Invisible

-Hola- mencioné despacio y el chico de los ojos azules me miró sorprendido. Era la primera vez que hablaba con él.
-Hola- dijo apenas murmurando. Apenas respirando.
Aquel fue el día 30 de agosto y estaba hablando con el chico que había tomado cada uno de mis pensamientos durante los últimos 3 años, había hecho lo imposible por hablarle, más nunca había podido.
Lo observaba todos los días al caminar por el pasillo, al sonreír a sus viejas amistades, al pasar por la banqueta de mi casa, esperaba el día en el que él notará a la extraña chica de mirada oscura y se acercara aunque solo fuera por cortesía. Eso jamás paso.
Tal vez fue mi culpa el no haberme acercado o simplemente el destino no quería que nuestras miradas al fin se encontraran aunque sea en un instante, tal vez y solo tal vez jamás debí haber venido ahora, era demasiado tarde para tratar de arreglar lo que no hice en todo este tiempo, lo sabía, pero en realidad ya nada importaba.
La mirada todavía brillante y con ese esplendor núbil al fin me observada solo a mí, su boca reseca dejaba escapar algunas palabras que no lograba entender, su piel pálida era reflejo de su mal estado y su cabello oscuro enmarcaba su rostro el cual tenía una leve sonrisa, en ese instante no me importó que el chico apenas me conocía, lo miré como si fuera la persona más perfecta de todo el planeta porque para mí lo era, en ese instante su sonrisa era para mí, sus ojos por fin se fundían en los míos y él sabía de la existencia de la chica de los ojos marrones, deseé que ese instante nunca se acabará.
Los tubos en su nariz, la aguja perforando su brazo, su cuerpo apenas móvil recostado en la camilla y el seguía mirándome solo a mí.
Creo que resultaría estúpido decirlo, pero lo amaba, amaba que él fuera espontáneo y gracioso sin ni siquiera planteárselo, amaba que sus ojos fueran brillantes aun cuando él estaba por extinguirse, amaba que sus labios aun tuvieran ese tinte rojo y amaba que solo me mirara a mí.
El tiempo pasaba y su respiración se dificultaba cada vez más mientras yo acariciaba su cabello y sentía el tacto de su mano por primera y última vez, él sabía lo que yo sentía por él, yo sabía lo que él sentía por mí, es como si ese momento se estuviera alargando solo para nosotros dos, para despedirnos y para transmitir nuestras emociones, esa era la última oportunidad.
Tocaba sus labios resecos y observaba como se perdía el brillo de sus ojos azules, poco a poco lucía como lo que verdaderamente era, un enfermo terminal.
Parecía que el mundo lloraba con nosotros cuando escuchaba como la suave lluvia mojaba el césped del pequeño jardín del hospital, afuera esperaban sus familiares y el seguía sonriéndome solo a mí mientras se hundía en ese sueño eterno.
De pronto su tacto ya no correspondía al mío, su ojos al fin habían perdido el brillo y solo mostraban un oscuro abismo sin fondo, sin emociones, sin vida.
Doctores corrieron y las lágrimas se derramaron el chico murió el mismo día de haberlo conocido, con el murieron todos esos 3 años invertidos en él, todo el tiempo que pasaba observando sin acercarme, con cautela y siempre oculta para su mirada.
Después supe qué el también me miraba a mí, lo noté en el dejo de familiaridad que tenía su presencia.
Su cuerpo estaba finalmente pálido y sus manos ya no respondían a las mías, ya no me sonreía.
Por un momento sentí que el mundo se derrumbaba sobre mí, mis esperanzas y mis anhelos por hablarle al chico de los ojos azules se perdían en la nada, al igual que él. Pero en medio de la tortura de su desaparición lo supe: Ya no era invisible para él.