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The drawing

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The drawing Empty The drawing

Mensaje por Patu Dom 03 Ago 2014, 9:43 pm

Nombre: The drawing.
Autor: Patu.
Género: Drama y romance.
Adaptación: No.
Advertencias: Ninguna.
Otras páginas: No.

The drawing

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Jamie había sido mi compañera durante diez años exactamente y no podría decir que la conocía desde ese entonces, porque ciertamente a lo largo de ese período lo que menos hicimos fue conocernos, sólo cruzamos unas pocas palabras escasas veces y nunca llegamos a mantener una conversación de verdad. Hasta ese día.

Ambos íbamos en segundo de preparatoria y, durante la clase de debate, Garret Benson me destrozó dejándome como un completo idiota ante todos. Para mi suerte, la clase ya casi acababa, así que a penas sonó la campana salí pitando hacia un sector del patio que prácticamente nunca era concurrido y, afirmándome en la pared con una mano, dejé caer mis cobardes lágrimas de orgullo herido. Me tomó algunos segundos recuperarme y cuando dejé de escuchar algo que no fueran mis propios sollozos, me percaté de que no estaba solo.

—¡¿Qué carajos quieres?! —pregunté exaltado, pasándome la manga de la camisa por el rostro, como si con eso pudiera ocultar mi penosa situación.

Jamie retrocedió un poco, sobresaltada ante mi reacción y comenzó a murmurar algunas disculpas que no bastaron para calmarme. Si algo odiaba en esta vida, es que me vieran llorar, más aun si era por una derrota.

Inhalé y exhalé varias veces, repitiéndome lo idiota que era por haberle gritado así, mentalizándome de que ella no era Garret Benson sino simplemente alguien que había pasado por ahí de casualidad y tuvo que ser testigo de mis lloriqueos. Incluso había sido demasiado amable en disculparse y no mandarme a la mierda por haberle gritado. En ese momento, me sentí como la mayor porquería del mundo y quise golpearme a mí mismo y llorar más. Pero sabía que sólo me vería todavía más patético si lo hacía.

—Lo siento, Jamie, ha sido un día de mierda —dije, luego de soltar un largo suspiro—. Sé que no es excusa, pero…

—Entiendo —interrumpió, sonriéndome sin más. Y ni siquiera se veía como algo forzado. Hasta ese día, no me había dado cuenta de lo bonita que era su sonrisa—. Hay mucha presión, y yo también me pongo así si repruebo —comenzó a decir, y se paró en seco, como si hubiese dicho algo equivocado—. Ah…por eso te buscaba, el señor Lawson me pidió que te dijera que lo de hoy no afectará tu promedio.

—¿En serio? —susurré sorprendido, sintiendo como la presión en mi pecho aminoraba—. Bueno, gracias entonces y perdón de nuevo, Jamie.

—No ha sido nada. —Volvió a sonreír y mientras se iba la observé con atención por primera vez. Jamie tenía cabello castaño, como el mío, que le llegaba hasta los hombros y nunca estaba ordenado, era bajita, de piel casi tan pálida como la mía. Sus facciones, su estatura y su voz la hacían parecer una niña aún con sus 15 años.

Hasta ese día, Jamie simplemente había sido una extraña para mí, con la cual había compartido curso desde el jardín de infantes pero luego de esa corta charla, comencé a interesarme en ella. Desde ese día, recordé y repetí en mi mente mil veces aquella corta conversación, rememorando sus reacciones, admirándola por su calma y amabilidad. Me di cuenta de la poca atención que le había prestado antes. Con tristeza, también descubrí que, a parte de mí, nadie en nuestro curso parecía fijarse en ella. A menos que debieran pedirle algo, claro. Era frustrante para mí verla dando tanto sin pedir nada a cambio.

Con el tiempo fui conociéndola más, sin hablarle, sólo observándola. Era lo único que mi timidez me permitía hacer. Así fue como llegué a ser el único que notó que a pesar de su sonrisa, Jamie no era la chica feliz que aparentaba ser.

—Hola, Jamie, ¿cómo va todo? —me aventuré a preguntar parándome enfrente de su pupitre,  una de aquellas veces en las que noté que algo iba mal.

—Muy bien, Jasper —se apresuró a responder, sonriéndome. Pero no era una sonrisa como la que me dedicó cuando me disculpé por gritarle, sino otra, cargada de tristeza.

—¿Segura? —insistí, mirándola fijamente a los ojos, pero ella rehuyó de este contacto.

—Claro, no te preocupes, no es nada importante.

Y entonces comprendí que Jamie era la clase de persona que estaba dispuesta a hacer lo que fuera por los demás, pero cuando se trataba de ella misma, se volvía muy cerrada. “¿Por qué habría de cambiar eso conmigo?”. Era la pregunta que me repetía luego de ver como las sonrisas se esfumaban de su rostro y su mirada se apagaba, cuando se volvía invisible para todos excepto para mí.

Luego de eso, muchas otras veces la vi mordiendo su labio inferior, intentando reprimir las lágrimas, para posteriormente abandonar el salón con la excusa de ir al lavabo, al verse incapaz cumplir su cometido. Esos eran los momentos más difíciles de observar para mí. Me embargaba una terrible impotencia y tristeza. Me dolía el hecho de saber que Jamie no confiaba en mí, aunque a decir verdad no confiaba en nadie. Recuerdo que en alguna época solía tener un grupo de amigos que siempre estaban con ella, pero ahora apenas le hacían caso. Ambos éramos marginados en cierto modo, pues yo tampoco me hablaba demasiado con nadie, no estaba interesado en las personas falsas e hipócritas que nos rodeaban. Creí que con esto me sería más fácil volverme cercano a ella, pero me equivoqué.

Los meses seguían pasando y yo me devanaba los sesos intentando pensar como derribar aquella barrera que me impedía acercarme a ella. Cuando no estaba ocupado haciendo eso, me dedicaba a dibujarla durante las asignaturas que no me interesaban. No me resultaba muy difícil hacer retratos suyos, pues yo me sentaba en la última fila y ella en la ante-última, justo al lado de la ventana. Creo que llené exactamente tres cuadernos de espiral con sus retratos.

No lograba explicarme bien cómo alguien cuya presencia podía parecerme tan cotidiana y aburrida, me cautivaba tanto ahora. Solo bastaron unos instantes hablando con ella para que todo cambiara en mí, provocando un torbellino de sensaciones y sentimientos en mi interior.

Simplemente, podía pasar horas observándola, ahora Jamie me parecía tan bella. Encontraba belleza en toda ella: sus gestos, su sonrisa, el modo en el que cubría con timidez sus labios y entrecerraba sus ojos al reír, su voz, su aroma…todo. Pese a que entre nosotros seguía habiendo un abismo que le impedía a Jamie expresarme lo que le agobiaba, al menos no protestaba si algunas veces, cuando notaba que no estaba bien, me acercaba a ella durante los recreos y me sentaba a su lado para almorzar, a pesar de que en esos días ella no tenía ánimos para entablar una conversación pero yo prefería soportar ese silencio antes que dejarla sola.

Fue recién ese fatídico viernes, el último día de clases antes del receso de verano, cuando me di cuenta, finalmente, de que estaba perdido. Me había enamorado de Jamie Collins. Pero descubrir esto no fue lo que hizo que mi día fuera fatal, sino el hecho de haber perdido uno de mis retratos favoritos de Jamie. Me maldije por no haberme percatado antes de que la hoja del cuaderno estuviera rota, debió desprenderse y caer en algún lugar de todo el colegio, ¿pero cómo diablos iba a encontrarla? Quizás si lo hubiese notado antes. Sin embargo ya era tarde, pues la campana había sonado y los inspectores nos apremiaban para que saliéramos cuanto antes.

—Vamos, muchacho, ¿qué estás esperando? —me gruñó uno de ellos, abriendo más la puerta que daba hacia el pasillo de salida.

Me limité a soltar un suspiro de exasperación y obedecí, para luego mezclarme entre la multitud de estudiantes que rebosaban felicidad ante el inicio de las vacaciones, sentimiento que yo no podía compartir con ellos, ni por asomo.

Busqué desesperadamente a Jamie con la mirada, hasta que todos se dispersaron, pero no estaba allí. No volví a verla sino hasta que regresamos de aquél receso, tres meses después. Los tres meses más largos de mi vida.

~*~

El primer día de clases de nuestro último año en preparatoria fue uno de los más felices para mí luego de aquellos tres eternos meses, desperdiciados en las típicas “vacaciones familiares” donde no hacíamos más que fingir en realidad. Como si con eso pudiéramos evadir el hecho de que el matrimonio de mis padres se venía abajo y olvidar la muerte de mi hermana, Lindsay, cuya pérdida nos devastaba particularmente en aquella época, pues fue entonces cuando ocurrió. Murió ahogada en el lago que se encontraba cerca de nuestra cabaña, antes de que pudiéramos siquiera hacer algo por ella.

Sin embargo, soportar la espera valió la pena, sólo por el hecho de que ahora podría ver a Jamie nuevamente. Me quedé observándola unos instantes. Estaba sentada en una de las bancas del patio bajo la apacible luz del sol, revisando el nuevo horario.

—¿Jamie? —la llamé, captando su atención y sonrió con cierta timidez al verme, vacilando antes de responder mi saludo.

—¿Jasper? Te ves muy distinto con el cabello tan corto —dijo por fin, poniéndose de pie y dejándome con el corazón en la garganta al rodearme el cuello con sus brazos. Finalmente reaccioné, tomándola de la cintura para estrecharla también, sin salir de mi asombro. Jamie solía ser algo fría para el contacto físico, ¿desde cuándo se había desenvuelto tanto?

—¿Tan mal se me ve? — pregunté burlón, separándome un poco de ella, que rió con ganas y se apresuró a negar con la cabeza, para luego contemplarme fijamente por unos segundos, en los cuales logró que me ruborizara y quedara sin aliento

—¿Y qué tal tus vacaciones?

—Normales, supongo. ¿Y las tuyas?

—Nada fuera de lo común tampoco.

Luego de eso no pudimos decir mucho más, pues el timbre de entrada sonó interrumpiendo nuestra charla. No obstante, me percaté de que quizás algo había cambiado entre nosotros. De algún modo sentía como si Jamie me viera diferente. Como si aquel abismo que nos separara ya no estuviera ahí. De cualquier modo, pensé que quizás sólo eran ilusiones mías, así que, como ese día parecía estar bastante bien de ánimos, decidí dejarla tranquila durante el almuerzo y sentarme solo en mi rincón habitual del patio.

—Lo siento, ¿puedo sentarme contigo, Jasper? —La suave voz de Jamie a mis espaldas provocó que mis manos sufrieron un leve espasmo por el sobresalto, dejando caer mi cuaderno de dibujos. Suspiré aliviado porque sabía que no eran los retratos que tenía de ella—. ¿Estás bien?

—Sí, lo estoy, tranquila —respondí con una risita ante mi torpeza de enamorado; la verdad es que nunca había estado mejor antes—. Y claro, siéntate —acepté y ella se ruborizó levemente, enterneciéndome.

—Gracias. —Se sentó a pocos centímetros de mí y sacó una manzana, que comenzó a girar con sus manos, pensativa—. El año pasado, durante el almuerzo, solías sentarte conmigo algunos días —comenzó a decir, y me miró a los ojos—. ¿Por qué?

—¿Por qué? Bueno, simplemente porque me parecía que lo necesitabas, que estabas triste y…yo bueno, me preocupo por ti, Jamie ¿sabes?

—No creo que debas —susurró.

—Así te guste o no, seguiré haciéndolo ¿entiendes? —aseveré, tomándola del mentón para que me mirara—. Sé que es difícil creerlo si te lo dicen, pero puedes confiar en mí, para lo que necesites.

—Me lo han dicho muchas veces —replicó con una sonrisa de amargura.

—Eso pensé. ¿Qué puedo hacer para que lo creas?

—Lamentablemente es cuestión de tiempo, ya sabes, el tiempo dirá si cumples o no con lo que dices.

—Tienes razón —suspiré con resignación. Pero era esperar mucho tiempo para ganarme su confianza.

—Aunque podríamos intentarlo —dijo sonriendo tenuemente, como si intentara animarme. Le devolví el gesto y, luego de pensármelo unos segundos, comencé a contarle sobre mí. Primero cosas sin importancia, cosas felices, cosas dolorosas y, sin saber cómo, cosas que jamás le había dicho a alguien...como lo de Lindsay.

Ella se limitó a escucharme en silencio y, luego de una breve pausa, me tomó por sorpresa: comenzó a hacer lo mismo que yo, a contarme sobre su vida, sobre ella misma, aunque no tan abiertamente como yo lo había hecho. Aun así, llegó a hablarme del divorcio de sus padres, que todavía seguía en proceso, y la venía agobiando desde hacía varios meses. No me costó para nada entender su sufrimiento.

Y sólo entonces, sólo en ese momento, me permití creer que estaba en lo cierto. La barrera que había entre nosotros ya no existía.

Jamie había decidido darme una oportunidad.

~*~

Desde ese día, nos volvimos increíblemente unidos y yo no podía estar más feliz de que así fuera, de tenerla a mi lado aunque fuese sólo una inocente amistad. Ella me ayudaba a no sentirme solo, miserable e inútil. Estando con Jamie, la vida comenzaba a recuperar el color y el sentido. Era increíble lo que esta chica podía lograr en mí y ni siquiera era consciente de ello, del poder que tenía sobre mí. De cómo su tristeza o una lágrima suya podían devastarme, desesperarme, hasta el punto de desear hacer lo que fuera para evitar su dolor. De cómo al lograr mi cometido, una simple sonrisa suya podía inundarme de la más pura alegría. Muchas veces me sentía aterrado por lo mucho que ella influía en mí, jamás había experimentado algo así. Pero al mismo tiempo lo disfrutaba. Era algo demasiado hermoso como para privarse de ello sólo por miedo, era amor.

No obstante, al cabo de unos meses comenzaba a asfixiarme el hecho de tener que guardarme mis verdaderos sentimientos por Jamie. Era irónico que ambos nos contáramos todo, habláramos casi de cualquier tema y que ella supiera todo de mí, excepto eso: que la amaba. Sin embargo, cada vez que intentaba decírselo —no era muy complicado encontrar la oportunidad, casi siempre éramos sólo nosotros dos— las palabras simplemente no fluían.

Recuerdo que aquella tarde ambos íbamos de camino a mi casa, pues Jamie necesitaba ayuda con su tarea de matemáticas. Acordamos que fuera allí para que pudiéramos estar más tranquilos, pues mis padres raras veces se encontraban en casa temprano. Habíamos hecho una especie de trato: lo suyo eran las letras y lo mío los números, así que siempre que podíamos darnos una mano en algunas asignaturas lo hacíamos. Quedaban aun un par de cuadras para llegar cuando comenzó a caer una breve llovizna, que fue reemplazada por gotas más grandes que caían en abundante cantidad, empapándonos antes de que pudiéramos encontrar refugio.

—Vamos, Jamie —la llamé, intentando jalarla del brazo para que nos protegiéramos del agua en el porche de unos de mis vecinos.

—Anda tú si quieres, a mí me encanta la lluvia. —Sonrió, levantando el rostro complacida para sentir las gotas con mayor intensidad y yo no pude moverme de mi lugar. Estaba embelezado contemplando su felicidad ante algo tan simple como la lluvia.

Comencé a recorrerla con la mirada. Sin duda, con su expresión relajada y alegre se veía aun más hermosa. Su cabello castaño caía en ondas empapadas por encima de sus hombros y mis mejillas se tiñeron de rojo al ver como su camisa se ceñía sobre su cuerpo, delineando sus formas femeninas que comenzaban a reaccionar ante el frío clima. Justo en ese momento, Jamie posó su mirada en mí y curvó sus labios tenuemente, en un gesto de desconcierto ante mi rubor. Yo solo negué rápidamente con la cabeza, agradeciendo que no lo hubiera notado.

—Ven, te daré unas toallas y una bata para que uses hasta que tu ropa esté seca de nuevo —dije, una vez que llegamos a mi casa, comenzando a subir por las escaleras.

—No es necesario.

—Sí lo es, me contaste que tienes tendencia a enfermarte fácilmente ¿no? Bueno, eso es lo último que quiero, vamos ven —la animé, tomándola de la mano para que me siguiera.

Una vez arriba, busqué una bata en el cuarto de baño y unas toallas, dejándola para que se cambiara en mi habitación.

—En unos momentos vendré a buscar tu ropa para ponerla a secar abajo.

—De acuerdo, gracias.

Luego tomé una toalla para mí y una muda de ropa, marchándome al cuarto de mis padres para cambiarme también. Cuando terminé, me senté en la cama a esperar un poco más, sintiéndome extrañamente nervioso e inquieto. Di un par de vueltas por la habitación hasta que no pude esperar más y caminé por el pasillo de vuelta a mi recámara.

—¿Jamie? ¿Estás lista? —pregunté mientras daba dos golpecitos rápidos y abría la puerta sin más, al no recibir respuesta, pues consideraba que ya había tenido tiempo de sobra para colocarse la bata.

Grande fue la sorpresa que me llevé al verla con uno de mis cuadernos de dibujos en las manos. Ahora entendía por qué había tardando en responder, no era cualquier cuaderno, era uno de los que estaban llenos de sus retratos; no se los había mostrado aún.

Jamie levantó la mirada, sobresaltándose, como si recién entonces reparara en mi presencia.

—Lo…lo siento, es que estaba en el suelo —se disculpó, visiblemente avergonzada. Me maldije por ser tan desordenado y no haber tenido más cuidado con algo así. No le respondí nada, sólo me quedé ahí quieto, con la mirada clavada en el suelo y sin saber qué decir—. Jasper, ¿dibujaste esto el año pasado?

—Sí, lo hice, ¿por qué? —inquirí, bastante aturdido por su pregunta, ¿cómo supo que había sido el año anterior?

—Entonces… ¿fuiste tú quien…? —Dejó la pregunta a medio acabar y volteó rápidamente hacia su mochila, rebuscando torpemente hasta dar con una hoja algo arrugada—. ¿También hiciste esto? —Me extendió la hoja, provocando que mi corazón diera un vuelco. No podía creerlo… ¡Era el dibujo! Aquél que había perdido el último día de clases del año anterior. ¿Y tenía que encontrarlo justamente ella?

—Sí, también…es mío —admití con el rostro ardiéndome de pudor. Jamie no era la clase de chica que se burlaría de mis dibujos pero estaba seguro de que ahora no volvería a verme igual, nada sería igual. Lo había arruinado—. Lo siento, Jamie, debes pensar que soy alguna clase de acosador.

—¿Qué? No…no, la verdad es que no sé mucho sobre esto, pero creo que eres todo un artista —concluyó, posando su vista de nuevo en el dibujo con fascinación. Yo no podía verlo bien, pero me lo sabía de memoria. Era uno de mis favoritos, uno de los pocos en los cuales había utilizado color. En el mismo, Jamie aparecía sentada sobre el césped del patio del colegio, llevaba uniforme y el cabello ligeramente alborotado por el viento, también reía animadamente tapando su boca con una mano, tenía las mejillas levemente ruborizadas y una expresión dulce y relajada en sus ojos.

—¿Artista?

—Creo que todo aquello que es capaz de transmitir algo podría considerarse como arte, y tus dibujos lo hacen.

—¿Y qué te transmitió?

—Seguridad en mí misma…quiero decir, al verme en este dibujo sé que soy yo, pero es como si al mismo tiempo no lo fuera. Porque no es esta la imagen que tengo de mí misma, pero me gusta, sin duda. En el momento, se me ocurrió que podía ser tuyo, pues eres el único en el salón que sé que dibuja, pero no estaba segura. Quedé tan fascinada al verlo que no pude resistir el impulso de quedármelo. Jasper, al ver tu dibujo me siento…bonita —admitió, algo apenada.

—Eres hermosa, Jamie. Eso debes verlo siempre.

—Ojalá fuese más sencillo —dijo con pesar, y unas lágrimas rodaron por sus mejillas. Alargué mi mano para secarlas, aprovechando de paso para acariciar un poco su tierno rostro.

—Así es como yo te veo, por eso ese dibujo es uno de mis favoritos, creo que es en el que mejor logré representarte. Me alegra saber que te sientas así al verlo, lo que siempre quise fue lograr que te aceptaras y te quisieras tal y como eres. No dejaré de intentarlo hasta que pase.

—Gracias, Jasper —susurró en voz queda y ambos permanecimos en silencio, sin dejar de mirarnos a los ojos por quién sabe cuanto tiempo.

—Te amo, Jamie. —Luego de tantos meses, las palabras brotaron de mis labios tan naturalmente como una exhalación—. Te amo más que a nada —murmuré eliminando toda distancia de entre nosotros y tomando su rostro entre mis manos para unir nuestros labios en un tímido beso.

Comencé vacilante, al igual que ella, pero al ver que no oponía resistencia aumenté la intensidad de nuestros besos, hasta el punto que ambos debíamos separarnos a recobrar el aliento, para luego volver a unir nuestros labios con necesidad. Al cabo de unos minutos logramos saciarnos y nos fundimos en un prolongado abrazo.

—Te amo demasiado también, Jasper —susurró, al cabo de un rato, levantando la cabeza de mi pecho.

Una sensación de júbilo me invadió de inmediato. Nada podía compararse con aquello: probar sus labios, tenerla entre mis brazos, oírla admitir que correspondía mis sentimientos.

—Gracias en serio.

—¿Por qué? —pregunté, algo desconcertado.

—Por hacerme feliz, por… quererme —admitió con timidez—. Recuerdo que te quise desde que era muy pequeña, pero jamás te fijabas en mí y cuando comenzaste a hacerlo sentí miedo. Por eso me disculpo si fui algo fría al principio. Es una estupidez… pero no quería que te enamoraras de mí, porque pensé que una persona como yo sólo podría hacerte daño, ya sabes, con mis problemas —confesó con pesar, sorprendiéndome completamente con cada una de sus palabras.

—Todos tenemos problemas ¿sí? Pero sin importar que pase me tendrás a tu lado, porque te amo —dije, besándola suavemente y ella sonrió, con la misma felicidad y pureza con la que sonreía en mi dibujo; el dibujo gracias al cual todo esto había comenzado.

Quizás Jamie y yo éramos personas tristes antes de conocernos abiertamente, pero ahora eso estaba cambiando y yo también debía darle las gracias. No podía estar más agradecido de tener nuevamente a alguien que me hiciera sentir feliz, que llenara mi vacío y le diera un sentido a mi vida, la cual estaba listo para recorrer al lado Jamie, la persona que más amaba en este mundo.
Patu
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