que debería agradecer que, en lo que a mí se refiere, nadie haya sido exterminado. De no ser por Harry... En fin: no estaría aquí en este momento, intentando explicar algo que... en resumidas cuentas, es inexplicable.
—En serio, Invitado —Harry me observa con una expresión sombría en sus ojos castaños. Tiene gracia que hasta ahora no me haya fijado en lo guapo que es. Desde luego, nada que ver con Louis Tomlinson.
Aun así, el chico no está nada mal, con esa espalda de nadador —logró colocar al Saint Eligius en las finales regio­nales de mariposa durante dos años seguidos— y sus ciento ochenta centímetros de estatura (suficientes para que yo tenga que estirar el cuello si quiero verle la cara, a causa de mis de­cepcionantes ciento cincuenta centímetros). Es algo más que un alumno del montón, y también bastante popular, a juzgar por todas esas chicas recién llegadas que se marean cada vez que lo ven caminar por el pasillo (de lo cual, al parecer, él no se da cuenta).
Sin embargo, su modo de mirarme es todo menos dis­traído.
—¿De qué se trata todo esto? —inquiere, alzando una de sus oscuras y pobladas cejas con aire suspicaz—. Sé por qué Zayn odia a Louis: le robó a su chica, pero ¿cuáles son tus motivos?
—Personales —respondo. Dios, esto es muy poco profesional. Cuando se entere, mamá me matará.
Si es que llega a enterarse...
Por otra parte, supongo que Harry me salvó la vida; aun­que no lo sepa. Louis me habría destripado —allí mismo, delante de todo el mundo— sin pensarlo dos veces.
A no ser que, antes, decidiera jugar conmigo. Lo cual, conociendo a su padre, es justamente lo que habría hecho.
Le debo una a Harry.
Pero mejor que no lo sepa.
—¿Cómo entraste? —me pregunta —. No me di­gas que pasaste por el detector de metales con esa cosa.
—Claro que no —contesto. En serio: a veces los chicos son idiotas—. Me colé por el tragaluz.
—¿Por el techo?
—Sí, ahí es donde suelen estar los tragaluces —le indico.
—Eres un inmaduro —le dice Clari a Zayn con voz suave y entrecortada, en claro contraste con el mensaje. Pero, claro, no lo puede evitar: Louis la ha sometido a sus encantos—. ¿Se puede saber qué querías lograr?
—No hace ni un día que conoces a ese tipo -Zayn tiene las manos metidas en el fondo de los bolsillos. Parece un poco avergonzado, y al mismo tiempo desafiante—. O sea, yo tam­bién podría haberte invitado al Swig, si eso era lo que querías. ¿Por qué no me lo dijiste? Ya sabes lo de mi tío Wren.
—No se trata de las discotecas a las que Louis puede llevarme —responde Clari—. Se trata... bueno, se trata de él. Él es... perfecto.
Tuve que hacer un esfuerzo para contener las ganas de vomitar.
—Nadie es perfecto, Clara —dice Zayn antes de que yo tenga oportunidad de abrir la boca.
—Louis sí lo es —insiste Clari mientras la luz de la so­litaria bombilla que ilumina la puerta de emergencia de la dis­coteca le arranca destellos a sus ojos oscuros—. Es tan guapo... e inteligente.., y experimentado.., y amable...
Basta. Ya oí suficiente.
—Clari —le ordeno—: cállate. Zayn tiene razón, no lo co­noces. Si lo conocieras, créeme que no dirías que es amable.
—Pero lo es —insiste Clari con expresión encandilada—. No sabes lo...
Un segundo después —no sé muy bien cómo pasó— la su­jeto por los hombros. La estoy sacudiendo. Ella es bastante más alta que yo y, en cuanto al peso, me aventaja por veinte kilos.
Pero eso da igual; en este momento lo único que quiero es despertar en ella un mínimo de inteligencia.
—Te lo dijo, ¿verdad? —me oigo gritarle con voz ron­ca—. Te contó lo que es. Ay, Clara, eres una idiota. Eres una estúpida, una estúpida.
—¡Ey! —Harry trata de soltarme las manos de los hom­bros desnudos de Clari—. Ya está bien; vamos a calmarnos un poquito...
Pero Clari se zafa y nos contempla con expresión triunfal.
—Sí —grita, exultante, con un tono de voz que conozco muy bien—. Me lo contó. Y también me habló de las perso­nas como tú, Invitado. Gente que no entiende, que es incapaz de entender que procede de una estirpe tan antigua y noble como la de un rey...
—Dios mío —me dan ganas de abofetearla. Si no lo hago es porque Harry, como si me hubiera leído el pensamiento, me está sujetando el brazo—. Clari, ¿lo sabías? ¿Y aun así sales con él?
—Por supuesto —responde Clari—. A diferencia de ti, Invitado, yo abrí la mente. No tengo los prejuicios que tú tienes contra los de su género...
—¿Los de su género? ¿Los de su género? —de no ser por Harry, que me sujeta susurrándome "oye, tranquila', ya me habría lanzado sobre ella y habría intentado meter un poco de sentido común en su insípida cabezota sin gracia—. ¿Y se le ocurrió mencionar de qué modo sobreviven los de su género? ¿Habló de lo que comen o, más bien, de lo que beben para vivir?
Clari adopta una actitud desdeñosa.
—Sí —afirma—. Así es. Y me parece que estás exagerando: sólo bebe la sangre que compra en un banco de sangre. No mata a nadie...
—¡Vamos, Clari! —no puedo creer lo que oigo. O, bueno, teniendo en cuenta que es Clari la que habla, sí lo creo. Pese a todo, nunca me hubiera imaginado que era tan ingenua como para tragarse semejante cosa—. Eso es lo que dicen todos. Le han estado contando el mismo cuento a las jovencitas durante siglos. Es una sarta de mentiras.
—Un momento —Harry ya me soltó el brazo. Por des­gracia, ahora que tengo la libertad de hacerlo, ya no tengo ganas de darle un golpe a Clari. Estoy demasiado asqueada—. ¿Qué pasa aquí? —exige Harry—. ¿Quién bebe sangre? Están hablando... ¿de Louis?
—Sí, de Louis —respondo sin entusiasmo.
Harry me mira sin poder creerlo, mientras que, a su lado, su amigo Zayn comienza a silbar.
—Vaya —exclama Zayn—. Ya sabía yo que había algo su­cio en ese tipo.
—¡Basta ya! —grita Clari—. ¡Todos ustedes! ¡Fíjense en lo que están diciendo! ¿Tienen idea de lo intolerantes que son? Sí, Louis es un vampiro, ¡pero eso no implica que no tenga derecho a existir!
—Ajá —contesto—. Teniendo en cuenta que es un ene­migo de la humanidad viviente y que se ha estado alimentan­do de niñas inocentes como tú durante siglos, déjame decirte que no, no tiene derecho a existir.
—Espera un momento —Harry sigue sin salir de su asombro—. ¿Un vampiro? ¿De qué hablan? Eso es imposible. Los vampiros no existen.
—¡Bah! —Clari se le acerca y patea el suelo—. ¡Tú eres aún peor que los demás!
—Clari —tercio, ignorando la intervención de Harry—, no puedes volver a reunirte con él.
—No ha hecho nada malo —insiste Cari—. Ni siquiera me ha mordido... a pesar de que yo misma se lo pedí. Dice que no puede porque me ama demasiado.
—Dios mío —exclamo con repugnancia—. Ése es otro de sus cuentos, Clari. ¿Acaso no te das cuenta? Todos dicen lo mis­mo. Y no es verdad que te ama. O por lo menos no te ama más de lo que una garrapata estima al perro del que se alimenta.
—Te quiero —interviene Zayn con voz quebrada—. ¿Y tú me plantaste por un vampiro?
—No lo entienden —Clari se echa el rubio cabello hacia atrás—. No es una garrapata, Invitado. Louis me ama dema­siado como para morderme. Además, sé que puedo hacerlo cambiar. Porque desea estar conmigo para siempre, al igual que yo con él. Estoy segura. Y a partir de mañana por la no­che, estaremos juntos para siempre.
—¿Qué pasará mañana por la noche? —pregunta Harry.
—El baile —le respondo con voz monocorde.
—Eso es —dice Clari, retomando su parloteo—. Voy a ir con Louis. Y aunque todavía no lo sabe, él me morderá; sólo un mordisco, y me dará la vida eterna. Vamos, reconóz­canlo: ¿pueden imaginar algo mejor? ¿No querrían vivir para siempre? Es decir, ¿si pudieran?
—No de ese modo —afirmo. Hay algo dentro de mí que se resiente. Por Clari, y también por todas aquellas que la han precedido. Y también por las que la seguirán, si no logro re­mediarlo.
—¿Se encontrará contigo en el baile? —me obligo a pre­guntarle. Me cuesta trabajo hablar; lo único que me pide el cuerpo es dejarle paso a las lágrimas.
—Sí —dice. Le asoma a la cara el mismo gesto au­sente que tenía en la discoteca y también en el comedor—. No podrá resistírseme... No si me pongo mi nuevo vestido de Roberto Cavalli, con el cuello expuesto a la luz plateada de la luna llena...
—Creo que voy a vomitar —anuncia Zayn.
—Claro que no —digo—. Lleva a Clari a casa. Toma —hurgo en la mochila y saco un crucifijo y dos pequeños re­cipientes con agua bendita y se los doy—. Si aparece Louis, aunque no lo creo, defiéndete con esto. Ve a tu casa después de haber dejado a Lila en la suya.
Zayn examina lo que acabo de ponerle en las manos.
—Un momento; ¿eso es todo? —pregunta—. ¿Vamos a permitir que la mate?
—No me matará —corrige Clari con aire jovial—. Me va a convertir en uno de los de su raza.
—No haremos nada —decido—. Ustedes se van a casa y me dejan esto a mí. Lo tengo bajo control. Ocúpate de que llegue sana y salva. No debe ocurrirle nada hasta la hora del baile. Los espíritus malignos no pueden entrar en una casa habitada sin ser invitados —le dirijo a Clari una mirada inqui­sitiva—. No lo has invitado, ¿verdad?
—Qué más da —responde, sacudiendo la cabeza—. Además, no creo que mi padre pusiera el grito en el cielo por encontrar a un chico en mi habitación.
—De acuerdo. A casa. Y tú también —le ordeno a Harry.
Zayn toma del brazo a Clari y ambos comienzan a alejarse, pero para mi sorpresa, Harry se queda donde está, con las ma­nos metidas en los bolsillos.
—Bien —murmuro-. ¿Puedo hacer algo más por ti?

—Sí —responde con tranquilidad—. Puedes em­pezar por el principio. Quiero saberlo todo. Porque si lo que dices es cierto, de no haber sido por mí ahora mismo serías una mancha de sangre en la columna de la discoteca. Así que empieza a hablar.
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Noches de baile en el infierno Empty Re: Noches de baile en el infierno

Mensaje por Invitado Sáb 22 Feb 2014, 9:03 am

ME ENCANTOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!
YA QUIERO SABER MASSSSSSSSSSSSS!!!!
SUBE CAPITULO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
No sabia que era un vampiro dmhbcde,h xd pensé que era algo como cazador de sombras xd 
ME ENCANTAN LOS VAMPIROS  :lilo: 


SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!
NUEVA FIEL LECTORA


PD: Perdóname si no me puedo pasar seguido no tengo internet :(
PD2: Necesitas chicas si es así reservame si no no importa porque esta con username kdbke :3
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Noches de baile en el infierno Empty Re: Noches de baile en el infierno

Mensaje por Carstairs Lun 24 Mar 2014, 11:00 am

Patricia escribió:ME ENCANTOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!
YA QUIERO SABER MASSSSSSSSSSSSS!!!!
SUBE CAPITULO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
No sabia que era un vampiro dmhbcde,h xd pensé que era algo como cazador de sombras xd 
ME ENCANTAN LOS VAMPIROS  :lilo: 


SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!
NUEVA FIEL LECTORA


PD: Perdóname si no me puedo pasar seguido no tengo internet :(
PD2: Necesitas chicas si es así reservame si no no importa porque esta con username kdbke :3

hola!!! perdón que tarde ochenta años en contestarte, con esto de no empezar las clases es todo raro, jajaja como veras sos mi única lectora, pero no te preocupes que la voy a seguir de todas formas ya que quería adaptar este libro, te daría un papel pero las otras chicas que aparecen no tienen mucha participación o son raras jajaja, ademas de que casi ni se quedan con un chico, igual si, lo puse de esa manera porque esta mas copado en vez de la rayita, no se jajaaj
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Noches de baile en el infierno Empty Re: Noches de baile en el infierno

Mensaje por Carstairs Lun 24 Mar 2014, 1:12 pm

Harry
 
Si alguien me hubiera dicho hace una hora que terminaría la noche yendo al ático de Invitado
la de mi clase de Historia... habría creído que era una locura. 
Pero resulta que me encuentro justamente en ese lugar, siguiendo a Invitado quien, 
después de pasar junto al amodorrado portero (que al ver la ballesta se limita a levantar una 
ceja), entra en el ascensor adornado, según creo, al estilo victoriano de mediados del siglo 
xix, a juzgar por el parecido que tiene con la decoración de una de esas aburridísimas 
miniseries que a mi madre tanto le gusta ver, una de ésas plagadas de jovencitas que se 
llaman Violeta u Hortensia. 
Hay libros por todas partes; y no ediciones de bolsillo de Dan Brown, sino tomos 
grandes y pesados, con títulos como Demonología en la Grecia del siglo XVII o Una guía 
de necromancia. Miro alrededor, pero no veo una tele de plasma ni una pantalla de cristal 
líquido. Ni siquiera un televisor común. 
—¿Tus padres son profesores o algo así? —le pregunto a Invitado, quien se deshace 
de la ballesta y se dirige a la cocina. Abre la puerta del refrigerador, toma dos Coca-Colas 
y me da una. 
—Algo así —responde. Ésa ha sido su actitud durante todo el camino hasta 
aquí: no muy rebosante de explicaciones. 
De todos modos, tampoco me importa mucho, ya que tiene claro que no me iré 
hasta no haber oído la historia completa. La verdad es que, por el momento, no sé qué 
pensar. Por un lado me tranquiliza que Louis no sea quien yo pensaba que era: el ex de 
Invitado. Por el otro... ¿un vampiro? 
—Ven —me dice Invitado, y me dispongo a seguirla, porque, ¿qué otra cosa puedo 
hacer? No sé qué hago aquí; no creo en los vampiros. Me parece, en cambio, que Clari se ha 
enredado con uno de esos extravagantes góticos que salen a veces en los programas de 
televisión más malos. 
Sin embargo, la pregunta de Invitado —"¿entonces cómo te explicas que haya desaparecido así de la pista de baile?"— me inquieta. ¿Cómo lo hizo el tipo ése?
Es cierto que hay toneladas de preguntas para las que no tengo respuesta. Como una 
que se me ocurrió: ¿cómo lograr que Invitado me mire como Clari miraba a ese tipo, a Tomlinson? 
La vida es rica en misterios, como le gusta decir a mi padre, y muchos de esos 
misterios están envueltos en enigmas. 
Invitado me conduce por un pasillo oscuro hasta una puerta entreabierta, por cuyo 
vano se cuela un haz de luz. Da unos golpecitos y pregunta: 
—¿Papá? ¿Podemos pasar? 
—Adelante —responde una voz ronca. 
Y así es como, precedido por Invitado, entro en la habitación más rara que haya visto 
en mi vida. 
Es un laboratorio. Hay tubos de ensayo, recipientes varios y frasquitos 
desparramados por todas partes. De pie frente a algunos de ellos hay un hombre de cabellos 
blancos y bata, con aspecto de científico, ocupado con una cubeta de cristal que contiene 
un líquido de color verde claro y emite un humo espeso. El viejo alza la vista y, al entrar 
Invitado en la habitación, sonríe. Me mira de arriba abajo con unos ojos muy 
semejantes a los de Invitado
—Bueno, pues hola —dice el hombre—. Veo que trajiste a un amigo. Me alegro. 
Desde hace un tiempo me parece que pasas demasiado tiempo sola, jovencita. 
—Papá, éste es Harry —le explica—. Se sienta detrás de mí en la clase de 
Historia. Vamos a ir a mi habitación a hacer la tarea. 
—Qué bien —juzga el padre de Invitado. Por lo visto no se le ocurre pensar que lo 
último que un chico de mi edad haría con una chica en una habitación a las dos de la 
madrugada es ponerse a hacer la tarea de la escuela—. No estudien demasiado, niños. 
—No te preocupes —contesta Invitado—. Vamos, Harry. 
—Buenas noches, señor —le digo al padre de Invitado, que me dedica una sonrisa 
antes de volver a concentrarse en su humeante cubeta—. De acuerdo —le digo a Invitado 
mientras volvemos a recorrer el pasillo, esta vez para dirigirnos a su habitación. La cual, 
curiosamente, es bastante austera para ser el cuarto de una chica, pues sólo tiene una cama 
grande, un armario y una mesa. A diferencia de la habitación de Veronica, no hay nada a la 
vista, excepto un teléfono celular y un reproductor de MP3. Mientras ella va al baño por 
unos instantes, aprovecho para examinar los títulos de la lista de reproducción. La mayoría 
rock, un poco de rythm&blues y otro poco de rap. Pero nada de emo. Menos mal—. ¿Qué 
pasa en esta casa? ¿Qué hace tu padre con todos esos aparatos? 
—Busca una cura —responde desde el baño. 
Cruzo la adornada alfombra persa y me acerco a la cama. Hay una foto enmarcada 
en la mesita de noche. En ella veo a una mujer muy hermosa, sonriente y bañada en luz 
solar. La madre de Invitado. No sé por qué lo sé. Sólo sé que lo sé. 
—¿Una cura para qué? —pregunto, tomando la foto entre las manos para 
inspeccionarla de cerca. Sí, aquí están: los labios de Invitado. Los cuales, no pude dejar de 
notarlo, se tuercen hacia arriba en los extremos. Incluso cuando se enoja. 
—Vampirismo —me informa. Sale del baño con un vestido largo de color 
rojo, todavía metido en la funda de plástico de la lavandería. 
—Ah —articulo—. Lamento tener que decirte esto, Invitado, pero los vampiros no existen. Y tampoco el vampirismo; ni nada que se le parezca. 
—¿Ah, sí? —sus labios se curvan aún más. 
—Los vampiros son una invención del tipo ése —se ríe de mí. Pero me da igual, porque es Mary. Prefiero eso a que me ignore, que es lo que ha hecho la mayor parte del tiempo desde que la conozco—. El que escribió Drácula, ¿no? 
—Bram Stoker no inventó los vampiros —dice Invitado mientras su sonrisa se va 
desvaneciendo—. Ni siquiera a Drácula, quien, por cierto, es un personaje histórico. 
—Sí, bueno, pero ¿me estás hablando de un tipo que bebe sangre y se convierte en 
murciélago cuando quiere? Por favor. 
—Los vampiros existen, Harry —me asegura Invitado. Me gusta cómo pronuncia mi 
nombre. Me gusta tanto que tardo en darme cuenta de que está mirando la foto que todavía 
tengo entre las manos—. Y también sus víctimas. 
Sigo la dirección de su mirada. Por poco se me cae la fotografía. 
Invitado —digo. Eso es todo lo que puedo decir por el momento—. Tu... tu madre. 
Ella... ¿está...? 
—Sigue viva —contesta, que se vuelve y deja el vestido sobre la cama—. Si 
es que a eso se le puede llamar vida —añade, casi como si hablara para sí misma. 
Invitado —insisto, cambiando el tono de voz—. No puedo creerlo. 
Y, no obstante, le creo. Hay algo en su expresión que me convence de que dice la 
verdad. Algo, también, que me hace tener ganas de abrazarla, maniobra que Veronica 
calificaría de sexista. En fin, allá voy. 
Dejo de morderme el labio. —Por eso tu padre... 
—Antes no era así —afirma sin mirarme—. Cuando estaba mamá, era diferente. 
Está... convencido de que puede descubrir una cura —se deja caer en la cama, junto al 
vestido—. No está dispuesto a creer que sólo hay un modo de hacerla volver: matar al 
vampiro que la convirtió. 
—Louis —aventuro, sentándome junto a ella. Las cosas empiezan a tener sentido. 
Supongo. 
—No —me corrige, sacudiendo la cabeza—. Su padre. Quien, por cierto, 
pertenece a la familia de Drácula, pero su hijo opina que "Tomlinson" es menos pretencioso 
y es más adecuado para estos tiempos. 
—Pero, ¿por qué querías matar al hijo de Drácula, si fue su padre el que...? —no 
puedo terminar la frase. Por suerte no hace falta que lo haga. 
La espalda de Invitado se encorva. 
—Si matar a su único hijo no provoca que Drácula salga de su escondite para que 
también pueda matarlo a él, no sé qué otra cosa puede hacerlo aparecer. 
—¿Y eso no es un poco... peligroso? —le pregunto. Me parece increíble estar 
hablando de este tema. También es increíble estar en la habitación de Invitado, la de Historia 
de —. Porque, claro, ¿no se supone que Drácula es el jefe de todo esto? 
—Sí —admite Invitado, mirando la fotografía que dejé entre nosotros—. Y cuando 
haya desaparecido, mamá recuperará su libertad. 
"Y el padre de Invitado no tendrá que preocuparse por hallar una cura para el 
vampirismo", pienso, pero no me animo a decirlo. 
—¿Y por qué Louis no decidió convertir a Clari esta misma noche? —se me ocurre 
preguntar. Es una de las muchas cosas que no acabo de entender—. En la discoteca, sin ir 
más lejos. 
—Porque le gusta jugar con la comida —responde Invitado sin un atisbo de emoción 
en la voz—. Igual que a su padre. 
Me estremezco. No puedo evitarlo. Aunque no sea mi tipo, no es agradable 
imaginarse a Clari transformada en bocadillo nocturno de un vampiro. 
—¿No te preocupa—le pregunto con la esperanza de cambiar el rumbo de la 
conversación— que Clari le diga a Louis que no vaya al baile porque vamos a estar esperándolo? 
Utilicé el plural y no el singular porque tengo muy claro que no voy a permitir que 
ella vaya por ese tipo ella sola. Lo cual, no hay duda, Veronica también lo calificaría de 
sexista. 
Pero Veronica no conoce la sonrisa de Invitado
—¿Me estás tomando el pelo? —replica Invitado. No parece haber puesto atención a 
lo del plural—. Eso es justamente lo que espero que haga. Así, seguro que Louis decidirá 
acudir. 
La miro durante un momento. 
—¿Y por qué? 
—Pues porque matar a la hija de la exterminadora lo lanzará al estrellato en la 
jerarquía de la cripta. 
Parpadeo varias veces. 
—¿La jerarquía de la cripta? 
—Claro —dice, pasándose una mano por el cabello—. Es como la jerarquía de una 
banda callejera, sólo que entre los no muertos. 
—Ah —por extraño que pueda parecer, tiene sentido. Tanto como cualquiera de las 
muchas cosas que he oído esta noche—. ¿A tu padre lo llaman "exterminadora"? —me 
cuesta un poco de trabajo imaginar al padre de Invitado cargando una ballesta como su hija. 
—No —responde, y su sonrisa se desvanece—. A mi mamá. Al menos... así era. Y 
no sólo exterminadora de vampiros, sino de cualquier ser maligno: demonios, licántropos, 
duendes, fantasmas, hechiceros, genios, sátiros, trasgos, grifos, quimeras, titanes, 
leprechauns... 
—¿Leprechauns? —mascullo, desconcertado. 
Pero Invitado se limita a encogerse de hombros. 
—Si era perverso, mi madre lo mataba. Tenía un don para eso... Un don —agrega a 
media voz— que ojalá yo haya heredado. 
Me quedo allí sentado durante un rato. Tengo que admitir que lo que ha ocurrido en 
las últimas dos horas me tiene sorprendido. ¿Ballestas, vampiros, exterminadoras? ¿Se 
puede saber qué es un leprechaun? No estoy seguro de querer enterarme. Oye, un 
momento: sí sé que no quiero saber. Noto un zumbido en la cabeza que seguramente no se 
detendrá. 
Lo raro es que hasta creo que me gusta. 
—¿Y bien? —dice Invitado, alzando la vista para mirarme a los ojos—. ¿Ahora me 
crees? 
—Te creo —contesto. En realidad, lo único que no puedo creer es que me lo esté 
creyendo. Es decir, que me esté creyendo lo que dice. 
—Bien —acepta—. Es mejor que no se lo cuentes a nadie. Ahora, si no te importa, 
debo comenzar a prepararlo todo... 
—Genial. Dime qué debo hacer. 
El rostro se le nubla. 
—Harry —me dice. Y hay algo en el modo en que mueve los labios para 
pronunciar mi nombre que hace que me vuelva un poquito loco, que me den ganas de 
abrazarla y correr por la habitación al mismo tiempo—. Te lo agradezco, de verdad, pero es 
demasiado arriesgado. Si mato a Louis... 
—Cuando lo mates —corrijo. 
—... lo más probable es que su padre aparezca —continúa diciendo— con ganas de 
venganza. Puede que esta noche no, y a lo mejor ni siquiera mañana. Pero pronto. Y cuando eso ocurra, las cosas se van a poner feas de verdad. Va a ser espantoso. Una 
pesadilla. Un auténtico... 
—Apocalipsis —añado, y un leve escalofrío me recorre la espina dorsal. 
—Sí, exacto. 
—No te preocupes —afirmo, ignorando el escalofrío—. Estoy preparado para todo. 
—Harry —me hace un gesto negativo—, no lo entiendes. No puedo... En fin: no 
estoy segura de poder protegerte. Y, desde luego, no estoy dispuesta a que arriesgues tu 
vida. En mi caso es diferente, porque... bueno, por mi madre. Pero tú... 
La interrumpo: 
—Tú dime a qué hora quieres que pase a recogerte. Se me queda mirando. 
—¿Cómo? 
—Lo siento —le digo—, pero no vas a ir sola al baile. Fin de la historia. 
Y debo haber tenido un aspecto amenazador mientras lo decía, porque, luego de 
hacer ademán de discutir, guarda silencio, me mira y dice: 
—De acuerdo. Está bien. 
Aun así, se ve en la necesidad de añadir: 
—Ha llegado tu último día. 
Me imagino que quería tener la última palabra. 
A mí me parece bien. La última palabra es suya. 
Porque sé lo que he descubierto en Mary: la compañera que se solidarizará en la 
inevitable lucha por la supervivencia que se producirá en el postapocalíptico
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Noches de baile en el infierno Empty Re: Noches de baile en el infierno

Mensaje por Carstairs Lun 24 Mar 2014, 3:28 pm

Invitado
 
El corazón me late al ritmo de la música. Noto el bajo en el pecho: pum, pum. A causa de 
la neblina que produce el hielo seco y los haces de luz intermitente que caen desde el techo 
de la discoteca, es difícil distinguir algo en la estancia, llena de cuerpos que se 
contorsionan. 
Sin embargo, sé que él está aquí. Lo percibo. 
Y luego lo veo; viene hacia mí a través de la pista de baile. Trae dos vasos llenos de 
un líquido color sangre, uno en cada mano. Cuando llega junto a mí, me ofrece uno y dice: 
—No te preocupes: no es de garrafón. Me aseguré. 
Prefiero no contestar. Bebo un sorbo del ponche y el líquido —a pesar de su 
excesivo dulzor— me alivia la sequedad de la garganta. 
De todas maneras, sé que estoy cometiendo un error. Me refiero a haber accedido a 
que Harry esté aquí. 
Sin embargo, hay algo en él. No sé qué es. Algo que lo diferencia del resto de los 
chicos tontos que abundan en la escuela. Tal vez tenga que ver con el modo en que me 
salvó en la discoteca, cuando las circunstancias me habían vencido y él le disparó a 
Louis Tomlinson —retoño del mismísimo diablo— con una pistola de agua cargada con 
salsa de tomate. 
O tal vez tenga que ver con lo sensible que se mostró con respecto a mi padre, con 
el hecho de que no haya bromeado diciendo que se parece a Doc, el de Regreso al futuro, y 
que, además, lo haya tratado de usted. O con cómo sostenía la fotografía de mi madre y 
cómo reaccionó cuando le conté lo que le ocurrió. 
O a lo mejor es sólo el aspecto con que se presentó esta noche, a las ocho menos 
cuarto, increíblemente guapo con su esmoquin —y hasta con un ramo de rosas rojas para regalarme—, a pesar de que hacía menos de veinticuatro horas ni siquiera sabía que iba a 
asistir al baile (menos mal que vendían boletos en la entrada). 
En fin: papá estaba fascinado y, por una vez, actuó como un padre normal: sacó 
muchísimas fotos —"Para que las vea tu madre cuando esté mejor", decía sin cesar— e 
intentó que Harry le aceptara varios billetes de veinte dólares mientras le susurraba: 
"Después de la fiesta, quiero que la trates como a una reina" . 
Lo cual, con franqueza, me hizo comprender que prefiero los momentos en que 
papá no sale del laboratorio. 
Y aun así, sabía que era una equivocación no deshacerme de Harry. Éste no es un 
trabajo para aficionados. Es... es... 
... hermoso. O sea, me refiero al salón de baile. Cuando entré del brazo de Harry 
casi me quedé sin aire. (Insistió en ese detalle. Para parecer una "pareja normal", en caso de 
que Louis estuviera mirando.) Este año, el comité del baile de fin de cursos de la escuela 
Saint Eligius se superó a sí mismo. 
Que hayan conseguido un salón enorme en el Waldorf Astoria es un auténtico 
triunfo, pero lo verdaderamente milagroso es que lo hayan convertido en un romántico y 
reluciente país de las maravillas. 
Sólo espero que todas esas guirnaldas y serpentinas sean a prueba de fuego. 
Lamentaría que se quemaran con las llamas que prenderán cuando, una vez que haya 
apuñalado al hijo de Dracula en el pecho, su cadáver se incendie. 
-Y bien —dice Harry mientras permanecemos al borde de la pista de baile, 
bebiendo ponche en medio de un silencio que, la verdad, se estaba volviendo un poco 
incómodo—. ¿Qué vas a hacer? No veo la ballesta por ningún lado. 
—Me basta con una estaca —le respondo, mostrándole una pierna a través de la 
abertura del vestido. En ella llevo una pieza de fresno tallada a mano, que acomodé en la 
vieja funda de pistola de mamá—. Sencillo y eficaz. 
—Ah —exclama, luego de atragantarse un poco con su ponche—, está bien. 
Me doy cuenta de que sigue mirándome el muslo. Inmediatamente vuelvo a 
acomodar la falda en su sitio. 
Y se me ocurre —por primera vez— que es posible que Harry se haya metido en 
esto por razones distintas que la de querer contribuir a que la novia de su mejor amigo se 
libere del encantamiento con que la retiene un demonio succionador de sangre. 
Sin embargo, ¿será posible? Es decir: se trata nada menos que de Harold Styles. Y yo 
soy la chica nueva. Le caigo bien, eso sí, pero no le gusto. No puede ser. Es probable que 
sólo me queden diez minutos de vida. A no ser que algo cambie lo que seguramente está a 
punto de ocurrir. 
Azorada, me dedico a observar a las parejas que dan vueltas frente a nosotros. La 
profesora Gregory, de Historia, es del comité de vigilancia; se pasea por 
el salón con la intención de que las chicas no se rocen demasiado con sus parejas. A lo 
mejor hasta intenta que no salga la luna. 
—Creo que sería mejor que te dedicaras a distraer a Clari —digo, con la esperanza 
de que no note que las mejillas se me han puesto tan rojas como el vestido— mientras yo 
esté con lo de la estaca. No quiero que se le ocurra salvarlo y se entrometa. 
—Para eso traje a Zayn —responde Harry, señalándome a Zayn Malik con un 
gesto de cabeza. Está sentado junto a una mesa cercana y contempla la pista de baile con 
expresión de aburrimiento. Como nosotros, está esperando a Clari (y a su acompañante). 
—Da igual —afirmo—. No- quiero- que estés a mi lado cuando... Ya sabes. 
—Me queda claro después de que lo has repetido nueve millones de veces —murmura—. Sé que puedes cuidarte sola, Invitado; me lo has asegurado hasta el cansancio. 
No puedo evitar responderle con una mueca. Es evidente que no se la está pasando 
muy bien. 
Bueno, ¿y qué? ¡Si está aquí no es porque yo se lo haya pedido! ¡Se invitó solo! 
Además, ¡no venimos a bailar! ¡Nada de eso! Lo sabe desde el primer momento. Es él 
quien quiere cambiar las normas, no yo. O sea, ¿quién engaña a quién? Yo no puedo tener 
novio: tengo un legado que perpetuar. Soy la hija de la exterminadora; debo... 
-¿Quieres bailar? —me pregunta Harry. 
—Oh —exclamo, un tanto confundida—. Me encantaría. Pero, en realidad, tendría 
que... 
—Genial —dice interrumpiéndome y, tras tomarme del brazo, me conduce hacia la 
pista de baile. 
Estoy tan abrumada que soy incapaz de hacer algo para detenerlo, la verdad. Bueno, 
cuando se me empiezan a pasar los efectos de la sorpresa inicial, descubro que no tengo 
ganas de detenerlo. Pasmada, me doy cuenta de que... en fin: de que me gusta lo que siento 
estando en brazos de Harry. Me siento bien. Me siento a salvo. Me siento cómoda. Me 
siento... vamos, casi como si fuera una chica normal. 
No la chica nueva. No la hija de la exterminadora. Sólo yo: Invitado
Es una sensación a la que podría acostumbrarme. 
Invitado —dice Harry. Es mucho más alto que yo y su respiración agita los 
mechones que se me soltaron del peinado, pero no me importa, porque el aroma que exhala 
es agradable. 
Lo miro. Es como si estuviera en un sueño. Es increíble que nunca me haya fijado 
en lo guapo que es. Bueno, ayer por la noche empecé a darme cuenta. Es decir, tomé nota 
por primera vez, pero hasta ahora no lo había valorado en su justa medida, porque ¿qué 
hace un chico como él con alguien como yo? Ni en un millón de años se me habría 
ocurrido pensar que acabaría yendo a la fiesta de fin de cursos con Harry Styles... 
Y sí, es cierto, me lo pidió sólo porque me tiene lástima por aquello de que mi 
madre sea un vampiro y todo eso. Pero aun así. 
—¿Mmm? —digo, sonriéndole. 
—Esteee... —por algún motivo, Harry parece un poco incómodo—. Pues me estaba 
preguntando... ya sabes: cuando todo esto termine y tú hayas acabado con Dracula, y Clari y 
Zayn vuelvan a estar juntos, querrías, esteee... 
Dios, ¿qué está pasando? ¿No estará pidiéndome lo que creo que está pidiéndome? 
O sea, ¿salir conmigo? ¿Sin que haya objetos afilados y punzantes de por medio, como 
ahora? 
No, esto no está sucediendo. Es un sueño o algo parecido. Dentro de un minuto me 
voy a despertar y todo habrá desaparecido. Porque ¿cómo es posible? Será mejor no 
respirar, para que no se esfume el hechizo que nos envuelve a ambos. 
—¿Qué, Harry? —le pregunto. 
—A ver —ya no es capaz de mirarme a los ojos—: si querrías, no sé, que fuésemos 
por ahí a dar una vuelta... 
—Discúlpame —conozco demasiado bien esa voz grave que interrumpe a Harry—. 
¿Te molesta si bailo un poco con ella? 
Cierro los ojos, frustrada. Si mi vida sigue así, jamás lograré que un chico quiera 
salir conmigo. Nunca, jamás de los jamases. Voy a ser una rarita —hija de raritos— el 
resto de mi vida. ¿Por qué alguien como Harry querría salir conmigo, vamos? ¿Con la hija de una vampira y un científico chiflado? Las cosas como son. Es imposible. 
Y ya me harté: esto es demasiado. 
—Oye, mira —digo, volviéndome hacia Louis Tomlinson, cuyos ojos se agrandan 
cuando lee la rabia en mi expresión—. ¿Pero cómo te atreves a... ? 
Me quedo sin habla. De repente veo esos ojos, esos hipnotizadores ojos, que 
de pronto me llaman a sumergirme en ellos y que su calor me arrulle con olas dulces y 
suaves. 
No se parece en nada a Harry, no hay duda. Pero el modo en que me mira me 
da a entender que lo sabe, que lo lamenta, que va a hacer todo lo posible para caerme bien. 
E incluso más allá... 
Cuando recupero el sentido me veo en brazos de Tomlinson, que me está 
llevando, con infinita delicadeza, hacia una puerta de cristal detrás de la cual se insinúan la 
noche y un jardín bañado por la luz titilante de los farolillos y la luna. El lugar perfecto 
para llegar de la mano del rubio descendiente de un conde transilvano. 
—Me alegra mucho que al fin hayamos tenido oportunidad de conocernos —me 
dice Louis con una voz que parece acariciarme como el borde de una pluma. Todo y 
todos quedan atrás: las demás parejas, Harry, una estupefacta Cari, que nos dedica una 
mirada celosa; Zayn, que le dedica una mirada celosa a Clari, e incluso las guirnaldas y las 
serpentinas. Las cosas se funden como si lo único que existiera en el mundo fuera yo, este 
jardín en el que me encuentro, y Louis. 
Me aparta de la frente los mechones sueltos con un gesto suave. 
Desde un rincón oscuro y profundo de mi mente una voz me dice que debería 
tenerle miedo, incluso odiarlo. Pero no recuerdo por qué. ¿Cómo odiar a alguien tan guapo, 
dulce y sensible? Quiere hacer que me sienta mejor. Quiere ayudarme. 
—¿Lo ves? —dice  mientras levanta una de mis manos y se la lleva 
tiernamente a los labios—. No soy tan terrible, ¿verdad? En realidad, soy como tú: el hijo, 
reconozcámoslo, de una persona formidable, alguien que pretende encontrar su lugar en el 
mundo. Tenemos nuestros problemas, tú y yo, ¿verdad? Por cierto, tu madre te envía 
saludos. 
—¿Mi... mi madre? —tengo la cabeza sumida en la niebla, la misma que se desliza 
por el jardín. Porque, a pesar de que puedo recordar el rostro de mi madre, olvidé que 
él la conoce. 
—Sí —comenta Louis, que me recorre con los labios la piel del brazo hasta 
llegar al codo. Siento que ese contacto es como fuego líquido—. Te extraña, como podrás 
imaginarte. No entiende por qué no estás con ella. Ahora es muy feliz; ya no padece el 
dolor de la enfermedad, o la indignidad de la vejez o la congoja de una existencia solitaria 
—sus labios me tocan el hombro. Me falta el aire, pero me siento bien—. Vive en medio de 
la belleza y el amor, tal como podrías vivir tú, Invitado, si quisieras —me acaricia el cuello 
con la boca. Su aliento, tan cálido, ha provocado que mi espina dorsal se quede sin fuerzas. 
Pero no pasa nada, porque me sostiene por la cintura con brazo firme, y es que mi cuerpo, 
como si hubiera cobrado voluntad propia, se arquea y le ofrece una perspectiva despejada 
de mi cuello desnudo—. Invitado —susurra con la boca pegada a mi piel. 
Me siento inundada por tal calma, por tal serenidad —algo que no he sentido desde 
hace años, desde que mi madre se fue—, que los párpados se me cierran... 
De pronto, noto que algo frío y húmedo me golpea el cuello. 
—¿Qué... ? —exclamo, abriendo los ojos y tocando la zona del impacto. Al 
examinar mis dedos veo que están húmedos. 
—Lo siento —anuncia Harry, que está a unos pocos metros, con los brazos extendidos al frente, encañonándome con su Beretta de nueve milímetros—. Fallé.
Un segundo después, una espesa nube de humo acre y abrasador me golpea el 
rostro y me deja sin aire. Tosiendo, trastabillo para apartarme del hombre que, hace sólo 
unos momentos, me había estado sosteniendo con tanta ternura, pero que ahora se está 
agarrando el pecho en llamas. 
—¿Cómo... ? —inquiere Dracula hijo entre jadeos, manoteando para apagar el 
fuego que le sale del pecho—. ¿Qué es esto? 
—Un poquitín de agua bendita —le responde Harry mientras continúa 
disparándole—. No creo que te moleste. A no ser, claro, que seas un no muerto. Lo cual, 
por desgracia para ti, es lo que empiezo a pensar que eres. 
Tardo un momento en recuperar el juicio y busco la estaca debajo de la falda. 
—Louis Tomlinson —siseo, al tiempo que el vampiro se arrodilla frente a mí, 
aullando de dolor y también de ira—. Esto es por mi madre. 
Y, con todas mis fuerzas, le clavo la estaca de fresno tallada a mano en donde debió 
de haber tenido un corazón. 
Si es que alguna vez lo tuvo. 
 
 
—Zayn —dice Clari con voz melosa, sentada en una banca de plástico con la cabeza de su 
novio en el regazo. 
—¿Sí? —pregunta Zayn, adorándola con la mirada. 
—No —lo corrige Clari—. Quiero decir que eso es lo que voy a poner en el tatuaje, 
la próxima vez que vaya a Cancún. En la base de la espalda. La palabra "Zayn". Para que a 
partir de ese momento todo el mundo sepa que te pertenezco. 
—Ay, cariño —dice, antes de darle un beso en la boca. 
—Dios mío —exclamo, apartando la mirada. 
—Te entiendo —Harry acaba de lanzar una bola de seis kilos en la mesa de 
boliche, iluminada como si se tratara de una discoteca—. Casi la prefiero cuando estaba 
bajo el hechizo de Dracula. Aunque supongo que es mejor que las aguas hayan vuelto a su 
cauce. Zayn es bastante más inofensivo que Louis. Por cierto, acabo de hacer chuza, por 
si no te habías dado cuenta —se sienta en la banca, a mi lado, y, a la luz de una lámpara 
que tengo sobre la cabeza, examina la hoja en que llevamos el registro de las 
puntuaciones—. ¿Qué te parece? Voy ganando. 
—No te hagas el sorprendido —le digo. Sin embargo, tiene bastante de qué 
presumir. Y no sólo por ir ganando, la verdad—. Déjame preguntarte algo —le pido, 
cuando por fin se acomoda y se afloja la corbata de moño. Harry está irresistible aun bajo 
la extraña iluminación del Bowimor Lanes, el boliche al cual nos dirigimos después de la 
fiesta, a sólo unos nueve dólares en taxi desde el Waldorf—. ¿Dónde conseguiste el agua 
bendita? 
—Le diste una buena cantidad a Zayn —dice Harry, mirándome con expresión de 
sorpresa—. ¿No te acuerdas? 
—¿Pero cómo se te ocurrió cargar la pistola con esa agua? —insisto. Los 
acontecimientos de la noche todavía me dan vueltas en la cabeza. Jugar boliche a estas 
horas está muy bien, claro. Pero no hay nada que se pueda comparar con borrar del mapa a 
un vampiro de doscientos años de edad en el baile de fin de cursos. 
Lástima que quedara reducido a cenizas en el jardín, en donde sólo estábamos 
Harry y yo. De otro modo, nos habrían elegido rey y reina del baile en lugar de Clari y Zayn, 
quienes todavía tienen puestas las coronas. Un poco ladeadas, eso sí, después de tanto besuqueo. 
—No sé, Invitado —dice Harry, que apunta sus tantos—. Me pareció una buena idea y 
ya está.  
—¿Y cómo te diste cuenta? —le pregunto—. ¿Es decir, de que Louis me había... ? 
Bueno, eso. O sea, ¿cómo pudiste estar seguro de que yo no estaba fingiendo? ¿No se te 
ocurrió que podría estar dándole una falsa sensación de seguridad? 
—¿Contando con que estaba a punto de morderte en el cuello? Harry alza una 
ceja—. ¿Y también con que tú no estabas haciendo nada para impedirlo? Pues sí, lo cierto 
es que era bastante evidente lo que estaba ocurriendo. 
—Yo ya me había liberado del hechizo —le aseguro, con una confianza que no me 
queda más remedio que simular—, en cuanto sentí sus dientes. 
—No —insiste Harry, sonriéndome, iluminado sólo por la luz de la mesa de 
puntuaciones. El resto del boliche está en penumbra, excepto las bolas y los pinos, de los 
que emana una fluorescencia sobrecogedora—. No te habías liberado. Admítelo, Invitado: fue 
necesario que yo acudiera. 
Está muy cerca de mí, mucho más que Louis. 
Sin embargo, en lugar de tener ganas de sumergirme en sus ojos, me derrito bajo su 
mirada. El corazón me late con fuerza. 
—Sí —digo, incapaz de dejar de mirar sus labios—. Supongo que tienes razón. 
—Somos un buen equipo —dice Harry. Noto que él tampoco deja de mirarme los 
labios—, ¿no te parece? Sobre todo, cuando tengamos que hacerle frente al Apocalipsis por 
venir, cuando el papá de Louis se entere de lo que hicimos esta noche. 
La idea me corta la respiración. 
—Es verdad —grito—. ¡Ay, Harold! No sólo va a venir por mí. ¡También querrá 
enfrentarse contigo! 
—Bueno —dice Harry, recorriéndome con los ojos—. Pero a mí me gusta mucho 
tu vestido. Y hace juego con los zapatos para boliche. 
—Harry —rezongo—. ¡Esto es muy serio! Drácula puede aparecerse por 
aquí en cualquier momento, ¡y nosotros perdiendo el tiempo en el boliche! 
¡Tendríamos que empezar a prepararnos ya! Es necesario que preparemos una estrategia de 
contraataque. Hace falta... 
{USERNAME} —me interrumpe Harry—, Drácula puede esperar. 
—Pero... 
Invitado —insiste—. Cállate. 
Y yo me callo. Porque estoy demasiado ocupada besándolo como para pensar en 
otra cosa. 
Además, tiene razón: Drácula puede esperar.
Carstairs
Carstairs


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Noches de baile en el infierno Empty Re: Noches de baile en el infierno

Mensaje por Carstairs Mar 25 Mar 2014, 5:21 pm

El ramillete


Noches de baile en el infierno Large

1


El viento azotaba la casa de Madame Zanzíbar y hacían que un caño suelto golpeara los 
tablones. Pese a que sólo eran las cuatro de la tarde, el cielo estaba oscuro. En la sala de 
espera, decorada con escaso gusto, había tres lámparas irradiando una luz brillante, todas 
ellas envueltas en sendos pañuelos de fantasía. Los tonos verde y rubí bañaban el redondo 
rostro de Yun Sun, mientras que los reflejos azules le daban a la cara de Niall el 
aspecto jaspeado de alguien recién fallecido. 
   —Cualquiera diría que te acabas de levantar de la tumba —observé. 
   —Invitado —me dijo Yun Sun con tono de regaño. Inclinó la cabeza en dirección a 
la oficina de Madame Z, cuya puerta estaba cerrada. Supongo que temió que nos oyera y se 
ofendiera. De la perilla de la puerta colgaba un mono de plástico rojo que servía para 
indicar que Madame Z se encontraba atendiendo a un cliente. Nosotros éramos los 
siguientes. 
   Niall puso los ojos en blanco. 
   —Soy un ladrón de cuerpos —gimió. Extendió los brazos hacia nosotros—. Denme 
sus corazones y sus hígados. 
   —¡Oh, no! El ladrón de cuerpos se ha posesionado de nuestro querido Niall —me 
aferré al brazo de Yun Sun—. Rápido, dale tú lo que pide; ¡así a mí me dejará en paz! 
Yun Sun sacudió el brazo. 
   —No me hace gracia —dijo con un tono de voz cantarín y a la vez amenazador—. 
Y si me siguen molestando, terminaré yéndome. 
   —Vamos, no seas idiota —respondí. 
   —Pues mírame bien, porque mis muslos y yo nos largamos de aquí. 
   Debido al ajustadísimo vestido de noche que llevaba, que enseñaba un poquito 
demasiado, Yun Sun estaba obsesionada con que tenía las piernas rechonchas. Pero al 
menos no le faltaba el vestido de noche. Ni tampoco la oportunidad de usarlo. 
   —¡Bah! —exclamé. 
   Su mal humor estaba amenazando el desarrollo de nuestros planes, los cuales, por 
cierto, constituían la única razón para hallarnos en aquel lugar. La noche del baile de fin de 
cursos estaba cada vez más cerca, y yo, desde luego, no sería la típica aburrida que se 
queda en casa mientras las demás chicas se bañaban en maquillaje y salían a bailar subidas 
en unos espectaculares y aparatosos taconazos de más de siete centímetros de altura. De 
ninguna manera porque, además, muy en el fondo, sabía que Niall quería pedirme que fuera 
su pareja. Para que lo hiciera sólo le hacía falta un empujoncito. 
   Bajé la voz y le dediqué una sonrisa a Niall, con la que quise decirle algo como 
"Bla, bla, bla... Cosas de chicas. ¡Nada importante!". 
   —Venir hasta acá fue idea de las dos, Yun Sun. ¿Recuerdas? 
   —No, Invitado. La idea fue tuya —respondió ella. Y, por añadidura, en voz alta—. 
Yo ya tengo con quién ir, aunque se me vaya a asfixiar entre los muslos, el pobrecillo. Tú 
eres la única que necesita un milagro de última hora.
   —¡Yun Sun! —miré a Niall, que se había puesto colorado. Pero qué mala, Yun Sun; 
tenía que soltarlo así, de buenas a primeras. ¡Yun Sun era perversa! 
   —¡Ay! —gritó cuando le di un manotazo. 
   —Estoy bastante enojada contigo —le informé. 
   —Basta de andarse por las ramas. Tú lo que quieres es que él te pida que vayan 
juntos al baile, ¿o no? ¡Ay! 
   —Oye, calma —intervino Niall. Estaba haciendo eso que hacía cuando se ponía 
nervioso, bajar y subir la nuez, qué adorable. Aunque, claro, también qué perturbador. Me 
hacía pensar en cosas que, por el momento, quedaban un paso más allá de lo probable. 
   En cualquier caso, Niall tenía una nuez, y cuando la movía arriba y abajo, me 
parecía delicioso. Le daba aspecto de vulnerabilidad. 
   —Me pegó —se quejó Yun Sun. 
   —Se lo merecía —contraataqué. Sin embargo, prefería no seguir con el tema, que, 
a aquellas alturas, se había vuelto demasiado indiscreto. Así que le di una palmada en la 
pierna y añadí—: Pero te perdono. Ahora, cállate. 
   Lo que Yun Sun no acababa de entender —o, mejor dicho, lo que entendía 
perfectamente pero se negaba a llevar a la práctica— era que no todas las cosas deben 
decirse en voz alta. Sí, yo quería que Niall viniera conmigo al baile, y deseaba que no 
tardara demasiado en pedírmelo, porque sólo faltaban dos semanas para "La primavera es 
del amor". 
   Pues sí, el nombre que le habían puesto a la fiesta era estúpido, pero no por ello 
menos cierto. La primavera, indiscutiblemente, era del amor. Tampoco era menos cierto 
que Niall era mi príncipe azul, siempre y cuando, claro, dejara a un lado su persistente 
timidez y, de una vez por todas, se atreviera a dar el paso. ¡Ya basta de tanta palmada 
amistosa en el hombro, tanta risita y tanta guerra de cosquillas! ¡No más toqueteos y 
grititos aprovechando la proyección de películas de alquiler como Los ladrones de cuerpos 
o Bajaron de las colinas! ¿Por qué no se daba cuenta de que, si me quería, allí me tenía? 
   El fin de semana anterior había faltado muy poco para que me hiciera la pregunta; 
estaba noventa y cinco por ciento segura. Habíamos estado viendo Mujer bonita, una cinta 
tan empalagosa que rezumaba miel pero que, aun así, era muy entretenida. Yun Sun había 
ido a la cocina en busca de comida. Estábamos solos. 
   "Oye, Invitado —había dicho Niall. Golpeteaba el suelo con los pies y se retorcía las 
manos en el interior de los bolsillos—. ¿Te importa si te hago una pregunta?" 
   Cualquier tonto sabría de qué se trataba el asunto, y si lo único que quería era que 
subiera el volumen, con que hubiera dicho "Ey, Invitado, sube el volumen" habría sido 
suficiente. Natural. Directo al grano. Sin necesidad de comentarios introductorios. Sin 
embargo, dado que los comentarios introductorios estaban allí... pues ¿qué otra cosa 
querría preguntarme que no fuera "vienes al baile conmigo"? El gozo eterno estaba al 
alcance de la mano, a sólo unos segundos. 
   Pero entonces metí la pata. Su evidente nerviosismo hizo que yo también perdiera 
la cabeza, y en lugar de dejar que las cosas siguieran su curso, decidí cambiar de tema por 
puro y simple capricho. Qué idiota. 
   —Fíjate, ¡eso sí que es de, libro! —exclamé, señalando el televisor. 
Richard Gere iba galopando en su caballo blanco, que en realidad era una limusina, 
hacia el castillo de Julia Roberts, que en realidad era un edificio de ladrillo bastante 
cochambroso. Bajo nuestra atenta mirada, Richard Gere salió por el quemacocos del coche 
y subió por la escalera de incendios, todo para ganarse el corazón de su amada. 
  —Nada de bobadas del tipo "es que creo que me gustas" —recalqué. Estaba cometiendo un error grave, y lo sabía—. Ahí tienes una verdadera prueba de amor, y lo demás son cuentos. 
   Niall tragó saliva. 
   —Ah —se limitó a decir. Y se quedó embobado con Richard Gere, pensando, estoy 
segura, que jamás podría estar a su altura. 
   Mientras, consciente de que acababa de sabotearme a mí misma, de que había echado a 
perder una fiesta de fin de cursos feliz, seguí con la vista fija en la tele. A mí no me 
importaban las "verdaderas pruebas de amor"; a mí lo que me importaba era Niall. Sin 
embargo, había sido tan lista como para espantarlo. Aquello demostraba, sin duda alguna, 
que si él era poca cosa, yo lo era aún más. 
   Qué remedio. Todo ello explicaba que nos encontráramos en la casa de Madame 
Zanzíbar. Ella nos diría qué nos deparaba el futuro y, siempre y cuando no estuviera ciega, 
nos indicaría lo que cualquier observador imparcial haría: que Niall y yo estábamos hechos 
el uno para el otro. Oírlo con todas sus letras le ayudaría a Niall para juntar fuerzas y hacer 
un segundo intento. Me pediría que fuera con él al baile y, en esta ocasión, yo le diría que 
sí, como si de ello dependiera mi vida. 
   El mono de plástico colgado de la perilla de la puerta comenzó a agitarse. 
   —Miren, se mueve —susurré. 
   —Vaya —exclamó Niall. 
   Salió de la oficina un hombre negro de cabellos plateados. No tenía dientes, así que 
el labio inferior se le arrugaba como una pasa. 
   —Niños —dijo, tocándose el borde del sombrero. 
   Niall se levantó y le abrió la puerta principal. Así era él. La ráfaga de viento que se 
coló por la puerta estuvo a punto de tirar al anciano, y Niall lo ayudó a sostenerse en pie. 
   —¡Guau! —soltó Niall. 
   —Gracias, hijo —dijo el anciano. Lo de los dientes también se notaba en que 
farfullaba un poco—. Acuérdate de salir corriendo antes de que se desate la tormenta. 
   —Creí que eso ya había ocurrido —repuso Niall. Más allá de la entrada, las ramas 
de los árboles crujían y se agitaban. 
   —¿Cómo? ¿Te refieres a este vientecito inocente? —se burló el anciano—. Pero si 
esto no es más que un bebé que todavía no ha empezado a crecer. Empeorará bastante antes 
de que acabe la noche. Acuérdate de lo que te digo —nos lanzó una mirada a todos—. De 
hecho, niños, ¿no deberían estar en casa, a salvo y calentitos? 
   No había por qué ofenderse si una persona mayor y desdentada nos llamaba 
"niños". Claro que aquélla era la segunda vez en veinte segundos. 
   —Estamos a punto de terminar la escuela —le expliqué—. Sabemos cuidarnos. 
   La risotada que profirió me recordó el sonido que producen las hojas secas. 
   —Está bien —concedió—. Seguro que no te equivocas. 
   Dio un paso inseguro para trasponer la puerta. Tras agitar la mano sin mucho 
entusiasmo, Niall la cerró. 
   —Pobre loco —dijo una voz, detrás de nosotros. 
   Nos dimos la vuelta y vimos a Madame Zanzíbar esperando junto a la puerta de la 
oficina. Vestía unos pantalones de deporte de Juicy Couture y una chaqueta a juego de 
color rosa fucsia, que llevaba abierta hasta la clavícula. Tenía los pechos redondos y firmes 
y, puesto que no parecía llevar sostén, sorprendentemente respingones. Se había pintado 
los labios de color naranja claro, el mismo tono que el del barniz de uñas y el del filtro del 
cigarrillo que sostenía entre dos dedos. 
   —Y bien. ¿Vamos a pasar o nos vamos a quedar fuera? —inquirió, mirándonos a todos—. ¿Revelamos los misterios de la vida o los dejamos para mejor ocasión? 
   Me levanté de la silla y tiré de Yun Sun. Niall vino detrás. Madame Z nos hizo pasar 
a su oficina y, tras hacernos una señal para que nos sentáramos, los tres nos apretujamos en 
un sillón que parecía tener exceso de relleno. Niall advirtió que la cosa no marchaba y se 
acomodó en el suelo. Yo me contoneé un poco para que Yun Sun me dejara más espacio. 
   —¿Ves?, son como chorizos —dijo, en referencia a sus muslos. 
   —Aparta —le ordené. 
   —Bueno, bueno —dijo Madame Z sentándose tras la mesa, no sin antes pasarnos 
revista. Le dio una fumada al cigarrillo—. ¿En qué puedo ayudarles? 
   Me mordí el labio. ¿Cómo decirlo? 
   —Tú eres vidente, ¿no? 
   Madame Z exhaló una bocanada de humo. 
   —Bravo, Sherlock. ¿Te dio pistas el anuncio de las páginas amarillas? 
   Me subieron los colores, y también se me pusieron los pelos de punta. Mi pregunta 
tenía la intención de romper el hielo. ¿Tenía ella algún problema con lo de romper el hielo? 
En todo caso, si de verdad era vidente, ¿no debería saber qué me llevaba a estar en su 
oficina? 
   —Ah... bueno. En fin. El caso es que me estaba preguntando... 
   —¿Si?, continúa. 
   Hice un esfuerzo. 
  —Bueno... pues me estaba preguntando si cierta persona especial va a hacerme 
cierta pregunta especial —evité, a propósito, mirar a Niall, pero sí oí su exclamación de 
sorpresa. No lo había visto venir. 
Madame Z se presionó la frente con dos dedos y puso los ojos en blanco. 
   —¡Ejem! —dijo—. Hummm... Hummm... Está todo bastante confuso. Sí, pero aquí 
hay pasión —Yun Sun soltó una risita, y Niall tragó saliva—. Sin embargo, también capto... 
¿cómo lo diré? Algunos factores que complican la situación. 
   "Bravo, Sherlock —pensé—. ¿Qué tal si te esfuerzas un poco y me das algo más 
trabajado, eh?" 
   —Pero esa pasión va a hacer que él, o sea, que la persona... ¿actúe? —pese al nudo 
en el estómago, le estaba echando mucho valor. 
   —Actuar o no actuar, ¿es ésa la cuestión? —preguntó Madame Z. 
   —Sí, ésa es la cuestión. 
   —Ya veo. Ésa es siempre la cuestión. Y lo que nos tenemos que preguntar a 
nosotros mismos es... —no continuó la frase. Detuvo la mirada en Niall y palideció... 
   —¿Qué? —inquirí. —Nada —respondió ella. 
   —No. Algo —repuse. Su numerito de entrar en contacto con los espíritus no me 
estaba impresionando. ¿Creía que tíos íbamos a tragar que algo la había poseído de 
repente? ¿Que su visión llegaba al más allá? Y qué más. ¡Lo único que debía hacer era 
contestar a la maldita pregunta! 
   Madame Z hizo como que se estaba recuperando y, con mano temblorosa, aspiró 
una larga bocanada de su cigarrillo. 
   —Si se cae un árbol en el bosque y no hay nadie allí para oírlo, ¿hace ruido? 
   —¿Cómo? 
   —Eso es todo. O lo tomas o lo dejas —parecía inquieta, así que decidí tomarlo. 
   Pese a ello, aprovechando que Madame Z no miraba, le hice una mueca a Yun Sun. 
   Niall afirmó no tener ninguna pregunta concreta que plantear, pero, por algún 
motivo, Madame Z insistió en obtener un mensaje para él. Paseó las manos sobre el aura de Niall y lo instó con severidad a evitar las alturas, lo que, puesto que a Niall le encantaba 
escalar, resultaba de lo más apropiado. No obstante, lo curioso fue la reacción de Niall. 
Primero alzó las cejas y, enseguida, pareció sentir algo muy distinto, como una especie de 
placer secreto por anticipado. Me miró y se sonrojó. 
   —¿Qué pasa aquí? —pregunté—. Tienes cara de que te estás guardando un as en la 
manga. 
   —Qué cosas dices —contestó él. 
   —¿Qué nos ocultas, Niall Horan? 
   —Nada, ¡lo juro! 
   —¡No seas tonto, chico! —le espetó Madame Z—. Haz caso de lo que te digo. 
   —Bueno, no tienes que preocuparte por él —le recomendé—. Es la prudencia en 
persona —miré a Niall—. En serio, ¿acaso descubriste un sitio para escalar distinto y 
fantástico? ¿Tienes un mosquetón nuevecito? 
   —Es el turno de Yun Sun —afirmó Niall—. Vamos, Yun Sun. 
   —¿Sabes leer la mano? —le preguntó Yun Sun a Madame Z. 
   Madame Z suspiró. Sin fijarse mucho en lo que estaba haciendo, palpó la palma de 
la mano de Yun Sun. 
   —Serás tan bella como te permitas ser —juzgó. Punto y final. Allí acababan sus 
perlas de sabiduría. 
   Yun Sun quedó tan anonadada como yo. Me dispuse a protestar en nombre de todos 
los presentes. Porque, ¡por favor!, ¿un árbol en el bosque? ¿Ten cuidado con las alturas? 
¿Serás tan bella como te permitas ser? Aun a pesar de su puesta en escena, hasta cierto 
punto sobrecogedora, tenía claro que nos estaba tomando el pelo a los tres. Sobre todo a 
mí. 
   Pero antes de que tuviera oportunidad de abrir la boca, el teléfono celular que 
estaba sobre la mesa comenzó a sonar. Madame Z lo cogió y presionó el botón de 
descolgar con una de aquellas uñas de color naranja. 
   —Madame Zanzíbar, a su servicio —dijo. A medida que escuchaba la voz que le 
hablaba desde el otro lado de la línea, su expresión iba cambiando. Se volvió brusca e 
irritable—. No, Silas, no. Se llama... Sí, muy bien, candidiasis. Candidiasis. 
   Yun Sun y yo intercambiamos una mirada de espanto, pero lo cierto es que yo había 
empezado a divertirme. No tanto por la candidiasis que, por lo visto, afectaba a Madame Z. 
Aunque, por otra parte, ¡qué cochinada! Más bien por el hecho de que estuviera hablando 
de ello con el tal Silas delante de nosotros. Estábamos comenzando a obtener algo 
sustancial a cambio de nuestro dinero. 
   —Dile al farmacéutico que ya es la segunda vez este mes —protestó Madame Z—. 
Necesito algo más fuerte. ¿Cómo? Para el picor, ¡imbécil! ¡O que venga a rascarme él! —
se acomodó en la silla y colocó una de aquellas piernas embutidas en el pantalón deportivo 
Juicy Couture sobre la otra. 
   Niall me miró con ojos alarmados. 
   —Yo no pienso rascarle nada —susurró—. ¡Me niego! 
   Me reí. Que se envalentonara delante de mí era un buen síntoma. El proyecto 
Madame Z no estaba saliendo según lo planeado, pero ¿cómo acabaría? Tal vez tuviera, al 
fin, el efecto deseado. 
   Madame Z me apuntó con la brasa del cigarrillo y yo bajé la mirada con aire 
arrepentido. Para distraerme, me concentré en las extrañas y variadas chucherías que se 
amontonaban en los estantes. Había un libro que se llamaba La magia de lo convencional y 
otro Qué hacer cuando los muertos hablan... pero no los quiere escuchar. Le di un golpe 
con la rodilla a Niall y le señalé mis descubrimientos. Él gesticuló como si estuviera 
asfixiando a un pobre desgraciado, y yo tuve que contener una carcajada. 
   Encima de los libros vi lo siguiente: un bote de raticida, un monóculo antiguo, un 
bote lleno de lo que parecían ser restos de uñas, una taza de Starbucks mellada y una pata 
de conejo. Y encima de todo había... Ah, qué maravilla. 
   —¿Eso es una calavera? —le pregunté a Niall. 
   —Fíjate —exclamó, tras emitir un silbido. 
   —De acuerdo, de acuerdo —dijo Yun Sun, apartando la mirada—. Si hay una 
calavera de verdad, yo prefiero no saberlo. ¿Nos podemos ir ya? 
   Le tomé la cabeza con ambas manos y se la orienté en la dirección apropiada. 
   —Mira. ¡Todavía tiene cabello! 
   Madame Z colgó el teléfono. 
   —Ineptos. No hay ni uno que se salve —concluyó. Su palidez había desaparecido. 
Por lo visto, conversar con Silas le había avivado el ánimo—. ¡Ah! Veo que han 
descubierto a Fernando. 
   —¿La calavera es de él? —pregunté—. ¿De Fernando? 
   —Dios mío —lamentó Yun Sun. 
   Afloró a la superficie después de un corrimiento de tierras, en el cementerio de 
Chape! Hill —nos contó—. Bueno, con el ataúd y todo. La madera se encontraba en 
bastante mal estado; debía de ser de principios del siglo xx. Cómo nadie le prestaba 
atención, me apiadé de él y me lo traje aquí. 
   —¿Abriste el ataúd? —inquirí. 
   —Sí —respondió, orgullosa. Me habría gustado saber si llevaba el Juicy Couture 
mientras se dedicaba a asaltar tumbas. 
   —Es desagradable. Esa cosa todavía conserva el cabello —dije. 
   —No es una cosa —rezongó Madame Z—. Ten un poco de respeto, por favor. 
   —Bueno, pero es que no sabía que los cadáveres tuvieran pelo. 
   —Pero no piel —afirmó Madame Z—. La piel se pudre al principio y desprende un 
olor más bien insoportable. Lo del cabello es distinto. A veces, semanas después de que el 
difunto haya pasado a mejor vida, todavía sigue creciendo. 
   —Increíble —comentó Niall. 
   —¿Y eso? —preguntó Yun Sun en referencia al recipiente de plástico transparente 
que contenía una especie de órgano rojizo flotando en un líquido indeterminado—. Dime 
que eso no pertenece a Fernando, por favor. Dímelo. 
   Madame Z se burló de aquella posibilidad con un gesto desdeñoso. 
   —Es mi útero. Le pedí al buen doctor que me lo diera después de hacerme la 
histerectomía. 
   —Tu útero? —Yun Sun parecía a punto de desmayarse. 
   —No iba a permitir que lo incineraran —protestó Madame Z—. ¡De ninguna 
manera! 
   —¿Y aquello de allá? —le señalé una especie de cosas resecas amontonadas en el 
estante más alto. El jueguito de veo-veo estaba probando ser más entretenido que la 
adivinación por medio de las manos. 
   Madame Z miró en la dirección que le indicaba. Abrió la boca, pero luego la cerró. 
   —Eso no es nada —sentenció con firmeza, aunque advertí que le costaba dejar de 
mirar los misteriosos objetos—. Bien. ¿Ya terminamos? 
   —Vamos —junté las manos como si estuviera rezando—. Dinos qué es. 
   —No creo que quieran saber —repuso ella. —Yo sí —dije. 
   —Pues yo no —terció Yun Sun. 
   —Sí, ella también —resolví—. Y Niall también. ¿Verdad, Niall? 
   —No puede ser peor que el útero —convino Niall. Madame Z apretó los labios. 
   —Por favor —le rogué. 
   Murmuró algo apenas inteligible sobre adolescentes estúpidos y sobre que no 
pensaba considerarse responsable, pasara lo que pasara. Después, se levantó y se aproximó 
a la estantería en cuestión. En lugar de bambolearse, el pecho de aquella mujer se mantuvo 
firme e inamovible. Recogió el bulto y lo dejó frente a nosotros. 
   —Ah —recuperé el aliento—. Un ramillete —capullos de rosa, parduscos y 
quebradizos; espigas de gisófila grisáceas, tan secas que sus fibras formaban copos que se 
esparcían por la mesa, y una flácida cinta roja rodeando los tallos. 
   —Una campesina francesa le echó un maleficio —afirmó Madame Z con un tono 
de voz indescifrable. Daba la impresión de que algo la obligaba a pronunciar las palabras 
sin que ella quisiera hacerlo. O al revés: a lo mejor sí quería contarlo pero trataba de 
resistirse—. Quería demostrar que el amor verdadero va de la mano del destino, y que 
cualquiera que intente interferir se expone a un riesgo que debe asumir. 
   Se dispuso a devolver el ramillete a su lugar. 
   —¡Espera! —grité—. ¿Cómo funciona? ¿Qué es lo que hace? 
   —No te lo voy a contar —respondió ella, obstinada. 
   —¿"No te lo voy a contar"? —me burlé—. ¿Acaso tienes cuatro años? 
   —¡Invitado! —intervino Yun Sun. 
   —Tú eres como todas las demás, ¿no es cierto? —me dijo Madame Z—. Estás 
dispuesta a cualquier cosa con tal de conseguir un novio. Necesitas enamorarte hasta el 
tuétano, cueste lo que cueste. 
   Las mejillas me ardían. Pero el tema ya estaba encima de la mesa. Novios. Amor. 
Creí ver un rayo de esperanza. 
   —Haz el favor de contárselo —rogó Yun Sun—, o de lo contrario no podremos 
irnos. 
   —No —insistió Madame Z. 
   —No te extrañe que se lo calle. Es una invención suya. 
   Los ojos de Madame Z relampaguearon. Yo la había provocado y eso no estaba 
bien, pero algo me decía que, fuera lo que fuera aquel ramillete, no era una invención. Mi 
curiosidad fue en aumento. 
   La vidente puso el ramillete en el centro de la mesa, en donde se quedó sin que 
pudiera apreciársele nada especial. 
   —Tres personas, tres deseos cada una —informó Madame Z—. Ésa es su magia. 
   Yun Sun, Niall y yo nos miramos los unos a los otros, y nos dio un ataque de risa. 
Era absurdo y al mismo tiempo perfecto: la tormenta, el viejo y, como colofón, aquel 
anuncio lanzado de un modo tan siniestro. 
   Sin embargo, la mirada de Madame Z provocó que interrumpiéramos las carcajadas 
de inmediato. Concretamente, la mirada que le dirigió a Niall. 
   Niall intentó recuperar el aspecto relajado. 
   —Bueno, ¿y por qué no lo utilizas? —le preguntó con la actitud del buen chico que 
pretende mostrarse atento y cortés. 
   —Ya lo hice —contestó Madame Z. El labial naranja parecía una mancha. 
   —Y... ¿se cumplieron los tres deseos? —quise saber. 
   —Punto por punto —respondió ella, lacónica.
   Ninguno supo qué decir. 
   —¿Hay alguien más que lo haya hecho? —intervino Yun Sun. 
   —Una señora. Desconozco la naturaleza de los dos primeros deseos que formuló, 
pero el último duró hasta su muerte. Así es como el ramillete llegó a mis manos. 
   Nos quedamos embobados, sin saber qué hacer. La situación se había tornado 
irreal, pero, aun así, allí estábamos nosotros, y no era un sueño. 
   —Espeluznante —juzgó Niall. 
   —Entonces... ¿por qué lo guardas? —pregunté—. Si ya se cumplieron tus tres 
deseos... 
   —Buena pregunta —repuso Madame Z después de quedarse unos segundos 
observando el ramillete. Sacó del bolsillo un encendedor color turquesa para prenderle 
fuego. Cogió el ramillete con determinación, como si se preparara para llevar a cabo una 
acción hacía tiempo pospuesta. 
   —¡No! —grité, arrebatándole el ramillete de las manos—. Si tú no lo quieres, 
¡dámelo a mí! 
   —Jamás. Debo quemarlo. 
   Cubrí los pétalos de rosa con los dedos. Su textura era semejante a la de la arrugada 
mejilla de mi abuelo, que yo solía acariciarle cuando iba a visitarlo al hogar de ancianos. 
   —Estás cometiendo un error —me avisó Madame Z. Me quitó las flores con cierta 
brutalidad. Percibí la misma lucha interna que me había parecido notar en ella al insistirle 
para que hablara del ramillete, como si en él habitara un poder con capacidad para 
dominarla. Lo cual era absurdo, desde luego—. Todavía queda tiempo para cambiar tu 
destino —afirmó. 
   —¿Y qué destino es ése? —inquirí. Se me quebró la voz—. ¿El de que un árbol se 
cae en el bosque y, pobre de mí, llevo puestos tapones en los oídos? 
   Los ojos de Madame Z, enmarcados por gruesas pestañas, se clavaron en mí. La 
piel que los rodeaba era tan fina como el papel de seda, y comprendí que aquella mujer era 
mayor de lo que había creído en un principio. 
   —Eres una jovencita maleducada e irrespetuosa. Te haría falta una buena tunda —
se acomodo en la silla giratoria que ocupaba y tuve la impresion momentanea de que se habia librado de la malsana influencia del ramillete. Podría ser, también, que fuera el 
ramillete el que la hubiera librado—. Quédatelo, si eso es lo que quieres. No me hago 
responsable de lo que pueda suceder a partir de ahora
   —¿Cómo funciona? —le pregunté. 
   Ella soltó un bufido. 
   —Por favor —le rogué. No era mi intención ponerme pesada. Pero el asunto tenía 
muchísima importancia—. Si no me lo cuentas, seguro que me sale mal. Yo qué sé... 
Seguro que destruyo el mundo. 
   —Invitado... ya basta —susurró Niall. 
   Sacudí la cabeza. Era superior a mis fuerzas. 
   Madame Z chasqueó la lengua con actitud desdeñosa. Bueno, y a mí qué. 
   —Sostenlo en la mano derecha y pronuncia tu deseo —explicó—. Sin embargo, te 
lo digo una vez más: te vas a arrepentir. 
   —No es necesario que me asustes —dije—. No soy tan estúpida como crees. 
   —No, lo eres aún más —convino ella.
   Niall decidió intervenir para reorientar la conversación. Le molestaban las desavenencias. 
   —Así que... ¿no volverías a utilizarlo si tuvieras la oportunidad? 
   Madame Z alzó las cejas.
   —¿Tengo aspecto de necesitar que se me cumplan más deseos? 
   Yun Sun profirió un sonoro suspiro. 
   —Vaya, pues a mí sí que me caerían bien. ¿Por qué no pides que se me concedan 
los muslos de Lindsay Lohan? 
   Me encantan mis amigos. Son fantásticos. Levanté el ramillete, y Madame Z, con 
un grito ahogado, me sujetó la muñeca. 
   —¡Por tu bien, niña! —gritó—. ¡Si vas a pedir un deseo, al menos que sea 
razonable!
   —Estoy de acuerdo, Invitado —afirmó Niall—. Piensa en la pobre Lindsay; ¿quieres 
que pierda los muslos? 
   —Todavía le quedarían las pantorrillas —repuse. 
   —¿Y con qué las sostendría? ¿Y qué productor de cine contrataría a una actriz de la 
que sólo se puede filmar el torso? - Me dio risa, y Niall pareció satisfecho de sí mismo. 
   —Son tal para cual —juzgó Yun Sun. 
   La respiración de Madame Z se había vuelto agitada. Tal vez fuera cierto que no se 
sentía responsable de mis actos, pero el susto que se había llevado al verme alzar el 
ramillete no era fingido. 
   Deposité el ramillete en mi bolso, teniendo cuidado de no dañarlo. Y, luego de 
sacar la cartera, le pagué a Madame Z el doble de lo acordado. No me molesté en dar 
explicaciones. Sencillamente, le puse los billetes en la mano. Ella los contó y, con hastío y 
labios color naranja, se permitió darme unos consejos. 
   Por su actitud deduje que se daba por vencida, pero insistió en que tuviera mucho 
cuidado. 
Carstairs
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Noches de baile en el infierno Empty Re: Noches de baile en el infierno

Mensaje por Carstairs Vie 28 Mar 2014, 2:06 pm

2


Siguiendo el ritual de la noche de los viernes, fuimos a mi casa a cenar una pizza. Un ritual 
que, por cierto, solía repetirse los sábados y los domingos. Mis padres estaban en 
Botswana, a donde habían ido a pasar un semestre sabático, y eso implicaba que "Casa 
Invitado" era nuestro salón de fiestas particular. Claro que tampoco hacíamos fiestas. La 
casa, alejada de la ciudad, situada junto a un descuidado camino de tierra y sin vecinos 
alrededor que pudieran quejarse, no se prestaba a ello. Pero preferíamos estar los tres solos 
o, cuando mucho, aceptar la presencia ocasional de Liam, el novio de Yun Sun. Aun así, 
Liam consideraba que Niall y yo éramos raros. No le gustaba la piña en la pizza y no 
compartía nuestros gustos cinematográficos. 
   La lluvia se estrellaba con fuerza contra el techo de la camioneta de Niall, ocupado 
con las serpenteantes curvas de Restoration Boulevard. Dejamos atrás la tienda de Krispy 
Kreme y la carnicería Piggly Wiggly, y pasamos junto al solitario depósito de agua del 
condado, que elevaba su gloria hacia los cielos. Íbamos bastante apretados, pero a mí no 
me importaba. Ocupaba el asiento de en medio. Cada vez que movía la palanca de 
velocidades, Niall me rozaba la rodilla con la mano. 
   —Ah, el cementerio —anunció cuando vimos aparecer por el costado una verja de 
hierro forjado—. ¿Qué les parece si guardamos un minuto de silencio por Fernando? 
   El resplandor de un relámpago iluminó las sucesivas filas de lápidas, y comprobé lo 
espeluznantes y perturbadores que son los cementerios. Huesos. Piel putrefacta. Ataúdes, 
algunos de los cuales, a veces, salen a la superficie. Respiré aliviada cuando llegué a casa. Mientras Niall llamaba a la pizzería y Yun Sun examinaba lo que el videoclub nos había preparado para la semana, fui encendiendo 
las luces de todas las habitaciones. 
   —Algo agradable, ¿de acuerdo? —dije, desde el vestíbulo. 
   —Entonces nada de Night Stalker, ¿no? —respondió Yun Sun. 
   Me uní a ella en el estudio e inspeccioné la pila de películas. 
   —¿Qué tal High School Musical? Es lo menos horripilante que se me ocurre. 
   —Bromeas —afirmó Niall, colgando el teléfono—. Piensa en Sharpay y su hermano 
haciendo ese baile sexy con maracas. ¿No te parece horripilante? 
   Me reí. 
   —Pero adelante, chicas —dijo—. Elijan la que les dé la gana. Tengo que ir a hacer 
un encargo. 
   —¿Te vas? —le preguntó Yun Sun. 
   —¿Y la pizza? —inquirí yo. 
   Abrió su cartera y dejó un billete de veinte dólares sobre la mesa. 
   —Volveré en media hora. Lo prometo - Yun Sun sacudió la cabeza. 
   —Te lo voy a volver a preguntar: ¿te vas? ¿Ni siquiera te quedas a cenar? 
   —Es que tengo que ir a hacer una cosa —repuso él. 
   Se me encogió el corazón. Deseaba que se quedara, aunque sólo fuera un poquito 
más. Corrí a la cocina y saqué del bolso el ramillete de Madame Z o, mejor dicho, el mío. 
   —Bueno, pues, al menos espera a que haya pedido mi deseo —le dije. 
   Mi ocurrencia le hizo gracia. 
   —Está bien. Anda, pide el deseo. 
   Titubeé. El estudio era cálido y acogedor, la pizza venía de camino y me encontraba 
con los mejores amigos del mundo. ¿Qué otra cosa podría querer? 
   La parte codiciosa de mi cerebro protestó: el baile, desde luego. Yo quería que Niall 
me pidiera que fuéramos juntos. Tal vez fuera muy egoísta de mi parte tener lo que tenía y 
querer más, pero decidí no pensarlo demasiado. 
   "Sólo míralo", me dije. Los amables ojos castaños, la sonrisa torcida, los rizos 
angelicales, toda la dulzura y bondad que, en suma, lo caracterizaban. 
   Niall simuló el ruido de un redoble de tambor. Levanté el ramillete. 
   —Quiero que cierto chico me invite a ir al baile con él —pronuncié. 
   —¡Acaban de oírlo, queridos amigos! —gritó Niall. Estaba eufórico—. ¿Y quién no 
soñaría con acompañar a nuestra fabulosa Invitado al baile? Tendremos que esperar unos 
momentos para ver si su deseo... 
   —¿Invitado? —intervino Yun Sun, interrumpiendo a Niall—. ¿Invitado, estás bien? 
   —Se movió —dije, lanzando el ramillete al suelo. Me invadió un sudor frío—. Se 
los juro por Dios. Se movió en el momento en que pedí el deseo. ¡Y esta peste! ¿No la 
huelen? 
   —No —me respondió Yun Sun—. ¿Qué olor? 
   —Tú sí lo hueles, ¿no, Niall? 
   Niall sonreía, todavía de aquel extraño humor que había manifestado desde que... en 
realidad, desde que Madame Z le había aconsejado mantenerse alejado de las alturas. 
   Retumbó un trueno, y él me dio un empujón en el hombro. 
   —Y ahora vas a decir que la tormenta es cosa del maleficio de tu deseo, ¿no? —se 
burló—. O mejor aún: mañana, cuando te levantes, dirás que encontraste una criatura 
jorobada y maliciosa escondida bajo el edredón, ¿verdad que sí? 
   —Como a flores podridas —dije—. ¿De verdad que no lo huelen? ¿No me están tomando el pelo? 
Niall sacó las llavés del bolsillo de su pantalón. 
   —Nos vemos en el segundo acto, compañeras. Oye, Invitado... 
   —¿Qué? 
   Un nuevo trueno sacudió la casa. 
   —No pierdas la ilusión —afirmó—. Lo bueno se hace esperar. 
   Desde la ventana lo observé caminar hacia la camioneta. Caían cortinas de agua. 
Luego, mientras una idea penetraba en mi cabeza y hacía a un lado todo lo demás, me volví 
y miré a Yun Sun. 
   —¿Oíste lo que acaba de decir? —le agarré las manos—. Dios mío, ¿crees que 
significa lo que creo que significa? 
   —¿Y qué otra cosa podría significar? —repuso Yun Sun—. ¡Te va a pedir que 
vayas al baile con él! Es sólo que... No sé. ¡Está intentando que sea una gran sorpresa! 
   —¿Qué crees que va a hacer? 
   —Ni idea. ¿Alquilar una valla publicitaria? ¿Enviarte una banda de música? 
   Grité. Ella gritó. Nos pusimos a saltar como locas. 
   —Tenías razón. Lo del deseo fue una gran idea —dijo—. Era lo que faltaba para 
darle a Niall el último empujón... ¿Y lo de las flores podridas? ¡Emocionante! 
   —Lo del olor era cierto, de verdad —insistí. 
   —Sí, claro. 
   —En serio. 
   Me miró con expresión burlona y meneó la cabeza. —Pues entonces supongo que 
habrá sido tu imaginación —aventuró. 
   —Puede ser —convine. 
   Recogí el ramillete del suelo, sujetándolo cautelosamente con el dedo gordo y el 
índice. Lo llevé a la estantería y lo coloqué detrás de una fila de libros. Deseaba apartarlo 
de mi vista. 


   A la mañana siguiente bajé trotando la escalera con la estúpida esperanza de encontrar... 
No sé: ¿cientos de M&Ms formando las letras de mi nombre? ¿Corazones de serpentina 
adornando las ventanas? 
   Nada más alejado de eso: encontré un pájaro muerto. Su cuerpecito yacía en el 
tapete de la entrada, como si, durante la tormenta nocturna, se hubiera abierto la cabeza 
contra la puerta. 
   Lo envolví en una servilleta de papel y lo llevé al bote de la basura intentando no 
sentir su levísimo peso. 
   —Lo siento mucho, pajarito lindo y dulce —dije—. Vuela hacia el cielo —tiré el 
cadáver, y la tapa del contenedor se cerró con gran estruendo. 
   Regresé de inmediato. El teléfono estaba sonando. Debía de ser Yun Sun que quería 
que la pusiera al día. La noche anterior se había ido con Liam a eso de las once, pero 
antes me había hecho prometerle que le avisaría en el momento en que Niall diera el paso. 
   —Hola, cielo —dije, cuando comprobé que no me había equivocado—. Todavía no 
tengo noticias... Lo siento. 
   —Invitado... —dijo Yun Sun. 
   —Pero he estado pensando en Madame Z. En esa obsesión suya con lo de no jugar 
con el destino. 
   —Invitado... 
   —En fin, ¿cómo me puede perjudicar que Niall me pida que vaya con él a la fiesta? —me acerqué 
al congelador y saqué la caja de waffles congelados—. ¿Por el intercambio 
de fluidos, tal vez? ¿Me va a traer flores, y una abeja va a salir de ellas y me va a picar? 
   —Invitado, cállate. ¿No has visto las noticias esta mañana? 
   —¿En sábado? Para nada. 
   Oí que Yun Sun tragaba saliva. 
   —Yun Sun, no me digas que estás llorando. 
   —Anoche... Niall escaló el depósito de agua —dijo. 
   —¿Cómo? —el depósito de agua podría tener unos cien metros de altura, y al pie 
había un cartel que prohibía subir. Niall siempre había hablado de ascender hasta la parte 
alta, pero, dado que era amante de respetar las normas, nunca lo había hecho. 
   —A lo mejor el pasamanos estaba mojado... o, tal vez, un relámpago. Todavía no lo 
saben... 
   —Yun Sun, ¿qué ocurrió? 
   —Estaba pintando algo en el depósito con un spray, el muy idiota, y... 
   —¿Un graffiti? ¿Niall? 
   —Invitado, ¿me dejas hablar? ¡Se cayó! ¡Se cayó del depósito! 
   Apreté el teléfono. 
   —Dios. ¿Está bien? 
   Yun Sun se limitó a sollozar. Yo lo comprendía, claro. Niall también era amigo 
suyo. Pero necesitaba más información. 
   —¿Está internado en el hospital? ¿Puedo ir a visitarlo? ¡Yun Sun! 
   Oí un gimoteo, y después crepitaciones. Quien habló fue la señora Yomiko. 
   —Niall ha muerto, Invitado—me dijo—. La altura, la caída... Era imposible que 
sobreviviera.
   —¿Qué? ¿Me lo puedes repetir? 
   —Chen irá por ti. Te quedarás con nosotros, ¿de acuerdo? Todo el tiempo que 
quieras. 
   —No —respondí—. Quiero decir... Yo no... —la caja de waffles fue a parar al 
suelo—. Niall no ha muerto. Niall no puede morir. 
   —Invitado... —insistió ella con infinita tristeza. 
   —Por favor, no me digas eso —le rogué—. Por favor, no pongas esa voz tan... —
no era capaz de pensar con claridad. 
   —Sé que lo querías. Igual que todos nosotros. 
   —Oye, espera —dije—. ¿Haciendo un grafiti? Niall no hace graffitis. Un 
descerebrado sí, pero Niall no. 
   —Antes que nada, vendrás a casa. Entonces hablaremos. 
   —¿Cuál grafiti? ¡No entiendo nada! 
   La señora Yomiko guardó silencio. 
   —Pásame a Yun Sun, ¡por favor! —supliqué—. ¡Quiero hablar con Yun Sun! 
   Oí unas voces amortiguadas. Yun Sun volvió al otro lado de la línea. 
   —Te lo voy a decir —me prometió—, pero no creo que quieras saberlo. 
   Me invadió el frío y, de pronto, me di cuenta de que no quería saberlo. 
   —Era un mensaje. Estaba allá arriba escribiendo un mensaje —titubeó—. Decía: 
"Invitado, ¿irás al baile conmigo?". 
   Me dejé caer en el suelo, junto a la caja de waffles. ¿Por qué había una caja de 
waffles en el suelo de la cocina? 
   —¿Invitado? —oí a Yun Sun desde muy lejos—. Invitado, ¿estás ahí? - No me gustó aquella lejanía. Colgué para dejar de sentirla. 


   Niall fue enterrado en el cementerio de Chapel Hill. Pasé toda la ceremonia sentada, 
adormecida. El ataúd se mantuvo cerrado, pues el cuerpo de Niall estaba tan destrozado que 
era preferible no verlo. Quería despedirme de él, ¿pero cómo despedirse de un ataúd? En el 
lugar en el que le dieron sepultura, vi a la madre de Niall lanzar un puñado de tierra al 
agujero en que descansaba su hijo. Fue horrible, pero también irreal, lejano. Yun Sun me 
apretó la mano. Hice como si no me hubiera dado cuenta. 
   Aquella tarde cayó un suave aguacero primaveral. Me imaginé la tierra, húmeda y 
fresca, rodeando el ataúd de Niall. Pensé en Fernando, cuya calavera Madame Zanzíbar 
había recuperado después de que el suelo empapado devolviera su ataúd a la superficie. 
   Recordé que el costado oriental del cementerio, en donde Niall estaba enterrado, era más 
moderno y contaba con pulcras zonas con jardín. Por no hablar de los métodos actuales 
para excavar tumbas, mucho más eficientes que los de los simples enterradores armados 
con palas. 
   El ataúd de Niall no se desenterraría. De ningún modo. 
   Estuve en casa de Yun Sun cerca de un par de semanas. Mis padres recibieron la 
noticia y se ofrecieron a volver de Botswana. Les dije que no. ¿De qué me iba a servir? Su 
presencia no serviría para traer a Niall de vuelta. 
   En la escuela, durante los primeros días, los alumnos hablaban en voz baja y se me 
quedaban mirando al verme pasar. Algunos consideraban romántico lo que Niall había 
hecho. Otros pensaban que era una estupidez. "Una tragedia', fue la conclusión más 
repetida, y siempre con voz lúgubre. 
   En cuanto a mí, me paseaba por los pasillos como un muerto viviente. Me hubiera 
escapado de clases, pero ocurrió que el tutor me acorraló en una esquina y me obligó a 
contarle cómo me sentía. Perdía el tiempo. Mi dolor era mío, un esqueleto que me 
revolvería las entrañas para siempre. 
   Una semana después de la muerte de Niall, y exactamente una semana antes del 
baile de fin de cursos, las conversaciones sobre Niall empezaron a escasear en favor de las 
que giraban en torno a vestidos, reservaciones para cenar y limusinas. Una chica pálida de 
la clase de Química a la que asistía Niall se enojó y dijo que el baile debía suspenderse, 
pero los demás mostraron su desacuerdo y defendieron la idea de que la fiesta se celebrara. 
   Eso era lo que Niall habría querido. 
   Pidieron los consejos de Yun Sun y los míos, dado que ambas habíamos sido sus 
mejores amigas (y también, aunque no lo dijeron, dado que yo era la chica por la que había 
muerto). Yun Sun comenzó a llorar pero, tras unos instantes temblorosos, dijo que sería un 
error arruinarle los planes a todo el mundo, que quedarse en casa y lamentar lo ocurrido no 
iba a servir de nada. 
   —La vida sigue —agregó. Su novio, Liam, hizo un gesto de asentimiento. La 
rodeó con un brazo y la estrechó. 
   Lucy, presidenta de la comisión que organizaba el baile, le puso la mano en el 
corazón. 
   —Así es —afirmó, y después me miró con actitud solícita y teatral—. ¿Y cómo 
estás tú, Invitado? ¿Podrás olvidarlo? 
   Me encogí de hombros. 
   —Da igual —le respondí. Ella me abrazó. Me tambaleé. 
   —Bien, chicos, ¡seguimos adelante! —exclamó, mirando a quienes nos rodeaban—. Roxie, sigue con las flores de cerezo. Yisel, dile a la señora de Paper Affair que 
queremos cien serpentinas azules, ¡y no aceptes un no por respuesta! 
   En la fecha del baile, al mediodía, dos horas antes de que, según lo planeado, 
Liam fuera a buscar a Yun Sun, guardé mis cosas en la mochila y le dije a mi amiga que 
me iba a mi casa. 
   —¿Qué? —exclamó—. ¡No! 
   Dejó la plancha para el cabello con la que estaba ocupada. Para disfrutar aún más, 
había desplegado ante sí todo lo que iba a adornarla: el maquillaje brillante de Babycakes, 
el labial Dewberry y el vestido, que estaba colgado en la perilla de la puerta de su baño. La 
tela era de color lila, y el escote tenía forma de corazón. Era una hermosura. 
   —Llegó el momento —afirmé—. Gracias por haber permitido que me quedara 
tanto tiempo... pero ya es hora de que me vaya. 
   Cerró la boca. Quería discutir, pero sabía que yo tenía razón. Ya no estaba cómoda. 
   No importaba demasiado, porque no habría estado cómoda en ningún lugar pero, pese a 
ello, eso de andar lloriqueando por la casa de los Yomiko hacía que tuviera la sensación de 
estar encerrada y que Yun Sun se sintiera cada vez más frustrada y culpable. 
   —Pero si el baile es hoy —repuso—. ¿No es un poco raro que pases la noche del 
baile sola en tu casa? —se me acercó—. Quédate hasta mañana. No haré ruido cuando 
llegue; lo prometo. Y también te prometo no soltarte el rollo... Ya sabes. Lo que pasó 
después de la fiesta, quién se enredó con quién y los nombres de las que se desmayaron en 
el baño de mujeres. 
   —Pues deberías —contesté—. Y deberías quedarte ahí todo el tiempo que se te 
antoje, y hacer todo el ruido que quieras al llegar, y emocionarte, hablar por los codos y 
todo eso —sin previo aviso, los ojos se me llenaron de lágrimas—. Deberías, Yun Sun. 
   Me tocó el brazo. Me aparté con toda la delicadeza de que fui capaz. 
   —Y tú también, Invitado—dijo. 
   —Sí... bueno —me eché la mochila al hombro. —Llámame a cualquier hora —
ofreció—. Tendré el teléfono encendido, incluso durante la fiesta. 
   —Está bien. 
   —Y si cambias de opinión, si resulta que prefieres quedarte... 
   —Gracias. 
   —¡O incluso si decides venir a la fiesta! A todos nos gustaría que estuvieras allí... 
Lo sabes, ¿no? Que vayas sola no tiene importancia. 
   Me estremecí. Yun Sun no había tenido la intención de herirme, pero lo cierto era 
que sí me importaba tener que ir sola, ya que Niall era quien tendría que haberme 
acompañado. Niall faltaba a su cita no por haberse interesado en otra chica o por padecer 
una gripe tremenda, sino porque había muerto. Por mí. 
   —Oh, Dios —lamentó Yun Sun—. Invitado... 
   La aparté de mí. No quería que nadie me tocara. 
   —No pasa nada. 
   Nos quedamos calladas, en el interior de una burbuja de torpeza. 
   —Yo también lo extraño —afirmó. 
   Asentí. Luego me fui. 
Carstairs
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Noches de baile en el infierno Empty Re: Noches de baile en el infierno

Mensaje por Invitado Vie 28 Mar 2014, 7:46 pm

vicky Salvatore escribió:
Patricia escribió:ME ENCANTOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!
YA QUIERO SABER MASSSSSSSSSSSSS!!!!
SUBE CAPITULO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
No sabia que era un vampiro dmhbcde,h xd pensé que era algo como cazador de sombras xd 
ME ENCANTAN LOS VAMPIROS  :lilo: 


SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!
NUEVA FIEL LECTORA


PD: Perdóname si no me puedo pasar seguido no tengo internet :(
PD2: Necesitas chicas si es así reservame si no no importa porque esta con username kdbke :3

hola!!! perdón que tarde ochenta años en contestarte, con esto de no empezar las clases es todo raro, jajaja como veras sos mi única lectora, pero no te preocupes que la voy a seguir de todas formas ya que quería adaptar este libro, te daría un papel pero las otras chicas que aparecen no tienen mucha participación o son raras jajaja, ademas de que casi ni se quedan con un chico, igual si, lo puse de esa manera porque esta mas copado en vez de la rayita, no se jajaaj

Oh no importa con tal de que lo leas :3 
OH SIIIIIIIIIIII!!! Ya me estaba preocupando y yo siempre seré una fiel lectora (como sabes) ya de antemano me disculpo si no puedo comentar a cada rato es que no tengo internet y ya comencé colegio :( 
Jjajajaj ok not problem kjndljekdnk xd
SII me gusta mas :3  :P  :P  :P  :P 
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Mensaje por Carstairs Dom 30 Mar 2014, 4:31 pm

Patricia escribió:
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hola!!! perdón que tarde ochenta años en contestarte, con esto de no empezar las clases es todo raro, jajaja como veras sos mi única lectora, pero no te preocupes que la voy a seguir de todas formas ya que quería adaptar este libro, te daría un papel pero las otras chicas que aparecen no tienen mucha participación o son raras jajaja, ademas de que casi ni se quedan con un chico, igual si, lo puse de esa manera porque esta mas copado en vez de la rayita, no se jajaaj

Oh no importa con tal de que lo leas :3 
OH SIIIIIIIIIIII!!! Ya me estaba preocupando y yo siempre seré una fiel lectora (como sabes) ya de antemano me disculpo si no puedo comentar a cada rato es que no tengo internet y ya comencé colegio :( 
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Awwww... gracias me vas a hacer llorar!!!! no me hagas llorar que ta acuso con Niall eh? jajajaja, el te va a castigar Noches de baile en el infierno 2529252940.
No te preocupes, si la lees ya esta, no importa que no comentes seguido, igual ahora yo tambien empiezo las clases y voy a subir de a poco, después la sigo, hoy no voy a poder porque para eso requiero de la otra compu y se la adueñaron por hoy, pero después la voy a seguir.
Carstairs
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Mensaje por Invitado Mar 01 Abr 2014, 2:01 pm

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Oh no importa con tal de que lo leas :3 
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Awwww... gracias me vas a hacer llorar!!!! no me hagas llorar que ta acuso con Niall eh? jajajaja, el te va a castigar Noches de baile en el infierno 2529252940.
No te preocupes, si la lees ya esta, no importa que no comentes seguido, igual ahora yo tambien empiezo las clases y voy a subir de a poco, después la sigo, hoy no voy a poder porque para eso requiero de la otra compu y se la adueñaron por hoy, pero después la voy a seguir.

No me acuses me va a dar con el látigo  Noches de baile en el infierno 1187795894 nahh si mejor acúsame   Noches de baile en el infierno 2529252940  okno xd
Ohh GRACIAS  Noches de baile en el infierno 4242539333 
Si es horrible  Noches de baile en el infierno 1129725545 
Ok estaré esperando me ENCANTA!!!!!!!!!!!  :eaea: 
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA   Noches de baile en el infierno 2206569979 
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Mensaje por Carstairs Jue 01 Mayo 2014, 5:55 pm

3


   Volví a mi casa deshabitada para descubrir que no había electricidad. Genial. Pasaba con 
demasiada frecuencia: las tormentas vespertinas derribaban árboles que caían sobre trans-

formadores, y barrios enteros se quedaban sin electricidad durante horas. A veces el
suministro cesaba sin que hubiera un motivo claro. Tal vez demasiada gente tenía 
conectado el aire acondicionado y, por esa razón, se producían sobrecargas en la red; ésa 
era mi teoría. La de Niall tenía que ver con fantasmas, uuuh. "Quieren que se te eche a 
perder la leche", me había dicho con voz sombría. 
   Niall. 
   Se me hizo un nudo en la garganta. 
   Intenté no pensar en él pero, como era imposible, lo dejé existir en mi cabeza, junto 
a mí. Me preparé un sándwich de mantequilla de cacahuate, que no fui capaz de comer. 
   Subí a la planta alta y me tumbé en la cama, sobre la colcha. Las sombras ganaron terreno. 
Una lechuza ululó. Estuve mirando el techo hasta que dejé de divisar la malla de las telas 
de araña. 
   En la oscuridad, mis pensamientos se encaminaron hacia lugares siniestros. 
Fernando. Madame Zanzíbar. "Tú eres como todas las demás, ¿no es cierto? Estás 
dispuesta a cualquier cosa con tal de conseguir un novio." 
   Había sido aquel mismo anhelo el que me había llevado a idear la estúpida visita a 
Madame Zanzíbar y a formular el deseo, aún más estúpido, si eso era posible. Eso había 
sido lo que le había dado el empujoncito a Niall. ¡Ojalá no hubiera tocado el maldito 
ramillete!
   Me puse en pie de un salto. ¡Dios!, ¡el ramillete! 
   Tomé el teléfono celular y presioné el tres, la tecla que tenía asignada al número de 
Yun Sun. El uno era para mamá y papá, y el dos para Niall. Todavía no había borrado su 
nombre y acababa de descubrir que no iba a tener que hacerlo. 
   —¡Yun Sun! —grité en cuanto oí que descolgaban. 
   —¿Invitado? —dijo ella. Al fondo, oí a Rihanna gritando: "¡s.o.s.!"— ¿Estás bien? 
   —Sí, bien —contesté—. ¡Mejor que bien! Es decir, no hay luz, la oscuridad es total 
y estoy sola, pero qué más da. No va a durar mucho —me reí y fui caminando hacia el 
vestíbulo. 
   —¿Ah, sí? —dudó Yun Sun. Su voz apenas se sobreponía al ruido y a las 
carcajadas—. Invitado, casi no te oigo. 
   —El ramillete. ¡Todavía me quedan dos deseos! —bajé las escaleras a toda 
velocidad, alegre como unas castañuelas. 
   —Invitado, ¿qué estás...? 
   —Puede traerlo de regreso, ¿lo habías pensado? Todo volverá a ser como antes. 
¡Hasta podremos ir al baile! 
   La voz de Yun Sun se volvió autoritaria. 
   —Invitado, ¡no! 
   —Qué idiota soy... ¿Por qué no se me habrá ocurrido antes? 
   —Espera. No lo hagas, no... —se interrumpió. Oí un "¡Ay!" seguido de una serie de 
disculpas de borracho, y después a alguien que decía: "¡Me encanta tu vestido!". Al 
parecer, se la estaban pasando en grande. Pronto me reuniría con ellos. 
   Fui al estudio y me aproximé a la estantería en que había dejado el ramillete. Tanteé 
entre los libros y toqué algo suave, como un pétalo. 
   —Ya estoy aquí —anunció Yun Sun. El escándalo del ambiente había disminuido, 
así que supuse que había salido al exterior—. Oye, Invitado: sé que estás sufriendo. Lo sé. 
Pero lo que le sucedió a Niall fue sólo una coincidencia. Una espantosa coincidencia. 
   —Llámalo como quieras —repliqué—. Voy a pedir mi segundo deseo —rescaté el 
ramillete, hasta entonces escondido tras los libros. 
   El nerviosismo de Yun Sun era cada vez más evidente. 
   —Invitado, no. ¡No puedes hacer eso! 
   —¿Por qué no? 
   —¡Sufrió una caída de cien metros! Su cuerpo quedó... Dicen que quedó 
irreconocible y... Por eso el ataúd cerrado, ¿recuerdas? 
   —¿Y? 
   —¡Lleva treinta días pudriéndose en una caja de madera! —gritó. 
   —Eso que acabas de decir me parece de muy mal gusto, Yun Sun. Seguro que si 
tuviéramos que resucitar a Liam en lugar de a Niall, no estaríamos teniendo esta 
conversación —me acerqué las flores al rostro, tanto que los pétalos me rozaron los 
labios—. Escucha: tengo que colgar. ¡Pero toma un ponche a mi salud! ¡Y también a la de 
Niall! Sí, que sean muchos por Niall; ¡seguro que está muerto de sed! 
   Y colgué el teléfono. Alcé el ramillete en el aire. 
   —¡Deseo que Niall vuelva a la vida! —grité, exultante. 
   Un aroma putrefacto colmó la estancia. El ramillete se erizó, como si los pétalos 
estuvieran plegándose sobre sí mismos. Sin pensarlo dos veces, lo lancé lejos de mí, del 
mismo modo que hubiera hecho con un bicho inmundo. Pero qué más daba: el ramillete ya 
no tenía importancia. Lo importante era Niall. ¿Dónde estaba Niall? 
   Miré alrededor con la ridícula esperanza de verlo sentado en el sofá, observándome 
y burlándose de que me asustara por culpa de unas simples flores secas. 
   Sin embargo, el sofá estaba vacío y no era más que un bulto lúgubre y amenazador 
pegado a la pared. 
   Corrí a la ventana y escudriñé el paisaje. Nada. Sólo el viento, agitando las hojas de 
los árboles. 
   —¿Niall? —dije. 
   Otra vez nada. El desconsuelo comenzó a abrirse paso en mi interior rápidamente, y 
me dejé caer en el sillón de cuero de mi padre. 
   "Idiota, Invitado. Idiota, patética..." 
   Pasaron los minutos. Las cigarras chirriaban. 
   "Idiotas cigarras." 
   Y luego, débilmente, un golpe. Y luego otro. Me enderecé. 
   Algo removía la gravilla de la carretera... o del sendero del jardín. El sonido estaba 
cada vez más cerca. Un ritmo lento y desacompasado, como de algo que cojeara o que se 
arrastrara. Agucé el oído. 
   Ahí estaba: otro golpe, esta vez muy cerca del porche. Y estaba claro que no era 
humano. 
   Las palabras de Yun Sun se me agolparon en la mente, casi hasta asfixiarme. 
"Irreconocible", había dicho. "Podrido." No había prestado atención y ya era tarde. ¿Qué 
había hecho? 
   Me erguí y salí corriendo hacia el vestíbulo, en donde nadie —ni nada— podría 
alcanzar a verme si se asomaba por las amplias ventanas del estudio. ¿Qué era exactamente 
lo que había traído de vuelta a la vida? 
   Golpearon la puerta. Se me escapó un gemido. Me tapé la boca con las manos. 
   —¿Invitado? —dijo una voz—. Estoy... ¡Caray! Estoy un poco confundido —oí una 
carcajada, tan irónica como familiar—. Pero aquí estoy. Eso es lo único que cuenta. ¡Vine 
a llevarte al baile! 
   —No tenemos por qué ir al baile —repuse. ¿Era yo la que tenía aquel tono de voz 
tan estridente?—. ¿A quién le hace falta un baile? Ay, ¡por favor! 
   —Sí. Claro. Eso lo dice la que mataría con tal de conseguir la velada romántica perfecta —la perilla de la puerta chirrió—. ¿No me vas a dejar entrar?
   La respiración se me aceleró. 
   Oí una serie de chasquidos, como de fresas pasadas estrellándose en el fondo del 
bote de la basura, y luego:
   —Caray. Qué mal. 
   —¿Niall? —susurré. 
   —Me da un poco de vergüenza, pero... ¿no tendrás por ahí un quitamanchas? 
   "Mierda, mierda y mil veces mierda." 
   —No estás enojada, ¿o sí? —me preguntó Niall. Parecía preocupado—. Vine tan 
pronto como pude, pero es que esto es muy raro, Invitado. Porque, vamos a ver... 
   Me imaginé un ataúd bajo tierra, sin aire. "No, por favor", pensé. 
   —Da igual. Fue raro... Dejémoslo así —intentaba manejar la situación—. Entonces, 
¿me vas a dejar pasar o no? ¡No me voy a quedar aquí! 
   Me pegué a la pared del vestíbulo. Las rodillas me fallaban, los músculos no me 
respondían, pero sabía que, mientras me mantuviera tras la sólida puerta de entrada, estaba 
a salvo. No sabía en qué se había convertido Niall, pero sí que era de carne y hueso. En 
parte, al menos. En resumidas cuentas, nada de fantasmas que atraviesan paredes. 
   —Niall, debes irte —afirmé—. Esto es un error, ¿de acuerdo? 
   —¿Un error? ¿A qué te refieres? —su desconcierto me rompió el corazón. 
   —Yo sólo... Dios —rompí a llorar—. Ya no podemos estar juntos. Lo entiendes, 
¿verdad? 
   —No, no lo entiendo. Tú querías que te pidiera que fueras al baile conmigo, y yo te 
lo pedí. Y ahora, sin motivo alguno... ¡Ah! Ya entiendo. 
   —¿Sí? 
   —¡No quieres que te vea! Eso es, ¿verdad? ¡No estás muy segura del vestido que te 
pusiste! 
   —Hummm... —¿debía seguirle el juego? ¿Debía decirle que sí para que se fuera? 
   —Vamos, Invitado. No debes preocuparte por nada —se rió—. En primer lugar, 
eres guapísima. Y en segundo lugar, en lo que a mí respecta, es imposible que no 
parezcas... un ángel caído del cielo. 
   Parecía haberse tranquilizado, como si hubiera tenido la molesta impresión de que 
algo estaba fuera de lugar y no lograra identificar de qué se trataba. Sin embargo, ya lo 
había entendido: Invitado tenía problemas de autoestima, ¡sin duda! ¡La tonta de Invitado
   Oí que rebuscaba en el suelo, y luego el crujido de una tapa de madera. Me quedé 
tiesa. Conocía ese crujido. 
   "La caja de la leche... Horror. Recordó que hay una llave en la caja de la leche." 
   —Voy a pasar —anunció, acercándose a la puerta a trompicones—. ¿Te parece, 
Invitado? De repente, por alguna razón, ¡me muero por verte! 
   Se rió, alborozado. 
   —Bueno, no quería decir eso... pero, en fin: parece que es el tema de la noche. 
   Todo está saliendo mal, pero muy mal. Volví al estudio y me puse a caminar a gatas, 
palpando el suelo. ¡Si al menos hubiera un poco de luz! 
   El cerrojo estaba atascado, y las llaves, en la mano de Niall, tintinearon. Su 
respiración era espasmódica. 
   —¡Ya voy, Invitado! —anunció. Más tintineos—. ¡Ya casi estoy ahí! 
   Sentí tal pánico que apenas sabía dónde me encontraba. Oía mis propios jadeos y 
chillidos como si fueran de otra persona. Me concentré en las sensaciones que me enviaban 
las manos, dedicadas a toquetear y arañar. El cerrojo se abrió con un golpe seco. 
   —¡Al fin! —celebró Niall. 
   La puerta se abrió rozando la desgastada alfombra en el mismo instante en que 
aferré el precario ramillete. 
   —¿Invitado? ¿Por qué están las luces apagadas? ¿Y por qué no te has... ? 
   Cerré los ojos y formulé mi último deseo. 
   Cesaron todos los sonidos, con excepción de los susurros del viento que pasaba 
entre las hojas. La puerta continuó su parsimonioso movimiento hasta topar con el marco. 
   Me quedé en el suelo, sin moverme. Estaba sollozando, pues se me estaba rompiendo el 
corazón. Más bien ya se me había roto. 
   Después de unos momentos, las cigarras retomaron su ansioso cántico. Me puse de 
pie, crucé la habitación y, temblorosa, me detuve en el vano de la puerta. En el exterior, el 
pálido resplandor de la luna brillaba sobre la carretera desierta. 
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Noches de baile en el infierno Empty Re: Noches de baile en el infierno

Mensaje por Invitado Mar 13 Mayo 2014, 7:08 am

Hola! :D
Hemos estado hablando y no he comento sobre los capítulos!!
Son historias, seguidas como un conjunto de novelas?
La primera me encanto :3 mato al vampiro (aunque fuera mi Lucho L ) y se quedó con el chico (mi Hazza :3 )  (Todos son “MI” xd)
El Ramillete se basa en la Pata de Mono, verdad?
LLORÉ!
SI LLORÉ!, cuando paso lo de la muerte de mi Niall LLORÉ, de verdad L , cuando me di cuenta que se parecía a La pata de mono estaba: quenosemueraNiallquenosemueraNiall
Y cuando salió de la casa estaba: nosalgasnoslagasporelamordediosnosalgas
OPD! Están ldsjerjrfwl, es un poco masoquista pero me encanto, la has adaptado MUY BIEN
Ay Dios! Cuando pidió los deseos estaba OMG! Yo sí creo que si le hubiera abierto la puerta :/  nose :? Es raro pero… ay Dios no, pobre mi bebe L 
Ya quiero saber las sobre las otras historias

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Noches de baile en el infierno Empty Re: Noches de baile en el infierno

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